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T ítu lo original de este libro
Soviet Economics

Lo tra d u jo al español
José Antonio Carranza

c Copyright para todos los países de lengua española en


E D IC IO N E S G U A D A R R A M A , S.A. - M A D R ID , 1970
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Indice

Parte 1: Ideología

Control del capital


La función económica del Estado
Bases clasistas de la política económica

Parte 2: Funcionamiento
•i
El uso del dinero
El dinero y el ciudadano soviético
Transacciones monetarias y corrientes reales
El control de la producción

Parte 3; Objetivos
El desarrollo económico
Acumulación de capital
El plan óptimo
Bibliografía y documentación

Nota de agradecimiento

Indice analítico
1 Control del capital

Marx y Rusta
Lenin —como también Ramsay MacDonald— tuvo la desgracia de
dirigir un gobierno socialista antes de que hubiese sido completada
por Keynes la teoría económica de Marx. Su fe en la dialéctica
marxista llevó a los revolucionarios soviéticos de 1917 a liquidar el
capitalismo privado. No podían éstos aceptar que los procedimientos
capitalistas fuesen adaptables al régimen de un Partido Comunista.
La administración laborista británica de 1929, dando de lado a
Marx, procuró gobernar el país al modo de una empresa capitalista,
y si tuvo un resonante fracaso en 1931 fue porque su empeño en
igualar gastos e ingresos no hizo más que agravar la situación na­
cional.
Anteriormente a la General Theory of Employment, Interest and
Money (1936) de Keynes, la tendencia predominante en la economía
no marxista estudiaba el estado industrial moderno basándose en la
suposición de que, en condiciones de libre competencia, un mecanis­
mo de reajuste automático aseguraba el empleo armonioso y pleno
de la tierra, el trabajo y el capital. Lenin aceptó a Marx como al
«apostle of disruption» (apóstol del desgarramiento) —usando la fra­
se de Bertrand Russell— y el socialismo evolucionista le rechazó por
predicar el inevitable conflicto de clases; era fundamental en la obra
de Marx la búsqueda de contradicciones en el capitalismo y ello le
condujo, en el volumen II de El capital (1885), a ver una fuente de
desequilibrio económico en el hecho de que el ahorro, aunque ne­
cesario, no era suficiente para asegurar el pleno empleo o el creci­
miento económico. Llevado de su despreocupación de salvar de su
ruina a la economía de libre competencia, no hizo el menor esfuerzo
por averiguar si había algún mecanismo que pudiese garantizar en
una economía de mercado el empleo satisfactorio de sus recursos.
No se descubrieron los medios para conseguirlo hasta el análisis de
Keynes, quien sólo vagamente advirtió un antecedente suyo en Marx;
mientras que para éste las fuerzas que desequilibraban el mercado
eran una de las contradicciones inherentes al capitalismo, Keynes
prescribía correctivos que son igualmente aplicables en un sistema
de propiedad pública o privada del capital.
Lenin, además, se obligó a hacer uso del Estado socialista de tal
manera, que no le quedó espacio para maniobrar económicamente.
Marx había observado a la clase trabajadora explotada hasta el punto
de rebelarse ante su situación más mísera cada vez en momentos
precisamente en que alcanzaba la mayoría numérica en la población;
dada la tendencia de los beneficios a decrecer, los capitalistas maxi-
mizarían sus ganancias aumentando el empleo a salarios reales
más bajos. La estrategia de Lenin de una vanguardia revolucionaria
—expuesta sobre todo en Estado y Revolución (escrita en vísperas
de su golpe de Estado de 1917)— requería que la maquinaria estatal
(la que él llamaba «dictadura del proletariado») manipulase la acti­
vidad política y económica antes de que se diesen las condiciones
que Marx consideraba adecuadas para la transición al socialismo.
Pero de Marx se hubieran podido igualmente deducir líneas políticas
diferentes. Rosa Luxemburg había mostrado que el análisis de Marx
era una teoría del subconsumo (cfr. pág. 26), el cual, para su correc­
ción, no precisaba el derrocamiento del sistema económico. Tampo­
co creía ella que la nacionalización tenía que ser llevada a cabo por
una dictadura elitaria: escribiendo sobre la represión de los menche­
viques por Lenin en 1918 declaró que «la libertad es siempre y ex­
clusivamente libertad para el que piensa de distinto modo».
Su táctica de obtener personalmente a corto plazo el control del
movimiento socialista ruso parece haber inducido a Lenin a rechazar
las elaboraciones que de la economía de Marx habían hecho sus com­
patriotas. Entre los que Lenin consideraba rivales suyos, estaban casi
todos aquellos economistas teóricos (Struve y Tugan-Baranovsky,
entre otros) que habían conseguido transformar a la inteli,qentzia del
siglo XIX en los marxistas del xx. Para cuando llegó la Revolución,
apenas si quedaba en el partido bolchevique algún economista de
prestigio.
Al rechazar otras posibles formas de edificar el marxismo (capí­
tulo 2), Lenin descartó la planificación mediante el mecanismo de
los precios, dando por sentado que votar según la capacidad econó­
mica, aun existiendo una distribución igualitaria de los ingresos, es
parlamentarismo en forma económica. Pero se dio perfectamente cuen­
ta (como no lo hizo Marx en sus escasas referencias a Rusia) de que la
transformación radical del legado zarista ofrecía la mejor oportuni­
dad para organizar en Europa un modelo marxista de economía en
desarrollo. En ningún Estado europeo de importancia eran mayores
Figura 1 Producto nacional per cápita (en dólares de Estados Unidos
al poder adquisitivo de 1 956). Antes de la Revolución Rusia estaba en
peor situación económica que el Japón, pero se ha desarrollado más
rápidamente a partir de entonces; su producción per cápita es todavía
la mitad de la de los Estados Unidos.

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1870 1900 1913 1938 1956 1965

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11

las desigualdades sociales; la incapacidad legal de la servidumbre,


que había afectado a la mayor parte de la población hasta 1861, sólo
se suavizó en 1906, año en que se liberó a los campesinos de los
pagos consiguientes a la emancipación y se les permitió abandonar las
tierras que trabajaban. La autocracia política del zar, atenuada
levemente por la Duma consultiva de 1905, contrastaba fuertemente
con el fortalecimiento de la democracia parlamentaria en Europa
occidental en aquellas mismas fechas. La brusca aceleración de la
industrialización, patrocinada por el Estado, en el último decenio del
siglo había comenzado a colmar apenas el abismo existente entre la
más baja producción «per capita» de todas las grandes potencias y
los mayores recursos naturales; además, como indica la figura nú­
mero 1, en comparación de las demás potencias (exceptuando tan sólo
a Italia), la Rusia zarista estaba en peor situación económica en vís­
peras de la primera guerra mundial que derribó a su régimen que
lo había estado en 1870.
En tales circunstancias, Marx parecía prometer a Rusia más que
cualquier otro autor, puesto que su dialéctica quería ser un modelo
para la revolución política y económica: anticipándose en un siglo
a los actuales teóricos del desarrollo, hizo hincapié en que el des­
arrollo no era meramente crecimiento económico, sino crecimiento
más cambio social. Su aseveración de que la lucha de clases consti­
tuye la relación fundamental de las estructuras políticas y econó­
micas ofrecía un análisis en consonancia con la sociedad rusa, cuyas
clases no eran solamente fenómenos sociales, sino que estaban regu­
ladas al detalle, y en sentido restrictivo, por la legislación.
La primera traducción del volumen I de El capital de Marx se
había publicado en Rusia en 1872; sus ideas hallaron pronta acep­
tación entre los intelectuales preocupados del novedoso problema
de las relaciones entre trabajo y capital. Con la liberación del merca­
do de trabajo, gracias a la emancipación de los siervos diez años
antes, y al fomentar el Gobierno la induátria capitalista como répli­
ca a la derrota de la guerra de Crimea, comenzó a plantearse el pro­
blema al que Marx ofrecía una solución revolucionaria. Se compren­
de que Marx mismo dedicase poco tiempo a las posibilidades que se
ofrecían en Rusia, pero consideraba que el derrocamiento violento
de su régimen podría ser «la señal que daría comienzo a una revolu­
ción proletaria en Occidente». Cuando hizo esta observación —en el
12

prólogo a la edición rusa del Manifiesto comunista (1882)— añadió


el comentario de que «la comunidad de propiedad agraria rusa
puede ser el punto de partida para el desarrollo comunista». Esto
mismo había expresado el año anterior en una carta a un líder popu­
lista que se encontraba en Rusia, Vera Zasulich. Su primera for­
mulación daba a entender que en las circunstancias rusas no era ne­
cesaria la existencia del proletariado para la revolución socialista.
No se puede asegurar si Marx abrazó sinceramente esta opinión o
si se inspiró, como creía Bernstein, en el deseo de expresar su apoyo
al único movimiento revolucionario ruso que tenía entonces proba­
bilidades de éxito. Escribió esta carta a Zasulich dos años antes de
morir; con anterioridad (1877) había redactado —aunque no remi­
tido—una carta a un periódico ruso en la que ponía en guardia
contra la indiscriminada extensión de sus teorías, basadas en la ex­
periencia de Europa occidental, a circunstancias sociales y econó­
micas distintas.
Engels, que vivió hasta 1895, mantuvo contactos más estrechos
con los revolucionarios rusos. A pesar de haber protestado en Anti-
Dühring (1877) de que su predicción de la «paulatina desaparición
del Estado» no suponía aceptar «las exigencias de los llamados anar­
quistas por abolir el Estado de la noche a la mañana», se manifes­
taba en la misma línea ideológica que Bakunin. Zasulich (como el
también ex populista Axelrod) no veía incongruencia alguna en adhe­
rirse a Bakunin al tiempo mismo que emprendía, con evidente sim­
patía, la traducción al ruso de las obras de Marx y Engels. Su
eclecticismo ilustra la proximidad ideológica de los dos principales
partidos radicales rusos a los autores del Manifiesto comunista: los
populistas a Marx y los anarquistas a Engels.

El marxismo de Lenin
Lenin, sin embargo, consideraba a estos grupos como sus mayores
enemigos e insistió en la teoría de la transición de Rusia al socialismo
mediante la formación del proletariado. Inmediatamente después de la
Revolución sacó de Marx cuatro condiciones que bastarían a ase­
gurar un cambio pacífico. En Infantilismo de izquierdas (1918) expuso
de la siguiente manera estas condiciones: primera, «la absoluta prepon-


13

derancia de los obreros, de los proletarios,- entre la población»; se­


gunda, sindicatos debidamente organizados; tercera, que el proletariado
tuviese experiencia de la libertad política y, finalmente, la buena dis­
posición de los capitalistas para «zanjar las cuestiones políticas y eco­
nómicas mediante el compromiso». Estas condiciones, como recalcó
Lenin, le parecían de probable realización a Marx, pese a haber es­
crito éste en la Inglaterra victoriana. En 1918 Rusia se encontraba en:

unas circunstancias excepcionales en que nosotros, los proletarios rusos,


llevamos ventaja a Inglaterra o a Alemania por lo que respecta al orden
político [y] al vigor del poder político de los trabajadores, pero vamos a la
zaga de la nación más retrasada de Europa occidental por lo que respecta
a la organización de un capitalismo de Estado eficiente, a nuestro nivel
cultural y al grado de preparación material y productiva para la intro­
ducción del socialismo... Sería una funesta equivocación declarar que, dado
que existe una discrepancia entre nuestra potencia económica y nuestra
fuerza política, no debiéramos habernos hecho con el poder.

Es evidente que ninguna de las condiciones de Marx se daban en


Rusia cuando la revolución de 1917. Los obreros o personas bajo su
dependencia no superaban el 17 por 100 de la población —aproxima­
damente la misma proporción que la burguesía y la pequeña nobleza
terrateniente—, estando los labradores en una mayoría de dos a uno.
Los «proletarios» —asalariados y labriegos sin tierras propias (una de
cada siete familias labradoras)— apenas superaban la cuarta parte de
los súbditos del zar. La experiencia de libertad política había sido
breve; la primera Revolución política, la de diciembre de 1825, había
tenido lugar hacía menos de un siglo, y las reivindicaciones de los
revolucionarios de 1905 no fueron de hecho otorgadas hasta el go­
bierno provisional de 1917. El crecimiento del sindicalismo no había
seguido el ritmo de la expansión industrial, en gran parte porque tan­
to el Gobierno como los patronos lo consideraban sedicioso; asimis­
mo, los propietarios de fábricas no se prestaban a la negociación que
Marx consideraba como la vía adecuada para evolucionar hacia el
socialismo.
No defendió Marx, como se insinúa a veces, que una mayoría pro­
letaria era condición esencial para el triunfo del socialismo,
análisis de la sociedad industrial le indujo a esperar que s^i^n^úéibíi.'
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14

Fue más bien Engeis el que negó la posibilidad de una revolución so­
cialista sin proletariado, y Lenin quien abogó porque una élite revolu­
cionaria conquistase el poder aun antes de que hubiesen madurado las
condiciones requeridas para la industrialización.
Pero si Marx restringió a un solo caso sus predicciones sobre
la forma de transición al socialismo, se rehusó con firme constancia
a e.scribir con detalles el programa que debería aplicar un Estado so­
cialista una vez que se hubiese hecho con las riendas del Gobierno.
Lenin comentaría después que «no hallamos en Marx huella alguna
de haber intentado crear utopías, hacer en el vacío conjeturas sobre
lo que es imposible conocer»; y si en cierta ocasión, en su Crítica del
programa de Gotha (1875), habló Marx del futuro régimen socialista
lo hizo forzado por la publicación de una prognosis con la que él
estaba en completo desacuerdo.
Marx, en una palabra, daba pie al gobierno revolucionario de
Lenin para proclamarse históricamente inevitable sin imponerle la
carga de una política preconcebida. Estas características habrían de
ser aprovechadas plenamente bajo Stalin. El hecho de que se hubiese
puesto a punto un análisis histórico de toda la evolución de la so­
ciedad y economía mundiales se tomó como justificación para pros­
cribir todo pensamiento político y económico independiente; sin em­
bargo, la responsabilidad de adoptar decisiones se podía transferir al
gobierno socialista basándose en que en él se había depositado la di­
rección científica del país. El punto de vista de Lenin de que Rusia
podría provocar se diesen en ella prematuramente las condiciones que
Marx describía para el socialismo de Europa occidental gracias a la
«dictadura del proletariado» —bajo la autoridad de una vanguardia
revolucionaria, el Partido Comunista— condujo con toda facilidad a
la autocracia política de Stalin. No deja de ser significativo que tras
haber denunciado los excesos del gobierno personal de Stalin, procla­
mó Khrushchev la doctrina de que a la dictadura del proletariado
había de seguir «el Estado de todo el pueblo».

La dialéctica de la propiedad
El análisis de Marx, según el cual se podían clasificar las sociedades
por la relación de propiedad que predominase en su economía, tocó
15

una cuerda muy sensible de la Rusia de fines del siglo xix y primeros
aflos del xx. Siguiendo a Ricardo distinguió tres factores productivos
(trabajo, capital y tierra) y caracterizó las sociedades por la pro­
piedad de esos factores. No sólo se acababa de abolir la servidum­
bre en Rusia, sino que su establecimiento había sido un acontecimiento
relativamente reciente: mientras que nunca llegó a establecerse en Si-
beria ni en el norte de la zona rusa europea, en los demás sitios no
se estableció legalmente como institución del Estado (cuya importan­
cia real discutiremos en el capítulo 2, página 44) hasta mediados
del siglo XVII. Si bien la servidumbre difería de la esclavitud por la ley
en que los siervos, sirviendo a sus amos, satisfacían su obligación para
con el Estado lo mismo que la baja nobleza cumplía sus deberes para
con él, su similitud a la propiedad de la mano de obra como un bien
mueble más era lo suficientemente grande para que Rusia hubiera
tenido experiencia a mediados del siglo xix de las tres formas de so­
ciedad que Marx catalogó como subsecuentes al estadio primitivo, a
saber: la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo. Una vez emanci­
pados de la servidumbre, los campesinos, en su mayor parte, no tuvie­
ron la oportunidad de adquirir el título legal de sus tierras hasta las
reformas de Stolypin en 1906, y así y todo no fueron más de una
familia campesina de cada ocho las que habían obtenido la propie­
dad de su tierra antes de estallar la guerra.
Lenin vio con razón en el ansia de los campesinos por poseer tie­
rras, un sentimiento que podía explotar para conseguir al máximo su
alianza activa, y como mínimo su cooperación pasiva. Abolir radical­
mente la propiedad de la tierra del mismo modo que se había elimi­
nado en 1861 la propiedad de seres humanos, hubiera hecho sentirse a
la mayoría de la nación extraña a los objetivos de la minoría revolu­
cionaria ; exactamente igual que el zar Alejandro II, al otorgar la
emancipación, ideó una solución de compromiso al vincular a los sier­
vos liberados a la tierra y a la comuna mediante el pago de derechos
de rescate, también Lenin intentó combinar la conveniencia y la doc­
trina marxista nacionalizando la tierra, pero reservando su usufructo
a los que la labrasen. De hecho fue más lejos Lenin, hasta el punto de
que, en las notas explicatorias que acompañaban al decreto de 1917
sobre la nacionalización de la tierra, se permitía explícitamente la per-
vivencia de la antigua forma comunal de propiedad territorial. Luego
16 Durante casi dos siglos, hasta la Emancipación de 1861,
podi'an los nobles vender sus siervos separadamente
de la tierra a la que hablan sido vinculados en 1646
por el zar Alexis. Contra él acaudilló Stenka Razin
la más salvaje de todas las revueltas de los campesinos.
Un grabado de Gustavo Doré de 1854 representa a
terratenientes apostándose en el juego personas humanas.

ocurrió que la socialización de facto de la tierra tuvo lugar con mayor


rapidez que la efectiva liberación de los campesinos de las trabas re­
siduales de la servidumbre. Habían sido precisos cuarenta y cinco años
para que éstas se liquidasen, mientras que apenas transcurrió una dé­
cada entre la Revolución y la campaña de colectivización de Stalin,
que no dejaría en manos privadas más que los huertos próximos a
las ciudades y las fincas que rodeaban las granjas.
Hasta el presente, la Unión Soviética sigue siendo la única econo­
mía de planificación centralizada en la que se ha nacionalizado la tie­
rra, si bien los países de Europa oriental en que se estableció, después
de la segunda guerra mundial, el sistema político y económico sovié­
tico han seguido su ejemplo de nacionalizar todo el capital productivo.
Lenin creyó —en El Estado y la revolución— que «la mera expro­
piación de los capitalistas hará posible que las fuerzas productivas se
desarrollen en grado sumo». Sin embargo, en la Unión Soviética, el
Estado o un ente colectivo no tiene derecho de opción sobre toda clase
de propiedad material; se distingue entre la propiedad privada (chast-
naya) de capital con fines de lucro, cuya cuantía se limita prohibiendo
la contratación de mano de obra asociada al capital, y la propiedad
personal (lichnaya), el derecho a la cual está protegido por la Consti­
tución en lo referente a «ingresos y ahorros provenientes del trabajo»,
viviendas y «objetos de uso y comodidad personal», así como garan­
tizando la herencia ep tal clase de propiedad.
Puede que la nacionalización de la tierra y el capital llevada a
cabo en la URSS parezca no diferir más que en el grado del sector
público de naciones con una economía de mercado, pero la divergen­
cia de los objetivos que se propone el Estado es más fundamental.
Marx, equiparando la propiedad al control, creyó que la estructura
social sólo se podía transformar radicalmente con un cambio en la
propiedad de los medios de producción («relaciones productivas» en su
terminología); no podía admitir que hubiera armonía de intereses
en el uso de la propiedad a no ser en el marco de una sociedad total­
mente socialista. La economía, tradicionalmente desde Adam Smith.
había intentado describir el proceso por el que la actividad tendía al
equilibrio, es decir, la manera en que los mecanismos de la economía
acababan satisfaciendo a todos los miembros de la sociedad y hacían
colaborar en el proceso productivo a todos los factores oferentes de
I

I
la producción. El concepto de la sociedad de Marx, en cambio, era
fruto de un pensamiento dialéctico que ponía el acento en la desunión
más bien que en la armonía. El filósofo marxista George Lukacs con­
sideró «significativo que Marx releyese todos los años a los drama­
turgos griegos, y se aprendiese de memoria íntegramente a Shakespea­
re...». De ellos aprendió «a contemplar los conflictos y la transición
histórica como una amplísima perspectiva y no como simples jugadas
en un tablero de ajedrez». Para Marx, cualquier proceso económico
que no fuese el socialista originaba «contradicción» entre los poseedo­
res de los medios de producción, y finalmente —para Lenin en El
imperialismo, estadio último del capitalismo (1917)—, el conflicto
internacional.
El análisis histórico de Marx se centra en la teoría del valor basado
en el trabajo, que afirma que solamente se crea valor mediante la
aplicación del trabajo humano como actividad viva; las fuerzas pro-
tluctivas a que se aplica este trabajo abarcan la incorporación del tra­
bajo pasado al capital productor y a los recursos naturales (que pue­
den ser perfeccionados mediante la aplicación de capital o de trabajo).
No halló motivo alguno que justificase la remuneración del capital
creado o de la tierra mejorada gracias a este proceso, porque el traba­
jo requerido para él ya había sido recompensado en el momento de
su incorporación. No obstante, al apropiarse los factores produc­
tivos. las personas o los grupos pueden exigir un pago por el uso
18 Un desfile de obreros en Kerch en 1921.
Es una de las ciudades más antiguas de la URSS
(fundada por los griegos en el siglo VI antes de Cristo).
En 1846 se comenzó a explotar sus minas de hierro
al aire libre, con lo que dio comienzo la industrialización
de Ucrania. Su fundición fue hasta la Revolución
un centro de desasosiego social.

de tales factores en la proporción que lo permita el valor del uso.


Marx nos ofreció con ello una visión que le dio pie para una teoría
tanto política como económica de la formación de los precios: el fallo,
desde el punto de vista político, era la explotación de la mano de obra
por los poseedores de los medios de producción, dado que la propie­
dad enajenaba al trabajador del fruto de su esfuerzo; en sentido eco­
nómico, explicaba las divergencias entre el coste y el valor del uso
dando por sentado que los propietarios aplicaban los factores escasos
de una manera calculada para maximizar sus beneficios, los cuales
consistirían en una economía de mercado en el excedente del precio
sobre el coste medio. La diferencia entre el coste de la mano de obra
y el precio de venta —la «plusvalía» en Marx— se origina, por una
parte, en virtud tanto de la escasez relativa de los factores de produc­
ción como de la respectiva utilidad del producto. Esta diferencia, por
otra parte, es la fuente de donde dimanan los fondos para la «repro­
ducción», es decir, para la reposición del capital y del material gastado
en el proceso productivo, y para el consumo personal de los pro­
pietarios. El conflicto de intereses que Marx consideraba endémico
a las relaciones económicas basadas en la propiedad privada era
efecto de la determinación de los propietarios de maximizar sus
ganancias. Solamente se podían conseguir estas ganancias a expensas
de otros: de ahí que los grandes propietarios explotasen a los pe­
queños, y todos ellos explotasen al trabajador, al proletario que no
poseía más que su capacidad de trabajo. Esta teoría es manifiesta­
mente la antítesis no sólo de la «mano invisible» de Adam Smith,
sino también de la teoría de una política económica pública en una
«economía mixta», puesto que en ella se pretende que la interven­
ción y planificación del Gobierno en el marco de una economía del
tipo francés o inglés cooperen armoniosamente con el sector privado.

Las relaciones productivas


La dialéctica de Marx hizo un amplio recorrido a lo largo de toda
la historia de la humanidad. En épocas sucesivas, la propiedad pri­
vada de cada uno de los tres factores de la producción había sido
la «relación productiva» determinante de la economía y de la so­
ciedad : el trabajo en el régimen esclavista, la tierra en el feudalis-
mo y el capital en el capitalismo. El inevitable choque entre el ex­
plotador y el explotado inherente a cada una de estas relaciones
sólo pudo ser resuelto con el derrocamiento del primero. Las clases
explotadoras, para protegerse contra tamaña revolución, pusieron
la maquinaria estatal al servicio de sus intereses de clase; por eso
el estado feudal se opuso a la naciente burguesía exactamente igual
que el estado capitalista recurrió a la represión del proletariado.
No podía Marx concebir un Estado exento del conflicto hegeliano
más que cuando no quedasen antagonismos reducibles a síntesis
en un Estado «superior»; tal síntesis, sin gérmenes de ulteriores
conflictos, habría que alcanzarla en una sociedad sin propiedad
privada y por ende sin clases basadas en la propiedad.
Para los arquitectos del joven Estado soviético, los propietarios
privados de la tierra (la tradicional aristocracia rusa) y del capital
(la nueva burguesía) no podían ser sino hostiles al régimen proleta-
I io. La nacionalización de la tierra y del capital, según ellos, era
históricamente inevitable si la Revolución había de ser duradera,
l a nacionalización de la tierra en 1917, como hemos ya indicado
brevemente, fue un recurso de oportunismo político; desposeyó a

J
20

la pequeña nobleza, pero concedió el uso de la tierra a los cam­


pesinos. Se arrancó a los terratenientes su poder económico con las
mismas medidas que alentaron la alianza de los campesinos con los
obreros. Asimismo, la.nacionalización de los bienes industriales fue
un arma usada en el conflicto de la guerra civil. Un capitalista a
espaldas de las líneas de fuego bolcheviques era potencialmente hos­
til por el hecho mismo de ser propietario de medios de producción,
y la nacionalización total de mediados de 1918 respondía a las exi­
gencias de la defensa tanto como de la teoría: esta combinación de
necesidad política y de marxismo doctrinario está adecuadamente
expresada en el término «comunismo de guerra».
La N EP (Nueva Política Económica) era marxista en la me­
dida en que Lenin concebía su política como «capitalismo de Es­
tado» ; mientras que «capitalismo» implicaba desarmonía, ya que
la propiedad del capital siempre había acarreado conflictos, la in­
serción de la palabra «Estado» implicaba que el aparato guber­
namental (dominado entonces por la élite revolucionaria) estaba
tomando parcialmente a su cargo la pugna en que se había empe­
ñado el proletariado. Como gran parte de los medios de produc­
ción —en pequeños lotes— se permitió que revirtiesen a manos
privadas, era incumbencia del capitalismo del Estado proteger la
economía proletaria contra las incursiones de los intereses privados.
Lenin describió explícitamente su estrategia en términos militares:
retener las «alturas dominantes» de la industria y de la distribución
en manos del Estado. La industria socialista a gran escala, y pos­
teriormente las grandes granjas estatales, formaban la base a par­
tir de la cual el sector privado sería inicialmente controlado y en
fase posterior dominado; meta del poder económico del Gobierno
era la final destrucción del sector privado con el fin de alcanzar
la sociedad sin clases de.scrita por Marx. Como concedió Lenin,
la N EP era un paso atrás en la perspectiva de la historia de Marx,
pero ello se hizo preciso debido a la apresurada absorción de un
mecanismo económico antes de que el Estado socialista pudiese
proporcionar empresarios preparados, siendo además admisible por
razones políticas a la terminación favorable de la guerra civil. A du­
ras penas hubiera podido Lenin optar por otra solución, puesto
que la economía soviética estaba a punto de quiebra, y un resta-
21

blecimiento de la economía de mercado era entonces la única viable.


Resulta, sin embargo, instructivo el contraste entre el uso, en
Lenin, de un término militar, las «alturas dominantes», con el tér­
mino «instrumentos económicos», usado por el Gobierno yugoslavo
cuando le llegó la vez de liquidar lo que se podría llamar el pe­
ríodo del «comunismo de guerra» que siguió a su escalada al poder
a raíz de la segunda guerra mundial. La situación de Yugoslavia
en 1945-49 correspondía muy aproximadamente a la de la Rusia
soviética en 1918-21 : un movimiento revolucionario —con una
base multinacional, aunque numéricamente minoritario— controla­
ba un Estado dividido a efectos de la guerra civil, y lanzó, en pos
de una nacionalización total y defectuosamente realizada, un pro­
grama económico centralista que se fue a pique bajo el peso de
sus propios excesos. La versión yugoslava de la n e p —mediante
cambios iniciados en 1952 y completados en gran parte en 1965—
consistía en la delegación de la facultad de adoptar decisiones eco­
nómicas a agrupaciones autónomas de trabajadores, sobre las cua­
les retenía el Estado su control en puntos decisivos. No solamente
se describió este control con una frase merios agresiva que el tér­
mino militar de Lenin, sino que se le basó en un concepto de la
planificación —y del mismo mecanismo económico— más atempe­
rado a la realidad que el que tenía Lenin a su disposición en 1921.
No es preciso decir que Yugoslavia estaba asistida en esta libertad
de elección por el expreso deseo de sus autoridades políticas de
hallar una alternativa a la economía de tipo soviético; en aquel
entonces estaba cerrada esta vía a las demás economías de Europa
oriental, porque la compatibilidad política con el Gobierno sovié­
tico significaba entonces una identificación estricta con su estructura
institucional interna.
2 La función económica
del Estado

La autoridad económica del Estado


Donde es mayor la divergencia yugoslava respecto del modelo so­
viético es en el papel que se le asigna al Estado en la economía.
La Liga Yugoslava de Comunistas afirmaba en su programa de 1959
que «el marxismo no es un sistema dogmático ni una doctrina con­
sagrada, sino una teoría de los procesos sociales que se desarrolla
en sucesivas fases históricas». En contraste, un programa equiva­
lente adoptado dos años más tarde por el Partido Comunista de
la Unión Soviética declaraba que «el marxismo-leninismo descubrió
las leyes objetivas de la evolución social... y de la transición de
la sociedad al comunismo». Marx y Engels habían pronosticado en
el Manifiesto comunista (1848) que

el proletariado hará uso de su supremacía política... para centralizar todos


los instrumentos de la producción en manos del Estado, es decir, del pro­
letariado organizado como clase gobernante.

Decidido a conformarse a un requerimiento tan explícito, el Go­


bierno soviético se define a sí mismo como el depositario de la
autoridad económica. En los primeros años de su mandato parecían
contrarias la «anarquía» y «espontaneidad» del mercado a la re­
suelta ejecución de tareas determinadas por imperativos sociales y
a la confianza en sí mismo, que está compendiada en el slogan
«No hay fortaleza que los bolcheviques no puedan conquistar».
No se había dado ningún ejemplo de una economía mixta que
hubiera tenido éxito en países capitalistas: y, por cierto, que el
mismo Estado zarista llevaba ya años dirigiendo el sector público
más extenso proporcionalmente entre todas las grandes potencias.
En 1913 el gasto del Gobierno central representaba el 12 por 100
de la renta nacional neta, frente al 8 por 100 ese mismo año en
el Reino Unido. Las inversiones en ferrocarriles estatales, en em­
presas industriales del Gobierno (municiones, el monopolio de li­
cores, etc.) y los servicios postales elevaban la participación total
del sector público a más del 17 por 100. Algunos países de diversa
estructura económica —Inglaterra, Suecia y Nueva Zelanda, por
ejemplo—, pero todos ellos mucho más ricos que Rusia, habían
introducido tales garantías sociales básicas, como la protección legal
23

de los sindicatos, el arbitraje en los conflictos laborales, la impo­


sición de salarios mínimos y la aplicación del seguro social obli­
gatorio, pero Lenin estaba de acuerdo con «el padre del marxismo
ruso», Plekhanov (que murió en mayo de 1918), en su oposición
a tal forma de «economismo».
Consecuentemente el Gobierno soviético ha rechazado el simple
papel de apoyar o complementar un sector productivo autónomo,
pero durante su primer cuarto de siglo no pudo disponer de un
modelo práctico de gestión económica entre los extremos del mer­
cado libre y las directrices centrales; aún no había sido comple­
tado por Keynes el circuito de la macroeconomía de Marx; las
técnicas para investigar la estructura del proceso productivo espe­
raban todavía su formulación por Leontief, y los instrumentos de
programación con los que formular un plan óptimo tenían aún que
ser descubiertos por Kantorovich. Un inglés, un americano y un
ruso eran, respectivamente, los autores de los tres análisis con los
que cabe hacer de los precios un instrumento de la planificación,
y que fueron apareciendo sucesivamente con cinco años de inter­
valo.

Lagunas en la teoría macroeconómica


La General Theory of Employment, Interest and Money fue publi­
cada en 1936. Mientras la redactaba, escribió Keynes a George
Bernard ShaW;

Estoy escribiendo un libro sobre teoría económica que, en mi opinión,


revolucionará profundamente —no, supongo yo, en seguida, pero sí en
el curso de los próximos diez años— las ideas que el mundo tiene sobre
los problemas económicos.
Cuando apareció el libro comenzaba así una de sus secciones más
importantes:
La idea de que podemos, sin mayores riesgos, pasar por alto la función
de la demanda total es fundamental a la economía ricardiana que está
subyacente en todo lo que se nos ha enseñado durante más de un siglo.
Es verdad que Malthus se ha opuesto con vehemencia a la doctrina de
Ricardo según la cual era imposible que la demanda efectiva fuese insu-
r

24

ficiente, pero... no consiguió formular una solución alternativa; y Ricardo


conquistó Inglaterra tan de lleno como la Santa Inquisición conquistó
España... El gran rompecabezas de la demanda efectiva, con el que había
forcejeado Malthus, se desvaneció de la literatura económica... Sólo pudo
seguir viviendo furtivamente, bajo la superficie, en el submundo de Karl
Marx, Silvio Gesell o el Mayor Douglas.

Este ha sido el único reconocimiento que Keynes tributó a Marx.


Joan Robinson, perteneciente al «círculo» de Keynes que discutía
en Cambridge el despliegue de sus ideas, cree que

nunca llegó Keynes a comprender a Marx... Si hubiese partido de Marx


se habría ahorrado muchos conflictos. Kahn, miembro del «círculo» en
1931, elucidaba el problema del ahorro y la inversión imaginando un cor­
dón en torno a las industrias de bienes de capital y estudiando luego el
intercambio comercial entre ellas y las industrias de bienes de consumo;
estaba en el fondo debatiéndose por redescubrir el esquema de Marx. De
ahí partió Kalecki.

Michael Kalecki fue uno de los dos economistas prekeynesianos


que desarrollaron la teoría de la reproducción de Marx hasta el
punto de poder ser usada por el gobierno de una economía de mer­
cado para orientar su política económica sobre las fluctuaciones y
el desarrollo. Pero su Ensayo sobre la teoría del ciclo económico
(1935) estaba escrito en polaco (y no había sido traducido a nin­
guna de las lenguas accesibles a Keynes) y demasiado tarde para
Lenin; Stalin, aunque hubiese tenido interés por ello, alimentaba
una particular animosidad contra los marxistas polacos y en breve
habría de liquidar al Partido Comunista Polaco. Otra economista
marxista de Polonia, Rosa Luxemburg, había completado anterior­
mente en su obra La acumulación del capital (1913) el concepto
de Marx de la reproducción ampliada (erweiterte Akkumulation)
hasta llegar casi a las conclusiones de Kalecki, y había mostrado,
lo cual guardaba aún más relación con la Rusia postrevolucionaria,
que su análisis era aplicable a una economía socialista.
i El instrumento fundamental de Marx para el análisis macro-
económico era su división del producto nacional final en bienes
de capital (lo que él llamó subdivisión I) y en bienes de consumo
(subdivisión II). En cada una de ellas, parte del producto se dedica
a la reposición del capital (depreciación) y a bienes de producción
Tres de los fundadores de la
economi'a moderna estuvieron
en Rusia en 1925: Keynes
(véase página 27)
ia visitó entonces
por primera vez,
Wassiiy Leontief
(a la derecha), ahora profesor
de Economía en Harvard, *
publicó ese año sus ideas
preiiminares sobre ei
input-output en una revista
científica de Moscú,
y Leonid Kantorovich (véase
página 97) matriculado en la
Universidad de Leningrado.

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(es decir, los que no están destinados para su uso final a través
de la inversión o del consumo personal o social): llamó a este
componente «capital constante» (simbolizado como c). Parte del
producto de cada uno de estos dos grupos se ha de emplear para
remunerar a la mano de obra, porción ésta que Marx llamó «capital
variable» (v). Todo lo sobrante (m representando al Mehrwert, plus­
valía, en el original alemán) era el excedente del producto neto
sobre el montante de los salarios, y, era absorbido en el capitalismo
en forma de beneficios, intereses y rentas. El capítulo anterior ha
llamado la atención sobre la trascendencia dialéctica que dio Marx
a la teoría del valor basado en el trabajo: la «tasa de explotación»
sería la razón m : v, o con sus propias palabras, el grado de «exclu­
sión del trabajador de su producto». Rechazaba la razón m : (m
-f v) según la cual «en vez del hecho real, se nos da la_ falsa apa­
riencia de una asociación en la que el trabajador y el capitalista
se dividen el producto en proporción a los diferentes elementos con
los que, respectivamente, han contribuido a su formación».
Marx examinó las tendencias más probables de las razones c : v
(la composición orgánica del capital) y m : (c + v) («la tasa de ga­
nancias»), llegando a la conclusión de que la primera tendería a
aumentar y la segunda, por consiguiente, a decrecer. El actual con-
26

cepto de la razón capital-trabajo se puede derivar de aquí, bien sea


basándose en la suposición simplificadora e implícita en Marx de
que la vida del capital activo y la tasa de circulación de los bienes
de capital es igual al período de producción utilizado para calcular
el producto nacional final (es decir, un afto), sea también transfor­
mando r en capital fijo y capital circulante. Sin embargo, al haber
concentrado su atención en los problemas políticos causados por
la «explotación» y la creciente miseria, no sacó Marx todas las con­
secuencias posibles de su división del producto. Parte del excedente
que revierte a los capitalistas y renteros propietarios del capital y
de la tierra empleada en cada una de las subdivisiones I y II se
gasta en el consumo y parte se ahorra. Poniendo un subíndice a
los símbolos de cada grupo, i’I -t- ;?;I (el producto neto de los bienes
de capital) habrá de ser mayor que rll (la producción total de
bienes de consumo), y, para que se mantenga el equilibrio, habrá
de ser compensada por la adquisición de nuevos bienes de capital
procedentes de /?!ll; las decisiones de ahorrar entre los que sacan
beneficios a cuenta de los bienes de capital se dan, sin embargo,
separadamente de las decisiones de invertir de los que obtienen
ganancias en bienes de consumo. Si Marx hubiese examinado aquí
la tasa de ganancias como estímulo a )a inversión (en vez de aludir
a una tendencia de la rentabilidad a decrecer), habría redondeado
su teoría (como lo hicieron Keynes y Kalecki) a nivel macroeco-
nómico, siendo la demanda efectiva la que determinaría la tasa de
ganancias y. por ende, el nivel de actividad.
Este es el paso que dio Rosa Luxemburg, dándose cuenta de que
solamente se incrementarían las ganancias caso de que se hiciese
la inversión en proporción a ellas; esto le impulsó a buscar un
incentivo para la expansión de la producción y a dar importancia
al mecanismo monetario ignorado por Marx (o tratado como neu­
tral por sus seguidores rusos, por ejemplo Tugan-Baranovsky y
Bulgakov), con lo cual el ahorro quedaba convertido en inver­
sión. Al igual que I.enin en El imperialixnw, estadio último del ca­
pitalismo. creía ella que el aliciente residía en las economías pre­
capitalistas de los territorios coloniales o subdesarrollados, exacta­
mente igual que Marx había encontrado que la «primitiva acumu­
lación» de los primeros capitalistas históricos ‘e originaba fuera del
sector capitalista de su época.
John IVIaynard (posteriormente Lord) Keynes 27
visitó la URSS con su esposa, la famosa
bailarina Lydia Lopokova, el año
en que se casaron (1925) y en otras
dos ocasiones posteriores.
Describió sus experiencias en
A S b o r t V ie w o f Russia.
28

Aunque estas teorías de un incentivo a la inversión exógena te­


nían una importancia preponderante en la política agrícola de la
Unión Soviética, en un momento en que el campesinado privado
aparecía como la economía subdesarrollada externa a la industria
socialista (cf. pág. 84), el hecho mism.o de que Lenin y Luxemburg
recurriesen a un factor externo era un fallo para la configuración
de la política económica interior. Sobre eso a Lenin correspondía
el papel político de denunciar a los nmarxistas legales», rechazando
los pasos que tales revisionistas estaban dando para completar el
circuito de la macroeconomía de Marx. Dos de los economistas
rusos de más relieve, Tugan-Baranovsky y Struve, eran cabeza de
aquel grupo que a comienzos del siglo intentó desarrollar el mar­
xismo en el contexto de lo que parecía ser el potencial político y
social ruso. Apodados «legales» por los herederos más ortodoxos
de Marx, a causa de que sus escritos y su actividad política se
realizaban a la luz pública, procuraban aprovecharse de la fluidez
que prometían la industrialización y el constitucionalismo nacien­
tes, estudiando el modelo de la reproducción de Marx como un
I instrumento de análisis económico, pero no social. Tugan-Baranovs­
h .
ky presumió que la tendencia de la razón del capital constante res­
pecto del variable, tanto en las industrias de bienes de consumo
como en las de bienes de capital, era a aumentar: en cada una
Ff de ellas podía ser absorbida la acumulación con tal que los capi­
talistas compitiesen entre sí para maximizar sus beneficios indivi­
duales.
En contraste, pues, con la desintegración que le pronosticó Marx,
el capitalismo podía perpetuarse a sí mismo. Para Tugan-Baranovs­
ky —en Crisis industriales en ia Inglaterra contemporánea (1894)
y en Las bases teóricas del marxismo (1905)—, así como para Bul-
gakov, marxista legal también —en Sobre los mercados en el sis­
tema de producción capitalista (1897)—, el peligro de descompo­
sición capitalista estaba más bien en las desproporciones de las
corrientes de inversión real o financiera y no en cualquier clase
de límites al desarrollo en el mercado interno. Struve, en Notas
críticas sobre el problema del desarrollo económico (1894), deses­
timó la amenaza de superproducción material que blandía Marx,
aduciendo el crecimiento del empleo en el sector de los servicios,'
29

intuición ésta de una tendencia que sería después documentada por


Colin Clark en Las condiciones del progreso económico (1940). Otra
vía para insertar en el método de Marx la pervivencia de una
economía competitiva fue la aceptación del marginalismo; el capi­
talismo era un sistema pasajero para ellos como lo era para Marx
o Lenin, pero su mecanismo era lo bastante eficiente para poder
preservarse. Tugan-Baranovsky y Struve abrieron la controversia
sobre la teoría de Marx del trabajo como única fuente del valor,
pero también ahora fue otro marxista legal, Frank, especialmente
en La teoría del valor de Karl Marx y su significado (1900), quien
incorporó a ella la utilidad marginal. Frank y Struve aceptaban la
«explotación de la mano de obra» de Marx no basándose en las
relaciones de producción, sino en la desigualdad a efectos de con­
certar tratos entre el productor capitalista y el consumidor indivi­
dual en la red de transacciones para las que el precio se determi­
naría marginalmente según la respectiva oferta y demanda.
Lenin consideró que esta afirmación era especialmente destruc­
tora del argumento en pro de una revolución urgente. Fn un ar­
tículo, oFl socialismo denunciado una vez más» (1914), criticó acre­
mente la obra Economía y precios (1913), de Struve:
No habría que atribuir la desigualdad social al sistema económico; es im­
posible... tal es la «teoría» de Struve... Pero notoriamente revela la reali­
dad económica que la división de la sociedad en clases es la base del sis­
tema económico tanto del capitalismo como del feudalismo.
A los marxistas legales —que buscaban expresarse políticamente
en el parlamentarismo liberal— les dejó de lado el gobierno de
Lenin como mentores tanto en economía como en política, pero
en un ramo dieron fruto sus trabajos: el análisis estructural de la
economía.

Primeros pasos hacia el análisis estructural


Struve desarrolló la teoría de la distribución de Ricardo sobre la
base de tres factores productivos —la tierra, el trabajo y el capi­
tal— a la luz de conceptos del valor dependientes de la utilidad
marginal: sus fundamentos eran, por tanto, «subjetivos» en con-
30

traste con la determinación «objetiva» del valor por Marx, según


el contenido de trabajo. Siguiendo a la escuela austríaca, pero sin
la antipatía hacia Marx que demostró Bóhm-Bawerk en Karl Marx
y el fina! de su sistema (1896), Struve intentó engarzar una «teoría
realista de los fenómenos económicos en el amplio y grandioso
marco del sistema sociológico de Marx», y vino a dar con el enlace
metodológico en Dmitriev, al que llamó un «Ricardo acreditado
y entendido en lógica y matemáticas». Dmitriev murió joven, pero
hizo exhibición de su brillantez en su única obra publicada. Ensa­
yos económicos, que apareció en Moscú en 1902. Al igual que Marx
y Tugan-Baranovsky, construyó su edificio conceptual sobre el Ta­
blean économique de Quesnay, pero llegó más lejos que ellos al
exponer las fórmulas de la circulación de los productos entre los
distintos sectores en términos de los «inputs» de trabajo acumula­
tivo; tal serie de ecuaciones simultáneas podía ser usada (si bien
ÍY..'. 'l Dmitriev no llevó su argumento tan lejos) para determinar los gas­
tos directos e indirectos para producir cada mercancía con la tec­
nología propia de dichas relaciones. La tabla input-output de Leon-
tief —The structure of American Economy (1941)— analiza esas
mismas interconexiones de inputs y outputs, pero es susceptible de
descomponerse matemáticamente (inversión de matrices) en los coe­
ficientes de input y de output; fue el libro de Leontief el que uti­
lizó la Administración Estadística Central de la URSS cuando re­
dactó una matriz de transacciones interindustriales para 1959 (ta­
bla 1).
i! El paso que no dio Dmitriev —ya que él estaba interesado en
la descomposición abstracta del valor macroeconómico en los pro­
ductos individuales —es el decisivo para la planificación central,
ya que permite que las autoridades económicas proyecten un mo­
delo del consumo final del que se pueda derivar el modelo de las
asignaciones que se necesitan para conseguir esos objetivos. Ni Dmi­
triev ni Leontief en su primera tabla input-output dejaron sitio para
las asignaciones dinámicas (adaptando los coeficientes técnicos a la
formación de capital), pero ambos proporcionaron al planificador
el procedimiento para conseguir el empleo óptimo de los recursos
disponibles para los fines deseados. Como Dmitriev se dedicó a
hacer una síntesis de la teoría del valor del trabajo con la de la

'i
Tabla 1 En la página siguiente La tabla input-output muestra horizontalmente cómo
utilizan los productos de unas industrias las otras industrias, o cómo se consumen,
Invierten o exportan, y verticalmente cómo está compuesta la producción.
La remuneración del trabajo, los beneficios y los impuestos se suman
.1 la definición soviética de renta nacional (véase fig. 10). Los asientos son en
cientos de millones de rublos. “ Inversión bruta" negativa indica que
la formación de capital nuevo fue inferior a la depreciación y “ beneficios
e impuestos” negativos que se concedió una subvención.

fijación marginal de los precios, no presentó sus ecuaciones en una


forma susceptible de aplicación empírica, pero sus ideas mantuvie­
ron cierta vigencia después de la Revolución; hay, por ejemplo, más
referencias a él que a Marx en los Ensayos sobre la teoría de los
precios, de Yurovsky, publicados en Saratov en 1919. Desde enton­
ces hasta 1959 no se reconocieron sus méritos en la Unión Sovié-
lica: el veterano académico Nemchinov le rescató de ese olvido
oficial, en parte para rehabilitar el marginalismo y en parte tam­
bién para reivindicar la prioridad rusa en la génesis de la tabla
input-output.
oficial, en parte para rehabilitar el marginalismo y en parte para J
reivindicar la prioridad rusa en la génesis de la tabla input-output.
Una segunda paternidad del análisis estructural hay que atribuir
al Balance de ¡a economía nacional de la URSS para 1923-24 (1925),
preparado por la Administración Estadística Central, que apareció
poco después de la Revolución. Fue un intento de conseguir una
perspectiva general de la economía, exponiendo la circulación inter­
sectorial de productos industriales que representa el contenido del
primer cuadrante de toda tabla input-output. Aunque era empírico
V útil como encuadre para un presupuesto nacional anual, le falta­
ban los coeficientes técnicos y la forma de matriz que le hubiesen
hecho plenamente aplicable como instrumento de planificación ma-
croeconómica. Un funcionario soviético de planificación, Barengolts,
demostraría en 1928 la necesidad de aquéllos, pero sin conseguir
la segunda. La misma magnitud de la tarea y lo complejo que
resultaba hacer una planificación total coherente habían sido de­
mostrados por Barone en El Ministerio de Producción en un Estado
colectivista (1908); parecía irrealizable resolver la multitud de ecua­
ciones de producción y distribución. Sin computadores electrónicos
(desarrollados sólo a partir de la segunda guerra mundial), sola­
mente los miles y miles de transacciones parecían estar en situación
de adecuar la corriente de inputs con los outputs.
También se requerían computadores para efectuar en cantidad
suficiente las repetidas comparaciones de combinaciones alternati­
vas de recursos con el fin de averiguar aquellas que maximizasen
algún valor deseable en condiciones determinadas. El fecundo tra­
bajo de Kantorovich, Métodos matemáticos para organizar y pla­
nificar la producción, publicado en Leningrado en 1939, demostró
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34

la solución para determinar la mejor relación de tales variables


interdependientes, técnica matemática que después se llamaría pro­
gramación lineal.

Contabilidad del Estado


Cuando Lenin subió al poder no se tenían aún estos conocimientos
sobre la dirección de la economía, y él puso su esperanza en regir
la sociedad como si fuese «una sola oficina y una sola fábrica».
•Su decisión de convertir al Estado en propietario único se debía
en gran parte a la simplicidad de su definición de la dictadura del
proletariado. Conforme a su obra El Estado y !a revolución, un ré­
gimen asi debía estar «sin trabas legales», declaración ésta cuyo
eco .sería el repudio por parte de Stalin de toda clase de restric­
ciones a la política económica. Para la futura organización de la
economía soviética fue tan importante o más el comentario que
Lenin hizo de las famosas líneas de Engels en Anti-Diihring:

El proletariado hace suyo el poder estatal y comienza convirtiendo los


medios de producción en propiedad del Estado. Pero al obrar así, se
suprime a si mismo, al suprimir el proletariado todas las distinciones y
antagonismos de clase y también al Estado en cuanto Estado... El gobierno
de personas es sustituido por la administración de cosas, y por la direc-
ciori de los procesos productivos. El Estado no es abolido. Se va debili­
tando hasta desaparecer.

Seguiría siendo de suma importancia después de la revolución,


observó Lenin, «suprimir a la burguesía y aplastar su resistencia»;’
pero

para que la mayoría del pueblo pueda suprimir a sus opresores, es pre-
ciso^ una «fuerza especial» para la supresión. En este sentido, el Estado
inicia su paulatina desaparición. En vez de las instituciones especiales de
una minoría privilegiada, la misma mayoría puede cumplir directamente
todas estas funciones, y cuanto mayor es el grado en que las funciones
del poder estatal son desempeñadas por el pueblo entero, tanta menos
necesidad hay de la existencia de este poder... La cultura capitalista ha
creado la producción a gran escala, fábricas, ferrocarriles, servicios pos­
tales, teléfonos, etc., y sobre esta base la inmensa mayoría de las funciones
35

ilel antiguo «poder del Estado» se han simplificado tanto y se pueden


reducir a operaciones tan elementales como clasificar, verificar y registrar,
que pueden ser fácilmente ejercidas por cualquier persona que sepa leer
y escribir... Tales inicios, basados en la producción a gran escala, llevarán
por sí mismos a la gradual desaparición de la burocracia, a la creación
gradual de un orden... en el que las funciones de control y contabilidad,
al ser cada vez más sencillas, las desempeñarán todos por turno.

Lenin reiteró, en otro pasaje de la misma obra, que la principal


función de la gestión económica socialista sería la de «contabilizar
y controlar» cuando «todos los ciudadanos sean empleados de un
único sindicato estatal que abarque a todo el país, trabajando y
siendo pagados por igual», y cuando «para supervisar y registrar
sea suficiente el conocimiento de las cuatro reglas aritméticas y la
expedición de los recibos adecuados».
Estas máximas dieron a la economía soviética un carácter más
tle gestión que de planificación: un contable eficaz no es necesa­
riamente el mejor hombre de empresa. Aun cuando las ideas de
Lenin sobre una economía administrada por el Estado reflejaron
ocasionalmente la esperanza en el futuro de las cooperativas en
Tareas inmediatas dei Gobierno soviético (1918) consideró posible
una «red de cooperativas de consumidores y productores que res­
pondiesen escrupulosamente de su producción y consumo» retor­
nó inmediatamente a la creencia en la gestión económica mediante
"la organización de un control y contabilización de la producción
y de la distribución que abarcasen a la nación y a la sociedad
enteras», o como lo expresó en ¿Pueden ios bolcheviques retener
el poder del Estado? (1918), «Rusia ha sido gobernada por 130.000
terratenientes... se nos dice, sin embargo, que los 240.000 miem­
bros del Partido Bolchevique no serán capaces de gobernar a Ru­
sia... Estos 240.000 están ya respaldados por no menos de un mi­
llón de votos de la población adulta... Ya tenemos, por tanto, un
«aparato estatal» de un millón de personas consagradas al Estado
socialista en aras de sus ideales y no en aras de una pingüe suma
recibida el día 20 de cada mes».
36

El plan y el Estado
Aunque Stalin prestó un apoyo verbal al «plan de cooperativas de
Lenin», consideró que la centralización política y la económica guar­
daban uiia conexión mutua. La movilización de recursos hecha po­
sible por la planificación centralizada permitía que se alcanzasen
rápidas tasas de crecimiento, pero esa movilización sería imposible
sin una socialización amplia; en una situación como la del «cerco
capitalista» y el «socialismo en un solo país», la protección del
sistema estatal sólo podía ser asegurada con un desarrollo rápido
que dotaría a la Unión Soviética de la fuerza económica que se
requería para resistir con éxito a la agresión y competencia capi­
talistas.
La mutua imbricación del argumento político y del económico
se agudizó todavía más por la conveniencia, a efectos de la pla­
nificación económica, de objetivos futuros que justificasen la cen­
tralización política y económica a fin de conseguir ciertos fines
específicos.
Sin embargo, las funciones del Estado en la planificación tenían
antecedentes en Marx. Marx y Engels incluían en el Manifiesto
comunista como objetivo socialista la

multiplicación de las fábricas e instrumentos de producción propiedad d


Estado... y la mejora del suelo en general según un plan común.

Engels pronosticó en Anti-Dühring que después de que

la sociedad haya hecho suyos los medios de producción... se sustituiría la


anarquía en la producción social por una organización consciente sobre
la base de la planificación.

El primer programa del Partido Socialdemócrata Ruso de Trabaja­


dores (1903) había pedido la «aplicación de la organización plani­
ficada del proceso productivo socialista», en texto redactado por
Plekhanov, y, aunque anteriormente había caracterizado Lenin la
causa básica de las crisis burguesas como «falta de plan», Plekha­
nov se estaba refiriendo a una planificación estatal descentralizada.
Comentó entonces Lenin que «incluso los trusts son quizá capaces
37

de procurar esta clase de organización» (es decir, los cartels que


habían surgido para entonces en la industria rusa), pero en El Esta­
do y la revolución afirmaría que «los trusts, evidentemente, jamás
proporcionaron, ni proporcionan ahora, ni pueden proporcionar una
plena planificación».
Se hizo evidente la trascendencia política que el plan tenía para
Lenin en una nota a Krzhizhanovsky sobre el Plan para la Electri­
ficación de Rusia (1920), abreviadamente en sus iniciales rusas
GOELRO. «¿No necesitamos —escribía— redactar un plan que no
sea técnico..., sino político, que sea un asunto de Estado?... Tene­
mos que entusiasmar a la masa de trabajadores y campesinos con
conciencia de clase por un gran programa para diez o veinte años.»
Al año siguiente de la publicación de o o e l r o (con metas de diez-
quince años para el sector energético) cambiaron las circunstancias
con la introducción de una economía mixta en la n e p . El plan
de electrificación se convirtió en un programa del sector público
para el desarrollo de la infraestructura en el seno de un meca­
nismo de mercado. La coexistencia de los sectores público y privado
incitó a los órganos centrales de planificación al descubrimiento
de métodos de control acomodados a una economía mixta que no
se descubrieron en el Occidente hasta después de la segunda guerra
mundial. Ya hemos descrito la aparición de la primera tabla input-
output empírica en 1925; parecidas tabulaciones, pero puestas al
día, acompañan a cada una de las «cifras de control» del plan
publicadas hasta 1929. Por entonces acababa de iniciarse el primer
plan quinquenal y los planificadores estaban dejando a un lado
las avanzadas técnicas que se requerían para las previsiones y el
control de una economía mixta para dedicarse a trazar las direc­
trices que caracterizarían la planificación estalinista. La expresión
«cifras de control» fue omitida en 1931, año en que se dio el nom­
bre de plan anual al conjunto de objetivos a alcanzar durante el
año; la «revolución desde arriba» de 1930-31 —colectivización de
la agricultura, reorganización de la dirección industrial y reforma
financiera y crediticia— había logrado imponer firmemente el cen­
tralismo.
No deja de ser significativo que, después de traspasar Khrushchev
la dirección industrial a las autoridades regionales en 1957, el tér-
38 La central hidroeléctrica del Dniéper, la mayor
de! P l a n p a r a la E l e c t r i f i c a c i ó n d e R u s i a (1920),
fue terminada en 1932 y generaba anualmente
más que lo que se habi'a producido en 1913
en todo el país.

mino «cifras de control» fue reintroducido para el período del Plan


Septenal (1959-65).
La gestión soviética de la economía parece haber contado con
la aprobación de Keynes durante una visita que hizo a Rusia en
1925, pero las técnicas de balances financieros de la tabla input-
output y los diversos esfuerzos para controlar los precios y produc­
ción del sector privado no tenía cabida en la visión puramente auto­
ritaria que tenía Stalin del socialismo.
Sería equivocado, sin embargo, pensar que Stalin o su Comisión
Estatal de Planificación operaban sobre una economía puramente
centralizada. Es verdad que, a medida que la planificación direc­
tiva sustituía a la planificación indicativa, eran menos necesarias
las complejas técnicas de los años veinte: el presidente del Gosplan,
que purgó su departamento de la «desviación estadístico-aritmética»
—como él la llamaba—, estaba prescindiendo —aunque a la fuerza
y trágicamente— de los hombres y métodos de la n e p . Las desti­
tuciones practicadas por Kuibyshev y el juicio y ejecución de mu­
chos eminentes economistas y funcionarios de la planificación du­
rante 1931-38 fueron sólo una parte, y pequeña, del terror coerci­
tivo con el que Stalin consolidó su poder. El asesinato judicial de
los economistas Kondratev, Croman y Eeldman, por mentar sólo
los más relevantes, colocó a la economía soviética en una situación
peor aún para idear técnicas alternativas para la dirección del Es­
tado. Aquellos que escaparon de la muerte exilándose o retirándose
a remotas regiones —entre ellos Vainstein y Konyus, que ya se
habían hecho famosos en el Occidente— eran de los pocos que no
habían sido superados por la nueva generación cuando retornaron
a Moscú después de morir Stalin.
Incluso la economía soviética de los primeros años treinta, rela­
tivamente débil y sencilla, no era susceptible de una manipulación
central directa: la visión de Lenin de una economía desmonetari-
zada, dirigida como una empresa única, se desplomó con el fracaso
del «glavkismo» (la subordinación, en el «comunismo de guerra»,
de las empresas a una autoridad central, el glavk, sin contabiliza-
ción de las transacciones entre las empresas o con el glavk)', tal
vez tenga mayor éxito la economía cubana, exenta de complicación,
que comenzó a ser reconstruida en 1967 siguiendo la línea glavkista.
Portavoces soviéticos en tiempo de las reformas introducidas p>or
Khrushchev (1957) y Kosygin (1965) han recalcado repetidas veces
que la economía soviética de los años treinta era lo bastante burda
para poder ser dirigida por instancias centrales, pero que a media­
dos de los años cincuenta los cambios cualitativos y cuantitativos
habían hecho del mecanismo económico algo tan interconexionado
que no era ya susceptible de dirección central. Hay, ciertamente,
mucho de verdad en esto: sin computadoras electrónicas —de las
que no podrán disponer las autoridades civiles soviéticas hasta me­
diados de los años setenta en cantidad suficiente para automatizar
la adopción de decisiones económicas— no cabe, por su compleji­
dad, una manipulación central de la economía soviética. Pero se
puede sugerir razonablemente que, incluso con Stalin, la economía
nunca fue dirigida centralmente, en el sentido de que se crearon
«grupos de intereses» —en parte deliberadamente y en parte espon­
táneamente— para llevar a efecto los objetivos prioritarios más
difíciles de los planes anual y quinquenal.
Algunos de los grupos de intereses que se formaron como conse­
cuencia de la planificación central eran grupos a los que ya está habi­
tuado un sociólogo occidental y, en sus relaciones con otros grupos,
condujeron a los mismos conflictos: entre el obrero y la gerencia,
entre el consumidor y el Estado en cuanto instrumento de ahorro,
Cuando circuló el primer tren en el Turk-Sib en 1930, 41
pudo la agricultura del Asia Central Soviética {Turkestán
hasta 1924) cambiar el cultivo de los cereales por el
del algodón, dependiendo para su suministro de alimentos
de los embarques provenientes de Siberia: las importaciones
de algodón en rama experimentaron una rápida disminución
(115.000 toneladas en 1929, 24.000 en 1932 y 4.000 en 1939).

entre la empresa a nivel de producción y el planificador central, y


entre el organismo de comercio exterior y el productor doméstico.
La importancia otorgada a cada grupo en su confrontación con otro
grupo estaba determinada en gran parte por las autoridades centrales:
así, una vez debilitado hacia 1929 el sindicalismo organizado, la im­
portancia otorgada a los grupos de obreros hasta el fallecimiento de
Stalin fue prácticamente nula. Otros grupos, en particular los que se
dedicaban a la expansión de ciertas industrias, eran característicos de
las formas de planificación estalinista. Sin admitir todo el papel que
tuvieron tales grupos de intereses en la instrumentación de la plani­
ficación central, los teóricos soviéticos han aceptado la existencia de
«conflictos no-antagonísticos» en el seno de la sociedad socialista.
La identificación por Marx del poder de la propiedad con el dere­
cho a disponer libremente de esa propiedad (hecha sobre todo en el
volumen III de El capital y en la Crítica del programa de Gotha), y
su suposición de que las relaciones de propiedad son el determinante
único de compatibilidad con las fuerzas productivas, indujo a los eco­
nomistas soviéticos a suponer que mientras aquéllas fuesen anárquicas
(en virtud de la espontaneidad de la competencia capitalista) tendría
que haber contradicciones en la explotación de éstas. De este mismo
argumento se deduce que la concentración de la propiedad en una
sola entidad —el Estado— sería la única garantía de una dirección
planificada y premeditada del desarrollo material y cultural de la
sociedad.

