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Alian2a Universidad

Curso de Economía Moderna


Director: B. J. McCormick
Director de la edición española: Miguel Paredes

Secciones:
I. Econometría
Director: G. R. Fisher

II. Economía del desarrollo


Director: P. Robson

III. Economía industrial


Director: H. Townsend

IV. Economía internacional


Director: J. Spraos

V. Economía laboral
Director: K. J. W. Alexander

VI. Economía política


Director: K. J. W. Alexander

V IL Macroeconomía
Director: R. W. Clower

V III, Microeconomía
Director: B. J. McCormick

IX. Pensamiento económico


Director: K. I. W. Alexander
CURSO DE ECONOMIA MODERNA

Este volumen forma parte de una serie de textos sueltos, pensa­


dos para abaratar el precio del conocimiento a los estudiantes de Eco­
nomía en las universidades e instituciones de enseñanza superior. Las
diversas unidades didácticas pueden utilizarse por separado o com­
binadas con otras para formar programas de estudio atractivos y nue­
vos. Estos volúmenes cubren las grandes áreas de la enseñanza, pero
se diferenciarán de los libros convencionales por su intento de mar­
car y explorar nuevas direcciones en el pensamiento económico. Las
divisiones tradicionales en economía teórica y aplicada, economía
positiva y normativa, micro y macroeconomía, tenderán a borrarse
a medida que los autores impongan nuevas e interesantes ideas en
el Corpus tradicional de la ciencia económica. Algunas unidades cae­
rán dentro de los patrones convencionales de doctrina, pero otras
muchas rebasarán las ideas establecidas.
El CURSO D E ECONOMIA MODERNA se publica en unida­
des sueltas, a fin de conseguir determinados objetivos. En primer
lugar, una gama extensa de libros cortos a precios baratos da al pro­
fesor flexibilidad al planear su curso y recomendar los correspon­
dientes textos. En segundo término, el ritmo a que se publican nue­
vos trabajos importantes exige que el proyecto tenga plasticidad.
Nuestro plan permite revisar una unidad, o añadir otra nueva, con
la máxima rapidez y a un coste mínimo para el lector.
Esperamos que el elenco internacional de autores sea un reflejo
de la riqueza y diversidad del análisis y del pensamiento económicos.

B. J . M c C ormick
Título original:
The Economics of imperialism
S d d l í e x ,^ I n S f t e m Penguin Books, Ltd., Harmondsworth.

© Michael Barratt Brown, 1974


® A- Madrid, 1975
Calle Milán, 38; 200 00 45
ISBN: 84-206-2139-0
Depósito legal; M. 30.543 -1975
Compuesto en Fernández y Velázquez, S. L.
Impreso en Closas-Orcoyen, S. L. Martínez Paje, 5. Madrid-29
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INDICE

P refa cio .................................................................................................................... 11

P ró lo go ..................................................................................................................... 13

1. Introducción: Sobre el imperialismo como concepto de la Economía


P o lítica ............................................................................................................. 15
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del im perialism o............................ 29
3. Teorías marxistas del im perialism o........................................................... 47
4. Tesoro extranjero y esclav o s....................................................................... 73
5. La división mundial del tra b a jo ................................................................ 97
6. Extensión del campo del capitalism o............................................................ 129
7. Protección y preferencia.................................................................................. 149
8. Exportación de c a p ita l..................................................................................... 175
9. La gran em p resa ............................................................................................... 207
10. La relación real de intercambio yla Economía d u a l ............................. 235
11. Neocolonialism o................................................................................................ 263
12. «Imperialismo» económico soviético............................................................. 293
13. Praxis y prescripción....................................................................................... 313

Referencias bibliográficas..................................................................................... 337

Indice de a u to re s................................................................................................... 353

Indice de m aterias.................................................................................................... 359

9
PREFACIO

El estudio de las relaciones pasadas y presentes entre países


desarrollados y países en vías de desarrollo es esencial para com­
prender el mundo moderno. Estas relaciones son en parte econó­
micas y en parte políticas. Están reflejadas en los acuerdos entre
Estados, en los lazos comerciales y en las corrientes financieras,
en las actividades de las compañías multinacionales y de las agen­
cias supranacionales. El término «imperialismo» es el que en ge­
neral se acepta para describir estas relaciones. El análisis del im­
perialismo implica consideraciones de mercado y de poder, y re­
quiere un enfoque más de economía política que de teoría econó­
mica.
Mr. Barratt Brown es una autoridad en este campo de estudio
que el presente libro pondrá aún más de relieve. Los problemas
clave se plantean con claridad y se examina con espíritu crítico
la vasta literatura sobre el tema, para ofrecer soluciones o para
indicar la dificultad de ofrecerlas. Aunque trata una serie de auto­
res y teorías católicas, la obra se concentra en el análisis marxista
del imperialismo. El^enfoqu^ marxista investiga hasta qué punto
el imperialismo constituye un alivió 'pira~Iás contradiccíóHe^'^üe
de otro modo serían explosivas, de las economías c ap itali^ a^ érfa-
das. Por esta fázóh, se tratan a fondo "Tas "características de las
economías capitalistas del presente y del pasado. Además de la
11
12
Prefacio

historia económica y política del capitalismo y de la colonización


se tienen en cuenta los cambios que ha provocado la creciente im­
portancia de las grandes compañías multinacionales. Se discute la
decadencia del imperialismo político abierto y se examina el nuevo
colonialismo de un modo crítico. Las explicaciones marxistas es­
tablecidas son examinadas tanto desde el punto de vista del mar­
xismo como desde el punto de vista clásico y keynesiano.
Uno de los aspectos más interesantes y valiosos de este libro es
hasta qué punto introduce al lector en las diversas teorías, a menudo
en conflicto, del imperialismo de raíces marxistas. J. A. Schum-
peter criticó la rudimentaria teoría marxista del imperialismo, cali­
ficándola de «formulación de la superstición popular», demostrando
que «los cuentos de hadas no son monopolio de las teorías econó­
micas burguesas». Este libro demuestra que algunos intelectuales
marxistas hace tiempo que dejaron de ser niños. El estudio de las
relaciones entre economías desarrolladas y en vías de desarrollo no
es monopolio del marxismo, pero no puede emprenderse ignorán­
dolo. Esta es una guía indispensable de las opiniones marxistas, y
de otras gentes, acerca del imperialismo.
Se citan las referencias clave y se adjunta una bibliografía bas­
tante completa para que el lector pueda proseguir determinadas lí­
neas de pensamiento y explorar con más profundidad los proble­
mas a que se hace referencia en el texto.

K. J. W. A.
PROLOGO

Este libro está basado en una serie de conferencias pronuncia­


das en el Centro de Estudios Avanzados de la Universidad de Ali-
garh (India), en abril de 1972. Quiero aprovechar la ocasión para
dar las gracias a mi propia Universidad, la Universidad de Shef-
field; al Consejo Británico, a la Comisión de Becas de la Universi­
dad de la India y a la Universidad de Aligarh por haberme con­
cedido el tiempo y la oportunidad para preparar y pronunciar estas
conferencias. Dedico este libro a mis amigos del Centro de Aligarh
de Estudios Avanzados, que unen a un alto standard académico
un gran interés social y político. Con la modestia debida, mi libro
pretende lograr esta combinación, y aunque no lo logre ni con
mucho debe leerse teniendo en cuenta esta intención.
En la confección de este libro me ha prestado gran ayuda John
Knapp. No sólo me ha educado a lo largo de muchos años en el
enfoque keynesiano de la historia económica, y en el texto se re­
conoce su contribución especial, sino que además leyó íntegro el
primer borrador de este libro y me hizo una crítica detallada y va­
liosas sugerencias para mejorarlo. Sin embargo, Mr. Knapp no ha
tenido la oportunidad de comentar con detalle las siguientes ver­
siones del libro, y sólo ha corregido mis referencias a las opiniones
de Keynes y sus sucesores cuando era necesario. De ningún modo
es responsable de mis opiniones sobre otros puntos.
13
T . .
La teoría económica del imperialismo

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driamos un libro legible. ' ^
(Capítulo 1
INTRODUCCION: SOBRE EL IMPERIALISMO
COMO CONCEPTO DE LA ECONOMIA POLITICA

El concepto de imperialismo ha vuelto a entrar hace poco en


las ciencias sociales como tema digno de estudio económico. Este
eclipse tuvo dos razones. La primera razón es reciente, y la se­
gunda, más antigua. En primer lugar, la descolonización de la pos­
guerra y el subsiguiente entusiasmo por la cooperación y ayuda
económica internacional relegó el concepto a los historiadores, y su
discusión como problema actual por parte de los científicos sociales
se convirtió en aparentemente irrelevante o francamente subversivo.
En segundo lugar, tras la aversión por parte de los universitarios
hacia los recuerdos desagradables que llegaban a identificarse con
el análisis económico marxista, se escondía la continuada devoción
de los científicos sociales por todo el cuerpo del pensamiento eco­
nómico clásico. El imperialismo, y con él el proteccionismo, eran,
de acuerdo con este esquema teórico, y al igual que los monopolios,
desviaciones desafortunadas, aunque temporales, de la teoría ver­
dadera de Adam Smith.
Ahora han cambiado las tornas. Hace diez años, cuando el autor
intentó celebrar un seminario de economistas e historiadores para
considerar los problemas del imperialismo, se reunieron sólo cuatro
personas. Un nuevo intento en Oxford en 1969 consiguió varias
sesiones en las que tomaron parte más de cien científicos sociales
y más de una docena de tesis, algunas de las cuales aparecieron más
15
La teoría económica del imperialismo

tarde en un volumen (Owen y Sutcliffe, 1972). La primera razón


de esto puede ser la aparición de una población más radical de
estudiantes que exige una respuesta nueva de sus profesores; desde
luego, refleja una insatisfacción generalizada frente a las insufa-
cientes explicaciones políticas que se han dado de la actuación e
los Estados Unidos en el Caribe y en el Sudeste asiático y de la
Unión Soviética en Europa oriental y en la frontera china, alegando
«defender el mundo libre» y «salvar los logros del comunismo»,
respectivamente. La segunda razón, la principal, es que cada vez
resulta más dudosa la eficacia de la mano invisible de Adam Smith
para conciliar beneficio público y ganancia privada y maximizar la
utilidad de ricos y pobres en la misma medida. Se han agotado
los recursos insustituibles de la tierra a un ritmo cada vez más
rápido y el medio ambiente del hombre está en peligro; la dife­
rencia entre la riqueza de algunas naciones (aproximadamente un
tercio de la población mundial) y la pobreza de los otros dos ter­
cios aumenta y es cada vez más notoria con cada década que pasa.
Estos acontecimientos funestos para la teoría económica liberal in­
dicaron que quizá fuera oportuno revisar un esquema más antiguo
y desechado del análisis marxista bajo el título general de impe­
rialismo. , , .
No sería correcto decir que los marxistas fueron los únicos
que no estuvieron de acuerdo con el punto de vista optimista de
los liberales. Una acción importante partió del grupo de keynesia-
nos que han intentado desarrollar la crítica de la teoría liberal que
presentara su maestro por primera vez. Knapp (1949) ya lo predijo
con gran perspicacia, y aparece en escritos ocasionales de Harrod
(por ejemplo, 1962, 1963a, 1963¿, 1964) y Robinson (1966a,
1966¿ 1970a, 1971aj. Aunque estos dos economistas discrepan
fuertemente en la práctica (Robinson, 1970¿), comparten al pa­
recer la idea de que, puesto que la tendencia al estancamiento es
endémica en el sistema capitalista de empresa privada, es necesario
que el Estado tome constantemente medidas para prevenirlo . En

1 Advertimos al lector que todas las referencias que aparecen en este libro
acerca de las ideas keynesianas sobre acontecimientos históricos a largo plazo
son necesariamente impresionistas por dos razones: en primer lugar, la Oe«e-
ral Theory de Keynes sólo se ocupa sistemáticamente del plazo corto, t s
sabido que en sus últimos años sólo quería escribir sobre problemas del plazo
largo de historia económica, pero no vivió lo suficiente para realizar su deseo,
en segundo lugar, en lo que se refiere a los discípulos de Keynes y a sus
1. Sobre el imperialismo como concepto de la Economía Política 17

el pasado, los Gobiernos han estado tan obligados a actuar como


oy; pero sus armas eran más limitadas, y la más importante era
el control de las importaciones y exportaciones y de las actividades
económicas del extranjero. Lo que distingue a estos neokeynesianos
es que mantuvieron su postura crítica frente a los supuestos de las
teorías clásicas de la asignación de recursos a escala mundial du­
rante el período que siguió a 1945, cuando el éxito obtenido por
el tratamiento keynesiano de la demanda dentro de los países capi­
talistas desarrollados oscureció temporalmente la imposibilidad de
extender estas teorías keynesianas a la economía internacional. Aho­
ra que la explicación keynesiana del boom de la posguerra se ha
puesto en duda", que en vez de confiar en el boom se duda de él
(Harrod, 1971, pág. 83), y que incluso se ha comenzado a hablar
de nuevo de una guerra comercial, existen buenas razones tanto
económicas como políticas para que resurja el interés por el impe­
rialismo.
El irnperialismo no es un concepto económico preciso; no pue­
de reducirse a una serie de modelos generales de equilibrio; pero
tiene una larga historia como marco conceptual en Economía po­
lítica desde los mercantilistas hasta los fisócratas, pasando por
Lenin y los neomarxistas. La utilización del término imperialismo
como el de capimlismo o mercantilismo, implica la necesidad de
combinar el análisis político y el económico a la hora de explicar
la unidad de los fenómenos sociales. Quienes limitan su estudio
a la teoría económica pura creen que contribuyen a nuestra cornpren-
sión de la naturaleza del comercio internacional al analizar las cau­
sas y efectos del esquema de movimientos de los bienes y el capital,
estimando así a partir de estos patrones (véase Findlay, 1970 pá­
gina 134) las «ganancias» (y seguramente también las pérdidas)
de un modo general e individual. Los politólogos creen que con­
tribuyen a nuestra comprensión de la naturaleza de las relaciones
intergubernamentales al analizar las causas y efectos del esquema
de los grupos de poder, estimando así sus fuerzas relativas y su
incorporación a las instituciones políticas (véase Barry, 1965, pá­
gina 237). Cuando se combinan la teoría económica y la política
en la Economía política se consideran conjuntamente no sólo moti-

seguidores contemporáneos «ultrakeynesianos», hasta ahora siempre han sub­


rayado el carácter fragmentario, incompleto y preliminar de sus trabajos.
bobre todo de la Escuela de Chicago dirigida por Friedman (1972).
La teoría económica del imperialismo

vos e instituciones económicas y políticas, sino también las teorías


económicas y políticas que profesaban (o profesan) los hombms y
mujeres socialmente activos, pues su cálculo de los beneficios y
ganancias y de sus posiciones relativas de poder tendrá gran in­
fluencia sobre su comportamiento. Además, como gustaba repetir
Keynes (véase Keynes, 1960, pág. 383), las teorías siguen influ­
yendo sobre las acciones de las personas mucho después de que
hayan finalizado los acontecimientos que dieron pie a su fom u k-
ción. Y como la teoría ayuda a determinar la toma de conciencia,
una teoría falsa determina una toma de conciencia falsa. Las teo­
rías son tanto un instrumento de la apologética como de la inves­
tigación científica.
En la Economía política algunas palabras que en la teoría eco­
nómica se usan en una acepción determinada pueden tener un sen­
tido muy distinto. Así, podemos hablar de modelos en Economía
política que no son los modelos de equilibrio de la teoría econó­
mica, sino teorías o hipótesis sobre las relaciones político-económi­
cas. La estructura de categorías en la Economía política que se
puede aplicar a las interrelaciones en la práctica será diferente de
la relación de variables en sistemas de equilibrio que se aplican
de modo similar en teoría económica. Incluso el empleo de la pa­
labra «económico» es diferente. En conexión con la producción y
la distribución de la riqueza (bienes y servicios para satisfacer las
necesidades humanas) en sociedades y tiempos diferentes, su sen­
tido será más amplio que su sentido estricto de estar sujeto a la
fijación de precios en el mercado. Además, se puede afirmar que
la actividad económica se ocupa de satisfacer los deseos humanos,
pero éstos son extensos y variados. Se incluyen los bienes y ser­
vicios que satisfacen nuestras necesidades físicas, pero también se
incluyen dinero y poder, que en sí mismos pueden tener forma
económica, es decir, pueden referirse a la producción y distribu­
ción de bienes y servicios, o que pueden ser obtenidos por medios
económicos. Tampoco debemos excluir las satisfacciones que pro­
porciona el trabajo en sí. Debemos recordar también que hay que
satisfacer tanto los deseos colectivos como los deseos individuales.
Sin embargo, las dificultades surgen al combinar el análisis eco­
nómico y el político. Desaparece la precisión, que en teoría econó­
mica es una precisión matemática, de las observaciones efectuadas.
El número de variables se vuelve inmanejable. La predicción de
los sistemas deterministas ya no existe. Entonces, ¿de qué sirven
1 Sobre el imperialismo como concepto de la Economía Política 19

unos conceptos generales que no admiten un análisis preciso y por


•limo, una predicción acertada dentro de los límites supuestos? La
respuesta es que se pueden obtener ideas útiles empleando un mar-
co conceptual para las grandes continuidades y cambios de la acti­
vidad humana, a lo largo de un período superior de tiempo o de
un atea más amplia que las que se pueden lograr con sólo la
leona económica o la ciencia política. En el estudio de la historia,
en la constatación de las tendencias de nuestra época o del futuro'
necesitamos sistematizar de algún modo la serie de hechos que ma­
nejamos y tener unos criterios sobre la mayor o menor importancia
de los hechos reunidos. Esto implica la necesidad de construir un
marco general de pensamiento — llamémosle modelo— a partir del
cual podamos deducir unas hipótesis específicas sobre las causas y
f ciertos y someterlas a prueba en cuanto a su refutabilidad. La al­
ternativa es compartir con Popper (1937) el punto de vista de
que no se pueden obtener de la historia conclusiones generales en
las que poder basar útilmente futuras acciones, en cuanto nos ale­
jemos del estrecho área y de los problemas a corto plazo de la eco­
nomía y de lo que califica de «obra de ingeniería social fragmentaria».
I Algunos historiadores aceptarán este punto de vista y desprecia­
rán las «especulaciones de los historicistas» (Fieldhouse, 1967,
pagina 194), pero los economistas políticos lo rechazarán si consi-
I tlcran que sus estudios contribuyen a ampliar el conocimiento de
«)s humanos y, por tanto, al control más efectivo de sus condicio­
nes de vida.
Con esto no queremos decir que las diferentes opiniones sobre
los problemas económicos sean lo mismo que los diferentes juicios
lie valor de quienes las adoptan. Tampoco son unos tipos de eco­
nomía (neoclásica) positivos y sin valores establecidos, mientras
oíros (marxista o keynesiano) son normativos, o no logran distin­
guir entre elementos positivos y normativos'. El objeto que cada
i.entífico social selecciona para su estudio, los factores a los que
loncede importancia, deben estar de acuerdo con lo que Joseph
Si humpeter denominó «la visión de las cosas» que cada uno aporta

io 7nu°^"'' bastante más extensa, en Bartatt Brown

parte discusión amplia de este problema, véase Hutehinson (1964,


La teoría económica del imperialismo

a su trabajo analítico (Schumpeter, 1955, págs. 41-2). La mayoría


de los economistas tenían además presentes unos objetivos políticos
al comenzar su trabajo. Esto no quiere decir, sin embargo, que
sean inevitables las palabras y definiciones cargadas de valor, o que
los modelos e hipótesis que ofrecen para elucidar el mecanismo
del sistema económico en distintos momentos y lugares no sean
susceptibles de ser comprobados. Se puede comprobar la lógica
interna del modelo, la correspondencia con los hechos, en lo que sean
conocidos, que se supone representa el modelo, la visión que pro­
porciona para comprender otros hechos y el poder energético del
modelo para generar acción. Aunque este autor no acepta como
Popper que la historia no nos puede dar indicaciones seguras sobre
futuras tendencias, acepta, sin embargo, la exipncia de que las
proposiciones científicas deben ser hechas de modo que dejen abier­
ta la posibilidad de ser refutadas (Popper, 1937, 1959) .
El imperialismo como concepto de la Economía política se pue­
de considerar, por tanto, como una serie de estructuras y relaciones
políticas y económicas que constituyen un marco doctrinal o un
modelo que nos ayuda a comprender lo que los hombres denomi­
nan imperios, desde Persia y los hunos hasta el Imperio Británico
y el «gran plan» de los Estados Unidos. El modelo debe presentar
un alto nivel de abstracción para abarcar a todos. Su poder expli­
cativo se limitaría, por tanto, a las proposiciones más generales so­
bre la naturaleza humana y las instituciones humanas (ygr. Lich-
theim 1971). En el pensamiento marxista se utiliza el termmo de
«imperialismo» para denominar la etapa del desarrollo capitalista
que abarca los últimos cien años (Kemp, 1967, pags. 1-7). En este
libro proponemos que abarque grosso modo los últimos cuatrocien­
tos años. La elección de este período está determinada en p are
por la extensión de nuestros conocimientos, pero sobre todo por­
que en los siglos xvi y xvii fue cuando en Europa nació lo que
llamamos el Estado-nación. i u j i„c
Desde siempre, el concepto de imperialismo ha abarcado los
movimientos centrífugos de ciertos pueblos (en general desde
1600, Estados-nación) para construir imperios; colonias formales
y puestos privilegiados en los mercados, fuentes de recursos pro-

5 Véase Carr (1961, págs. 85-7 y pág. 101) para una discusión de la obra
de Popper.
1. Sobre el imperialismo como concepto de la Economía Política 21

tegidas y mayores oportunidades para emplear la mano de obra


de un modo provechoso. Es decir, el concepto se asociaba con una
relación económica desigual entre los Estados, pero no la simple
desigualdad entre socios comerciales grandes y pequeños, ricos y
pobres, sino la desigualdad de la dependencia política y económica
de los segundos con respecto a los primeros. Naturalmente, una de­
pendencia relativa; ninguna nación, excepto China, ha logrado, o ni
Siquiera deseado, lograr una independencia absoluta, aunque algunas
han sido totalmente dependientes durante algún tiempo.
Este libro se ocupa por extenso del marco institucional de la
actividad económica, que la mayoría de los economistas consideran
mas un parametro que una variable. Esta distinción no se puede
sostener en un análisis más amplio — en el tiempo y en el espa­
cio ^ como e de la Economía política. Entonces, ¿cuál es la parte
económica del imperialismo? Esta no es sólo una cuestión d^ los
otivos de los individuos, como sugieren generalmente los críticos
de la interpretación económica de la historia. Las explicaciones eco­
nómicas pueden tratar de resultados que nadie se ha propuesto al­
canzar, pero que sin embargo, se relacionan con fuerzas causales.
En todo análisis político-económico tenemos que utilizar unas
categorías — nación. Estado, grupo gobernante, clase, firma, plan­
ta que inevitablemente engloban un gran número de individuos
separados con una gama muy variada de metas e intereses. En la
mayoría de los problemas económicos debemos suponer que cada
individuo persigue su propio interés económico óptimo en los di­
ferentes mercados que integran una economía. En Economía polí­
tica debemos juntar la actuación impersonal de los mercados y las
decisiones personales de individuos y grupos de personas con po­
der. bm embargo, esto no significa necesariamente que quedemos a
merced de un mar de decisiones arbitrarias. Hay que identificar las
estructuras económicas y políticas dentro de las cuales se toman
as decisiones en parte en relación con el mercado y en parte para
la búsqueda de poder en campos no económicos.
Si el imperialismo es un modelo para dilucidar las relaciones
e los Estados-nación, ¿significa necesariamente que toda una na­
ción o un pueblo quiera dominar a otro? Muchos autores que han
escrito sobre los imperios hablaban de un «impulso general a do­
minar» y arrancan haciendo una revisión de las tribus guerreras y
de las naciones bélicas para Uegar a un estudio de los Estados-
22 La teoría económica del imperialismo

nación ® donde la balanza de poder entre las naciones se identifica


como la causa de las ambiciones imperialistas. Esto se puede atri­
buir a los políticos hambrientos de poder o a la psicología irra­
cional de grupo, y sobre todo al fomento del nacionalismo que
combina ambos atributos. Esta separación de los factores políticos
y económicos aparece por lo menos en toda una serie de teorías
sobre el imperialismo que se propusieron criticar la idea marxista
del imperialismo
Para los marxistas, el nacimiento del Estado-nación y el cre­
cimiento del nacionalismo están asociados de un modo íntimo con
la aparición de la clase capitalista. Daremos dos puntos de vista
alternativos como crítica a la opinión marxista que seguimos en
este libro. La primera es el punto de vista de la escuela liberal clá­
sica, que asocia el imperialismo con los elementos específicamente
precapitalistas incorporados a la sociedad capitalista desde sus co­
mienzos (Schumpeter, 1955); la segunda es la opinión de algunos
keynesianos que han desarrollado una explicación de la actividad
del Estado capitalista en términos de una motivación fundamental­
mente mercantilista, inherente no sólo a las sociedades capitalistas
industriales, sino también a sociedades anteriores.
Antes de los Estados nacionales había ciudades-Estado e impe­
rios con monedas y leyes comunes, pero sólo en los Estados-nación
es donde pueblos enteros han empezado a creer, con o sin razón,
que existía un interés común, incluso por encima de los intereses
de clase, que el Estado podía definir y promover. Esto está con­
siderado como un supuesto muy importante por los economistas,
explícitamente en el pensamiento mercantilista, pero también im­
plícitamente en los marxistas y los liberales clásicos Vale la pena
insistir desde el principio en que el análisis marxista no consiste

“ óe encuentra en autores tan diversos como Schumpeter (1955, págs. 3-


7 y 23), Robinson { 1970a, págs. 34-35), Strachey (1959, págs. 217-18), Aron
(1954, pág. 59).
Se examinan desde un punto de vista marxista en Kemp (1967, cap. 8)
y se discuten en el capítulo 2 de este libro.
® Hicks (1969) trata ampliamente de los reinos de las ciudades-Estado
y sus colonias y del Imperio Romano y de la dinastía Han, como garantes
de la seguridad de los comerciantes y de sus caudales, pero no trata en
absoluto de los Estados-nación y sus imperios, y en una ocasión llega a
desear que «no existieran naciones» (pág. 160); pero en la conclusión habla
dos veces en cursivas del interés nacional y subraya la ineficacia de la regu­
lación mercantilista de la economía en interés de la nación.
1. Sobre el imperialismo como concepto de la Economía Política 23

simplemente en buscar motivos económicos directos tras cada ac­


ción individual o incluso en buscar una explicación económica para
todos los actos sociales. Eso es una invención de los antimarxistas
Hn sus escritos originales los marxistas se ocupan principalmente
de la Economía política como interconexión de las estructuras po-
^líticas y económicas en las formaciones sociales; pero conceden la
primacía a los cambios tecnológicos, y no a los cambios de ideo-
' logia o psicología, al tratar de comprender qué sea lo que deter-
"^mina estas estructuras. Las formaciones sociales son una totalidad
compleja para los marxistas como para los demás, y las interpreta­
ciones económicas o materialistas no se deben aplicar de un modo
mecánico, sino dialécticamente, es decir, teniendo en cuenta la re­
alimentación de la conciencia humana en el mundo material (Marx,
1904, pág. 12).
Si la teoría marxista no es sólo una relación entre el motivo
económico y las fuerzas económicas, tampoco la crítica liberal clá­
sica de esta teoría del imperialismo, que discutiremos más adelante,
sobre todo en la obra de Joseph Schumpeter, consiste simplemente
en hallar motivos políticos y fuerzas políticas actuando en las so­
ciedades. La tesis de Schumpeter, tan aceptada por los economistas
neoclásicos, dice que el imperialismo, como el nacionalismo, es
«un atavismo en la estructura social». Es decir, que el imperialismo
es un residuo, «un elemento que deriva de las condiciones de vida
no del presente, sino del pasado», y añade, «en términos de la
interpretación económica de la historia, a partir de relaciones de
|iroducción del pasado y no del presente». «Un mundo puramente
capitalista», sostiene Schumpeter, «no puede ofrecer suelo fértil para
los impulsos imperialistas» (Schumpeter, 1955, pág. 69). Los key­
nesianos rechazan como mitos tanto los inevitables conflictos del
capitalismo marxista como la armonía del capitalismo liberal clá­
sico sin leyes. Para ellos, el capitalismo siempre ha sido dirigido y
dirigible. El imperialismo fue un modo de dirigirlo. Existen otros
medios, según los intereses de los grupos gobernantes con poder
sobre el Estado y sobre las instituciones interestatales ®.

