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D'Altroy, Terence N., 2001. "Politics, Resources, and Blood in the Inca Empire.

" En:
Empires. Susan Alcock, T. D'Altroy and Carla Sinópoli eds. Cambridge: Cambridge Un.
Press. Pag. 201-227

Traducción de Ana María Lorandi y Cora Bunster

Política, Recursos y Sangre en el Imperio Inka*

La ascensión del imperio Inka, fue uno de los logros más sorprendentes en la
historia de las civilizaciones preindustriales. En un lapso que duró cerca de un siglo, un
pequeño grupo étnico de la sierra sur peruana obtuvo soberanía sobre las sociedades que
ocupaban los Andes desde el sur de Colombia hasta la región central de Chile. Hacia
1532, cuando la invasión española terminó su carrera victoriosa, los inkas habían
sometido bajo su control a unas 12 millones de personas, sin contar con la ventaja de un
sistema de escritura o transporte eficientes1. Los inkas se presentaron ante los españoles
como si tuvieran un mandato divino para gobernar y civilizar al mundo - un punto de
vista que los europeos podían reconocer por experiencia propia- aún cuando las premisas
subyacentes fueran anatema. Los inkas llamaban a su imperio Tawantinsuyu o, "Las
Cuatro Partes Juntas", y se referían al Cuzco, la capital sagrada, como "el ombligo del
universo". Al igual que otras vastas regiones dominadas por gobiernos imperiales
tempranos, el territorio que dominaba el Tawantinsuyu era cultural y geográficamente
heterogéneo. El objetivo de los inkas de gobernar el mundo digno de su atención se
complicó por la diferencia de formas políticas y la variedad de lenguas existentes en los
Andes. Los inkas tuvieron éxito en someter y organizar sociedades - que iban de aldeas
acéfalas a estados competitivos- en un solo imperio unificado, basándose en formaciones
existentes y aplicando políticas estandarizadas de manera selectiva (Fig.1). En 1532 el
Tawantinsuyu aún presentaba una gran variedad de formas sociopolíticas y económicas,
los inkas debieron adaptar sus políticas de gobierno a esta situación.
Este capítulo examina la manera en que se debatió el poder político y económico
en el corazón del imperio, y en menor medida en las provincias. Complementa al capítulo
de Mac Cotrmack, que se preocupa más con el contenido de la ideología que fomentó la
noción de realeza divina y con la influencia de la visión de los españoles sobre las
representaciones de creencias andinas. El trabajo comienza con un esquema de la historia
del imperio a fin de preparar el terreno para la discusión de las instituciones políticas y el
desarrollo de las relaciones económicas. Estoy especialmente interesado en examinar
cómo los miembros de elite interactuaron creando la compleja economía que los
españoles encontraron y explotaron. Una de las transformaciones más llamativas tiene
que ver con la privatización de recursos en el corazón del imperio - nominalmente el
pasaje de la custodia a manos del descendiente del emperador. Esta práctica se apartaba
significativamente de las costumbres existentes en tierras comunales en regiones de
tierras altas y parece haber generado una intensa competencia entre las elites imperiales.
En algunos aspectos, los estudios arqueológicos e históricos se complementan
perfectamente, mientras que en otros, existen incongruencias profundas. El tema de por
que existieron esas situaciones y cómo reconciliarlas al menos parcialmente será en
adelante un subtexto a lo largo de este estudio.

*
Nota del las Traductoras: Gentileza de Alcock, Susan; terence Daltroy; Kathleen Morrison & Carla
Sinopoli (Eds.) Empires. En prensa. Cambridge.

1
El Surgimiento del Poderío Inka

Las explicaciones acerca del surgimiento del estado Inka permanecen, de manera
frustrante, en el ámbito de lo tentativo, pese al interés público y profesional mostrado
por el Tawantinsuyu en el último siglo. A diferencia de la mayoría de los otros imperios
que se discuten en este volumen, no existió aquí testimonio indígena escrito, y la
arqueología solo recientemente se ha volcado al período incaico temprano. Los anales de
la sociedad inka en los que nos basamos son relatos épicos escritos en su mayor parte
por autores europeos, desde 1551 hasta la mitad del siglo XVII, cuyos filtros culturales y
lingüísticos coloreaban la naturaleza de sus narraciones. Existen alrededor de 50
informes importantes de la historia inka, muchos de los cuales copian libremente
información de unos a otros sin atribuirla a su autor (ver Porras Barrenechea 1986;
Rostworowski 1983, 1988; Pease 1995). Las crónicas se complementan con los relatos
locales, tomados por las inspecciones españolas, que carecen de consideraciones
históricas y están enfocados regionalmente. Los inkas mantenían sus historias como
narraciones orales memorizadas por los especialistas llamados khipu kamayuq, quienes
usaban cuerdas anudadas de colores (khipu) como ayuda- memoria y para proporcionar
detalles. En algunos casos, también usaron paneles ilustrados y varas marcadas para
registrar información, pero las sociedades andinas nunca idearon un sistema pictográfico
como el empleado en Mesoamérica (ver Brumfield, Smith en este volumen). Las
personas que mantenían los registros pasaban su conocimiento de padre a hijo, junto con
las cuerdas que podían guardar registros tan precisos que los propios españoles debieron
admitirlas como evidencia en procesos legales.
Pese a la precisión del khipu, las fuentes documentales no pueden ser admitidas
como representación literal de la historia inka. Los historiadores han demostrado como
diferentes grupos de interés, muchas veces parientes reales en competencia, presentaban
visiones radicalmente divergentes del pasado inka (Porras Barrenechea 1986;
Rostworowski 1988; Adorno 1989; Peasse 1995; Ziólkowski 1996). Más aún, algunos
estudiosos han propuesto que la historia inka que se ha mantenido es algo más que una
elaborada justificación de relaciones de poder (Zuidema 1964; 1983; Duviols 1979;
Urton 1990). Sin embargo, una posición totalmente ahistórica parece exagerar el caso,
siendo más plausible que los relatos inkas contengan tanto elementos históricos como
estructurales, mezclados ambos en narrativas creadas para satisfacer intereses
particulares (ver Goose 1996).
Al tiempo que los escritores españoles o nativos transcribían historias orales
rivales al lenguaje escrito (Garcilaso de la Vega 1960 [1609]; Pachakuti Yamqui 1986
[1613]; Guaman Poma 1980 [1614]) cada uno enfatizaba visiones diferentes ayudando
así a armar las historias míticas con las que tenemos que trabajar hoy en día. Los autores
europeos tempranos, quienes algunas veces se quejaban de que tenían que adaptarse a
relatos incompatibles, reconocían que las narraciones podían retrabajarse para ajustarse a
los tiempos (Cieza, 1967 [1553] : 173; Betanzos 1996 [1557]: 3). Por ejemplo, uno de
los autores mejor informados, Juan de Betanzos probablemente se base en poemas
épicos relatados entre la aristocracia del Cuzco (Hamilton 1996: XI). El mencionado
autor favoreció la visión acerca de la existencia de un único linaje real, debido a que
estaba casado con la hermana-viuda de Atawallpa, vencedor en la última guerra
dinástica. En su carta introductoria al Virrey Mendoza, Betanzos trató de darle peso a su
visión observando que había confiado en relatos contados por sus testigos más viejos y

2
más respetados. Descartó las historias contadas por indios comunes demasiado crédulos
y comentó que otros autores españoles muchas veces no entendieron el lenguaje de sus
informantes. Uno de los resultados es que su historia enfatiza fuertemente las proezas de
Pachakuti fundador legendario de la política imperial, también fundador del linaje de su
esposa.

