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LAS FALDAS Y YO.

Las faldas, en un inicio, tuvieron una función netamente ornamental: cubrían, desde
la cintura de las mujeres, hasta el borde de los talones; o en otros casos, hasta el
suelo. La función ornamental se ha ido subsumiendo en cuanto a los contextos que
se presentan. Los siglos han pasado, y, como viejos planteamientos y premisas: todo
cambia, se transforma, se vuelve contra sí. Eso ocurrió con las faldas: han cambiado.
Su cambio ha sido producido por distintas influencias, tanto religiosas, políticas y
mucho más por la cultura. Por ejemplo: la religión mormona tiene como principio el
dejar usar la ropa, o vestimenta que se quiera, pero, eso no se da los domingos.
Ahora, lo político también ha tenido una marcada influencia, esto se ve más en el
ámbito laboral de los administrativos. Pues, las secretarias tienen una tendencia de
usar una falda de tela que las haga sentir cómodas con su entorno.
Ahora bien, hablemos de lo cultural. Este punto es el que ha tenido el mayor dominio
sobre el cambio de las faldas y su uso.
Muchas de las muchachas, amigas que conozco usan las faldas como mero atuendo
para verse bien.
Pero, el contexto también ha cambiado. Por ejemplo, en la novela de Carlos
Medinaceli, la Chaskañawi, se hace una diferencia entre chotas y cholas. Pues,
Claudina, la chola que somete a Adolfo, es una portentosa mujer de caderas anchas
que llevan una pollera a la cual cae sutilmente el hombre. Pero, la diferencia con
Julia es que esta es una chota de clase alta; una que lleva faldas tipo secretaria. Esta
mujer –Julia– es totalmente débil de carácter, sumisa ante los deseos de Adolfo.
Ahora bien, tomemos la figura portentosa de Claudina, de caderas anchas, lujosas
polleras que someten al varón. Pues ¿Quién de los hombres no se rinde frente a las
faldas de una mujer, aún si este atuendo es más corto? Para uno de mis amigos,
mientras más corta sea la falda, muchos mejor.

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