° Por ahora no existe un trabajo keynesiano completo sobre este tema,


pero existen numerosas indicaciones de sus líneas de desarrollo en los escritos
y actividades del propio maestro y subsiguientemente en la obra de Sir Roy
Harrod y de la profesora Joan Robinson. Estoy seguro de que en su día
J. A. Knapp publicará una obra plenamente desarrollada.
La teotía económica del imperialismo
24

La diferencia entre las tres escuelas surge fundamentalmente en


su modo de concebir la actividad económica.-Los marxistas han
tendido a conceder importancia a las relaciones de los hombres en
el proceso de producción, y en particular a las relaciones de pro­
piedad entre propietarios y'no-propietarios — en el caso de econo­
mías capitalistas, el poder determinante de la posesión de capital
V a considerar el imperialismo en términos de acumulación de ca-
p ita! y de explotación de la mano de obra colonial y semkolonial
(véase Lenin, 1933, cap. 6)irLos economistas liberales clásicos han
subrayado las relaciones de intercambio en el mercado, donde ^s^
compran y venden los bienes de consumo (Hicks, 1969, cap. 3);
a partir del asentamiento colonial puede surgir el comercio (pági­
na 57), pero el imperialismo se considera una desviación del ideal
de comercióTíBfe debido sobre todo a «la reacción nacionalista...
que frena la revolución liberal» (Robbins, 1935, y Schumpeter,
1955))* Los mercantilistas han acentuado la intervención del Estado
para fomentar la riqueza nacional, o al menos la de los mercaderes,
mediante una balanza de comercio favorable que aliente la inver­
sión en el país y en el extranjero.
Estudiaremos la crítica del marxismo por los otros dos grupos
de economistas también en sus contrafiguras modernas; k neomar-
xista, la neoclasicista y la neokeynesiana o neomercantilista, como
sé puede denominar a aquellos que han prosegu^o el rescate e
la doctrina mercantilista que comenzara Keynes (Keynes, 1960, ca­
pítulo 23). Los neomarxistas concentran su atención en la etapa,
como ellos la llaman, del capitalismo monopolista, en la que sobre­
vive la competencia entre los capitalistas, pero a escala gigantesca,
abarcando una lucha mundial por ocupar puestos monopolisticos en
las fuentes de materias primas y en los mercados. La escuela
clásica sigue considerando esencialmente inútil y errónea toda res­
tricción al movimiento libre de bienes, capitales y mano de obra,
V toda intervención estatal en el mercado del dinero, incluido el
k f c a d o de divisas. El primer mercantilismo fu e'u n fracaso, afir­
man (Hicks, 1969, pág. 162), y recuerdan con nostalgia la época
del librecambio, asegurando que «si no existieran las naciones...
la absorción de toda la raza humana en las filas del desarrollo seria
relativamente simple» (pág. 160). _
Los neokeynesianos no son mercantilistas propiamente dichos,
pero utilizan explicaciones de tipo mercantilista para el comporta­
miento de los Estados-nación. Algunos «ultrakeynesianos» sm ge-
1. Sobre el imperialismo como concepto de la Economía Política 25

neris coinciden con Keynes al subrayar la importancia de un co­


nocimiento suficiente de las decisiones económicas, en particular un
conocimiento que los individuos en el mercado no pueden poseer
pero que las colectividades de individuos que utilizan el poder deí
Estado sí pueden obtener (Keynes, 1932¿, pág. 318). Sin embargo,
avanzan aun más subrayando los motivos dominantes del poder y
del prestigio personal y de grupo (incluso el nacional) en los agen­
tes de la actividad económica no como un factor extraño e irracio-
nal en la actividad económica, sino como inherente a eUa (Knapp
1973; Robinson, 1970<t, págs. 39, 53, 59, 92). Esto es lo que dife­
rencia su opinión sobre el imperialismo de la opinión liberal clásica.
Para los keynesianos, el vínculo esencial entre la pasión de los
hombres por el poder y el prestigio y sus resultados en el compor­
tamiento económico es el deseo de una mayor riqueza monetaria
que Ies abra el camino hacia el poder y el prestigio. Dado que la
falta de alicientes para invertir es una tendencia crónica, existe una
predisposición constante a que se produzcan guerras por el comer­
cio extranjero y el colonialismo. Por ello, para los keynesianos no
hay una conexión causal exclusiva entre capitalismo industrial e im-
perialismo.^El imperialismo puede surgir tanto antes como después
de la era que los marxtsras'designan con el nombre de capitalismo
Rechazando el punto de vista liberal, que considera el imperia­
lismo como una aberración del capitalismo debida a los residuos
de ambiciones de una clase feudal en decadencia y sin pleno em­
pleo, los neomercantilistas yen en el imperialismo marxista una
continuación del mércantmsrnó de nuevas clases gobernantes'^qiie
intentan aprovecharse del Estado para aumentar su poder econó­
mico en las circunstancias especiales de los siglos x ix y xx. Aque­
llos economistas liberales e historiadores de la economía que
consideran el concepto de imperialismo fundamentalmente político
e ideológico, comp Fieldhouse (1967), para quien el comercio sigue
literalmente a la bandera, piensan así en parte como reácaón ad ás
explicaciones económicas más deterministas de algunos marxistas.
Los mercantilistas veían'que el comercio y la bandera iban de la
mano en lo que los Gobiernos de los Estados-nación pudieran lo­
grar. En la perspectiva mercantilista, los Estados modernos siguen
aun luchando por alcanzar una participación en la actividad eco­
nómica total del mundo (Robinson, 1966¿, pág. 10).

La denominación procede de Knapp (1973).


26 La teoría económica del imperialismo

En este libro vamos a seleccionar algunos problemas económi­


cos de las relaciones internacionales a los que los economistas po­
líticos, tanto en el pasado, sobre todo en los dos últimos siglos,
como en el presente, han aplicado el concepto de imperialismo.
Podemos hacer una lista resumida de estos problemas en el orden
histórico en el que vamos a considerarlos:
1. ¿Qué conexión hubo entre la revolución industrial capita­
lista de finales del siglo xviii en Gran Bretaña (y más tarde en otros
países) y la llamada «acumulación primitiva» por medio de tesoros,
tributos y esclavitud?
2, ¿Cómo se estableció y mantuvo la división del trabajo en
el mundo entre Estados subdesarrollados de producciones primarias
y Estados desarrollados industrializados?
( j j ) ¿Cuáles fueron las presiones que empujaron a los coloni­
zadores europeos a abrir territorios vacíos o vaciados desde el si­
glo XVI hasta mediados del siglo x i x ?
(^ 4 ^ ¿Cuál fue la causa de la expansión territorial competitiva
de Europa y los Estados Unidos a finales del siglo x i x ?
5. ¿Por qué se sustituyó el librecambio por la protección y
la preferencia a finales del siglo xix en la mayoría de los países
industrializados, menos, al parecer, en Gran Bretaña?
6. ¿Cuál fue el origen de la exportación de capital desde
Europa a finales del siglo xix y desde todos los países capitalistas
desarrollados hoy en día?
7. El papel de gran acumulador de capital que en la actuali­
dad juegan las grandes firmas, ¿interfiere con el imperialismo de
los Estados-nación?
8. ¿Es la relación real de intercambio causa o efecto de las
desiguales relaciones económicas entre los Estados?
9. ¿Son las nuevas relaciones entre países capitalistas metro­
politanos y sus ex-colonias, calificadas de neocoloniaslismo, suficien­
temente distintas del antiguo colonialismo como para que pueda
surgir un verdadero desarrollo económico?
10. ¿Existe una forma soviética de imperialismo similar al
imperialismo capitalista?
11. ¿Cuáles son las perspectivas de la rivalidad interimperia­
lista, ahora que se discute la hegemonía postbélica de los Estados
Unidos?
1. Sobre el imperialismo como concepto de la Economía Política 27

/ q u é posibilidades de cooperación entre gru-


os existen en los países desarrollados y subdesarrollados de orien­
tación antiimperialista?
Todas estas preguntas implican una pregunta básica acerca de
U conexión necesaria entre capitalismo e imperialismo en e í m a r Í

tas ma xistas t r Í ' - ' ’


m arSa d T " y - “ «erTas a una crítica desde ¡ T ^ c o
marxista y desde los puntos de vista liberal clásico y keynesiano
Capítulo 2
TEORIA CLASICA Y TEORIA KEYNESIANA
DEL IMPERIALISMO

En palabras de Schumpeter, «un mundo puramente capitalis­


ta ... no puede ofrecer suelo fértil para los impulsos imperialis­
tas ... sus habitantes serán esencialmente no guerreros ... las
tendencias antiimperialistas aparecerán allí donde el capitalismo in­
vada la economía» (Schumpeter, 1955, pág. 69). ¿A qué tipo de
economía capitalista se referían ios autores liberales clásicos?

La noción clásica

La esencia de la noción clásica de la economía es el ser una


economía de mercado. Existen muchos mercados, para bienes y
para factores, y muchos entrantes en cada mercado, ninguno de
ellos lo suficientemente grande como para influir sobre los precios
o la tasa de intercambio por medio de su entrada o de su retirada.
Los patronos en un sistema de mercado capitalista son esencial­
mente comerciantes, como sus predecesores mercantilistas, y sólo
se distinguen por tener acceso a los fondos líquidos ^ para adquirir

^ Hicks (1969, pág. 144) los califica de capital circulante, para distin­
guirlos del capital fijo, punto que discutiremos más adelante.

29
30 La teoría económica del imperialismo

factores de producción con una oferta dada, de modo que «minimi­


cen el coste de su producto y maximicen su rendimiento» (Robin-
son, 1962, pág. 59). Así, «un individuo tiene constantemente la
oportunidad de que su prójimo le ayude...», comenta Adam Smith;
si bien «no esperamos de la benevolencia del carnicero, el cerve­
cero o el panadero que nos proporcionen nuestra cena, sino de que
así midan su propio interés» (Smith, 1812, pág. 27). Con tan ar­
monioso ajuste de los intereses egoístas no puede sorprender que
el sistema de la competencia engendre un comportamiento pacífico.
La visión clásica de una economía de competencia perfecta al­
canza su apogeo con la teoría del librecambio. Se supone una situa­
ción estática, sin movimientos de capital o de mano de obra entre
los países, pero con una completa adaptabilidad de factores que
asegure el pleno empleo dentro de cada país. Entonces los movi­
mientos de los precios relativos igualan el valor de las importa­
ciones y exportaciones, y la persecución de un beneficio individual
induce a cada país (como a cada individuo en el mercado interno)
a especializarse en la producción de aquellos bienes y servicios
para los que tiene mayores ventajas relativas. Como resultado se
produce «una posición de equilibrio en la que la competencia hace
que se obtenga una utilidad máxima en el conjunto del mundo a
partir de unos recursos dados» (Robinson, 1962, pág. 62) .
Una vez más, la competencia no implica conflicto. «En un sis­
tema de comercio libre — afirma Schumpeter— no existirían con­
flictos de intereses ni entre las diferentes naciones ni entre las
clases correspondientes de diferentes naciones» (1955, pág. 76).
Y en nota de pie de página añade; «N o tendría sentido forzar las
exportaciones de mercancías o de capital» (pág. 174).
En opinión de los economistas clásicos, el librecambio y la
competencia son además una fuente de innovación y la causa del
crecimiento económico. La ampliación de los mercados y de las
oportunidades comerciales que surgen con el establecimiento del
libre comercio son los factores que revolucionaron la industria en
Inglaterra y que la revolucionarán en todos los demás países. «Mien­
tras el comercio sea voluntario tiene que representar una ventaja
para todos por igual», dice Hicks; y añade; «E l hecho de que se
haya utilizado la fuerza para establecer una colonia comercial no

^ Los problemas que implica el concepto de utilidad están estudiados por


Robinson, pero no vamos a ocuparnos de ellos ahora.
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del imperialismo 31

implica que la colonia después de establecida sea una excepción al


principio de la ventaja universal» (Hicks, 1969, págs. 44 y 51).
La metrópoli y sus colonias están conectadas en la expansión mer­
cantil no por el establecimiento de una relación desigual, sino por
la necesidad de los comerciantes de «reducir riesgos» (1969, pági­
na 489). La liberalización económica del siglo xix está considerada
como la causa del rápido aumento de los standards de vida en
Europa y los Estados Unidos; la ausencia de liberalización es la
causa principal del prolongado estancamiento del resto del mundo.
Naturalmente, otra causa puede ser la escasez de recursos.

Se redujeron los aranceles aduaneros. Se abolió la esclavitud personal. Se li­


beralizó el establecimiento de empresas. Se disolvieron los monopolios. Se exten­
dió la división internacional de la mano de obra. Y el consecuente aumento
de las riquezas fue espectacular (Robbins, 1935).

Según este punto de vista, este aumento sólo cesó a finales de


la década de 1930, cuando reaparecieron los principios restriccio-
nistas y monopolistas sectoriales. «L a reacción nacionalista puede
ufanarse de haber detenido la revolución liberal» (Robbins, 1935).
Tras el mercado libre, como causa última del crecimiento eco­
nómico, se esconde una combinación de presiones demográficas y
del desarrollo de la ciencia que estimula los cambios institucionales
en el mercado y la invención de instituciones financieras. Así, el
excedente de mano de obra debido al aumento de la población en el
campo emigra a las ciudades y a los puertos en busca de las nuevas
oportunidades de trabajo que la ciencia ha abierto a la exploración
y a la industria, y que están fomentadas por un bajo tipo de interés
sobre el capital que aparece con la creación de nuevos institutos
de banca y seguros (Hicks, 1969, págs. 79, 94, 135-6, 144-5, 157;
North y Thomas, 1970, pág. 1). Tales cambios de población y de
la ciencia fundamental se consideran factores autónomos, a los que
responde la economía sin influir sobre ellos. La aplicación de
la ciencia, la aparición de comerciantes, empresarios y banqueros; la
división del trabajo, se supone, por el contrario, que son resultado
de la liberalización del comercio y de la competencia. Sigue proba­
blemente la ampliación del mercado, aunque se considera que la
apertura de nuevos mercados a base de bajos costes de transporte
es en parte exógena y en parte resultado de la competencia.
Al parecer, la idea de una armonía de intereses y de una ex­
pansión continua de la riqueza por medio de un comercio libre no
32 La teoría económica del imperialismo

puede sobrevivir si se niega el supuesto de una competencia per­


fecta dentro de las naciones y entre ellas. Joan Robinson, cuyo
resumen de la argumentación clásica acabamos de citar, continúa:
Es evidente que cualquier grupo de vendedores prosperará más colectiva­
mente poniéndose de acuerdo para mantener altos los precios que compitien­
do entre sí. Venden menos, pero con un beneficio mayor por unidad. De
modo similar, cualquier nación en las condiciones que supone el modelo del
equilibrio será más próspera, con un volumen menor de comercio y con precios
de exportación más altos en relación con las importaciones que en condiciones
de libre comercio (1962, pág. 64).

Sin embargo, la incorporación de la posibilidad de una compe­


tencia imperfecta en el pensamiento económico neoclásico no cam­
bió en absoluto la fe en la naturaleza pacífica y no expansionista
del sistema. Para Schumpeter fue así: en primer lugar, porque las
restricciones al comercio libre sólo fomentaban en apariencia, pero
no en realidad, los intereses de cada nación; en segundo lugar,
porque el monopolio y la posición monopolística eran, en su opi­
nión y por su propia naturaleza, de vida corta; en tercer lugar,
porque, en su opinión, «el monopolio de exportación no se deriva
de las leyes inherentes del desarrollo capitalista. El carácter del
capitalismo conduce a la producción en gran escala, pero salvo po­
cas excepciones la producción en gran escala no conduce al tipo
de concentración ilimitada que sólo deja una o un par de firmas en
cada industria» (Schumpeter, ed. de 1955, págs. 156-63). En un
escrito veinte años después, Schumpeter argüía que la competencia
subsistía en forma de mejora de los productos y no de reducción
de precios; lamentaba la desaparición del «motivo familiar» del
inversor burgués y del empresario en las estrechas burocracias de
la sociedad moderna, pero esperaba que alcanzasen el «soplo pe­
renne de la destrucción creadora» que garantizaba el progreso eco­
nómico y al menos «otro feliz envite del capitalismo» (Schumpe­
ter, 1943, pág. 163).
Así, Schumpeter seguía creyendo que el capitalismo era no
sólo «democrático» e «individualista», sino también «racional y
antiheroico».
Naturalmente, los dos van juntos. El éxito en la industria y el comercio
requiere mucho valor, pero la actividad industrial y comercial es esencialmente
no heroica, en el sentido caballeresco... y la ideología que glorifica la idea de
la lucha por la lucha languidece de modo muy comprensible en las oficinas
entre las columnas de cifras (1943, págs. 127-8).
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del imperialismo 33

Dejamos que el lector juzgue si esto describe acertadamente a


los oficinistas-soldados de la Compañía de las Indias Orientales o
las luchas encarnizadas de los Estados capitalistas. La esencia del
argumento de Schumpeter es la misma que en Hieles: entre co­
merciantes, ya sean mercaderes u hombres de negocios de la in­
dustria, el mecanismo del sistema de mercado exige un reconoci­
miento mutuo del egoísmo ilustrado. A pesar de «los conflictos ...
que plantea un capitalismo monopolístico dependiente de las ex­
portaciones», Schumpeter creía que «en el fondo suele prevalecer
el sentido normal de los negocios y del comercio. Incluso los cár­
teles no pueden actuar sin sus iguales económicos en el extranjero»
(Schumpeter, 1955, pág. 84).
Hicks escribe en el mismo sentido que los comerciantes nece­
sitan instituciones legales para zanjar sus disputas y proteger el de­
recho de propiedad, pero que fundamentalmente «hablan la misma
lengua». Sin embargo, traza un cuadro de contraste:

No es fácil ni mucho menos lograr tal entendimiento ... entre comercian­


tes y no-comerciantes; y esta es una importante razón de por qué existen
fricciones con tanta frecuencia en las fronteras de la economía mercantil (como
las llamaremos), fricciones que han acompañado siempre a la historia del des­
arrollo mercantil desde sus comienzos hasta nuestros días (Hicks, 1969, pá­
gina 35) ^

Así, en la visión liberal clásica la explicación del imperialismo


reside en la perpetuación dentro de la economía mercantil de re­
miniscencias de un tipo anterior de economía, dentro y fuera de
sus centros principales. En palabras de Schumpeter, «es un atavis­
mo en la estructura social» (1955, pág. 65), y continúa:

La burguesía no se limitó a suplantar al soberano ... Le arrebató parte


de sus poderes y en los demás se le sometió (1955, pág. 93).

Por tanto, el militarismo y el nacionalismo del monarca abso­


luto sobrevivieron en la era del capitalismo en las instituciones,
en el personal del Estado y en la actitud mental de la propia bur­
guesía, sobre todo frente a los pueblos que no se habían incor­
porado aún a sus fronteras. Schumpeter remonta a los intereses
financieros del monarca el origen de los aranceles proteccionistas,
^ Recordemos que Hicks utiliza la denominación «economía mercantil»
para describir todas las economías de mercado (véase Hicks, 1969, págs. 161-2).
34 La teoría económica del imperialismo

del «monopolismo de exportación», como denomina al control mo­


nopolista-capitalista dependiente de las exportaciones sobre los mer­
cados y las fuentes de materias primas, y del colonialismo que
surgió a finales del siglo xix. Y no, como afirmaban los marxistas,
al sistema de competencia del capitalismo que avanza hacia la gran
empresa (Schumpeter, 1955, pág. 89).
Este énfasis sobre los ingresos reales lo recoge Hicks al des­
cribir el primer tipo de economía que sobrevivió en la era de la
«Economía Mercantil», Es la supervivencia de lo que denomina «Eco­
nomía Autoritaria» o «Economía de Ingresos», en la que «se
exige a los cultivadores un excedente de alimentos y otros artículos
de primera necesidad y se utilizan para sostener a los servidores
públicos» (Hicks, 1969, págs. 23-4), ya fueran éstos paniaguados
del rey, burócratas clásicos o los hogares de los señores feudales.
Considera que son los elementos de la economía autoritaria, y en
particular el intento de regular el comercio en interés nacional, lo
que tranforma la colonización de grandes áreas para la economía
mercantil en algo completamente diferente (págs. 161-4) k Esto
era el colonialismo, que implica «la imposición de un gobierno
extraño», y que es totalmente diferente de la colonización, que era
la ampliación del mercado por medio del comercio pacífico. En
una nota de pie de página dice claramente que no eran los merca­
deres los que eran mercantilistas por buscar la regulación estatal
del comercio, sino que son los gobernantes los que «se vuelven
’mercantilistas’ cuando se dan cuenta de que podrían utilizar a los
mercaderes como instrumentos para sus propósitos eminentemente
no-mercantiles» (pág. 161).
Vamos a completar este resumen del punto de vista clásico
liberal presentando su justificación del subdesarrollo general de las
áreas ex-coloniales. La imposición directa de un gobierno extraño
en las colonias ofendía de tal modo al sentimiento nacional que
provocaba una reacción igual de signo opuesto en el nacionalismo
postcolonial y en la autarquía autoimpuesta; así, no ha sido sólo
el mundo comunista, sino también «el mundo subdesarrollado en su
conjunto», los que «han llevado al extremo el proteccionismo» y

^ Esta regulación del comercio en interés nacional es, naturalmente, como


reconoce Hicks, «el llamado mercantilismo de los siglos xvii y x viii», pero
evita utilizar el término en su libro porque quiere retener el de «Economía
Mercantil» para describir toda la historia del mercado «sin descuidar las re­
laciones con el Estado, pero manteniéndoles, como si dijéramos, "aparte” ».
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del imperialismo 35

«sufren bajo él más que nadie», según Hicks (1969, pág. 163). El
proteccionismo es un mal del que Schumpeter esperaba que «des­
encadenase tormentas de indignación en el consumidor explotado
de la metrópoli y en los productores (coloniales) amenazados del
extranjero». Y, sin embargo, Schumpeter admite que existe «un
fuerte e innegable interés económico» de estos grupos hacia «aque­
llos países que juegan un papel monopolista en relación con sus
colonias» y que, por tanto, «ahogan la verdadera comunidad de
intereses entre naciones» (1955, pág. 84).
Hicks también concede que «aunque estas fuerzas políticas son
poderosas ... existe una razón económica» para el proteccionismo
en el mundo subdesarrollado. Es que aunque los adelantos en la
maquinaria que ahorra mano de obra debieran, según Ricardo
(ed. de 1912, On machinery), producir un aumento en la demanda
de trabajo por la mayor acumulación de beneficios extra, sólo es
cierto en el caso de un solo país con movilidad ocupacional de la
mano de obra.

En la economía internacional, incluso tal como la creó durante algún tiem­


po el predominio del librecambio ..., la mano de obra expulsada puede estar
en un país, y la expansión de la demanda de mano de obra, que es el
efecto de la acumulación de capital resultante, puede darse en otro (Hicks,
1969, pág. 165).

Por ejemplo, los tejedores de la India sufrieron durante mucho


tiempo con la introducción de maquinaria textil en Inglaterra; pero
Hicks afirma que aunque éste es un motivo bastante comprensible
para la protección, «las industrias de alto coste que se levantan
tras estos escudos no engendran los beneficios — para la economía
nacional en conjunto— que podrían servir como base para un ul­
terior desarrollo» (1969, pág. 165). Sin embargo, Hicks espera que
aunque él crea que el proteccionismo y la hostilidad frente a un
capital internacional son obstáculos para el desarrollo no resulten
ser insuperables.

Se pueden descubrir, y de hecho ya se han descubierto, formas de inver­


sión internacional que ofendan menos el orgullo nacional. Se empieza a re­
conocer, por otra parte, que es una necedad mantener viva por medio de la
protección una industria no rentable para la sociedad (1969, pág. 166).

Sobre este punto, el Gobierno intenta mantener el pleno em­


pleo influyendo sobre la balanza de comercio, con lo que se con­
36 La teoría económica del imperialismo

sidera superfina la relación real de intercambio. Si un país forzara


la expansión de sus exportaciones, esto sólo volvería contra él la re­
lación real de intercambio. Si restringiera las importaciones, la
volvería en su favor, pero estas importaciones son a su vez las ex­
portaciones de otro país, y así se puede llegar a rebajar el nivel
de todo el comercio internacional por medio de la acción recíproca
(Hieles, 1959, págs. 58-60). El argumento de que si un país obtu­
viera una relación real de intercambio favorable por medio de la
restricción de sus exportaciones esto redundaría en perjuicio del
empleo tiene una justificación histórica considerable (Barrar Brown,
1970«, anexos de los caps. 2 y 5); pero su corolario natural, que
las exportaciones forzadas sólo se perjudicarían a sí mismas, se
basa en la ley de Say y no tiene en cuenta la posibilidad, o proba­
bilidad, de que haya unos recursos con utilización subóptima que
si se pusieran a pleno rendimiento elevarían el nivel de toda la
actividad económica, tanto en el Estado en que tienen lugar como
en el resto. El supuesto clásico del librecambio, que los bienes
circulan entre los países, pero no así el capital y la mano de obra,
se ha transformado en una teoría sobre el dualismo dentro de los
países subdesarrollados. Supone que los bienes circulan, pero no el
capital, y que la mano de obra sólo se mueve entre el sector agrícola
de subsistencia y el sector industrial en desarrollo; y que de este
modo avanza el desarrollo económico (Lewis, 1954). Este supuesto
ha sido aplicado también a las relaciones entre países en que han
tenido lugar movimientos similares. En ambos casos se ha criticado
desde el punto de vista lógico y de la práctica (véase Griffin, 1969,
páginas 19-30)®.
Por tanto, la teoría liberal clásica dice, primero, que los bene­
ficios del comercio libre se repartirán entre las partes (esto ya lo
hemos discutido), y segundo, que la tasa del crecimiento económico
depende de la tasa de ahorro, es decir, de la disponibilidad de ca­
pital para inversiones en maquinaria nueva. Aunque Hicks cite a
Ricardo en On machinery, donde reconoce la posibilidad de que
las invenciones que ahorran mano de obra pueden reducir la de­
manda de ésta durante un período muy largo de tiempo antes de
que el «componente circulante» ® de la acumulación de capital sea
® Discutiremos esto con mayor detalle en el capítulo 10.
® La distinción de un componente circulante en el capital constituye la
propia respuesta de Hicks (1959, pág. 144) a la crítica keynesiana de la teo­
ría neoclásica del capital. Véase Robinson (1962, pág. 60).
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del imperialismo 37

suficiente para volver a emplear la mano de obra sobrante, perso­


nalmente cree que el abaratamiento del capital fijo lograría con­
trarrestar a tiempo la calma incluso entre los países. Pero esto, en
su opinión, dependía de la condición de que los grupos de traba­
jadores de un país o de diferentes países no establecieran posiciones
de privilegio para sí mismos en las que aumentaran sus propios sa­
larios «mucho antes de que llegara el momento de eliminar el ex­
cedente general de mano de obra» (Hicks, 1959). Esta acción de
los sindicatos fue, según él, la causa del prolongado desempleo du­
rante el siglo XIX ; de otro modo, la expansión hubiera cesado en
dos casos especiales, a saber, cuando se impedía el comercio exte­
rior o cuando había movimientos adversos en la balanza de pagos
que impedían el aumento de los salarios reales (1969, pág. 152).
Tras esta visión neoclásica se esconde el supuesto de que la ley
de Say es inviolable:

Resulta plausible argüir ... que si se considera un período extenso se


pueden despreciar las discrepancias entre ahorros e inversiones, de modo que
ahorros e inversiones sean iguales; y que, por tanto, la tasa de crecimiento
depende de la tasa de ahorro. Si se añade el supuesto (válido en muchas
ocasiones y lugares y desde luego válido para la revolución industrial de In­
glaterra) que los beneficios son la principal fuente de ahorros, parece proba­
ble que cuanto mayores sean los beneficios, más se ahorrará. No se adoptará
ningún «invento» a menos que dé unos beneficios; mayores beneficios significan
mayores ahorros; una tasa de ahorros alta significa una tasa de crecimiento
más alta para toda la economía; y esto por término medio en un período bas­
tante largo, y por término medio sobre la mano de obra en general implicaría
un crecimiento más rápido de la demanda de mano de obra (Hicks, 1969, pá­
ginas 150-131).

Los supuestos que implica la visión liberal clásica del imperia­


lismo, como hemos visto en Hicks, son los siguientes (sustituimos
en todos los casos su expresión «economía mercantil» por «econo­
mía capitalista»):
1. La competencia en la economía capitalista internacional y
nacional es típica; y cuanto más perfecta es, mejor será la utiliza­
ción de los recursos; las posiciones monopolísticas son de corta
duración por su naturaleza o están causadas por influencias no
económicas de las agrupaciones de poder político.
2. La competencia hace que las innovaciones reduzcan costes
y, por tanto, fomenta el crecimiento económico. La ley de Say ope­
ra en una economía industrial, y en cualquier otra economía comer-
38 La teoría económica del imperialismo

cial, por lo que la tasa de crecimiento depende de la tasa de aho­


rros, y tanto en la economía nacional como en la internacional se
alcanza el equilibrio con el pleno empleo de los recursos humanos
y de otras clases.
3. La extensión de la economía capitalista hacia áreas no ca­
pitalistas ha beneficiado a éstas, pues en la economía capitalista la
competencia reduce los costes, se libera espíritu empresarial y se
generan ahorros para el crecimiento económico.
4. La competencia entre los comerciantes dentro de las nacio­
nes y entre ellas es esencialmente pacífica, porque todos se benefi­
cian de la búsqueda del propio interés dentro de unas reglas y re­
glamentaciones comunes.
5. Los beneficios del comercio libre se distribuyen entre las
naciones de un modo bastante equitativo.
6. No es necesario distinguir la motivación que empuja hacia
la actividad económica a los capitalistas industriales de la de los
capitalistas mercantiles; todos son comerciantes, a pesar de que
los capitalistas industriales poseen, a diferencia de los otros, gran­
des proporciones de capital fijo o «inmovilizado».
7. Allí donde los gobernantes aplican políticas mercantilistas
para regular el comercio, los mercaderes y demás comerciantes son
el instrumento de tales políticas, y quizá los beneficiarios, pero no
sus principales instigadores.
8. Las instituciones precapitalistas, los grupos y actitudes do­
minantes, han sobrevivido en la economía capitalista y siguen dis­
torsionando su libre actuación durante largos períodos de tiempo.