La Era Pre-imperial

Las fuentes documentales, junto con la evidencia arqueológica descripta abajo,


sugieren que los inkas eran solo una de las muchas sociedades que estaban luchando por
poder en los Andes centrales en la prehistoria tardía. Hacia el fin del primer milenio dc.,
los dos grandes centros urbanos Wari y Tiawanaku colapsaron (ver Schreiber, en este
volumen). En algún momento luego del 1200, los inkas emergieron como la etnia
dominante de los Andes peruanos del sur, mientras los Qollas y Lupaqas competían por
la supremacía en la cuenca del Lago Titicaca. El ritmo de la formación estatal temprana
parece haber sido modesto, especialmente cuando lo comparamos con el tempo de los
sucesos una vez que la expansión comenzó a aumentar. En décadas recientes, los
estudiosos han seguido la cronología de la era imperial establecida en 1586 por el clérigo
Miguel de Cabello Valboa (1951 [1586]: ver Rowe 1944). Cabello calcula que los inkas
emergieron como poder expansionista en 1438 dc. y que la mayoría del imperio fue
puesto bajo el dominio del Cuzco entre 1463 y 1493. Sin embargo, la datación con
radiocarbono sugiere que la era imperial pudo comenzar tan temprano como en 1400
(Bauer 1992; Adamska y Micheznski 1996; D´Altroy, Williams y Bauern.n.d.).
Finalmente cualquiera sea el marco temporal que se acepte es claro que el estado Inka se
levantó rápidamente y que en pocas décadas consiguió destacados logros en asuntos
militares y diplomáticos, hegemonía ideológica, administración provincial, construcción
hidráulica, arquitectónica, de caminos y organización social. Aún requiere de muchas
conjeturas explicar cuál fue el motivó que empujó a los inkas fuera de su esfera política
local, llevándolos a dominar los Andes.
Las explicaciones provistas por las narraciones describen la era inka temprana
como una época volátil, en la que los héroes ancestrales forjaron personalmente el orden
social de una matriz cultural de caos. Las genealogías reales comenzaban con Manqo
Qhapaq deificado y continuaban generalmente con doce o trece gobernantes supremos
(Tabla 1). La sustitución de estatuas para las momias de los cuatro primeros reyes llevó a
algunos autores a conjeturar que eran figuras apócrifas, y no individuos históricos (ver
Rowe 1967: 68-69). La mayoría de los relatos atribuían la iniciación del imperio a
Pachakuti, noveno monarca de la lista standard (ver abajo). Los españoles solo
encontraron al último gobernante que había sido coronado en el Cuzco, Waskhar (12º
gobernante), y a su hermano Atawallpa (13º gobernante), este último desposeyó a su
hermano luego de una sangrienta guerra que terminaba en el momento que los europeos
llegaron en 1532. Existe acuerdo general en que no debemos confiar en los actos
adscriptos a los soberanos de la lista standard antes de Wiraqocha Inka (8ª), y también es
claro que algunas acciones de los últimos soberanos están embellecidas.
En un capítulo de este libro, Sabine Mc Cormack, explora las dimensiones
ideológicas de la historia inka, mientras yo me preocupo más de las características
políticas. Un punto crucial para ambos trabajos es que la historia inka, y la estructura de
la sociedad real, fueron maleables. Temprano en la era colonial, cada soberano de la lista
standard fue reverenciado como el fundador de un linaje en Cuzco, llamado panaqa.

3
Esta parentela tenía la obligación de mantener las momias o estatuas que eran veneradas
como restos de sus ancestros, y mantenidas con la riqueza acumulada por los mismos
durante sus vidas. Como cada gobernante dejó aparentemente un linaje, la historia inka
fue escrita teóricamente en la jerarquía real del Cuzco. En el momento de la invasión
española, existían en el Cuzco diez linajes reales, cinco en la división social de arriba y
cinco en la de abajo (ver párrafo siguiente). De acuerdo a algunos relatos del siglo XVI,
la estructura dual fue creada por Pachakuti, al comienzo de la era imperial y fue
modificada más tarde una o dos veces (Sarmiento 1960 [1572]:cap.19, p.224; Toledo
1940:185; Polo 1940 [1561]:138; Betanzos 1996 [1557]:cap.16, p.71; Rowe 1985a: 46).
La idea de los españoles acerca de que los reyes de la lista standard se sucedían de
manera consecutiva, se complica por la flexibilidad que encerraba el sistema social.
Además existe evidencia de que las panaqas podían ser destruidas física e históricamente
(ver abajo: The Dynamics of Inka Politics). No obstante, la compatibilidad entre
historias narradas en el Cuzco y las provincias, da confianza a los estudiosos sobre la
validez de la última parte de la secuencia.
Dejando de lado los elementos fabulosos, la historia mítica inka temprana
contiene rasgos que uno espera encontrar en sociedades complejas no-estatales. Lo más
importante es el papel central del ayllu como unidad social y económica básica. Un ayllu
era un grupo corporativo de parientes que mantenía recursos en común y dividía los
derechos de uso entre sus miembros. Aunque existe cierta flexibilidad en la definición de
ayllu, en un sentido amplio podemos entenderlo como un grupo endógamo ordenado
internamente. Muchos ayllus estaban divididos en dos partes, generalmente arriba
(hanan) y abajo (hurin), aunque la división tripartita también estaba extendida. Las
narraciones reales usualmente describían como principal cambio en la sociedad inka pre-
industrial la finalización de Hurin Cuzco con la panaqa de Qhapaq Yupanki (ayllu real) y
el comienzo de Hanan Cuzco con los descendientes de Inka Roqa. Aún cuando las
relaciones entre divisiones de ayllus reales cambiaran de vez en cuando, podemos
conjeturar que la dualidad y el rango casi siempre estaban presentes en la sociedad inka,
como habían estado entre las sociedades de las tierras altas que los inkas conquistaron.
La frecuencia de los matrimonios inter-étnicos descripta en las leyendas sugiere
un camino por medio del cual los inkas pudieron lograr sus intereses políticos iniciales
(Sarmiento 1960 1572:ch. 25, p.229). Pese a que nunca podremos saber si alguna de las
alianzas matrimoniales específicas descripta en los relatos tiene una base histórica, la
reiteración del tema habla de su importancia en la construcción de relaciones políticas;
las uniones reforzaban el status de la elite atándola a una base de poder más amplia. Los
lazos matrimoniales eran honrados con regalos o intercambios de telas lujosas y otros
valores que afirmaban el status del celebrante y la generosidad del líder, mientras creaba
relaciones de dependencia (Cobo 1979 1653: Lib. 2, cap 5, p.113-14). La generosidad de
los ancestros enfatizada por los mitos inkas no debería sorprender, pues ayuda a
legitimar sus reinados. Parece probable que la entrega de regalos sirviera como anuncio
de capacidad productiva y status, y como medio de forjar públicamente relaciones
colaterales. Los emperadores inka tardíos también armaron lazos casándose con mujeres
de otras etnias, pero en una relación de marcada desigualdad.
En los relatos tempranos muchas referencias al liderazgo inka están relacionadas
con campañas militares. Las historias contadas a los españoles generalmente establecen
que los líderes de las tierras altas incitaban a sus guerreros mediante promesas de gloria y
saqueo pero las alusiones a la entrega de tierras como beneficio de guerra son escasas
para el período (Toledo 1940: T.II, pp.19,24,28,31,35; Sarmiento 1960 [1572]:
ch.23,p.227). Schaedel (1987) llamó la atención acerca de un viraje lento en la

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motivación y práctica de la guerra según se describe en la época incaica temprana. El
simple saqueo de los primeros tiempos, fue aumentado más tarde con demanda de
tributo y luego con la captura directa de recursos naturales productivos. También fue
importante la adquisición de mano de obra, aunque su forma fue variando del secuestro a
la demanda de producción. Si las tendencias que aparecen en los relatos reflejan
verdaderamente cambios en las metas guerreras, significa que la anexión de vastos
territorios en la era imperial se originó en una tendencia largamente desarrollada.
Al igual que con las fuentes escritas, nuestro conocimiento arqueológico de la
época inka temprana es limitado, aún cuando recientes informes y excavaciones han
comenzado a expandir la información básica (ver Kendall 1994, 1996; Kendall et.al.
1992). Aun falta publicar un informe completo sobre las tierras nucleares del Cuzco, y el
estudio sobre la era pre-imperial tardía (Intermedio Tardío o período Killke; CE 1000-
1400) se ha visto complicada por la renovación extensiva de la arquitectura y paisaje del
valle llevada a cabo en la era imperial. La evidencia arqueológica disponible apunta
solamente al poder que surge de la cuenca del Cuzco. Hasta la fecha, los sitios killke han
brindado menos de lo esperado de una sociedad estatal en desarrollo, pero algunas
señales de integración regional ya estaban presentes en el siglo XIV temprano.
Aparentemente por la ubicación del sitio y por su construcción, el Cuzco era un área
tranquila, mientras que los vecinos ubicados a 30-50 km debían preocuparse por
conflictos. La mayoría de los sitios registrados son pequeños - con solo unas pocas
hectáreas - aunque algunos son lo suficientemente grandes como para indicar la
existencia de una estructura jerárquica. No obstante, las evidencias que hablan acerca de
una sociedad de clase son escasas: construcciones monumentales de la era killke,
especialización económica, marcadas diferencias residenciales o en los enterramientos.
En un nivel más amplio, el aumento de escala de sitios killke conocidos, sugiere al menos
la formación de un gobierno conocido.

