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REQUISITOS DE LA DEMANDA

RESOLUCIÓN No. 210-2003

R. O. 189 de 14-oct-03
En el juicio ordinario (Recurso de casación) N°. 114-2003 que, por indemnización por daño moral,
sigue el Dr. GALO IRIGOYEN DEL POZO, PROCURADOR JUDICIAL de GEORGE
RODAMIS en contra de GIUSEPPE TORRI OLIVARI, se ha dictado lo siguiente:
CORTE SUPREMA DE JUSTICIA.- PRIMERA SALA DE LO CIVIL Y MERCANTIL.-
Quito, 22 de julio del 2003; las 10h:19.-
VISTOS: Giuseppe Torri Olivari deduce recurso de casación en contra de la sentencia dictada por
los señores Conjueces de la Segunda Sala de la H. Corte Superior de Justicia de Quito, dentro del
juicio ordinario que, por indemnización de daño moral, sigue el Dr. Galo Irigoyen Del Pozo,
procurador judicial de George Rodamis, en contra del recurrente. Dicho recurso es concedido, por
lo que el proceso sube a conocimiento de la Corte Suprema de Justicia; habiéndose radicado la
competencia por el sorteo de ley en esta Primera Sala de lo Civil y Mercantil, y una vez que ha
terminado la etapa de sustanciación de este proceso de casación, para resolver se considera:----------
PRIMERO: El recurrente invoca como normas de derecho infringidas las contenidas en los
artículos 49 numeral 2 y 104 del Código de Procedimiento Civil; 2241 del Código Civil; 17 inciso
tercero, 71 numeral 3 y 277 del anterior Código de Procedimiento Penal; fundamenta su
impugnación en las causales primera, segunda y cuarta del artículo 3 de la Ley de Casación. Estos
son los límites, fijados por el propio recurrente, dentro de los cuales se desenvolverá la actividad
jurisdiccional del Tribunal de Casación.-------------------
SEGUNDO: Cuando el recurrente invoca como fundamento de su recurso, entre otras, la causal
segunda del artículo 3 de la Ley de Casación, esta debe ser analizada en primer lugar a fin de
establecer si procede o no; si se la rechaza, procederá el que se entre a analizar las demás causales;
pero si prospera, le está vedado al juzgador de casación el seguir adelante con su análisis y entrar a
resolver sobre el fondo de la controversia, sino que, declarando la nulidad procesal a partir del
instante en que el vicio se produjo, ha de reenviar el proceso en cumplimiento de lo que dispone el
artículo 15 de la Ley de Casación. En la especie, el recurrente acusa falta de aplicación del numeral
2 del artículo 49 del Código de Procedimiento Civil, y aplicación indebida del artículo 104 del
mismo Código; para fundamentar este cargo señala: “Los señores Conjueces que integran la Sala al
analizar las excepciones correspondientes a la contestación a la demanda, concretamente las que se
refieren a la ilegitimidad de personería del Dr. Galo Irigoyen del Pozo para deducir la demanda, así
como la insuficiencia del poder, ciertamente consignan un análisis jurídico, con sustento en la
sentencia de casación dictada el 7 de abril de 1998, por la Primera Sala de lo Civil y Mercantil de la
Corte Suprema de Justicia en el expediente Nro. 319 del 18 de mayo de 1998, el que se establece
que «la personería legítima es un presupuesto procesal vinculado a la necesidad de las partes para

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comparecer en juicio, o más específicamente, capacidad procesal. Legitimatio ad processum, que le
habilita para comparecer en juicio por sí mismas o por medio de mandatarios válidamente
constituidos. El Art. 104 del Código Adjetivo Civil señala dos causales taxativas en los que cabe la
falta de personería legítima: incapacidad legal, y falta de poder…» El Tribunal Juzgador
apoyándose en ese respetable fallo y en lo prescrito en el antes mencionado precepto legal, mismos
que no son pertinentes en cuanto a su aplicación para el presente caso, desestima la excepción de
ilegitimidad de personería del procurador judicial y la falta de poder.” El recurrente señala que en
el poder mediante el cual el actor intervino en el proceso, no contemplaba en ninguna de sus
cláusulas e instrucciones la facultad para poder dirigir acciones judiciales en contra del demandado
(hoy recurrente). “Por lo tanto, —concluye—, si el apoderado dirigió la acción en contra del
compareciente, Giuseppe Torri, no solamente que hay una falta de legítimo contradictor, sino una
indebida configuración jurídica del sujeto pasivo de la relación procesal; es decir, no se demandó a
quien se debía demandar… En consecuencia, el Tribunal de Alzada, al desestimar la excepción
deducida al contestar la demanda por parte del compareciente en el sentido de la ilegitimidad de
personería que deviene en insuficiencia de poderes del Dr. Irigoyen, es incuestionable que violó la
Ley en la sentencia al omitir la aplicación del numeral 2 del Art. 49 del Código de Procedimiento
Civil, toda vez que es inocultable que el apoderado-actor no acató las instrucciones dadas por el
comitente y más bien se extralimitó. Simultáneamente… el Tribunal de Alzada aplicó
indebidamente el Art. 104 de ese mismo cuerpo de leyes.” Se analizarán estos cargos.-----------------
TERCERO: La Sala considera indispensable, para el debido estudio de este cargo, consignar
nuevamente lo que ha venido expresando reiteradamente en varias resoluciones, (véase, por
ejemplo: No. 405-99 de 13 de julio de 1999, Registro Oficial No. 273 de 9 de septiembre de 1999;
No. 516-99 de 15 de octubre de 1999, R.O. No. 335 de 9 de diciembre de 1999; No. 314 de 25 de
julio del 2000, Registro Oficial No. 140 de 14 de agosto del 2000), en el sentido de que es
necesario distinguir entre la falta de legitimación en la causa y la falta de legitimación procesal,
diferencia tratada en los siguientes términos: “Una persona puede comparecer como parte a juicio,
por sus propios derechos o en representación de otra (sea natural o jurídica); pero para que los
actos procesales que realice produzcan efectos jurídicos, debe ser capaz de comparecer como lo
ha hecho. Por lo tanto, la ilegitimidad de personería o falta de «legitimatio ad processum» se
produce cuando comparece a juicio: 1) Por sí solo quien no es capaz de hacerlo («la capacidad
legal de una persona consiste en poder obligarse por sí misma, y sin el ministerio o la autorización
de otra»: artículo 1448 inciso final del Código Civil); 2) El que afirma ser representante legal y no
lo es («Son representantes legales de una persona, el padre o la madre bajo cuya patria potestad
vive; su tutor o curador; y lo son de las personas jurídicas, los designados en el Art. 589»: artículo
28 del Código Civil); 3) El que afirma ser procurador y no tiene poder («Son procuradores
judiciales los mandatarios que tienen poder para comparecer a juicio»: artículo 40 del Código de
Procedimiento Civil); 4) El procurador cuyo poder es insuficiente; y, 5) El que gestiona a nombre
de otro y éste no aprueba lo hecho por aquél, pues se puede comparecer a juicio a nombre de otro

