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Sumario │

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UNIDAD
DIDÁCTICA TÉCNICAS BASADAS
EN LOS PRINCIPIOS
DEL CONDICIONAMIENTO
OPERANTE

Presentación y objetivos

1. Introducción a la intervención psicológica a través de las técnicas operantes


2. Principales procedimientos operantes
3. Procedimientos encaminados a reforzar la tasa de emisión de conductas
3.1. Programas de reforzamiento
3.1.1. Programas de reforzamiento continuo e intermitente
3.1.2. Programas de reforzamiento intermitente de razón o de intervalo

4. Procedimientos encaminados a instaurar conductas nuevas y desarrollar las existentes


4.1. Reforzamiento positivo y negativo
4.2. Moldeado, moldeamiento, aprendizaje por aproximaciones sucesivas o shaping
4.3. Encadenamiento
4.4. Desvanecimiento

5. Procedimientos encaminados a disminuir o eliminar la emisión de conductas


5.1. Extinción
5.2. Reforzamiento diferencial
5.3. Castigo negativo o coste de respuesta
5.4. Tiempo fuera de reforzamiento o time out
5.5. Repetición masiva o saciación

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5.6. Sobrecorrección
5.7. Castigo positivo

6. Procedimientos basados en los principios del condicionamiento encubierto


7. Procedimientos encaminados a organizar las contingencias
7.1. Economía de fichas
7.2. Contrato de contingencias o contrato conductual

Conceptos básicos

Actividades de repaso

Referencias bibliográficas

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M. T. Rosique Sanz Técnicas basadas en los principios del condicionamiento operante

 PRESENTACIÓN Y OBJETIVOS
Las técnicas basadas en los principios del condicionamiento operante promueven
el cambio de conducta en diversas direcciones: aumentando, disminuyendo, mantenien-
do o desarrollando nuevos comportamientos. En la práctica clínica resulta indispensa-
ble conocer las diversas estrategias que subyacen a los procesos clásicos de aprendizaje
principalmente por una razón doble: como psicólogos nos permite ir un paso más allá en
la comprensión del funcionamiento humano, y como psicólogos sanitarios nos ofrece la
posibilidad de intervenir sobre conductas disfuncionales o desadaptativas que frecuen-
temente aparecen durante la exploración.

Tras una correcta detección de la conducta-problema y delimitación topográfica y


funcional, el psicólogo, más allá de emplear los paquetes de tratamiento integrados en
los que se combina una serie de estrategias terapéuticas, puede iniciar una serie de ac-
ciones específicas para abordar las conductas-problema que generalmente permiten una
rápida aplicación y la obtención de resultados relativamente rápidos.

Durante la presente unidad didáctica se profundizará en los procedimientos consi-


derados más relevantes en la terapia de corte puramente conductual. No obstante, se ha
considerado necesario incluir la modalidad encubierta que supone un paso más allá en
la intervención al hacer uso de capacidades cognitivas tales como la imaginación.

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1. I NTRODUCCIÓN A LA INTERVENCIÓN PSICOLÓGICA A TRA-


VÉS DE LAS TÉCNICAS OPERANTES

Las técnicas de intervención psicológica provenientes de la corriente conductista y


derivadas de los principios que subyacen al condicionamiento operante, presentan una
amplia aplicabilidad en el día a día en general y en el contexto clínico, en particular.
Cuando se solicita a un paciente hacer explícito su compromiso de asistir a la siguien-
te sesión y se le plantea la repercusión que ello tendrá en su proceso de mejoría, o bien
cuando se indica a unos padres que solicitan ayuda desesperados que deben evitar pres-
tar atención a su hija que llora cuando ellos se ocupan de su hijo recién nacido, o bien al
felicitar a un paciente por su progreso, son claros ejemplos de distintas aplicaciones de
manera consciente o inconsciente de procedimientos operantes. Conocer sus fundamen-
tos y planificar sus parámetros puede derivar en un beneficio terapéutico y favorecer el
cambio de conducta, lo que sin duda redunda en la mejoría clínica.

Las técnicas operantes permiten intervenir manipulando los antecedentes y los con-
secuentes a través de distintos mecanismos, aunque lo más frecuente es que se centren
especialmente en los consecuentes o las consecuencias de la conducta. Por tanto, la deno-
minación operante no se puede entender sin tener en cuenta el entorno, siendo este clave
en la comprensión de la problemática. De ese modo, la conducta operante actúa sobre
el entorno modificando las consecuencias y si a su vez estas son manipuladas, la proba-
bilidad de emisión de la conducta en el futuro se verá modificada consecuentemente en
función de su historia de reforzamiento. Por su parte, se denominarían técnicas operan-
tes aquellas que pretenden lograr el control de las conductas operantes.

2. PRINCIPALES PROCEDIMIENTOS OPERANTES

Los procedimientos operantes principales que subyacen a las distintas técnicas y


que se abordarán a continuación son 6:

• Reforzamiento positivo. Consiste en la presentación de un estímulo apeti-


tivo de manera contingente a la conducta, de tal manera que se aumenta la
probabilidad de emisión futura de la conducta. Un ejemplo sería entregar un
regalo a un hijo con miedo a las arañas que ha permanecido con una araña

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en su jersey sin alterarse, lo cual promovería que en sucesivas ocasiones se


esforzase por mantener la calma si volviera a encontrarse con una araña y
así beneficiarse de otro regalo.
• Reforzamiento negativo. Consiste en el retiro contingente de un estímulo aver-
sivo tras la conducta. Al igual que el reforzamiento positivo, las consecuencias
obtenidas en este proceso fomentan la aparición futura de la conducta. Exis-
ten dos modalidades: el escape y la evitación. El escape tiene lugar cuando
el paciente es expuesto al estímulo aversivo y ejecutando determinada acción
o conducta puede dejar de recibirlo. Un ejemplo podría ser el de una perso-
na que está siendo robada y si sale corriendo huye de que continúe el robo.
En este caso, la persona recibe el estímulo aversivo (intento de robo) pero al
salir corriendo pone un fin y, como su nombre indica, logra escapar de la si-
tuación. La otra modalidad es la evitación. En este caso, el sujeto puede elu-
dir las consecuencias de la estimulación aversiva ejecutando la conducta, por
tanto, no llega a recibirla. Continuando con el ejemplo previo, si a altas horas
de la madrugada vemos al fondo de una calle unos ladrones que pretenden
robar y consecuentemente decidimos no pasar por esa calle, impediríamos
que nos roben y por ello se evitaría la aparición de la estimulación aversiva.
• Castigo positivo. Se basa en la presentación contingente a la conducta de
un estímulo aversivo, de tal manera que se reduce la probabilidad de emi-
sión de la conducta en el futuro por sus consecuencias desagradables. En
el ejemplo anterior, el castigo positivo podría consistir en regañar y ridicu-
lizar al hijo su actitud de llorar asustado por la araña, lo que supondría que
en ocasiones futuras disminuyera la probabilidad de comenzar a llorar en
el caso de que tuviera una araña en la ropa.
• Castigo negativo, coste de respuesta u omisión. Se basa en el retiro contin-
gente de un estímulo apetitivo, al igual que en el castigo positivo se reduce
la probabilidad de emisión de la respuesta en el futuro. Prosiguiendo con el
ejemplo previo, retirar el juguete preferido al niño por haberse alarmado y
llorado por tener una araña en el jersey podría ser un caso de castigo nega-
tivo que derivase en un intento posterior por parte del niño de no alterarse
para no volver a tener que permanecer un tiempo sin su juguete.
• Extinción. Se deja de reforzar una conducta que previamente iba seguida
de un estímulo positivo, por lo que finalmente su probabilidad de emisión
disminuye hasta extinguirse. Retomando el caso anterior, si previamente
cada vez que el niño lloraba se le prestaba atención y acariciaba (refuerzo
positivo), con intención de calmarle y ahora los padres optan por ignorar su
conducta, el menor al comprobar que su llanto no va seguido de atención
disminuiría la frecuencia de la conducta hasta extinguirla.

