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ESTRÉS
ISBN 987-00-0543-8
3.a edición
© Editorial Distribuidora Lumen SRL, 2005.
Grupo Editorial Lumen
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Libro de Edición Argentina Printed in Argentina
PROLOGO A LA 3era EDICIÓN
Es para mí un honor prologar la 3.a edición de esta útil e ilustrativa obra del
Dr. Daniel López Rosetti, presidente de la Sociedad Argentina de Medicina del Es-
trés (SAMES), luego del prólogo redactado para la 2.a edición por el profesor Paul
Rosch, de la Universidad de Nueva York y presidente del Instituto Americano del
Estrés.
En ocasión del 1° Congreso Argentino de Medicina del Estrés, en junio de
2001, tuve el privilegio de conocer al Dr. Rosch y desde entonces mantener un
vínculo de amistad con él, como el que ambos habíamos disfrutado con el creador
del concepto del estrés, profesor Hans Selye, y actualmente con el profesor Lennart
Levi, investigador pionero en el Instituto Karolinska de Suecia.
Estas personalidades, que tanto han contribuido al conocimiento y la
comprensión de la respuesta de estrés, nos inspiraron para nuestros estudios sobre el
tema en nuestro país y Latinoamérica desde 1970, brindando consejo y supervisión.
Deseamos mencionar en ese sentido también a los Dres. George S. Everly, de la
Universidad Johns Hopkins de los EE. UU., y Cary Cooper, de la Universidad de
Lancaster, todos ellos profesores honorarios de nuestra Universidad.
Luego del éxito del 1.° Congreso de Medicina del Estrés, nos parece muy
oportuno que el Dr. López Rosetti y su equipo de la SAMES, en el que cuenta el Dr.
Daniel Bistrisky, profesor de nuestra Universidad de Flores, organicen el 2.°, a tener
lugar el 19 y el 20 de agosto de 2005 en Buenos Aires.
Sin duda, la nueva edición de este libro servirá como material de estudio
previo y de apoyo para el mejor aprovechamiento de las ponencias a ser presentadas.
El autor considera su obra como un texto de "divulgación". Esto tiene
mucho sentido al tomarse conciencia de que el cuidado de la propia salud debe ser
responsabilidad de cada ciudadano y, para ello, necesita contar con herramientas a
su alcance.
Lamentablemente, el tema del estrés no es tratado con la profundidad que
merece, en nuestra opinión, en muchas facultades de Medicina y de Psicología.
Conscientes de su importancia, lo hemos incorporado como una asignatura especial
en la Carrera de Psicología de la Universidad de Flores, dado que el psicólogo debe
conocer los fundamentos y las técnicas de la psicología de la salud, llamada en los
EE. UU. "behavioral medicine" (medicina conductual).
Por otra parte, a medida que la tecnología avanza cada vez más, superando
la mayoría de las enfermedades "tradicionales", como las infecciosas, el estilo de vi-
da del hombre contemporáneo empeora con el mismo ritmo. Cada vez es mayor la
incidencia de la obesidad y el sedentarismo, agravados por la excesiva exposición a
la televisión y la computadora. La diabetes y los trastornos cardiovasculares se han
incrementado en consecuencia, incluyendo en los últimos años a niños pequeños.
Como factores macrosociales y económicos que deben resolverse, la desocupación
y el trabajo no registrado, así como el temor de perder el empleo, contribuyen a un
sufrimiento de estrés prolongado, junto con la necesidad crónica de incorporar otros
valores en nuestro país.
Sorprendentemente, desde hace sólo poco más de 50 años se acepta en
Medicina la estrecha relación entre el estilo de vida y los trastornos físicos, aunque
la sabiduría popular hablaba mucho antes de "hacerse mala sangre" (¿colesterol,
triglicéridos, hiperglucemia?), "tomarse las cosas a pecho" (¿infarto de miocardio?)
o "esto es un dolor de cabeza para mí" (¿cefaleas?).
La información se duplica cada tres años; el ritmo del cambio y las
exigencias de adaptación también se aceleran con el impacto adicional de la
globalización, pero la inmensa mayoría de la población no asume conductas
apropiadas para su bienestar integral y el de sus familias.
¿Qué podemos hacer los médicos ante este panorama?
Cuando el conocido consultor Peter Drucker asesoró a los profesionales de
un gran hospital norteamericano, les preguntó: "¿Cuál es su actividad?"; la respuesta
fue: "La salud." Pero él aclaró: "No, su actividad es sobre la enfermedad", señalando
así la poca atención brindada a la prevención.
Los problemas en las organizaciones públicas y privadas que brindan
atención médica son otro factor para considerar. Los mismos médicos sufren sus
consecuencias, que se manifiestan, en alto porcentaje, como el "síndrome de
burnout" o agotamiento profesional y personal, el cual fue objeto de una conferencia
y un panel realizados conjuntamente con la Asociación Médica Argentina y otras
cuatro universidades, en abril de este año.
La pregunta central fue: "¿Quién cuida a los cuidadores?" Hasta en España
es alta la incidencia del burnout. El requerimiento más destacado de los médicos en
una encuesta en ese país fue: ¡que les permitan atender por lo menos diez minutos a
sus pacientes! ¿Cómo pueden generar una relación de confianza y escucha con el
paciente en estas condiciones?
Deseamos recordar que las estadísticas internacionales muestran que, de
cien casos de consulta médica, la mitad es debida puramente a causas psicológicas,
un cuarto a cuadros psícosomáticos (léase "estrés" en este 75 %) y sólo el 25 %
restante a causas y padecimientos con base orgánica.
