Qué confuso es sentir e intentar olvidar al doblar la esquina que dirige a tu
casa, y llevar el palpitar de tus labios en los míos, como si pudieran recordar nuestras carnes musitar palabras escritas por otros y por nosotros.
Te escucho y te siento, y te anhelo porque tu cuerpo es un templo, un
universo en el arte, lejano y tangible como la nieve, súbita y tenue que arde en mis manos dejando su rastro doloroso pero misericordioso.
Humm… te huelo, tu pelo, tu cuello, y en el oscuro rincón veo tus ojos
cerrar cuando mis dedos, inquietos, dibujaron tus labios. Sigo contando cometas, figurando las nubes, y atisbando la ficticia y colorida estela del sol, sosegada en rayos cambiantes iluminados por tu rostro.
Solo espero, mi Estrella, que tu destellar de encantos aún en la penumbra