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• Recuperación. La emisión de un estímulo aversivo que se venía aplicando


cesa, lo que genera que la conducta vuelva a ser emitida de nuevo. Tal sería
el caso de que los padres, pensando que su hijo ya no llora al ver arañas por-
que le han castigado en ocasiones previas reiteradamente, dejan de aplicar
el castigo de tal manera que el llanto reaparece.

En la tabla 1 se pueden visualizar los distintos procedimientos operantes en fun-


ción del valor del estímulo y de la acción o mecanismo principal: retiro o presentación.
De alguna manera se podría plantear que el castigo se opone al refuerzo en el sentido de
que la finalidad del castigo es la supresión de la conducta y, por el contrario, el objetivo
del refuerzo es el incremento de la probabilidad de emisión de la respuesta reforzada.

Tabla 1. Principales procesos operantes

Estímulo apetitivo Estímulo aversivo

Presentación contingente Reforzamiento positivo Castigo positivo

Retiro contingente Castigo negativo, coste de res- Reforzamiento negativo: escape


puesta u omisión y evitación

Discontinuidad de contingencia Extinción Recuperación

Fuente: adaptado de Méndez, Olivares y Beléndez (2010).

Una variable importante a tener en cuenta en el contexto en el que nos movemos es


el de contingencia, entendida esta como la relación temporal y causal entre una conduc-
ta y sus consecuencias posteriores. Se trata de una característica fundamental para que
los procedimientos operantes sean eficaces. Otro concepto relevante es de inmediatez,
pues la relación entre la conducta y sus consecuencias se visualizará con más facilidad
cuanto menor sea el lapso de tiempo transcurrido entre ambas.

Tal y como se indicaba previamente, aunque con menor frecuencia también se pue-
den encontrar situaciones en las que las conductas son controladas por estímulos antece-
dentes como en los casos del control estimular o del entrenamiento en discriminación.
El procedimiento se compone de dos elementos:

• Los estímulos discriminativos o ED.


• Los estímulos delta o E∆.

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Mientras que los estímulos discriminativos indicarían que la respuesta se refuerza


si están presentes, aumentando de este modo la probabilidad de emisión de la conducta,
los estímulos delta disminuyen su aparición por no haber obtenido un refuerzo previo
en configuraciones estimulares similares. Un ejemplo del primer caso podría ser el de un
niño que al recitar una poesía delante de sus abuelos, estos le regalan una bolsa de chu-
cherías, mientras que el segundo tendría lugar si recitase una poesía delante de un veci-
no desconocido que no reaccionase de manera reforzante.

3. P
 ROCEDIMIENTOS ENCAMINADOS A REFORZAR LA TASA DE
EMISIÓN DE CONDUCTAS

Bajo el rótulo de procedimientos para reforzar la tasa de emisión de conductas se


englobaría una amplia gama de técnicas cuyo objetivo no es otro que favorecer la emisión
de conductas, ya sea generando y desarrollando nuevas, manteniendo las existentes o au-
mentando su frecuencia, así como otros parámetros tales como la intensidad o la duración.

En cuanto a los propios reforzadores resulta imprescindible destinar un tiempo deter-


minado a su selección, pues elegir aquellos más eficaces permitirá la obtención de mejores
resultados. Se considera un reforzador eficaz si para un paciente concreto es atractivo,
gratificante y lo desea. Algunos criterios que pueden ayudar en la elección de los refor-
zadores son, entre otros:

• La disponibilidad en el medio, pues al comienzo es preferible que no estén


disponibles de manera natural o que no sean fácilmente accesibles a través
de otras conductas.
• El tipo de reforzador, considerándose preferible recurrir a los sociales, ya
que suelen ser los menos artificiales y los que facilitan en mayor medida la
generalización de la conducta.
• La cantidad previa o en su caso el estado de privación y el efecto que puede
tener disponer de él en mayor cantidad, dado que generalmente se suele produ-
cir el denominado efecto de saciación, a través del cual el estímulo perdería su
valor reforzante al ser obtenido en grandes cantidades o con gran frecuencia.

3.1. PROGRAMAS DE REFORZAMIENTO

Es fundamental la programación de los reforzadores y determinar la forma en que


se dispensan, ya que determinará en gran medida la eficacia de la intervención. Para ello

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se recurre a los denominados programas de reforzamiento, que suponen la estandariza-


ción de los parámetros de aplicación que se verán a continuación y que hacen referencia
a cómo proceder durante el reforzamiento. No obstante, también se ha de atender a dis-
tintos aspectos contextuales del programa, como quién aplica el reforzador, cuándo se
aplica y dónde, pues delimitar correctamente estos parámetros redunda del mismo modo
en su eficacia y eficiencia.

3.1.1. Programas de reforzamiento continuo e intermitente

Una primera distinción en los programas de reforzamiento hace referencia a la tasa


de emisión del refuerzo tras la conducta. En este caso se plantean dos alternativas:

• Reforzamiento continuo, que supondría reforzar la conducta cada vez que


aparece, es decir el reforzador es contingente con la emisión de la res-
puesta.
• Reforzamiento intermitente, en el que solo se refuerzan algunas apariciones
de la conducta, pero no todas. En estos casos la disponibilidad del reforzador
no siempre es contingente con la emisión de todas las conductas, sino que
depende del número de respuestas o de periodos de tiempo. En la tabla 2
se puede observar los distintos tipos de programas intermitentes.

La primera modalidad fomenta una tasa alta de emisión de la conducta y es espe-


cialmente útil en procesos de aprendizaje de nuevas respuestas. Suponiendo por ejem-
plo que unos padres desean que su hijo diagnosticado de trastorno del espectro autista
aprenda a sonreír cuando se le da la mano sería aconsejable comenzar con reforzar cada
vez que el menor sonriera de manera constante. Sin embargo, una vez adquirida la con-
ducta de sonreír, sería posible alternar el refuerzo, de tal manera que su hijo no recibiera
el refuerzo cada vez que sonriese sino en determinadas ocasiones espaciadas.

Generalmente cuando la conducta se ha afianzado y puede considerarse consoli-


dada conviene continuar con un programa de reforzamiento intermitente pues supone
una mayor autonomía del paciente al internalizar la conducta, así como una menor de-
pendencia del refuerzo, lo que produce una mayor generalización. Además, los pro-
gramas intermitentes presentan una mayor resistencia a la extinción, pues el individuo
no sabe cuándo recibirá la consecuencia por lo que proseguirá emitiendo la respuesta,
y favorecen que la emisión de respuestas sea más constante y estable en el tiempo por
el mismo motivo.

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3.1.2. Programas de reforzamiento intermitente de razón o de intervalo

Por su parte, los programas de reforzamiento intermitente pueden ser:

• De razón, en los cuales se refuerza la emisión de un número determinado


de conductas.
• De intervalo, que refuerza la conducta tras un periodo temporal preestable-
cido, independientemente del número de respuestas emitidas.

Ambos programas, el de razón y el de intervalo, pueden presentar a su vez una tasa


de reforzamiento fija o variable, en función de si existe un número fijo de conductas que
se deben emitir (razón fija) o el número de conductas varía en torno a un promedio (razón
variable), un tiempo idéntico constante (intervalo fijo) o un tiempo variable en torno a
un promedio tras el cual se dispensa el refuerzo (intervalo variable).

De este modo la combinación de todos los parámetros: continuo-intermitente-razón-


intervalo-fijo-variable ofrecería 5 estrategias de intervención que quedan recogidas en la
tabla 2, con ejemplos de actuación.

