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Introducción al pensamiento social y político moderno 8 de diciembre, 2017

Grupo 0034
Alumno: Orenday Martínez Ariel Omar

La modernidad, las ciencias sociales y la vocación

«La activa creación del hombre no tiene


otro fin que él mismo. De hecho, al
explayarse con su creación retorna a sí
mismo y, con todo, da a luz a algo que
antes no era»

«De conjecturis», en Opera omnia, t.4, Opuscula, ed. P.wilpert, 1959.


(Villoro, pág. 48)

La modernidad, como ya se ha dicho, instauró la razón humana como el medio y la


causa por la cual se debía procesar cualquier entendimiento de la naturaleza. A partir de
esta premisa nació la ciencia, institución humana destinada a la tarea de convertir lo más
posible del entorno en información útil al ser humano, para que éste pudiese echar mano
de ella en favor de cualquier acción que decidiese tomar.
Conforme pasó el tiempo, y debido a la creciente acumulación de datos que se
producía gracias a la ciencia, el ser humano se vio en la necesidad de dividir
cualitativamente la amplitud del alcance que ésta tenía, provocando la gran escisión entre
lo que fue considerado de naturaleza constante, la ciencia natural, de lo correspondiente
a una naturaleza variable, las ciencias humanas. Gracias a mayores diferenciaciones
orientadas a la especificación del conocimiento, a lo largo del siglo XIX en particular, fue
como se originaron las ciencias sociales que conocemos hoy en día. Pero retomemos un
poco la historia de cómo surgió la ciencia para examinar las causas que la llevaron a ser
como es hoy en día.

