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ANAGRAMAS - UNIVERSIDAD DE MEDELLIN

¡Vamos al Centro Comercial!


Consumo y visualidades del miedo
en la Medellín contemporánea*

Carlos Mario Berrío Meneses**

Recibido: 2014-09-10 - Aprobado por pares: 2014-11-30


Enviado a pares: 2014-10-10 - Aceptado: 2014-12-03

Resumen
El presente artículo explora cómo la combinación de dos
factores: el miedo y la sociedad de consumo se han convertido en
uno de los motores fundamentales del crecimiento de los centros
comerciales urbanos en Colombia y especialmente en la ciudad
de Medellín. Allí, se fomenta el consumo de productos y servicios
y, al mismo tiempo, se invita a los consumidores a escapar de
los peligros inherentes de vivir en la ciudad contemporánea.
Palabras clave: Centros comerciales, Medellín, Miedo, Consumo,
Publicidad.

* El presente artículo nace como un resultado de la investigación titulada Visualidades del miedo; heroísmos y
villanías en la Medellín contemporánea, desarrollada en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Me-
dellín y financiada por la Vicerrectoría de Investigaciones de la Universidad de Medellín.
** Publicista y Magíster en Estudios Políticos. Actualmente docente investigador de la Universidad de Mede-
llín. Coordinador de la Maestría en Comunicación de la misma universidad. Correo electrónico: caberrio@
udem.edu.co

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Carlos Mario Berrío Meneses

Let’s Go to the Mall!


Consumption and Visualization of Fear in
Contemporaneous Medellín

Abstract
This article explores how the combination of two factors: fear and
consumer’s society have become one of the key growth drivers
of shopping mall in Colombia and especially in Medellin. In these
places, the consumption of products and services is encouraged
and at the same time, consumers are invited to escape from the
inherent dangers of living in a contemporary city.
Key words: Shopping mall, Medellin, Fear, Consumption,
Advertising.

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¡Vamos al Centro Comercial! Consumo y visualidades del miedo en la Medellín contemporánea

Introducción
Los centros comerciales en Colombia, y especialmente en la ciudad de Medellín, han
demostrado un crecimiento considerable durante los últimos años. Según Fenalco, el
negocio mueve cerca de $26 billones anuales en Colombia y las inversiones proyectadas
entre 2013 y 2015 superan los US$2000 millones, puesto que se contempla la creación
de 50 proyectos en todo el país (revista P&M, 2013). Por otra parte, de acuerdo con la
Asociación de Centros Comerciales de Colombia, Medellín se ubica en un lugar des-
tacado en cuanto al área construida de este tipo de establecimientos. Si se revisa el
contexto latinoamericano, el promedio regional se ubica en 8.22 m2 construidos por
cada 100 habitantes, mientras Medellín tiene un promedio de 17.20 m2, por encima de
Cali y Bogotá, respectivamente. Además, entre 2013 y 2014 se espera un aumento supe-
rior a los 208.168 metros cuadrados de espacio comercial en el área metropolitana (El
Colombiano, 2013).
Desde esta perspectiva, no resulta extraño que la clase media medellinense haya
aceptado los centros comerciales no solo como un espacio donde se compra, sino también
como un lugar donde se conjugan el ocio, el entretenimiento y la vida social. Así, para
muchos medellinenses, el plan de fin de semana obligatoriamente incluye visitar estos
establecimientos e invertir allí una considerable cantidad de tiempo. Por tal razón, cerca
del 47 % de quienes asisten a estos espacios comerciales permanecen en sus instalaciones
entre dos y cuatro horas cada vez que los visitan.
Entre los argumentos que este sector expone para explicar el rápido crecimiento de
los centros comerciales en Colombia –y en la ciudad de Medellín-, sobresale la abundante
inversión extranjera que ha llegado al país en los últimos años, la cual se ha combinado
con tres factores concretos. Primero, el diseño: este tipo de establecimientos comerciales
ha invertido grandes esfuerzos en hacer sus espacios más amables, interesantes e innova-
dores, situación que facilita la vivencia de experiencias para los consumidores. Segundo,
precio competitivo: la amplia oferta comercial surgida en Colombia ha permitido que las
marcas ubicadas en centros comerciales ofrezcan sus productos a precios competitivos.
El antiguo imaginario que existía en torno a que las compras en estos establecimientos
eran por lo general más costosas ha desaparecido. Tercero, estrategias de mercadeo de-
finidas: Inicialmente los centros comerciales se limitaban a unas acciones en específicas
épocas del año; hoy día, estos establecimientos han desarrollado estrategias de marca
mucho más agresivas. Por esta razón, han construido una relación más cercana con sus
consumidores, los cuales perciben estos negocios como un espacio para el encuentro.
Sin embargo, los factores anteriormente descritos, por sí solos, son insuficientes para
explicar este fenómeno puesto que, aunque cualquier centro comercial deberá realizar
acciones de este tipo para mantenerse como una opción rentable en el mercado, estos
no explican el crecimiento acelerado de todo el sector. Para entenderlo, deberemos su-
marle dos factores que no han sido tenidos en cuenta hasta el momento: la sociedad de
consumo y los miedos contemporáneos.

