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Impreso en Argentina
Hecho el depósito que establece la ley 11.723
Agradecimientos 9
Introducción 13
Capítulo 1 Las preguntas en contexto 21
1. La aproximación teórica 21
2. Cushamen 39
Capítulo 2 Conversaciones sobre el Camaruco: “De la primera hasta la últi-
ma” 45
1. Los inicios: el pillañ y los kwifike che 47
2. El conflicto: accesos y salidas 60
3. Epílogo sobre el conflicto 70
Capítulo 3 El linaje en las “andanzas de las tribus” 75
1. Itinerarios de reestructuración 77
2. Mapas de diversidad
3. Algunas reflexiones sobre los itinerarios y sus mapas 118
Capítulo 4 Linaje como relación con los ancestros 121
1. Antepasados, Dioses y pertenencias 122
2. Reciprocidades y cultura heredada 124
3. Los portales 126
4. Contrapuntos 133
Capítulo 5 El linaje como relación con uno mismo 135
1. “Las condiciones nuestras” 135
2. Performance e identidad personal 138
3. Dobleces en el alma 151
Capítulo 6 Los dominios del linaje 157
A toda la familia de Ceferina Huenelaf, los que están cerca y los que
están lejos, por esperarnos todos los años y habernos llamado “parientes”.
A Belarmina Nahuelquir, Edelmiro Nahuelquir, Mariano Napal y Andrés
Napal por nuestra amistad.
A Moira Millán, Evis Millán, Javier Cayupan, Jovelio, Mauro Millán, Luis
Millán, Rogelio Fermín, Marcelo Calfupan, Ana Prane, José Prane, María Luisa
Huincaleo, Rubén Antipan, Atilio Curiñanco, Rosa Rúa Nahuelquir, Arcelia
Epulef, Amalia Pailalef, Oskar Moreno, Facundo Huala, Coña, Gustavo Ma-
cayo, Fresia Mellico, Miguel Leuman, por cada una de las charlas que hemos
tenido y por tantas otras pendientes que seguiremos teniendo. A las “chicas”
Lorena Cañuqueo, Andrea Cañuqueo, Miriam Álvarez y Laura Kropff.
Septiembre de 2006.
1. LA APROXIMACIÓN TEÓRICA
en que no había juzgado de paz nadie se registraba con los nombres que
actualmente todos ellos tienen, sino que se “ponían entre ellos, nombre de
paisano nomás” (G. Nahuelquir 1998). Ella no recordaba específicamente el
nombre paisano de su abuelo Agustín Nahuelquir –hermano de Ñancuche–,
pero sí que “era nombrado de otra forma”. Los datos aportados por los estudios
de onomástica generalmente exageran la postura etic del investigador; en
consecuencia, no será sólo a partir de los sufijos en los nombres propios que
podamos recontextualizar la memoria social inscripta en los linajes. En todo
caso, la tarea sería preguntarnos si el “linaje de los lagartos” forma parte y
para quiénes de la conciencia histórica del “ser mapuche”.
La memoria social refiere a los nombres de grupos (p.e. “la gente de
Ñancuche” o “los Nahuelquir”), pero lo hace de modos más complejos y
dinámicos. En otras palabras, es usual que entre las personas que conforman
el grupo de parentesco precedido por “pu (los)” (p.e. “pu Nahuelquir”) se
encuentren otras familias cuyos nombres son diferentes.5 Por un lado, el
nombre del grupo da cuenta de un colectivo que, a menudo, trasciende
el nivel de la familia y, en ocasiones, no se corresponde tampoco con la
comunidad completa. Por otro lado, estas identificaciones, como ocurre en
otros lugares (Gillespie 2000a), pueden heredarse del padre, de la madre
o de ambos, o basarse en criterios de residencia, de formación de cuerpos
políticos o sobre la base de trayectorias compartidas.
Un segundo modo de describir el linaje ha sido desde el punto de vista
de su estructura generacional. En términos sociológicos, y de acuerdo con
el planteo de Faron (1997), el “linaje total” incluye a todos los miembros
de ambos sexos que señalan su descendencia del cacique fundador o jefe
original. Esta última se establece a partir de los varones –a veces algunas
mujeres, admite también el autor– muertos del linaje, los que también están
incluidos en el linaje total. El nivel que seguiría en importancia es el “linaje
local”, compuesto sólo por los miembros vivos que residen en la comunidad.
En esta gradación continuarían los “sublinajes”, ramas del linaje local que
están organizadas en una profundidad de dos a tres generaciones más abajo
que la del fundador del linaje total (Faron op. cit.:28). Por consiguiente, el
10. Esta noción remite a la de “persona moral” de Emile Durkheim y Marcel Mauss:
“Son los grupos y no los individuos los que conducen el intercambio, hacen contratos
y están limitados por obligaciones; las personas representadas en esos contratos son per-
sonas morales... Lo que ellos intercambian no son exclusivamente bienes, propiedades
personales y reales, y cosas con valor económico. Ellos más bien intercambian cortesías,
entretenimientos, rituales, asistencia militar, mujeres, hijos, danzas y fiestas” (Mauss 1954,
en Carsten y Hugh-Jones 1995).
11. Lo mismo puede ser dicho para expresiones como “dios”, “deidad”, “espíritu”,
entre otras. El hecho de que sean utilizadas por mis interlocutores como traducciones del
mapudungun no quiere decir que homologuen sus significados a los del castellano, ya sean
éstos académicos o de sentido común.
12. En este momento participo como investigadora del Pict 2005 “Memorias, trayec-
torias y espacializaciones de grupos parentales mapuche en Patagonia”, dirigido por la Dra.
Claudia Briones y el Dr. Walter Delrio; proyecto enmarcado en el Fondo para la Investiga-
ción Científica y Tecnológica, Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica,
Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología. Con este grupo de investigación estamos
reconstruyendo las redes de parentesco –políticas y de pertenencia– en grupos mapuches
y tehuelches de las provincias de Neuquén, Río Negro y Chubut.
son sentidos de pertenencia, vividos como larga duración, que pueden ser
actualizados en determinados contextos aun cuando sus miembros puedan
fluctuar en distintas situaciones históricas.
La movilidad sospechada
La experiencia heredada
(ejecución poética), el mito brinda las pistas para vincular los eventos del
pasado con los del presente.
Sin embargo, la memoria social no puede reducirse a los sentidos que
la gente hace de ella en sus interpretaciones presentes. En estos archivos,
los “documentos” perduran como obras de arte con un gran potencial tras-
cendente y poético (Benjamín 1967) y, en este sentido, nos preguntamos
también cómo la memoria transmite ciertas imágenes precisas sobre el
pasado, independientemente de los sentidos que adquiere en determinado
momento (Kohn 2002). En ocasiones, el poder político de la tradición
consiste en su capacidad para referir “a lo que realmente sucedió” en
términos que son culturalmente significantes para el pueblo mapuche, sin
préstamos de las imágenes históricas dominantes. En relación con el tema
de este libro, y parafraseando a este autor, la autonomía enigmática de las
tradiciones heredadas permite inscribir la formación de los linajes en los
procesos históricos, pero sin revelar completamente sus secretos.
La memoria social, entonces, no sólo es historia expresada en “términos
culturalmente significantes y relevantes para los procesos sociales contem-
poráneos” (Hill 1992). Los proyectos políticos de los mapuches también
pueden estar dirigidos a renovar las relaciones íntimas con las experiencias
históricas heredadas y transmitirlas para que ese “renacimiento en la expe-
riencia no se detenga, es decir, no caiga en el rito ni en la contemplación”
(Benjamín 1991). Y, en la misma dirección, apuntar a reconstruir una
narrativa histórica que proponga sus verdades y desafíe lo impensable,
encontrar nuevas respuestas replanteando los términos bajo los cuales se
pueden pensar las preguntas.
Como impensable en nuestra época, la historia de la agencia mapu-
che desde la perspectiva de las historias familiares, con sus marchas y sus
detenciones en lugares sociales de represión estatal y de reordenamiento
político, aún no tiene imágenes en la historia dominante.
asocian a una experiencia y ésta no es repetible más que con otra experien-
cia, es decir, cuando por el ejercicio de la traducción misma se establece
una relación dialéctica y creadora entre el adentro y el afuera (Benjamín
op. cit.). Las relaciones subjetivas con el pasado no cesan de traducirse en
otros sitios y de otras formas.
En síntesis, la memoria del linaje es parte constitutiva de los procesos
de subjetivación, pero se localiza siempre más allá de los límites del propio
cuerpo, en prácticas rituales, espacios ceremoniales, interacciones forma-
les e informales, narrativas mítico-históricas, cantos sagrados, emblemas,
constitución de liderazgos, alianzas, protocolos, etc. Son éstos los lugares
sociales que las personas mapuches “sacan” de su interior cuando realizan
una determinada performance,15 y es en estos lugares externos donde la rela-
ción entre pasado y presente emerge de formas particulares para replegarse
nuevamente en las subjetividades mapuches.
La memoria sobre las trayectorias del linaje es constitutiva de los sen-
tidos más afectivos de pertenencia e identificación mapuche. Aun cuando
ésta sea organizada de modo explícito a través de narrativas orales, su tenor
emocional también se encuentra inscripto en muchas otras prácticas. Es
en las prácticas y situaciones del mundo exterior, como los cantos sagrados
(tayïl), los conflictos intra o intercomunitarios, las cañas que conforman el
altar (rewe) durante la realización del camaruco, las rogativas (ngïllatun), la
visita a las tumbas de los antepasados, los sueños (perimontu), entre otras,
donde se localizan fragmentos de memoria. El linaje, desde la perspectiva de
los sujetos, enmarca y explica las formas en que actores sociales concretos
y variablemente posicionados crean significado y orden en sus vidas. En
este sentido, comprender “el ser” como perteneciente a un linaje implica
encontrar la localización externa de los pliegues que dan significado a la
experiencia particular de formar parte de una historia.
2. CUSHAMEN
15. En esta frase estoy haciendo una referencia implícita a las expresiones mapuches:
“sacar un tayïl (canto sagrado)” o “levantar los dichos de los antiguos”.
Lámina 1
CUSHAMEN
Lámina 2
CUSHAMEN
Paisaje de la Colonia
18. “Lacutún quiere decir que quería conseguir el nombre de él, como hijo de crianza”
(D. Miranda y M. Nahuelquir 1997). Teniendo en cuenta la doble acepción del término lacu
(“nombre” y “abuelo”, según Guevara 1908, en Casamiquela 2004) considero el lacutún
una ceremonia con valor doblemente performativo en el nivel social: nominar (“dar un
nombre”) y crear una relación de padrinazgo (“hijo de crianza”).
3. Federico Pichi 1975, “Ellos decían que el blanco los iba a joder tarde o temprano”,
Revista Crisis 27: 48.