La Ascensión del Imperio

La historia inka más ampliamente conocida es la de Rowe, realizada hace unos 50


años2. De acuerdo a esta síntesis, los inkas tuvieron disputas con distintas etnias vecinas
durante el reino de Wiraqcocha Inka (8º gobernante). Al principio el soberano disfrutó
éxito militar y político, pero durante la última etapa de su vida (ca 1438) él y su heredero
designado, Inka Urqu abandonaron el Cuzco ante un ataque de los chancas. Un hijo más
joven, llamado Inka Yupanqui, lideró la defensa de la ciudad, asistido con elementos
sobrenaturales y luego usurpó el trono asumiendo el nombre honorífico de Pachakuti
("Cataclismo" o el "Regreso de la Tierra"). Bajo el reinado de Pachakuti, el ejército del
Inka dominó la sierra sur peruana y la región del Lago Titicaca, aventurándose en la
costa central peruana. Alrededor de 1463, Pachakuti cedió el mando militar a su hijo
Thupa Inka Yupanki, quien canalizó sus energías construyendo una capital en el Cuzco
capaz de ser el centro sagrado del mundo. Bajo el liderazgo de este joven, los inkas
conquistaron hasta la zona serrana de Ecuador central, capturaron la costa peruana y se
aventuraron en la montaña hacia el este. Durante los últimos años de vida de su padre y
bajo su propio reinado (1471-1493) Thupa Inka Yupanki, aseguró el control del resto del
altiplano boliviano, se extendió hacia el noroeste de Argentina y norte de Chile y sofocó
una serie de rebeliones.

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Durante la época de Wayna Qhapaq (C.E. 1493-1526) se logró: la supresión de
nuevas rebeliones; la expansión del dominio inka en la montaña y en el norte de Ecuador;
el afianzamiento de la frontera sureste en Bolivia y Argentina y se realizaron vanos
esfuerzos para asegurar el oeste de Ecuador. Aún así, durante la mayor parte de su
reinado parece haberse dedicado a mejorar la administración del ahora extenso dominio.
Luego de su muerte en Ecuador, durante una epidemia de viruela que anunciaba la
invasión española, sus hijos Washkar y Atawallpa comenzaron una terrible guerra
dinástica, ganada por el último de ellos justo antes de que llegaran los españoles en 1532.
Mientras Washkar era transportado deshonrosamente hacia el norte, vestido en ropas de
mujer, Francisco Pizarro junto a una pequeña compañía a caballo y unos soldados a pie
capturaron a Atawallpa en Cajamarca en una jugada desesperada. Con el imperio
dividido por la guerra civil, los españoles encontraron inmediatamente aliados entre
muchos de los grupos nativos, que erróneamente los visualizaron como salvadores
profesionales. Pese a que la resistencia continuó por décadas, el esfuerzo más
significativo para expulsar a los españoles colapsó, con el fracaso de los sitios del Cuzco
y Lima en 1536. De esta manera concluyó el siglo de hegemonía inka.
Si bien este relato, o una versión parecida, se ha mantenido en pie soportando el
examen del tiempo, como versión filtrada y persuasiva de la historia imperial inka, otros
investigadores han propuesto maneras alternativas de interpretar los relatos. Por ejemplo,
una reciente revisión de las fuentes realizada por Pärssinen (1992) sugiere que algunas
aventuras expansionistas ocurrieron más tempranamente en la era imperial, que la fecha
registrada por Rowe. A lo largo de los años también ha ganado aceptación un enfoque
estructural elaborado por Zuidema (1964, 1983, 1990) que da por tierra con la
historicidad de los relatos (Duviols 1979, Urton 1990). Son igualmente influyentes los
planteos de Rostworowski (1960, 1983, 1988) que combinan el análisis puntual de las
convenciones y estructuras de la sociedades andinas con una apreciación de la ductilidad
de la historia a manos de los poderosos. Entre los estudiosos de lo inka - dejando de lado
su formación teórica - existe acuerdo general en que la dinámica de su política se basó en
la historia imperial construida para legitimar el poder de la estructura existente. Las
siguientes secciones esquematizan la estructura del gobierno inka y la faccionalización
política que le dio forma final a la jerarquía de poder.

La Naturaleza del Gobierno Inka

Esquema del Sistema Político


La forma de gobierno inka fue, en su forma más simple, una monarquía, en la que
el trono pasaba de padres a hijos. Sin embargo, la organización política del Cuzco, fue en
realidad un sistema complejo, en el cual los gobernantes muertos mucho tiempo atrás
continuaban jugando un rol en los asuntos del estado, a través de un elaborado sistema
de cultos a los ancestros. El gobierno inka, a nivel estatal o de las comunidades sujetas,
fue organizado principalmente por agrupaciones étnicas y de parentesco. En la cúspide se
encontraba el emperador y su familia inmediata, bajo el cual había dos clases de familias
aristocráticas inkas, y una clase de nobleza de privilegio. Al momento de la conquista
española, la aristocracia más poderosa consistía en diez grupos de parentesco reales
(panaqa). Cada panaqa era creada a la muerte de un gobernante, por una costumbre
llamada herencia partida, por la cual el trono era heredado por el hijo "más hábil" del
gobernante muerto. Sus otros descendientes formaban un grupo corporativo que

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heredaba las propiedades del monarca muerto, usualmente bajo el liderazgo de uno de
los hermanos del último rey. Las principales obligaciones de una panaqa consistían en
venerar la momia de su ancestro y cuidar sus propiedades a perpetuidad, mediante un
culto fundado alrededor de su persona.
Los millones de habitantes incluidos en el imperio fueron organizados en
provincias, que consistían básicamente en los grupos étnicos existentes, acomodados en
unidades que respondían a las conveniencias administrativas del estado. Típicamente, una
provincia podía consistir en unas 20.000 o 30.000 unidades domésticas, presididas por
un gobernador nombrado en el Cuzco. Los niveles superiores del gobierno provincial
fueron usualmente cubiertos con inkas étnicos, aunque los escasos no inkas podían
encontrar un lugar cerca de la cumbre del poder político. Los inkas se apoyaban
fuertemente en los servicios de los jefes provinciales (kurakas) para gobernar su propio
pueblo. Los niveles estatales y locales fueron reunidos en una jerarquía envolvente de
funcionarios estatales designados, tanto entre inkas étnicos como entre jefes locales.
Como ha demostrado Murra (1980), los inkas procuraron facilitar la aceptación de su
gobierno adhiriendo a un idioma de obligaciones mutuas, que ya existía entre los jefes
locales y su grupo. La intención era presentar la nueva relación de explotación como una
simple y benévola extensión de relaciones tradicionales y familiares. Con el tiempo, los
inkas también establecieron nuevas políticas o expandieron las viejas, para transformar el
mapa social de los Andes.
La realeza inka que sobrevivió a la conquista española, explicó que sus objetivos
al dominar los Andes habían sido traer orden a un mundo caótico y expandir la verdadera
religión del culto al Sol. Tan magnánimos como esos objetivos puedan parecer, la
práctica del gobierno imperial fue organizar las sociedades sometidas de manera que
concentraran poder y riqueza en manos de unos pocos cientos de familias, cuanto
mucho. Esta contradicción no es nueva en la historia imperial. Aunque hay algo de
verdad en proclamar que el Cuzco trajo estabilidad a un paisaje político volátil,
rebeliones frecuentes muestran que la benevolencia inka no era aceptada universalmente
(ver Murra 1986). Del mismo modo, las políticas estatales indican que los inkas estaban
bien conscientes de que necesitaban balancear los objetivos conflictivos usando las
relaciones existentes para coordinar políticas locales e impedir las alianzas que pudieran
generar resistencia.
Como muchos otros imperios tempranos, los inkas tuvieron una religión estatal e
instituciones seculares, tales como el sacerdocio del Sol, la sacerdotisa de la Luna y la
dirigencia militar. Aún así, los roles de los individuos y grupos de parentesco se
trasladaban de una esfera a otra. El emperador era simultáneamente dios sobre la tierra,
comandante en jefe, el último árbitro de la ley y el orden y en ocasiones el Sumo
Sacerdote del Sol. Otras veces, el Sumo Sacerdote era también jefe del ejército. Del
mismo modo, los gobernadores provinciales, tenían jurisdicción sobre asuntos
administrativos, judiciales, económicos y militares. No obstante la coerción usada para
dominar tantas sociedades, los inkas se apoyaban fuertemente en relaciones simbólicas
para promover la aceptación de su gobierno. El gobernante construía lazos ritualizados
con cada uno de los principales señores locales, los que eran anualmente reforzados con
un intercambio de regalos. Cuando un gobernante moría, su sucesor debía renovar esos
lazos. La organización de la población en unidades operativamente convenientes para
extraer trabajo y movilizar personal militar estaba conectada con estos lazos
personalizados ya mencionados. En muchas provincias aunque no en todas, los
funcionarios estatales ordenaban el pago del tributo de las unidades domésticas en una
jerarquía decimal, basada en un censo periódico (ver Julien 1982, 1988). Esta

