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17/4/2014 ¿Por qué Brasil está contra la Copa?

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¿Por qué Brasil está contra la Copa?


Detrás de las protestas, el país podría estar enviando al mundo un mensaje contra la deterioración
de ese evento mundial
JUAN ARIAS 28 ENE 2014 - 00:40 CET 37

Archivado en: Opinión Mundial 2014 Mundial fútbol Brasil Fútbol Sudamérica Latinoamérica Competiciones América Deportes

Entre incrédulo y atónito, el mundo se pregunta por qué Brasil, la meca del fútbol, un país cuyos
ciudadanos llevan en el ADN la pasión por el balón que ha contagiado al planeta, se muestra
contra la celebración de la Copa, un acontecimiento que tantos hubieran ansiado. Y la
respuesta quizá entrañe una sorpresa inesperada.

Las imágenes de la primera manifestación callejera contra la Copa, ocurrida el sábado en São
Paulo, ciudad donde arrancaron también las primeras protestas masivas en junio pasado -
cuando se dijo que el gigante Brasil "se había despertado" - han recorrido las primeras páginas
internacionales tanto por la violencia de los manifestantes como por la de la policía que disparó
a un joven de 22 años, algo impensable en un régimen democrático porque evoca los
fantasmas de la dictadura.

Existe un suspense general sobre lo que ocurrirá dentro de cinco meses. Quizá no pase nada o
quizá sí. El lema de los manifestantes, Não vai ter Copa (No va a haber Mundial), ha movilizado
hasta a la presidenta de la República, Dilma Rousseff, que se ha tomado en serio la amenaza y
ha colocado enseguida en las redes sociales su hastag: VaiterCopa (Va a haber Copa).

La perplejidad dentro y fuera del país frente a este rechazo de la celebración de la Copa y la
consecuente pregunta: "¿Cómo es esto posible en Brasil?" es de difícil respuesta. Me
atrevería a decir que el resultado final podría sorprender positivamente al mundo. Y eso,
independientemente de que haya o no Copa (que la habrá) y no tendrá que ver con que Brasil
gane por sexta vez (ojalá) el precioso trofeo o repita la dolorosa hazaña del último Mundial
celebrado aquí en 1950 en aquel aciago partido contra Uruguay en el mítico Maracanã de Río.

No importa en este punto si habrá o no nuevas y violentas manifestaciones como las que se
registraron durante la Copa de las Confederaciones, cuando en los alrededores del nuevo y
millonario estadio de Brasilia había más gente protestando fuera que dentro viendo el partido.

Las fichas del juego ya están echadas. Brasil ha sido capaz de crear un estado de conciencia
crítica, más allá de las motivaciones concretas que han podido despertar las protestas que son,
en muchos casos reales, como el despilfarro de dinero público, el descuido en la creación de
infraestructuras o el temor de que Brasil pueda "hacer el ridículo" ante los extranjeros que
podrían encontrarse un país con unos servicios ineficaces. Hasta la FIFA, en efecto, llegó a
poner en tela de juicio la capacidad brasileña para organizar tal acontecimiento ante el retraso
de los preparativos.

El fútbol, y el deporte en general, han sido siempre usados y abusados por el poder en las
dictaduras y en las democracias como opio del pueblo o como "hipnotismo" que decía el gran
Sócrates. En las dictaduras de forma descarada y zafia, como cuando durante el franquismo, el
feroz dictador Franco asistió al partido España-Rusia para recibir de pie el grito del estadio:
"!Franco, Franco, Franco!" como si hubiera sido el generalísimo y no el jugador del Zaragoza,
Marcelino, el que marcó un gol contra la Rusia "comunista". El agudo periodista e historiador,
Elio Gaspari, acaba de recordar que durante la Copa de 1970, "cuando la dictadura afianzaba
su popularidad con los éxitos de la selección", hubo días en que los militantes de Alianza

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Libertadora Nacional (de izquierda) celebraban los goles "con los tiros de Winchester".

Que Rousseff, responsable de presidir un Gobierno en una democracia consolidada, se


preocupe por la imagen negativa que posibles protestas contra la Copa pueda ofrecer al
exterior, es justo y normal. Y ha acuñado el eslógan de que Brasil va a realizar la "Copa de las
Copas", superando a todas las celebradas hasta ahora.

Se me ocurre, a la luz de todo lo que está ocurriendo, con las protestas contra el Mundial, que
la presidenta ha podido ser profeta sin quererlo. Es posible que esa sorpresa, que dije podría
dar este país al mundo con la Copa, se refiera al hecho de que este Mundial sea quizás el
último. Y podría ser Brasil, que conserva intacta en sus entrañas, a pesar de todo, la pasión del
fútbol, el que obligue a una FIFA desprestigiada, involucrada en sospechas de escándalos de
corrupción, movida por el peor de los capitalismos, a mudar de piel.

Brasil podría estar enviando un mensaje al mundo para ponerlo en guardia sobre la
degeneración de ese evento mundial que se ha convertido en objeto de sospechas y amenaza
al verdadero fútbol, un deporte que está conquistando hasta a Estados Unidos.

