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Conocí a Alonso a mediados del año dos mil trece, bajo un concierto, sobre las arenosas y amarillas
calles de villa el salvador, en completo anonimato y el diluvio, y lo gélido, pero siempre en disidencia;
lo recuerdo bastante claro aquel día, día que volverá a iluminar siempre, como una caja proyectora de
películas, con los mismos inicios y finales y las mismas máquinas. Una obra eterna. Una y otra ves. Yo
tenía pocos meses viviendo en Lima luego de mi viaje frustrado a España y el fracaso de convivir en
familia, inundaba en mí el resabio de algo muerto, años de sacrificio en vano; no me molestaré en dar
muchos detalles de lo que pasé en el mundo del gran desarrollo educativo y tecno-industrial, las
subvenciones para los pobres, ayudas sociales para migrantes, futuro que rechacé para estar
exactamente aquí, en el bajo mundo, con los perdedores; para mí, entonces, era otro año de mierda,
pensaba largamente bebiendo ron con Sandro en aquel concierto ubicado entre casas roídas, de
madera o cemento, Villa el Salvador, por la ruta D, cruzando calles y jirones acechados por chiquillos
estrafalarios. A Sandro lo conocí apenas llegué a Lima. Punki de sangre, aspecto sombrío, fría mente
como yo, hermano pequeño taciturno, para mi. Escuchaba la música ruidosa, pensaba en no claudicar
ante las convenciones sociales, fumaba un cigarrillo, dos, tres. Sandro me insistió en ir allá <baja con
cinco soles nomas, Daniel, tengo droga.> Entonces significaba que a cambio de hierba convidaríamos
más ron, entretanto que cambiábamos los vasos y charlábamos fuera, criticando a esas bandas de
apariencia superficiales, a los chiquillos con la necesidad de adorar alguna, contando historias de
bandas punkis favoritas, como la historia de Sid Vicious, el bajista de la primera banda punk que no
sabía nada de música, solo era una imagen descarnada y asesina contra la falsa piedad de su época
del rock y la cultura en general, otros amigos se nos acercaban, entre la puerta de la casa y el pasillo
exterior que daba con un pequeño jardin y un hombrecito en la puerta que hacía de seguridad de
apareció Alonso, un muchacho color blanco con cabello mohicano, polera verde en medio un cráneo
y de mirada curiosa. Me acerqué y le invité un vaso de ron a cambio del cigarro que portaba, no se
sorprendió a primer juicio, le gustaba el alcohol también, me preguntó cómo estaba el concierto, le
dije que solo había asistido por una banda punk; así es que coincidimos en que ese concierto sabía a
mierda como la sociedad entera, <la gente está jodida en este mundo> coincidimos en bandas clàsicas
como Eskorbuto, los Sex Pistols, Crass, Narcosis, Black Flags, Flema, lecturas anárquicas la
contracultura punk, literatura como Ribeyro, azufre como Bukowski y vicios como el tabaco, encontré
un esquizofrénico.
Hasta entonces yo fantaseaba incendiar con poesía y dinamita a la sociedad que sentía me corrompió
la vida en tragedia. Alonso de chiquillo pertenecía a pandillas, fanático del club Universitario, lo que
significaba que debía andar con cuidado, sus amigos pertenecían al mismo entorno salvaje que lo
educó. El era un muchacho que quería vivir mucho muy joven y divertirse, además de beber,
compartíamos el vicio como el de la lectura. En consecuencia de los factores que lo componían, el
resultado era el camarada que necesitaba.
Y aunque mientras más al fondo íbamos el oxígeno escaseaba, exactamente eso era lo más
importante, que vivíamos como si mañana no existiera, y en realidad el tiempo no existe como
solemos creer que existe.
Capítulo I
Para mi beber no era únicamente, como muchos, parte del ocio para olvidar un mal sabor, una
experiencia rota y atravesada, el abandono de una pareja, la traición de un amigo. Para mi significaba
vivir, trastornar el estilo de vida impuesto, creativamente con vidrio y un cigarrillo punzocortante,
redefinir la monotonía; significaba vivir apasionadamente dentro de una sociedad gris y aplastante. El
tiempo pasaba sin descanso, y nuestros hígados absurdos también, pero jóvenes, marchitos como el
ocaso de los soles, pero jóvenes y fuertes y con ganas de asesinar. El tiempo no asciende al cielo
irremediablemente hacia un fin infinito, yo lo tenía claro, esta realidad era solo un puto estigma más,
una majadería del presente corrupto, era una necesidad del azar que siempre está atestado de límites
y tragedia, y nos importaba un carajo, queríamos vivir lo desconocido en disidencia. Queríamos beber
todo lo que podíamos. “¡Qué carajos lo que opine la ciudadanía!”, pensaba bebiendo con mis amigos.
Me encontraba bebiendo una chata de ron cartavio, entonces, mezclada con coca-cola sentado en las
bancas de cemento del parque municipal de Villa el Salvador, la llevaba guardada en mi bolsillo, por
lo menos los fines de semana, mi tía me decía al verme salir del portón viejo de mi casa que guarde
bien mi pistola, siempre lo decía en un tono desencantado; esperaba a Ricardo que llegase para armar
una chancha y consumir más alcohol. Apenas salí de la academia me dirigí a la villa con mi pistola
etílica, ya había quedado con Alonso en encontrarnos a las tres de la tarde en la muni. Alonso me
llamó por la mañana, que tenía una sorpresa y estaba efusivo en su voz, sospechaba que no estaba
lúcido.
—¿Dónde está Alonso? —Ricardo preguntó al saludarme alegremente, sereno y nunca corrompido,
se acercaba a mi desde la pista de vallejos, un morral en su espalda, quise saber si había alguna botella
de licor dentro. No se dio cuenta que Alonso estaba a media cuadra conversando exaltadamente con
una muchacha muy atractiva.
—Ya sabes dónde está —le direccioné con mis ojos a la víctima con picardía.
La gente pasaba sin descanso, absurdas como las nubes grises de Kafka; me imaginaba a aquella edad
poder escribir, dibujar pequeños mundos, el mío, algo incorruptible, algo desconocido, algo que
destruya cerebros. Pues estamos jodidos en este mundo, yo lo sabía, mis amigos también; y yo creía
que podía cambiarlo, tirar una piedra de fuego o semillas, en ese entonces, creía en esa eterna
primavera de mi escritor favorito. Me gustaba beberme la tarde plácida en botellas con quienes
quisiéramos compartir ideas, recrear un mundo lúdico, cercenar historias, siempre había alguna que
acuchillar.
La señora que nos atiende suele estar un poco pasada de lucidez, su piel escamosa, su mirada
indiferente, “no le importaba vender licor metílico a menores de edad” pensé, ella era como este
barrio, atmósfera cubierta de arena y gentes como bultos que parecen no existir. Aquí Lima, España,
Santiago o cualquier lugar que he visitado había gente-bulto. Yo solo quería beber licor en esos días.
