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El origen de esta obra se remonta a 1853, cuando Baudelaire publica sus primeros
poemas en prosa, en una antología colectiva titulada Fontainebleau. Al año siguiente
publica otros con el título de Poemas nocturnos en la revista Le Présent. Posteriormente
en el contrato realizado entre el poeta y el editor Hetzel, que incluía una nueva edición de
Las Flores del mal, se esboza el planteamiento del libro, que sin embargo, no sería sino
hasta 1869, y de manera póstuma, que sería publicada una edición definitiva de los
poemas en prosa de Baudelaire (Michelena, M. en Baudelaire, C., 2002: 13).
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la mortalidad y la posición del poeta o artista y, ante todo, la ciudad. No obstante, estos
poemas no tienen una serie de características que los identifique en principio, salvo su
brevedad e intensidad. Al respecto, el siguiente comentario se podría ajustar a la lectura
del libro:
“Mediante la creación de un mundo posible dentro de la semiosfera literaria, el poema en
prosa puede adquirir, pues, categoría ficcional, y en consecuencia, tender de la lírica a la épica,
esto es, a la clase de poesía propia de la ficción, de la que no puede prescindir, a diferencia de la
lírica” (Martín Rodríguez, M., 2016: 226).
“No les es dado a todos tomar un baño de multitud: gozar de la muchedumbre es un arte; y
ello sólo puede hacerlo, a expensas del género humano, en una francachela de vitalidad, aquel a
quien el hada ha insuflado en su cuna el gusto por el disfraz y de la máscara, el odio al domicilio y
la pasión del viaje.
Multitud, soledad: términos iguales y convertibles para el poeta activo y fecundo. Quien
no sabe poblar su soledad no sabe tampoco estar solo entre una muchedumbre afanosa. (…).”
(Baudelaire, C., 2002: 47).
“(…). El poeta goza del incomparable privilegio de ser el mismo y otro según desee. Como
esas almas errantes que buscan un cuerpo, el poeta entra, cuando quiere, en el personaje de cada
uno. Solo para él todo está vacante; y si en ciertos sitios parecen cerrársele es que no valen la pena
ser visitados.
El paseante solitario y pensativo obtiene una singular embriaguez de esta universal
comunión. Aquel que desposa fácilmente en la multitud conoce goces fébriles de los que estarán
eternamente privados el egoísta, cerrado como un cofre, y el perezoso, internado como un
molusco. Él adopta como propias todas las profesiones, todas las alegrías y todas las miserias que
las circunstancias le presentan (…)” (íbid.48).
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actitud voluntaria y difícil consiste en recapturar algo eterno que no está más allá del
instante presente, ni detrás de él, sino en él” (Foucault, M., 2014: 47).
Gonzalo Arango, conocido también por sus copartidarios como “el profeta”, nació
en Andes (Antioquia) en 1931, estudió Derecho en la Universidad de Antioquia en 1947,
del cual desertó para dedicarse de lleno a la literatura. En la década del cincuenta, con la
caída del gobierno del Gustavo Rojas Pinilla, Arango militó brevemente en un grupo de
apoyo al General, siendo amenazado y exiliándose voluntariamente en el Chocó. No
obstante, en 1957 llegaría a Cali, donde en conjunto con otros jóvenes –como Alberto
Escobar, Amílcar Osorio y Eduardo Escobar- esbozarían los elementos característicos del
Nadaísmo, cristalizándose en el Primer Manifiesto Nadaísta, en la quema de libros en la
Plazuela San Ignacio en 1958 y el sabotaje al Primer Congreso de Intelectuales Católicos,
ambos en Medellín. Con los años, Arango fue cambiando algunas de sus posturas iniciales,
llevándolo a una relación de amor y odio con los otros miembros del movimiento
Nadaísta. Finalmente, fallecería en un accidente automovilístico en la carretera de Tunja a
Bogotá, en 1976. De manera póstuma, su compañero y amigo Eduardo Escobar, reunió en
1980, la correspondencia del grupo, en especial la producción de Arango, bajo el título de
Correspondencia violada.
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No obstante, antes de realizar análisis y comentarios, es pertinente volver la mirada sobre
el carácter y propuesta en sus propias palabras. De esta manera, en el Mensaje Nadaísta
Anti-académico, se definen a sí mismos como
“Somos santos un poco extraños que por boca de hombres profetizan la Oscuridad Nueva.