La desaparición paulatina del Estado


La asociación dogmática del mercado capitalista con la anarquía eco­
nómica, y de la dirección estatal con la planificación, en que estri­
baba la política económica de Lenin, Stalin y Khrushchev, y que
apenas si ha sido puesta en tela de juicio por Breznev y Kosygin,
puede que tenga su explicación en términos rusos, pero difícilmente
en términos de Marx. Es incluso una paradoja que la economía más
centralizada del mundo haya sido creada por un partido marxista
que subió al poder en la suposición de que con el socialismo ¡ría
desapareciendo el Estado. Aunque esta opinión tuvo su origen no
42 Arando el "prim er surco" en la Comuna Piloto próxima a
Moscú (19 2 9 ), en la que se introdujeron métodos agrícolas
norteamericanos. El Gobierno soviético apoyó inicialmente
a las "comunas” voluntarias como un estadio hacia el
socialismo rural, pero a principios de 'os años treinta forzó
a los campesinos a incorporarse a las granjas colectivas
estatales sometidas a un rígido control central.

en Marx sino en Engels (el cual, en los últimos años de su vida, quitó
fuerza a su profecía), no fue refutada por ningún marxista ruso que
haya escrito antes de 1917. Plekhanov, Martov e incluso Lenin (en
E! Estado y la revolución) aceptaron como meta última que el Estado
socialista debería, llegado el caso, abolirse a sí mismo. Pronto co­
menzó Lenin, cuando asumió el poder, a rechazar tal desaparición
del Estado como una «violación de la perspectiva histórica» —en su
discurso al VII Congreso del Partido en 1918—. El Programa del
Partido de 1919 lo consideró como un objetivo a alcanzar a largo
plazo mediante

la gradual incorporación de todas las personas de la población trabajadora


al trabajo en la administración del Estado. La plena ejecución de estas
medidas, ya en sí mismas un paso adelante en el camino que inició la
Comuna de París, y la simplificación de las funciones administrativas, dada
la elevación del nivel cultural de los trabajadores, acarrearán la desapari­
ción del poder estatal.

El aplazamiento por Lenin de la supresión del Estado era par­


cialmente expresión de su inquietud ante las opiniones más doctri­
narias de Bukharin, pero más que nada la reacción de un revolucio­
nario triunfante puesto ante la necesidad de consolidar sus posiciones;
la necesidad de mantener la autoridad del Estado subía de punto por
la introducción de la n e p , en que la industria nacionalizada y el
monopolio político eran las dos fortalezas desde las que harían sus
salidas las fuerzas socialistas para conseguir el control total. Stalin,
cuya autocracia en la administración política y económica era viva
antítesis de las previsiones de Engels, resucitó la crítica que Lenin
hizo de Bukharin a fin de defender el fortalecimiento del poder coer­
citivo del Estado socialista en la colectivización y la industrialización
forzosa. Declaró en la Sesión Plenaria del Comité Central de abril
de 1929 que «los residuos de las clases explotadoras lucharían con
tanta mayor firmeza cuanto más se aproximase su fin». La decisión
del Comité, a requerimiento suyo, en enero de 1930 «de eliminar a
los kulaks (campesinos ricos) en cuanto clase mediante una genuina
colectivización» justificaba el mantenimiento del Estado durante el
período de la lucha de clases. Posteriormente ese mismo año, en el
XVI Congreso del Partido, añadió que el Estado tendría que desarro-
*^5®*1

liarse hasta el máximo «con el fin de preparar las condiciones pro­


picias para su gradual desaparición».
Los gobiernos soviéticos posteriores han rechazado la primera
afirmación de Stalin al mismo tiempo que mantenían la segunda.
La historia del Partido Comunista de la Unión Soviética, publicada
en 1959, con Khrushchev en la dirección del Gobierno, aseveraba que
«después de que había triunfado el socialismo, una vez que habían
sido eliminadas las clases explotadoras y se había establecido la uni­
dad moral y política de la sociedad soviética, sería errónea la tesis
de un inevitable agudizamiento de la lucha de clases». El texto estaba
de acuerdo con Stalin en que la desaparición del Estado proletario
debería acontecer después de un período de consolidación, añadiendo,
sin embargo, que ese período se señalaría «por la participación activa
de extensísimas capas del pueblo trabajador en todas las actividades
[del Estado]».
Esta reafirmación pública del objetivo de la «autoadministración»
se había iniciado en una conferencia de la sección de Ciencias Socia­
les de la Academia de Ciencias de la URSS en 1958; el programa del
Partido de 1961 apuntaba al desmantelamiento de todas las jerar­
quías directivas (siendo la última en desaparecer la del Partido) y
declaraba que la «dictadura del proletariado» había sido reemplazada
por el «Estado de todo el pueblo».
44

Hubiera sido posible, cuando revisó Khrushchev el dogma estali-


nista, haber sentado el postulado de que el Partido es el único ins­
trumento de centralización (como, durante algún tiempo, parece ha­
berlo sido en la teoría yugoslava), que transmitiría su política a los
órganos locales o a las unidades productivas, los cuales, a su vez,
guiarían a las instancias políticas y económicas de un Estado total­
mente descentralizado. Esta posibilidad no ha sido aceptada en el
pensamiento soviético oficial y jamás ha sido admitida en la teoría
marxista ortodoxa. Indudablemente sería excesiva la concomitancia
con el anarquismo o el nihilismo: tanto empeño ponía Marx en dis­
tinguirse de Bakunin como Lenin de Kropotkin.

Antecedentes del centralismo en Rusia


La historia política de la Rusia zarista puede ayudar a que nos expli­
quemos por qué el Partido y el Gobierno soviéticos estaban resueltos
a implantar un centralismo económico estatal, al paso que proclama­
ban como finalidad última la devolución del poder al pueblo. Marx y
Engels hallaron la respuesta a su análisis histórico en los países de
mediados del siglo xix en vías de industrialización: el proletariado
se había constituido y estaba manifiestamente tan dispuesto a vencer
a la burguesía como ésta lo había estado a triunfar sobre el sistema
feudal. En Rusia, por otra parte, el cuadro histórico marxista había
sido invertido por la acción del Estado.
La servidumbre, como ya hemos observado (página 15), sólo en
una pequeña parte se derivaba de la esclavitud. Hasta que los escla­
vos fueron asimilados a los siervos, tenían derecho a ser manumitidos
a condición de pagar la deuda por la que se les había reducido a la
esclavitud y por tanto tenían en principio más ventajas que los sier­
vos, mucho más numerosos. En estrecho paralelismo con el someti­
miento del campesinado libre en Prusia, el establecimiento de la ser­
vidumbre en Rusia, efectuado en buena parte a mediados del si­
glo X V I I , fue de la mano con la consolidación del Estado zarista.
Miguel Romanov, fundador de la última dinastía rusa, fue elevado
al trono en 1613 por la pequeña nobleza para que restaurara el orden
después de la «Epoca de turbulencias» : a fin de asegurar la presta-
45

ción de los servicios civiles y militares al Estado, proporcionó a la


nobleza la suficiente mano de obra para sus tierras, muy incremen­
tadas por las extensas cesiones hechas por los últimos zares de la
dinastía Rurik. A no ser que estuviese vinculado legalmente a la tie­
rra, un campesino podía eludir las contribuciones de la nobleza yén­
dose a colonizar la vasta «frontera abierta» del Este: el bajo Volga
estaba siendo colonizado y Siberia entera estuvo disponible una vez
que la línea de fortines llegó hasta el lago Baikal y el río Lena
en 1631-32.
Tan sólo se necesitaron tres décadas para efectuar esta vinculación
legal, las que mediaron entre el empadronamiento de los campesinos,
«y de todos los que nazcan después» —hecho en 1646 por el Gobier­
no en cada hacienda— y 1675, año en que se autorizó la venta de
los siervos separadamente de la tierra. El Código Legislativo de 1649
convirtió formalmente a la servidumbre en una institución del Es­
tado. En los pocos e increíbles meses de su reinado —hasta que le
derrocó su esposa, Catalina la Grande, de muchísima más valía—
Pedro III abrogó en 1762 los servicios obligatorios de la nobleza. Los
siervos dieron por supuesto que también ellos habían sido desligados
de sus vinculaciones; su rebelión, guiados por Pugachev, una década
más tarde, se debió en gran parte a que los siervos habían tomado
conciencia de que el Estado en relación con las masas campesinas
había pasado de ser un factor de cohesión nacional a serlo de coac­
ción en interés exclusivo de la clase gobernante.
Esta apreciación era compartida por una minoría de los bene­
ficiarios, y, desde ese momento hasta fin de siglo, se consumó el
divorcio entre los intelectuales y los ejecutores del poder estatal. Una
sensación de culpa entre aquellos nobles que rechazaban el conser­
vadurismo y absolutismo tradicionales dio a los movimientos revo­
lucionarios rusos ese carácter de «élite» sobre el que se modeló el
partido de Lenin de hombres dedicados a la revolución. Ofendidos
por la injusticia de las regulaciones clasistas rusas, los progresistas
intelectuales «se pasaron al pueblo». No es coincidencia que los líde­
res de la sublevación de diciembre (1825) y posteriormente hombres
destacados pertenecientes al movimiento radical —Herzen, Bakunin,
Tkachev y Ogarev— fuesen aristócratas; Kropotkin, el protagonista
de la anarquía, era de rango principesco. En la Rusia del siglo xix
46

eran tan frecuentes los revolucionarios nobles como escasos eran en


Europa. AI llegar a Rusia, tuvo que competir el marxismo con la
«apelación al pueblo», que interpretaba la organización comunal de
la aldea como una vía hacia el socialismo exclusivamente rusa.
Marx (como se ha visto en la página 12) usó expresiones equívo­
cas sobre los méritos de la comuna, pero Lenin aseveró que el capi­
talismo era un prerrequisito del socialismo incluso en Rusia. Así pues,
se opuso con violencia —en El censo de artesanos de 1894-95 en
Perm Gubernia (1899)— a la «conocida panacea populista» de
fomentar «la producción artesanal [porque] proporciona un valioso
servicio... al ofrecer la oportunidad de evitar la transformación de
la economía natural en economía monetaria». Como la población
soviética siguió siendo rural hasta 1961 en su mayoría absoluta, lle­
gando al 82 por 100 en 1917, el reto del comunismo populista a la
dictadura del proletariado de Lenin fue un factor que influyó deci­
sivamente en el modo como se plantearon los soviéticos alcanzar los
objetivos políticos y económicos mediante la maquinaria central del
Estado. Lenin acuñó la palabra khvostismo (derivada de khvost,
«rabo, cola») para denigrar un movimiento político en el que los
seguidores imponían las directrices a los dirigentes. El «elitismo»
intelectual de la tradición revolucionaria-rusa y la deliberada repu­
diación del socialismo campesino han estado ausentes en las tres
revoluciones comunistas que, habiendo subido al poder después de la
segunda guerra mundial, han entrado en conflicto con el régimen
soviético: la China de Mao Tse-tung, la Yugoslavia del mariscal
Tito y la Cuba de Fidel Castro.

El concepto ruso de comunidad


La fe de los populistas eli la comuna indígena estaba, sin embargo,
fuera de lugar. Un observador inglés creyó en 1901 con razón que
la institución había «destruido la capacidad de los campesinos para
pensar y actuar individualmente», y se puede aducir razonablemente
que el carácter instrumental del Estado, principal característica del
desarrollo económico ruso y soviético, es atribuible a la debilidad
del espíritu de organización y empresa, como causa básica de inno­
47

vaciones. El espíritu comunal ruso engendró una confianza mutua


fatalista, más bien que la cooperación de cara al futuro que hubiera
podido producir una evolución en la línea deseada por los eslavófilos
y los populistas; las iniciativas interrelacionadas, pero competiti­
vas, de los individuos hubieran j>odido ser la fuerza impulsora que
en otros sitios se tradujo en la creación de una agricultura dinámica
—en el movimiento inglés de poner cercas a las fincas o en la colo­
nización del Oeste americano— o en la industrialización capitalista.
Ninguna de estas circunstancias, sin embargo, se dio en Rusia en
grado suficiente.
La tierra, para la mentalidad tradicional rusa, no era generalmen­
te objeto de posesión comunal (tan frecuente en la sociedad agraria
primitiva), pero tampoco era susceptible de ser propiedad privada
(como ocurre, por ejemplo, con la costa en el derecho inglés). La
dispersión de la población eslava en la Edad Media sobre un vasto
territorio apagaba el estímulo a delimitar las posesiones: ni la medi­
ción ni la propiedad de la tierra existían con anterioridad al siglo xvi.
Conviene recordar que en Europa occidental el derecho de propiedad
está basado en el derecho romano, que respecto a esto estaba deter­
minado por la necesidad y consiguiente presión que había en los
tiempos clásicos sobre la tierra cultivable, como lo demuestran las
cuantiosas importaciones de grano en la antigua Roma. Incluso los
bienes muebles eran objeto de propiedad indeterminada dentro del
amplio grupo unido por lazos de parentesco, como lo indica el que
las palabras tovarishch (camarada) y tovarishcbestvo (sociedad) se
deriven de tovar (bienes, mercancías). La institución de la comuna y
su consejo de ancianos eran simplemente un instrumento para la
repartición periódica de tierras en concordancia con las mudables
necesidades y aptitudes de las familias miembros.
Posteriormente, a medida que se fueron formando los principa­
dos, el gobernante utilizaba la comuna para prorratear la contribu­
ción. Instituida la servidumbre, se hizo más frecuente aún aprovechar
la comuna para la exacción por la nobleza de prestaciones, perso­
nales o en especie; después de la emancipación de 1861 estaba en
manos de la comuna el cobro de los derechos de rescate. El ideólogo
de la autocracia, Pobedonostsev, observaba en su Curso de Derecho
Civil (1873) que «el sistema de poblado comunal hace posible labrar
Figura 2. Porcentaje del territorio total cubierto por el bosque. El diagrama
representa la Federación Rusa (la RSFSR, exactamente algo más de la mitad
de la población de la URSS, y la mayor de las 15 repúblicas que la
constituyen). El bosque cubre en total el 33 por 100 del territorio de la URSS.

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la tierra sin desembolso de capital». En vísperas de la colectivización,


en 1927, no menos del 96 por 100 de la tierra arable de la Federación
Rusa estaba, al menos nominalmente, dentro de la demarcación de
una comuna (obshchina), otro 1 por 100 era poseído en asociación
(tovarishchestvo) y tan sólo el S por 100 eran fincas cercadas, puesto
que los títulos de propiedad concedidos en virtud de las reformas de
Stolypin habían sido revocados en 1917. El Código Agrario de 1922
reconocía la primacía de la comuna, que era así más poderosa que
el soviet local.
Parece que la comuna, tan atrasada en lo económico como en lo
político, no era ni un estadio hacia perspectivas sociales más eleva­
das, ni su influencia amortecedora fue contrarrestada por una ten­
dencia al individualismo. Podemos aducir un ejemplo filológico a
favor de la primera afirmación. La palabra que significa comuna,
obshchina, tiene su origen en la prehistoria de los mismos rusos, pero
es estrictamente concreta en su significado. Para sociedad, como idea
abstracta, se emplea obshchesívo, tomada del eslavo eclesiástico (anti­
guo búlgaro) en el siglo xvn. A favor de la segunda indicación se pue-
de citar l
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Figura 2. Porcentaje del territorio total cubierto por el bosque. El diagrama
representa la Federación Rusa (la RSFSR, exactamente algo más de la mitad
de la población de la URSS, y la mayor de las 15 repúblicas que la
constituyen). El bosque cubre en total el 33 por 100 del territorio de la URSS.

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la tierra sin desembolso de capital». En vísperas de la colectivización,


en 1927, no menos del 96 por 100 de la tierra arable de la Federación
Rusa estaba, al menos nominalmente, dentro de la demarcación de
una comuna {obshchina), otro 1 por 100 era poseído en asociación
(tovarishchestvo) y tan sólo el 5 por 100 eran fincas cercadas, puesto
que los títulos de propiedad concedidos en virtud de las reformas de
Stolypin habían sido revocados en 1917. El Código Agrario de 1922
reconocía la primacía de la comuna, que era así más poderosa que
el soviet local.
Parece que la comuna, tan atrasada en lo económico como en lo
político, no era ni un estadio hacia perspectivas sociales más eleva­
das, ni su influencia amortecedora fue contrarrestada por una ten­
dencia al individualismo. Podemos aducir un ejemplo filológico a
favor de la primera afirmación. La palabra que significa comuna,
obshchina, tiene su origen en la prehistoria de los mismos rusos, pero
es estrictamente concreta en su significado. Para sociedad, como idea
abstracta, se emplea obshchestvo, tomada del eslavo eclesiástico (anti­
guo búlgaro) en el siglo xvii. A favor de la segunda indicación se pue-
49

de citar una interpretación del carácter ruso en función de su medio


ambiente. Rusia —como lo muestra la figura 2— está todavía cubierta
de bosques en una extensión que solamente ¡guala Norteamérica entre
las principales naciones del mundo. Pero, a diferencia del Canadá y
de los Estados Unidos con los inmigrantes, que aportaban sus res­
pectivas tradiciones ya formadas, la cultura se desarrolló en Rusia
en medio de los bosques. Francia e Inglaterra estaban ya en el si­
glo xvir tan desnudas casi de sus bosques primitivos como lo están
hoy, mientras que las zonas pobladas de la Rusia europea estaban
todavía cubiertas de bosques en más de la mitad de su superficie.
Las comunidades que habitan en las selvas han de hacerse autárquicas
por su lejanía y aislamiento de las demás, pero esta independencia
de sus vecinos va acompañada de indiferencia a las posibilidades de
ganancias que en otro caso podrían obtener del intercambio comer­
cial con ellos.
Cualesquiera que hayan sido las influencias que lo han configu­
rado, el carácter ruso, globalmente hablando, no estaba dotado de
receptividad para los estímulos del capitalismo. Los dirigentes del
sector privado en la primera mitad del siglo xix eran los Viejos Cre­
yentes —disidentes de la Iglesia ortodoxa— que consideraban que
hacer dinero era un medio de mitigar la persecución valiéndose del
soborno o de sufragar la ordenación de sus sacerdotes en el extran­
jero. Ellos monopolizaban prácticamente las industrias textil y hari­
nera de mediados de siglo, pero cuando emigraron al extranjero —a
Polonia, al Oeste americano o a la Columbia británica— y desapa­
reció la presión externa, tornaron a la tradición de la labranza. La
mayor parte de los demás capitalistas privados eran extranjeros y
súbditos del zar no rusos; siendo insuficientes las empresas nacio­
nales, la tarea del desarrollo corrió en realidad a cargo del Estado
zarista.

El Estado como empresario


Ya se ha indicado antes que inmediatamente después de la segunda
guerra mundial estaba Yugoslavia en una situación bastante parecida
a la del joven régimen soviético. Entre 1950 y 1953 fueron abando-
50 Entre los diez millones de arados de madera
de diversos tipos que se empleaban en vi'speras de la
Revolución, el s o k h a , aquí representado en un grabado
del siglo X IX , era el menos eficaz. Si pudiese el Gobierno
suministrar 100.000 tractores, declaró Lenin en 1919,
todos los agricultores dirían "Yo estoy a favor de la comuna"

nando las autoridades yugoslavas con una serie de medidas la plani­


ficación directiva de tipo soviético, y sus comentarios para justificar
los métodos que usaron en anteriores momentos tienden a hacer
hincapié en el papel del Estado. Describiendo en 1953 la necesidad
de cambios radicales en el sistema económico, el entonces ministro
de Asuntos Exteriores, Edvard Kardelj, hizo la observación de que
en 1946

nuestro país estaba iniciando su desarrollo socialista, tanto en sus aspectos


materiales como en su experiencia socialista. Nuestras aspiraciones decla­
radamente socialistas estaban entonces notablemente dificultadas y cons­
treñidas por dos factores objetivos; la situación atrasada del país, con
todas las consecuencias materiales, sociales y políticas que de ahí se deri­
van, y la hegemonía de la ideología soviética, que tenía entonces gran
influencia sobre nosotros. Estos dos factores... hallaron su expresión en
el énfasis relativamente grande que se dio al papel del mecanismo estatal.

Posteriormente el diputado director del Comité Estatal de Pla­


nificación, Borivoje Jelic, en un texto sobre planificación de 1962,
afirmó que «la tarea de elevar la tasa de acumulación y la de cre­
cimiento económico del país, y de concentrar todos los recursos
disponibles en tales objetivos prioritarios, solamente [podía ser llevada
a efecto] por la única fuerza centralizada que existía entonces, el
nuevo Estado».
Este enfoque yugoslavo de la cuestión alude a la falta de toda
otra fuente de iniciativa dinámica una vez que la antigua maquinaria
capitalista y burguesa de administración económica y política había
sido eliminada. Es éste un argumento bastante diferente del que se
aduce en el Manifiesto comunista, donde afirmaban Marx y Engels
que «el proletariado... centralizará todos los instrumentos de produc­
ción en manos del Estado... e incrementará el total de fuerzas pro­
ductivas lo más rápidamente posible». Es muy probable, como ha
sugerido Nove, que Marx «diese en sus análisis por supuesta la exis­
tencia de relaciones de mercado. Es verdad que en un comunismo
pleno no habría mercado ni dinero... Pero, en las actuales condi­
ciones, en las que existen tales categorías como el dinero, los bene­
ficios, el salario, etc., es evidente que debe hacerse un uso razonable
de ellas. Si los precios en el socialismo han de cumplir alguna fun­
ción en la asignación de los recursos, deben reflejar la oferta y la
demanda». Tal vez esto sea leer en Marx más de lo que con toda
certeza hay en él; el economista soviético Preobrazhensky, que in­
tervino destacadamente en las discusiones sobre la naturaleza de la
planificación socialista en los años veinte, observó que

en ningún sitio hablaron Marx y Engels concretamente sobre la oposición


entre el plan y el mercado, sobre el «lazo» [entre la producción industrial
y la agrícola] en el sentido que hoy damos a la palabra, sobre la indus­
trialización, o sobre muchísimos otros problemas que ha suscitado el des­
arrollo de la economía soviética.

No deja, desde luego, lugar a dudas que Marx y Engels creían


que el Estado es mejor empresario que la empresa capitalista con su
orientación al mercado sea cual sea el nivel de desarrollo económico.
Esta es la opinión que Lewis criticó duramente en su obra Costes
generales: ensayos sobre análisis económico (1949):

En los primeros tiempos del pensamiento socialista era casi un axioma


que, una vez que haya pasado la propiedad de manos privadas a ser pro­
piedad pública, todos los problemas sociales de importancia se resolverían
automáticamente; ésta sería aplicada a finalidades más conformes con el
interés público, se distribuirían las rentas más equitativamente, se demo-
52

cratizaría el poder económico, aumentaría la eficiencia y concluiría la


lucha de clases entre los propietarios y los trabajadores. Esta opinión no
ha podido sobrevivir a la experiencia.
Siendo verdad que los estadistas y pensadores soviéticos no esta­
ban libres de esta confianza utópica en el socialismo, es razonable
pensar que el Estado soviético se acomodaba en parte a la naturaleza
subdesarrollada de la situación económica y continuaba la experien­
cia histórica de la Rusia zarista.

La intervención económica en Rusia


Una característica esencial de la occidentalización de Rusia por Pedro
el Grande en los primeros años del siglo xviii fue el desarrollo de la
industria basado exclusivamente en los pedidos del Gobierno. La in­
dustria del acero, que producía armamento y equipo militar; las
fábricas textiles, que manufacturaban uniformes para el ejército y
lona para la marina, y la industria de la construcción, ocupada en
obras públicas, eran los sectores de punta del desarrollo impulsado
por Pedro el Grande. No solamente la iniciativa de establecer fac­
torías con equipo occidental, sino también la mano de obra prove­
nía principalmente de recursos estatales: la siderometalurgia de los
entonces remotos Urales se surtía casi enteramente de siervos de la
Corona. Ya en tiempo de Catalina la Grande, Rusia era una de las
principales potencias industriales de Europa.
A partir de entonces, sin embargo, las economías de Europa Occi­
dental se adelantaron rápidamente a Rusia, que entró en un período
de estancamiento económico, cuyas consecuencias fueron cruelmen­
te puestas de manifiesto por la derrota de Rusia en la guerra de
Crimea (1854-56). Al igual que el avance, también el retroceso eco­
nómico fue inducido por el Estado, ya que el Gobierno destruyó la
confianza en un sistema financiero embrionario (los rublos de papel,
assignatsii, iniroducidos en 1769, y sus sucesores, los kreditnye dengi,
que se canjeaban en 1815 por sólo 20 kopeks de plata), e impuso un
sistema impositivo gravoso (18,5 millones de rublos en 1763, pero
73 millones en 1796).
53

La segunda fase de la industrialización de Rusia fue puesta en


marcha y dirigida por el Estado zarista, en dificultades por la falta
de infraestructura industrial para asegurar el suministro del ejército
y precisado a hallar ocupación para los siervos emancipados en 1861.
Gran parte de la industria que se desarrolló en la segunda mitad del
siglo XIX tenia por objeto satisfacer las necesidades militares u otros
proyectos del sector público (principalmente la construcción de ferro­
carriles), mientras que una buena porción del capital extranjero, que
entraba para aprovechar el «boom» industrial y las elevadas tarifas
proteccionistas, estaba asegurado contra las pérdidas por la garantía
del Gobierno. El rápido crecimiento de las dos últimas décadas del
siglo XIX estuvo casi inevitablemente sometido a una dirección central,
ya que la represión política que siguió al asesinato del zar Alejan­
dro II en 1881 no favorecía la reducción del aparato burocrático. La
unificación del presupuesto estatal en 1862, no obstante, había hecho
del cuerpo de funcionarios, piedra clave de la reforma de Pedro el
Grande (y muy aumentado en el segundo cuarto del siglo), un ve­
hículo más actualizado para la intervención del Gobierno. La con­
centración del control sobre el gasto y el ingreso público dotó al
ministro de Hacienda de autoridad en la economía nacional, usada
con brillantez por Sergei Witte, que, como ejemplo del origen ex­
tranjero del espíritu de empresa, tenía padre holandés y madre ale­
mana.
La industrialización de la última década del siglo, que él dirigió,
tuvo que progresar por sus propias fuerzas, puesto que los princi­
pales mercados interiores y de exportación dependían entonces pre­
dominantemente de la agricultura. Había habido muy malas cosechas
en 1867, 1870-73 y, desastrosas, en 1891-93; los campesinos eran
pobres, soportando gravosas contribuciones para financiar la cam­
paña industrializadora del Gobierno, y sin posibilidad de mantener
«stocks» o de realizar mejoras para atenuar los efectos de la varia­
ción climática; la irregularidad de las cosechas, además, hacía que
inevitablemente fluctuasen los ingresos procedentes de las exporta­
ciones.
Para asegurar que las empresas viviesen merced a la expansión
de otras empresas, el tamaño mínimo de las instalaciones exigido
por el desarrollo era grande; las instalaciones de ese tamaño reque-
54

rían cuantiosas inversiones de capital, introducción de ava


nología del Occidente y regularidad de los pedidos del C S
de las garantías estatales. Witte mismo era tan planifica^
Marx: en un memorándum escrito en 1899 habló de la
que había en Rusia de «un plan preciso..., de un sistema
mente planificado». Al año siguiente hizo hincapié, en o^*
rándum, sobre la necesidad de una dirección central, en la
de que era un impedimento la división de la autoridad:
llegar a una coordinación del poder económico del Esta»™
autoridad del zar (porque, políticamente, él creía en la
Desconfiaba de la democracia y de la fuerza de la opinicz:
que muy probablemente desvirtuarían esta coordinación y
los necesarios cambios. Pero pensaba tanto en las dere
en los liberales cuando, después de haber sido desposeídc^™
efectivo en 1903, escribió en sus memorias que «en Rusia =
ejecutar las reformas con la mayor prontitud: en otro c ^ s
drán pleno éxito o perderán vigor». Un observador c o n t ^
el príncipe Meshchersky (al que Lenin clasificó de «el
conservador»), describió así a Witte: «impaciente, clarivi^—
nático en sus convicciones, encabeza la marcha de su e—
nómico». Jamás perdió Witte la fe en el desarrollo econó^™
vía del centralismo autocrático: afirmó en sus memorias i----
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por el contrario, le da vida y vigor».
La industrialización de Stalin, perseguida por el Esta^™
todos que acentuaban la hegemonía de una autocracia
taba, pues, prefigurada en el modo en que se realizó
económico bajo Pedro el Grande y Witte; el Estado so
más, prácticamente no estaba atado por precedente alg^™
una institución parlamentaria hubiese ejercido el contro—
público. Las dos primeras Dumas (mayo-julio de 1906 y
de 1907), que fueron elegidas con una amplia base re
nunca tuvieron oportunidad de ejercer control sobre el
que, a excefición tan sólo de los gastos militares, era c(^^ h
mente de su competencia. Las Dumas tercera y cuarta
1907-12 y 1912 hasta el fin del régimen) fueron elegida----
54

rían cuantiosas inversiones de capital, introducción de avanzada tec­


nología del Occidente y regularidad de los pedidos del Gobierno y
de las garantías estatales. Witte mismo era tan planificador como
Marx: en un memorándum escrito en 1899 habló de la necesidad
que había en Rusia de «un plan preciso..., de un sistema cuidadosa­
mente planificado». Al año siguiente hizo hincapié, en otro memo­
rándum, sobre la necesidad de una dirección central, en la convicción
de que era un impedimento la división de la autoridad: se debería
llegar a una coordinación del poder económico del Estado bajo la
autoridad del zar (porque, políticamente, él creía en la autocracia).
Desconfiaba de la democracia y de la fuerza de la opinión pública,
que muy probablemente desvirtuarían esta coordinación y retrasarían
los necesarios cambios. Pero pensaba tanto en las derechas como
en los liberales cuando, después de haber sido desposeído del poder
efectivo en 1903, e.scribió en sus memorias que «en Rusia es necesario
ejecutar las reformas con la mayor prontitud; en otro caso no ten­
drán pleno éxito o perderán vigor». Un observador contemporáneo,
el príncipe Meshchersky (al que Lenin clasificó de «el más extremoso
conservador»), describió así a Witte: «impaciente, clarividente y fa­
nático en sus convicciones, encabeza la marcha de su ejército eco­
nómico». Jamás perdió Witte la fe en el desarrollo económico por la
vía del centralismo autocrático: afirmó en sus memorias que «el des­
arrollo pleno y multilateral de las fuerzas sociales no sólo no es in­
compatible con el principio de la monarquía absoluta, sino que, por
por el contrario, le da vida y vigor».
La industrialización de Stalin, perseguida por el Estado con mé­
todos que acentuaban la hegemonía de una autocracia de élite, es­
taba, pues, prefigurada en el modo en que se realizó el desarrollo
económico bajo Pedro el Grande y W itte; el Estado soviético, ade­
más, prácticamente no estaba atado por precedente alguno en que
una institución parlamentaria hubiese ejercido el control del sector
público. Las dos primeras Dumas (mayo-julio de 1906 y marzo-junio
de 1907), que fueron elegidas con una amplia base representativa,
nunca tuvieron oportunidad de ejercer control sobre el presupuesto,
que, a excepción tan sólo de los gastos militares, era constitucional­
mente de su competencia. Las Dumas tercera y cuarta (noviembre
1907-12 y 1912 hasta el fin del régimen) fueron elegidas sobre una
55

base mucho más restringida, y su desempeño de la supervisión pre­


supuestaria se redujo a poco más que a- simple aceptación de las
propuestas oficiales. Incluso una medida económica tan importante
como la reforma agraria de noviembre de 1905 fue establecida por
el primer ministro, Stolypin, no en forma de ley, sino de decreto,
publicado mientras la Duma tenía suspendidas las sesiones.
En 1917 no sólo tenía Lenin ante sí la experiencia de Rusia, sino
que estaba además muy impresionado personalmente por la eficien­
cia de la regulación de la economía por el Gobierno alemán durante
lá guerra. La forma como se había llevado a cabo la industrialización
en Rusia después de 1905 había sido, en expresión de Gerschenkron,
«germanizada», o con palabras de Carr, los cartels y los bancos se
habían convertido en «sustitutivo de un mercado interno autónomo».
La gestión estatal de la economía soviética puede ser considerada como
la culminación de un proceso de concentración de la dirección, en la
que el Gobierno ocupa el lugar de los cartels al m odo de una eco­
nomía de guerra. El plan g o e l r o de 1920 presuponía una eco­
nomía no de mercado, sino de racionamiento, exponiendo los balan­
ces de material —tablas de las necesidades proyectadas y de las dis­
ponibilidades con indicación de los principales productos en unidades
físicas, tal como se ha descrito anteriormente (página 51)— que se
convertirían en la piedra clave del edificio estaliniano de un desarrollo
dirigido.
Concurrieron otras circunstancias que confirmaron a Lenin en la
elección que había hecho del Estado como instrumento económico;
se hablará de ello en el capítulo 4 para mostrar su influencia en la
elección del mecanismo económico. La primera fue el aislamiento
político —que llegó en ocasiones hasta la hostilidad armada—, todo
lo cual indujo a Lenin a emplear metáforas militares en economía;
la segunda fue la inflación galopante que, al destruir el valor del
dinero, erosionó los instrumentos monetarios y fiscales que habría
requerido la planificación indicativa: se tuvo que adoptar la plani­
ficación directiva cuando fallaron los instrumentos indirectos del
mercado. En consecuencia, Bukharin, en El programa de los comu­
nistas (1918), creyó que la economía estaba a punto de «producir y
distribuir los productos sin oro, metal ni papel moneda. El poder del
dinero está llegando a su fin». «La contabilización monetaria de la
rían cuantiosas inversiones de capital, introducción de avanzada tec­
nología del Occidente y regularidad de los pedidos del Gobierno y
de las garantías estatales. Witte mismo era tan planificador como
Marx; en un memorándum escrito en 1899 habló de la necesidad
que había en Rusia de «un plan preciso..., de un sistema cuidadosa­
mente planificado». Al año siguiente hizo hincapié, en otro memo­
rándum, sobre la necesidad de una dirección central, en la convicción
de que era un impedimento la división de la autoridad: se debería
llegar a una coordinación del poder económico del Estado bajo la
autoridad del zar (porque, políticamente, él creía en la autocracia).
Desconfiaba de la democracia y de la fuerza de la opinión pública,
que muy probablemente desvirtuarían esta coordinación y retrasarían
los necesarios cambios. Pero pensaba tanto en las derechas como
en los liberales cuando, después de haber sido desposeído del poder
efectivo en 1903, escribió en sus memorias que «en Rusia es necesario
ejecutar las reformas con la mayor prontitud: en otro caso no ten­
drán pleno éxito o perderán vigor». Un observador contemporáneo,
el príncipe Meshchersky (al que Lenin clasificó de «el más extremoso
conservador»), describió así a Witte: «impaciente, clarividente y fa­
nático en sus convicciones, encabeza la marcha de su ejército eco­
nómico». Jamás perdió Witte la fe en el desarrollo económico por la
vía del centralismo autocrático: afirmó en sus memorias que «el des­
arrollo pleno y multilateral de las fuerzas sociales no sólo no es in­
compatible con el principio de la monarquía absoluta, sino que, por
por el contrario, le da vida y vigor».
La industrialización de Stalin, perseguida por el Estado con mé­
todos que acentuaban la hegemonía de una autocracia de élite, es­
taba, pues, prefigurada en el modo en que se realizó el desarrollo
económico bajo Pedro el Grande y Witte; el Estado soviético, ade­
más, prácticamente no estaba atado por precedente alguno en que
una institución parlamentaria hubiese ejercido el control del sector
público. Las dos primeras Dumas (mayo-julio de 1906 y marzo-junio
de 1907), que fueron elegidas con una amplia base representativa,
nunca tuvieron oportunidad de ejercer control sobre el presupuesto,
que, a excepción tan sólo de los gastos militares, era constitucional­
mente de su competencia. Las Dumas tercera y cuarta (noviembre
1907-12 y 1912 hasta el fin del régimen) fueron elegidas sobre una
55

base mucho más restringida, y su desempeño de la supervisión pre­


supuestaria se redujo a poco más que a- simple aceptación de las
propuestas oficiales. Incluso una medida económica tan importante
como la reforma agraria de noviembre de 1905 fue establecida por
el primer ministro, Stolypin, no en forma de ley, sino de decreto,
publicado mientras la Duma tenía suspendidas las sesiones.
En 1917 no sólo tenía Lenin ante sí la experiencia de Rusia, sino
que estaba además muy impresionado personalmente por la eficien­
cia de la regulación de la economía por el Gobierno alemán durante
lá guerra. La forma como se había llevado a cabo la industrialización
en Rusia después de 1905 había sido, en expresión de Gerschenkron,
«germanizada», o con palabras de Carr, los cartels y los bancos se
habían convertido en «sustitutivo de un mercado interno autónomo».
La gestión estatal de la economía soviética puede ser considerada como
la culminación de un proceso de concentración de la dirección, en la
que el Gobierno ocupa el lugar de los cartels al modo de una eco­
nomía de guerra. El plan g o e l r o de 1920 presuponía una eco­
nomía no de mercado, sino de racionamiento, exponiendo los balan­
ces de material —tablas de las necesidades proyectadas y de las dis­
ponibilidades con indicación de los principales productos en unidades
físicas, tal como se ha descrito anteriormente (página 51)— que se
convertirían en la piedra clave del edificio estaliniano de un desarrollo
dirigido.
Concurrieron otras circunstancias que confirmaron a Lenin en la
elección que había hecho del Estado como instrumento económico;
se hablará de ello en el capítulo 4 para mostrar su influencia en la
elección del mecanismo económico. La primera fue el aislamiento
político —que llegó en ocasiones hasta la hostilidad armada—, todo
lo cual indujo a Lenin a emplear metáforas militares en economía;
la segunda fue la inflación galopante que, al destruir el valor del
dinero, erosionó los instrumentos monetarios y fiscales que habría
requerido la planificación indicativa; se tuvo que adoptar la plani­
ficación directiva cuando fallaron los instrumentos indirectos del
mercado. En consecuencia, Bukharin, en El programa de los comu­
nistas (1918), creyó que la economía estaba a punto de «producir y
distribuir los productos sin oro, metal ni papel moneda. El poder del
dinero está llegando a su fin». «La contabilización monetaria de la
Cartel invitando a los obreros a trabajar
56 voluntariamente horas extraordinarias los
fines de semana ( s u b b o t n i k i , véase página 98).
Siempre se ha urgido en la URSS la moralidad
del trabajo para respaldar los incentivos monetarios.

riqueza económica», decía en 1920 un artículo de Strumilin (formado


en la escuela del marxista legal Struve), adebe ser reemplazada por
la contabilización sin dinero. Sobre esto no cabe discusión». Nadie
podría poner en duda, concluía, «que la contabilización en valores
monetarios no es apropiada para el control planificado de la eco­
nomía estatal de la Rusia soviética en las condiciones presentes».

Sistemas alternativos de propiedad


No persistió la extraña situación que se implantó a raíz de la Revo­
lución de una economía sin dinero, pero los mecanismos del mercado
y de los precios se restablecieron tan sólo a modo de respiro tempo­
ral previo a la readopción del plan directivo por parte de Stalin. Pero
tal vez no se hubiese aceptado con tanta facilidad la herencia de las
funciones empresariales del Estado si hubiese estado Lenin en una
situación que le hubiese permitido adoptar un sistema de propiedad
diferente. Por razones políticas excluyó, sin embargo, los tres que
estaban a m ano: las cooperativas, el sindicalismo y la administra­
ción local.
A juzgar por la cita que hemos hecho de Lenin (páginas 34-5) y
por sus opiniones sobre el imperialismo (página 81) parece posible
deducir que el primer Gobierno soviético habría estado dispuesto a
aceptar una forma descentralizada de administración en la que cada
unidad productiva sería una cooperativa perteneciente a sus produc­
tores, pero es bastante seguro que Lenin no hubiera estado menos
dispuesto que Stalin a emplear la coacción para imponer los sistemas
colectivos si hubiese fallado la cooperación voluntaria. Aunque más
a la izquierda que Lenin, Preobrazhensky, en calidad de economista
aliado de Trotsky, tenía poca confianza en las cooperativas:

Puesto que las cooperativas pueden existir en una sociedad capitalista sin
amenazar en lo más mínimo su existencia, es evidente que la cooperación
no contiene en si misma principio activo alguno de transformación hacia
unas relaciones productivas socializadas.

Stalin compartía su visión del «monopolio socialista» al permitir


en la agricultura y en la industria artesanal únicamente una forma
de cooperativas (el artel, en el que solamente se pagaban dividendos
Í3tiUki'.Kni ttirynmj U r a i to T tiu filio ¡ fm iio ir- V f j cofdíiH’ iintect'

^ K - '- V

S Ki í i
58

a la aportación en trabajo), estrictamente sometidos a regulación


estatal, y otro tipo (asociación de comerciantes) en la venta al por
menor, indistinguible de los comercios estatales a efectos de control.
'A Se destruyó así la base sobre la que se hubiera podido construir un
sistema de cooperativas voluntario y diversificado; los tradicionales
arléis de trabajo (equipos de artesanos), comunas de sectas religiosas,
comunidades anarquistas, y quizás incluso las comunas rurales del
pasado transformadas. Los puntos de vista de los campesinos iban
desde la declaración de una temprana comuna comunista en abril
de 1918 —«Unirse en una única comuna político-económica basada
en la igualdad y la fraternidad, apoyada en los principios del poder
soviético y defendiendo la causa del proletariado revolucionario»—
a! comentario irónico de un campesino de Saratov —«Ahora que todo
es común y no se reconoce ya la propiedad, lo mismo podríamos
adherirnos a una comuna».
La segunda forma de organización económica que hubiera podido
seguir el Gobierno soviético era la propiedad sindical. Durante el
Gobierno provisional, entre las revoluciones de marzo y de noviem­
bre, en muchas empresas industriales habían aparecido comités de
empresa Ifahzavkomy): yendo en aumento su número después del
golpe de noviembre, llegaron hasta dirigir —con exclusión del Go­
bierno y de los antiguos propietarios— un gran número de fábricas
a lo largo de los ocho meses siguientes. Uno de los primeros decretos
del nuevo Gobierno fue sobre el «control obrero» (14 de noviembre
de 1917), dando a los comités de personal «el derecho de supervisar
la gestión económica... y de determinar un mínimo de producción»,
pero se les prohibió explícitamente «posesionarse de la empresa o
dirigirla». En realidad, durante el período transicional hasta la na­
cionalización en gran escala de julio de 1918, Lenin prefirió que
continuasen los propietarios en posesión de sus bienes para que su
poder contrapesase el de los comités; de este período escribió: «nues­
tro trabajo de organización, contabilización y control iba conside­
rablemente retrasado». Lenin utilizó conscientemente a los sindicatos
para suprimir con mayor facilidad a los comités de empresa, por el
temor de que éstos representasen una solución política en sustitución
de los soviets. Incluso el que tales colectividades de obreros negocia­
sen autónomamente era considerado como manifestación de insoli-
daridad con el nuevo —y todavía precario— régimen, actitud ésta
robustecida por la tradición bolchevique de oposición a todo lo que
fuese neconomismo» en el seno del movimiento obrero. También aquí
las opiniones de Trotsky eran más izquierdistas que las de Lenin,
pero sus esperanzas en un Ejército del Trabajo se frustraron tanto
por el desinterés de los obreros como por la tácita oposición de Lenin.
Otro modelo que hubieran podido seguir los soviéticos para la
gestión económica era el uso de los organismos locales —desarrollán­
dolos a partir de una tendencia que en las circunstancias de Inglaterra
era llamada «socialismo municipal»—. Durante la segunda mitad del
siglo XIX se habían establecido ayuntamientos por elección —una
diana para las grandes ciudades y un zemsivo para otras poblaciones
y distritos— ; su actividad se había concentrado principalmente en
los servicios sociales que el programa de 1919 había propuesto como
metas al Partido Comunista: servicios sanitarios y educación para
todos. Habían estado estructurando trabajosamente democracias cons­
titucionales en sus respectivas localidades como contrapunto a la auto­
cracia zarista (teniendo en especial que defender su presupuesto de
gastos contra la oposición de los ministerios centrales y de los go­
bernadores e inspectores locales, designados por San Petersburgo) y,
al actuar de esta forma, más bien caían en la tendencia liberal y
populista que en la bolchevique. Aunque Lunacharsky, el primer
comisario de Educación, y hasta Krupskaya, la mujer de Lenin, se
ocupaban en cierta medida del aspecto educativo, la supresión por
Lenin de la Asamblea Constituyente —la expresión constitucional
que habían estado buscando— y el Terror Rojo habían provocado
el alejamiento de los miembros y empleados de los concejos locales.
Asimismo, el partido de Lenin era reacio a condescender con la
propagación de su tradición liberal-radical, que hubiera fortalecido
la autoridad de los soviets locales en detrimento del impulso cen-
tralizador. Efectivamente, el decreto de junio de 1918 sobre la na­
cionalización iba dirigido tanto a obligar a los soviets locales a doble­
garse ante Moscú como a desvigorizar a los fabznvkomy.
El libro de texto modelo
La afirmación marxista de que el control está determinado por la pro­
piedad no tuvo contradicción en los países capitalistas hasta que
Burnham demostró que propiedad y decisión están separadas en toda
economía dirigida. No obstante, los libros de texto occidentales tien­
den todavía a utilizar el concepto de socialismo como un vehículo
didáctico para describir el sistema competitivo; para ellos, el sistema
socialista no es más que una forma apropiada de modelo simplificado,
vistiendo con un título aparentemente real esos pasajes que en una
exposición son, en otros contextos, reconocidamente irreales. El con­
cepto de un único centro que decide corre parejas con la hipótesis
de una economía cerrada o de precios constantes, de qUe lo que se
gasta en cualquier mercancía está en función lineal de la renta total,
de que los ingresos totales se consumen enteramente en bienes de
producción, etc., por citar solamente algunas con las que está fami­
liarizado cualquier economista. Muchos libros de texto utilizan el
concepto de «economía socialista» como una simplificación en el
proceso de razonamiento que desemboca en el mecanismo de mercado
(por ejemplo, los libros de texto de Benham, Boulding y Shackle en
inglés y el de Perroux en francés). El estudiante, aun cuando advierte
la irrealidad del modelo, puede quedar con la impresión de que se
puede efectuar la traducción del modelo «ideal» a las circunstancias
reales mitigando diversos supuestos (ordinariamente implícitos) o
corrigiendo las incoherencias o insuficiencias de la información. Pero
no llega a poner en duda la creencia fundamental de que una eco­
nomía socialista, puesto que tiene uniformidad en la propiedad, tiene
también homogeneidad en la adopción de decisiones. Los marxistas
no soviéticos (por ejemplo, Baran y Sweezy) y los escritores occi­
dentales tienden igualmente, cuando exponen una teoría marxis­
ta, a dar por bueno el enfoque que identifica propiedad y de­
cisión : Joan Robinson, en particular, en su obra Ejercidos de
análisis económico (1960), sigue un proceso que parte de una
economía socialista simplificada para concluir en una economía
capitalista.
Entre los análisis que ofrecen explicaciones de la evolución de
un mecanismo económico sin aceptar el determinismo marxista, me­
61

recen especial mención los de Hicks, Drewnowski y Horvat. Se tomó


como punto de partida de este libro el análisis de Hicks sobre la apa­
rición de la economía de mercado a partir del anterior estadio ncon-
suetudinario» y de una economía «autoritaria»; sustituir el mercado
por una jerarquía que dé órdenes no sería un estadio más elevado
de organización, como pretendía Marx, sino un retroceso, Drew­
nowski, economista polaco no marxista, basa su teoría en una serie
interconexionada de preferencias: en un extremo la economía ple­
namente socialista está regida por una «función de preferencia esta­
tal», mientras que el capitalismo competitivo maximiza el área de
elección influenciada por funciones de preferencia individual. Los
sistemas económicos actuales adoptan, en su opinión, demarcaciones
variantes de estas zonas, y es una mezcla de ellas lo que Horvat, mar­
xista croata, ha sugerido como extrapolación lógica de la gestión
económica usual en Yugoslavia. Expresado en forma paradójica, afir­
ma que «el mercado es el que más sabe, a no ser en los casos en que
la sociedad es la que sabe más». Aplicado a la práctica, se puede
permitir a las empresas dirigidas por los obreros que realicen libre­
mente transacciones entre sí y con los consumidores con la finalidad
de maximizar sus beneficios (y por tanto los dividendos de los obre­
ros miembros de la cooperativa), excepto cuando se siguen de ello
ciertas asignaciones antisociales de los recursos, tales como mala dis­
tribución de la renta por razón de beneficios resultantes de una situa­
ción de monopolio o excesiva concentración regional. Por tales razo­
nes el Estado se ve precisado a intervenir. Un referéndum nacional
determinaría el tipo de ahorro macroeconómico, que sería impuesto
por los controles presupuestarios y bancarios del Gobierno.
Horvat representa la amalgama de Marx y Keynes que tanto ha­
bría tentado a un Lenin más seguro de su alianza con los campesinos.
Fue esa «alianza» —como lo indica el próximo capítulo— lo que
distinguió la política de Lenin de la propugnada por Marx y Luxem-
burg, pero tal cooperación era imposible en las circunstancias en
que él gobernaba. Algo más habría podido hacer Stalin, pero sus
medidas de coerción industrial y de colectivización agraria contra­
decían manifiestamente todos los ideales de autogobierno. Stalin, ade­
más, rechazó el anteproyecto del Plan Trienal Polaco (1948-50), que
ofrecía una forma de planificación central basada conscientemente

4 .J
en una versión marxista de Keynes (aunque sin la participación de
obreros y votantes que ahora propone Horvat), e impuso a la Comi­
sión Polaca de Planificación las mismas técnicas que él había usado
en la URSS en los años treinta.
3 Bases clasistas de la política
económica

Filosofía marxista y estructura social


El poder del Estado soviético de dirigir la economía fue fortalecido
por la coherencia que había en Marx entre los conceptos económicos,
sociales y filosóficos. Marx —economista, filósofo e historiador— da
muestras de vastos conocimientos en lenguas antiguas y modernas.
Juntamente con Engels echó mano de un amplio repertorio de disci­
plinas y de datos para constituir un sistema cerrado en el que la
filosofía de la historia da origen a una estructura independiente y
global de pensamiento político y económico. Tratándose de examinar
la economía soviética, es inútil discutir si las aserciones históricas de
las que se dedujo el sistema estaban demostradas empíricamente en
la historia, o si las fases subsiguientes de la construcción teórica
habían sido confirmadas por la experiencia cuando el mecanismo
económico soviético fue puesto en marcha. Tal vez se podría per­
suadir a los ciudadanos como particulares o a la totalidad de la
nación demostrándoles la divergencia existente entre una teoría y los
hechos de la realidad, pero mientras el Estado haga suya la lógica
ideológica de Marx, la interna concatenación conceptual del sistema
le permitirá justificar su oposición a otros principios que no sean los
de Marx y no autorizar que se publiquen o enseñen más que aquellas
cosas que sean manifiesta comprobación de esos principios.
Siguiendo a Hegel, dio Marx por supuesto que la historia huma­
na está necesariamente gobernada por una ley dialéctica: él halló
esta ley en la conciencia de clase y en la lucha de clases, convirtiendo
en fenómeno histórico general el conflicto contemporáneo entre el
capital y el trabajo. Al definir el capitalismo como un sistema eco­
nómico en el que los medios de producción se poseen en privado, y
al presuponer que la conciencia de clase y los intereses de clase están
determinados por las relaciones de propiedad, puso Marx en relación
clase y propiedad. «Fue un golpe audaz de estrategia analítica», de­
claró Schumpeter en Capitalismo, socialismo y democracia (1950),
«el que enlazó el destino del fenómeno de las clases con el destino
del capitalismo, de tal modo que el socialismo, que en realidad nada
tenía que ver con la presencia o ausencia de las clases sociales, se
convirtió, por definición, en el único tipo posible de sociedad sin cla­
ses, a excepción de los grupos primitivos». La coincidencia de haber
surgido una nueva situación social cuando cambió el modo de pro­
ducción no significaba automáticamente que una nueva alteración
en las relaciones productivas acarrearía la reforma de la sociedad.
Además no solamente generalizó Marx la relación clase-propiedad
hasta hacer de ella una ley de la historia, sino que Engels, coautor
del Manifiesto comunista, promovió esta correlación en Dialéctica
(le la naturaleza (publicada postumamente en 1925) a ley fundamen­
tal del ser.
El hecho de que Marx y Engels hayan dado nacimiento a un
sistema metafísico basado en la conciencia social explica el propósito
de la estrategia económica soviética en términos clasistas. Se trataba
de una formulación especialmente bien recibida en la Rusia zarista,
legalmente dividida como estaba en clases basadas en la función
social y económica. Unos cuantos pensadores políticos se esforzaron
por negar validez a la interpretación clasista -Meshchersky escribió
en 1908 que «la lucha de los trabajadores con aquellos que les pro­
porcionan el trabajo no puede ser interpretada a la manera de una
situación general, ya que tiene carácter puramente privado»—. La
estratificación social fue, sin embargo, interpretada por los monár­
quicos y conservadores como fundamento del poder nacional, del
mismo modo que los populistas creían que la salvación de Rusia
estaba en los labriegos acomodados y en los artesanos. La conversión
generalizada de los intelectuales populistas al marxismo a fines del
siglo XIX hizo simplemente que desplazasen sus esperanzas de los
campesinos al proletariado.