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sin poder, pero con oferta de ratificación (gestión de negocios)... Cuando existe ilegitimidad de
personería, generalmente cabe ratificación de la parte, con lo cual se convalidan los actos
realizados por la persona que carecía de capacidad para comparecer a juicio (artículos 368 al
371 del Código de Procedimiento Civil)... (sin embargo) es preciso distinguir lo que es la
ilegitimidad de personería de lo que es la falta de legítimo contradictor, o falta de legitimación en
la causa (legitimatio ad causam), que consiste en que el actor debe ser la persona que pretende
ser el titular del derecho sustancial discutido, y el demandado el llamado por la ley a contradecir
u oponerse a la demanda, pues es frente a ellos que la ley permite que el juez declare, en sentencia
de mérito, si existe o no la relación jurídica sustancial objeto de la demanda, sentencia que los
obliga y produce cosa juzgada sustancial. Sobre este tema, el profesor Hernando Devis Echandía
expresa que para que haya legitimatio ad causam «No se necesita ser el titular o el sujeto activo o
pasivo del derecho o de la relación jurídica material (lo que supondría que ésta siempre existiera),
sino del interés en que se decida si efectivamente existe (y por lo tanto, aun cuando en realidad no
exista). Se puede tener la legitimación en la causa, pero no el derecho sustancial pretendido (por
ejemplo, quien reclama una herencia o un inmueble para sí, tiene la legitimación en la causa por
el solo hecho de pretender ser heredero o dueño; pero puede que no sea realmente heredero o
dueño y por ello la sentencia será de fondo, pero adversa a su demanda. Si además de existir la
legitimación en la causa, resulta que el derecho o la relación jurídica sustancial existe en verdad,
que el demandante es su titular y el demandado el sujeto pasivo, entonces el demandante obtendrá
sentencia favorable de fondo; mas, en caso contrario, la sentencia será de fondo o de mérito, pero
desfavorable a aquél» (Compendio de Derecho Procesal: Teoría General del proceso. Tomo I.
pp. 269-270, 14a. edición, editorial ABC, 1996). Por otra parte, la legitimación en la causa o
legitimatio ad causam «Determina no sólo quienes deben obrar en el proceso con derecho a
obtener sentencia de fondo, sino, además, quienes deben estar presentes para que sea posible esa
decisión de fondo. Se habla de necesarios contradictores, para indicar que en ciertos procesos es
indispensable que concurran determinadas personas (como litisconsortes necesarios), bien sea
como demandantes o como demandados, para que la decisión sobre las peticiones de la demanda
sea posible. Esto no significa que siempre sea necesaria la presencia en el proceso de todos los
sujetos legitimados para el caso concreto, sino que en algunos casos la ausencia en él de ciertas
personas impide la decisión de fondo sobre las pretensiones formuladas en la demanda. Es decir,
no existe debida legitimación en la causa en dos casos: a) Cuando el demandante o el demandado
no tenía en absoluto legitimación en la causa, por ser personas distintas a quienes correspondía
formular esas pretensiones o contradecirlas, y b) Cuando aquéllos debían ser parte en esas
posiciones, pero en concurrencia con otras personas que no han comparecido al proceso» (obra
citada, pp. 268-269)….” En la especie, el cargo formulado por el recurrente, se refiere a uno de los
casos de falta de legitimación ad procesum o ilegitimidad de personería que consiste en el del
procurador cuyo poder para actuar en un juicio a nombre de otro es insuficiente, cargo que es
improcedente, toda vez que del poder que obra a fojas 1 del cuaderno de primer nivel, el señor