Cuan sabia es la vieja frase, entonces: "Es mejor prevenir que curar."
A pesar de esos datos, que parecen desalentadores, disponemos de recursos
eficaces a nuestro alcance, y el Dr. López Rosetti los describe con mucha claridad en
este libro. Primero, con una presentación introductoria general al tema, siguiendo
con la descripción de las enfermedades más comunes vinculadas con el estrés, los
aspectos psicológicos de éste y las técnicas más probadas para su manejo,
incluyendo la vertiente filosófica. Acorde con la descripción de Selye en sus últimos
años, incluye referencias al "buen estrés" o eustrés, al hablar del manejo del tiempo,
los hobbies y el buen humor.
Es muy congruente con estos contenidos la Jornada Abierta a la
Comunidad para la Prevención del Estrés, que desde el 18 de agosto de 2005
organiza la Comisión Directiva del 1er Congreso, previamente a éste.
Para finalizar, si nos preguntamos cuál es el mayor desafío del hombre
actual en cuanto a esa respuesta innata de lucha, fuga o inmovilización llamada
"estrés", y que heredamos de nuestros ancestros, nuestra respuesta inmediata es "la
adherencia (adherence) a las técnicas de su manejo": la disciplina para mantener, a
lo largo de la vida, una dieta saludable, ejercicio físico regular, relajación,
respiración y reposo, relaciones humanas cálidas con nuestro grupo de mutuo
apoyo. Todo esto, para reducir en lo posible el "distrés" o mal estrés; y generar
actividades desafiantes, interesantes, creativas, y disfrutar diversiones y la cultura,
para incrementar el "eustrés".
Reiteramos que no son los médicos quienes pueden hacerse cargo de esos
hábitos de salud integral, sino cada persona, dando al mismo tiempo un modelo para
sus hijos. Los médicos somos responsables de informar a los pacientes y cuidar
nuestra propia salud..., a pesar de los estresores que debemos enfrentar cotidiana-
mente en el ejercicio profesional.
Sin duda, la redacción de esta 3.a edición habrá representado un estresor
muy motivante para su autor, y una gran satisfacción por el beneficio potencial que
representa para la comunidad.
Dr. Roberto Kertész Médico psiquiatra, doctor en Medicina.
Director del Instituto Privado de Psicología Médica (IPPEM). Rector de la
Universidad de Flores (UFLO), Buenos Aires.
PROLOGO A LA 2da EDICIÓN
Es un placer contribuir con una introducción a esta edición revisada de
Estrés. Epidemia del siglo XXI, que explica claramente los daños físicos y
emocionales que causa el estrés, y cómo prevenirlos y evitarlos. Explicar qué es el
estrés y su conjunto de efectos es un desafío muy exigente, y debo felicitar al Dr.
López Rosetti por haberlo superado con un libro de relevancia académica y a la vez
atractivo y comprensible.
No pasa un día sin que nos crucemos con alguna referencia al "estrés", en la
televisión, revistas, diarios o en la conversación informal... ¿Por qué tanto repentino
alboroto? Después de todo, el estrés nos ha acompañado desde Adán y Eva. ¿Es
porque hay más estrés en la actualidad? ¿Es el estrés contemporáneo de alguna
manera diferente o más peligroso? ¿O se debe a que las investigaciones científicas
de las últimas décadas han confirmado reportes aislados, que señalan el rol
significativo del estrés en diferentes enfermedades y delinean los diversos meca-
nismos de acción que podrían estar involucrados. Parece probable que todas estas
influencias se hayan sumado. Por otro lado, el interés creciente despertado por la
medicina actual, que enfatiza la relación mente-cuerpo, ha permitido el desarrollo de
una variedad de técnicas de reducción del estrés, para el tratamiento de síntomas y
enfermedades que frecuentemente están causadas por él.
Estrés significa muchas cosas distintas para cada uno y es un fenómeno
altamente personal, con características particulares para cada persona. Si uno
observa a los pasajeros en una montaña rusa muy empinada, ve reflejado el terror en
los rostros de algunos, el placer en los de otros y, en unos pocos, la indiferencia.
Nuestras respuestas físicas al estrés también pueden ser muy variadas. Algunas
personas se sonrojan, otras se ponen pálidas, tienen palpitaciones o palmas sudo-
rosas, o un sinnúmero de problemas gastrointestinales y de la piel.
¿Qué es, exactamente, el estrés? Aunque la palabra se ha usado por más de
cuatro siglos en el idioma inglés, su significado actual data de solamente seis déca-
das, cuando fue "acuñado" por el brillante investigador austro-húngaro Hans Selye.
Selye había observado cambios muy específicos y constantes en animales de
experimentación expuestos a estímulos dañinos, e informó de esos hallazgos en
1936. Denominó a este síndrome "estrés" e inicialmente lo definió como "la res-
puesta inespecífica del cuerpo a cualquier exigencia de cambio". Sus primeros es-
tudios fueron de interés principalmente para los biólogos que se ocupaban de
ciencias básicas, pero sus estudios posteriores mostraron que la exposición pro-
longada a estos estímulos producía otros cambios, similares a los que se veían en
humanos que sufrían de una variedad de trastornos aparentemente no relacionados.
La publicación, en 1950, de Stress, un voluminoso libro que resumía sus
investigaciones y explicaba sus conceptos de Síndrome General de Adaptación y
Enfermedades Adaptativas, sacudió a la comunidad científica por las implicancias
clínicas de su radical y novedosa teoría.