—No molestes, —risas en su rostro de niño inocente —mi hermana no me dejaba en paz.
—Me siento mal, Ricardo —le expresé con mi cara al suelo, manos en los bolsillos, tieso, algo como
que conteniéndome el triste frío con expresivas risas. Mis ojos estaban enrojecidos por tanto pensar.
Las ninfas del Químico me acechaban, me rodeaban como pretorianas, cada una con un aroma, una
espada sabrosa, un sabor a malta, sabor a ron centroamericano, el alcohol me perseguía cada hora,
contra el calor o el frío, la mitología era realidad. Y mientras pisaba la tierra las bestias del mito, Ricardo
me dio unas palmadas y se sentó al lado mío, las bancas en forma de “v” direccionaba a la comisaría,
al frente estaba la tienda de la señora ebria, afuera siempre unos borrachitos de mal aspecto, y al lado
de la tienda un grupo de evangélicas que vendían carnes fritas casi exclusivamente para nosotros, los
borrachos y ateos. Estábamos solos en ese vértice, estaba solo yo en el corazón de Villa el Salvador,
uno de los monstruos de Lima. Éramos dos muchachitos en medio de evangélicos, borrachos y perros
del Estado, en merienda con alcohol. Sabíamos que mi madre hace poco había regresado a España y
estaba demás dar razones, él sabía que yo solo quería beber y olvidarme de ello.
—Vamos por otro trago, se está acabando esta botella —bebía mi ron mientras Alonso caminaba hacia
nosotros enérgico, terso y orgulloso.
—Les presento a Nadia, muchachos. Quiere beber también. Daniel, Ricardo, saluden, pues, y pásame
tu cigarro, Daniel.
—Hola chicos— nos saludó meneando el cuerpo abrazando a Alonso.
—Estoy bebiendo, déjame acabar mi último sorbo— le respondía exhalando el último cigarrillo,
señalando mi botella con un aire como si fuese de la realeza— ¿Ustedes parece que ya se quieren?
Hermano, otro trago, qué opinas. Alonso, llamaré a Josué y Sandro.
—Claro que lo quiero, si es mi enamorado. Baboso eres, Daniel. Ja, ja, ja.
Nadia poseía la belleza que envidaría cualquier muchacho empedernido de este lugar. En sus ojos
chinos se espiaba un origen ajeno a estos territorios. Piel cuidada, mandíbula en simetría con la forma
de su rostro, cabello sedoso y lacio, vestía un polo negro con el garabato de una banda musical, una
falda pequeña a pesar del cambio de estación, vivíamos las cepas del Otoño, el otoño más apetitoso
de mi vida; lo más importante de todo: ella compraba los tragos. Que belleza, una verdadera obra de
arte. Me preguntaba a mí mismo de donde sacaba las monedas si era tan chica.
De inmediato aparecieron otros bultos al lado de Alonso y Nadia. Aparecían como moscas tras un
dulce, el dulce sabor del licor. Miguel y Yaco nos robarían porciones, pensé. Todos eran herméticos,
pero con libar alcohol se volvían poetas; todos eran tristes y horribles, luego bebiendo eran felices y
amigables. Compré los tónicos, la señora escamosa ni siquiera me miró.
—Pepsi y ron, —dije esmerado mirando a todos—quiero siempre beber esto conchesumare.
—¡Oe Daniel! Este conche, siempre tú, oye, mira a quién traje, este tarado quiere tomar—esgrimía
Miguel en risas señalando a Yaco— porque su flaca lo ha dejado.
—¡Qué pa eso, Yaco! —Alonso fingiendo molestia— hay que tomar por alegría.
—Alonso, pásame un cigarrillo. Quiero fumar como chino loco. —Dudé de Miguel— ¿En serio,
Yaco?—Nadia, compra una cajetilla por favor —le pedía Alonso muy delicado y engreído.
—Ya, mi amor. —Era obvio, Alonso estaba alegre. Ironía, me reí adentro.
Nadia asistía a las peticiones de Alonso. Increíble para mí y para Ricardo que no se inmutaba ante tal
escena. Yaco reía sin opinar nada, qué le importaba, quizá si era cierto él bebía más. Todos querían
beber más, esa era la única necesidad en común.
—Ya me la follé a Nadia toda la noche, Daniel. Que rico, esta chibola pagó el telo, los tragos, el cigarro,
la comida. ¡Ja! —Alonso bailaba con el ron y describía con mucha creatividad su reciente experiencia
llevándome a un costado— No sé de dónde sacará dinero, no me importa. Estoy enamorado, tío, es
la mujer de mi vida, me siento como Bukowski.
—¡Ja! Oye, habla más bajo, no quiero que te escuchen estos ratas, sé cuidadoso.
—Qué chucha me importa estos imbéciles —Alonso dijo mirándolo a Miguel y reían como hablando
en códigos.
—¡Ja! Oye también conocí una chica. Se llama Kelly, la llamaré.
—Llamen a Josué, a Benito, a Diego y Sandro. Yo invito esta noche, —me decía Alonso con sus ojos
estrellados en las botellas, ya no miraba la realidad, solo miraba ese gran océano— yo invito,
gente.—Oe Josué, —al teléfono yo de inmediato— te estoy llamando de la muni, donde estás,
maldito. Vente, hay alcohol como mierda. Una amiga de Alonso está que pone tragos.
—¡Qué! Ya, salgo de mi jato, Daniel. LLego en 20 minutos, no te vayas, estoy saliendo.
Estábamos jodidamente felices. Le molestábamos a Yaco porqué bebía para olvidar a una mujer, me
fundamentaba que bebía para sentirme feliz, en un caldo de libidez para poder caminar, más a gusto,
más rico. Miguel se movía de costado a costado cogiendo la botella, parecía que bailaba. Le
interrogaba gritando que olvide a esa chica, que ninguna chica tranquila visita a su ex novio. Yaco reía
sin expresión, sus ojos de inocente apaleado por la vida eran rígidos. Nadia era parte de la
conversación, le pedía a Yaco que la siga buscando, que confirme esas sospechas. Ricardo no opinaba,
él era diferente. El prefería conversar a solas conmigo o Alonso, nos consideraba sus únicos amigos.
Ricardo era alérgico a la estupidez; su misma naturaleza de herencia serrana, vivió gran parte de su
vida en Huamanga, era sereno, buena gente, y ante hechos que volvían impredecibles a cualquiera,
Ricardo se mantenía impasible.
—Allá viene el poeta, Alonso —le dije señalando a Josué que caminaba de avenida Revolución, tras de
sí el tráfico, buses atiborradas, gente y bultos andando hacia alguna dirección aburrida, llegó a
nosotros, erguido y emocionado, a la dirección del vicio.
