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Claudia Fonseca *
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rileza por la incorporación del factor clase, pero mamienen el norte
definido en función de sus respectivas áreas. Son raros los antropólogos
que centran sus análisis en el recorte ele clase. Los que 10 hacen, tien-
den a apoyarse en conceptos y abordajes analíticos desarrollados en las
disciplinas menos etnográficas (sociología y ciencia política). Se inspi-
ran, también, en los sugerentes paradigmas desarrollados para el estu-
dio antropológico de los recortes de raza, etnia, género, etcétera. Sin
embargo, al contrario de sus colegas de ot[as áreas, rarameme se definen
en función de Su objeto y, en general, no traban discusiones entre ellos
ni llegan a formar escuelas. De este modo, el estudio antropológico de
clase, en cuanto área temática, prácticamente desaparece elel mapa.
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a los grupos populares de la sociedad contemporánea. Está implícita en
mi perspectiva la importancia de "trabajar en los márgenes", flujos y en-
tre-lugares para evitar la reificación de este objeto. Pero, también tengo
en cuenta la posibilidad de la existencia de especificidades en las ma-
trices simbólicas de los grupos subalternos, (especificidades que sólo el
método etnográfico, con su énfasis en la experiencia vivida, consigue dis-
cernir. Esta propuesta se remite a una tradición que considera que la carac-
terística del análisis etnográfico es el hallazgo de elementos que
sorprenden la lógica dominante o el sentido común. Autores en esta línea
(Bourdieu, 1992; Williams; 1977; Sean, 1992; Geertz, 1999) acogen con
escepticismo el argumento de que no existe nada nativo que no sea ex-
plicado por la influencia de las fuerzas dominantes (o, si existe, cierta-
mente no es digno de la atención de los investigadores). Trabajan, al
contrario, en el espíritu de lo afirmado por Ortner que, en respuesta a
ese argumento, sugiere que los antropólogos deben, en todo caso, man-
tener la hipótesis de algo no explicado inmediatamente por ese impacto.
"La tenta(iva de ver otros sistemas de abajo hacia arriba (from tbegroulld
leve/) es la base, tal vez la única base, de la contribución dis(inliva de 13
antropología a las ciencias humanas. Es nuestra capacidad, elaborada en
gran medida por la investigación de campo, de asumir la perspectiva del
pueblo en el litoral C..) que nos permite aprender cualquier cosa (inclu-
so en nuestra propia cuhura) además de aquello que ya sabenlOs"
COnner, 1994: 388, traducción del inglés al portugués por la amora).
"Es obvio que se puede estudiar a los indios desde otras perspectivas; la
antropología no tiene derechos de exclusividad sobre ésta o cualquier otra
parte de la humanidad. El problema comienza sólo cuando se pretende
sustituir globalmente el abordaje distintivo y la agenda variada de la
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etnología por una doctrina monolítica que toma el "contacto interétnico"
como piedra filosofai de ia discipiina" (1999,115-116).
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gráfico realizado con grupos urbanos de bajos ingresos, 1) No debería
haber pobres; 2) si existen pobres, el trabajo del investigador debería di-
rigirse exclusivamente a remediar su situación, hacerlos ricos y 3) si no
es posible mejorar su situación, sólo le cabría al investigador denunciar
su explotación por pane ele la sociedad dominante.
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barrios de la periferia urbana para estudiar las dinámicas culturales
propias de este contexto: la música, los circos, los clubes de fútbol, la
organización familiar, las formas de participación política, etcétera. Se -
inspiraron, en gran parte, en la escuela inglesa: los historiadores al estilo
de E.P. Thompson (998) y los adeptos a la escuela de Birmingham. Los
términos marxistas ("fuerzas de producción", "capitalismo", "clase obre-
ra") que durante la época de la dictadura significaban una postura políti-
ca de oposición, cedieron lugar a una discusión sobre lo popular (la
cultura popular, los grupos populares, los harrias populares). De ello re-
sultaron innumerables debates sobre la definición y las implicaciones del
término (ver Sader y Paoli, 1986; Duarte el al., 1993; Schuch). Sin em-
bargo, justamente cuando una producción antropológica sobre los gru-
pos populares en Brasil pareció levantar vuelo, los vientos intelectuales
y políticos cambiaron.