E l punto de vista keynesiano

Todos estos supuestos, excepto el 6, el 8 y posiblemente el 7,


han sido puestos en duda por los keynesianos. Y todos, sin excep­
ción, por los marxistas. El ataque principal de los keynesianos se
dirige contra el supuesto de competencia perfecta, el 1, y contra
la ley de Say, el 2. Estos dos afectan su visión del 3, 4 y 5, que se
refieren a los beneficios del comercio libre y de la competencia.
Ya hemos presentado la crítica keynesiana del supuesto de compe­
tencia perfecta. El rechazo de la ley de Say por parte de los keyne­
sianos es, por lo menos, más completo. La liberación del comercio
no fomenta necesariamente las inversiones. El aumento de la compe-
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del imperialismo 39

tencia no hace aumentar necesariamente la demanda, aunque implique


innovaciones que rebajen los costes. El empleo puede disminuir más
de lo que aumentara como consecuencia de las innovaciones y de una
mayor competencia. Desde el punto de vista keynesiano, el crecimien­
to tiende a ser lento en general, distorsionado y sujeto a restricciones
de tipo mercantilista No basta con que los economistas clási­
cos recurran a la presión demográfica y a los descubrimientos
científicos Como factores exógenos o autónomos, que la compe­
tencia libre genera para crear el crecimiento económico, y conver­
tir el mercado en expansión en un factor parcialmente exógeno. La
demanda en el mercado depende de la transmisión de innovaciones
que reoajen los costes no sólo a productos más baratbs, sino ade­
más a nuevos empleos de los ahorros. De otro modo, no se alivia
la presión de la población y se limita la aplicación de la ciencia a
la industria. Así escribe Robinson (197 la, pág. 89) acerca de los
economistas neoclásicos:

En sus modelos se supone explícitamente que las previsiones son y han


sido siempre correctas, o que el «capital» es maleable para que sea posible
deshacer lo hecho (sin costes) y ponerlo en equilibrio con el futuro; en resu­
men, eliminan el tiempo. Pero esto no basta para asegurar el pleno empleo.
Tienen que suponer también que la fijación de salarios se efectúa en términos
del producto; la tasa de salarios verdaderos indica el nivel al que se contrae
o se expande el stock de «capital» para poder emplear la mano de obra dis­
ponible. Keynes daba por sentado que en una economía industrial las tasas de
salarios se fijan en términos del poder general adquisitivo; y dedujo este
argumento de las nebulosas esferas del equilibrio atemporal para ponerlo en
el presente, con un pasado irrevocable que se enfrenta con un futuro indeciso.
El dinero se incorpora al argumento como «vínculo entre el presente y el
futuro».

El énfasis de Keynes sobre el papel del dinero y el deseo de


riquezas monetarias ha proporcionado a los keynesianos un vínculo
entre la historia económica y la teoría económica. E s posible sus­
tituir la teoría clásica del equilibrio fuera del tiempo y del espacio
por una visión del desarrollo histórico. Como ha dicho Robinson
(1962, págs. 78-9):

’ El tratamiento más completo de este punto de vista se encuentra tam­


bién en los escritos de Knapp, que amablemente ha puesto a mi disposición,
y sobre todo en conferencias (1956-7), en un ensayo (1969) y en su contribu­
ción a un curso de conferencias (1964-5).
40 La teoría económica del imperialismo

...al menos en lo que se refiere a la acumulación de capital, hemos aprendi­


do a distinguir el deseo de ahorrar de la inducción a invertir, y ambos a su
vez del precio de oferta de un stock de espera

De este modo, la tendencia a almacenar, es decir, a ahorrar


sin invertir, lo que Keynes llamó preferencia de liquidez, ha ope­
rado a lo largo de la historia de las sociedades que utilizaron la
moneda (Keynes, 1960, págs. 242, 351). El resultado ha sido el
estancamiento como condición normal, con una capacidad potencial
de oferta frustrada por la falta de demanda monetaria efectiva.
Pues el «amor al dinero» conduce tanto a un poder adquisitivo
insuficiente (subconsumo) como a una inducción insuficiente a in­
vertir.
Sólo algunas circunstancias especiales — Keynes ponía como
ejemplos, humorísticamente, el deseo de construir pirámides, ca­
tedrales y monasterios medievales y grandes mansiones modernas—
«evocaron el incentivo necesario para invertir 'parte de los ahorros’
(y así) aumentar no sólo el empleo, sino también el dividendo na­
cional real de bienes y servicios útiles» (Keynes, 1960, pág. 220).
Knapp (1956-7) cita otros ejemplos más importantes — la deman­
da de abastecimientos militares en tiempos de guerra, la apertura
de nuevas rutas de comercio, el descubrimiento de nuevos yacimien­
tos de oro y plata, la apertura de nuevas tierras para la coloniza­
ción y el desarrollo, la invención de nuevas tecnologías— donde
se logró vencer la preferencia de liquidez y disuadir de almacenar.
El deseo de los grupos gobernantes de tener poder personal y
prestigio les indujo en épocas pasadas, como hoy en día, a procu­
rarse armamento, a proteger a los aventureros mercaderes, a re­
tener lingotes de oro y plata, a contribuir a la colonización, a
extender los mercados y campos de desarrollo, a fomentar los inven­
tos. Keynes esperaba que «ahora que comprendemos las influen­
cias de que depende la demanda efectiva» «no es razonable que ...
una comunidad con sentido común se contente con seguir depen­
diendo de tales mitigaciones fortuitas y a menudo costosas» (Key­
nes, 1960, pág. 220). La defensa del país sigue siendo un impor­
tante incentivo para invertir, pero desde que Keynes escribiera
esto han surgido otras formas de gasto público.

® Me refiero al concepto de beneficio en Alfred Marshall como recompen­


sa de la «espera» a los propietarios del capital (véase Robinson, 1962, págs. 60-
61).
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del imperialismo 41

Aunque los keynesianos rechacen el supuesto de libre compe­


tencia y la ley de Say, aceptan, sin embargo, los supuestos del eco­
nomista clásico de que no se puede distinguir entre las motivaciones
de los capitalistas industriales y las de los antiguos comerciantes
y que no hay nada inherente al capitalismo industrial que conduzca
a su expansión forzosa. Es necesario buscar unos factores exógenos
— el descubrimiento de oro y de nuevas tierras, guerras, inventos,
el prestigio nacional-— para explicar el incentivo a invertir. La dife­
rencia entre los keynesianos y el punto de vista clásico se centra,
por tanto, en el modo en que estos factores influyen en la econo­
mía. Según los clásicos, se mantienen fuera de ella o deberían man­
tenerse fuera, ya que distorsionan el mecanismo perfecto de los
mercados competitivos para asegurar la utilización óptima y com­
pleta de los recursos. Según los keynesianos, operan dentro de la
economía mundial, generando posiciones de monopolio y fomen­
tando la inversión, que de otro modo decaería por falta de in­
centivo.
La lógica del modelo económico keynesiano basado sobre el
amor al dinero, incluidas todas las formas de riqueza monetaria,
que es universal en las diferentes clases de cualquier población y
en las diferentes eras de la historia de las economías de mercado,
implica que no es peculiar del sistema capitalista. El estancamiento
y el imperio, como forma de salir del estancamiento, se convierten
en categorías universales. Contra esto dirían los marxistas que el
capitalismo como sistema de asignación de recursos, según el ren­
dimiento del capital privado, no es sólo la economía de mercado
por excelencia, sino también, en la historia, el sistema que reunió
eficazmente todas las partes de todos los países del mundo en una
sola economía de mercado. Esta era, según Marx, la misión histórica
del capitalismo. La propia Robinson, como buena keynesiana, ha
comentado que:

...la exaltación de hacer dinero por hacer dinero para lograr ser respetado,
incluso para dominar la sociedad, fue el nuevo rasgo del sistema capitalista
que lo distingue de toda la civilización anterior. ... En el siglo xix ... apareció
una sociedad en la que se podían satisfacer la ambición y el amor al poder
acumulando dinero, y topó con unas condiciones técnicas e históricas que le
permitieron crecer, prosperar y extender sus tentáculos por todo el mundo
(1970í?, pág. 67).

Estas frases aparecen poco después del siguiente párrafo:


42 La teoría económica del imperialismo

Para mantener «la ley y el orden» a fin de crear un medio ambiente para
la creación y extracción de la riqueza, las naciones capitalistas-imperialistas tu­
vieron que crear una administración en muchos países, y esto provocó una
serie de guerras de conquista, pero la tecnología industrial les había dado
un poder incuestionable, por lo que no les resultaron muy costosas (1970<?,
página 65).

Así, los keynesianos afirman que aunque el hacer dinero fue


el motivo supremo del sistema capitalista, por sí solo habría con­
ducido al estancamiento si no hubiera sido porque

los capitalistas tenían que aparecer como benefactores de la sociedad. Daban


empleo, construyeron la riqueza de la nación y llevaron la civilización cristiana
a países bárbaros [\910a, pág. 67).

Esto es para ellos el origen del imperialismo. ¿Por qué? Pues


porque, según Robinson, los capitalistas querían «considerarse unos
caballeros» para así obtener «algo innato que no se podía com­
prar», algo que la aristocracia terrateniente tenía y ellos no. Por
tanto, en última instancia, lo que importa es la motivación personal
del capitalista industrial: deshacerse de lo almacenado y no alma­
cenar. Los beneficios esperados, teniendo en cuenta el riesgo y la
incertidumbre, tienen que ser mayores que la tasa relativa del in­
terés para que haya inversión. Este es el modelo keynesiano formal
en el que se relaciona la eficacia marginal del capital con el tipo
de interés. Pero al explicar la expansión capitalista el propio Key-
nes dijo que confiaba más en el optimismo espontáneo de «los ins­
tintos animales» de los hombres de negocios para mantener la
tasa de acumulación (Keynes, 1960, pág. 161); y Robinson confía
en el concepto que tienen de sí mismos como aspirantes al status
de caballeros.
El rechazo de la teoría clásica del librecambio por parte de los
keynesianos ha sido reforzado por las recientes críticas de la teoría
neoclásica del capital iniciadas por Pierro Sraffa y desarrolladas por
la llamada escuela neorricardiana (Robinson, 1971¿, y Sraffs, 1960).
Esto tiene importantes implicaciones para cualquier concepto de
imperialismo como forma del comportamiento económico capita­
lista internacional. El" capital tiene una doble naturaleza; es la
propiedad de los capitalistas, y como tal se puede decir que tiene
un precio de oferta en el mercado (el precio necesario para per­
suadir a los capitalistas a «abstenerse» o «esperar» o al menos a
no preferir la liquidez); y también es el equipo de capital cuyo
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del imperialismo 43

precio de demanda depende de su utilización. Esto significa no sólo


que el precio del capital depende de los beneficios obtenidos de la
producción al utilizar este equipo, sino también que la distribución
de la renta entre capitalistas y obreros depende en última instancia
de los beneficios. Sin embargo, esto es un círculo vicioso, y no
ofrece un determinante de las tasas de beneficio o participaciones
en los beneficios, comparable al concepto de pago a los capitalistas
por esperar o por abstenerse o por superar su preferencia de liqui­
dez. También significa que no existe ningún factor que determine
la participación de los diversos países que intercambien bienes, en
los que se han colocado proporciones distintas de capital y mano
de obra según las diferentes condiciones técnicas de la producción.
Esto es de gran importancia para la relación real de intercambio
internacional, y para todos los demás precios nacionales relativos,
porque los precios relativos de cualquier combinación dada de ser­
vicios no pueden reflejar entonces los costes marginales de oportu­
nidad de cada uno en términos del resto, si el valor de los bienes
de capital no es independiente de la tasa de beneficio. «E l capital
no es maleable y no se puede deshacer lo hecho (sin costes)», según
la afirmación de Robinson que acabamos de citar (1971 í?, pág. 89;
1971c7, y, por tanto, resulta imposible transformar las formas de
capital fijo en instalaciones y maquinaria en otra maquinaria dife­
rente a voluntad, de acuerdo con los cambios en la demanda. Pero
esto sería necesario si quisiéramos que los precios (y la distribución
de la renta) se determinara independientemente de la tasa de be­
neficios. Pues sólo entonces se podrían ajustar las relaciones técnicas
entre capital y mano de obra — sustituyendo en el margen más de
uno por más de la otra— para dar sentido a la idea de una recom­
pensa a diversos factores según su contribución a la utilización
óptima de unos recursos dados. Sólo cuando las relaciones técnicas
son idénticas para todos los productos — es decir, cuando las ra­
zones capital-mano de obra son idénticas— pueden ser los precios
en el mercado independientes de la tasa de beneficio. Pues, con
cualquier tasa de beneficio, los precios serían proporcionales al
input de mano de obra. Cuando las relaciones técnicos varían no
habrá una relación única entre una determinada vatio capital-mano
de obra y una determinada tasa de salarios o una determinada tasa
de beneficios.
Si los precios de diversos servicios no son independientes de
las tasas de beneficios, tanto los precios como la distribución de la
44 La teoría económica del imperialismo
'■ H

renta serán a la larga el resultado del poder negociador de los sin­


dicatos y de los patronos; y, de modo análogo, en la relación real
de intercambio los beneficios y salarios de los productores en di­
versos países serán resultado de su respectivo poder de negociación
(Robinson, 1971c, págs. 36-7). No se puede afirmar que la relación
real de intercambio sea «nada más que la vieja ’ley de la oferta y
la demanda’, que parece actuar de modo tan seguro e infalible en
estos grandes asuntos» (Hicks, 1959, pág. 60), como sostiene la
teoría neoclásica.
En cuanto a la expansión del comercio exterior, Keynes, en su
rehabilitación de la doctrina mercantilista, reconoció el papel de
las autoridades estatales en la regulación de la balanza de comercio,
para compensar «la insuficiencia de estímulos para efectuar nuevas
inversiones», tanto en el propio país como en el extranjero, en una
época en la que las autoridades no tenían un control directo sobre
el tipo de interés doméstico o sobre otros medios para fomentar
las inversiones propias o extranjeras (Keynes, 1960, págs. 335-6).
Para el futuro, Keynes esperaba que «algún acto coordinado de
juicio inteligente dirigiría los ahorros y las inversiones y su distri­
bución entre usos domésticos y extranjeros» (1932¿>, pág. 318).
Sin embargo, desde el punto de vista de Keynes, el Estado debería
limitarse a «hacer aquello que hoy nadie hace». Keynes conside­
raba que «las mejoras de la técnica del capitalismo moderno logra­
das por medio de la acción colectiva» no eran incompatibles «con
la característica esencial del capitalismo, a saber, los individuos de­
penden intensamente del instinto de hacer dinero y de amar el
dinero, que es la principal fuerza motriz del mecanismo económico»
(1932¿>, pág. 319). Esto se ha convertido en la base de la teoría
neokeynesiana de las causas del desarrollo económico. Es el reverso
de la teoría marxista, la cual, como veremos, considera el motivo
«hacer dinero» como producto y no fundamento del sistema capi­
talista.
Una consecuencia importante para los keynesianos al rechazar
la teoría neoclásica es que no se puede esperar que surja nada ne­
cesariamente pacífico de las relaciones entre los Estados capitalis­
tas, y que, por tanto, no es necesario buscar una explicación pre­
capitalista para las guerras y el colonialismo. Se concede la prima­
cía a los elementos persistentes instintivos de la naturaleza humana
sobre los atributos sociales cambiantes. La distribución de la renta
entre las personas y entre los países se explica como resultado no
2. Teoría clásica y teoría keynesiana del imperialismo 45

sólo de la competencia económica, sino del poder político y militar.


Las condiciones geopolíticas especiales del siglo xix a las que
los keynesianos atribuyen el rápido aumento de riqueza de Europa
en aquella época, fueron, por una parte, la apertura de nuevos te­
rritorios en el hemisferio occidental y en Oceanía, y, por otra par­
te, el preponderante poder político y militar de Europa, y de In­
glaterra en particular, en relación con los pueblos de los demás
países.
Lo que esto significa para la explicación keynesiana de las re­
laciones políticas y económicas del mundo es que se deriva una
idea muy fija del uso del poder político para fines económicos, e
igualmente del uso del poder económico con fines políticos. En el
siglo X IX el mercantilismo estaba oculto o disfrazado; en realidad,
continuó vigente a través de las políticas de los Estados desde el
siglo XV III hasta nuestros días. La protección de los mercados de
la metrópoli y de las colonias, la colonización y el régimen colonial
y la relación real del intercambio deben ser considerados como ex­
presiones de una política nacional de poder, en la que el poder po­
lítico, el militar y el económico se apoyan mutuamente (Knapp,
1973, pág. 35). Los keynesianos creen que las relaciones políticas
y el uso del poder militar estatal son a menudo importantes expre­
siones del interés económico nacional, mientras que los neoclásicos
negarían toda conexión. Ejemplos de ello son la rivalidad en la
búsqueda de acceso a los mercados y para el control del suministro
a bajo coste de bienes de producción que no se pueden obtener de
fuentes domésticas. Sin embargo, se buscan ventajas económicas,
no tanto por el beneficio material como para fines políticos propios
y extraños. Knapp ha sugerido las líneas por las cuales se puede
desarrollar la teoría de Keynes. En un resumen tabulado del para­
digma ultrakeynesiano, Knapp parte de las motivaciones de poder
y prestigio, subraya la normalidad de las restricciones y el control
sobre los mercados, y el papel del Estado en el mecanismo de cre­
cimiento del mercado a través del tiempo. Luego califica «el papel
del dinero (a largo plazo)» de «inmensamente importante, pues
vincula el deseo de alcanzar un status con el estímulo a una acti-

® Knapp puede preciarse de haber sido el primero en utilizar la teoría de


Keynes para explicar el largo boom del siglo xix como un período de condi­
ciones geopolíticas muy especiales, desarrollado no por el comercio libre,
sino por una forma encubierta de mercantilismo (véase Durbin y Knapp,
1949).
46 La teoría económica del imperialismo

vidad productiva (progreso técnico y acumulación de capital) en su


búsqueda de riqueza», y dice que «el papel del proceso político»
«está en la base del tema ... (pues el crecimiento) actúa con la
satisfacción secundaria de las ansias de prestigio de los menos pri­
vilegiados, reforzando la cohesión y el conflicto regional, nacional
y étnico, sin respetar las lealtades de clase» (Knapp, 1973, pág. 36).
Aquí podemos presentar de modo preliminar el punto de vista
marxista. No dice que el uso del poder político y militar estatal
sea siempre expresión del interés económico, sino que ciertas for­
maciones sociales, basadas en determinadas estructuras económicas
o tecnológicas, implican necesariamente determinadas formas de ex­
pansión económica. Es decir, los marxistas creen que la acumulación
de capital empuja necesariamente a las sociedades capitalistas a
asimilar y transformar las sociedades no capitalistas, del mismo
modo que el acaparamiento de la tierra era necesario en una so­
ciedad feudal y la captura de esclavos lo era en una sociedad de
esclavos. Los keynesianos verían en esto simplemente diferentes ex­
presiones de la inalterable naturaleza humana, y los marxistas, re­
cordando que hubo y sigue habiendo sociedades primitivas que no
están basadas en la dominación del hombre por el hombre, sin
mostrar señales de agresividad, porque la cooperación es esencial
para la supervivencia, esperan la llegada de futuras sociedades con
un nivel más alto de tecnología, en las que cese la dominación y
agresión, porque de nuevo sea necesaria una mayor cooperación
para sobrevivir. Robinson (1970a) reconoce, en efecto, estas so­
ciedades pasadas y futuras, pero no le lleva a establecer al modo
marxista una visión de la correspondencia necesaria entre la es­
tructura de las relaciones económicas que el ser humano se crea
a determinados niveles de tecnología y la superestructura de las
instituciones legales, políticas y militares que enmarcan su con­
ciencia

Para evitar que se caiga en el error de creer-que esta expresión tan re­
sumida de una compleja serie de ideas implica un sistema determinista, es
necesario indicar que Marx admitió que sobre la conciencia humana influyen
tanto las reminiscencias de las superestructuras de pretéritas formaciones so­
ciales como el anticipo de las de futuras formaciones sociales que resultan
necesarias cuando la estructura existente de las relaciones económicas deja
de ser adecuada a una tecnología radicalmente cambiante (Marx, 1904, pre­
facio).
Capítulo 3
TEORIAS MARXISTAS DEL IMPERIALISMO

Marx creía que la formación social de la sociedad capitalista


fue la última de una serie de formaciones sociales en la historia.
Cada una de ellas se comprende mejor al estudiar su modo de
producción: la manera como los hombres se ganan la vida, combi­
nando «las fuerzas productivas», como él las llamaba, o la tecno­
logía, como nosotros la denominaríamos, y las relaciones que plan­
tean al ganarse la vida, a las que él llamó «relaciones de produc­
ción» o estructura económica. Sobre esta base se construyo la
«superestructura» de formas políticas y legales. Las ideas, la conciencia
que el hombre tiene de su vida, deben entenderse no como crea­
doras, sino como derivadas de estas estructuras, tanto las pasadas
como las presentes, incluidas aquellas que formaran núcleos para
el futuro L
Así, desde el punto de.vista marxista, el imperialismo se con­
sidera como una forma política y una serie de ideas que emergen
de un determinado nivel tecnológico y de la estructura económica
adecuada a ese nivel. Esta estructura, en la sociedad capitalista,
aunque parezca una relación entre cosas — capital, tierra, mano de
obra y bienes en el mercado— es en realidad una relación entre

1 Este es un breve resumen de la descripción de la «visión» de Marx


(1904, prefacio).
47
48 La teoría económica del imperialismo

individuos, entre los pocos propietarios de capital y los muchos


«propietarios» de fuerza de trabajo a los cuales les había sido arre­
batado su patrimonio. Lo esencial de esta etapa de la tecnología
era que se podía utilizar constantemente maquinaria para abaratar
los costes de producción, ahorrar tiempo en el trabajo y aumentar
el output por trabajador. El capital aplicado a la compra de maqui­
naria, materias primas y fuerza de trabajo destinados a la produc­
ción de bienes para la venta podía ser aumentado más de lo que
nunca soñaran aquellos comerciantes que obtenían sus beneficios
de la compra y venta de bienes que otros producen. En un mer­
cado competitivo, además, sólo podían pensar en sobrevivir aquellos
que aumentasen continuamente sus capitales para reducir aún más
sus costes. La fuerza motriz de tal sociedad no sería la avaricia del
capitalista, aunque ésta es parte integrante, ni tampoco la habilidad
de los trabajadores, aunque también éstos son parte de ella, sino
la lucha competitiva por la acumulación de capital.
Esta imagen de una economía en expansión no satisface a pri­
mera vista el requisito keynesiano de que debe haber alguna razón
para suponer que las riquezas acumuladas seguirán siendo inver­
tidas en compras cada vez mayores de equipos a una escala ade­
cuada, y que no van a ser atesoradas en dinero o en títulos-valores
por falta de oportunidades para invertir en bienes de capital. La
teoría marxista sobre este tema es diferente. En primer lugar, el
empresario capitalista y su capital surgen al mismo tiempo que un
nuevo tipo de tecnología, derivados de una economía precapitalista
de intercambio compuesta de artesanos y otros productores inde­
pendientes de bajo nivel de productividad. El capitalista, al amasar
un stock de capital que utiliza para aumentar su productividad en
competencia con el artesanado, crea, en efecto, reduciendo los
costes, la posibilidad de un poder adquisitivo suplementario. Por
tanto, la competencia entre capitalistas para desarrollar nuevas téc­
nicas que ahorren costes les induce a seguir invirtiendo. «L a indus­
tria moderna — dice Marx— nunca considera ni trata la forma
existente de un proceso como final. La base técnica de tal indus­
tria es, por tanto, revolucionaria, mientras que todos los modelos
anteriores fueron conservadores» (Marx, 1946, cap. 15). Al mismo
tiempo, la nueva clase que introdujo la industria moderna «no
puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de
producción, y con ellos todas las relaciones de la sociedad» (Marx
y Engels, 1933).
3. Teorías marxistas del imperialismo 49

En segundo lugar, las inversiones cesan cuando el proceso de


acumulación encuentra límites para su realización en el mercado,
debidos a la propia fuente de la acumulación, es decir, al beneficio
que se sustrae a los trabajadores, quienes no sólo crean el beneficio,
sino que además compran los bienes adicionales que el nuevo ca­
pital hace posibles. De aquí los auges periódicos seguidos por de­
presiones cuando se despide la mano de obra y se la vuelve a
contratar cada vez que se destruye y reconstruye el capital.
En tercer lugar, mientras que la necesidad de emplear mano
de obra para obtener beneficios a fin de sostener la acumulación
de capital es lo que empuja al capitalista, la capitalización de los
beneficios se hace cada vez más difícil a medida que aumenta la
ratio entre capital y mano de obra, a menos que el coste del capital
se pueda abaratar o se pueda aumentar la tasa de explotación de la
mano de obra.
Como ha dicho un autor, para Marx la contradicción del capi­
talismo está «entre la tendencia y la*métá». La metá del capitalista
con.slite en aumentar la acumüláción por medio de una mayor pro-
ducción que higa mayorés sus beneficios, pero la tendencia es que
\á acumul^órTTimite el consumo, el suyo propio y el de sus tra-
bajadoresT”y qué los cambios tecnológicos implicados reduzcan la
máiio de obm empeada por unidad' 3e~cápMr,'1reLÍ^^ así con
carácter géñeráL Iá tasa de beneficio En otras palabras, aunque
Marx rechazara la ley de Say, al igual que Keynes, creía que a la
mayoría de los capitalistas no les queda más remedio que invertir
la misma cantidad sin tener en cuenta que la ley de Say sea cierta
o no (Marx, 1951, pág. 358). í^ x ^ ^ jil insistir sobre la importancia
de la expropiación de los artesanos independientes por los cgpita-
lisfarTM arx, 1946, cap. 17), no se refiere a que éstos crearan de
este modo un mercado ampliado — como afirman los keynesianos,
una mayor desigualdad de la renta tendería a reducir la demanda— ,
sino a que el capitalista podría «obligar a la clase obrera a trabajar
más de lo que prescribe el estrecho círculo de sus propias necesi­
dades vitales» (cap. 15).

^ La línea de defensa mar.xista que adoptamos aquí frente a los keynesia­


nos se deriva en parte de los ensayos sobre «E l método económico de Karl
Marx», y sobre «E l puesto de Keynes en la historia del pensamiento econó­
mico», en Meek (1967, pág. 190); Glyn y Sutcliffe (1972, págs. 229-33).
50 La teoría económica del imperialismo

Así, Marx veía en el desarrollo de las colonias el ejemplo más


claro de la necesidad" del capitalismo Tndustrial para los trabajado­
res expropiados. Allí donde se abrían nuevos territorios, los pione­
ros podían comprar terrenos a bajo precio y ser sus propios señores.
«En las colonias — escribe Marx— ... el régimen capitalista entra
por doquier en colisión con la resistencia del productor, quien,
como propietario de sus propias condiciones de trabajo, emplea
esta mano de obra para enriquecerse él, en vez del capitalista»
(capítulo 33). Marx cita al profesor de Economía Política de Ox­
ford, más tarde funcionario de la Colonial Office, Hermán Meri-
vale, quien dice: «Antiguamente, en los países civilizados, el tra­
bajador, aunque era libre, dependía de los capitalistas por una ley
de la naturaleza; en las colonias es necesario crear esta dependen­
cia por medios artificiales».
Los propietarios de capital, que esperaban establecer en las
colonias minas, industrias locales, viviendas, transportes, muelles,
etcétera, y explotarlos, tuvieron que destruir o esclavizar a los in­
dígenas y traer de fuera esclavos africanos, trabajadores chinos con­
tratados o presidiarios ingleses para trabajar. La única alternativa
era una «colonización sistemática», en la que el Gobierno acapa­
rase toda la tierra y la vendiera a un precio tan elevado que un
inmigrante tendría que trabajar a sueldo durante mucho tiempo
antes de poder llegar a ser cultivador independiente.
Las sociedades coloniales resultantes, formadas por capitalistas
locales con vínculos en Europa, cultivadores pioneros y esclavos,
aparecieron en América del Sur y del Norte, en Africa del Sur y
en Australia. Las subsiguientes tensiones entre los colonos y los
esclavos y entre la capital local y la metrópoli en Europa han in­
ducido a algunos autores — críticos de Marx (Gallagher y Robin-
son, 1963) y neomarxistas (Emmanuel, 1972¿j— a afirmar que la
principal presión que se esconde en el imperialismo, tanto para la ex­
tensión del imperio como para intensificar la explotación, ha sido
la del colono. La explotación de la mano de obra asalariada en las
colonias y en todas partes no era primordialmente una cuestión de
juicio moral, aunque Marx lo juzgara así; era cuestión de relaciones
económicas. Se obtienen beneficios y se acumula capital sólo de un
modo: del trabajo alienado del ser humano que lo posee y lo vende
al propietario de capital a un precio inferior al valor del producto
neto. Así es como se crea la plusvalía. No se trata de discutir a
3. Teorías marxistas del imperialismo 51

quién le toca el trozo más grande de la tarta El asalariado no


conoce el valor de su producto neto y no tiene libertad para tomar
o rechazar el precio que le ofrecen.
El imperialismo es, por tanto, para los marxistas la extensión
por parte del capitalista industrial de aquella forma de producción
de mercancías en la que el propio trabajo se convierte en mer­
cancía. «L a producción capitalista, por tanto, bajo su aspecto de
proceso continuo y conectado, de proceso de reproducción, no produ­
ce solamente mercancías y plusvalía, sino que produce y repro­
duce las relaciones capitalistas; por una parte, los capitalistas, y
por otra, los asalariados» (Marx, 1946, cap. 23). La fuerza motriz
de la extensión de la producción de mercancías bajo el capitalismo
es la competencia entre capitalistas, incluso en condiciones de oli-
gopolio, y su necesidad de hallar nuevos mercados y fuentes de
materias primas, sino nuevas fuentes de acumulación a partir del
empleo rentable de la mano de obra; que es en realidad lo que
significan frases más eufemísticas acerca de la «creación de oportu­
nidades de inversión».
En este punto comienza el análisis de Marx; en el proceso de
acumulación de riquezas en una economía capitalista. La famosa
frase de Marx: «¡Acumulad! ¡Acumulad! ¡Así lo dicen Moisés y
los profetas!» (Marx, 1946, cap. 24) se cita generalmente como
si Marx se refiriera a motivos personales. Pero Marx dice clara­
mente que «primero veremos cómo el capitalista, por medio de
su capital, ejerce su poder rector sobre la mano de obra, pero des­
pués veremos el poder rector del capital sobre el propio capitalista»
(Marx, 1959, págs. 37-8). Robinson glosa esta frase de El capkal:
«E l capitalista invierte porque es innato en él» (1962, pág. 106).
En el contexto en que escribe parece que se refiere a su naturaleza
como seres humanos. Pero Marx subraya que la competencia «em­
puja al capitalista a aumentar constantemente su capital, para pre­
servarlo, pero sólo puede aumentarlo por medio de una acumula­
ción progresiva» (1946, cap. 24, sección 3, pág. 603).
La fuerza motriz en el modelo marxista del sistema capitalista
es la competencia en la acumulación de capital. Puesto que la con­
signa para cada capitalista por separado es «aumenta o muere», y
dado que la competencia obliga a todos los capitalistas a compor-

^ Para una exposición sucinta de este aspecto de la obra de Marx véase


Medio (1972, págs. 312-330).
52 La teoría económica del imperialismo

tarse del mismo modo, ello se refleja en la tendencia expansionista


de las naciones capitalistas. Los orígenes del imperialismo están en
el propio sistema capitalista; esto contrasta fuertemente con el pun­
to de vista clásico liberal, que atribuye el imperialismo al atavismo
subconsciente de una población inflamada por las llamadas nacio-
nalísticas de políticos hambrientos de poder: contrasta igualmente
con el énfasis que cabría esperar de un criterio keynesiano al ex­
plicar el fenómeno del imperialismo, ya se base en los motivos
personales del amor al poder y al prestigio, o en motivos nacionales
de tipo mercantilista, que han vencido la tendencia crónica en la
historia a que los ahorros deseados excedan a las inversiones reales
en todas las economías monetarias.
En el modelo económico a largo plazo de Marx, la tasa de acu­
mulación es «la única variable independiente» (Marx, 1946, capí­
tulo 25, pág. 633). Todas las demás, el nivel de empleo en la in­
dustria y la tasa de desempleo, las oscilaciones en los salarios y
en los precios y el ritmo del cambio tecnológico, dependen de ella.
Las posibilidades de un cambio tecnológico, que surgen de una
forma completamente nueva de tecnología, con unas oportunidades
cada vez mayores de producción más alta, están en la base del
sistema marxista. La tasa de acumulación se deriva del excedente
que se embolsa el capitalista, que sirve, después de satisfacer su
propio consumo, para reproducir su capital (es decir, para atender
a la depreciación) y para permitir su extensión. Para Marx, el ex­
cedente es un concepto diferente al de beneficio bruto en la Eco­
nomía moderna, ya que compara toda la diferencia entre costes de
producción y precio de venta y, por tanto, tiene en cuenta im­
puestos, costes de distribución y consumo de los capitalistas, así
como depreciación e inversión neta.
La parte del excedente que se reinvierte es la que es necesaria
para la supervivencia del capitalista.