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Jean Baudrillard expuso en 2009 uno de los primeros esbozos para entender la
sociedad de consumo. Esta fue catalogada por el autor, como la economía del signo. Es
decir, asistimos a un modelo económico que no intercambia simplemente mercancías, sino
algo más importante o significativo: símbolos. Los consumidores hoy día no compramos
objetos para satisfacer nuestras necesidades, sino que compramos objetos por lo que estos
representan para nosotros. Nos convertimos en una sociedad fetichista, pues giramos en
torno a la producción, el consumo y la exhibición de los objetos (Álvarez y Arango, 2011).
Asimismo, el autor afirma que el consumo se ha presentado como la respuesta a
una gran interrogante que nos aqueja desde el origen de la civilización: ¿cómo ser felices?
La respuesta es simple, el consumo nos hará felices y entre más se consuma más felices
seremos. Entonces el centro comercial no solo nos ofrece la posibilidad de consumir y
entretenernos, sino la oportunidad de ser felices.
Hasta aquí el primer elemento que explica el éxito de este negocio: la sociedad de
consumo. Ahora, el segundo elemento está basado en el miedo que sentimos dentro de la
ciudad y hacia ella –escenario propio de la Contemporaneidad–. El miedo es definido de
diversas formas, pero esencialmente puede entenderse como una emoción natural desa-
rrollada como mecanismo de supervivencia que se desata ante una amenaza o un peligro.
Adicional a esto, Enrique Gil Calvo (2004) afirma que la sociedad contemporánea e
hipercomunicada entiende el mundo como un sitio tremendamente peligroso. Convivimos
con la permanente sensación de riesgo e incertidumbre, fundamentados en que las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación están al alcance de millones de personas,
que pueden enterarse rápidamente de peligros que ocurren a miles de kilómetros de
distancia. A manera de ejemplo: las posibilidades de tener una muerte violenta en la Edad
Media eran mucho más altas que hoy día; inclusive, llegar a la vejez podría considerarse
un asunto relativamente extraño. Sin embargo, a diferencia de quienes vivieron en ese
período, hoy día vivimos aterrados de la posibilidad de ser víctimas debido a que hechos
peligrosos llegan a las pantallas de nuestros televisores, laptops y smartphone a diario;
todo esto, aun cuando la expectativa de vida ha aumentado considerablemente en las
últimas décadas y las probabilidades de ser víctimas de un acto de violencia extrema han
disminuido.
Como perceptores de los mensajes de comunicación, somos inundados por men-
sajes que reproducen el miedo: los noticieros en diversos formatos presentan a diario
extorsiones, asesinatos, robos, accidentes fatales, calamidades, etc. A esto se suman
numerosos programas de televisión que tienen como tema principal la inseguridad y la
victimización, los cuales se combinan con cadenas de correos electrónicos que circulan
mientras denuncian las nuevas modalidades de robos en la ciudad; adicionalmente, la
violencia experimentada en la ciudad de Medellín en las últimas décadas, por medio
de la transformación y el aumento de múltiples factores de riesgo, lo cual produce una
sensación de temor hacia los sitios públicos, y en algunos casos, también hacia los sitios
donde se habita.

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Impulsados en una postura reflexiva, este trabajo pretende reconocer cómo los
centros comerciales y otro tipo de recursos que limitan la vivencia del espacio público
se han convertido en instrumentos que aumentan la sensación de seguridad. Para ello,
se explorarán los conceptos de la sociedad del consumo y los miedos contemporáneos;
luego se profundizará en los miedos que aquejan a la ciudad de Medellín y finalmente se
abordará el tema de cómo los centros comerciales se han convertido en una opción viable
para huir del miedo y hoy día pretenden ser el lugar donde se combinan la seguridad y
la felicidad.

Metodología
Esta investigación exploratoria partió del supuesto de que los medios de comunicación
construyen percepciones en el público con respecto al miedo, razón por la cual, estos
influyen en cómo se advierten los peligros, las amenazas y el miedo por parte de la opinión
pública. En este sentido, las fuentes del miedo hechas visibles en los medios masivos no
responden únicamente a un interés de los equipos periodísticos por retratar el entorno o
de los expertos en mercadeo y publicidad para promover cierto tipo de bienes y servicios,
sino que también ayudan a formar dicha realidad en la medida en que se convierten en
una nueva fuente de miedo en sí misma. Así, los temores retratados en los medios de
comunicación se hacen cada vez más visibles e impulsan a la opinión pública a responder
ante las amenazas allí presentadas.
Por tal razón, el equipo de investigación se centró en la metodología de análisis
de contenido en el medio de información escrito de mayor circulación en la ciudad; se
tomó como muestra principal al periódico El Colombiano y la indagación se centró en el
transcurso de los años 2008-2011. Con el fin de delimitar la muestra, se escogió al azar
una publicación mensual, alternando las semanas y los días, procedimiento que permitió
limitarla a 48 ejemplares de todos los días de la semana.
Dicho rastreo permitió una revisión exploratoria de los tipos de noticias que con-
formaban las primeras páginas y el primer cuadernillo; esta observación se realizó para
de determinar qué tipos de amenazas se encontraban manifiestas en las primicias del
periódico y qué información representaba (de alguna manera) peligro para los lectores;
esto con la intención de comprobar si los supuestos del equipo investigador acerca del
tema eran congruentes con los resultados obtenidos.
La hipótesis sobre el que se realizó la investigación plantea que el miedo es un resul-
tado de la violencia física a la que ha estado condicionada la ciudad desde finales de los
años ochenta; sin embargo, el material escrutado permitió hallar cuatro tipos diferentes
de miedo que se podrían clasificar de la siguiente manera: Primero: miedo por la seguridad
física, materializado en violencia en las calles, homicidios, paros armados, extorsiones,
etc. Segundo: miedo asociado a factores económicos, centrados principalmente en la
disminución en la calidad de vida, carencia o pérdida del empleo. Tercero: miedo a los
cambios climáticos que afectan a la población por medio de derrumbes derivados del
invierno (aludes), inundaciones, sequías, incendios. Cuarto: miedo a las enfermedades,

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principalmente a las que son catalogadas como ruinosas, que estén por fuera del Plan
Obligatorio de Salud y enfermedades infectocontagiosas.
Posterior a la clasificación de dichos conceptos, se procedió a caracterizar los hechos
noticiosos que trataban temas relacionados y que hacían parte de la primera página de
cada ejemplar; en estas noticias se empleó la metodología de análisis de contenido.
Adicionalmente, el equipo de investigación realizó un rastreo paralelo en dos ámbitos
enteramente diferentes; en primer lugar, en torno a cómo se visualizan estos miedos –y
otros no evidenciados en las noticias– en la publicidad pautada en este medio de comuni-
cación, y en segundo lugar, se rastreó la ficción narrativa de la ciudad, producida en cortos
y largometrajes producidos en la ciudad en el mismo período. Si bien, el equipo desde un
principio tenía claro que la ficción no tiene una obligación documental o periodística de
narrar la realidad, sí proyecta interpretaciones de lo real y retrata de alguna manera los
imaginarios de la ciudad.
Finalmente, después de estudiar los tres campos, noticioso, publicitario y audiovisual,
se contrastaron los hallazgos por medio de una encuesta de opinión realizada por el Centro
de Opinión Pública de la Universidad de Medellín, con la cual se pretendía determinar si los
miedos visualizados en estos campos, efectivamente estaban apropiados por diferentes
sectores de la opinión pública de la ciudad de Medellín.

