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Teatro del siglo XIX: Teatro Realista y Naturalista.

La segunda mitad del siglo XIX está dominada por dos tendencias literarias que tienen su reflejo también en
la literatura dramática y en la forma de representación teatral: el Realismo y el Naturalismo.

El Realismo en teatro presenta un lenguaje cotidiano y familiar y sus personajes no sólo hablan en forma
natural, sino que poseen una psicología de seres comunes; sus acciones se asemejan todo cuanto se pueda a
las acciones de la gente real. Representadas sobre el escenario tienen que convencer al público de que la
acción que desarrollan podría darse en la vida. Teatralmente, estas obras tienen dos importantes retos; una es
alcanzar la elevación de espíritu y expresión, y otra conseguir el efecto dramático sin perder la sensación de
naturalidad. Los vestuarios y escenografías, rigurosos y fieles a la realidad, y el escenario de “medio cajón”
tenderían precisamente a proporcionar esta sensación ilusoria de estar contemplando algo que sucede
realmente.

El Naturalismo, como tendencia literaria, implica otros principios más complicados, basados en teoría
científicas que aparecen en aquella época, y afecta más a los temas y al tratamiento de personajes y acciones.
Considera el Naturalismo que los seres humanos están gobernados por leyes de la herencia y por influencia
del medio; de un modo inexorable están condicionados sin remisión; cada hombre o mujer es lo que es
debido a su herencia biológica y al medio en que se desenvuelve. Sin libertad y sometidos a leyes naturales,
ningún ser humano puede alcanzar la felicidad. Tanto en narrativa como en teatro, la obra naturalista no es
sino el intento de presentar una parte de la realidad, observada con frialdad y distancia y transmitida
fielmente.

El autor precursor del naturalismo, e incluso del Expresionismo del siglo XX, fue el alemán Georg Büchner,
que en 1836 escribe una obra, “Woyzeck”, sobre la vida de un mísero soldado que termina asesinando a su
mujer. Por la misma época, en Suecia, nace uno de los más grandes dramaturgos de esta segunda mitad del
siglo XIX, Henrik Ibsen, al que se

A Henrik Ibsen se lo considera el gran innovador y el creador del teatro realista moderno. La obra de Ibsen
se ajusta el concepto de la “obra bien hecha”, aquella en la que la estructura interna y externa encajan
perfectamente, con una gradación ascendente de la tensión dramática y una distribución siempre equilibrada
de fuerzas psicológicas. La obra maestra de Ibsen es “Casa de
muñecas”, que es un alegato a favor de la liberación de la mujer, lo
que creó un gran escándalo y revuelo social. Sin la obra dramática
de Ibsen sería inconcebible el desarrollo posterior del teatro en el
siglo XX. Frente al realismo de Ibsen encontramos el desgarrado y
atormentado naturalismo de August Strindberg, también sueco.
Tuvo una vida turbulenta, con repetidos divorcios e intentos de
suicidio. De sus obras, la que sigue completamente viva en el
repertorio de los teatros internacionales es “La señorita Julia”,
estrenada en 1888.

En Francia, el Naturalismo amplia la afición al teatro; existen dos


teatros nacionales y numerosos teatros de los llamados de bulevard,
que ofrecen melodramas y vodeviles, comedias y espectáculos
musicales. Sin embargo, el local donde los naturalistas estrenaron
sus obras fue el Teatro Libre de André Antoine, que era una sala pequeña en la que se estrenaban obras de
nuevos autores, lo que llevó a la ruina a su fundador, pero tuvo grandes repercusiones en la renovación del
teatro. El Teatro Libre de Antoine era el verdadero escaparate del Realismo y fundó el modelo de teatro
experimental que luego se seguiría en el resto de Europa y en Estados Unidos. Supuso una renovación en la
forma de interpretar, pues hizo que los actores hablaran y se movieran como
seres humanos reales, eliminando algunas convenciones estereotipadas,
como la norma de no dar la espalda al público. Utilizaba decorados realistas,
con muebles reales de la época, sin usar bambalinas ni telones. Por desgracia
su trabajo resultó un fracaso económico, aunque un gran triunfo del teatro,
pues su proyecto logró encontrar una forma realista de representar,
humanizó la actuación, estimuló la creación de nuevos dramaturgos y creó la
idea de los conjuntos actorales, en contra de la figura individual del gran
actor rodeado de mediocridades sin coordinación.