Pillañ: “La tierra quemaba, ese se acordaban los viejos”, “la cordillera,
allí están las fuerzas”, “hacían rogativa en la loma” (M. Nahueltripay
2005).
firme. ¡Porque estaba todo todo todo puro barro! Las casas de adobe
se derrumbaban solas, la gente estaba toda así, al aire, y una vez que
terminaron el camaruco después salió el sol. Hizo calor y se salvaron
mucha gente. Muchos otros murieron apretados nomás con la casa.
Era un pibito de cuatro años ese que habló. ¡Y lo habló tan lindo!
Dicen que le preguntaban y de pronto no habló más, dice que hacía
señas nomás con la mano, cómo tenían que hacerlo, cómo tenían
que agarrar los potrillos –así como hacen en el camaruco nomás– los
corderos... y todo eso. Y vino un año bueno, dice que fue. No hubo
nunca más inundaciones, y así creyeron los viejos que podían seguir
pidiendo, para que haya pasto. Por eso es que hacen el camaruco”
(E. Nahuelquir 1998).6
6. Una versión similar de este ngïtram cuenta que el muchachito fue cautivado y lo
llevaron al pillañ (L. Nahueltripay 1997).
7. La zona de Trankura Mapu se encuentra en la región cordillerana, cerca de Junín
de los Andes, a la altura del paso Tromen. Se prolonga hacia el río que lleva su nombre,
entre el volcán Villarrica y el Lanín. En la entrevista que Enrique Perea le hace a Félix
Manquel, este último también recuerda la región de Trankura Mapu. Menciona que allí
se refugiaron los caciques Namuncurá y Ñancufil y que fue donde la tribu de Namuncurá
“Y para cruzarlo dicen que era muy nevadora esa parte, cruzar para
Chile. Así que tuvieron que estar no sé cuánto tiempo... estuvieron
un año. La invasión ya llegaba muy cerca, así que tenían que ir
apurándose a ver si podían pasar (...) el pillañ, cuando estuvieron
ahí” (M. Nahuelquir 1996).
se defendió con piedras de los malones blancos. Por lo tanto, para Manquel, Trankura se
explica como “la piedra que calló” (Perea 1981). Sin embargo, en Cushamen, la traducción
de Trankura es “que cae escarchado como piedra”, haciendo referencia al clima frío y los
inviernos nevadores de la región (G. Nahuelquir 1998).
8. El género ngïtram, definido como “historias verdaderas”, transmitidas a través de
distintas generaciones, ha sido trabajado por distintos autores (Briones 1988, Malvestitti
1999, Golluscio 2006).
9. Cuando los narradores ubican el origen del camaruco en Chile o afirman que sus
abuelos venían del país vecino cuando llegaron a Cushamen se debe tener en cuenta que
están historiando un itinerario y una práctica frecuente de cruces cordilleranos que ha sido
previa al establecimiento de la frontera binacional. Antes del evento narrado de Trankura
Mapu, ellos refieren otro acontecimiento que aquí no he considerado. Este último ubica a
los antepasados en la zona de Junín de los Andes, lugar del que partirían cuando escapan
del ejército y se refugian en la cordillera: “Sí, dicen que a donde ellos sabían estar había
de esas manzanas silvestres, le decían Manzana Mapu. Y también contaban qué linda
manzana había en esa parte, eso dicen los viejitos, los primitivos decían. Tal vez sea acá
cerca, Junín de los Andes, de ahí alcanzaron nomás ir a Chile” (G. Nahuelquir 1998) (ver
lámina N° 3).
Lámina 3
“LAS ANDANZAS DE LAS TRIBUS”
(mapa elaborado según fragmentos de la memoria oral)
ahí también. Porque allí vieron cómo lo hacían, bien arriba, dicen,
era como una pampa, así” (Jo. Millanahuel 1999).
“El papá de mi papá era Fernando Nahuelquir (...) ése era el primi-
tivo anciano, ya de ése más atrás no conozco. Ése era el primitivo
que creo que se vino a poblar acá, cuando no había nadie acá. Ellos
dicen que vivían en el... ¿Cómo es que le dicen? En paisano se dice
Trankura Mapu. Entonces ahí vivían ellos cerca del volcán, para
allá para el Norte. Entonces ahí estaban ellos, antes que llegaran acá
en esta Colonia Cushamen. Esos ancianos (...) hacían ceremonia.
Claro, se juntaban todos ellos para conversar, entre ellos, pero todos
hablaban así, en aborigen de ellos (...) Entonces ellos vivían al lado
de un volcán, que ellos le decían pillañ mawida, el volcán, cuando
vinieron ellos acá. Llegaron dicen, venían en carreta, algunos chicos
traían en anca, y a caballo vinieron, en carreta y con los animalitos
de arreo, porque dice que queda lejos de acá, dice. Debe ser Lanín,
10. Generalmente las historias hacen referencia al volcán Villarrica, pero a veces
aparece la mención del volcán Lanín. Con respecto a la proximidad física y simbólica de
ambos volcanes en el territorio interconectado de Trankura Mapu y Manzana Mapu, ver
Walter Delrio (2005).
11. Bebida producida por la fermentación del trigo y utilizada en los rituales.
que hay, el Lanín debe ser. El pasto dicen que estaba... se perdían
los animales hasta la panza de pasto, todo (...) y ellos eran pocos,
pocos nomás que llegaron, después ya aumentaron, pero vendría
el principal, el viejito que te digo Fernando Nahuelquir, de Chile
venían. Bueno, cuando se establecieron ahí, en Trankura Mapu,
cerca de Junín de los Andes, dice que era, una sobrina de Ñancu-
che, hija de Fidel Nahuelquir, contaba que ella... vinieron de allá y
cuando llegaron acá ‘que yo era chica, decía ella, tenía como ocho años,
por ahí y a mí me traía en ancas mi mamá’, sabía decir la ancianita,
‘llegamos acá y no hicimos nada camaruco antes de venir, en ese cerro
pillañ mawida’, que le dije a usted que hacían camaruco antes. Se
vinieron y falleció uno de ellos, un pariente de ellos, ya se habían
establecido y traído todos los animalitos en toda esta parte de acá.
Y se juntaron, se reunieron, dice que dijeron ‘bueno, hemos cometido
error porque nosotros no hicimos camaruco en el pillañ mawida, mejor
vamos a volver a hacerlo ahí, vamos a volver otra vez y vamos a hacer
el camaruco allá’. Volvieron otra vez decía mi tía, fueron otra vez y
dice que llegaron allá e hicieron camaruco grande otra vez. Recién
después vinieron y se establecieron acá. Después no fueron más. Ya
quedaron bien, ya se empezó a hacer purun y después así se arreglaron
todas esas cosas” (G. Nahuelquir 1998).
12. Para Faron (1997), estas aves también son ancestros míticos regionales, como
el pillañ.
13. Por ejemplo, Gregoria recuerda que “este camaruco era distinto”. Cuando ella era
pequeña se sacrificaban potrillos: “Les sacaban el corazón y en la caña llevaban ramitos
lindos de maitén para colgar el corazón del animalito y después que hacían su rogativa
con mucho respeto llevaban ese corazón con la rama del maitén hasta la aguada, una
vertiente linda a enterrarlo allá” (G. Nahuelquir 1998).
14. Si bien no conozco las explicaciones locales de esta práctica y no puedo realizar
ningún tipo de comparación, Dillehay encuentra que la elección de la fecha en relación
con la luna llena tiene que ver con la creencia mapuche en que éste es el tiempo “cuando
dios y la diosa de la luna (kuyenfucha/kushe), que otorgan la fertilidad, obedecen a las
súplicas humanas y a las ofrendas de sacrificio” (Dillehay 1990:83).
15. En la zona de Trankura, donde esta práctica es más extendida, los longko del
camaruco me explicaban que la invitación a un linaje –o reducción– es llamada witram:
“Así se dice a un invitado grande (...) cuando va la reducción entera” (Huilipan 2001). “El
dueño de casa puede ir a alojarse una noche, y el otro día entró el witram y entonces se
levanta todo el ngillatun” (G. Coña 2001ch).
16. Vueltas amplias a caballo que las personas realizaban al galope alrededor del rewe
(las cañas del altar). El número de estas vueltas debe ser par y sus participantes también se
ordenan en fila de pares. El “sargento” del camaruco controla que nadie se adelante o se
atrase. La cantidad de caballos que son montados para realizar el awkeo ha funcionado
desde hace mucho tiempo como indicador del prestigio del camaruco: “En la época de
Ñancuche se juntaban cientos de caballos”.
“No se ponen de acuerdo entre ellos, los de acá con la otra tribu.
Uno dice ‘este año voy a hacer el camaruco para que no se pierda
la tradición, la costumbre’, ya entonces al otro no le gustó porque
ése nunca lo hacía. Entonces ahí está el litigio, el tira, el afloja, el
que yo traigo, el que yo llevo, o no voy...” (M. A. 1995).
las cañas del rewe mientras las nubes indicaban que llovía en casi todos los
parajes de la Colonia excepto en la pampa donde se estaba llevando a cabo
el camaruco. A continuación, durante el awkeo (ronda de caballos) que se
realiza con los potrillos blanco y alazán,17 este último detenía permanente-
mente la marcha y no lo podían hacer avanzar. La pillañ kushe18 se separó
del coro de mujeres, se dirigió hasta donde estaba detenido el potrillo y le
sacó varios tayïl. Lentamente se fue reanudando la ronda de caballos y el
camaruco prosiguió normalmente. Sin embargo, las señas ya estaban dadas
y, durante los discursos finales, se recordaron “otros tiempos mejores” y
algunos pronosticaron también la pérdida del camaruco.
Estos dos anuncios, distanciados en el tiempo, muestran la permanencia
del “discurso de la pérdida” a través de los años. Si bien el ngïllatun se ha
continuado realizando, y los camarucos criticados de ayer son los ejemplares
de hoy, estos vaticinios siguen siendo un tópico importante en los discursos
que reflexionan sobre esta práctica. La “pérdida” deviene, entonces, en
un símbolo metacultural a partir del cual se disputan sentidos de cultura,
tradición y pertenencia. La presuposición de un contexto de pérdida o de
incertidumbre con respecto al desarrollo del ritual puede tener implícito,
entonces, un desacuerdo con los proyectos vigentes de comunidad.
Esta incertidumbre era la que expresaba un anciano a través del relato
de un sueño que había recibido. Transcurría en el lelfïn (pampa del cama-
ruco) donde años atrás se había realizado la ceremonia que ahora había
cambiado de lugar. Él asociaba los significados de su sueño con el destino
de la comunidad:
“Retiraron el camaruco del lugar, del lugar donde desde hace muchos
años hicieron camaruco, hicimos ahí. Yo tuve una experiencia de ahí,
sobre una máquina que estaba trabajando ahí. Sí yo hace poco tiempo
17. Este contexto es sumamente sensible y delicado para recibir señales, puesto que
en ese momento se están preparando los potrillos que serán utilizados en el kushito, la parte
más sagrada e importante del camaruco, según me explicaron algunos pobladores.