—Mira como sonríe, Ricardo, se parece a ti con su cara de baboso —risas entre veneno— toma, Josué,
bebe, quiero que bebas como mierda.
Apenas lo vi a Josué le di un vaso lleno de ron y gaseosa, Alonso le alcanzó un cigarrillo en la boca.
Josué no sabía cómo reaccionar, aceptó las mieles dispuestas, un poco atónito queriendo sonreír. Lo
queríamos mucho a Josué, era el guitarrista de nuestro grupo, el compositor y poeta, era el artista y
el más niño, diecisiete años.
—Apenas llego y ya me están malogrando —risas en signo de alegría, la tarde se consumía, el sol
desaparecía de nuestros ojos, pero había risas— que pasó, Alonso, estás enamorado.
—Y qué edad tienes, Nadia —pregunté.
—Cuánto crees, Daniel.
—Eso no se pregunta, Daniel, qué te pasa —replicó Alonso.
—Déjala, tío, quizá no quiere decir su edad —agregó Josué.
—Dame trago, Alonso. Cállate y dame trago.
El quería y era el mejor en su clase en la academia; lo conocí allí, un muchachito endeble a cualquier
estímulo, carismático y soñador. Siempre fue un alivio en horas quebradas. El comprendía lo que yo
pensaba, yo pensaba en dedicarme a la filosofía, leer o escribir literatura, traficar mentes, apuñalar
gusanos democráticos; él sabía que me interesaba ello por encima de la opinión general acerca de lo
que un joven debe emprender en una sociedad donde el juicio para valorar al otro dependía del
capital que acumulase. La vida común del ciudadano nos sabía a no pensar, (nos educan para
aprender a no pensar) disgusto sabor de la realidad. Ricardo me entendía, era mi cómplice, y yo
quería beber, beber demasiado, y escribir y pensar.
Ricardo tenía una fuerte fobia a la estupidez que pululaba en estas ciudades, nuestra generación se
caracterizaba por aquello, y no lo dañaba, eran todos impecables y justificaban la idiotez, la
llamaban progreso, y agotaban todas sus fuerzas por “emerger”.
Con la complicidad de Alonso, Sandro y la aparición de Kenny más adelante, es el paso de mi vida al
anonimato, el camino tenue hacia el bello crimen, para mí; los rezagos de la cordura, la ley, el orden
y la normalidad contra el abismo, contra el paredón, contra nosotros, puesto que, nosotros y
nuestros afines vivíamos en medio de la ruina: la sociedad especulativa de valores y mercados
Capítulo II
Eran mediados del siguiente año, cada noche descargaban historias explosivas, historias que no
dejarían de pasar más adelante, fue en este momento cuando muchos de mis principios se
quebraron ante la realidad, la realidad me enseñaba nuevos principios que asumir y todo esto era
divertido y cruel, se me daba bien; nos importaba una mierda lo que opinasen de nosotros,
estábamos sumergiéndonos a un viaje sin final, profundizando lagunas desconocidas, sin puestas de
sol con la preocupación del día siguiente, mañana no importaba. A veces teníamos problemas con el
alcohol, se acababa.
Y aunque mientras más al fondo íbamos el oxígeno escaseaba, exactamente eso era lo más
importante, que vivíamos como si mañana no existiera, y en realidad el tiempo no existe como
solemos creer que existe. El tiempo no asciende al cielo irremediablemente hacia un fin infinito, no,
esta realidad era solo un puto estigma más, una majadería del presente corrupto, era una necesidad
del azar que siempre está atestado de límites y tragedia, y nos importaba un carajo, queríamos vivir
lo desconocido en disidencia.
No sabíamos la procedencia del dinero de Nadia, tampoco de ella misma, de a poco contaba como
relatando un misterio horroroso para mí, pero ella impasible, lo tomaba como contar cualquier
pasaje de su vida. Alonso le pedía más información, quería vengarse de un tipo, quería agraviarlo.
Andar con Alonso era subliminal, era como andar con alguien como yo.
—Mirémonos de frente. Somos hiperbóreos, y sabemos bastante bien cuán aparte vivimos. —Leía
un pedazo del libro que cargaba, el Anticristo de Nietzsche.
—Ni por tierra ni por mar encontrarás el camino que conduce a los hiperbóreos, Píndaro ya sabía
esto de nosotros. —Se coló Alonso, quitándome el libro y escrujándolo sin intención, ya se veía
mareado.
—Más allá del septentrión, de los hielos, de la muerte, se encuentra nuestra vida, nuestra felicidad.
—¡Qué hijo de perra! —decía Alonso y Nadia le colgaba el brazo como una casaca viva, cogiendo un
vaso lleno de ron para acabarlo en sus pequeños labios, cada gota consumirlo, sin dejar nada
absolutamente.
—Préstame el libro. —Me respondió Josué mientras guardaba mi libro y me servía mi vaso, era mi
turno, de izquierda a derecha siempre, en orden, cultura alcohólica, no nos sentíamos simples
borrachos. —Te la devuelvo la próxima semana.
—Ya, pobre que no me devuelvas, conchatumare. —Respondí mirando a Ricardo que charlaba con
Miguel, esperando mi vaso, yo bebía con calma, me gustaba saborear el ron, fumar cigarrillos y
beber a la misma vez. Era bellísimo.
—Pásame el vaso, mierda, Daniel te demoras mucho, causa. —Se me acercó Miguel, estaba jodido
este muchacho, pensé. Miraba su cara en rabieta, sonrisa de poco color, sus gestos se perdían por el
alcohol, combinada con el fondo oscuro y los árboles que nos rodeaban, tenía un aspecto malévolo
al vicio, era tarde y nos queríamos ir a una casa aún no sabíamos, si donde Josué o Alonso, Miguel
quería beber lo que sea, así sea metílico, pisco tres soles o anisado de dos.
Alonso me explicó los siguientes pasos. Coincidimos entonces. Partimos de los muchachos, yo
llamaba a Kelly para que vaya directamente a la casa de Alonso, que la recogería apenas llegando,
que no se preocupara porque nadie le hará daño. Era una chica linda y comprensiva. Josué nos
acompañaría para despegar a su casa, casa donde la tendremos tranquilamente a nuestra manera.
Alonso quería coger un pisco de su casa para disfrutarlo toda la noche. Yo no comprendía por qué, si
Nadie quería invertir, me daba gracia, ja.
