Se puso la camisa, y con él recorrí el trabajo. Como
él solo concluiría en adelante de desmontar el yerbal, lo recorrimos en su totalidad. El sol acababa de entrar, y hacía bastante frío; el frío de Misiones que cae junto con el termómetro y la tarde. El extremo suroeste del bosque, lindante con el campo, nos detuvo un momento, pues no sabía yo hasta donde valía la pena limpiar esa media hectárea en que casi todas las plantas de yerba habían muerto. Eché una ojeada al volumen de los troncos, y más arriba, al ramaje. Allá arriba, en la última horqueta de un incienso, vi entonces algo muy raro; dos cosas negras, largas. Algo como nido de boyero. Sobre el cielo se destacaban muy bien.