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George Rodamis otorgó poder suficiente al Dr. Galo Irigoyen del Pozo para que en su nombre y
actuando como su procurador judicial, “intente las acciones civiles y penales contra Giussepe Torri
O., dueño de Floricultura Canavalle, instalada en territorio de Tabacundo, cabecera del Cantón
Pedro Moncayo, Provincia de Pichincha, por haberle calumniado y difamado, sorprendido a
autoridades de Policía y al Servicio de Investigación Criminal de Pichincha para que le priven de
la libertad y le torturen ...”, con todas las facultades y atribuciones previstas en el artículo 48 del
Código de Procedimiento Civil; el artículo 49 número 2 del Código de Procedimiento Civil, citado
por el recurrente como infringido dice: “Están obligados los procuradores… 2º. A ceñirse a las
instrucciones de sus comitentes”, lo cual precisamente ha cumplido el procurador judicial del actor
en la especie al proponer la presente acción en contra del demandado, que es de naturaleza civil de
reparación de daño moral. Por su parte el artículo 104 del mismo Código enuncia cuáles son las
excepciones dilatorias más comunes, sin que se explique de qué manera se aplicó indebidamente
dicha norma, por lo que el cargo fundamentado en la causal segunda deviene en improcedente.-----
CUARTO: A continuación, toca a esta Sala resolver el cargo de que la sentencia de último nivel se
halla incursa en la causal cuarta del artículo 3 de la Ley de Casación. El recurrente señala al
respecto que, a pesar de que el actor señaló con absoluta claridad que se le otorgue por concepto de
reparación de daños morales la cantidad de quince millones de sucres, sin embargo los juzgadores
de última instancia mandan al demandado a cancelar siete mil dólares americanos, más los
intereses legales a partir de la fecha en que se ejecutoríe la sentencia y las costas procesales
ocasionadas, por lo que “…se infiere incuestionablemente que omitieron resolver en la sentencia un
punto fundamental del juicio, al abstenerse de aplicar lo prescrito en los Arts. 277 y 71, numeral 4
del Código de Procedimiento Civil, cuya observancia es de inexcusable acatamiento.” Al respecto,
se observa: El tribunal de última instancia no ha dejado de resolver ninguno de los puntos sobre los
cuales se trabó la controversia, como afirma erróneamente el recurrente en su fundamentación del
recurso extraordinario; la discrepancia de éste con la sentencia impugnada se radicaría en que en
que el fallo de última instancia daría más de lo pedido incurriendo, de esta manera, en el vicio de
incongruencia por ultra petita y de esta manera se estaría inaplicando el artículo 277 del Código de
Procedimiento Civil que prescribe que “La sentencia deberá decidir únicamente los puntos sobre
que se trabó la litis y los incidentes que, originados durante el juicio, hubieren podido reservarse,
sin causar gravamen a las partes, para resolverlos en ella.” El artículo 71 del Código de
Procedimiento Civil dice: “La demanda debe ser clara y contendrá... 4. La cosa, cantidad o hecho
que se exige; 5. La determinación de la cuantía;...” La determinación de la cuantía en el libelo de
demanda es una exigencia expresa de la ley procesal bastante nueva, ya que data únicamente de las
reformas al Código de Procedimiento Civil promulgadas en el Registro Oficial N°. 347 de 31 de
mayo de 1977; al haberse incorporado la determinación de la cuantía como un requisito más de la
demanda, cabe preguntar la razón para ello, o sea si es porque se lo considera como un elemento
diferente o si es simplemente complementario del requisito de especificación de la cosa, cantidad o
hecho reclamado. La determinación de la cuantía cumple varias funciones: tradicionalmente servía

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para determinar la competencia entre los jueces de mayor, menor e ínfima cuantía, mientras existió
tal división en la estructura judicial, aunque hoy ya no la cumple porque únicamente existen jueces
de lo civil, competentes para conocer de las causas sin límites máximo o mínimo de cuantía;
también sirve la determinación de la cuantía para, en determinados casos (como en materia laboral)
establecer la procedencia del recurso de apelación, y en otros regímenes legales inclusive la del
recurso de casación; este requisito igualmente determinaba el pago de lo timbres, tributo derogado
a partir de 1985; también ha de determinarse la cuantía para efectos del pago de la tasa judicial,
cuando esta erogación es pertinente. En este punto, cabe preguntar si existe otra función, de mayor
relevancia: fijar el quantum de la pretensión. Desde muy antiguo se había interpretado como parte
de la exigencia de que en la demanda conste la “cosa, cantidad o hecho que se exige”. La sentencia
de la Corte Suprema de Justicia de 30 de abril de 1915, (Burneo vs. Burneo) publicada en la Gaceta
Judicial N° 71 de la Tercera Serie, páginas 1804 a 1806, dice al respecto: “En cuanto a la
reclamación sobre perjuicios, se observa, en primer lugar, que la demanda no reúne todos los
requisitos que exige el artículo 99 del Código de enjuiciamientos en materia civil, para que pueda
ser estimada como procedente. Se pide en ella, de un modo general, indemnización de perjuicios,
por culpa grave, haciéndose consistir esa culpa en la descuidada administración del guardador y la
omisión de los deberes de su cargo; pero no se determina la cantidad que se demanda, ni la causa o
razón concreta con que se reclama, esto es, las pérdidas y daños causados al pupilo por culpa del
guardador. Faltando estas determinaciones, no ha podido trabarse la litis, dada la imposibilidad del
reo para contestar tal demanda, ni han podido producirse pruebas por falta de hechos concretos de
que se hubieren originado los perjuicios, únicos sobre los que ellas debían recaer, ni pronunciarse
sentencia ordenando el pago de perjuicios no determinados ni comprobados, y menos todavía
designarse bases para la liquidación, ya que sin pruebas concretas es imposible tal designación.”
Comentando este fallo, Víctor Manuel Peñaherrera señala: “La demanda en que se reclaman
perjuicios, sin determinarlos, no cumple el art. 101; no es clara. Pero si no se la objeta por esto,
oportunamente, y llega al estado de sentencia, el juez debe fallar sobre ella y admitirla en cuanto
esté comprobada. Por falta de prueba de los perjuicios —que no por falta de determinación de ellos
en la demanda— puede el juez rechazar la reclamación en la sentencia.” (Lecciones de derecho
práctico civil y penal, tomo III, Quito, Editorial Universitaria, 1960, p. 275). Al haberse
incorporado entre los requisitos que debe contener la demanda, la determinación de la cuantía, si es
que se ha omitido señalarla, la demanda será incompleta y caben dos posibilidades: a) que el juez al
calificarla, advierta esta omisión, caso en el cual deberá mandar la complete y si el actor no lo hace
en el término señalado por la ley, deberá abstenerse de tramitarla, al tenor de lo que dispone el
artículo 73 inciso 3° del Código de Procedimiento Civil; y b) que el juez incumpla con este deber
de velar porque la demanda sea completa y la sustancia, evento el en cual será sancionado por el
superior con la multa establecida en el inciso 4 del antes citado artículo 73. Pero, ¿qué ocurre con la
causa? La ley no ha señalado que la omisión de la cuantía en la demanda sea motivo de nulidad
procesal. Este Tribunal de Casación, siguiendo la línea de pensamiento fijada por Víctor Manuel