Clases e incentivos
Marx expuso su convicción de que la «base» de las relaciones eco­
nómicas determina la «superestructura» de la conciencia social. Lenin
era partidario del proletariado, y del modo y envergadura de la pro­
ducción capitalista como medio de satisfacer tanto los fines econó­
micos como los sociales, alabándolos muy especialmente en E! infan­
tilismo de izxiuierdas y la mentalidad pequeño-hurituesa (1918). Pero
las economías de escala y las conveniencias de la urbanización ejer­
cían poca atracción sobre algunos de los revolucionarios contempo­
ráneos suyos. Por ejemplo Chayanov, director del Instituto para el
Estudio de la Economía y de la Política Agraria de Moscú, expresaba
otro género de esperanzas en El viaje de mi hermano Alexei al país
de la utopia campesina (1920), donde miraba con anhelo al tiempo
aquel en que «la era de la cultura urbana haya pasado ya». Moscú,
en la visión de Chayanov, quedaría reducido a una población de
100.000 habitantes y la de otras ciudades se limitaría a 10.000; las
fábricas serían trasladadas a la campiña, que aparece como un gran
tablero de ajedrez cultivado por familias de labradores organizadas
en cooperativas. Sin embargo, en sus propuestas prácticas para el
futuro inmediato, no se dejó Chayanov llevar por la fantasía, como
lo testimonia su trabajo para desarrollar una tabla input-output para
la agricultura partiendo del esquema de la economía de Dmitriev
(página 30). El problema al que ofrecía solución era el mismo que el
de Lenin, «eliminar las diferencias existentes entre la ciudad y el
campo» ; de la misma manera el Partido Comunista Soviético deseaba
la liquidación de otra supuesta contradicción basada en la función
productiva y en la posición social —la contradicción entre el trabajo
mental y el trabajo físico.
Estas dos contradicciones tenían que ser resueltas en un momento
en que los recursos disponibles para incentivos materiales eran extre­
madamente limitados. La movilización de los recursos para el rápido
desarrollo de la industria dejaría poco para fines de consumo du­
rante un considerable período de tiempo. Marx había advertido en
Crítica del programa de Gotha:

En un estadio más elevado de la sociedad comunista, desaparecerá la tirá­


nica subordinación de los individuos que se da en la división del trabajo
(y con ella también la distinción entre trabajo manual y trabajo intelec­
tual)..., se incrementarán las fuerzas productivas y todas las fuentes del
bienestar social manarán con mayor libertad, lo que traerá consigo el pleno
desarrollo del individuo; entonces, y solamente entonces, quedará muy
atrás el estrecho horizonte burgués de los derechos y la sociedad inscri­
birá en su bandera «que cada uno aporte según su capacidad, que se dé a
cada uno según sus necesidades».
Las clases sociales se distinguirían por tanto según su función
productiva, y su valor para una sociedad dinámica se mediría por
su contribución a la transformación de la base material de la socie-
66

dad. A largo plazo serían eliminadas las diferencias entre «la ciudad
y el campo» y entre el trabajo «mental y el físico», pero en lo inme­
diato no sólo se mantendría la clasificación de obreros, campesinos
e intelectuales, sino que serviría a una finalidad económica.
Durante el período precomunista del socialismo estaban justifica­
dos los incentivos diferenciados según la clase, pues entonces todos
solían cobrar según la valoración social que se daba a su trabajo.
En consecuencia, la práctica soviética ha concedido a los asalariados
condiciones económicas y sociales superiores a las de los campesinos
—y garantizado (a partir de 1956) un salario mínimo, afiliación a los
sindicatos, acceso a los seguros sociales, viviendas municipales y edu­
cación superior— hasta que juzgase el Gobierno que el nivel de la
producción material autorizaba pasar a «una nueva fase en la eli­
minación de las diferencias entre la ciudad y el campo». Ese momento
llegó en los años sesenta, y se comenzó a conceder a la población
rural condiciones de vida de tipo urbano -particularmente gracias
a la práctica, generalizada en 1962, de abonar anticipos cuatrimes­
trales a cuenta de los dividendos a los miembros pertenecientes a
granjas colectivas (garantizados por créditos del Banco Estatal), a la
creación en 1964 de un Fondo de Pensiones y de Subvenciones a
agricultores de granjas colectivas (financiado en sus dos terceras
partes con las primas de los seguros sociales y en la tercera restante
con impuestos), a una campaña de construción de viviendas en las
zonas rurales iniciada en 1968, a la elevación del nivel educativo de
todas las escuelas rurales de modo que para 1970 se pueda pasar de
ellas a la universidad—. La prensa soviética ha publicado sugeren­
cias de agricultores de granjas colectivas indicando la conveniencia
de que hubiese un sindicato para ellos y, mediante las oportunas tar­
jetas de identidad, ,se les permitiese aceptar sin restricciones empleos
fuera de la agricultura. La política oficial sobre la relación entre la
remuneración del trabajo mental y la del trabajo físico se ha refle­
jado parcialmente en la política descrita seguida respecto a los sala­
rios en dinero, pero, como ya se indicaba allí (página 143), las pagas
de los directivos nunca han divergido de los salarios de los operarios
en la cuantía que es usual en las economías de mercado. Más aún,
ciertos escalones del trabajo mental han mostrado tendencia a ser
peor remunerados que las tareas manuales, l.a figura 5 del capítulo 5
67

pone de relieve el relativo declive que ha habido en las pagas de


empleados y técnicos. El sueldo medio del personal docente había
descendido para 1940 hasta ser exactamente igual al salario medio
de los trabajadores manuales de la industria, y alcanzó su punto más
bajo en 1958 con un quinto por debajo de él; diez años más tarde
el margen era de sólo un décimo. Las diferencias mayores en los
salarios monetarios tuvieron lugar, como se indica en ese capítulo,
entre las distintas ramas de los trabajos industriales.
La decisión de efectuar tal diferenciación en los salarios fue de­
nunciada por Trotsky, quien (como líder de la «Oposición de izquier­
das» desde 1923 hasta su supresión en 1927) era partidario del igua­
litarismo e interpretó la elección de Stalin en términos clasistas. Des­
pués de su destierro (1929) escribió;
Enseñó Rousseau que la democracia política es incompatible con una
desigualdad excesiva... Bajo Stalin... no sólo hay hoy día desigualdad so­
cial, sino también económica. Ha sido fomentada por la burocracia... que
buscaba la justificación de sus privilegios a espaldas del campesino medio
y del obrero cualificado. Acusaba esa burocracia a la Oposición Izquier­
dista de querer desposeer al trabajo especializado del salario más elevado
al que tenía pleno derecho... Fue una maniobra maestra de parte de Stalin,
y encontró naturalmente inmediato apoyo entre los funcionarios privile­
giados, que por primera vez vieron en él a su caudillo. Con irrefrenado
cinismo se denunció la igualdad como el peor enemigo del marxismo y el
mayor pecado contra los evangelios de Lenin. Recostados en automóviles
que eran técnicamente propiedad del proletariado, de viaje a lugares de
veraneo donde solamente eran admitidos unos pocos selectos, comentaban
los burócratas entre carcajadas; «¿para qué hemos estado luchando?»...
Defender la nacionalización de los medios de producción y de la tierra
es ley de vida o muerte para la burocracia, ya que éstos son la fuente
social de su posición dominante... El control de los excedentes de pro­
ducción abrió a la burocracia el camino ai poder.
Los alegatos de Trotsky no han sido olvidados hoy todavía, según
se deduce de una frase del informe del Comité Central al Congreso
del Partido de Obreros Polacos en noviembre de 1968 que circulaba
en Polonia en panfletos «exponiendo ideas anarco-trotskistas sobre la
alienación del proletariado por la burocracia». Como insinuaba
Trotsky cáusticamente, la burocracia labraba su comodidad aprove-
68 Una casa particular en construcción en Ucrania.
Los miembros de las granjas colectivas pueden construir
su vivienda en un terreno que no exceda las 0,5 hectáreas
y que podrá cultivar en su propio provecho; en algunas
ocasiones se han puesto severas restricciones a la construcción
de casas y al cultivo de huertos en las zonas urbanas.

chándose de los gajes de sus cargos, puesto que la estratificación de


la sociedad soviética con la política estalinista de desnivelación no
provenía tanto del dinero cuanto del acceso a los bienes y servicios.
Durante el comunismo de guerra se establecieron «puntos cerrados
de distribución» {zakrytye rasprediteli) para asegurar a los principa­
les miembros del Partido y del Gobierno una participación prefe­
rencia! en los sumini.stros; el extendido sistema del racionamiento
(a fines de 1920 había 35 millones de personas con cartillas de racio­
namiento) hacía posible que la función se correspondiese con la
clasificación del suministro. En el escalón más elevado estaba la
llamada «ración académica» —para los científicos y otras personas
incluidas en su mismo grupo—. El satírico Bulgakov, en Las aven­
turas de Chichikov (1924), describe cómo uno de los personajes de
Gogol vuelto a nacer en el Moscú de la época «obtuvo una ración
para sí, para sus inexistentes esposa e hijo..., para su anciana madre,
que no estaba ya en este mundo. Y raciones académicas para todos
ellos, de tal modo que fue preciso un camión para hacerles la entrega
de los comestibles».
Los puntos cerrados de distribución siguieron existiendo después
de que se suprimió el racionamiento, anexionados a los ministerios
y departamentos del Partido, y perduran todavía hoy. Se cobran
precios de venta, pero las existencias varían según la importancia
de la institución a la que está anejo el punto de distribución. Existen
puntos de suministro ( o r s , en sus iniciales rusas) en la mayoría de
las empresas estatales e instituciones públicas de cierto tamaño
( g u t m o en los establecimientos militares), paralelos a la red de
venta al detall, que es la única a la que tienen acceso los retirados,
los agricultores de granjas colectivas y las personas sin empleo. Apar­
te ya de los artículos de venta al por menor, ha habido una tendencia
aún más marcada a canalizar otros servicios y bienes de consumo a
través del puesto de trabajo en vez de ponerlos en venta en el mer­
cado abierto, pero la distinción ha disminuido desde la muerte de
Stalin.
El derecho a comprar y vender una vivienda, como ya decíamos
(página 16). fue garantizado por la Constitución de 1936, pero al
año siguiente fueron nacionalizados todos los bloques de pisos co­
operativos, restringiendo la propiedad privada a las casas familiares
- 's í ^ y
5 '5 - ^ I

individuales. Incluso este derecho fue negado hasta su reafirmación


legal en 1948. Hasta 1957 la gran mayoría de las casas urbanas (exac­
tamente las dos terceras partes ese año) eran propiedad de diversas
instituciones estatales. Estas solían ser empresas e instituciones que
se las ofrecían a sus empleados. Desde 1957 se ha autorizado el
establecimiento de sociedades cooperativas de construcción, y se ha
municipalizado crecientemente el sector público (este proceso se vio
facilitado por la supresión de los ministerios industriales ese mismo
año y la transferencia de sus empresas a consejos económicos regio­
nales).
Las rentas que se pagan por el alojamiento de propiedad estatal
no son meramente simbólicas, habiendo sido determinado su valor
absoluto por una ley de 1926. Como era lo apropiado en las condi­
ciones de igualitarismo para los trabajadores existentes durante la
N EP, que favorecía la búsqueda de ganancias, se fijaba el precio de
las rentas según una escala movible en correspondencia con los sala­
rios y que variaba en torno a un salario standard de 15 rublos al mes.
Se fijó, sin embargo, una renta máxima por metro cuadrado, y cuan-
ki'» •I ^

ír-.í-

do en tiempo de guerra hizo la inflación que los salarios sobrepu­


jasen el tope de la escala, la renta correspondiente a este tope quedó
convertida en renta mínima (a excepción tan sólo de una pequeñísima
minoría con salarios muy bajos, que fue eliminada cuando se fijó un
salario mínimo en 1956). Los ingresos de los municipios y de otros
propietarios de bloques de pisos en concepto de alquileres eran insu­
ficientes para cubrir incluso el mantenimiento y las reparaciones de
las viviendas; a la construcción y acomodo de viviendas se asignó
un orden de prioridad a efecto de subvenciones con fines de inver­
sión. En una palabra, al ser demasiado baratas, las viviendas eran
muy buscadas —y el medio para conseguirlas solía ser el soborno o
un empleo al que estuviesen vinculadas—. La municipalización y las
oportunidades de comprar viviendas a través de una cooperativa o
privadamente han hecho que disminuya mucho la práctica de aco­
plar el alojamiento al empleo. Después de la dimisión de Khrushchev
se revocó un intento del Gobierno de transferir los ahorros privados
para construcción de viviendas a las cooperativas, no permitiendo
durante 1960-64 nuevas hipotecas de edificios urbanos.
En el sistema estalinista había otros dos servicios sociales estre­
chamente enlazados con la función y el puesto de trabajo. Trotsky
mencionaba en su diatriba los lugares de veraneo: estando naciona­
lizados a modo de sanatorios o casas de descanso, se podía encontrar
De vacaciones en la playa de Yaita. Las plazas 71
para pasar una temporada en los sanatorios
y casas de descanso estuvieron racionadas
durante treinta años según el puesto de
trabajo o la posición oficial, ahora, en
cambio, se fomenta el turismo individual.

allí alojamiento bien sea gratuitamente o a precios muy reducidos


obteniendo un permiso dado ordinariamente por el Ministerio de
Trabajo. Los funcionarios de edad avanzada podían pasar en. ellos
sus vacaciones con regularidad, así como una selección de obreros
meritorios (pero no sus esposas). Los niños de edad escolar, por otra
parte, estuvieron siempre bien atendidos en campamentos de vaca­
ciones dirigidos por los Pioneros (organización para edades inferiores
a la de la Liga de Jóvenes Comunistas). Otros no tenían dónde pasar
sus vacaciones o se las arreglaban como podían en casas particulares,
en tiendas de campaña o —como informó muy extrañado un perio­
dista soviético— en grandes canastas de madera.
Tal racionamiento a través del puesto de trabajo sufrió muchos
cambios con la abolición de los ministerios industriales en 1957:
muchos de sus sanatorios fueron transferidos a los Ministerios de
Sanidad de las Repúblicas de la Unión, pero la mayor parte de ellos
fueron posteriormente puestos en manos de los sindicatos (que siem­
pre habían dirigido bastantes, pero conformándose estrictamente a
las instrucciones del ministerio industrial al que estuviesen asociados).
Durante los años sesenta se impulsó la creación de campamentos de
vacaciones y hoteles abiertos a todo el mundo a precios comerciales
normales.
Los altos funcionarios disponían también de mejores servicios
médicos según los mismos principios que se aplicaban a los sanato­
rios ; pero, a pesar de todo lo que se ha conjeturado en contrario
fuera de la URSS, la enseñanza ha estado poco estratificada social­
mente.
El plan de internados o de pensionados (en su culmen durante
1956-61) iba dirigido más a los sub-privilegiados que a los super-pri-
vilegiados: incluso la hija de Stalin, según dice en su autobiografía,
asistió a una escuela ordinaria y a la universidad de Moscú en con­
diciones normales.

Elitismo e información
Mayores efectos sobre el desarrollo de la economía soviética tuvo
el origen elitista del Partido y la forma de planificación central a que
condujo. Se supone que los controladores y los planificadores poseen.
72 Las oficinas de la Administración Estadística Central:
aportación de Le Corbusier a la reconstrucción del
centro de Moscú en los años treinta.

por decirlo así, el monopolio de los cerebros. Desde que en los años
veinte se extinguió la discusión dentro del Partido hasta la iniciación
de debates económicos relativamente libres en los años sesenta, ellos
reunían en sus manos la autoridad sobre la producción y la informa­
ción exclusiva sobre su uso y potencial. La prioridad de las prefe­
rencias de los planificadores estaba asegurada por el sello «secreto
de Estado» en todos los documentos del plan: reteniendo la infor­
mación sobre cuya base se decidía la política económica, quedaba
eliminada toda verdadera discusión sobre las decisiones de la plani­
ficación. El último anuario estadístico suficientemente completo fue
publicado en 1936: se prolongó la publicación de unas pocas series
seleccionadas de datos hasta 1938 en un extracto de estadísticas más
modesto, cuya publicación se reanudó en 1956. En las dos décadas
intermedias la única información estadística al alcance del público
soviético en general fueron comunicados de la Administración Esta­
dística Central anunciando el grado de cumplimiento de un plan cu­
yos objetivos fueron publicados solamente un año (1947), y una serie
heterogénea de incrementos porcentuales cuyas bases absolutas rara
vez se conocían. Se pusieron estadísticas a disposición del sector
público en concepto de lo que las clasificaciones militares definen
como «necesario que se sepa», pero no se consideraba que tal nece­
sidad se extendía a las instituciones académicas de investigación.
Datos más numerosos sobre el funcionamiento de la economía sovié­
tica comenzaron a aparecer tan sólo cuando se publicó el anuario
estadístico de 1958. Incluso éste y los que le sucedieron dejaban áreas
importantes (las corrientes financieras y monetarias, por ejemplo) sin
cubrir y no siempre aparece el anuario —el número correspondiente
a 1966 fue suprimido sin una palabra de explicación—. El académico
Nemchinov, ya desaparecido, líder de los partidarios de reformas
económicas, describía la política del Gobierno soviético sobre infor­
mación económica como el reparto de «la ración estadística del
hombre de la calle».
La principal consecuencia de tal monopolio informativo ha sido
la insuficiencia de las alternativas que se ofrecían a los planificado-
res. Las autoridades responsables de la planificación obtuvieron bue­
nos resultados en la movilización de recursos para la producción:
proveían de inputs de trabajo y capital en cantidad suficiente para
74

asegurar un rápido crecimiento de la producción. Pero los planifi­


cadores y controladores de la economía han sido mucho menos afor­
tunados al tratar de asignar esa producción a una finalidad. La
ausencia de discusión sobre los criterios de utilización (ordinaria­
mente, acerca del tiempo de la inversión, y en las relaciones con otros
países para el comercio exterior) o sobre las vías alternativas de des­
arrollo, juntamente con la automática canonización de las asigna­
ciones aprobada.s, han sido las causas principales de la ineficiencia
económica.
La centralización de todos los datos y de las decisiones pre­
supone que los planificadores asignan los recursos de la manera más
racional, pero no están abiertos a la discusión los criterios en los
que se basa tal asignación. El plan nacional lleva a efecto un deter­
minado esquema de inversiones detrayendo recursos del consumo y
de otros usos alternativos del capital, pero los que lo confeccionan
no reflexionan en la pérdida (es decir, el coste de oportunidad) que
implica tal detracción. Este fallo estaba agravado por la ausencia,
en la teoría económica consagrada soviética, del concepto de coste
de oportunidad. Fue el escrito de Novozhilov El cálculo del gasto
y sus resultados en ¡a economía socialista (1959) lo que convenció a
sus colegas de que el valor de cualquier bien o servicio no es la
mera contabilización de su coste, sino que se deriva de la manera
en que se aplican todos los demás recursos. Sus «gastos de trabajo
inversamente proporcionadosn son el coste de oportunidad, con la
ventaja de que, al ser definido en términos de trabajo, se le puede
asimilar a las formulaciones de Marx. La exclusiva reserva de la
información para las autoridades planificadoras presupone que éstas
minimizan la cantidad de inputs empleada, pero, una vez que se han
obtenido esos inputs, tal vez se acumulen los stocks, siga sin instalar
el capital y esté la mano de obra sin empleo o inadecuadamente em­
pleada, porque la asignación de los recursos no es objeto de compa­
ración según sus valores alternativos ni es supervisada por una ins­
tancia de control desinteresada —un competidor o un banco, por
ejemplo—. Se supone que los planificadores no tienen preferencias
subjetivas en favor de una región más que de otra, pero careciendo
de información no hay garantía de que las decisiones sobre la loca­
lización se adopten imparcialmente. Incluso en el interior mismo del
75

mecanismo de planificación, la restricción en el uso y conocimiento


de los datos es susceptible de peligrosos manejos; si la circulación
de los informes sobre la actividad económica queda limitada a los
planificadores, que tomarán sus decisiones sobre la base de tales
informes, los informadores por su parte tenderán a proporcionar
aquella información que, a su juicio, dará por resultado el plan más
favorable para ellos. AI no querer someterse a una discusión en que
se contrasten los resultados, los planificadores han sido inconscien­
temente tan malos administradores al disponer de los outputs como
habían sido deliberadamente eficientes en la organización de los
inputs.
No es preciso que lamentemos no se haya permitido una crítica
pública de las asignaciones hechas en el plan : hubiera sido bastante
que se comprobase la satisfacción del consumidor mediante una fija­
ción de precios flexible, o, lo que es lo mismo, traduciendo la normal
discusión sobre la eficiencia al lenguaje del billetero. En las circuns­
tancias actuales, la automática deflación del período 1947-54 y la
posterior rigidez de los precios al por menor han hecho que la suma
de bienestar proveniente del consumo sea muy inferior al coste de
oportunidad de los bienes de consumo ofertados: el precio de los
artículos de venta al público se ha fijado con un margen amplísimo
en torno a los niveles relativos que maximizarían el bienestar. En
algunos casos se fija el precio tan por debajo del nivel al que los
consumidores, con unos ingresos dados, estarían dispuestos a com­
prar las cantidades ofertadas (lo que tiene por resultado un «exce­
dente de consumidores» muy elevado) que son inevitables largas co­
las o tan grande en relación a su calidad, que se acumulan stocks de
artículos invendibles.

Agricultura e información
La relación existente entre información y decisión es recíproca y
surte su efecto en ambas direcciones: los que seleccionan los obje­
tivos económicos pueden verse forzados por falta de información,
pero puede también que opten por no investigar los datos. Al menos
en sus años jóvenes, no estaba Marx interesado en conocer la si­
tuación de la comunidad rural. Su descripción del París urbano de
76

1848 fue tan brillante como escaso su conocimiento de las condicio­


nes en que vivían los campesinos. Stalin se resistió a reconocer los
aprietos en que su política había puesto a la agricultura, y una de
las acusaciones formuladas contra él por Khrushchev fue que en sus
últimos años jamás puso el pie en una aldea. La hija de Stalin des­
cribe uno de los viajes de su padre hacia el sur durante el hambre
de 1946. Se detuvieron a pernoctar con los jefes locales del Partido,
que
trajeron melones tan enormes que no se podían abarcar con los brazos.
Trajeron frutas y hortalizas y doradas gavillas de mies para hacer osten­
tación de la riqueza de Ukrania. Entretanto, el chófer de uno de los jefes
[Khrushchev] dijo a los sirvientes que había hambre en Ukrania, que no
había en el campo nada que comer y que las mujeres estaban usando sus
vacas para arar. «¡Cómo no les dará vergüenza», decía uno, «engañar a tu
padre!»
Más recientemente, Pravcla (del 31 de julio de 1962) relataba que
en una granja estaban escardando un campo de remolachas estro­
peadas: los trabajadores que hacían la faena sabían evidentemente
que su trabajo era inútil, pero se les dijo : «Este campo está incluido
en la zona de remolacha azucarera. Tenemos que cumplir el plan de
escarda».
Sea cual sea el grado de fraude en la información dada sobre la
producción o el incumplimiento del plan, la agricultura es la Ceni­
cienta de la economía soviética. Incluso al redactar los planes anua­
les, no se hizo previsión alguna de cómo operarían las granjas: se
pondrían a su disposición determinados suministros y se recibirían
ciertas cantidades de productos, pero cómo transcurrieron en reali­
dad los flujos intra-agrícolas de bienes y servicios no era cues­
tión que concerniese a los planificadores.
Una mezcla de desprecio por la comunidad agricultora y de exce­
siva confianza en su propia autoridad caracterizó a la burocracia
creada por Stalin. La política seguida por Khrushchev y Brezhnev
ha mejorado la estima social de los agricultores, y la de Kosygin ha
alertado a los planificadores sobre la necesidad de tener en cuenta
las preferencias de los consumidores, valorando como es debido las
Los dos carteles que se reproducen en las páginas
siguientes simbolizan la "Alianza de los obreros
y campesinos” bajo cuyos auspicios
llegó Lenin al poder; las banderas llevan escrito
el slogan del Soviet de Retrogrado de 1917.

distintas alternativas (para le cual se reconoce que las matemáticas


y la cibernética son instrumentos esenciales) y dando una influencia
efectiva en el proceso decisorio a un número mayor de personas con
funciones en la economía. No obstante, aún queda mucho camino
por recorrer antes de que desaparezca la herencia de la distinción
de clases estalinista: el lentísimo crecimiento de la producción agrí­
cola es consecuencia de que se le hayan denegado toda clase de
incentivos a la agricultura durante un cuarto de siglo; los índices
oficiales soviéticos de la producción bruta en el período 1960-67
reflejan un aumento del 80 por 100 para la industria y solamente del
24 por 100 para la agricultura.

Una visión clasista de la agricultura


Marx y Engels sostuvieron en el Manifiesto comunista que el capi­
talismo había salvado a «una parte considerable de la población
de la idiotez de la vida rural»; en el volumen I de El capital definió
Marx la economía campesina como «la forma más primitiva e irra­
cional de explotación». Parece casi cierto que Marx no se había
dedicado especialmente al estudio de la situación de los campesinos,
aunque es verdad que procuró corregir esto hacia el final de su vida.
Ya se ha aludido (página 12) a sus reflexiones sobre la comunidad
rusa de campesinos; Engels hace constar, en su introducción edito­
rial al volumen tercero de El capital, que Marx tenía planeado ana­
lizar la teoría de la renta basándose en la experiencia rusa —de modo
muy parecido a como había deducido sus leyes del desarrollo capi­
talista basándose en el estudio de Inglaterra— ; había empezado a
aprender ruso con este objeto y prestó también interés al turco para
conseguir una visión comparativa de la dura explotación a que estaba
sometido el campesinado.
Jamás apareció el fruto de su investigación, y el análisis que legó
a los marxistas se basaba en el presupuesto de la inevitable superio­
ridad de la producción a gran escala: la economía campesina, al estar
compuesta de minifundistas, tenía que desaparecer ante el avance de
la agricultura capitalista a gran escala. Lenin suscribió este punto
de vista por razones económicas, y sus primeros escritos eruditos
—sobre todo El desarrollo del capitalismo en Rusia (1899)— demos-
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traron, partiendo de un estudio estadístico meticuloso, que el tamaño


medio de las fincas en Rusia se iba incrementando a medida que los
campesinos más acomodados aumentaban la proporción de sus tie­
rras a expensas de los más pobres. El consideró esta tendencia no
tanto como muestra evidente de explotación, sino como resultado
inevitable de las ventajas de la labranza en gran escala. A comienzos
del siglo, sin embargo, empezó a darse cuenta de las ventajas polí­
ticas de una alianza con el campesinado en un país como Rusia, donde
éste formaba una mayoría abrumadora. En su obra Programa agrario
de ¡a democracia social rusa (1902), defendió la conveniencia de
apoyar una política en pro de los campesinos con el fm de que ellos
contribuyesen a la destrucción del feudalismo, condición previa nece­
saria para la revolución socialista. Se corroboró en la utilidad de dar
expresión política a esta orientación con la evolución de los aconte­
cimientos después de la revolución de 1905. En la nueva Duma es a-
ba representada de modo apreciable la opinión de los campesinos,
la reforma agraria de Stolypin de 1906 amenazaba, en opinion de
Lenin con arrebatar a su partido parte de su fuerza de atracción en­
tre los campesinos, ya que precisamente los campesinos que habían
encabezado los motines de 1905 eran los que tomaban ahora la ini­
ciativa de persuadir a sus paisanos de las ventajas de la Parbcio
permanente de la tierra. Cuando subió al poder, la política de Lenin
fue esencialmente de compromiso —intentando aducir las conse­
cuencias políticas de la aparición de agricultores 7 ° /’
al tiempo que daba facilidades a los agricultores con menos labranza
para alcanLr un tamaño medio en su área de cultivo-. La obra de
Lenin El imperialismo, estadio último del capitalismo nos presenta
una analogía de la división de clases que el hacia entre obreros y
campesinos
La necesidad de exportar capital surge del hecho de que en unos pocos
paisL el capitalismo^e ha pLado de maduro y... el capital no puede ya
encontrar en ellos inversiones «lucrativas».
Lenin quería explicar por qué proseguía la expansión económica
de los p a L s capitalistas que habían llegado a un avanzado nivel
t d ea™ llo, J u 4 o . d ,ue, según Msrx, la .asa úe
debería haber descendido a niveles insostenibles: pese a ser erróneos
81

ios datos en que se basaba —puesto que la mayor parte de la inver­


sión que salla de los países altamente desarrollados de entonces al
extranjero no se dirigía de hecho a los territorios coloniales— consi­
dero Lenin a los obreros de las colonias como hermanos de armas
en vistas a la revolución mundial, y criticó acremente a toda «aristo­
cracia del trabajo., que desde los países desarrollados participase en
su explotación. El otro principio (y más propio de Marx), según el
cual los territorios coloniales tendrían que pasar por sus propias
tases de sociedad burguesa y capitalista antes de tomar parte en
a revolución mundial, fue expresado cuatro años después por Rosa
uxem urg. Según dice en su obra La acumulación de capital (1921)

El capital, valiéndose del militarismo, tanto en el extranjero como en su


ZTT capitalistas y oprime las condicio­
nes de vida de toda la población trabajadora... [y] hará imposible la con­
tinuación de la acumulación de capital.

En su opinión, por tanto, era imposible prever una alianza con


los obreros explotados de las colonias hasta que éstos hubiesen al­
canzado el nivel de los proletarios de los países desarrollados. Si se
suma esto al miedo que inspiraba el campesinado, tenido por anti-
revolucionano —expresado sobre todo por Plekhanov en Rusia
por Gherea en Rumania y por Parvus en Alemania—, brindó Lu-
xemburg argumentos a Trotsky con que justificar sus ataques a los
agricultores en la época del comunismo de guerra.
Durante los debates sobre la forma de impulsar la industrializa­
ción, durante la pausa de la n e p , Preobrazhensky tradujo a términos
económicos la política de Trotsky. El hizo famosa en su obra Nueva
nua (1926) la frase «acumulación primitiva sociali.sta». Aunque
no dio origen al término (que él mismo atribuyó a su colega en la
Oposición Izquierdista, Smirnov), lo definió como «la acumulación
en manos del Estado de recursos nacionales provenientes principal­
mente o en parte de fuentes que están fuera del complejo de la eco­
nomía estatal.., podía dar comienzo esta acumulación «solamente
con la toma del poder y la nacionalización... Marx había usado el
termino «acumulación primitiva» para de.scribir la apropiación por
11 burguesía de los medios productivos para la formación de capital
antes de que esta clase poseyese lo suficiente para generar ella misma
el desarrollo. El calificativo de aprimitivo» se ha convertido en la
traducción convencional de la palabra que usa Marx, urspriingUch,
que estaría tal vez mejor traducido por «originario», es decir, lo que
puso los cimientos a la acumulación capitalista propiamente dicha.
No hay nada de primitivo, en el sentido de rudeza o antigüedad, en
la interpretación de Marx sobre la manera en que la burguesía obtuvo
su capital de fuera de su clase. «El campesino», escribió Preobraz-
hensky, «pagó tributo al Moloch de la acumulación primitiva no
sólo cuando parte de la renta pagada por él pasó de manos del señor
a las del mercader, no sólo cuando parte de los impuestos pagados
por él pasaron a través del Estado al industrial, sino también cuando
entregó la vida de sus hijos para abrir nuevas rutas comerciales y
conquistar nuevas tierras». En las circunstancias de la URSS, según
Preobrazhensky, el sector privado era predominantemente agrícola
y el sector socialista industrial: él aplicó el concepto de acumulación
primitiva a la industria nacionalizada, que era demasiado reducida
para proporcionar el capital necesario al dinamismo que Marx con­
sideraba indispensable para asegurar su propio crecimiento y la final
Un campesino de Uzbek en el Valle de Ferghana al que 83
se hace entrega en 1925 de un certificado de inscripción
registral que le autoriza al usufructo de tierras
a perpetuidad, pero no de un títu lo de propiedad,
después de la nacionalización de la tierra.

absorción del sector privado. Aunque no parece que Preobrazhensky


se haya apoyado en Engels a este respecto, la introducción de Engels
a una traducción del Manifiesto comunista utilizó de modo similar
la explotación de la «periferia» por la metrópoli; los capitalistas
localizan su producción en concentraciones que absorben los pro­
ductos primarios de las provincias y usan tales mercados para colocar
en ellos sus manufacturas. Los rusos de la capital utilizan todavía
hoy en la URSS con cierto desdén la palabra periferei, prolongando
la diferencia entre la vida de la capital y la de las provincias, tal
como se refleja en las obras de teatro de Chekhov.
Cuando Keynes visitó Rusia en 1925 encontró «un cierto equi­
librio» según el cual «el exceso de gasto por parte de la población
de las ciudades se cubre gracias a la explotación de los campesinos.
Esto es practicable tan sólo porque la población de las ciudades
representa numéricamente una pequeña proporción respecto de la
total. De este modo el gobierno comunista puede mimar (compa­
rativamente hablando) al trabajador proletario, del que cuida desde
luego especialmente, explotando al campesino; entretanto el cam­
pesino, a pesar de esta explotación, no desea ningún cambio de Go­
bierno, porque se le ha dado su tierra». El equilibrio se rompió por­
que, persiguiendo los objetivos de Preobrazhensky —aunque no sus
métodos—, Stalin se propuso «liquidar a los kulaks en cuanto clase» ;
hizo una especiosa defensa de su ofensiva cuasi-militar contra la
agricultura privada aduciendo la teoría de que las clases explotado­
ras, viendo que decrecía su poder a medida que se expandía el sector
socialista, lucharían en su decaimiento con la máxima ferocidad.

Stalin y el control de la agricultura


Bukharin, principal oponente a la política agrícola de Stalin, con­
densó su defensa de la conveniencia de armonizar la indu.strializa-
ción con la acumulación agrícola en la conocida frase «enriqueceos».
Dirigida al campesinado en general, sugiere esta frase que, con la
N E P , la maximización de las ganancias en el mercado derivadas del
desarrollo agrícola redundaría en interés de la sociedad soviética
entera. Stalin se la echó en cara en su polémica política, pero enten­
dida en todo su contexto ideológico, estaba Bukharin más de acuer-
84

do con Lenin que Stalin. El debate contemporáneo entre los mar-


xistas ortodoxos y los revisionistas dio origen a dos diferentes inter­
pretaciones de la motivación que induce a los capitalistas a acumular;
Rosa Luxemburg consideró que los territorios coloniales eran la
salvación de la expansión imperialista, mientras que Lenin pronosticó
que esos pueblos serían una fuerza potencialmente revolucionaria.
De la misma manera los campesinos eran una clase que podría estar
o pasiva o aliada al proletariado revolucionario. Bukharin, en Ei
imperiaUsmo y la acumulación de capital (1926), rechazó la teoría de
Luxemburg de que eran «una inmensa reserva de 'terceras personas’
que no pertenecían ni a la burguesía ni al proletariado» ; aceptó, por
tanto, que el papel del campesinado era el de cooperar con la clase
obrera, y no era, como sostuvieron Trotsky, Preobrazhensky y, pos­
teriormente, Stalin, opuesto al interés de los obreros.
La indiferencia de Stalin a las interrelaciones económicas en el
interior de la agricultura era en parte debida a su incapacidad de
establecer en ella las mismas corrientes de datos y el mismo control
que había creado para la industria.
Políticamente, Stalin, siguiendo a Rosa Luxemburg, consideró que
el campesinado era una masa inerte que había de ser explotada por
el proletariado urbano. Como en muchos otros terrenos, Stalin fue
seguidor más de Trotsky que de Lenin: Trotsky había pensado que
la clase obrera era la libertadora del campesinado; Parvus había
llegado más lejos y afirmó que el campesinado era un foco de con­
trarrevolución. Lenin, por otra parte, había tomado al campesinado
por un aliado potencial. Luxemburg en La acumulación del capital
notó que la explotación de los pueblos coloniales no suponía incita­
ción alguna a la revolución; su biógrafo, Nettl, ha sugerido que
«estuvo muy cerca de enunciar el axioma de que toda colonia que
lucha por su independencia es porque tiene ambiciones imperialistas
propias —acusación similar a la calificación de 'imperialista' que
han dado recientemente los chinos a la India de Nehru—». Lenin
se adhirió a la lucha nacional-revolucionaria en la idea de que le
proporcionaría aliados; la analogía y la conveniencia política le
decidieron a alinearse de modo similar con los campesinos. Hay un
cierto paralelismo entre el concepto de los costes comparativos de
Ricardo y el modo de enfocar Luxemburg las relaciones entre los
85

territorios imperialistas y los colonialistas: Ricardo, considerando las


demás circunstancias estáticas, hacia permanentes los niveles relativos
de desarrollo del mismo modo que Luxemburg ignoraba la dinámica
revolucionaria de los movimientos de liberación nacional.
Las consideraciones ideológicas eran tan sólo, naturalmente, una
de las razones que deben de haber impulsado a Stalin a imponer a la
agricultura una economía ordenancista ; el analfabetismo de los me­
dios rurales puede que haya sido otra. El censo anterior a la Revo­
lución había mostrado que cuatro de cada cinco adultos de los
distritos rurales de la Rusia europea no sabían leer ni escribir; en las
aldeas no se inició la enseñanza obligatoria hasta 1931. En Moscú y
en San Petersburgo la proporción era casi la inversa: la mayor cul­
tura elemental de las ciudades por lo general (y, desde luego, el que
los proletarios apoyasen con mayor entusiasmo al gobierno revolu­
cionario) hizo posible que se les concediera una cierta mayor liber­
tad, representada por un mercado abierto de empleos y salarios. Para
los sectores en los que tenían aproximadamente la misma posibilidad
de acceso los campesinos y los asalariados —en especial la distribu­
ción de artículos al por menor— la preponderancia de la población
rural (hasta fecha tan avanzada como 1960) dictó medidas destinadas
a una sociedad no totalmente alfabetizada. La gran proporción que
formaban los impuestos indirectos entre los ingresos tributarios (ca­
pítulo 5) es quizás atribuible a esta consideración, puesto que la
recaudación de impuestos en las aduanas o fielatos o a través de
los vendedores al por mayor o al detall es administrativamente más
sencilla que la evaluación de la base impositiva de personas que no
saben llevar contabilidad o incluso ni conocen los números.

Objetivos del plan y restricción informativa


A diferencia de los impuestos sobre el consumo o sobre las ventas
en una economía de mercado, que se fijan ad valorem, el impuesto
sobre la circulación de bienes soviético —descrito en la página 131 —
es el margen entre el precio de venta al por menor, determinado por
una autoridad central, y el coste de producción. Los precios que se
ofrecen al consumidor no son independientes de las autoridades del
plan, no transmitiendo a éstas información alguna sobre las prefe-
86 Seiscientos postes para los 1.000 km. de distancia
que cubre la línea de conducción eléctrica que
va de la central hidroeléctrica de Volgogrado
(antes Stalingrado) a Moscú. Esta línea es una
de las mayores de la red de alto voltaje (500 kv.).

rencia.s de Io.s consumidores. La corriente inversa, en cambio, opera


del mismo modo que en una economía de mercado, indicando al
consumidor las preferencias de los planificadores. Es posible retirar
arbitrariamente, o distribuir o poner un cupo a disposición de ciertas
zonas o clases sociales y no de otras. El precio es un indicador más
estable de escasez, a no ser que haya de modificarse a intervalos
excesivamente cortos o ser distinto según los lugares y personas. En
este sentido (y si se le utiliza sin que existan excedentes ni escasez)
es una limitación a la soberanía de los planificadores.
A su vez los datos estadísticos pueden tener el mismo efecto res­
trictivo. Si la agencia de planificación monopoliza la asimilación y
el uso de la información, los proyectos económicos distintos de los
suyos propios quedarán inhibidos con la misma efectividad que las
preferencias de los consumidores por los precios controlados. Al no
exponer la información en la que se basan las decisiones adoptadas,
no pueden ser llamados a examen los criterios utilizados para pro­
gramar la actividad económica; el empleo de los recursos no va
necesariamente precedido de la evaluación de lo que hubiera produ­
cido una actividad económica alternativa.
Lenin dio el tono cuando comentó (a modo de inciso en un ar­
tículo conmemorativo del cuarto aniversario de la Revolución): «mis
cifras son totalmente arbitrarias, primeramente porque no conozco
las cifras exactas, y en segundo lugar no las haría públicas aunque
las conociese». También él había puesto límites a la opinión pública
y a la discusión en el .seno del Partido como a fuerzas que afectaban
a la acción del Gobierno, y cuando Stalin extremó esta tendencia
hasta convertirla en autarquía, se cortó el suministro de datos eco­
nómicos para informar a aquellos que no estuviesen investidos de
funciones oficiales. En el punto álgido de ese período de silencio
informativo total ya descrito (página 72), una ley de 1948 convirtió
en delito la comunicación o retención no autorizadas de casi toda la
información económica incluso se prohibió coleccionar sistemática­
mente recortes de la prensa soviética sobre este tema . La resis­
tencia a dar al público información referente a aquellos sectores en
que considera el gobierno soviético que la economía es débil, ha
motivado la publicación en el pasado de documentación muy selec­
cionada (hasta el punto de suspender la publicación de una serie
irs»^

t
estadística de producción cuando ésta decaía), y puede que sea toda­
vía uno de los factores que inducen a la URSS a quedarse al margen
de dos agencias especializadas de las Naciones Unidas (la f a o y el
Fondo Monetario Internacional), que imponen la obligación de pro­
porcionar ciertas informaciones como condición de ingreso.
Sin embargo, desde 1956, el incremento de información estadís­
tica a disposición del público ha adquirido carácter regular y ruti­
nario. Quedan aún lagunas importantes: aunque se calculan las par­
tidas de la contabilidad nacional, sólo se publican en sus trazos más
generales; la información sobre la producción de ciertas regiones
es bastante deficiente —por ejemplo no se publicaron estadísticas
referentes a la región de Kaliningrado hasta 1967 y Kazakhstán, la
tercera república más poblada de la Unión, no tuvo anuario estadís­
tico entre 1961 y 1968— ; continuó detenida la publicación de datos
sobre ciertas mercancías (por ejemplo, metales no férricos, muchos
productos químicos); es confusa la estructura de los tipos salariales;
hay ciertos misterios en torno a las estadísticas del comercio de pro­
ductos visibles y no existen datos de los invisibles, de la balanza de
pagos ni de las reservas. El cambio de actitud ha coincidido con el
88

fin oficial de la dictadura del proletariado; se ha renunciado, por


tanto, al fenómeno clasista de la restricción informativa.
La transición de la sociedad soviética desde la «dictadura del
proletariado», es decir, desde una base clasista al «Estado de todo el
pueblo» (enunciada en el programa del Partido de 1961), implica la
igualdad entre todos los ciudadanos. Pero, al igual que el nuevo
concepto constitucional no ha tenido otra consecuencia que algunas
concesiones simbólicas a la influencia de la opinión pública sobre el
proceso político, las reformas económicas de 1964-68 no dan muchas
más oportunidades a los productores y consumidores de criticar las
decisiones centrales.
Indudablemente el Partido Comunista continuará considerándose,
según el texto de la constitución de Stalin de 1936, «el núcleo director
de todas las organizaciones sociales y gubernamentales» ; su inquie­
tud ante la idea de que el Partido Comunista Checoslovaco estaba
perdiendo el control de la sociedad y del Estado, parece haber sido
un motivo de peso para la ocupación de agosto de 1968. Un cerce­
namiento del poder centralizado del Partido y del Gobierno podría
provocar, además, un mayor número de peticiones de recursos que
los que estarían dispuestos a aceptar. Tal vez sea ésta la razón por la
que no han cumplido plenamente la promesa hecha por el Comité
Central del Partido en marzo de 1965 de dar cumplida noticia de las
crecientes cuotas de aprovisionamiento provenientes de las granjas
colectivas. Las granjas continuaron haciendo entregas de productos en
exceso sobre las requeridas por el plan, aun cuando su interés eco­
nómico sería el de disponer de excedentes para colocarlos en el mer­
cado libre; es significativo que los fondos ofrecidos en marzo de 1965
para el desarrollo agrícola tuvieron también que ser reducidos cuando
subieron en 1968 los gastos de defensa. Ya nos hemos referido a las
reclamaciones aparecidas en la prensa pidiendo que los miembros de
las granjas colectivas fuesen provistos de documentos de identidad,
que asegurarían el mismo grado de movilid''ad geográfica y ocupacio-
nal a los campesinos que a los demás ciudadanos soviéticos; posible­
mente no se satisfaga esta exigencia hasta que venga un período de
relativa abundancia demográfica de nuevas personas que se incorpo­
ren al censo laboral en la primera mitad de los años setenta.
La circulación de la información y la capacidad del ejecutivo para
utilizar esa información con conocimiento racional de los efectos de
La industria rusa 6staba locaiizada antes de ia Revolución 89
predominantemente cerca de los centros de suministro de
carbón y de petróleo; la creación de una red eléctrica permitiría
el abastecimiento de energía barata a las zonas deficientes en
combustible. Lenin escribió su slogan “ El comunismo es el poder
soviético más la electrificación de todo el país" (que se puede leer
en el cartel) para evocar la modernización y la igualdad regional.

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E(Tb (OBET(KA5l B A A < n n A K )( )A E K T P H «H K A U H A B<EH (TPAM bl « m ,
90

su acción sobre el resto de la economía pueden ser consideradas como


el último refinamiento de la planificación. La frase del desaparecido
académico Nemchinov, «Planificación es socialismo más cibernética»,
fue una adaptación apropiada del «slogan» de Lenin «El comunismo
es poder soviético más electrificación de todo el país». A mediados
de la próxima década habrá suficiente número de computadoras
digitales para automatizar el proceso de adopción de decisiones (o,
lo que es lo mismo, para mantener el monopolio central del cono­
cimiento económico, administrando aún desde el centro un meca­
nismo económico vasto y complejo). Como el Partido Comunista no
da muestras de querer abandonar su monopolio político, parece estar
poniendo sus esperanzas en el control cibernético para dirigir una
economía compleja. Esta técnica será tanto más necesaria cuanto
más se amplíe el campo de oportunidades que se ofrecen a la elec­
ción del consumidor sin ampliarse el mercado. Stalin no tenía ins­
trumentos tan refinados de control, y no quería delegar el poder: de
ahí que la economía siguiese una vía de desarrollo estrecha, orien­
tada a objetivos concretos de producción. Su política sólo podía tener
éxito si los objetivos de la economía eran pocos y claros.
4 El uso del dinero

Cálculo e intercambio
La economía soviética es el análisis de cómo funciona la segunda
economía máxima del mundo sin el mecanismo del mercado. Parece
una contradicción de términos aplicar un calificativo geográfico es­
pecífico a una disciplina de aplicación general: tal uso no sería una
cosa nueva —la obra de Mukerjee The Foundation of Indian Econo-
mics fue publicada hace más de medio siglo—, pero no es el que
pretendemos en este libro. No se trata de estudiar la manera en que
la URSS ha estado empleando sus recursos humanos y naturales,
por más que sea importante el mero volumen de la producción y
consumo de ese país. Lo interesante es más bien que, durante más
de cuatro de las cinco décadas de existencia de la nación, se han
realizado gran número de transacciones económicas sin el mecanismo
común a otras sociedades con el mismo grWo de desarrollo econó­
mico y de complejidad tecnológica que los soviéticos. Hasta ellos
ningún Gobierno se había propuesto controlar el intercambio de
bienes y servicios en tanta cantidad como la URSS.
Las clásicas definiciones de la economía no pierden su aplicabi-
lidad por el hecho de que la dirección autoritaria juegue un papel
más importante que la elección personal en «las acciones del hombre
en la vida ordinaria» (la frase es de Marshall), ni porque, si nos
atenemos a la descripción de Pigou de la eéonomía como aquellos
aspectos de la vida social «que directa o indirectamente se pueden
relacionar con la vara de medir del dinero», sea esa medición en su
mayor parte más implícita que explícita.
Cualquier sociedad que practique la división del trabajo —dife­
rente de un aglomerado de productores autárquicos— debe tener
algún procedimiento por el que los productores sepan lo que necesitan
los consumidores y hallen la recompensa de sus esfuerzos. Los mer­
cados deben de haberse instituido muchos miles de años después de
que las familias hayan dejado de ser sus propios y exclusivos pro­
veedores ; la información requerida para que se distribuyesen social­
mente las tareas económicas pudo haber sido recogida gradual y
experimentalmente hasta convertirse en un modelo firmemente afin­
cado en la comunidad, o ser suministrada por algún supervisor cuya
autoridad fuese aceptada por razones no económicas —un sacerdote.
93

por ejemplo, o un rey—. Así pues, la cohesión económica, antes de


aparecer por efecto del mercado, fue introducida sea por costumbre
o por autoridad superior.
El sistema mismo de mercado fue transformado por el uso del
dinero. Las condiciones de un trueque muchas veces repetido pudie­
ron representar un incentivo para que una familia cultivase una
determinada planta y otra fabricase algún artefacto; tal relación
de intercambio fue la primera guía de las decisiones sobre la pro­
ducción y la asignación de los recursos. Se la puede describir con el
término matemático «parámetro» («una cantidad que, a diferencia
de las variables, es constante considerada en un caso particular, pero
que varía en casos diferentes»), al que los productores y consumi­
dores adaptan las cantidades producidas y compradas (es decir, las
variables); como resultado de alteraciones en el volumen intercam­
biado, se modifica la relación paramétrica y sirve para poner en
paridad las cantidades ofertadas y demandadas.
La incapacidad de la mente para retener sistemáticamente los
numerosos tipos de relaciones de trueque obstaculizaba el que hu­
biese gran complejidad en los intercambios, que no eran por consi­
guiente realizados hasta el límite de las posibilidades productivas de
la sociedad. Se amplió el radio de acción cuando intermediarios
especializados —los mercaderes— dedicaron el tiempo a examinar
las múltiples relaciones que implica el comercio de diversas mercan­
cías y a actuar en consonancia, y, más aún, cuando todas las rela­
ciones entre las mercancías objeto del trueque pudieron ser reducidas
a una unidad común. Dándose, al llegar a este punto, las condiciones
precisas para la existencia de un mercado, pudo el individuo percibir
las ventajas de adquirir o producir, y esta percepción se extendió a
la totalidad de los bienes comerciables. El dinero tiene otros papeles,
pero su función de expresar los precios hizo posible que la informa­
ción se transmitiese y acumulase para una infinita repetición de
transacciones, y, a la inversa, para la división de las actividades eco­
nómicas socialmente valiosas.
Todo parámetro que actúa como guía para asegurar la coheren­
cia de las corrientes de bienes entre el productor y el consumidor
(incluyendo los consumidores de una ulterior producción) constituye
un precio —el pago de un producto, los honorarios o el salario por
94

un servicio, el interés del capital, la renta por la explotación de la


tierra o un impuesto recaudado por una autoridad (generalmente
gubernamental) siempre que tiene lugar una determinada actividad
(o, en algunos casos, mientras quepa la posibilidad de que tenga
lugar)—. Pero el que exista un precio no quiere siempre decir que
funcione a modo de parámetro. Los dominios militares de la época
clásica o medieval eran economías autoritarias en las que se exigían
o permitían las transacciones económicas en nombre de un poder o
jerarquía supremos: estas regulaciones no abarcaban absolutamente
toda la vida económica, puesto que parte del producto agrícola o
artesanal era consumido y vendido al margen de lo mandado, pero
el potentado podía discrecionalmente recaudar tributos o compeler
a prestaciones de servicios. Las órdenes que daba podían adoptar la
forma de los parámetros, pero no lo eran, sin embargo, estrictamente
hablando.
La dominación de los tártaros de los siglos xni al xv tuvo in­
fluencia en la evolución de las instituciones económicas rusas; los
asuntos fiscales y administrativos se vieron profundamente afectados,
sí bien el desarrollo cultural (proseguido bajo la inspiración de la
Iglesia ortodoxa) permaneció inmune. Las palabras rusas que sig­
nifican «dinero», «aduana» y «tesorería» están tomadas del lenguaje
mongol: son términos para instrumentos que pueden funcionar como
parámetros, pero el productor de la Unión Soviética, ahora como en
la época de los Khanates musulmanes, opera dentro de un marco que
es arbitrario, no paramétrico.
Hay que añadir a renglón seguido que arbitrariedad en modo
alguno quiere decir irracionalidad, y el primer argumento a favor
del sistema soviético es que permite una planificación consciente de
una manera que quedaría frustrada por la espontaneidad de las rela­
ciones de mercado. En el pasado los soviéticos defensores de su pro­
pio proceso económico han ido aún más lejos, y han propugnado
que la planificación sólo es factible tal como ellos la hacen: actual­
mente pocos adoptan en la URSS una posición tan extrema, y se
admite la posibilidad de instrumentar los planes por medio de pará­
metros determinados por el Estado. La vieja aversión a la «espon­
taneidad» persiste, sin embargo, en negar —en los círculos oficiales
por lo menos— la compatibilidad de los mercados parciales con un
95

plan nacional. Las nuevas formas económicas que han sustituido al


sistema de tipo soviético en Yugoslavia (1952), Checoslovaquia (1967)
y Hungría (1968) emplean un mecanismo de mercado para formar
algunos de los precios que sirven de base para sus decisiones a las
unidades de producción y de consumo.

La sensibilidad del mercado


Desde el eclipse de las antiguas economías autoritarias, los precios
formados en el mercado han dirigido en gran parte el despliegue
colectivo, corporativo y personal de los recursos. Las limitaciones
impuestas al libre funcionamiento del mercado o los controles ejer­
cidos sobre las decisiones individuales no suponen la negación del
proceso mencionado. La información suministrada por parámetros
formulados en el mercado, o decretados por una autoridad, no nos
dice cuáles serán las reacciones de los que adoptan las decisiones
económicas. Se ha elaborado un cuerpo de teoría y de investigación
empírica sobre la conducta del consumidor, las decisiones empresa­
riales y la política del Gobierno: cambiarán los parámetros —bajo
la acción de las fuerzas del mercado o por otra razón— si la serie
de variables económicas afectadas deja de corresponder a las rela­
ciones implícitas en la información recibida. Los cambios en la in­
formación comunicada van y vienen entre los que adoptan las deci­
siones hasta que se establece una estructura coherente de actividad
microeconómica (es decir, para cada una de las transacciones con­
cretas).
A este nivel de los casos individuales, puede que algunas deci­
siones no se dejen influenciar por la información : así, una empresa
puede mantener una serie de actividades de las cuales solamente
algunas corresponden a la indicada por los precios para maximizar
los beneficios. Es posible que, al obrar así, haya sufrido la influencia
de diversos factores —tal vez sus objetivos no son aquellos a los que
conducen los parámetros, o adopta sus medidas por medios similares
a los que caracterizan a una sociedad consuetudinaria o autoritaria:
la predilección personal de su propietario o de su anterior propie­
tario (una determinación, por ejemplo, es porque «la empresa siempre
96 A Leonid Kantorovich, inventor de la progr'amación lineal,
le fue otorgado el Premio Stalin (de matemáticas) en 1949
y el Premio Lenin (de economía) en 1965. Este último,
concedido también a otros dos matemáticos economistas:
Vasily Nemchinov y V iktor Novozhilov, reflejaba la
aprobación gubernamental de los nuevos métodos
de planificación por los que ellos abogaban.

ha actuado así») es fruto obviamente de tal tipo de atracciones, pero


también se puede oponer resistencia a los dictados del mercado —aun­
que no siempre con éxito— por razones racionalmente válidas.
Aparte de estos métodos anómalos de decisión, la historia eco­
nómica hasta la Revolución rusa de noviembre de 1917 ha sido la
de una evolución desde un sistema económico consuetudinario y
autoritario a otro de mercado. Las economías de los principales beli­
gerantes durante la primera guerra mundial habían reintroducido ele­
mentos autoritarios, y Lenin había quedado impresionado por el
mecanismo de la economía de guerra alemana. La experiencia de
aplicar controles directos se repitió en Alemania durante el período
nazi y casi en todas partes durante la segunda guerra mundial y,
menos extensivamente, también después. Pero hasta ahora en ningún
sitio han ido tan lejos las técnicas aplicadas como en la Unión So­
viética.

El dinero soviético anterior a Stalin


En sus cincuenta años de autoridad, el Estado soviético ha adoptado
tres formas distintas de gestión económica: su práctica corriente es­
tuvo precedida por el «comunismo de guerra» (1918-21) y por la
«nueva política económica» o n e p (1921-281. Pocos meses después
de la Revolución, una combinación de circunstancias y de ideo­
logía condujo a la introducción del comunismo de guerra: econo­
mía la más autoritaria de los tiempos modernos, su origen hay que
atribuirlo a las exigencias de la defensa. La guerra civil que ensom­
breció los primeros años de la Rusia soviética definió a aliados y
enemigos según su función económica: un capitalista detrás de las
trincheras podía representar una amenazarían grande como el ejército
blanco o el intervencionista en la línea de fuego. Como se indicaba
al comienzo de este libro, se podía considerar, desde este punto de
vista, que la expropiación en la retaguardia fortificaba la posición
de los bolcheviques tanto como la conquista de territorio blanco;
la seguridad ideológica conseguida con la apropiación de las fábricas
iba acompañada de la prerrogativa de subordinar la producción a las
necesidades del Estado y del ejército.
rm . '- w

Preobrazhensky, el mejor economista de la facción de Trotsky,


observó posteriormente que la impresión de billetes de banco (tra­
bajo que ocupó a más de 10.000 personas durante 1920, cuando la
circulación monetaria se elevó de 225 a 1.169 miles de millones de
rublos) había sido «la ametralladora del Comisariado de Finanzas,
que atacaba al sistema burgués en la retaguardia, usando las leyes
monetarias del sistema mismo para destruirlo». La analogía era
muy propia del comunismo de guerra, pero no se provocó la
inflación galopante por una política consciente: fue después de que
la utilidad del dinero había sido mermada por su depreciación cuan­
do se proclamó que el dinero era un obstáculo a los ideales comu­
nistas de la distribución. Sokolnikov, Comisario del Pueblo para las
Finanzas desde 1921 hasta 1926, declaró retrospectivamente que «ni en
un solo pasaje de cualquier obra marxista o bolchevique escrita antes
de la Revolución de Octubre puede uno encontrar la afirmación de
que [la abolición del dinero] es el camino para llegar al socialismo».
I
I ^ Jk •V»
j t f 'Í V ', '

■«tS

Esta inflación fue la más dura que experimentó cualquier país.


Cuando se anunció la n e p en marzo de 1921, comentó Preobraz-
hensky: ohemos derrotado a la Revolución francesa por cuarenta
a uno», puesto que la depreciación de los assi^nats había sido del
orden de los quinientos, mientras que la del rublo era, ya entonces,
del orden de los 20.000. La inflación llegaría a ser aún más acusada;
cuando se estabilizó el valor del dinero en 1924, un rublo equivalía
a cincuenta mil millones de rublos anteriores a 1921 —tipo de cambio
sobrepasado tan sólo por la reforma del marco también por aquellos
años (en la que un nuevo Reichs'mark representaba 1.000.000 millo­
nes de antiguos marcos) y en 1946 al terminar la inflación húngara,
cuando un forint sustituyó a 1.390.528.000.000.000.000.000.000 millo­
nes de antiguos pengós.
Zinoviev, Presidente del Soviet de Petrogrado y de la Internacional
Comunista (Comintern), declaró a propósito de la inflación de 1920

Una escapatoria nos queda... la total abolición del dinero. Pagamos los
salarios en especie, introducimos tranvías gratuitos, tenemos enseñanza
gratuita, comidas gratis (aunque malas de momento), viviendas, luz, etc.,
gratis.
Prestaciones voluntarias de \o% s u b b o t n i k i para 99
reconstruir la fundición Verkh-lset, Ekaterinburgo
(ahora Sverdiovsk), la mayor de los Urales, después
de la guerra civil. En esta ciudad fueron asesinados
el último zar y su familia.