18. Si bien el conocimiento sobre los códigos sagrados y normas de la sociedad
mapuche no está controlado por las pillañ kushe sino por todos los ancianos prestigiosos
de la comunidad, estas mujeres poseen un don especial para establecer contactos con los
ancestros. Por esta razón, algunos autores (cf. Foerster 1993) y algunos consultantes mapu-
ches consideran que la pillañ kushe puede ser una “derivación” de las machi (“machi del
ngillatun, la pillañ kushé, toca el kultrung pero no le dentra al arte de aliviar a la gente,
aquí, hay puro de esos que dentran en el ngillatun nomás, una machi de nosotros, porque
nos toca el kultrung”, A. Calfuman 2001).
que me vino como un sueño, por un rato nomás. Había como quince de
esos gringos grandotes trabajando con esa máquina en el valle”. Él les
pregunta entonces qué estaban haciendo y ellos le explican: “Estamos
rellenando toda esta parte para donde vinieron a aposentarse los viejos de
antes, los abuelos, dicen, está todo por hundirse para abajo se ha hundido
mucho, pero ya lo estamos rellenando todo pero con todos los muertos”.
Se aflige su corazón porque en el sueño veía cómo caían, pegados
entre sí, “los viejos”, “los muertos de antes”. Después de compartir el
sueño con su señora, ambos llegan a la conclusión que era un aviso:
“no se va a hacer más el camaruco” (Nahuelquir 1996).
“Tienen que ser franco en su palabra para decir que fue bueno, no
tiene que pensar dos palabras, cambiarse de pensamiento, tiene
que tener buen pensamiento, sos hombre joven, no es de risa el
que formó el mundo. Yo no tuve ninguna falta en todo el tiempo
en que hice el camaruco, tendrían que haber hecho lo mismo, por
eso dios me ampara en toda mi vida. Me pasaron cosas malas en la
familia pero igual no puedo dejar la religión, voy cumpliendo con
las condiciones que me dejó dios.”20
20. Traducción del mapudungun rápida y sin corregir del “discurso final” del camaruco
(1985), realizada por Martiniano Nahuelquir durante el trabajo de campo de 1996.
M: ... todo eso me acordé la vez pasada... cuando casi pasé de largo,
pero parece que había soñado che... [cuenta en mapudungun su
sueño sobre el fin del camaruco, y luego prosigue]. Las condiciones
del abuelo, bisabuelo... no le llevaron el apunte y por eso me calló
tan mal a mí... no tendrían que haber entregado.
D: el nieto largó el cargo che, el que afloja pierde, como dicen.
M: Claro.
D: La culpa no es del cabecilla actual, el que lo pidió fue el finado
Vicente, que no dejaran, yo te lo voy a dar por cierto Martiniano.
Vicente sabía llorar y pidió a este cabecilla para ocupar el lugar que
habían dejado los otros… el que afloja pierde, porque no van a dejar
tirada las cosas, tenía que organizarlo aunque no sepan mucho
M: [interrumpe] Sí eso sí... dios los iba a ayudar, como decían los
viejos de antes...
Como han señalado otros autores (p.e. Olivera y Briones 1987, Delrio
2005), los primeros años en la conformación de “las comunidades mapuches”
estuvieron marcados por un contexto de desplazamientos y reubicaciones
de las personas, a partir del cual se han ido agrupando diferentes familias
que no necesariamente integraban la misma “tribu” antes de la conquista.
Las nuevas comunidades se fueron construyendo a partir de dos tipos de
lazos afectivos. Por un lado, aquellos que respondían a la pertenencia a un
linaje o grupo parental y que, en la mayor parte de los casos, eran relacio-
nes intercordilleranas. Y por otro, aquellos lazos establecidos por alianzas
políticas y experiencias compartidas de persecución, temor, peregrinaje y
negociación entre linajes y familias diferentes, relaciones que también se
fueron estableciendo en un espacio físico y social que, para los indígenas,
aún no se encontraba separado por la frontera binacional.
En relación con estas revisiones locales de la historia, el objetivo de este
apartado consiste en reconstruir las complejas cartografías que subyacen en
la “memoria espacializada” (Alonso 1994) de Cushamen. Al narrar las his-
torias de las andanzas prerreduccionales, del poblamiento de la Colonia, de
la constitución de los parajes y de las antiguas pampas (lelfïn) del camaruco,
los sujetos revierten muchos de los estereotipos y simplificaciones utilizados
para deslegitimar las demandas territoriales de los mapuches y tehuelches.
A partir de esta historia local es posible repensar tanto la noción de linaje
como los procesos más generales de la historia de un Pueblo. En la memoria
colectiva residen las respuestas indígenas a los criterios hegemónicos que
subrayan la extranjería mapuche, la separación –y el enfrentamiento– entre
mapuches y tehuelches o la falta de antigüedad de los pobladores indígenas
en las tierras reclamadas. Por tal motivo, intento ser fiel a los recuerdos y
los puntos de vista de mis interlocutores y dejo en suspenso, por no ser
pertinente aquí, la verificación de aquéllos con otras fuentes de datos,
como archivos y registros oficiales de la zona. Estos itinerarios y mapas de
la memoria que, parafraseando a Brow (1990), están confeccionados con
sus silencios estratégicos, sus reinterpretaciones desde un presente situado y
con errores inocentes, son también documentos de la historia y comparten
su estatuto de verosimilitud y validez.
La imagen de una comunidad homogénea, la dominancia del linaje
Nahuelquir, el silencio sobre otras pertenencias y la omisión de las histo-
rias trágicas han sido, desde la constitución de la Colonia, un efecto de los
procesos de diferenciación hegemónica. Es decir, de las construcciones de
otredad indígena que el Estado-nación utilizó desde entonces para inter-
pelar –y construir– a los sujetos con los que estaba dispuesto a negociar la
inclusión. Una larga historia de violencia física y simbólica en conjunción
con otras técnicas de evaluación y premios resultó efectiva para fijar las
identidades en un sentido nacional y folklórico.
A partir de las campañas militares de 1878-1885 al este de la cordillera
de los Andes el desplazamiento de los grupos mapuches ha sido un patrón
permanente. La experiencia de la persecución y del desalojo ha sido tanto
heredada de los antiguos como vivida en el presente. Por esta razón, la
historia nativa es una narrativa del movimiento: de “tolderías” o “pobla-
dos” itinerantes en contextos de persecución, de campos de concentración
y deportación; una historia de regresos y reestructuración familiar y, en
consecuencia, una memoria de la diversidad. En este sentido, la historia
mapuche puede ser contada como caminos zigzagueantes1 que conectan
pasado y presente a través de los relatos; historias que son ellas mismas
incorporadas al paisaje. Diferentes prácticas sociales de la vida cotidiana
evocan recorridos donde se reúnen familias que, hasta entonces, habían
tenido historias diferentes. La geografía no sólo transporta referentes his-
tóricos, sino que también organiza la forma en que estos hechos pueden ser
interpretados en una estructura temporal de relaciones sociales (Rosaldo
1980, Rappaport 1990).
1. ITINERARIOS DE REESTRUCTURACIÓN
“Cada año que transcurre valoro más las palabras de ella (su abue-
la), ante la adversidad hicieron lo que nadie podía creer que iban a
hacer, que era sobrevivir y después reconstruirse como pueblo, eso
es maravilloso…” (Mauro Millán, Indymedia 16/02/07).
“Sí, dicen, que adonde ellos sabían estar dicen que había de esas
manzanas silvestres, le decían Manzana Mapu. Y también contaban
qué linda manzana había en esa parte, esos dicen, los viejitos, los
primitivos decían, y tal vez creo yo que sea acá cerca, Junín de los
Andes, debe ser, que le decían. ¿Cómo es? pillañ mawida, la cordi-
llera (1998).
Para los cronistas, Sayhueque aparece como uno de los principales jefes
entre los grupos emparentados que conforman Las Manzanas. Sin embargo,
en las mismas fuentes quedan en relieve la importancia de la autonomía
de los “linajes” y la autoridad de sus representantes para emitir opiniones e
influir en decisiones colectivas.
En las actas de casamiento del registro civil (Finkelstein 2000), Yanka-
kirque figura como el nombre del abuelo de Miguel Ñancuche Nahuelquir.
Sabemos que Juan Ñancucheo, cuñado de Sayhueque, pelea contra los sol-
dados argentinos en el lago Huechulafquen en 1882. Al año siguiente escapa
hacia el lado occidental por un paso cordillerano ubicado al sur del volcán
Lanín. Después de unas semanas, Gregorio Urrutia, comandante chileno,
reporta haberse entrevistado con Ñancucheo con el fin de convencerlo de
que acepte el perdón del general Villegas y retorne, entonces, a la “nación
argentina”. Esto nunca sucedió, puesto que, dos meses después de su huida,
el 9 de marzo de 1883, Juan Ñancucheo muere de disentería en el valle de
Maquehua. Su gente se encontraba entonces dispersa entre “varias tribus”
del valle central (Delrio 2005).
Posiblemente haya sido Miguel Ñancuche Nahuelquir, nieto de Yanka-
kirque, quien haya retornado con parte de la gente manzanera que integraba
4. Ver al respecto el análisis que Walter Delrio realiza sobre las crónicas de Pascual
Coña (Delrio 2005).
7. A este respecto, nos remitimos a los trabajos de Enrique Mases (2002), Diana Lenton
(2005) y Walter Delrio (2005).
8. Este viaje de Ñancuche parece estar relacionado con el que relatan las historias de
“sacrificio” (ver apartado anterior). Ver también Walter Delrio (2005).
ellos buscan una ruka de mapuche donde hacer la parada y descansar. Esto
sucede en Viedma, Bahía Blanca y en distintos puntos del camino.
Los campos de concentración funcionaron hasta la década de 1890. En
1886, Valentín Sayhueque y Miguel Ñancuche Nahuelquir estaban concen-
trados bajo el control del ejército en Chinchinales. Aproximadamente un
año después, ambos caciques se encuentran en un parlamento en General
Conesa, donde los longko, las machi y los ancianos de ambos grupos discu-
tieron el destino de su gente, las estrategias a seguir en el nuevo contexto
interétnico y las relaciones de prestigio entre ambos caciques (Vignati 1966).
Por su parte, los pobladores de Cushamen recuerdan que en esos años hubo
un encuentro donde una machi pronosticó el destino de ambos grupos; en
estas historias, las alianzas de antaño entre los Nahuelquir y los Sayhueque
habrían dado lugar a dos proyectos políticos y trayectorias diferentes.
La “época de Chinchinales” es el contexto espacial y temporal de las
historias de dolor, pero también el lugar donde se gestaron o profundizaron
estrategias y alianzas políticas. Allí se encontraban miembros del grupo de los
Prane, los Nahuelpan y los Napal, con quienes la gente de Ñancuche también
seguiría estando relacionada después de sus respectivas relocalizaciones.