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organización es llamada burocracia en los análisis modernos, pero fue más un
reordenamiento de jerarquías de parentesco existentes, que la creación de un servicio
civil. Una prolija división del gobierno inka en categorías civiles o militares, religiosas o
seculares, públicas y privadas, puede así ocultar mucho del carácter integrador del
liderazgo y las instituciones en las que se tomaban decisiones.
La intensificación inka de las artesanías, la agricultura, y la producción pastoril en
la mayoría de las regiones, se logró poniendo tributarios a trabajar recursos que se
consideraban solo para los inkas (Murra 1978). Para apoyar sus programas, también
construyeron una serie de centros provinciales e instalaciones de mantenimiento que se
vinculaban entre sí por medio de un sistema de caminos reales (Hyslop 1984; 1990;
Morris y Thompson 1985). Para garantizar la seguridad, se establecieron guarniciones
militares, y cordones de fuertes que protegían tierras anexadas y preparaban el campo
para futuras expansiones. Un programa masivo de colonización interna ayudó a
conseguir muchos de aquellos objetivos. Finalmente, los inkas impusieron la primacía
para sus dioses y reclamaron como propia la historia cosmológica de las poblaciones
andinas. En sus prácticas religiosas, homenajeaban a sus tierras y propiedades
construyendo templos y adoratorios a través de todo el imperio (Reinhard 1985).
Muchas de estas prácticas fueron copiadas en alguna medida de antiguos
patrones andinos. Los estados Andinos tempranos, tales como Wari, Tiwanaku o Chimor,
ostentaban un liderazgo santificado, asociados con prácticas administrativas
estandarizadas. Cada uno de estos antiguos reinos estableció asentamientos en regiones
distantes, mejorando los sistemas de transporte y comunicaciones. También intensificaron
la producción agrícola y artesanal en lugares con medio ambientes particularmente
favorables. En gran medida, la política inka fue más original en la escala e intensidad de
la organización, que en el diseño del sistema.

Dinámica de la Política Inka


Pese a la tendencia inka de lograr una organización coherente, los conflictos
políticos cuzqueños contribuyeron poderosamente a forjar el modelo imperial que
encontraron los españoles y las historias contadas para justificar su existencia. Hace
algunos años, María Rostworowski (1960; 1983: 159-167; 1988: 145-146; ver también
Ziólkowski 1996) llamó la atención sobre los combates que se producían virtualmente
durante cada sucesión de los linajes reales. La competencia facciosa era intrínseca al
pasaje del poder, de tal modo que los aspirantes a la sucesión ganaban el trono mediante
refinamientos políticos tales como intrigas, fratricidio, golpes de estado, y a veces guerra
en gran escala. Aunque la escala del último conflicto entre Atawallpa y Waskhar pudo
haber sido inusual, su génesis y carácter no lo fueron. Debido a que estos conflictos
ocuparon un lugar central en la relación entre economía y política en el imperio, quisiera
resumir brevemente las crisis sucesorias de la era imperial. La discusión retoma el hilo en
el punto en que muchas narrativas identificaron como el comienzo de la era imperial - la
transición de Wiraqocha a su hijo Pachakuti3.
En esa sucesión, en la que Pachakuti usurpó el trono a su padre, otro de los hijos
de Wiraqocha, llamado Inka Urqu, jugó un rol controvertido. Según la historia
estandarizada, Wiraqocha Inka e Inka Urqu habían abandonado el Cuzco frente a un
ataque anticipado de sus vecinos Chankas, cuando el Cuzco era aún solo un poder
regional. Las fuentes coinciden al menos en que Urqu había sido elegido como el sucesor
de Wiraqocha, pero varían grandemente acerca de su conducta y status formal. Varios
escritores tempranos, incluyendo al juicioso Cieza de León (1967 [1553), aceptan la
visión de que Inka Urqu había sido un gobernante legítimamente entronizado y que fue

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despojado o asesinado por su hermano menor Inka Yupanki, (Pachakuti, ver
Rostworowski 1953). Los testigos de Cieza describen a Inka Urqu en términos altamente
despectivos, desde la perspectiva andina. Era arrogante, cobarde, dedicado al vicio y a
robar esposas; bebía hasta vomitar, transformaba la chicha en orina, y nunca mandó
construir un solo edificio. Cuando los descendientes de Inka Urqu testificaron para la
historia oficial de Sarmiento, declararon que el príncipe había sido elevado al trono en
pleno derecho; presumiblemente dejaron de lado la descalificación anteriormente
mencionada (Sarmiento 1960 [1572: cap. 25, p. 230; ver también Cabello Valboa 1951
[1586: cap.14, pp. 298-299). Sin embargo, la mayoría de la aristocracia restante del
Cuzco, negó los argumentos sobre legitimidad, quizás para defender el status de sus
propios grupos de parentesco. Afirmaban que Inka Urqu había sido nombrado para
suceder a Wiraqocha solo porque el anciano había estado profundamente influenciado
por la madre de Urqu4. Betanzos (1996 [1557: cap. 8, pp. 27-29), defendiendo la
parentela de su propia esposa, escribió que Wiraqocha meramente había tratado a su
adorado hijo como si fuera el gobernante. Hay otras versiones sobre las complicadas
relaciones entre Wiraqocha, Urqu y Pachakuti, pero estos ejemplos deben ilustrar cómo
los testigos de parentelas en competencia pueden presentar enormes diferencias sobre
problemas centrales.
Mientras gobernaba, Pachakuti parece haber ordenado la muerte de dos o más de
sus hermanos, con acusaciones que fueron al menos parcialmente fraguadas. En algún
momento durante su reinado, reconoce a su hijo Thupa Inka Yupanki como su sucesor,
desplazando al hijo mayor previamente seleccionado, el cual queda con sus expectativas
frustradas. Aún cuando Thupa Inka cursaba su aprendizaje militar en las campañas del
norte, su ascenso no parece haber sido bien recibido por todas las familias del Cuzco. Se
decía que había gastado la mayor parte de su juventud encerrado en el templo principal,
llamado el Recinto Dorado (Qorikancha), y por ello pudo haber sido un desconocido
para la mayoría de la aristocracia inka. De acuerdo a Sarmiento (1960 [1572: cap. 48, p.
253), cuando se produce la muerte de Pachakuti, Thupa Inka inmediatamente instaló
guardianes para vigilar su cuerpo, para impedir que se filtrara la noticia del deceso del
soberano. El joven formó sus tropas, 2200 soldados armados alrededor del templo,
dentro del cual hizo confirmar su sucesión. Para no dejar nada al azar, Thupa Inka y su
guardia marcharon a la plaza principal, donde ordenó a todos los ciudadanos del Cuzco
que le rindieran homenaje, bajo pena de muerte. Aún cuando desbarató un intento de
golpe de parte de otro hermano, el reinado de Thupa Inka tuvo un final prematuro,
cuando fue asesinado por parientes cercanos (Cabello Valboa 1951 [1556: cap. 20, p.
358; Murúa 1986 [1605: cap. 26).
Según algunos cronistas, su sucesor, Wayna Qhapaq, había ganado el trono por
medio de un golpe y consiguió permanecer en el poder solamente porque un tío sofocó
un intento de golpe a su real, aunque juvenil persona (Murúa 1986 [1605: cap. 29;
Sarmiento 1960 [1572: 55-57, p. 259-260; Cobo 1979 [1653: Nlib., II, cap. 16, p.
152). Guaman Poma (1980 [1613: 113 [113, p. 93) agrega que Wayna Qhapaq
consolidó su posición asesinando a un par de hermanos. Cuando el gobernante y su
heredero murieron aparentemente durante una epidemia de viruela que anunciaba la
llegada de los españoles, se entabla la guerra dinástica final entre otros dos hijos,
Washkar y Atawallpa.
Considerando las contradicciones narrativas que se han glosado hasta ahora, las
crisis sucesorias nos iluminan sobre las prácticas y los relatos de la política imperial. El
punto más importante aquí es que, a despecho de la ficción presentada a los españoles -
gobierno de una serie continua de monarcas deificados y omnipotentes - las sucesiones