En Rusia, el Realismo se convirtió en teatro psicológico con la obra de


Antón Chejov, cuyo éxito es inseparable de la fundación del Teatro del Arte
de Moscú por Stanislawsky y Dachenko.

August Strindberg

Otros realistas cuya obra también está ligada a


este extraordinario estudio de teatro son Tolstoi y
Maximo Gorki. El fundador, Constantin
Stanislawsky, nació en una familia acomodada y
en su juventud primera fue fundador de la
Sociedad de Literatura y Arte. De su encuentro
con Vladimir Nemirovich Dachenko nace la idea
de la fundación del Teatro del Arte de Moscú,
que formado en principio por estudiantes de
teatro y aficionados, llegó a constituirse como
uno de los grandes conjuntos de actores del
mundo. Su propósito no era captar los aspectos
superficiales del realismo, sino representar lo que
Stanislawsky llamaba la “verdad interior, la
verdad del sentimiento y de la experiencia”. El
Teatro del Arte de Moscú, consigue que Antón
Chejov, que había fracasado anteriormente con su
obra “La gaviota”, se convenciera de seguir
escribiendo para el teatro, y así surgieron obras
maestras del drama como “El tío Vania”, “Las
tres hermanas” o “El jardín de los cerezos”. En
sus obras no se produce el conflicto de héroes o
heroínas, sino que la historia parte ya de un
conflicto en el que esos héroes y heroínas han
sido ya derrotados; no luchan, sino que se
abandonan a un destino ya cumplido; la obra
desarrolla esa derrota vital de los personajes. Autor muy diferente es Gorki, que representa el teatro para el
pueblo, frente a un teatro dirigido a la nobleza primero y a la burguesía después. Su obra más célebre es
“Los bajos fondos”, trata sobre personajes tomados de la realidad observada en los caminos y posadas
míseras de Rusia.
Oscar Wilde

En Inglaterra, en la década de los años 1890, aparecen dos


dramaturgos realistas de importancia. Oscar Wilde cautivó
al público londinense con sus comedias de alta sociedad,
llenas de ironía, en las que manejaba como nadie un
lenguaje cínico y elegante; escribió cuatro comedias cuya
culminación fue “La importancia de llamarse Ernesto”. Un
poco después, unos años antes de la Primera Guerra
Mundial, aparece Bernard Shaw, un autor que cosecha
grandes éxitos con comedias de fino humor, como “Casa de
Viudos” o “El soldado de chocolate”. Su obra culminante
fue “Cándida”. La continuada calidad de sus obras le
consagraron como el más grande de los dramaturgos
ingleses modernos.

El Realismo español está representado por las obras


teatrales de Benito Pérez Galdós, que a veces son
adaptaciones de sus novelas, y por Echegaray, que obtuvo el
Premio Nobel , y que fue un autor de éxito en su momento, pero hoy poco considerado.

Una novedad teatral: conjuntos o grupos de actores

Hasta el triunfo del Realismo en la última década del siglo XIX, la actuación era en casi todas partes un
despliegue de talentos individuales, mientras el resto de la representación se desarrollaba precariamente. Era
necesaria la constitución de conjuntos de actores y la armonización de todos los elementos teatrales. Esto
sucedió gracias a tres innovadores. Aunque sus ideas sobre la representación se dedicaban al drama musical,
Wagner influyó también en el ámbito del teatro por su idea de fundir todos los factores de la producción
teatral en un todo expresivo. Por otra parte, el Duque de Meiningen, llamado el Duque del Teatro, impulsó
en su corte la formación de conjuntos de actores donde los grandes intérpretes no fueran los únicos
protagonistas, sino que todos actuaran en una misma línea de expresividad. La tercera persona que
contribuyó a esta idea, y de la que ya hemos hablado anteriormente, es André Antoine, con su Teatro Libre,
que encontró imitadores y seguidores en todo el mundo.