Se prepararon decretos para la abolición de los impuestos en dine­


ro y para sustituir el dinero mismo con «unidades de trabajo», de
modo que una hora de trabajo de especialización media formase un
standard inmutable. Se amplió el presupuesto estatal hasta, abarcar
la totalidad de la producción nacionalizada (eliminando así la conta­
bilidad Ínter-empresarial) y, como los préstamos y los depósitos no
tenían razón de ser, se suprimió el sistema bancario. Como decía
Zinoviev, se abolió el pago de rentas por las viviendas que fuesen
propiedad del Estado y no se precisaba ya pagar para obtener ar­
tículos de racionamiento. El espíritu disciplinario de Trotsky y su
dominante instinto de organización añadieron un factor personal a
un centralismo en el que se había suprimido el dinero, pero, pres­
cindiendo del terreno de la logística militar a corto plazo (que perdió
su razón de ser al terminar las hostilidades), el comunismo de guerra
hizo que se atascase la vida económica normal.
La nueva política económica, vista desde una perspectiva limi­
tada, representó la repulsa de Lenin a Trotsky; en diciembre de 1920
convenció al Comité Central del Partido para que denunciase «la
degeneración del centralismo y de las formas militarizadas de trabajo
hasta caer en la burocracia, la tiranía mezquina y el papeleo admi­
nistrativo». Más ampliamente, la n e p fue la reacción de Lenin ante
la pérdida de autoridad simbolizada por el motín de Kronstadt y la
rebelión de los campesinos en la provincia de Tambov. Todo se
reducía en un principio a permitir a los campesinos comerciar con
sus productos a cambio de manufacturas, y no pensaba inicialmente
retornar a una economía monetaria. Explicando su nueva política al
Décimo Congreso del Partido Comunista en marzo de 1921, Lenin
no pretendía otra cosa que otorgar a los campesinos la libertad de
comerciar en los mercados locales; solamente Preobrazhensky se dio
cuenta, como lo advirtió al Congreso, de que sería «imposible comer­
ciar con una cotización del rublo que fluctúa no sólo en el curso de
días, sino en el de horas». Los primeros pasos se dieron en el terreno
de la imposición, no prosiguiendo con la abrogación de los impuestos
en dinero (redactado en forma de decreto justamente un mes antes
de la apertura del Congreso) y sustituyendo las requisas a los cam­
pesinos por un impuesto en especie fijo calculado sobre el ingreso
medio de cada miembro de la familia. Según transcurrió el año, el
102

después de haber caído en desuso, fueron redescubiertas algunas de


ellas y, como se explica más adelante, utilizadas en las economías
de mercado.

La economía dirigida de Stalin


El primer plan quinquenal dio comienzo en 1928, pero los procedi­
mientos de planificación y de instrumentación y los presupuestos so­
bre cuya base se dio coherencia a los diversos objetivos (señalados a
modo de orientación, más que como metas precisas) ocupaban un
puesto de transición entre los de la n e p y los de los programas de
Stalin, cuyos instrumentos fueron forjados entre 1930 y 1934.
Estos programas no quedan incluidos estrictam.ente en el término
economía autoritaria, porque, aunque iban acompañados de algunos
aspectos de coacción que tenían también los anteriores prototipos,
quedaron modificados por la conservación de los parámetros en de­
terminados sectores, y por la división de la economía en clases y en
grupos de intereses, lo cual facilitó el control sobre un proceso de
actividad microeconómica más complejo que cualquiera otro de los
que habían estado anteriormente sometidos a la dirección del Estado.
La clasificación de las decisiones en sub-conjuntos era inevitable si
se considera el gran número de operaciones que había que supervi.sar,
pero no afectaba al carácter directivo de la actuación en todos los
niveles.
La economía de Stalin empleaba el dinero como una forma de
notación; tan sólo unos pocos precios funcionaban como parámetros
que limitasen la esencial arbitrariedad del sistema. Afirmaba Stalin
que el dinero es el instrumento de la economía burguesa del que se
ha apoderado el gobierno soviético para... crear las condiciones ne­
cesarias para el intercambio directo de los productos. Mantuvo el
objetivo del comunismo de guerra de eliminar finalmente el dinero,
y le asignó mientras tanto un papel principalmente pasivo.
Las prácticas de la gestión económica no sufrieron cambios esen­
ciales cuando Malenkov y Khrushchev sucedieron a Stalin; Khrush-
chev introdujo numerosos cambios, pero transitorios, en la manera
de ejercer la autoridad. Aparecieron perspectivas de algo realmente
103

nuevo cuando el gobierno de Brezhnev y Kosygin realizó reformas


(en marzo y en septiembre de 1965, respectivamente) en la dirección
de la agricultura y de la industria. Por el primero de estos cambios,
las granjas colectivas fueron liberadas de su compromiso de entregar
tanta cantidad de productos cuanta pudiera exigir el Estado: las
cuotas de los suministros serían constantes durante los cinco años
siguientes. Por la segunda de estas medidas, se prometió a las empre­
sas estatales •—es decir, a la otra fracción del sector socialista de la
economía— que se les daría libertad para hacer sus asignaciones
corrientes de recursos sobre la base de determinados parámetros:
habrían de adoptar sus decisiones (a excepción de las concernientes
a las inversiones o al comercio exterior) guiándose por los tipos im­
positivos y los precios fijados por el Estado. No obstante, el peso de
las antiguas prácticas ha puesto tantas cortapisas, incluso a restric­
ciones tan cautas como éstas, al grado de intervención directa en las
decisiones de las empresas, que la planificación directiva no se ha
visto en realidad eliminada. Las granjas colectivas han seguido siendo
presionadas por las instituciones administrativas para hacer sus en­
tregas al Estado en cantidades superiores a las obligatorias de igual
modo que en el pasado, salvo que no se ha vuelto a las brutalidades
de la época de Stalin, cuando sólo quedaba una cantidad ínfima para
los trabajadores agrícolas. La reforma industrial requiere que las de­
cisiones de las empresas de maximizar sus ganancias estén reguladas
por un plan que predetermine esas ganancias y por metas a alcanzar
en lo referente a salarios, ventas y ciertos volúmenes de input y de
producción; con frecuencia las autoridades encargadas de la plani­
ficación y supervisión han frustrado informalmente, mas no por eso
menos eficazmente, las tentativas de los directores de empresa de
hacer efectiva su libertad de opción incluso dentro de los límites
de lo permitido.
Las reformas de 1965 vierten suficiente luz sobre la manera en
que podría el gobierno soviético delinear un cuarto método de regir
la economía si superase su repugnancia política a abandonar el poder
que detenta de imponer directamente sus instrucciones a cualquier
institución que se halle en su territorio. Los cambios introducidos en
1966-68 tendían a implantar en la economía un modo de gestión pro­
pio del mundo de los negocios (khozyaistvovanie) —el término «ne­
104

gocio» (khozyaistvennaya) tendía a desplazar el de «económico»


(ekonomicheskaya) en las alusiones a la reforma—, pero sin recurrir
a la utilización del mercado. El Presidente del Comité Estatal de
Precios, V. Sitnin, escribía a principios de 1968 que

los precios de mercado son, en nuestra opinión, ajenos a nuestra econo­


mía y van contra nuestro objetivo de fortalecer la planificación central.
A nuestro parecer, es también totalmente erróneo imaginar que con los
precios se va a conseguir equilibrar la oferta y la demanda, pues a esto...
se ha de llegar con el desarrollo proporcionado de todos los componentes
de la economía. Y ésta es la misión de los organismos a cuyo cargo corre
la planificación.

El, desde luego, no quitó todo valor a la utilización de los precios.


Una de las aplicaciones de las reformas fue ascender de categoría
y ampliar considerablemente su comité (su predecesor, Pautin, había
presidido un comité integrado por sólo noventa personas, de un total
de 2.700 que pertenecían a la Comisión de Planificación, a la que
estaba y sigue estando subordinado): este comité había redactado un
proyecto de revisión de precios (que entró en vigor el 1 de julio
de 1967). Sitnin se oponía a la movilidad de los precios con indc
pendencia de cualquier directriz superior explícita, de la misma ma­
nera que el Gobierno soviético había mirado con malintencionsda
suspicacia el sindicalismo de mercado yugoslavo —cuyas principales
etapas fueron la gestión de las empresas por los propios obreros
(1952) y la renuncia del Gobierno al control del plan (1965)— y
las reformas de Checoslovaquia (1967) y Hungría (1968), que dele­
garon parcialmente a las empresas estatales la facultad de negociar
los precios.

El empleo de parámetros
La Unión Soviética fue estrictamente no paramétrica sólo durante
el período del comunismo de guerra, en el cual el funcionamiento
de la economía se distinguía del modelo de Stalin en tres aspectos:
al no utilizarse el dinero, no podían los precios servir de guía al con­
sumo personal; la transferencia de los productos del sector privado
105

(en la práctica, de la agricultura) se efectuaba en el mejor de los


casos mediante el trueque de los bienes de consumo con los organis­
mos estatales, y en el peor a punta de bayoneta; el comercio exte­
rior era virtualmente inexistente.
Como consecuencia de las dos primeras circunstancias, incluso
las transacciones entre el consumidor individual y el sector privado
dejaron de funcionar en un marco de mercado; como las autoridades
podían requisar los comestibles puestos a la venta en las ciudades,
los obreros de la ciudad llevaban en sacos sus productos a las aldeas
•—la palabra meshechnischestvo (de meshok, «saco») se formó para
describir esta forma de trueque—, procedimiento inverso al normal
de que los agricultores lleven sus productos a las ciudades. Aunque
ocasionalmente hubo cooperación entre los proveedores (grupos, por
ejemplo, de trabajadores solían utilizar clandestinamente un vagón
de ferrocarril para transportar sus artículos a las aldeas), las tran­
sacciones eran por lo general estrictamente individuales; para 1920
ningún sistema de mercado se hubiera podido hallar tan completa­
mente atomizado. Hasta el punto de que por la naturaleza de los
intercambios fueron precisas ciertas bases de comparación (la trans-
portabilidad de los artículos en cuestión o el tiempo transcurrido
entre la venta y la compra), surgió un cuasi-dinero, predominante­
mente en forma de sal. Este producto homogéneo, estable y estandar­
dizado, con valor en sí mismo, asumió el papel de signo monetario
(como ocurrió con los cigarrillos en la economía alemana de des­
pués de la segunda guerra mundial, cuando no circulaba dinero) y la
función de unidad de referencia (como los billetes de tranvía en
Budapest durante el mismo período en Hungría). En Rusia dedica­
ban los campesinos tanto terreno al cultivo del tabaco que el dinero
expresado en esta unidad no hubiera tenido valor de escasez allí.
En el sector nacionalizado, las transferencias de productos entre
las empresas se realizaban siguiendo las instrucciones de organismos
supervisores, los cuerpos administrativos «principales» o «centrales»
—el «glavkismo» de que ya hemos hablado en la página 38—. Para
la población no agricultora funcionaba un inseguro sistema de racio­
namiento, pero la remuneración se pagaba principalmente en especie
en el lugar del trabajo, como ya hemos visto. Einalmente, puesto que
apenas había relaciones comerciales con el resto del mundo (cfr. fi-
1000
Figura 3. Volumen del comercio exterior soviético. 107
El comercio (a precios constantes) está representado
a escala logarítmica. Se puede observar el grado en
que la expansión soviética fue autárquica comparando
que en el período 1913-66 mientras el comercio aumentó
cuatro veces el producto nacional bruto lo hizo siete veces.

gura 3), las empresas rara vez tenían contactos con una economía
de mercado.
Los cambios operados en estos tres aspectos cuando se dio fin a
la NEP explican el empleo de ciertos parámetros durante los planes
quinquenales. En primer lugar, las empresas estatales continuaron
pagando los sueldos en dinero que luego gastaban sus perceptores
en los comercios estatales o en servicios procurados por el Estado
(tales como viviendas, transporte y diversiones). En segundo lugar,
aunque la colectivización hizo obligatoria la entrega de la mayor
parte de los productos agrícolas a los organismos estatales de sumi­
nistro, los miembros de las granjas colectivas (y otros con empleos
diferentes, pero en posesión de un huerto o una pequeña finca) po­
dían vender libremente sus propios productos (incluyendo, en el caso
de los agricultores colectivos, sus dividendos cobrados en especie de
los remanentes una vez hechas las entregas obligatorias al Estado).
En tercer lugar, un grupo de organismos estatales, las sociedades de
comercio exterior, siguieron manteniendo relaciones configuradas por
las fuerzas del mercado; su derecho exclusivo a concertar acuerdos
en el árnbito del comercio exterior, invariablemente expresados en
monedas diferentes, aislaron, no obstante, a las demás empresas y al
sistema monetario de cualesquiera decisiones que no fuesen domés­
ticas y, como lo muestra la figura 3, tales contactos quedaron redu­
cidos a un mínimo desde la mitad de los años treinta hasta la guerra.
Durante muchos años, Stalin se opuso a reducir su mecanismo
de dirección a conceptos formales: después de 1931, cuando ya es­
taba en gran parte coronado el sistema, requirió de los economistas
soviéticos que declarasen que no había lugar en el socialismo para
leyes económicas objetivas. Permitió que fue.se modificada esta afir­
mación durante la guerra, pero pronto ahogó el incipiente renaci­
miento del pensamiento económico destituyendo primero y luego
haciendo ejecutar al principal impulsor de ese cambio, al entonces
presidente de la Comisión Estatal de Planificación, Voznesensky;
Stalin retrasó todo intento de descripción teórica de la economía hasta
poco antes de su muerte. En Los problemas económicos del socia­
lismo en la URSS (1952) expuso que el sistema comprendía dos ins­
tituciones fundamentales. Era, primeramente, un «mercado mundial
socialista» en el sentido de que la URSS (y los demás países que se
108 Se comenzó a producir en la URSS Fordsons con licencia
en 1923, pero no se llegó a la producción de tractores
en gran escala hasta la campaña de colectivización.
Se cumplió el objetivo que se proponía Lenin de producir
100.000 tractores (página 50) cuando se abrió en 1933
la fábrica de Cheiyabinsk en Siberia Occidental.

regían por entonces según la ordenación soviética) adoptaba sus deci­


siones económicas con completa independencia del mercado mundial
capitalista. En segundo lugar, dentro de la URSS, sólo las transac­
ciones en que una al menos de las partes era exterior al sector estatal
se gobernaban por la relación bienes-dinero (es decir, la que está
sujeta a un precio determinado no imperativamente, sino por la ley
intrínseca del valor). Las transacciones de las empresas estatales con
entidades comerciales extranjeras o con agricultores de granjas colec­
tivas dentro del país tenían, por tanto, que tener en cuenta las reac­
ciones de la otra parte a los términos del intercambio. Para Stalin,
la medida del progreso era la mayor o menor amplitud en que se
había suprimido la relación bienes-dinero. Por una parte estaba dis­
puesto a tolerar, tal vez incluso a aceptar con agrado, que la URSS
mantuviese relaciones económicas con el resto del mercado mundial
socialista, en el cual, ya para entonces, habían sido sustituidos los
precios paramétricos por una combinación de trueque y de suminis­
tros forzosos, y, por otra parte, exteriorizó la convicción de que sería
retrogresivo que el Estado cediese a bajo precio la propiedad de la
maquinaria agrícola a las granjas colectivas, como recientemente ha­
bía propue.sto Venzher, economista muy dado a soluciones tajantes.
Se ponía a disposición de las granjas los servicios de esta maquinaria
a través de las estaciones de máquinas-tractores a cambio de una
participación en la cosecha; Stalin interpretaba este pago en especie
como un paso en la promoción de la forma «inferior» de propiedad
colectiva a la más elevada de propiedad estatal.

El ciudadano económico
Stalin trazó sus líneas conceptuales en torno a la propiedad porque
ésos fueron los límites puestos por Marx y aceptados por Lenin
(como se indica en el capítulo 1). Tenía razón al comenzar con la
distinción entre una directriz dirigida a una empresa estatal soviética
—parte de una administración jerárquica— y un contrato consegui­
do con alguien dotado de autonomía legal. En la URSS se conceden
derechos de propiedad independientes a los ciudadanos respecto de
sus posesiones personales, sus ahorros y viviendas ocupadas por el
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propietario, y a los entes colectivos respecto de sus edificios, bienes


de equipos y sus productos (página 16). Estos derechos confieren
de jure una libertad dispositiva sometida a las restricciones normales
un cualquier Estado, pero de jacto las directrices del Gobierno sobre
la asignación de los recursos pueden ser impuestas al sector colectivo
con gran variedad de presiones no legisladas. Se puede trazar un para­
lelo con Otros países que se hallan en la esfera de influencia soviética:
no ha sido formalmente derogada la soberanía e independencia de los
distintos países, peto la URSS blande el concepto de una «comunidad
socialista de naciones» para justificar la obligada conformidad a los
intereses de la comunidad. En efecto, después de la ocupación de
Checoslovaquia por tropas de la URSS y de otros cuatro miembros
de la Organización del Pacto de Varsovia, escribía en Pravda un
comentarista;
La lealtad del Partido Comunista de la Unión Soviética y de los demás
partidos hermanos al marxismo-leninismo garantiza que ninguna contra­
revolución, ni «pacífica» ni armada, conseguirá arrancar un solo eslabón
de la comunidad socialista.
Una de las 108 estaciones de máquinas-tractores 111
establecidas en Moldavia después de la colectivización
(1948-50) en la zona incorporada de Rumania.
Tales estaciones, más que servir, controlaban por toda
la URSS a las granjas colectivas y fueron disueltas como
concesión a la autonomía de las granjas en 1958-61.

Para los asuntos internos, el artículo de la Constitución según el


cual «la vida económica de la URSS está determinada y dirigida por
el plan económico-nacional del Estado» (artículo II) y los objetivos
políticos del Partido Comunista implican correlativamente determi­
nadas exigencias sobre el ciudadano soviético y las organizaciones
no gubernamentales. Los controles conjuntos del Plan y del Partido
han hecho que sólo raramente se hayan promulgado órdenes con
fuerza legal con respecto al ciudadano en cuanto consumidor o tra­
bajador.
Mientras que el racionamiento había sido esencial al comunismo
de guerra, posteriormente fue aplicado solamente en situaciones de
emergencia. El racionamiento comenzó esporádicamente a fines de
1928, y se fue extendiendo en 1931, a medida que los controles
de precios y —a partir de 1930— la colectivización redujeron rápida­
mente las existencias de comestibles en las ciudades; terminó a pri­
meros de 1936. Fue reintroducido inmediatamente después de la in­
vasión alemana de mediados de 1941 y mantenido hasta finales de
1947 a causa de una desastrosa sequía que difirió su supresión por
un año. En ninguno de los dos casos se proveyó a los campesinos
de cartillas de racionamiento (si bien es verdad que las entregas de
ciertas cantidades de productos agrícolas a los organismos estatales
recibían en compensación derechos para comprar manufacturas ra­
cionadas). El cese del racionamiento fue tan prematuro en 1947 como
lo había sido en 1936, puesto que aún no se había vuelto a los niveles
de salarios reales anteriores al racionamiento. La Unión Soviética
fue, pues, casi el primero de los países beligerantes europeos en pres­
cindir del racionamiento, que se mantuvo en el Reino Unido hasta
1952 y no desapareció de Europa hasta 1958 (Albania y Alemania
Oriental). En 1937, el año después de terminar el racionamiento y
con una cosecha magnífica, los salarios reales eran inferiores en un
17 por 100 a los de 1928 si el cálculo se hace a los precios de 1937
y en un 43 por 100 si se hace a los precios de 1928. Esta diferencia
surge del eterno e insoluble problema de los números índice, pero es
especialmente grande en este caso porque la estructura de los precios
cambió mucho entre 1928 y 1937 y los consumidores adaptaron a
ella la estructura de su consumo. En 1948 los salarios reales estaban
en un 30 por 100 por debajo del nivel de 1940 (a los precios de 1940).
112 Durante la guerra fue muy severo el racionamiento.
En Leningrado se plantaban coles en las plazas
de la ciudad durante el sitio.

La comparación se hace en términos de las ganancias medias de los


sectores no agrícolas —deducidos los impuestos y las compras obli­
gatorias de títulos de la deuda y descontada el alza del coste de la
vida— porque los agricultores fueron los menos afectados, y muestra
lo deseosas que estaban las autoridades soviéticas de suprimir el
racionamiento en la primera oportunidad. Esto confirma lo que es
norma general en la planificación soviética, que se pueda disponer
libremente de los ingresos familiares. Estos ingresos eran general­
mente adquiridos en convenios libremente concluidos con una em­
presa o institución estatal, puesto que la dirección de la mano de
obra había sido tan marginal al sistema como el racionamiento. Con­
troles sobre la mano de obra tuvieron fuerza legal desde 1940 a 1956,
pero en 1951 fueron revocadas las sanciones penales y las últimas
restricciones legales al abandono voluntario del empleo fueron su­
primidas en 1959. Una amplia red de correccionales y campos de
concentración corría paralela al mercado abierto de mano de obra
durante todo el impulso industrializador de Stalin; servían princi­
palmente de instrumentos de represión política, aunque no dejaban
de cumplir ciertas finalidades económicas. En los años de escasez de
alimentos que siguieron a la colectivización, su existencia redujo la
media nacional de consumo de carne, de modo que las deportaciones
masivas de aquel período eran principalmente de campesinos aco­
modados (que obviamente comían mucho menos cuando estaban
sometidos a una dieta de presidiarios, de lo que hubieran comido
en sus propias granjas). Posteriormente, cuando llegaron a predomi­
nar los presos políticos y los gerentes de la industria, los campos de
concentración eran centros dedicados a obras públicas, explotaciones
forestales y mineras. La productividad era desde luego muy inferior
a la del trabajo libre, y aunque el costo de atraer personal voluntario
a una región remota contrarrestaba parte de esta diferencia, difícil­
mente nos podemos imaginar que la mano de obra forzada haya sido
jamás preferible a la libre en términos económicos, no digamos ya
en los humanos.
114

La producción bajo directrices


Si se prescinde de estas excepciones al principio del mercado, los
ciudadanos soviéticos podían —y pueden hoy— obtener sus ingresos
en cualquier empleo estatal, y pueden gastarlos en cualesquiera bie­
nes o servicios que ponga a la venta el Estado. De esta formulación
se deduce claramente que no existe en absoluto la soberanía del
consumidor propia de una economía de mercado, sino que cada tran­
sacción individual queda restringida a los salarios y empleos que
ofrezca el Estado y a los precios y cantidades de los vendedores por
cuenta del Estado.
I Este empleo de parámetros en el proceso de la distribución micro-
económica contrasta con su ausencia casi total en las decisiones mi-
croeconómicas sobre la producción. Hasta las reformas de 1965, se
le proponían al director de una empresa estatal (en forma de planes
para períodos de diez días, un mes, un trimestre y un año) una serie
de índices que tenía que alcanzar —o sobrepasar— en lo concer­
nientes al output, al input y a la eficiencia técnica de su fábrica. Para
llevar a efecto tales objetivos, cuya consecución acarreaba la supre­
sión o el aumento de su gratificación, contaba con diversas informa­
ciones suplementarias (por ejemplo, sobre las asignaciones financie­
ras de las autoridades centrales, las condiciones de los contratos con
otras empresas, o sobre la tecnología a adoptar). Las relaciones de
los precios a los que compraba los inputs y vendía los outputs no se
tuvieron en cuenta desde 1930 hasta 1948 al establecer sus planes
(fracasó un esfuerzo que se hizo en 1936 para reformar los precios);
el dinero empleado en las transferencias a esos precios jugaba un
papel puramente pasivo, siendo absorbidas las ganancias y desem­
bolsadas las subvenciones por las autoridades centrales. Después de
la guerra introdujo Voznesensky algunas reformas. Kosygin, el Mi­
nistro de Hacienda, que instrumentó la fase final de la reforma, fue
destituido tres meses antes que Voznesensky, pero llegó a obtener el
cargo más elevado del Gobierno. Las listas de precios al por mavor
puestas en aplicación en enero de 1949 se fijaron, con cierta lógica,
en relación con los costes corrientes (salarios, material y depre^;ia-
ción), pero fueron en gran parte viciadas por posteriores cambios
arbitrarios (según parece por intervención del mismo Stalin) y por no
115

haber autorizado los gobiernos siguientes las revisiones de los pre­


cios de acuerdo con la inevitable variación de los costes. Cuando se
revisaron las listas de precios en 1955, las autoridades declararon su
intención de volverlas a revisar cada cinco años, es decir, en vísperas
de cada plan quinquenal. El cambio a un plan septenal (1959-65)
supuso un cierto retraso, y luego se han ido añadiendo otros apla­
zamientos hasta la reforma de los precios de 1967.
Los cambios introducidos durante el período 1966-68 (anunciados
por Kosygin, Presidente del Consejo de Ministros, en septiembre de
1965) suponían una interpretación de los costes más acertada y con
una mayor visión (tomando en consideración el uso de los recursos
naturales y del capital lo mismo que el del trabajo), pero, por lo
demás, lo que hizo fue racionalizar los precios existentes más que
reformarlos en sentido propio. Las empresas no llegaron a estructurar
su actividad basándose en la información recibida (como ocurriría
en un sistema de mercado o paramétrico estatal), permitiéndoseles
tan sólo reaccionar con más eficiencia a la combinación de la asig­
nación centralizada de los recursos y de la libre elección por el con­
sumidor que ha caracterizado el proceso económico soviético duran­
te tres décadas.
5 El dinero y el ciudadano
soviético

Las corrientes de fondos


Aunque las funciones del dinero, y de los precios expresados en va­
lores, son más limitadas en la economía soviética que en una econo­
mía de mercado, la simple mención de transacciones en dinero im­
plica que los compradores y los vendedores tienen fondos a su dis­
posición. Tales fondos representan un derecho a bienes y servicios,
y para la buena gestión de la economía soviética es fundamental que
el ejercicio de ese derecho no entre en conflicto con las disposiciones
del plan central.
Para que el proceso económico funcione con suavidad, las corrien­
tes de fondos deben estar articuladas con los movimientos reales de
los bienes y servicios; esto a su vez requiere que las dos corrientes
se correspondan mutuamente. Si no se asegura esta correlación, pue­
den quedar sin vender bienes y servicios porque no acuden los
compradores a los vendedores, o fondos que no se gastan porque la
oferta real está por debajo de los medios financieros disponibles;
las mismas consecuencias se seguirán si los ingresos y gastos mone­
tarios, por una parte, y los inputs y outputs reales, por otra, no
empalman.
A falta de un mecanismo autorregulador que utilice los precios
(u otros parámetros) para hacer coherentes parí passu las decisiones
de comprar y vender o de producir y consumir, el gobierno sovié­
tico planifica los tres grupos de correlaciones (de las transacciones
monetarias, de las corrientes reales y las relaciones entre ambas)
basándose en el «método de los balances», la técnica más importante
de gestión económica inventada en la URSS. Este capítulo describe los
balances referentes al consumo y el próximo, los relacionados con
la producción. Se estudiará la naturaleza del entronque de cada ba­
lance monetario con las corrientes reales (es decir, la libre selección
de bienes de consumo y el racionamiento de los bienes de producción)
y se demostrará que la consecuencia es una articulación incompleta
o defectuosa (es decir, despilfarro, escasez y abundantes síntomas de
un mercado tanto de vendedores como de compradores). El capítulo 7
recoge el problema del balance o equilibrio total a la luz de las téc­
nicas de fijación de precios. Desde el punto de vista de la planifica­
ción, la mayor incertidumbre es inherente a la dirección de las tran­
sacciones de las empresas estatales con las unidades económicas pri-
117

vadas, las cuales, a diferencia del Estado y de las empresas coopera­


tivas, no están sometidas en sus gastos a directriz alguna, excepto
(como en cualquier otro país) en lo concerniente a los impuestos.
El funcionamiento de la economía de mercado asegura en tér­
minos generales la correspondencia de las actividades productivas
con las de consumo, de tal manera que con frecuencia se ignora la
necesidad de tal coordinación. Se pueden producir artículos que no
encuentren comprador, pero si no se los destruye físicamente, los
productos no vendidos se acumulan como existencias de almacén,
mientras se puedan financiar su incremento y los costes de almace­
naje y conservación. Esto no quiere decir que el balance al que se
llega en una economía de mercado lo es de equilibrio, pues este tér­
mino se aplica propiamente a la consecución de una correlación explí­
cita entre los stocks y las corrientes económicas. De modo similar, el
método de los balances es esencialmente en la economía soviética un
instrumento para simular la correspondencia de los inputs y outputs
a nivel microeconómico; se pueden confeccionar también tales ba­
lances con el fin de que expresen el grupo de relaciones que deseen
las autoridades de la planificación, facilitando con ello el movimiento
hacia el equilibrio. .Si se hace suficiente número de balances a nivel
microeconómico, se podrán calcular los totales a nivel macroeconó-
mico. Estos, por su parte, manifiestan los requisitos que deberán
satisfacer las corrientes totales para poder alcanzar el objetivo que
se desee (equivalente al equilibrio de la economía de mercado).
En una economía aue opere con precios paramétricos, sea deter­
minados por el Estado o formados en el mercado, se puede estable­
cer el balance en términos de valor, aunque si es el Estado el que
fija los precios deberá comenzar por establecer los objetivos a al­
canzar. El economista soviético Kantorovich ha llamado a las eva­
luaciones resultantes del equilibrio de los objetivos planificados con
los recursos efectivos «estimaciones objetivamente condicionadas».
Las relaciones implícitas en todo balance son los «precios ficticios»
de las técnicas de programación, lineales en su origen pero más com­
plejas actualmente, inventadas en la URSS (por Kantorovich en 1939)
y más tarde desarrolladas independientemente en el Occidente.
En una economía no paramétrica, las evaluaciones de los plani­
ficadores no son expresadas explícitamente, pero no pueden menos
de existir; efectivamente, un hecho puesto en claro por las técnicas
118

de programación es que, en todas las circunstancias, se da con total


evidencia una relación de precios. La experiencia soviética ha mos­
trado, sin embargo, que no es necesario el conocimiento de los pre­
cios implícitos para el funcionamiento coordinado de la economía;
los balances sirven para asegurar la coherencia, pero, sin las evalua­
ciones que hagan posible la asignación racional de los recursos, sólo
por casualidad se puede alcanzar el punto óptimo —o el equilibrio
deseado . Además, si el sistema de balances es incompleto porque
no todos los microelementos están interconexionados, ni siquiera ase­
gurará la coherencia a nivel microeconómico.

Las teorías de la distribución


El individuo recibe más satisfacción del consumo de los bienes y
servicios que él mismo ha escogido que de los que le han sido adju­
dicados por decisión ajena. El hecho de que el empleo de balances
por los soviéticos no traiga consigo el racionamiento para el consu­
midor privado es ya en sí mismo una contribución al bienestar.
Nunca ha existido una economía que haya proporcionado
a los miembros de la sociedad bienes de consumo en cantidad sufi­
ciente para saciar los deseos de cada cual —la ciencia económica ha
sido definida como el análisis del modo de aplicar medios escasos
a fines ilimitados— y la diversidad de gustos y la necesidad de indu­
cir a la gente a contribuir a la producción (o a abstenerse del con­
sumo) son argumentos válidos para que se permita la elección indi­
vidual en los límites de las escaseces relativas. El racionamiento, por
definición, limita esa selección.
El marxismo no es ciertamente la primera filosofía en haber aspi­
rado a un entorno diferente para dar satisfacción a las necesidades
de consumo personal, ni es la soviética la primera comunidad que
haya intentado suplantar la interconexión existente entre elección e
incentivo: La República de Platón y la Utopía de Tomás Moro vis­
lumbraron, y los monasterios y las comunas idealistas lo han llevado
a la práctica, un horizonte humano superior a la máxima de Carlyle
«el pago al contado ... el único nexo universal que une al hombre
:on el hombre». Lo que distingue el esquema soviético es el que
proponga tal sustitución en un régimen de división del trabajo cuya
119

complejidad excede con m.ucho la de cualquier otra comunidad an­


terior culturalm.ente desarrollada. El marxismo, sin embargo, da por
supuesto que la abundancia de bienes de consumo puede anular la
necesidad de que el consumidor escoja, y que el trabajo preciso para
producir la necesaria corriente de bienes satisface por sí mismo y no
en virtud de la recompensa.
Los conceptos de necesidad, abundancia y recompensa del trabajo
son fundamentales en el pensam.iento subyacente a la teoría soviética
de la distribución. Durante el período denominado socialismo, cada
miembro de la sociedad trabaja de acuerdo con su capacidad, pero
se le remunera según su trabajo; en el comunismo el ciudadano sigue
contribuyendo con todas sus posibilidades a la sociedad, pero es re­
munerado conforme a sus necesidades, ya que el des:o de ocuparse
del bien de la sociedad elimina la necesidad de calibrar con precisión
sus esfuerzos en términos de ventajas materiales. Si todas las nece­
sidades han de ser satisfechas aun antes de esa fecha imprevisible en
que será factible la saciedad, habrá que limitarlas con una disciplina
social o impuesta por uno mismo.
En la asignación macroeconómica de los recursos, los planes quin­
quenales de Stalin fijaron prácticamente el volumen del consumo
personal a modo de residuo una vez asegurada la acumulación (para
conseguir la tasa de crecimiento deseada) y el consumo social (dis­
tribuido según las necesidades personales en el caso de los servicios
médicos y las pensiones, o de acuerdo con fines comunitarios en el
caso de la enseñanza gratuita y de los gastos de defensa). Se cam­
biaron los principios de esta política en el XXII Congreso del Partido
Comunista (1961), que estableció que los planes a largo plazo (se
formuló simultáneamente un programa de veinte años para 1980)
parten del supuesto de conseguir ciertos «niveles de consumo cientí­
ficamente calculados». Esto dejaba todavía la elección del nivel de
consumo a la discreción de la autoridad encargada de la planifica­
ción (ya que ella determinaba la norma científica que había que usar
como meta), pero el objetivo final ya no era la producción (a través
de la acumulación), sino el consumo (al postular la estructura y cuan­
tía del consumo que se proponía alcanzar con el plan). Al hacerlo
así, el modelo soviético de planificación retrocedía al plan original de
veinte años, el Genplan, que fue redactado en concurrencia con el
primer plan quinquenal. Uno de los principales arquitectos del plan
120

de veinte años, Feldman, desarrolló brillantemente la distinción de


Marx entre bienes de consumo y bienes de producción en el ciclo
de inversión para deducir de ella la separación de la acumulación
para el consumo, y la acumulación para una ulterior acumulación,
para demostrar que los objetivos del consumo para el final del perío­
do deberían ser traducidos a planes del tipo de los de Stalin dedica­
dos a fines de inversión. Es significativo que cuando comenzó a re­
surgir inmediatamente antes de la guerra una ligera revaloración de
la prioridad del consumidor y de la teoría económica —iniciada
por Voznesensky, recién nombrado presidente de la Comisión Esta­
tal de Planificación— se estudió la posibilidad de redactar un nuevo
Genplan. Evidentemente, veinte años es un período lo bastante largo
para que el único objetivo que en él nos podamos proponer válida­
mente sea el consumo.
Al nivel microeconómico, Stalin y sus sucesores valoraron de di­
ferente manera las ventajas de permitir al consumidor escoger sus
productos. Los planes de Stalin restringieron la libertad del consu­
midor poniendo a la venta bastante menor número de bienes que los
que podían ser adquiridos con el gasto privado; o se agotaban las
existencias del mercado o la gente atesoraría dinero (solamente en
una ocasión fueron anulados en su mayor parte los balances no
gastados, en la reforma monetaria de 1947). Stalin defendió esta
situación de inflación reprimida cuando declaró (al XVI Congreso del
Partido en 1930) que

como resultado de las ventajas del socialismo, el incremento de la demanda


efectiva de las masas en la Unión Soviética excede siempre al incremento
de la producción, haciéndola crecer.

Esta práctica fue abandonada después de la muerte de Stalin:


primero, cuando Mikoyan se retractó en el XX Congreso del Partido
(1956) del principio del excesivo poder adquisitivo —oportunidad
aprovechada por Khrushchev para denigrar políticamente a Stalin—
y después cuando se incluyó en una resolución del XXII Congreso
del Partido que la producción de bienes de consumo debe satisfacer
plenamente la creciente demanda del consumidor y acomodarse a
sus cambios.
121

En un futuro posterior, la abundancia superaría las posibilidades


selectivas del consumidor, y parece acertado relacionar tal abolición
de la selección económica de los bienes y servicios individuales con
la reaparición en el programa del XXII Congreso del concepto de
Engels sobre la «gradual desaparición del Estado» y de la esperanza
de Lenin en la «autoadministración». Lógicamente, no podían ser
compatibles los fines económicos y los políticos mientras la abun­
dancia se definiese por la selección social y retuviese el Estado —en
cuanto árbitro de esos principios— el veto sobre aquellas necesidades
que no habrían de verse saciadas.
Otra manifestación del cambio en la teoría de la distribución fue
que el XX Congreso autorizase el concepto de la obsolescencia como
«categoría económica». En los planes quinquenales de Stalin se
recusaba la «moral de usar y desechar», expresión que designa­
ba la obsolescencia: todos los recursos reproducibles, una vez
creados, eran igualmente aprovechables para ser utilizados y, por
consiguiente, no deberían ser retirados los bienes de capital hasta la
terminación de su vida física. Estaba proscrita en principio la selec­
ción entre el capital existente. Había un exacto paralelismo entre
esta afirmación y la de que en el socialismo no se podía dar el des­
empleo laboral; la exigencia de que en el socialismo correspondiese
la remuneración al trabajo hizo, sin embargo, del pleno empleo una
obligación para el Estado, en virtud del slogan proletario de que
«quien no trabaja que no coma».
El programa del XXII Congreso del Partido de 1961 consideraba
que dentro de dos décadas «se crearían los prerrequisitos materiales»
para que diese comienzo la transición al «principio comunista de la
distribución conforme a las necesidades». En la segunda de esas dos
décadas sería gratuito el alojamiento, se suprimiría el pago en los
transportes municipales, no costarían nada las comidas en los come­
dores de las empresas y se anularían los honorarios que aún se paga­
ban por la enseñanza y la asistencia médica.
Si se prescinde del alojamiento, estos objetivos son compatibles
con la continuación de la distribución en función del precio para
todos los demás bienes de consumo, porque los servicios que se ofre­
cerían gratuitamente se suelen utilizar en circunstancias muy especí­
ficas (respectivamente, en el trabajo o al ir o Volver de él; durante
la niñez, y en la enfermedad): no sustituyen a productos que se pro-
122 G astro nm N ° . 1, la mejor tienda de alimentación de la capital,
era un famoso comercio de ultramarinos antes de la Revolución
y había sido anteriormente el salón de la princesa Sinaida
Volkonskaya, al que solía asistir Pushkin. Las largas colas
a la puerta de los comercios soviéticos denuncian la falta de
inversiones para la comercialización y el engorroso sistema de caja.

porcionen todavía a cambio de un pago y en términos de la utilidad


general son efectivamente más baratos si se suministran a escala so­
cial. Los individuos pueden preferir reservar ellos mismos lo que han
de gastar incluso en estos casos y contingencias, pero las razones que
abonan la oferta a cambio de pago directo tienen más fuerza cuando
la oportunidad del consumo no está restringida a circunstancias de­
terminadas. El alojamiento (en el programa de 1961) y el pan (en an­
teriores exposiciones soviéticas de la primera fase del tránsito al co­
munismo) no admiten tal diferenciación, y como la mayoría de los
artículos y muchos servicios no se producirían en cantidades óptimas
si se ofreciesen gratuitamente, porque la oferta o bien saturaría la
demanda (siendo, por tanto, producida con recursos que sería pre­
ferible usar para producir bienes que se venden por un precio) o si
no llegaba a saturarla sería racionada.
Así pues, el actual mecanismo soviético de distribución está tan­
to temporalmente como en la teoría entre los extremos del raciona­
miento total en el comunismo de guerra y la abundancia general
anunciada para el comunismo pleno. Los que están empleados por
el Gobierno en servicios públicos y sociales o por las empresas esta­
tales y cooperativas reciben un salario, sueldo o gratificación que
pueden gastar en cualquier bien o servicio que esté a la venta en
los comercios del Estado o de las cooperativas o adquirirlo de los
ciudadanos privados. Los miembros (a diferencia de la mano de
obra contratada) de las cooperativas se reparten las ganancias y pue­
den gastar sus dividendos de la misma manera. Los ciudadanos par­
ticulares pueden obtener unos ingresos (de los cuales pueden igual­
mente disponer sin restricciones) dedicándose a la producción en
privado, con tal que no empleen asalariados; tienen derecho a vivir
sin actividad laboral en conformidad con la reglamentación de la
seguridad social y otras instituciones aseguradoras, pero para las
personas con capacidad de trabajar el trabajo es una obligación para
con la sociedad.
Con el fin de adaptar el consumo al ingreso procedente del traba­
jo, se aplica el método de los balances para igualar la suma de los
salarios que se originan en el sector estatal y en el cooperativo (de­
ducidos los impuestos y el ahorro personal) y de los ingresos por
transferencias del Estado (tales como pensiones y subsidios familia­
res) con el valor a los precios prefijados de los bienes y servicios
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puestos en el mercado por el Estado y las cooperativas. El ingreso


generado por actividades lucrativas fuera de ese sector es considerado
como transferencia privada entre las unidades económicas particu­
lares: el vendedor de un producto hecho en privado adquiere el de­
recho a un bien del Estado o de cooperativas cedido por los que re­
ciben un salario estatal o el dividendo de una cooperativa.
Un aumento en la demanda de bienes de consumo puede provo­
car una expansión de la oferta solamente en el circuito privado, pues­
to que el control total de la producción estatal o cooperativa puede
hacer en principio que la expansión no repercuta en un aumento de
cantidad, sino en una elevación del precio.
124

Ajustes de precio y cantidad


No existe contradicción alguna entre la facilidad de alterar los pre­
cios en estas circunstancias y la ausencia de precios autorregula-
dos, porque el ajuste de los precios no es automático. Los pre­
cios al detall determinados administrativamente no tienen por qué
ser inflexibles en largos períodos de tiempo; pero el hecho es que
las autoridades soviéticas han preferido desde 1955 mantener bas­
?- / tante constante el coste de la vida. Esto contrasta con su anterior
proceder en la forma de orientar la planificación central —elevación
de los precios al por menor en el período 1928-47 y descenso de los
precios en 1948-54—. Evidentemente, si no ejercitan su facultad de
variar los precios, tienen que enfrentarse con la alternativa de modi­
ficar las cantidades colocadas en el mercado o de tolerar desajustes;
es decir, que no se correspondan las corrientes monetarias y las rea­
les, lo que se manifestará en largas colas, defraudando a los com­
pradores en unos artículos, mientras que otros se acumulan en stocks
excesivos.
La formación de colas en las tiendas soviéticas no es forzosamen­
te un síntoma de mal funcionamiento como lo sería en las economías
de mercado en circunstancias normales, ya que el Gobierno ha se­
guido deliberadamente la política de mantener reducido el número
de puestos de venta, con el fin de economizar costes de comerciali­
zación e inversión de capital en nuevos comercios. Una combinación
de procedimientos contables inadecuados y de no querer confiar las
transacciones en dinero a los dependientes hace que se prolongue
aún más el tiempo invertido en cada compra, ya que el cliente tiene
que escoger el producto, preguntar su precio, pagar en caja y volver
luego al mostrador para canjear la factura por el producto. La pa­
ciencia con que se soportan las colas es cuestión de grado, aunque se
comienza a poner de relieve que, en una economía de trabajo cada
vez más intensiva, el ahorro de gastos de comercialización está más
que contrarrestado por la pérdida de tiempo del comprador.
Una estimación de la medida en que la e.scasez de productos con­
tribuía a alargar las colas, así como información sobre las quejas
de los clientes y sobre las existencias eran comunicadas (hasta las
recientes reformas) a los proveedores, pero las organizaciones comer-
125

dales no tenían autoridad ni para exigir que se modificasen los en­


víos ni para variar los precios (aunque desde 1954 se ha permitido
vender con rebaja los artículos que desde hacía mucho habían que­
dado sin vender).
Según las reglamentaciones autorizadas experimentalmente en 1964
(un año de reformas generales) para las fábricas de tejidos Bolshe-
vichka y Mayak, de Moscú y Gorky, respectivamente, una empresa
que produce bienes de consumo puede variar la composición de su
producción para acomodarse a los pedidos hechos por los comercios
al por menor; según se extienda esta práctica, será posible que el
gasto privado afecte la estructura de la oferta. Pero esta influencia
queda reducida a los estrechos límites impuestos por los suministros
de que puede disponer el fabricante. Los inputs del fabricante son,
por definición, bienes de producción y por lo general no han sido
liberados del control central —es decir, que a la mayoría de las fá­
bricas de bienes de producción se les exige alcanzar ciertas cifras de
ventas totales (y con frecuencia en productos específicos). Sólo aque­
llas empresas a las que se pide exclusivamente alcanzar determinadas
cifras de ganancias pueden, con las recientes reformas, reajustar la
estructura de su oferta. Los cambios sobrevenidos desde 1964 han
reducido, por tanto, la libertad del consumidor, aunque no mucho. Los
efectos que produzca una alteración de la demanda sobre el balance
de gastos e ingresos del consumidor dependen de los precios relativos
entre los que varía la demanda, y es atribución de los organismos
que fijan los precios el alterarlos en cualquier momento.

Ajustes en el poder adquisitivo


En el sistema soviético ha sido también factible hacer coincidir el
gasto privado con los ingresos desde el punto de vista de los ingresos
mismos. Las nóminas de las empresas estatales estaban bajo control
directo y el Gobierno podía afectar considerablemente las ganancias
de las granjas colectivas modificando el precio y la cuantía de las
entregas obligatorias. Dado el caso, se aplican ahora estas medidas
con menos rigor.
La reforma de 1965 mantuvo la limitación del total de salarios
en cada empresa, aunque revocó las absurdas disposiciones que regían
126

el desembolso de esos fondos salariales (por ejemplo, para el perso­


nal administrativo y técnico separadamente del resto del personal}.
Sin embargo, el nuevo sistema permite una mayor filtración de los
beneficios en la nómina de salarios que antes. Hasta los cambios in­
troducidos en 1966-68, la mayor parte de las gratificaciones a cargo
del fondo de beneficios se concedían al personal de gerencia (si bien
en muchos casos se interpretaba que éste era una jerarquía que llega­
ba hacia abajo hasta el jefe de taller). Actualmente, un «fondo para
incentivos materiales» recibe con cargo a los beneficios una suma que
guarda relación con el monto salarial propuesto; este fondo se
desembolsa en concepto de primas a los directivos y técnicos en
mayor porcentaje que a los obrero.s, pero éstos están en condiciones
de participar apreciablemente en los beneficios. Otros dos fondos
alimentados en parte con cargo a los beneficios fueron establecidos
al mismo tiempo (para «actividades socio-culturales y viviendas» y
para el «incremento de la producción»); pero su gasto se canaliza
a bienes de producción y no afecta al total de los salarios. Estos tres
fondos sustituyen al antiguo Fondo de la Empresa (llamado Fondo
del Director antes de la guerra y desde 1946 a 1956).
El control ejercido a corto plazo sobre la distribución de los in­
gresos netos de las explotaciones agrícolas se ha debilitado desde
1965, año en que el Gobierno decidió no variar la cuantía de las
entregas obligatorias (impuestos en especie, ya que las cooperativas
obtendrían precios más elevados si pudie.sen comerciar libremente);
sin embargo, como se dice en el capítulo 4, esta promesa de libertad
ha sido relativizada por el ejercicio informal de la autoridad política.
A largo plazo puede sufrir variación el porcentaje de las cantidades
adquiridas por el Estado, como también se puede alterar la propor­
ción de los beneficios distribuidos respecto de los no distribuidos.
El porcentaje de ingresos de las granjas colectivas considerados como
«indivisibles» (el cual determina el remanente distribuible entre los
miembros en concepto dé dividendos) ha sido reajustado en raras
ocasiones por disposición del Gobierno, pero en las circunstancias
actuales es escasamente concebible que se realice un cambio sin con­
sultar al Congreso de Agricultores Colectivos. Se han celebrado dos
congresos: en 1933 y 1935; el segundo aprobó un estatuto modelo
de granjas colectivas que recomienda una determinada proporción de
fondos indivisibles, pero, a pesar de haberse venido hablando desde
127

1958 de un tercer congreso, éste no ha sido convocado sino para


noviembre de 1969,
Los ingresos personales disponibles una vez pagados los impues­
tos. es decir, la cantidad de dinero que las unidades económicas pri­
vadas pueden gastar en servicios y bienes de consumo, no pueden
exceder el valor de la oferta con tal que los precios al por menor
sean tales que hallen salida todas las existencias del mercado. Estos
precios tienen por consiguiente que dejar un excedente sobre el coste
salarial de los servicios y bienes de consumo por lo menos igual al
coste salarial de los bienes y servicios comprados por el sector pú­
blico. Tales compras incluyen la formación de capital por las empre­
sas estatales, y los gastos en administración, defensa y servicios socia­
les de las autoridades centrales y locales (menos la parte financiada
con la imposición directa). El gasto del Gobierno es prácticamente
autoamortizable, ya que él determina los ingresos —en contraste con
la regla hacendística de Gladstone, según la cual es el ingreso el que
determina el gasto: el Gobierno soviético recibe en forma de bene­
ficios de comercialización y de impuesto de circulación (el margen
total entre el coste de producción de los bienes de consumo y su
precio de venta al público) el componente salarial de lo que gasta
en el producto final.
La única manera diferente de aumentar autónomamente el poder
adquisitivo es con una aceleración en la velocidad de la circulación
monetaria: según los datos del plazo medio de depósito en el Banco
de Ahorros (trescientos noventa y siete, días en 1958, quinientos seten­
ta días en 1964), esta velocidad se ha desacelerado. El alcance de
esto, sin embargo, es limitado debido a que los medios de pago en
manos de particulares se reducen prácticamente a dinero en efectivo
y al sistema de giro del Banco de Ahorros, El Banco Estatal aplica
un «Plan de numerario» que condiciona la emisión de dinero a las
transacciones del Estado con los particulares y a las transferencias
interregionales en el sistema de giro. Las empresas estatales pueden
realizar en efectivo sus transacciones con otras empresas solamente
para sumas triviales; por lo demás, todos los pagos han de ser efec­
tuados con cheques. Apenas existen en la URSS los instrumentos
de las economías de mercado desarrolladas gracias a los cuales los
consumidores pueden financiar sus compras sin recurrir a la desinver­
sión o echar mano de sus ingresos. La realización del capital no sufre
Izquierda Sello de 250 rublos recargado en 100.000 rublos cuatro
meses después. Centro y derecha En noviembre de 1922 la inflación
era tan rápida que los sellos (en pro de los hambrientos) se emitían
sin indicar su valor. Abajo derecha e izquierda Sellos de 1929
y 1965 en conmemoración de las Industrias metalúrgicas;
los valores nominales son los mismos porque en 1961 diez rublos
antiguos fueron sustituidos por un rublo nuevo.

restricciones en la URSS: los impuestos se reducen a derechos de


inscripción de los legados testamentarios y de los traspasos de inmue­
bles (el poshUny de la tabla 2, página 133); se puede decir que el
efecto del impuesto es confiscar las ganancias «especulativas» a favor
de las llamadas «leyes antiparasitarias».

Coordinación de los gastos con los ingresos


Son desconocidos los giros al descubierto, porque cuentas bancarias
(que no sean depósitos de giros) se ofrecen tan sólo a unos pocos in­
dividuos acomodados que no precisan de tales facilidades. En el Ban­
co Estatal solía haber la curiosa práctica de la «cuenta abierta», que
daba derecho al portador a retirar fondos en la cantidad deseada para
Su uso personal; parece que solamente se permitió cuando la oferta
física de bienes de consumo era demasiado reducida para que hu­
biese abusos. No se pueden comprar bienes de capital que no sean
una casa y una finca de recreo (dacha), aunque los bienes de con­
sumo no perecederos (coches, barcas, equipo doméstico y de pla­
cer) pueden ser acumulados ilimitadamente y —al igual que las
casas— legados sin pagar derechos sucesorios. Por tanto, tan sólo los
juegos de azar (principalmente las apuestas en las carreras de caba­
llos, intervenidas por el Estado) podrían inducir a sacar más dinero
de lo que se necesita para el consumo inmediato. El negocio de hipo­
tecas (limitado a la concesión de préstamos por siete años) está es­
trictamente planificado a través del Banco de la Construcción (Stroi-
bank); estos préstamos se hacían anteriormente por una institución
especializada, la Eederación Central de Bancos Comunales (Tsekom-
bank), pero fue absorbido, como todos los demás bancos a excepción
del Banco Estatal, por el Banco de la Construcción en 1959. En 1959
se autorizó el sistema de ventas a plazos para comprar ciertos bienes
de consumo no perecederos, pero solamente se puede hacer uso de
él con la aprobación del empresario del cliente, que se encarga de
deducir del salario los plazos de amortización.
El ahorro personal aparece como el procedimiento inverso, cuan­
do los gastos y los ingresos no coinciden en el período planificado
por el Plan de Numerario. Este se confecciona anualmente y se di-
\ide en sub-planes trimestrales y por regiones, para un manejo más
funcional.
BOMEMErWl/lA
BOnbUlEMAiHH!

El ahorro voluntario (su incremento neto en razón de los depó­


sitos hechos en el Banco de Ahorros) y las compras netas de títulos
de la deuda pública equivalen, hasta que se gasten, a impuestos. No
parece haber habido ningún año en que las retiradas de fondos fue­
sen mayores que los nuevos ahorros, pero en el movimiento infla­
cionario que duró hasta 1947 la mayor parte del ahorro personal
tuvo que ser arrancada coactivamente. De 1927 a 1957 se puso anual­
mente en circulación un «empréstito masivo» que era suscrito bajo
una presión social prácticamente irresistible por todos los trabajado­
res de las instituciones y empresas estatales, efectuándose el pago de
los títulos mediante deducciones del salario, y por los agricultores
más ricos de las granjas colectivas en sumas globales. Emitidos ini­
cialmente por un plazo de diez años, pero después de 1936 de veinte
años, no se podían hacer efectivos los títulos antes de su vencimiento;
excepcionalmente durante 1937-41, cuando el Gobierno moderó la
carrera inflacionista, podían ser aceptados los títulos en el Banco de
Ahorros como garantía de préstamos a corto plazo que no excedie­
sen el 30 por 100 del valor nominal. La realidad es que ni un solo
rublo invertido en tales empréstitos ha sido jamás reintegrado, y la
fecha actual de amortización ha sido aplazada hasta 1977-97. Pue­
den, por tanto, existir títulos pendientes de amortización que no fue­
ron premiados en la lotería (método éste por el que se pagaron los
130

intereses hasta 1957) y que representan dinero prestado al Estado en


fechas posteriores a 1927. Cuando venzan, habrá fondos que habrán
estado no líquidos y sin devengar intereses durante setenta años. Los
aplazamientos eran graduales, puesto que hacer préstamos sin interés
por periodos m.ás largos que la vida humana sería una conducta anor­
mal en un consumidor. Inmediatamente antes de vencer el plazo de
amortización de la «emisión de 1927, todos los títulos pendientes de
reembolso fueron convertidos obligatoriamente en una deuda conso­
lidada, cuya amortización fue escalonada desde el décimo al vigésimo
afio posteriores a la emisión; se efectuó una ulterior conversión, re­
trasando otra decada el reembolso de los títulos, en conexión con la
reform.a monetaria de 1947, y, como era de prever, cuando transcu­
rrieron esos diez años, fue declarada una moratoria más. La conver­
sión de 1957 difirió de los aplazamientos decenales anteriores en que
se suprimieron por completo los intereses (siendo títulos como pre­
mio, habían producido anteriormente intereses por sorteo, como se
acaba de indicar), y la amortización sufrió un aplazamiento más
largo que nunca (hasta 1977-97); por otra parte, el Gobierno y el
Partido Comunista dejaron de presionar la suscripción de la deuda
y las siguientes adquisiciones de títulos (que devengan el 3 por 100
de intereses) han sido totalmente voluntarias. Las ventas de títulos
han bajado en consecuencia de 3.426 millones de rublos en 1956 a
la cifra mínima de 35 millones en 1961, pero desde entonces el pro­
medio ha sido de unos 200 millones anualmente, y nada se ha vuelto
a decir de ellos sino que podrían ser reembolsados en cualquier
momento.
Las antiguas emisiones cuasi-obligatorias que no devengan inte­
reses pasan de mano en mano en la URSS (está prohibida su expor­
tación o reimportación) con un enorme descuento, aunque no están
tan por bajo de la par como la cotización de los empréstitos impe­
riales rusos en Londres. No carece de importancia este paralelismo,
puesto que la deuda pública repudiada en 1918 era el equivalente
de aproximadamente la mitad del producto material neto, mientras
que en 1957 la suma declarada en moratoria era poco menos de la
mitad del total de ventas al por menor: como ninguna institución
suscribió los empréstitos soviéticos (mientras que suscribieron los tí­
tulos imperiale.s), ambas deudas coinciden en representar una cantidad
equivalente al producto material para consumo privado. A fines de
131

1913 la deuda era de 8.811 millones de rublos, frente a 16.400 de


producto material (excluyendo diversos servicios); en 1957 el exce­
dente era de 26.000 millones, frente a un volumen total de ventas al
por menor de 62.500 millones. El repudio, por otra parte, fue por
razones totalmente diferentes, ya que en 1957 las autoridades finan­
cieras temían las dificultades de verter los reembolsos acumulados
en el balance anual de los gastos e ingresos privados; empeñados en
una política no inflacionaria (y a veces explícitamente deflacionaria),
no podían admitir que se depreciase el valor de los empréstitos por
el movimiento ascendente de los precios.
En tales circunstancias, el empréstito del Gobierno era en su ma­
yor parte otra forma de imposición, que en 1956 llegó a suponer el
7,5 por 100 de los ingresos del Gobierno.
Ahora, en cambio, el Gobierno soviético está más dispuesto a
aceptar una suave alza de los precios (aunque prefiere elevarlos con
aumentos bien perceptibles —como en 1958 y 1962— más bien que
por grados muy pequeños), y fomenta el ahorro voluntario. El cam­
bio de política quedó marcado por el traspaso en 1964 del Banco de
Ahorros del Ministerio de Hacienda al Banco Estatal, retirando con
ello sus depósitos de los ingresos presupuestarios. En la planificación
monetaria tiene ahora el ahorro personal la misma función que el
superávit de los ingresos sobre el gasto (de ordinario, exactament;
menos del 1 por 100 de aquéllos), al respaldar la expansión de lo;
créditos del Banco Estatal a las empresas públicas y cooperativas.