Tabla 2. Programas de reforzamiento y ejemplos

Reforzamiento conti- Refuerzo tras cada conducta.


nuo (RC) Los padres entregan un diploma cada vez que su hijo recoge la ha-
bitación.

Reforzamiento inter- Refuerzo tras un número determinado de conductas.


mitente de razón fija Los padres entregan un diploma cada 5 veces que su hijo recoge la
(RF) habitación.

Reforzamiento inter- Refuerzo tras un número variable de respuestas.


mitente de razón va- Los padres entregan un diploma cada vez que su hijo recoge entre 3
riable (RV) y 5 veces su habitación, con una media de 4 veces.

Reforzamiento inter- Refuerzo tras un tiempo determinado, siendo el lapso entre la última
mitente de intervalo conducta emitida y la siguiente siempre el mismo.
fijo (IF) Los padres entregan un diploma cada domingo.

Reforzamiento inter- Refuerzo tras un tiempo variable entre la última conducta emitida y
mitente de intervalo la siguiente.
variable (IV) Los padres entregan un diploma en un promedio de dos semanas, pu-
diendo suceder desde un día de cada semana a dos seguidos.

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En cuanto a las características de cada programa y su eficacia, por norma general


se puede decir que (Larroy, 2008; Méndez et al., 2008):

• Conviene empezar por programas de reforzamiento fijo y continuar con


intermitentes para la consolidación de la conducta, pudiendo aumentar la
razón o el intervalo a medida que progresa o convertirlo en variable.
• En el comienzo la razón debe ser baja o el intervalo breve para ir aumen-
tándolas progresivamente.
• Los programas de razón, en los que se refuerzan tasas o números de con-
ductas, producen tasas de respuesta superiores que los de intervalo en los
que prima el aspecto temporal, por lo que son especialmente útiles al co-
mienzo de la intervención.
• Tras los programas de reforzamiento fijo suele producirse una breve pausa
tras la obtención del refuerzo, ya que el paciente aprende que el siguiente
refuerzo será dispensado de manera diferida.
• Los programas variables son más resistentes a la extinción, pues el paciente
confía en que seguirá obteniendo el reforzador por lo que será más persis-
tente en la emisión de la conducta.
• Los programas de intervalo favorecen el desvanecimiento del programa de
reforzamiento, manteniendo una tasa estable y constante de conductas re-
sistentes a la extinción.
• Los programas de razón variable son los que producen una mayor tasa de
emisión de la conducta y una mayor dificultad en su extinción.

4. P
 ROCEDIMIENTOS ENCAMINADOS A INSTAURAR CON-
DUCTAS NUEVAS Y DESARROLLAR LAS EXISTENTES

Existe un número alto de técnicas que promueven el desarrollo de conductas nue-


vas o de aquellas disponibles en el repertorio del paciente pero de manera distinta a la
deseada; recurrir a las técnicas que se encargan de promover la emisión de conductas es
una estrategia útil y empleada en variedad de casos clínicos. Los principios o mecanis-
mos que subyacen a estos procedimientos son el reforzamiento positivo, la extinción y
el control de estímulos (Méndez et al., 2008).

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4.1. REFORZAMIENTO POSITIVO Y NEGATIVO

Ambos mecanismos se han expuesto previamente por lo que solo quedaría reiterar
nuevamente su capacidad de elicitar la emisión de respuestas al presentarse de manera
inmediata y contingente un reforzador apetitivo o retirarse uno negativo respectivamente.

4.2. M
 OLDEADO, MOLDEAMIENTO, APRENDIZAJE POR APROXI-
MACIONES SUCESIVAS O SHAPING

El procedimiento del moldeamiento promueve el desarrollo de respuestas que no


se encuentran disponibles en el repertorio conductual del paciente a través del reforza-
miento positivo de aquellas conductas o aproximaciones sucesivas que se asemejan a
la conducta final buscada. De manera paralela se produce simultáneamente un proceso
de extinción de los instigadores o inducciones, es decir de la ayuda ofrecida por el psi-
cólogo para lograr que aquellas conductas previas que diferían de la deseada sean cada
vez más parecidas a la buscada. El procedimiento de extinción en este caso se denomina
desvanecimiento y se estudiará con posterioridad.

El procedimiento se emplea generalmente para respuestas sencillas prácticamente


ausentes o existentes de manera rudimentaria. Esas conductas deberán poder ser apren-
didas modulando distintas ejecuciones hasta que la conducta se asemeje a la final.

Los pasos para realizar un procedimiento de moldeado son los siguientes (Larroy,
2008):

• Delimitación de la conducta inicial.


• Segmentación de las conductas intermedias progresivamente más similares
a la final, es decir descripción de los pasos o las secuencias de aprendizaje
que se debe realizar para alcanzar la conducta final. Su delimitación depen-
derá de la propia dificultad de la tarea y de las capacidades del paciente.
• Establecimiento de la conducta final considerando los distintos parámetros
topográficos (duración, intensidad y frecuencia) y funcionales.

Un ejemplo sería la tarea de aprender a defender una situación laboral. Para ello
sería necesario evaluar la conducta existente. Supongamos que el paciente es capaz de
hablar con alguien que considere con mayor autoridad, como su jefe, pero le resulta di-
fícil marcar un límite respecto a las tareas desmesuradas y la sobrecarga laboral a la que

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se ve sometido. El procedimiento consistiría en definir qué meta pretende alcanzar de


manera concreta: pedir mirando a los ojos y de manera serena que no le asigne más ta-
reas en las próximas dos semanas porque no es factible finalizarlas en el tiempo de que
dispone. En función de la distancia entre la conducta inicial y la final se debería estable-
cer aquellas conductas intermedias que el paciente debería modular y perfeccionar hasta
poder emitir la conducta asertiva adecuada.

Entre las aplicaciones del moldeamiento destaca principalmente el aprendizaje de


tareas y actividades cotidianas como la escritura o la pronunciación. En el ámbito clíni-
co, además del ámbito de la educación especial, actuaciones como el entrenamiento en
conducta asertiva, en conducta socialmente correcta, dar una conferencia en público o
formarse en distintas habilidades como terapeuta, pueden ser realizadas a través del em-
pleo de este procedimiento.

4.3. ENCADENAMIENTO

En el caso del encadenamiento el aprendizaje supondría la ejecución de los compo-


nentes de una secuencia conductual, cada segmento realizado de manera correcta sería
reforzado positivamente hasta completar la cadena. Para ello es necesario antes de co-
menzar el procedimiento dividir la secuencia final en breves segmentos y comprobar
que se encuentran disponibles en el repertorio conductual del individuo y que las cono-
ce aunque no sea capaz de encadenarlas. Este recurso es útil para la adquisición de con-
ductas complejas que suponen la integración de distintos pasos más sencillos. De esto
modo, cada eslabón conductual ejerce de estímulo discriminativo que pone en marcha
la siguiente conducta hasta llegar a la conducta final.

Dentro de la técnica existen tres distintas modalidades:

• Encadenamiento hacia delante.


• Encadenamiento hacia atrás.
• Encadenamiento de tarea completa.

En el encadenamiento hacia delante se instruye al paciente únicamente en el com-


ponente inicial de la cadena para que pueda desarrollarlo de manera autónoma y se le
muestra o se le ayuda a ejecutar el resto de la tarea. Una vez dominado el primer paso,
deberá ejecutar de manera autónoma el segundo eslabón y se le ayudará o mostrará la
realización de los siguientes, y así sucesivamente hasta instruir en la cadena conductual

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íntegra. De este modo, el refuerzo positivo se traslada a través de los distintos pasos,
siendo el último ejecutado en solitario el único reforzado.

