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Desescolarización
Otro de los fenómenos asociados con estos nuevos contextos es la tendencia a
la desescolarización. Ivan Illich fue un precursor con su libro La
desescolarización de la sociedad de 1970. Pero fue John Holt quien a partir
de 1977 y desde su revista Growing
Without Schooling impulsó los programas de “home schooling” que se
extendieron desde Estados Unidos hacia los cinco continentes con millones de
niños, jóvenes y adultos estudiando con métodos no convencionales.
Los procesos de desescolarización señalan por un lado la desvalorización de la
escuela como ya lo había diagnosticado Ivan Illich desde 1970. Pero, por otro
lado, el contexto que ahora vivimos es distinto porque la desescolarización
institucional coincide con un mayor acceso a mecanismos de enseñanza-
aprendizaje a través de los sistemas informáticos.
Internet hizo posible la creación de plataformas que abrieron el camino a la
educación virtual y también a la desescolarización. En los últimos quince años
el crecimiento de la educación a distancia ha sido exponencial. La diseminación
de variadas ofertas de enseñanza virtual es una manifestación de este proceso.
Surgieron escuelas y universidades virtuales, programas de aprendizaje on line
ofrecidos por instituciones, empresas o particulares. El ciberespacio contiene
hoy el más grande y diverso sistema de educación de todos los tiempos.
La desescolarización significa en este contexto el desarrollo de un nuevo
espacio educativo a escala mundial.
El hecho de que la educación virtual desplace en parte la actividad áulica no
constituye una pérdida en la medida en que muchas de las clases magistrales
en la escuela o la universidad no eran y no son interactivas, no facilitan la
actitud activa, creativa, de los alumnos. La frecuentación de la computadora
obliga de hecho a un mayor desarrollo de la lectura aunque se pierden
competencias lingüísticas por falta de orientación pedagógica.
La desescolarización actual es paralela del proceso de generalización de la
educación en todas partes. Los medios de comunicación social y el
ciberespacio se están convirtiendo en agentes educativos. En este sentido
marchamos hacia una sociedad educativa global. Pero, si bien se ha avanzado
en la creación de canales y programas de televisión con contenido científico,
cultural y educativo, todavía muchos de los sitios y programas más
frecuentados por los jóvenes no tienen valor educativo.
Los sistemas informáticos como Microsoft, Linus, Yahoo, Google y otros tienen
fuertes componentes de interés científico y pedagógico. Google ha creado un
sistema de consulta bibliográfica muy efectivo. Yahoo y Google facilitan
accesos a todas las bibliotecas, universidades y colegios del mundo.
La digitalización de las bibliotecas y la disponibilidad de libros y documentos en
formato digital han creado a su vez una verdadera biblioteca mundial al alcance
de todos los habitantes del planeta. Con lo cual, a su vez, se han superado las
barreras territoriales y culturales que limitaban el acceso a las fuentes del
conocimiento científico o cultural en el mundo.
El modo de producción y de transmisión de conocimientos está cambiando.
Esto tiene consecuencias para las universidades, las escuelas, los científicos,
los pedagogos, las bibliotecas. La utilización de libros e informes de nivel
científico actualizado en las aulas o en las empresas o en las casas
particulares modifica las relaciones de enseñanza– aprendizaje del pasado.
La cultura de masas se incrementa con los medios de comunicación social,
pero también avanza el iletrismo, disminuye el número de lectores, el dominio
del lenguaje corriente se ha deteriorado en Europa, Estados Unidos o América
del Sur. Cuando Ivan Illich publicó “Desescolarizar la sociedad” en 1970 sus
críticas iban sobre todo a la incapacidad de integración social de la institución
escolar, a su incapacidad para asegurar la igualdad de oportunidades, el deseo
de aprender y formar en la convivencia. La Declaración Mundial sobre
Educación para Todos (Jomtien, 1990) parece una respuesta a estas
preocupaciones. En esa línea muchos países adoptaron políticas educativas de
inclusión social. De hecho la escolaridad se ha extendido en todas partes. Pero
esto no parece resolver los problemas de integración social.
El desarrollo de la educación a distancia parece por otro lado ofrecer la
oportunidad de una inclusión mucho más amplia que la tradicional. La
multiplicación de redes educativas virtuales tiende a universalizar el acceso a
los procesos educativos. Al precio de una “des-institucionalización” creciente de
los mecanismos de enseñanza aprendizaje.
Cabría plantearse si esta nueva forma de “desescolarización” puede asumir los
desafíos pendientes de la integración social y de la formación moral de los
alumnos.