En el bus de los chinos estábamos cantando los Pibes Chorros, bebíamos de vasos dentro como si no
nos importara, en el cruce de mariátegui hacia separadora bajaron casi la mitad de los que quedaban
dentro y Alonso miraba con malicia a uno de los que se retiraba y cuando bajó, nos reimos. Esta obra
me gustaba a mi, Alonso era un muchacho que quería vivir incorruptiblemente, bajo sus métodos
anormales y yo era otro anormal. Bajamos para su casa y su padre me sermoneaba haciéndome
beber. Supuse que quería que nos quedemos pero intentábamos buscar una fuga.
—Kelly, porfa, baja en José Galvez. No te preocupes, estaremos allí. Lo digo para que no gastes
doble. Estamos yendo para allá. Sí, quédate por esta vez. ¿Podrás? Quisiera hablar contigo, mira,
tenemos pisco, gaseosa y hartos cigarros. Allí mi amigo Josué tiene guitarra, amplificador y una Tv,
que pulgada, cincuenta.
—¿Y dónde conociste a Kelly? —me cuestionó Nadia, sonriendo, quizá la conocería y se harían
buenas amigas.
—Ya pues. Josué, llama alguna chica. No te quiero ver solo. —Atizó Alonso.
—Este huevón no pone para la chancha y exige demasiado. Espérate, déjame beber a mi manera,
cabroncete.
—Cuando tenga plata me acordaré de este momento, hijo de puta. —Miguel ya estaba mareado y
hablaba grueso de todo lo que veía.
—Llegué a casa, abuelita. Perdóname por alcoholizarme, sabes como soy —empujé la puerta que
yacía entreabierta, deduje que Dánika estuviera dentro conversando con mi abuelita. Mis ojos se
caían por el sol y la corta noche, tenía un tono de vagabundo, un estilo de alcohólico que no parece
ser uno, cuando regresa a la guarida con normalidad y acostumbrado.
—¿Qué haces, Dánika? Ven, te quiero contar algo. —Conversaba tema tras otro con mi abuelita
sentada en el sillón, mi abuelita en la cocina preaprando algo delicioso.
—No jodas —respondió y le abracé entonces sin que lo esperara— suéltame, estás borracho.
—Tu tía está preocupada, piensa que te agarrará la policía y te sembrarán droga —se dirigía a mi
como un juez con buena oratoria cambiando su rostro de mamá preocupada a padre cansino.
—Así piensas ingresar a la San Marcos, en estado de ebriedad —espetó Dánika, con el rostro fiero y
serio. Todo lo que respecta a estudios ella lo tomaba muy en serio, quería futuro para mi. De niño
siempre destacaba sin preocuparme mucho por destacar. Con el mínimo esfuerzo posible tenía
calificaciones considerables en algunos cursos.
—Ya veré. Quiero agua. Punki, como estás, nena, no me has recibido.
Encontré a Punk en la avenida de mi casa, jadeaba de sed tirada sobre la vereda que daba con una
hamburguesería de mala muerte. Respiraba muy rápido, supuse por el terrible sol o porque estaría
enfermita. No pude evitar cargarla y traerla a mi casa; se volvió mi amiga inseparable, era
guapetona, cariñosa e inteligente, y físicamente mestiza. Todas las noches me esperaba en mi cama
que llegara de la academia o de la alcoholemia.
—Ven, nena, vamos a dormir, —Punki saltaba y ladraba sin dejarse abrazar— Punki, no te vayas. No
quieres dormir con tu papá. ¿Soy una basura para ti? Abuelita, Punki dice que soy una basura.
—Ja, ja, ja; dile Punki que es un padre malo que no viene a dormir a casa.
Mi abuelita reía de izquierda a derecha en sus labios. Sus ojos serranos y su test blanca, mi abuelita
era la mejor entre todos los imbéciles de entonces en mi familia.
Capítulo VII
No me quiero suicidar, quisiera aún hacer cosas, proyectos, dibujar un pequeño mundo, aunque dure
poco. Me siento jodidamente solo, casi nadie comprende cómo me sienta, yo al menos, me entiendo.
No quiero trabajar, no quiero estudiar para luego ejercer como un simple robot de carne, vegetando
mi cerebro para necesidades de otros, de los jefes o de las necesidades de esta máquina social, no
quiero ser una herramienta inteligente más de este mundo asesino y caduco. Quisiera solo dedicarme
a leer y hacer investigaciones de muchos temas históricos o filosóficos, literatura también es muy
bello, quién sabe, algo de arte, escaparme a bosques desconocidos con animales milenarios. Pero
nada de esto genera dinero, no en una sociedad como la que vivo. “¡Mierda!”, pensaba hostigado,
tratando de tomar decisiones diferentes. Estaba yo contra todo el mundo. Estaba deprimido.
a resaca es agridulce también, no se puede evitar profundizar los sentimientos más oscuros y
naturales. Quisiera reposar en un continente atiborrado de animales desconocidas, desarrollar mi
creatividad en vastos terrenos lejos de la ciudad, los animales me atrajeron desde niño, recordaba yo,
de niño miraba esos programas de canales como Natgeo, Discovery Channel, u otros; mis sesos
explotaban la curiosidad que un niño desarrollaba en otro ámbito, fui un niño extraño en ese sentido,
leía los libros que Diana no leía. Todo el juego de Carlitos sobre cultura y vida salvaje lo leí, me almorcé
otros textos que Dánika no leía. Leí Platero y yo a mis 10 años y me conmovió. “Dánika, Dánika,
Dánika”, recordé abrumado. Intentó matarse cuatro veces este año, yo sentía que una masa
aterradora se apoderaba de nuestros hogares, Dánika se introducía en pensamientos muy profundos
y miserables, ella tenía sus propias fugas, comunes en la gente de nuestra época, la era de la
información: retraerse en algún empleo o estudios para domesticarse oportunamente en medio de su
crisis, entonces, entre psiquiatras y pastillas logró insertarse eficazmente a esta sociedad.
Definitivamente yo no quería ser parte de esta sociedad, la repudiaba. La lectura era mi fuga de esta
prisión y sus carceleros, sus normas, sus milicos. Mi psiquiatra en ese entonces era Albert Camus, la
filosofía del absurdo. “La peste y El Extranjero eran fascinantes”, pensaba maravillado, fumando
cigarrillos saliendo de la academia caminando en los parques con mi bandita, charlando, estudiando
algunos temas, más letras que números. (Karl Marx escribió sobre materialismo, el filósofo de la
liberación de la clase trabajadora. Pero Bakunin le criticaba la necesidad de un Estado comunista) Me
atrajo la lectura, me absorbió, mi sobrina me veía leyendo cuando vivíamos en Huelva España, siempre
cargaba un libro para ir a la playa, al mercado, de campo o de viaje en el carro de su padre. “Maldición,
debía quedarme allá”, pensaba, extrañaba a mi sobrina, se sentiría más sola sin mi presencia,
extrañaba a mi madre también y a mi tía. Sinceramente los demás no me importaban demasiado, eran
fuertes, tenían una voluntad incorruptible. ¿Qué haré hoy? Son las dos de la tarde. Cogí la laptop y
Alonso me escribía para beber, mis sospechas acertaron. Necesito beber.
