Hace ya algún tiempo que me siento cada vez más lejana del proyecto que es –que fue–
Podemos. Si bien los objetivos que se planteaban al fundar el partido siguen siendo los mismos
sobre el papel, ha habido una deriva tanto en la participación de Podemos en las instituciones
–algo especialmente relevante en Castilla La Mancha– como en sus mecanismos internos de
transparencia, representación y funcionamiento. En teoría, el destino al que queremos llegar
sigue siendo el mismo: procurar el bienestar de la mayor parte de la ciudadanía, prescindiendo
de etiquetas y creando una nueva mayoría social que cobre conciencia de quiénes la están
parasitando realmente. Y sin embargo, el camino por el que supuestamente avanzamos hacia
ese fin se ha empezado a torcer desde hace ya tiempo; e, inevitablemente, un camino torcido
desvía la ruta y cambia el destino final. Por ello, y por las razones que explicaré a continuación,
hoy por hoy no creo que deba representar a Podemos como Secretaria General Municipal de
Toledo.
Durante tres años he dedicado muchas horas de mi vida a trabajar por la construcción de un
proyecto colectivo de progreso en nuestra ciudad. Y sin embargo, lo que comenzó como un
arranque cimentado en la ilusión y las ganas de cambio ha ido marchitándose poco a poco
ante la realidad de un partido que ya no practica muchos de los principios en los que creo, y
que me parecen imprescindibles para lograr un cambio real en las instituciones –y, en última
instancia, en la sociedad–: la horizontalidad, la transparencia, la participación no manipulada
que determine verdaderamente estrategias políticas y no sirva solo para ratificar decisiones ya
tomadas por la cúpula... Presentar mi candidatura a la Secretaría General Municipal fue un
último esfuerzo por mantener esa ilusión, ese empuje: me resistía a creer que el proyecto –un
proyecto que ha engullido tantas neuronas y tantas horas de vida de muchísimas personas
como yo– estuviera agostado. Aspiraba a contribuir con mi participación a regenerarlo desde
dentro.
Sin embargo, ha llegado un momento en que la tarea me parece imposible. Y ya solo no por la
deriva interna de un partido “nuevo” en el que se han llegado a imponer tics autoritarios que
ni siquiera parecen darse en los partidos tradicionales. Lo que verdaderamente ocurre es que
estas dinámicas tóxicas nos han llevado a un punto, a mí y a mucha otra gente, en el que no
nos lo creemos. Y para algunas personas entre las que me cuento, es imposible hacer política si
no te crees lo que dices.
Pero, aunque la dinámica interna del partido forma una parte importante de mi decisión, hay
un factor muy relacionado con ella: la práctica política real que está llevando a cabo Podemos.
En el ámbito estatal, no puedo sentirme más orgullosa de pertenecer a una formación que, por
ejemplo, ha obligado al gobierno socialista a elevar sustancialmente el salario mínimo
interprofesional. Y sin embargo, cuando examino la participación de Podemos Castilla la
Mancha en el gobierno de Page, me pregunto si realmente estamos representando a quienes
nos votaron en las pasadas elecciones autonómicas (y me respondo de inmediato que no). Los
votos de la ciudadanía nos colocaron en una situación de bisagra dentro de la política regional;
por así decirlo, en las pasadas elecciones nos tocó una excelente mano de cartas. Y cuando se
tienen buenas cartas en la mano, se pueden utilizar para negociar. Y si los ases se utilizan para
asegurarse puestos en el gobierno, con todas las prebendas materiales y de prestigio que eso
supone para las personas que los ocupan, ya no pueden intercambiarse por mejoras reales
para la ciudadanía. Es así de simple: si gastas tu poder negociador en prebendas, te quedas sin
capital político. Te conviertes en un animal domesticado a cambio de comida y bienestar que
ya no impone respeto a nadie, y menos a su domador. Y eso es lo que nos está ocurriendo en
el gobierno de Castilla La Mancha. ¿Lo peor? Que esa mano de cartas no era nuestra, no
pertenecía realmente a la cúpula de Podemos en nuestra región: era de quienes nos habían
votado. Y las personas que confiaron en Podemos con la esperanza de que mejorásemos su
vida y la de la mayoría no se merecían que desperdiciáramos sus votos de este modo. (A
quienes estén pensando que la participación en el gobierno fue aprobada por la mayoría de
personas inscritas: por favor, revisad la enrevesada pregunta que se planteaba en la consulta y
la imposibilidad de votar por aprobar el presupuesto autonómico sin entrar en el gobierno de
Page, y luego hablamos).
Aunque, hoy por hoy, Unidas Podemos me sigue pareciendo la opción más aceptable que
depositar en la urna, todo esto me hace sentir un extrañamiento que me impide representar a
este partido. Como decía antes, solo me siento capaz de convencer si soy honesta conmigo
misma y con los demás, y no puedo serlo si doy la cara por una organización en la que ya no
creo del todo. Por ello, y a pesar de que me siento en deuda hacia quienes me votaron, debo
renunciar al cargo para el que fui elegida no hace tanto.
Eso no quiere decir que deje de hacer política: la política está en la calle, en las organizaciones
ciudadanas formales e informales, en la educación que damos a nuestras hijas y nuestros
hijos... Siempre he participado de esa forma de hacer política y, lo quiera o no, sé que siempre
seguiré participando en ella. A todas aquellas personas que compartís las ganas de que la
realidad cambie a mejor, os veré en las movilizaciones ciudadanas. ¡La lucha sigue!
Xoana Bastida