Siguiendo las investigaciones de Pasteur y los postulados de Koch, los
médicos habían enseñado siempre que cada enfermedad tenía su causa propia y
específica. La tuberculosis la causaba un bacilo; la neumonía, el neumococo; la
rabia, el cólera y el ántrax, otros microorganismos específicos, etc. Lo que Selye
proponía era la cara opuesta. Había ya demostrado que las exigencias físicas
severas, de naturaleza diferente e incluso opuesta, como los extremos de frío y calor,
así como las amenazas emocionales, producían hallazgos macro y microscópicos
idénticos en el estómago, glándulas adrenales, timo y tejidos linfoides de todos los
animales de experimentación que él había estudiado. Además, la prolongación de la
exposición al estrés generaba cambios patológicos en el sistema cardiovascular, rí-
ñones y otras estructuras y tejidos blandos, indistinguibles de aquéllos encontrados
en pacientes que habían sufrido infartos de miocardio, accidentes
cerebrovas-culares, úlceras pépticas, artritis reumatoidea y otras enfermedades.
Razonó que, si el estrés podía causar estos cambios en animales de laboratorio,
quizás podía contribuir al desarrollo de enfermedades humanas.
El concepto de estrés se difundió rápidamente a toda la medicina clínica,
las ciencias sociales y el habla coloquial. Sin embargo, el término se aplicaba
indistintamente para referirse a las amenazas emocionales, a la respuesta corporal
ante dichos estímulos, así como al resultado último de esta interacción. Por ejemplo,
un jefe arbitrario y exigente podía provocar un dolor de estómago que
eventualmente avanzaría hasta ser una úlcera. Para algunos, el estrés era el mal jefe,
pero para otros podía ser tanto el dolor como la úlcera. Incluso los médicos estaban
confundidos. Cuando ayudaba a Selye, en 1951, a preparar su Primer Informe Anual
sobre el Estrés, incluí el comentario de un crítico que, en el British Medical Journal,
se quejaba de que, basándose en citas textuales de los trabajos de Selye, "el estrés,
además de ser sí mismo, era la causa de sí mismo y el resultado de sí mismo". Otros
problemas surgieron cuando hubo que traducir su obra a lenguas extranjeras, que
carecían de un término equivalente. Cuando fue invitado a dar una conferencia en
1946 en el prestigioso Colegio de Francia, los académicos responsables de la pureza
de la lengua francesa lidiaron con este problema por varios días. Finalmente
decidieron que debía crearse una nueva palabra y así nació "le stress", seguido
prontamente por "el stress", "il stress", "lo stress", der stress", en otras lenguas
europeas, y similares neologismos en ruso, japonés, chino y árabe. Stress es una de
las pocas palabras que se mantienen en inglés en estos idiomas.
En ese momento, estrés era sinónimo de "distrés", lo cual no hubiera
causado grandes problemas. Lo que Selye no sabía era que "estrés" había sido
utilizado durante siglos por los científicos para hablar de la elasticidad, la propiedad
de un material de recuperar su forma y tamaño originales, luego de ser comprimido
o traccionado por una fuerza externa. Como fue expresado por la Ley de Hooke
(1658), la magnitud de una fuerza externa, o estrés, produce un monto proporcional
de deformación, o fatiga, en un metal maleable. Este índice de estrés y fatiga es una
propiedad característica de cada material y se llama módulo de elasticidad. Su valor
es alto para materiales rígidos como el acero, y mucho menor para los flexibles
como el aluminio. Por lo tanto, "fatiga" hubiera sido un mejor nombre y fui testigo
de numerosas ocasiones en que Selye lamentaba que, de haber sabido esto, hubiera
pasado a la historia como el padre del concepto de "fatiga". Dado que, en general, el
estrés era percibido como una amenaza desagradable, tenía que crear una nueva
palabra, "estresor", para distinguir entre estímulo y respuesta. Otros incluso
apuntaron que el estrés no era necesariamente malo. Ganar una carrera o una
elección puede ser tan estresante como perderla, o más, pero probablemente no
tenga las mismas consecuencias fisiológicas. A pesar de no haberlo estudiado, Selye
estuvo de acuerdo y creó la palabra "eustrés" para referirse al estrés "bueno".
Éstos son sólo algunos de los factores que contribuyeron a la tremenda
confusión que aún subsiste acerca de qué es el estrés y cuál es su influencia en la
salud. En sus posteriores intentos de explicar sus conceptos al público general, Selye
re-definió el estrés como "la tasa de uso y abuso del cuerpo". Sin embargo, esto no
fue útil salvo para enfatizar su rol en la aceleración del proceso de envejecimiento.
Cuando la prensa lo presionaba para que diera una definición más útil, le gustaba
responder: "Todos saben lo que es estrés, pero nadie realmente sabe." El Dr. López
Rosetti ha sido exitoso en aclarar mucho de esta confusión, al proveer un enfoque
global, realzado por casos clínicos y por diagramas informativos, tablas e
ilustraciones.
El estrés es una ineludible consecuencia de la vida en la Tierra y, sin estrés,
no habría vida. Tal como él señala, el incremento del estrés aumenta la productivi-
dad, hasta un cierto punto, y cuando sobrepasamos ese nivel comienza a transfor-
marse en letal. Sin embargo, este crucial punto de inflexión varía para cada uno de
nosotros. Es muy semejante a la tensión, o el estrés, en una cuerda de violin: si es
insuficiente, se produce un sonido apagado, y si es excesiva, el sonido se convierte
en chirrido o la cuerda se rompe. La tensión adecuada entre esos extremos producirá
bellos tonos.