Imposición indirecta
Ni el Gobierno zarista ni el soviético confiaron gran cosa en el aho­
rro personal para movilizar recursos para la inversión o conseguir
empréstitos para el Estado; ambos en su práctica fiscal se apoyaban
en la imposición indirecta en mayor grado que las típicas economías
de mercado de ahora o de entonces. Como vemos en la tabla 4, pá­
gina 163, los ingresos fiscales derivados del impuesto de circulación
están decreciendo continuamente. Bajo los planes quinquenales de
Stalin más de la mitad de los ingresos del Gobierno procedían de esto,
pero en 1966 disminuyeron por debajo del 40 por 100 y continúan
disminuyendo. La relativa disminución de la presión impositiva ha
sido aún más marcada respecto de las ventas al por menor. En 1950
132

el 66 por 100 del total de ventas se iba en impuestos; dicho en otras


palabras, el tipo impositivo medio era un 200 por 100. En 1960 el tipo
impositivo medio soviético había bajado al 40 por 100 y ahora es
aproximadamente del 33 por 100, o también, si se le calcula sobre el
precio antes de deducir los impuestos, del 50 por 100. En el Reino
Unido los tipos del impuesto sobre el consumo son del 33'h y el 16'/a
por 100, aunque hay algunos artículos (las bebidas y el tabaco, por
ejemplo) sometidos a tipos más elevados y los hay también en gran
cantidad que se venden sin tener que pagar impuestos.
El impuesto circulatorio cumple dos funciones. La primera (re­
cién descrita en la página 127) consiste en incorporar a los precios al
detall una suma aproximadamente igual al componente salarial del
gasto del Gobierno. La segunda finalidad es discriminar entre los
productos a la manera tradicional de la imposición indirecta. En 1885
Bunge, el primero y único profesor de economía que ha llegado a
ser Ministro de Hacienda en la época zarista o en la soviética, dio
al presupuesto en sus rasgos generales la estructura que todavía tiene
(tabla 2): fueron abolidos los impuestos directos, a excepción de los
derechos de rescate (página 15) —condonados en 1906— y el impuesto
de capitación en Siberia (abrogado en 1899); los impuestos de menos
importancia sobre la propiedad, los intereses y los beneficios de las
empresas responden a la partida de 1913 en la mencionada tabla.
Durante el cuarto de siglo de la industrialización antes de la primera
guerra mundial, la mayor parte de la imposición en Rusia estaba
concentrada en artículos de uso común tales como cerillas, alcohol
y tabaco. Bunge eliminó de la imposición indirecta una supervivencia
medieval —el impuesto sobre el consumo de la sal—, que fue, sin
embargo, reintroducido en 1922, cuando se volvió a recaudar el im­
puesto sobre la renta, que había sido estatuido en 1916. Toda la
imposición indirecta fue absorbida en el impuesto de circulación en
1930, pero aquellos artículos sujetos tradicionalmente al impuesto
sobre el consumo soportaban los tipos impositivos más elevados: no
han sido publicados los impuestos sobre los licores (elevados consi­
derablemente en 1958 para reprimir los excesos en la bebida), el ta­
baco y los perfumes, pero comunican fuentes oficiales que son «muy
superiores al precio al por mayor».
A la reducción en el precio del pan siguió una disminución de su
consumo —relación inversa entre el precio y la demanda conocida
Tabla 2 C o m p o s i c i ó n p o r c e n t u a l d e los in g re s o s p ú b l i c o s

Presupuesto Presupuesto
imperial soviético
de 1913 de 1965

Impuestos indirectos 40,0 37,8


Empresas estatales 39,7 30,2
Impuestos directos 7,9 7,5
Licencias e impuestos
del timbre
(poshUny) 6,7 1,4
Otros ingresos 5,7 23,1

en economía con el nombre de su primer analista, Giffen—. El precio


del pan en 1959 era un 59 por 100 de su nivel en 1950: también
había bajado su consumo al 70 por 100. Para otros productos se
manifestó la relación normal. Así para 1959 los precios de los pro­
ductos lácteos habían bajado en una tercera parte, mientras que su
consumo subió una y media veces; los precios del pescado habían
sido reducidos en una cuarta parte y el consumo casi se duplicó.
Pero la comparación no tiene pleno valor porque en ninguna de las
dos fechas se podían obtener comestibles con regularidad. Tanto en
1950 como en 1959 el consumo de carne por persona en dos ciudades
de provincias, Gorky e Ivanovo, era tres cuartas partes del de Moscú;
el suministro de leche estaba mejor en Gorky que en Moscú, pero
era mqjor que en ambas plazas en Ivanovo, una rica zona lechera,
inn 1951 las familias de las grandes ciudades de provincias comían
tan sólo una tercera parte de la cantidad de fruta fresca consumida
por los que habitaban en la capital. En el boletín del Ministerio de
Comercio al por Menor aparecieron artículos en 1955 y 1956 obser­
vando que la mayoría de las ciudades recibían hortalizas frescas
solamente durante tres o cuatro meses al año. Incluso en Moscú no
se podía prácticamente obtener coles frescas (juntamente con las pa­
tatas, la principal hortaliza consumida por los rusos) en enero y
febrero y muy e.scasamente de marzo a julio; sólo se vendían pepinos
frescos de julio a septiembre, y tomates entre julio y octubre En
Lenmgrado .solamente el 2 por 100 de todas las ventas de hortalizas
134

se hacían en marzo, frente al 20 por 100 en septiembre. «Aprove­


chándose de la momentánea escasez», escribía Pravda aquel año,
«ciertos logreros hacen compras con el propósito de revenderlas. En
muchísimos casos, con la complicidad de los empleados de los co­
mercios».
Las existencias de bienes de consumo manufacturados variaban
por entonces de la misma manera, pero en éstos, así como en los
comestibles, ha habido estos últimos años sustanciales mejoras. El
impuesto de circulación, por tanto, sólo ahora ha conseguido plena­
mente encauzar el consumo hacia unos u otros productos en confor­
midad con los planes de producción. Desde 1949 ha quedado limi­
tado a los bienes de consumo, a excepción de los productos petro­
líferos, que siguen siendo (como lo son prácticamente en todo el
mundo) la principal materia imponible. La gasolina, por ejemplo,
tiene un 40 por 100 de impuestos para todos los consumidores (frente
al 80 por 100 antes de la guerra), pero la que se vende para el uso
privado de automóviles está sujeta a una «diferencia presupuestaria»
o impuesto suplementario equivalente a una discriminación de pre­
cios en una economía de mercado. Los servicios públicos se prestan
especialmente a tal división del mercado y no es, por eso, desacos-
tumorado que en la URSS las tarifas eléctricas sean diferentes según
el consumidor (los edificios eclesiásticos pagan la tarifa más elevada).
Hasta 1965 había una discriminación similar en las compras no
urbanas debido a la «sobretasa rural» que, por término medio, aumen­
taba en un 5 por 100 los precios de venta. Las cooperativas de con­
sumidores (cuya acción estaba restringida entre 1935 y 1960 al co­
mercio al por menor en las zonas rurales) mantuvieron parte de esta
sobretasa para compensar los costes más elevados de los transpor­
tes, etc., pero los impuestos constituían el 35 por 100 del ingreso neto
de las cooperativas. La abolición de la sobretasa rural, que fue pre­
cedida de crecientes protestas después de la muerte de Stalin, fue
una concesión a los intereses de los agricultores, como lo fue la su­
presión en 1957 del impuesto de circulación sobre los servicios perso­
nales (entre otros las sastrerías y el corte y confección de ropa, repa­
raciones a domicilio, peluquerías, fotógrafos, lavanderías). El impuesto
sobre los espectáculos, que afectaba originalmente sólo a los cines,
fue extendido durante la guerra a toda clase de diversiones públicas.
135

pero a partir de entonces se ha limitado de nuevo a las películas


cinematográficas.
Los impuestos indirectos soviéticos no guardan una correlación
estricta con los de una economía de mercado. Están estructurados
de modo que absorban una gran variedad de márgenes entre el coste
de fabricación y el precio de venta al público (hay, por ejemplo, casi
1.500 tasas diferentes aplicables al calzado), y por esta razón la línea
de separación entre el impuesto con que se grava a una empresa estatal
y las ganancias que se sacan de ella no puede ser sino arbitraria.
Como se puede observar en la figura 4, los mismos ingresos a título
de impuestos se pueden obtener aplicando proporciones diferentes de
beneficios e impuestos de circulación, mientras que no sufran cambios
el precio al por menor, los costes en cada fase de la producción y de
la distribución y los beneficios no distribuidos. La figura indica las
fuentes del impuesto de utilidades («deducciones de los beneficios»
en lenguaje soviético, para indicar que, en cuanto propietario, el
Estado tiene el derecho de consignar sus propios ingresos y no tiene
que invocar su autoridad para gravar); muestra que el impuesto de
circulación está interpuesto entre el fabricante y el mayorista, pero
no quién de los dos es el responsable del pago. La práctica soviética
ha cambiado recientemente: por lo general alrededor de la tercera
parte de los pagos los hacen los fabricantes (en general sobre bienes
de consumo no perecederos, pero incluyendo también las joyas), mien­
tras que el resto, en su mayor parte sobre bienes de consumo inmedia­
to, es hecho por los mayoristas. El «precio de fábrica excluidos los
impuestos» es el que rige para todos los bienes de producción a
excepción de los productos petrolíferos, y para los bienes de con­
sumo vendidos a otras empresas para su ulterior elaboración.
La figura 4 ilu.stra también los componentes de los precios de las
manufacturas de consumo a nivel de mayorista (tratado en el capí­
tulo 7). Los productos agrícolas sin elaborar, vendidos en comercios
estatales o de cooperativas, soportan actualmente un impuesto de
circulación reducido, como parte de la política de dar mayores in­
centivos a las granjas colectivas. Hasta que condenó Khrushchev —en
septiembre de 1953— la discriminación practicada por Stalin contra
la agricultura, la combinación de los bajos precios pagados por las
entregas obligatorias y los elevados precios de la venta al por menor
P re c io a l p o r m e n o r
p a ra c o n s u m id o re s
e speciales
D ife re n c ia
p re s u p u e s ta ria
P re c io a l p o r m e n o r
p a ra c o n s u m id o re s
n o rm a le s

Im p u e s to u tilid a d e s

C oste de v e n ta
al p o r m e n o r
P re c io a! p o r m a y o r

Im p u e s to u tilid a d e s
P re c io de fá b ric a C oste v e n ta ai p o r m a y o r
in c lu id o s los
im p u e s to s

im p u e sto de.c’« cufacióo


,O.iterepé'iá présu.puésfav ta;

P re c io d e fá b ric a
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im p u e s to s

Im p u e s to k ie ci» c u ia t lo n

Im p u e s to u tilid a d e s

C o ste d e p r o d u c c ió n d e l m a y o r is ta

d e l p r o d u c to r

F i9 u r a 4

In g re s o s fis c a le s
Im p u e s to d e b e n e fic io s p e q u e ñ o s
Im p u e s to d e c irc u la c ió n e levada

permitió al Gobierno extraer un considerable volumen del poder


adquisitivo del consumidor en tiempos en que la oferta de productos
alimenticios frescos era muy escasa. Sin dilación se aumentaron los
precios de las entregas de hortalizas, carne y productos lácteos, y se
rebajaron los precios al por menor de las hortalizas. Esta reducción
resultó ser demasiado drástica, fue disminuida al año siguiente y
eliminada para 19.58; desde entonces los precios de los productos
agrícolas han continuado su marcha ascendente. Los precios estata­
les de venta al detall para la carne y los productos lácteos fueron
elevados drásticamente en 1962, expresamente para dejar mayores
rendimientos a los agricultores: no quedó entonces margen alguno
para el impuesto de circulación, ya que la carne se vendía al público
con pérdidas.
Impuestos de beneficioselevados
Ingresosfiscales
Impuesto de circulación pequeña

El impuesto de circulación y los cambios en la demanda


Sobre los precios recae la tarea de realizar el ajuste a las variaciones
de la demanda porque la práctica soviética admite la elección, pero
no la soberanía del consumidor. La cantidad de servicios y bienes
de consumo ofertados viene determinada por el plan central, y no
concuerda necesariamente con las variaciones de la demanda; si se
respeta la soberanía del consumidor, en cambio, pueden ocurrir cam­
bios tanto en el precio como en la cantidad. Pueden las autoridades
fijar las cantidades a su discreción, pero quizá prefieran salvaguardar
la coherencia de la producción de bienes de consumo con el resto de
la actividad económica y concentrar todo el cambio en los precios
relativos.
138 Como lo indica el letrero que hay en la carretera de Moscú
a Crimea, en 1.399 km. hay solamente 13 estaciones de
servicio (dos con instalaciones para reparaciones).
Tales instalaciones, al igual que los vehículos de motor,
han sido relativamente escasas, pero la producción de coches
va a experimentar un brusco incremento a partir de 1970.

La cuantía en que habrá que cambiar el precio para asegurar que


se compre por entero la cantidad planificada se define cómo elasti­
cidad de la demanda. Este concepto económico formal —que se debe
a Marshall— fue utilizado por los economistas rusos hasta finales
de los años veinte, pero se ignoró oficialmente durante la planifica­
ción de Stalin, cuando su exacta evaluación hubiera reducido al mí­
nimo en términos de bienestar económico el coste de restringir el
volumen del consumo. Konyus, cuyo análisis de la teoría de la de­
manda en 1924 alcanzó reputación mundial, fue desterrado al Asia
Central, sobreviviendo afortunadamente a las purgas que acabaron
con la vida de muchos economistas distinguidos. Una vez que se auto­
rizó volver a emplear los anteriores términos ■—a raíz de la denuncia
de Stalin por Khrushchev— el análisis de la demanda ganó terreno
rápidamente, aunque no uniformemente. Por ejemplo, la sencilla grá­
fica de Marshall de las curvas intersecantes de la oferta y la demanda
no fue aceptada en el Departamento Estadístico Central (que era
quien en la práctica necesitaba más este concepto) hasta 1961, cuan­
do fue reproducida en el boletín del Departamento. Por otra parte,
vuelto Konyus a Moscú publicó en 1958 un escrito demostrando que
era posible que un plan asegurase la estructura preferida para el
consumo supuestos unos determinados ingresos de las unidades eco­
nómicas privadas, pero con la asignación más inapropiada de los
recursos reales. Desarrollando esto Volkonsky cinco años más tarde
construyó una técnica con la que se podía maximizar la satisfacción
de las unidades familiares recurriendo a una combinación de ajustes
de precio y cantidad en el marco de la asignación global de recursos
para el consumo hecha por las autoridades del plan.
Los economistas soviéticos aceptan, sin embargo, que la elección
del consumidor continuará siendo restringida a ciertos límites por
las preferencias impuestas por los planificadores. Tres consideraciones
subyacen a la predisposición por poner barreras al ejercicio de la
elección del consumidor que maximizaría la satisfacción libremente
buscada. Primeramente, esta política coincide con el lugar que siguen
teniendo las intervenciones arbitrarias en la vida económica y política
soviética. Es, en segundo lugar, una ampliación del pensamiento que
informa el programa del Partido de 1961 de que ciertos bienes y
servicios sean gratuitos en proporción relativa a la necesidad social
que haya de ellos; el mismo punto de vista está en la base de la
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Hioración que hace el programa de las miormas científicas de con­


no ■■ para los objetivos que propone alcanzar para 1980. Es, en
Cíi lugar, un refleje de la forma soviética de razonamiento ■
—di-
41 con las palabras de Dobb, que fue el primero en interpretarlo
este modo
optar entre cierto número de menús (por decirlo así) mutuamente ex-
ilvos por una comida de platos determinados en preferencia a la tarea
complicada de preparar una extensa lista a la carta en proporciones
•diadas a los deseos de los consumidores. Por ejemplo, el conjunto
ninnado de necesidades de casas, muebles, útiles de jardinería, radio,
■talaciones y servicios para cocinar y comer en casa constituye un «modo
uda», y otro consistiría en pisos o alojamientos, automóviles, restau-
Itli-s, establecimientos públicos de diversiones, etc.
l a producción en gran cantidad y la evitación de diferencias rela­
jamente menudas entre unos productos y otros facilitan la bara-
*ra de la producción a gran escala. Las ventajas de una duradera
(umalización de los productos (con el consiguiente ahorro en publi-
pil.id) pueden, no obstante, verse contrape.sadas por la osificación
l;i tecnología. En América y en Europa occidental cambian todos
llis años los modelos de coches, mientras que diez años es el intervalo
liormal en la URSS; un caso llamativo de constancia en la produc-
elón fue una máquina de coser manufacturada por primera vez en
[IHSti y que todavía se estaba haciendo en Podolsk en 1958. La des-
140 Cartel de Ucrania en honor de Ordzhonikidze,
comisario de industria pesada en 1932-37,
y pidiendo voluntarios para el
movimiento stajanovista.

gana de producir un artículo porque tiene demanda conjunta con otro


limita la gama de la oferta: hasta 1965 la producción soviética de
automóviles era muy inferior a la que parecía indicada para un país
de su renta y extensión. Ese año se produjeron 201.000 y, siendo
47.000 el Superávit de las exportaciones sobre las importaciones, sola­
mente quedaron 154.000 para el consumo interno. Khrushchev había
declarado que esta política protegería a la nación de la congestión
central y de la proliferación de suburbios que le habían desagradado
en sus visitas a los Estados Unidos, pero en términos económicos un
aumento notable en la producción de automóviles supone invertir en
carreteras, garajes, estaciones' de servicio y refinado y distribución
de gasolina. La producción de camiones no era mucho mayor (366.000
para uso nacional en 1965); incluso para trayectos cortos (para los
que es más eficiente el transporte por carretera) la inmensa mayoría
de las mercancías iban, lo mismo que los pasajeros, por ferrocarril.
Uno de los primeros cambios de la administración de Kosygin fue
el anuncio de que se cuadruplicaría la producción de automóviles
para 1970 (la compañía italiana Fiat recibió la invitación de montar
una fábrica gigante) y se prestó atención a la expansión de la cons­
trucción de carreteras y otras actividades afines. Valga una compa­
ración con Fiat para resaltar el tamaño de la industria soviética del
motor: incluso incluyendo los tractores (cuyo abastecimiento en be­
neficio de la agricultura ha gozado de mucha mayor prioridad que
el transporte por carretera, la producción soviética total de vehículos
a motor era en 1967 de 1,1 millones, frente a 1,4 millones de Fiat,
de los cuales casi el millón se vendían en la misma Italia.

Fijación de precios y distribución de rentas


También se puede calcular la elasticidad de la demanda con relación
a la renta: la autorización de aumentar el número de coches (como,
ocho años antes, la decisión igualmente repentina de expansionar la
construcción de viviendas y de permitir las cooperativas constructoras
después de estar prohibidas dos decenios) era consecuencia manifiesta
de aceptar el cambio en la composición del consumo a medida que
crece la renta real. Inicialmente la política de rentas soviética era
igualitaria: la dispersión de los ingresos salariales en 1934, aunque
mayor que en 1928, era todavía menor que en 1914: el 20 por 100
»_ *'

de trabajadores ganaba el 37 por 100 del total de los salarios. El


sistema de incentivos de fines de los años treinta engendró una dis­
tancia mucho mayor entre el personal mejor pagado y el peor pagado.
De las dos soluciones que entonces se pusieron rápidamente en prác­
tica, el trabajo a destajo (con una escala progresiva una vez alcan­
zada la «norma») no era una novedad para el trabajador soviético,
pero la segunda, el «estajanovismo», era una innovación. La campaña
oficial, que comenzó en 1935, recibió el nombre de un picador de
carbón de la mina Irmino en Ucrania; parcialmente basada en un
análisis ocupacional técnico sobre los principios desarrollados por
Taylor en los Estados Unidos, y con instalaciones especialmente su­
ministradas por las empresas, rindió elevadas ganancias para los que
participaron en ella, de paso que daba pie para que se subiesen las
normas para los demás sin cambiarles la paga. En 1937 cuatro de
cada diez obreros de la industria siderúrgica trabajaban ya a un
tanto por pieza progresivo y uno de cada diez en la manufactura
de rodamientos de bolas era estajanovista. Prácticas similares prosi­
guieron después de la guerra en formas diversas (en especial los
Btcompensas no monetarias: 143
0tezhnev impone a un metalúrgico
(!• Magnitogorsk la Orden de Lenin
y la medalla de oro de la Hoz y el Martillo.

^•lúliiipos de Trabajadores Comunistas»), pero con un efecto mucho


mor sobre la diferenciación de las rentas. Así en 1955 (inmediata-
|icnte antes de decretarse un salario mínimo) el obrero peor pagado
inaba 2! rublos al mes, mientras que el mejor pagado ganaba
rublos; los ingresos medios de los empleados eran de 72 rublos
mes. En determinadas factorías, el sistema de incentivos y la acú­
lela diferenciación de las tarifas salariales daban por resultado que
obreros cualificados ganasen hasta ocho veces más que los no cua-
fieados. Tal diferenciación ocurría tan sólo en casos extremos, pues-
que la dirección daba con frecuencia a los obreros oportunidad
ganar primas muy progresivas (escalonando la paga por piezas
|teta el punto de llegar a la norma) estableciendo normas bajas:
1956 estaban siendo superadas las normas en la industria soviética
un 55 por 100. Las diferencias de los tipos salariales en el interior
una misma industria estaban subordinadas a las escalas que favo-
cían a unas industrias más que a otras. En 1955 la paga media en
industria de la alimentación y en la de la confección ■ —las indus-
ri«s peor pagadas— era menos de la mitad que la de la minería del
irbón —la más remuneradora—. Tal estructura salarial surgió como
msccuencia de la prioridad otorgada a las industrias básicas sobre
bienes de consumo en los planes quinquenales (ilustrados en la
|bla 3). El mismo trabajo podía, por tanto, recibir una remunera-
)n muy diferente; un cajero de una refinería de metales no férricos
liuiba 72 rublos al mes en 1956, pero el de una fábrica de conservas
Irnicas solamente 38; un oficial contable ganaba 85 en una meta-
(rgica y 53 en una panadería.
I a introducción del salario mínimo en 1956 (27 rublos al mes en
zonas rurales, 30 en los distritos urbanos) y una profunda revisión
. salarios (que duró desde entonces hasta 1962) ha reducido sus-
ncialmcnte tales divergencias. De hecho se rebajó unos pocos suel-
niuy altos (por encima de los 300 rublos), pero los reajustes se
Juii ion en su inmensa mayoría a una modesta elevación de los
t i l o s nominales (la cual, al coincidir con los ya mencionadas alzas
pieeios de 1958-62, no representó totalmente un incremento del
hUrio real). Después de la reforma monetaria, ulteriores revisiones
, lus medidas de 1964 en favor de grupos especialmente mal pagados
| ( v i e i o s sanitarios, comercio, educación y administración local), die-
por resultado una configuración salarial mucho más aglomerada.
de trabajadores ganaba el 37 por 100 del total de los salarios. El
sistema de incentivos de fines de los años treinta engendró una dis­
tancia mucho mayor entre el personal mejor pagado y el peor pagado.
De las dos soluciones que entonces se pusieron rápidamente en prác­
tica, el trabajo a destajo (con una escala progresiva una vez alcan­
zada la «norma») no era una novedad para el trabajador soviético,
pero la segunda, el «estajanovismo», era una innovación. La campaña
oficial, que comenzó en 1935, recibió el nombre de un picador de
carbón de la mina Irmino en Ucrania; parcialmente basada en un
análisis ocupacional técnico sobre los principios desarrollados por
Taylor en los Estados Unidos, y con instalaciones especialmente su­
ministradas por las empresas, rindió elevadas ganancias para los que
participaron en ella, de paso que daba pie para que se subiesen las
normas para los demás sin cambiarles la paga. En 1937 cuatro de
cada diez obreros de la industria siderúrgica trabajaban ya a un
tanto por pieza progresivo y uno de cada diez en la manufactura
de rodamientos de bolas era estajanovista. Prácticas similares prosi­
guieron después de la guerra en formas diversas (en especial los
Recompensas no monetarias: 143
Brezhnev impone a un metalúrgico
de Magnitogorsk la Orden de Lenin
y la medalla de oro de la Hoz y el Martillo.

«Equipos de Trabajadores Comunistas»), pero con un efecto mucho


menor sobre la diferenciación de las rentas. Así en 1955 (inmediata­
mente antes de decretarse un salario mínimo) el obrero peor pagado
ganaba 2! rublos al mes, mientras que el mejor pagado ganaba
710 rublos; los ingresos medios de los empleados eran de 72 rublos
:il mes. En determinadas factorías, el sistema de incentivos y la acu­
sada diferenciación de las tarifas salariales daban por resultado que
los obreros cualificados ganasen hasta ocho veces más que los no cua­
lificados. Tal diferenciación ocurría tan sólo en casos extremos, pues­
to que la dirección daba con frecuencia a los obreros oportunidad
de ganar primas muy progresivas (escalonando la paga por piezas
hasta el punto de llegar a la norma) estableciendo normas bajas:
en 1956 estaban siendo superadas las normas en la industria soviética
en un 55 por 100. Las diferencias de los tipos salariales en el interior
de una misma industria estaban subordinadas a las escalas que favo­
recían a unas industrias más que a otras. En 1955 la paga media en
la industria de la alimentación y en la de la confección ■ —las indus­
trias peor pagadas— era menos de la mitad que la de la minería del
carbón —la más remuneradora-—. Tal estructura salarial surgió como
consecuencia de la prioridad otorgada a las industrias básicas sobre
los bienes de consumo en los planes quinquenales (ilustrados en la
tabla 3). El mismo trabajo podía, por tanto, recibir una remunera­
ción muy diferente; un cajero de una refinería de metales no férricos
, g:;naba 72 rublos al mes en 1956, pero el de una fábrica de conservas
icá micas solamente 38; un oficial contable ganaba 86 en una meta-
|)úrgica y 53 en una panadería.
La introducción del salario mínimo en 1956 (27 rublos al mes en
1 las zonas rurales, 30 en los distritos urbanos) y una profunda revisión
[ de los salarios (que duró desde entonces hasta 1962) ha reducido sus-
Itiincialmente tales divergencias. De hecho se rebajó unos pocos suel-
jos muy altos (por encima de los 300 rublos), pero los reajustes se
Redujeron en su inmensa mayoría a una modesta elevación de los
Hilarios nominales (la cual, al coincidir con los ya mencionadas alzas
íde precios de 1958-62, no representó totalmente un increm.ento del
Italario real). Después de la reforma monetaria, ulteriores revisiones
¡-y las medidas de 1964 en favor de grupos especialmente mal pagados
[(se rvicios sanitarios, comercio, educación y administración local), die­
ron por resultado una configuración salarial mucho más aglomerada.
134

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tumorad sistema de incentivos de fines de los años treinta engendró una dis­
el consu tancia mucho mayor entre el personal mejor pagado y el peor pagado.
Hast; De las dos soluciones que entonces se pusieron rápidamente en prác­
urbanas tica, el trabajo a destajo (con una escala progresiva una vez alcan­
taba en zada la «norma») no era una novedad para el trabajador soviético,
sumidord pero la segunda, el «estajanovismo», era una innovación. La campaña
mercio a| oficial, que comenzó en 1935, recibió el nombre de un picador de
sobretasa carbón de la mina Irmino en Ucrania; parcialmente basada en un
tes, etc., análisis ocupacional técnico sobre los principios desarrollados por
de las c( Taylor en los Estados Unidos, y con instalaciones especialmente su­
cedida d ministradas por las empresas, rindió elevadas ganancias para los que
una con< participaron en ella, de paso que daba pie para que se subiesen las
presión e normas para los demás sin cambiarles la paga. En 1937 cuatro de
nales (en cada diez obreros de la industria siderúrgica trabajaban ya a un
raciones tanto por pieza progresivo y uno de cada diez en la manufactura
sobre lo.s de rodamientos de bolas era estajanovista. Prácticas similares prosi­
fue exten guieron después de la guerra en formas diversas (en especial los
Recompensas no monetarias: 143
Brezhnev impone a un metalúrgico
de Magnitogorsk la Orden de Lenin
y la medalla de oro de la Hoz y el Martillo.

«Equipos de Trabajadores Comunistas»), pero con un efecto mucho


menor sobre la diferenciación de las rentas. Así en 1955 (inmediata­
mente antes de decretarse un salario mínimo) el obrero peor pagado
ganaba 21 rublos al mes, mientras que el mejor pagado ganaba
710 rublos; los ingresos medios de los empleados eran de 72 rublos
al mes. En determinadas factorías, el sistema de incentivos y la acu­
sada diferenciación de las tarifas salariales daban por resultado que
los obreros cualificados ganasen hasta ocho veces más que los no cua­
lificados. Tal diferenciación ocurría tan sólo en casos extremos, pues­
to que la dirección daba con frecuencia a los obreros oportunidad
de ganar primas muy progresivas (escalonando la paga por piezas
hasta el punto de llegar a la norma) estableciendo normas bajas;
en 1956 estaban siendo superadas las normas en la industria soviética
en un 55 por 100. Las diferencias de los tipos salariales en el interior
de una misma industria estaban subordinadas a las escalas que favo­
recían a unas industrias más que a otras. En 1955 la paga media en
la industria de la alimentación y en la de la confección ■ —las indus­
trias peor pagadas— era menos de la mitad que la de la minería del
carbón —la más remuneradora—. Tal estructura salarial surgió como
consecuencia de la prioridad otorgada a las industrias básicas sobre
los bienes de consumo en los planes quinquenales (¡lustrados en la
tabla 3). El mismo trabajo podía, por tanto, recibir una remunera­
ción muy diferente; un cajero de una refinería de metales no férricos
ganaba 72 rublos al mes en 1956, pero el de una fábrica de conservas
cárnicas solamente 38; un oficial contable ganaba 86 en una meta­
lúrgica y 53 en una panadería.
La introducción del salario mínimo en 1956 (27 rublos al mes en
las zonas rurales, 30 en los distritos urbanos) y una profunda revisión
de los salarios (que duró desde entonces hasta 1962) ha reducido sus­
tancialmente tales divergencias. De hecho se rebajó unos pocos suel­
dos muy altos (por encima de los 300 rublos), pero los reajustes se
redujeron en su inmensa mayoría a una modesta elevación de los
salarios nominales (la cual, al coincidir con los ya mencionadas alzas
de precios de 1958-62, no representó totalmente un incremento del
salario real). Después de la reforma monetaria, ulteriores revisiones
y las medidas de 1964 en favor de grupos especialmente mal pagados
(servicios sanitarios, comercio, educación y administración local), die­
ron por resultado una configuración salarial mucho más aglomerada.
144

En 1967 había subido la media en las empresas e instituciones esta­


tales a 103 rublos al mes (el ramo peor pagado era el servicio de
correos y teléfonos con 78 rublos) y desde 1968 se introdujo un nuevo
mínimo (60 rublos). Los sueldos de los directivos industriales suelen
andar por los 200 rubios y nunca han divergido de los salarios de los
trabajadores manuales en tanto grado como en las economías de
mercado. En realidad a tos grupos perceptores de sueldos no les ha
ido muy bien en conjunto durante el período de la rápida industria­
lización (ver figura 5).
En su política de precios se enfrenta ahora la URSS con pareci­
dos problemas a los que planteaba la práctica salarial igualitaria de
los años veinte y de principios de los años treinta. Un pequeño cam­
bio en la renta produce un cambio grande en la demanda de ciertos
bienes (aquellos cuya demanda tiene una elevada elasticidad respecto
de la renta). Esta situación se manifestó durante la n k p en forma
de «hambre de productos», es decir, inflación impulsada por la de­
manda debido a la imposibilidad de transferir o expansionar el capi­
tal productivo para acomodarlo a la estructura de las nuevas exigen­
cias. Cuando la gran expansión del empleo remunerado durante el
primer plan quinquenal amenazó con elevar aún más bru.scamente
la demanda, se introdujo el racionamiento que fue mantenido hasta
que los tipos del impuesto de circulación y la política de precios fue­
ron totalmente revisados en 1936; dos años más tarde se comenzó a
aplicar el sistema del balance de ingresos y gastos de las unidades
familiares.
Una política de igualación similar operaba al mismo tiempo en la
agricultura, con la expropiación de los kulaks (campesinos más ricos,
aunque ordinariamente más eficientes) y la inclusión en las granjas
colectivas de trabajadores sin tierras, que tenían derecho al mismo
dividendo que los miembros que aportaban tierras al colectivo: a
mediados de 1931 eran ya menos de 10.000 las cooperativas en las
que se mantenían los títulos individuales de propiedad de la tierra,
casi 200.000, en cambio, en las que los ingresos netos se distribuían
con arreglo a los «días de trabajo»; las últimas de aquéllas dejaron
de existir en 1938. Como se ha mencionado ya, no se extendió el
racionamiento a las zonas rurales, pero el impacto de las desviaciones
de la demanda fue atenuado por la gran reducción de la renta agrí­
cola real (de resultas de la imposición de entregas obligatorias a
145

Tabla 3 J e r a r q u i z a c i ó n d e lo s s a la rio s in d u s tr ia le s

1924 1928 1935 1940 1950 195

Carbón 10 14 4 1 1 1

Mineral de hierro 15 12 6 5 2 2

Acero 13 9 5 2 3 3

Petróleo 11 8 1 3 4 4
Pasta y papel 7 11 13 14/15 5 5

Maquinaria 4 1 3 4 6 6

1Energía eléctrica 3 2 7 7 7

Productos químicos 5 6 7 6 8 8
Lana 12 13 14 14/15 9 9
Pieles y cuero 3 5 10 11 12 10

Carpintería 9 15 11 12 13 11

tejidos de algodón 14 16 12 10 11 12
Imprenta 1 2 8 8 10 13
Zapatos 2 4 9 9 15 14

Hilados 16 17 17 16/17 14 15

Elaboración de
comestibles 6 10 16 16/17 16 16

Confección de ropa 9 7 15 13 17 17
Figura S. Los sueldos medios de las categorías técnica y administrativa
están representados en forma de porcentaje del salario medio
de los obreros manuales.

300

1935 '40 '45 '50 '55 1960

precios muy reducidos y su ejecución por los colectivos). Esta di.s-


minución de los ingresos no sólo hizo que la capacidad industrial
productora de bienes de consumo quedase libre para satisfacer la
demanda urbana, sino que creó un margen entre la remuneración
en la ciudad y en el campo suficientemente amplio para atraer a los
campesinos a la industria y a la construcción mientras que los sa­
larios reales decrecían en realidad en el sector no agrícola. Si la
situación relativamente favorable de los agricultores durante la n e p
hubiese persistido, hubiese sido preciso asignar muchos más recursos
para aumentar la capacidad productiva de bienes de consumo con la
consiguiente reducción de la inversión en la energía y la industria
(ver tabla 9).
El descenso de la renta real desde 1928 hasta 1936 y el abandono
después de 1955 de la política de provocar aumentos en el consumo
manipulando las rentas salariales en vez de rebajar los precios de
venta al por menor se vieron facilitados por tres aspectos del com­
portamiento del consumidor mutuamente relacionados. Ha sido de­
nominado el primero la ilusión monetaria, dicho en otras palabras:
que los perceptores individuales de rentas muestran más susceptibi­
lidad ante los cambios de su paga que ante el movimiento de los
147

precios. Naturalmente que pensamiento económico tan falaz difícil­


mente podrá resistir los argumentos de un sindicato ante los empresa­
rios, el Ministerio de Trabajo u otras instituciones (tales como el Na­
tional Board for Brices and Incomes del Reino Unido o el Council
of Economic Advisers de los Estados Unidos). Pero cuando se privó
a los sindicatos en 1929 de su autonomía y fue abolido en 1933 el
Comisariado Popular del Trabajo, disminuyó la presión de la infla­
ción de los costes —con su espiral de demandas salariales y subidas
de precios—. El segundo fenómeno, más recientemente investigado en
his economías de mercado, es la estabilidad de la imagen de los pre­
cios. El comprador tiende a reajustar su impresión de los precios re­
lativos después de un considerable período de tiempo, que varía según
los grupos de artículos y los tipos de comprador. Esto atenúa el im­
pacto de la inflación de la misma forma que lo consigue una tercera
actitud, la que inclina al cambio de calidad. Se pueden retirar los
productos de peores resultados, de modo que sólo queden existen­
cias de los productos de más elevado precio, o se admiten cambios
en las características de un producto (que la fruta sea fresca y sin
tlcfecto, la calidad de la ropa, etc.). Ambos aspectos están sujetos a
la publicidad de las asociaciones de consumidores o de las guías co­
merciales, pero no se han publicado ni listas de precios ni detalles
tic las investigaciones sobre el presupuesto familiar desde 1930 y 1928,
lespectivam.ente. Hay en las ciudades soviéticas establecidas agrupa­
ciones de consumidores bajo los auspicios de los sindicatos, pero
han concentrado su atención en las condiciones y facilidades de la
comercialización, aceptando los precios como algo de la estricta com­
petencia del Gobierno.

Imposición directa
I .is propiedades de la ilusión monetaria se manifiestan también en
la sensibilidad palpablemente mayor a los cambios en los impuestos
directos, es decir, puesto que la norma en la URSS (como en Ingla­
terra y Estados Unidos) es su retención en el origen de la renta, al
margen entre el salario nominal y el efectivo. Parece advertirse menos
lu variación de los impuestos indirectos, absorbidos en el precio de
Venta. Los mismos ingresos fiscales —en el caso soviético, una absor­
ción de poder adquisitivo que equilibre la elevación de los salarios
¡gura 5. Los sueldos medios de las categori'as técnica y administrativa
!Stán representados en forma de porcentaje del salario medio
le los obreros manuales.

300

200
Técnicos

100
de oficinas

Qi n
1935 '40 '45 '50 '55 1960

precios muy reducidos y su ejecución por los colectivos). Esta dis­


minución de los ingresos no sólo hizo que la capacidad industrial
productora de bienes de consumo quedase libre para satisfacer la
demanda urbana, sino que creó un margen entre la remuneración
en la ciudad y en el campo suficientemente amplio para atraer a los
campesinos a la industria y a la construcción mientras que los sa­
larios reales decrecían en realidad en el sector no agrícola. Si la
situación relativamente favorable de los agricultores durante la n e p
hubiese persistido, hubiese sido preciso asignar muchos más recursos
para aumentar la capacidad productiva de bienes de consumo con la
consiguiente reducción de la inversión en la energía y la industria
(ver tabla 9).
El descenso de la renta real desde 1928 hasta 1936 y el abandono
después de 1955 de la política de provocar aumentos en el consumo
manipulando las rentas salariales en vez de rebajar los precios de
venta al por menor se vieron facilitados por tres aspectos del com­
portamiento del consumidor mutuamente relacionados. Ha sido de­
nominado el primero la ilusión monetaria, dicho en otras palabras:
que los perceptores individuales de rentas muestran más susceptibi­
lidad ante los cambios de su paga que ante el movimiento de los
147

precios. Naturalmente que pensamiento económico tan falaz difícil­


mente podrá resistir los argumentos de un sindicato ante los empresa­
rios, el Ministerio de Trabajo u otras instituciones (tales como el Na­
tional Board for Brices and Incomes del Reino Unido o el Council
of Economic Advisers de los Estados Unidos). Pero cuando se privó
a los sindicatos en 1929 de su autonomía y fue abolido en 1933 el
Comisariado Popular del Trabajo, disminuyó la presión de la infla­
ción de los costes —con su espiral de demandas salariales y subidas
de precios—. El segundo fenómeno, más recientemente investigado en
las economías de mercado, es la estabilidad de la imagen de los pre­
cios. El comprador tiende a reajustar su impresión de los precios re­
lativos después de un considerable período de tiempo, que varía según
los grupos de artículos y los tipos de comprador. Esto atenúa el im­
pacto de la inflación de la misma forma que lo consigue una tercera
actitud, la que inclina al cambio de calidad. Se pueden retirar los
productos de peores resultados, de modo que sólo queden existen­
cias de los productos de más elevado precio, o se admiten cambios
en las características de un producto (que la fruta sea fresca y sin
defecto, la calidad de la ropa, etc.). Ambos aspectos están sujetos a
la publicidad de las asociaciones de consumidores o de las guías co­
merciales, pero no se han publicado ni listas de precios ni detalles
de las investigaciones sobre el presupuesto familiar desde 1930 y 1928,
respectivam.ente. Hay en las ciudades soviéticas establecidas agrupa­
ciones de consumidores bajo los auspicios de los sindicatos, pero
han concentrado su atención en las condiciones y facilidades de la
comercialización, aceptando los precios como algo de la estricta com­
petencia del Gobierno.

Imposición directa
Tas propiedades de la ilusión monetaria se manifiestan también en
la sensibilidad palpablemente mayor a los cambios en los impuestos
directos, es decir, puesto que la norma en la URSS (como en Ingla­
terra y Estados Unidos) es su retención en el origen de la renta, al
margen entre el salario nominal y el efectivo. Parece advertirse menos
la variación de los impuestos indirectos, absorbidos en el precio de
venta. Los mismos ingresos fiscales —en el caso soviético, una absor­
ción de poder adquisitivo que equilibre la elevación de los salarios
148

para inversión, defensa o actividad administrativa— se puede conse­


guir con menos desincentivo para trabajar si se obtiene con un im­
puesto indirecto que con uno directo. Ya se ha señalado que en la
URSS funciona un mercado libre de trabajo, y que las empresas se
atienen a la estructura salarial para contratar al personal. Los incen­
tivos monetarios determinados por las diferencias, de ocupación de
habilidad o por los sistemas de gratificación en proporción a la pro­
ducción quedan disminuidos por el impuesto progresivo sobre la ren­
ta (cuando el tipo impositivo aumenta con las ganancias), y el efecto
sobre las rentas bajas de una escala regresiva o estrictamente propor­
cional no es equitativo. Además, la fuerte presión impositiva de la
URSS (aproximadamente la tercera parte de los ingresos privados)
sólo se podría alcanzar a costa de impuestos directos con tipos ele-
vadisimos.
Es, por tanto, de comprender que los impuestos sobre la renta
hayan seguido siendo pequeños y sólo muy ligeramente progresivos.
Por encima de un límite de rentas exentas (que ha fluctuado muy
cerca de los dos tercios del salario medio), el tipo impositivo sobre
los ingresos salariales sube del cinco al trece por ciento. Al tipo máxi­
mo se llega muy pronto (a sólo una y media veces el salario medio),
de modo que para los directivos y la mayoría de los obreros espe­
cializados es pequeño el desincintivo. Las rentas de procedencia no
salarial son tratadas con menos benevolencia. Se ba relajado la anti­
gua discriminación contra los que trabajan por su cuenta en lo que
se refiere a artistas y autores, pero sigue en pie contra los profesiona­
les («médicos, profesores, abogados y otros que ejerzan en privado»)
para quienes el tipo impositivo es aproximadamente el doble, y con­
tra los «artesanos privados, propietarios y sacerdotes» para quienes
se triplica. Los que viven de ingresos del extranjero eluden el im­
puesto —disposición a la que no se ha llegado en el sistema imposi­
tivo suizo—, pero en seguida se cerraría esta escapatoria sin duda
alguna si se adhiriese la URSS a la Convención de Berna sobre la
propiedad intelectual (con lo que los autores soviéticos obtendrían del
extranjero cuantiosos derechos de autor), o si permitiese a más de
uno o dos de sus ciudadanos servir de agentes comerciales en com­
pañías del exterior.
Una discriminación similar contra la empresa privada tiene lugar
en la imposición sobre la agricultura. Los dividendos —en dinero o en
149

esp>ecie— pagados por las granjas colectivas están exentos, pero como
todos los agricultores colectivos tienen derecho a una pequeña par­
cela individual, hay un tipo impositivo fijo por unidad de tierra
cultivable asignada. Esto tiene por finalidad explícita inducirlos a
hacer el mejor uso posible de la parcela —porque tienen que pagar
el impuesto independientemente de lo que cultiven—. Este sistema sus­
tituyó en agosto de 1953 a una escala basada en los ingresos efecti­
vos ; en la práctica, los inspectores de Hacienda habían evaluado ar­
bitrariamente los ingresos, y el canon fijo fue el primer alivio que
tuvieron los campesinos después de la opresión de Stalin (y una
prenda que dio Malenkov de las concesiones que en materia de pre­
cios de las entregas al Estado presentaría Khrushchev un mes más
tarde en la pugna por atraerse lo que se podría llamar el voto rural).
Si un agricultor (o cualquier miembro de su familia apto para el
trabajo que no sea asalariado) no satisface el número de días de í
trabajo prescrito en el sector colectivo, se le aumenta el impuesto
en un 50 por 100; el tipo impositivo que grava a los escasos agricul­
tores privados es el doble del común.
Las estadísticas soviéticas siguen citando a un 0,1 por 100 de la
población ocupada lucrativamente como «labradores independientes,
artesanos, etc.». Con un número insignificante, y dada la posibilidad
que tiene el Gobierno de controlar las rentas en su origen (directa­
mente en las empresas estatales, indirectamente mediante los impues­
tos que gravan a las granjas colectivas y los precios que se les pagan),
no es estrictamente necesario el impuesto sobre las rentas. Una polí­
tica de distribución de las rentas —después de recaudar los ingre­
sos, lo que más consideración merece en la hacienda pública de las
economías de mercado— podría ser instrumentada controlando los
salarios tanto como valiéndose de la imposición. Esta fue claramente
la conclusión a que llegó Khrushchev en 1960 cuando promovió una
ley para abrogar el impuesto sobre la renta para 1965. La presión
inflacionista, una crisis de inversiones y el aumento en una tercera
parte del gasto de defensa presupuestado hizo que se anulase la ley
en 1962. Si el consumidor sigue dispuesto a aceptar los tipos de im­
posición indirecta más gravosos del mundo, son ahora tan limitados
los efectos de los impuestos directos sobre las rentas y su valor re­
caudatorio que en cualquier momento podría el Gobierno soviético
sentir la atracción de hacer de la URSS el único Estado industriali­
zado del mundo libre del impuesto sobre la renta.
6 Transacciones monetarias
y corrientes reaies

El equilibrio de tres
Las transferencias de fondos que se acaban de describir, entre los
particulares y las empresas estatales por una parte y el presupuesto
del Gobierno por otra, constituyen los dos intercambios menos im­
portantes de un movimiento en tres direcciones. Como muestra la
figura 6, el lado tercero ■—entre las empresas estatales y el Gobierno—
es mucho más importante en términos monetarios, mientras que el
volumen de transacciones en el interior del sector de empresas es­
tatales es aún mucho mayor.
Se puede observar incidentalmente que la relación entre tres juega
un papel considerable en la distribución soviética de la autoridad
—posiblemente porque representa un mínimo en el equilibrio del
poder—. Si es licito trazar un paralelismo, se reitera esta relación con
una regularidad equivalente a la frecuencia cor. que se encuentra en
la Iglesia ortodoxa rusa la devoción a la Trinidad (sobre cuya defi­
nición diverge de la Iglesia occidental): quedan todavía catorce lo­
calidades llamadas Troitsk o Troitskoe de suficiente importancia para
constar en la Gran Enciclopedia Soviética, y muchos otros lugares
solían antes llevar este nombre. En una empresa el «triángulon de la
dirección comprende al director, el secretario del Partido y el presi­
dente del sindicato; en una aldea es el presidente de la granja co­
lectiva, el secretario del Partido y el presidente del soviet local (o has­
ta 1958, el director de la estación local de máquinas-tractores). El
triunvirato de Stalin, Kamenev y Zinoviev después de la muerte de
Lenin recibió el nombre de troika (tres caballos enganchados a la
misma altura), término que ha sido repetido con frecuencia en la
terminología política rusa (muy recientemente en la propuesta sovié­
tica de 1961 de reemplazar al Secretario General de las Naciones
Unidas por un comité ejecutivo de tres).
Las dos series de balances macroeconómicos vienen en grupos de
tres: la corriente de fondos trilateral es componente de un modelo
que incorpora también los balances de producción expresados en i ^1:
términos físicos y del trabajo en personas hábiles. En los primeros !
años de la planificación central soviética, solamente se buscaba la
coherencia entre un número selecto de corrientes físicas, se movili­
zaban los inputs para alcanzar objetivos explícitos de producción,
midiéndose ambos en unidades naturales o técnicas. Posteriormente,
151

cuando el fondo de desempleo urbano y la artesanía y el comercio


privados a pequeña escala se habían agotado, y eran menos los que
'c podían retirar del subempleo agrícola, el balance de la mano de
obra se hizo con métodos más refinados. Las empresas podían contar
con fondos para comprar materiales o instalar nuevo capital si habían
sido aprobadas las asignaciones planificadas en unidades físicas y,
en general, la misma seguridad tenían si rebasaban el plan de pro­
ducción. Se podía reclutar la mano de obra para mantener o aumen­
tar la corriente de producción física; el poder adquisitivo inflacio­
nario que pudiera resultar de la relajación financiera era o tolerado
en forma de colas, escasez y atesoramiento de dinero, o —en la re­
forma monetaria de 1947— confiscado. Gradualmente ganó terreno
la planificación basada en el valor y —como sólo el dinero sirve de
patrón común para elegir y asignar recursos— asumió nueva signifi­
cación con las reformas de 1965-68.
Con métodos cada vez más comnlejos a lo largo de los años, la
economía soviética encuentra el equilibrio en virtud de la unión de
tres elementos de cálculo, a saber, el establecimiento de un modelo
que incorpora los balances de la producción, la mano de obra y
los medios financieros, el mutuo engranaje de estas corrientes de una
manera coherente y, por fin, la verificación selectiva. Los planes so­
viéticos recientes han hecho uso de estas tres fases, pero la primera
y la segunda son particularmente importantes para el programa es­
trictamente operacional (el plan anual, más bien que el quinquenal).
La fase inicial en la consecución del equilibrio económico supone
el establecimiento de los balances en tres grupos de unidades, basán­
dose para ello en la experiencia anterior y en las directrices sobre
el cambio que quieran incorporar los planificadores. El primer gru­
po, los «balances materiales» fue utilizado en el plan de electrifica­
ción GOELRO de 1920 y a partir del primer plan quinquenal, y ex­
presa la producción esperada y su distribución planeada en términos
físicos (V. gr., toneladas de carbón, metros cúbicos de bloques de ce­
mento o metros de tela). Se consigue la coherencia por un proceso de
iteración («el método de las aproximaciones sucesivas» en frase so­
viética), alterando la producción o el consumo planeados cuando el
primer proyecto dio señales de ser inadecuado o superfluo y tras­
ladando cada cambio a todos los inputs y outputs derivados. Se puede
también hacer un balance alterando los «coeficientes técnicos» (pro-
Figura 6. Corrientes de fondos. Los cuadrados representan, en proporción
a su área, ei valor de las transacciones (ángulo superior derecho de cada
cuadrado, en miles de millones de rublos), primero en el interior de los dos
circuitos productivos (empresas estatales, cooperativas y bancos; particulares
y productores privados y organizaciones) y después entre ellos y los
presupuestos del Gobierno y del Partido Comunista. Estas transacciones son
de 1959 pero han sido convertidas en rublos “ nuevos" de 1961.

porción de los diversos inputs con la unidad de un output dado).


El segundo balance, desarrollado durante los años treinta, pero que
ganó importancia práctica cuando se introdujo en 1940 la dirección
del trabajo, relaciona las existencias disponibles con su aplicación
planificada. El tercer balance refleja las corrientes financieras que
se originan de los dos anteriores. De éstos se derivan las instruccio­
nes a las empresas productivas, puesto que los programas aceptados
para la producción, volumen de personal y fondos autorizados, pueden
ser .gubdivididos hasta llegar a nivel de empresa. Los objetivos que des­
cienden en la misma unidad de medida desde las autoridades plani­
ficadoras hasta la unidad productora que los lleva a cabo se conocen
en la terminología soviética como «indicadores continuos» (skvoznye
rokazateli). Pero los balances no se unen en esta fase: si estuviesen
expresados en una unidad común —que solamente podría serlo' el
dinero— formarían un sistema de ecuaciones del tipo que ha servido
de base a la mayoría de los intentos de planificación que se han hecho
en las economías de mercado de Europa Occidental.
Las autoridades soviéticas, sin embargo, en ningún momento han
ignorado las unidades monetarias, ya que la segunda fase de la pla­
nificación asegura la coordinación entre partes de los tres balances.
El balance de ingresos y gastos de las unidades familiares extrae del
balance físico el abastecimiento de bienes de consumo para las fa­
milias. Las rentas se sacan del balance de la mano de obra; y los
fondos salariales son los ratificados en el plan financiero.
En tercer lugar, se realiza la verificación mediante el cálculo de
ciertos datos de la contabilidad nacional (la acumulación y el con­
sumo) en el plan financiero consolidado, y con la conversión del ba­
lance de producción en una tabla input-output. La contabilidad na­
cional se puso en práctica a principios de los años cincuenta y la
tabla input-output al principio de los años sesenta, pero —de ello se
hablará más adelante (página 162)— ambas han quedado subordi­
nadas y no se han convertido en parte del procedimiento de planifi­
cación operacional.

Las corrientes de fondos personales


Com o en la URSS jamás ha habido un racionamiento total, siempre
ha jugado el dinero cierto papel en las relaciones entre el sector
!
Presupuesto estatal. Partido Comunista

Subvenciones
Impuestos indirectos,
créditos _
beneficios'
660

l ■1 . 0 ,
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20

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2640

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E

10,
compras al
salarios
56 sueldos
por menor
D Empresas estatales,
cooperativas, bancos

Familias, productores y
organizaciones privadas

Miles de millones de rubios

productivo socializado y el ciudadano privado en cuanto trabajador y


consumidor, y entre éste y los organismos administrativos que ejer­
cían el control estatal y político. Tales relaciones, sobre las que
se ha hablado en detalle en el capítulo precedente, se realizan en di­
nero efectivo; las principales excepciones son la deducción del im­
puesto sobre la renta por retención en su origen (efectuándose el
pago por transferencia de la empresa empleadora a través del Banco
Estatal) y los pagos de rentas y utilidades (hechos con frecuencia por
el servicio de giro del Banco del Ahorro). Como se puede fácilmente
observar en la figura 6, las remesas en dinero efectivo son pequeñas
si se comparan con los movimientos de las transferencias bancarias
entre el sector de las empresas estatales y el del Gobierno o en el
Figura 6. Corrientes de fondos. Los cuadrados representan, en proporción
a su área, el valor de las transacciones (ángulo superior derecho de cada
cuadrado, en miles de millones de rublos), primero en el interior de los dos
circuitos productivos (empresas estatales, cooperativas y bancos; particulares
y productores privados y organizaciones) y después entre ellos y los
presupuestos del Gobierno y del Partido Comunista. Estas transacciones son
de 1959 pero han sido convertidas en rublos “ nuevos” de 1961.

porción de lo.s diversos inputs con la unidad de un output dado).


El segundo balance, desarrollado durante los años treinta, pero que
ganó importancia práctica cuando se introdujo en 1940 la dirección
del trabajo, relaciona las existencias disponibles con su aplicación
planificada. El tercer balance refleja las corrientes financieras que
se originan de los dos anteriores. De éstos se derivan las instruccio­
nes a las empresas productivas, puesto que los programas aceptados
para la producción, volumen de personal y fondos autorizados pueden
ser subdivididos hasta llegar a nivel de empresa. Los objetivos que des­
cienden en la misma unidad de medida desde las autoridades plani­
ficadoras hasta la unidad productora que los lleva a cabo se conocen
en la terminología soviética como «indicadores continuos» (skvoznye
¡okazateli). Pero lo.s balances no se unen en esta fase: si estuviesen
expresados en una unidad común —que solamente podría serió el
dinero— formarían un sistema de ecuaciones del tipo que ha servido
de base a la mayoría de los intentos de planificación que se han hecho
en las economías de mercado de Europa Occidental.
Las autoridades soviéticas, sin embargo, en ningún momento han
ignorado las unidades monetarias, ya que la segunda fase de la pla­
nificación asegura la coordinación entre partes de los tres balances.
El balance de ingresos y gastos de las unidades familiares extrae del
balance físico el abastecimiento de bienes de consumo para las fa­
milias. Las rentas se sacan del balance de la mano de obra; y los
fondos salariales son los ratificados en el plan financiero.
En tercer lugar, se realiza la verificación mediante el cálculo de
ciertos datos de la contabilidad nacional (la acumulación y el con­
sumo) en el plan financiero consolidado, y con la conversión del ba­
■SC lance de producción en una tabla input-output. La contabilidad na­
te cional se puso en práctica a principios de los anos cincuenta y la
dd
tabla input-output al principio de los años sesenta, pero —de ello se
hablará más adelante (página 162)— ambas han quedado subordi­
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organizaciones privadas

Miles de millones de rubios

productivo socializado y el ciudadano privado en cuanto trabajador y


consumidor, y entre éste y los organismos administrativos que ejer­
cían el control estatal y político. Tales relaciones, sobre las que
se ha hablado en detalle en el capítulo precedente, se realizan en di­
nero efectivo; las principales excepciones son la deducción del im­
puesto sobre la renta por retención en su origen (efectuándose el
pago por transferencia de la empresa empleadora a través del Banco
Estatal) y los pagos de rentas y utilidades (hechos con frecuencia por
el servicio de giro del Banco del Ahorro). Como se puede fácilmente
observar en la figura 6, las remesas en dinero efectivo son pequeñas
si se comparan con los movimientos de las transferencias bancarias
entre el sector de las empresas estatales y el del Gobierno o en el
Figura 6. Corrientes de fondos. Los cuadrados representan, en proporción
a su área, el valor de las transacciones (ángulo superior derecho de cada
cuadrado, en miles de millones de rublos), primero en el Interior de los dos
circuitos productivos (empresas estatales, cooperativas y bancos; particulares
y productores privados y organizaciones) y después entre ellos y los
presupuestos del Gobierno y del Partido Comunista. Estas transacciones son
de 1959 pero han sido convertidas en rublos “ nuevos” de 1961.

porción de los diversos inputs con la unidad de un output dado).