En este tiempo de mayor sometimiento, recordado como el tiempo en
“el que estábamos prisioneros” o en el que “fuimos cautivos”, los miembros de
los distintos grupos parentales mapuches y tehuelches continuaron siendo
parte de una extensa red de relaciones sociales y políticas que se extendía
tanto a través de la cordillera como de Norte a Sur. La resistencia ha con-
sistido en una forma de moverse en un espacio hegemónico donde el “estar
relacionado” –creando parentesco y alianzas– adquiría las formas de una
política mapuche y autónoma.
diez años. Aquí es adonde fueron llegando muchos de los familiares que
habían sido llevados a otros sitios o adonde se acercaron, desde lugares
diferentes, familias relacionadas por parentesco o por trayectorias similares.
Fragmentos de esta historia, más detallada en el testimonio de Miguel Cayú,
circulan en los relatos de origen de la Colonia. Los pobladores de Colonia
Cushamen recuerdan que en estos desplazamientos, durante la primera mi-
tad de la década de 1890, es elegido Miguel Ñancuche Nahuelquir cacique
y representante de 23 familias.
En 1899 ya se encontraban en las tierras de Colonia Cushamen,9 las
cuales les fueron adjudicadas por decreto del general Roca a “Miguel Ñan-
cuche y su gente”:
“Así don Ñancuche hizo todo lo que pudo él, hizo todos sus trámi-
tes como corresponde, y juntó a sus personas, entregaron la tierra
y tuvieron que venir a la tierra de a pie [...] todos vinieron” (P.
Nahuelquir 2001).
9. La zona de Cushamen volvió a ser ocupada por los mapuches y tehuelches unos
años antes de 1899, puesto que Clemente Onelli escribe ese mismo año una carta al pre-
sidente Roca donde informaba que allí ya estaban viviendo “30 familias muy laboriosas
y agricultoras” (15/6/1899. AGN, S VII, F. Roca, L. 87). Esta anterioridad también puede
probarse por las descripciones de la revista Caras y Caretas de 1899 donde se menciona
que, para ese año, las familias de Cushamen ya habían realizado plantaciones y mejoras
en los campos.
10. La madre de Isaura Huenchunao contaba que las ancianas de las diferentes familias
de la Colonia se juntaban a tejer prendas para que Ñancuche solventara con ellas sus viajes
a Buenos Aires y se presentara como un “gran señor” (I. Huenchunao 1995). Prudencio
Nahuelquir recuerda que su padre le decía: Cuándo iba a poder el pobre anciano mandar a
su hijo a Buenos Aires, porque finalmente, dice, todos decidieron que era mejor, vinieron
e hicieron una recolecta de plata para poderlo mandar a Buenos Aires a hacerlo estudiar
y volviera a defender a toda la gente que estaba acá (P. Nahuelquir 1999).
“Cuando iba a ser el desalojo acá en el 37, dice el papá que él, cuando
el abuelo fue a querer parar el desalojo, que querían a ver si podían
hacer algo para parar el desalojo, dice papá que fue a dejar al abuelo
en Ñorquinco, en Ñorquinco agarró y cruzó y fue para Cushamen
y pararon en la casa de Rafael Nahuelquir, y ahí el cacique le hizo
una nota, un escrito para el presidente... una ayuda para parar el
desalojo” (José Prane 2006).
“Dios nos ha hecho nacer en los campos y éstos son nuestros; los
blancos nacieron del otro lado del Agua Grande y vinieron después
a éstos que no eran de ellos, a robar los animales y a buscar la plata
como ya hemos visto, recuerdan los cruces a Chile y el inicio del camaruco
en la zona de Trankura. Por lo tanto, estos sitios físicos conforman, en las
memorias colectivas, un “espacio practicado” (Clifford 1997) por personas
que los han transitado como lugares de apego, de acción y de alianzas. En
algún momento de estos recorridos los diferentes grupos parentales fueron
entablando relaciones más o menos perdurables entre sí, motivados por las
cambiantes coyunturas políticas y sociales.
Las “andanzas de las tribus”, parafraseando el título del manuscrito de
Cayú, nos permiten entender el linaje en su profundidad histórica. Desde
esta perspectiva, las comunidades mapuches-tehuelches actuales no son
un mero aglomerado de “restos de tribus” o espacios circunscriptos a la
gente de un solo cacique (Delrio y Ramos 2006). Las relaciones actuales
–políticas, parentales y rituales– son el resultado de un largo proceso donde
las distintas trayectorias de los linajes se fueron encontrando en un espacio
físico y social. En la memoria oral, el linaje es también un espacio de iden-
tificación desde el cual la agencia indígena ha desplegado sus estrategias
políticas, lealtades y resistencias.
12. El mismo relato contaba José Ñanco de la comunidad Llafenco (Chile) sobre los
tiempos en que sus abuelos escaparon de la Argentina.
13. Joanne Rappaport (1990) también sostiene que, en las tradiciones orales, las
cadenas de transmisión del conocimiento histórico son importantes en la medida en que
ayudan a sus receptores a actualizar imágenes sobre el pasado dotadas de gran fuerza y
que hacen que la gente entre en acción.
14. Las almas o espíritus de los grandes guerreros o grandes hombres no pueden morir.
Ellas entran en ciertos animales, como el nawel (Alonso Kintul, en Koessler-Ilg 2006), por
ello, el tigre es tanto una objetivación de los ancestros como el lugar donde se resguardan
las imágenes de fortaleza y resistencia.
15. Este animal, que aparece en muchas narrativas mapuches, es definido por Adolfo
Meli de Colonia Cushamen (en comunicación personal con Lucía Golluscio) como “animal
peligroso que viene del Norte y ataca y mata a la gente” (Golluscio 2006:247).
Por un lado, los tayïl, del mismo modo que las narrativas del regreso,
suelen ser un bien cultural asociado con las mujeres. Ellas son quienes
“sacan” (ejecutan) estos cantos durante la realización del camaruco u otras
rogativas familiares. Incluso, es en algunas mujeres mapuches en quienes
suele recaer la responsabilidad de “levantar” y transmitir los conocimientos
antiguos a través de los tayïl. Por otro lado, la imagen del regreso que re-
pone el Nawel Ngïtram parece abrir la posibilidad de múltiples sentidos en
el marco tradicional de los conocimientos mapuches (Golluscio y Ramos
2006). Desde el punto de vista del linaje, la Historia del Tigre permite hacer
significantes ciertas conexiones con los eventos del pasado. Aquel tiempo
y lugar de encierro, “donde todo le sacaron, su nombre le sacaron”,18 se opone
a los espacios de encuentro con el nawel19 y “la casa” familiar, es decir, al
tayïl. Precisamente, la identificación con un grupo de pertenencia definido
en términos de parentesco se encuentra entre los sentidos más entrañables
y profundos del tayïl.
De acuerdo con Celinda Leviú, longko de Costa de Lepá, a través del
tayïl la persona recibe “muchas cosas”, pero principalmente la historia de
sus orígenes y el conocimiento de sus ancestros. Quizá las “historias tristes”
también se resguarden en ellos cuando los sentidos de pertenencia, muchas
veces dolorosos, se transforman en sentidos afectivos más emotivos e in-
decibles: “Provienen muchas cosas del kempeñ [tayïl familiar], muchas cosas
buenas, y tiene que tener mucha historia para poder saber (...) es mucho más
que un canto para sacar, es algo muy grande y doloroso también, le dan ganas
de llorar” (C. Leviú 2005).
En este sentido, “sacar un tayïl” en la intimidad del hogar o heredar en
la cocina de la casa el ngïtram de la familia son también prácticas constitu-
tivas de la memoria. “Seguir los ritmos (o los caminos) antiguos” consiste
en actualizar, en prácticas más o menos cotidianas, y más o menos formales,
los principios de la relacionalidad mapuche.
18. Frase tomada del texto del nawel tayïl analizado por Lucía Golluscio (2005).
19. En otros ngïtram el lugar del tigre puede ser ocupado por otros personajes como,
por ejemplo, el ñamku o el pie de piedra. Sobre este último ver el ngïtram de los Calfucura
analizado por Lorena Cañuqueo (2005).
“La chica dijo que ella bajaba del cielo para decirle a Juan Tramaleo
que tenía que hacer el camaruco. Porque antes de la guerra eran
los otros viejos, la gente antigua, los caciques principales los que
hacían el camaruco. Pero ese día, cuando disparaban, le dijeron a
Tramaleo ‘usted tiene que hacer el camaruco, y así va a vivir mu-
chísimos años’. Así que ahí dice que empezó a hacer camaruco”
(Foyel Quintunahuel 2006).
2. MAPAS DE DIVERSIDAD
En 1899, por decreto del presidente Julio Roca, se les otorgan al cacique
Miguel Ñancuche Nahuelquir y su gente las tierras de Colonia Cushamen.
Desde entonces, el presupuesto de patrilinealidad y la creencia arraigada de
que la comunidad es equiparable a un único linaje nos llevaron a soslayar
las complejas relaciones parentales que la constituyen.
En la vitrina titulada “Cushamen” del Museo Leleque (Chubut) se
define a la comunidad de la siguiente manera:
“Ellos son de otra tribu, son de la tribu Calfupan, claro, si antes eran
todas tribus acá en la Colonia” (F. Nahuelquir 1996).
Lámina 4
LAS PEIMERAS FAMILIAS DE LA COLONIA
“Les quitó la tierra a esos pobres paisanos ahí, que decían que
solamente para chupar y qué sé yo, y él agarró que le iba a dar un
derecho allá en Bolsón que tenían derecho con casa y todo, que los
iba a llevar allá, entonces los fue a llevar con un camión y los fue
a dejar a un campamento. ¡¿Mirá qué... no tendrá castigo de dios
eso?! ¿No le dará castigo dios? Un campamento... ¡Mirá!... acá en
los bosques. Ahí fueron a parar. Algunos Napal... así varios. Vivían
aquí cerca, les voltearon todos los ranchos, les quemaron, todo les
hicieron. Ha pasado aquí cada injusticia, los pobres paisanos [se le
quiebra la voz]” (M. Nahuelquir 1996).
22. Las tierras de la reserva fueron disputadas por distintos comerciantes, pobladores
y grandes casas comerciales desde la década de 1920.
23. Si bien considero que el modo en que Telleriarte obtuvo la propiedad de los lotes
puede ser cuestionado desde el inicio, algunos aspectos del proceso ya han sido oficial-
mente reconocidos como “dudosos”. En una nota del IAC de Rawson –dirigida a Julián
Millanahuel en 1995– esta oficina reconoce que en 1966, cuando se le entregan los títulos
de propiedad a Telleriarte, se omitieron algunos datos sobre los pobladores que figuraban
en los lotes y que se les deberían devolver las tierras.