La ... ley de la acumulación capitalista dice sólo, en realidad, que por su


naturaleza la acumulación excluye cualquier disminución del grado de explo­
tación, o cualquier aumento del precio de la mano de obra, que pudiera
poner seriamente en peligro la constante reproducción del capital y su repro­
ducción a una escala en continua expansión^.

^ Marx (1946, cap. 25, pág. 634), pero aquí hemos utilizado la versión
de Steindl, más feliz (1952, pág. 231).
3. Teorías marxistas del imperialismo 53

Al hablar de grado de explotación, Marx quiere decir la rela­


ción entre el excedente producido y el salario pagado en el caso
de cada trabajador. Los costes de producción se pueden reducir de
tres modos principales; a) reduciendo el coste de cada obrero, di­
rectamente por medio de la reducción de salarios o indirectamente
abaratando las mercancías que consumen los obreros; b) reduciendo
el coste del equipo capital, introduciendo máquinas más eficientes,
operando continuamente o abaratando o reduciendo los inputs de
materias primas y combustible; c) reduciendo el tiempo que con­
sume cada obrero en producir un output determinado, aplicando
más maquinaria a la producción.
En opinión de Marx (acertada en la Revolución Industrial y de
nuevo quizá en la actual Segunda Revolución Industrial) lo más
importante era esta reducción del tiempo, que crea la necesidad
de que cada capitalista de la competencia acumule suficiente exce­
dente para reinvertir en maquinaria nueva, a fin de aumentar la
productividad de su mano de obra. Puede haber otros modos de
aumentar el excedente, haciendo más intenso el trabajo o empleando
mano de obra esclava, pero la reducción del tiempo de producción
fue la esencia del capitalismo industrial y de la división del trabajo
y de las economías de escala que engendrara (Marx, 1946, cap. 15,
sección 1). Sólo de este modo puede esperar el capitalista efectuar
inversiones rentables y lograr una tasa estable de acumulación en
competencia con otros capitalistas.
Esta tasa estable de acumulación variaría probablemente a la lar­
ga, pero sería, digamos, una «tasa vigente», que haría que la
competencia entre los capitalistas les hiciera adoptarla Marx acla­
ra que la tasa de acumulación puede ser mayor que la tasa de
crecimiento de la población: a) porque se pueden encontrar nue­
vos efectivos para la mano de obra industrial, a expensas de la
agricultura y de las pequeñas propiedades, y b) porque el progreso
tecnológico va liberando mano de obra a medida que aumenta la
productividad. A corto plazo, si el aumento de los salarios reales
interrumpe la tasa de acumulación, el desempleo los haría volver
a bajar, hasta un punto que dependería de la acción de los sindi-

® No es lo mismo que la tasa «garantizada» de crecimiento de capital


de los keynesianos, la cual viene dada no por la competencia entre capitalis­
tas, sino por sus expectativas de inversión rentable (véase Robinson, i971a,
páginas 110-112).
54 La teoría económica del imperialismo

catos. A largo plazo, Marx no esperaba que los salarios reales dis­
minuyeran, pero sí que disminuyera la proporción de los salarios
en el valor del producto, pues suponía que con la aplicación cada
vez mayor de maquinaria a la producción la composición orgánica
del capital aumentaría. Con esto se refiere a la relación entre el
valor del capital invertido y la nómina de salarios (en su termino­
logía, capital «constante» en contraposición a capital «variable»).
Robinson se ha preguntado si acaso esto sólo significa que las
tasas de beneficios aumentarán o disminuirán con la utilización
del capital, ya que la composición orgánica de Marx depende del
output por unidad de capacidad y del capital por unidad de capa­
cidad (Robinson, 1942, págs. 41-2). Pero, como ha observado
Steindl, la formulación de Marx de la composición orgánica del
capital no expresa su idea de un modo acertado. En realidad, se
refiere al cociente entre el valor del capital invertido y el valor
de los salarios en el producto neto, y Steindl no duda que Marx
tiene razón para suponer que la participación del capital en el pro­
ducto neto debe aumentar a tiempo para permitir la continuación
de una tasa determinada de acumulación (Steindl, 1952, pági­
nas 234-5). A partir de la misma definición se puede demostrar
que la tasa de beneficios disminuirá tarde o temprano, cuando
aumente la razón entre el capital invertido y el output neto, pero
que cada capitalista por separado actuará en sentido contrario, a
fin de evitarlo, aumentando su productividad o su tasa de explota­
ción (Murray, 1973).
Para mantener la tasa de beneficios, que la competencia entre
los capitalistas establece en todo momento, cada capitalista debe
buscar nuevas oportunidades para el empleo rentable de la mano
de obra. Pero cuanto ñiás sustituyen los capitalistas mano de obra
por maquinaria, más difícil resulta. Utilizando la terminología de
Marx: se invierte capital en bienes de capital y materias primas (c)
y en mano de obra (v), y ha de dar un excedente (s). A medida
que el coste del equipo capital y las materias primas aumenten por cos­
te de mano de obra [la composición orgánica del capital de Marx
o (c/v)~\ tenderá a ser cada vez más difícil que los capitalistas en
su conjunto mantengan la tasa de excedente {sfv) que hace posible
la tasa de beneficios s¡{c-\-v) , ya que esto es lo mismo que
{s ¡v ) l {cjv )-\-{v ¡v) . O dicho de otro modo; si el coste de la
mano de obra por unidad de output v/(c + v-\-s) disminuye a
medida que aumenta la productividad, y si el coste del equipo de
3. Teorías marxistas del imperialismo 55

capital por unidad de output c ¡ { c v s ) aumenta con las nue­


vas tecnologías, es decir, aumenta la composición orgánica del
capital (clv), entonces será muy difícil mantener la participación
de los beneficios o excedente, í / f c + f + U , porque la tasa de
excedente {s¡v ) tenderá a ser menor. Los capitalistas intentarán
aumentar el excedente o reducir el coste de la mano de obra (véase
Glyn y Sutcliffe, 1972, y Glyn, 1972).
El problema de cualquier capitalista es, por tanto, que el ex­
cedente generado ha de aumentar constantemente para poder seguir
en la lucha competitiva; pero las condiciones generales del proceso
hacen que esto sea cada vez menos probable, dado que la tasa de
beneficios tiende a disminuir a medida que aumenta el cociente ca­
pital-mano de obra. Sobrevivirán algunos capitalistas que establez­
can posiciones de monopolio, por medio de innovaciones que re­
duzcan los costes, abriendo nuevos mercados; pero siempre serán
atacados por otros. Para todos los capitalistas de un país en conjunto
existen las mismas posibilidades de establecer posiciones de mono­
polio en el mercado mundial, pero una vez más éstas se hallan
siempre sometidas a ataques. La competencia a escala mundial
obliga a los capitalistas de todos los países a buscar un excedente
adicional para capitalizar los beneficios que ya han obtenido Allí
donde la razón capital-mano de obra sea baja, el excedente por uni­
dad de mano de obra será grande, y esto quizá sea una ventaja
especial para los pequeños capitalistas, y en circunstancias en que
no se pueda aumentar la productividad; pero la tasa de beneficios
por unidad de capital estará determinada a escala mundial por las
condiciones generales de producción y productividad.
Aunque Marx preveía sin duda alguna que la crisis general del
capitalismo se agravaba constantemente y que cada vez era mayor
el número de economías afectadas, también se ocupó de las crisis
periódicas, que sólo eran superadas por la destrucción de capital,
hubiera o no expansión hacia otros campos. El camino del capi­
talismo no va directamente hacia el estancamiento, a menos que
«una socialización bastante amplia de las inversiones resulte ser el
único medio de asegurar algo parecido al pleno empleo», como
sugiriera Keynes (1960, pág. 378), sino una sucesión de crisis de
sobreproducción rectificadas por la destrucción de capacidad.

Esto es lo esencial de la tesis de Bukharin (1972).


56 La teoría económica del imperialismo

El enorme poder inherente al sistema de fábricas al expandirse a saltos, y


la dependencia de este sistema de los mercados mundiales, engendra necesaria­
mente una producción febril, a la que sigue el desbordamiento de los mercados
seguido, a su vez, por la contracción del mercado que causa la paralización de la
producción. La vida de la industria moderna se convierte en una serie de perío­
dos de actividad moderada, prosperidad, sobreproducción y estancamiento (Marx,
1946, cap. 15). [Las itálicas son del autor.]

Precisamente fue en este contexto en el que Marx formuló el


enunciado más claro del proceso recíproco de desarrollo y subdes­
arrollo, cuando unas líneas antes había escrito:

Surge una nueva división internacional del trabajo, una división adecuada
a las exigencias de los principales centros de la industria moderna, y trans­
forma a parte de la Tierra en un campo de producción fundamentalmente
agrícola para abastecer a la otra parte que sigue siendo un campo fundamental­
mente industrial.

La idea central del modelo marxista es que el capitalismo con­


tiene por naturaleza una fuerza expansiva: la producción de capital
para producir más capital. A diferencia de las estructuras econó­
micas basadas en la esclavitud, en la propiedad de tierras o incluso
en el capital mercantil, las estructuras basadas en la propiedad de
capital industrial tienen que ampliarse o morir. Algunos capita­
listas recurrirán a colusiones; más adelante estudiaremos hasta qué
punto es posible conservar estas colusiones incluso dentro de un
Estado-nación, y no digamos a escala mundial. El capitalismo in­
dustrial se ocupa totalmente de la producción de mercancías, es
decir, de la producción para ^'i intercambio en un mercado de com­
petencia imperfecta. Otras estructuras económicas más antiguas pla­
neaban la producción para su utilización. Como observó el propio
Schumpeter, antes de mediados del siglo xviii sólo había islotes
de economía capitalista en un océano de economía de pueblos y
ciudades. Los mercaderes se ocupaban de comprar y vender, pero
no de producir. Podían obtener beneficios o pérdidas, pero siempre
podían abandonarlo e invertir en tierras, donde se pueden ejercer
formas más antiguas y simples de poder económico, como hicieron
muchos cuyo capital estaba repartido en stocks, barcos y alma­
cenes de los que se podían deshacer en cualquier momento. En
contraste, el capital del industrial está vinculado a la mano de
3. Teorías marxistas del imperialismo 57

obra y a la maquinaria de producción, cuyo valor en venta es muy


reducido, como bien saben los liquidadores de firmas en quiebra
La destrucción y reestructuración del capital en crisis periódi­
cas de superproducción son elementos centrales del modelo de Marx.
La razón por la cual los marxistas no se sienten afectados por el
requisito keynesiano de que el capital acumulado se invertirá en
compras cada vez más importantes de equipo real a una escala
adecuada para lograr el pleno empleo de los recursos es que tam­
bién ellos reconocen que a menudo la escala no será la adecuada.
El crecimiento económico capitalista es un proceso de auges y cri­
sis. Cada capitalista se ve obligado a mantenerse en la competencia
por la acumulación de capital, pero de vez en cuando se ven su­
midos en crisis de sobreproducción precisamente porque la ley de
Say no actúa, aunque cada uno por separado supone que puede
vender lo que invierte para producir. Marx (1909) investiga a fondo
el papel que juegan el dinero y el crédito en el proceso de repro­
ducción de capital y habla de una «superfluidez del capital indus­
trial» cuando surge un alto en las fases de reproducción, «pero
de tal modo que no puede llevar a cabo sus funciones ... capital de
mercancías que no es posible vender ... capital fijo que no se puede
em plear...». Precisamente aquí formula Marx la famosa frase de
cómo él ve el curso de las crisis capitalistas en la sobreexpansión
de capacidad productiva en relación al poder de consumo de cual­
quier población en que la renta esté distribuida de modo muy des­
igual;

La causa última de toda crisis real sigue siendo la pobreza y el consumo


limitado de las masas, comparados con la tendencia de la producción capita­
lista a desarrollar fuerzas productivas tales que sólo pueden encontrar su límite
en el poder absoluto de consumo de toda la sociedad (1909, pág. 30).

Robinson interpreta estos pasajes como señal de que Marx in­


tentaba llegar a una teoría del subconsumo, pero que no lo logró
Véase Murray (1971b). Es interesante que Hicks considere que la
principal característica de la revolución industrial es la inversión de capital
fijo. «E l capital circulante» escribe (1959, pág. 144), «se transforma cons­
tantemente; continuamente vuelve para ser reinvertido. Pero el capital fijo
está inmovilizado; está incorporado en una forma especial de la que sólo se
puede librar de un modo gradual, en el mejor de los casos». Al mismo tiem­
po prosigue (pág. 155): la mano de obra eventual se convierte en regular
«precisamente por la característica en que acabo de insistir: su dependencia
respecto del uso del capital fijo».

É
58 La teoría económica del imperialismo

porque aún no había abandonado «la teoría ortodoxa que se iden­


tifica y cae con la ley de Say» (1942, págs. 50-51). Como hemos
visto, Steindl sugirió una interpretación alternativa sobre el supues­
to de que Marx rechazaba la ley de Say. Es decir, que es la sobre­
inversión competitiva por parte de los capitalistas la que lleva a
una capacidad excesiva en relación al poder adquisitivo, y es la
que impide, en palabras de Marx, «conseguir la plusvalía». Esto
«cumple las funciones de una teoría del subconsumo», en opinión
de Steindl (1952, pág. 245).
Pero el modelo de Marx no necesita este mecanismo de sub­
consumo. El problema de capitalizar cada nueva masa de exceden­
te subsiste. Los capitalistas tienen como meta producir un excedente
que no pueden capitalizar, demasiado grande para poder realizarse,
debido a la pobreza de sus obreros, pero demasiado poco, en fin
de cuentas, para dar trabajo a todos los obreros con una maquinaria
que ahorra mano de obra. Sin embargo, estas son las tendencias
del sistema, y las tendencias contrarias no suelen durar mucho. Pero
si se puede mantener una composición orgánica de capital más baja,
que arroje unas tasas de beneficios más altas, utilizando mano
de obra barata en colonias y semicolonias como parte de un tipo de
economía mundial dual, en la que el capital se puede mover entre
los dos sectores, pero no la mano de obra, entonces se podría
mantener la tasa de acumulación en los centros capitalistas. Esto
es posible incluso si la tasa de excedente es menor en el sector
colonial, mientras esta tasa pueda aislarse — ^por medio de garan­
tías estatales, subsidios, etc.— de las tasas vigentes en los centros
de acumulación. Entonces se obtiene un excedente extra sin au­
mentar la composición orgánica del capital.
De los textos antes citados se desprende claramente que Marx
no esperaba que pasara mucho tiempo antes de que se desarrollasen
las colonias dentro del marco capitalista. Esto es lo que no ha
sucedido, y tendremos que discutir las consecuencias de este hecho
para el resto de la teoría de Marx sobre el colonialismo. Según
Marx, todavía hay un problema de realización para los capitalistas

® Laclau (1971) es uno de los pocos marxistas modernos que interpreta


de modo correcto, a mi juicio, el argumento central de Marx en este res­
pecto, pero no considera la retención de áreas de baja composición orgá­
nica de capital como un tipo de economía dual, como sugerimos aquí, porque
le preocupe el punto de vista neoclásico del dualismo, en el que el trabajo
se mueve pero el capital no, y quiere, naturalmente, criticar este punto.
3. Teorías marxistas del imperialismo 59

de la metrópoli al empobrecerse el mercado colonial; pero la esen­


cia de la teoría de Marx sobre las colonias y la expansión imperial
es que esta función es parte de las contradicciones del capitalismo.
Metas y tendencias están en conflicto. Esto no se debe a errores
de predicción, como sugiriera Keynes (1960, págs. 367-8), sino a
las inevitables contradicciones del sistema que no es posible recon­
ciliar mientras el funcionamiento del sistema dependa de la acu­
mulación de capital privado.
Marx incluía la explotación de las colonias entre las varias ten­
dencias contrarias a su expectativa de que las tasas de beneficios
disminuirían con el tiempo: aumento de la intensidad de explota­
ción, descenso de los salarios por debajo del valor de las necesi­
dades primarias, abaratamiento de los bienes de capital, superpo­
blación relativa, que abre el acceso de la mano de obra a nuevas
líneas o nuevas áreas de producción, y, por último, el comercio
exterior (Marx, 1909, cap. 14). Este último actúa de tres maneras.
El comercio exterior puede rebajar el coste de las materias primas
y los artículos de primera necesidad, aumentar el excedente de
una composición orgánica de capital baja, y ampliar la escala de
producción. Además, por una sola vez (aunque puede durar mu­
cho), los capitalistas de un país avanzado pueden obtener una tasa
más alta de beneficios vendiendo «en competencia con las mercan­
cías producidas en otros países con menos instalaciones de pro­
ducción ... del mismo modo que un fabricante explota un nuevo
invento antes de que se generalice» (Marx, 1909, cap. 14, sec­
ción 5). «E l país favorecido recibe más mano de obra a cambio de
menos mano de obra, aunque esta diferencia, este excedente, se
lo embolsa una determinada clase». Por último, Marx añade que
«el capital invertido en las colonias, etc., puede dar una tasa de
beneficios más alta por la sencilla razón de que la tasa de beneficios
es más alta aUí, debido al tardío desarrollo y también porque los
esclavos, coolies, etc., permiten una mejor explotación de la mano
de obra».
Marx no desarrolló una teoría del imperialismo, pero todas las
teorías marxistas del imperialismo han sido construidas a partir de
esta sección sobre las tendencias contrarias a la disminución de la
tasa de beneficios, pues Marx esperaba que los capitalistas inten­
tarían evitarlo por todos los medios, aunque algunos de ellos sean
autocontradictorios. En efecto, existen pocas pruebas en el siglo
pasado de que aumentara la raiio entre capital invertido y pro-
r 60 La teoría económica del ¡iu^Liialismo

ducción neta o de que disminuyera la relación entre salarios y tasa


de beneficios (véase Steindl, 1952, pág. 236), excepto en períodos
bastante cortos (Glyn y Sutcliffe, 1972). La razón puede ser que
las tendencias contrarias que esperaba Marx fueran en general más
fuertes que las tendencias subyacentes.
Los keynesianos han criticado a Marx por incorporar a su aná­
lisis a largo plazo su análisis a corto plazo de la dependencia de
los salarios reales respecto del grado de desempleo. La tasa de be­
neficio depende, según la Economía keynesiana, no de los bajos
salarios, sino de los salarios altos, porque es necesario un cierto
nivel de consumo para inducir a la inversión (o al consumo por
los propios capitalistas). Esto también se sobreentiende en los es­
quemas de reproducción de Marx en el volumen II de El capital,
donde la plusvalía debe ser no sólo «producida», sino además «rea­
lizada» (1908, cap. 17), aunque esto no aparezca tan claro en el
volumen I de El capital, en el que supone que los productos se
venden, es decir, que la ley de Say opera. Pero en sus Teorías sobre
la plusvalía (1951, cap. 2, sección 4c) niega explícitamente este
supuesto.
Mientras que en la teoría keynesiana a corto plazo el aumento
(o disminución) de la renta (sin diferenciar entre capitalistas y
obreros) proporciona suficientes ahorros para financiar las inversio­
nes inducidas, en la teoría de Marx a largo plazo la distribución
de la renta entre capitalistas y obreros (que no hacen ahorros)
proporciona ahorros suficientes para provocar (pero no asegurar) la
tasa tendencial dada de acumulación. Steindl (1952, págs. 238-9)
ha demostrado que, al menos en gran parte de la obra de Marx, el
cese de la acumulación no se debe a un «subconsumo», es decir, a
un aumento en el tiempo del cociente entre inversión y consumo,
que no se da, como ya hemos visto, sino a un aumento de las in­
versiones potenciales en relación al consumo, que aparece en forma
de un aumento de la capacidad de producción. Se trata esencial­
mente de que el capitalista intenta hacer realidad este potencial.
El concepto de Marx de «superproducción» no implica la super­
producción de productos, sino una capacidad excesiva de produc­
ción con cada nuevo invento tecnológico, que reduce las oportu­
nidades para un mayor empleo rentable de la mano de obra. Esta
es la consecuencia no de que los obreros compitan para bajar los
salarios (como en el volumen I de El capital), sino de que compi­
tan los capitalistas, aumentando la productividad, bajando los pre­
3. Teorías marxistas del imperialismo 61

dos o, a medida que se desarrolla el oligopolio, reduciendo la uti­


lización de la capacidad.
La competencia reduce el excedente, o en el caso del oligopolio
reduce la utilización de la capacidad, pero cada nueva ampliación
de la producción requiere más capital por unidad de output. Una de
las formas más importantes en que esto se traduce es la des­
proporción entre la producción de bienes de capital y la producción
de bienes de consumo en un sistema capitalista. A medida que los
capitalistas se ven obligados a desembolsar cada vez más exceden­
te para nuevos bienes de capital disminuye la probabilidad de que
la demanda de producción de bienes de consumo, que necesita con­
tinuamente nuevas instalaciones, absorba todo el potencial extra
de la producción de bienes de capital. Las pruebas empíricas de­
muestran que las industrias de bienes de capital tienen amplitudes
mucho mayores de output a lo largo del ciclo y que para períodos
largos (Steindl, 1952, págs. 4-7) tienden a operar por debajo de
su capacidad plena. Así, la necesidad de hallar nuevas salidas para
la producción de bienes de capital es un problema especial del ca­
pitalismo. En cierto sentido, el imperialismo ha consistido en re­
tener industrias de bienes de capital en Gran Bretaña y otros países
industriales desarrollados y en permitir que sólo se desarrollasen
en otros países industrias de bienes de consumo: una división arti­
ficial de la mano de obra mundial, debida. en gran parte al des­
equilibrio en estos países entre la producción de bienes de capital
y de bienes de consumo.
Esto se halla en estrecha relación con la imagen que trazara
Marx de la competencia entre los capitalistas que lleva a un pro­
ceso de concentración. Precisamente es en el centro de su discusión
sobre la ley de la acumulación capitalista del volumen I de El
capital, que antes hemos citado, donde presenta la ley de la «cen­
tralización del capital»:
La batalla de la competencia se libra abaratando las mercancías. La baratura
de las mercancías depende, coeteris paribus, de la productividad de la mano de
obra y ésta, a su vez, de la escala de producción. Por tanto, los grandes capi­
tales vencen a los pequeños... En una rama determinada de la industria ... en
una sociedad determinada, no se alcanzaría el límite hasta que todo el capital
social se reuniera en las manos de un único capitalista o de una única com­
pañía capitalista (cap. 25, sección 2 de la 4.° ed. alemana).

Es decir, en un extremo, Marx esperaba que se produjera la


concentración de la producción y la centralización del capital; en
f 62 La teoría económica del imperialismo

el otro extremo, un número cada vez mayor de productores inde­


pendientes se proletarizaban, el mercado mundial capitalista era
cada vez mayor, el poder de consumo de la sociedad sufría reduc­
ciones periódicas. A medida que la distribución de la renta se hace
más desigual — en el modelo de dos clases de Marx, entre capita­
listas y asalariados— el conflicto entre mayor capacidad produc­
tiva y menor poder de consumo conduce a crisis cada vez más
graves; crisis sólo contrarrestadas por la extensión cada vez más am­
plia del área capitalista.

Esta contradicción interna intenta hallar el equilibrio por medio de la


ampliación de los campos adyacentes de producción. Pero en la medida en
que se desarrolla el poder de producción, se enfrenta con la estrecha base
en que descansan las condiciones del consumo (1909, cap. 15, sección 1).

Para los marxistas, por tanto, el imperialismo de los dos últi­


mos siglos es muy específico del capitalismo y se deriva de su ope­
ración fundamental: dirigir todas sus motivaciones individuales ha­
cia sus fines. En la era del oligopolio se puede resumir una crítica
neomarxista de los supuestos neoclásicos del siguiente modo. Cada
vez más compiten las grandes firmas con una cierta posición mono-
polística y cada vez es más dura a medida que se va concentrando
más el capital. El comercio libre hace más sólida la división arti­
ficial del trabajo a nivel mundial que desarrolla los centros de la
industria moderna y subdesarrolla el resto del mundo. Los recur­
sos están en su mayoría explotados por debajo de su capacidad
plena, tanto en las partes desarrolladas como en las subdesarro­
lladas, ya que la inversión de capital que ahorra mano de obra
aventaja en calidad y cantidad a la capacidad de consumo y de nuevo
empleo. Las crisis periódicas se ven modificadas por la interven­
ción estatal que reestructura el capital.
Consideremos ahora cómo han transformado los marxistas la
obra de Marx en una crítica del imperialismo. En su ensayo sobre
el Imperialismo, escrito en 1916, Lenin consideraba que el impe­
rialismo no sólo surgía del capitalismo, sino que además era una
etapa real del desarrollo del capitalismo: la «etapa cumbre», en
su opinión; la denominada «fase de monopolio», que databa de la
Gran Depresión, con un número creciente de conexiones entre el

^ Para una exégesis moderna sobre la teoría económica del tiempo y la


aglomeración bajo el capitalismo, véase Murray (1972).

L
3. Teorías marxistas del imperialismo 63

capital industrial y el bancario (Lenin, 1933, págs. 43-5). En esta


fase la competencia entre capitalistas había creado los monopolios
(deberíamos llamarlos oligopolios), que se debatían en todo el mun­
do y que utilizaban el poder de los Estados-nación para controlar
los mercados y las fuentes de materias primas y, sobre todo, los
mercados para la exportación de capital. Lo que Marx creía que
había surgido del funcionamiento no planeado del sistema capi­
talista, Lenin lo consideraba política deliberada de los nuevos gru­
pos nacionales capitalistas que rivalizaban con los de Inglaterra.
La financiación estatal de la industria que se escondía tras las barre­
ras arancelarias protectoras en estas economías capitalistas había
creado una nueva combinación de intereses nacionales financieros e
industriales, que Marx denominó capital financiero, y que indujo a
Lenin a hablar de «la época de la transformación del capitalismo
monopolístico en un capitalismo monopolístico estatal» (Lenin, 1933,
páginas 45-60).
El concepto de Lenin de «capital financiero» se basaba en el
estudio de Rudolf Hilferding sobre el papel de los bancos alemanes
y estadounidenses en la ampliación y control del capital industrial.
Hilferding tituló su estudio Capital financiero, La última fase del
capitalismo. Creía que el proteccionismo estatal de la industria en
los países de Europa y América de reciente desarrollo estaba evo­
lucionando del establecimiento de posiciones monopolísticas en el
propio país a posiciones similares en el extranjero. Acerca de los
aranceles aduaneros escribió:

De ser un medio de defensa contra la conquista por parte del extranjero


de los mercados domésticos se han convertido en un medio para conquistar
los mercados extranjeros, de ser un arma de protección en favor de los débiles
han pasado a ser un arma ofensiva en favor de los fuertes (Hilferding, 1923,
páginas 384-9).