CAPITULO II: LA COMPLEJIDAD DEL CONCEPTO DE EDUCACION
Fundamentos pedagógicos
¿Cuál es la razón de ser pedagógica de la educación? La biología, la
sociología, la psicología, la política pueden respondernos las preguntas porqué
y para qué necesitamos educarnos, pero no nos dicen porqué necesitamos la
educación. Aquí podemos remontarnos a grandes maestros como Sócrates y
Buda que se encontraron con una sociedad organizada donde aparentemente
existía una “educación”. Ambos descubrieron, hace 2500 años, lo que la
sociología contemporánea explicitó científicamente: que la mayor parte de lo
que los individuos aprenden es la “reproducción” de la cultura dominante. Y
sostuvieron que si los individuos querían llegar a conocerse y a conocer la
verdad de las cosas, necesitaban un “método”, una “disciplina”.
Así como Francis Bacon, René Descartes o Emmanuel Kant fundaron la
epistemología moderna al proponer métodos racionales o empíricos para
acrecentar los conocimientos, Buda y Sócrates crearon en la Antigüedad la
idea de que la educación significaba un proceso de formación sistemática, una
“escuela”. Existían en su época muchos métodos para los aprendizajes
especializados, pero lo que estos pensadores mostraron es que para lograr la
autonomía y la autoconciencia de los individuos se necesita una disciplina
sistemática. Sócrates decía irónicamente que se consideraba un “partero de
ideas”. Suscitaba problemas a propósito de cualquier tema, motivada a los
interlocutores, los implicaba en el cuestionamiento y los hacía remontarse hacia
las definiciones más racionales de cada concepto.
Los avances de la educación y de la sociedad en todo el mundo dependieron
del desarrollo de métodos adecuados para capacitar y formar a los individuos
en diferentes contextos. En este sentido el Budismo en la India, la Iglesia
Católica en Europa, la tradición confuciana en China, crearon estructuras
educativas fundadas en métodos sistemáticos. La “educación como sistema”
preparó el camino para la generalización de la Escuela Pública que comienza
en el siglo XIX.
Sin método no hay educación. En el mundo moderno aparece, a través de los
filósofos alemanes, la idea de que la educación de la humanidad depende de la
autoconciencia de la misma. El aporte más importante de Paulo Freire desde el
punto de vista teórico es el haber incorporado el concepto de “concientización”
como requisito y como objetivo de todo proceso educativo.70 Requisito que en
Freire se fundamenta en las concepciones fenomenológicas de Merleau-Ponty
y de Sartre. Afirma la correlación entre la conciencia y el mundo y la disposición
ontológica del sujeto humano para buscar su autonomía. Desde el punto de
vista pedagógico quiere decir que sin conciencia no hay aprendizaje, que el
conocimiento pleno significa no sólo aprehender algo sobre el mundo sino
también conocerse a sí mismo. En este sentido el aprendizaje conduce a la
liberación, como conciencia plena de sí mismo, de la dignidad, de la capacidad
para encontrar un lugar en el mundo.
Entre los programas que han desarrollado las ciencias cognitivas actuales se
encuentra el tema de la “meta-cognición” que implica que para conocer
efectivamente los individuos precisan tener consciencia de lo que conocen y
control de un dominio cognitivo. La idea de “concientización” de Freire, sin
embargo, va más allá en cuanto procura que los individuos sean capaces de
comprender no solo su propio aprendizaje sino también el sentido del mundo.
Otro concepto que nos parece fundante de la educación es el de “pertinencia”.
Los sistemas educativos contemporáneos ante la imposibilidad de establecer
un canon pedagógico universal para evaluar las prácticas educativas y sus
resultados derivaron la cuestión a las agencias especializadas que florecieron a
partir de 1990. Allí aparecen como conceptos fundamentales la “calidad” y la
“pertinencia”.
El concepto de calidad parece en principio el criterio más evidente para definir
el valor de una educación. Muy pronto se constata que la calidad no es
observable y que existen distintas teorías al respecto. Se conserva no obstante
el concepto como una idea reguladora, como una meta indefinida. Algunos
prefieren hablar de “excelencia”, pero esta palabra tampoco especifica mucho.
Unas décadas atrás había aparecido en las discusiones epistemológicas que
ayudaba a superar las discusiones estériles sobre la validez de las teorías: la
pertinencia.
Una teoría es buena si es pertinente para resolver una determinada cuestión.
Hacia el año 2000 todas las agencias habían incorporado a su repertorio de
criterios en primer lugar el concepto de pertinencia. Se trata de un concepto
muy versátil y muy específico: en cada caso hay que verificar si hay pertinencia
teórica (por ejemplo con los conocimientos científicos de una disciplina) y si hay
pertinencia práctica (con respecto a los destinatarios o a los problemas que
quiere resolver).