La diferencia principal entre el encadenamiento hacia delante y el encadenamien-


to hacia atrás estriba en que en el segundo procedimiento el paciente es instruido en la
ejecución del último eslabón de la cadena, en lugar del primero. Por tanto el psicólogo
pone en práctica la cadena conductual completa y el paciente debe realizar de manera
autónoma solo el último paso hasta dominarlo. Tras la ejecución correcta es dispensado
el reforzador y nuevamente el psicólogo inicia la secuencia salvo los dos últimos pasos.
De este modo, el aprendizaje se produce de atrás hacia delante y permite la obtención del
reforzador más cercana o próxima, de tal forma que, además de visualizarse a él mismo
ejecutando el final de la tarea, recibe un refuerzo inmediato.

El encadenamiento de tarea completa suele ser el menos frecuente en la práctica


clínica, salvo con tareas sencillas, en este caso el psicólogo muestra la cadena conduc-
tual completa y el paciente debe unir los eslabones y emitirla íntegramente. El reforza-
dor es dispensado si la realización es correcta, por lo que podría resultar desmotivador si
se tratase de una tarea complicada en la que el paciente no lograra secuenciar los pasos
de manera correcta.

Un ejemplo de desarrollo del encadenamiento sería la tarea de preparar la ropa que


se pondrá un paciente al día siguiente sin dejarse ningún elemento. Para ello se tendría
que verificar que es capaz de realizar todos los pasos (escoger y colocar todas las pren-
das) de manera individual, pero no de lograr integrarlos de forma adecuada sin olvidarse
algún elemento. Una vez definida toda la vestimenta que debe organizar, se procedería
a descomponer y fraccionar la tarea y describir la secuencia de pasos que debe seguir
como, por ejemplo, coger la ropa interior, los calcetines, una camiseta, una prenda de
abrigo, unos pantalones, etc. Dado que existen las tres modalidades de aplicación vis-
tas previamente, la siguiente tarea consistiría en definir cuál sería el orden de aprendi-
zaje que se ha de llevar a cabo.

Las aplicaciones del encadenamiento resultan similares a las del moldeado, con la
distinción de que deben existir previamente las conductas para poder ser encadenadas,
pero existen problemas con su integración secuenciada. Actividades de la vida diaria
que promuevan, por ejemplo, la autonomía doméstica, tales como asearse u ordenar una
habitación, pueden ser instruidas a través de este método; asimismo, en el ámbito de la
educación especial y para personas con dificultades en su autonomía puede ser benefi-
cioso este tipo de instrucción.

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Financieros, CEF, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra
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4.4. DESVANECIMIENTO

Con anterioridad se ha aludido someramente al desvanecimiento dentro de la técnica


del moldeado, cuando se planteaba que se iba eliminando la ayuda emitida a las conductas
que difieren de la deseada y solo se mantiene el reforzamiento de la conducta objetivo.
En este sentido se puede considerar como una técnica destinada a mantener una conduc-
ta que ha sido reforzada y se considera adquirida a pesar de retirarse la ayuda ofrecida
previamente. Por tanto, las instrucciones, que pueden ser verbales o explicaciones con-
cretas o físicas o explicaciones procedimentales, se eliminarían una vez se haya produ-
cido el aprendizaje. Estas instrucciones reciben el nombre de instigadores o inducciones.

El desvanecimiento consta de dos fases en las que se produce de manera constante


el reforzamiento positivo:

• Fase aditiva. En ella se ofrece la ayuda.


• Fase sustractiva. En ella se retira la ayuda progresivamente.

No se debe confundir el desvanecimiento de los instigadores y el cese de las ayudas


con el fenómeno de la extinción del refuerzo que se corresponde con la extinción propia-
mente dicha y que provoca la eliminación de la conducta, como veíamos previamente.
Desvanecimiento de la ayuda y extinción del refuerzo suponen dos procesos comple-
tamente independientes y es posible retirar el instigador y mantener el reforzador o co-
menzar un proceso de extinción y mantener la ayuda.

El desvanecimiento suele acompañar multitud de procesos de la vida cotidiana en


los que inicialmente la persona no conoce el proceder y precisa instrucciones pero pro-
gresivamente va interiorizando el manejo de las situaciones y se va retirando tal ayuda.
Ejemplos de ello podrían ser cuando un terapeuta novel es supervisado por otro con
mayor experiencia o cuando alguien comienza a trabajar y es acompañado por otro tra-
bajador que guía y le explica las actividades. Dentro del ámbito clínico, las aplicaciones
se encuentran en toda instrucción que sea retirada conforme el paciente interiorice los
conocimientos y pueda prescindir de los instigadores.

5. P
 ROCEDIMIENTOS ENCAMINADOS A DISMINUIR O ELIMINAR
LA EMISIÓN DE CONDUCTAS

Dentro de las distintas herramientas encaminadas a disminuir o eliminar la emi-


sión de conductas no deseables encontramos una amplia gama de estrategias que varían

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en cuanto a su grado de aversividad, de intrusividad y de malestar que pueden llegar a


producir en el individuo. Como norma general se debe intentar hacer uso siempre que
sea posible de la extinción retirando reforzadores, aunque en determinadas ocasiones se
puede optar por un enfoque positivo, como el reforzamiento diferencial, basado en la
potenciación y refuerzo de conductas deseadas, más que en la punición de aquellas no
deseadas. Sin embargo, en ocasiones se hace preciso recurrir a este tipo de estrategias
y someter la conducta a distintos programas de castigo con el objetivo de disminuirla o
ejercer algún tipo de control sobre ella. No obstante, combinar estrategias de este apartado
con técnicas basadas en el reforzamiento positivo de conductas adecuadas o, al menos,
con estrategias que instruyan en algún tipo de conducta alternativa adecuada es esencial
para alcanzar mejores resultados; en definitiva, el castigo será eficaz siempre y cuando
se emplee reforzamiento diferencial de conductas adecuadas.

La secuencia en que se van a exponer las distintas técnicas coincide con el orden re-
comendado de elección (Méndez et al., 2008) según su grado de aversividad y malestar
generado, de tal manera que se presentarán de menor a mayor nivel punitivo, debiéndose se-
leccionar las últimas solo en caso de que las primeras no sean posibles, no parezcan eficaces
o la conducta precise de una intervención rápida y contundente. Hay que considerar que a
mayor aversividad de la técnica, mayor respuesta emocional negativa se generará en el sujeto.

Labrador (2008) plantea una serie de requisitos o sugerencias para maximizar los
efectos de estas técnicas:

• Tener en cuenta la historia previa de aprendizaje y reforzamiento de la con-


ducta.
• Aplicar la herramienta de manera contingente e inmediata o próxima a la
conducta.
• Promover el refuerzo de conductas alternativas deseables para que a la par
que se debilite la indeseada se ofrezca una instrucción sobre otra deseable.
• Especificar claramente la dinámica de la herramienta y sus condiciones de
aparición y aplicación.
• Contextualizar la conducta que se desea suprimir de manera concisa.

5.1. EXTINCIÓN

Tal y como se ha comentado previamente, la extinción supone la retirada del re-


forzador que previamente era dispensado tras la ejecución de la conducta, de tal modo

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que lo esperable es que la conducta acabe desapareciendo si no existe ningún otro re-
forzador que la mantenga. Precisamente este es uno de los aspectos que más compli-
ca la aplicación de la extinción, pues generalmente las conductas dependen de más de
un reforzador, por lo que, salvo que se eliminen aquellos con un mayor impacto sobre
el mantenimiento de la conducta, la estrategia no será eficaz. No obstante, en caso de
poder controlar las condiciones estimulares y disponer de tiempo suficiente, pues es un
proceso que requiere una constancia y una duración moderada, sus efectos son bastante
permanentes. Además de bloquear la aparición de los estímulos gratificantes se deben
explicar las condiciones de su aplicación.