24. Las maquinarias hegemónicas de expropiación fueron descriptas en varios traba-
jos y sobre contextos históricos y regiones diferentes (ver al respecto Radovich y Balazote
1992, Falaschi 2004, Delrio 2005, Ramos 2005).
que “Juan Napal andaba medio caído” cuando los ingleses le pidieron
permiso por dos años para pasar la línea del alambrado unos kilómetros
más abajo del mojón correspondiente25 y a lo largo de la reserva. Este
“alquiler” no fue olvidado por los pobladores, quienes sostienen que la
línea nunca volvió a su límite original, produciendo consecuencias ne-
gativas durante todos estos años: “Si ven entrar animales nuestros los sacan
para afuera rajando” (N. Napal 1996), “dejó muy arrinconados los animales
y se fueron muriendo ahí en la orilla, arrinconados” (O. Napal 1997), “por
eso nosotros quedamos acá ajustados en el lugar, y muchos tuvieron que irse
de la reserva” (N. Napal 2005). La historia de Reserva Napal sintetiza
las experiencias de expropiación que también son compartidas por los
pobladores de otros parajes.26
En estos mapas, entonces, puede observarse que los desplazamientos
no cesaron con la fundación de la Colonia. Para las familias mapuches y
tehuelches, la emigración por razones laborales, por la saturación productiva
de las tierras o por el despojo son vivencias cotidianas. En la actualidad, las
amenazas de desalojo, los desalojos que han sido efectivizados y los que aún
son resistidos –como el caso de los Napal, los Fermín, los Huenchunao o los
Curiñanco, quienes están en conflicto por sus tierras– siguen siendo parte
de la historia de la colonia. Teniendo en cuenta la imposición hegemónica
de los desplazamientos, considero que la comprensión de la historia debe
empezar desandando estos caminos y reconstruyendo sus contextos de
dispersión y reestructuración familiar:
“Cuando ves una tapera y ves los árboles guachos, eso seguro que
es gente que se ha tenido que ir al pueblo porque no los dejaban
vivir” (I. Jaramillo c10/1998).
“Es una injusticia (...) y ese vamos a tener que impedir, que sigan
firmando papeles de desalojo, ésas son ventas ficticias que hicieron.
No sé hasta cuándo vamos a poder recuperar esta tierra, pero que-
remos impedir que esas situaciones sigan iguales, y en esto estamos
empeñados todos los aborígenes” (discurso del cacique Florentino
Nahuelquir, 9/11/91).
“Cabecillas los dos, uno por un lado y otro de este lado, claro, porque
tiene que haber dos cabecillas que atienda un grupo, cada grupo de
la comunidad, porque ahí cada grupo cada cabecilla tiene su grupo,
sus personas” (P. Necul Nahuelquir 2001).
“Ellos son de la parte de Ranquilhuao, eso está dividido por ca-
cique, porque cada cacique lleva a sus familias más cercanas” (F.
Millanahuel 1996).
“Los que han sido gente del finado Vicente Nahuelquir, ésos lo siguen
al cabecilla de ellos, y se juntan ahí, llegan de a caballo, gente muy
unida” (F. Nahuelquir 1995).
“Yo soy de la parte de mi abuelo, porque yo soy descendencia de
mi padre y siempre voy a la par de mis familiares” (Fr. Nahuelquir
1996).
“Dos banderas va a haber, una de aquel longko y otra del longko de
acá. Sí, así es como está hecho” (D. Miranda 1996).
“Se trata de con quién uno está más relacionado, entonces por
eso yo veo que aquí se mira más nuestras raíces, digamos, se mira
más nuestra raíz, y me parece que ustedes miran más el papá y la
mamá y los hermanos, y nada más, no se ven los bisabuelos, ni los
tatarabuelos ni ninguno de esos antiguos. Pero aquí sí, acá nosotros
conversamos con nuestros abuelitos cosas de antes, que ya se fueron,
pero es así, son muy familiarizadas, la gente mapuche es así, mira a
su familia con otro aprecio” (S. Millahuala 1999).
En definitiva, como dijo uno de los ayudantes del camaruco, “la división
en dos cabecillas ya viene desde que se empezó el camaruco y cuando llega el día
la gente ya sabe y va con su cabecilla” (A. Nahuelquir 1998).
De acuerdo con la distribución geográfica, se podría afirmar –pero sin
tener en cuenta numerosas excepciones– que las personas de los parajes
Colonia, Mina Indio, Reserva Napal, Costa de Ñorquinco, Fita Miche,
Cushamen Pueblo, Fofo Kawell y Río Chico pertenecen a la parte Colonia,
mientras que Ranquilhuao, Tropezón, Blancura, Rinconada y Vuelta del Río
se identifican con el cabecilla de Ranquilhuao. Esta división, sin embargo,
no podría explicar por qué los descendientes de Agustín y Rafael Nahuelquir
–hermanos de Ñancuche–, aun cuando algunos de ellos viven actualmente
en la zona de Ranquilhuao, participan de la parte de Colonia.
El único camaruco que actualmente se realiza en Cushamen es defi-
nido como la continuación del camaruco de los Nahuelquir. En este caso
en particular, la distribución de linajes entre las dos partes se subsume en
una identidad común. Esto mismo es lo que explica Luján Nahuelquir, del
siguiente modo:
27. Cuando Colonia es el nombre de una de las partes del camaruco se está hacien-
do referencia al paraje Colonia propiamente dicho, donde se asentaron Ñancuche y las
familias más allegadas a él.
El actual cabecilla del camaruco nos cuenta que antes “todos los que
vinieron juntos eran compañeros” e, igual que Fermín, subraya la convivencia
a través de la realización de varios camarucos anuales:
Lámina 5
LAS “PARTES” DEL CAMARUCO
Fernando
Nahuelquir
Ñancuche Fidel
1 1
Parte de Ñancuche
Pampa en Paraje Colonia Cushamen Parte de Fidel
Cabecilla: P. Necul Nahuelquir (hereda Pampa en Paraje Ranquilhuao
por lakutún de su padre con Ñancuche) Cabecilla: Víctor Nahuelquir
Lámina 6
PAMPAS (LALFIN) Y CABECILLAS DE CUSHAMEN
28. El paraje Vuelta del Río de la Colonia Cushamen obtiene personería jurídica como
comunidad indígena independiente en 1997, cuando se inscribe en el Registro Nacional de
Comunidades Indígenas (RENACI, Resolución 528/97). Desde entonces, los descendientes
de los antiguos cabecillas han comenzado a levantar el camaruco de sus abuelos.
burocráticos de los últimos años, del mismo modo que los derechos del
pueblo mapuche no pueden ser rebatidos por los argumentos de extranjería
o inmigración tardía. La memoria mapuche repone lugares de origen, de
apego y de tránsito en un extenso territorio antes, durante y después de la
vigencia de fronteras e imposiciones estatales.
Por otro lado, cuestionar las definiciones de linaje que aíslan el análisis
del parentesco de las relaciones históricas de poder. En contextos diferentes
de persecución, destierro y exclusión, los usos mapuches del linaje –am-
biguamente usado aquí como pertenencia a un grupo que se define como
“familiarizado”– han permitido la reestructuración de los grupos parentales
y la recomposición del entramado social. Mientras los discursos hegemó-
nicos que circulan actualmente suelen poner en sospecha la autenticidad
de quienes se identifican como mapuches en las ciudades, muchos jóvenes
urbanos encaran el proyecto de reconstruir sus itinerarios de pertenencia y
la historia de sus linajes. En esta empresa, ellos saltean las reservas y sigilos
de la historia oficial a través de las historias heredadas en los diferentes
registros de la memoria familiar (ver Cañuqueo 2005).
En pocas palabras, el linaje constituye un marco tradicional de conoci-
mientos para hacer significantes las conexiones con los eventos del pasado.
En las familias mapuches han circulado por generaciones las historias de
origen, derroteros, persecuciones, arribos, retornos y desalojos. Su vigencia
interpretativa impugna los silencios hegemónicos al mismo tiempo que
restaura la espesura histórica de la agencia indígena.
“Esa piedra había rodado allí, enviada por Dios según lo anuncia
el machi predecesor, como una advertencia que el Espíritu Eterno
hacía al cacique demostrándole el descontento con que había mi-
rado el que no hubiera hecho ‘rogativas’ para agradecer a quien lo
había formado, el buen resultado de una excursión, realizada hasta
la isla Choleachel, y los pocos disgustos que en ella había tenido.
Algunos astros y los fenómenos meteorológicos, tales como ciertos
vientos, exhalaciones nocturnas y bólidos que, según los indios, los
grandes jefes, tienen por guías en sus cruzadas, no habían dejado de
presentarse, haciendo propicio el viaje; sin embargo, mi compadre
no había hecho ningún sacrificio de víctimas ni licores” (Moreno
1969: 115).
Este capítulo aborda los sentidos del linaje desde el punto de vista de
las relaciones sociales con los ancestros. La experiencia de ser miembro de
un linaje también incluye prácticas heterogéneas por medio de las cuales
las personas mapuches llegan a relacionarse con sus antepasados.
De acuerdo con mis interlocutores, aquel Espíritu Eterno del que ha-
bla Moreno es una entidad compleja, con múltiples niveles y mediaciones,
donde los ancestros del linaje poseen un rol central. El pasado y el presente
–los conocimientos tradicionales y las nuevas coyunturas de reflexión– se
conectan en una relación dialéctica donde los muertos y los vivos mantienen
1. “Los primeros son panmapuches, sin nexos de filiación con ningún grupo par-
ticular. Los segundos, en cambio, se relacionan con sus parientes a través de líneas de
descendencia directa. En otras palabras, la diferencia entre estos dos tipos de antepasados
radica primariamente en una función del tiempo y en sus status dentro de la genealogía
de linajes” (Dillehay 1990:81).
“No tiene que haber ningún error... Cada parte tiene su costumbre
en la pampa, y eso es muy delicado, muy delicado. Lo que decían los
antiguos tiene que ser así. Cuando hay un poquito de error sucede
desgracia. A uno lo acompaña la mala suerte cuando no lo hace
bien en condición, viene la mala suerte de una y otra manera: o
por los sembrados, o por la crianza, o si no por la familia, salen mala
la familia, los hijos... Así que esa parte mapuche es muy delicada,
todavía hay mucha delicadeza” (M. Meli 1999).
Como señala Lucía Golluscio (2006), este poner en escena debe ser
asumido por oficiantes idóneos para ejecutar los contenidos y las formas del
ritual de manera impecable. La recreación de esta fidelidad con el pasado
es permanentemente evaluada por la comunidad, porque de ella depende
el bienestar de las familias.
Por un lado, la confianza en las competencias de los ejecutantes del
ritual asegura el efecto buscado de cancelar lo malo y convocar el bien. En
caso contrario, algunos participantes podrían sentir que las “condiciones” de
sus abuelos no se encuentran representadas en el camaruco: “Las peticiones
2. En la zona de Trankura, por ejemplo, una mujer evaluaba los distintos camaru-
cos: “Pero no me gustó cómo lo hacen ellos, además que siempre traen el tiempo malo,
en cambio cuando Huampoe hace el ngillatun le es rara la vez que llueva, siempre días
bonitos” (N. Huilipan 2001).
no son las mismas que hacíamos acá y ya no me gustó, porque allá lo hacen de
otra manera... otro recurso... otro modo de petición, y nada bueno va a pasar”
(M. Napal 1995).