De manera análoga, todos necesitamos la cantidad adecuada de estrés que
nos permita componer una música agradable y armoniosa mientras transitamos
nuestras actividades cotidianas. Este libro le enseñará al público cómo alcanzar ese
objetivo, haciendo que el estrés trabaje a favor de uno para ser productivo y no
autodestructivo.
I. DE LUCY. A CHARLIE
LUCY*
Sabana africana, a la puesta del Sol, hace más de cuatro millones de años...
Se encontraba sobre un montículo de tierra, encorvada la espalda. Sus patas
traseras flexionadas le permitían estar casi sentada. Sus miembros anteriores eran
como brazos tendidos hacia adelante, tocando casi el suelo. Sus manos selecciona-
ban semillas con destreza y rapidez. Al mismo tiempo, su mandíbula ejecutaba
movimientos cortos, rápidos, triturando el alimento entre sus dientes. El ruido seco
de la masticación se mezclaba con el del soplo de una suave brisa africana que
acariciaba la tierra caliente.
Cierta sensación de frescura emanaba de un charco cercano, fruto de las
últimas lluvias. De pronto, la calma se quebró. Un ruido sospechoso, amenazante,
provocó una rápida y corta inclinación de su cabeza. Dejó de masticar para con-
centrarse en su audición. Orientó la nariz hacia el norte, en dirección al viento, y
realizó movimientos repetidos que acompañaban agitadas y breves inspiraciones.
Abrió más los ojos, y sus pupilas se dilataron para lograr una visión más aguda. Sus
orejas se orientaron en busca del origen de ese ruido, que se confirmaba como el
crepitar de ramas secas al ser pisadas.
Un pulso rápido, consecuencia de la aceleración cardíaca, impulsó su
sangre con marcada fuerza por todos sus músculos. Su respiración se acentuó,
aumentando la entrada de aire a los pulmones. Su cuerpo fue invadido por la
adrenalina, que incentivó todas sus funciones, y todos sus sentimientos, alarmados,
captaron una situación de peligro.
Un olor, que encontró antecedentes en su memoria, convirtió su alarma en
miedo. Dejó abruptamente de masticar cuando sus ojos confirmaron la presencia de
un tigre que, con su mirada frontalmente clavada en ella, su posible presa, iniciaba
*
En 1974, el paleontólogo Donald Johnson descubrió, en la localidad etíope de Hadar, un
australopiteco —antecesor del hombre actual— de casi cinco millones de años de antigüedad, al que
llamó Lucy.
su carrera asesina. Haciendo uso instantáneo de toda su energía, aquel homínido casi
hombre se desplazó velozmente, para treparse con la agilidad de un mono, a un árbol
cercano.
Desde allá arriba, protegida por la altura, alcanzó a ver la resignación del
tigre, que debería esperar una nueva oportunidad para calmar su hambre. Esta vez,
Lucy había salvado su vida... (figura 1).
CHARLIE
En Buenos Aires, Argentina, un día de marzo de 1999, a las siete de la
mañana, Charlie, a medias dormido todavía, se encontró apagando el despertador.
Venció sus ganas de continuar en la cama y, con algunos minutos de retraso,
comenzó a afeitarse. La radio adelantaba las conflictivas, problemáticas, noticias del
día. La afeitada rápida, descuidada, le dejó la huella de un corte en la cara.
Sin tiempo para el desayuno, salió de la cochera sin haber saludado al
encargado. El tránsito anárquico y el estrépito de las bocinas sometieron sus
hombros, su cuello y su columna a una tensión muscular adicional. Casi sin notarlo,
se encontró en su oficina, frente al desorden de un sinnúmero de papeles y documen-
tos. Alguien se encargó, sin misericordia, de recordarle la apretada agenda del día.
Mientras resolvía los primeros problemas, su tensión fue en aumento. La
situación competitiva era moneda corriente. Hacia el cuarto café, aún no había
sonreído...
Las reuniones, formales y poco placenteras, sólo le concedieron respiro
para un breve almuerzo a la una y media. Una rápida fast-food, a solas, contribuyó a
aumentar su sobrepeso. Para finalizar, más café y algunos medicamentos recomen-
dados por su médico.
Consultó su reloj: una vez más estaba retrasado. Intentó ganar tiempo
mientras se dirigía a una reunión, desandando a paso rápido la avenida Corrientes.
Decidió avisar que llegaría tarde. Tomó su celular y advirtió que tenía seis mensajes
pendientes. No lo toleró y apagó el teléfono.
Al llegar, la tensión laboral era evidente. Todavía no había sonreído... Una
discusión elevó su presión arterial. La transpiración de sus manos aumentó ligera-
mente. Sintió la comida aún en su estómago. Y, nuevamente, esa molestia en el pe-
cho y la garganta... Pero había conseguido lo que buscaba: menores precios y me-
jores plazos de entrega.
Después, con extraña satisfacción, se detuvo frente a la ventana. Observó la
multitud y el movimiento incesante de los automóviles. Era un jueves por la tarde, y
todavía lo esperaba más de la mitad de las obligaciones del día...
Entonces recordó que los tres últimos días había vivido el mismo vértigo.
Los sonidos se fueron apagando, la visión se le tornó borrosa... Cayó al suelo.