Cuando se emplea el procedimiento de extinción es importante tener en cuenta el


fenómeno que se produce con frecuencia denominado estallido de respuesta o estallido
de extinción que consiste en una explosión o un aumento de la frecuencia de la conduc-
ta no deseada. La razón de esta exacerbación de la conducta reside en que el paciente
continuará emitiéndola, incluso a mayor escala, con el fin de comprobar si así obtiene el
reforzador. Anticipar e informar de este fenómeno es especialmente importante cuando
se trabaja con padres que solicitan ayuda para extinguir algún tipo de conducta en sus
hijos, pues de no avisarles probablemente acudirán a la siguiente consulta desesperan-
zados, pensando que su hijo ha empeorado y habiendo cedido ante el aumento de la de-
manda. Por ello, se les debe indicar la importancia de mantenerse firmes y no dispensar
el reforzador a pesar de este incremento de la conducta, algo que les suele resultar es-
pecialmente difícil.

Un segundo fenómeno frecuente es la recuperación espontánea que consiste en la


reaparición de la conducta durante un tiempo determinado una vez se había extinguido.
En este caso, la indicación para suprimirlo será la misma: continuar sin reforzar la con-
ducta hasta que desaparezca de nuevo. Del mismo modo que con el estallido de respuesta,
cuando se trabaja con padres en un proceso de extinción se debe mencionar el fenómeno
normalizando su aparición e indicar la necesidad de mantenerse firmes.

Se va a presentar un ejemplo que será trabajado durante todo este epígrafe de manera
continuada para poder visualizar las diversas aplicaciones y sus diferencias. Supongamos
que Ana es una niña de 9 años que disfruta acompañando a sus padres al supermercado
en lugar de permanecer en casa haciendo los deberes. Sin embargo, lleva unas sema-
nas que cada vez que pasa por el estante donde se encuentran las chocolatinas comienza
a llorar desconsoladamente porque quiere que sus padres le compren una. Los padres
abrumados por el comportamiento infantil de Ana y por lo escandaloso de su conducta
acceden y se la compran, por lo que con solo proceder un par de veces así Ana sabe que
«si llora hay chocolatina». La primera indicación que podría hacer el psicólogo a los
padres de Ana cuando acuden a consulta es que deben explicar a Ana las condiciones

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de instauración, es decir, que cuando llore no se le comprará lo que desea, y, posterior-


mente, deberán proceder a extinguir el refuerzo (la chocolatina) de tal manera que inde-
pendientemente de que llore no obtenga ninguna señal gratificante, ni siquiera atención
(por si este reforzador social pudiera estar ejerciendo algún tipo de influencia). Como
se ha indicado anteriormente, para maximizar su eficacia conviene indicar una conducta
alternativa deseable, del tipo: «lo correcto cuando hacemos la compra es que colabores
y ayudes a buscar los alimentos».

Las aplicaciones de la extinción son de lo más variadas como retirar inicialmente


la atención a un paciente que sistemáticamente llega tarde a una sesión grupal acaparan-
do la atención con la explicación de su tardanza, o como solicitar a unos padres que no
cojan a su hijo en brazos cuando este llora porque quiere dormir con ellos en la cama.
El procedimiento ha sido aplicado de manera eficaz en problemas tales como quejas al
dormir, quejas físicas en pacientes hipocondriacos o conductas disruptivas. Sin embar-
go, es importante no aplicar esta intervención en conductas que se deben suprimir con
urgencia o conductas que en caso de aumentar su frecuencia por un estallido de respues-
ta, pueden resultar lesivas o peligrosas.

5.2. REFORZAMIENTO DIFERENCIAL

Los programas de reforzamiento diferencial serían la siguiente estrategia recomen-


dada y suponen un nivel más de artificiosidad que la extinción, al precisar de un refor-
zador externo deseado; sin embargo, ofrecen la introducción de una conducta alternativa
de manera inherente al propio programa. Bajo este término se encuentran una serie de
procedimientos destinados a reforzar una conducta diferente a la que está siendo refor-
zada, de tal modo que el enfoque más que punitivo resulta positivo y genera, como con-
secuencia, conductas deseables.

La intervención se puede realizar a través de tres modalidades, si bien en todas ellas


el mecanismo subyacente es común y consiste en reforzar diferencialmente alguna de
las conductas del individuo:

• Reforzamiento diferencial de otras conductas (RDO). Consiste en reforzar


todas las conductas distintas a las que se desea suprimir.
• Reforzamiento diferencial de conductas incompatibles o alternativas (RDI).
Se basa en el reforzamiento de conductas que sean topográficamente in-
compatibles, bloqueando de este modo la posibilidad real de llevar a cabo
la conducta que se desea eliminar.

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• Reforzamiento de conductas funcionalmente equivalentes (Kazdin, 1996).


Se refiere al reforzamiento de una conducta aceptable y prosocial que logra
las mismas metas y consecuencias que la que se desea suprimir.
• Reforzamiento diferencial de tasa baja (RDTB). Se trata de reforzar la con-
ducta siempre y cuando se emita un número de veces determinado prees-
tablecido previamente. A diferencia de los anteriores procedimientos de
reforzamiento diferencial el objetivo no es la extinción de la conducta sino
su disminución, de tal modo que se corrija la conducta hasta que aparezca
según una tasa baja o moderada predeterminada, que siempre debe ser menor
que la inicial, y que no se produzca en exceso. Este procedimiento se presta a
su vez a ser aplicado en tres modalidades (Méndez et al., 2008): de respues-
ta espaciada (se refuerza el periodo entre dos respuestas), de intervalo (se
refuerza al final de un intervalo, se emplea generalmente cuando se precisa
de un feedback más directo e inmediato) y de sesión completa (se refuerza
al final de la sesión, se emplea cuando es posible la demora del reforzador).

Los mencionados programas suelen emplearse combinados e integrados en progra-


mas de intervención más amplios y aunque, al igual que la extinción, los efectos no son
inmediatos, pues precisan de un tiempo hasta su consolidación, sí se pueden considerar
estables en el tiempo.

Continuando con el ejemplo de Ana, una posibilidad sería que sus padres acorda-
sen con ella que no le comprarían la chocolatina, pero sí le darían una onza de chocolate
cuando estuvieran en la caja si ayuda a comprar o lleva el carro de la compra (RDO) o
si sonríe, habla tranquila o permanece en silencio (RDI). En este caso un programa de
RDTB no sería posible, pues se considera que se desea suprimir el llanto por completo
en esa situación, mientras que el reforzamiento de una conducta funcionalmente equi-
valente podría ser premiar el pedir la chocolatina de manera educada.

Las aplicaciones de los programas son muy amplias al igual que se comentaba en la
extinción, dado que permiten la disminución o eliminación de conductas. En el caso del
paciente que sistemáticamente llega tarde al grupo, una opción sería reforzarle socialmente
cada vez que acudiese puntual (RDI). Asimismo, las conductas autolesivas, los tics, las
conductas agresivas y las desafiantes se pueden beneficiar de este tipo de intervenciones.

5.3. CASTIGO NEGATIVO O COSTE DE RESPUESTA

Una vez abordados los procedimientos menos aversivos se haría uso de aquellos
que generan una mayor respuesta emocional negativa en el paciente. A través del casti-

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go negativo o coste de respuesta, se retiraría tras la emisión de la conducta un estímulo


apetitivo del que se disponía con anterioridad; consecuentemente la conducta disminui-
rá o será suprimida incluso en función de la aversividad de la experiencia en una sola
aplicación, produciendo efectos rápidos e inmediatos y generalmente mantenidos a lo
largo del tiempo.

Para maximizar la eficacia del procedimiento es importante saber qué estímulo


es especialmente importante, apetitivo o gratificante para el paciente, de tal manera
que su retirada tenga suficiente fuerza como para eliminar una conducta. Una varian-
te del procedimiento es la prima del coste de respuesta (Méndez et al., 2008) consis-
tente en la entrega previa de reforzadores para proceder a retirarlos tras la ejecución
de la conducta.