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Peñaherrera al comentar la sentencia de esta Corte Suprema de Justicia de 30 de abril de 1915,
(Burneo vs. Burneo) en su fallo N°. 139 de 4 de julio del 2002, dictada dentro del juicio N°. 293-01
(Endara vs. Escobar), Registro Oficial 661 de 12 de julio de 2002 dijo: “SEGUNDO.- Otro de los
cargos formulados por el recurrente, apoyado en la causal segunda del artículo 3 de la Ley de
Casación es que la demanda es incompleta y, en consecuencia, el juez no debió aceptarla a trámite
sino mandar a que se la complete dentro del término de tres días, y como no se procedió así, hay
violación del inciso segundo del artículo 73 del Código de Procedimiento Civil, lo que ha
producido la nulidad de todo el proceso. Acerca de este cargo se anota: Efectivamente, uno de los
deberes del juez, cuando se presenta una demanda, es examinar que cumpla los requisitos
determinados por el artículo 71 del Código de Procedimiento Civil, y si la demanda no cumple
esta exigencia, mandar a completarla. Sin embargo, la omisión de este deber del juez no constituye
una violación del trámite que ocasione la nulidad procesal, sino la omisión de un presupuesto para
el éxito de la demanda, puesto que, si al momento de la sentencia, el juez encuentra que la
demanda es ininteligible o no contiene los otros requisitos esenciales previstos en el artículo 71 del
Código de Procedimiento Civil que no le permitan conocer el verdadero sentido y alcance de las
pretensiones contenidas en la demanda, no obstante la indagación que pudiera obtener del estudio
de las otras piezas procesales, no le queda otra opción que la de dictar sentencia inhibitoria. El
doctor Juan Isacc Lovato, en su obra «Programa Analítico del Derecho Civil Ecuatoriano», Tomo
Tercero, Editorial Casa de la Cultura Ecuatoriana, Quito, 1962 Pág. 308) aclara debidamente este
tema, cuando dice: «La ley quiere que la demanda sea clara y precisa. Así lo dispone; y para
conseguirlo, fija el contenido de la demanda. Ordena, además, que el juez examine y declare que
es clara y completa; y que no la dé trámite mientras no la encuentre y declare que está conforme a
las exigencias legales al respecto. Mas, si el actor no cumplió la ley, y presentó una demanda
oscura; si el juez no la estimo así y, por lo mismo, no ordenó que el actor la aclarara y la causa ha
llegado al estado de sentencia, el juez está obligado a dictarla, y, para esto, ha de interpretar la
demanda tomando en cuenta otros escritos o pedimentos del actor y cómo la haya interpretado el
demandado». Por las razones precedentes, y una vez que el proceso es válido, no son admisibles
los cargos formulados por el recurrente por el vicio in procedendo previsto en la causal segunda
del artículo 3 de la Ley de Casación”. Armando Cruz Bahamonde, sobre el tema, dice: “La cuantía
se fija en la forma establecida en el Art. 64 y sgtes., aunque hay normas particulares, como la del
Art. 494, que regula la forma de fijar la cuantía en el juicio ejecutivo. Reiteramos nuestras
anteriores observaciones respecto de esta materia que, en nuestro derecho procesal, no es factor
determinante de la competencia para el juez de primera instancia sino sólo para los jueces
superiores; pero que, en todo caso, es elemento vinculante entre la acción intentada y la decisión
del juicio, por razón de la aplicación de la norma establecida en el Art. 277, por el que se impone
que la sentencia decidirá únicamente los puntos sobre que se trabó la litis, y esta traba se hace entre
la pretensión del actor y la contestación del demandado. Por manera que si en la demanda, al fijar
la cuantía —que señala la propia estimación que el actor hace sobre el valor de su pretensión—, se

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omite parte de esa pretensión, la sentencia no podrá conceder lo omitido, ni dar más de lo pedido.”
(Estudio crítico del Código de Procedimiento Civil, tomo I, Guayaquil, Edino, 1995, p. 283). Es
principio general que el objeto de la pretensión ha de hallarse perfectamente determinado para que
de esta manera el demandado conozca cuál es la conducta que se le exige observar y que, de
prosperar la acción en su contra, estará en el deber de ejecutar. Lino Enrique Palacio, comentando
los requisitos de la demanda en el derecho procesal argentino dice: “La «cosa demandada» a que se
refiere el inciso 3º. del artículo 330 constituye el objeto mediato de la pretensión deducida en la
demanda. El inciso examinado requiere que la designación de la «cosa demandada» sea exacta: si,
por ejemplo, se reclama el pago de una indemnización, debe indicarse con precisión la suma de
dinero en que se estiman los daños; si la demanda versa sobre un bien inmueble el actor debe
indicar concretamente su superficie, ubicación, linderos; etcétera. La carga de precisar el monto
reclamado admite excepción cuando al actor no le fuese posible determinarlo al promover la
demanda, sea por las circunstancias del caso o porque la estimación dependiere de elementos aún
no definitivamente fijados y la promoción de aquélla fuese imprescindible para evitar la
prescripción de la acción (art. 330, ap. 2º. del CPN)...” (Manual de Derecho Procesal Civil, tomo I,
Buenos Aires, Abeledo-Perrot, sexta edición actualizada, 1986, pp. 414-415). En el mismo sentido,
Juan Isaac Lovato dice: “Lo que se pide se ha de especificar con toda claridad y distinción, tanto
para instrucción del juez como del demandando...” (Programa analítico de derecho procesal civil
ecuatoriano, tomo IV, Quito, Editorial CCE, 1962, p. 295) Como se ha analizado en líneas
precedentes, la exigencia del señalamiento de la cuantía no es de simple noticia ni busca
exclusivamente fines tributarios o atinentes a la competencia o a los recursos sino que, en nuestra
patria, se ha considerado siempre que mediante la determinación de la cuantía en la demanda, el
actor autolimita su pretensión en la fijación de la cuantía de la demanda, de manera que si se le
condena a que realice un pago por monto superior, se estaría resolviendo ultra petita.------------------
Debe anotarse que existe una excepción: en materia laboral, lo atinente a la cuantía tuvo su propia
evolución; efectivamente, hasta la codificación del Código del Trabajo de 1960, Registro Oficial
suplemento al N°. 99 de 29 de diciembre de 1960, no existió disposición expresa al respecto; es en
el año de 1965, mediante el artículo 16 del Decreto Supremo 979, Registro Oficial 496 de 10 de
mayo de 1965, que se incorporó la siguiente reforma al Código del Trabajo: “En ningún caso podrá
mandarse a pagar al reclamante una cantidad mayor de la fijada por éste como cuantía del juicio”;
con este texto pasó a ser el artículo 562 del Código del Trabajo en la codificación de 1971, Registro
Oficial suplemento al 239 de 7 de junio de 1971 y posteriormente el artículo 593 en la codificación
de 1978, publicada en el Registro Oficial 650 de 16 de agosto de 1978; más tarde, el artículo 5 de la
Ley 110 promulgada en el Registro Oficial 365 de 10 de noviembre de 1982, sustituyó esta norma
por la siguiente: “No se admitirán a trámite las demandas cuya cuantía no estuviere determinada.
En ningún caso podrá mandarse a pagar al reclamante una cantidad mayor a la fijada como cuantía
del juicio”; finalmente, el artículo 79 de la Ley N°. 113, publicada en el suplemento al Registro
Oficial 817 de 21 de noviembre de 1991, eliminó el inciso segundo de la norma antes transcrita, y