Minutos más tarde, una sirena anunciaba la infructuosa llegada de una
ambulancia (figura 2).
DE LUCY A CHARLIE
El estrés es el protagonista esencial de ambas historias y lo es también en
nuestras vidas. Si bien salvó a Lucy, terminó, en cambio, con Charlie. ¿Dónde está
la diferencia? No hay vida sin estrés, sólo hay que saber controlarlo y usarlo en la
forma adecuada.
La misma función orgánica del estrés de aquel homínido hace más de
cuatro millones de años se encuentra intacta en el hombre moderno. La diferencia se
llama civilización. Nuestro entorno es diferente. Nos puso a salvo de los grandes de-
predadores pero nos dejó expuestos a las pequeñas y repetidas agresiones cotidia-
nas. En esa frecuencia, en esa continuidad reside la diferencia.
El estrés es algo básicamente útil y bueno. Sirve para alertarnos,
defendernos, nos prepara para enfrentar una situación en defensa de nuestra
integridad. Pero, nuevamente, ¿dónde está la diferencia? La diferencia se llama
estrés agudo y crónico. Lucy se alimentaba tranquilamente cuando una amenaza que
prometía acabar con su vida activó el sistema de alarma. Se activó el sistema del
estrés y todo su organismo se preparó para luchar contra la fiera o para huir de ella.
Se prepa-ó para salvar su vida. En segundos, su cerebro, sus músculos, su corazón,
su presión arterial, su respiración y demás funciones se activaron al máximo para
enfrentar la situación. Como un automóvil de Fórmula Uno, instantes antes de la
lar-jada, todo estaba a punto para el desafío. Sabiamente, Lucy escapó. Instantes
más tarde, se encontraba a salvo. En pocos minutos, había recuperado su
tranquilidad y, nuevamente en paz, se dedicó a seguir alimentándose. Ya no existía
peligro y ya no existía estrés. Había vivido una amenaza muy poderosa, que había
provocado una activación o estrés agudo. Una vez resuelta la situación, todo había
vuelto a la normalidad.
Charlie, en cambio, no sufrió la amenaza terrible y breve de un tigre que
pusiera en peligro su vida. En su lugar, vivió una tensión menor pero constante. Día
tras día, la tensión a la que lo habían sometido las exigencias laborales, las sociales y
su propia demanda interna, fue lesionando su organismo en forma lenta e
implacable. La gota de agua horada la piedra. Charlie sufría de estrés, pero continuo,
crónico. El final de Charlie fue súbito, pero la historia estaba anunciada. Había
sufrido tensión y estrés en forma sostenida en el tiempo. Estrés crónico. El peor.
Había vivido tenso, nervioso. No había disfrutado de la vida, no había
sonreído ni había profesado una filosofía sana para él mismo. No había sido feliz.
Aunque, en el fondo, Charlie buscaba la felicidad —¿quién no?-—, pero lo había
hecho por el camino equivocado. Su balance final fue negativo.
Lucy se preparó para salvar su existencia; Charlie, para terminar con ella.
Esa es la diferencia entre Lucy y Charlie. El sistema de estrés de aquel homínido se
activó cuando fue necesario y en la medida correcta. El hombre de hoy tiene tenden-
cia a encontrarse con su sistema de estrés en activación constante, permanente. Esta
situación no le permite gozar de la vida y genera una hipoteca que se paga con salud
en el futuro próximo. Nuestro desafío consiste en usar adecuadamente nuestro
sistema de estrés, encarar un estilo sano de vida, una mecánica sabia de
pensamiento, y establecernos una escala de valores y objetivos apropiados para
alcanzar el bienestar y la felicidad.
DEFINAMOS EL ESTRÉS
Existen numerosas definiciones del estrés, según el ángulo desde el cual se
lo estudie. Los enunciados estrictamente médicos o biológicos excluyen ciertos as-
pectos importantes relacionados con el hombre, su conducta y su psicología. Por
otra parte, las definiciones no médicas dejan de lado condiciones biológicas de in-
terés. A nuestro juicio, la siguiente definición resulta integradora de ambos aspectos
y, por lo tanto, útil y operativa:
Se entiende por estrés aquella situación en la cual las demandas externas
(sociales) o las demandas internas (psicológicas) superan nuestra capacidad de
respuesta. Se provoca así una alarma orgánica que actúa sobre los sistemas ner-
vioso, cardiovascular, endocrino e inmunológico, produciendo un desequilibrio
psicológico y la consiguiente aparición de la enfermedad.
Figura 3
LA DEFINICIÓN EN DETALLE
Se entiende por demandas las exigencias o requerimientos a los cuales
estamos sometidos. Éstos pueden ser originados en el área externa —como la
sociedad, el trabajo la familia y los amigos—, o pueden tener raíz en nuestras
propias necesidades interiores, aspiraciones, deseos y ambiciones. Nuestra
capacidad de dar respuesta radica en la habilidad para afrontar y manejar
adecuadamente esas exigencias.
Entendemos por alarma orgánica la activación desproporcionada de todos
los órganos y sistemas involucrados en el estrés, especialmente los sistemas
nervioso, cardiovascular, endocrino u hormonal e inmunológico. Cuando esto
sucede, aparecen alteraciones diferentes en las distintas personas, ya que todos
somos diferentes y tenemos cada uno nuestros propios puntos débiles. Un viejo
adagio médico sostiene que "no hay enfermedades sino enfermos". Así, habrá quien
manifieste su estrés por trastornos emocionales o por cualquier otro síntoma, por
ejemplo: hipertensión arterial, trastornos digestivos, tensión muscular, insomnio o
alteraciones hormonales o-sexuales. Trasladando aquella sentencia médica, podría-
mos decir lo siguiente en cuanto al estrés: no hay estrés sino estresados, ya que
frente a él todos reaccionan de distinto modo.