Prosiguiendo con Ana, si, por ejemplo, sus padres cada vez que llorase le retuvie-
ran un céntimo de su paga, probablemente no sería igual de eficaz que si le suprimiesen
la paga íntegra. Por tanto, se debe seleccionar algo que resulte valioso para que la pena-
lización suponga un costo y resulte, con ello, eficaz.

Las aplicaciones del castigo negativo o coste de respuesta no suelen emplearse con
tanta frecuencia en la práctica clínica por motivos éticos, aunque sí puede resultar útil
enmarcada en un sistema de economía de fichas que se estudiará con posterioridad. Asi-
mismo, tener en cuenta este procedimiento en el ámbito de la educación especial y en
el ámbito infanto-juvenil, por ejemplo en los grupos o escuelas de padres, puede ser útil
para ofrecer pautas ante conductas que se desea eliminar.

5.4. TIEMPO FUERA DE REFORZAMIENTO O TIME OUT

El tiempo fuera de reforzamiento es un procedimiento basado en el castigo negati-


vo que consiste en excluir al paciente durante un periodo determinado de la posibilidad
de poder obtener un reforzador tras la emisión de la conducta que se desea extinguir.
Por tanto, el paciente debe encontrarse previamente en una situación y será retirado de
manera contingente una vez ejecute la respuesta indeseada a otra situación en la que no
disponga de ningún reforzador. Este aspecto es especialmente difícil, pues generalmente
cualquier ambiente puede contener algún tipo de reforzador que reduzca la aversividad
del cambio. Sin embargo, en ocasiones el simple hecho de ser trasladado de ambiente
o situación, resulta suficientemente aversivo como para detener la emisión futura de la
conducta; el efecto normalmente es inmediato, si bien, dado que el paciente debe volver
en algún momento a la situación previa puede ser poco estable en el tiempo.

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Además de la necesidad de no disponer de otros reforzadores en el nuevo ambiente,


existen otros dos requisitos en la aplicación del tiempo fuera de reforzamiento:

• Que la situación de la que el sujeto es retirado no sea en sí misma aversiva,


pues en caso de que abandone una situación desagradable el mecanismo
subyacente sería el reforzamiento negativo y consecuentemente se aumen-
taría la frecuencia de la conducta.
• Que en la aplicación con niños se proceda a penalizar el tiempo fuera un
minuto por año de edad del niño hasta un máximo de 15 o 20 minutos.

Existen tres tipos de tiempo fuera de reforzamiento en función del lugar en el que
transcurra y las posibilidades de que se disponga que, ordenadas según su orden de in-
trusividad, serían las siguientes (Méndez et al., 2008):

• Tiempo fuera de no exclusión. Durante un periodo de tiempo se impide el


acceso a los reforzadores pero el paciente puede observar cómo otros los
reciben.
• Tiempo fuera de exclusión. Durante un periodo temporal se impide al pa-
ciente el acceso a los reforzadores y no puede observar a los demás reci-
biéndolos.
• Tiempo fuera de aislamiento. Durante un periodo temporal se cambia al pa-
ciente a una situación sin estímulos reforzantes.

Si los padres de Ana optasen por que una vez comience a llorar tuviera que esperar
sola en la entrada del supermercado durante 9 minutos, sería probablemente una situa-
ción tan desagradable para la pequeña que en sucesivas ocasiones evitaría su reacción
con tal de permanecer junto a sus padres.

Al igual que el coste de respuesta, el tiempo fuera de reforzamiento no suele ser


un procedimiento empleado con frecuencia en la clínica por motivos éticos, pues no se
puede trabajar sacando al paciente de consulta durante un periodo. Sin embargo, en in-
tervenciones grupales y en función de la situación se podría aplicar con determinadas
condiciones, por ejemplo, solicitar a un paciente que permanezca sentado visualizando
y escuchando al grupo pero sin participar o que abandone el grupo, si bien, antes de re-
currir a esta medida se debe intentar optar por los procedimientos expuestos con ante-
rioridad. Es quizás el ámbito de la educación especial, de la educación en general y los
problemas de menores, como la desobediencia, y sobre todo en el campo académico en

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los que el tiempo fuera de reforzamiento es empleado con mayor frecuencia. En esta úl-
tima área de actuación el aula supone una situación impredecible en la que no se pueden
controlar todos los reforzadores, por lo que alejar al individuo de la situación es la única
opción posible para que deje de obtener reforzamiento.

5.5. REPETICIÓN MASIVA O SACIACIÓN

Dentro de la saciación encontramos dos modalidades de intervención en función de


que el elemento repetido sea una conducta o un estímulo respectivamente:

• Saciación de estímulo o de reforzador. Se fundamenta en la presentación


masiva de un estímulo que se consideraba reforzador a tan alta frecuencia
que pierde su valor apetitivo.
• Saciación de respuesta, práctica masiva o práctica negativa. Consiste en
ejecutar reiteradamente una conducta que resultaba reforzante previamen-
te hasta que produzca malestar.

Ambas comparten su mecanismo nuclear: repetir desmesuradamente un estímulo o


conducta de tal manera que pierda su valor reforzante. Como es de esperar, los efectos
son inmediatos, pues la cualidad desagradable o el malestar aparece tan pronto como el
sujeto comience a realizar la conducta un número superior de veces al que venía ejecu-
tándola previamente. Sin embargo, en ocasiones una vez finaliza la repetición masiva,
el estímulo o la conducta vuelve a recuperar su cualidad agradable y no se mantiene la
disminución de la conducta en el futuro.

Si se decidiera aplicar a Ana un procedimiento de saciación podría ser de estímulo


si le indicáramos que debe tomar varias chocolatinas, lo que se tornaría aversivo por el
probable dolor de estómago que padecería con posterioridad.

La saciación es un procedimiento que puede ser útil en distintos trastornos como el


de los tics, las estereotipias o incluso el tabaquismo, si bien obviamente nunca se debe
emplear con conductas que puedan resultar posteriormente peligrosas.

5.6. SOBRECORRECCIÓN

La sobrecorrección sería el penúltimo método en la escala de aversividad y se basa


en los principios del castigo positivo consistente en la aplicación de estímulos aversivos

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relacionados con la conducta indeseable de manera contingente, de tal forma que el pa-
ciente se responsabilice de las consecuencias de su conducta emitiendo otra que neutra-
lice o atenúe los efectos. Bajo esta práctica encontramos dos modalidades:

• Sobrecorrección de práctica positiva o práctica positiva. El paciente debe


reparar de forma repetida el daño ocasionado a través de la repetición de
una conducta adecuada.
• Sobrecorrección restitutiva o restitución. El paciente debe restaurar el daño
y crear una situación mejor que la previa, por lo que se estimula y potencia
una mejora de las condiciones iniciales.

Si bien ejecutar de manera obligada una conducta opuesta a la que se ha llevado a


cabo resulta generalmente aversivo, en la sobrecorrección se promueve al mismo tiem-
po una conducta alternativa adecuada deseable, por lo que el cambio se produce rápido,
aunque los efectos no siempre son permanentes una vez desaparece la punición.

En el caso de Ana, un ejemplo de práctica positiva sería pedir durante cincuenta


veces perdón a los padres tras el llanto y, en el caso de restitución, se le podría solicitar
que se encargara de seleccionar un determinado producto alimenticio que pudiera ser
agradable para sus padres.

Al igual que las herramientas previas, la sobrecorrección es especialmente eficaz


en la educación especial y en trastornos conductuales como agresividad, mentiras, trans-
gresión de normas, así como otros problemas tales como enuresis, encopresis, vómitos
o rabietas en las que se rompen objetos.