9
en el Cuzco fueron realmente dramas sanguinarios que se representaban entre grupos de
descendientes reales (ver Rostwrowski 1960, 1983, 1988; Rowe 1985a, 1985b;
Ziólkowski 1996, para un examen detallado de este problema). Como se ha sugerido más
arriba, la costumbre llamada “herencia partida” transfería las propiedades del muerto al
grupo familiar, generalmente encabezado por un hermano sobreviviente. El papel del
grupo era usar los recursos personales acumulados por el gobernante muerto para
venerar su momia, quien aún contribuía a la política imperial participando de eventos
públicos y hablando a través de sus médiums personales. En 1532, las dos panaqas más
poderosas, fueron la de los descendientes de Pachakuti, llamada Hatun ayllu, y la de los
parientes de Thupa Inka, llamada ayllu Qhapaq.
Sin entrar a detallar las intrincadas políticas del Cuzco mucho más allá, puedo
señalar tres aspectos de los roles de las panaqas que se encuentran en el corazón de la
política, el poder y la riqueza. Primero, durante su breve pero tumultuoso reinado,
Washkar se ganó la enemistad de las panaqas, amenazando confiscar todos los recursos
de los linajes reales y del Templo del Sol, el más poderoso santuario del imperio. Además
se aisló de las elites del Cuzco asesinando un número importante de ancianos respetables
que arribaron como embajadores de su sospechado rival Atawallpa, y se divorció
simbólicamente de Hanan Cuzco. Se han propuesto varias razones posibles para
comprender su conducta (ver Ziólkowski 1996), pero el punto clave aquí es que sus
acciones pudieron haber despojado a las familias de elite de sus fuentes de riqueza y de
su poder en la política cuzqueña. Segundo, al final de la guerra dinástica, las fuerzas
victoriosas de Atawallpa masacraron no solamente a los parientes de Washkar y a
muchos de sus adherentes de Hurin Cuzco, sino también al linaje de Thupa Inka Yupanki,
que era el abuelo de los adversarios. La momia de Thupa Inka fue arrastrada de su
recinto e incinerada, aunque algunos de sus sobrevivientes lograron guardar sus cenizas
en una vasija. Estos actos borraron el legado simbólico más potente del reinado de
Thupa Inka y de la gente aún viva que lo mantenía. Recién en 1569 unos pocos
sobrevivientes apelaron a las cortes españoles para recobrar sus propiedades perdidas
(Rowe 1985b). Ziólkowski (1996) sugiere que tal devastación sobre los parientes de
Thupa Inka (ayllu Qhaqpaq) se produjo porque la madre de Washkar fue un miembro de
ese grupo, y apoyaba sus aspiraciones, mientras la madre de Atawallpa era descendiente
de Hatun ayllu. Un tema final, directamente relacionado con el conflicto entre el ayllu
Qhapaq y el Hatun ayllu, es que la aristocracia del Cuzco abarcaba al menos seis grupos
de parentesco llamados panaqas que no formaban parte del núcleo jerárquico en 1532
(Rostworowski 1983; Gose 1996). Existe un debate que trata de explicar esta situación,
pero en general parece que los grupos de parentesco reales podían perder status y poder
y eran así removidos de su jerarquía, como pudo haber ocurrido con los parientes de
Washkar y Thupa Inka. En otras palabras, no solamente los grupos de parentesco se
reacomodaban periódicamente en la jerarquía, sino que algunos pudieron haber sido
desalojados.
El grado de confiabilidad que se puede otorgar a los relatos, es un tema en
debate actualmente. No obstante, el cuadro total ilustra la conflictiva dinámica entre los
grupos de parentesco reales del Cuzco. Lejos de ser una estructura fija, la organización
socio-política inka fluctuaba periódicamente, y estaba en un estado especialmente
inestable cuando llegaron los españoles. Esta situación también llama la atención sobre
los recursos privados, que forman la fuente de riqueza crucial sobre la cual se
desarrollaba la competencia real. Ahora podemos volver a la economía inka, para ver
cómo se fueron desarrollando los recursos estatales y privados y cómo la competencia
por ésos recursos encaja en la trayectoria de la era imperial.

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Esquema de la Economía Inka

La Economía Estatal
La economía inka ha sido con frecuencia considerada como la esencia de un
orden sostenido desde arriba. De acuerdo con muchos observadores tempranos, los inkas
dividieron las tierras y rebaños de las poblaciones recientemente anexadas entre el
estado, la iglesia oficial, y las comunidades (Garcilaso 1960 [1609; Cobo 1979 [1653:
Lib. II, cap. 28, p. 211, cap. 29, p. 215; Polo 1916 [1571: 58-60; Acosta 1962 [1590:
300; Arriaga 1968 [1621: 209). En principio, cada institución o comunidad era
sostenida por sus propios recursos de modo que nadie podía apropiarse de los productos
de la comunidad. Algunos escritores tempranos, reconocieron que las divisiones no eran
equitativas, pero aún tales enmiendas olvidan el punto de que las mejores tierras tanto las
cercanas al Cuzco como las provinciales fueron apartadas como propiedades privadas
para la realeza y la aristocracia. Más ampliamente, estudiosos como Rostwrowski (1962)
y Murra (1979) mostraron que había quizás nueve clases de tenencia de tierras bajo el
gobierno inka a principios del siglo XVI. El pastoralismo también tenía dimensiones
institucionales y privadas, pese a las confusas afirmaciones en fuentes tempranas de que
los inkas eran dueños de todos los rebaños del imperio. Del mismo modo, la producción
artesanal, el intercambio, y el acceso a muchas materias primas y productos terminados
estuvieron sólo parcialmente bajo supervisión estatal, aunque los inkas afirmaban lo
contrario. Si tenemos en cuenta que las economías costeras fueron más especializadas e
integradas que las de sus vecinos de la sierra, se pone de relieve que describir toda la
serie de economías del Tawantinsuyu está más allá del propósito de este trabajo (ver
Murra 1980; D´Altroy 1994)5. Mi objetivo es entonces, focalizar las bases de la
economía estatal inka y el lugar de los recursos de la elite - especialmente de la real -
dentro de ella.
En varios de sus influyentes trabajos, Murra (1975, 1980) describe cómo la
economía estatal fue organizada como una extensión de las economías de la sierra
peruana que estaba vigente en el momento en que los inkas surgen como imperio. Los
inkas construyeron sobre estructuras existentes, usando una ideología que legitimaba la
explotación, enmascarada sobre relaciones de parentesco tradicionales simétricas y
asimétricas. Típicamente, las unidades domésticas, nucleadas en un grupo de parentesco
corporativo llamado ayllu, obtenían acceso a las tierras agrícolas, pasturas, y otros
recursos como un derecho por su pertenencia al grupo. Con frecuencia, el ayllu
procuraba dispersar su población a través de ecozonas diferentes en un esfuerzo por
obtener tanta autosuficiencia como fuera posible (Murra 1972). Frecuentemente las elites
tenían derechos a mano de obra agrícola o pastoril, servicio personal y a algunos
productos artesanales, a cambio de su liderazgo ceremonial, político y militar, y por
financiar los eventos festivos. Las elites estrechaban sus vínculos sociales en parte
dispensando algunos bienes materiales y comestibles a su población, especialmente
tejidos, chicha, y coca (Wachtel 1977; Rostworowski 1988). Las obligaciones mutuas
vinculaban a los grupos, reforzaban los status desiguales, y permitían que el pueblo
tuviese acceso a ciertos bienes que no podrían haber obtenido de otra manera.
Cuando los inkas conquistaban una región, reclamaban para sí todos los recursos,
los cuales eran reasignados principalmente entre el estado, la religión estatal y las
comunidades sometidas. El estado parece haber disfrutado de muchos más recursos que