Durante sus inicios, la ciencia no se lograba distinguir de la magia, nos cuenta


Villoro, pues parecían tener la misma actitud ante la naturaleza. Tanto las prácticas
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místicas como científicas eran orientadas a comprender racionalmente las leyes que la
regían para, después, actuar sobre ella. Lo que diferenciaba a la magia era el hecho que
sus objetos de estudio fuesen preceptos y cualidades sensibles, a través de los cuales
buscaba la armonía existente entre el pensamiento y la naturaleza.
La ciencia, en cambio, buscaba objetos cuantificables mediante la razón humana,
que respondieran a ciertos enunciados universales necesarios. Da Vinci fue uno de los
primeros en comprender esto, comenzando a percibir la existencia de una relación
necesaria entre las causas y los efectos, para la cual, según este inventor, sólo existía una
ciencia: si la naturaleza en verdad es racional podrá expresarse en las matemáticas.
Entonces propone a la experimentación como el único medio fiable para encontrar esas
relaciones necesarias, lo que tiempo después hombres como Kepler y Galileo
confirmarían mediante la formulación de hipótesis y su confirmación gracias a la
observación, siendo fundamental enseguida reducir el conocimiento empírico que se
obtenía de este proceso en reglas fijas con las cuales se descubría la verdad.
De esta manera la ciencia se separaba de la antigua sabiduría en búsqueda de
verdades ubicadas más allá de consideraciones teológicas y místicas. También, a la par de
esta escisión, acontecía una ruptura a partir de la premisa del “dualismo cartesiano” que
hacía distinción entre el mundo físico y el mundo social, impulsando la creencia de que los
científicos se podían avocar al perfeccionamiento del conocimiento de las cosas naturales
sin ocuparse de la política, la retórica o la moral. La filosofía fue considerada, pues, como
un sustituto de la teología por los científicos naturales, y relegada a simple creadora de
afirmaciones a priori de verdades imposibles de confirmar.
Pero no había desaparecido la necesidad de contar con un conocimiento exacto
sobre el cual se pudiese tomar decisiones, sobre todo a nivel del Estado. Es cuando la
filosofía social propone la existencia de una “física social” y se reconoce que existían
múltiples sistemas sociales alrededor del mundo. En este ambiente, la universidad revivía
a inicios del siglo XIX como institución dedicada a la creación de nuevo conocimiento,
impulsada, no tanto por los científicos naturales que ya para entonces disfrutaban del
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reconocimiento social e intelectual que los legitimaba como ciencia formal, sino por los
historiadores en búsqueda de atraer a esos científicos naturales para beneficiarse de su
perfil intelectual positivo.
La necesidad, entonces, de explicarse los cambios sociales que estaban ocurriendo
para poder organizarlos en un nuevo orden con bases estables le abrió el camino a las
ciencias sociales para desarrollar su conocimiento a mediados del siglo XIX,
especialmente en países como Francia e Inglaterra. La historia fue la primera, por ser casi
la única propensa a formalizarse, en ser reformulada a favor de convertirse en la
generadora de conocimiento científico, con lo que empezó a rechazar sus elementos
especulativos y deductivos. Esto mismo fue la causa de que las sociedades, diferentes
empíricamente una de la otra, sintieran hostilidad cuando la nueva ciencia social intentó
examinarlas con motivos generalizadores para establecer leyes que fuesen aplicables a
todas las sociedades.
Y es que fue este determinismo, traído desde las ciencias mecanicistas, el que por
mucho tiempo fue incongruente con la práctica tradicional de la filosofía social, obligando
a las nuevas ciencias sociales a buscar pruebas fuera de la mente humana para poder
alejarse de lo que realizaba un filósofo. Esta práctica la plasmó claramente el positivismo,
el cual tenía el interés de aplicar la lógica mecánica al mundo social como único método
para explicar la realidad, limitando así a las ciencias sociales al examen de hechos reales
abstraídos de sus causas y de sus propósitos.
Buscando este conocimiento objetivo de la realidad que se basaba en la
experimentación más que en el análisis se impulsó la creación de múltiples disciplinas,
cada una encargada de un ámbito específico. Fueron cinco las disciplinas que se
encontrarían diferenciadas por presiones de la sociedad y los Estados que querían
explicarse el mundo social para poder incidir sobre él: la historia, la economía, la
sociología, las ciencias políticas y la antropología. El desarrollo de las cinco se vio
influenciado, entonces, por los intereses que privados que las impulsaban, así como por el
propio interés que tenían de ser reconocidas como ciencia, lo cual les llevó a adoptar, a
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excepción de la historia que al final siempre se mantuvo renuente a la total conversión,