—Ven a mi casa ahora mismo, tío, mi viejo ha sacado el pisco italia. Dice que vengas.
—Ya ya ya, me cambio y voy. —Me alisté y cogí mis pensamientos para llevarlas a las botellas de
pisco.
Alonso era un criminal en potencia, vivaracho y pendenciero, en especial con las chicas; yo en
cambio era el enamoradizo poeta pusilánime, angustiado de historias, yo quería escribir, escribir
demasiado. En el transcurrir de los años Alonso me decía que yo escribía bien, que lo que hacía era
bueno. Yo no lo sabía entonces, aún no lo sé y creo que tampoco lo sabré.
Padres juntos, una familia humilde y siempre se portaron bien conmigo. El papá de Alonso, Rolando,
me conversaba de la chica, dedujimos que era prostituta, puesto que vivía en un cuarto alquilado
cerca a Tottus de la avenida Pachacútec, vivía con una amiga, según ella se había escapado de su
casa. Volvía luego de uno o dos días con dinero, algo que le hacía muy feliz a Alonso. Eran tal para
cual, pensé. No le dijimos nada de nuestras sospechas a Alonso, aunque él es listillo y ya lo suponía.
Yo era el soplón, pero justamente para encubrir muchas mentiras. Las mentiras a medias son las
mejores mentiras, yo pensaba, fingir sinceridad, pero conversaba con un reptil viejo, uno que ya
reptó, cazó demasiadas presas y aguantó miserias también en toda la jungla, la jungla de Lima.
Rolando se volvía orgulloso al contarme sus experiencias de joven, supuse que me veía como un hijo,
yo era el mejor amigo de Alonso, junto a Ricardo, pero Ricardo tenía familia modesta, no se
amanecía días bebiendo pisco acholado ni italia donde Alonso, yo sí, tenía el tiempo y la necesidad
de ello. Yo quería beber siempre, todos los días.
—Eres la cagada, Daniel, —de pronto Josués opina y Ricardo reía— pero así te apreciamos.
Anoche Sandro perdió los estribos y hasta la dignidad. La mezcla de bromazepan y Ron Barcelo lo
elevaron a grados ezquisfrénicos. Hacía escándalo a todo el jodido mundo, incluso a señoras con sus
hijos en sus faldas en el bus, en la calle; nos botaron en la cuarta de villa el salvador. Imbécil de
mierda. Para eso le cobijé confianza, pensaba yo, no podía asimilarlo directamente esto, no lo
esperaba. Yo aún poesía ese amor sin piedad, sin remedio, sobre encima de cualquier lujo,
propiedad o poder, pensaba, ese amor por la rebeldía, por la jauría, por lo antaño de las
convicciones. Pero este imbécil quería solo más droga y dinero para joderse más. Pensaba también
en las casas roídas de puntiagudos ascos de humanos, pensaba en las guitarras y los bajos
estremeciendo nuestro presente, nuestros amigos y nosotros queríamos arañar la realidad. También
pensaba en su madre.
El seguia gritando y yo ya no sabía qué pensar. Beber el día anterior me obligó a la pasividad ante
esta tragedia. Era mi tragedia, la ruptura, despertar y ver las lascivas herencias de este individuo. La
sociedad genera individuos como este. Yo ya no sabía qué pensar. Su madre tiene problemas con el
alcohol; Sandro me lo confesó años atrás con una demencial naturalidad, acostumbrado al abismo.
Pensaba en ella, ella me apreciaba. Aquella tarde cuando le dignosticaron cáncer me dijo que
cuidara de Sandro, que me quería como un hermano. Pensaba en toda esta pocilga de ciudad. Otra
gota de lluvia en mi cabeza en un día gris y repleto de humo. Pensaba en todos los recuerdos juntxs.
(Daniel, mi flaca no me respeta, ha salido con un idiota de su instituto.) Pensaba en las escenas
recortando avenidas, imaginando estallar el cielo con palabras o canciones. (Jesse le da miles de
dólares a la hermana del niño que asesinó a su amigo traficante. ¡¿Te das cuenta que Jesse estaba
bien pero bien cagado?! )
—Ya déjalo, es un inconsciente ese cabrón, que se ha creído, —me decía Kenny luego del sombrío
encuentro— si acusa así a sus amigos es porque no está cuerdo.
—Es un imbécil, no quiero verle la cara —remarcaba Alonso, dispuesto a lo que sea.
Mi tía y mi prima lo botaron de la misma forma en que violentó el hogar: a patadas y puñetes. En la
esquina estaba su madre, me enteré a las semanas siguientes por medio de ella. Ella asumía los
cargos, quería una reconciliación de aquello. Le expliqué que su hijo empujó el portón, pisó todo el
garage de piso falso, caminó la curva hacia el infierno una y otra vez, golpeaba la puerta de mi sala,
queriendo entrar sospechando que tenía sus pertenencias. Le explicaba a la señora Sabrina que no
me interesaba presentar cargos contra Sandro.
—Señora, cuídelo mucho. Yo ya no quiero saber más de él. Este aire no es de mi apetito respirar. Mi
casa es humilde, como la suya, aquí no hay maleantes, somos amigos —le daba detalles, señalando
las condiciones de mi casa, similares a todas las de este barrio. Una laguna verde honguéandose en
calaminas, ladrillos, vidrios y robots de carne. Aquel día hubo un sentimiento profundo de tedio y
languidez. Una voz estridente golpeando toda la ciudad. La actitud de la asquerosa policía que se
eleva de estos escombros. Ese día estaba bien jodido.
En la sombra permanezco
Llegó el día que debía conocer a esa misteriosa muchachita que por años charlábamos por facebook.
Aún recuerdo ese día, esperé media hora en unas bancas entre Cinemark y el patio de comidas, al
lado de escaleras ascensores y teléfonos públicos, la llamé y esperé. Me encantaba su voz, fina y que
emanaba tranquilidad.
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Entre ruinas y mi desidia de entonces, nos deslizábamos con gasolina, mechas y botellas. La recua
de asesinos defensores de la justicia esperaban llevarse unos cuantos a la comisaría, era su deber,
reprimir a algunos para socavar la intrínseca violencia de los que marchen contra la máquina.
Reprimir a los que no están considerados como "normales", los que rompen la lógica de la
producción social y cultural, golpear a los delincuentes, homosexuales, contestarios; luego, aislar a
los enfermos, en asilos a los ancianos, hospitales psiquiátricos para los deprimidos, una celda, un
gran muro de hormigón. La eternidad y su precio de oro: vivir como imbécil. Pero en estos
acontecimientos es cuando ves los rostros de quienes no tendrán miedo, aquí están los locos.