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en la codificación de 1997, Registro Oficial 162 de 29 de septiembre de 1997, pasó a ser el artículo
612 con el siguiente texto: “No se admitirán a trámite las demandas cuya cuantía no estuviere
determinada”. Por lo tanto, en materia laboral, actualmente no existe la limitación que rigió desde
el 10 de mayo de 1965 hasta el 10 de noviembre de 1982 e interpretando a contrario imperio, si hoy
no existe la limitación expresa que antes existió, se interpreta en el sentido de que el empleador
demandado puede ser condenado a pagar un monto mayor a la cuantía máxima fijada por el
trabajador en su demanda, y en este sentido lo interpretan los juzgadores de lo laboral. La
interpretación se explica por el carácter social del derecho laboral y porque las leyes deben
interpretarse en el sentido más favorable al trabajador (artículos 35 N°. 6 de la Constitución
Política de la República y 7 del Código del Trabajo). En su demanda (fojas 2-3 vta. del cuaderno de
primer nivel), el actor solicita que se condene al demandado en concepto de indemnización por el
daño moral que ha sufrido, en una cantidad “no inferior” a quince millones de sucres, más las
costas procesales y honorarios profesionales y añade: “la cuantía de esta acción queda fijada en
quince millones de sucres (S/. 15’000.000,oo).- Reclamo costas y mis honorarios. (fojas 2 vuelta y
3 del cuaderno de primera instancia); el tribunal de última instancia fija este monto en siete mil
dólares de los Estados Unidos de Norteamérica, con este razonamiento: “En virtud de lo
manifestado anteriormente, esta Sala considera que Giuseppe Torri Olivari, con la denuncia
presentada ante el señor Comisario Quinto Nacional (fs. 73 y 74) que contiene la imputación de un
delito que no cometió George Rodamis, y con los actos posteriores producidos como consecuencia
de ésta, le ha causado graves daños físicos, síquicos y morales al actor, los mismos que deben ser
determinados por la Sala, de acuerdo a la prudencia, a las circunstancias y a la gravedad del
perjuicio sufrido, conforme lo determina el párrafo tercero del primer artículo agregado a
continuación del Art. 2258 del Código Civil y que se expidieron mediante Ley 171, publicados en
el Registro Oficial No. 779 de 4 de julio de 1984…” (fojas 21 del cuaderno de segunda instancia),
resolución de la cual el actor pide aclaración y ampliación respecto a esta fijación, a lo que el
tribunal, en providencia de fojas 24 del cuaderno de segundo nivel precisa: “…para conocimiento
del demandado se trascribe el párrafo tercero del Art. agregado luego del Art. 2258 del Código
Civil que dice así: «La reparación por daños morales puede ser demandada si tales daños son el
resultado próximo de la acción u omisión ilícita del demandado, quedando a la prudencia del Juez
la determinación del valor de la indemnización atentas las circunstancias previstas en el inciso
primero de este artículo»…” (el subrayado es del tribunal ad quem). La pregunta es: ¿puede el
juzgador de instancia determinar libremente el monto de la reparación por daño moral? O ¿está
obligado a observar los límites señalados por el actor? Es verdad que los daños morales son de muy
difícil, por no decir de imposible cuantificación crematística, por lo que el juez ha de realizar un
análisis prolijo del hecho que causó el daño moral y sus circunstancias así como de las calidades
tanto del autor como de la víctima para determinar el monto de la reparación pecuniaria, pero es la
víctima la que da la guía o pauta para esta determinación. Inmediatamente surge una pregunta: ¿es
suficiente fijar un monto mínimo, a partir del cual el juez señalará el monto de la indemnización? O