Comparemos nuestro cuerpo y nuestra mente a una orquesta. En ella
encontramos al director, que es quien conduce todos los instrumentos, sean de
viento, de cuerda o de percusión. El estrés nace en lo más profundo de nuestra
mente, en nuestro propio yo interior, y ése es el director de nuestra orquesta (figura
4). Si el director de orquesta falla o se altera, no habrá en definitiva instrumento que
escape a esa falla o desorden. Al igual que en la orquesta, frente al estrés no habrá
área de nuestra mente, ni órgano de nuestro cuerpo que escape al problema. Durante
el estrés, somos como una orquesta desafinada.
Demandas Capacidad de
psicológicas y respuesta
sociales
El gráfico comienza con los hechos que percibe la persona, pero éstos
serán analizados en detalle más adelante. La lectura detenida de las próximas
páginas le permitirá saber cómo funciona el estrés y obtener la satisfacción de
comprender cómo su mente se relaciona con su cuerpo.
Más adelante veremos cómo nuestro propio yo, es decir, nuestro director
de orquesta, se relaciona con nuestras percepciones, pensamientos y creencias.
Ahora vamos a describir cómo dirige nuestro cuerpo físico.
EUSTRÉS O ESTRÉS BUENO
EUSTRÉS
DISTRÉS DISTRÉS
Razón Emoción
Figura 7
EL HIPOTÁLAMO
Este sistema que envía nervios a todo nuestro cuerpo se denomina sistema
nervioso autónomo, justamente porque su función es independiente de nuestra
voluntad. También se lo llama sistema neurovegetativo. No lo manejamos ni cuando
estamos despiertos ni durante el sueño. Está dividido en dos porciones: el tema simpático
y el para simpático. Ambos distribuyen nervios que, como cables conductores de
información, se dirigen a todos los órganos de nuestro cuerpo. Cada órgano recibe un
cable o nervio de cada uno de los sistemas. Es decir, los órganos reciben una doble
inervación, simpática y parasimpática.
En la figura 6 encontramos una línea de puntos que señala con el numere salida
del sistema nervioso autónomo que, al final de esa línea, se divide en dos porciones.
Comencemos por la división simpática. El sistema simpático alcanza, a través de
numerosos nervios, a todos nuestros órganos, tal cual se encuentra representado en la
figura. Cuando este sistema se activa, produce un estímulo sobre todos nuestros órganos y
funciones. Éste es el sistema que se activa ante estrés y permite la liberación de energía y
nos prepara para la lucha o huida que hemos descrito con anterioridad. Éste es el sistema
que se pone en marcha cuando usted se encuentra nervioso, tensionado o frente a una
circunstancia o hecho peligroso o amenazante. Es el sistema que activó Lucy frente a la
presencia del tigre.
En base a esto, es fácil deducir las acciones que ejerce y razonar los motivos, es
decir, por qué lo hace y para qué sirve. Consideremos órgano por órgano y
comprobaremos esa facilidad. Comencemos con el corazón. Cuando éste es estimulado
por el sistema simpático, aumenta la frecuencia cardíaca, o sea que el corazón late más
rápidamente (taquicardia). Si late más rápidamente, expulsa más sangre y oxígeno a los
órganos que lo requieran. Asimismo, al aumentar la fuerza de contracción del corazón, se
eleva la presión arterial. Así, los músculos recibirán más sangre, que es lo que necesitan
ante la eventualidad de luchar o huir. Es lo que le sucedió a Lucy cuando se enfrentó con
el tigre. Por otro lado, la estimulación simpática produce contracción de los pequeños
vasos arteriales —vasoconstricción—, elevando así también la presión arterial. Los
músculos, por su parte, se tensionan para contraerse con mayor fuerza y aumentan la
27
De esa forma, el sistema nervioso autónomo, cuando así lo indica nuestro di-
rector de orquesta, envía señales por el sistema simpático, las que, viajando por las vías
que salen de esa central terminal de trenes que es el hipotálamo, preparan a nuestro
organismo para una situación de alarma, nos disponen para la lucha o para la huida. Es
un sistema liberador de energía.
DISTRÉS DISTRÉS
Razón Emoción
Figura 8
Hemos visto de qué manera el hipotálamo ejecuta las órdenes de nuestro director
de orquesta mediante la vía nerviosa, es decir, a través del sistema nervioso autónomo o
neurovegetativo. Veamos ahora cómo lo hace a través de la vía hormonal.
El sistema hormonal es responsable de los efectos tardíos del estrés, ya que fun-
ciona lenta pero fuertemente. En cambio, el sistema nervioso actúa en forma inmediata.
de nuestro paladar. Esta pequeña glándula es la glándula maestra del sistema endocrino,
ya que gobierna el funcionamiento glandular de todo el cuerpo.
Esta vía hormonal también controla otras hormonas importantes que sufren los
efectos del estrés. Así, la hipófisis produce la TSH o tirotrofina, que actúa sobre la
glándula tiroides, ubicada anatómicamente en el cuello y que controla el metabolismo del
30
hipófisis, actuará sobre todos los órganos y sistemas de nuestro cuerpo, produciendo
los efectos del estrés.