El segundo balance, desarrollado durante los años treinta, pero que
ganó importancia práctica cuando se introdujo en 1940 la dirección
del trabajo, relaciona las existencias disponibles con su aplicación
planificada. El tercer balance refleja las corrientes financieras que
se originan de los dos anteriores. De éstos se derivan las instruccio­
nes a las empresas productivas, puesto que los programas aceptados
para la producción, volumen de personal y fondos autorizados pueden
ser subdivididos hasta llegar a nivel de empresa. Los objetivos que des­
cienden en la misma unidad de medida desde las autoridades plani­
ficadoras hasta la unidad productora que los lleva a cabo se conocen
en la terminología soviética como «indicadores continuos» (skvoznye
l'okazateli). Pero los balances no se unen en esta fase: si estuviesen
expresados en una unidad común —que solamente podría serlo* el
dinero— formarían un sistema de ecuaciones del tipo que ha servido
de base a la mayoría de los intentos de planificación que se han hecho
en las economías de mercado de Europa Occidental.
Las autoridades soviéticas, sin embargo, en ningún momento han
ignorado las unidades monetarias, ya que la segunda fase de la pla­
nificación asegura la coordinación entre partes de los tres balances.
El balance de ingresos y gastos de las unidades familiares extrae del
balance físico el abastecimiento de bienes de consumo para las fa­
milias. Las rentas se sacan del balance de la mano de obra; y los
fondos salariales son los ratificados en el plan financiero.
En tercer lugar, se realiza la verificación mediante el cálculo de
ciertos datos de la contabilidad nacional (la acumulación y el con­
sumo) en el plan financiero consolidado, y con la conversión del ba­
se lance de producción en una tabla input-output. La contabilidad na­
teil cional se puso en práctica a principios de los años cincuenta y la
de tabla input-output al principio de los años sesenta, pero —de ello se
hablará más adelante (página 162)— ambas han quedado subordi­
ce
nadas y no se han convertido en parte del procedimiento de planifi­
ur
cación operacional.
prdl
na||
rae
Las corrientes de fondos personales
sot
fuelll Como en la URSS jamás ha habido un racionamiento total, siempre
ha jugado el dinero cierto papel en las relaciones entre el sector
Presupuesto estatal, Partido Comunista 660

Subvenciones créditos. _
Impuestos indirectos, beneftciof"
, nO,
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10,
CD
compras al
salarios
sueldos
por menor
Empresas estatales,
cooperativas, bancos
I
Familias, productores y
organizaciones privadas

Miles de millones de rublos

productivo .socializado y el ciudadano privado en cuanto trabajador y


consumidor, y entre éste y los organismos administrativos que ejer­
cían el control estatal y político. Tales relaciones, sobre las que
se ha hablado en detalle en el capítulo precedente, se realizan en di­
nero efectivo; las principales excepciones son la deducción del im­
puesto sobre la renta por retención en su origen (efectuándose el
pago por transferencia de la empresa empleadora a través del Banco
Estatal) y los pagos de rentas y utilidades (hechos con frecuencia por
el servicio de giro del Banco del Ahorro). Como se puede fácilmente
observar en la figura 6, las remesas en dinero efectivo son pequeñas
si se comparan con los movimientos de las transferencias bancarias
entre el sector de las empresas estatales y el del Gobierno o en el
I
Las fases finales de la construcción de la empresa metalúrgica 155
de Magnitogorsk (en los Urales) en 1933; ubicada juntó
a filones muy ricos ( “ montaña de magneto"), consume
carbón de cok de la cuenca de Kuznets a más de 1.900 km.
al este, a la cual envía también por barco su mineral ya que
forma parte del consorcio industrial Ural-Kutznetsk.

interior de cada uno de ellos. En lo que se refiere a las transacciones,


el sector compuesto de particulares y empresas privadas es, sin em­
bargo, bastante mayor que la suma total de dinero disponible. En
primer lugar, la velocidad de circulación monetaria es indudablemente
mayor que la unidad que sirve para las transacciones con las em­
presas estatales. Los billetes y las monedas hacen más de un circuito
en los mercados de las granjas colectivas según los campesinos ven­
den sus productos y compran luego a otras familias o productores
privados (de los que aún existe un reducido número); a esto, que
forma la parte mayor de las transacciones privadas, hay que añadir
la demanda de dinero para la especulación, es decir, ya se han
mencionado (página 134) las ventas bajo cuerda de los dependientes
de los comercios estatales, pero gran número de individuos (llamados
peyorativamente spekulyanti) se ganan la vida comprando bienes o
Servicios en pequeñas cantidades para revenderlos: los turistas occi­
dentales que visitan Moscú y Leningrado conocen de sobra el mer­
cado negro de localidades de teatro. Los «especuladores» sirven de
útiles intermediarios en un sistema de distribución y de fijación de
precios ineficiente (página 165). Otras demandas de dinero al margen
de las corrientes monetarias del sector público son las remesas de unos
ciudadanos a otros, y el apoyo económico a las iglesias y otras orga­
nizaciones no patrocinadas por el Estado; las corporaciones patro­
cinadas oficialmente, tales como los sindicatos, las asociaciones pro­
fesionales, los clubs deportivos, los cuerpos paramilitares de entre­
namiento, la Cruz Roja, las asociaciones para fomentar las relaciones
culturales con países extranjeros, etc., pueden ser considerados como
pertenecientes al grupo de las empresas estatales. En segundo lugar,
la mayoría de las actividades económicas del sector privado no tie­
nen contrapartida en dinero —los campesinos cultivan sus propios
ilimentos y parte del forraje para su animales en las fincas anexas
H sus granjas; lo mismo hacen otros habitantes del campo y de la
iudad en huertos de mayor o menor extensión—. Siendo Khrushchev
.•fe de Gobierno, se adoptaron medidas para restringir este tipo de
Cultivo de la tierra en privado. Los miembros de una granja colec­
tiva podían ser expulsados de la granja (y perder su derecho a una
parcela personal) si ellos —o miembros de su familia aptos para el
trabajo— no contribuían a la granja colectiva con un mínimo de
*días de trabajo»; si la granja podía distribuir suficientes comesti-
156

bles como dividendos en espacie, se exhortaba a sus miembros a que


renunciasen a sus actividades privadas; se podía obligar a los tra­
bajadores de las granjas estatales a que cediesen sus parcelas de cul­
tivo privado, pero a lo que parece esa ley no se aplicó casi nunca;
los que tenían ganado en ciertas zonas urbanas tenían que pagar
impuestos muy elevados e incluso se les prohibía esa actividad; se
imponían restricciones a la venta de forrajes y piensos a los propie­
tarios privados de ganado (se compraba pan para dar de comer a los
cerdos por razón del elevado precio que tenía la carne de .cerdo en
el mercado negro). Todas estas limitaciones fueron eliminadas en
cuanto dimitió Khrushchev.

El puesto del Partido Comunista


Las corrientes monetarias que afluían o refluían del Gobierno están
fundidas en la figura 6 con las otras mucho más reducidas en torno
al Partido Comunista. Las cuotas pagadas al Partido guardan rela­
ción con la renta sobre una escala progresiva (desde el 0,5 al 3,0
por 100 de los ingresos) y se recaudan por retención en el origen,
lo que las convierte en una especie de impuesto en lo que concierne
a los miembros. Es más probable que las publicaciones del Partido
(de las cuales las más conocidas son Pravda y Kommunist) necesiten
subvenciones para su mantenimiento —ya que ninguna de ellas acep­
ta anuncios comerciales y todas son baratas— que el que obtengan
beneficios, pero, sean cuales sean los ingresos obtenidos por esa vía,
difícilmente se podría con ellos colmar la diferencia existente entre
los 200 millones de rublos que rinden las suscripciones y los sueldos
del cuarto de millón de funcionarios pagados por el Partido (unos
500 millones de rublos), así como mantener los enormes bloques de
oficinas del Partido, que son el rasgo característico de la calle mayor
o de la plaza de cualquier centro administrativo.
El personal del Partido siempre ha sido distinto del cuerpo de la
administración pública —aunque el primer secretario (o secretario ge­
neral) y el presidente del Consejo de Ministros han sido ocasional­
mente la misma persona (Stalin y Khrushchev en los últimos años del
desempeño de su cargo en el Partido y Malenkov durante breve
tiempo)—, pero no sería desacertado suponer que el Partido consigue
ayuda financiera del Gobierno. La mera representación de las co­
157

nexiones entre ambos en la tabla financiera simboliza la íntima unión


de las dos organizaciones paralelas en el control político y econó­
mico, cuyo análisis cae fuera de los objetivos de este libro.

Empleo del dinero bancario


Parte del ejercicio de ese control consiste en el empleo obligatorio
del dinero bancario para las transacciones efectuadas por el Esta­
do y por sus empresas. El Banco Estatal y los Bancos especializados
de la Construcción y del Comercio Exterior están encargados de com­
probar que a todos los fondos que ellos desembolsan se da el empleo
que se tenía planificado. En orden de magnitud, el mayor circuito de
transacciones tiene lugar en el sector socialista de producción. El me­
dio de pago empleado es casi exclusivamente el dinero bancario,
puesto que solamente se permite la liquidación de cuentas en billetes
de banco y en monedas para sumas que no excedan de cien rublos.
Las empresas estatales se compran unas a otras materiales, bienes de
capital y servicios, y similares transacciones hacen con las granjas
colectivas, cooperativas de pesca y otras sociedades cooperativas de
compraventa al por menor. En 1959, año al que se refiere la figura 6,
había también algunas cooperativas de artesanos, con 1,4 millones
de miembros (mientras que en las empresas estatales había 57,9 mi­
llones de empleados); estas cooperativas fueron, sin embargo, nacio­
nalizadas en 1960.
Las empresas estatales depositan en el Banco de la Construcción
(Stroibank) las ganancias autorizadas para la inversión de capital,
mientras que las diversas sociedades que se dedican al comercio ex­
terior sirven de intermediarias suyas para las operaciones con el ex­
tranjero, cuya financiación se realiza a través del Banco del Comer­
cio Exterior (Vneshtorgbank); estos bancos son los dos únicos que
ahora quedan de un grupo de bancos especializados establecidos du­
rante la N EP. Todas las demás transacciones se realizan a través
del Banco Estatal. Las empresas estatales operan dentro de este cir­
cuito con fondos autónomos de financiación —el riguroso término
ruso khozraschet significa «contabilidad de costes»— y se distinguen
por ello de las instituciones financiadas presupuestariamente (byud-
zhetnye uchrezhdenie), cuyos fondos les son suministrados por el
presupuesto del Estado.
158 Mercado de granjas colectivas en Riga, capital
de Letonia; estos mercados son los únicos i
donde existen transacciones determinadas

]
libremente por la oferta y la demanda.

En total, se negociaron 3,3 millones de millones en dinero ban-


cario en 1959, de los cuales los cuatro quintos eran transacciones per­
tenecientes al circuito que se acaba de describir. Casi todo lo restan­
te constituía el segundo circuito en magnitud, el que tiene lugar entre
este grupo y el presupuesto. Las empresas estatales entregan parte
de sus ganancias y pagan los impuestos indirectos que gravan su
producción y sus ventas. Las granjas colectivas están sujetas a un im­
puesto sobre la renta, pero su principal gravamen impositivo consiste
en la obligación de vender sus productos a las empresas estatales a
precios inferiores a los que podrían obtener en el mercado libre (es
decir, en los «mercados de las granjas colectivas» donde se puede
vender los excedentes de producción sobre la cuota de entrega obli­
gatoria al Estado). Por su parte, los departamentos gubernamentales
compran a las empresas el material del que precisan para las nece­
sidades generales, administrativas y de la defensa. Los presupuestos
de las autoridades locales y regionales están consolidados con el de
la autoridad central por la retención autorizada de tasas locales y
otros ingresos. Este provee también de fondos a las empresas, sea
para sus gastos corrientes o para la formación de capital. Las sub­
venciones para fines corrientes son ahora casi con certeza más peque­
ñas en comparación con la cifra de negocios que en cualquier mo­
mento desde que se hizo la reforma crediticia en 1930; los reajustes
de los precios al por mayor de 1936, 1949, 1955 y 1967 consideraron
la reducción de las subvenciones como su objetivo primordial, pero
sólo la última parece haber hecho descender el número de empre­
sas que funcionaban con pérdidas a proporciones insignificantes. La
considerable alza de precios de julio de 1967 (que en los productos
industriales supuso por término medio un 9 por 100), hizo que el
beneficio medio fuese en la industria del 15 por 100 en 1968; permi­
tió, por ejemplo, que minas de carbón anteriormente deficitarias (ver
tabla 1, capítulo 2) obtuviesen ese año un 7 por 100 de beneficios;
la extracción de mineral de hierro y de minerales químicos, que antes
se había hecho en conjunto con pérdidas, dejó a raíz de ello redu­
cidas ganancias. Una vez que los precios aseguran un beneficio total
en los sectores extractivos, no se precisan fondos para subvenciones,
porque a partir de la reforma funcionan en todos esos ramos de la
producción mecanismos que nivelan los beneficios (ver el capítulo
siguiente). En cuanto a las donaciones de capital a cargo del pre-

i
»»: ■3T • J¡
-H H *S
160

supuesto han sido también reducidas proporcionalmente desde 1959


(a ello se refiere la figura 6). Entonces, como siempre desde 1930, la
entrega parcial de los beneficios de las empresas queda compensada
con las subvenciones a otras empresas para capital fijo y de explota­
ción. En teoría tales transferencias se podrían realizar en el seno mis-
rno de un ministerio industrial (o agrupación similar) o incluso por
disposición del Ministerio de Hacienda en el caso de que las dos em­
presas interesadas estuviesen subordinadas a organismos diferentes.
En la práctica, las transferencias se hacen a través del presupuesto;
éste actúa a modo de doble control porque las empresas retienen para
desernbolsarlos ellas mismas únicamente aquellos beneficios que están
autorizadas a gastar. Efectivamente, un mínimo del 10 por 100 de los
beneficios tiene que ser entregado para el presupuesto público sean
cuales sean los pagos que tenga en perspectiva el plan financiero
de la empresa; éste es reembolsado si han de hacerse gastos, pero
tal movimiento engrosa aún más el componente puramente ficticio
de la corriente de fondos que van de las empresas al presupuesto y
a la inversa.

El sistema crediticio
Lo más irnportante que hizo la reforma crediticia de 1930 fue prohi­
bir los créditos mercantiles: a partir de entonces ninguna empresa
podía contraer una deuda con otra o concederle un préstamo. Todos
los pagos justificados son automáticamente deducidos de la cuenta
deudora por el Banco Estatal (por término medio solamente el 2 por
100 son impugnados por el deudor) con los apropiados créditos do-
cumentarios (llamados en la URRS «aceptaciones»); las cartas de
crédito, las órdenes bancarias y los talonarios de cheques individual­
mente en blanco, pero con un total predeterminado, son los otros
instrumentos de pago que se utilizan para tales transferencias. Rara
vez se emplean cheques para cantidades prefijadas, a no ser para
retirar dinero en efectivo para la paga quincenal (la paga del día 15
de cada mes es un anticipo sobre la del fin de mes). Se han desarro­
llado algunos sistemas de compensación de pagos, sobre todo en la
década pasada; pero, aun así, los bancos se ven precisados a faci­
litar para anticipos cantidades considerables para asegurar la absoluta
automaticidad del pago (12.000 millones de rublos a fines de 1965.
161

¡ un total de 68.000 millones en créditos a corto plazo). A las em-


¿V . además, se les provee de capital de explotación con escasez
fbifn las restricciones no son mucho mayores que antes de la gue-
había a fines de 1965 otros 51.000 millones de rublos pendien-
para cobertura de existencias de almacén y de otros préstamos
inti/ados con bienes pignorados, quedando solamente un 7 por
I del crédito para otras finalidades.
IFI crédito a más largo plazo está igualmente vinculado a transac-
Ac'- reales específicas. Las empresas han podido disponer a partir
[|954 (y con más profusión desde 1957) de créditos a medio plazo
hasta tres años) para pequeñas obras de modernización, pero
ndo se aprobó la reforma de 1965 había pendientes menos de
millones de rublos; facilidades ligeramente mayores (pero todavía
priores a los mil millones de rublos) había disponibles para peque-
inversiones en empresas de bienes de consumo (que tradicional-
nte tenían menos acceso a las subvenciones presupuestarias que
fábricas de bienes de producción); los préstamos a más largo
t/o a las granjas colectivas (hasta de siete años) pendientes a fina-
de 1965 ascendían a 1.400 millones de rublos, y los créditos hipo-
jirios a particulares (también para sólo siete años) daban un total
600 millones. Por tanto, las sumas concedidas en créditos a largo
fnu'd'o plazo eran una pequeña parte del negocio bancario.
l a reforma de 1965 produjo un cambio brusco; el presidente
J Conseio de Ministros, Kosygin, al presentar las propuestas al
bmité Central del Partido Comunista en septiembre, predijo que
ra 1970, aproximadamente, las cuatro quintas partes de todas las
iViTsiones hechas por las empresas estatales se financiarían con
♦ilitos o con beneficios no distribuidos, cubriéndose el resto, como
ile^, con subvenciones presupuestarias a fondo perdido. Ya para
68 se financiaba de esta manera aproximadamente la mitad de
inversión. En el futuro, pues, será mucho menor la proporción
los beneficios que se recaudará por vía impositiva para ser de-
Uclta a las empresas a título de subvención; la corriente real y
Honctaria entre las empresas y el presupuesto seguirá siendo yolu-
ninosa no sólo porque el Gobierno central y las administraciones
tales continuarán comprando bienes y servicios, sino también por-
'^Uf el superávit de los ingresos públicos seguirá sirviendo de ga-
ftiniía al crédito bancario. También está cambiando rápidamente la
160

supuesto han sido también reducidas proporcionalmente desde 1959


(a ello se refiere la figura 6). Entonces, como siempre desde 1930, la
entrega parcial de los beneficios de las empresas queda compensada
con las subvenciones a otras empresas para capital fijo y de explota­
ción. En teoría tales transferencias se podrían realizar en el seno mis­
mo de un ministerio industrial (o agrupación similar) o incluso por
disposición del Ministerio de Hacienda en el caso de que las dos em­
presas interesadas estuviesen subordinadas a organismos diferentes.
En la práctica, las transferencias se hacen a través del presupuesto;
éste actúa a modo de doble control porque las empresas retienen para
desembolsarlos ellas mismas únicamente aquellos beneficios que están
autorizadas a gastar. Efectivamente, un mínimo del 10 por 100 de los
beneficios tiene que ser entregado para el presupuesto público sean
cuales sean los pagos que tenga en perspectiva el plan financiero
de la empresa; éste es reembolsado si han de hacerse gastos, pero
tal movimiento engrosa aún más el componente puramente ficticio
de la corriente de fondos que van de las empresas al presupuesto y
a la inversa.

El sistema crediticio
Lo más importante que hizo la reforma crediticia de 1930 fue prohi­
bir los créditos mercantiles: a partir de entonces ninguna empresa
podía contraer una deuda con otra o concederle un préstamo. Todos
los pagos justificados son automáticamente deducidos de la cuenta
deudora por el Banco Estatal (por término medio solamente el 2 por
100 son impugnados por el deudor) con los apropiados créditos do­
cumentarlos (llamados en la URRS «aceptaciones»); las cartas de
crédito, las órdenes bancadas y los talonarios de cheques individual­
mente en blanco, pero con un total predeterminado, son los otros
instrumentos de pago que se utilizan para tales transferencias. Rara
vez se emplean cheques para cantidades prefijadas, a no ser para
retirar dinero en efectivo para la paga quincenal (la paga del día 15
de cada mes es un anticipo sobre la del fin de mes). Se han desarro­
llado algunos sistemas de compensación de pagos, sobre todo en la
década pasada; pero, aun así, los bancos se ven precisados a faci­
litar para anticipos cantidades considerables para asegurar la absoluta
automaticidad del pago (12.000 millones de rublos a firmes de 1965,
161

(le un total de 68,000 millones en créditos a corto plazo). A las em­


presas, además, se les provee de capital de explotación con escasez
(si bien las restricciones no son mucho mayores que antes de la gue­
rra); había a fines de 1965 otros 51.000 millones de rublos pendien­
tes para cobertura de existencias de almacén y de otros préstamos
garantizados con bienes pignorados, quedando solamente un 7 por
100 del crédito para otras finalidades.
El crédito a más largo plazo está igualmente vinculado a transac­
ciones reales específicas. Las empresas han podido disponer a partir
de 1954 (y con más profusión desde 1957) de créditos a medio plazo
(de hasta tres años) para pequeñas obras de modernización, pero
cuando se aprobó la reforma de 1965 había pendientes menos de
700 millones de rublos; facilidades ligeramente mayores (pero todavía
inferiores a los mil millones de lublos) había disponibles para peque­
ñas inversiones en empresas de bienes de consumo (que tradicional­
mente tenían menos acceso a las subvenciones presupuestarias que
las fábricas de bienes de producción); los préstamos a más largo
plazo a las granjas colectivas (hasta de siete años) pendientes a fina­
les de 1965 ascendían a 1.400 millones de rublos, y los créditos hipo­
tecarios a particulares (también para sólo siete años) daban un total
de 600 millones. Por tanto, las sumas concedidas en créditos a largo
V med'o plazo eran una pequeña parte del negocio bancario.
La reforma de 1965 produjo un cambio brusco; el presidente
del Conseio de Ministros, Kosygin. al presentar las propuestas al
Comité Central del Partido Comunista en septiembre, predijo que
para 1970, aproximadamente, las cuatro quintas partes de todas las
inversiones hechas por las empresas estatales se financiarían con
créditos o con beneficios no distribuidos, cubriéndose el resto, como
antes, con subvenciones presupuestarias a fondo perdido. Ya para
1968 se financiaba de esta manera aproximadamente la mitad de
la inversión. En el futuro, pues, será mucho menor la proporción
de los beneficios que se recaudará por vía impositiva para ser de­
vuelta a las empresas a título de subvención; la corriente real y
monetaria entre las empresas y el presupuesto seguirá siendo volu­
minosa no sólo porque el Gobierno central y las administraciones
locales continuarán comprando bienes y servicios, sino también por­
que el superávit de los ingresos públicos .seguirá .sirviendo de ga­
rantía al crédito bancario. También está cambiando rápidamente la
162

composición de los ingresos presupuestarios : en 1967 —como muestra


la tabla 4— el rendimiento del impuesto de circulación estaba a punto
de ser superado por el obtenido con el impuesto sobre los beneficios
(engrosado por el nuevo gravamen sobre el capital y un «pago espe­
cial por arrendamiento» que recauda la renta diferencial de las em­
presas especialmente favorecidas por su localización o por su tec­
nología).

Contabilidad nacional
Solamente un afio (1960) se ha permitido la publicación de la suma
total del «plan financiero consolidado de la URSS» (como lo indica
la tabla): representa el resumen de los ingresos y beneficiarios de
todo el sector público, resaltando las transacciones que se realizan
dentro de él. En la tabla se pueden ver las principales partidas de
los ingresos públicos; las de los gastos se pueden clasificar en inver­
siones (incluyendo las asignaciones a los bancos para los anticipos
que conceden a las empresas y la financiación de las existencias
de material estratégico y otras que son propiedad de organismos
centrales), gastos de administración y servicios sociales.
Pero es muy significativo que no se haga ningún balance de los
gastos e ingresos de la nación como tal —es decir, que no se lleve
la contabilidad nacional—. El Gobierno soviético está interesado
en dos tablas financieras integradas por resultados totalizados: el
sector que él directamente controla (el plan financiero consolidado)
y sus transacciones con los particulares (el balance de los gastos
e ingresos monetarios de la población). No intenta ni articular am­
bas tablas ni llevar otras cuentas que registrarían la actividad co­
lectiva de la economía (por ejemplo, de las granja,s colectivas o
de los particulares) a algunas de las cuales, al no estar monetizadas,
habría que atribuir un precio. La utilización de esta serie interco­
nexa de cuentas nacionales es práctica normal en las economías
de mercado desarrolladas, que ahora se está completando articula­
damente con las tablas input-output (que indican, como lo muestra
la tabla 1 del capítulo 2, el valor de los productos que pasan de
una industria a otra y al consumo final), las corrientes de fondos
y el balance de la riqueza nacional. Durante el decenio pasado se
ha hecho el cálculo de las tablas input-output y de la riqueza nació-
Tabla 4 In gre so del p la n fin a n c ie r o c o n s o lid a d o

1940 1950 1960 1965 1967

Impuesto de circulación 11 23 31 39 41
Heneficios distribuidos 2 4 19 31 40
Impuestos directos 1 4 6 8 9
Venta de bonos de ahorro 1 3 1
Primas de la seguridad social 1 2 4 6 7
Otros ingresos presupuestarios 2 6 15 18 19

Siibtotales de los
ingresos presupuestarios 18 42 77 102 116

Beneficios no distribuidos de
las empresas estatales 1 1 6 6 16
G.istos de depreciación 1 3 9 19
Oíros ingresos de las
empresas estatales* 5
Total 97

• Ingresos en la cuenta del comercio exterior, pagos de empresas estatales


• instituciones educativas y de educación financiadas presupuestariamente
y cobros procedentes de la venta de material antiguo a las granjas colectivas.

n.il; pero, según parece, sin integrarlas para su uso en la planifi-


I Hion.

La formación de los precios


I .1 explicación está seguramente en la justificable resistencia del
(lobicrno a apoyarse en planes expresados en dinero en tanto que
los precios no suministren información alguna sobre las preferencias
de los planificadores o de los consumidores. La misma renta na-
iional ha sido calculada oficialmente todos los años desde 1922,
|vn) su incremento se aduce en los planes y en los informes sobre
162

composición de los ingresos presupuestarios; en 1967 —como muestra


la tabla 4— el rendimiento del impuesto de circulación estaba a punto
de ser superado por el obtenido con el impuesto sobre los beneficios
(engrosado por el nuevo gravamen sobre el capital y un «pago espe­
cial por arrendamiento» que recauda la renta diferencial de las em­
presas especialmente favorecidas por su localización o por su tec­
nología).

Contabilidad nacional
Solamente un año (1960) se ha permitido la publicación de la suma
total del «plan financiero consolidado de la URSS» (como lo indica
la tabla): representa el resumen de los ingresos y beneficiarios de
todo el sector público, resaltando las transacciones que se realizan
dentro de él. En la tabla se pueden ver las principales partidas de
los ingresos públicos; las de los gastos se pueden clasificar en inver­
siones (incluyendo las asignaciones a los bancos para los anticipos
que conceden a las empresas y la financiación de las existencias
de material estratégico y otras que son propiedad de organismos
centrales), gastos de administración y servicios sociales.
Pero es muy significativo que no se haga ningún balance de los
gastos e ingresos de la nación como tal —es decir, que no se lleve
la contabilidad nacional—. El Gobierno soviético está interesado
en dos tablas financieras integradas por resultados totalizados: el
sector que él directamente controla (el plan financiero consolidado)
y sus transacciones con los particulares (el balance de los gastos
e ingresos monetarios de la población). No intenta ni articular am­
bas tablas ni llevar otras cuentas que registrarían la actividad co­
lectiva de la economía (por ejemplo, de las granjas colectivas o
de los particulares) a algunas de las cuales, al no estar monetizadas,
habría que atribuir un precio. La utilización de esta serie interco­
nexa de cuentas nacionales es práctica normal en las economías
de mercado desarrolladas, que ahora se está completando articula­
damente con las tablas input-output (que indican, como lo muestra
la tabla 1 del capítulo 2, el valor de los productos que pasan de
una industria a otra y al consumo final), las corrientes de fondos
y el balance de la riqueza nacional. Durante el decenio pasado se
ha hecho el cálculo de las tablas input-output y de la riqueza nació-
KTabla 4 In g re s o del p la n fin a n c ie r o c o n s o lid a d o
I
1940 1950 1960 1965 1967

Impuesto de circulación 11 23 31 39 41
Beneficios distribuidos 2 4 19 31 40
Impuestos directos 1 4 6 8 9
wenta de bonos de ahorro 1 3 1
Primas de ia seguridad social 1 2 4 6 7

lOtros ingresos presupuestarios 2 6 16 18 19

Subtotales de los
Ingresos presupuestarios 18 42 77 102 116

Beneficios no distribuidos de
las empresas estatales 1 1 6 6 16
Gastos de depreciación 1 3 9 19
Otros ingresos de las
empresas estatales* 5

Total 97

' Ingresos en la cuenta del comercio exterior, pagos de empresas estatales


a instituciones educativas y de educación financiadas presupuestariamente
V cobros procedentes de la venta de material antiguo a las granjas colectivas.

nal; pero, según parece, sin integrarlas para su uso en la planifi­


cación.

La formación de los precios


La explicación está seguramente en la justificable resistencia del
Gobierno a apoyarse en planes expresados en dinero en tanto que
los precios no suministren información alguna sobre las preferencias
de los planificadores o de los consumidores. La misma renta na­
cional ha sido calculada oficialmente todos los años desde 1922,
pero su incremento se aduce en los planes y en los informes sobre
é
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m ili su cumplimiento como un indicador suplementario del nivel de
lien vida y no como la quintaesencia de la producción. En lo referente
:il i a la planificación, la atención de las autoridades centrales sigue
p ri\ centrada en las corrientes reales, siendo la función de las transac-
0 ¡I
Clones monetarias equilibrarlas, no dirigirlas.
tíos La reforma de 1965 dio mucha importancia a los beneficios en
espi
las directrices dictadas para las empresas, pero no se pudo hacer
tiim
de estos el único factor a tener en cuenta a falta de precios para-
metncos, que son los que servirían de guía al gerente de la em­
el t presa en su esfuerzo por maximizar los beneficios de un modo
I coherente con los objetivos planificados. Las nuevas listas de precios
iirb. de julio de 1967 seguían más de cerca a los costes corrientes que
l:ibi! aquellas a las que sustituyeron, y tomaban en consideración el gra­
siim vamen sobre el capital empleado (y en algunos casos, la renta a
mei pagar según diversas circunstancias). Esto significó un paso impor­
sobi tante hacia la admisión de los precios como indicadores para uso
Ies, de los fabricantes, pero los precios siguieron teniendo e.scasa rela­
ríe I ción explícita con las preferencias de la demanda. No se les puede
cetli' confiar la decisiva función de expresar la estructura de las prefe­
iin;i rencias (sean las del plan estatal o las expresadas por los consu­
pies midores ya individualmente o asociados). Parecería, por tanto, im­
n .ile
posible, por motivos estrictamente técnicos, que el gobierno sovié­
tico diese flexibilidad a su sistema de economía dirigida, ya que
1;itii
ello equivaldría a encomendar las opciones microeconómicas a pa­
sobi
rámetros que expresan tan sólo la mitad de la información que
(lie necesitan los productores.
I I mercado cubierto de Cherémushki, distrito 165
miideino de Moscú. En una calle vecina se
«elebra un “ mercado de viviendas” semanal en
• I que se concierta en privado el intercambio
de pisos municipales.

Si la otra mitad se añadiese, calculada y deliberadamente, al


mecanismo de los precios, se hubiera creado la estructura funda­
mental de un sistema estatal paramétrico, puesto que no ha habido
sugerencia alguna de que la URSS considere en serio descontrolar
los precios. Las reformas de 1965-68 llevaron a cabo una cierta
delegación de funciones entre los organismos gubernamentales en­
cargados de fijar los precios, pero más allá de eso no permitieron
que penetrasen las relaciones de mercado, manteniendo a la eco­
nomía tan alejada como siempre del modelo paramétrico de mer­
cado esbozado en aquellos mismos días por checoslovacos, húnga­
ros y yugoslavos. Exactamente igual que durante los planes quin­
quenales de Stalin, la economía soviética actual solamente permite
poner libremente los precios a los productores no estatales. Las
granjas colectivas (incluyendo las cooperativas de pesca), sus miem­
bros y otras personas con fincas para su cultivo en privado tienen
derecho a vender al precio que quieran en los mercados de las
granjas colectivas (que son los centros autorizados para tal comer­
cio). Se tolera que hagan lo mismo los empleados del Estado que
trabajan en su tiempo libre —médicos, dentistas, maestros, aboga­
dos y similares— y unas pocas categorías de personas que traba-
|iin por su cuenta, las cuales, aparte, como es obvio, de los escri­
tores, periodistas, artistas, cantantes, etc., incluyen a los sastres y
modistas y a un corto número de grabadores en madera ambulantes,
cazadores de pieles y buscadores de oro. Menos aceptables resultan
a las autoridades, que les ponen, a rachas, toda suerte de dificul­
tades, aquellos que se aprovechan de los intersticios existentes entre
el rígido sistema de la economía dirigida y las relaciones inherentes
a un mercado flexible. La fabricación de cosméticos y de juguetes,
el suministro de fruta y de flores, los animales domésticos y los
coches de alquiler representan ejemplos recientes en el escenario
urbano soviético. Entre 1961 y 1964, la mayoría de estas activida­
des fueron motejadas de «especulación», y los que vivían de ellas,
calificados de «parásitos». La caída de Khrushchev sirvió de oca­
sión para que se las reaceptase oficialmente hasta cierto punto y,
al mismo tiempo, corrieron rumores de que tal vez se legalizarían
los negocios pertenecientes a una sola persona o familia en ciertos
sectores de servicios personales, tales como restaurantes y peluque­
rías. Similares concesiones de poca importancia a la producción pri­
vada eran características de las reformas yugoslavas, húngaras y che­
166

coslovacas, pero no parece que hayan superado en la URSS la fase


de la discusión.
Una escuela de matemáticos y economistas brillantes son los pri­
meros en haber descubierto los instrumentos con los que se puede
conseguir el equilibrio en una economía en que no rijan las rela­
ciones de mercado (ver el capítulo 2). La brusquedad del cambio
que se produjo cuando Stalin introdujo los métodos del primer
plan quinquenal barrió algunos métodos anteriores; técnicas poste­
riores (que surgieron en el período comparativamente tranquilo que
medió entre las purgas de planificadores y economistas de los años
1938 y 1949) no tuvieron perspectiva alguna de ser aplicadas hasta que
en los años cincuenta, al hacerse más lento el crecimiento de la
producción y disminuir la productividad del capital, se vio forzado
el Gobierno soviético a introducir reformas. Los que sobrevivieron
al descrédito y a otras cosas peores que hubieron de sufrir mientras
que predominaban los métodos de planificación de Stalin (sobre
todo Kantorovich, Konyus, Nemchinov, Novozhilov y Vainstein),
juntamente con otra generación mucho más joven (por ejemplo,
Aganbegyan, Belkin, Dadayan, Lourye, Pugachev y Volkonsky)
demostraron con todo rigor que cualquier aplicación paramétrica
de los balances exigía calcular, por lo menos en el departamento de
planificación, los precios de eficiencia; si los parámetros habían de
ser precios, de tal modo que se exigiese a las empresas que maxi-
mizasen sus beneficios, esos precios tenían que ser publicados y
utilizados. Sin embargo, las demostraciones de los matemáticos no
han conseguido que el Gobierno soviético abandone el empleo de
su tradicional sistema de balances, y los balances de los que se pue­
den deducir los precios de eficiencia se utilizan únicamente para
la verificación de los planes no paramétricos y como ayuda para
hacer previsiones. Para transformar el sistema actual en otro capaz
de originar precios de eficiencia sería necesario una cantidad mayor
de computadoras y programas matemáticos más elaborados que los
que actualmente existen en la URSS. El empleo de un número más
reducido de directrices (incluyendo entre ellas la de unas metas de
beneficios a alcanzar) podría ser un punto de arranque desde donde
avanzar a otros procedimientos que podrían, al mismo tiempo, ase­
gurar la estabilidad y el equilibrio. Pero tal como estaban concebidas
las reformas, al final de la primera fase <1965-68) no son otra cosa
que remiendos de emergencia al sistema soviético clásico.
7 El control de la producción

Planificación y precios
H1 coste de producción es el elemento constitutivo fundamental del
precio al que las empresas estatales soviéticas venden su producción,
como se puede ver en la figura 4. Término de idéntica significación
que el «autocoste» de Marx (del cual es traducción literal la pala­
bra rusa sebestoimost), se calcula como el gasto medio (no el mar­
ginal) de una industria determinada en salarios, materiales, deprecia­
ción del capital fijo y otras cargas menores, sobre todo intereses
(sobre los stocks acumulados y el capital de explotación), primas
lie seguridad social (abonadas íntegramente por el patrono) y alqui­
leres (en los pocos casos en que los edificios se tienen en arriendo
de otra organización). Ningún cambio de procedimiento ha intro­
ducido respecto de las manufacturas la reforma de los precios de
1967, cuya principal novedad ha sido en lo referente a los bene­
ficios. Lo que se viene haciendo desde 1930 es calcular los benefi­
cios como un porcentaje variable, pero pequeño, del «autocoste»
-en realidad, del coste de la mano de obra (ya que el gasto en
material es el coste salarial acumulado en las anteriores fases de
la producción)—. Las listas de 1967 determinan los beneficios para
un ramo industrial completo, de tal modo que permitan el pago
de un tipo de interés sobre el capital fijo y de explotación: éste
es generalmente el 6 por 100 del valor no depreciado, pero en al­
gunos casos el 3 y el 0 por 100. Este interés se paga al Gobierno
como impuesto sobre los beneficios; puesto que el «autocoste» más
los beneficios es precisamente el precio pagado a la empresa, por
primera vez desde que terminó la n f p se ha incorporado al precio
un gravamen sobre el capital (diferente de la tasa a pagar por el
consumo del capital o depreciación que se discute más ampliamente
en el capítulo 9). Con la introducción de los precios de 1967 se
dio mucha mayor difusión a los impuestos sobre las rentas dife­
renciales. La práctica económica soviética sigue negando que sea
aplicable la renta absoluta a la situación de un país socialista; la
tierra es propiedad nacional y no se puede exigir pago alguno por
su uso en virtud de la simple propiedad y tenencia. Pero las empre­
sas a las que se concede su usufructo sacan mayores o menores
rendimientos de su localización. Algunas minas trabajan filones más
anchos, algunos pozos llegan a estratos más ricos, algunas granjas
labran suelo más fértil; unas pueden estar más próximas a las vías
de comunicación, a los consumidores y a la mano de obra adecuada,
y se benefician de un clima más llevadero. Todas estas ventajas pue­
den ser objeto de gravámenes: la máxima del socialismo («a cada
uno, según su trabajo») implica que las ganancias que se deriven
de la situación no deben revertir al grupo de trabajadores que
casualmente están empleados allí. En las circunstancias imperantes
durante la vida de Stalin se procedía a la imposición de la renta
diferencial de modo fortuito e incluso irracional. Algunas industrias
extractivas aplicaban precios fijados por convenio de todo el grupo,
con lo que a cada mina asociada se le pagaba su coste de produc­
ción : el grupo empleaba los beneficios así obtenidos de las empre­
sas que trabajaban en situación ventajosa para compensar a las
que estaban en situación desventajosa. Sigue este convenio en los
sectores en que ya se practicaba, pero a partir de 1967 las empresas
que antes trabajaban según el sistema normal de precios pagan al
Gobierno una renta fija calculada teniendo en cuenta su situación
particular. A diferencia de la renta en las economías de mercado,
.se hace el pago por unidad de producción (calculada no por unidad
de área explotada ni por una suma global).
A las granjas colectivas se les concede el usufructo a perpetui-
I lendas de campaña para los primeros colonos 169
')• la granja estatal Yuri Gagarin, Kazakhstan, parte
'!• la campaña de las “Tierras ViTgenes” durante
p| período 1954-64 que proyectaba transformar
Im'. pastos de nómadas en regiones cerealistas.

liad. No obstante, el Gobierno ha tenido evidentemente pocas difi­


cultades para inducirlas a fusionarse con otras granjas colectivas o
a renunciar a sus derechos transformándose en granjas estatales: el
salario garantizado en estas últimas era un aliciente para aquellas
que sacaban un dividendo reducido del remanente de la renta co­
lectiva. Las transformaciones en granjas estatales fueron numerosas
11 mediados de los años cincuenta, sobre todo en las zonas de las
• I¡erras vírgenes», de Siberia occidental, y del norte del Kazakhs-
tiín, cuando se hizo una gran campaña para cultivar cereales en
Vastas extensiones de tierra no labrada o poco usada. Las condi­
ciones naturales en las nuevas granjas estatales resultaron ser de­
masiado duras —la erosión eólica comenzaba a convertir la zona
en una polvareda— y gran parte del terreno se dedicó de nuevo a
l o s pastos después de 1964. Para entonces el Gobierno había deci­
dido no hacerse cargo de más granjas cuyo funcionamiento hubiera
de ser una carga para los fondos públicos. La estructura de los
precios pagados a las granjas colectivas por las entregas obligatorias
(v por ciertas ventas superiores a las fijadas en el plan) favorecían
en la práctica a las granjas que disponían de mejor terreno, clima,
etcétera. Esta tendencia fue, al menos en parte, contrarrestada por
la correlación entre el rendimiento por hectárea y lo que pagaban
las granjas en especie por los servicios de las estaciones estatales
de máquinas-tractores. Pero como los cálculos se basaban en el
rendimiento medio de un distrito (raion), todavía podía revertir a
determinadas granjas una cuantiosa renta diferencial a expensas de
otras de su mismo distrito. Cuando fueron desarticuladas en 1958
las estaciones de máquinas-tractores (vendiéndose a bajo precio su
maquinaria e instalaciones a las granjas en 1958-61), se suprimieron
las primas que hacían aún mayores las ganancias derivadas de la
localización y se reestructuraron los precios de las entregas obliga­
torias con el ostensible propósito de recaudar la renta diferencial
de un modo más apurado. También se podían cambiar los precios
anualmente, según la cosecha fuese mejor o peor por razón de las
variables circunstancias atmosféricas; pero esta flexibilidad se apli­
caba solamente en una dirección para reducir los precios en años
tie cosecha abundantísima, pero no para elevarlos cuando ésta era
inferior a la media.
De hecho estas intenciones se vieron frustradas por el insuficien-

labran suelo más fértil; unas pueden estar más próximas a las vías
de comunicación, a los consumidores y a la mano de obra adecuada,
y se benefician de un clima más llevadero. Todas estas ventajas pue­
den .ser objeto de gravámenes: la máxima del socialismo («a cada
uno, según su trabajo») implica que las ganancias que se deriven
de la situación no deben revertir al grupo de trabajadores que
casualmente están empleados allí. En las circunstancias imperantes
durante la vida de Stalin se procedía a la imposición de la renta
diferencial de modo fortuito e incluso irracional. Algunas industrias
extractivas aplicaban precios fijados por convenio de todo el grupo,
con lo que a cada mina asociada se le pagaba su coste de produc­
ción: el grupo empleaba los beneficios así obtenidos de las empre­
sas que trabajaban en situación ventajosa para compensar a las
que estaban en situación desventajosa. Sigue este convenio en los
sectores en que ya se practicaba, pero a partir de 1967 las empre.sas
que antes trabajaban según el sistema normal de precios pagan al
Gobierno una renta fija calculada teniendo en cuenta su situación
particular. A diferencia de la renta en las economías de mercado,
se hace el pago por unidad de producción (calculada no por unidad
de área explotada ni por una suma global).
A las granjas colectivas se les concede el usufructo a perpetui-

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Ikixlas de campaña para los primeros colonos
S l.i granja estatal Yuri Gagarin, Kazakhstan, parte
» 1.1 campaña de las "Tierras Vírgenes” durante
pmíodo 1954-64 que proyectaba transformar
pastos de nómadas en regiones cerealistas.

id No obstante, el Gobierno ha tenido evidentemente pocas difi-


jliades para inducirlas a fusionarse con otras granjas colectivas o
renunciar a sus derechos transformándose en granjas estatales; el
lia rio garantizado en estas últimas era un aliciente para aquellas
fu- sacaban un dividendo reducido del remanente de la renta co-
ectiva. Las transformaciones en granjas estatales fueron numerosas
mediados de los años cincuenta, sobre todo en las zonas de las
Hierras vírgenes», de Siberia occidental, y del norte del Kazakhs-
ín. cuando se hizo una gran campaña para cultivar cereales en
fastas extensiones de tierra no labrada o poco usada. Las condi-
Iciones naturales en las nuevas granjas estatales resultaron ser de-
Imasiado duras —la erosión eólica comenzaba a convertir la zona
[en una polvareda— y gran parte del terreno se dedicó de nuevo a
'los pastos después de 1964. Para entonces el Gobierno había deci­
dido no hacerse cargo de más granjas cuyo funcionamiento hubiera
de ser una carga para los fondos públicos. La estructura de los
precios pagados a las granjas colectivas por las entregas obligatorias
(V por ciertas ventas superiores a las fijadas en el plan) favorecían
cu la práctica a las granjas que disponían de mejor terreno, clima,
etcétera. Esta tendencia fue, al menos en parte, contrarrestada por
la correlación entre el rendimiento por hectárea y lo que pagaban
las granjas en especie por los servicios de las estaciones estatales
de máquinas-tractores. Pero como los cálculos se basaban en el
lendimiento medio de un distrito (raion), todavía podía revertir a
determinadas granjas una cuantiosa renta diferencial a expensas de
otras de su mismo distrito. Cuando fueron desarticuladas en 1958
las estaciones de máquinas-tractores (vendiéndose a bajo precio su
maquinaria e instalaciones a las granjas en 1958-61), se suprimieron
las primas que hacían aún mayores las ganancias derivadas de la
localización y se reestructuraron los precios de las entregas obliga­
torias con el ostensible propósito de recaudar la renta diferencial
de un modo más apurado. También se podían cambiar los precios
anualmente, según la cosecha fuese mejor o peor por razón de las
variables circunstancias atmosféricas; pero esta flexibilidad se apli­
caba solamente en una dirección para reducir los precios en años
de cosecha abundantísima, pero no para elevarlos cuando ésta era
inferior a la media.
De hecho estas intenciones se vieron frustradas por el insuficien-
170

te conocimiento de los costes agrícolas y por los intereses creados


de las granjas, y en 1965 se reintrodujeron premios que favorecían
a las granjas más fértiles; aunque al mismo tiempo se elevaron los
precios de las entregas obligatorias, quedaron congelados para cin­
co años. También en 1965 se pasó de los ingresos brutos a los netos
para establecer la base del impuesto sobre la renta de las granjas
colectivas con un pequeño elemento de progresión, pudiendo así el
impuesto guardar una mayor relación con la renta diferencial. Esta
progresión, sin embargo, se reducía a la exención de impuestos sobre
el primer 15 por 100 de los ingresos netos, y algunos economistas
soviéticos han abogado desde entonces por un impuesto proporcio­
nal al crecimiento de la renta. Tanto en lo que se refiere a las
granjas colectivas, como a las estatales (los precios de cuyos pro­
ductos fueron diversificados por zonas en 1954, pero más imper­
fectamente que los de las colectivas), sólo se puede aplicar un sis­
tema exacto de rentas diferenciales una vez hecho un levantamiento
catastral. Desde 1630 no se han compilado los registros catastrales
(pistsovye knigi), aunque la inscripción registral de la tierra (del
titulo legal) ha proseguido en el período soviético (en conformidad
con un decreto de 1935). Hasta 1953 se creyó que era innecesario
el levantamiento catastral al no existir la propiedad privada de la
tierra, pero en estos liltimos años lían hablado a su favor los eco­
nomistas soviéticos, y en diciembre de 1968 se aprobó una ley para
realizarlo. En cambio se inició un catastro de la riqueza en agua
en 1931, y de.sde 1956 se ha recaudado la renta diferencial de los
regadíos con una tarifa de consumo de agua que casi seguro se
extenderá pronto al consumo de agua industrial.
Así pues, en la URSS actual el procedimiento de basar los pre­
cios en el coste hace que éstos guarden relación con los costes del
trabajo acumulado y con la depreciación; respecto de algunos mi­
nerales y —con insuficiente precisión— de los productos del suelo
se dedujo la renta diferencial. En la extracción de minerales no
se impone ningún gravamen por agotamiento del filón; en cambio,
cobra el Estado un derecho de corta por la tala de árboles. Desde’
1967 el margen de beneficios soporta un gravamen sobre los bienes
de capital (a pagar a los fondos públicos por los instalados con
una subvención no reembolsable, y al Banco Estatal o al Banco
de la Construcción en forma de tipo de interés si el fondo se obtu-
171

I#n préstamo) y una renta diferencial para las empresas extrae-


cuyos precios no han sido determinados por convenio del
Todos los precios se relacionan con los costes medios de
ramo industrial o de una zona agrícola, y no con los costes
rginales.

■sez y precios
,nio solamente hay un tipo de interés (parece que, aun estando
tmitido, rara vez se renuncia a un tipo de interés más bajo o
Uo) el gravamen sobre el capital es lo que determina el precio,
« gravamen debería, sin embargo, ser un resto variable si se le
nsiderase como cuasi-renta (los ingresos atribuibles a la escasez
breve duración de un bien reproducible). «El maíz no está caro
¿rque se paga una renta —decía Ricardo en 1817—, sino que se
kga una renta porque el maíz está caro» ; y un economista sovie-
¿ o observaba, mientras se estaban confeccionando los nuevos pre-
jps (1965), que el gravamen sobre el capital debería ser conside-
gdo «no como el factor que configura los precios, sino como una
Brma de redistribuir los beneficios». La práctica de cobrar intere-
gi. aunque es un progreso respecto de la inexistencia de un gra-
*men sobre el capital en el anterior sistema de fijación de los
recios, no refleja las escaseces ni los excedentes (relativos a las
ecesidades corrientes) de los bienes de capital instalados en las
íltimas cuatro décadas —tanto menos cuanto que ningún gravamen
gtobre el capital guió a las autoridades planificadoras durante esos
liflos—. Como lo prueba la disminución de la edad media del capi-
S»1 fijo (de diecisiete años y medio en 1928 a once años en 1962),
lu inmensa mayoría de las estructuras y del equipo productivos han
»ido instalados según estos programas. No cabe duda, por ejemplo,
que se ha invertido excesivamente en equipo de forja y de Piensa
V en máquinas-herramientas universales. Elevar el precio (cobrando
un gravamen del 6 por 100 anual sobre las instalaciones) que han
de pagar sus poseedores es contrario a lo deseable: un precio infe­
rior incitaría a los consumidores a comprar sus productos con pre­
ferencia a los de los fabricantes cuyo capital es más escaso, y obli­
garía a los poseedores a maximizar el uso de su capital y no a
conseguir el margen de ganancias que justificaría una nueva inver-
é 170

te conocimiento de los costes agrícolas y por los intereses creados


de las granjas, y en 1965 se reintrodujeron premios que favorecían
a las granjas más fértiles: aunque al mismo tiempo se elevaron los
precios de las entregas obligatorias, quedaron congelados para cin­
co años. También en 1965 se pasó de los ingresos brutos a los netos
para establecer la base del impuesto sobre la renta de las granjas
colectivas con un pequeño elemento de progresión, podiendo así el
impuesto guardar una mayor relación con la renta diferencial. Esta
progresión, sin embargo, se reducía a la exención de impuestos sobre
el primer 15 por 100 de los ingresos netos, y algunos economistas
soviéticos han abogado desde entonces por un impuesto proporcio­
nal al crecimiento de la renta. Tanto en lo que se refiere a las
granjas colectivas, como a las estatales (los precios de cuyos pro­
ductos fueron diversificados por zonas en 1954, pero más imper­
fectamente que los de las colectivas), sólo se puede aplicar un sis­
tema exacto de rentas diferenciales una vez hecho un levantamiento
catastral. Desde 1630 no se han compilado los registros catastrales
(pistsovye knigi), aunque la inscripción registral de la tierra (del
titulo legal) ha proseguido en el período soviético (en conformidad
con un decreto de 1935). Hasta 1953 .se creyó que era innecesario
el levantamiento catastral al no existir la propiedad privada de la
tierra, pero en estos últimos años Kan hablado a su favor los eco­
nomistas soviéticos, y en diciembre de 1968 se aprobó una ley para
realizarlo. En cambio se inició un catastro de la riqueza en agua
en 1931, y de.sde 1956 se ha recaudado la renta diferencial de los
regadíos con una tarifa de consumo de agua que casi seguro se
extenderá pronto al consumo de agua industrial.
Así pues, en la URSS actual el procedimiento de basar los pre­
cios en el coste hace que éstos guarden relación con los costes del
trabajo acumulado y con la depreciación; respecto de algunos mi­
nerales y —con insuficiente precisión— de los productos del suelo
se dedujo la renta diferencial. En la extracción de minerales no
se impone ningún gravamen por agotamiento del filón; en cambio,
cobra el Estado un derecho de corta por la tala de árboles. Desde'
1967 el margen de beneficios soporta un gravamen sobre los bienes
de capital (a pagar a los fondos públicos por los instalados con
una subvención no reembolsable, y al Banco Estatal o al Banco
de la Construcción en forma de tipo de interés si el fondo se obtu-
171

g en préstamo) y una renta diferencial para las empresas extrac-


pVas cuyos precios no han sido determinados por convenio del
fupo. Todos los precios se relacionan con los costes medios de
ramo industrial o de una zona agrícola, y no con los costes
hurginales.

Itcasez y precios
Tomo solamente hay un tipo de interés (parece que, aun estando
permitido, rara vez se renuncia a un tipo de interés mas bajo o
niilo), el gravamen sobre el capital es lo que determina el precio ;
i«Nte gravamen debería, sin embargo, ser un resto variable si se le
■considerase como cuasi-renta (los ingresos atribuibles a la escasez
fdc breve duración de un bien reproducible). «El maíz no está caro
f porque se paga una renta —decía Ricardo en 1817—, sino que se
paga una renta porque el maíz está caro»; y un economista sovie-
’ tico observaba, mientras se estaban confeccionando los nuevos pre­
cios (1965), que el gravamen sobre el capital debería ser conside­
rado «no como el factor que configura los precios, sino como una
forma de redistribuir los beneficios». La práctica de cobrar intere­
ses, aunque es un progreso respecto de la inexistencia de un gra­
vamen sobre el capital en el anterior sistema de fijación de Jos
precios, no refleja las escaseces ni los excedentes (relativos a las
necesidades corrientes) de los bienes de capital instalados en las
últimas cuatro décadas —tanto menos cuanto que ningún gravamen
sobre el capital guió a las autoridades planificadoras durante esos
años—. Como lo prueba la disminución de la edad media del capi­
tal fijo (de diecisiete años y medio en 1928 a once años en 1962),
la inmensa mayoría de las estructuras y del equipo productivos han
sido instalados según estos programas. No cabe duda, por ejemplo,
que se ha invertido excesivamente en equipo de forja y de prensa
y en máquinas-herramientas universales. Elevar el precio (cobrando
un gravamen del 6 por 100 anual sobre las instalaciones) que han
de pagar sus poseedores es contrario a lo deseable: un precio infe­
rior incitaría a los consumidores a comprar sus productos con R e­
ferencia a los de los fabricantes cuyo capital es más escaso, y obli­
garía a los poseedores a maximizar el uso de su capital y no a
conseguir el margen de ganancias que justificaría una nueva inver-
172 Cavando los cimientos de la fábriía de tractores
de Cheiyabinsk (véase página 109).
Los primeros planes quinquenales consiguieron
transformar el trabajo rudo en capital.

sión. El problema se arregla adoptando el valor no depreciado para


el cálculo de los intereses a pagar, ya que la incapacidad de ganar
lo suficiente para abonarlos podría inducir a deshacerse prematu­
ramente de los bienes de equipo; pero el problema de la amorti­
zación se discute más ampliamente en el capítulo 9 (páginas 215-19).
Pero si no se consigue ajustar el gravamen sobre el capital a
las escaseces relativas de los bienes de producción, se debe, en par­
te, a que en la formación de los precios siguen siendo determinantes
los costes de producción, haciendo caso omiso de la demanda. Las
motivaciones de esta actitud están enraizadas en los conceptos sobre
el elitismo, examinados en los capítulos 2 y 3, y la serie de precios
(la lista de 1967) en curso incluye diferencias que reflejan la utili­
dad solamente respecto de grupos de productos sustitutivos bastante
próximos —carbón, petróleo, gas y electricidad, en su caso, fibras
sintéticas y naturales en el otro—. Apenas han surtido efecto prác­
tico las propuestas hechas por economistas soviéticos de diferenciar
los precios de la maquinaria de acuerdo con su rendimiento, aun­
que se subvencionarán nuevos modelos —a cargo del «Fondo para
el fomento de la producción» (pág. 126)— para incitar a su empleo,
mientras que en el pasado los costes iniciales, normalmente eleva­
dos, eran un obstáculo a su rápida adopción.