Es como si Brasil estuviera diciendo que tal y como van las cosas en este campo, no le
interesa la Copa, ni jugarla ni ganarla. Que la pasión por el deporte se está cambiando por una
operación capitalista cuya máxima expresión son los enjuagues de la FIFA que está matando al
verdadero fútbol.

Existe, sobre todo entre los jóvenes, y más entre los que llegan hasta el centro rico de las
ciudades desde los guetos excluidos del festín - de donde proviene buena parte de los astros
mundiales del balón - la convicción, quizá ni siquiera explícita, de que el fútbol, esa pasión
colectiva, debe volver a los orígenes, aquellos en los que los jugadores daban el alma y el
corazón en el campo, no tanto por dinero cuanto por el placer de vencer y de hacer vibrar a la
afición.

Esos jóvenes intuyen que el mundo del fútbol se ha convertido en el gran mercado de las
vacas, donde los jugadores son objetos de disputa entre las grandes financieras y a cuyas
espaldas hasta los funcionarios de los clubes se enriquecen ilícitamente, como parece ocurrir
con el triste y emblemático caso de la "venta" de Neymar que ha obligado a dimitir al presidente
del Barcelona.

Como me ha recordado el mallorquín afianzado en Brasil, Saturnino Pesquero, que enseñó en


la Universidad Federal de Goiás y es uno de los grandes expertos en Leonardo da Vinci, si es
cierto que el hombre creó el lenguaje, no es menos cierto que el lenguaje acaba marcando al
hombre. Basta leer un artículo sobre la economía del fútbol para que aparezcan, refiriéndose a
los jugadores, palabras emblemáticas como comprar, vender, revender, inversores, dueños de
los jugadores cuyos derechos acaban siendo "propiedad de terceros". Una verdadera feria de
estrellas cuyo valor humano, artístico y hasta cultural se ha cambiado por un frío guarismo de
millones de dólares.

Se ha dicho, con razón, que el fútbol y, en general, las grandes manifestaciones deportivas se
han convertido en un sustituto de la guerra. Se enfrentan España y Francia o Brasil y Argentina,
no con la fuerza de los cañones y los ejércitos, sino en los estadios, donde se intercambian las
antiguas banderas de conquista, ahora como trofeos de paz.

Hoy, la violencia en los estadios entre adversarios acaba con frecuencia, también aquí en
Brasil, en vandalismo y violencia con muertos y heridos. Vuelve la guerra a las gradas. ¿No
tendrá que ver esa triste metamorfosis con la degeneración general de un deporte que ha
acabado aprisionado en manos del gran capital especulativo mundial tras habérselo robado a
los verdaderos aficionados?

Es posible que Brasil que, en estos últimos 20 años, ha dado muestras de un elogiable
progreso no sólo económico, sino también democrático, salga crecido, más maduro hasta en
sus valores de libertad y humanidad justamente con su rechazo a la Copa. Hizo bien, por
ejemplo, la presidenta Dilma al despreciar el caviar y champagne que le ofrecía la FIFA en el
palco de honor desde el que presenciaba un partido de la Copa de las Confederaciones.
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"!Pero qué es esto en un estadio de futbol!" y pidió una cerveza, como los simples aficionados.

Brasil, más maduro hoy que durante el último Mundial celebrado en su suelo, se hace la misma
pregunta, que es casi natural entre los jóvenes: "¿Pero qué es esto?". Como si dijeran: "No
queremos una Copa así. Queremos que nos devuelvan el futbol"

Brasil ha desnudado a la Copa ante el mundo. El rey se ha quedado desnudo y es muy


probable que un día las crónicas recuerden que fueron los magos del balón los que tuvieron la
osadía de decir NO a su prostitución.

Quizá el mundo, ahora perplejo ante esa postura brasileña inesperada, acabe mañana
aplaudiendo a este país del fútbol para concederle otro galardón más precioso: el de haber
arrancado al gran deporte de las garras de los verdugos que lo estaban sacrificando en el altar
del nuevo becerro de oro.

Algo que no deberían olvidar los políticos ni del Gobierno ni de la oposición porque está en
juego algo mucho más importante que las próximas elecciones. Las protestas contra la Copa
habían empezado ya en 2009. Que no caigan en la tentación de jugar a reprimir las
manifestaciones con métodos de antiguas dictaduras; que no minimicen una protesta que ya ha
alcanzado interés y expectativa internacional, y menos aún que no pretendan usar una protesta
llamada quizás a ennoblecer a este país en pro de sus pequeños intereses electorales.

La apuesta es mucho mayor y más importante. Para todos. Equivocarse podría llevar a la
sorpresa de que salga el tiro por la culata. Está en juego una apuesta arriesgada, creativa,
valiente, sobre todo de los jóvenes excluidos de los suburbios de las grandes urbes que hoy
estudian y que han sido siempre, curiosamente, los que más pasión han manifestado por la
magia y el misterio del balón, que es parte ya de la cultura popular de este pueblo privilegiado.
Y quizás, por ello lo defienda con mayor ahínco.

© EDICIONES EL PAÍS, S.L.

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