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Algunos investigadores sostienen que lo que cambió es la realidad, que
los grupos populares no son más lo que eran. Sin embargo, es igualmente
posible que la desaparición de lo popular refleje un cambio de las for-
mas de organización política y de las ideologías políticas que las acom-
pañan. Durame los años 1980, en la época de efervescencia de los
movimientos sociales surgidos para resistir las presiones de un estado
ilegítimo, lo popu/arera una referencia de buen tono (lo popular en cuan-
to noción, en cuanto campo ético-político producido por las fuerzas
unidas de los intelectuales de izquierda, de los agentes de la Iglesia y
ele las organizaciones no gubernamentales (Doimo, 1995; Landim, 2001).
Ya se comentó ampliamente cómo, en esa época, el exceso discursivo lle-
vaba a los investigadores a ver la cultura popular inclusive allá donde
no existía. Sin embargo, en el actual clima de conciliación neoliberal cabe
preguntarse si los investigadores no hacen lo opuesto, al interpretar el
silencio discursivo en torno ele este tema como prueba de la ausencia de
cualquier realidad distintiva de los sectores populares. ¿Es que esos
seCLOres dejaron de existir, es que esos individuos dejaron de compar-
tir experiencias y un modo particular de vida cuando los sectores dom-
inantes redefinieron el objeto de sus atenciones?, ¿no es más probable
que, con la caída del Muro de Berlín y el cambio del clima político mundi-
al, se haya afirmado la inclinación apumada por Grtner y Vincent de que
simplemente no se ven aquellas dimensiones de la realidad que chocan
con la ieleología hegemónica'
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en conflicto con la ley, tráfico de drogas y otras categorías subsumidas
en la categoría de violencia urbana. De allí surge el segundo obstácu-
lo para el desarrollo de una reflexión etnográfica en torno de los gru-
pos populares: el ansia de intervenir para transformarlos. En este caso
la idea es: si tenemos que reconocer la existencia de los pobres, todo lo
que hacemos en relación con ellos (la propia motivación de investigación)
debe ser remediar su situación.
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alzado a tal punto de que no se divisen más los conflictos, las de-
sigualdades O las formas de dominación inherentes a las dinámicas in-
ternas del grupo. De una forma u orra, se produce una imagen
caricaturesca del grupo en cuestión que poco contribuye a la "etnografía
densa" de la realidad.
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sus datos etnográficos. En ese caso, sin embargo, aún resta una última
trampa. Al concluir que no es posible remediar la condición del pobre
a través de estudios etnográficos, el investigador decide usar su estudio
para denunciar la miseria. Una vez más: existe cierto mérito en esa
perspectiva. pues resaltar los deterioros inherentes al sistema vigente po-
dría servir como estímulo para encauzar políticas públicas fallidas. Sin
embargo, mi impresión es que eso raramente ocurre y que la denuncia,
ostensiblemente formulada para ayudar a la causa de los subalternos, con-
tribuye muchas veces a una lectura maniquea de la realidad. Con el mun-
do dividido entre verdugos malvados y víctimas indefensas, los pobres
explotados parecen pasivos, apáticos, casi subhumanos ... a la espera de
la emancipación traída desde fuera por personas menos embrutecidas.
Se trata, irónicamente, de una imagen no muy diferente de la presenta-
da por teorías conservadoras ya ampliamente criticadas.
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cuño sociológico aporta un análisis comparativo a la discusión, al yux-
taponer con gran provecho el "cinturón rojo" (periferia) de París y el "cin-
turÓn negro" (gueto) de Chicago (Wacquant, 2001). En esos análisis, evita
las aClIsaciones fáciles contra los culpables locales, optando, al contrario,
por la descripción de los procesos macroestrucrurales que aceitan los
mecanismos de opresión. Además, Wacquant produjo por lo menos un
libro etnográfico de gran fuerza, Cuerpo y alma: anotaciones etnográficas
de un aprendiz de boxeo (2001). Lleno de fotos (de él, de su entrenador,
de los otros boxeadores del gimnasio que él frecuentaba en el gueto de
Chicago), el libro parece dirigido a un público amplio, posiblemente el
"regalo" que él le da a sus informantes, muchos de ellos semi-analfabetos,
para retribuidos por su colaboración. De este diálogo con sus nativos,
Wacquant produce una etnografía rica y sutil, en la que las interpreta-
ciones -3 la moda de Geertz- no se apartan de los hechos. Sin embar-
go, en los artículos que Wacquant hace circular en revistas académicas,
en el diálogo con sus pares, vemos un uso desconcerrante de sus daros
de campo. Es justamente el contraste, entre la gran sensibilidad en cier-
tas obras del autor y los inexplicables tropiezos en otras, que torna la
crítica de estos textos tan productiva en el plano didáctico.