32
Esa secuencia se llama "cascada del estrés" porque, una vez disparada la per-
cepción como amenaza, ésta avanza sin parar a través de todos los pasos del estrés que
hemos visto. Esta percepción de los hechos puede nacer del ámbito social, es decir, de
nuestro entorno, o de nuestro mundo interior, en el ámbito de nuestra psicología más
íntima. La separación de hechos perceptivos en lo externo o social y en lo interno o
psicológico, por supuesto, es meramente didáctica, ya que ambos órdenes están
estrechamente relacionados, puesto que somos seres eminentemente sociales.
En la figura 9 está graneado cómo los hechos percibidos son analizados por
nuestra corteza cerebral de modo racional.
Todo es cuestión de equilibrio. Lo que sí parece ser cierto es que el acceso a la felicidad se
realiza por la puerta de la emoción. Una vez le preguntaron a Albert Einstein: "Maestro,
¿es usted feliz?" Y el sabio contestó: "¡Sólo sé que mi jardinero es más feliz que yo!"
Recuerde que Charlie sintió una gran satisfacción al lograr un buen acuerdo
comercial pero, con toda seguridad, no le produjo felicidad. El estrés y la felicidad no se
llevan nada bien.
Así, a través del hipotálamo, aquella central terminal de trenes de la que hablá-
ramos anteriormente, se enviará una señal de activación o estimulación por las vías
nerviosa y hormonal, provocando la puesta en marcha de los mecanismos del estrés. Es
así como la idea o el modo de interpretación que subjetivamente realizamos de los
acontecimientos pasarán del área mental al cuerpo físico, actuando el hipotálamo como
una especie de articulación, como si fuera una suerte de bisagra entre el cuerpo y la mente
(figura 10).
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Las reacciones agudas del estrés, es decir, las que se producen en forma inmediata, son
transportadas por el sistema nervioso simpático y por su mensajero principal, la
adrenalina, que es incorporada a la sangre desde la médula de las glándulas
suprarrenales y por los terminales nerviosos directamente a los diferentes órganos.
Esta acción, como hemos dicho, es inmediata, nos prepara para la lucha y huida, y se
llama "reacción de alarma".
Vimos también cómo y con qué objeto se activan todos nuestros órganos y sis-
temas, y afirmamos que el estrés es un proceso normal y necesario del organismo para
defendernos ante amenazas y prepararnos para la lucha o la huida.
Ahora bien, ¿por qué hace mal el estrés? La respuesta está en el estrés agudo y
en el crónico. El estrés agudo o reacción de alarma, como su nombre lo indica, es aquel
que surge súbitamente, sin aviso previo, y que, debido a su magnitud y a la rapidez de su
aparición, provoca necesariamente el disparo de la cascada del estrés. Esto es bueno, ya
que nos prepara para resistir el embate de la adversidad y sobrellevar la situación
agresora. A esto acudió Lucy cuando fue amenazada por el tigre, y nos pasa a nosotros
cada vez que una circunstancia nos amenaza, como puede ocurrir en lo laboral, en lo
social o en lo personal, y nos obliga a ponernos en condiciones de alerta en defensa de
nuestra integridad y de nuestros intereses.
De esto se deduce que su aparición, lejos de ser dañina, es útil. El problema co-
mienza cuando la amenaza es continua o nuestra capacidad de respuesta demuestra ser
insuficiente. Entonces, el estrés se prolonga en el tiempo, es decir, se hace crónico
(reacción de vigilancia). Aquí sí, al perpetuarse, el estrés crea problemas. Estos
comienzan con modificaciones en la conducta o en el modo de reaccionar frente a las
situaciones. El estrés crónico impide la tranquilidad, la calma y la paz. Termina, en
definitiva, potenciando la aparición de los más diversos síntomas y enfermedades.
Una vez más, la felicidad y el estrés no se llevan bien. Es muy poco probable
que una persona que sufra de estrés y, más aún, que padezca alguna enfermedad
relacionada con él, alcance la serenidad y la armonía necesarias' para transitar por el
sendero de la plenitud y la felicidad. La salud es un bien absolutamente necesario y su
pérdida comienza con el estrés.
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Cualquiera que observe que una luz roja se enciende en el tablero de su au-
tomóvil, con toda seguridad detendrá inmediatamente el vehículo. El indicador
señalará de dónde proviene el problema: la temperatura del motor, el sistema de frenos,
la falta de aceite... Lo cierto es que, espontáneamente, creemos lo que nos dice el tablero
y arbitramos los medios para evitar males mayores y no tener que pagar el costo
económico que eso implique.
Deberíamos tener presente que los síntomas son señales que nuestro cuerpo
nos envía para hacernos tomar conciencia de que algo está funcionando mal y que eso
merece nuestra atención. Así, dolores, tensión muscular, mareos, intolerancia digestiva,
palpitaciones, son luces en el tablero de nuestro cuerpo que deberíamos respetar,
deteniéndonos lo antes posible, para individualizar —o sea, diagnosticar— la causa.
En estrés, esto es aún más importante porque, en general, los signos y síntomas
iniciales son leves, por lo que es más frecuente todavía que se los menosprecie,
perdiendo de esa manera un tiempo precioso.
Hay que prestarle al tablero instrumental del cuerpo el mismo y justificado in-
terés que despierta el del automóvil.