Asistí a la marcha por la derogación de la ley pulpín junto a Alonso,
Todos mis contemporáneos son unos malditos imbéciles. Me retiro de esta universidad,
arrodillados por un papelito firmado con una nota. Jódanse todos, tendré más dinero
Creo que ya no volveremos a vernos más, yo se lo dije a Daniel que si terminábamos no volveríamos
a saber nada más del otro. Lo amo demasiado como para decírselo en persona, anoche la pasamos
muy dulce. Nos citamos plan de cuatro de la tarde; estuve tras el teléfono público en la puerta de
Metro ubicada en la avenida Alfonso Ugarte, él estaba minutos antes muy cerca del pasillo exterior,
no maneja celular, no quiere volver a tener uno, tiene miedo de “dejar cabos sueltos”; hace tiempo
que experimento sus cambios, primero eran esporádicos, pero ahora son tan propios de él que ya no
es el mismo chico que conocí hace años y me llenaba de ternura y besos hasta molestarme. Ya no
había caminatas en pueblos jóvenes un tanto aledaños, divagando en ideas, tomando fotos, saliditas
a la playa, almuerzos dominicales, jornadas de alcohol con poesía, ya carecía de ocurrencias, su
química pasó a otro rubro. “Mi princesita de mi mundo utópico, vámonos a la playa y luego a follar
toda la noche oliendo a mares”, recuerdo. No, definitivamente ya no es el mismo, estoy convencida
que no. La última vez que hablamos sobre su futuro me dijo que ya no creía en ningún futuro para él,
que le queda la dinamita para pensar, sus sesos estarán cubiertos de sangre negra, de cualquier forma
la tragedia marca el final de la vida humana, o la muerte abraza me replicaba, que importaba mañana.
Nos reconocimos el uno al otro luego pasado media hora esperando. Que mala sorpresa, él estaba
renegando por esta terrible descoordinación, es tan lindo cuando reniega, parece un niñito, lo
extrañaré demasiado, quisiera llorar porque tengo que decirle la verdad. No puedo, no debo. Ahora
no, quiero estar a su lado todo lo que resta del día. Me da pena dejarlo solo, es un chico solitario,
desde que lo conocí. Dónde andará ahora, con qué chica, quizá una chica demente como él. Se sentirá
comprendido y mejorará. No puedo, no puedo seguir con él, lo amo aún, no amaré a nadie como él,
nunca lo hice, él me ayudo a cambiar actitudes mías, actitudes de mierda.
Creo que ya no volveremos a vernos más, jamás, no puedo, no podré cargar esa angustia. El también
está incómodo con esta situación, no me llama por teléfono, no me saluda días, no me explica sus
sentimientos. Qué debo hacer.
En el camino del bus desde Los Olivos hacia el centro un hombre de apariencia joven y enternado me
miraba mis piernas, mis ojos, me sentí acosada por varios minutos. Daniel siempre me dice que guarde
una cuchilla, algo punzo cortante. “Te regalo esta navaja, nena”. Me enseñó a cómo reaccionar en el
mismo acto de una violación. ”Ven, échate y aprieta mi cuello cruzando tus brazos sin soltar. Me
ahogarás irremediablemente, solo debes fingir, mentir que estás frustrada y sin poder escapar”. No
puedo evitar escuchar sus palabras, sus besos, su cuerpo frío y deseoso de mí. Cuando lo conocí estuve
a pasos de pensar en el suicidio, mi mundo entero se estaba descomponiendo y él apareció con un
cuchillo a recortar todo lo que yo creía correcto hasta entonces, pensaba, todo aquello por lo que me
preocupaba, luego de él y el apoyo que medio, su perspectiva tan profunda que me invitaba a pensar,
(yo ya lo asimilaba diferente, debía verlo desde otra perspectiva) era brillante, era un chico callejero
con harto talento en letras. Era el amor de mi vida. Quiero llorar.
—Hola, nena, perdón, no te encontré. ¿Dónde estabas? Qué fastidio. Dame un besito.
—No reniegues, cómo has estado. Te ves más flaco. ¿Estás comiendo a tus horas? —Sonreí de la
emoción, tenía el mismo olor de perfume de siempre, su mirada triste tan penetrante, él pensaba en
mí, lo notaba.
—Te extrañé demasiado. Viajé donde mi abuelita, como te expliqué. No pude avisarte, no había
momento. Allá no había señal y estábamos discutiendo, nena.
Me pidió que esperase quince minutos a un amigo suyo que le dejaría dinero, le debía por la venta
de unos lentes negros y porciones mínimas de marihuana. Luego regresó con una botella de
jaggermeister, jugo de frutas y un almuerzo frío. Lo había expropiado en el supermercado de al
frente mismo donde nos encontramos. Le daba igual su seguridad, se sentía muy confiado. Apareció
su amigo y charlaron en casi silencio. Era su amigo de Chorrillos, el que tiene un papá militar y una
cevichería en su casa. Se llevaban bien, era el único de su universidad del que me hablaba bien.
(Algunos tienen suerte de nacimiento, Claudia. Yo nací arruinado.) Fuimos a un restaurante rústico y
compramos comida, más el que traía, conversamos arduamente recuerdos, su viaje, sus libros, mi
universidad, mi mamá que sospechaba que me veía con él, mi amiga Isabel que tenía poco de
terminar con su enamorado.
—Isabel ya no aguantaba a Erick. ¿Te acuerdas que se pelearon en frente de nosotros aquel día que
fuimos a la playa?
—Erick era muy avezado para su edad, el típico chico malo, tiene talento para su edad. Pero era
manipulable. Me recuerda a mi hace años. ¿Te acuerdas? —Me respondió serenamente sin darse
cuenta de mi indirecta. Si lo sospechaba lo ignoraba. Este es un mal sabor.
Luego me explicaba mirando al suelo que decidía dejar la universidad porque ya se hartó de todo,
todo lo que tiene y debe hacer. Todo lo que debe aguantar solo por dinero.
—Quiero hacer lo que yo quiero. Mi ”quiero” contra mi “debo”. Estoy harto, Claudia. Lo siento si no
cumplo tus expectativas. No aguanto más esta mierda de rutina. —Leía su rostro amargo, apático,
con un aire depresivo y desesperante.
—Y qué piensas hacer. Tu tía no siempre le sobrará dinero para enviártelo.
—Ya tengo trabajo. No es el mejor de lo que la vida legal y nauseabunda de los ciudadanos aceptan
o quieren para sus hijos, pero es un trabajo para mi, me esfuerzo, me expongo, disfruto mis
ganancias así no sean cuantiosas. —Me explicaba, un poco pálido, un poco perdido, otro canto
diferente al que suele interpretar.
