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“Las masas invisibles… y mudas”

Joaquín Bartoli (FACE 6075) Joacobartoli96@hotmail.com

Éramos alrededor de 50 personas. Sentados en círculo, nos mirábamos unos a otros.


Compartíamos el espacio del Aula Magna de la facultad, en el final de la clase de
Psicología Social. Formábamos lo que el profesor llamaba una “numerosidad social”.

Mediante una técnica ideada por el psicoanalista Fernando Ulloa como dispositivo de
ternura, la Asamblea Clínica, nos quedábamos después de la clase teórica y armábamos
una ronda. Era un momento en el cual, dejábamos de ser una simple masa de personas,
pasábamos a ser algo más. Acá la opinión de todos contaba por igual, en la medida en
que se dispusieran a compartirla. Sin líderes, ni consignas particulares. Cada Asamblea
era nueva, diferente a las otras.

En las pocas asambleas en que participé, pude darme cuenta de cierto clima que solía
instalarse siempre desde el principio. Un clima de tensión, de silencio. El silencio de la
expectativa diría, de la incertidumbre. Como si esos primeros minutos los usáramos para
medirnos un poco, atentos a ver quién tomaba la posta. Daba la impresión de que nadie
hablaría y la asamblea no empezaría nunca.

Este era el clima que respirábamos esa tarde. Parecía irónico que el tema de la clase
hubiera sido involucrarse. El profesor había terminado con la frase: "somos hechura de las
masas invisibles que nos precedieron”. Que hechura más tímida éramos, evidentemente
las masas invisibles que nos precedieron también eran mudas.

Pero aunque pareciera que la Asamblea nunca iba a empezar, siempre empezaba. El
silencio se rompió: una chica se animó a ser la que inaugurara la nueva sesión de la
asamblea, se decidió a tomar la palabra y actuar. Otros le siguieron, según indica el
procedimiento, hablando de otros temas, mientras la gran mayoría escuchaba en el lugar
de meros espectadores (entre los que me incluyo). Siempre haciéndose presente el
mismo silencio, entre un discurso y otro.

No se me ocurrían, o al menos no me sentía seguro como para expresar ningún


pensamiento en particular, así que me dediqué de lleno a escuchar. No solamente lo que
tenían para decir mis compañeros, si no también lo que no tenían para decir. Me decidí a
escuchar y prestarle atención al silencio vacío que aparecía apenas terminaba de hablar
alguien y que duraba hasta que otra persona se parara.

Me puse a pensar después en estos silencios, ¿a qué otros se parecían? No me faltaban


ejemplos de situaciones en los que se presentarán, eran más bien cotidianos. El silencio
de la mortificación, de la incomodidad, del malestar cultural diría Freud.

Entonces me acordé, que yendo ese día a la facultad, en el colectivo y como suele pasar
a menudo, un hombre descubrió al subirse que no tenía saldo en la tarjeta, por lo que le
pidió a alguno de los demás pasajeros si podía pagarle el pasaje. Entonces silencio
indiferente apareció brevemente.

No todos se desentendieron de este pedido, porque rápidamente una señora le pasó su


tarjeta al hombre que la solicitaba. Pero si fuese por muchos otros de los ahí presentes, el
hombre se tendría que haber bajado y caminar.

Un rato después, al mismo colectivo se subió una mujer embarazada. Todos los asientos
estaban ocupados. La mujer se quedó parada, sin hablar. Los demás pasajeros hicieron lo
mismo. El colectivo se mantuvo en total silencio por unos segundos, hasta que un hombre
se paró y le cedió el lugar a la mujer (otra vez, brevemente, el mismo silencio mudo).

Después, al llegar a la facultad, el Aula se llenó por completo rápidamente. Ante esta
situación, varios chicos que llegaron un poco más tarde se quedaron sin lugar y le
pidieron al profesor que preguntara si quedaba alguno libre. Había lugares, pero no
mucha gente dispuesta a hacérselos saber. Finalmente, después de dar algunas vueltas,
encontraron donde sentarse.

Incluso en la misma clase, cuando el profesor hacía una pregunta a los estudiantes, muy
pocos o nadie levantaba las manos para responder. Cuando consultaba si habían
quedado dudas, el silencio hacía entender que supuestamente todos habían entendido
todo (que buen grupo éramos…)

No me parecía que estos casos demuestren en la gente una actitud de maldad, como si
de alienación. Es difícil entender por qué en esos momentos, en los que lo esperable
sería que lluevan voluntarios ofreciendo boletos y asientos a quien lo necesite, lo que en
realidad abunda es el silencio. Estoy convencido a que gran parte de los pasajeros
estaban dispuestos a prestarse para solidarizarse, que muchos de los presentes en la
clase sabían la respuesta a las preguntas de la profesora o tenían dudas, pero nadie
levantó la voz. Es fácil comparar esas situaciones con las de la Asamblea, lugar en el que
todos o muchos tienen algo para decir, pero pocos lo hacen.

Quizás sea el miedo a salir de la comodidad que brinda permanecer en silencio, como
ajenos a la realidad, sin destacarse. Pero ajenos también al daño que esto nos hace:
reprimir las ideas, silenciarlas, contribuyendo a esa alienación.

Cuando volví a concentrarme en la Asamblea ya estábamos terminando. Algunos


hablaron, muchos otros callaron lo que tenían para decir. Supongo que algún día se
animarían a pararse y decir todo lo que se les pasaba por la cabeza. Supongo que algún
día yo también diría todo esto en lo que pensaba, cuando el silencio se presentara de
vuelta y me lo trajera a la memoria. Por ahí también, eso no pasaría nunca y todo seguiría
igual.

Nos paramos, nos despedimos y nos fuimos de la clase. Cuando fui a subir al colectivo,
me di cuenta de que ya no me quedaba saldo en la tarjeta…

Bibliografía utilizada:

- Castro, E. (2011). “Foucault: lo importante es tomar la palabra”. En Revista


Ñ. Filosofía. Diario Clarín.

- Taber, B. & Altschul, C. (2005) “Pensando Ulloa”, Artículos: “Presentación


autobiográfica y sus posibles adendas”, “Silencio, silenciamiento”, “La calle me
protege”, “La clínica en el galpón”, “Semblanzas de baquía”. Ediciones del zorzal.
B. As.

- Freud, Sigmund. Obras completas de Sigmund Freud. Volumen XXI - El


porvenir de una ilusión, El malestar en la cultura, y otras obras (1927-1931). 2. El
malestar en la cultura (1930). Buenos Aires y Madrid: Amorrortu.

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