11
la religión, aunque algunas provincias habrían sido enteramente entregadas para la
explotación de los cultos (ver La Lone y La Lone 1987; Julien 1993). El estado
readjudicaba tierras agrícolas y pasturas a las comunidades en intercambio por servicios
rotativos, llamados mit´a. Algunos recursos naturales, especialmente metales, fueron
estrechamente controlados por el estado, pero el monopolio total no fue realmente
alcanzado (Berthelot 1986). En la práctica, las comunidades conservaron muchos de sus
recursos ancestrales, pero cedieron las mejores tierras agrícolas y pastoriles y otros
recursos al estado.
Tanto los autores coloniales como los modernos han observado frecuentemente
que la mano de obra era la fuente más importante de riqueza de los inkas, aunque el
estado en realidad recibía tanto servicios como productos; el personal estatal tomaba
decisiones de acuerdo con las circunstancias (Moore 1958; 59). La lista general de
trabajo entregado por los tributarios enumera alrededor de 40 clases de tareas (Falcon
1946 [1567]; Murúa 1986 [c. 1605]), que se corresponden bastante bien con los datos
tomados en las inspecciones provinciales realizadas por los españoles. En la región
peruana de Huánuco, por ejemplo, los testigos informan que realizaban 31 obligaciones
diferentes para el estado, que iban desde agricultura y pastoreo, albañilería, servicio
militar o de vigilancia, minería, portazgo, y artesanía (Helmer 1955-56; Ortiz de Zúñiga
1967, 1972). La tarea era asignada de acuerdo a la población de cada región, controlada
por censos periódicos, los que tomaban en cuenta los recursos que podían ser
explotados. En retribución de esos esfuerzos, los trabajadores tenían derecho a ser
mantenidos con alimentos y chicha mientras estaban efectuando las tareas ordenadas por
el estado.
Algunas de las instituciones estatales más importantes fueron grupos de trabajo
especializados, entre quienes se destacan los mitmaqkuna, yanakuna, y aqllakuna (ver
Rowe 1982). El primer grupo estaba compuesto de colonos reasentados internamente
con propósitos militares, políticos o económicos (Espinoza 1970, 1973, 1975, 1987). En
algunos casos, especialmente bajo Wayna Qhapaq, los inkas establecieron grandes
propiedades agrícolas y centros de producción artesanal, en sitios favorables (ver La
Lone and La Lone 1987; Spurling 1982). Por ejemplo, una gran cantidad de tierra
templada fue explotada en el valle de Cochabamba (Bolivia), donde Wayna Qhapaq
ordenó vaciar el sector occidental e instaló 14.000 trabajadores agrícolas, tanto con
status de colono como de trabajador rotativo (Wachtel 1982). Se consideraba que el
maíz obtenido allí era destinado a los ejércitos inkas; al principio fue almacenado en
2.500 depósitos en Cotapachi y luego transportado al Cuzco y a otras localidades. Otras
tierras agrícolas fueron asignadas también a usos militares, incluyendo las de Arica,
Arequipa y Abancay, donde se cultivaba coca, algodón, ají y frutos diversos (Spurling
1992; Espinoza 1973; La Lone y La Lone 1987). Ya sea que cultivaran granos, o
fabricaran tejidos o alfarería, a los mitmaqkuna se les concedieron derechos a tierras para
su propia subsistencia. La escala de los reasentamientos a lo ancho del imperio fue
extraordinaria, porque cientos o miles de comunidades fueron trasladadas a nuevas
ubicaciones. Probablemente varios millones de personas fueron finalmente reasentadas
bajo el gobierno inka, algunos localmente, otros a miles de kilómetros de su hogar
original (ver Rowe 1982).
Los yanakuna, fueron individuos apartados de su grupo de parentesco y
asignados a servicios permanentes, incluyendo agricultura y servicios domésticos para las
elites. Los individuos y familias asignados a trabajar en propiedades reales fueron
generalmente reclutados bajo esta modalidad. Los yanakuna especialmente talentosos
podían alcanzar altas posiciones administrativas. Las aqllakuna eran mujeres jóvenes

12
destinadas a vivir en recintos separados, dentro de instalaciones estatales, donde tejían y
fabricaban chicha, hasta ser entregadas en matrimonio a hombres honrados por el estado
(ver Morris 1974). Hay buenas razones para creer que, al crear estos status de
trabajadores especializados, los inkas estaban reelaborando instituciones preexistentes.
En particular, en la costa norte del Perú, los chimú, parecen haber utilizado artesanos
especializados para adscribirlos a la elite y quizás a instituciones estatales (Rowe 1948;
Moseley and Cordy-Collins 1990). Sin embargo, como hicieron con muchos rasgos del
imperio, los inkas produjeron su reorganización en una escala desconocida hasta
entonces.
Aunque los inkas impusieron estas modalidades culturales en muchas partes de
sus dominios, las economías de las sociedades sujetadas diferían grandemente de región
en región. En la costa del Perú, por ejemplo, los grupos locales se especializaban en
productos particulares, tales como cerámica, textiles, productos marinos o agrícolas, y
sandalias, intercambiándolos por otros producidos en otras partes. Inclusive algunos
grupos se ganaban la vida como comerciantes especializados (Rostworowski 1970;
Netherly 1978). La costa se diferenció también en cuanto a la escala del sistema de
irrigación agrícola, ya que la más extensa red de canales de las Américas conectaba cinco
valles en la región de Lambayeque-La Leche. Los jefes del estado chimú, que dominaban
toda la costa norte antes de ser conquistados por el Cuzco, favorecieron la inversión en
trabajos públicos, especialmente en proyectos agrícolas, más que en arquitectura
monumental. La gente de los Andes del norte tenía formaciones económicas menos
complejas que los chimú, pero usaban objetos con valor monetario en el sistema de
mercado regional. Aún en el altiplano boliviano, donde la economía mixta de agricultura
y pastoreo era apenas comparable con la existente en la sierra sur peruana, el balance
general favorecía al sector pastoril. Dadas estas variaciones y los reacomodamientos que
hicieron los inkas en cuanto a las diferencias locales, tenemos que tomar la descripción
de la economía inka presentada hasta el momento, como un retrato general y no como un
modelo universal.

Propiedades Reales y de la Aristocracia

La expansión de la política inka puso enormes recursos a disposición de las elites.


Algunas de estas posesiones se convirtieron en reservas privadas para los emperadores
vivos y muertos, sus panaqas sucesoras, y los demás miembros de la aristocracia.
Supuestamente, cada provincia apartaba tierras para cada gobernante, pero las
propiedades más suntuosas se encontraban concentradas en el centro del imperio, en una
franja del drenaje de los ríos Vilcanota y Urubamba, entre Pisac y Machu Picchu,
frecuentemente llamada el Valle Sagrado de los inkas. Igual que con otros aspectos de la
reorganización inka, se considera que fue Pachakuti quien impulsó la creación de
propiedades reales. Cada gobernante, de Wiraqocha en adelante tenía propiedades
particulares; no obstante, aún los monarcas más tempranos pudieron haber tenido
algunas. Por ejemplo, los descendientes de Inka Roq'a y de Yawar Waqaq, ocupaban
asentamientos donde veneraban las momias de sus ancestros reales (Sarmiento 1960
[1572 cap. 19, p. 224; Cobo 1979 [1653 lib.2, cap. 9 p. 125 y lib.2, cap. 10 p.129;
Rowe 1967: n.21, p. 68).
Los gobernantes sostenían sus propiedades de muchas formas, incluso realizando
obras de mejoramiento en territorios vírgenes y ordenando ampliaciones de otras ya
desarrolladas. Rowe (1990: 143) sugiere que Pachakuti instaló propiedades en lugares

13
tales como Pisac y Ollantaytambo para conmemorar sus victorias militares. También
instaló una esmerada propiedad en Juchy Cossco para su destronado padre Wiraqocha,
con el propósito de que viviera sus últimos años con mayor confort (ver Kendall et al.
1992). Algunas veces, los gobernantes convirtieron en privadas las tierras estatales más
aptas (Murra 1980; 38), como cuando Waskhar reclamó una región al este de Huánuco
(Julien 1993; 209-211) como suya. Monarcas y aristócratas pudieron también aumentar
su patrimonio aceptando regalos de sus sometidos, aunque la naturaleza voluntaria de
estas donaciones es dudosa (Rostworowski 1962; 134, 136; Conrad y Demarest 1984:
139). Es un rasgo particularmente interesante, el que algunas propiedades fueron
adquiridas y perdidas en juegos de azar, jugados incluso con el mismo Sol (Albornoz
1989 [1584: 175,182; Cobo 1979 [1653: cap. 15, p. 149; Julien 1993: 184, 209; 233).
Los reyes a veces confiscaban propiedades una vez que se había asentado la polvareda de
las luchas sucesorias (Cabello Valboa 1951 [1586 pt. 3, cap. 20, p. 360). Una
importante transferencia de tierras parece haberse programado cuando terminaba la
guerra dinástica entre Atawallpa y Waskhar. Como ha sido descripto anteriormente, el
conflicto terminó con la virtual erradicación de los adultos de la panaqa de Thupa Inka
Yupanki (Qhapaq ayllu) y los miembros de la panaqa de Waskhar (Waskhar ayllu). Sin
adultos para proteger sus intereses, los descendientes del Qhapaq Ayllu se presentaron a
los tribunales españoles en 1569 para reclamar las propiedades de sus ancestros (Rowe
1985b; Niles 1987: 20).
Desde el punto de vista físico, algunas propiedades fueron creadas realizando
formidables trabajos de ingeniería. Los establecimientos de Wayna Qhapaq en Yucay
fueron construidos sobre pantanos desecados, y los de Waskhar en Pomabamba fueron
habilitados desviando un río para crear nuevas tierras (Rostwrowski 1962; 134-135;
Villanueva 1971; Niles 1987; 13). Aún cuando parte de las propiedades atribuidas a los
monarcas tempranos mostraban grandes obras de mejoramiento, la ejecución de
proyectos de manejo de los cursos de los ríos fue creciendo en importancia porque los
buenos campos existentes ya habían sido utilizados. En un momento, Waskhar se quejaba
que la reglas sobre la tenencia de tierras significaba que los muertos “tenían todas las
mejores tierras del reino”, y que no quedaban lotes de tierra decentes para reclamar para
sí (Pizarro 1986 [1571: cap. 10. p. 54). Su enojo podía nacer del rencor político
asociado a su conflicto con Atawallpa, pero pudo haber tenido fundamentos legítimos
para quejarse sobre el acceso a las mejores tierras por los señoríos rurales. El hecho
especialmente significativo aquí es que Washkar parece haber propuesto la abolición o
confiscación de algunas propiedades, con el propósito de apropiárselas para sí mismo.
Aunque nuestro cuadro del sistema prehispánico alrededor del Cuzco se ve
oscurecido por el rápido uso de reclamos nativos adaptados a los preceptos legales
europeos, a fin de obtener control sobre tierras, parece claro que las propiedades de un
gobernante muerto quedaban normalmente para su panaqa. De acuerdo al principio
llamado herencia partida, el trono pasaba a un sucesor que debía desarrollar los recursos
de su propia parentela. Las tierras de la reina (qoya) se consideraban por separado; no
volvían a la panaqa de su marido, pero quedaban para los descendientes de ella, tanto
masculinos como femeninos. Los derechos sobre las tierras parecen haber sido
particularmente embrollados, porque la realeza inka estaba vinculada a través de la
sangre y el matrimonio de varias maneras. La elección personal debió haber jugado un
rol en la herencia, los demandantes en los litigios coloniales tempranos atestiguan que
algunos legados testamentarios salteaban generaciones de acuerdo a la voluntad del
benefactor. A lo largo de generaciones el número y tipo de reclamos que podían
entablarse sobre una tierra en particular debe haber creado una base fértil para la intriga