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¿es necesario también y fundamentalmente poner un tope máximo?; si se fija una cantidad como
“tope mínimo” y al mismo tiempo se señala la misma cantidad como “cuantía de la pretensión”,
¿no estamos más bien ante un tope máximo? Hay sistemas jurídicos en que el juez tiene una total
libertad para la determinación del monto de la indemnización, lo que ha conducido a que se fijen
cuantías exageradas, que han producido una tendencia a “mercantilizar” los daños morales, porque
se despierta la codicia de alcanzar una reparación millonaria; ello ha conducido a que se propongan
demandas por cualquier razón y la mayoría de las veces infundadas, lo cual ha creado inseguridad
jurídica y, para remediar, en muchos países se ha debido señalar en la ley baremos dentro de los
cuales el juez ha de determinar el monto de las reparaciones. En nuestro sistema jurídico queda a la
prudencia del juez el fijar el monto de la reparación por daño moral, lo cual significa que lo hará
aplicando las reglas de la sana crítica, lo cual a su vez conduce a que estime que el monto máximo
de la pretensión del actor, de la cual no puede exceder, es la que ha fijado en su demanda. Si la
demanda es obscura en cuanto a la determinación del máximo de la pretensión del actor, el juez la
ha de interpretar de acuerdo con las reglas de la sana crítica, teniendo presente el papel que
desempeña la fijación de la cuantía en nuestro ordenamiento legal. En la especie, el actor ha
señalado la suma de quince millones de sucres como monto mínimo de su pretensión, y como
cuantía del juicio; un antiguo fallo de esta Corte Suprema de Justicia, que aparece publicado en la
Gaceta Judicial de la Serie III, N°. 117, pp. 2173-2174 dice: “Trabada así la litis, en orden a las
demandas principales se considera: 1º. Ninguna de las partes señala, cierto, la cantidad fija,
determinada cuyo pago se pide por capital, intereses y cambio; pero, si se atiende, ora a que la
primera, al expresar la cuantía, dice que lo debido por el «Ingenio Rocafuerte» monta a una
cantidad mayor de diez y seis mil sucres, no de veinte mil, ora a que la segunda reclama el pago de
más de doce mil sucres, no puede aceptarse, por falta de esa determinación, lo alegado, a fs. 967-
972, acerca de la improcedencia de las demandas. En cualquiera de las expresiones usadas en
ellas, se encuentra cumplido el número tercero del art. 99 del Código de Enjuiciamientos, el que,
tratándose de cantidad, si requiere se la mencione, no precisa, por ello, el que se la determine y
fije con toda exactitud matemática; y, por lo tanto, observando el N°. 4°. del mismo artículo, basta,
a ese respecto, que se enuncie lo menos y lo más que se demanda, para que así el demandado
pueda proponer excepciones, como el juez, vistas las pruebas, pueda condenar al respectivo
pago...” Esta Primera Sala también ha dicho, en su sentencia N°. 507 de 20 de diciembre del 2000,
dictada dentro del proceso 127-96 (Castillo-Saquicela), Registro Oficial 284 de 14 de marzo del
2001: “Respecto al vicio invocado de ultra petita, esta Sala considera: al proponer su demanda, el
actor reclama, entre otras cosas: «el pago de las mejoras por mí introducidas en el departamento
cuantificadas en S/ 2'820.000», es decir señala la suma a que ascendían las mejoras en el
momento de presentar la demanda, pero esto no significa que su reclamo se haya limitado a esa
cantidad, pues al señalar la cuantía de la demanda lo hace en la suma de diez millones de sucres,
sin que la Corte Superior haya sobrepasado esa cantidad, por lo que se rechaza el cargo.” En
definitiva, también en los casos de demandas de reparación del daño moral, el actor ha de fijar el

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monto máximo de su pretensión, y será la suma por él señalada la que determine el monto máximo
o “techo de su pretensión”, sin que el juzgador pueda excederla en su resolución admisoria de la
pretensión. Como en la especie el monto señalado como cuantía en la demanda fue la suma de
quince millones de sucres, que al cambio actual equivale a seiscientos dólares de los Estados
Unidos de América, el tribunal ad quem no pudo exceder su condena de esta suma, y al haberlo
hecho al señalar el monto de la reparación en la suma de siete mil dólares de los Estados Unidos de
América, ha incurrido en el vicio acusado de ultra petita al transgredir lo que dispone el artículo
277 del Código de Procedimiento Civil, por lo que el fallo de última instancia debe ser casado.-----
QUINTO: A continuación se estudiará el cargo fundado en la causal primera. El recurrente acusa
errónea interpretación del artículo 2241 del Código Civil y la inaplicación del artículo 17, inciso
tercero, del Código de Procedimiento Penal vigente a la época en que se dedujo la demanda: “El
Tribunal de Alzada, para justificar la revocación de la sentencia subida en grado, y aceptar la
demanda propuesta por el accionante, sin que preceda ningún análisis crítico valorativo,
disposición contenida en el Art. 2241 del Código Civil, no sin antes, arribar a la precipitada
conclusión de que el compareciente actuó con dolo, por el solo hecho, legítimo por cierto, de
presentar una denuncia ante el Comisario Quinto Nacional del cantón Quito por la comisión del
delito de estafa en contra de George Rodamis… Fue la autoridad policial la que asumió la absoluta
responsabilidad de emitir la orden de detención y la captura de Rodamis, y no el compareciente.
Corroboro mi aserto con la confesión judicial rendida por el propio Rodamis… en la que él, con
absoluta claridad, reconoce, la ninguna intervención o participación en su detención, así como la
inexistencia de mala fe imputable a la persona del compareciente… Es incuestionable que el daño
moral, siempre y cuando haya sido acreditado mediante pruebas jurídicamente reconocidas, lo cual
no aconteció en el presente juicio, genera la acción de daños y perjuicios, conforme lo establece el
Art. 2241 del Código Civil, imponiéndose para ello la necesidad de que este precepto legal sea
interpretado con sentido de verdad. Los señores conjueces lo interpretaron erróneamente,
aceptando los enunciados, indeterminaciones y preconceptos, carentes de sustento probatorio,
vertidos por el accionante. En definitiva, el compareciente no adecuó su conducta a la figura del
daño moral preceptuada en el Art. 2241 del Código Civil; más aun, de conformidad con lo
establecido en el Art. 17 del Código de Procedimiento Penal anterior, aplicable al presente caso,
obligatoriamente debió anteceder una sentencia judicial condenatoria, lo cual nunca ocurrió…” Se
analizarán estos cargos a continuación.-------------------------------------------------------------------------
SEXTO: Respecto a la acusada interpretación errónea del artículo 2241 del Código Civil, este
Tribunal anota: El recurrente, en realidad impugna el método de valoración de la prueba empleado
por el tribunal de última instancia, cuando califica la actuación que dio origen a la acción de
indemnización por daño moral como dolosa e intencional, es decir, con el propósito específico de
causar daño, pero esta impugnación no puede prosperar, toda vez que es atribución exclusiva de los
jueces y tribunales de instancia el valorar las pruebas de conformidad con las reglas de la sana
crítica, sin que pueda el tribunal de casación revisar tal valoración salvo el caso de que la misma no