Por otro lado, una concepción del mundo donde el bien y el mal con-
viven en la vida cotidiana explica la necesidad de las personas de invocar el
bien (kïme) y propiciarlo en rituales privados e informales. En estas ejecucio-
nes individuales, también es en la fidelidad con el pasado de los ancestros
–en la “memoria buena de la tierra”– donde reside el poder performativo y
transformador del ritual. Por eso, cuando uno de sus parientes “anda mal”,
Mercedes se levanta temprano a la madrugada para hacer un ngïllatun: “Que
dios me lo bendiga a mi hijo, de los males, que mi hijo se componga, sea mejor
amigo que enemigo, que dios me alumbre ese hijo, que él se recupere, que tenga
su memoria buena en esta tierra donde nació y será siempre” (M. Meli 2002).
La percepción afectiva de que “las peticiones no son las mismas” presupone
que la fidelidad con el pasado suele circunscribirse a la continuidad, a través
del tiempo, de un grupo particular de pertenencia. Cuando una persona
siente que la historia –el conocimiento– del linaje persiste en determinadas
prácticas, podrá “sacar” (desplegar) las experiencias que la definen como
mapuche; podrá encontrarse con los ancestros y, entonces, consigo misma.
Aunque en ocasiones la profundidad afectiva de los vínculos con el pasado
puede expresarse en narrativas históricas, ésta es resguardada y localizada
en lugares externos que, en apariencia, pueden parecer inconexos. Las tra-
yectorias sociales vividas por los antepasados se funden en las trayectorias
presentes en estos lugares de memoria, o, como dice Mercedes, en la “buena
memoria en esta tierra donde nació y será siempre”.
3. LOS PORTALES
A través de los portales se asiste otra vez a un acto creador donde alguien
aprende la lección de la antigüedad para ocupar un nuevo lugar social. En
estas ocasiones se recibe el destino de ser una “persona especial”, es decir,
una persona impregnada con el prestigio de los antiguos y encargada, desde
entonces, de transmitir y custodiar la memoria social:
El sueño como una pieza poética de oratoria mapuche –el texto que
narra un sueño–3 ha sido uno de los temas trabajados en mi tesis de maes-
tría (Ramos 2003a). En esa oportunidad, el interés residía en los valores
comunalizadores de esta narración, específicamente en su utilización como
criterio legitimador de prácticas sociales y discursivas, en tanto opera como
zócalo entre los proyectos o decisiones futuras y el presente incierto del
sujeto que sueña. El sueño revela una orientación de la vida y la instaura
como ineludible. En este sentido, el sueño también se encontraría entre las
prácticas discursivas y simbólicas que puede mediar una destinación legítima
para ocupar un lugar social de prestigio en la comunidad.
Los distintos cargos del camaruco suelen ser otorgados a partir de los sueños.
Uno de los ayudantes de cabecilla, por ejemplo, supo que iba a tener este cargo
desde que le contó un sueño a su abuela: “‘Si vos sos un hombre, me dijo ella,
cuando seas mayor vas a hablar en el camaruco’, y justamente ahora tengo el cargo
que solía tener mi abuelo” (D. Miranda 2001). Del mismo modo, una pillañ kushe
cuenta que “en sueño” le dijeron que tenía que “agarrar ese cargo”, que tenía
que tocar el kultrún, “entonces dije que yo no podía pero me insistieron,4 después les
conté el sueño a todos en público, cuando estábamos en reunión, y ahí fue que lo
aceptaron” (G. Coña 2001).
También en sueños el nieto de Ñancuche recibe la orden de dejar el
cargo de cabecilla. Su padre fallecido se presenta en el momento de una
terminación de camaruco y se dirige al otro cabecilla, Vicente Nahuelquir:
“Mirá tío Vicente, le dijo, hoy nos vamos a apartar, le dijo, yo estoy enojado le
dijo, yo estoy enojado con vos le dijo porque yo he dejado puesto a mi hijo, y
vos no le diste valor” (F. Nahuelquir 1996). Tanto acceder como salir de un
determinado lugar social puede estar “bajo relación de un sueño”, es decir,
“ordenado por dios” (F. Nahuelquir 1996).
Algunos pobladores de Cushamen me han explicado que durante los
sueños los espíritus vuelven a la tierra y se hacen presentes para revelar
o avisar algo a los vivos (“mi abuelo soñaba, recibía, tenía ese espíritu que le
avisaba las cosas en sueños y entonces le hacía caso”, M. Napal 1995). Otros
describen los sueños como una separación del espíritu y el cuerpo, donde
el primero viaja a lugares o tiempos sagrados (“en sueño me avisa porque el
espíritu de nosotros no duerme, nuestro cuerpo se queda y el espíritu se va, y ése
es el que sueña, en otro lugar” (F. Nahuelquir 1995). En ambos casos, el sueño
es un portal hacia el espacio y el tiempo de los ancestros.
Me interesa detenerme aquí, en la fuerza histórica de los sueños, para
establecer continuidad entre los ancestros y sus herederos. Los conocimien-
tos, valores y costumbres antiguas, en los que se basa la pertenencia a un
linaje determinado, pueden recibirse en los sueños. Tallar el original en lo
nuevo (Taussig 1992) significa aquí transformar a una persona en herede-
ra de “las condiciones antiguas” y revelarle el conocimiento de su origen
(“ese sueño viene porque los antiguos nos dan su entendimiento como sueño”,
M. Nahuelquir 1997).
A continuación, presento dos relatos de sueños donde los narradores
describen los usos culturales de este portal. El primero pertenece a un ca-
becilla de camaruco y el segundo, a una pillañ kushe o tamborera, ambos de
la zona de Cushamen. Ellos se describen a sí mismos a partir de los destinos
que les fueron forjados en este encuentro con sus antepasados.
Las visitas o viajes del sujeto que sueña refieren al encuentro con los
ancestros en el que reciben “el entendimiento”, “los conocimientos” y “la
conversa”. Aquella historia que los define, desde el punto de vista mapuche,
como personas especiales. El sueño es, entonces, una práctica cultural de
pasaje, puesto que, en definitiva, es el medio por el cual el ser se constituye
en un heredero de la antigüedad. Será como tal que, desde ese momento,
dará significado a su vida y a sus experiencias. A través del sueño, las per-
sonas seleccionan vocabularios, normas y sistemas de juicio desde un marco
de interpretación mapuche para ver el mundo.
Hasta aquí hemos descripto el sueño como un ofrecimiento de los ante-
pasados, pero también por medio de él se sabe cómo y cuándo los ancestros
deben ser propiciados (Foerster 1993:134). La propiciación de los espíritus
ancestrales también forma parte de las relaciones de reciprocidad.
Por todas las damas que hay yo agradezco porque si no hay dama
no hubiéramos estado nosotros
M: —Claro
D: —Sí señor, y eso es lo que tenés que hacer vos ¿eh? Si no tenés
para hacerlo enseguida, ‘vino tenemos’, dijo el paisano.
M: —De ése tenemos.
D: —Con ése, con un poquito de vino nomás, con ése avisale: ‘Pasa
esto, estoy así, apurado, tanto hay que hacer allá’. Para hacerle a uno
hay que hacerles a los dos [madre y padre] lo mismo ¿eh?, ‘gracias
por lo dicho’. Sí, porque uno tan pronto no va a ser [refiere al cargo
de representante].
M: —Claro.
D: —La mamá lo va a perdonar, el papá también, los va a encontrar
y los va a dejar muy alegres.
M: —Y yo no hice caso... yo escuché la palabra mapuche de los
antiguos, en el camaruco, cuando íbamos a salir, en el aire, y eso
que tanto ruido había, y no lo hice, y al poco tiempo nomás me
vine a quedar sordo.
D: —Y vos tenés que decirle: ‘Por qué estoy así... yo sé que estoy...
pero me vas a tener que perdonar ¿eh? y yo no sabía nada’.
M: —Claro, no sabía.
D: —Claro, ‘y otro me dijo, y hoy por eso vengo aquí, apuradito a
avisarle a usted mamita, me va a perdonar, le traigo esto’. Le dejás
un paquete de yerba y le tirás un poco de vino y le decís todo lo que
vos puedas... (D. Miranda y M. Napal 1996).
MN: —Bueno, hay que ir, para que le salgan las cosas buenas.
M: —Sí, voy a ir.
MN: —A mí me pasó, no sé si te he contado... aquí esa vez cuando
me mandaron a hablar en lengua a la terminación del camaruco,
yo era joven todavía. Bueno, hablé pero se me trabó la lengua y se
rieron todos mis familiares, se reían de mí. Bueno, después de eso
mi mamá me dio el consejo de que tenía que hacer rogativa en la
tumba de Fidel [hermano de su padre y cabecilla de camaruco] (...)
“Hay que pedirle a dios ‘vaya a pedirle todo, que te dios, y que el
espíritu, te dé las condiciones que han tenido ellos para que pueda
hablar en el camaruco”, había ido al espíritu que se llama Fidel, ése
era un libro abierto para hablar, ése tenía historia de todo, de todos
los aborígenes, y bueno así fui, llevé los sacrificios de vela, mudai
(...) Cuando llegamos casi a los dos días antes del camaruco tuve
que ir a su tumba y empecé a hablar por qué causa iba, les pedí a
Fidel y a mi papá poder hablar en el camaruco, prendí una vela y
tiré mudai. Sentí como un aliento, un espíritu que me levantaba el
pelo. Y después de eso, cuando llegó el camaruco ‘con permiso, yo
también voy a hablar’. Cuando llegué con esas condiciones, hablé,
hablé con el espíritu de los viejos y la gente me respetó. Conoci-
miento que nos dan (M. Napal y M. Nahuelquir 1996).
4. CONTRAPUNTOS
8. Sobre este uso de ciertos hitos geográficos en la construcción del linaje, nos conta-
ba Carlos Nahuelquir: “Tenía un entusiasmo tremendo de ir al lugar de Ñancuche, donde
habían estado alguna vez los cimientos de su casa. Yo nunca había pisado en ese suelo,
pero yo fui con un pensamiento mío, de pisar en ese lugar y pedirle a Ñancuche que yo
como nieto, que era algo... que era un lugar virgen para mí, un lugar natural se puede
decir ¿no? Y yo le pedí a él que espiritualmente me dé la posibilidad de palabra, le pedí
humildemente, en silencio, me paré ahí y le pedí” (Cs. Nahuelquir 2002).
consistía en saber quién era la persona que estaba enferma, cuál era su
composición, es decir, “de dónde venía”.
