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La penicilina

Las penicilinas son antibióticos del grupo de


los betalactámicos empleados profusamente en el tratamiento
de infecciones provocadas por bacterias sensibles. La mayoría de las
penicilinas son derivados del ácido 6-aminopenicilánico, difiriendo entre
sí según la sustitución en la cadena lateral de su grupo amino. La
penicilina G o bencipenicilina fue el primer antibiótico empleado
ampliamente en medicina; su descubrimiento ha sido atribuido
a Alexander Fleming en 1928, que obtuvo el Premio Nobel en Fisiología
o Medicina en 1945 junto con los científicos Ernst Boris Chain y Howard
Walter Florey, creadores de un método para producir el fármaco en
masa.

Si bien las penicilinas son los antibióticos menos tóxicos, pueden


causar alergias, en ocasiones severas. Sin embargo, solo el 1 % de los
pacientes que reciben tratamientos con betalactámicos las
desarrollan. Puesto que un shock anafiláctico puede conducir a la muerte
del paciente, es necesario interrogarlo antes de iniciar el tratamiento.

Además de sus propiedades antibacterianas, la penicilina es un


efectivo antídoto contra los efectos del envenenamiento por α-amanitina,
uno de los aminoácidos tóxicos de los hongos del género Amanita.
La brújula
La brújula es un instrumento de orientación que utiliza
una aguja imantada para señalar el norte magnético terrestre. Su
funcionamiento se basa en el magnetismo terrestre, por lo que señala el
norte magnético en vez del norte geográfico y es inútil en las zonas
polares norte y sur debido a la convergencia de las líneas de fuerza
del campo magnético terrestre.

Fue inventada en China, aproximadamente en el siglo IX con el fin de


determinar las direcciones en mar abierto, e inicialmente consistía en una
aguja imantada flotando en una vasija llena de agua. Más adelante fue
mejorada para reducir su tamaño e incrementar su practicidad,
cambiándose la vasija de agua por un eje rotatorio, y añadiéndose una
«rosa de los vientos» que sirve de guía para calcular direcciones.

Antes de la creación de la brújula, la dirección en mar abierto se


determinaba con la posición de los cuerpos celestes. Algunas veces la
navegación se apoyaba con el uso de sondas. Las dificultades
principales que se presentaban con el uso de estos métodos eran las
aguas demasiado profundas para el uso de sondas, y que muchas veces
el cielo estaba demasiado nublado, o el clima era muy neblinoso.

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