Y sobre el capital financiero y el Estado:

El capital financiero necesita en último término un Estado que sea suficien­


temente fuerte como para llevar a cabo una política de expansión y hacerse
con nuevas colonias (pág. 300).

En la concepción del imperialismo de Lenin la exportación de


capital se debe a la disminución de utilizaciones rentables del capi­
tal en el propio país. En este punto, Lenin se acerca mucho a una
teoría del subconsumo.
64 La teoría económica del imperialismo

Mientras el capitalismo siga siendo capitalismo, el capital de excedentes no


se utilizará jamás para elevar el nivel de vida de las masas, porque esto sig­
nificaría una disminución de los beneficios de los capitalistas; en cambio, se
utilizará para aumentar los beneficios, exportando capital al extranjero, a países
atrasados. En estos países atrasados los beneficios son altos por lo general,
porque el capital es escaso, el precio de la tierra relativamente bajo, los sala­
rios bajos y las materias primas baratas. La posibilidad de exportar capital
surge con la entrada de una serie de países atrasados en el intercambio capi­
talista internacional, cuando se han construido o se están construyendo las
principales líneas ferroviarias, se han asegurado unas condiciones elementales
para el desarrollo industrial, etc. La necesidad de exportar capital deriva del
hecho de que en algunos países el capitalismo está «demasiado maduro» y,
debido al atraso de la agricultura y al empobrecimiento de las masas, el capital
no encuentra ocasiones de inversión «rentable» (Lenin, 1933, cap. 4).

Estas afirmaciones de Lenin suponen un excedente de capital


— un ahorro excesivo de los beneficios— en conflicto con el poder
adquisitivo relativamente menor de la población en el país. Si el
poder adquisitivo no aumenta, no puede haber nuevas oportunida­
des de inversión rentable, pero por la naturaleza del mundo com­
petitivo en que operan, los capitalistas no pueden elevar el nivel
de vida de la gente. Los obreros son productores y consumidores.
Lenin supone, como Marx, que a lo largo del tiempo la propor­
ción entre capital y mano de obra utilizada en el proceso de producción
aumenta en valores relativos, de modo que la probabilidad de man­
tener la misma tasa de beneficios con el excedente creado es menor.
Como apuntó Marx, existen tendencias contrarias. Pero Lenin su­
ponía que estas tendencias contrarias tenían posibilidades limitadas,
excepto el comercio exterior y en especial el abaratamiento de las
materias primas. Explicó que «la búsqueda febril de fuentes de ma­
terias primas en todo el mundo (era causa de) la lucha desespe­
rada por la adquisición de colonias» (Lenin, 1933, cap. 6). El ré­
gimen colonial garantiza fuentes de primeras materias y una posi­
ción monopolística «para asegurar los pedidos, reforzar las 'co­
nexiones’ necesarias, etc.».
Si Lenin estuviera en lo cierto sería difícil explicar cómo se
pudo mantener con el capitalismo un auge secular, a pesar de sus
altos y bajos, que se extendió por todo el mundo durante todo el
siglo XIX. A este problema se dedicó Luxemburg (1951). Para Lu-
xemburg, la exportación de capital se relaciona directamente con
la exportación de mercancías. Los grandes beneficios que se obten­
drían de la exportación de capital después de una ampliación inicial
3. Teorías marxistas del imperialismo 65

de los mercados tenderían a empobrecer el mercado para los bienes


del país exportador de capital. La justificación última de la inver­
sión de capital en todas partes es la producción de bienes para el
consumo. La reelaboración efectuada por Luxemburg de los esque­
mas de Marx sobre la expansión de la reproducción en el volu­
men II de El capital parecía demostrar la inevitabilidad de la
superproducción de bienes de consumo (véase Tarbuck, 1972, Apén­
dice 1). A menudo se ha afirmado que esto es un simple error,
porque ella suponía un nivel estable de productividad, a pesar de
la mayor composición orgánica del capital, así como un consumo
constante por parte de todos los capitalistas. Pero el énfasis que
pone Luxemburg sobre otra de las observaciones de Marx acerca
de la importancia de nuevas salidas para los bienes de consumo en
áreas no-capitalistas del mundo quizá sea muy importante durante
un cierto tiempo para que continúe la rentabilidad de la inversión
capitalista. Así pues, según Luxemburg, «el imperialismo es la ex­
presión política de la acumulación de capital en su lucha compe­
titiva por las áreas que todavía siguen abiertas en el mundo no-
capitalista» (Luxemburg, 1951, pág. 446).
Para nosotros tiene especial interés esta observación, pues se
acerca mucho al punto de vista keynesiano. Aunque Luxemburg
no adoptó otras sugerencias de Marx de tipo keynesiano sobre la
importancia de los descubrimientos de oro y el sistema de cré­
ditos para ampliar la reproducción, sin embargo, subrayó la im­
portancia de los gastos militares (1951, pág. 454). Su principal
argumento está apoyado por Robinson en un ensayo que va como
introducción de la edición inglesa del libro de Luxemburg Accu-
mulation of Capital, donde escribe:

Pocos negarán que la extensión del capitalismo a nuevos territorios fue la


causa principal de lo que un economista académico denominó «el gran boom
secular» de los últimos doscientos años, y muchos economistas académicos atri­
buyen la incómoda posición del capitalismo en el siglo xx en gran parte al
«cierre de la frontera» en todo el mundo

Sin embargo, vimos que no fue una superproducción de bienes el


fallo principal del sistema capitalista, según Marx, sino una ten­
dencia a la superproducción de capital para hacer frente a cocientes

Robinson (1951, pág. 28). Se refiere a una nota de pie de página de


Hicks (1939, pág. 302).
66 La teoría económica del imperialismo

más altos de capital/mano de obra, que se tradujo en una utiliza­


ción subóptima de la capacidad, como resultado del exceso de in­
versiones competitivas.
Hobson, de quien Lenin tomara algunos de sus argumentos
para su ensayo sobre el Imperialismo, afirmó que el ahorro excesivo
«causó una acumulación de capital mayor de la necesaria para el
uso, y que este exceso existirá en forma de una superproducción
general» (Hobson y Mummery, 1889, págs. iii-iv). Keynes co­
menta que esto es «de hecho un mal secundario que sólo ocurre
por errores de previsión, porque el mal principal es la propensión
a ahorrar, en condiciones de pleno empleo, más del equivalente del
capital requerido ... en respuesta a la demanda de consumo real
y potencial» (Keynes, 1960, págs. 367-8). Esta es la opinión de
Keynes, pero no la de Marx. No es un simple error de previsión
el hecho de que dos o más capitalistas se vean obligados a com­
petir entre sí en inversiones que ahorren mano de obra, a fin de
capturar el mercado de sus competidores, con lo que al final se
encuentran con un exceso de capacidad y con que todos los capi­
talistas reducen su empleo de mano de obra.
La diferencia esencial entre los puntos de vista de Keynes y de
Marx es la siguiente: donde los keynesianos ven políticas mercan-
tilistas de los Gobiernos de los Estados-nación, ya sean abiertas y
totales o disfrazadas y titubeantes, para crear «salidas» para la
oferta potencial por medio de inversiones propias y exportaciones,
en su intento de mitigar la tendencia inherente a que se debiliten
indebidamente las inducciones a invertir que han caracterizado a
las economías de empresa privada en todos los tiempos “ , los mar-
xistas ven en el modo de producción capitalista la dinámica de la
acumulación de capital competitiva a través de la inversión en má­
quinas más productivas, es decir, que ahorran tiempo. El énfasis
que ponen los keynesianos, y en particular los «ultrakeynesianos»,
al criticar la confianza que muestran los economistas neoclásicos
en que el sistema de precios asegura la plena utilización de los
recursos (Knapp, 1973), les lleva a concentrar su atención en el
problema que se plantea a todos los empresarios de mantener bajo
el precio de la mano de obra sin reducir la extensión del mercado
“ Keynes (1960, págs. 347-8). Las palabras de Keynes acerca de la debili­
dad del incentivo para invertir, y no las que se citan antes acerca de la
preferencia de liquidez (págs. 247, 352), son las que constituyen el punto de
arranque para la teoría ultrakeynesiana.
3. Teorías marxistas del imperialismo 67

(Robinson, 1970«). Por otra parte, el énfasis que ponen los mar­
xistas al criticar la confianza de los economistas clásicos de que el
excedente que los capitalistas obtienen del aumento de la producti­
vidad asegura la acumulación ininterrumpida, les lleva a concentrar
su atención en el problema que se les plantea a todos los capita­
listas de obtener un excedente que no sea demasiado grande para
capitalizarlo, ni demasiado pequeño para la mayor ratio capital-
mano de obra que implica el aumento de la productividad de
la mano de obra.
En el problema de la inducción a la inversión que tratan los
keynesianos, el estancamiento se ve aliviado cuando circunstancias
especiales como la aparición de nuevas tierras y nuevas tecnologías
reducen los costes monetarios absolutos o cuando la intervención
estatal dirige la demanda total; en el problema de realización y ca­
pitalización que tratan los marxistas los conflictos se resuelven por
medio de una destrucción y reestructuración periódica del capital,
por medio del despido y reempleo de la mano de obra y por medio
de una concentración continua de capital en las firmas e industrias
monopolistas, las cuales desarrollan unas partes de la economía
mundial a expensas de otras. Para los keynesianos, el colonialismo
está relacionado con las medidas que adopta un Estado-nación para
ampliar las exportaciones de mercancías, capital y mano de obra y
aumentar el coste de las importaciones no deseadas. Para los mar­
xistas, el imperialismo está en relación con el afán de las firmas
capitalistas de obtener excedentes y de utilizarlos, siempre que pue­
den, en incorporar nuevas áreas de la economía mundial a su sis­
tema de acumulación. Lo que para los keynesianos es posible en
el margen por medio de una intervención estatal bien informada
en un sistema capitalista, para los marxistas está fuera de los lími­
tes del control estatal sobre la acumulación capitalista competitiva.
No es lo mismo que la idea de Luxemburg, según la cual el
comercio exterior proporciona una ampliación, en países fuera del
sistema capitalista, para el mercado interior saturado, el cual aca­
bará alcanzando su límite en el momento en que todo el mundo
esté incorporado a este sistema. Esto estaría muy lejos de los pla­
nes de Marx, que no dependen de un fallo del intercambio de mer­
cancías en relación a su producción — esto sólo comprendería el
problema de la realización e implicaría una teoría de subconsumo—•;
dependen de un fallo en la formación de la plusvalía. A medida
que se va acumulando el capital, la plusvalía aumenta a un ritmo
68 La teoría económica del imperialismo

decreciente, pero se necesita más excedente para dar trabajo a cada


nuevo obrero.
Una de las cuestiones a decidir hoy por los marxistas en un
período de oligopolio es de dónde debe partir una teoría del im­
perialismo basada en los escritos de Marx, ¿Acaso de un exceso
de plusvalía, debido a una menor competencia entre los capitalistas,
lo cual dirigiría la atención hacia la búsqueda de usos rentables de
este excedente en armamento y en investigación espacial, y por
tanto a la lucha entre capitalismo y socialismo? Tal es la opinión
de algunos neomarxistas modernos que siguen a Luxemburg en
este aspecto (véase Baran y Sweezy, 1966). ¿O partiría más bien
de la constante lucha competitiva dentro del capitalismo, actual­
mente en un marco oligopolístico, de sociedades anónimas cada
vez mayores, para incorporar a más productores y controlar sus
propios mercados y fuentes de materias primas, dividiendo al mun­
do en el proceso? La lucha entre capitalismo y socialismo sería se­
cundaria desde este punto de vista Esto parece estar más cerca
de la idea de Marx, como vimos antes (1951, págs. 413-14). Según
la primera teoría, esperaríamos que la fuerza polarizadora de la
acumulación de capital en un punto crease un efecto igual y opuesto
de desempleo y empobrecimiento en otros puntos. Según la segun­
da, cabría esperar la aparición de centros rivales de acumulación y
la búsqueda de oportunidades salvaguardadas de desarrollo.
El fracaso manifiesto del capitalismo, al no desarrollar la in­
dustrialización de un modo regular en todo el mundo, como indu­
dablemente esperara Marx en alguno de sus escritos, e incluso Le-
nin, ha planteado unos problemas al análisis marxista sobre los que
se ha centrado en especial el neomarxismo. Es el problema, al que
antes nos hemos referido, de que la fuerza motriz de la acumula­
ción de capital topa con los límites de la realización de capital, o
en la terminología keynesiana, «con oportunidades de inversión im
suficientes». Fue la obra de Luxemburg la que esclareció la visión
de una economía mundial total, «asimilada al capitalismo», den­
tro de la cual estudiar las categorías de Marx (Lee, 1971. Bukharin
adoptó este punto de vista, aunque crticara la teoría del subcon­
sumo de Luxemburg (Tarbuck, 1972); pero la idea de Lenin del
capitalismo monopolista estatal, basada en Hilferding, implicaba
un concepto más estrecho de la exportación de capital. Los actua-

Esta es la opinión de Mandel (1970a).


3. Teorías marxistas del imperialismo 69

les intentos de explicar el desarrollo y subdesarrollo como dos ca­


ras de la misma moneda implica, en opinión de los marxistas, la
visión de «un modo de producción capitalista a un nivel mundial
que requiere que el imperialismo conecte los diferentes fragmentos»
(Palloix, 1971, pág. 31). Esto se halla en la línea de la visión total
de Lenin del capitalismo monopolista, pero esta visión no explica
las prioridades del capitalismo metropolitano (véase, por ejemplo,
Magdoff, 1972, págs. 157-8, 160). ¿Cuál es la meta principal entre
tantas metas conflictivas: reducir costes materiales por medio de
una división artificial del trabajo o ampliar las ventas, ayudando
al desarrollo económico; elevar la tasa de beneficios con maquinaria
más barata o elevar la tasa del excedente con mano de obra ba­
rata; ganarse aliados en el propio país en industrias protegidas de
mano de obra intensiva o aliados en una burguesía compradora en
países subdesarrollados en competencia con productos metropolita­
nos; apoyar a los Gobiernos que sean clientes pero que no pueden
desarrollar sus economías, o alentar a los grupos que pueden des­
arrollar sus economías, pero que se vuelven independientes en el
proceso? Y entre tales conflictos, ¿es capaz el capitalismo de des­
arrollar países que han sido subdesarrollados?
Marx, en un escrito sobre la Compañía de las Indias Orientales
de 1853, opinaba que Inglaterra estaba llevando a cabo «una doble
misión en la India: una destructiva y otra rejuvenecedora». Creía
que las «instalaciones para regadíos y comunicación interna», «las
necesidades inmediatas y normales de locomoción ferroviaria», po­
dían ser los «precursores de la industria moderna». Tuvo la pru­
dencia de añadir:

Los indios no recogerán los frutos de los nuevos elementos de la sociedad


que la burguesía británica ha esparcido entre ellos hasta que en la propia Gran
Bretaña suplante el proletariado industrial a las clases ahora gobernantes, o hasta
que los propios hindúes sean suficientemente fuertes para sacudirse el yugo
inglés (Marx, 1950, pág. 48).

Pero es evidente que suponía que, en palabras de un marxista


posterior:

Al parecer, la dirección general del movimiento histórico ha sido la misma


para los escalones atrasados que para los contingentes avanzados (Baran,
1957, pág. 140).
70 La teoría económica del imperialismo

Lenin, en Imperialismo, previo claramente el crecimiento indus­


trial en las colonias:

La exportación de capital influye y acelera mucho el desarrollo del capita­


lismo en aquellos países a los que se realiza, mientras que, por tanto, la expor­
tación de capital tiende hasta cierto punto a detener el desarrollo en los países
exportadores de capital, lo cual sólo puede ser así si se amplía y profundiza el
ulterior desarrollo del capitalismo en todo el mundo (Lenin, 1933, pág. 59).

Se puede dar una fecha exacta del momento en que los mar-
xistas pusieron en duda esta tesis. En septiembre de 1928, en el
VI Congreso de la Internacional Comunista, Kuusinen presentó
unas «tesis sobre el movimiento revolucionario en los países colo­
nialistas y semicolonialistas» (Degras, 1960, págs. 526-48), que
rechazaban la llamada tesis de la «descolonización». Gran parte del
argumento de Marx y del tono de Lenin, ya que no de su análisis,
se incorporaron a la noción de que el capitalismo, en vez de des­
arrollar todas las áreas que toca, puede en realidad «subdesarrollar­
las». Baran, y más tarde Frank, tomaron esta idea para explicar el
subdesarrollo de algunos países como corolario, como contrapartida
o incluso como causa del desarrollo de otros. Frank ve toda una
jerarquía de explotaciones: una cadena de relaciones metrópoli-
satélite que se mueve desde las metrópolis del mundo, que no
son satélites de nadie, vía naciones, ciudades capitales, centros regio­
nales y locales, grandes terratenientes y comerciantes, pequeños
campesinos y arrendatarios, hasta el trabajador sin tierra en el úl­
timo escalón. Así, se extrae excedente hacia arriba y hacia dentro
a medida que se crea, desarrollando unas áreas a expensas de otras
(Frank, \9(¡9a, pág. 95).
De modo similar, otro marxista contemporáneo, Emmanuel,
quien también cree que los ricos son ricos porque los pobres son
pobres, y viceversa, supone que esto se debe al desigual intercam­
bio en le comercio internacional. Se da más tiempo de trabajo por
menos. Cita a Marx, ampliando así lo que antes vimos que eran
las ventajas del comercio exterior:

E incluso si consideramos la teoría de Ricardo ... se pueden cambiar tres


días de trabajo en un país por un solo día de trabajo en otro país. ... En este
caso, el país rico explota al país pobre, aunque éste gane con el cambio (Marx,
1951, pág. 93, citado en Emmanuel, 1972, pág. 92).
3. Teorías marxistas del imperialismo 71

Esto no está muy de acuerdo con la idea general de Marx de


que el proceso de producción es más importante que las relaciones
de mercado, como insiste Bettelheim en su crítica de Emmanuel.
Y éste se defiende con el argumento, de tipo keynesiano en buena
parte, de que fue el consumo lo que determinó las inversiones, y
no al revés (Emmanuel, 1912a, apéndices 1 y 2). Para Marx, los
salarios son la «variable dependiente», y no, como dice Emmanuel,
la variable independiente. La tasa de la acumulación de capital
es la variable independiente. La acumulación de capital y su concen­
tración en un área polariza el desarrollo de las fuerzas productivas.
Allí donde se establece primero la industria moderna, la produc­
ción adquiere «la cualidad de extenderse súbitamente a saltos».
Este es un proceso acumulativo. En otros lugares puede darse un
bloqueo de. este desarrollo. Pero para Marx éste es sólo un aspecto
del conflicto general que reina en todo el mundo capitalista entre
la expansión competitiva de la capacidad productiva y la escasez
de oportunidades de empleo, y del poder adquisitivo entre las
masas explotadas. Los trabajadores de los países ricos o pobres
tienen un explotador común; en ningún sentido se puede decir
que uno explote al otro.
Capítulo 4
TESORO EXTRANJERO Y ESCLAVOS

En la larga historia de los imperios la captura de un botín y la


extracción de tributos han sido la principal justificación, aunque no
siempre el motivo principal. Los grupos gobernantes se repartían
una parte del botín y cuanto más hubiera que repartir mayor era
el apoyo que prestaban. Por ello no hubo nada nuevo en la ex­
pansión de los imperios europeos en el siglo xvi. Fueron la res­
puesta natural a la obstrucción del comercio exterior con Asia y
Africa por el Imperio Otomano. Sin embargo, cuando más tarde
se descubrió la riqueza de las Américas y se estableció la superio­
ridad de la navegación europea, surgió un nuevo tipo de imperio
-AiTr~TTnpgfib" Ultramar— que generó una nueya clase de co­
mercio que suponía, el intercambio de productos manufacturados
por materias.primas; una nueva clase de competencia entre las po­
tencias europeas que había acelerado la formación de Estados-na­
ción; y una nueva clase de ^comerciantes que fomentaba el rápido
adelanto de la tecnología. Es indudable que las riquezas afluyeron
a Europa en él siglo xví sin que Africa, Asia y las Américas obtu­
vieran una recompensa. Lo que implica la visión marxista es la
asociación de esta riqueza con el establecimiento del capitalismo
europeo y su subsiguiente dominio en el resto del mundo.
La idea marxista sobre el nacimiento del capitalismo era que
dependía, en primer lugar, de una forma de acumulación de capital
73
74 La teoría económica del imperialismo

que implicaba arrebatar a muchos pequeños propietarios sus tierras


y sus medios de producción, eliminándolos totalmente si era nece­
sario; y, en segundo lugar, de la aparición de un nuevo tipo de
capitalista con un nuevo tipo de tecnología. ¿Qué importancia
tuvo entonces el tesoro extranjero? Marx insistió en que la clase
capitalista industrial en Gran Bretaña no surgió de los mercaderes
y monopolistas del siglo xvii (Marx, 1909, cap. 20; Dobb, 1946,
páginas 193-8), y subrayó que las riquezas de las colonias no lle­
varon al capitalismo industrial en España o en Holanda (Marx,
1946, cap. 31). Por otra parte, Marx vio la «acumulación primi­
tiva de capital», como él la llamó, en la expropiación del campe­
sinado inglés; y la «génesis del capitalista industrial» en los puertos
de mar «fuera del control de las viejas municipalidades»; y los
«momentos cumbre de la acumulación primitiva» en el «descubri­
miento de oro y plata en América, en la extirpación, esclavitud y
hundimiento de los aborígenes en las minas, en el principio de la
conquista y saqueo de las Indias Orientales y en la conversión de
Africa en un coto para la caza de negros por los comerciantes».
El saqueo de las riquezas de todo el mundo, la destrucción de
los campesinos independientes y la llegada del botín a Inglaterra,
tales fueron las condiciones necesarias, pero no suficientes, para que
naciera el capitalismo industrial. La nueva clase de capitalistas in­
dustriales introdujo la condición que faltaba: un nuevo tipo de
tecnología; su principal campo de operaciones era el comercio y no
el saqueo, y la principal fuente de sus beneficios era el trabajo asa­
lariado y no el trabajo servil. Esto no quería decir que se descartara
el saqueo o el empleo de esclavos para sustituir al campesinado
independiente. En efecto, Marx consideraba el uso de esclavos en
las colonias como típico de la necesidad de mano de obra expro­
piada por parte del capitalismo industrial.
La teoría neoclásica está de completo acuerdo con el énfasis
que Marx pone en el comercio, pero la escuela neoclásica considera
el aflujo de lingotes de oro y plata como claramente perjudicial,
junto con otras medidas mercantilistas, para el comercio; el uso
de esclavos se considera como un «paso atrás» en la evolución de
la economía de mercado debido a la escasez de mano de obra en
las nuevas tierras colonizadas (Hicks, 1969, pág. 137). El descenso
del tipo de interés a finales del siglo xviii se atribuye no a la en­
trada de oro, sino al desarrollo de la banca(1969, pág. 45). Key-
nes ponía en duda este punto precisamente. El «elemento de ver­
4. Tesoro extranjero y esclavos 75

dad científica en el mercantilismo» era para Keynes que una ba­


lanza exterior favorable era el medio directo para ampliar las
inversiones extranjeras y el medio indirecto para reducir el tipo de
interés e inducir inversiones domésticas, dada una tendencia al ate­
soramiento; y aunque no sea al atesoramiento, por lo menos la
falta de inducción a invertir y la carencia de. otros medios en manos
del Estado. Los nuevos descubrimientos de fuentes de metales
preciosos, el gasto estatal en guerras y la apertura de nuevos terri­
torios fueron las principales condiciones especiales que sugería Key­
nes para superar la tendencia al estancamiento. La expansión de la
economía monetaria en el siglo xvi a partir del comercio de lanas
y de la entrada de metales preciosos fue, según los keynesianos y
también según los marxistas, una causa importante de la despose­
sión del campesinado (Robinson, 1970a, págs. 44, 55).
El capital mercantil amasado con la conquista de la India, «la
aplicación de la ciencia a la producción y la penetración de valores
monetarios en todos los aspectos de la vida», junto con el rom­
pimiento del protestantismo con el oscurantismo, crearon las con­
diciones para el desarrollo de la industria. «L a chispa que cayó
sobre toda esta yesca fue el comercio de textiles de algodón» lo
que indujo a los mercaderes a «comenzar a organizar la produc­
ción ... abandonando el trabajo a domicilio para construir fábricas
y emplear mano de obra asalariada» (Robinson, 1970a, págs. 61-2).
Este es el punto de vista keynesiano, y es evidente que difiere
del marxista en un aspecto: el saqueo de territorios ajenos ex­
pande la economía monetaria, reduce el tipo de interés y suministra
algodón como la primera materia adecuada para las nuevas formas
de producción de los comerciantes, pero no está sugerida la conexión
directa entre el tesoro extranjero y la nueva forma de capitalismo
— industrial— con un nuevo tipo de tecnología. ¿Qué clase de
gente fueron estos primeros industriales y de qué tipo de tecnolo­
gía estamos hablando? Hobsbawm ha insistido en que las máquinas
eran muy sencillas (1968, págs. 43-4), como las personas: relojeros
como el individuo cuyo invento robara Arkwright para hacer el
bastidor de agua; constructores de molinos como Thomas Brindley,
el constructor de canales; herreros como Thomas Newcomen, in­
ventor de la bomba de vapor; fabricantes de instrumentos como
James Watt, que inventó la máquina de vapor; ingenieros de mi­
nas como George Stephenson, que diseñó y construyó la primera
locomotora; Abraham Darby, que descubrió el modo de hacer fun-
76 La teoría económica del imperialismo

dición con carbón, y James Wilkinson, quien fundó la firma Shef-


field, que al principio era la única que trabajaba con sus hornos
de Shropshire. Estos hombres no fueron sólo inventores: llegaron
a ser capitalistas.
Los llamados «viejos imperios coloniales» de España y Portu­
gal, de Francia e incluso de Inglaterra y Holanda en el siglo xvi
no fueron evidentemente obra de capitalistas industriales. Cierta­
mente, había implicado capital mercantil, pero bajo el brazo pro­
tector de los monarcas absolutos de Estados que seguían siendo
feudales. Los monopolios reales proporcionaban cuantiosos benefi­
cios a quienes tenían derecho a la extracción de metales preciosos
o que podían acaparar las rutas comerciales existentes, manteniendo
alejada la competencia extranjera; pero a finales del siglo xvi había
ya demasiados «extraños» en los negocios y los beneficios dismi­
nuyeron bruscamente (Hobsbawm, 1954). La caída del imperio es­
pañol, y más tarde del holandés, y la aparición del predominio co­
mercial de Inglaterra en el siglo xvii apoyan también la opinión
de que «el antiguo colonialismo no se transformó en el nuevo
colonialismo; se hundió y fue sustituido por éste» (Hobsbawm, 1954,
número 5, pág. 46). La Compañía de las Indias Orientales Unidas,
que obtuvo sus estatutos del Parlamento en 1708, era en realidad
una compañía distinta de la Compañía de las Indias Orientales que
operara con autorizaciones reales de 1612 y 1661. La base del nue­
vo sistema era precisamente el desarrollo del interés por la manu­
factura en Gran Bretaña, y no de los monopolistas mercantiles,
sino de los «extraños», que eran en realidad capitalistas protoindus-
triales. El que fueran antimonopolistas no significa que fueran libre­
cambistas. Por el contrario, su fuerza se basó en la armada de
Cromwell y en sus Leyes sobre la Navegación de 1650-51. Las nue­
vas colonias debían suministrar alimentos y materias primas a cam­
bio de productos manufacturados ingleses. La ejecución de Carlos I
marcó la importancia de estos cambios económicos para las estruc­
turas políticas (Barratt Brown, 1970a, cap. 1).
Por las leyes que promulgara Cromwell tras la ejecución del
rey se ve que fue un cambio muy importante que justifica que
Marx lo calificara de comienzo de una nueva era y un nuevo modo
de producción. Christopher Hill ha resumido estas leyes como «la
eliminación de los obstáculos que se oponían al desarrollo del capi­
talismo inglés» (1970, págs. 264-6). Entre ellos está no sólo la
supresión de los Igualitarios, pues da como ejemplo el drenaje de
4. Tesoro extranjero y esclavos 77

las tierras pantanosas, la destrucción de los derechos históricos de


los comuneros, la conquista de Jamaica, la explotación de Irlanda,
la reinstauración de la Compañía de las Indias Orientales, la cons­
trucción de la flota, las Leyes sobre la Navegación y todas aquellas
disposiciones que establecían el comercio con las colonias. Para
comprender el nuevo colonialismo de los capitalistas protoindus-
triales basta con ver en el héroe de Daniel Defoe, Robinson Crusoe,
«la imagen de la habilidad técnica, la atención al detalle financiero,
la fertilidad en recursos inventivos, la confianza en sí mismo, la
seguridad de mando sobre los pueblos nativos, obteniendo una idea
más exacta de lo que iba a suceder que con toda la riqueza de los
mercaderes liberales» (Barratt Brown, 1970a, pág. 4).
Sin embargo, fueron los stocks de armas, municiones y herra­
mientas, frutos de una tecnología superior, propiedad de Crusoe,
los que decidieron su éxito, como ha escrito Stephen Hymer en un
ensayo sobre Robinson Crusoe y la acumulación primitiva (1971).
Es la historia del Crusoe moderno, esclavizador, conquistador, ca­
pitalista precoz, el reverso del comerciante ideal, en la que muchos
economistas han encontrado los orígenes míticos de la teoría neo­
clásica. En este ensayo, Hymer ha demostrado que la historia de
Crusoe descubre el secreto de lo que Marx llamó «la acumulación
primitiva (u original)». En este proceso el dinero es transformado
en mercancías en la primera fase («40 libras en juguetes y barati­
jas»), para convertirlo en más dinero en una expedición a la costa
de Guinea («oro por valor de 300 libras»). Parte de ello se pierde,
pero parte se convierte en «toda clase de herramientas, objetos de
hierro y utensilios necesarios para mi plantación». Con este carga­
mento sacado de América del Sur emplea mano de obra esclava,
pero los esclavos escasean y busca más en Africa, y en el viaje
hasta allí es cuando Crusoe naufraga. En su isla desierta el uso de
las herramientas sólo tiene valor para sus propias necesidades, has­
ta que el lugar se puebla. Con la captura de Viernes por la fuerza
y su comienzo de esclavitud, Crusoe dispone de mano de obra para
trabajar y satisfacer sus necesidades y el crecimiento futuro. Ahora
es posible el comienzo de una reproducción ampliada. Captura más
mano de obra y la gente de Crusoe está «perfectamente sujeta» a
su dominio.
Entre tantas visiones prescientes de la alegoría de Defoe hay
una en particular que anuncia la forma futura que iba a adoptar el
imperialismo capitalista. Se trata del español a quien Crusoe libera
78 La teoría económica del imperialismo

de sus capturadores nativos, al que Crusoe da su pistola y su espada,


a raíz de lo cual mata a tres nativos, al que luego Crusoe contrata
como embajador y al que por último deja en la isla como supervisor
y agente para llevar su colonia de españoles, presidiarios y escla­
vos, cuando un barco que se detiene por azar le permite volver a
Inglaterra. Su plantación había prosperado y al volver a la civili­
zación se encontró repentinamente «dueño de más de 5.000 libras
esterlinas en dinero y de una hacienda, como se diría en Brasil, que
daba más de mil libras al año». Mucho después vuelve a la isla de
visita y la reparte entre los españoles; y Crusoe concluye; «Me
reservé la propiedad de todo, pero de mutuo acuerdo les di unas
partes proporcionales, y una vez resueltos con ellos todos los asun­
tos, y después de hacerles prometer que no se irían de allí, los
abandoné.»
Escrito a principios del siglo xviii, Robinson Crusoe nos da
una imagen clara de lo que pudieron ser las raíces del capitalismo
en el colonialismo, no el capitalismo mercantil del viejo colonia­
lismo en el que se vendían y compraban mercancías con un bene­
ficio, sino el nuevo colonialismo en el que se ponían a trabajar
esclavos con las herramientas y armas de una nueva tecnología a
medida que se iban incorporando áreas cada vez mayores a las
relaciones económicas capitalistas. Crusoe, según nos lo presenta
Hymer, es una figura de transición, pero «se revela el secreto de
su capital»; éste no se basa principalmente en el descubrimiento del
tesoro, aunque es el comienzo, sino que «se basa en el trabajo de
los demás y se obtiene por medio de la fuerza y de la ilusión» (1971,
página 35) h Antes que él, se puede leer la historia de la conquista
europea en las obras de Prescott Conquest of México y Conquest
of Perú, y después de él en Orme, History of the Military Transac-
tions of the British Nation in Indostan. Estas historias presentan
el contraste más sorprendente entre los conquistadores saqueadores
de la España feudal y los empleados en las factorías de la Compañía
de las Indias Orientales en Madrás. El flujo de metales preciosos
continuó, pero en el siglo xvii procedía de los beneficios de los
comerciantes (Knowles, 1928, pág. 72). Además de los esclavos,
de los que hablaremos ahora, el botín directo o tributo que se ob­
tuvo de las colonias hasta mediados del siglo xviii fue muy escaso.*