MENTE Y CUERPO
LO PSICOSOMÁTICO
En el año 1920, Félix Deutsch {famoso médico alemán) utilizó por primera vez
la palabra "psicosomático" para designar aquellas enfermedades y alteraciones que,
interrelacionadas con el cuerpo y con la mente, forman un conjunto indivisible. Los
desórdenes psicosomáticos son aquellos en los cuales la mente desempeña un papel
preponderante en su desarrollo. Ansiedad, nervios, inseguridad, temor, cólera,
frustraciones, entre otras perturbaciones emocionales, favorecen la aparición de
enfermedades físicas.
En el capítulo anterior vimos cómo comenzaba el proceso del estrés. Este era la
resultante de la valoración subjetiva —es decir, racional-emocional— de las
percepciones. Dijimos que una percepción es la idea o representación que tenemos de los
hechos. Esa idea es siempre compleja, ya que en ella intervienen numerosos procesos
de valoración subjetivos. Un mismo hecho puede ser vivenciado y considerado de muy
diferente manera según quien sea la persona que lo considere. La música clásica puede
resultar verdaderamente encantadora para algunos y extremadamente aburrida para otros.
Influyen en esa apreciación fenómenos personales, culturales, históricos, experiencias...
Una percepción es una suerte de apropiación de la realidad según el enfoque de quien la
describa. Un mismo hecho de la vida cotidiana puede ser visto y oído por dos individuos
al mismo tiempo, pero la interpretación que de él hagan no será idéntica sino personal.
Lucy registró con su oído, su olfato y su visión los sonidos, los olores y las imá-
genes que, percibidas en su cerebro y analizadas rápidamente de acuerdo con su
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memoria y aprendizaje, desencadenaron una cascada del estrés que puso en marcha todo
su sistema para la lucha o la huida, salvando su vida. Percibió, mediante sus mecanismos
sensoriales, la información que, analizada por su cerebro pensante y emocional, fue
detectada como amenaza, y actuó en consecuencia. El estrés agudo, autolimitado, fue
útil para Lucy.
En esto radica la importancia de las percepciones, puesto que, más allá de cierta
flexibilización explicable, lógica, la distorsión de los hechos a través de percepciones
incorrectas se convertirá en un desencadenante continuo del estrés. Ver fantasmas
donde no los hay es malo, pero también lo es no ver un tigre donde realmente está. Las
percepciones incorrectas son el caldo de cultivo para los pensamientos erróneos o
distorsionados. Vivir valorando adecuadamente la realidad es importante. Los
pensamientos distorsionados dan lugar a errores de evaluación y a desajustes con la
realidad y, muchas veces, desembocan en falsas expectativas que generan frustraciones.
Justamente, el estrés representa, entre otras cosas, un desajuste entre la expectativa y la
realidad.
Así puede iniciarse la cadena del estrés, cuyo primer eslabón es precisamente la
percepción y cuyo último eslabón es la enfermedad (figura 11).
Figura 11
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Si a esa altura no hemos sabido escuchar las voces de aviso de nuestro cuerpo, se
alcanzará el cuarto eslabón, el de la enfermedad. Aquí también, y teniendo en cuenta la
predisposición genética, podrá alentarse la aparición de distintas enfermedades, tales
como la hipertensión arterial, la aterosclerosis, la angina de pecho, las arritmias cardíacas,
el infarto agudo de miocardio, la úlcera gástrica/ las infecciones por inmunosupresión, las
enfermedades de la piel, la artritis y hasta el cáncer.
Además, cada uno tiene sus propios síntomas por cuyo intermedio se manifiesta
el estrés. Nuestros estresores y nuestros síntomas nos identifican. Didácticamente,
llamamos huella digital del estrés al conjunto de esos estresores y síntomas porque, al
igual que una huella dactilar, nos definen y personalizan.
Es más que conveniente, para el diagnóstico del estrés, y sobre todo en su tra-
tamiento, conocer la propia huella digital del estrés para enfrentarlo lo antes posible y
correctamente.
Trataremos, entonces, los estresores y los síntomas, para que usted pueda des-
cubrir su propia huella y, por consiguiente, saber si está expuesto o afectado por el
estrés, a los efectos de encarar las acciones correctivas pertinentes.
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ESTRESORES O AMENAZAS
Cualquier circunstancia que sea evaluada por nuestra mente desde lo racional
y lo emocional como una amenaza constituye un estresor. En consecuencia, nos obliga a
efectuar ajustes y cambios en nuestra conducta, con el fin de enfrentar la situación. No
obstante, importa destacar que un estresor puede ser positivo o negativo. Por ejemplo,
una muy buena noticia es también un estresor; pero lo que sucede es que, obviamente,
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no producirá cambios nocivos en nuestro organismo, porque no provoca distrés sino que
conduce al estrés bueno o eustrés. Este tipo de estresor es saludable. Pero, cuando nos
referimos a estresores en general, nos referimos a aquellos que, por constituir una
amenaza, van acompañados de una emoción negativa y que dispara la cascada del
estrés, posiblemente de manera sostenida en el tiempo. Reitero: cuando hablamos de
estresores, hablamos en general de amenazas.
ESTRESOR = AMENAZA
Las fuentes de donde surgen los estresores son diversas pero, en general, pue-
den ser de origen interno o externo. Entre las primeras están las que nacen primariamente
de nuestro mundo interior, desde lo psicológico. Las de origen externo nacen en nuestro
entorno o mundo social. En el cuadro 1, se da una clasificación de estresores que
ayudará a ordenar los pensamientos para emprender su búsqueda y así determinar la
propia huella digital del estrés.
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ESTRESORES
Cuadro 1