En esta época encontramos grandes actores que brillaron en los teatros europeos de finales del siglo XIX,
como la actriz Rachel, especialista en las tragedias clásicas francesas, que viajó en constante éxito por
Europa y EEUU, hasta su muerte a los treinta y ocho años. Sarah Bernhardt, cuya fama llega hasta nuestros
días, triunfaba en Francia como actriz trágica. Encontramos grandes actores y actrices en Italia, como
Adelaida Ristori y Tommaso Salvini. Pero pronto se impondrían los conjuntos o grupos de actores adscritos
a un teatro, como el formado en el “Burgtheater” de Viena, donde reinaba sobre todo la actuación de
conjunto. Quien desarrolló esta idea plenamente fue el Duque de Meiningen, quien después de ver el trabajo
del actor inglés Charles Kean y los trabajos del Burgtheater vienés, fundó su propia compañía, que no estaba
formada por actores distinguidos. Sus actores representaban indistintamente papeles principales y pequeños,
realizando largos y minuciosos ensayos. Destacó también como diseñador y escenógrafo, dotando de valor y
equilibrio a todos los planos de la representación. El conjunto Meiningen realizó giras por toda Europa,
desde Londres a Moscú, e influyó en la creación de otras escuelas de representación semejantes. El mismo
Stanislawsky reconoció siempre cuánto influyó este conjunto alemán en su obra

A mediados del s. XIX, Europa un movimiento cultural que pretendía acabar con las
tendencias implantadas por el romanticismo. Se trataba de una reacción frente al “arte por
el arte”, como consecuencia del cansancio producido por lo imaginativo y pintoresco.
Pretendía observar objetivamente a las personas y la sociedad.
Estas influencias se hicieron notar en el teatro español a principios del s. XX. Las obras de
carácter exótico y las de aventuras dieron paso a la configuración de obras dramáticas que
representaban los valores e inquietudes de la burguesía emergente. Era como un espejo en
el que los miembros de esta clase podían ver reflejados sus intereses: materialismo, deseo
de ascenso social y aprecio por lo cotidiano e inmutable. Las compañías teatrales formadas
por los grandes actores y actrices del momento, que eran además empresarios, se
dedicaban a complacer los gustos de este público conservador y convencional.
El teatro de esta época se caracteriza por la presentación de contrastes: tradicionales y
campesinos, modernos y urbanos o el éxodo del campo a la ciudad y los dilemas morales
que estas situaciones provocan.

Entre las características generales del teatro realista se encuentran:


-La presentación objetiva de la realidad. El principal recurso de los dramaturgos de la época
es: la observación directa de las costumbres o caracteres psicológicos.

-Temas cercanos al espectador: defensa de ideales, conflictos matrimoniales...

-Se emplea un lenguaje coloquial, que sitúa a los personajes en su ambiente real.

Principales dramaturgos
Como principales dramaturgos podemos destacar:
José Echagaray, éste destacó por su afán por conseguir aunar dos elementos incompatibles:
el romanticismo exagerado, con el positivismo y realismo latente en su tiempo. Su creación
dio lugar a un teatro de costumbres contemporáneas, basado en procedimientos
románticos. Algunos críticos dijeron de él que “abusa de las situaciones trágicas y
patéticas”.Sus obras se caracterizaron por plantear un caso de conciencia, un problema
ideológico.
Entre sus obras más destacadas se encuentran: “El loco Dios”, “Mancha que limpia”, “El gran
Galeoto”, “O locura o santidad”…
Aunque su carrera dramática fue tardía fue tardía, Benito Pérez Galdos puede ser
considerado uno de los autores más representativos del panorama teatral del momento. Su
teatro destacó por su sinceridad e inconformismo. Sus obras más representativas son: “La
loca de la casa”, “La hija de San Quintín”, “Electra” y “El abuela”.
La obra de Jacinto Benavente puso punto y final al tono melodramático, grandilocuente y
declamatorio que imperaba. Con “Los intereses creados” (1907) se inició lo que se conoció
como realismo moderno.
Otra tendencia destacada dentro del Realismo español, de principios del s. XX, es el teatro
popular, el drama social de corte costumbrista, el cual acaba derivando en una forma
estilística original: el sainete.

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