5.7. CASTIGO POSITIVO

En el último escalón se encontraría el castigo positivo que, como se ha visto con


anterioridad, supone la presentación de un estímulo aversivo. Existe cierta controversia
respecto a la eficacia del método, pues es posible que de no mantenerse a lo largo del
tiempo sus efectos puedan perder fuerza, sin embargo, también se puede dar el caso de
que si este se emplea con una intensidad elevada pueda lograr en una sola aplicación la
eliminación completa de una conducta.

Retomando el caso de Ana, si sus padres le dan un grito durante el llanto es posible
que cediera en su insistencia (si no llorase más por el impacto emocional de la situación
o el posible daño).

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Dado que con esta técnica el impacto emocional es máximo se desaconseja su em-
pleo en clínica por razones éticas. Sin embargo, en ocasiones se recurre a él en el ám-
bito educativo, de educación especial y con padres, si bien se emplea estímulos con
un nivel de aversividad leve o moderado dentro del espectro posible y sus distintas in-
tensidades, recurriendo a estímulos como: un suspenso, un fuerte ruido, una riña o un
grito.

6. P
 ROCEDIMIENTOS BASADOS EN LOS PRINCIPIOS DEL CON-
DICIONAMIENTO ENCUBIERTO

Los procedimientos encubiertos suelen considerarse una modalidad de aplicación


más que una familia distinta de procedimientos, si bien todos comparten los principios
del condicionamiento encubierto y la imaginación como fundamentos comunes. Todas
las técnicas abordadas hasta el momento se prestan a ser llevadas a cabo igualmente de
manera encubierta; asimismo otras herramientas en las que se profundizará en próximas
unidades didácticas como el modelado encubierto, el ensayo de conducta o role playing
encubierto, la detención del pensamiento, la aserción encubierta o la tríada del autocon-
trol serían variaciones que hacen uso de la imaginación. Lo esencial en este tipo de téc-
nicas reside en la implicación del paciente y el entrenamiento previo en imaginación o
visualización.

La tradición encubierta comienza con la propuesta de Cautela de la sensibilización


encubierta que consistiría en la aplicación de un castigo positivo en imaginación. De este
modo, se solventa relativamente el problema y dilema ético que supone la aplicación de
un castigo. Sucesivamente empieza a adaptar las técnicas operantes a esta modalidad ba-
sada en la visualización, refiriéndose lo encubierto a dos aspectos que operan y aparecen
a nivel imaginativo (Raich, 2008): la conducta y sus consecuencias.

Como resultado aparece una multitud de estrategias encaminadas a aumentar, man-


tener, disminuir o extinguir conductas a través de la asociación encubierta de la conducta
con sus consecuencias en la imaginación del paciente:

• Refuerzo positivo encubierto.


• Refuerzo negativo encubierto.
• Extinción encubierta.

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• Castigo positivo encubierto, sensibilización encubierta o aversión encu-


bierta.
• Castigo negativo encubierto o coste de respuesta encubierto.

Olivares, Méndez y Bermejo (2008) recomiendan que la visualización de la dispen-


sación del reforzador se mantenga entre 10 y 15 segundos y se realice unas 10 veces en
cada sesión en 20 ensayos con la intención de maximizar el éxito terapéutico.

Las terapias para el alcoholismo es una de las principales áreas donde se ha aplica-
do con buenos resultados la sensibilización encubierta combinada con el reforzamiento
positivo. El hecho de visualizarse recibiendo algún tipo de estímulo aversivo por beber
(náuseas, enfado o rechazo por parte de familiares, etc.), puede resultar un método eficaz
para la disminución de la conducta de beber. Asimismo, en el campo de las parafilias o
del juego patológico se han aplicado de manera encubierta estímulos desagradables pre-
tendiendo extinguir la aparición de la conducta desviada.

7. P
 ROCEDIMIENTOS ENCAMINADOS A ORGANIZAR LAS CON-
TINGENCIAS

Labrador (2008) define un sistema de contingencias como procedimiento a través


del cual pretende abarcar y controlar una variedad de conductas en un grupo de perso-
nas; para ello se emplean múltiples contingencias, positivas o negativas, se utilizan re-
forzadores generalizados y se manipula en cierta medida el ambiente.

7.1. ECONOMÍA DE FICHAS

La economía de fichas consiste en un sistema que organiza las contingencias ex-


ternas y los reforzadores para lograr el control sobre el contexto en el que sucede una
o más conductas. De este modo se puede lograr a través del reforzamiento: aumentar,
disminuir, mantener o crear una o más conductas en una persona o un grupo. La herra-
mienta a través de la que se produce el control es un reforzador secundario generaliza-
do material y artificial, generalmente una ficha, que dispensado de manera inmediata y
contingente a la conducta se puede intercambiar por otro tipo de reforzadores de apoyo
tangibles. Es decir, a través de ejecutar una pauta determinada se obtiene un elemento
que posteriormente se cambiará por un reforzador real.

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El diseño y la planificación de un programa de economía de fichas es una tarea la-


boriosa puesto que supone delimitar parámetros tales como (Labrador, 2008):

• Quién será la persona encargada de dispensar los reforzadores generalizados.


• Sobre qué conductas se intervendrá.
• Qué elemento o qué estímulo se empleará como reforzador generalizado:
una ficha, una pegatina, un pequeño objeto, etc.
• Qué reforzadores de apoyo se utilizarán, debiendo estar disponible una gama
amplia, variada, deseada y no disponible en el medio para evitar la sacia-
ción.
• Las condiciones concretas de la obtención de los reforzadores generaliza-
dos y los de apoyo como son frecuencia, temporalización y la cantidad ne-
cesaria para el canje.
• Ocasionalmente también se establece un sistema de penalización en el que
deberá constar la pérdida de reforzadores generalizados en caso de no cum-
plir con la pauta, teniendo especial atención para que en ningún momento
se quede en «números rojos» o en negativo.
• Por último, será necesario definir el procedimiento de desvanecimiento que
se incluirá de tal manera que la conducta quede bajo las contingencias am-
bientales. Este aspecto generalmente se resuelve solicitando un mayor nú-
mero de reforzadores generalizados para obtener el reforzador de apoyo, o
dilatando el tiempo de entrega de los reforzadores secundarios.

En el caso de Ana quizás se podría prever que instaurar una economía de fichas
supondría un sobreesfuerzo que no redundaría en una mayor mejoría. No obstante, si
se decidiera proceder a través de esta herramienta una opción podría ser establecer la
chocolatina como reforzador de apoyo y una pegatina marrón como reforzador genera-
lizado. Sus padres podrían actuar del siguiente modo: cada vez que Ana acudiera al su-
permercado y no llorase se le entregaría una pegatina; tras la obtención de cinco, Ana
podría seleccionar aquella chocolatina que más le guste; sin embargo si llorase en al-
guna ocasión, no solo no obtendría pegatina sino que se le retiraría una adicional de las
conseguidas anteriormente.

Dada la complejidad que supone poner en marcha tal organización suele ser espe-
cialmente rentable hacer uso de este procedimiento en casos en los que se beneficiará
más de un paciente de la intervención. Tal es el caso de los ambientes institucionales
como puede ser un hospital psiquiátrico, un centro de menores, una prisión o para algu-

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na problemática en la que haya más de un paciente implicado y se pueda ejercer algún


tipo de control sobre los reforzadores existentes en él.

7.2. CONTRATO DE CONTINGENCIAS O CONTRATO CONDUCTUAL

El contrato conductual dentro del ámbito de la terapia de conducta hace referencia


a un acuerdo explícito idiosincrásico en el que se especifican tres elementos:

• Las conductas concretas que se desean modificar definidas de manera ope-


rativa y medible.
• Las personas implicadas que se comprometen a llevar a cabo las acciones.
• Las consecuencias o penalizaciones que se aplicarán de manera contingente
a su ejecución o su incumplimiento.