Estas discusiones revelan que no existe un corpus pedagógico capaz de
imponerse como modelo o criterio general. Lo cual obliga a derivar la cuestión
del fundamento pedagógico hacia las disciplinas particulares en el caso de las
escuelas o hacia las carreras en el caso de las universidades. En el primer
caso se forman equipos de especialistas que analizan la pertinencia del
currículo de cada materia o de cada ciclo escolar para elaborar encuestas que
permitan saber si los alumnos lograr los resultados esperables. En el caso de
las universidades se parte de estándares elaborados por los responsables de
las carreras para que los pares evaluadores puedan analizar la pertinencia de
los planes de estudios y los resultados obtenidos.
Desde el punto de vista pedagógico lo importante es determinar si una teoría y
un método son adecuados para la formación de los individuos. También aquí
debemos evitar la natural tentación de encontrar el método o la teoría que sirve
para todo y para todos. Lamentablemente, aún las teorías mejor fundadas no
pueden atender a todas las situaciones. Es lo que demostró en el siglo XX el
desarrollo de la “escuela nueva”, con ideas de John Dewey, Decroly y otros. De
hecho, la “escuela nueva” se aplicó de muchas maneras en distintos países.
El ideal de todo ministro de Educación durante el siglo XX consistía
generalmente en contar con una teoría y una política homogénea. ¿Quién
puede regular hoy las aulas virtuales que proliferan por millones a través de
Internet? ¿Quién puede contener los intercambios científicos y educativos,
formales e informales, que todos los días se producen entre personas de
distintos países? ¿Quién puede contener todos los nuevos actores educativos,
como los medios de comunicación, las empresas y los movimientos sociales,
que crean sus propios circuitos educativos?
El surgimiento de los sistemas de evaluación y acreditación educativa
constituye una respuesta a la complejización de las prácticas educativas y a la
ausencia de un modelo pedagógico universal. El concepto de “pertinencia” que
adoptan las agencias evaluadoras supone el reconocimiento de una pluralidad
de teorías y métodos, pero no elude la posibilidad de determinar la justificación
de los mismos. Ya no se pretende determinar la “validez” de los distintos
enfoques sino la pertinencia de los mismos en relación con el corpus de
conocimientos que las comunidades científicas y educativas consideran
adecuados. Lo cual permite apelar a criterios específicos para cosas tan
distintas como una escuela de fútbol o un centro de postgrado en física nuclear,
para una escuela comunitaria indígena y para una carrera de contador.
Ahora bien, la sociedad y el Estado se preocupan no solo por la pertinencia
teórica y social sino también por los resultados. Aquí aparece un criterio
pragmático que también ha tenido mucha resonancia: la idea de certificar la
calidad a partir de los rendimientos o resultados de una práctica pedagógica.
Lo que importa es que los alumnos aprendan lo que el currículo establece que
hay que aprender. Ya no se discuten las teorías ni los métodos pedagógicos: el
público y las autoridades quieren saber si los alumnos aprender a leer y
escribir, a resolver problemas matemáticos o a comprender el funcionamiento
de las instituciones.
Este deslizamiento pragmático podría parecer anecdótico pero tiene que ver
con la difusión de criterios pragmáticos en los campos más variados,
incluyendo el artístico y religioso. En el plano filosófico William James ya había
afirmado en su opúsculo sobre “El significado de la verdad” (1909) que lo
verdadero es aquello que se verifica en la realidad. Lo que también se expresó
en una frase tautológica: verdad es lo que es verdadero y en una expresión
más directa: si funciona es verdad. Hay que notar que en otros términos, los del
marxismo-leninismo, Mao Tsé Tung expresó conceptos semejantes al reclamar
de toda teoría una correspondencia con la praxis y con los resultados.
La teoría de los resultados ha servido en el campo económico y de las
organizaciones. También se ha buscado aplicarla en la educación buscando
medir ante todo los rendimientos escolares. Ahora bien, en educación el
rendimiento no puede verse sólo como la realización de un proceso sino como
un indicador. Si hay muchos fracasos escolares esto puede significar varias
cosas: que las organizaciones no funcionan bien, que el currículo es
defectuoso, que los profesores están mal formados, que los alumnos no están
en condiciones de aprender (porque no comen, porque no reciben la atención
necesaria, porque no disponen de un número de horas adecuadas,
etc.)
El análisis de los rendimientos, de los resultados, es absolutamente necesario
en cualquier proceso de evaluación, pero desde el punto de vista pedagógico
no constituye lo fundamental. La educación, entendida de manera muy amplia,
está procurando ciertos resultados que tienen que reflejarse socialmente para
justificar el esfuerzo colectivo. La “eficacia social”, que puede verse también
como el lado práctico de la pertinencia teórica, es el otro aspecto que justifica
pedagógicamente la educación.
En otros términos, la educación es pertinente si responde a las necesidades de
la sociedad.