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... pafedes desnudas, una cama de niño en el suelo, I... J, ropas dobladas
en el suelo. colocadas en pequeñas pihls encima de sacos de plástico. En
el fondo de la sala de visita, los dos niños duermen 1...1 en un sofá de es-
puma bajo una leve mama 0996:83).
"Afectado por tanto tormento mental y sonoro siento al mismo tiempo pe-
na y disgusto. Dios mío, mi Anthony, tan cariñoso y simpático, ¿cómo acep-
tar verte condenado a esa vida de nada Isic) y estallando en tantos
proyectos ilusorios?" V, "agotado, desorientado. horrorizado frente a tanto
sufrimiento e inseguridad 1...1", Wacquant termina la entrevisla "en migajas"
(1996, 84).
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_ _1
¿Cuál sería nuestra objeción a ese proceder analítico? El lector nos recor-
daría, con razón, que estructurar el análisis en torno de un caso ejem-
plar es un artificio clásico del texto etnográfico y que, por lo tanto, no
suscitaría normalmente grandes objeciones. El problema es que, en el
artículo de Wacquant, el argumento se desliza sutilmente e1el malandrín
como uno de los tipos hacia el tipo del barrio. El autor concluye, a par-
tir de ese relato, que el guero posee una lógica propia ... casi carcelaria,
organizada según el principio de la guerra de lodos cotllra todos,
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moradores. Muestra cómo su informante Ramón, a pesar de traficar con
drogas, nunca dejó de tener un empleo straight asalariado. Paga impuestos
y, cuando recibe la devolución, invierte el dinero en la compra de dro-
gas para vender. Bourgois, al contrario de Wacquant, en el corto espa-
cio de ese artículo no se arriesga a analizar los valores de Ramón. Antes
bien, se contenta con la descripción detallada de la trayectoria de su in-
formante (negociaciones con la esposa, contacto con el juez, problemas
de vivienda, inestabilidad laboral, ayudas recibidas de la asistencia
pública, etcétera). Por ese artificio, el lector es llevado a sentir que, aden-
tro de aquel campo de posibilidades, Rarnón, a pesar de duros esfuer-
zos y gran perspicacia, difícilmente alcanzará el éxito (la vida respetable)
que tanto desea. En otras palabras, el autor, al llevar al lector hacia el
interior de la experiencia de vida de su protagonista, realiza la denun-
cia de las condiciones injustas que éste enfrenta, sin moralismos. Ramón
aparece como analista agudo de su propia situación, un agente históri-
co que enfrenta, a lo largo de su camino, obstáculos casi insuperables.
Los comentarios ele Bourgois no se despegan de los datos etnográficos.
No hay hiatos lógicos en la conclusión.
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jamás servir como disculpa por una descripción "rala", una descripción
que hace abstracción de la historia, que ignora las ambigüedades del sis-
tema o que reduce el abanico inmenso de personajes a uno o dos mode-
los formularios. La etnografía micro debe, sí, llevar a generalizaciones
y, para tener sentido en el contexto contemporáneo, debe orientarse a
los múltiples nexos entre lo local y lo global. Sin embargo, bajo pena de
derivar en una visión enlatada del sistema munclial (evocando, por
ejemplo, un marxismo estereotipado), "los términos del análisis propia-
mente etnográfico deben ser contestados y reconstruidos 'de abajo ha-
cia arriba', es decir, a partir de la experiencia de la investigación"
(Marcus, 1998, 40, traducción del inglés al portugués por la autora).
Consideraciones finales
Nuestras reflexiones sugieren que es difícil, sino imposible, organizar una
discusión sobre las implicaciones puramente políticas (o, al contrario, pu-
ramente académicas) de una investigación. Ambas marchan juntas, en jue-
gos variados de interacción. Fue en gran medida, que, a final de los años
1980, y debido a las críticas políticas dentro de la disciplina, que se
comenzó a declarar la muerle del concepto de cultura. Legado de la época
colonialista, éste pecaría de una visión a-histórica de pueblos aislados,
valores homogéneos y sociedades equilibradas (¿quién no conoce el li-
breto').