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se encuentre debidamente motivada, o que arribe a conclusiones absurdas o arbitrarias, lo que
tampoco sucede en la especie. Además, tampoco puede prosperar la acusación con fundamento en
la causal primera del artículo 3 de la Ley de Casación; si el recurrente impugna el método de
valoración de la prueba empleado por el tribunal de última instancia, lo pertinente es que invoque
la causal tercera del artículo 3 antes citado ya que, como lo ha venido señalando este Tribunal en
múltiples resoluciones, en el recurso de casación por la causal primera del artículo 3 de la Ley de la
materia no se debaten cuestiones fácticas, los hechos quedan fijados en la sentencia del tribunal de
segunda instancia, y en el caso de que se hubieren violado las leyes para la valoración de la prueba,
puede acusarse a la sentencia por la causal tercera, mas no por la primera. La causal primera es la
llamada de “violación directa”, porque por ella se entabla una lucha directa entre la sentencia y la
ley, en que nada tiene que ver la prueba. Por esto el Tribunal de Casación, al examinar los cargos
del recurrente fundados en esta causal, no puede entrar a considerar sobre la existencia de hechos ni
menos casar la sentencia sobre la base de elementos probatorios en forma distinta a la valoración
realizada por el tribunal ad quem, por lo que de esta manera, al no haber sido impugnada por la
causal tercera la valoración de la prueba realizada por el tribunal de última instancia, respecto a la
calificación de la conducta del demandado como dolosa, el recurrente consideró como definitivos
los hechos y las conclusiones que sobre la valoración de la prueba ha arribado el tribunal ad quem.
Se desecha, por lo tanto, el cargo de que se ha infringido el artículo 2241 del Código Civil.----------
SÉPTIMO: El recurrente alega que en el fallo casado ha habido falta de aplicación del inciso
tercero del artículo 17 del Código de Procedimiento Penal de 1983. Esta disposición legal decía:
“Por lo tanto, no podrá demandarse la indemnización civil mientras no exista una sentencia penal
condenatoria firme que declare a una persona responsable penalmente de la infracción.” En la
especie y aunque no lo diga expresamente, el fallo de última instancia ha concluido que el
demandado ejerció abusivamente su derecho a la jurisdicción al presentar su denuncia por un delito
de estafa no comprobado, utilizando el mecanismo vicioso de penalización de un conflicto civil,
que atenta gravemente contra los principios fundamentales de la buena fe y la lealtad procesal y
constituye un atropello inaceptable de derechos fundamentales de la persona como a la libertad,
por estar prohibida expresamente la prisión por deudas (artículo 23 N°. 4 de la Constitución
Política de la República) y a la honra (artículo 23 N°. 8 ibídem). Ahora bien, quien es víctima del
ejercicio abusivo del derecho a denunciar o acusar un hecho como ilícito penal, puede dentro del
mismo proceso que se ha originado en virtud de tal acusación o denuncia, reclamar y pedir que se
la califique como maliciosa o temeraria, pero también puede abstenerse de hacerlo; pero en este
segundo caso ello no implica que el abuso del derecho no se haya producido. “El acto realizado en
el ejercicio de un derecho es, en principio, un acto lícito, un comportamiento permitido por la ley.
Pero, a través del llamado abuso del derecho, dicho comportamiento jurídicamente admitido, se
convierte en un fenómeno que consiste en el ejercicio excesivo, irregular, desconsiderado, anormal
y, en cualquier caso, antisocial de un derecho subjetivo susceptible de causar daño en relación con
un interés ajeno. Es decir, sustancialmente contrario a la moral social. De este modo, no obstante

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sustentarse originariamente en un acto lícito, mediante una actuación socialmente inadmisible,
aquel derecho subjetivo deja de ser «un derecho» para convertirse, transpuesto cierto límite que
debe ser apreciado por el juez, en un acto que ya no es lícito y con el que se incurre, más bien, en la
transgresión de un deber genérico de respeto al interés de los demás. No puede perderse de vista
que la solidaridad se traduce más intensamente a través de los deberes que de los derechos. Se
trataría así del incumplimiento de un genérico deber impuesto por el ordenamiento positivo al
titular del derecho, dentro de una específica situación jurídica subjetiva. O, de no existir un
dispositivo expreso en dicho ordenamiento, estaríamos frente a un acto que es contrario a los
principios generales del derecho, como aquel de la buena fe y de las buenas costumbres, principios
que se inspiran, preponderantemente, en el valor de la solidaridad.” (Carlos Fernández Sessarego,
Abuso del derecho, Buenos Aires, Astrea, 1992, pp. 143-144). En nuestro ordenamiento legal no
existe una disposición general que condene el abuso del derecho, pero este principio del derecho
universal se halla recogido en diversas normas tales como en el primer artículo innumerado que se
mandó agregar a continuación del artículo 2258 del Código Civil, cuando dice que están
especialmente obligados a la reparación del daño moral quienes “...provoquen detenciones o
arrestos ilegales o arbitrarios, o procesamientos injustificados...” y precisamente eran los
denunciantes y los acusadores particulares quienes solicitaban y alcanzaban las órdenes de
detención y los arrestos ilegales o arbitrarios e iniciaban los procedimientos injustificados,
abusando de los mecanismos que establecía el Código de Procedimiento Penal de 1983; gracias al
impulso que recibía de la denuncia o la acusación particular y, fundamentalmente al empeño que en
ello ponía el acusador particular o el denunciante es que la autoridad policial, ejerciendo las
atribuciones de juez de instrucción actuaba, por lo que el acusador particular y el denunciante eran,
al abusar de su derecho, la causa eficiente para que se atropellen los derechos fundamentales del
acusado o denunciado y éste sea víctima de detenciones y arrestos arbitrarios o injustificados y de
procesamientos injustificados. Cabe preguntar si siempre y necesariamente, la víctima de estos
abusos del derecho debían reclamar por ellos dentro del proceso penal. Esta Sala en su Resolución
N°. 412 de 18 de octubre de 2000, publicada en el Registro Oficial N°. 225 de 15 de diciembre del
mismo año, dijo: “El ejercicio abusivo del derecho que ocasiona daño a la persona o patrimonio
de otro puede constituir delito si dicho ejercicio se lo ha hecho con malicia y cuasidelito si lo ha
hecho con culpa. Dentro del abuso del derecho, el Código de Procedimiento Penal contempla los
casos de la denuncia y de la acusación particular maliciosa o temeraria. El Tribunal o juez de lo
penal, en la sentencia absolutoria o en el auto de sobreseimiento definitivo está obligado a
calificar si la denuncia o acusación particular ha sido maliciosa o temeraria, según corresponda.
Así lo disponen expresamente los artículos 245, 248 y 330 del Código de Procedimiento Penal. El
condenado por temeridad pagará las costas judiciales así como las indemnizaciones por daños y
perjuicios y si el juez también la hubiere calificado de maliciosa, el acusador o el denunciante
responderá además con la infracción prevista en el artículo 494 del Código Penal, esto es prisión
de dos meses a dos años y multa de 40 a 160 sucres (artículo 445 del Código de Procedimiento