Pasaron las horas deambulando entre mercados y las calles donde solíamos visitar los casi tres años
de relación. Quilca, jr de la Unión, el parque del Sheraton, echados, leyendo, bebiendo latas de
cerveza, me compró un amuleto de los hippes que adornan el parque. Le volvía a reclamar que porque
no busca un trabajo decente, un estudio que vaya de acuerdo a sus capacidades o personalidad, me
dibujaba un mapa de su cuerpo, unas descripciones mentales, de lo que él pensaba acerca de la
sociedad, acerca de él, que no creía en el progreso humano, que no quería abrazar otra vez el
tormento de la rutina ciudadana obediente, no quería hacer nada de eso, odiaba las universidades
donde se sentía acorralado sus virtudes, que él siempre seguía pensadores, poetas o políticos que
nunca pisaron universidades; nunca lo oí tan amargado y tan a la vez, motivado por tomar nuevas
decisiones. Para mi Daniel perdió la decencia, la esperanza de aquel muchacho que conocí, repudiaba
a los que él llama “mis contemporáneos idiotas”, él ya tenía planes, acumular dinero a las buenas o a
las “malas" e invertir. No me incluía a mi. Me llené de tristeza.
Le pedía que me abrigase, hacía frío, quería relajarse, nos fuimos a un cuarto para pasar la noche.
Cientos de ambulantes circulaban en nuestro recorrido hacia un cuarto ubicado en Rufino O., masas
de gente movilizándose de un lugar a otro, sacos, corbatas, ropa decrépita también, venezolanos
trabajando sin descanso, Daniel pensaría en ello, en la ciudad que él quiere expropiar, siempre
pensaba en algo, no es alguien que medita sin algo que le preocupase. Me estrujó la mano, me daba
besitos en mis dedos. Ingresamos al hostal, era uno muy decente dentro del barrio aquel, una calle de
estacionamientos, borrachos y paredes grises por el polvo, pero Daniel estaba contento. Nos echamos
juntos entre las frazadas, ya era un poco tarde, conversamos de recuerdos, cuando nos conocimos
aquella tarde en el parque municipal de Los olivos, (quieres ser mi compañera de amor en este
inmenso odio que vivo, Claudia) su entonces obsesión con Carla que perdió sin reparos, sin mirar atrás.
Se le notaba más agresivo, más preocupado, más solo, pero con mucha convicción. Me quito la ropa
mirándome a la cara, despacio, sin apuro, me besaba, me abrazaba, me acariciaba con su cuerpo frío,
me sentó en sus piernas desnudas, las mías también, me besaba y me pedía que no lo dejara, le froté
su espalda, sus cabellos desordenados, le miraba sus ojos, (te amo bebé hermosa, eres mi musa, mi
regreso al eterno retorno, mi viaje al mar sin final) le besaba sin cansarme, me echó contra la cama y
me desnudó completamente, me pidió perdón por los dos meses de ruptura, que parecía que hacía
falta, había mucho disgusto, me presionó contra él y dejé que me tomara como suya, como su mujer,
como él decía, “mi compañera, mi cómplice”. Me hizo sudar por horas, pensaba en las caminatas por
mi casa, cuando él me visitaba, cuando mis padres me prohibieron andar con un muchacho como él,
problemático y de apariencia rebelde; recordaba a los que él ama, su familia, sus amigos, sus
cómplices, sus amoríos de ayer, Daniel me besaba las piernas, la cintura, mis cachetes, me volteaba,
me hacía suya, yo era solo para él..
—Daniel, te amo, lo di todo por ti, hasta me alejé de mi familia, te he amado como a nadie y ahora
haces un camino como dices, un camino de alturas, pero, pero has dejado de gustarme. No eres quien
yo conocí. —Exploté mi propia bomba y le corté. Nunca más volví a escuchar su voz.
XXVI
No esperaba esto. Qué carajos. Qué ha pasado. Por qué no me dijo desde antes estos detalles. Qué
ha pasado, Claudia. De verdad te estás yendo. Esta vez sí parece en serio. ¿A dónde iré? No puede ser.
¡Carajo! Es mi culpa; la dejé ir, pero ya no aguantaba más sus réplicas de sermones como una moralista
de la palabra del buen camino. (Maldita moral conchesumare). Y yo ahora qué debo hacer. No la
llamaré. No volveré a ese tedio de una lucha imposible entre el ”bien” contra el “mal”, como si fuese
una guerra de valores y gana el que se impone, no importa si se impone criterios destructivos, no,
para ella todo esto estaba correcto, todo lo que significa “ser alguien” en esta puta sociedad; estoy
cansado de pensar, ella no me entiende, ella piensa como el resto del mundo entero: ella tiene la
razón, ella se siente más humana que yo, ella es la correcta yo el incorrecto. Estoy cansado de ella.
Decía que me amaba, que siempre estaría conmigo, desde el principio hasta el fin, pero ha roto las
últimas venas donde circulaba nuestra sangre. ¿Y ahora qué hago? “Me quedo con mi silencio y mi
soledad intacta”, prefiero leer. Estoy solo contra su menosprecio, y como escriben “prefiero la lágrima
hermosa que tempestades provoca”. Ella era la única en mi vida. No me imaginaba una vida sin ella.
Me senté en mi cama, frente mío la laptop sonando a Lil Peep, "the way i see things”, mi cara en el
techo, fumando un cigarro. Parece que no me importa pero me estoy prestando al camino del
centauro maligno, viajaré a la mitología del infierno, el piso es de piedras calientes, me doblego al
primer paso, ella ya no está para ayudarme a caminar. “¡Mierda! Qué hago, sinceramente no quiero
buscarla. No estoy sufriendo. Solo agujereo más el camino”, pensaba. Dónde estará ahora.
Fue divertido, supongo, cantaré con Lil Peep y dormiré cantando, “tengo una cuchilla en la espalda y
un balazo en el cerebro, clínicamente loco, camino hacia casa y miro rostros bajo la lluvia.” Me
drogaré por ti este día, Claudia. La extrañaba, era lógico pensar, pero nuestros sentimientos eran
ajenos a razones mundanas o humanas. Ella era mi fuente de la irracionalidad y el amor que no se
podía describir. Un poco más de alprazolan, cocaína y jagger, “paso todo el tiempo drogándome
mientras me escondo de la policía”, canto otra vez. Ella era como mi madre. Adiós Claudia. Déjame
beber una semana más por ti. Intento sacarte de mi cabeza esta noche, todas las noches.
—Me vas a extrañar cuando esté muerto —recitaba solo, estrechado, reducido a un cuarto de
madera, a cien centrimetros del piso garabateando una hoja.
