Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
El Señor me invadió con su fuerza y su espíritu me llevó y me dejó en medio del valle,
que estaba lleno de huesos. Me hizo caminar entre ellos en todas direcciones. Había
muchísimos en el valle y estaban completamente secos. Y me dijo:
Yo le respondí:
– Señor, tú lo sabes.
Y me dijo:
– Profetiza sobre estos huesos y diles: ¡Huesos secos, escuchad la palabra del
Señor!
Así dice el Señor a estos huesos: Os voy a infundir espíritu para que viváis. Os recubriré
de tendones, haré crecer sobre vosotros la carne, os cubriré de piel, os infundiré espíritu
y viviréis, y sabréis que yo soy el Señor.
Entonces él me dijo:
Y me dijo:
Andan diciendo:
Y cuando abra vuestras tumbas y os saque de ellas, sabréis que yo soy el Señor.
Infundiré en vosotros mi espíritu, y viviréis; os estableceré en vuestra tierra, y sabréis
que yo, el Señor, lo digo y lo hago. Oráculo del Señor
Para comprender mejor este precioso texto del libro de Ezequiel, conviene que
situemos bien su contexto. ¿Para quiénes está hablando el profeta? ¿Qué
acontecimientos sociopolíticos están en la base de lo que nos relata el libro?
Remontémonos al final del siglo VII a.C., al año 609. Ese año muere el rey Josías
y con él termina el esplendor del reino de Judá. A partir de ese acontecimiento el
pueblo de Israel pierde la independencia plena y el país se ve abocado a un
momento de crisis. Tanto Egipto como Babilonia imponen sus gravosos
impuestos; los dos grandes partidos muestran tensiones continuas y las injusticias
se propagan fomentadas por el gobierno del momento. Por desgracia, una
realidad que se ha repetido y multiplicado a lo largo de la historia y que no nos
resulta tan desconocida. El rey Joaquín, que subió al trono ese mismo año, se
sometió primero a Babilonia, pero luego dejó de pagar el tributo que le pedían y
ello provocó un primer asedio sobre Jerusalén y la deportación de un importante
grupo de judíos en el año 597. Parece ser que, entre ellos, tuvo que marchar
Ezequiel siendo aún joven.
Tras este hecho y según fuera el deseo del rey de Babilonia Nabucodonosor, los
reyes son erigidos y depuestos continuamente. Acontecen conflictos, intrigas
políticas, asaltos, violencia… La situación religiosa es irregular y finalmente, en un
nuevo asedio a Jerusalén, son incendiados el templo, el palacio real y las casas.
Los babilonios saquean los tesoros, derriban las murallas y deportan a un nuevo
grupo de judíos. Las instituciones más significativas y que hasta ese momento
habían sostenido al pueblo judío, desaparecen bajo el poder opresor.
¿Y el pueblo de Israel? Lo ha perdido todo: la tierra prometida, la ciudad santa, el
templo, la independencia. Ni siquiera le queda la esperanza del retorno o la
seguridad de ser el pueblo elegido y amado por Elohim. En medio de esta realidad
se alzarán voces como las de Ezequiel, que anuncian la inminencia de la
catástrofe… pero también la esperanza de la restauración. ¿Quién querrá
escucharle?
Ezequiel, por tanto, fue profeta del Exilio del pueblo de Israel. Como fue deportado
siendo aún pequeño, la vocación le fue dada ya en el exilio, es decir, mientras
experimentaba en su propia carne las dificultades, el miedo y la tentación de la
desesperanza. Sobresalió como un varón capaz de escuchar a Elohim y de
transmitir su Palabra. Muchos acudían a él para escucharlo como a “un trovador
de voz hermosa que sabe cantar” (33, 32), atendían a sus palabras, a su invitación
a cambiar de vida y a renovar la fidelidad con Elohim, pero luego no lo llevaban a
la práctica (33, 31). Parece que fue hijo del sacerdote Buzí y se piensa, por el
lenguaje que utiliza que quizás él mismo pudo serlo. Estuvo casado, sin hijos y
enviudó antes de la caída de Jerusalén. Ezequiel continuamente tiene visiones y
realiza acciones simbólicas y mímicas; es propenso al abatimiento aunque, al
tiempo, no deja de animar a la esperanza y la confianza. Por lo que podemos
saber, durante un período relativamente largo perdió el habla. Pero, una vez
recuperada, justamente en el momento del gran asedio a Jerusalén, Ezequiel no
tiene “pelos en la lengua”. Denuncia con claridad a los responsables de la
catástrofe: príncipes, sacerdotes, nobles, profetas, terratenientes (22, 23-31),
critica la corrupción, el mal uso que hacen de su poder los influyentes. En el
capítulo 34 de su libro responsabiliza de la injusticia reinante a los pastores (reyes)
y a los poderosos. Pero, precisamente, este capítulo nos abre el camino para una
nueva visión. Después de acusar a los responsables, Elohim anuncia a través de
Ezequiel que él mismo “apacentará a sus ovejas” (34, 16). Y esto dará paso a un
mundo nuevo. Tanto en la naturaleza (cap. 36) como en el ser
humano: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará… Os daré un
corazón nuevo y os infundiré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el
corazón de piedra y os daré un corazón de carne” (36, 25-28).
Este texto nace como respuesta a una queja: “Nuestros huesos están calcinados,
nuestra esperanza se ha desvanecido” (37, 11) y está compuesto por dos partes:
la visión-parábola (37, 1-10) y la explicación (37, 11-14). Ezequiel, en su visión, no
está describiendo algo que sea ajeno a quienes le escuchan. Un valle lleno de
cadáveres en descomposición y de esqueletos humanos sin enterrar no era, por
desgracia, un paisaje lejano a lo que el pueblo, en los asedios vividos, había
experimentado y contemplado. La clave es que Ezequiel está relacionando esa
visión conocida por ellos con sus propias vidas… los huesos secos no son de los
que murieron en las batallas, sino de los israelitas deportados, carentes de
esperanza y de confianza, descarnados por la miseria y la humillación. “¿Podrán
revivir esos huesos?”, dice el Señor. El profeta responde: “Señor, tú lo sabes”. Con
esta afirmación se subraya que es sobre esa imposibilidad, sobre la impotencia
humana, sobre la que actúa el Señor porque, humanamente, la repatriación es
imposible.
¿Y HOY?
Son muchas las razones que hoy podemos tener para el abatimiento… También
nosotros podemos decir: “nuestros huesos están calcinados”. Quien no vive en su
propia carne las secuelas de la mil veces nombrada “crisis”, la sufre en personas
queridas o la teme en un futuro no muy lejano. También nuestras instituciones
políticas y religiosas se tambalean… ¿quién no puede ver entre los huesos secos
los suyos propios?
Dios mismo, por boca de Ezequiel, nos alienta y regala una palabra de esperanza.
¡Confiemos! La clave no es que todo se vaya a resolver “en un soplo”… la clave
es que el soplo del Espíritu, el aliento de la Ruah, nos hace convertirnos,
volvernos al Señor y escuchar su Palabra. Y si la escuchamos, oímos que nos
invita a recuperar lo esencial: a abrirnos a las relaciones, alimentar la fraternidad,
vivir justamente, compartir los bienes, disfrutar de lo pequeño y poner nuestra
esperanza no en personas ni en bienes materiales, sino sólo en Dios.