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LA LÓGICA DE ARISTÓTELES

Por Ricardo Felipe Nieto Pavía

Escucho la relatoría de un estudiante sobre la filosofía de Platón, espero que termine

de hablar y con fervor comienzo a profundizar lo que se había dicho. Después de disertar con

entusiasmo, un estudiante que estaba sentado en la tercera fila comenta

–Profe, a usted le gusta mucho la filosofía, se le nota.

–Sí, y me gusta enseñarla –dije mientras recordaba los regalos que más me han

marcado.

Tenía siete años de edad, vivíamos en el segundo piso de una clínica, mis padres

trabajaban como médicos y casi siempre estaban en el consultorio o en cirugía, a mí me

gustaba ver mucha televisión. Un día cualquiera de 1985 mi papá trajo una caja de madera

escaqueada. Nos sentamos en la mesa, abrió la caja y sacó unas fichas.

–Esto es un tablero de ajedrez hijo –dijo mientras armaba las piezas en el tablero.

Ese día me enseñó las reglas y rudimentos del juego. Quedé prendido para toda la

vida al ajedrez. No dejé de jugar con mis amigos, y con todo aquel que supiera jugar. Luego

entré en un club de ajedrez y participe en muchos torneos, donde aprendí a ganar y sobre

todo, a perder. El ajedrez me llevó a los libros y los libros a la literatura fantástica; y el ajedrez

y los libros a los amigos. Con ellos nos reuníamos para juagar y hablar sobre literatura.

Cuando estaba en décimo, me llamó mucho la atención las clases de filosofía. Comencé a ver

la relación entre el ajedrez y la literatura en una sola. Y finalmente, lo que hizo que me

decidiera fue una vez, que estaba estudiando matemáticas ya que estudiaba ingeniería

industrial, y llegó mi papá, entró en mi habitación y me entró dos libros.

–Los vi y pensé en ti –dijo.

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Lo tomé y revisé detenidamente, eran la lógica y la ética nicomáquea de Aristóteles.

Devoré los libros en poco tiempo, la lógica era complicada, pero estaba acorde a los

principios del ajedrez, por lo que me encantó, y la ética del justo medio me hizo entender que

Aristóteles era uno de los más grandes filósofos de la historia. Ahí me decidí, tenía que

estudiar filosofía. Me retiré de ingeniería, compré la inscripción y le dije a mi mamá que me

cambiaba para filosofía. Se puso como una loca, me gritó y amenazó con echarme a la calle,

decía que cómo se vivía de eso. Pensó que iba a quedar en las esquinas de hippie vendiendo

manillas o haciendo malabares en los semáforos.

–Los filósofos se mueren de hambre –dijo.

Al final la convencí de que la filosofía era lo que me gustaba. Y comencé a estudiar.

Me iba muy bien, ocupaba los primeros puestos e iba a distintos congresos y foros en el país.

Cada día me enamoraba más de mi carrera, y entendía que el espíritu de la filosofía más que

la adquisición del conocimiento es la enseñanza. También que un filósofo es un pedagogo,

que su mayor logro es poder transmitir su saber y lograr que sus estudiantes filosofen. Fueron

años de mucha lectura y conversación; discusión sobre teorías y camaradería. Al graduarme,

me sentía preparado para el aula de clase. Y logré ubicarme, primero en una institución

privada, y luego en una pública. Ha sido una gran experiencia, donde también se aprende

cada día, donde los estudiantes entusiastas preguntan cada cosa, donde también tengo la

oportunidad de enseñarles que lo que ven no es lo que parece, de lanzar esa pregunta que los

pone a pensar. Y así, observar como cada uno de mis estudiantes se va construyendo así

mismo.

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Miro de nuevo a mi estudiante y le comento que la filosofía es lo mejor que me ha

pasado y que uno tiene que hacer lo que le gusta, porque si usted trabaja en algo que no le

gusta, así sea que lo haga todo el día, no está haciendo nada, recordando a Facundo Cabrales.

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