La sociedad de consumo
Diversos académicos contemporáneos han coincidido en calificar a la Modernidad como
un concepto netamente occidental. Es decir, las ideas de este período, que aparentemente
son universales, en realidad surgen paulatinamente al finalizar la Edad Media en Europa
y posteriormente se expanden a diferentes regiones del mundo, apoyadas en el poderío
militar y naval que los europeos experimentaron desde mediados del siglo XVII. Desde esa
perspectiva, puede entenderse por qué el continente americano adoptó, de una manera
más o menos homogénea, los valores de la Modernidad.
Según Carlos Patiño (2006), estos valores pueden categorizarse claramente en unos
pocos elementos que identifican inequívocamente a una sociedad moderna. Estos valores
han permitido el triunfo de un determinismo económico que nos lleva a pensar que una
sociedad se moviliza, básicamente, por estos intereses y que estos pueden ser gestionados
políticamente. Así, el crecimiento económico se convierte en un elemento fundamental
para medir el desarrollo y bienestar de una sociedad. Desde esta perspectiva, no resulta
extraño que el consumo haya surgido como un elemento primordial que identifica a las
sociedades modernas y más adelante a las posmodernas. En este campo se han destacado
los trabajos de los sociólogos Jean Baudrillard (2009) y Zygmunt Bauman (2007) quienes
han realizado esbozos teóricos que buscan explicar cómo funcionan las sociedades
basadas en el consumo.
Como se dijo anteriormente, Baudrillard expone que la sociedad de consumo es en
realidad una sociedad fetichista que gira en torno a la producción, compra y exhibición

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de los objetos. Así, los objetos ya no se limitan a cumplir una función de uso, sino que
van mucho más allá y pasan a expresar significados más profundos como la distinción, y
la exclusividad o, incluso, dan a conocer los intereses, gustos y estilos de vida de quienes
los usan y exhiben. En esta lógica, los objetos buscan transmitir cualidades que también
pueden extenderse a los usuarios, pues ellos también se comportan, de alguna manera
u otra, como un producto digno de ser consumido. Bauman (2007, 17 y ss.) es claro en
afirmar que los consumidores son promotores del producto que usan y, al mismo tiempo,
son un producto que promueven constantemente. Los consumidores se convierten en
gerente de ventas, vendedor ambulante y producto al mismo tiempo. No resulta en vano
nuestra obsesión por los salones de belleza, los gimnasios, los tintes de cabello, los trucos
para verse joven, eliminar las arrugas, etc., que buscan ofrecerles a los cuarentones la
oportunidad de sentirse y sobre todo verse jóvenes para no ser descartados por anticuados
u obsoletos; para ser comprados y usados por otros.
La sociedad de consumo, llamada por Bauman ¨sociedad de consumidores¨, lenta-
mente se ha encargado de refundar las interacciones humanas a imagen y semejanza de
las relaciones que se establecen entre consumidores y productos. Es decir, en una relación
entre consumidores y productos, se presume que los consumidores humanos pueden elegir
entre muchos tipos de productos, probarlos, descartarlos, ignorarlos, usarlos y finalmente
desecharlos. Así, el consumidor humano puede elegir y los productos pueden ser elegidos
o descartados. Sin embargo, lo que en realidad sucede en este tipo de sociedad es que
los roles son borrosos y terminan por confundirse. En la sociedad de consumidores, nadie
puede convertirse en un sujeto si no está dispuesto a convertirse al mismo tiempo en un
objeto, en un producto, y al mismo tiempo, someterse a todas las posibilidades que esto
encarna, es decir, a ser elegido o ignorado, a ser usado y finalmente desechado.
Desde esta perspectiva no resulta extraño el afán de millones de personas por
adquirir la fama y el reconocimiento. Esta no es otra cosa que el deseo de destacarse y
salir del anonimato, adquirir la capacidad de aparecer en portadas de revistas, pantallas
de televisor y convertirse en tema de conversación porque así presuntamente se adquiere
la capacidad de ser deseado, amado y consumido, como lo son también los objetos
exhibidos en las vitrinas. El famoso adquiere la misma capacidad y el mismo compor-
tamiento de los zapatos de última moda o aquellos accesorios que titilan en la pantalla
del televisor.
Bajo esta misma perspectiva, puede también entenderse el impresionante éxito de
diversas redes sociales, que buscan exhibir a las personas como se hace con un objeto
de consumo. Así, la creación de un perfil de usuario y la posibilidad de intercambiar foto-
grafías y de exponer en público lo que tradicionalmente se conoce como la vida privada
en realidad obedece a ese interés y necesidad de exhibirse como producto y conseguir
más amigos virtuales, fans o seguidores que comprueben esa posibilidad de ser deseado.
Se busca, de igual forma, la posibilidad de ser famoso, de aparecer en una vitrina para
salir del anonimato y destacarse de la misma forma en que lo hace un producto exitoso.

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Una dinámica relativamente parecida opera en las agencias de citas que proliferan
en Internet y que día a día le ganan terreno a estas agencias que funcionan en el plano
físico. Sus usuarios buscan encontrar a la pareja ideal como quien busca un producto de
consumo. Buscan a través de unas categorías que clasifican a las personas a través de
color del cabello, ojos, estatura, peso, hobbies, actividades y nivel de estudios (entre otras
opciones) y esperan encontrar a través de unos cuantos clics a esa persona especial que
los hará felices. Sin embargo, quienes son los usuarios más avanzados en este tipo de
servicios ofrecidos en la red son quienes más incomodidades tienen para socializar con
una persona real, ¨de carne y hueso¨, puesto que han sido malcriados por el facilismo
de la sociedad de consumo. La escogencia de una pareja sentimental y la construcción
de una relación duradera, exigen un nivel relativamente alto de tolerancia y paciencia.
Entender al otro, no juzgarlo, apoyarlo constantemente y crecer juntos son actividades
que no siempre resultan una tarea fácil; todo lo contrario, exigen un alto nivel de reflexión
interior, el cual no se da dentro de las dinámicas del consumo (Bauman 2007).
Los consumidores enfrentados a inconvenientes o insatisfacciones con sus productos
no se someten a autocríticas, ni apelan a su tolerancia y paciencia. Simplemente recurren
a una fórmula bien desarrollada por el consumismo: cambian de producto, lo renuevan por
uno mejorado. Los consumidores avanzados y privilegiados lo hacen automáticamente,
y sin pensarlo, desechan ese producto que se considera obsoleto o de mala calidad.
No resulta extraño que el concepto de la obsolescencia programada, donde los objetos
tienen una vida útil relativamente corta, haya permeado otros ámbitos de la vida diaria.
Así, las relaciones de pareja, las relaciones afectivas, los vínculos laborales, etc., tienen
una vida efímera. Bauman ha sabido entender esto a través de su metáfora de lo líquido
como una clave para entender el mundo de hoy. Así ha descrito como líquidos los miedos,
la Modernidad, el amor, etc., para describir el estado de lo transitorio y el rechazo a lo
duradero (Álvarez y Arango, 2011).
Aquí cobra especial importancia la publicidad como aquella herramienta comercial
encargada de exacerbar el deseo del consumidor y, por tanto, mantener un interés constante
en los nuevos productos que está ofreciendo el mercado. De igual forma, se convierte en
la herramienta que ofrece la felicidad como recompensa al consumo de nuevos productos,
una felicidad que nunca se hace realidad, puesto que siempre hay un nuevo producto por
comprar y consumir. La marca como concepto privilegiado de la publicidad aparece para
obviar el valor de uso del producto y fortalecer la relación emocional y psicológica que se
crea entre dicho producto y el consumidor, a través de la promesa de valores de carácter
emocional como el prestigio, la exclusividad, la tranquilidad, la satisfacción, la posibilidad de
ser amado o deseado, ser exitoso, divertido, interesante y notorio, entre otros. El concepto
de la marca ayuda a entender por qué en la sociedad de consumidores no solo se consumen
los productos, sino que se crean cultos en torno a los valores de la marca (Atkin, 2004).
En un mundo donde los valores de la Modernidad enfrentan un declive o, por lo menos
una crisis, explicada por Lyotard (1991) como la crisis de los meta-relatos, la marca y sus
promesas aparecen en la sociedad de consumidores, como esa nueva institución que