El raciocinio de los bienes de producción


El Gobierno soviético puede permitirse ignorar el incentivo de los
precios que induciría a los fabricantes a utilizar un material o una
máquina con preferencia a otros, solamente mientras racione efi­
cazmente los inputs a las empresas y tolere un mercado de vende­
dores. Tal ha sido la situación desde que se inició la planificación
«rígida» hacia 1930 (véase págs. 222-23), pero hay indicios de que no
puede durar mucho más.
Mientras que los particulares pueden gastar sus ingresos en cual­
quier cosa que esté a la venta en el comercio, el director de una
empresa soviética ha de atenerse a tres obligaciones antes de com­
prar bienes de capital y los inputs corrientes con el producto de
sus ventas: primera, la asignación a que están sujetos sus gastos
corrientes; segunda, el plan según el que ha de disponer de los
a

beneficios, y tercera, el procedimiento por el que se rige el racio-

"'^'Zrl7khpromfinplan para las empresas industriales - y el torg-


finplan para las comerciales (respectivamente, el «plan tánico, indus-
Í r T y Lanciero» y el «plan comercial y financiero»^ exige que
la empresa establezca cada año un presupuesto con el concurso de
la autoridad administradora. El presupuesto se ha de «str^turar
conforme a los siete objetivos que, desde la transición en 1966-68
al sistema reformado, son las metas que se imponen a las empresas.
174

Estos objetivos son los siguientes: ventas, beneficios totales y ren­


tabilidad (la tasa de rendimiento del capital productivo), producción
de determinados productos en unidades físicas (nomenklatura), te­
cho salarial, deducción de beneficios con destino al presupuesto e
inversión de capital. Según las necesidades, puede la autoridad su­
perior añadir objetivos específicos con el fin de incorporar produc­
tos o tecnología nuevos (analizado en el capítulo 9, pág. 211) o para
alterar el proceso de producción. Los objetivos (o «indicadores de
éxito») cuya consecución se espera de la empresa son menos nu­
merosos que antes de la reforma y, por tanto, es menos agudo el
problema de asegurar su compatibilidad y de reducir los efectos
de atender a un objetivo a expensas de otro cuando en el plan
no eran perfectamente coherentes.
Además, el objetivo de la producción global —la suma total
del volumen de ventas más la variación neta de las existencias de
los productos elaborados y semielaborados— ha sido sustituido por
el de ventas. En sí mismo, tal cambio de objetivos no habría hecho
más que reducir, a efectos de la concesión de bonificaciones, el
inventario de los bienes sin posible salida. Pero, considerado jun­
tamente con la creciente utilización del beneficio, llegar al volumen
de ventas propuesto como objetivo presupone que otras empresas
(incluyendo los comercios al p>or menor) han querido comprar con­
siderándolo conducente para incrementar sus propios beneficios.
Mientras rigió un mercado de vendedores y estaban planificados los
inputs, así como los outputs a alcanzar, podían las empresas explo­
tar las variaciones fortuitas del precio respecto del coste o incor­
porar al proceso productivo materiales o ingredientes más caros;
los abusos a que condujeron tales prácticas eran el tema favorito
de los caricaturistas, dedicados a satirizar algunos aspectos de la
vida real en la que los individuos frustraban las buenas intenciones
de los planificadores.
Aunque haya desaparecido el mercado de vendedores, y con él
las motivaciones que servían de fundamento al racionamiento de
los bienes de producción, es decir, el sistema de los balances mate­
riales, hay considerables intereses creados en el sistema del racio­
namiento, sobre todo el Comité Estatal de Abastos (Gossnab),
que es la autoridad superior en lo relativo al racionamiento; los
directores de empresa que pueden atribuir el fracaso de su plan
La central hidroeléctrica de Bratsk que aicanzó en 1963
t n Ib página siguiente
una capacidad de 4.700 MW —ia mayor dei mundo hasta que funcione ia de
Kiasnoyarsk (5.000 MW), también en Siberia orientai— fue un ejemplo de
planificación ineficiente. Su embalse hizo preciso el traslado de un ferrocarril
incién construido lo cual se hizo apresuradamente con grandes gastos aunque
las fábricas de aluminio que habían de consumir el 70 por 100 de
m electricidad no se instalaron hasta siete años después.

de producción a la falta de cumplimiento —sin culpa alguna por


MI parte— de su plan de inputs; el ejército de «impulsores» priva­
dos (traducción de la palabra rusa tolkachi, locomotora de empuje)
que se ganan la vida prestando servicios, tales como el de poner
en contacto a los empresarios que tienen excedentes de producción
con los que tienen déficit, e incluso los funcionarios locales del
Partido que pueden ejercer su influencia interviniendo a nivel su­
perior para asegurar un mejor cupo o un suministro que sin su
intervención hubiese sido inferior a lo planeado. Tales actividades,
sea a título oficial o particular, forman, sin embargo, parte de la
amplia esfera de funciones individuales que unas veces ayudan y
otras distorsionan el proceso planificado del mecanismo económico.

f El campo de iniciativa personal


Las ventas de sus productos hechas por unos agricultores a otros
o a los particulares y los tratos relativos a otros pocos bienes y
servicios realizados por ciudadanos privados son las únicas tran­
sacciones que dependen enteramente de las decisiones de personas
o entidades que no sean la administración estatal. El Estado deja
al individuo la elección concreta del empleo y de los servicios y
bienes de consumo, pero determina las corrientes financieras que
configuran la oferta, es decir, el fondo salarial y las cantidades pues­
tas a la venta al por menor; las reformas recientes están consiguiendo
que los suministros de bienes y empleos respondan mejor a las
preferencias del público, pero la oferta total sigue estando a discre­
ción de las autoridades.
El pequeño papel jugado por las transacciones privadas para ase­
gurar la cohesión económica no refleja la magnitud relativa en la
que se utiliza la iniciativa personal para coordinar los inputs y los
outputs y para efectuar el proceso de distribución. Ciertos elementos
de iniciativa personal deben integrar la formulación y la ejecución
de cualquier plan, por muy burocrático o autocrático que sea el sis­
tema de gobierno. Lenin, Stalin y Khrushchev, cada uno a su manera,
manifestaron en su política económica predilecciones que dimanaban
de su preferencia personal; comentaba en cierta ocasión Khrushchev
que durante el mandato de Stalin a nivel ministerial o de otros fun­
cionarios se solían adoptar las decisiones administrativas basándose
en quién podía «gritar más fuerte«. Esta crítica es sin duda tan exa­
gerada como lo es la pretensión del Gobierno soviético de ser el
único depositario de una política científicamente fundamentada. Como
todas las demás administraciones, no tiene más remedio que dejar
cierta libertad de acción al ejercicio del influjo personal, desde la
formulación de la política general hasta la gestión de las empresas.
El equilibrio entre la decisión individual y la colegialidad (kollegial-
nost) ha seguido en la URSS hasta cierto punto la misma pauta que
el que ha habido entre la dictadura y la dirección colectiva en el
centro del poder. Por tanto, después de la muerte de Stalin y de Lenin
y de la dimisión de Khrushchev se puso especial énfasis sobre la
colegialidad en todos los niveles de la administración.
En la empresa estatal, sin embargo, se ha seguido aplicando la
«autoridad unipersonal» (edinonachalie) desde los años veinte, cuan­
do suplantó a la «forma vertical de gestión», denunciada por fin
en 1929, que consistía en una delegación de funciones en la que las
diversas tareas de la dirección (por ejemplo, la financiación, el per­
sonal, la tecnología) estaban distribuidas entre diversos jefes de ser­
vicios, subordinados cada uno a autoridades distintas. El director de
una fábrica o de una granja estatal es personalmente responsable
de las actividades de su empresa y de su personal, de a quién con­
trata y a quién despide (a excepción del jefe contable, cuyo nombra­
miento es considerado por la autoridad supervisora como una pro­
tección de la independencia de la contabilidad). Obligado a actuar
acuerdo con los objetivos planificados, el director tiene abiertas
posibilidades de acción. En primer lugar puede obrar con inde-
h'lencia cuando no se ha fijado ningún objetivo (o cuando lo ha
lo en términos generales y él puede optar entre diversos modos
cumplirlo). En segundo lugar, frecuentemente puede sustituir el
liiplimiento de algunos objetivos por el de otros. En principio, se
|ienlan en coordinación con el director unas instrucciones antes
que comience el período anual del plan: se pretende que el
^hpronifinplan sea una verificación de la coherencia a promover
!)ivcl de las unidades productivas, pero no están previstas todas las
^nlualidades y le llega con frecuencia al director en su forma final
icho después de comenzar el año; mientras tanto tiene que aplicar
| l l i rector su propio juicio y experiencia para responder a lo que se
tra de él. Se hacen, además, a menudo durante el año reajustes
los planes de las empresas. Los cambios en las circunstancias
tinas, los diversos grados de cumplimiento del plan, o la demos-
pii'in de que ha habido errores en la planificación inducen a los
mismos planificadores y supervisores a alterar sus instrucciones
|¡nales; tales alteraciones del plan pueden significar un nuevo
jpo abierto a la iniciativa del director entre sus objetivos revi-
|>s. En tercer lugar, puede el director dar informaciones inexactas
el funcionamiento de su empresa o sobre el cumplimiento del
"I, sea para disimular su actividad real o para inducir a la auto-
di superior a fijar para el siguiente período de planificación obje-
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en quién podía «gritar más fuerte». Esta crítica es sin duda tan exa­
gerada como lo es la pretensión del Gobierno soviético de ser el
único depositario de una política científicamente fundamentada. Como
todas las demás administraciones, no tiene más remedio que dejar
cierta libertad de acción al ejercicio del influjo personal, desde la
formulación de la política general hasta la gestión de las empresas.
El equilibrio entre la decisión individual y la colegialidad (kollegial-
nost) ha seguido en la URSS hasta cierto punto la misma pauta que
el que ha habido entre la dictadura y la dirección colectiva en el
centro del poder. Por tanto, después de la muerte de Stalin y de Lenin
y de la dimisión de Khrushchev se puso especial énfasis sobre la
colegialidad en todos los niveles de la administración.
En la empresa estatal, sin embargo, se ha seguido aplicando la
«autoridad unipersonal» (edinoimchaUe) desde los años veinte, cuan­
do suplantó a la «forma vertical de gestión», denunciada por fin
en 1929, que consistía en una delegación de funciones en la que las
diversas tareas de la dirección (por ejemplo, la financiación, el per­
sonal, la tecnología) estaban distribuidas entre diversos jefes de ser­
vicios, subordinados cada uno a autoridades distintas. El director de
una fábrica o de una granja estatal es personalmente responsable
de las actividades de su empresa y de su personal, de a quién con­
trata y a quién despide (a excepción del jefe contable, cuyo nombra­
miento es considerado por la autoridad supervisora como una pro­
tección de la independencia de la contabilidad). Obligado a actuar
dr acuerdo con los objetivos planificados, el director tiene abiertas
iirs posibilidades de acción. En primer lugar puede obrar con inde-
i'.'ndencia cuando no se ha fijado ningún objetivo (o cuando lo ha
ido en términos generales y él puede optar entre diversos modos
de cumplirlo). En segundo lugar, frecuentemente puede sustituir el
I limplimiento de algunos objetivos por el de otros. En principio, se
i. iierdan en coordinación con el director unas instrucciones antes
de que comience el período anual del plan: se pretende que el
<|•khpromf¡nplan sea una verificación de la coherencia a promover
I nivel de las unidades productivas, pero no están previstas todas las
eventualidades y le llega con frecuencia al director en su forma final
mucho después de comenzar el año; mientras tanto tiene que aplicar
•I director su propio juicio y experiencia para responder a lo que se
espera de él. Se hacen, además, a menudo durante el año reajustes
e n los planes de las empresas. Los cambios en las circunstancias
externas, los diversos grados de cumplimiento del plan, o la demos-
liación de que ha habido errores en la planificación inducen a los
■Mganismos planificadores y supervisores a alterar sus instrucciones
originales; tales alteraciones del plan pueden significar un nuevo
«ampo abierto a la iniciativa del director entre sus objetivos revi­
rados. En tercer lugar, puede el director dar informaciones inexactas
■obre el funcionamiento de su empresa o sobre el cumplimiento del
plan, sea para disimular su actividad real o para inducir a la auto-
I ídad superior a fijar para el siguiente período de planificación obje-
178 El comedor de una fábrica de Moscú en 1954.
El “ Cuadro de Honor" de la derecha exhibe
los retratos de Lenin y de Stalin, y de obreros qu
se han distinguido en la producción; detrás de la i
columna hay un cartel del ejército y a la izquierdj
un “ periódico mural” .

tivos que serían para él más ventajosos. Estos últimos son alguno!
de los problemas de la planificación y de la información que ya han
sido examinados en el capítulo 3.
La rigidez tiende a ser una característica importante de la planii
ficación soviética: en el capítulo 8 (página 200) se discute la estábil
lidad estructural y el modo en que las «normas de los planificadores»]
guían las decisiones, mientras que en su comportamiento microeco-T
nómico están encauzadas todo lo posible las reacciones del empre-J
sario hacia los modos de obrar deseados por los planificadores. Las]
gratificaciones y los ascensos recompensan el conformismo; las des-I
tituciones, traslados y sanciones tales como multas y la exigencia]
de responsabilidades civiles (y en ocasiones incluso el procesamientoj
criminal) son amenazas que pesan sobre toda conducta divergente; [
se dictan disposiciones detalladas sobre la manera de disponer de los]
fondos, etc. Las delimitaciones de los derechos y responsabilidades]
de los empresarios datan de 1923, pero la práctica actual se formuló!
en 1930: las sucesivas revisiones de 1955 y de 1964 han concedido!
una autonomía ligeramente mayor. En 1929 se constituyeron las!
«asambleas de producción» de los obreros de cada empresa para!
compensar la negación de toda participación de los sindicatos enj
las decisiones empresariales, y fueron revigorizadas en 1958, pero
hasta ahora apenas han coartado la autoridad del «triángulo» (véase I
página 150) ni han iniciado la evolución que justificaría se les equi­
parase con los consejos obreros de Yugoslavia (donde han dirigido
sus empresas desde 1952) o con las juntas de gerencia, establecidas]
en 1968 en las empresas checoslovacas y rumanas. A los obreros, í
individualmente o en equipo, se les anima a que hagan sugerencias !
para la introducción de mejoras e innovaciones —con las correspon­
dientes recompensas en dinero y distinciones en el «cuadro de ho­
nor» de la empresa—, pero su libertad consiste esencialmente en la
naturaleza incontrolada del mercado de trabajo.

La función de los intermediarios


El control sobre la mano de obra se ejerce únicamente del lado de
la demanda, es decir, de la oferta de puestos de trabajo y de las
pagas en los empleos estatales y mediante la emisión de documentos
de identidad (pasaportes internos) para los agricultores de las gran-
1

llhít ^

•V

i.is colectivas, que, sin tales documentos, tienen que residir en su


Tanja. Desde el punto de vista de la oferta influye el Gobierno prin-
iipalmente a través de la planificación de la educación, desde la
enseñanza primaria a la enseñanza técnica y superior (a los gra-
iluados universitarios y sus equivalentes se les pide que durante los
líos primeros años de empleo ocupen un determinado puesto de
Irabajo, pero sin que .se les obligue legalmente a ello), y se alistan
de modo organizado (or^iuihor) cierto número de habitantes de las
aldeas para trabajar en la ciudad o para instalarles en otras zonas
rurales. La inexistencia de agencias laborales —el intercambio de
mano de obra en los puestos de trabajo fue suprimido poco después
de la declaración oficial de 1930 de que había sido eliminado el
desempleo— es una de las deficiencias de lo que se podría llamar
la función de los intermediarios en la URSS. La oferta de puestos
de trabajo varía grandemente según las regiones y cada vez apa­
recen más peticiones en la prensa soviética en pro del restablecimiento
de las oficinas de colocación y de las comisiones de colocación para
jóvenes, establecidas en 1955 ; durante la primera década de su exis­
tencia intentaron éstas no con mucho éxito imponer a las empresas
locales cuotas para el empleo de los escolares que terminaban sus
estudios. Parece que el Gobierno tiene aún la esperanza de encon­
trar la solución al problema del empleo de los jóvenes en una plani-
180

ficación laboral más detallada a fin de evitar divergencias entre la


demanda de estudiantes que abandonan ya el colegio o la universidad,
de aprendices y otras personas en período de prácticas y el número
de ellos disponible; pero se tiene que enfrentar con una serie de
incentivos y valoraciones de los empleos que frustra la efectividad
‘ I del mero ofrecimiento de colocaciones. Así una encuesta que se hizo
en 1964 en Siberia entre escolares que abandonaban el colegio reveló
que el 87 por 100 de los hijos de agricultores querían una ocupación
en la industria y solamente el 13 por 100 deseaban continuar en la
agricultura; aquellos cuyos padres trabajaban en la industria pre­
ferían predominantemente colocarse en las profesiones (60 por lüO),
un 35 por 100 estaba dispuesto a colocarse en la industria, el 5 por
100 deseaba ingresar en el cuerpo administrativo, pero nadie quería
ser agricultor.
Otro terreno en el que hay una gran necesidad de intermediarios
son las transacciones que se realizan en el sector estatal. Ya se ha
mencionado (página 175) el papel de los tolkachi en la distribución
de los excedentes de stocks; forma parte de una amplia red de true­
ÍW
ques que atenúa las rigideces del sistema de «aprovisionamiento ma­
terial y técnico». En general, no puede tener lugar el trueque bila­
teralmente entre empresas puestas en contacto mutuo por el servicio
de abastos (Gossnab), ya que la una utiliza el output de la otra como
input propio, pero no a la inversa. Para que el output de la empresa
receptora sea de utilidad a la empresa proveedora, hay que encontrar
una tercera (o un número aún mayor de interesadas en un largo
circuito) que pueda utilizar aquel output y suministrar algún input
a la primera empresa proveedora. No se puede emplear dinero, por­
que, en el sistema antes descrito (página 116), sólo existe valor cuando
hay una contrapartida en bienes materiales. Técnicamente es la mis­
ma situación que la del comercio internacional entre países con divi­
sas inconvertibles; son necesarios circuitos multilaterales si la com­
pensación mutua ha de exceder las posibilidades del comercio bila­
teral. Además, solamente se puede sacar dinero de una cuenta ban-
caria para financiar una transacción determinada en términos reales,
no permitiéndose los créditos comerciales ni transferencias puramente
financieras (véase página 160). Sirviendo de intermediarios entre las
empresas estatales, los tolkachi son los que en realidad negocian los
precios de eficiencia paralelamente a las transacciones autorizadas
181

or el Gossnab. Se trate de un precio implícito —es decir, de una


.ansacción estrictamente de trueque— o de un pago en dinero, el
'fe osle tiende a ser mayor para la empresa consumidora que el precio
lie se autorizaría si el suministro se hiciese en calidad de asignación
I ificial (fondy, en la terminología soviética). Esta curva de costes
I miscamente discontinua que rige para toda empresa que compre
|ín cantidad mayor al cupo que tiene asignado es uno de los rasgos
I distintivos de la microeconomía soviética. Sus efectos están limitados
I por los controles financieros (incluyendo la obligación impuesta a las
empresas de cumplir cada año un determinado plan de costes unita­
rios) y por la posibilidad de disimular los desembolsos suplementa­
rios en otras partidas contables: la paga misma de los tolkachi se
efectúa unas veces con cargo a la nómina de salarios y otras con
cargo a los fondos para viajes de negocios ( komandirovki), etc. En
)957 se lanzó una campaña para reducir las actividades de los tol­
kachi estableciendo almacenes descentralizados con facultad para
[vender «al margen de la ración», y delegando el control que los
I ministerios ejercían sobre la industria a las autoridades regionales
I que regulaban la producción (sovnarkhozy) \ como una contribución
menor a la campaña, se hicieron simultáneamente más estrictas las
I normas sobre los viajes de negocios.
' La esfera del mercado libre está también restringida por el hecho
de ser los organismos centrales los que planifican los inputs (prin­
cipalmente el Gossnab) y de estar supervisados los contratos entre
las empresas por el correspondiente ministerio industrial. Es infre­
cuente que una empresa no aplique los productos a los usos seña­
lados por la autoridad central (aunque tales productos no sean todos,
ni con mucho, bienes de producción) o que desatienda sus contratos
(hacerlos cumplir es incumbencia del organismo arbitral estatal,
liosarbitrazh).
Lo que es más importante, con la reforma de 1957 se pretendía
flexibilizar las relaciones entre los clientes y los consumidores con
la supresión de los ministerios (dentro de los cuales circulaban los
bienes de producción, siendo frecuente la discriminación en desfavor
lie los suministros a los clientes no pertenecientes al grupo). Se espe­
taba que las autoridades regionales serían el instrumento para enlazar
a unas empresas con otras sobre una base más racional —fomentan­
do, sobre todo, los intercambios comerciales locales cuyo posible
182

volumen habían tendido a ignorar los funcionarios avezados a las


«barreras ministeriales»—. En un país de la extensión de la URSS
el transporte a gran distancia, ocasionado por preferencias intrami-
nisteriales, se había convertido en una importante fuente de costes
adicionales. Sin embargo, la mayoría de los servicios centrales de
abastos fueron mantenidos en un esfuerzo por reprimir la otra alter­
nativa latente, las preferencias locales; este control resultó ser insu­
ficiente y de hecho para fines de 1962 se restablecieron los ministerios
(como comités estatales para la coordinación de las diversas indus^
trias). Las autoridades regionales no fueron desplazadas por los reH
constituidos ministerios hasta 1965, en conexión con la reforma eco­
nómica general, pero se esperaba poder salir al paso de su tendencia
a la autarquía interna dando, por una parte, al Gossnab mayores
facultades —aunque controlando menor número de productos— y,
por otra parte, incrementando los llamados «enlaces directos» entre
las empresas en el establecimiento de mutuas relaciones contractuales.
En la medida en que estas reformas conceden a las empresas el dere-i
cho de ser sus propios intermediarios, se ha visto reducida la necesi­
dad de los tolkachi.
Quedaba otro organismo con funciones de intermediario respecto
de los bienes de producción, los comités locales del Partido Comu­
nista. En las circunstancias de un mercado predominantemente de'
vendedores, no siendo aceptados en algunas ocasiones los cupos de
bienes de producción o siendo aplicados a otros destinos dentro del
circuito intraministerial, el primer secretario del comité (provincial)
del oh/ast —ohkom en abreviatura— del Partido estaba con frecuen­
cia dispuesto a intervenir en nombre de una empresa local ante el
servicio de abastos central, un ministerio industrial o la administra­
ción de los ferrocarriles (cuando estrangulamientos en el transporte
amenazaban detener el transporte de la producción). Sus motivos de
intervención coincidían con los de la empresa, puesto que el cum­
plimiento del plan industrial de su oblast era considerado por sus
superiores como demostración de un trabajo satisfactorio. La reor­
ganización de 1957 realzó el interés del secretario del Partido al
delinear la base de la región económica dentro de los límites de su
influencia política: se establecieron más de cien sovnarkhozy con
el fin de dar a casi todos los secretarios del Partido importantes su
«propia» región. El consejo de sovnarkhoz incluía normalmente re­
183

presentantes del ohkom local y no había ningún caso en que los


límites territoriales del uno cortasen a los del otro. La asociación del
•ecretario del Partido a las decisiones económicas fue aún mayor
en 1962, año en que se convirtió ex oficio en miembro de los con-
*p|os territoriales de producción, entonces establecidos para controlar
l»s granjas estatales y colectivas de la zona; posteriormente ese mis­
mo año fue dividido el Partido en organizaciones industriales y agrí­
enlas con el fin de actuar aún más intensivamente como agente de
twordinación local. La propuesta de Khrushchev en el sentido de
que el sueldo del secretario del Partido debería variar con arreglo
I los resultados económicos locales no tuvo realización antes de per­
der él su cargo, cuando se revocó la escisión del Partido.
Desde las reformas de 1965 ha habido la tendencia de dotar a la
empresa de cierta competencia comercial efectiva, y el desposeer al
Partido de su función de intermediario ha coincidido con el intento
de dividir el poder ejecutivo entre Brezhnev (en lo relativo al Par­
tido) y Kosygin (a las instituciones económicas y administrativas).
Respecto de los bienes de consumo los «especuladores», de los
que ya se ha hablado (página 165), sirven de productores y de inter­
mediarios privados entre la red estatal de comercialización y el con­
sumidor final. Se desvanece la distinción entre la producción y la
distribución cuando son los empleados del Gobierno los que se entre­
pan a estas actividades con fines de lucro privado. El personal de
l.is factorías estatales que trabajan además por su cuenta y para su
beneficio (na levo en el argot ruso) o los chóferes de coches oficiales
que los utilizan además como taxis se asemejan en su función eco­
nómica a los dependientes de comercio que reservan los artículos de
que hay escasez para los clientes que paguen más. La actividad com­
binada de los tolkachi, spekulyianty y levaki —impulsores, especu­
ladores y oportunistas— son un barómetro que indica el grado en
que se consigue la cohesión dentro del sector planificado de la
economía.

Principios políticos básicos


En la medida en que con las recientes reformas lleva a efecto el
sector planificado la cohesión económica con bastante mayor efica­
cia, disminuye la necesidad de servicios administrativos separados.
Italia

URSS
Francia
S *E. Unidos
Gran
\ Bretaña
\
\
\
'Alem ania

C o m p a ra c ió n de la in v e rs ió n en 1 9 5 4 /6 0
con la p ro d u c c ió n en 1 9 55/6 1

■ C o m p a ra c ió n de la in ve rsió n en 1 9 6 0 /6 5
■ con la p ro d u c c ió n en 1 9 6 1 /6 5

URSS Francia Alemania Italia Gran


Bretaña
Japón
I
E s ta d o s
U n id o s
f iqura 7. Porcentaje del incremento anual del producto nacional bruto. El
(i'iliierno soviético concede gran importancia a la estabilidad, pero las recientes
lln. tuaciones de crecimiento son similares a las que ha habido en
I Miopa Occidental en los anos sesenta.
figura 8. Aumento de la inversión fija (excluida la construcción de viviendas)
d>-i i|ue se deriva cada incremento unitario del producto nacional bruto. La
tullida en la razón formación de capital producción influyó en la decisión de
riii'ioiar la eficiencia nacional con la reforma económica de 1965.

peto tales prácticas privadas no pueden ser plenamente integradas


hasta que el mecanismo regido por el Estado pueda reaccionar más
iticcuadamente a los problemas de coordinar los recursos y de uti­
lizar los productos finales en forma de consumo o de inversión.
El paso ulterior completamente diferente consiste en analizar los
fines que pretende realizar el mecanismo estatal de la combinación
dr los recursos. Los economistas soviéticos y las declaraciones del
(lobierno y del Partido sobre los objetivos económicos transforman
la búsqueda de una fundamentación racional, en esperanza para el
fiiliiro comunismo, y aceptan, mientras éste llegue, la tesis de que
las leyes económicas se pueden deducir de las prácticas del Estado
locialista. El libro de texto oficial ruso Economía Política, publicado
por primera vez en 1954, conserva en todas sus ediciones posteriores
C'-la definición de la economía socialista: es «el estudio de las leyes
por las que se rige el nacimiento y el desarrollo de las relaciones
«ocialistas de producción, y de su transformación por fases en las
relaciones de producción comunistas».
Ya se han e.sbozado los principios en los que el gobierno sovié­
tico basa sus decisiones. El capítulo 1 explicaba por qué la propiedad
estatal del capital se considera inalterable, y de esas premisas sacaba
rl capítulo 2 conclusiones sobre la función del Estado, la cual está,
« su vez, limitada por ciertas preconcepciones que surgen de la
reconocida base clasista de la administración soviética (capítulo 3).
Tanto el mecanismo económico que se acaba de analizar (capítu­
los 4-7) como los objetivos de la economía (examinados en la parte
final del libro) están condicionados por los puntos de vista filosó­
ficos y políticos soviéticos; si bien toda consideración del funcio­
namiento de la economía requiere la asistencia de otras ciencias so­
cales, su integración es inevitable en el caso de la URSS. Marx dedicó
MIS investigaciones a probar su interdependencia; hay que considerar
i’l mecanismo económico soviético actual como el complemento de
las instituciones políticas.
Fueron los factores políticos más que ninguna otra cosa lo que
iiriginó la adopción de un modelo económico no paramétrico. Stalin
(• hizo cargo de un Partido Comunista que monopolizaba el control
nacional y en el que la autoridad del Comité Central estaba por
encima de todo: para defender este proceso había acuñado Lenin
el concepto del «centralismo democrático». Stalin culminó el ápice
180

I. >i 170
p ro d u c c ió n de la in d u s tria c iv il

160

150

140

130

120 p ro d u c c ió n a g rícola

110

100
1961 '62 ■63 ■64 '65 '66 1967

del poder trasladando la autoridad suprema al Secretariado del Par­


tido y por tanto a sí mismo; los hombres y las medidas que se adop­
tasen eran en última instancia responsables tan sólo ante su voluntad
arbitraria. Los sucesores de Stalin, aunque han comenzado a imponer
el imperio de la ley («el fortalecimiento de la legalidad socialista»)
para reprimir las violaciones más salientes de las libertades civiles,
no se han sometido ellos mismos a esa ley. También en el terreno
económico Stalin y los gobiernos posteriores han considerado esen­
cial reservarse el derecho exclusivo a definir el bien público. Tal
aparato estatal no paramétrico ha traído la simetría a las formas
de gestión económica.
Sería, en cambio, una simplificación abusiva sugerir que si para
dirigir la producción siguen siendo ignorados los parámetros micro-
económicos es porque las autoridades políticas quieren mantener un
control minucioso. Esto es parte de la verdad, ya que los dirigentes
del Partido Comunista soviético han estado largo tiempo acostum­
brados a gobernar mediante órdenes y reglamentos a nivel central y
local. La tentativa hecha por Khru.shchev en 1962 de convertir en
función expresa del Partido la regulación de la producción (pági­
na 183) fue denunciada dos años más tarde, no porque se pensase
que por principio no debía el Partido intervenir en la economía, sino
1Mqura 9. Tasas comparativas del crecimiento industrial 187
V del agrícola O'ndice, 1960 = 100). El estancamiento
iii- la producción agrícola en relación con ei crecimiento
I inílustriai se ha debido a la prolongada inadecuación de la
h'versión y de los incentivos. La reorganización industrial
ilr 1965 estuvo acompañada de ciertas reformas de la
I (i<-.tión y control de la agricultura.

porque en la práctica se hacia responsables a los funcionarios loca-


lles del Partido de la producción de su zona sin que se les diese el
I poder pleno de dirección que estaba reservado a los mandos supremos.
Otra explicación es que las autoridades superiores dan un valor
I mayor a la producción que a la distribución; les parece más impor­
tante poder fijar objetivos explícitos, hacer realidad los fines de la
expansión industrial, de la defensa o la carrera espacial que ampliar
las posibilidades de elección abiertas al público o al consumidor
privado. Pero también esta explicación es parcial, ya que las últimas
reformas, aun cuando persiguen el crecimiento económico, permiten
I de hecho mayor selección que nunca a los que adquieren bienes de
producción y de consumo. Era, sin embargo, inevitable aceptar los
I nuevos principios de la distribución si se quería mantener la tasa
normal de desarrollo por encima del 5 por 100 anual. Como indican
las figuras 7-9, la continua expansión del producto nacional bruto
estaba en peligro inmediatamente antes de la introducción de las re­
formas : no se podía corregir las causas, cuyos síntomas eran la
decreciente productividad del capital y el retraso de la producción
agrícola, sin conceder a las unidades de producción mayor libertad
en la selección de sus inputs. En consecuencia se ha recurrido al
fomento, para fabricantes y comerciantes, de relaciones comerciales
más libres y directas sin establecer el mercado.
Las razones de lo que ha hecho el Estado soviético quizás estén
también en tres factores más técnicos. En primer lugar, tal vez haya
habido demasiado pocas personas con verdaderas dotes de empresa-
lio para nutrir con ellos las empresas a nivel de producción. Muchos
de los miembros de más categoría de la Comisión de Planificación
V de los' ministerios industriales podrían ocupar en una firma comer­
cial los puestos directivos más elevados, pero los directores de las
f.Sbricas son predominantemente ingenieros o técnicos y están ave­
zados, y sagazmente adaptados, al sistema de economía dirigida. Las
primeras tentativas de configurar la dirección de empresas como una
carrera profesional y como materia de estudio fueron desbaratadas
.1 mediados de los años treinta; hasta 1968 no se estableció un Ins­
tituto de Administración de Empresas para preparar personal y ase­
sorar. En segundo lugar, de modo general no ha habido relaciones
lie mercado desde el comienzo de la primera guerra mundial; incluso
i-l limitado comercio de ia n e p terminó hace cuatro décadas. Pro-
188

poner ahora un sistema de precios activos cuando la economía es de]


tal complejidad que se fijan corrientemente cinco millones de precios]
pasivos, no es ya^resucitar un instrumento de gestión económica, sino!
inventarlo de nuevo. Para terminar, la economía soviética ha man­
tenido las importaciones a un nivel inferior al 3 por 100 del producto
nacional bruto desde el comienzo de los años treinta: aún hay pocas I
perspectivas de que penetren las relaciones de mercado a través del j
sistema de precios del comercio exterior.
Estos tres factores no se daban en las economías que introdu-j
jeron reformas paramétricas en 1967-68. Las que entonces iban aj
la cabeza, Checoslovaquia y Hungría, conservaban aún cierto poten-1
cial de aptitudes empresariales y habían tenido una experiencia mu-1
cho más reciente del sistema de precios libres y las circunstancias les [
obligaron a depender en alto grado del comercio. Pero no es preciso
añadir que la liberalización política siguió a los cambios económicos 1
radicales y que tales consecuencias parecen ser inaceptables para elj
Gobierno soviético.
8 El desarrollo económico

La opción por una economía dinámica


Ninguna economía ha sido capaz de industrializarse y al mismo tiem­
po de distribuir equitativamente los frutos de su desarrollo entre los
miembros de la sociedad. En Europa occidental y en Norteamérica
se mantienen aún las cicatrices materiales y las tensiones sociales
derivadas de la manera en que las primeras generaciones de la socie­
dad capitalista crearon el mecanismo económico actual. Sería razo­
nable esperar que un proceso que llevó 250 años en Inglaterra o un
siglo en los Estados Unidos supondría una coacción y desigualdad
proporcionalmente mayores cuando, como es el caso de la Unión
Soviética, la transformación se ha realizado en 50 años. Tal con­
clusión, sin embargo, no es axiomática. Si los soviéticos optaron por
el crecimiento frente al igualitarismo distributivo, lo hicieron sobre
el trasfondo del pensamiento socialista —incluyendo el de Marx y
Engels que concedía la prioridad a la redistribución de la renta
una vez que se hubie.sen sometido al control popular las fuentes de
la riqueza. Hay que reconocer que las esperanzas de los pensadores
socialistas del siglo xix se habían apoyado en la expectativa de que
la revolución tendría lugar en el más rico de los países capitalistas:
el potencial material disponible para la redistribución se vio muy
reducido cuando la Revolución se produjo en una economía pobre.
AI principio, y dentro de las restricciones impuestas por una econo-i
rnía de baja productividad, el Gobierno soviético adoptó ciertas me­
didas para redistribuir la renta. Esta política sufrió un cambio cuando
comenzó el país a industrializarse rápidamente, y la consecución de
la igualdad quedó relegada al futuro más distante del comunismo
total.
Una segunda circunstancia que hubiera podido atenuar las difi­
cultades sociales y materiales del crecimiento acelerado, era el hecho
de que la Unión Soviéticg podía disponer de la adelantada tecnología
de los países capitalistas avanzados. La Unión Soviética importó
equipo industrial en grandes cantidades durante el primero y el se­
gundo plan quinquenal; sus pedidos de bienes de capital dieron
trabajo a muchas fábricas de maquinaria en Inglaterra y en los Esta­
dos Unidos, los países que más sufrieron los efectos de la disminu­
ción de la inversión durante la depresión de los primeros años treinta.
La productividad del capital, y por tanto el rendimiento material
191

p..i cada unidad de consumo a la que se renuncie, era considera-


>l'*mente mayor en la situación de los planificadores soviéticos que
|i' *^ue para los empresarios ingleses o norteamericanos en el estadio
luivalente del desarrollo capitalista.
I.as circunstancias en las que se eligió la vía de desarrollo pecu-
II de los planes quinquenales diferían de las de los países capita-
i>.!as en tres cosas principalmente, consecuencia de lo cual fueron
r- diferencias en el contenido mismo del desarrollo. En primer
II ’ar. el dinamismo que comunicó Marx a su interpretación de la
loria pedía que .se fijasen unos objetivos por los que medir el
piiiereso de una economía socialista. La repartición de la historia
fiiinómica soviética en períodos equivale a exigir de los planifica­
dores el establecimiento de objetivos dinámicos: durante el primero
\ el segundo plan quinquenal se echaron los «cimientos del socia-
li mo» y sus «bases materiales», y cuando se había completado ya la
c' ipa del socialismo, hubo que poner las «bases materiales y técnicas»
,1.1 comunismo (período que se declaró había comenzado con el plan
itenal nroyectado para 1959-65). Así pues, cada estadio en el pro-
l io de la sociedad soviética se podía medir en términos físicos, pero
I into menor fuese el número de objetivos, tanto menos ambiguo
menos difícil sería su cumplimiento. La economía soviética ha sido
■-.•ientemente dinámica en algunas de las metas escogidas por su
(ii.bierno —sobre todo, en el establecimiento de enormes complejos
iiulustriales básicos y para la defensa, y de un avanzado programa
i. ro-espacial—, pero el éxito mismo obtenido en la consecución de
-iliiiinos objetivos ha obstaculizado la consecución de otros (especial-
I íiu-nte el desarrollo agrícola y el sector de los servicios) y la capacidad
• maniobra para desviarse de esos objetivos. Cuando las autoridades
íiiviéticas quedaron libres, después de la muerte de Stalin, para recon-
nalcrar sus programas materiales e instituciones económicas, los cam-
b os estructurales eran mucho menos practicables que en las socie-
í! ides de economía de mercado.
Esto fue consecuencia de la inhibición de otras alternativas que
p.iradójicamente acompañó a la libertad que el centralismo soviético
otorgó a los que controlaban su economía. Ya se ha de.scrito la ma­
tura en que quedaban excluidas las opiniones divergentes: en virtud
úi- la colectivización de la agricultura y de la nacionalización del
trsto de la economía, no cabía que los propietarios privados de los
t/-2
M 192 Instalando maquinaria inglesa en la central eléctrica]
Octubre Rojo, Leningrado, en enero de 1929.
La capacidad (90 MW) de ios turbo-generadores
adquiridos para esta planta igualaba la capacidad ■
total de todos los generadores producidos en el pai'sl

medios de producción apelasen contra la violación de sus intere.ses;!


aquellos grupos cuyos intereses pudieran retrasar o promover la con{
secución de los objetivos elegidos fueron respectivamente relegados
de o ascendidos a una posición de influencia; y, sobre todo, las san-j
dones y recompensas concomitantes al centralismo político disminu-l
yeron en gran manera la posibilidad de que los individuos se des-|
viasen de la política económica elegida.
La naturaleza de los canales de información desembocó, en tercer!
lugar, en la práctica de convertir las tareas económicas en pocas y |
claras. La población era preponderantemente analfabeta; se estableciój
la enseñanza obligatoria solamente durante el primer plan quinquenal,f
y, un vez desaparecido el sistema de indicadores de mercado, lo que!
le sustituyó en forma de órdenes y respuestas tuvo que quedar redu-|
cido a los elementos más esenciales para que siquiera funcionase.F
Los precios son un reflejo connatural de las relaciones económicas,!
y no una invención desarrollada por la sociedad; ignorar las impli-j
caciones de las relaciones entre los precios exigía una información]
sobre la oferta y la demanda, cuyo volumen restringía las opcionesj
abiertas a los planes soviéticos. Incluso hoy día, cuando la técnica del
las computadoras y la rápida elaboración de datos permiten teórica-]
mente que se puedan formular los precios sin recurrir al mecanismo]
del mercado, la capacidad de las computadoras ha impedido hasta el]
momento a cualquier economía con una nutrida complejidad de fines!
eludir el sistema de precios. En las circunstancias de los años treinta,]
la indiferencia profesada por los soviéticos respecto de los precios!
no dejaba otra alternativa que la planificación dirigida. Esto es, sin]
embargo, verdad, porque las autoridades soviéticas consideraban esta]
relación desde el punto de vista inverso; pensaban que los precios I
serían una limitación a su libertad de planificar —apreciación ésta I
que, como se indica en el capítulo 3, tiene sus últimas raíces en la
concepción elitaria del gobierno heredada de Lenin—. El afincado
desdén por la planificación paramétrica puede derivarse de Trotsky,
según el cual la preservación de la Revolución exigía disciplina, mien­
tras que la información suministrada por los precios implicaba un |
proceso de espontaneidad.
Desarrollo autárquico
Al nivel en que se encontraba el desarrollo soviético inmediatamente
antes de los planes quinquenales, el crecimiento tenía que ir inevita­
blemente acompañado de un cambio estructural. Trotsky, cuando
declaraba que sería imposible «construir un barco de vapor con
numerosos botes de pescar», expresaba la misma idea que Schumpeter
«por muchos coches correo que juntes, jamás obtendrás de ellos
un ferrocarril»—. Lenin estaba de acuerdo con Trotsky en aceptar
que la finalidad económica del socialismo era «una organización
estatal planificada que retiene a decenas de millones de personas en
la más estricta observancia de un standard unificado de producción
V distribución». Dos sectores hubo que Lenin favoreció especialmen­
te : la energía eléctrica —a propósito de la cual ya se ha citado su
famoso slogan (página 88) y «la gran industria basada en los
liltimos descubrimientos de la ciencia moderna». La idea de un «sec­
tor punta» —la industria de la maquinaria y los sectores energético
V metalúrgico, que son su fundamento— tenía la ventaja sobre su
alternativa —el avance simultáneo en todos los sectores— de ser más
realizable en una economía subdesarrollada sin necesidad de ayudas
o créditos exteriores. Stalin puso fin a las reducidas oportunidades
lie inversión que quedaban abiertas al capital extranjero (por «con­
cesiones» otorgadas por Lenin en el n e p ) en circunstancias que su-
Ta b la 5 C o m e r c io n o rte a m e ric a n o -s o v ié tic o en m illo n e s de d o l a r e '

Importaciones soviéticas de EE.UU. Exportaciones soviéticas a EE.UU.


Precios Precios Precios Precios
corrientes desinflados corrientes desinflados

1925 68,9 43,3 13,1 8,2


1926 50,0 33,7 14,1 9,5
1927 64,9 45,8 12,9 9,1
1928 74,1 52,8 14,0 10,2
1929 84,0 63,5 22,6 16,5
1930 114,4 107,1 24,4 20,3
1931 103,7 112,2 13,2 15,2
1932 12,6 17,5 9,7 13,8
1933 9,0 11,8 12,1 18,5
1934 15,0 21,3 12,3 19,6
1935 24,7 37,1 17,8 27,9
1936 33,4 45,2 20,5 28,8
1937 42,9 56,2 27,2 33,2
1938 69,7 99,1 23,5 31,9
1939 56,6 74,5 24,9 30,3
1940 86,9 106,1 22,3 24,2
1941 108,0 121,8 30,0 29,0
1942 1.379,0 1.436,5 25,0 21,8
1943 2.994,8 2.901,9 29,9 23,0
1944 3.473,3 3.098,3 49,6 34,1
1945 1.836,5 1.530.4 56,2 34,4
1946 358,6 275,8 96,5 53,2
1947 149,1 1.105,4 77,1 39,7
1948 27,9 17,6 86,8 44,9
1949 6,6 3,8 39,2 20,9
1950 0,8 0,5 38,3 22,8
1951 0,1 0,06 27,4 15,0
1952 0,02 0,01 16,8 9,1
1953 0,02 0,01 10,8 5,8
1954 0,2 0,1 12,0 6,5
1955 0,3 0,2 16,9 9,3
1956 3,8 2,2 24,5 13,5
1957 3,5 2,0 16,5 9,3
1958 3,4 2,1 17,5 9,9
1959 7,4 4,7 28,6 16,9
1960 38,4 23,7 22,6 13,0
1951 42,7 25,3 23,2 13,6
1963 20,2 ib ,5 20,3 11,9
1964 144,6 84,8 20,2 11,6
1965 45,2 27,0 42,6 27,6
1966 41,7 25,0 49,4 31,3
Tibia 5. El comercio éntre los pai'ses que son actualmente las economías
Industriales de mayor volumen ha experimentado mayores fluctuaciones
que el de la URSS con los Estados industriales europeos. Sus puntos
culminantes fueron durante el primer plan quinquenal, durante la guerra
y con las cuantiosas ventas de trigo americano en 1964. La serie de precios
desinflados está reajustada a los cambios de precios.

jcrían que era tan improbable que afluyese el capital del extranjero
como del sector privado interno. Los sucesos del verano de 1927
tuvieron tales repercusiones que tal vez hayan sido decisivos para la
política de Stalin. La ruptura de relaciones diplomáticas con el Reino
i Inido originó un ambiente de guerra que dio pábulo a un fuerte
«tesoramiento en la Unión Soviética: el hecho de que los campesinos
retirasen sus abastecimientos del mercado indujo a Stalin a afirmar
que la garantía de la tasa de ahorro estaba en la planificación y
olectivización totales. El peligro de guerra, al mismo tiempo, hizo
ue Stalin reflexionase sobre la insuficiencia del armamento sovié­
tico ; ya el año anterior se había declarado partidario del desarrollo
en la línea de lo que él llamaba el modelo norteamericano —confiar
exclusivamente en el mercado interior más que en el comercio exte­
rior— y propugnaba políticamente el «socialismo en un solo país».
Según parece, fue la crisis de 1927 lo que le impulsó a no querer
«provechar las posibilidades de importar capital a la manera de los
empréstitos al Estado con los que la Rusia zarista se había indus­
trializado a fines del siglo anterior. Stalin no rechazaba en aquella
época el comercio; durante el primer plan quinquenal las importa­
ciones representaban entre el 12 y el 14 por 100 de la inversión bruta.
Pero las importaciones descenderían al 2 por 100 para cuando acabó
íl segundo plan quinquenal a consecuencia de una política de autar­
quía económica justificada por el desastroso bajón de la relación real
de intercambio soviética durante el primer plan quinquenal: se había
venido ésta deteriorando desde la mitad de los años veinte, pero en
1933 había descendido ya en un tercio por debajo del nivel al que
estaba al comienzo del plan.
La Unión Soviética era de hecho por entonces la nación que com­
praba más maquinaria a los Estados Unidos, pero en conjunto —como
SI- puede ver en la tabla 5— vendía menos que lo que compraba;
rsta figura abarca además todo el período que recoge la figura 3
Ieferente al total del intercambio comercial soviético: resulta evi-
ilcnte de la comparación de ambas figuras que la mayor proporción
de los envíos norteamericanos a la Unión Soviética fue durante la
guerra. Esto pone de relieve el dilema que se presentaba a los sovié­
ticos precisamente cuando era más aguda su necesidad de bienes de
capital. También los Estados Unidos se esforzaban por exportar, a
precios cada vez más bajos, los productos alimenticios y las materias
• flura 10. Indices oficia le s sovié tico s de p ro d u cció n (1 9 1 3 - !)•
luiciones d ifie re n de las u tiliz a d a s con ve n cio n a lm e n te en las econom ías
■ m ercado: el p ro d u c to m a te ria l n e to , d e fin ic ió n soviética de la renta
lonal e xclu ye los “ servicios no p r o d u c tiv o s "; ia p ro d u c c ió n in d u stria l
alcul'a de manera que en globe to d a s las entregas en tre las empresas
I que sume tan soló el v a lo r a ñ a d id o p o r cada em presa); la p ro d u cció n
. uco la in clu ye el pienso para el ganado y ta m p o co se calcula
mo valor añadido.

(rrimas que la Unión Soviética ofrecía a cambio de bienes de capital • Producto material neto
Pero a medida que aumentaban los precios de estos últimos en tér
minos de los productos agrícolas, aumentaba, en relación con 1;
inversión realizada con las importaciones, el volumen real de L ÍG rupo A
bienes de consumo desviados del consumo interno para la export—
ción. El descenso de la relación real de intercambio produjo el dete t Producción industrial global
rioro de los tipos de cambio internos —entre la renta real agrari
y la acumulación del Estado y entre la utilidad del consumo y la; Grupo 8 1
ventajas del ahorro—. Como la URSS no podía mudar su forma d.
emplear los recursos ni su capacidad de aprovecharse de los cambio;,
de la relación real de intercambio en su comercio con el resto del Producción agrícola global
mundo, hizo bien en prescindir de los contactos con el exterior
nmediatamente antes del plan quinquenal la agricultura absorbía
los dos quintos de la inversión anual de capital y tres cuartos de 1¡
■Tráfico total de mercancías
población con ocupaciones lucrativas. Habiendo 1.700.000 parado—
en las zonas urbanas en la primavera de 1929, era impensable quí
se produ'ese un movimiento acelerado hacia las ocupaciones indus
tríales hasta el punto de que la URSS pudiese beneficiarse de la reía | | Formación bruta de capital
ción real de intercambio —es decir, importando productos primario!— 20 40 60 80 100 120 140 160
y vendiendo manufacturas—. Aun cuando hubiese sido factible uri
cambio tan radical, su magnitud hubiese hecho oscilar los precios en
contra de la URSS (como ocurrió de hecho cuando comenzó a hacer
grandes importaciones de cereales en 1963). Siempre que el incre­ Obrando de esta forma, evitó Stalin, además, uno de los desequi­
mento de las manufacturas producidas en la misma nación costase librios que dificultan la planificación en los actuales países en
en unidades de productos agrícolas menos que el equipo equivalente ilesarrollo: a saber, la disparidad entre las necesidades proyectadas
importado tenía el gobierno soviético razones válidas para preferir de importaciones y las ganancias esperadas del extranjero es el equi­
Ja i^a de la autarquía económica durante el primer plan quinquenal. valente externo de la divergencia interna entre el ahorro anticipado
Opto evidentemente por no confiar en tales factores, ya que cuan­ , la inversión planificada. Tan decisivas son ambas, que al plan
do mejoro la relación real de intercambio, la Unión Soviética siguió dpico se le denomina con frecuencia el «modelo de los dos baches».
siendo autárquica. Stalin lo enfocó —en un discurso de 1926— desde I.a versatilidad de la demanda externa —más peligrosa para un
un punto de vista político, diciendo que
país pobre con sólo uno o dos principales productos de exporta­
ción que para un Estado rico con ventas diversificadas es en
el país de la dictadura del proletariado, estando cercado por los capita­ una economía subdesarrollada el equivalente de las fluctuaciones
listas, no puede permanecer económicamente independiente si no produce!
el rnismo sus instrumentos y medios de producción. Esto significa que™ en la actividad inversora que provocan el ciclo económico en los
habría que entender la industrialización sobre todo como el desarrollo sistemas de los países más adelantados.
de la industria pesada, y muy particularmente de nuestra propia tecnolo­ Ambos tipos de variaciones tieneh un efecto multiplicador, y se
gía, que es el nervio mismo de toda la industria. Sin esto no se puede puede interpretar la política de Stalin como tendente a amortiguarlos.
decir que esté asegurada la independencia económica de nuestro país. Por una parte, disminuyó la dependencia comercial, y, por otra, el
198

control central de los proyectos de capital pudo asegurar un equili


brío dinámico. Siendo calculables los efectos de la inversión intern;
y no habiendo variaciones en la producción atribuibles a cambio!
Iti exteriores, quedaba en principio patente la vía más eficaz de creci
miento que permitían las circunstancias. Las economías de escal;
exteriores a un proyecto dado —y la conexión de cada proyecto con|
los demás— podían ser delineadas más exactamente recurriendo a 1;
planificación central autárquica.
Al no poner mayor confianza en el comercio exterior (que, du
rante mucho tiempo, hubiera supuesto un intercambio a largo plazi
'I : de bienes de consumo por bienes de capital), la prioridad concedid
a la producción interna de estos últimos taponaron las posibles fil­
traciones hacia el consumo. Los controles sobre la distribución ni
siempre fueron llevados a cabo con perfección y el impulso de acu­
mular no pudo ser debilitado por el ejercicio del poder adquisi­
tivo —en una situación continuamente inflacionaria— de modo qui
desviase éste de la inversión las corrientes reales de bienes.

Las normas para el desarrollo


En una economía cerrada al comercio internacional, la prioridad
dada a la producción de bienes de capital impuso un circuito cerrado
de acumulación similar. Para asegurar la permanencia de este esqueH
ma de crecimiento, las autoridades políticas y económicas dictaron
tres directrices implícitas; fueron formuladas en vida de Stalin como
«leyes del socialismo». Establecía la primera que el incremento de
los bienes de producción debería sistemáticamente ser mayor que el
de bienes de consumo (y se la llamó a veces «la ley del desarrollo
preferencial de la industria pesada»). La segunda exigía mantener
constantemente alta la tasa de ahorro: la proporción del producto
material neto (la renta nacional menos ciertos «servicios no produc­
tivos») dedicada a la acumulación solía estar tan próxima al 25 por
100 que la proyección de esta proporción en cada plan anual podría
ser calificada de «norma de planificación». La actuación conjunta
de ambas normas impedía el crecimiento sistemático de la tasa de
ahorro, ya que se podía reducir la proporción de bienes de capital de-l
dicada a la inversión en su propio sector en favor de la dedicada a la
inversión en bienes de consumo cuando la inversión neta total espe-
1 jh ia 6 P r o d u c c i ó n d e c ie r to s a r t í c u l o s e n c a n t i d a d e s fís ic a s

■nillones de toneladas métricas, a no ser que se indique otra cosa


1928 1940 1955 1967

1 tricidad (en millones MWh) 5 48 292 589


12 31 71 288
>'■ lóleo crudo
36 166 390 595
( bón
3 13 35 82
; i!io laminado
3 10 40
• tilizantes minerales
11 lio 511
1 lias artificiales
quinas herramientas para trabajar 1 7 197
r líales (millares)
1 145 445 729
\ hículos de motor (millares)
r dera aserrada (millones de metros 212 285
■ bicos) 36 118
1 32 163 405
' ictores (millares)
2 6 23 85
mentó
■jidos (miles de millones de metros 5 8
idrados) 2 o
l/ado de cuero (millones de pares) 58 211 271 561
1 2 3 10
úcar refinado
iductos lácteos 1 3

Ta b la 7 C r e c i m i e n t o d el p r o d u c t o n a c io n a l e n t a n t o s p o r C ie n to
É _________ i c t r l a l Í 7 ; : i H n ‘;

En un período En 1
temprano de su perí
industrialización posi

4,5 7,2
URSS
3,8 4,7
Japón
1,3 3,2
Italia
2,7 3,3
Alemania
Reino Unido 2,2 1,7

:e . u u . 4,3 3.1
Figura 11. Porcentaje de los sueldos y de los salarlos
en la renta nacional de tres economías de planificación
centralizada y cuatro de mercado a lo largo
de 11 años.

Gran Bretaña
Estados Unidos

República Federal
de Alemania
Francia

40
Checoslovaquia

URSS

Polonia
30

20
1956 '65 '66 1967

rada superaba el límite. Por otra parte, la facultad de las autoridades


planificadoras de manipular los precios podía reducir a mera forma:,
lidad la relación de unos precios con otros. Ambas reglas, y ciertas
relaciones concomitantes entre los ramos de la industria, fueron
subsumidas en una «ley general del desarrollo proporcionado y pla­
nificado» : no contenía ésta indicaciones cuantitativas sobre la cons­
trucción del plan, sino que requería coherencia dinámica entre la
producción y el consumo y la instrumentación de determinadas prio­
ridades (por ejemplo, entre la agricultura y la industria, entre los
bienes materiales y los servicios o entre ciertas industrias). f
En las figuras 10 y 11 y en las tablas 6 y 7 se indica el resultado
de la aplicación de estas normas de los planificadores. Según las i
201

• proporciones» estatuidas por Stalin, la expansión de los bienes de


tapital para el ciclo siguiente de inversión produjo resultados sufi­
cientes para transformar a la Unión Soviética en la segunda p>otencia
industrial del mundo y para dar al sector tecnológico y rnilitar sufi-
Víiente base para resistir la invasión alemana de 1941, hacer estallar
una bomba de hidrógeno en 1953 y lanzar el primer vehículo espa­
cial en 1957. La concentración de recursos materiales y de mano de
obra altamente especializada en sectores considerados cruciales por
las autoridades soviéticas explica estas realizaciones en paridad con
naciones más industrializadas: incluso hoy día, el producto nacional
bruto soviético no ha llegado aún a la mitad del de los Estados
Unidos.

9 Acumulación de capital

La tasa de inversión
El crecimiento económico de los planes quinquenales fue consecuen^
cía de las normas de los planificadores descritas en el capítulo pre^
cedente: una elevada tasa de ahorro y la exigencia de que el incre'
mentó anual de los bienes de producción excediese el de los bienes
de consumo oblipba a los responsables de la política económica a
encontrar aplicaciones para una gran porción del producto nacional
no susceptible por su propia naturaleza de aprovechamiento para el
consumo personal; por su parte la producción de bienes de produc­
ción destinados exclusivamente para la manufactura de bienes de
consumo tuvo que ser refrenada porque la producción potencial de.
estos Ultimos podría hacer que el incremento de bienes de consumo
propasase los topes impuestos. Los intercambios con el extranjero
que hubieran podido restar efectividad al sistema propuesto fueron
excluidos por una política explícita de autarquía económica.
No todos los recursos retirados del consumo individual fueron,
naturalmente, utilizados para la acumulación. Algunos fueron cana­
lizados hacia usos sociales, más o menos, o de ningún modo, asocia­
dos directamente con el bienestar personal y hacia otros cuyo valor!
solamente se podría defender en términos nacionales y políticos: la
gama de tales cometidos abarca desde la enseñanza gratuita y los
.servicios sanitarios pasando por el sostenimiento del personal afectado
a la administración civil y al Partido hasta los gastos diplomáticos y
rnilitares y la construcción de vehículos para la exploración del espa-
cio exterior. Los economistas soviéticos han propuesto que una clasi­
ficación marxista más acertada de la distribución del producto debe­
ría añadir la «subdivisión III», los bienes desperdiciados (incluyendo,
según sugieren, los gastos de defensa y los artículos no susceptibles de
venta), a las dos de que hablaba Marx (ver página 26).
Tan bruscos y generales han sido los cambios que han experi­
mentado en la URSS los precios relativos —sobre todo durante la
inflación de los dos primeros planes quinquenales— que no se pue­
den sacar conclusiones seguras sobre la política que se ha seguido
respecto de la asignación de los recursos. El empleo del producto
nacional a precios corrientes (aunque reajustándolos para hacerlos
más comparables con la manera como se forman los precios en las
economías de mercado) pueden verse en la tabla 8, e indican que la
k a b la 8 P r o d u c t o n a c i o n a l b r u t o al c o s t e d e l o s f a c t o r e s

T antos p o r c ie n to a precios corriente s

1928 1937 1950 1964

L i'.'iu m o personal 66,3 52,5 45,5 46,5

tciisumo c iv il p ú b lico 7,9 13,7 15,6 11,7

b<' iensa 2,57 7.9 10,9 11,3


[i
|*í'i irsión b ru ta 23,2 25,9 27,9 30,5
k . e e llo in c r e m e n t o
, (j los s t o c k s 3,9 2.7 1,6

C am bios p ro po rcion ales entre fechas seleccionadas


T anto s p o r cie n to
de 1928 a 1937 de 1937 a 1950 de 1950 a 19M

l ( onsum o personal - 13,8 - 7,0 1,0

+ 5,8 + 1,9 -3 ,9
| f onsum o civ il púb'

-1- 5,4 + 3,0 + 0,4


11 ítifensa

inversión b ru ta + 2,7 -b 2,0 + 2,6

mota: Las discrepancias de un tanto por ciento entre los totales y la suma
de los componentes se deben al redondeo de las cifras.

ilesviación de los recursos en el período de Stalin se hizo preponde-


rantemente para aplicarlos a fines públicos que no implicaban inver-
,lón. Aunque la parte dedicada a la inversión ha venido aumentando
incluso después de la muerte de Stalin, cuando se consiguió una
elevación relativa del consumo reduciendo los gastos civiles del Esta­
do que no suponían inversión), ello no absorbió, en los años de refe­
rencia seleccionados en la tabla, la porción mayor de los recursos
liberados del consumo personal. Así pues, la Unión Soviética ha veni­
do aumentando su tasa de inversión partiendo de un nivel razonable­
mente elevado en vísperas del primer plan quinquenal a otro bastante
204

tl4

superior al que es corriente en las economías de mercado. Así en 19„


el porcentaje de la inversión bruta dentro del producto nacional er;
de 18,7 tanto en el Reino Unido como en los Estados Unidos, 24,7 .
Francia, 27,6 en Italia y 30,1 por 100 en la República Federal di
Alemania; todos estos porcentajes eran inferiores al 30,5 que enton
ces tenía la Unión Soviética; entre los países industrializados sóL
Japón y Noruega tenían tasas de ahorro más elevadas.
Un esquema histórico muy diferente es el que resulta de recalcu
lar el producto nacional de este período a precios constantes (qu
serían los de un año que esté hacia la mitad entre el comienzo y e
fin del período considerado, ya que éstos son más significativos qu
los de los años de los extremos). A los precios de 1937, la proporciói
dedicada en la Unión Soviética a la formación de capital se duplio,
entre 1928 y 1937 (pasando del 13 al 26 por 100 al coste de los faó
tores adoptado para la tabla 8) y llegó al 26,9 por 100 en 1950. A lo;
precios de 1928 este porcentaje subió del 25 al 44, es decir, a casi t
doble. Sena acertado concluir sobre la base de estas cifras que 1,
URSS elevó enormemente su tasa de inversión durante los dos prime
ros planes quinquenales —esfuerzo cuya rapidez y magnitud no tuv
paralelo en las economías de mercado— ; una vez que se dio esti
salto, se mantuvo una elevada tasa, sometida al derecho preferent
de adquisición para la defensa en vísperas de y durante la primer;
guerra mundial.
La composición de la inversión de capital varió, sin embargos
tanto durante las primeras fases de la planificación central que la
comparaciones de volumen no son esclarecedoras. Efectivamente
cuando estaba a punto de ponerse en marcha el primer plan quin­
quenal dos quintos de la inversión bruta se hacían en la agricultura,]
mientras que durante ese mismo plan solamente se invirtió en la
agricultura el 14 por 100 del gasto de capital estatal y colectivo (des-
invirtiendo las explotaciones agrícolas privadas), y sólo el 8 por 100
durante el segundo plan quinquenal. La industria, en cambio, absor­
bió el 42 por 100 de la formación de capital estatal y colectivo duran­
te estos dos mismos planes.
En resumen, la idea de que Stalin mantuvo bajo el nivel de con­
sumo con el fin de acumular corresponde sólo en parte a lo que
sucedió en realidad. Si las evaluaciones de los bienes de capital en
relación con los bienes de consumo se aplican al otro extremo del
I•'•líodo crucial (es decir, los precios de 1928 al producto de 1937
» los precios de 1937 al producto de 1928), con toda certeza aumenta
rnormemente la importancia «real» de la inversión. Pero si se utili-
/in los precios de cada fecha respectiva, se pone de manifiesto algo
ipic es igualmente significativo, que los planes quinquenales de Stalin
«I isviaron los recursos hacia la administración y la defensa (por de-
I rio así, hacia la protección de la maquinaria misma de planificación
N de su infraestructura político-económica). Ambos cálculos mues-
I :m inequívocamente que estos planes reorientaron la estructura de
I I inversión, elevándose notablemente la tasa de la acumulación a
, onsecuencia de la dirección de la inversión hacia la producción de
i'ienes de capital.

