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de hablar y con fervor comienzo a profundizar lo que se había dicho. Después de disertar con
–Sí, y me gusta enseñarla –dije mientras recordaba los regalos que más me han
marcado.
Tenía siete años de edad, vivíamos en el segundo piso de una clínica, mis padres
gustaba ver mucha televisión. Un día cualquiera de 1985 mi papá trajo una caja de madera
–Esto es un tablero de ajedrez hijo –dijo mientras armaba las piezas en el tablero.
Ese día me enseñó las reglas y rudimentos del juego. Quedé prendido para toda la
vida al ajedrez. No dejé de jugar con mis amigos, y con todo aquel que supiera jugar. Luego
entré en un club de ajedrez y participe en muchos torneos, donde aprendí a ganar y sobre
todo, a perder. El ajedrez me llevó a los libros y los libros a la literatura fantástica; y el ajedrez
y los libros a los amigos. Con ellos nos reuníamos para juagar y hablar sobre literatura.
Cuando estaba en décimo, me llamó mucho la atención las clases de filosofía. Comencé a ver
la relación entre el ajedrez y la literatura en una sola. Y finalmente, lo que hizo que me
decidiera fue una vez, que estaba estudiando matemáticas ya que estudiaba ingeniería
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Lo tomé y revisé detenidamente, eran la lógica y la ética nicomáquea de Aristóteles.
Devoré los libros en poco tiempo, la lógica era complicada, pero estaba acorde a los
principios del ajedrez, por lo que me encantó, y la ética del justo medio me hizo entender que
Aristóteles era uno de los más grandes filósofos de la historia. Ahí me decidí, tenía que
cambiaba para filosofía. Se puso como una loca, me gritó y amenazó con echarme a la calle,
decía que cómo se vivía de eso. Pensó que iba a quedar en las esquinas de hippie vendiendo
Me iba muy bien, ocupaba los primeros puestos e iba a distintos congresos y foros en el país.
Cada día me enamoraba más de mi carrera, y entendía que el espíritu de la filosofía más que
que su mayor logro es poder transmitir su saber y lograr que sus estudiantes filosofen. Fueron
me sentía preparado para el aula de clase. Y logré ubicarme, primero en una institución
privada, y luego en una pública. Ha sido una gran experiencia, donde también se aprende
cada día, donde los estudiantes entusiastas preguntan cada cosa, donde también tengo la
oportunidad de enseñarles que lo que ven no es lo que parece, de lanzar esa pregunta que los
pone a pensar. Y así, observar como cada uno de mis estudiantes se va construyendo así
mismo.
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Miro de nuevo a mi estudiante y le comento que la filosofía es lo mejor que me ha
pasado y que uno tiene que hacer lo que le gusta, porque si usted trabaja en algo que no le
gusta, así sea que lo haga todo el día, no está haciendo nada, recordando a Facundo Cabrales.