El valor de la historia se funda en el hecho de que las experiencias
pasadas son materia de reflexión en el presente y modelo para la acción
futura (Tonkin 1992). En esta misma dirección, los miembros de la sociedad
mapuche consideran las experiencias buenas y malas de sus antepasados
una parte constitutiva de su cultura (Dillehay 1990:85). Es decir, experien-
cias y luchas que no han sido elegidas operan como orientaciones, señalan
sentidos e indican direcciones (Sider 1997). Por lo tanto, el poder de los
antepasados no proviene sólo de su función mediadora, sino también de
que ellos representan “la historia total de su cultura”, constituyendo de
este modo las fuentes de conocimiento para todo pensamiento y acción
humanos (Foerster 1993: 75). La historia no se construye con aconteci-
mientos cronológicos, sino con los pensamientos y reflexiones que producen
conocimiento del pasado.2
La experiencia ancestral se incorpora a las experiencias cotidianas y
presentes a través de aquellas prácticas sociales que vinculan el conocimiento
resguardado por la tradición con sus usos ideológicos y sociales en el mundo
de la vida. Esto ocurre, por ejemplo, en las conversaciones sobre tiempos
antiguos (ngïtramkam), cuando los cabecillas o principales se dirigen a la
comunidad o cuando alguien recibe el tayïl de su familia.
En este contexto de socialización, algunas personas serán destinadas
específicamente a recibir “las condiciones” de su linaje y el compromiso
social de que éstas se continúen en las generaciones futuras.3 Como conté
anteriormente, en un katrïdungun en su casa, Vicente Nahuelquir eligió a
sus sucesores para la tarea de “levantar el camaruco”. Los tres ancianos
que en esa oportunidad fueron interpelados por él citan las palabras del
2. Ibidem.
3. Son muy frecuentes, en los discursos que circulan en la zona, la explicitación del
compromiso de continuidad y la evaluación de las conductas en esta dirección, entre quie-
nes son considerados herederos de los conocimientos de un linaje: “Y así, muchos tienen
pensamiento bueno, muchos malos, yo gracias a dios seguí con esto, con este rakiduam
[pensamiento] que dejó mi madre y mientras yo viva voy a seguir. Voy a seguir haciendo
el camaruco, voy a seguir sacando mi palabra, dondequiera que estén los espíritus van a
llegar” (C. Leviú 2005). “Porque aquí nomás tenemos a algunos que cambiaron de religión
y dejaron de ir al camaruco. Eso es la bronca que yo tengo, eso me indigna a mí, siempre
lo digo, cómo puede ser... qué memoria puede tener una persona, cómo va a pisotear lo
que el padre le dejó, siendo que vienen de una familia de camaruqueros, por qué aban-
donan” (Am. Nahuelquir 2002).
Unos dicen:
venir cuando lo solíamos hacer en nuestra parte, nuestro, que dejaron los
abuelos, decía, no estoy a mi agrado, oculto mis pensamientos porque no
tengo pensamientos buenos, hoy ya no me encuentro tan bien, no sé por
qué será’. Y el cabecilla me contestaba desde su caballo: ‘Por algo es,
el espíritu de uno por sí solo no se retira, el espíritu no acompaña si se
hace en el caris, en las condiciones de otro’”.
Otros responden:
relacionales que corresponden (p.e. “mi abuelo”, “su sobrino”, “el bis-
nieto”) (Ramos 2003b).5
Un dirigente nos decía que él no podía elegir dejar de ser mapuche
porque en su persona perdurarían rastros de sangre y de conciencia de la
pertenencia a un Pueblo (“cómo haría con mi abuela, con mi padre... con todo
esto que estamos contando ahora...”, CL 2005). Esta conexión es siempre
interpuesta por los padres y abuelos, pero más allá de ellos las relaciones
pueden ser recreadas hacia otras estructuras solidarias de pertenencia.6 A
continuación, describiré los usos públicos y convencionales de este discurso
en dos contextos rituales diferentes: el awïn (ritual funerario) y la termina-
ción del camaruco.
En términos bajtinianos, el ser deviene en un sujeto determinado y defi-
nible cuando es posible anticipar su finalidad (Bajtin 1999). En primer lugar,
mientras es imposible la unidad conclusiva y permanente del ser cuando
todavía es proyecto y acontecimiento en el mundo de la vida, el epitafio,
en cambio, representa un modo simbólico de creación estética donde esta
conclusividad es posible. Segundo, la totalidad del sentido de una vida se
encuentra en la postura valorativa de la propia comunidad de pertenencia
(Bajtin op. cit). De acuerdo con estas dos ideas generales, entiendo los
discursos frente al difunto en la ceremonia del awïn como un paradigma
mapuche sobre la idea de sujeto. En esa ocasión, los “principales” del linaje
ejecutan una serie de discursos donde se habla sobre la persona fallecida en
tono elogioso y estableciendo sus relaciones genealógicas con los referentes
principales de su linaje. La persona es entonces creada estéticamente –con-
cluida como un tipo de sujeto determinado– desde la postura valorativa de
sus antepasados. En palabras del mismo dirigente mapuche, comprenderse
a sí mismo desde las creencias originarias es “saber el linaje”, esto es, conocer
de “dónde viene uno” (su historia) y, principalmente, entender que uno es
“parte de la tierra” y al morir vuelve a ella (CL 2005).
He visto que cuando la persona que fallece es considerada prestigiosa
o es muy querida por su comunidad se reúne muchísima gente para par-
ticipar del awïn. Hace unos años, los caballos pintados de azul y mirando
5. En gran parte de los discursos orales, estas aposiciones señalan más una relación
genérica que lazos consanguíneos. La “abuela María” –una de las mujeres fallecidas que
suelen ser citadas en la zona como autoridad– puede ser la aposición utilizada por el hijo
de su hermana, por un sobrino o por un pariente político y distante.
6. En este sentido Faron (1997:39) habla específicamente de la manipulación de las
genealogías en determinados contextos rituales.
7. Las pocas veces que estuve presente en estas ceremonias no asistí como investi-
gadora sino como amiga, por eso es que me limito aquí a recordar en términos generales
y sin transcribir ninguna cita.
8. En este último acto ritual las mujeres y hombres “principales” se separan del resto
de los participantes para “dar vueltas en el kushito” y allí sacar el tayïl a “los animalitos
que entran al camaruco”. Si bien comienza y termina el acto cuando la tamborera ejecuta
determinados tayïl fijos, durante aquél “cada uno saca también el tayïl que quiere para que
los animalitos lleven al pillañ esas palabras... se va sacando tayïl bajito, para que escuche
uno mismo nomás” (D. Meli 2004).
que nunca se da”, D. Meli 2004) o sobre los tayïl personales (“el tayïl tiene
que tener mucho sabiduría y saber qué es lo que es el tayïl, pero no puedo decir
ahora porque no se puede, queda mal”, Leviú 2005). En ambos casos nuestras
interlocutoras decidieron interrumpir el tópico y explicitar las normas que
orientan el proceder con respecto a ciertos índices de la cultura mapuche.
En esta oportunidad, ellas anuncian explícitamente los límites entre la in-
formación pública y privada, otras veces he tratado de interpretar las pistas
metaculturales para respetar estos silencios en el armado del corpus. No
obstante, en ningún caso transcribo los tayïl.
A los fines de nuestra discusión, la selección diferencial de los temas
de la cultura en ámbitos definidos como interétnicos es un dato central. Por
un lado, los tayïl son vividos por las personas mapuches como un ámbito de
reserva semántica resguardado históricamente de la sociedad dominante
(Golluscio 2006), y por el otro, señalan los límites étnicos de pertenencia.
Estos “cánticos”, siempre dentro de la esfera sagrada, son ejecutados en
señaladas, casamientos, ritos funerarios, nacimientos, visitas, entre otros
contextos formales e informales. Siguiendo con el énfasis del capítulo, me
centraré específicamente en sus usos durante la ceremonia del camaruco.
En este ritual, los pobladores de Cushamen distinguen dos tipos de tayïl:9
unos que indican los actos y momentos diferentes del camaruco y otros
que señalan los sentidos de pertenencia de los participantes del ritual. Con
respecto a la primera clase de tayïl, nos explica la ayudante actual de la
pillañ kushe:
9. Estas clases diferentes de tayïl fueron constatadas por otros autores en otras zonas
del territorio mapuche (ver, por ejemplo, Golluscio 1992).
10. Con la ejecución del tayïl se actualizan, en palabras de Lucía Golluscio, el poder
performativo y la función mágico-religiosa de la lengua, puesto que la palabra recupera
su poder fundante y creador del mundo que se quiere prefigurar con el ritual (Golluscio
2006). Cuando las mujeres sacan el tayïl en el momento en que se pintan los caballos, dice
la autora, “se hace lo que se dice. Después de esa parte del ritual los participantes ya son
‘otros’, el mismo tayïl así lo afirma: ‘ya son dios’” (Golluscio 1992:159).
En un sentido similar, Carmen, quien había sido pillañ kushe hasta hace
unos años, nos dice que apenas llega al lugar donde se realiza el camaruco,
la tamborera tiene que sacar un tayïl para que la gente se vaya acercando a
la rueda. La anciana aclara que es necesario “tener sentido” (conocimiento
antiguo) para sacar los tayïl en los momentos precisos. Así, por ejemplo, ella
tenía que hacer el tayïl del pillañ cuando los hombres awkeaban, pero saber
que en el momento que empieza el baile “sale otro” (C. Calfupan 2005).
El conocimiento común de que “el camaruco no es así nomás porque
tiene muchas partes y cada parte tiene que tener tayïl” (L. Nahuelquir 1996)
fundamenta otras ideas importantes sobre la cultura mapuche: la que afir-
ma, a partir de estas relaciones entre forma y contenido, la existencia de
“distintos estilos” en la realización del camaruco y aquella otra que sostiene
que en Cushamen el camaruco se “levanta” cumpliendo con el estilo de sus
abuelos (“nosotros lo cumplimentamos11 con ese estilo”).
La segunda clase de tayïl es aquella que se asocia con el concepto de
kempeñ, haciendo referencia a la relación de las personas con sus antepasados
del linaje.12 Éstos suelen ejecutarse cuando los participantes del camaruco
bailan el purun alrededor de las cañas. Las mujeres del coro entonces sa-
can el tayïl a sus familiares y a aquellos otros bailarines cuyos tayïl les son
conocidos.
No todas las mujeres del coro conocen los tayïl de todos los participantes.
Esta situación lleva a que la ausencia de ciertas ancianas en la ceremonia
implique que los cantos de algunas familias, o miembros de ellas, no sean
ejecutados durante su realización (“Elena andaba enferma, y eso para mí es muy
triste, porque es la única que puede sacar nuestros tayïl”, G. Nahuelquir 1998).
En general, esta última clase de tayïl fue interpretada por los inves-
tigadores como expresión del principio de descendencia patrilineal. Con
11. Expresión local utilizada para connotar el compromiso y la obligación que invo-
lucra la realización del camaruco.
