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Democracia y demos-gracias

Así, aprovechándose de un régimen político débil, algunos hacen sus grandes baraterías

Juan Manuel de Prada


Resultan nauseabundos los esfuerzos del periodismo sistémico por justificar a esos patriotas
tremendos que montan sociedades instrumentales para escaquearse del fisco. Ahora, después
del ministro astronauta y otros pájaros con nido en la luna, sale a la palestra Pepu Hernández,
elegido por el dedazo del doctor Sánchez como candidato a la alcaldía de Madrid, que cobraba
sus «charlas de motivación» a través de un chiringuito societario. A mí esto de cobrar un
potosí (y a través de persona jurídica interpuesta) por «charlas de motivación» impartidas a
pobres incautos con sueldos birriosos (¡ciudadanía emprendedora!) me parece el emblema
más vistoso de esta democracia tan fetén que-entre-todos-nos-hemos-dado. Una democracia
que, como explicaba con sorna Castellani, es en realidad «la demos-gracias de los mercaderes,
que se aprovechan de todo régimen político débil para hacer sus grandes baraterías».

A este Pepu Hernández tratan de adecentarle sus baraterías llevando a la televisión expertos
(¡qué sería de la demos-gracias de los mercaderes sin su guarnición de expertos!) que
sostienen contra viento y marea que montar estos chiringuitos societarios es plenamente
legal, aunque a la legua se note que se montan para escaquear dinero al Fisco. ¡Y el caso es
que tienen razón! Pues las leyes, bajo el capitalismo, no tienen otro objeto -nos enseñaba
también Castellani- que «servir maravillosamente al poder del Dinero y de la Usura». El alma
del capitalismo no es, como sus apóstoles aseguran, la propiedad privada, ni el mercado libre,
ni la iniciativa individual, que ya existían desde mucho tiempo antes. El alma del capitalismo es
la «innatural separación» de las retribuciones y las cargas de la propiedad, que Chesterton
comparaba con otra «innatural separación» que separa el sexo de la fecundidad. En realidad,
ambas separaciones son el anverso y el reverso de una misma moneda; pues, como señalaba
Belloch, «nada resulta tan provechoso a los ricos como la anarquía moral de los pobres». Y es
que, en efecto, para que los pobres no monten en cólera ante los chiringuitos de patriotas tan
tremendos como este Pepu Hernández necesitan estar previamente muy envilecidos, como
monos en una jaula que se disputan una garrafa de licor. Este es el alma del capitalismo:
permitir que el Dinero haga sus escamoteos y los birlibirloques, mientras el pueblo convertido
en chusma se refocila en el disfrute de sus derechos de bragueta.

El derecho romano nos enseñaba que las sociedades se formaban para lograr fines que sus
miembros no podían realizar de forma individual. Pero el capitalismo quiso proteger bajo su
manto legal a esos patriotas tremendos que, como Pepu Hernández, montan chiringuitos con
fines sociales tan fraudulentos (puesto que son plenamente realizables de forma individual)
como impartir «charlas de motivación» a pobres ilusos cuyos sueldos birriosos están
controladísimos por el fisco, mientras el charlista escamotea sus ganancias astronómicas a
través del chiringuito. No debe extrañarnos que el periodismo sistémico trate de blanquear la
conducta de estos patriotas tremendos; pues sociedades como la que este Pepu Hernández
empleaba para cobrar sus «charlas de motivación» las han montado todos los líderes y
lideresas mediáticos, para defraudar impuestos, mientras las masas cretinizadas que se
alimentan con sus bazofias son ordeñadas hasta el último céntimo. Y, después de ordeñadas,
votan con entusiasmo a patriotas tremendos como este Pepu Hernández. Así, aprovechándose
de un régimen político débil, algunos hacen sus grandes baraterías.

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