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reemplaza a las instituciones tradicionales y a las ideologías que las soportan. Millones
de personas encuentran en las marcas esa pertenencia a un grupo y al mismo tiempo, la
posibilidad de destacarse entre sus pares (Atkin, 2004). El consumidor asume que si la
marca y su discurso son exitosos y amados, al ser seguidos y apropiados por él, conseguirá
obtener el mismo éxito y posibilidad de ser deseado.

El miedo y sus visualidades


El miedo puede definirse desde diversos campos y perspectivas; puede entenderse como
una emoción, pero al mismo tiempo como un recurso político. Esta notable diferencia
se entiende gracias a que el miedo se ha convertido en objeto de estudio desde hace un
buen tiempo. Es Delumeau (1989) quien podría considerarse el más importante autor que
lo define como una emoción, pues lo aborda desde una perspectiva clínica y afirma que
el miedo es entendido como una emoción de choque, frecuentemente precedida por la
sorpresa, provocada por la toma de conciencia de un peligro presente y agobiante que,
según creemos, amenaza nuestra conservación. Asimismo, afirma este autor que el miedo
es un asunto natural, debido a que todas las especies animales sienten miedo como un
mecanismo de supervivencia. Sin embargo, ninguna especie siente tanto miedo como el
hombre, puesto que su imaginación le permite prever su inevitable muerte, razón por la
cual su miedo, producto de su imaginación, es tan constante y duradero.
Es necesario decir que Delumeau también aclara que si bien el miedo se origina como
respuesta a una amenaza que por lo general pone en peligro nuestra vida, también se
puede extender a otro tipo de eventualidades que no comprometen la supervivencia sino
los privilegios, las comodidades y esencialmente la sensación de seguridad.
La posición de Delumeau es acompañada por Camiñas (2007), Carman (2008) y
Marina (2009), quienes, con algunas diferencias, ubican al miedo como un asunto emo-
cional que surge como respuesta a una amenaza real o imaginaria. Es decir, el miedo no
es una emoción en sí, sino que surge como respuesta a algo bien definido. Así las cosas,
el miedo se diferencia de la angustia porque en esta última, la amenaza no es concreta y
quienes son víctima de esta no pueden enfrentarlo adecuadamente pues no saben a qué
le temen, simplemente temen.
Por otra parte, el miedo también puede ser definido como un sentimiento. Es decir,
además de ser considerado una emoción, está determinado por las diversas condiciones
históricas particulares que sugieren temor. Así, los miedos particulares experimentados
por un pueblo en una determinada época pueden ser muy diferentes a los de otro co-
lectivo, debido a que lo que aprendemos a sentir está notablemente influenciado por el
contexto social. En este sentido, para ser muy puntuales, los mitos y leyendas típicas del
departamento de Antioquia en Colombia, se remiten a un contexto rural de montañas
y bosques exuberantes, donde personajes como las brujas, la Llorona o la Madremonte
tienen facetas dignas de ser temidas en ese contexto específico, cosas que hoy día –en el
contexto urbano– no asustan a nadie, en la medida en que no hemos aprendido a temer
a estos personajes.

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En este punto, también se destaca Delumeau como el principal historiador del miedo,
quien en su obra El miedo en Occidente: siglo XVI-XVIII (1989), hace un recorrido histórico
de los elementos o situaciones a los cuales los pueblos occidentales tradicionalmente han
temido. Por tal razón, afirma que los pueblos desarrollan el hábito de temer más a unas
cosas que a otras. A este autor se le suma Enrique González Duro (2007) quien realiza un
estudio histórico del miedo desde la Edad Media hasta la Posmodernidad. González afirma
que el miedo es un sentimiento que se origina en lo individual o en lo colectivo, pero que
esencialmente, puede contagiarse y de esta manera ser usado para controlar a una amplia
población. Así, este sentimiento ha resultado ser una poderosa herramienta para ejercer el
control social por parte de poderes hegemónicos –a quienes el autor llama ¨los fabricantes
del miedo¨– que lo han utilizado (y hoy día lo utilizan) para doblegar a la sociedad.
Esta posición es compartida por Corey Robin (2004), quien claramente califica a
Tomas Hobbes como uno de los principales teóricos del miedo político, quien sostenía
que esta era una poderosa herramienta al servicio de los Estados con el fin de mantener
el control sobre la población que se gobernaba. Desde esta perspectiva, el Estado debía,
por una parte, desarrollar castigos ejemplarizantes contra los que se levantaban en su
contra, y por otra, debía promulgar el temor a la muerte. Es decir, valores como el honor,
el deber y la valentía debían ser menospreciados por el Estado y la sociedad misma, ya
que estos valores son importantes métodos que se utilizan para superar los temores que
se tienen hacia la muerte. Así, eliminadas estas herramientas –entre las que se incluye el
heroísmo–, la sociedad temería a la muerte y, por tanto, se vería a obligada a obedecer al
Estado, quien sería la única institución autorizada para causar la muerte de una persona.
Puede establecerse una importante relación entre el trabajo de Hobbes y el de otros
autores como Foucault con su obra Vigilar y castigar. Nacimiento de la prisión (1980) y
George Balandier (1994) y su obra El poder en escenas, puesto que Hobbes plantea que
el miedo no puede surgir al azar, sino que debe ser creado por el Estado y expandido
por toda la sociedad a través de una serie de instituciones como la prisión, la iglesia o la
universidad que deben utilizar la teatralidad para expandir este sentimiento en la totalidad
de la sociedad y así asegurar la efectividad del mensaje.
Por otra parte, el miedo también tiene una relación profunda con el aspecto comuni-
cacional debido a que esta emoción tiene una existencia real en el lenguaje. Por tal razón,
no son pocos los autores que han buscado establecer las relaciones entre el miedo y la
comunicación. En principio, puede encontrarse una profunda relación entre los estudios
que vinculan el miedo como un recurso político –siguiendo un postulado casi hobbesia-
no– y su uso en los medios de comunicación masiva. Así, autores como Carman (2008),
Salazar (2011) y Mantilla (2008) coinciden con González (2007), quien afirma que el miedo
es utilizado por los poderes hegemónicos para dominar al conjunto de población, y que
en ello, los medios masivos de comunicación juegan un papel vital, pues se convierten
en el vehículo para difundir determinados temores. La posición de estos autores es con-
secuente con la planteada por Noam Chomsky y Edward Herman en los Guardianes de
la libertad: propaganda, desinformación y consenso en los medios de comunicación de