14
(Rostworowski 1962, 1963; Murra 1979; Heffernan 1995).
Las propiedades reales se distribuían en muchos ambientes ecológicos para
proveer acceso a una amplia serie de recursos. El patrimonio de Wayna Qhapaq en
Yucay, que son los dominios mejores descriptos, incluyen tierras para granos, pasturas,
edificios, bosques, parques, una laguna y un pantano, una zona de caza, y campos de sal
(Villanueva 1971; Farrington 1995). La heterogeneidad ecológica de los Andes y
proyectos de mejoras de largas décadas permitieron que las parcelas que pertenecían a
los gobernantes, aristócratas, y comunidades locales se fueran intercalando unas con
otras. Los inkas fueron especialmente propensos a conservar la información y a nombrar
los elementos naturales y artificiales de sus tierras, pero la cuidadosa enumeración de
nombres de tierras y terrazas individuales cubriendo menos de la mitad una hectárea,
sugiere cuán importante era seguir el rastro aún de las más pequeñas parcelas
(Rostworowski 1962, 1963, 1966; Rowe 1990, 1997).
Debido a que las propiedades formaban retazos de tierras, es difícil estimar cuál
era el tamaño de las propiedades individuales, pero el patrimonio de algunos
emperadores probablemente alcanzaba unas miles de hectáreas. El número de
trabajadores destinados a las propiedades reales era muy alto, considerando que 2.400
hombres y sus familias estaban ocupados en los dominios de Wayna Qhapa en Yucay
(Villanueva Urteaga 1971; 94, 98, 136, 139; Rowe 1982: 100; Niles 1987: 13-15). Aún
más impresionante, Thupa Inka Yupanki tenía entre 4000 y 5000 trabajadores en sus
propiedades en cada una de las tres ubicaciones en el imperio (Rostworowski 1966; 32).
Sus productos fueron usados para sostener adecuadamente a los monarcas, en la vida y
en la muerte. También proveyeron riqueza y sustento a sus descendientes, y sostenían sus
actividades políticas y ceremoniales. Esas necesidades eran muy pesadas, porque los
gobernantes vivos y muertos y sus parientes gastaban gran cantidad de tiempo en
visitarse unos a otros y en organizar rituales. Cobo (1990 [1653 lib. 1, cap. 10, pp. 40-
43) comentaba ácidamente que aquellas visitas eran necesarias para racionalizar los
derechos de las panaqas a recursos tan grandes y por su apego a la perezosa lujuria.

Restos Arqueológicos de las Propiedades


Los restos arqueológicos a lo largo del Valle Sagrado proveen magníficos
testimonios de los recursos y artesanías utilizadas en las propiedades reales. La
propensión inka para mejorar los terrenos y elaborar estructuras complejas es uno de los
rasgos más distintivos de su manera de diseñar las propiedades. Todas exhiben terrazas
finamente realizadas, canales, represas, trabajo en piedra, y están situadas generalmente
en promontorios rocosos. Tal combinación de rasgos fue probablemente intencional,
porque las piedras, las fuentes y los picos eran el hogar de espíritus poderosos llamados
apu; el diseño arquitectónico de las propiedades ofrece sobradas indicaciones de que sus
ocupantes estuvieron con frecuencia inmersos en ceremonias (MacLean 1986; Hyslop
1990; 102-145). Existe una correspondencia absoluta entre las propiedades reales
conocidas y las terrazas más elaboradas de los alrededores del Cuzco (Protzen 1993;
271). Hyslop (1990: 140) ha observado que el diseño y orientación de los sistemas de
irrigación de las propiedades reales no son parte de un patrón generalizado.
Una breve descripción de algunos establecimientos nos ayudará a encontrarles
sentido. Ollantaytambo, atribuido a Pachakuti, fue planeado como residencia real con
palacios, edificios religiosos y defensivos, almacenes, caminos y puentes, terrazas y riego
(Squier 1877; Gasparini y Margolies 1980; 68-75; Gibaja 1983; Protzen 1993). Su
centro está dominado por un camino enrejado trapezoidal sobre un abanico aluvial, con
bloques de viviendas formados por recintos compuestos (kancha), consistentes en seis o

15
más cuartos enfrentados a un patio abierto. Al oeste, un gran conjunto de terrazas caen
hacia la ladera del cerro, donde se erigieron los complejos llamados ahora la Fortaleza y
su Templo del Sol. El tratamiento del paisaje alrededor de Ollantaytambo sintetiza el
genio inka para modificar el terreno natural y diseñar sus construcciones adaptándolas a
la forma del terreno. Canalizaron los ríos Urubamba y Patakancha y construyeron once
extensas terrazas que se integran armoniosamente con la ladera del piedemonte; sus
laderas empinadas ayudaron a rechazar las expediciones españolas enviadas contra
Manqo Inka en 1536 (Anónimo, Sitio del Cuzco 1934 [1536: 33; Pizarro 1986 [1571:
146-148; Protzen 1993; 22-26).
Es fascinante notar que, aunque las panaqas tenían ostensiblemente derecho
inviolable a controlar sus establecimientos, tanto Pachakuti como Thupa Inka Yupanki
mandaron construir importantes edificios en el sitio. El trabajo arqueológico ha
identificado tres fases mayores de construcción en la era imperial, usando siete clases
diferentes de piedra, cada una de las cuales era trabajada en un estilo distinto. Con el
tiempo, las estructuras más tempranas fueron desmanteladas, y muchas piedras
trabajadas nuevamente y puestas en otro sitio (Hollowell 1987: 48). Los diseños aún
eran ejecutados cuando la aparición de los españoles detuvo abruptamente la
construcción imperial. Así, aún en un sitio que se considera propiedad privada de un solo
emperador y de su panaqa, hubo cambios en el planeamiento y en la ejecución durante
más de 100 años de ocupación.
De los establecimientos de Thupa Inka Yupanki, el mejor conocido fue una villa
rural erigida en Chinchero, 30 km. al noroeste del Cuzco (Alcina Franch 1976; Alcina
Franch et al 1976). Al igual que otros dominios, Chinchero fue un establecimiento
planeado, con una gran plaza central y un montículo o plataforma, rodeado por terrazas
agrícolas y conjuntos compuestos, que Betanzos (1996 [1557: cap. 38, p. 159) refiere
como construidos para alojar a la nobleza del Cuzco cuando venía de visita.
Aparentemente Chinchero fue íntegramente un asentamiento imperial en la prehistoria,
porque los depósitos llenos de la topografía remodelada contenían cantidades de
cerámica inka policroma (Rivera 1976; 28). Como puede esperarse de un lugar de
descanso real, en el cual las actividades principales consistían en una residencia y
hospitalidad relajadas, la cerámica constaba de grandes vasijas de almacenaje, y vasijas
usadas para preparar y servir alimentos y bebidas. Sobre todo, hay pocas evidencias de
actividades ceremoniales, o artesanales, excepto por una pequeña producción de tejido.
El principal establecimiento de Wayna Qhapaq en Yucay se centraba en la
residencia llamada Quispiguanca. Fue un lugar de recreación que existía sólo debido a la
mayor hazaña de ingeniería ecológica inka, ya que muchos de estos terrenos eran áreas
pantanosas canalizadas mediante los ríos principales y varios tributarios (Farrington
1983, 1995). Su amplia arquitectura de adobe es modesta en comparación a los
establecimientos de otros emperadores, quizás porque los alojamientos más elaborados
de Wayna Qhapaq estuvieron en Tumipampa, Ecuador, lejos del Cuzco (Niles 1992). El
dominio (10,4 ha) contiene tres sectores en una serie de terrazas y un abanico aluvial; un
área agrícola, una zona residencial o de estructuras y un complejo habitacional al borde
del lago. El establecimiento incluía 40 parcelas designadas con nombres donde se
cultivaba maíz, batatas, y cultivos de clima cálido como coca, ají, algodón y maní
(Villanueva Urteaga 1971). De acuerdo a las fuentes documentales, el dominio incluía
bosques habitados por ciervos, y un lago artificial usado para criar peces y junquillos. La
presencia de varias plantas de climas más cálidos y húmedos que el de Yucay, sugiere que
los inkas sabían cómo usar la temperatura y la capacidad de las terrazas para retener la
humedad, logrando así una mini-montaña cerca del Cuzco para el placer de los