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Penal). Cuando la acusación particular o la denuncia fuere calificada como no temeraria ni
maliciosa no podría intentarse acción alguna de reparación de daño moral como tampoco de
indemnización de daños y perjuicios contra quien la presentó; en cambio si la acusación
particular o la denuncia han merecido el calificativo de temeraria o maliciosa cabrá la acción
ante el juez de lo penal o el Tribunal Penal en su caso, ya que esta materia no pertenece a la
jurisdicción civil, así lo ha declarado esta Sala en el fallo No. 195-98, (Ligña-Zurita), resolución
No. 189-2000, de 2 de mayo del 2000, publicada en el R.O 108 de 28 de junio del 2000.
Finalmente, si no hay ninguna calificación respecto de la denuncia o la acusación particular de
parte del juez o tribunal penal, procede la acción de indemnización de daños y perjuicios, así
como la de daño moral ante la jurisdicción civil, conforme lo ha declarado este Tribunal en fallo
No. 150-2000, (Cuenca-Rosales), resolución No. 350-2000 de 11 de septiembre del 2000.” En esta
causa, la Sala ratifica su criterio: cuando no se ha reclamando dentro del proceso penal, la víctima
del abuso del derecho puede iniciar las acciones que la ley le franquea para reclamar la
indemnización de los daños y perjuicios patrimoniales y la reparación del daño moral, ante la
jurisdicción civil en juicio de conocimiento que se ha de tramitar por la vía ordinaria. El abuso del
derecho no es un accesorio del proceso penal en que el objeto es el delito acusado o denunciado.
Únicamente por economía procesal, el legislador prorrogó la competencia de los jueces penales al
tema indemnizatorio que es de naturaleza civil; siendo como es un mecanismo de economía
procesal y no un asunto inherente a la naturaleza del asunto, puede perfectamente el agraviado
renunciar a ese mecanismo de economía procesal, no reclamar por el atropello en el proceso penal
y acudir a la justicia civil con su reclamación. El tema, de difícil resolución por la oscuridad del
anterior sistema, se ha racionalizado y simplificado por la actual disposición de los artículos 40 y
41 del reciente Código de Procedimiento Penal (suplemento al Registro Oficial 360, de 13 de enero
del 2000), que dicen en su orden: Artículo 40.- “Prejudicialidad.- En los casos expresamente
señalados por la ley, si el ejercicio de la acción penal dependiera de cuestiones prejudiciales cuya
decisión competa exclusivamente al fuero civil, no podrá iniciarse el proceso penal antes de que
haya auto o sentencia firme en la cuestión prejudicial.”; artículo 41.- “Efecto de cosa juzgada.- Las
sentencias ejecutoriadas en los procesos civiles no producen el efecto de cosa juzgada en lo penal,
excepto las que deciden las cuestiones prejudiciales indicadas en el artículo anterior. Las sentencias
ejecutoriadas en los procesos penales, producen el efecto de cosa juzgada, en lo concerniente al
ejercicio de la acción civil, sólo cuando declaran que no existe la infracción o, cuando existiendo,
declaran que el procesado no es culpable de la misma. Por tanto, no podrá demandarse la
indemnización civil derivada de la infracción penal mientras no exista una sentencia penal
condenatoria ejecutoriada que declare a una persona responsable de la infracción.” En la especie,
no se trata de un caso de prejudicialidad en el campo penal necesario para iniciar una acción en el
ámbito civil, como se explica detalladamente, por lo que no existe la infracción acusada del inciso
tercero del artículo 17 del anterior Código de Procedimiento Penal, a lo cual ha de añadirse que el
tribunal de última instancia, luego de valorar las pruebas aportadas al proceso, ha encontrado

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procedente ordenar que el demandado repare económicamente al actor por los daños morales que
este ha sufrido como consecuencia del ejercicio abusivo del derecho a presentar acusación
particular o denuncia por parte del demandado, calificación que ha sido realizada luego de valorar
las pruebas incorporadas al proceso, y que no ha sido impugnada por el demandado en su recurso
de casación.- Por las consideraciones que anteceden, la Primera Sala de lo Civil y Mercantil de la
Corte Suprema de Justicia, ADMINISTRANDO JUSTICIA EN NOMBRE DE LA
REPÚBLICA Y POR AUTORIDAD DE LA LEY, casa parcialmente la sentencia dictada por los
señores Conjueces de la Segunda Sala de la H. Corte Superior de Justicia de Quito, por hallarse
incursa en el vicio de ultra petita y se fija en la suma de quince millones de sucres el monto de la
indemnización pecuniaria, a título de reparación del daño moral causado, que debe realizar
Giuseppe Torri Olivari a favor de George Rodami más los intereses legales a partir de la fecha en
que esta sentencia se ejecutoríe, que se pagará en dólares de los Estados Unidos de América al tipo
de cambio fijado en el artículo 12 inciso segundo de la Ley para la transformación económica del
Ecuador, Ley No. 2000-4, publicada en el suplemento al Registro Oficial N°. 34 de 13 de marzo del
2000. De conformidad con lo que dispone el artículo 17, reformado, de la Ley de Casación,
entréguese al actor el cincuenta por ciento de la caución constituida por el recurrente, en su calidad
de parte perjudicada por la demora en la ejecución de la sentencia y el otro cincuenta por ciento
devuélvase al demandado. Sin costas.- Notifíquese, publíquese y devuélvase.- (ff.) Doctores
Santiago Andrade Ubidia, Galo Galarza Paz y Ernesto Albán Gómez, MINISTROS JUECES.
Certifico.- Dra. Isabel Garrido Cisneros, SECRETARIA RELATORA.-
RAZÓN: Las copias que anteceden son iguales a sus originales.- Certifico.- Quito, 22 de julio
de 2003.-

Dra. Isabel Garrido Cisneros


SECRETARIA RELATORA DE LA PRIMERA SALA DE LO
CIVIL Y MERCANTIL DE LA CORTE SUPREMA DE JUSTICIA

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