Una característica general de los contratos suele ser el establecimiento del compro-
miso a nivel escrito, pues al quedar constancia física fomenta la adherencia y su cum-
plimiento.

En cuanto a las personas involucradas se puede establecer tres modalidades de con-


trato en función de cuántas partes hayan concertado el pacto:

• Unilateral: psicólogo y paciente.


• Bilateral: paciente y otra persona.
• Multilateral: paciente y más de una persona.

La modalidad bilateral y multilateral se prestan a su vez a dos posibles acuerdos:

• Quid pro quo o de intercambio: uno de los implicados se compromete a


modificar su conducta siempre y cuando el otro la cambie. El cambio del
primer participante será el refuerzo para que se produzca el cambio de con-
ducta del segundo, por tanto se trata de un intercambio recíproco de refor-
zadores.
• Paralelo o de buena fe: cada miembro debe cumplir su parte y obtener su re-
compensa de manera independiente al cumplimiento del acuerdo de la otra
parte. De este modo el cambio de conducta no está sujeto a reciprocidad y

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si una de las partes cambia su conducta será reforzada con una recompen-
sa, que suele ser otra conducta no relacionada con la anterior.

El contrato más frecuente, por su mayor simplicidad, es aquel en el que el paciente


se compromete delante del terapeuta a modificar determinados aspectos de su conducta
(aumentar, disminuir o mantener su frecuencia). No obstante, siempre que sea posible es
deseable recurrir a un formato bilateral o multilateral incluyendo terceras personas que
pueden ejercer más presión en su cumplimiento. También es importante comprometerse
a su vez a modificar aspectos de la propia conducta que pudieran estar implicados en la
problemática, por lo que los implicados cumplen una doble función como dispensadores
de reforzadores y como controladores del cambio.

En el caso de Ana si se optase por elaborar un contrato, que sería unilateral si Ana
se comprometiera por escrito a no llorar en el supermercado y a cambio obtendría los
viernes por la tarde una chocolatina, o bilateral si implicase a uno de sus progenitores y,
finalmente, multilateral si estuvieran ambos inmersos. Además se podría establecer en las
condiciones del contrato que no solo Ana se comprometiera a evitar el llanto, sino que
un progenitor o ambos se comprometieran a evitar determinada conducta molesta para
Ana o realizar alguna que le resulte apetecible. De este modo las conductas quedarían
bajo control mutuo, recíproco e interdependiente. Si se optase por un contrato quid pro
quo se podría establecer que si Ana no llora su padre le comprará una vez a la semana
una chocolatina. En el caso de hacer uso de un contrato paralelo se pactaría que si Ana
no llora, su madre le leerá un libro por la noche o que si su madre le compra una choco-
latina a la semana, Ana recogerá su habitación todos los viernes.

Las aplicaciones de los contratos suelen ser de lo más variadas, primando la sis-
tematización y la creatividad; sin embargo, suele ser especialmente útil en el contexto
clínico con: personas que muestran baja adherencia para aumentar el compromiso a la
terapia, población infanto-juvenil, problemas de adicciones como el tabaco y toxicoma-
nías, los trastornos alimentarios, las conductas autolesivas o en problemas relacionales
interpersonales, familiares o de pareja.

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 CONCEPTOS BÁSICOS
• Los hallazgos derivados del condicionamiento operante han permitido el
desarrollo de las técnicas operantes que pretenden modificar la conducta a
través de la manipulación de los antecedentes y consecuentes.
• Los principales procedimientos operantes difieren en su capacidad de au-
mentar o disminuir la conducta en función de la presentación o retirada con-
tingente e inmediata de las consecuencias (estímulos apetitivos o aversivos)
y son 6: reforzamiento positivo, reforzamiento negativo, castigo positivo,
castigo negativo o coste de respuesta, extinción y recuperación.
• Cuando se manipulan los antecedentes se produce el control estimular que
combina la aparición de estímulos discriminativos y estímulos delta.
• Los procedimientos para reforzar la tasa de emisión de conducta pueden ser
programados en función de que el reforzador se dispense de manera con-
tinua o intermitente. En este último caso el refuerzo puede ir dirigido a la
frecuencia de una conducta (programa de razón) o a un periodo temporal
(programa de intervalo), que a su vez puede ser fijo si el refuerzo se dis-
pensa tras un número estable de conductas o un periodo temporal igual, o
variable en el caso de que el reforzador no se administre la misma pauta en
todos los casos.
• Si el objetivo es desarrollar nuevas conductas o perfeccionar algunas dis-
ponibles se puede recurrir al reforzamiento positivo y negativo, al moldea-
miento, encadenamiento o desvanecimiento.
• Por el contrario, si se desea disminuir o suprimir una conducta teniendo
en cuenta su intrusividad y el malestar que producen, se puede seguir el
siguiente orden de elección: extinción, reforzamiento diferencial, castigo
negativo o coste de respuesta, tiempo fuera de reforzamiento, saciación, so-
brecorrección y castigo positivo.
• La mayoría de procedimientos son aptos para ser aplicados en imaginación,
lo que resulta especialmente útil para minimizar los efectos de las estrate-
gias punitivas. La tradición comienza con la sensibilización encubierta y se
expande a numerosas técnicas.
• Cuando el objetivo es organizar las contingencias en un ambiente determina-
do se puede recurrir a la economía de fichas o a los contratos conductuales.

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 ACTIVIDADES DE REPASO
1. Enumera los principales procedimientos operantes y sus características más
relevantes.
2. Reproduce la tabla que contiene los principios operantes más importantes
en función de que se presente o retire un estímulo apetitivo o aversivo.
3. ¿A qué parámetros se debe atender en la elección del reforzador cuando se
pretende emplear un programa de reforzamiento?
4. Describe los distintos programas de reforzamiento estudiados en esta unidad.
5. ¿Cuáles son las principales ventajas y desventajas de los diferentes progra-
mas de reforzamiento y qué indicaciones se deben conocer como psicólogo
previamente a su instauración?
6. Explica las distintas estrategias para aumentar conductas o desarrollar y
perfeccionar las existentes.
7. ¿Qué procedimientos existen para disminuir o suprimir conductas y cuál
debería ser su orden de elección?
8. Comenta brevemente el proceder en la instauración de la economía de fi-
chas y de los contratos de contingencias y sus características principales.

 REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Kazdin, A. E. (1996). Modificación de la conducta y sus aplicaciones prácticas. México: Editorial El
Manual Moderno.
Labrador, F. J. (2008a). Técnicas operantes II: reducción de conductas. En F. J. Labrador (coord.). Técnicas
de modificación de conducta (pp. 313-38). Madrid: Ediciones Pirámide.

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— (2008b). Técnicas operantes III: sistema de organización de contingencias. En F. J. Labrador (coord.).


Técnicas de modificación de conducta (pp. 339-59). Madrid: Ediciones Pirámide.
Larroy, C. (2008). Técnicas operantes I: desarrollo de conductas operantes. En F. J. Labrador (coord.). Técni-
cas de modificación de conducta (pp. 287-311). Madrid: Ediciones Pirámide.
Méndez, F. X., Olivares, J. y Beléndez, M. (2010). Técnicas operantes. En J. Olivares y F. X. Méndez
(coord.). Técnicas de modificación de conducta (pp. 133-92). Madrid: Editorial Biblioteca Nueva.
Olivares, J., Méndez, F. X. y Bermejo, R. M. (2008). Técnicas de condicionamiento encubierto. En J. Oli-
vares y F. X. Méndez (coord.). Técnicas de modificación de conducta (pp. 225-53). Madrid: Edito-
rial Biblioteca Nueva.
Raich, R. M. (2008). Condicionamiento encubierto. En F. J. Labrador (coord.). Técnicas de modificación
de conducta (pp. 437-51). Madrid: Ediciones Pirámide.

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