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masas (1990), quienes en su obra argumentan que los medios masivos de comunicación
están al servicio de las élites políticas y/o económicas y, por tanto, son vehículos que
difunden información que favorece los intereses de dichas élites. Desde esta perspectiva,
aparecen actores que de manera soterrada han usado los medios de comunicación masiva
como un medio para difundir temores hacia hechos, asuntos, organizaciones, personas
o comportamientos específicos. El miedo resulta ser un asunto estructural en el mundo
actual; no surge al azar, sino bajo una suerte de complot que pretende que el miedo
exista, crezca y se reproduzca con el objetivo de dominar a la población a través de este,
para condicionar el actuar de las personas en materia de seguridad, así como impulsar el
consumo de cierto tipo de productos.
En oposición a lo anterior, Enrique Gil Calvo (2004) plantea un supuesto enteramente
diferente: el miedo efectivamente es un asunto estructural del mundo contemporáneo,
pero este no es impulsado por intereses ocultos, sino que hace parte del sistema mismo.
Consecuente con lo enunciado por Ulrich Bech en la Sociedad del riesgo, este aumento
en las interacciones entre los individuos, aumenta las posibilidades de que se produzcan
crisis y catástrofes. Esto debido a que como plantea el ¨axioma maltusiano, de que si
las interacciones crecen linealmente, la probabilidad de ocurrencia de accidentes crece
geométricamente¨ (Gil, 2004,35). Así, los riesgos reales aumentan de manera casi invisible
sin que la ciencia o las potenciales víctimas descubran y puedan así evitarlos.
Sin embargo, es necesario destacar que los argumentos de Gil Calvo no se reducen a
lo expresado en el párrafo anterior. Su argumento se extiende hasta lo que él denomina,
la ¨ epidemiología del alarmismo¨ y que, en esencia, se fundamenta en el aumento del
clima de incertidumbre y ambivalencia social, producto del incremento de las interac-
ciones comunicativas en el mundo contemporáneo. Es decir, debido a que asistimos a
un mundo globalizado conocido como la era de la información o la era de los medios
de comunicación, cualquier evento que suponga un peligro o amenaza es rápidamente
transmitido en los medios de comunicación masiva y reproducido en radio, televisión,
prensa, cine, Internet y así, en cada dispositivo electrónico. De esta manera, las imágenes
de atentados, catástrofes o crisis se dispersan rápidamente por todo el planeta y son
reproducidas incesantemente hasta que aparezca otra amenaza.
Hoy día, una de las funciones principales de la opinión pública es precisamente crear
alarma social, dado que se ha convertido en su principal función institucional Por tal razón,
la realidad nos parece temible porque la opinión pública así lo ha determinado, indepen-
diente de que existan riesgos reales que justifiquen tal temor. En este punto, Gil Calvo
expresa claramente que hay individuos o instituciones que efectivamente se benefician
del miedo social, como lo pueden ser algunos medios de comunicación interesados en
crear alarma para aumentar su rating o algunos gobiernos empecinados en crear temor
para aumentar el nivel de control social que ejercen sobre sus ciudadanos. No obstante,
abundan los casos donde no se vislumbran intereses claros en crear alarma social y esta
aparece inequívocamente, puesto que lo único que siempre se precisa para crearla es la
existencia de una red de interacción. (Gil, 2004, 40 y ss).

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Entonces, resulta aquí importante cuestionarse cómo se hace visible el miedo en los
medios de comunicación, cómo puede rastrearse visualmente. Surge así la idea de que la
visualidad es un dispositivo técnico y discursivo derivado de su presencia en un medio
de comunicación. Desde esta perspectiva, se entiende también el que el miedo no solo
se hace visible a través de una imagen, sino que también toca el ámbito discursivo. Así, la
prensa escrita hace visible al miedo por medio de sus titulares o en la narrativa sobre la
cual está construida. Sin embargo, cuando se confronta esto con el discurso publicitario
en la ciudad, se advierte que efectivamente el miedo no aparece de manera literal; todo lo
contrario, este cobra sentido en su ausencia, pues dicho tipo de discurso persuasivo trabaja
sobre la metáfora y la solución a este. Aquí se hace realidad uno de los planteamientos
de Delumeau (1989), el cual plantea que el miedo ha sido constantemente tratado como
tabú, algunas veces, mostrándose sin tapujos y en otras ocultándose, a pesar de que su
existencia siempre se mantenga.
Si esta información es comparada con la posición sostenida por Melissa Salazar (2011),
quien plantea que el sistema económico capitalista y las instituciones que soportan este
modelo dominante han desarrollado unos mecanismos que separan claramente a aquellos
grupos poblacionales que se han insertado de manera efectiva en el sistema imperante,
de aquellos individuos que no han logrado hacerlo, podemos advertir que esencialmente
los medios de comunicación masiva contribuyen a esta segregación. Quiere decir esto que
quienes no se han logrado insertar en el sistema capitalista no aparecen en los medios
masivos de comunicación y no tienen ninguna injerencia en él.
Desde esta perspectiva es necesario reconocer que, aunque si bien en el mundo
contemporáneo hay inagotables fuentes de amenaza, y por tanto, inagotables fuentes de
miedo, no todas son dignas de aparecer en los medios de comunicación. Es decir, si en-
tendemos –siguiendo a Chomsky– que los medios de comunicación masiva son propiedad
de las élites políticas y económicas y que la información allí producida es desarrollada por
funcionarios especializados pertenecientes a diversas clases económicas de la sociedad
–a diferencia de los desclasados– o, por lo menos, por funcionarios insertos en las diná-
micas económicas del capitalismo, entenderemos que la información que allí aparece y
específicamente, los miedos que se hacen visibles son aquellos que afectan a las élites y
a la población que está inserta en el sistema económico capitalista.
Asimismo, quienes hoy día tienen acceso a dispositivos electrónicos y en esencia
hacen parte de una red de interacción –digamos que– global son aquellos que se han in-
sertado de manera alguna en el sistema económico capitalista. Así, los miedos que circulan
en estas redes de interacción y que han sido visualizados en los medios de comunicación
masiva son aquellos que también afectan a sus diversos enlaces dentro de la red. Quiere
decir esto que aquellos individuos que no pudieron insertarse en el sistema capitalista, no
solo son segregados de diversas formas, sino que paulatinamente son invisibilizados por
los medios de comunicación masiva, y con ellos, también son invisibilizados sus miedos.
Desde la perspectiva de Carman (2011), esta situación permite que surja una dinámica
perversa, pues aquellos individuos excluidos del sistema no son vistos como víctimas,