* Todas las citas son de Hymer (1971), menos la penúltima, que procede
de Defoe, Robinson Crusoe (pág. 394), de la edición World classics.
4. Tesoro extranjero y esclavos 79

cuando la victoria de Clive en Plessey proporcionó «tal recompensa


en sólida moneda». En tiempos de Clive, la escena estaba prepa­
rada para la industrialización de Inglaterra y el papel decisivo de
la India en tal proceso.
Si las posesiones coloniales no proporcionaban más que un in­
tercambio protegido de productos manufacturados por materias pri­
mas, es decir, protegido de sus Estados-nación rivales, podríamos
aceptar la afirmación de Fieldhouse para liquidar el modelo de
Schumpeter: «E s perfectamente posible — escribe Fieldhouse—
construir un modelo para el desarrolla económico de la Europa mo­
derna sobre el supuesto de que el Continente no tenía otra alter­
nativa que invertir, sin aceptar necesariamente como consecuencia
la detención del proceso de inversión o la acumulación de capital.
El desarrollo económico podía haber sido distinto, ciertamente, y
más lento; pero aun así podría haber tenido lugar» (1967. pági­
na 188). Fieldhouse había limitado la conexión marxista entre
capitalismo e imperialismo a la expansión de las inversiones de Ul­
tramar en la segunda mitad del siglo xix, porque estaba conside­
rando la visión de Lenin de este período como la era del imperia­
lismo, y la «etapa cumbre del capitalismo» (Lenin, 1933). Pero
ésta es una variante, y como veremos más adelante en ningún caso
la que sostenía Lenin, del modelo general marxista de la inextrica­
ble conexión entre capitalismo e imperialismo. Por tanto, podemos
aceptar la afirmación de Fieldhouse para cubrir todo el período del
capitalismo y preguntar si hubiera sido posible que el capitalismo
se desarrollara en Europa sin las fuentes coloniales de acumulación
de capital, aunque fuera más lentamente y de un modo distinto.
En su último libro, Fieldhouse dice que ha «modificado (sus) an­
teriores opiniones sobre el papel y la importancia de los factores
económicos en el proceso imperialista»; pero al hacerlo así se li­
mita a definir el proceso como una anexión territorial (Fieldhouse,
1973, págs. 3-4).
El flujo de tesoros a Europa en forma de metales preciosos du­
rante el siglo XV I no podía por sí mismo asegurar el desarrollo
económico del capitalismo. Como descubriera Midas, no se puede
consumir el oro acumulado. Pero, sin embargo, existen tres modos
de fomentar el desarrollo: a) permitiendo la acumulación de ca­
pital, confiriendo así poder adquisitivo sobre la mano de obra y
las materias primas; b) elevando los precios y, por tanto, los be­
neficios, en relación con los salarios; y c) proporcionando una base
80 La teoría económica del imperialismo

para ampliar el crédito, a nivel individual y nacional. Para nuestra


discusión basta con que los Gobiernos piensen que las importa­
ciones de oro y plata tuvieron esos efectos, llevándoles a fomentar
las exportaciones, aunque todavía tengamos que demostrar que
existe una conexión necesaria con el nacimiento del capitalismo en
Europa.
Las teorías económicas, como sugería Keynes en una cita que
hemos dado antes, se aplican generalmente a unos períodos cuando
ya no son aplicables. La teoría mercantilista de que una nación es
fuerte en la medida en que importa oro y plata arraigó en Ingla­
terra y Francia a finales del siglo xvii y en el xviii, pero surgió de
las experiencias del siglo xvi y principios del xvii Realmente
tuvo un efecto poderosísimo sobre las políticas de los Estados-na­
ción hasta que Adam Smith la destruyó en 1776. La sustancia de
esta teoría procedía de lo que Heckscher (1969) denominó el «te­
mor a los bienes» y de la creencia de que las importaciones de
oro y plata creaban puestos de trabajo, mientras que las importa­
ciones de bienes los destruían.
El mercantilismo no fue sólo una teoría del capital mercantil,
sino también del primer capital industrial. Los comerciantes están
interesados tanto en las importaciones como en las exportaciones,
aunque quieran tener bajo su control las importaciones para ase­
gurarse los beneficios del monopolio. El ciudadano corriente «ama
las mercancías», en palabras de Heckscher, aunque también puede
«temerlas», en su condición de trabajador industrial. Es, sin em­
bargo, el capitalista industrial quien no puede realizar su capital
hasta que vende sus mercancías, quien «teme verdaderamente las
mercancías», y quien quiere que la política se dirija a fomentar la
exportación de mercancías y a protegerle contra las importaciones.
La importancia estratégica de la autarquía agrícola y del poder naval
(que reconoció incluso Adam Smith) estaba entretejida en el mer­
cantilismo, pero era fundamentalmente un punto de vista protec­
cionista. No resulta difícil ver su origen en el estancamiento de
las exportaciones de paños ingleses en la segunda mitad del si­
glo X V I, después de su meteórico nacimiento en la primera mitad
(Fisher, 1954, pág. 153). Los mercados de Europa estaban satura-

^ Thomas Mun, el primer escritor inglés mercantilista, redactó su libro


England's Treasure from Foreign Trade hacia 1620-29, aunque no se publicó
hasta 1664.
4. Tesoro extranjero y esclavos 81

dos y los comerciantes ingleses y de otros países comenzaron a


pensar en ultramar.
Sin embargo, la teoría mercantilista no sólo consideraba que
las importaciones de metales preciosos eran preferibles a las im­
portaciones de mercancías, sino que eran positivamente beneficiosas
para el Estado. El dinero se identificó con el capital, toda vez que
daba una renta del mismo modo que la tierra, pero también aumen­
taba la circulación al ser un medio de intercambio. El aumento de
la cantidad de dinero, si no se ahorraba, haría bajar el tipo de
interés, pero no los precios ni los beneficios. John Locke (véase
Heckscher, 1969) expuso este punto con gran claridad. Es indu­
dable que esto era lo que creían tanto sus patrones, la familia
Shaftesbury, con su amplio círculo de intereses políticos y colo­
niales, como los reyes y los gremios del siglo xvii (Coleman, 1969).
Los marxistas, más que los keynesianos, consideran la acumu­
lación de dinero en cuanto capital como una de las condiciones ne­
cesarias para que surja el modo capitalista de producción. Los mar­
xistas ven en los siglos xvi y principios del xvii un período de
acumulación primitiva de capital en Europa (Dobb, 1946, pági­
na 209), y consideran que la concentración del dinero en unas cuan­
tas manos, por medio del flujo de metales preciosos, fue la prin­
cipal contribución del tesoro extranjero al capitalismo. Las pruebas
que se citan son, en primer lugar, el desarrollo indudablemente rá­
pido de la industria en Gran Bretaña en la segunda mitad del
siglo XV I (Nef, 1954, págs. 89-101), debido al flujo de oro y plata
de las Américas; y, en segundo lugar, los grandes desarrollos de
la revolución industrial en Inglaterra en la segunda mitad del si­
glo xviii, tras la victoria de Clive en Plessey y del continuo drenaje
de tributos en la India para Gran Bretaña (Dutt, 1947, págs. 93-9).
Estos dos ejemplos parecen convincentes, pero el mecanismo
que conecta los dos acontecimientos es dudoso. En otras palabras,
no hay pruebas de que los metales preciosos de las Américas o los
tributos de la India fueran a parar a inversiones en Gran Bretaña.
La mayor parte fue a parar a la tierra y a las grandes casas que
los cortesanos, aristócratas y nabobs de aquellos tiempos, que po­
dían hacerse con el botín, comenzaron a construirse. Los marxistas
se apresurarían a añadir que los beneficios del botín humano — los
esclavos llevados de Africa a América, la mano de obra contratada
de India y China— y más recientemente el flujo de intereses y
dividendos extras de las salidas de capital, han contribuido a la
82 La teoría económica del imperialismo

acumulación directa de capital en Europa. Tal transferencia de ri­


quezas tuvo que tener un efecto cualitativo, tanto como el sim­
plemente cuantitativo. La inversión de capital en Inglaterra en la
década de 1760 se estima sólo en 6-7 millones de libras al año, y el
tributo anual de la India era por lo menos de dos millones de li­
bras (Mathias, 1969, Tabla 2, pág. 41). Si no se invirtieron direc­
tamente en la industria sumas de este orden, ¿cuál fue su efecto?
De su Treatise on Money podemos obtener una respuesta de Key-
nes, aunque no sea muy seria:

El botín que Drake trajo en el Golden Hind (que se estima en unas 600.000
libras) se puede considerar con razón como fuente y origen de la Inversión
Inglesa en el Extranjero. La reina Isabel pagó con ello todas sus deudas ex­
teriores e invirtió parte del resto (unas 42.000 libras) en la Compañía de Le­
vante; la Compañía de las Indias Orientales se creó en gran parte con los bene­
ficios de la Compañía de Levante; y sus beneficios durante los siglos xvii
y XVIII constituyeron la principal base de las relaciones de Inglaterra con el
extranjero (1930, págs. 156-7).

Así, Keynes calculó que con un rendimiento anual del 6,5 por
100, del cual se volvía a invertir la mitad cada año, las 42.000
libras de 1580 debían ascender a 2.500.000 libras en 1700 — que
era, en efecto, aproximadamente, el valor del capital de la Compa­
ñía de las Indias Orientales, de la Real Compañía Africana y de
la Compañía de la Bahía de Hudson aquel año— y a 4.200.000
libras en 1930, que era, a su vez, la suma aproximada de las in­
versiones corrientes de Inglaterra aquel año. Cuarenta años des­
pués, en 1970, la cifra hubiera debido ascender a 15.000 millones
de libras. Y, en efecto, ascendía a esa cifra. Esto sólo nos indica,
como ha dicho Myrdal, que la riqueza atrae y la pobreza repele.
«A quien tenga, le será dad o...» (Myrdal, 1954, pág. 12). Sólo
nos indica las ventajas que poseía Gran Bretaña como primer país
industrial. En un proceso de «causación acumulativa» el vencedor
se lleva todo, y que el diablo cargue con el último. No nos dice la
relación entre estas acumulaciones iniciales de riqueza y el des­
arrollo del capitalismo. Así, nos recuerda Keynes que lo que im­
portaba no era el valor absoluto del oro y la plata, sino su efecto
indirecto sobre los beneficios y las empresas.
La segunda respuesta de Keynes, y la más importante, por tan­
to, aunque no fuera una respuesta keynesiana en nuestro sentido,
fue que el aflujo de metales preciosos elevó los precios (los triplicó
4. Tesoro extranjero y esclavos 83

entre 1520 y 1650) y, abaratando los costes de la mano de obra,


hizo posible que se obtuvieran unos beneficios excepcionalmente
altos (Keynes, 1930, vol. 2, págs. 152-63)^. Contra este punto de
vista, Nef afirmó más tarde que la mano de obra, por lo menos en
Inglaterra, era más cara de lo que se había supuesto, e indicaba
que las mejoras de la tecnología industrial, basadas principalmente
en la necesidad de pasar de la madera al carbón como combustible,
fueron el origen de los altos beneficios. Nef añade un matiz total­
mente subconsumista a este argumento, al comentar que «las ven­
tajas que obtenían los patronos al alquilar mano de obra a bajo
precio podían verse contrarrestadas por la reducción en la cantidad
de dinero que gastaban los trabajadores en bienes manufacturados»
(Nef, 1954, pág. 133).
Un factor científico aparentemente exógeno como la tecnología
del carbón, junto con la paradoja de que el mercantilismo como
sistema de administración económica de tipo colbertiano fue el
que más literatura tuvo en Inglaterra y el que menos se practicó
(Heckscher, 1969, pág. 23), encaja bien en la visión liberal clásica
de los méritos de la libre empresa y del comercio libre. Pero los
keynesianos argüirían que la nueva tecnología y la expansión de la
libre empresa tendrían que provocar un aumento de la demanda.
Una visión más keynesiana que la de Keynes en Treatise on Money
se encuentra en su General Theory (1960, cap. 23). Allí dice que
el efecto del aflujo de metales preciosos a Europa y el tributo pro­
cedente de la esclavitud y de la India debían aumentar la circulación
de dinero y reducir el tipo de interés, provocando así lo que los
keynesianos denominan ahora la «oferta frustrada» El gasto in­
terior de los mercaderes, traficantes de esclavos y nabobs en tierras
y grandes casas no sólo contribuyó a financiar la revolución agríco­
la de Inglaterra en los siglos xvii y xviii, que tanto redujo los
costes de mano de obra, sino que también proporcionó un nuevo
e importante mercado para la industria. No en vano Mandeville
(1934) ensalza las virtudes de los ricos en su conspicuo consumo
(«vicios privados: virtudes públicas»). Estudios recientes han de­
mostrado la importancia de los encargos de libreas para los sir­
vientes de las grandes casas de campo y de las casas de los merca­
deres de la City (Halstead, 1974; Hobsbawm, 1968, pág. 30).

® Sin embargo, el argumento de Keynes estaba basado en Hamilton (1929).


^ La expresión procede de J. A. Knapp.
84 La teoría económica del imperialismo

Aún más importante fue el estímulo del comercio exterior para la


construcción de barcos y el comercio que dependía de los mercados
de Ultramar.
Es posible que el capitalismo haya surgido en Europa sin ayuda
del tesoro extranjero; el hecho es que no surgió sin él. Un modelo
de desarrollo capitalista sin tesoro extranjero tendría que sugerir
una fuente suficientemente abundante de dinero circulante para
acumularlo como capital a gran escala, formas altamente capitalistas
de manufactura que, como dijo Nef, surgieron en Gran Bretaña
entre 1540 y 1640 (1954, pág. 95). Esto pudo surgir a causa de
las exacciones de un Estado centralizado inmerso en el desarrollo
industrial. Los pedidos de armamento por parte del Gobierno fue­
ron una ayuda, pero cualquiera que fuese el significado del mer­
cantilismo no significaba esto, ni siquiera en manos de Colbert.
Su generosidad se dirigía a la agricultura debido quizá a la mo­
netización de la tierra, lo cual tuvo lugar, en efecto, antes y
durante este período, a la disolución de los monasterios y al aban­
dono de tierras de labor en favor de la ganadería ovina. Quizá sur­
giera por el aumento de los beneficios del comercio exterior con
las mejoras en las técnicas de producción en lugar de la explota­
ción de esclavos, lo cual también era una realidad.
El aumento de los beneficios del comercio exterior y la mone­
tización de la tierra implicaban en sí mismos una mayor oferta de
dinero, y a falta de créditos estatales, que no formaban parte del
mercantilismo, tenían que proceder de fuera del área de la concen­
tración de capital. En un Estado-nación suficientemente grande el
capital se podía acumular en unos puntos a expensas de los demás.
Inglaterra se desarrolló ciertamente a expensas de Irlanda y de la
mayor parte de Escocia; los Estados del Norte de Estados Unidos
se desarrollaron a expensas de los Estados del Sur. ¿Pero no sig­
nifica esto que se estableció una relación imperialista entre las par­
tes desarrolladas y las subdesarrolladas? Que esto comportaba
contradicciones potenciales entre el abaratamiento de los costes de
mano de obra y la expansión del empleo y de las ventas es una
parte necesaria del modelo marxista. Esto no significa que los capi-

® Naturalmente, todos los Estados que fueron de «desarrollo tardío» en la


industrialización — Alemania, Estados Unidos y Rusia— proporcionaron fon­
dos estatales para el desarrollo, pero estaban poniéndose a la altura de una
economía capitalista ya perfectamente establecida. Véase el capítulo 7.
4. Tesoro extranjero y esclavos 85

talistas no intentaran las dos cosas y que esto pudiera constituir,


en efecto, la dinámica del sistema. Para la discusión entre los pun­
tos de vista keynesiano y marxista de esta dinámica es muy impor­
tante el hecho de que los imperios español, portugués y holandés
no llegaran a generar un capitalismo industrial; en cambio, los
mercaderes ingleses, a pesar de salir tarde a escena, consiguieron
adquirir la entrada por medio de la venta de productos ingleses
manufacturados y por medio de la captura de oro español o de su
monopolio del tráfico de esclavos. Esto significa que las políticas
mercantilistas no bastaron por sí solas para desarrollar el capita­
lismo. Para ello era necesario una nueva clase de capitalistas in­
dustriales y la incorporación de economías de plantación. Este es
el punto de vista marxista, y naturalmente una visión ultrakeyne-
siana no se limitaría a una explicación en términos de medidas
mercantilistas. El lado de la oferta en la postura keynesiana sobre
este asunto necesita aún ser presentado de un modo claro, pero se
ha dado un primer paso (véase Knapp, 1973, Tabla 2, pág. 36).
La importancia del tráfico de esclavos para el desarrollo del
capitalismo ingles ha sido puesta de relieve por varios autores, y
en especial por Eric Williams. Con gran cantidad de pruebas ha
establecido el estímulo que el «comercio triangular» entre Gran
Bretaña, Africa y las Indias Orientales y Norteamérica dio a la
industria inglesa.

Se compraban negros con productos manufacturados ingleses; una vez trans­


portados a las plantaciones, producían azúcar, algodón, índigo, melazas y otros
productos tropicales, cuyo tratamiento creaba nuevas industrias en Inglaterra; a
su vez, el mantenimiento de los negros y sus propietarios en las plantaciones
constituían otro mercado para la industria inglesa, para la agricultura de Nueva
Inglaterra y para las pesquerías de Terranova... Los beneficios que se obtenían
eran uno de los principales flujos de acumulación de capital en Inglaterra que
financiaron la Revolución Industrial (1964, pág. 52).

Nunca se insistirá bastante en la importancia que tuvieron estas


plantaciones para el desarrollo económico de Inglaterra. Las esta­
dísticas oficiales sobre el comercio inglés de este período pueden
tener diversos matices (véase Deane y Colé, 1964, págs. 42-6), pero
podemos tomar los valores oficiales como un indicativo correcto
de las proporciones de composición y origen de las importaciones
retenidas y de las reexportaciones entre 1780 y 1840.
86 La teoría económica del imperialismo

Los dos grandes aumentos de este período fueron: en los veinte


primeros años las importaciones de artículos de consumo de lujo
— café, té, azúcar, tabaco— y en los veinte últimos años las im­
portaciones de algodón en bruto. Casi el total de estas importacio­
nes procedía de las plantaciones de las Indias Orientales y Occiden­
tales, y a finales de este período de las plantaciones de los Estados
Unidos. Durante este mismo período, salvo los años de la guerra,
los precios de estas importaciones bajaron (Mitchell y Deane, 1962,
Tabla X V I.2; Deane y Colé, 1964, Tabla 21), a pesar de la posición
de monopolio de los importadores, quienes, según Henry Parnell
(Clapham, 1930, pág. 328), aumentaban los ^recios en Inglaterra
por lo menos en un 20 por 100. El ejemplo más claro de la baja
de los precios es la del precio del algodón en rama desde 0,1 libras
la libra hacia 1780 a 0,05 libras en 1820 y 0,025 libras en 1840
(Deane y Colé, 1964, Tablas 42 y 43, págs. 185-7).

TABLA \ —Importaciones de Gran Bretaña entre 1780 y 1849, por


fuentes y composición {en valor oficial en £m).

Importaciones 1780-1784 1800-1804 1820-1824 1840-1844

total de importaciones 11,5 30 33,2 68


re-exportadas 3,8 9.6 10 14

Fuentes
Indias Occidentales 2,7 8,0 8,0 ( 7,6)»
Estados Unidos 0,1 2,0 3,7 (30)
Asia 3.3 5.5 6,7 (23)

Composición
todos los artículos de lujo® 2,8 11,9 12,2 14,6
re-exportados ? 4.2 3,3 2,7
todo el algodón 0,3 2,0 5.1 20,2
re-exportado — 1,0 1,1 3,0
Otras materias primas 2,5 6,6 8,0 19,3
cereales 0,4 1,8 0,2 5,0

“ Los artículos de lujo son mercancías como café, azúcar, té y tabaco.


Las cifras para las fuentes de importación entre paréntesis son para 1854,
donde las importaciones totales ascendieron a 150 millones de libras; no
disponemos de cifras para períodos anteriores.
Fuentes: Mitchell y Deane (1962, tablas XI.2, X I.4, XI.IO, XI.12).
4. Tesoro extranjero y esclavos 87

A esto podemos añadir, acudiendo a Marx, que en la industria


del algodón, que se convirtió en el centro del capitalismo inglés,
«la velada esclavitud del trabajador asalariado en Europa necesi­
taba para su pedestal que en el Nuevo Mundo hubiera esclavitud
pura y simple» (Marx, 1946, cap. 31). Es un rasgo sorprendente
de la historia de las colonias que la esclavitud y otras formas de
trabajo contratado duraran tanto tiempo. A partir de la abolición
del comercio de esclavos en 1807, y de la esclavitud en las colonias
británicas en 1833, pasaron otros treinta años antes de que se
diera libertad a los esclavos en los Estados Unidos. En Cuba y
Brasil y en los países árabes continuó la esclavitud. En todos los
demás países fue sustituida por el trabajo contratado. Se llevaron
indios a Trinidad y a la Guayana, a Ceilán, Natal, Africa Oriental,
Malasia, islas Fidji y Mauricio, para trabajar en las plantaciones.
Se llevaron chinos a Singapur, las Indias Occidentales, Africa del
Sur y la Columbia Británica, para trabajar en las minas y en la
construcción de los ferrocarriles. El trabajo forzoso continuó en
Africa del Sur y del Este, y en especial en el Africa portuguesa,
para la construcción de ferrocarriles, hasta nuestros días (Knowles,
1928, págs. 170-201). Como fuente de acumulación de riquezas
en Europa, el empleo de esclavos en Ultramar en lugar de un cam­
pesinado libre tiene pocos equivalentes; y para defender la acumu­
lación fue requisito previo que se reclutaran tropas nativas bajo
oficiales europeos, y sobre todo que Inglaterra formase el Ejército
Indio en toda Asia. Tampoco podemos ignorar los campos de es­
clavos nazis, ni el papel de la mano de obra emigrante como «sub­
proletariado» en la Europa de hoy.
La concentración de riqueza en Europa, que habría de dividir
al mundo, durante siglos, en áreas ricas y pobres, comenzó ya en el
siglo X V I. La relación entre imperialismo, como sistema de saqueo,
y el nacimiento del capitalismo no puede ser explicada como una
reminiscencia de formaciones sociales anteriores o antiguas ideolo­
gías, ni tampoco como resultado de políticas mercantilistas dise­
ñadas para lograr un aflujo inflacionista de oro. Esta conexión en­
tre capitalismo e imperialismo como sistema de explotación es la
que, según la opinión marxista, subyace en los mercados protegidos
y en las oportunidades capitalistas de empleo que discutiremos en
los siguientes capítulos. Debemos añadir aquí que la ausencia
de fuentes externas de tributos, o mejor dicho, la continua salida de
tributos, dificulta aún más la industrialización de los países sub­
88 La teoría económica del imperialismo

desarrollados hoy en día. Tan duro es el camino y tan empinada la


cuesta del desarrollo industrial que ya veremos más adelante, en
el capítulo 12, que incluso la Unión Soviética se apoderó de la
riqueza de sus vecinos; y encontraremos que todos los países sub­
desarrollados que tienen esa oportunidad intentan hacer el mismo
juego, aunque con menos fuerza. Se puede perdonar a quienes mi­
ran a los centros del capitalismo desde sus países subdesarrollados
y explotados y no ven más que el aspecto rapaz de la dominación
europea, tanto más ofensiva al esconderse tras un manto de misión
civilizadora y ostensiblemente cristiana hacia las «razas atrasadas»,
cuya cultura los europeos no podían comprender y se dedicaron a
destruir (Hodgkin, 1972, págs. 102-108).
Sin embargo, antes de abandonar el tema del tesoro extran­
jero, debemos citar otros ejemplos más recientes de saqueo en las
relaciones entre Estados capitalistas. Dejamos para otro capítulo
los tributos en forma de rendimiento de las inversiones; pero la
exacción de reparaciones en nuestros tiempos, el recurso a mano
de obra esclava, el saqueo de los nazis y la incautación de materias
primas escasas en años recientes son examinados aquí con detalle.
La exacción de reparaciones por las Potencias Aliadas después de
1918 y 1945 se explica fácilmente por las emociones que se des­
piertan en las guerras totales; tal explicación encaja perfectamente
en la tesis de Schumpeter de las supervivencias atávicas. Además,
el hecho de que después de la Segunda Guerra Mundial la Unión
Soviética, que no formaba parte del sistema capitalista, se llevara
la mayor parte de las reparaciones (admitiendo que también había
sufrido los daños más graves) parece rechazar toda asociación en­
tre capitalismo y este tipo de saqueo, pero nos puede decir mucho
sobre la conexión entre desarrollo económico y saqueo. Y, sin em­
bargo, los argumentos de los Aliados acerca del pago de las repa­
raciones, en especial después de la Primera Guerra Mundial, y so­
bre la reducción de la industria pesada de Alemania tras la Segunda
Guerra, apuntan hacia grandes conflictos entre las potencias capi­
talistas, para las cuales resulta una explicación insatisfactoria re­
currir a anteriores formaciones sociales.
En opinión de los marxistas, la competencia entre potencias
capitalistas rivales es un elemento esencial del imperialismo y con­
duce inevitablemente a la guerra. Efectivamente, no fue Alemania
ni Japón, donde según Schumpeter el nacionalismo y el militarismo
de anteriores formaciones sociales se unieron íntimamente con el
4. Tesoro extranjero y esclavos 89

establecimiento del capitalismo, sino que fueron Gran Bretaña y


Estados Unidos los que más se acercaban al capitalismo «puro» de
Schumpeter, los que exigieron reparaciones. Resulta especialmente
sorprendente que en la discusión sobre las reparaciones después
de la Primera Guerra Mundial no fuera la escuela liberal clásica
la que defendiera su suspensión, sino Keynes (1920, cap. 5). Ni
siquiera los capitalistas «puros» desdeñaron hacerse con parte del
botín, y fue sobre todo la decisión política de los Gobiernos capi­
talistas de rescatar a Alemania del bolchevismo lo que condujo a
los acuerdos Dawes y Young. Ciertamente, fue una decisión polí­
tica de los Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial,
otra vez bajo la amenaza del comunismo, la de suspender las re­
paraciones y las limitaciones sobre la industria pesada alemana y
financiar la reconstrucción económica de Alemania Occidental. En
este aspecto ni el modelo marxista ni el modelo de Schumpeter
parecen concordar con los hechos, pero en cambio la explicación
mercantilista keynesiana se ajusta perfectamente.
Resulta interesante recordar lo que Keynes dijo entonces:

Del mismo modo que los aliados exigen grandes pagos de Alemania para
luego tener que ingeniárselas para evitar que los pague, así la Administración
americana desea con una mano programas para financiar las exportaciones
y con la otra aranceles que dificulten en lo posible la devolución de todos los
créditos. ... Ni el aflujo de todo el oro del mundo a los Estados Unidos ser­
viría de nada, ni la destrucción de las industrias de exportación de los Estados
Unidos, ni la traída de capital y mano de obra para emplearla en el mercado
interior, pues no es tan fácil mover capital y mano de obra dentro de un país,
y no digamos entre países. La división del trabajo data de muy antiguo y no es
tan fácilmente cambiarla (1932c, pág. 57).

