me sentí como siempre lo bufoneaste. Soñé que me miraba al espejo y comprendí, porque no te quedaste. Soñé que me encontraba aquí, escribiendo esto, intentado procrastinar pensando en lo que dejaste. Soñé que comprendía al final del día, llamabas “pequeña” para minimizarme hacerme sentir dependiente de tu “grandeza” Soñé que ya no te necesitaba, No era como habías predicho toda la mierda que tiraste en mí, fue lo que me hizo comprender que eras tú el “don nadie”. Soñé que todas las veces en que “me necesitabas” tu egoísmo sediento de compañía. sabías muy bien como manipularme. Conocías el gran efecto que tenía el olor de tu cama en mí. Soñé que sacudía tu recuerdo de mi almohada, quemé las cartas en donde sínicamente citaste a Juan Rulfo rogaste como si yo fuera Clara. Yo sí te di mi amor enteramente y fue tanto, que no supiste que hacer con él. Soñé que me veía al espejo esta vez era más que suficiente no podía explicar la dicha de tenerme y de haberte enviado muy lejos. Que realmente no era yo, eras tú: lo poco, lo restante lo que me quitaba esa esencia del día. Soñé la verdad que nunca concebí. Jamás fui tu “cielo” ni tu “vida” mucho menos tu “amor”. Siempre fui infierno, muerte y desdicha. Un infierno que penetra hasta llegar a la coyuntura de tu más profundo deseo. Una muerte que se excita al jugar la ruleta rusa colocando solo dos balas. ¡Oh, la desdicha! ¿Qué será de nosotros sin las desdichas? Ellas proporcionan el valor de las cosas Soñé que ya dejé de soñar y que lo hice posible. Me desperté y no alisé el cabelló, lo dejé libre, tal como siempre fui, tú heriste mis alas, me definiste por el largo de mi falda, me sometiste a ser recatada, de una manera que ni la propia Sor Juana aguantaba. Y me agarré me agarré muy fuerte de mí misma todos los huracanes de tu odio no pudieron moverme comentarios minoritarios no opacaron la vela de mi barco. Estoy lista para llegar al puerto. Yo soy el puerto el detonante la puta malcriada y todas las ridiculeces que se te pudieron ocurrir en su momento.