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¡Vamos al Centro Comercial! Consumo y visualidades del miedo en la Medellín contemporánea

sino que paradójicamente se convierten en victimarios, teniendo en cuenta que son pre-
sentados homogéneamente como habitantes de las zonas más peligrosas de las ciudades
y, por tanto, son vistos como delincuentes o sospechosos de serlo. En consecuencia,
los indigentes, desclasados o desempleados son presentados como una carga para el
sistema, se les niegan los beneficios del Estado y son presentados como una fuente de
peligro para la estabilidad social.
Por tal razón, se entiende la necesidad de las clases medias y altas de crear barreras
físicas entre las zonas de la ciudad que ellos habitan y las zonas deprimidas que son
catalogadas como peligrosas. Las urbanizaciones cerradas, protegidas por altos muros y
vigilantes armados son una herramienta frecuente que separa a sus residentes del mundo
exterior. Sin embargo, en los puntos de la ciudad donde la construcción de muros se
hace imposible, como en el caso de los espacios públicos, el miedo será un sentimiento
constante mientras esta dinámica se mantenga (Carman, 2011).

Visualidades del miedo en la Medellín contemporánea


El conflicto armado que ha vivido Medellín desde la década de los años ochenta del siglo
XX ha sido sobre explorado debido a la abundante literatura que sobre el tema puede
encontrarse hoy día. Sin embargo, desde la perspectiva de Elsa Blair, Marisol Grisales y Ana
María Muñoz (2009), la gran cantidad de investigaciones realizadas no terminan de explicar
acertadamente el origen del conflicto y sus características; esto se debe a que se han
basado en el paradigma del conflicto armado, entendiendo este como el enfrentamiento
entre el Estado y diversas organizaciones que luchan contra él o –aparentemente– apoyan
su accionar, como lo serían los grupos subversivos y las autodefensas, respectivamente.
El error de este enfoque –a juicio de las investigadoras– se basa en que Medellín no vive
un conflicto armado producto de esta dinámica, sino que experimenta múltiples conflic-
tividades urbanas, donde la dinámica anteriormente mencionada solo es una pequeña
parte de esta situación (Blair, Grisales, Muñoz, 2009).
Así, los fenómenos de violencia en diversos barrios de la ciudad se iniciaron con
el poblamiento mismo de esas zonas por comunidades que, en ausencia del Estado, se
organizaron en grupos de autoprotección compuestos por vecinos, amigos y familiares
que solo respondían a los constantes robos y violaciones que sucedían en su entorno.
De esta manera, cuando diversas expresiones del conflicto armado en Colombia y pos-
teriormente la incipiente dinámica del narcotráfico ingresaron a la ciudad, lo hicieron
siguiendo las dinámicas barriales preexistentes a su llegada, lo que indica que el conflicto
armado en la ciudad de Medellín no esté determinado por estrategias políticas de carácter
nacional establecidas ni por el Estado, ni por diferentes organizaciones armadas. Todo
lo contrario, las dinámicas locales, e inclusive barriales y sus protagonistas, determinan
que la violencia desencadenada en la ciudad no sea únicamente de carácter político, sino
que muchas veces está impulsada por motivos subjetivos como rencores, venganzas,
intereses personales, económicos, etc., los cuales hacen del conflicto en Medellín, un
asunto realmente ambiguo. Sin embargo, esta compleja situación desde sus inicios impulsó

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dinámicas de territorialidad, debido al interés de algunos grupos por dominar los barrios
y sus habitantes y posteriormente las diferentes fuentes de ingresos económicos, para
financiar sus actividades. La dinámica de territorialidad de estos grupos que lentamente
fueron catalogándose bajo el título de ¨combos¨ o ¨bandas criminales¨, permanece hasta
hoy día (Blair,Grisales, Muñoz, 2009) y son fuente constante de noticias, especialmente
en lo concerniente a las ¨fronteras invisibles¨ las cuales determinan los límites de estos
territorios controlados por dichas bandas.
Desde esta perspectiva no resulta sorprendente que el miedo hacia estos actores y las
zonas de la ciudad que dominan sea uno de los que más se hace visible en los medios de
comunicación masiva. Es decir, efectivamente en la prensa escrita de la ciudad, aparecen
varias amenazas que se convierten en fuentes del miedo. Sin embargo, la que aparece
con más fuerza y de una manera reiterada es el miedo a la violencia desatada en algunos
sectores de la ciudad. El cierre de instituciones públicas, los paros armados, las quejas de
los conductores de buses que son extorsionados constantemente, los enfrentamientos
entre diferentes grupos armados y los esfuerzos de las autoridades por desarticular estas
bandas son noticias que se destacan tanto en titulares de primera página, como en la
extensión en el desarrollo de las noticias en el periódico. De igual forma, se destaca a
diversas bandas criminales como actores de primer orden en estos actos violentos; así,
por ejemplo, cobran especial importancia las noticias donde diversos combos acuerdan
o dan por terminadas diferentes treguas a sus continuos enfrentamientos armados.
Si bien las bandas criminales no son las únicas fuentes de violencia en Medellín, sí
juegan un papel destacado en las noticias de la ciudad, situación por la cual se convierten
en un referente periodístico hasta tal punto en que comúnmente, aparecen como las
culpables de numerosos hechos violentos. Y en caso contrario, se destaca claramente la
no participación de estas bandas en determinados actos delincuenciales de la ciudad,
situación que confirma cómo estas se convirtieron en un referente periodístico en la ciudad.
Si retomamos la idea en que los grupos marginados no tienen acceso a los medios
de información o por lo menos, sus puntos de vista no alimentan los contenidos de estos
medios, puede verse cómo en los casos en que determinadas comunidades marginadas
se enfrentan por diversos motivos a la fuerza pública son presentadas –las comunida-
des– como las culpables del enfrentamiento. Así –por lo menos, en el período objeto del
estudio–, no se muestra a las autoridades y sus posibles abusos de la fuerza como un
hecho digno de ser temido, sino, por el contrario, a lo que debemos temer es a la respuesta
de estas comunidades, pues abiertamente se oponen al ejercicio de la autoridad.
Surgen así, tanto en los medios de comunicación como en el imaginario social, unas
zonas de la ciudad que son mucho más peligrosas que otras y por tanto, son dignas de
ser temidas. Los barrios periféricos que se ubican hacia el noroccidente y nororiente de
la ciudad son presentados como los sectores donde más amenazas a la seguridad indi-
vidual y colectiva se presentan. Por tal razón, también se registra un importante número
de noticias donde si bien no se muestra directamente a estas zonas como áreas de la