16
emperadores (Farrington 1995).
Los visitantes de estas propiedades generalmente se sorprenden por la serie de
mejoras arquitectónicas y técnicas del manejo de la tierra, raramente vistos fuera del
centro del imperio. Con justicia los inkas son tan renombrados por las residencias reales
de la mayor parte de los sitios, que muestran ornamentación de tallas de albañilería,
canales intrincados y complejos de fuentes, y terrazas muy elaboradas. Con frecuencia
pensamos que el mejoramiento de los terrenos fue diseñado para aumentar la
producción. Aunque esto fue verdad en algunos casos, el principal objetivo de los
establecimientos reales tenía tanto que ver con definir el espacio simbólico, desplegar
elementos de status, y quizás estéticos como con intensificar la subsistencia. Las momias
o ídolos de muchos de los monarcas desaparecidos fueron reverenciados en esos sitios,
mientras sus acaudalados descendientes organizaban una secuencia recurrente de rituales
que aseguraban que su status fuera mantenido. El diseño de los asentamientos,
modificado y adaptado a las fuentes de poder naturales, tales como rocas, picos y
vertientes, significa que los gobernantes reverenciaban y solicitaban ayuda a los poderes
del cosmos a través del paisaje que los rodeaba (Farrington 1983, 1995: 57; ver también
Protzen 1993). Al mismo tiempo, mejoraron la producción aumentando el área de tierra
arable, reduciendo la erosión, proveyendo agua por irrigación, y creando microclimas
favorables. Por sobre todo, las propiedades rurales, más que ningún otro aspecto del
imperio fuera del Cuzco, ejemplifican cómo la consanguinidad y el rasgo exclusivo de las
clases superiores controlaban, cada vez más, el poder y la riqueza en el corazón del
imperio.

Conclusión

Este trabajo explora la dinámica del desarrollo de las relaciones políticas y


económicas del imperio Inka. La mayoría de las veces, el estado y las instituciones de
elite, y la economía que los sustentaba, se comprenden mejor en la forma final que en sus
etapas más tempranas. Todavía tenemos una visión marginal de como era el tipo de vida
hacia fines de la era imperial. Aún así parece probable suponer que la política inka
temprana fue progresivamente de alianzas e invasiones, a la dominación y finalmente a la
anexión directa. Nuestra evidencia arqueológica actual sugiere que aquellos cambios
comenzaron a ocurrir en algún momento entre el 1200 y el 1400 dc.; posteriormente la
fase expansionista se agudizó. La creación de estilos protoimperiales en arquitectura y
materiales culturales de prestigio parece haberse anticipado a las grandes expansiones, de
manera que para el momento en que los inkas emprendieron la conquista del mundo
conocido, existen correlatos materiales ya en su lugar, que asociamos con el status
imperial. De todos modos, los inkas parecen haber elaborado gran parte de su aparato
socioeconómico solo como respuesta para poder manejar una vasta población.
Hacia 1532, los inkas habían dado importantes pasos destinados a ubicar su
imagen sobre las sociedades andinas. Los movimientos tendientes a la creación de una
economía estatal independiente, basados en recursos opuestos y usando personal
especializado, habían transformado la vida de millones de personas. No obstante, así
como la incorporación al estado Inka transformó muchos aspectos de las sociedades
sometidas, la estabilidad de las economías locales proveyó las bases de la economía
estatal. Por ello, muchos de los patrones previos de organización de las comunidades aún
caracterizaban la vida en el nivel local bajo la dominación cuzqueña. La importancia de
los grupos locales de parentesco en proveer acceso a los recursos y organizar la mano de

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obra, la jerarquía social basada en el parentesco, y los derechos a bienes suntuarios como
consecuencia del status social eran todavía centrales, aún cuando ahora los derechos se
conferían desde arriba.
A pesar de la estabilidad local, algunos de los cambios que estaban ocurriendo
tenían el potencial de transformar la vida de manera sustancial. Unos de los principales
cambios descriptos más arriba fue el desarrollo de recursos privados. Los dominios más
prominentes fueron las propiedades reales cerca del Cuzco, pero también se apartaron
dominios para los reyes y otros aristócratas fuera del centro del imperio. El
enriquecimiento de individuos o linajes fue exaltado, ya que los descendientes de los
ancestros venerados tenían que cuidar de sus antepasados eternos. El resultado puro,
como he dicho, fue la transferencia permanente de los mejores recursos a manos
privadas, lo que provocó un aumento de la competencia al nivel más alto. La panaqa se
convirtió en opulenta, mientras asumía la obligación de mantener adecuadamente a los
ancestros deificados. Pese al principio de que las propiedades reales tenían que trabajarse
a perpetuidad por y para la panaqa de cada emperador, existen indicios de que esta
política no fue absoluta. Por ejemplo Ollantaytambo, se desvió de la norma, se hace
referencia a que una de las propiedades de Thupa Inka Yupanki fue abandonada poco
tiempo antes del colapso del imperio (Sarmiento 1969 [1572]: cap. 32, p. 237; Cobo
1979 [1653]: lib. 2, cap. 15, p. 149). Es sumamente interesante el que las elites más
poderosas (ej. reyes) hayan tenido la habilidad de convertir recursos estatales en
propiedades privadas. En las provincias, las divisiones entre estado y comunidades
sometidas, o entre lo público y lo privado, eran a veces difusas, ya que los adornos
otorgados a las elites sometidas fueron algunas veces consumidos en actividades
publicas. Las elites regionales, grupos terratenientes preocupados de si mismos, fueron
simultáneamente líderes de la sociedad local y dirigentes estatales. Debido a sus múltiples
roles, había mucho espacio para el conflicto de intereses entre las elites locales, situación
que abunda en los documentos tempranos.
Para terminar, quiero enfatizar que este trabajo se ha centrado solo en algunas de
las complejidades en las vidas de los poderosos en el imperio Inka. La comparación con
otros trabajos de este volumen debiera ilustrar que el proceso descripto acá, evidencia
tanto patrones generales vistos en una variedad de casos como giros de una naturaleza
andina peculiar. Es mi esperanza que al mezclar ambos, conseguiremos una mejor
comprensión de los imperios en general y del Tawantinsuyu en particular.

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Notas

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1
Cook estima que la población prehispánica de Perú era de nueve millones de habitantes, no existen estimaciones
sólidas del resto del imperio.
2
Rowe 1946:201-09. El trabajo se basó fundamentalmente en Sarmiento, Cieza de León, Cabello Valboa, Murúa y
Cobo; aunque utilizó otras fuentes para corroborar los datos tales como: los escritos de Polo, las Relaciones Geográficas
de Indias, Blas Valera y Santillán. Rowe descuenta explícitamente la veracidad de Garcilaso de la Vega, considerado hasta
ese momento la fuente más confiable en asuntos inka. Pärssinen (1992:71-140) ha retomado recientemente una revisión
del compendio de Rowe, basado en una variedad de documentos locales.
3
Para una revisión temprana y profunda de varios sucesos de la vida de Pachakuti ver Rostworowski 1953.
4

Sarmiento 1960 [1572: ch: 25, pp.230; ver también Cabello Valboa 1951 [1586]: ch 14, pp. 298-299. La posición tomada
por la mayoría de los testigos de Sarmiento puede entenderse como de protección a sus propios intereses, ya que la
aceptación de la legitimidad de Inka Urqu podría haber puesto su status en tela de juicio.
5
Esta sección del presente artículo es en parte la destilación de algunas ideas presentadas en D'altroy 1994.

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