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mas tiempos algunos investigadores hicieron algo más que atravesar
fronteras para hablar del otro. Decretaron como sospechosas las nociones
de frontera y alteridad. Asumieron la complejidad de la realidad con-
temporánea y se empaparon de los más variados fenómenos del sistema
mundial. Rompieron con los términos del paradigma de una cultura
cerrada (reglas, estructuras, códigos y modelos) e instiruyeron en su lu-
gar un vocabulario que habla de flujos y procesos, de fabricación y ne-
gociación de sentidos. Pasaron a concebir al investigador y lo investigado
como una relación de este mundo (y no en algún espacio místico "de cam-
po") y abrieron la complicidad entre sujeto y objeto a sus dimensiones
políticas. Finalmente, incorporaron a la etnografía una epistemología an-
tipositivista que incluye el posicion.amiento del autor y su relación con
los (variados) lectores como parte integrante de la verdad del texto
(Marcus, 1998; Abu-Lughod, 1999; Ortner, 1999). Todo esto en una línea
teórica que se presenta, como en el título de un artÍCulo de Abu-Lughod
(1991), "contra la noción de cultura".
Sin embargo, quizá sea el momento de ir más allá de los tÍ[ulos llama-
tivos de ese debate para reconocer que, salvo raras excepciones, ni los
críticos más vocingleros del concepto de cultura recomiendan deshacerse
de "la perspectiva nativa" arraigada en un trabajo de campo etnográfi-
co intensivo. Ya se trate de Abu-Lughod (1999), que defiende una "etno-
grafía de lo particular" para entender mejor el impacto de las telenovelas
producidas en El eairo en la vida de las egipcias del interior del país, o
de Marcus (1998) que propone una etnografía multisituada para dar cuen-
ta del lugar del rey en el minúsculo país oceánico de Tonga, los grandes
profesionales hoy se lamentan no del exceso, sino de la escasez de des-
cripción densa. No critican la hipótesis de la diferencia en sí, sino la sim-
plificación de esa hipótesis y su traducción en la dicotomía reificante:
"nosotros" (investigadores modernos) versus "ellos" (nativos tradi-
cionales). Al cubrir los vacíos y al atravesar las fronteras (¿ilusorias? o,
por el contrario, ¿omnipresentes?), tenemos ahora dialogia, reflexividad
y experiencia.
E.P. Thompson (1998) apona esta línea de reflexión que incorpora la ma-
teria prima de la experiencia de vida para los grupos populares. Aunque
haya trabajado principalmente con fuentes históricas, sus reflexiones so-
bre la cultura plebeya de la Inglaterra decimonónica han inspirado a al-
gunos antropólogos contemporáneos que buscan incorporar el conflicto
al mismo tiempo que escapan de una visión esencia lista en el estudio de
grupos subordinados. Thompson dice que él:
"r.. .] dudaría antes de describir esa cultura plebeya como una cultura de
clase, en el sentido en que se puede hablar de una cultura de clase tra-
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bajadora en el siglo XIX. en el cual los niños eran socializados en un sis-
tema de valores con códigos de clase diferentes. Pero no se puede com-
prender esa cuilura, en términos de experiencia, en su resistencia a la
homilía religiosa, en su burla picaresca de las prudentes virtudes burguesas.
en su preslO recurso del desorden y en sus actitudes irónicas con la ley.
a menos que se emplee el concepto de los antagonismos. ajustes y (a ve-
ces) reconciliaciones dialécticas de clase" 0998: 69).
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tentando exponer es que las clases subalternas no es un objeto particu-
larmente privilegiado de estudio. La elección de ese objeto no implica
por parte del investigador ninguna nobleza de espíritu especial ni un nece-
sario compromiso político... Sin embargo, tampoco existe ningún moti-
vo para que ese recol1e sea considerado menos noble, menos real o que
sea pospuesto en favor de otros recortes posibles. Hace mucho tiempo,
los antropólogos llegaron a la conclusión de que no existe, entre las pobla-
ciones humanas, ningún "grado cero" debajo del cual no existe cultura.
Demostrar el paralelismo entre el análisis de sociedades indígenas, de
capas medias, de grupos populares y del Estado-nación es subrayar lo
que, en términos teóricos, aceptamos todos: que éstos son todos obje-
tos bons ¿¡ penser.
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