—Librando otra guerra en el infierno, en mi soledad y error —garabateaba mirando fijamente el
suelo, no veía nada del presente, la miraba a ella cuando la conocí, cuando nos volvimos a ver,
cuando me pedía cambiar, cuando lloré luego de la muerte de punki y ella estaba allí sin poder hacer
nada—, huyendo del laberinto donde te quedaste, me extrañarás cuando me inunde el terror.
Estuve sentado en el piso recordando los buenos detalles, las caricias que desgarraban los días
grises, su puñal contra mi angustia de lo cotidiano. Yo quería ser alguien más, alguien diferente. Ella
me cortaba las alas. No haré ni mierda hoy y durante estas semanas. Necesito nuevos aires, aires de
altura.
Veo espacios deformes, lluvia multicolores, croe que un agujero se traga el tiempo, creo que estoy
bien jodido, tengo sueño, sueños perdidos, caras decrépitas, todo el tiempo, caras decrépitas. Obito
se acomoda en mis pies, me calienta de este gélido clima, dormiré, moriré un momento. Siento que
se acerca mi final, lo siento muy cerca todos los días, abrazo la muerte, la coacciono contra el futuro,
ese era el mejor sabor despues de todo, morir hoy dia.
. Está loco. Tiene un odio inmenso a este estilo de vida, como él dice, “nunca agachar cabeza, si no
hay nada, si no hay oportunidad, tomarla la fuerza o a las malas”.
XXVII
—Te lo estoy pidiendo —mi voz se enervaba, mi voz se perdía en la angustia otra vez,
como aquella vez, como muchas— porque es la mejor decisión, no quiero que te
Tengo que pensar en mi siguiente paso, una estrategia muy premeditada. Solo necesito
pensar, pensar mucho. Pero ellos también estaría planificando la siguiente acción
contra mi. Todos están pensando, el lenguaje planetario del error, lo que ha pensado
la historia, un maldito error, todos estos imbéciles que me rodean siempre han
—Hablaré con mi tía para que compre tu pasaje, luego te llevas a la abuelita. Todos
mis planes se fueron al carajo.
o crearán pruebas, así como les pasa a los muchachos en México o Chile. Me han dado
una supuesta libertad en base a falta de evidencia, pero lograrán obtenerla aunque
sobrevivir ante tal situación son mejores aquí. Allá el control social y policial
que yo me quedaré.
(En los tiempos difíciles nunca hemos abandonado la lucha, puede que los perros ladraran
alrededor de nosotrxs, pero sus respiraciones nunca nos llegaban a tocar, nos estuvimos
mirando unx al otrx, asegurábamos nuestras decisiones, chequeabamos nuestras armas,
preguntábamos a nuestro odio y decíamos “vamos otra vez…esta vez hasta el fin…)
A mis hermanxs de años toda mi fuerza y energía está junto a ustedes. Insumisos dentro y fuera
de los malditos muros! Valeria: que alegría me dio el enterarme que ya no te encuentras bajo
toneladas de hormigón. Cuídate mucho estés donde estés hermanita. La cárcel no es eterna…
Terminé de escribir mi carta, espero los carceleros no la revisen, le entregaré a mi madre para que le
pase a los compañeros. Me siento cansado de estar echado en esta celda rodeado de estos malditos
muros. Se escucha los pasos del bastardo carcelero, se para delante de mi celda, supongo me
llevarán para almorzar, no me han dado tiempo hoy para mis quehaceres domésticos. Este sonido de
los barrotes me acuchilla por dentro más que los millones de golpes que me esperan o me
propinaron. La cárcel es el maltrato psicológico, pasaron de torturas en públicos en plazas a
confinarnos mentalmente. Le pregunté a donde me lleva y no respondía. El carcelero cayó al piso en
un movimiento inesperado, volví mi cabeza hacia atrás. Tres presos aparecieron como las sombras
tras uno. Siento dos, tres, cuadro cuchillas en mi abdomen. Se hacen seis, ocho, diez. Se largaron.
Hijos de puta, ya me lo esperaba. Van a morirse, mis amigos los matarán. Hijos de perra. No puedo
pararme, la sangre concurre todo mi cuerpo, acaso este es el sabor de la muerte, acaso es el sabor
del suplicio. No, no lo es. Fue divertido. Siento una canción en mi cabeza. Hermanos, me queda poco
segundos, me siento alegre, no puedo gritar como Di Giovanni antes lo fusilen, “viva la anarquia” en
1931; no puedo escribir otra carta como Bonnot que murió al lado de su perro y de Gardnier.
<Alonso, Kenny, vamos a robar, no pasará nada.> Ha sido divertido. Abrazo la muerte, cantando a 89
puñaladas. Maldición, aún no muero, sigo pensando. Hubiera querido acariciar a mis chicos caninos,
ver sus ojitos de amor contemplándome. Canta mi mente: “..se ahogan en recuerdos, que solamente
saben que pudieron ser, emociones que murieron antes de nacer, hoy me escape, hoy me fugue de la
mal llamada vida a la que me quisieron someter. Conmigo no pudieron aquí estoy, aqui sigo con mi
enjambre, con miedo, con dolor, pero con mucha convicción.”
Me da gracia, no siento el dolor que ellos asumen tendré. Tengo sueño, mi cuerpo está lleno de sangre,
como aquella vez cuando desangraba luego de la golpiza. Es hora de dormir. Al menos les tiré mi
venganza. Volveré a esta vida millones de veces, el eterno retorno nietzscheano. Mi sobrina me dijo que
no debí leer esos libros tan chico. Mi sobrinito bello espero lea mi legado. No me importa ser alguien, o
morir en el anonimato. Viví libre, mi muerte es la victoria, mi desprecio contra esta humanidad y sus
progresos justificando el horror. Adios, hermanos. (Conmigo no pudieron, aquí estoy, aquí sigo con mi
enjambre, con miedo, pero con mucha convicción. Esclavo o forajido. sintetiza un explosivo, mata,
quema, detona.)
es la ciudad,
sé que no existes
Besos de muerte
gestos de rabia,
lo existente.
y de veneno.
la pradera enferma
sucumbe
el mar en verde
palidece
a la desolación,
incansable el hedor
de esta prisión
y sus pueblos,
toneladas de hormigón
toneladas de sumisión
la gente se pudre
obedeciendo
la familia
no calma la sed;
se distribuyen tareas
cree,
cómplice,
a la tuerca de la fábrica
de la máquina homicida,
el rebelde terso,
la brecha al patíbulo
la mecha y la bomba
la masa hija
de la pestilencia.
El nihilista muere
al patrón y al obrero
al mundo entero.
perdónenme familia,
decidí no suicidarme,
como un cuervo
hambriento, flaco
entonces,
el homicidio es la opción.
A la ciudadanía de Lima
Asesinato real!
como propaganda
no comprenden el placer
del terrorismo.
una infinidad de ojos que espera anciosa el momento en que nuestros puños ya no queran peliar,