métodos nomotéticos: llegar a leyes generales que gobernaran el pensamiento humano,
percibir los fenómenos naturales como casos estudiarles indep0endientes, la necesidad
de segmentar la realidad humana para poderla analizar y la preferencia por datos
producidos sistemáticamente mediante observaciones controladas. Pese a lo estricto que
parecen estas acciones que tomaron las nuevas disciplinas, el resultado terminó siendo
exitoso, pues se establecieron estructuras disciplinarias viables y productivas para la
investigación, el análisis y la actividad pedagógica.
Parecería, por todo esto que se ha visto, que la historia de la ciencia está inundada
de individuos con posturas rígidas que poco se entregan a la duda con nombres como
Locke, Comte, Weber, Newton…
¿Qué es lo que les provoca la necesidad de explicarse el mundo a través de medios
tan rígidos, aparentemente, como lo son las ciencias? ¿De dónde nace este carácter
fuerte que identificamos en los que se dedican a estas disciplinas? Uno de los
anteriormente mencionados explica que para dedicarse a la ciencia se debe entregar en
cuerpo y alma a la confirmación de una teoría, algo que considere una obra de gran
importancia; se debe tener vocación. Esta vocación se inicia a partir de la pasión como el
establecimiento de un gran compromiso; del frío cálculo que genera una intención
dirigida, y del arduo trabajo que es la realización efectiva. Estas tres se dirigen hacia una
idea que apareció originada de la inspiración caótica que pocas veces se encuentra en la
mesa de trabajo. Estas personalidades no viven de amasar vivencias, como Weber creía
que era la intención de sus alumnos, sino de entregarse completa y embriagadoramente a
la inspiración, que reconoce como el agente fundamental para la creación de la ciencia.
Entonces empieza a enfrentarnos a los diferentes problemas de esta vocación, el
primero siendo que el material que produce la ciencia, a diferencia del arte que no
envejece y conserva su valor, envejece a un ritmo acelerado al generar a cada paso nuevas
cuestiones. Si el progreso de la ciencia e algo que se palpa interminable, ¿por qué
dedicarse?, ¿qué nos ofrece? Ciertamente no nos otorga el conocimiento de todos los
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instrumentos que nos permiten vivir a diario, pero no menos es que nos representa la
inexistencia de cualquier poder oculto que pensemos rija nuestra vida; que en cualquier
momento es alcanzable el conocimiento y, por lo tanto, dominar.
¿Se puede ir más allá de lo técnico? Se ha intentado: los antiguos creían que
mediante la filosofía se podía llegar a conceptos perennes y así aprender la verdadera
forma en la que se suponía debíamos de actuar; la mejor forma de vivir. Durante el
renacimiento no se pensó muy diferente: entonces también se veía a la ciencia como el
camino a la felicidad, como la herramienta para construir la vía que llevara a Dios.
Nietzsche, sin embargo, se encargó de aniquilar todas las esperanzas que se tenían al
respecto al encontrar que no existe una gran verdad: toda verdad está condicionada por
los acuerdos que realicen las sociedades. Tolstoi, enseguida, remataba: la ciencia no
ofrece ningún sentido a la vida y nunca lo hará, no es su intención.
Pero ¿es posible una ciencia sin supuestos previos? También aquí se hace el
intento. Las ciencias naturales creen que las leyes que han generado merecen conocerse
por simple acción noble cognitiva y que la investigación científica por medio de la cual se
llegan a dichas determinaciones se realiza por el sentimiento de realización puro del
investigador.
Y es que a Weber le parece que los jóvenes se acercaban tanto a la ciencia como a
la universidad esperando algo más, la “vivencia” o una señal del camino indicado,
ignorando, en un principio las verdaderas utilidades de la ciencia. A su parecer ésta es
quien nos otorga los medios para discernir claramente entre las posturas, siempre en
lucha interna, que nos permiten enfrentar un problema importante, y técnicas para
conducirse eficientemente a través de la postura elegida. Pero esto no se queda sólo en lo
anterior, pues con la ciencia, después de haber llegado a un resultado gracias a la toma de
cierta postura, es posible también percibir el sentido de las acciones tomadas.
Por lo tanto, concluye, la ciencia es una “vocación” que se puede poner al servicio
del punto de vista que, uno como individuo, decida tomar, suponiendo la existencia, a la
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par de esta decisión, de una carga en la conciencia originada de esta diferenciación y


preferencia.
Pero, si aún persisten las dudas debido a la imposibilidad de encontrar algún
sentido satisfactorio en la mera práctica científica, entonces nos da la opción de adoptar
una ideología dogmática; de volver a la religión en búsqueda de preceptos ineludibles con
los cuales podamos “sacrificar el intelecto” a una causa que nos supere y nos haga sentir
completos. Weber no se permite la mentira: la vida del hombre con cultura se priva la
saciedad de haber vivido al dejar a la muerte sin sentido. Ante esta afirmación ¿qué
debemos hacer? Es sencillo en tanto se acepte: dar con “el demonio que maneja los hilos
de [tu] existencia” y obedecerle. (Weber, pág. 121)

Trabajos citados
Villoro, L. (2015). El pensamiento moderno. México: Fondo de Cultura Económica.

Weber, M. (2008). El político y el científico. México: Colofón.

Bibliografía
Villoro, L. (2015). El pensamiento moderno. México: Fondo de Cultura Económica.

Wallerstein, E. (2006). La construcción histórica de las ciencias sociales desde el siglo XVII hasta 1945.
Mexico: Siglo XXI.

Weber, M. (2008). El político y el científico. México: Colofón.

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