Con los tributos del siglo xvi sucedió lo mismo: debilitaron a


España, mientras el capitalismo floreció en Inglaterra. Se abrieron
nuevos mercados para sus industrias, no tanto contra pago en oro
como a cambio de productos de sus socios comerciales. El tributo
fue un estímulo inicial para el desarrollo económico de Inglaterra;
por sí solo no hubiera podido sostenerlo, pero siguió reforzándolo.
Es posible que la esclavitud no desapareciera nunca por com­
pleto y, como hemos sugerido antes, no se limitase a los países
menos desarrollados desde el punto de vista capitalista, como Ara­
bia. En Angola se han dado casos de esclavitud en años recientes
(Davidson, 1955, pág. 190); y en Papua (Scarr, 1967) y Africa
del Sur (Davidson, 1955, pág. 125) hay algo parecido a la escla­
90 La teoría económica del imperialismo

vitud. Los campos de prisioneros de la URSS se denominan en


general campos de esclavos, pero dado que su meta es retributiva
y no explotadora, entran en otra categoría. El renacimiento del
trabajo esclavo y del saqueo a gran escala con los nazis en Alemania
en la década de 1940 plantea, sin embargo, la duda sobre las re­
laciones entre el imperialismo alemán y el capitalismo alemán.
Schumpeter (1955, págs. 92-5) afirmó que el imperialismo alemán
se debía precisamente al ambiente nacionalista y militarista del que
había surgido el capitalismo alemán. Sin embargo, de hecho, el
ejército alemán se oponía al saqueo y a la utilización de mano de
obra esclava (Davidson, 1950, pág. 32). Los nazis uncieron a su
carro de guerra la fuerza del nacionalismo alemán, y lo que Schum­
peter denomina «los poderes ocultos del subconsciente» (1955, pá­
gina 11) fueron, en efecto, la base del atractivo nazi para el pueblo
alemán; pero no podemos absolver a los capitalistas alemanes tan
fácilmente. Fueron ellos quienes hicieron subir a Hitler al poder
y quienes organizaron el saqueo y emplearon los esclavos (Martin,
1950; Dubois, 1953). El hecho de que los capitalistas actuaran de
este modo no nos da derecho a afirmar que no tuvieran otra so­
lución. Y, sin embargo, no podemos sustraernos tan fácilmente a
la visión marxista de que fue la fuerza competitiva del capital ale­
mán en los mercados y las colonias como campos de inversión y
fuentes de materias primas lo que creó a Hitler, aunque luego se
convirtiera en el monstruo de Frankenstein para los capitalistas
alemanes y para el resto de Europa. El capitalista individual tiende
a veces a no prestar la atención debida a la interdependencia eco­
nómica del capital, a lo que atribuye Schumpeter su falta absoluta
de «interés de clase por una expansión poderosa», así como las ex­
hortaciones de los mercantilistas contra las importaciones baratas
(1955, pág. 75).
Si consideramos las actividades normales de las grandes firmas
capitalistas vemos que hay una creciente explotación de las fuentes
de materias escasas y una creciente rivalidad para controlarlas. La
pugna por el control de las fuentes de minerales no renovables y
desechables, entre ellos el petróleo, hace que cada vez sean más
profundas las perforaciones en los países subdesarrollados a medida
que se van agotando las de los países desarrollados (Jalée, 1967).
Puesto que por definición los países subdesarrollados no han sido
aún capaces de desarrollar una industria que les permita utilizar
estos minerales, los pueblos de estos países consideran cada vez
4. Tesoro extranjero y esclavos 91

más que la extracción de sus minerales en beneficio de los países


ya desarrollados es una forma de saqueo. Temen que cuando hayan
logrado desarrollar sus economías subdesarrolladas los minerales
se habrán agotado. Pero gracias a las distorsiones que caracterizan
al subdesarrollo estos minerales quizá sea lo único que puedan
ofrecer en el mercado mundial. Como ha dicho el Sha de Persia,
quizá entonces se decidan a vender «cara su herencia» y diversifi­
car sus economías, ahora que todavía tienen reservas de minerales.
Es muy natural que cualquier compañía o Gobierno desee ase­
gurarse el abastecimiento continuo de los materiales básicos, sobre
todo si parece que están en vías de agotarse®. Pero ninguna situa­
ción parece menos probable que cree una «disposición esencial­
mente pacífica» que aquella en que los ingredientes básicos de la
producción capitalista se están agotando; y se trata precisamente
de los minerales utilizados en la producción y funcionamiento del
automóvil y del avión, verdaderos símbolos de la producción capi­
talista. Muchos aducirían que desde que Staley (1935) intentara
por primera vez dar una respuesta a la asociación formulada por
Lenin entre guerras coloniales e inversión de capital ha ido en au­
mento el número de casos en los que Estados capitalistas han ini­
ciado movimientos bélicos para controlar las reservas de materias
primas (Caldwell, 1971). Ciertamente, la creciente dependencia in­
dustrial de los Estados Unidos con respecto a las importaciones de
materias primas clave ha sido documentada por diversas Comisio­
nes Presidenciales a partir de la década de 1950 (Magdoff, 1970,
páginas 4 5 - 5 4 ) Los productos más importantes son estaño, bau-
xita, manganeso, níquel, cromo; pero en las dos últimas décadas
se han ido añadiendo a la lista de importaciones de Estados Unidos
el plomo, cinc, mineral de hierro y, sobre todo, el petróleo. Ade­
más se pueden añadir el café, cacao, té, plátanos y especias, para
cada uno de los cuales Estados Unidos depende en gran manera
de la importación. Otros países industriales dependen de las im­
portaciones de productos todavía más primarios, y para estos paí­
ses procede de países subdesarrollados una proporción aún mayor
de estos productos.

® Véase la Junta Asesora para el Desarrollo Internacional de los Estados


Unidos (1951), Informe y Comisión sobre Política Económica Extranjera,
Staff Papers, 1954, citado en Magdoff (1970).
’ Véase Jalée (1967, págs. 110-111), para datos en Francia.
TABLA 2 .—Dependencia de los países desarrollados respecto
respe, de las importaciones de productos primarios
procedentes de países subdesarrollados, 1962.
Exportacio­
Importaciones nes de países
Consumo en Importacio­
respecto del Estados nes proceden­ subd. (% de
Valor en el
consumo total tes de países las exporta­
Mercancía según el grado comercio Unidos
(intervalos subd. (% de ciones tota­
de protección mundial (% del
porcentuales) las importa­ les de P. P.
(Sm) consumo
en Estados ciones de países
total)
Unidos otros mundiales) subd.

no competitivos 4.495 — — — 90 20,5

productos tropicales 3.155 ____ ____ — 98 14,5


1.737 75-100 75-100 34 99 8,5
café
516 75-100 75-100 28 85 2,0
cacao
466 75-100 75-100 5 94 2,0

376 75-100 75-100 7 96 2,0
plátanos
especias 60 75-100 75-100 n.a. 704- —

amenazados por productos sintéticos 1.340 _ ____ — 80 6,0


1.011 20-50 75-100 36 76 4,0
caucho
168 75-100 75-100 8 99 1,0
copra, etc.
161 75-100 75-100 2 98 1,0
yute
42.025 — — — 45 79,5
competitivos

no protegidos 33.793 _ ____ — 38 62,5


5.736 10-20 75-100 93 26,0
crudos de petróleo 36
3.113 0-10 10-50 46 7,0
productos derivados del petróleo
1.972 10-20 50-100 13 15 1,5
lana _______ ________________ ___ ___ -X X 5^ 4.5
\ •xTí »
W 3 T
harina de pescado 803 10-20 0-20 7 43 1,5
madera 795 0-10 n.d. 31^ 49 2,0
cueros 522 n.d. n.d. n.d. 30 1,0
estaño 265 75-100 75-100 26 75 1,0
bauxita 222 75-100 20-100 42 87 1,0
manganeso 152 75-100 75-100 14 74 0,5
fosfatos 188 exp. 40-100 32 65 0,5
otros 16.917 — _ _ — 17 12,5
cinc — 10-20 50-75 26 30-h —

plomo — 20-50 20-75 35 30-F —

arroz — exp. 0-100 1 404- (2)


protegidos 8.223 — — — 49 17
algodón 1.424 exp. 75-100 20 61 4,5
carne 1.268 n.d. n.d. 25 19 1,0
azúcar 1.139 50-75 0,75 10 7'8 4,5
trigo 1.047 exp. 0,75 6 14 0,5
maíz 880 exp. 20-75 34 20 1,0
tabaco 794 exp. 10-100 16 30 1,0
vino 559 n.d. n.d. 4 49 1,0
productos de semillas oleaginosas 480 exp. 20-100 17 54 1,5
naranjas 418 exp. 0-100 20 40 1,0
cacahuete 214 exp. 0-100 6 93 1,0
totales 46.250 — — — 44b 100

“ El consumo de madera de Estados Unidos incluye pulpa y papel prensa.


Porcentaje de las importaciones mundiales que representan las importaciones totales de los países subdesarroUa-
dos. exp — exportador neto; n.d. = no disponible; PP = producto primario; subd. = todos los países menos Europa
Occidental, Estados Unidos, Canadá, Japón, Oceanía, Africa del Sur y el bloque soviético.
Puentes'. Naciones Unidas (1964, tablas 1.3 y 1.4); Oxford (1972, tablas de mercancías y de los Estados Unidos); Food
and Agricultura! Organization (1972, pág. 64).
94 La teoría económica del imperialismo

Un rasgo clave de la Tabla es la gran proporción que corres­


ponde a los Estados Unidos del total consumo mundial de la ma­
yoría de estos productos primarios. Los economistas clásicos no
considerarían la extracción de minerales y otros productos prima­
rios en todo el mundo por Estados Unidos y otros países desarro­
llados como saqueo, sino más bien un intercambio racional de pro­
ductos clave en una división internacional del trabajo fomentada
por el librecambio. Además, sería de esperar que la creciente ame­
naza de la escasez de oferta de cualquier artículo condujese a una
subida de precios, anticipándose a la escasez. Por desgracia para
este consolador punto de vista, la posición negociadora de un abas­
tecedor de un solo producto clave suele ser débil, a menos que
tenga el monopolio y no haya sustitutivos; y las perspectivas de
escaseces a largo plazo no tienen mucha influencia sobre el futuro
a corto plazo de los mercados de mercancías, a no ser que los Go­
biernos comiencen a almacenar stocks estratégicos para hacer fren­
te a la escasez cuando llegue. Según la teoría keynesiana del poder
de negociación, la creciente dependencia de los países desarrollados
con respecto a las mercancías importadas debería llevar, sin em­
bargo, a reforzar la posición de los productores de esas mercancías.
No hay pruebas de que esto se haya cumplido, por lo menos hasta
hace muy poco.
Hay dos pruebas principales: la primera es que, en efecto, los
precios de los productos primarios, incluso de materiales escasos
en potencia, no han aumentado en relación con los precios de las
manufacturas. Discutiremos esto extensamente en el capítulo que
trata de la relación real de intercambio. En segundo lugar, hay
pruebas de que los países subdesarrollados se han quejado de la
infravaloración de sus exportaciones de materias primas, en rela­
ción con los precios que obtienen productos similares de países
desarrollados. Han corrido rumores a este respecto en relación con
algunos productos agrícolas de Latinoamérica, pero las pruebas fe­
hacientes las dan los precios del petróleo y del mineral de hierro
que obtiene Venezuela y los precios del cobre que obtiene Chile
(Mikesell, 1971, págs. 106, 329, 371). La explicación que dan los
marxistas de estos actos evidentes de explotación de países subdes­
arrollados es que estas compras se efectúan a través de compañías
petrolíferas y metalúrgicas transnacionales, y que los Gobiernos de
los países subdesarrollados no pueden controlar fácilmente sus
acuerdos de precios de transferencia. Los países subdesarrollados
4. Tesoro extranjero y esclavos 95

se quejan también de los precios excesivamente altos de los bienes


y de los fletes de sus importaciones de manufacturas de países
desarrollados, sobre todo en el caso de abastecimientos subsidia­
dos
Las pruebas que indican la existencia de un elemento continuo
de verdadero expolio en las relaciones económicas imperialistas son
poderosas. Pero el expolio empobrece y puede chocar con otras
metas capitalistas. Este es el elemento de verdad en la visión clá­
sica; y también desde un punto de vista marxista la asociación de
saqueo con imperialismo es sólo un aspecto de la tendencia general
del capital a centralizarse a expensas de los extremos. Las grandes
firmas son sólo los agentes más recientes de este proceso polariza-
dor, que durante mucho tiempo ha supuesto la creación por el ca­
pitalismo de una división artificial del trabajo en el mundo. Esto
es lo que debemos intentar comprender ahora.

“ Myrdal (1970, pág. 339) cita estimaciones en las que los sobreprecios
de los suministros en concepto de ayuda comparados con los precios más fa­
vorables existentes, se calculan entre el 20 y el 40 por 100.
Capítulo 5
LA DIVISION MUNDIAL DEL TRABAJO

El mercantilismo fue un sistema para asegurar una balanza


nacional de comercio favorable, y, por tanto, la importación con­
tinua de oro, así como unos beneficios de monopolio para los
comerciantes. También fue un sistema para establecer una división
especial del trabajo entre la metrópoli y las colonias. «Nuestra in­
tención al establecer plantaciones en América — escribía el Comi­
sario inglés de Comercio y Plantaciones en 1699— era que la gente
de allí se empleara en aquellos trabajos que no se producen en
Inglaterra, a la que pertenecen» (Lipson, 1934, pág. 173). Si se
podía obtener el monopolio nacional del comercio de esos bienes,
como en el caso del azúcar y el tabaco, tanto mejor; pero, aun sin
monopolios, valía la pena tener colonias, porque para los mercan-
tilistas la «segunda gran justificación de las colonias» era que «se
les podía obligar a comprar manufacturas inglesas, transportando
todo el comercio en barcos ingleses» (Pares, 1962, pág. 421). Así,
las Leyes sobre la Navegación de 1650-51, de Cromwell, se vieron
seguidas por unas Leyes del Parlamento que restringían el des
arrollo industrial en las colonias — la Ley de Hatters, la Ley del
Hierro y más tarde la Ley del Calicó, así como por las Leyes de
Subsidios a los Cereales y la Ley de Limitación (prohibiendo la
importación de ganado irlandés)— para proteger la agricultura in­
glesa. Las colonias de Norteamérica se rebelaron contra el sistema
97
98 La teoría económica del imperialismo

ciento cincuenta años antes que los irlandeses; fuera de Norteamé­


rica, el Imperio Colonial Británico estableció lo que fue de hecho
una artificial división mundial del trabajo que ha durado hasta
nuestros días. Si el empleo de mano de obra barata era un elemento
crucial de la primitiva acumulación capitalista, ¿cómo se perpetuó
en una profunda división entre países ricos y pobres?
Marx calificó esta división del trabajo como «apropiada para
los principales centros de la industria moderna» después de haber
hecho una referencia a la India. «A l arruinar la producción arte­
sanal en otros países, las máquinas los convierte a la fuerza en
campos de abastecimiento de sus materias primas» (Marx, 1946,
capítulo 15, sección 7). Esto no es un tributo, sino comercio. Des­
pués de hablar de los tesoros llevados de la India a Inglaterra en
el siglo X V III, Marx habla de la sustitución de la exportación de
textiles de la India por unas importaciones crecientes de textiles
en la India a finales de ese siglo;

cuanto más dependientes eran los intereses industriales del mercado


indio, mayor fue la necesidad de crear nuevas fuerzas productivas en la India,
después de arruinar su industria nativa. No puedes continuar inundando
un país con tus manufacturas a menos que le pongas en condiciones de que
te dé a cambio algunos productos. El interés industrial vio que su comercio
disminuía en vez de aumentar (Marx, 1960).

Por esta razón, dice Marx, los industriales británicos se dispusieron


a destruir la Compañía de las Indias Orientales y a desarrollar el
algodón y otros productos primarios en la India para intercam­
biarlos por sus manufacturas.
Esta integración del mundo en las relaciones capitalistas de pro­
ducción, y no sólo las relaciones capitalistas de mercado, es lo que
forma el núcleo central de la teoría de Marx. «L a necesidad inma­
nente de este modo de producción (es decir, el modo capitalista),
para producir a escala cada vez mayor (es lo que) tiende a extender
el mercado mundial continuamente, con lo cual en este caso no es el
comercio el que revoluciona la industria, sino la industria la que
revoluciona constantemente el comercio...» (Marx, 1909, cap. 20).
La teoría neoclásica supone que la división mundial del trabajo
no es artificial en absoluto, sino una consecuencia natural del be­
neficioso principio de la especialización, que se logra por medio,
del comercio libre, pero los keynesianos no aceptan este supuesto
5. La división mundial del trabajo 99

sobre el comercio libre, considerando que esconde una lucha por


el poder entre los Estados mercantilistas con posiciones negocia­
doras muy desiguales. La cuestión que los keynesianos plantean a
los marxistas se refiere a la posibilidad de que el empobrecimiento
de medio mundo haya podido nunca llevar al crecimiento econó­
mico de la otra mitad; explican este crecimiento y la división mun­
dial del trabajo diciendo que son un tipo especial de desarrollo
mutuo de los centros industriales y las tierras vacías de la coloni­
zación europea, resultante de las políticas mercantilistas que se
siguieron durante el siglo xix. Los marxistas responden que esto
sólo fue una parte de una especie de economía dual que estable­
ciera el capitalismo industrial, en la que el crecimiento económico
tuvo lugar en algunas áreas, aunque interrumpido por crisis cícli­
cas, mientras que otras áreas sufrieron un subdesarrollo; la riqueza
en una parte y la pobreza en otra son aspectos inseparables del
crecimiento capitalista.
Mientras que para los marxistas la división del trabajo «era
apropiada para los grandes centros de la industria moderna», para
la teoría neoclásica tiene que presentar una «ventaja universal». Del
mismo modo que cada individuo al perseguir sus propios intereses
se asegura el uso óptimo de unos recursos dados, así también suce­
de en cada nación al desarrollar su ventaja relativa. Aquellas na­
ciones que no se beneficiaron con la liberación del comercio en el
siglo X IX fue por falta de recursos o porque aún seguían políticas
mercantilistas y no liberales que las excluyeron del aumento ge­
neral de riqueza. Del tiempo de Adam Smith data el gran progreso
de aquellas naciones que adoptaron su política; y post hoc, ergo
propter hoc.
Cuando Gran Bretaña se convirtió en el taller del mundo el
resto del mundo fue libre de abastecerla de materias primas y,
después de la derogación de las Leyes de los Cereales, también de
alimentos. Además, mientras los territorios de Ultramar, ya fueran
colonias o de otra clase, pudieran desarrollar sus «productos» para
intercambiarlos, una vez abierto el mercado, países como los E s­
tados Unidos pudieron desarrollar sus propias industrias con ma­
quinaria inglesa, que pagaban con alimentos y materias primas.
Pero aunque el comercio se desarrollara de este modo hasta cierto
punto, no demuestra las ventajas que ofrece el comercio libre a
todos los que toman parte en él. Los países europeos v las tierras
La teoría económica del imperialismo
100

de colonización europea se desarrollaron; el resto, a excepción del


Japón, siguieron subdesarrollados
Se dice que el argumento de que las dos partes de un inter­
cambio comercial se benefician forzosamente se basa en la ley de
la ventaja comparativa de Ricardo (Ricardo, 1912, cap. 7). Ricardo
fue más prudente; sólo dijo que la ley explicaba por que el comer­
cio exterior es ventajoso incluso para países que pueden producir
todos los bienes más baratos que otros países. Este país podía se­
guir produciendo algunos bienes relativamente mas baratos que
otros países; por tanto, le conviene concentrar sus recursos en la
producción de estos bienes, importando los demas. Es decir, cada
país debería exportar aquellos bienes para los que tiene una ventaja
comparativa mayor. La teoría de Ricardo dice solamente que el
output total será mayor como resultado de reasignar los recursos
por medio del comercio exterior entre países con estructuras de
costes diferentes. No dice cómo se ha de distribuir el output extra
entre los (dos) países. Esto depende de las fuerzas negociadoras,
las posiciones de monopolio relativas y el nivel del empleo en los
dos países.
Los supuestos de competencia, asi como los de distribución
similar de la renta dentro de las economías de los países que co­
mercian, son muy poco realistas, pero son necesarias para que las
diferencias entre los costes comparativos se reflejen en las diferen­
cias entre los precios comparativos. Ricardo baso su argumentación
sobre las diferencias de tierra, pero la introducción de otras dota­
ciones de factores, y en especial de tecnología, en la teoría del co­
mercio exterior standard (Findlay, 1970), tampoco tiene en cuenta
el importante hecho de que algunas dotaciones son históricas. Tanto
los factores de producción como las técnicas de su utilización son
lo que son gracias, entre otras influencias, a antiguas relaciones
comerciales. Los procesos de causación acumulativa tienden mas a
distorsionar que a facilitar la especialización que parece indicar el
comercio libre (Myrdal, 1954). Como observó J. S. Mili, «la supe­
rioridad de un país sobre otro en una rama de la producción se
debe a menudo solamente a que comenzó antes» (1880, pág. 410).
En efecto, el problema con que se enfrentan los países que a

' La utilización del término «subdesartollar» como verbo transitivo es


invención de Gunder Frank, y parece especialmente acertada para esta di­
visión artificial del trabajo artificialmente impuesta.
La división mundial del trabajo 101

lo largo de su historia sólo han tenido una gama limitada de bienes


que ofrecer en el mercado mundial ha sido el de poder cambiar una
división del trabajo ya establecida. El libre comercio en las manu­
facturas hizo que fuera muy difícil que un país dedicado a la pro­
ducción de productos primarios para la exportación desarrollara
una capacidad manufacturera que le permitiera competir con los
centros industriales establecidos. Y, sin embargo, las ventajas de la
industrialización para cualquier país eran, y son, la posibilidad de
diversificación, de modo que no tengan que depender de las osci­
laciones de los precios mundiales para una o dos cosechas o mine­
rales, y de las posiciones monopolísticas de los manufactureros en
el mer.iado mundial, pero además el aumento general de la produc­
tividad que se obtiene de la mecanización industrial.
En muy pocas áreas del mundo es posible elevar el output por
cabeza al mismo nivel en la agricultura y en la industria, por­
que los rendimientos a escala en agricultura son limitados y porque
desde siempre la posición negociadora de la multitud de producto­
res de productos primarios ha sido débil frente a los pocos centros
manufactureros (Maizels, 1963, pag. 24). Incluso los países agríco­
las más ricamente dotados, como Canadá y Australia, en los que
la productividad agrícola ha sido muy alta, tienen hoy día una pro­
porción muy pequeña de su población dedicada a la agricultura: el
20 por 100 en Cañada y el 10 por 100 en Australia. Algunos países
productores de minerales han llevado su productividad a niveles
muy altos. Otros, como los productores de petróleo, por ejemplo,
han logrado establecer una posición casi de monopolio sobre todos
los centros manufactureros.
Aquellas naciones que el desarrollo capitalista incorpora a la
división mundial del trabajo con una gama de escasa diversifica­
ción son débiles. Sin embargo, su debilidad no se debe a la po­
breza de sus recursos. En aquellas partes del mundo subdesarrolla­
das no había ausencia de materias primas para la industriad Por
el contrario, la escasez estaba, y sigue estando si es caso, sólo en
Europa, y este hecho puede explicar en parte la salida de aventu­
reros europeos durante muchos siglos (Stamp, 1960, págs. 144-5;

2 Este es el extraño punto de vista del profesor Ritchie Calder, por lo


demás un periodista muy competente, quien, sin embargo, lo ofrece con toda
seriedad como explicación de lo que él denomina la diferencia entre Norte v
Sur (1961, págs. 165-6).
102 La teoría económica del imperialismo

Kuznets, 1958, pág. 139). La explicación más convincente de esta


emigración es, por tanto, que era el Oriente el que poseía las ri­
quezas que todos los comerciantes europeos, desde los griegos has­
ta los ingleses, fueron a buscar.
Un importante elemento del enfoque clásico-liberal y del key-
nesiano de la historia económica es que suponían que la mayor
parte del mundo estaba igualmente subdesarrollada hasta casi co­
mienzos del siglo X V I ; fue entonces, según la teoría neoclásica,
cuando el comercio y la industria inglesas se liberaron de los mo­
nopolios y restricciones reales, y se fomentó el desarrollo del ca­
pitalismo en Europa (Knapp, 1973, pág. 21). Si aquellos países
que no se desarrollaron estaban suficientemente dotados, entonces
hay que atribuir su falta de desarrollo a que no supieron adoptar
el comercio libre. Pero las pruebas indican que todos los países
en trance de industrialización, incluida Gran Bretaña, rechazaron
el librecambio y alimentaron sus nacientes industrias tras los muros
protectores de los aranceles aduaneros, y de hecho conservaron
algunas formas de protección mucho tiempo después.
En la visión keynesiana, este proteccionismo temprano indica
los papeles respectivos de los capitalistas industriales y el de un
Estado mercantilista que imponía aquél. Según autores contempo­
ráneos, la razón de que se protegiera tan pronto la industria in­
glesa fue el «miedo a los bienes». La profunda y molesta incerti­
dumbre en orden a si lograrían dar salida a sus productos empujó
a los incipientes capitalistas industriales a buscar mercados prote­
gidos. La Economía clásica aceptaba que el aumento de la produc­
ción agrícola produciría en su momento oportuno un aumento de
población que consumiera el exceso de oferta; pero los mercanti-
listas se sintieron incapaces de aplicar esta ley, como más tarde
haría Say, al crecimiento correspondiente de la producción indus­
trial y de los mercados industriales. Estas dudas pasaron a la
economía política de Inglaterra y a la política económica
y siguieron influyendo en su política mucho después de que Adam
Smith atacara al mercantilismo en La riqueza de las naciones.
Esta continuidad de pensamiento es el mensaje de las investi­
gaciones de Semmell (1970). Nos recuerda, en efecto, que «incluso
Adam Smith consideraba que las colonias y el comercio exterior
eran una salida necesaria para el excedente de producción indus­
trial» (1970, págs. 9, 27-9), y Smith apoyó las Leyes sobre la Na-
5. La división mundial del trabajo 103

vegación en aras de la autodefensa. Schumpeter lo atribuyó a la


etapa inicial en que se encontraba el capitalismo en tiempos de
Adam Smith, e insistió en que Adam Smith se inspiró en los fisió­
cratas franceses, que favorecían el empleo de capital en el propio
país y sobre todo para la agricultura, más que para el comercio
exterior (Schumpeter, 1954, pág. 235).
Adam Smith había supuesto que con la liberación del comercio
V la destrucción de los monopolios se utilizaría el capital dentro
del país; y, en efecto, durante todo el siglo xviii Gran Bretaña
fue un país importador de capital, en especial de capital holandés
(Pares, 1962, pág. 424). Sin embargo, no supuso que el comercio
exterior crecería del modo que lo hizo; ni que se conservarían
las colonias, que siguieron absorbiendo una parte tan grande de las
exportaciones inglesas y abasteciendo una parte enorme de sus im­
portaciones. Esto no formaba parte en absoluto de su imagen del
comercio exterior, que sólo «fomentaba a la mitad de la industria
o a la mano de obra productiva del país, como era el comercio in­
terior» (Semmell, 1970, pág. 25). Para Adam Smith los intereses
de los mercaderes eran los únicos que se beneficiaban del comercio;
la industria se beneficiaba de la producción nacional y para el mer-
cado nacional; pero aunque nunca negó la importancia del mercado ex­
terior, no lo consideraba esencial. Esta expectativa era compartida
sobre todo por quienes aún tenían el miedo mercantilista a una
superabundancia de bienes. Thomas Malthus fue el máximo ex­
ponente de este grupo.
Malthus es muy conocido por su teoría de que la población se
mantendría al mismo ritmo de crecimiento que la producción agrí­
cola, ya que cada vez se cultivarían tierras menos productivas. Qui­
zá de modo paradójico, Malthus creía también que la superabun­
dancia, de bienes o de capital, era un resultado inevitable del
aumento de las inversiones en el comercio y la industria. Malthus,
^ que representaba una sociedad agraria más antigua precapitalista,
aunque no feudal, tomó el partido de los fisiócratas, defendiendo
un desarrollo industrial y comercial más lento para permitir que
la^ agricultura nacional se pusiera al mismo nivel (Semmell, 1970,
páginas 48-54). Malthus temía el exceso de productos industrialesi
pero^ en un principio no defendió el comercio con las colonias.
Había que defender los intereses agrícolas, protegiendo los campos
existentes, pero extendiéndola a otros nuevos. Malthus llegó a esta
conclusión más tarde.
104 La teoría económica del imperialismo

