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Análisis de las Redondillas de Sor Juana Inés de La Cruz.

El poema trata de una sátira, reclamo o crítica hacia los hombres que culpan a la

mujer seducida por acceder a sus pasiones sin darse cuenta de que la mitad de la
culpa es de ellos. Los hombres, según el poema, toman a la mujer por fácil si se
porta como Thais, y la tratan de cruel si no les corresponde: como Lucrecia lo
hubiera hecho si se hubiese dado cuenta de que se acostaba, con la luz apagada, no
con su marido sino con Sexto Tarquino.

Desde la primera estrofa, se hace evidente la sin razón masculina de la que habla
todo el poema. Se toma al hombre como la causa del efecto, es decir, que el
comportamiento de la mujer seducida se debe a los cortejos masculinos. De este
modo, se permite entrever en las líneas de Sor Juana Inés de la Cruz una dualidad:
un problema que obedece a lo pasional, asumido desde un punto de vista racional
y moralista. Dice el poema que el hombre quiere que la mujer sea decente, pero
que trata e insiste para que acceda a sus deseos. Más adelante retoma el tema: Y
después de hacerlas malas/las queréis hallar muy buenas. A partir de ahí, por medio de
antítesis, se evidencia la sin razón del hombre novohispano: se opone al rechazo de
la mujer que seduce, pero la culpa porque accede a sus deseos:

Combatís su resistencia

Y luego, con gravedad,

Decís que fue liviandad

Lo que hizo la diligencia.

También, teniendo correspondencia o indiferencia de la mujer, el resultado


siempre será negativo: o burla o queja:

Con el favor y desdén

Tenéis condición igual


Quejándoos si os tratan mal

Burlándoos si os quieren bien.

El poema ubica a los hombres en el círculo de la ilógica. No están contentos ni con


Thais ni con Lucrecia, porque a una la culpan por fácil; a la otra, por cruel. Una
culpa que, al final de cuentas, es compartida. El Yo poético no comprende cuál es
la mujer que el hombre quiere:

¿Pues cómo ha de estar templada

La que vuestro amor pretende

Si la que es ingrata ofende

Y la que es fácil enfada?

Sin embargo, a esto encuentra solución poniéndoles a elegir entre imperativos:


queredlas cual las hacéis/ o hacedlas cual las buscáis.

En las últimas estrofas del poema, el Yo poético se dirige a l hombre novohispano


para decirle que la culpa no es solo de las mujeres, sino que también es suya, pues
como se culpa a la prostituta de pecadora, también se culpa de pecador al que con
ella se acuesta, y así la culpa queda dividida, y ninguno es menos culpable que el
otro. Este es un ejemplo que se equipara a lo dicho en todo el poema: el hombre
culpa a la mujer sin darse cuenta de que la mitad de la culpa es suya. El problema
radica en que es el hombre el que conquista, y por ende, parte de él la culpa.

Antes de concluir el poema comparando al hombre, en promesas y súplicas, con el


pecado espacial y corporal, que lo caracteriza como ser pasional: con el diablo, la
carne y el mundo; antes de eso, el yo poético aconseja al hombre que deje de
cortejar a la mujer y que espere a que sea ella la que seduzca, para que con lógica y
razón, las críticas y reclamos hacia ella pudieran llegar a ser justos y
comprensibles.
Ahora bien, la moral es un valor evidente en el poema. La moral regula lo que es
bueno y lo que es malo, y más en un espacio socio-religioso como el de la Nueva
España: católico, gobernado por reyes y virreyes católicos. Sor Juana Inés de la
Cruz no podía prescindir de este valor, porque iba unido a su vida, a su trabajo, a
su vocación. Sor Juana se expresa no solo con su voz, sino también con la voz de la
feminidad del siglo XVII. La Respuesta a sor Filotea de la Cruz presenta un tópico
especial con el poema que se analiza: en la Respuesta, de la misma forma que en el
poema, se evidencia la réplica a las opiniones y pensamientos masculinos de la
época; en el poema, esta réplica se muestra como una objeción, según Octavio
Paz[6], a las incontables sátiras contra la mujer que circulaban en su tiempo. El
poema es una sátira a la hipocresía masculina y una afirmación de la moral rota
por ambos sexos, por causa de la pasión. Una balanza en la que pesa más el
instinto natural humano que un proceder racional y reflexivo.

Cervantes había trabajado, hacía unos años, sus novelas ejemplares bajo un tinte
moralista; Sor Juana lo retoma en el poema que se analiza y, en su mundo cristiano,
lo asocia al incumplimiento de los cánones morales, sociales y religiosos. El pecado
es delito moral: ¿por qué queréis que obren bien/si las incitáis al mal?, pero tal parece
que no se habla de un pecado exclusivamente masculino, sino de un pecado
mutuo: el hombre, según el poema, peca siendo tentación para la mujer, porque
por su culpa, por su insistencia y promesas, ella peca: pues en promesa e instancia/
juntáis diablo, carne y mundo, dice el poema refiriéndose al hombre, y uniendo entes
y espacios de pecado y tentación, a los que la mujer, por cuestiones naturales,
accede .

El solo concepto de culpa encierra moralidad y pecado. El poema presenta la


confrontación entre la culpabilidad masculina y la femenina, y uno de sus objetivos
es precisamente dejar por sentado que la culpa, relacionada, como ya se dijo, a la
moral y al pecado, es de los dos, del hombre y de la mujer: dos pecadores culpables
por sus pasiones.

Es, precisamente, este aspecto el que constituye otro valor en las redondillas: la
pasión, que en esta composición lírica se funde con una pretensión moralista. Sin
embargo, también propone un choque de lo pasional con esta temática. Como si se
dijera que ese accionar femenino que se recrimina y acusa está soportado desde la
naturaleza pasional femenina y, al mismo tiempo, que ese accionar es motivado
por la naturaleza pasional de los hombres, pero que, aún así, este comportamiento
se debe someter a un filtro moralista. Si se parte de la literalidad, las palabras
ansias, desdén, y fervor aluden a ese proceder pasional, y también se halla la
referencia a una pasión errada. Todo lo anterior asumido como natural y, sin
embargo, sometido a juicio. De esta forma entran en oposición un obrar bien y un
obrar mal, la resistencia y la liviandad, Lucrecia y Thais. Donde si se está del
segundo lado de la oposición se entra en el pecado.

En conclusión, se puede observar en estas redondillas una voz femenina contra la


hipocresía seductora de los hombres y una justificación del proceder instintivo de
las mujeres, desde una óptica moralista, que, en última instancia, determina lo
pasional como fuente del actuar humano. Además, constituye una muestra de
conjunción entre una forma estructural perfecta y un contenido que marca
trascendencia en las letras latinoamericanas. Así, aunque por razones obvias no se
hizo presencia de ese juicio en el siglo XVII, hoy es posible contar con este tipo de
muestras, que hacen asumir que los cuarenta eruditos asintieron con su cabeza la
magistral pluma e ingenio de Sor Juana Inés de La Cruz.

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