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¡Vamos al Centro Comercial! Consumo y visualidades del miedo en la Medellín contemporánea

ciudad sumidas en la violencia, sí presentan a las zonas aledañas como peligrosas, lo que
permite inferir que el riesgo radica en la cercana ubicación de algunos espacios públicos
con estos barrios deprimidos. De este modo, abundan las noticias en donde se informa
acerca de muertes violentas, atracos y robos en las cercanías a barrios periféricos y el temor
que producen estas acciones delictivas cercanas por ejemplo a barrios como Castilla, La
Iguaná y Manrique, catalogados tradicionalmente como peligrosos sectores de la ciudad.
Otra importante fuente del miedo, detectada en la prensa escrita de la ciudad y luego
corroborada en la opinión pública, es aquel producido por la posibilidad de perder el
empleo o ser víctima de crisis económicas que disminuyan considerablemente el poder
adquisitivo. Así, es relativamente fácil encontrar noticias que insistentemente pongan
en evidencia las incertidumbres causadas por los vaivenes de la economía y los bajos
crecimientos económicos. Los titulares de despidos y el desempleo, aparecen de manera
reiterada para recordarles a los lectores que no solo la vida es frágil, sino también los
bienes adquiridos y las comodidades acumuladas y disfrutadas hasta el momento son
susceptibles de perderse por situaciones que no son controlables por los individuos.
Si comparamos estas noticias con la posición sostenida por Carman (2011) y Salazar
(2008), es posible afirmar que la pérdida de empleo o el empeoramiento de la situación
económica traen como consecuencia el detrimento de la capacidad adquisitiva de los
individuos y, por tanto, la posibilidad de mantenerse insertos dentro del sistema capi-
talista. Así, cuando un individuo es incapaz a través de su trabajo o sus inversiones, de
mantenerse dentro del sistema, es catalogado paulatinamente como una carga para este,
siendo obligado al mismo tiempo a buscar su sustento económico en la informalidad
que generalmente se desarrolla en el espacio público y, además, a habitar las zonas de
la ciudad que han sido destinadas para los desclasados y desempleados, es decir, las
zonas periféricas que se consideran más peligrosas. Entonces, ser víctima de una crisis
económica duplica el sentimiento de vulnerabilidad y, por tanto, la propensión a sentir
miedo, pues se corre un mayor peligro de ser víctima de la violencia y de ser catalogado
posteriormente como una amenaza.

Los espacios comerciales como lugar del consumo y antídoto del miedo
Al igual que la separación entre política y religión, la división entre las esferas pública y
privada es una de las características más importantes de la Modernidad. Bajo esta disyun-
tiva se ha entendido, por una parte, que las creencias, las opciones de vida y las acciones
sociales son un asunto netamente privado y por tanto, de responsabilidad exclusiva de los
individuos. Por otra parte, la esfera pública se convirtió en un campo donde convergen,
de manera especializada, la política, la economía y los asuntos intelectuales ¨limpios¨ de
las tradiciones no modernas (Patiño, 2006).
Diversos autores califican a lo público como un concepto que supera al Estado, a lo
publicable o a lo propio del espacio público, definiendo a la esfera de lo público como
aquella propia de lo común, lo perteneciente a todos, lo de interés general, lo visible, lo
manifiesto y lo accesible (Galvis, 2005). Sin embargo, es necesario destacar que en el

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contexto de la Modernidad, fue el Estado moderno quien se atribuyó el derecho y deber


de regular las prácticas e interacciones sociales, las relaciones de poder, los intercambios
económicos y los proyectos sociales en el contexto de la esfera pública. Así, aunque este
contexto sea más amplio, ha sido interpretado por el Estado como el escenario ideal
donde este puede ejercer plenamente su poder. Desde esta perspectiva, no resulta extraño
que tradicionalmente sobre el espacio público se generen profundas fricciones entre el
poder del Estado y los micropoderes de organizaciones e individuos que se oponen a
este y al mismo tiempo velan por sus propios intereses. En el mundo contemporáneo,
el debilitamiento paulatino de los Estados Modernos o Estados Nacionales, ha influido
directamente en la pérdida que alguna vez ostentó el Estado para gestionar estos espacios
públicos que alguna vez consideró de su entera autonomía.
Los miedos hasta aquí enumerados afectan la esfera privada de la población; sin
embargo, tienen un origen en el contexto público. Son producidos por factores externos
que están por fuera del dominio y control de los individuos corrientes. Los riesgos producto
de la inseguridad, los factores económicos, las catástrofes, sean naturales o producto de
la actividad humana, las infecciones, son siempre percibidas como un factor de origen
externo y por tanto, donde el Estado tiene el deber de intervenir. Dicho esto, la mejor
solución para combatirlo es encerrarnos en nosotros mismos, o por lo menos, limitar o
controlar nuestro contacto con el mundo exterior y con lo público, espacio donde habita
el otro, el desconocido. Así las cosas, los condominios cerrados, las puertas blindadas,
las alarmas, el monitoreo de cámaras, la vigilancia privada y los centros comerciales se
muestran como una solución idónea para aislarnos de los otros, en un espacio seguro
y controlado por personal que garantiza nuestra seguridad con estándares mucho más
altos de lo que puede ofrecernos el Estado.
Sin embargo, si seguimos la perspectiva de González (2007), existe otro miedo que
los medios periodísticos no hacen visible en la ciudad de Medellín, pero que sí existe
en la realidad cotidiana de las sociedades posmodernas: el miedo a la soledad, a la
incapacidad de establecer relaciones amorosas o fraternas con otras personas. Por tal
razón, los artilugios anteriormente descritos no nos aíslan del todo, solo lo necesario.
Nos permiten llevar una vida normal, tranquila y segura, y al mismo tiempo, nos invitan a
realizar en compañía las actividades que más nos gustan. Nos aíslan del miedo y de los
desconocidos, pero nos permiten relacionarnos con personas de la misma clase social.
No resulta extraño entonces que se nos venda la idea de que los centros comerciales
no solo son espacios seguros para ir de compras, sino que también son espacios idó-
neos para el encuentro, para divertirse, socializar, hacer deporte, escuchar un concierto,
apreciar una muestra de teatro y hasta ir a misa. Incluso se nos ha presentado como el
nuevo espacio público, en la medida en que pretenden mostrarse como parques o plazas
de la ciudad, con arquitectura monumental que los convierte en referentes urbanísticos.
En este intento, la publicidad ha jugado un exitoso y destacado papel, exhibiendo
solo lo digno de ser mostrado. Es decir, en el discurso publicitario es importante lo que

