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LA HERIDA MATERNA. ¿PARA QUÉ SANAR LA RELACIÓN CON MI MADRE?

La relación con la madre es la más significativa en nuestra vida, la base sobre la que se construyen
todas las demás relaciones. Con la madre fuimos uno cuando estuvimos en su vientre, en nuestra
vida intrauterina respirábamos y nos nutríamos a través de ella y también recibíamos su energía y
sus cambios emocionales. Luego seguimos íntimamente unidos a ella durante la lactancia. El
vínculo con la madre es fundamental para la supervivencia. El niño, la niña, se miran en la madre,
se ven en ella como si fuera un espejo. La madre representa al mundo y lo que de él proviene.
Para la mujer, representa la referencia del modelo femenino que puede reproducir o rechazar (va
a manifestar una polaridad u otra), la forma de ser mujer, de vivir la femineidad y de ser madre.
Para el hombre va a representar el modelo de mujer por el que se va a sentir atraído o va a
rechazar ( aquí se manifiestan de nuevo las dos polaridades posibles), es decir, que condicionará
su elección de pareja y la relación con ella: un hijo que ha tomado suficiente del amor de su madre
podrá tener una compañera de vida, una pareja saludable; pero si no ha tomado lo suficiente de
ella seguirá siendo buscando el amor de mamá en otra mujer, comportándose como hijo dentro
de su pareja.
En todo proceso de acompañamiento bioemocional es fundamental explorar la relación con la
madre, (tambien la del padre), porque la madre es la que nutre, la que se ocupaba de las
necesidades del niño o de la niña, la que daba contención. Si estuvo presente cuando se la
necesitaba, si satisfizo las necesidades afectivas o si eran ignoradas, si veía a su hijo o a su hija
como seres individuales y no como una prolongación suya o un peso que se carga con culpa....
Todos llevamos en nuestro interior un niño herido que no fue amado como a nosotros nos hubiera
gustado que nos amaran, que necesitó protegerse del dolor por ser demasiado vulnerable.
Archivamos muchos de nuestros sentimientos y nos construimos una coraza defensiva para no
sentir que no éramos amados como necesitábamos. Para sanar esa herida es necesario tomar
contacto con el niño interior, ver dónde y de qué manera fue herido, localizar ese dolor física y
emocionalmente a fin de liberar la energía bloqueada.
Conectar con el dolor, la rabia, la culpabilidad, la impotencia, la tristeza, reconocerlo, aceptarlo y
de esta manera, empezar a sanar. Al reconocer al niño interior y tomar conciencia de su
vulnerabilidad pueden surgir sentimientos de soledad, vergüenza, carencia, rechazo, sensación de
no ser vistos ni tenidos en cuenta, de no ser elegidos.....
Escuchemos lo que nuestro niño/ niña interior acopió durante tanto tiempo en soledad e
incomprensión, dejamos que llore,su llanto lo libera; que nos cuente sus miedos y necesidades, y
también lo bello que vivió, los sueños, deseos, intuiciones y creatividad, y abrazarlo todo
literalmente. Abraza a tu niño o niña interior. Estrechálo fuerte, dale tu amor a cataratas. Miralo
dulcemente, contenélo, acunalo...dale más amor aún....
Hay niños buenos, niños obedientes, reprimidos, asustados, niños que tratan de agradar a su
madre, niños que intentan ser perfectos, que niegan sus necesidades, niños que se refugian en la
mente y niños que viven en el mundo de fantasía para evitar sentir, hay niños rebeldes e
insolentes que buscan llamar la atención que no reciben.
Las heridas del niño y de la niña pueden ser por sobreprotección, por exceso de valoración y
halago, por abandono, manipulación, comparación, miedo, rechazo, autoritarismo, exigencia,
engaño, desconexión, violencia y abusos.
MIRANDO CON COMPASIÓN A LA MADRE
Las madres, que tambien han sido niñas heridas, que hann tenido carencias en la infancia, están
condicionamientos y limitadas por su historia personal y familiar y por tal motivo tuvieron
dificultades para amar incondicionalmente y sostener al niño si ella misma no aprendió a
sostenerse y valorarse. Necesitamos en primer lugar reconocer nuestras heridas, ocuparnos de
ellas y sanarlas, y es un proceso y lleva un tiempo. Pero lo que aún más importante - a mi entender
y basada en mi propia experiencia y en la de las personas que me consultan - necesitamos
perdonar a nuestra madre por lo que hizo o dejó de hacer, perdonar el daño que nos causó sus
miedos, su ansiedad, su perfeccionismo, su autoexigencia, su necesidad de quedar bien, el
abandono de sus propias necesidades por satisfacer la de otros. Perdonar su victimismo, su
tristeza, su actitud depresiva, su dolor no resuelto del pasado, lo que supuso para ella la falta de
Amor y comprensión de nuestro padre, sus propias carencias de infancia, tal vez la falta de madre
o de padre y otros condicionamientos.
Ser capaces de ver a la niña herida también en nuestra madre, mirarla con compasión y aceptarla
por completo, más allá de sus errores y limitaciones. Reconocer el o los programas familiares que
llevó y la transmisión de creencias que limitaron su capacidad de amar suficiente para nosotros y
comprender que no puede ofrecernos nuestra madre aquello que no tiene, que no le enseñaron o
que no sabe cómo hacerlo. Creo sinceramente que el mejor camino de la sanación es agradecer y
valorar lo que nuestra madre ha hecho por nosotros. Tomar lo que de ella proviene como un
legado, el que nos corresponde, el que pudo darnos, los fallos y también sus dones.
Cuando hacemos esto nos sentimos plenos y caminamos sobre la Tierra bendecidos y
merecedores de todo lo bueno, de todo la abundancia que el Universo tiene para nosotros.
Cuando no aceptamos, rechazamos lo que ella nos dio, estamos negando y rechazando nuestros
orígenes, y eso es negarnos a nosotros mismos, lo que nos confunde y nos llena de dolor. Cuando
uno no acepta a su madre no puede amarse ni aceptarse a sí mismo. Aceptarlo todo como fue
porque, esa fue nuestra experiencia, ese fue el aprendizaje familiar, lo que nos ha hecho ser lo que
somos, nuestro legado completo.
Honrarla y aceptarla como es nos conduce a la paz y a la reconciliación.
Más allá del dolor de nuestro niño herido también está el dolor de nuestra madre y el dolor que
nosotros hemos añadido al rechazarla y juzgarla en ocasiones. Un hijo sólo puede estar en paz
consigo mismo si se encuentra en paz con los padres, lo que significa que los acepta y los reconoce
como son. No es posible decir: “esto lo tomo” y “esto lo rechazo”. Aceptar a los progenitores
como son es un proceso curativo en sí mismo, el alma de la persona siente alivio y paz.
Patricia Poliansky

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