I itructura del capital


t’l abastecimiento de tales bienes en una economía cerrada proveyó
til* equipo para reinversión en mayor cantidad, el cual, a su vez,
■ncrementó la oferta de bienes de capital en el ciclo siguiente de la
(iroducción. La tabla 9 muestra que las existencias de bienes de
lapital del país aumentaron ocho veces entre 1928 y 1962 (último
•iiV) para el que se dispone de una serie a precios constantes, los de
1937), pero que los activos netos de los ramos favorecidos, principal­
mente la industria y el transporte, aumentaron dieciocho veces. En
ijontraposición con esto, el capital de la agricultura meramente se
iriplicó, y en los primeros años la depreciación o las pérdidas (sobre
lodo debido a la matanza de ganado durante la colectivización) exce-
ilicron la nueva formación de capital: hasta 1938 no se recuperó el
nivel que en bienes de capital tenía la agricultura en 1929. El número
de casas —que justamente se triplicó en un cuarto de siglo— nunca
llegó a disminuir (en el .sentido de que las demoliciones y las pér­
didas accidentales jamás excedieron a las nuevas construcciones), pero
(lie prácticamente estacionario durante los dos primeros planes quin­
quenales. La agricultura y las viviendas fueron además las más daña­
das por la guerra.
En las industrias mineras y de transformación la concentración
de la nueva inversión en el elemento tecnológico y en las industrias
básicas que ello hace necesarias (energía principalmente y metales
férricos) está ilustrada en la estructura reciente del capital produc-
206

tivo que se muestra en la tabla 9. Para el año 1927 se añaden 1


datos comparativos de que se ha podido disponer; es evidente cuál
eran los objetivos prioritarios de Stalin, ya que en vísperas de ^
primer plan quinquenal la actividad textil absorbía casi la cuar
parte de los bienes industriales, mientras que ahora representa t;
sólo el 3 por 100. El sector industrial clasificado en las estadístic
soviéticas como el Grupo B (industrias cuya producción consist]
predominantemente en bienes de consumo) representaba en 1927 m:
del 44 por 100 de los bienes de capital productivo, pero menos di
14 por 100 en 1966. Los textos soviéticos denominan frecuentementj
al Grupo B «industria ligera», aunque algunas veces queda restri
gido ese término a la industria textil y a la confección de ropa (si
departamento responsable tiene la designación de Ministerio de In|
dustria Ligera). Las industrias que manufacturan bienes de produi
ción —Grupo A— reciben comúnmente la denominación de «indus|
tria pesada»,'término aplicado en ocasiones tan sólo a los ramos qui
producen materias primas básicas y bienes de capital.
La comparación de 1966 con 1927 respecto de la composición de!
capital productivo presenta una divergencia menos agudizada si si
establece en lo referente a la producción, puesto que muchas mái
empresas de la industria clasificada en el Grupo B manufacturaba
bienes de consumo en 1966 oue en 1927. En efecto, en 1927 se pro<
ducían algo menos de un millón de relojes frente a más de 32 millo'
nes en 1966; hace cuatro décadas se hacían tan pocos receptores d
radio oue el departamento estadístico soviético no puede dar la
cifras de producción, mientras aue en 1966 la producción era d
5.8 millones; en 1927 no se producían, naturalmente, televisores ni
refrigeradores domésticos; en 1966, en cambio, se producían 4,4 y¡
2,2 millones, respectivamente. De hecho, es en este grupo de bienesl
de consumo no perecederos donde el ciudadano se ha llegado a bene­
ficiar de la prioridad concedida por Stalin a la industria. Si se divi
den los productos, más bien ramas enteras de producción, entre losj
Grupos A y B (que para la industria se corresponden con la subdi­
visión de Marx : I —bienes de producción— y II —bienes de consu­
mo—), a los primeros corresponden ahora las tres cuartas partes dej
la producción global, mientras que con anterioridad a los planes]
quinquenales representaban sólo una tercera parte.
,ib la 9 C a p i t a l n e t o a p r e c i o s d e 1 9 3 7 al c o m i e n z o
d e c a d a a íio M ile s d e m illo n e s d e ru b lo s

In d u s tria
A g ric u ltu ra Viviendas tra n s p o rte Total
etc.

204.4
211.4
211.4
221.3
236.3
243.7
260.5
283.1
322.6
350.1
385.6
414,9
462.2
505.3
378.7
392.5
407,1
424.6
455.8
486.8
541.0
589.7
650.4
709.4
767.9
821.5
895.5
997.0
1.096.0
1.227.4
1.364.0
1.494.0
1.642.5
Tabla 10 C a p ita l p r o d u c t i v o in d u s tria l

Porcentajes del total instalado

1966 1966 1927]


(sub-ramos) (ramos)

Centrales térmicas
Centrales hidroeléctricas
Total industria de producción
de electricidad 14,9 5,2
Extracción y refinado de
petróleo 5,1 6,9
Gas (na tu ral y a rtific ia l) 0,6
Mineri'a del carbón 6,5 4,6
Total industrias del
combustible
13,9 12,3
Minería de hierro 1,9
Total producción de hierro
y acero
10,6 8,5
Total metales no férricos
3,9
Total productos químicos 8,3 4,7
Total industria del metal 19,0 13,8
Madera 2,2
Carpinteri'a 2,0
Celulosa y papel 1,2 1,9
Total industrias de ia madera 5,6
Total materiales de
construcción 6,4
Total vidrio, loza y porcelana 0,6
Productos textiles 3,0 23,6
Confección de prendas
de vestir 0,7
Total industrias fi'bricas 4,4
Refinado del azúcar
Elaboración de carne
Elaboración de pescado
Productos lácteos
Total industrias alimenticias 9,2

D onde ha sido po sib le se han añ adido los datos com parables de 1927.
209

Entre los bienes de producción, la cslriiclura de los bienes de


aipital propende ahora mucho m;ls hacia la electricidad y la indus-
iria tecnológica que en vísperas del primer plan quinquenal: las de-
tlaraciones que en forma de slogan hi/o I enin a favor de la elec-
irificación y de la industria (ver página I‘H| fueron convertidas en
realidad con los planes de Stalin. Pero llama la atención lo poco que
I lo largo de estos cuatro decenios <le planificación central se ha
hecho por un desarrollo correlativo del petróleo y de los productos
químicos. Sólo en 1958 fue cuando ya Khrushchev hi/o aplicar una
proporción mayor de la inversión para la prorlucción de productos
químicos (para sustituir los procesos químicos tradicionales y como
nuiteria prima para ropa y artículos domésticos), de electricidad de
origen térmico (aplicando proporcionalmente menos inversión a las
centrales hidroeléctricas o nucleares en el programa total de produc­
ción de energía) y de petróleo y gas natural (como combustibles y
materias químicas, con la consiguiente reducción en la producción
de carbón). En 1961 anunció una desaceleración en el programa de
Inversiones para la producción de hierro y acero y trbservó:

Obviamente desviaremos parte de la inversión de capital hacia la agricul­


tura y la industria ligera. Es imposible construir el eomunismo ofreciendo
únicamente máquinas y metales férricos y no férricos. I s preciso que la
gente pueda comer y vestirse bien, tener viviendas y otras faciliilades mate­
riales y culturales. Esto no significa una revisión de nuestra linea general,
lino un empleo razonable de nuestio potencial ( liando estíibamos cer­
cados por enemigos y era más débil nuestra industria ipie la de las nacio­
nes capitalistas, en todo hacíamos economías, incluso como decía Le-
nin— en escuelas. Ahora tenemos ya una poderosa industria y nuestras
fuerzas armadas poseen las armas más modernas ,.l’oi cpié liabriamos de
negar al pueblo lo que se le puede dar sm llano paia el ulterior desarrollo
de nuestra sociedad socialista?
Khrushchev dio expresión a esta leoi icntaciiui ilc la estructura
de la inversión arrumbando el sexto plan quinquenal (reilactíido en
1956 y que debiera de haber tenido vig.ciu.ia luc ta I9ó0) y pidiendo
que se formulase un nuevo plan septenal (que había ilc aplicíirse de
1959 a 1965). Era prácticamente inevitable retirar el proyecto ile 1956,
ya que era probablemente el phin soviético menos coherente ilesde
el punto de vista de la integración de los inputs oulpiits con la co-
(i«-

rrietite monetaria, pero las prioridades de la inversión estaban en tal!


estado de fluidez que se hicieron revisiones importantes en 1961,
un especial plan bianual reelaboró en diciembre de 1963 las metas!
propuestas para 1965. Desde la terminación del plan septenal, asíi
revisado, no ha habido formalmente ningún plan a largo plazo en*
funcionamiento: en 1966 aprobó el XXIII Congreso del Partido las,
directrices de un plan quinquenal para 1966-70, pero estaban aún
pendientes de una reelaboración que jamás se llevó a cabo. La re+
forma de los modos de gestión económica durante los primeros tres
años de pretendida vigencia del plan deben de haber complicado la|
adop>ción de objetivos definitivos. i
Hay que dejar constancia de que todos los planes quinquenales!
soviéticos han sido aprobados por el cuerpo legislativo o por el Par-j
tido después de que había comenzado el período de su aplicación,!
y que desde octubre de 1952 (cuando fue adoptado por el XIX Con­
greso del Partido el quinto plan quinquenal para 1951-55) la asambleaj
parlamentaria, el Soviet Supremo, no había sido convocada para dai*
forma legal a las disposiciones referentes a los planes. Las evidentes]
dificultades que surgieron para llegar a un acuerdo sobre la asigna­
ción de las inversiones para 1966-70 es tal vez un indicio de que la]
planificación de la producción para períodos de cinco años no es ya]
compatible con la flexibilidad de gestión que ahora desean las autori­
dades soviéticas.
Una familia soviética de cada dos 211
(rene actualmente televisor y lavadora,
una de cada tres nevera y tres de cada
cuatro receptor de radio.

i>olítica tecnológica
(,a nueva aplicación de la inversión en el plan septenal fue necesa-
fiamente acompañada de cambios tecnológicos radicales, puesto que
iii diferente estructura de la capacidad productiva había de tener por
íonsecuencia una nueva fisonomía de los inputs. Se asignó a las
impresas planes más específicos «para la introducción de tecnología»,
te amplió el Comité Estatal para la coordinación de la Ciencia y la
Investigación (Gostekhnika) y se le dieron considerables poderes para
exigir a las empresas que innovasen sus métodos productivos, se
incrementaron las recompensas monetarias por las invenciones e in-
itovaciones y quedaron protegidos los derechos de patente de los
Empleados estatales. Todas estas medidas fueron instrumentadas con
;l título de «la revolución científica y técnica».
La necesidad de una campaña tan explícita en pro del progreso
écnico surgió en parte de la estabilidad estructural imperante en la
isignación de los recursos que se acaba de describir, y en parte por-
|ue la tendencia tanto de los planificadores como de las empresas ■a
•ra conseguir el máximo crecimiento aprovechando la capacidad exis-
ente. Ambos querían evitar el parar una cadena de producción para
.;quiparla con máauinas nuevas o para adaptarla a materiales nuevos
o el cerrar una fábrica para su reconstrucción. Para los planificadores,
.:1 incremento de la producción que exigían las autoridades políticas
lería así más difícil, si no imposible, de conseguir. Para la empresa,
la paralización de la producción era mal vista por la misma razón
(tanto por su organismo supervisor como por el funcionario local
del Partido, quienes, como ya se ha visto en la página 182, ejercían
presión para que la producción se expansionase continuamente); otro
desincentivo suponía el hecho de que los beneficios que se ganarían
a consecuencia del cambio tecnológico no serían suyos propios, por­
que lo más probable era que el organismo inspector elevaría en el
iiguiente período los beneficios planificados y el porcentaje que
habría que entregar para el presupuesto.
Los cambios administrativos hechos a nivel central para fomentar
el progreso técnico fueron obstaculizados durante algún tiempo por
la liquidación en 1957 de los ministerios con responsabilidades indus­
triales, lo cual desarticuló la subordinación de los institutos técnicos
de investigación que aquéllos habían dirigido anteriormente. La re-
212 La calle mayor de la nueva "Ciudad de la Ciencia
próxima a Novosibirsk en 1967; todo el terreno
que ahora ocupa la ciudad estaba cubierto
por el bosque hace diez años y alberga
actualmente a 35.000 personas.

centralización entre 1958 y 1962 (mediante la creación de Comité


Estatales para las diversas industrias), la fusión de los consejos e c i
nómicos regionales (sovnarkhozy) en los últimos años, y el restabl^
cimiento de los ministerios industriales en 1965, hicieron posible qu^
se alcanzasen más plenamente las economías de escala en la inve^
ligación y el desarrollo técnicos. Se elaboró un procedimiento, qi
se generalizó por primera vez con los sovnarkhozy, para nombrar
la fábrica que hubiese hecho progresos técnicos empresa «jefe» (go
lovnoi), responsable de propagar la tecnología a las empresas de si
mismo ramo peor equipadas o menos hábiles.
Ea división práctica entre las cuatro actividades necesarias para
el cambio técnico varía según los países y ha variado en la URSS
según las épocas: se puede enumerar como componentes del dina]
mismo la investigación científica, el desarrollo tecnológico, la formal
ción de científicos, técnicos y demás personal especializado y la apli­
cación al nivel productivo.
En tiempos de la reforma económica de 1966-68, la dirección
la investigación científica estaba principalmente en manos de la Acá;
demia de Ciencias de la URSS, que tenía filiales en cada República
de la Unión e instituciones para las diversas disciplinas a nivel nacio­
nal y regional. La investigación aplicada y el desarrollo tecnológico
estaban esencialmente en manos de los que tenían a su cargo la pro-i
ducción —unas veces a nivel central y otras a nivel de empresa—
y eran coordinados por el Gostekhnika; estas mismas autoridades eran
responsables de su aplicación. Por otra parte, era en gran parte fun­
ción de las universidades y de otras instituciones de educación supe­
rior formar personal que emplease las nuevas técnicas, estando casi
todas el’as subordinadas al Ministerio de Educación Superior y Se­
cundaria ; la formación de los postgraduados, sin embargo, guardaba
poca conexión con las universidades y estaba vinculada bien a la
Academia de Ciencias, bien a organismos productivos y a institutos
a ellos afiliados. Por las mismas fechas,, a título de comparación con
una economía de mercado, el Departamento de Educación y Ciencia
del Reino Unido tenía a su cargo la formación de técnicos y la inves­
tigación pura, mientras que el Ministerio de Tecnología se ocupabaj
de ciertos aspectos de la ciencia aplicada y del desarrollo, corriendo
los demás a cargo de la industria privada, juntamente con su reali­
zación práctica. En la economía dirigida de la Unión Soviética, la
S\ ^ ip

«I '••
m
L| IB {lli M
tu í« nn

Hl.J'

compartamentalización de estos servicios entre los organismos gu­


bernamentales es manifiestamente de mayor importancia que en un
sistema de mercado (y más aún donde la autonomía universitaria y
la actividad de fundaciones independientes hacen que la descentrali­
zación sea todavía mayor); tanto para los planificadores como para
los inversores privados, es un elemento de peso en sus decisiones la
proyección probable del progreso tecnológico y de la disponibilidad
de especialistas, materiales y equipo. Los mismos aspectos adminis­
trativos y de previsión del futuro se plantean por la manera como
los que adoptan las decisiones valoran la utilización actual y poten­
cial de los recursos naturales y humanos, problema afín al de la
opción por una determinada tecnología.

El progreso técnico
l.a íntima asociación de tecnología y crecimiento fue reconocida por
Marx, quien, siguiendo a Ricardo, dio por supuesto que el progreso
técnico iba representado por el incremento de la composición orgá­
nica del capital. Como ya se ha dicho en el capítulo 2 (página 25),
su mejor definición es la cantidad de bienes productivos por traba­
jador, pero Marx, con cierta confusión, consideró en algunas oca­
siones que era la relación entre el capital y la suma del capital cons­
tante y variable, e incluso, en otro pasaje, entre el capital variable

"o
^Íj C Á C E R E S to ]
214

y la suma del capital constante y variable. Los economistas soviéticos


—en especial Strumilin y Kantorovich— han desarrollado la noción
de capital por trabajador como base de la definición marxista de la
preferencia temporal en la tasa y estructura de la acumulación: el
incremento de la productividad de la mano de obra en el futuro se
toma como medida del descuento que hay que aplicar a la posposi­
ción del consumo. Comparar la eficiencia de una inversión con la de
otra supone conocer el coste de cada una de ellas, relacionando con
el desembolso de capital los futuros gastos corrientes con el descuento
que les corresponda, y la corriente de beneficios a obtener, operando
asirnismo el descuento debido en proporción al período en que se
obtienen. Hasta que la reforma económica de 1965 autorizó la apli­
cación de los tipos de interés, se emplearon medios sustitutivos en
forma de proyección del progreso técnico o la tasa media de los
beneficios sobre el capital.
La economía ha de optar entre las combinaciones de recursos re­
veladas por la tecnología; sólo se podrá aplicar el conocimiento téc^
nico si los recursos que requiere el proceso se pueden obtener por
un valor no menor que el valor al que se puede vender el resultado;
la selección de las técnicas era diferente según cambien estos valo­
res relativos.
En una economía de mercado sirven de criterio para la valora­
ción los costes de los ¡npiits y el precio de los outputs. Aunque esto
no quiere decir que tal criterio sea de hecho el único utilizado, es ver­
dad en términos generales que el mecanismo de los precios guía la
elección entre los medios (los recursos) y los fines (la estructura del
consumo y de la inversión). Por tanto, sólo a medida que la econo­
mía camina hacia una determinación paramétrica de los precios se
puede hacer una elección racional de la inversión adecuada a los
diferentes productos, problema distinto de la selección de la mejor
inversión para la producción de un solo artículo.
Pero las pérdidas que tal vez haya sufrido la Unión Soviética por
incapacidad de evaluar los proyectos para diferentes industrias, sei
pueden compen.sar, al m.enos en parte, por la facilidad de aplicar sin
restricciones parámetros técnicos a la selección de un proyecto para
outputs homogéneos o sustituibles. La tecnología y el equipo precisos
para su aplicación están en principio a plena disposición de las auto­
ridades planificadoras, ya que allí no existe ninguna de las barreras
Bloque de 15 pisos en construcción para
En la página siguiente
alojar a la Comisión Estatal de Planificación anejo al Secretariado
del Consejo de Ministros. Detrás del Museo de la Historia
está la Plaza Roja con el Kremlin, la catedral de San Basilio
y el hotel mayor y más nuevo de la capital.

que a ambos erige la propiedad inevitablemente en una economía


capitalista. Las limitaciones que han surgido eran de carácter insti­
tucional : la coordinación entre la Academia de Ciencias y la Comi­
sión Estatal de Planificación era totalmente inadecuada en el perío­
do de la planificación rígida, en gran parte porque la presión que los
resultados a corto plazo ejercían sobre los planificadores les hacía
ignorar las oportunidades a largo plazo. Con todo, cuando se resta­
blecieron en 1957 los canales de comunicación entre la Academia y
la Comisión de Planificación (debido sobre todo a la reconstitución
de los comités conjuntos del tipo de los existentes en los años veinte),
fueron abolidos los ministerios industriales. La descentralización del
control industrial significaba, además, que los planes para la intro­
ducción de las nuevas técnicas eran elaborados por un grupo de or-
jganismos diferentes de los que elaboraban los planes para el equipo
con el que aplicarlas. No obstante, la ampliación de las competencias
del Gostekhnika (cuando en 1961 mudó por el actual su nombre de
Comité Estatal Científico y Técnico) y del Gossnab (en 1965, al mis­
mo tiempo que se restablecieron los ministerios industriales) ha ins­
tituido un tipo de contactos mutuos adecuado a una economía plani­
ficada. Además, en contraste con los excesos xenofóbicos de los úl­
timos años de la vida de Stalin, estas autoridades se mostraban
abiertas a la compra y venta de tecnología en el extranjero: muchas
de las fábricas instaladas en los años treinta eran, en cuanto a su
origen tecnológico, americanas, inglesas o de Europa Occidental, pero
la autarquía comercial fue acompañada por el repliegue a la auto­
suficiencia en el terreno de la invención.
Finalmente, una economía con una elevada tasa de acumulación
de capital admite que se introduzca el cambio en las técnicas arrum­
bando poca cantidad del equipo construido según las normas de la
antigua tecnología. En una economía menos dinámica, las mejoras
técnicas deben hasta cierto punto aguardar a que se vaya gradual­
mente retirando el capital antiguo.

La depreciación
Pero la política soviética sobre la depreciación y la retirada del ca­
pital en uso no ha dejado de tener sus fallos. Marx contrastaba la
«anarquía» de la inversión y amortización capitalistas con su «con-
■.áUií
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m ,»”1•

pp
.áé'
*JiS

trol por la sociedad ... una vez que hubiese sido abolida la form-
capitalista de reproducción». Cuanto más rápido sea el aumento de
la inversión bruta (y/o cuanto mayor sea la vida media del capital)^
tanto inenor será la parte que en ello corresponderá a la sustitución
de capital; es decir, la nueva inversión (inversión bruta menos las
renovaciones) crece en relación con la inversión neta (inversión bruta
menos la deducción por depreciación del capital). Como los planes
quinquenales no sólo elevaron la tasa de crecimiento de la inversión
sino que prolongaron también la vida del capital (cambiando del ca­
pital agrícola predominantemente a pequeña escala a grandes proH
yectos industriales y de transporte), las deducciones por depreciación
convencionalmente calculadas suponían muchos más fondos que los
que se necesitaban para las sustituciones efectivas. Eso condujo a las
autoridades soviéticas a reducir equivocadamente las cargas por de­
preciación (o, en otras palabras, a calcular la amortización para un
período más largo que el que cada bien de capital debería seguir
en^ activo). La práctica soviética de añadir a la cuota de amortiza­
ción casi la misma suma para reparaciones de los bienes de capital di­
simulaba la amplitud de la baja valoración atribuida a los costes co­
rrientes (mano de obra, materiales y depreciación). Por eso, cuando
en 1940 la suma contabilizada como «depreciación» fue sólo de un
2,2 por 100 de los costes industriales corrientes, la verdadera cuota
V « *■

i'ií
*í I 'i é •

(le depreciación era de hecho aproximadamente la mitad, o sólo del


l.l por 100 de los costes (la proporción media cambiaba de año en
año, variando las reparaciones del capital entre el 40 y el 50 por 100
del coste combinado). En 1955, en vísperas de la rehabilitación del
concepto de la obsolescencia, la verdadera tasa había subido al 1,7
por 100, pero a raíz del cambio ideológico de 1956 y de una reeva­
luación del capital y de la cuota de depreciación en 1960, fue del 2,6
por 100 en 1966.
La poca importancia de la amortización en el cuadro de costes es
de especial significación, porque entre 1930 y 1966 fue la única cuen­
ta cargada a las empresas estatales soviéticas en relación con su ca­
pital fijo. Difícilmente se podía esperar del director de una planta
industrial media que economizase en la instalación de nuevos bienes
de equipo si el coste para él representaba una centésima de su gasto
corriente. Además, la prolongación de la vida útil del equipo y el
olvido de la obsolescencia mantenían al capital en activo durante
más tiempo del que justificaría su relativa eficiencia. En anos recien­
tes, al elevarse la tasa de amortización, ha disminuido la divergencia
entre la práctica soviética y la capitalista. A las tasas vigentes a prin­
cipios de los años sesenta, el capital fijo soviético tenía una vida
útil de unos veintiún años para el equipo industrial y cincuenta y siete
años para los edificios, siendo en Estados Unidos diecisiete y cincuenta
V'

10°/.
21 °/n

46°/ 17°.

ímm
30°, „ 71°/.

U.R.S.S. Estados Unidos

^ Edificaciones Ganadería

I Bienes de equipo
Existencias

años, respectivamente. Pero aunque el equipo industrial se retira ant


tes en Estados Unidos que en la URSS, la mayor parte del activd
norteamericano consiste en edificios (figura 12) y la tasa de creci­
miento de la inversión es más lenta en Estados Unidos; por tanto
el capital instalado en Unión Soviética es, por término medio «más
joven» que en los Estados Unidos.
Los promedios totales no traslucen la amplia divergencia existente
entre la depreciación aplicada a las varias clases de equipo. Así, en
un extrerno, la vida útil de la maquinaria textil es de quince a vein­
ticinco años en los Estados Unidos y de cincuenta años en la URSS
y la del equipo de curtir para trabajar el cuero y hacer zapatos, de
quince y veinticinco años en los respectivos países, mientras que en el
otro extremo son idénticas las de los equipos para turbinas hidráu-
licas (cuarenta años) y para instalaciones metalúrgicas (veinticinco
anos). Este amplio margen entre las distintas industrias ilustra la
tendencia soviética —siguiendo el criterio norteamericano— de man­
tener más tiempo en activo el equipo para el sector de bienes de
consumo que el destinado a producir bienes de capital. Quizá sean
aun más ilustrativos ejemplos concretos sobre los bienes de consumo:
la maquinaria para producir tejidos de algodón de la fábrica Ivanovo
enia, según las cuotas de amortización introducidas en 1939 una vida
teórica de ciento once años y la de Leningrado de doscientos cuaren-
Iljura 12. Comparación de la posición de los bienes 219
capital en la Unión Soviética y en los Estados Unidos;
Slircentaje de las existencias totales de capital
1962.

|í | y siete años. El bajo margen de depreciación concedido a la indus-


^ia textil puede apreciarse en la tabla 1. Ocasionalmente, el sector
|*(c bienes de consumo salía, además, malparado cuando parte de su
líundo de amortización se aplicaba a la formación de capital en otros
liilectores. Había, pues, cierta desinversión esporádica en la industria
If'statal, así como la más conocida desinversión de los años treinta en
llki agricultura con la colectivización.
11| La vida útil excesivamente larga no se limitaba ciertamente al
lector de bienes de consumo: se decía en 1956 que la tercera parte
lilcl equipo de una factoría de Leningrado consistía en prensas de
jilos tiempos para troquelar tuercas manufacturadas en 1905 o antes.
Por otra parte, la vida útil del equipo estimada sobre la base de
lus cuotas de amortización de 1939 era mucho más corta que la del
jequipo textil antes citado: el promedio en la industria del transporte
^ra de treinta y ocho años y en la de la aviación de veintinueve años.
Las cuotas introducidas en 1938 eran una revisión de las normas
¡rttablecidas en 1930 y fueron a su vez revisadas en 1949, 1951, 1955 y
1960. Sólo esta última (basada en la primera reevaluación completa y
uniforme de los bienes de capital desde 1925) hizo que la vida útil
teórica se acomodase al período esperado de servicio, incluyendo su
retirada prematura por razones tecnológicas. La elevación de las
lasas de depreciación y la reevaluación completa del capital nacio­
nal eran una medida preliminar necesaria para la nueva orientación
Ique se ha dado al problema de la optimización en las reformas de
1965 y que será tratado en el capítulo final.
10 El plan óptimo

Prioridades prácticas
No cabe duda sobre los objetivos que Marx proponía para el socia­
lismo. La sociedad sin clases llevaría a cabo su expansión material
con una acumulación de capital que no implicaría ni explotación de
sus miembros ni antagonismos entre ellos.
La participación del individuo en esa creciente riqueza estaría
determinada por su contribución personal a su creación hasta que el
aumento fuese suficiente para satisfacer todas las necesidades social}
mente justificadas; cuando la escasez, así definida, fuese eliminada,
comenzaría la era del comunismo. El bienestar humano y las satis­
facciones culturales se construirían a partir de la capacidad producti;
va material creada por la acumulación para el crecimiento, pero
siempre bajo la consigna, reiterada como slogan del Partido Comunis­
ta en su programa de 1961: «Todo en nombre del hombre, en bene­
ficio del hombre.»
La rapidez con que ha crecido la economía soviética y la tena­
cidad con que se ha empeñado en alcanzar una elevada tasa de in­
versión han sido descritas en los dos capítulos precedentes, p>ero esoj
no basta para que se dé por buena la conclusión de que estos re-1
sultados fueron en la práctica buscados expresamente. Cabe, al con­
trario, sugerir que la intención primordial de las autoridades en el
terreno económico durante las cuatro décadas de planificación cen­
tral fue asegurar la cohesión y la estabilidad. Un efecto incidental de
estos dos objetivos ha sido el crecimiento, cuya declarada preeminen­
cia como finalidad económica debe ser atribuida a motivaciones de
naturaleza política e ideológica.
El mecanismo analizado en la parte primera de este estudio fue
construido para asegurar que las relaciones entre proveedores y con­
sumidores se adaptasen mutuamente tanto en cualquier momento
dado como en una fecha determinada —fecha que representaría el ho­
rizonte de un plan a plazo mas corto o más largo—. Un Estado pura­
mente burocrático, del cual se pueden encontrar ejemplos en la Rusia
de la primera mitad del siglo xix y en muchas administraciones co­
loniales del XX, evitaría la desarticulación de las corrientes existentes
hasta el punto de aceptar una coordinación estancada e interrelaciones
constantes. Esa opción le estaba vedada al Gobierno soviético porque
la inercia le repugnaba ideológicamente y porque estaba resuelto a
221

ser el primer motor de todo el entorno material y cultural de la na­


ción. No podiendo, por tanto, entregar la colaboración de los facto­
res productivos a una regulación automática, ha empleado la pre­
sión para promover el desarrollo en sustitución del mecanismo del
mercado.
La expansión perseguida para equilibrar las interacciones elemen­
tales de la producción y de la distribución, tal vez no sea el mejor
modelo de expansión, aunque hay que poner de relieve que, dado
el bajo nivel de la utilización de los recursos y del consumo perso­
nal cuando Rusia se hizo soviética, casi cualquier incremento de la
producción era de valor. Descubrir y seguir la vía óptima de desarro­
llo estaba fuera de las posibilidades técnicas de los planificadores de
los años treinta —en parte porque no tenían a su disposición sufi­
cientes instrumentos (capítulo 2) y porque trabajaban condicionados
ideológicamente (capítulo 3)—. La optimación ni siquiera podía entrar
en el cálculo mientras las evaluaciones de los fines y los medios fuesen
desordenadas y dispersas; más recientemente, cuando se han llegado
a conocer alternativas microeconómicas al mecanismo de los precios,
las computadoras electrónicas fueron consignadas para el programa
aeroespacial dictado por la competencia soviética con los Estados
Unidos, impulsado no en último lugar por la rivalidad de las dos po­
tencias industriales mayores del mundo.
La manera como se ha perseguido en el pasado la coherencia y
la constancia podría, no obstante, representar un obstáculo a la opti­
mación, y cabe suponer que la optimización del plan, que centra
corrientemente la atención de muchos economistas matemáticos so­
viéticos, no desplazará en un futuro previsible la coherencia y la
¡estabilidad de entre los objetivos económicos.

Formas de autorregulación
En Marx podemos encontrar muy pocas referencias al plan en el ré­
gimen socialista cuando describió el mecanismo de la planificación,
pero hay claros indicios de que él esperaba que sería el mercado
lo que aseguraría la congruencia microeconómica. Las autoridades so­
viéticas renunciaron al uso del mercado al centralizar la adopción de
decisiones y negaron la soberanía del consumidor; como se ha in­
dicado en el capítulo 2, suprimieron también ciertos instrumentos üti-
222

les para conseguir el equilibrio macroeconómico, pero no buscaron]


intencionalmente la desarmonía. La enunciación de una «ley socia-l
lista del desarrollo planificado y proporcionado» y la preocupación]
de la literatura soviética sobre planificación por las «proporciones»]
ponen de manifiesto que la estrategia de un sector punta —la elec-|
ción por Stalin del acero y el combustible como objetivos priorita-j
rios— era, hablando en terminología más reciente, un crecimiento!
desordenado, pero no desequilibrado. En el contexto soviético, sin]
embargo, el sector punta representa un principio de asignación de]
recursos microeconómico, más que macroeconómico.
Había naturalmente numerosos impedimentos —sobre todo de]
información sobre las funciones de preferencia y transformación]
(cómo se podrían combinar los recursos para conseguir determina-l
dos grupos de productos)— que impedían a las autoridades soviéticas]
establecer un plan de equilibrio microeconómico; eran esas restric-J
ciones en la información lo que tenía más importancia para obstacu­
lizar en la práctica la integración microeconómica. En la ausencia]
de índices de mercado, no estaban los consumidores en relación efi-|
caz con los productores. Esto produjo dos cambios en el mecanismo]
de gestión. En primer lugar, el plan mismo vino a ser menos un]
elemento de coordinación macroeconómica que un aglomerado de]
proyectos microeconómicos inadecuadamente verificados en cuanto]
a su coherencia interna. Sólo en 1963 se comenzó a utilizar una tabla]
input-output (la que se muestra en la tabla 1, capítulo 2, un poco]
puesta al día) para verificar estas agregaciones. Pero esta reacción]
fue de menos trascendencia que la segunda —es decir, la derivación J
de la coherencia total a partir de un incremento arbitrariamente de-]
terminado de la producción.
La formación de los precios a partir de sólo la oferta —una in­
terpretación peculiarmente soviética de la teoría de Marx del valor]
del trabajo— y la adopción de criterios de inversión sin una direc­
triz sobre el tipo justificado de interés eliminan obviamente las in­
fluencias que podrían introducir la cohesión por parte de la demanda.
Dos relevantes características del comportamiento de los planifi­
cadores han sido identificadas hace ya mucho tiempo con los concep­
tos de «planificación rígida» y del «principio de la adición automá­
tica». Ya se ha aludido a la primera (página 172), que existe cuando
se imponen metas de producción a empresas productivas que necesi-
223

tan o exactamente o más de lo planeado como inputs (materiales, ca­


pacidad o mano de obra fijados). La segunda describe la práctica de
hacer adiciones automáticas al plan anual de producción, en vez de
examinar la autoridad superior las posibilidades productivas y (a fal­
ta hasta 1966 de un tipo de interés o de un impuesto de utilidades
en relación con el capital) de controlar la utilización de la capa­
cidad instalada. La descripción de Polanyi de la aplicación general
de tales procedimientos es la «teoría de la producción visible».
La planificación rígida y el principio de la adición automática
fueron tan sólo atenuados en las reformas de 1966-68, pero no se
renunció a ellos; como ya se ha indicado antes (página 116), actúan
sobre la cohesión económica en dos direcciones diferentes y autorre-
guladas, la una que desemboca en un mercado de Vendedores y la
otra en un mercado de compradores. La planificación estricta impli­
ca el racionamiento de bienes de producción y un nivel de precios
al por menor ligeramente inferior al que se requeriría para absorber
to3a la oferta. Institucionalmente existe un servicio estatal de asig­
nación de recursos (Gossnab) para distribuir los bienes de produc­
ción, y junto a él el mecanismo informal de los tolkachi como inter­
mediarios, y la selección del consumidor (distinta de la soberanía
del consumidor) para los bienes de consumo, duplicada, también in­
formalmente, por los spekulyanty. Los incrementos cuasi-automáticos
de los objetivos del plan constituyen un mecanismo para mantener
ajustada la demanda de inputs, y al mismo tiempo una garantía de
que serán absorbidos todos los outputs, puesto que se puede consti­
tuir con ellos una reserva para futuras adiciones en el plan produc­
tivo. El control soviético sobre las existencias ha sido casi tan in­
adecuado cómo rígido sobre el capital fijo.
La oportunidad que tiene el director de empresa de determinar la
forma en que responde a los planes rígidos o a las adiciones automá­
ticas al plan (mediante la elección entre los múltiples objetivos que
tiene ante sí, cada uno de los cuales lleva consigo alguna recom­
pensa en forma de gratificación) constituye el mecanismo adecuado a
nivel microeconómico. Ello explica que el abultado consumo de
bienes intermedios, el desperdicio y la capacidad no utilizada —sín­
tomas de un mercado de compradores— coexistan con sus opuestos,
derivados de un mercado de vendedores.
224

Manipulación de la empresa
La expansión de la producción es un efecto accesorio, pero la estruc­
tura del incremento depende menos de la elección deliberada de los
planificadores que de la diversidad de condiciones que afectan
la empresa, puesto que el programa del año siguiente se elabora sobre
los resultados y las fuerzas de ese entorno. A nivel de empresa, sin
embargo, las autoridades planificadoras tienen dos instrumentos de
intervención además de la imposición de los objetivos de producción
a conseguir. El primero es la estructura de recompensas y sancio
nes relacionadas con cada meta concreta. El segundo es la facultad
de graduar las prioridades que fomentan el rebasamiento del plan
o desalientan de su no cumplimiento. La política de Stalin de dar|
preferencia al desarrollo de los bienes de producción (pág. 206) ha
sido tal vez introducida tanto teniendo esto presente como en inte­
rés del sector punta. Una jerarquización de las industrias recipien-
darias con vistas a otorgarles un trato rrás o menos preferencial
cuando están en déficit los inputs para las transacciones planifica
das tiene, además, que aplicarse en condiciones de planificación
rígida.
Los coeficientes técnicos de los inputs en relación con los out-
puts en un balance material son en principio variables a discreción
de las autoridades planificadoras y supervisoras, pero parece que son
utilizados principalmente como un mecanismo de control. La mayo­
ría de ellos están basados, en expresión de los comentadores sovié­
ticos, en una experiencia «estadística» más que «progresiva», es decir,
en la extrapolación de las anteriores tendencias de la empresa en
cuestión, y no en una reevaluación independiente basada en la infor­
mación externa (de otras empresas, institutos de investigación o del
extranjero). Hasta que se pueda disponer en la URSS de computa­
doras en abundancia, los cambios importantes experimentados en los
coeficientes implican más iteraciones que las que normalmente pue­
den operar los departamentos de planificación. La estructura de la
formación de capital ha estado notablemente fosilizada durante lar­
gos períodos debido al empleo de coeficientes de capitales constan­
tes o monótonos; ha sido precisa la intervención del Gobierno en
la cumbre misma del poder para cambiar, por ejemplo, de la energía
hidroeléctrica a la térmica, de las locomotoras a carbón a las loco­
225

motoras diesel y de los procesos tradicionales a los químicos. La


Iconstancia de las relaciones técnicas input-output, tanto estáticas como
dinámicas, es parte de la preocupación que tiene la planificación
¡soviética por la estabilidad.
La estabilidad es la virtud que contrarresta los abusos de un
horizonte temporal impuesto por los períodos del plan. La shtur-
movshchina (asalto, acometida), cumplir un plan de producción para
cuando finalice el mes, trimestre, año o quinquenio ha sido una
fuente perenne de desorden, ha engrendrado una estacionalidad en
el empleo y en la utilización de la capacidad productiva que está
en desacuerdo con la deseada utilización plena de la mano de obra
y del capital. Por otra parte, la presión de cumplir el plan para una
fecha tope puede en cierta forma traer consigo un grado de utili­
zación más elevado que el normalmente previsto en el programa
original. Entre las campañas lanzadas para provocar una respuesta
de este tipo, las más notables son aquellas que se proponen «cum­
plir el plan quinquenal en cuatro años» (slogan lanzado para toda
la economía en el primer plan quinquenal, pero repetido para deter­
minadas empresas en los siguientes períodos); trabajar voluntaria­
mente más de lo obligatorio (los dos ejemplos más destacados de
esto son los suhbotniki, que dedicaban a trabajar su día libre en la
atmósfera del primer fervor revolucionario, y los jóvenes estudian­
tes voluntarios que pasaban sus vacaciones de verano cultivando
las Tierras Vírgenes hacia la mitad de los años cincuenta); propo­
ner, en el caso de una empresa, una meta de producción más alta
una vez que se había aplicado la adición automática normal («con­
tra-planificación», término de frecuente uso en los años treinta y
durante la guerra).
El efecto positivo de tales campañas es «descubrir las reservas»,
revelar al organismo supervisor campos de expansión de los que
de otro modo no se hubiera dado cuenta. Los intereses de los pla­
nificadores y de los planificados son divergentes —especialmente
cuando los objetivos han sido determinados rígidamente—, y éstos
tienden a asegurarse una cierta laxitud a base de informaciones
inexactas. El aspecto negativo queda resumido en la palabra rusa
kampanyelshchina, el recurrir obsesivamente a las «campañas» (aña­
diendo a kampaniya el mismo sufijo peyorativo que en shtunnovsh-
china), durante las cuales se tiende a ignorar las funciones econó-
226

micas y las obligaciones personales normales. Se puede pensar que]


tanto las ventajas como las desventajas provienen de que las em*(
presas funcionan bajo instrucciones superiores y no según el criterio]
del director directamente interesado, con lo que el balance de la]
respectiva utilidad se tiende a determinar en proporción a la im-J
portancia de las diferencias locales o rápidamente cambiantes. En]
ese respecto, la agricultura ha llevado las de perder; el recurso a
las campañas fue una manera imperfecta de sustituir los incentivos
destruidos a principios de los años treinta, pero que empezaron a
ser restablecidos a la muerte de Stalin. Las campañas para la siem­
bra de primavera, la recolección, arar y la siembra de otoño iban
entreveradas con especiales e.sfuerzos por introducir métodos con­
siderados —frecuentemente sin suficiente fundamento— de validez,
universal: ciertos métodos de siembra y de siega, el ensilado del
maíz, la roturación de prados para cultivar cereales para piensos
y muchas otras prácticas por el estilo vinieron y se fueron sin con­
siderar apenas las circunstancias locales. Muy típico de esta situa­
ción eran las órdenes emanadas a modo de directrices generales,
indicando cuándo se debería comenzar la recolección o incluso cuán­
do los sementales tendrían que cubrir a las hembras.

La nueva estabilidad
Las más importantes declaraciones políticas de 1965 —las de Brezh-
nev sobre la agricultura, en marzo, y las de Kosygin sobre la indus­
tria, en septiembre— incluían el propósito de instituir un entorno
estable en el que el presidente de una explotación agraria o el di­
rector de una fábrica pudieran actuar. Estas promesas no han sido
totalmente cumplidas, y la prensa soviética ha seguido publicando
casos de intervenciones arbitrarias de los departamentos del Gobier­
no o de funcionarios políticos en los asuntos de las granjas colec­
tivas y de las instalaciones industriales, ahora ya liberadas de todo
control hegemónico.
En la primera mitad de los años sesenta se incorporaron objeti­
vos móviles al sistema de planes quinquenales con el intento de
realizar una «planificación ininterrumpidan: cada año, al ser rati­
ficado el plan nacional anual, recibían la confirmación provisional
los objetivos para los cinco años siguientes. Este experimento no
227

‘.obrevivió al plan septenal, pero el temor de que no se consiguiese


completar el programa siguiente, el de 1966-70, quizá haya reducido,
aunque no sea más que casualmente, el impacto de los topes tem­
porales.
También en 1965 canceló el Gobierno la búsqueda de un «indi­
cador sintético» que se pudiese transmitir a las empresas estatales
como una encarnación de las intenciones de los planificadores. Evsei
l.iberman, profesor entonces en el Instituto de Ingeniería de Khar-
kov, y posteriormente en la Universidad de la misma ciudad, había
adquirido fama mundial como autor de una propuesta aparecida
en Pravda el 9 de septiembre de 1962 para definir la tasa de ganan­
cias sobre el capital. La idea que propuso recibió el apoyo de mu­
chos economistas distinguidos —Nemchinov sobre todo—, pero de
pocos personales con cargo oficial, principalmente porque los pla­
nificadores y los que ejercen el control prefieren unos precios cons­
tantes («unidades cripto-físicas», como han sido justamente denomi­
nadas). que ayuden a conseguir una coherencia formal entre los
objetivos financieros y los físicos. Solamente un sistema de precios
paramétricos hubiera podido garantizar, con él como único indi­
cador del plan, que, usando la frase de Liberman, «lo que es bene­
ficioso para la empresa, sea bueno para toda la nación».
Pero si para una factoría no se podía designar un objetivo único,
tampoco lo había correspondientemente para la economía en con­
junto, ni, por consiguiente, un ámbito macroeconómico al que apli­
car los procedimientos matemáticos de optimización que maxirnizan
las funciones sujetas a limitaciones específicas. El centro de interés
comenzó de ahí a moverse hacia las técnicas del análisis funcional
—tales como el control de trayectorias—, cuyo interés consiste en
la secuencia del progreso hacia las metas elegidas. La necesidad de
estabilidad sube de punto con el progreso mismo de la tecnología
de las computadoras que hacen aplicable la teoría del control, ya
que los procesos automatizados y dirigidos por computadoras no
son tan susceptibles de «acometidas» como lo son las operaciones
manuales o mecánicas. .. .,
Cabe sacar la conclusión de que se ha utilizado la fijación de
los precios para garantizar la coherencia y la estabilidad, poniendo
de relieve que ni siquiera se ha intentado hacer de los precios, precios
de eficiencia, es decir, para optimizar los resultados. La fijación de
228

precios de toda una industria en función del coste medio es eviden


teniente monopolística, pero tiene su propio principio de adicione!
automáticas, aplicado al objetivo de la reducción porcentual di
costes. De esta manera el Estado y el consumidor final participa
en los incrementos de la productividad —el primero aumentandi
sus ganancias, parte de las cuales son transferidas al presupuesto:]
el segundo, por razón de la reducción de precios—. Con los cambiol
estatuidos en 1965, tiene la misma empresa participación en las ga'
nancias, pero en gran parte es con fines de reinversión y no prin^
cipalmente para distribuirlas (como en las reformas yugoslava
húngara) a los asalariados y al personal directivo. La autofi
nanciación automática en ausencia de un mercado de capital y di
la facultad de diversificación en otras líneas de producción según
esos u otros modelos de mercado, sobra el decirlo, más prO'
mueve la estabilidad que el cambio estructural. El principio de la|
adición automática aplicado a la fijación de precios fomenta la ado
ción de economías de escala, pero nada ayuda para—eleyar la efi-|
ciencia en la a.signación de los recursos, ya que no se dfecide la
acción, teniendo en cuenta los costes de oportunidad de los rendi-j
mientos adicionales de la escala. Las técnicas de planificación regio­
nal y el restablecimiento de los trusts (integraciones horizontales o]
verticales realizadas en el seno de los ministerios industriales) per­
miten en la práctica una mejor previsión de ciertos factores externos
—economías de escala provenientes de fuera del proyecto en consi­
deración— que en el régimen de competencia; pero esto, natural­
mente. es propio de toda situación de monopolio.
La estabilidad está también en el fondo de la ley del desarrollo
prioritario de los bienes de producción, puesto que su incorpora­
ción al uso productivo no está afectada por los cambios en la es­
tructura del poder adquisitivo; la influencia de éste en cuanto de­
manda derivada ha estado institucionalmente excluida hasta las re­
cientes reformas. Desde 1964 pueden los comercios hacer pedidos
de los artículos que ellos especifiquen a las fábricas en vez de servir
de agentes pasivos de distribución. La estabilidad, además, es una
virtud cuando la clasificación de bienes industriales llega a enume­
rar 20 millones de artículos, de los cuales, como se ha observado
ya, cinco millones tienen fijado su precio por separado, y cuando
los intercambios tienen lugar entre aproximadamente dos millones
Fábrica de productos químicos de Lisichansk, en
la región de^Lugansk (Ucrania). Un decreto de mayo
de 1958 concedió gran prioridad a la industria
química, exigiendo que se duplicase o triplicase la
producción para 1965; el incremento real fue de 2,4
230

de unidades económicas, a saber, las empresas que operan llevando!


una contabilidad de costes autónoma (khozraschet), las instituciones!
(uchrezhdenie) con un presupuesto separado (aunque no indepen-1
diente) y las cooperativas. Había hace treinta años, aproximadamen-J
te, 900.000, pero 211.000 eran pequeñas granjas cooperativas que!
posteriormente al fusionarse quedaron en 40.000.

Límites del sistema existente


Los procedimientos administrativos y de planificación por los que Í
se rigen estos dos millones de unidades han experimentado pocos
cambios desde el primer plan quinquenal. No obstante, el número ¡
de personas empleadas en las empresas e instituciones estatales se
pasado de 1I millones en
1928 a 83 millones en 1967—. Los servicios estrictamente adminis­
trativos de los gobiernos central y locales, en cambio, se han man­
tenido notablemente constantes. Las personas empleadas en tales
departamentos y en los del Partido Comunista, sindicatos y orga­
nismos similares daban un total de 1.010.000 enT ^2#T ^nque fueron
ampliadas las plantillas de personal durante los planes quinquenales,
jamás llegaron ni siquiera a duplicar el número de 1928, y después
de una reducción llevada a cabo por Malenkov después de la muer­
te de Stalin (y continuada por Khrushchev), bajaron hasta 1.245.000
en 1960. La siguiente reexpansión hizo subir el número a 1.640.000
en 1967. Para un país de 235 millones, es ésta todavía una admi­
nistración modesta; en 1967 el gobierno central y la administración
local empleaban en el Reino Unido 1.077.000 personas para una
población de 55 millones (y una extensión cien veces más pequeña
que la de la Unión Soviética). Sin embargo, más moderado aún, si
tenemos en cuenta su responsabilidad sobre toda la economía so­
viética, es el personal de la Comisión Estatal de Planificación, que
en 1962 contaba con una plantilla central de solamente 2.000 (con
otros 16.000 en instituciones de investigación, departamentos regio­
nales, etc.). En total, la administración estatal y la del Partido de
la URSS empleaban casi exactamente el mismo número en 1965
que en 1935; durante esos mismos treinta años el número de per­
sonas empleadas por el Gobierno inglés fue creciendo a un pro­
medio anual del 5,6 por 100.
231

La contraposición con el Reino Unido es, desde luego, llamativa,


pero refleja tan sólo parte de una adecuada comparación. Fedoren-
ko, director del Instituto Central de Economía Matemática, estima­
ba en 1965 que unos 12 millones de personas estaban ocupadas en
actividades de planificación y de gestión en el conjunto de la eco­
nomía; el jefe del Centro de Cálculo de la Comisión Estatal de
Planificación, Kovalev, afirmó que el número de encargados de
establecer los planes y comprobar su cumplimiento había aumen­
tado en la mitad durante el período 1955-62; y, basándose en una
relación derivada por el economista matemático Glushkov (que el
trabajo de planificación aumenta según el cuadrado de la produc­
ción), el editor de la revista de la Comisión de Planificación sugirió
irónicamente que para 1980 toda la población adulta de la URSS
estaría ocupada en algún tipo de actividad administrativa. Como la
«ley de Glushkov» tiene cierto aire parkinsoniano, se puede evocar
la visión proyectiva de Parkinson, según la cual la administración
ocuparía a toda la población activa del Reino Unido para el
año 2195.
La paradoja de una administración central reducida y un am­
plio cuerpo administrativo en los otros niveles de gestión económica
hay que explicarla por el mecanismo descrito en la segunda parte,
y que está ilustrado, en su reflejo monetario, en la figura 6 (pági­
na 153). El Gobierno central está nominalmente asociado a las mu­
chas transacciones en que va implicado su presupuesto, y dicta di­
rectrices para otras realizadas entre el Estado y las empresas. Ha
venido reduciendo el número de indicadores del plan central (de
9.490 en el plan de 1953 a 1.780 en el plan de 1958) y ha hecho
otra reducción en la reforma anunciada en 1965; sin embargo, en
esa fecha el tekhpromfinpkm medio de una empresa industrial con­
tenía 500 indicadores impuestos por el plan central y sus implica­
ciones para otras empresas. A excepción de unas pocas que expe­
rimentalmente operan a base de contactos directos, toda empresa
que haga un envío de productos asignados por el poder central
(más de 20.000 en I96'6) debe tener de antemano una autorización
del pedido (naryad), otorgada por un cuerpo supervisor (el Goss-
nab en el caso de artículos financiados por la autoridad central).
Por tanto, la mayor parte del trabajo administrativo surge de
la necesidad que tiene cada empresa de negociar todas y cada una
fcSfajMA-,

232

de las autorizaciones de sus envíos y de los reajustes de su plan


con un tercero y no con su propio socio. No podiendo alterar sip
precio de venta y sin apenas control sobre el coste de los inputs,.
la empresa lleva sus propias negociaciones casi exclusivamente en(
lo referente a la composición y fechas de sus suministros y entre-r
¡i gas; la multiplicación de estas estipulaciones es solamente con fre-'
cuencia un modo de corregir las incongruencias de precios que en'
una economía de mercado se zanjarían en una sola operación.

Optimización
Se ha convertido en ideal de un influyente grupo de personas con
cargo oficial la elim.inación de las anteriores incongruencias y de
la necesidad de reajustar el plan en el proceso de su ejecución;
para ello la optimización aparece como el procedimiento matemá­
tico y de cálculo apropiado.
Los modelos de planificación a corto plazo, con capacidad pro-l
ductiva fija, han sido utilizados durante bastantes años, y se están
elaborando adaptaciones a largo plazo (para lo cual las variables!
dinámicas son la capacidad y, en particular, el capital para la acti­
vidad exportadora o la reducción de importaciones). Su aptitud
para racionalizar la formación de capital y ias-decjsiones referentes
al comercio exterior se ha podido demostrar (basán^se, en el pri­
mer caso, en una considerable experimentación entre los diversos
criterios de inversión), porque descontando las corrientes de pro­
ductos y ganancias con el extranjero (en su equivalente en dólares)
proporcionan funciones objetivas homogéneas; generalmente se ha
tratado de adaptaciones del problema del transporte solucionadas
aplicando la programación lineal y formuladas independientemente
por Kantorovich y Dantzig.
El grupo de matemáticos y economistas soviéticos, al que se
puede denominar la escuela de la optimización, tuvo la ventaja de
haber empezado muy tempranamente a replantearse los problemas
fundamentales de la economía una vez que las restricciones im­
Pt puestas por Stalin habían desaparecido con su muerte. Kantorovich !
fundó un nuevo Instituto de Matemática Económica en Novosibirsk,
y Fedorenko, descollante ingeniero químico, llenó el asimismo nue­
vo Instituto Central de Economía Matemática de Moscú con mate-

íUi
233

jmáticos ansiosos de aplicar sus conocimientos a las tareas econó-


|micas. La práctica, tradicional en la planificación soviética, de as­
pirar a un objetivo económico específico —las metas explícitas de
Stalin para desarrollar unos pocos productos industriales—, parecía
coincidir con la nueva investigación de una función objetiva. Esta
[escuela —a la que se puede considerar como uno de los grupos de
intereses de la sociedad soviética (pág. 166)— sirvió de instrumento
|para la inserción en el programa de 1961 del Partido Comunista
¡de una versión popularizada de su consigna: la ley inmutable del
|desarro!lo económico consiste en conseguir en interés de la sociedad
los mayores resultados al coste más bajo. El Gobierno decidió esta-
'blecer una cadena de estaciones electrónicas para la elaboración de
(datos por todo el país y controlar, a título de experimentación, toda
la gran industria de Bielorrusia desde un centro de computadoras
de la capital, Minsk. Se establecieron muchos —aunque no todos—
de los centros regionales de elaboración de datos, pero en vez de
(servir de enlaces en una corriente nacional de información, se con-
Icentraron en la investigación operacional a nivel local. Se abandonó
el experimento de Bielorrusia, aunque no se publicó detalle alguno
sobre los factores que influyeron en esa decisión. Una aguda esca­
sez de computadoras digitales obstaculizó el que se pudiese instru­
mentar tempranamente los proyectos de 1961 : hay signos evidentes
de que esta misma escasez (juntamente con la de instrumentos mi-
croconmutadores) retrasó enormemente a fines de los años sesenta
el programa de construcción de máquinas-herramientas a control
numérico. Por otra parte, el equipo mismo no era tan avanzado
en su diseño y construcción como lo hubiera permitido la tecnolo­
gía: qp 1966 el Instituto de Mecánica de Precisión y de Tecnología
de las Computadoras completó su computadora «Besm-6», que tra­
baja con una velocidad de un millón de operaciones al segundo,
frente a las unidades standard («Ural-ll» y «Ural-14»), que operan
con una velocidad de 50.000, pero así y todo aparentemente aún no es
posible dominar los extensísimos programas que requiere la planifica­
ción óptima. Una contribución de Pugachev a un simposium dedicado
a este problema. La planificación óptima en condiciones de grandes
magnitudes (1963), establece cinco millones de condiciones y 50 millo­
nes de incógnitas para optimizar los outputs en un plan móvil de
precisamente 1.000 productos. Prácticamente todos los programas
234

soviéticos han sido en todo caso dirigidos hacia tareas microeco*


nómicas y de producción, aunque los métodos de descomposición.j
formulados por Dantzig y Wolfe en Norteamérica han sido de$«¡
arrollados para grandes modelos por Gavrilets y por Volkonsky
así como por Pugachev.
Prescindiendo de los problemas de cálculo, había dos fallos qu
impedían que la programación diese el resultado apetecido. El prin
cipal era la falta de una función objetiva válida para la solución
1
de los problemas que trascendiesen el ámbito de la misma empresa]
(pero a cuyo nivel se realizó una buena porción de valiosa investii
1
gación operacional). En segundo lugar, los parámetros suministrado!»!
por la programación no indican a las empresas las responsabilidades
contractuales que el plan óptimo les obligaría a aceptar; los di-,
rectivos soviéticos, habituados durante mucho tiempo a una planifi-1
cación casi total, precisarían de bastante tiempo y tendrían, entre i
tanto, que soportar muchas pérdidas para acomodarse a una ope-1
ración con un solo maximando. ;

Tendencias para el futuro


Hay muchas personas fuera de la URSS, y algunas dentro, que es­
peran que el progreso en la resolución de estos problemas se reali­
zará en dirección a un tñécámintq^ de precios autorregulados. Sus
opiniones han recibido colectivamente la denominación de escuela ’
de la convergencia.
Pero lo que tal vez ocurra es que el futuro sistema económico de la
URSS no converja con el de las economías de mercado, siendo lo
más previsible una combinación de técnicas de control óptimo y de
presupuesto programado. Este último contendría varias series de
sistemas (más que de productos determinados) que se podrían obte-i
ner con un presupuesto dado de recursos nacionales, y para los que
resultaría apropiado el método soviético de fijación de los precios]
de coste. Es muy posible que las autoridades soviéticas intenten pla­
nificar los objetivos a que aspiran valiéndose de un modelo simu­
lado, cuyas variables son determinadas y ponderadas con una com­
binación de proyección basada en el muestreo (investigación del
consumidor) y de elección por parte del Gobierno; algunos econo­
mistas soviéticos han aplicado ya los algoritmos de guía de trayec-
235

loria cara modelos de optimación temporal. Utilizando el análisis


Aferentes'objetaos.
T a. rSlexí^L s S b re la estructura que en el futuro pueda pre-

f í i S d o d “l P a ñ X c l „ n ¡ « a ’ A „„,«e M arx creyó que la base


to n ó ib ica era la ecráom la
K r a í l í ? a V ¿ S r n a e v o contenido .1 an.igno titulo de su
flisciplina, economía política.

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