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¡Vamos al Centro Comercial! Consumo y visualidades del miedo en la Medellín contemporánea

se enuncia y también lo que no, puesto que las ausencias tienen una importancia des-
tacada, situación por la cual, en la publicidad, el miedo no se ve. No aparece de manera
explícita. Sin embargo, sí es un movilizador oculto de la comunicación, y las soluciones a
este aparecen de manera reiterada en los anuncios publicitarios. Por ejemplo, uno de los
miedos que acechan a las personas que tienen inversiones económicas importantes, es
la pérdida de sus capitales a manos de empresas o terceros que de manera equivocada o
irresponsable manejen sus dineros. Así, en los anuncios publicitarios de las empresas que
buscan cautivar a este público, nunca se mostrará ese miedo latente, pero sí aparecerá la
solución a ese temor a través de la solidez y la seriedad.
En tal sentido, la publicidad de los centros comerciales no solo se enfoca en la posi-
bilidad de que estos establecimientos ofrezcan gran variedad de marcas y productos, cosa
de por sí obvia, sino que se centran en mostrar sus espacios como sitios especialmente
diseñados para compartir en familia o propiciar el encuentro entre parejas y amigos.
Precisamente, por citar solo tres ejemplos, el Parque Comercial el Tesoro, se muestra
efectivamente como un parque, (y se privilegia en el discurso), su ambiente natural, sus
juegos infantiles y sus espacios para disfrutar en familia. En oposición a lo anterior, el
Mall Del Este, ubicado en la calle contigua al Tesoro, se enfoca a un público objetivo
soltero con gran capacidad adquisitiva. Por tal razón, este espacio comercial se presenta
como un sitio propicio para el encuentro, para trabajar o pasar la tarde en compañía.
Los productos ofrecidos por las marcas que están en el interior del centro comercial
pasan a un segundo plano, pues lo que realmente importa es presentarse como solución
a esos temores. Finalmente, Punto Clave que, con el objetivo de construir un beneficio
diferenciador, anuncia haberse convertido en un centro integral de servicios, pero que en
términos reales también ofrece los productos y las marcas de cualquier centro comercial,
ofrece en su publicidad, la posibilidad de reunir en un solo espacio todos los locales de
servicios que generalmente estaban ubicados en el centro de la ciudad. Así, invita a su
público a dejar de someterse a las incomodidades del centro para preferir la tranquilidad
y seguridad del centro comercial.
Las fotografías de bellos niños sonrientes, parejas felices o grupos de amigos que
departen juntos son una constante en la publicidad de estos negocios, generalmente
acompañadas por imágenes de fachada de los centros comerciales, las cuales no solo
sirven para ayudar al público a reconocer el espacio del cual se habla, sino que también
indican indica que esta arquitectura monumental es cerrada y no permite fácilmente
la entrada de ¨personas indeseadas¨. El miedo al aburrimiento, la soledad, la calle y al
desconocido pretenden haber sido superados.

Conclusiones
El miedo y la victimización no son lo mismo; sin embargo, los miedos visualizados en
la ciudad de Medellín sí están íntimamente ligados a la posibilidad de convertirse en
una víctima. Dichos miedos pueden clasificarse en cuatro categorías de acuerdo con
la importancia en que aparecen en los medios de comunicación, específicamente en la
publicación objeto del estudio, según su ubicación en los ejemplares, la extensión de la

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noticia y la utilización de fotografías que apoyan el texto presentado. En este sentido, los
miedos que más se presentaron son: a la violencia física, expresada a través de asesinatos,
robos y extorsiones principalmente; en segundo lugar, aparece el miedo a los infortunios
económicos, ya sea a través de la pérdida del empleo o ser víctima de una crisis económica;
en tercer lugar, se presentó el miedo a los cambios climáticos que la ciudad ha venido
experimentando de forma acelerada en los últimos años y que se materializaron principal-
mente en avalanchas, derrumbes y, en menor medida, en inundaciones. Finalmente, una
cuarta categoría del miedo sería el que se presenta ante la posibilidad de ser víctima de
una enfermedad que esté por fuera del cubrimiento del Plan Obligatorio de Salud, POS,
las cuales son conocidas como enfermedades ruinosas.
Así, el miedo a la inseguridad es el que más se visualiza, puesto que aparece constan-
temente en los medios de comunicación y hace parte del imaginario de ciudad. De igual
forma, las noticias que hacen mención a estos temas contienen información acerca del
lugar donde se presentan los actos delictivos, por lo cual algunos sectores de la ciudad
son presentados como más peligrosos que otros. El centro de la ciudad y los barrios
periféricos de los sectores nororiental y noroccidental son presentados como lugares
destacadamente peligrosos y, por tanto, dignos de ser temidos. En tal razón, puede
afirmarse que los hechos generadores de miedo pueden ubicarse geográficamente hasta
afirmar que es posible crear una geografía del miedo, inicialmente en los espacios públicos
y especialmente en los sectores anteriormente mencionados.
Ante esta realidad donde el espacio público está salpicado de riesgos y factores
generadores de temor, aparecen múltiples antídotos entre los cuales se destaca el centro
comercial, presentado como un oasis al caos y al peligro de la ciudad, además, como el
sitio idóneo para consumir y ser feliz. Se muestra así a este tipo de edificaciones como un
espacio que recoge las mayores cualidades de los espacios abiertos, los cuales posibilitan
la vida en familia, las nuevas experiencias, las relaciones interpersonales y el encuentro
de aquellos que están insertos en el sistema y que hacen parte de la misma clase social.
Todo esto, de una manera aséptica, alejada del caos del verdadero espacio público y de
aquellos que están fuera del sistema capitalista y que a final de cuentas son considerados
los peligrosos.

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