Somos también los chancros de la belleza literaria. Somos además los atorrantes profetas
de una barbarie alucinada.
Somos otras cosas: La menstruación de una gallina, el arzobispo muerto, una actriz de cine
masturbándose con el paraguas del productor, un bombón de chocolate inmenso con la
ubre de tu madre, mi tía cagando en la bicicleta Monark, el falo de una rata, el vómito de
un gallinazo en los albañales, el dolor de muelas que me dio en un bus cuando iba para el
infierno, una nadaísta abierta de patas exhibiendo su hermosa vulva, la eyaculación de un
cohete interestelar pálido en su perdición, mi oreja inundada de piojos verdes, el arzobispo
muerto de nuevo, la Santísima Trinidad tomando té en el Astor, (….)”. (Escobar, E., 2011:
40).
Aunque el tono iconoclasta y panfletario hace que este Mensaje –así como los
manifiestos, proclamas y otros documentos- diste de ser un poema en prosa, al menos en
un sentido formal. Cosa contraria la que se puede afirmar, diciendo que la producción en
general del nadaísmo como movimiento poético, corresponde a un uso de un lirismo
narrativo.
Más aún, la apuesta de Baudelaire con respecto a la poesía, vista desde los lentes de
Benjamin, Foucault y el propio, podría aplicarse al nadaísmo, en tanto que constituyen
también una posición frente a la vida, al tiempo y a la expresión, característicamente
modernos. La particularidad en el caso de los nadaístas reposa en sus conexiones con el
contexto colombiano, en el cual nacieron: su deseo de renovación de la poesía nacional y
de subversión de la sociedad conservadora de la época.
“¿Para qué hacen esos congresos tan aburridores? Eso de la cultura se acabó. ¿Ustedes no
sabían que el nadaísmo es una revolución al servicio de la barbarie, y que la barbarie es el único
idioma que hablamos en Colombia? No se preocupen de cosas tan idiotas como el idioma, esas
son naderías que nada tienen que ver en esta época llena de explosiones radiactivas, de ángeles
nerviosos, pestañas postizas y putas místicas. ¿Qué es eso de arreglar el idioma? Nosotros
somos unos indios que no sabemos hablar y no queremos aprender. Váyanse de aquí con sus
pergaminos y plumas de gallina a escribir sus pendejadas. Nosotros estamos borrachos de
marihuana y papagayos y no queremos saber nada de esas cosas de gramática y Salamanca. El
idioma castellano sólo nos sirve para enamorar a la sirvienta y hacerle el amor en la cocina”
(Escobar, E., 2011: 41).
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Conclusiones: conexiones espirituales
En su análisis de la lírica narrativa de los relatos del siglo XIII, Fernando Carmona
considera que lo importante en estas no es tanto el relato como las “inserciones líricas
explican y originan la narración” (Carmona, F.,1997:72), que bien podría llevarse al trabajo
de los nadaístas y del Spleen de París, en el sentido que el tipo de flujo e imágenes
empleadas, nacidas del ingenio y alucinación de Baudelaire con respecto a la ciudad
(erotismo, satanismo, embriaguez, enfermedad, placer), como también en el ejercicio
colectivo y puesta en escena de los nadaístas (la barbarie, la oscuridad y sus profetas, pero
también la cotidianidad urbana de mediados del siglo pasado), encuentran un canal de
expresión en la prosa, pero sin que esto deje de ser una irrupción de elementos poéticos
ni tampoco una forma de acercarse a la vida y confrontarla desde la creación. En otras
palabras, liberar la poesía es equivalente a liberar la vida, pero también las inserciones
líricas en registros diferenciados.
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Bibliografía
Baudelaire, Charles (2002). El spleen de París (seguida de una carta de Octavio Paz).
México: Fondo de Cultura Económica
Benjamin, Walter (2012). El París de Baudelaire. Buenos Aires: Eterna Cadencia Editora.
Carmona, Fernando. Narrativa lírica o lírica narrativa. Las inserciones poéticas en los
relatos del siglo XIII. Revista de Filología Románica, N°14. Vol II, p. 7-83. Madrid:
Universidad Complutense, 1977.