12. El kempeñ suele ser definido como el tayïl principal. Una persona puede tener
muchos tayïl, pero el kempeñ es uno solo (Moira Millán, comunicación personal).
13. Son varias las familias de Cushamen que tienen tayïl mapuche y tayïl tehuelche.
Hablando de su interés por aprender los tayïl de todos los participantes del camaruco,
una de las ayudantes de la tamborera nos dice, por ejemplo, con respecto a la familia de
Necul Nahuelquir: “La idea de ellos, así, como cantan ellos, no puedo, porque ellos tienen
también el tayïl tehuelche” (Nahuelquir 2004).
llorando, se aleja sin hacer daño (E. Nahuelquir 1997), los segundos a un
tigre que se revuelca en los pastos del valle y trota en la nieve, donde bajan
los ñires, buscando animales para carnear (C. Antilef 2004).
En cuarto lugar, algunos tayïl “se piensan en vida” y, aun cuando la
relación con el linaje sigue siendo importante, el nombre del canto no tiene
que ver precisamente con los apellidos (“no sé qué tayïl tendría mi papá, lo
tengo que pensar, porque eso se piensa, dios me va a decir algún día cuál es mi
tayïl verdadero”, D. Meli 2004, “mi padre estaba tocando la trutruka y lo sacó
él mismo en vida, trata sobre el lugar donde vinieron ellos, cuando salió de allá
formó un tayïl y lo heredamos nosotros”, Leviú 2005).
De acuerdo con las observaciones hechas hasta aquí, considero que el
tratamiento de un tema tan íntimo y sagrado como éste, desde el punto de
vista de alguien que no es mapuche, puede ser más interesante enfocarlo
desde sus aperturas hacia distintos sentidos que intentar cerrarlo en algún
tipo de sistematización. Ante este tipo de símbolos culturales, mi pro-
puesta aplica algunas de las claves de interpretación que Ricoeur (1976)
denomina “escucha” o “restauración”, esto es, buscar comprender a partir
de las reflexiones nativas que, desde un lugar situado y actual, “vuelven a
recordar” al “sacar un tayïl”. Como lugares de memoria, los tayïl definen
nuevas experiencias como viejos enigmas.
Los tayïl que identifican a una persona como miembro de un linaje
reconstruyen experiencias de pertenencia y devenir a partir de actualizar
los vínculos afectivos con “las condiciones heredadas”, con una historia
de origen y con aquellos ancestros en los que funda su “ser mapuche”.
Por lo tanto, centraré estas últimas reflexiones en las interpretaciones
locales de la expresión, usual entre los pobladores de Cushamen, “estamos
formados como tayïl”.
Una primera interpretación es aquella que puede recurrir, por ejem-
plo, al uso metafórico de “la marcación”14 para explicar la asociación del
tayïl con un “señalamiento”. Para algunos pobladores, entonces, la acción
de pintar los caballos antes de iniciar el camaruco representa ritualmente
14. Para José Bengoa, la prueba de que entre los linajes o grupos la propiedad del
ganado era medianamente clara es, precisamente, la antigüedad que en territorio mapuche
tienen las marcas de animales y las ceremonias de “marcación”. Desde sus inicios, en el
siglo XIX, en estas fiestas se separan los animales de una determinada familia y se los dis-
tingue con algún tipo de “señal”, antes eran cortes de oreja o signos similares y, ya en el
siglo pasado, la marca se hizo de acuerdo con la costumbre pampeana de usar símbolos
grabados con fuego en el cuerpo del animal (Bengoa 1985:61).
la metáfora de la marcación: “Para que dios vea qué color llevan los caballos
y no se confunda, porque muchos hacemos camaruco, pero de distinta manera,
para indicar que somos nosotros, de este lugar” (D. Meli 2004). Y, en el marco
de esta idea, la siguiente interpretación: “Dios nos tiene a todos marcados, el
tayïl es una seña que le da dios” (C. Nahuelquir 2004).
Esta interpretación del tayïl como señal es actualizada, por ejemplo,
en las fundamentaciones para no asistir a otros camarucos. Una anciana
explicaba que no puede asistir a “tayïlquear” a cualquier camaruco porque
“nosotros tenemos conocimiento por parte de los padres de nosotros, descen-
demos nosotros de la tribu de Ñancuche y nada parecido otro camaruco” (E.
Nahuelquir 1997).
Esta misma idea es la que está implícita cuando se define el tayïl como
kempeñ. Afirmaciones como las siguientes ponen el énfasis de la interpre-
tación en la figura de la marca: “Tayïl le dicen al tayïl cuando por ejemplo te
pueden preguntar ‘che, qué tayïl tiene señora’” (C. Calfupan 2005); “en el tayïl
hay mucha diferencia con otro lado, de otro lado no sacan el tayïl como uno de la
otra zona porque ése viene por familia, y por nieto, y por abuelo” (G. Nahuelquir
1998); “ése es el tayïl, quiere decir que es distinto porque cada otro tiene otro tayïl,
no ve que la torcaza con el avestruz no juntan y con el guanaco tampoco, ésos
son tayïl” (R. Prane 1996); “cada uno tiene su modo de cantar, cuando los tayïl
son diferentes no hacen contacto con otra zona porque es la propia idea de uno,
las tribus no cantan de la misma forma, por eso son diferentes” (L. Nahuelquir
1997). Y habría muchos otros ejemplos para citar aquí.
Sin embargo, las interpretaciones suelen ir más allá de esta idea cuando
incorporan los sentimientos y los afectos en la figura de la marca. Por consi-
guiente, “estar formados por el tayïl” es algo más profundo que el hecho de
“estar marcados” (diferenciados). En esta dirección, una de las especialistas
de Cushamen en el tema afirma que estas diferencias se basan en “las ideas”
que un linaje ha tenido a través del tiempo:
3. DOBLECES EN EL ALMA
Como dijimos antes, después del momento “más delicado” del camaru-
co, el kushito, en el que las palabras de los “principales” y sus tayïl son llevados
“por los animalitos sagrados hasta el pillañ”, comienza “la terminación”, en
la que los cabecillas y ancianos prestigiosos se dirigen a su comunidad.
En ese momento, el espacio y el tiempo vuelven a ser aquellos de la
cotidianeidad, pero el ánimo de sus participantes se ha fortalecido:
“Wiñolantvletuayiñ, pu ce.
Estaremos volviendo el día, gente (estaremos volviendo a la vida
normal)
Kvmey tamvn yafvluwvn tati, pu lamgen, pu ñaña, pu maje, cokvm.
Es muy bueno que se hayan dado ánimo, hermanas, hermanos,
sobrinos.
Pewmagen kvmeyawaymvn rakizuam mew, fey mew ga xipakey tvfaci
zugu.
Ojalá anden bien en su pensamiento, pues de este pensamiento se
realiza esta ceremonia (si uno tiene bien el pensamiento se puede
hacer esta ceremonia)
Tvfa mew ga ñi mogepan tayiñ fvta maje,
Aquí es donde vivió nuestro viejo tío
famueci ga elgepayiñ tvfaci mapu mew.
Así es como nos dejaron en esta tierra (se refiere a la ceremonia
que se está haciendo en ese momento y que fue fundada por Ñan-
cuche)
Pewmagen ga kvme wiñotuayiñ. Kvme amulniefiliyiñ tvfaci zugu kvme
ga feleñmuayiñ,
Ojalá estemos volviendo bien (cada uno a sus hogares). Si conti-
nuamos llevando bien esta ceremonia estaremos bien, pues”15 (M.
Nahuelquir, Discurso final, 1996).
El siguiente texto fue creado por un anciano cuando nos iba traducien-
do un discurso de terminación pronunciado hace 20 años por el cabecilla
Vicente Nahuelquir y que, en ese momento, estábamos escuchando juntos
de una grabación familiar. Hacia el final, la traducción se irá recontextua-
lizando en un nuevo discurso:
“Ahí dijo que le pasaron cosas malas en la familia pero que igual
él no podía dejar la religión. Él va cumpliendo con las condiciones
que le dejó dios, dice ‘engendrado por dios’, pillañ fïcha, pillañ kus-
he, donde se hacía el camaruco... que toda la rogativa la hacía por
mandato de dios. Dios lo agrandó a su corazón... no puede hablar
porque está haciendo esfuerzo por no llorar ahí... Recuerda a su
padre, a todos los abuelos, lo que le enseñaron, lo que le dejaron,
1. AGENTES DE LA HISTORIA
3. LA LOCALIZACIÓN DE LA MEMORIA
“Somos una de las tantas familias que tenemos un origen bien defi-
nido, somos mapuche y conservamos valores y legados de nuestros
antepasados, valores que no nos han podido ‘alambrar’, tenemos
memoria y ésta nos alienta a seguir proyectándonos hacia el futuro”
(Carta pública de Atilio Curiñanco y Rosa Nahuelquir, 2006).
“... nuestros pies están encallecidos por los largos caminos que nos
ha tocado recorrer” (9/11/91 cacique de Cushamen Florentino
Nahuelquir).
historias. Las imágenes del pasado, aun sin conformar narrativas, desafían
tanto las fronteras hegemónicas de clasificación como las sospechas intere-
sadas sobre la autenticidad cultural y territorial. En este sentido, entiendo
los pliegues del linaje como conciencia histórica, es decir, como experiencias
sociales y personales internalizadas que, en sus relaciones con el exterior,
reponen certezas para decidir y actuar en procura de “la vida mapuche digna
de ser vivida”.1
Por un lado, la definición dominante de descendencia por afiliación
patrilineal es desplazada por las imágenes alternativas de grupos parentales
que se fundan en contextos históricos específicos y por distintos mecanis-
mos de “familiarización”. Por el otro, los contextos de crisis y conflictos,
momentos en los que la memoria social ha trabajado más arduamente en
la creación de modos alternativos de transmisión de imágenes compartidas
(Melion y Küchler 1991), adquieren nuevas dimensiones y significación
en las memorias mapuches y tehuelches. Así, la memoria social sobre las
experiencias de los antepasados repone imágenes impensables de campos
de concentración, torturas, deportaciones, hambre y muertes, pero también
del “regreso”, de las agencias indígenas y del “estar en lucha”.
Las historias de Cushamen, como las de Rosa, Atilio y Fermín con
las que comienza este libro, son ejemplos de lo que el cacique Florentino
Nahuelquir expresó en uno de sus discursos: “Nuestros pies están encallecidos
por los largos caminos que nos ha tocado recorrer”. Sin reponer este marco de
interpretación del pasado, con foco en el desplazamiento más que en las
fronteras, no es posible encarar una discusión seria sobre el derecho indígena
a la autodeterminación en su territorio.
En los mismos espacios sociales en que los indígenas suelen ser pues-
tos bajo sospecha de inautenticidad, las personas mapuches y tehuelches
reconstruyen sus pertenencias familiares y reestructuran sus alianzas. Y, a
partir de sus certezas y búsquedas personales y colectivas por saber “de dónde
vienen”, la historia tendrá que cambiar.