¿Cómo fue que las colonias sobrevivieron y que el comercio


exterior de Inglaterra se extendió tan bien después que hubo muer­
to el mercantilismo, al parecer bajo los martillazos de Adam Smith
y sus seguidores? Afirmaban que los monopolios hacían aumentar
los precios de las exportaciones y de las importaciones; las colonias
no proporcionaban las importaciones a mejor precio y tampoco
ofrecían los mejores mercados. La expansión de las exportaciones
inglesas a los Estados Unidos después de 1776 (¡año en que se
declaró su independencia y en que se publicó La riqueza de las
naciones!) fue prueba de ello. Pero durante el último cuarto del
siglo X V III y primer cuarto del xix la importancia del comercio en
conjunto dentro de la economía nacional aumento continuamente
y el imperio colonial británico se extendió considerablemente, a
pesar de la pérdida de las colonias de América del Norte. El Impe­
rio absorbió además la mayor parte de las exportaciones crecientes
a finales del siglo xviii, si bien a principios del xix la participación
del Imperio en el comercio británico se estabilizó (véase Tabla 3).
Que el comercio exterior era el «motor del crecimiento», como
lo llamó Nurkse (1 9 6 1 )^ se ve en que las exportaciones aumen­
taron de una suma equivalente al 7 por 100 del Producto Nacional
al 14 por 100. Esto comportaba un nuevo plan de comercio: ex­
portación de manufacturas a base de materias primas importadas.
Mientras que los textiles de lana constituyeron la mitad de las
exportaciones hasta 1750, y los principales mercados estaban en
el sur de Europa, después de la década de 1780 la gran expansión
fue de textiles de algodón y más tarde de productos de metal, y
los grandes mercados estuvieron en las colonias americanas y más
tarde en la India. Lo más sorprendente es la sucesión de merca­
dos (Tabla 3). El intercambio de algodón en bruto, azúcar y tabaco
de las Indias Occidentales por textiles, herramientas y productos
metalúrgicos de Inglaterra creó el primer gran área para la expan­
sión del comercio británico de Ultramar (Pares, 1962, pág. 421).
Norteamérica fue el segundo, pero sobre todo después que Estados
Unidos hubo obtenido su independencia. Los Estados del Sur abas­
tecían a Inglaterra de algodón en bruto, mientras que el Norte
compraba las manufacturas inglesas. India constituyó el tercer mer­
cado y, al ser ocupada, destruyó su industria textil artesanal. China

^ Nurkse describía el desarrollo económico fuera de Europa y más ade­


lante, en este capítulo, haremos la crítica de su tesis.
5. La división mundial del trabajo 105

y América del Sur fueron el cuarto y quinto mercados. Ambos


florecieron y decayeron sucesivamente. Más tarde, en el siglo xix,
fueron sustituidos por la expansión en Africa y Oceanía. Los pro­
ductos manufacturados ingleses, y en particular los textiles, «ba­
rrieron», por así decirlo, el mercado de artesanía que allí había.
En el caso de algunos países de Europa y los Estados Unidos esto
animo a los capitalistas locales a desarrollar sus propias industrias
al amparo de barreras protectoras, pero en el caso de lo que ahora
se denomina el mundo subdesarrollado se detuvo la industriali­
zación.
Una vez establecida la industria inglesa como el «taller del
mundo», el librecambio sería el mejor medio de perpetuar, el mo­
nopolio industrial de Inglaterra. Esta era la opinión de Marx, pero
también es la de los keynesianos basada en el concepto de conti­
nuación «disfrazada» o «desganada» de las políticas mercantilistas
(Knapp, 1956-7; Robinson, 1962, págs. 62-6, 87-8). Economistas
clasicos como Ricardo y James Mili, aunque aceptaban la ley de
Say de los mercados, confiaban en realidad en que la expansión
de las exportaciones británicas mantuviera la ley. Para Ricardo, los
únicos límites que tenía la expansión económica eran los rendi­
mientos decrecientes de la tierra. «Si se pudieran obtener alimentos
y otras materias brutas del extranjero a cambio de manufacturas
— observaba— sería difícil decir dónde está el límite en el que se
puede dejar de acumular riquezas y obtener beneficios de su em­
pleo» (Sraffa y Dobb, 1951, vol. 4, pág. 179). Es decir, Ricardo
apoyo, e incluso inspiró, la reducción de los derechos sobre la im­
portación de cereales, aunque no llegó a creer que deberían ser
abolidos. Otros fueron más lejos.
Sin embargo, en la campaña para rechazar las Leyes sobre Ce­
reales, los más radicales estaban «lejos de aspirar al ideal cobde-
nita de un cosmopolitismo pacifista y estaban dispuestos a utilizar
palabras fuertes y actuar con energía cuando se trataba de la ex­
pansión del comercio británico» (Semmell, 1970, pág. 151) L Este
es el primer gran argumento de Semmell en defensa del concepto

^ Aquí utilizamos el libro de Semmell para defender la causa del impe­


rialismo librecambista, pero hay que advertir, como él mismo hace, que el
origen de esta expresión se remonta a Gallagher y Robinson (1963,’ págs. 1-
15), y que más tarde fue desarrollado por Winch (1965). El origen de este
concepto se remonta aún más lejos, a Knapp (1956-7), y a Durbin y Knauo
(1949). r Pv
TABLA 3 .— 'Dirección y composición del comercio exterior de Gran 'Bretaña, 1710-1914.

Mercancías mo­ mo­ 1770- 1800- 1830 1860- 1880- 1900-


y dirección mo mo 1790- 1820- 1830- 1870- 1890 1914

valor medio anual


5,5 10 12 40 70 220 250 380
exportaciones
3 4 5 10 12 55 65 90
te-exportaciones
7 8 15 50 90 260 420 560
importaciones netas
7 8 10 14 16 20 19 20
exportaciones en % del PNB

mercancías en % de las exportaciones


72 45 40 12 10 13 9 6.5
textiles de lana
0 2 12 50 40 34 28 27
textiles de algodón
3 5 9 3 10 12 12 11,5
hierro y acero f*
2 2 4 1, 3 10
carbón
23 46 35 33 37 36 44 45
otros

dirección de las exportaciones incl. las re-exportaciones (% )


46 34 25 25 23 22 20 19
Norte de Europa
35 44 25 13 17 16 16 16
Sur de Europa
7 10 25 30 20 17 16 12
América del Norte
8 8 13 20 18 11 11 10
Resto de América
2 2 10 10 15 20 22 22
Asia
2 2 2 2 4 6 6 10
Africa
0 0 0 0 3 8 9 11

A ic L u d u <fc bs exportacñnes exd. bs re-exportaciones


Imperio
Dominios — — 5 6 12 14 16 17
India — — 8 8 10 11 12 11
otras colonias — — 12 16 8 7 6 7
total 7 20 25 30 30 32 34 35

participación en las exportaciones textiles (% )


India — — — 10 15 20 20 25
resto del Imperio — — — 14 8 11 16 19

participación en las exportaciones de hierro y acero (% )


India — ____ ____ 14 5 7,5 9 16,5
resto del Imperio — — — 16 15 20 26 34

Hierro y acero incluye raíles, cuchillería y otras herramientas.


Los Dominios son Canadá, Australia, Nueva Zelanda y Africa del Sur antes y después de adquirir el status de Do­
minio.
En toda la tabla se excluye el comercio con Irlanda, pero representaba el 10 por 100 de las exportaciones de Gran
Bretaña hasta 1804.

Fuente: Mitchell y Deane (1962).


108 La teoría económica del imperialismo

de «imperialismo librecambista»; trataremos su segundo argumento


en el capítulo siguiente. Semmell bace la interesante observación
de que Joseph Hume, librecambista-radical, que defendió con ardor
la Guerra del Opio en China en 1840 y la Guerra del Punjab en
1849, había estado al servicio de las fuerzas de la Compañía de las
Indias Orientales en las Guerras de Mahratha, de donde se retiró
en 1808 con una fortuna de 40.000 libras. Esto se puede considerar
una prueba de la tesis de Schumpeter sobre las reminiscencias
precapitalistas en una era de desarrollo del capitalismo, pero en
todos los demás sitios, aristócratas como lord Raglan, en la recluta
para Crimea, excluyeron de los puestos de mando del ejército a
los oficiales «indios»; aquellos que habían servido en la Compañía
Británica de las Indias Orientales (Hibbert, 1961). Su origen era
a menudo las oficinas de la Compañía (Woodruff, 1953, pág. 89).
¿Cuándo empezó Inglaterra a insistir en el libre comercio y en
el fin de los monopolios coloniales? La respuesta por lo general
consiste en apuntar hacia la Escuela de Empresarios de Manches-
ter. En efecto, fue Josiah Tucker, deán de Gloucester, en 1783,
y no Disraeli ni Cobden, quien por primera vez se refirió a las co­
lonias calificándolas de «piedra de molino atada al cuello de este
país para hundirle» (Semmell, 1970, pág. 8). Entonces se refería a
Norteamérica, y en este sentido utilizaron la frase los cobdenitas
de la Escuela de Manchester (y también Disraeli). Deseaban, en
efecto, librarse de los asentamientos ingleses en Norteamérica (y
Oceanía), que suponían una defensa y un abástecimiento de capital
tan costosos. Sin embargo, nadie propuso que se retiraran las fuer­
zas inglesas de la India, pues allí las fuerzas estaban financiadas
por el pueblo indio y garantizaban importantes mercados y fuentes
de materias primas para Gran Bretaña. La visión más clara de una
Inglaterra librecambista como Taller del Mundo, sin necesidad de
un Gobierno colonial, se le presentó a un miembro liberal del Par­
lamento durante los debates sobre la Ley de los Cereales en la Cá­
mara de los Comunes en 1846. Semmell aporta una cita en la
que este caballero califica el librecambio de «principio beneficioso
por medio del cual las naciones extranjeras se convertirían en va­
liosas colonias para nosotros, sin que nos impongan la responsabi­
lidad de gobernarlas» (Semmell, 1970, pág. 155).
Sin embargo, no parece haber duda sobre la idea que tenían
los primeros capitalistas británicos de cómo debía el Gobierno es­
tablecer y mantener el librecambio. La Cámara de Comercio de
5. La división mundial del trabajo 109

Manchester presionó sobre Canning para que éste reconociera las


nuevas Repúblicas de América Latina en 1824 y para que firmase
acuerdos de librecambio con ellas. En el Tratado de Nanking de
1842, que abrió los puertos de la China al comercio extranjero, y
que puso a Hong-Kong bajo el gobierno británico, la City de Lon­
dres se había unido a la Cámara para apoyar a Palmerston. Semmell
cita otros muchos ejemplos (capítulos 6 y 7), y antes que él ya
Gallagher y Robinson (1963) habían aclamado a la Escuela de
Manchester como promotora del «imperio informal» de Inglaterra,
si es que no de su imperio formal. Nadie expresó mejor las pre­
siones que se escondían tras la campaña contra las Leyes de Ce­
reales que el primer ministro, sir Robert Peel, fabricante de Lan-
cashire él mismo, al propugnar su rechazo;

Durante la guerra controlábamos el abastecimiento de las naciones. Ahora


Inglaterra empieza a hallar obstáculos. Sin embargo, se puede asegurar la
continuación del dominio manufacturero y comercial de Inglaterra por me­
dio de alimentos abundantes y baratos, lo cual fomentaría el aumento del
capital inglés por cuyo medio podemos conservar la preeminencia que po­
seemos desde hace tanto tiempo (Semmell, 1970, pág. 150).

Era la idea de una «asociación comercial cosmopolita», pero «su­


jeta a nuestro poder controlador», como expresara tan graciosa­
mente el periódico Economist en su tiempo (Semmell, 1970, pá­
gina 150).
Los liberales clásicos están aquí en su momento de gloria; pero
los hechos, primero el papel de las exportaciones en la economía
y la dirección de estas exportaciones, y segundo, la actuación enca­
minada a establecer un tipo especial de libre cambio, que manten­
dría a Inglaterra en su puesto de taller del mundo gracias a haber
comenzado antes que los demás países, hablan en contra de su li­
beralismo. Como admitió Alfred Marshall, y Robinson nos ha
recordado esta confesión de un economista neoclásico, «sólo aque­
llos que obtienen un beneficio de él» creen en el librecambio (Ro­
binson, 1966¿, pág. 24; 1962, págs. 65-6).
No queremos decir con ello que hubiera un divorcio entre la
práctica política y la teoría económica, como esperara Schumpeter
de la supervivencia en Gran Bretaña de la clase militar feudal en
los puestos de poder político. Había, en efecto, tal supervivencia,
pero se obedecían los preceptos de Adam Smith. De hecho, mucho
antes de que se derogaran las Leyes de Cereales, la política comer­
lio La teoría económica del imperialismo

cial exterior de Pitt con los Estados Unidos, Francia e Irlanda


(aunque su Proyecto de Ley sobre Irlanda fuese rechazado) fue
todo lo liberal que hubiera podido desear Smith. Estaba dirigida
en realidad por seguidores de Smith (Semmell, 1970, págs. 30-40).
Se redujeron los aranceles y se modificaron las Leyes de Navegación.
Hacia 1820, Huskisson había modificado la mayoría de las restric­
ciones que operaban sobre el comercio con las colonias y sobre las
importaciones de manufacturas e incluso había introducido una es­
cala móvil de derechos arancelarios sobre las importaciones de ce­
reales. Los monopolios habían desaparecido, incluso el de la gran
Compañía de las Indias Orientales, primero en la India y luego en
China. El libre comercio mantuvo la división del trabajo después
de haberse establecido entre los centros manufactureros y los pro­
ductores primarios; ello reforzaba continuamente el poder de los
productores con técnicas industriales más avanzadas, según los mar-
xistas. Pero ¿para qué era necesaria una flota, la ocupación de
bases navales y la expansión del Imperio durante la primera mitad
del siglo X I X ? Knowles (1928, págs. 10-15) lo denominó «el pe­
ríodo de expansión hacia el interior de los continentes» que siguió
al «Imperio de Avanzadillas» y abrió los continentes de América,
Africa, Australia y la India. La Tabla 4 muestra el grado de esta
expansión hasta 1870, precisamente durante los años de dominio
del librecambio y de intereses manufactureros ostensiblemente anti­
coloniales.
La explicación de esta presencia naval y militar en todo el mun­
do es, desde el punto de vista clásico expresado por Schumpeter,
que constituía un resto de formaciones precapitalistas, sociales y
militares en Inglaterra. Quizá los keynesianos sobreentiendan que
representa retazos de una política estatal mercantilista ad hoc y
posiblemente inconsciente en su mayor parte, con el agradable
efecto de abrir nuevos mercados a la exportación y nuevas tierras
para la colonización. Los marxistas consideran el despliegue de fuer­
za como parte necesaria de la explotación colonial, en especial la
explotación de la India cuando se abrió este vasto continente al
saqueo por parte de los ingleses durante el siglo xix De hecho,

® El primer informe de la Comisión del Hambre en la India se hizo en


1878, cuando, al dedicar más tierra a la producción de materias primas para
la exportación y al exportar más alimentos, el hambre comenzó a aumentar de
modo continuo. Véase Dutt (1947, págs. 105-6).
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112 La teoría económica del imperialismo

la Marina y el Ejército decayeron por falta de atención del Par­


lamento, pero las lecciones de Crimea y del motín en la India hacia
la misma época no cayeron en saco roto, y el ejército de la India,
financiado en la India, nunca tuvo que sufrir las economías del
Parlamento (Woodward, 1938, págs. 259-61) ni el dominio de la
aristocracia. La opinión contemporánea a mediados del siglo xix
estaba muy dividida acerca de las ventajas de un imperio, con lo
cual, como hemos visto, se refería a las colonias que querían ser
independientes (Bodelsen, 1960, cap. 1). Quien con más fuerza
insistía en retener la dependencia era el radical Charles Dilke, es­
trechamente unido a la industria por medio de su amigo Joseph
Chamberlain. «Si abandonamos India o Ceilán se quedarán sin
clientes — escribía— , pues al caer en la anarquía dejarían automá­
ticamente de exportarnos sus bienes y consumir nuestras manufac­
turas» (Bodelsen, 1960, pág. 67).
Para decidirnos entre el punto de vista keynesiano y el mar-
xista debemos decidir entre la importancia relativa de los países
autárquicos de colonización europea y la de las colonias, sobre
todo la India, entre la importancia relativa de ampliar los mercados
de exportaciones y la de obtener materias primas e importaciones
de alimentos a bajo precio. En esta diferenciación, un marxista
por lo menos, Rosa Luxemburg, se pasa al bando de los keynesia-
nos (Luxemburg, 1951, pág. 28). La explicación que da de la
expansión capitalista se basa en el supuesto fracaso de la realiza­
ción en una reproducción capitalista amplia (pág. 352). El énfasis
que pone sobre los mercados de exportación de bienes suena muy
mercantilista, pero en el cuadro que Luxemburg traza del capita­
lismo asimilando las organizaciones sociales no-capitalistas se incluye
tanto la captura de mercados como la extracción de materias pri­
mas y la explotación de nuevas fuentes de trabajo (pág. 366).
El aumento de las exportaciones inglesas fue aún más sorpren­
dente a mediados del siglo xix que a comienzos (véase Tabla 3).
No tuvo como consecuencia un superávit de exportaciones en la
cuenta del comercio exterior, como esperarían los mercantilistas,
sino que, al contrario, el comercio fue quizá más que nunca un
«motor para el crecimiento» (Nurkse, 1961, pág. 284). Es un he­
cho cierto que en el período de industrialización más rápida de
todo país capitalista las exportaciones aumentan como parte del
producto nacional (Kindleberger, 1958, cap. 14). A veces se con­
sidera a los Estados Unidos la excepción de la regla, pero de hecho
5. La división mundial del trabajo 113

las exportaciones aumentaron de un 6-7 por 100 de la producción


total privada en la década de 1840 y 1850 en los Estados Unidos
a más del 10 por 100 en la década de 1870, y aunque volvieron a
bajar al 8 por 100 hacia 1880, hacia 1900 volvían a estar más
cerca del 10 por 100 (Departamento de Comercio de los Estados
Unidos, 1952, págs. 14, 243-5). Todo esto parece apoyar fuerte­
mente un punto de vista mercantilista, como el que defenderían
los keynesianos.
Gran Bretaña es el ejemplo típico de un crecimiento dirigido
por las exportaciones en el siglo xix, pero Kindleberger (1958,
páginas 245-6) cita también a Japón, Suecia y Dinamarca después
de 1880, y a Suiza, Holanda y Canadá, entre 1900 y 1913. Ade­
más, el comercio mundial creció a un ritmo dos veces más rápido
que la producción industrial entre 1840 y 1870 y más rápidamente
entre 1880 y 1913, lo que ha impulsado a cierto economista a
calificar al comercio de «criada del crecimiento» (Kravis, 1970).
Durante las recesiones de la década de 1870 y 1930, por contraste,
el comercio creció a un ritmo más bajo que la producción. Muchos
países disfrutaron de un aumento de su comercio sin que tuviera
lugar la industrialización — India es el ejemplo más claro— , pero
la expansión de las exportaciones puede ser una condición necesa­
ria para la industrialización, sin ser condición suficiente. La dis­
cusión que surgió a raíz de que Nurkse propusiera la teoría de
que el comercio era el «motor del crecimiento» se refería a la de­
manda que hacen los países ya industrializados de las exportacio­
nes de los países subdesarrollados. Nurkse afirmaba que esto había
sido así durante el siglo xix y que a ello se debía el crecimiento
económico de los Estados Unidos, Canadá y Australia, pero que
hoy en día ya no era casi cierto y que ya no se puede confiar en
que sirva de motor para el crecimiento de los países actualmente
en subdesarrollo. Esto refuerza el argumento de tipo keynesiano
que dice que el crecimiento de los primeros países industrializados,
al menos durante un tiempo, sólo fue posible porque se aseguraron
los mercados del resto del mundo. Los marxistas estarían de acuer­
do con esto, pero insistirían en que era igualmente importante que
el resto del mundo se convirtiera en productores de materias pri­
mas a bajo precio.
Otra prueba de la importancia de las exportaciones para la in­
dustrialización capitalista es que, en contraste, la Unión Soviética
y la China se embarcaron en la industrialización sin ampliar en
114 La teoría económica del imperialismo

absoluto el lugar del comercio exterior en sus economías (Baykov,


1946). Incluso la industrialización de los países de Europa Oriental
ha necesitado sólo un aumento moderado. En estos países, y con­
trariamente a la experiencia capitalista, la producción industrial ha
aumentado a un ritmo firme más rápido que las exportaciones
(véase Tabla 5). En todos estos países se ha logrado la industria­
lización con la acumulación de capital estatal, no de capital privado.
Al parecer, ninguna otra forma de acumulación de capital ha lo­
grado la industrialización aparte de la acumulación de capital es­
tatal o la acumulación de capital privado más el aumento de las
exportaciones.
El hecho de que las exportaciones aumentaran más rápidamente
que la producción de manufacturas en los países capitalistas en la
década 1950-1960, tras los años de estancamiento entre las dos
guerras, y durante el anterior período de rápido crecimiento a prin­
cipios del siglo, después del estancamiento, al menos en Gran Bre­
taña, de las décadas de los 70 y los 80 del siglo xix, indica realmente
que existe una conexión entre el crecimiento económico y la expan­
sión del comercio exterior. Las nuevas formas de mercantilismo de
hoy llevan en sí el antiguo deseo de conseguir un excedente de ex­
portaciones, y sobre todo en el caso de las economías de crecimiento
más rápido, Alemania Occidental y Japón. Robinson define el nuevo
mercantilismo como una situación en donde

... el mercado total no crece a un ritmo suficientemente rápido como para


hacer sitio para todos, y donde cada Gobierno considera que es una meta
digna y recomendable aumentar su participación en la actividad mundial en
beneficio de su propio pueblo ... donde todos están ansiosos de vender y rece­
losos de comprar. Todas las naciones quieren tener un excedente en su ba­
lanza de comercio. En este juego la puntuación total es cero. Unos pueden
ganar a costa de que otros pierdan. La bella armonía del modelo de libre­
cambio hay que ir a buscarla muy lejos (1966¿, pág. 10).

Los mercados comunes, continúa, sirven para combinar el poder


de un grupo de naciones en competencia con el resto del mundo.
El proceso es acumulativo. «Las inversiones en un país poderoso
crean el progreso tecnológico, que a su vez mejora su puesto en
la competencia y refuerza aún más su balanza de comercio, mien­
tras que los países pobres se deslizan hacia el estancamiento» (pá­
gina 17).
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116 La teoría económica del imperialismo

Entre los mismos países industriales desarrollados, este proceso


ha conducido a profundos antagonismos e incluso a la guerra; en­
tre los países desarrollados y el resto del mundo conduce a la
polarización del desarrollo y del subdesarrollo. Keynes comentó lo
siguiente acerca del antiguo sistema mercantilista:

Nunca en la historia se ideó un método más eficaz para enfrentar antagó­


nicamente las ventajas de un país con las de su vecino que el patrón oro inter­
nacional (o la plata antiguamente). Pues hizo que la prosperidad doméstica
fuera dependiente de la lucha competitiva de mercados y de un apetito com­
petitivo por los metales preciosos (1960, pág. 349).

Robinson demuestra además que las inversiones en las colonias


proporcionaron al mundo subdesarrollado fuera de los países des­
arrollados una o dos mercancías para la exportación, y como esto
les situó en una posición negociadora débil, los precios de estos
productos se mantuvieron bajos, mientras que los precios indus­
triales subieron. El punto de vista keynesiano sostiene tercamente
que es una situación de desigualdad acumulativa. Pero difiere to­
talmente de la visión marxista de la incorporación capitalista y re­
tención de áreas cada vez más grandes de la economía mundial,
aunque Robinson se aproxima mucho a esta idea al considerar que
la ayuda económica está «dirigida a perpetuar el sistema que hace
que la ayuda sea necesaria» (1966¿, pág. 25). En efecto, se conce­
den grandes ayudas en forma de créditos para la exportación
(OCDE, 1970tí, págs. 176-7). Así, durante la década de 1960, la
cuarta parte de las exportaciones de manufacturas de Estados Uni­
dos, de las cuales el 25 por 100 eran productos de hierro y acero,
y casi una tercera parte de las exportaciones agrícolas, estuvieron
financiadas por ayudas (Magdoff, 1970, págs. 131-2). En America
Latina, «según el Departamento de Estado ... los Estados Unidos
han logrado proteger su participación (en el comercio de los países
industriales) e incluso aumentarla a costa de los otros países indus­
triales» (Magdoff, 1970, pág. 135). Pero al insistir demasiado en
este punto sólo se ven las rivalidades dentro del imperialismo y se
pierde de vista la fuente del imperialismo. Otro informe del De­
partamento de Estado de los Estados Unidos, citado en el mismo
libro, plantea concretamente la cuestión:

Así, pues, se utiliza nuestra influencia siempre que es posible y de un


modo persistente, a través de nuestras embajadas día a día, en nuestra discusión
5 . La división mundial del trabajo 117

sobre las ayudas y en negociaciones de ayuda directa, pata subrayar la impor­


tancia de la inversión privada (Magdoff, 1970, pág. 728).

Robinson ve un fallo en el proceso. «Siempre habrá un giro


deflacionista en todo sistema financiero en el que cada país quiere
ganar reservas monetarias que el duele mucho perder» (Robinson,
1966¿, pág. 15). Hoy en día, los Gobiernos, por lo menos los de
los grandes países desarrollados, pueden adoptar medidas para evi­
tar que la deflación vaya demasiado lejos; pero ¿cómo se logró la
expansión con las políticas mercantilistas de principios del si­
glo X I X ? John Knapp cree que fue la amplia perspectiva de las po­
líticas mercantilistas lo que creó alicientes para invertir: política
de salarios, aceleración del progreso técnico, gastos militares en
guerras comerciales, apertura de nuevas tierras para colonos eu­
ropeos, asi como regulación de la balanza de comercio para obte­
ner un excedente y la importación de oro (Knapp, 1956-7). La im­
portación de oro fue antetiof a los años de auge de la revolución
industrial inglesa y de la apertura de nuevos territorios, sobre todo
pasada la primera mitad del siglo; pero los gastos militares eran
un fuerte aliciente para la inversión, y con el fin de las guerras
napoleónicas aparecieron políticas deflacionistas. «Con una concep­
ción estática de los recursos económicos totales del mundo, las
guerras comerciales eran inevitables» La esencia de este argu­
mento es que sólo las políticas mercantilistas acertadas conducen
a la expansión económica, y aun así dentro de unos límites estre­
chos, por lo general. Gran Bretaña fue extraordinariamente afor­
tunada.
El excedente de las exportaciones fueron el medio tanto de
aumentar las inversiones extranjeras como de inducir indirectamente
inversiones domésticas por medio de unos tipos de interés más
bajos (Keynes, 1960, pág. 336). Los mercantilistas temían las mer­
cancías y creían que una nación que no tuviera un stock suficiente
de dinero había de vender barato y comprar caro. De hecho, du­
rante la revolución industrial en Inglaterra no hubo un excedente
de exportaciones. Si hubieran persistido estas ideas mercantilistas
no parece probable que hubiera tenido lugar el crecimiento del ca­
pitalismo en Gran Bretaña y en todo el mundo. La importación de
oro fue un estímulo decisivo para el crecimiento económico de In-

® Keynes, citando a Heckscher (1960, pág. 348).


118 La teoría económica del imperialismo

glaterra, pero había que destruir el viejo colonialismo para implan­


tar el nuevo; y esto suponía exportar e importar a bajos precios.
Otros Estados siguieron también políticas mercantilistas en el si­
glo X V II I, pero la industrialización sólo tuvo lugar en Gran Bre­
taña. Los marxistas responderían que la diferencia era que en Gran
Bretaña surgió una clase capitalista-industrial.
Esta clase capitalista-industrial, precisamente por su relación
con su tecnología, tenía que proponerse vender y comprar barato;
y, en contraposición a los mercantilistas, veía los recursos econó­
micos del mundo dinámicamente. Esta es la diferencia esencial en­
tre el viejo y el nuevo colonialismo, entre los capitalistas mercan­
tiles y los industriales. El mismo Keynes observó que en España
había una abundancia excesiva de metales preciosos, excesiva, se­
gún su definición, en relación con la unidad de salario (1960, pá­
gina 337). Pero esto sólo es una parte de la historia; la otra parte
es que Gran Bretaña tenía una nueva clase capitalista con una
nueva tecnología capaz de reducir los costes salariales por unidad
de output, y España, no. Los keynesianos consideran que la política
estatal es un elemento decisivo de la expansión capitalista, o de su
decadencia, cuando se practica abiertamente una política mercanti-
lista o una política económica liberal. En sí esto no se halla, ne­
cesariamente, en desacuerdo con el viejo concepto marxista del
Estado. Desde el punto de vista marxista, el Estado no es un ár­
bitro neutral entre los diferentes grupos de intereses, sino el agente
del grupo más poderoso; y esto es lo que comenzaban a ser los
capitalistas industriales en el primer cuarto del siglo xix. Las fun­
ciones del Estado no deben ser sólo represivas e ideológicas, sino
también conformativas, es decir, que modelan (o intentan modelar)
lo que de otro modo' serían intereses conflictivos Parte de la ar­
gumentación keynesiana es que a mediados del siglo xix la inter­
vención del Estado en Inglaterra en su sentido conformativo, al
menos en lo que respecta a los asuntos de Ultramar, era mucho
más extensa de lo que admitirían los liberales clásicos o incluso
Marx (Knapp, 1973). En sus escritos periodísticos, Marx era cons­
ciente de esta intervención, pero en su obra teórica evidentemente
deseaba descubrir cuáles eran las tendencias del capitalismo dentro
de un sistema autorregulador. Los marxistas considerarían ahora

'' Para un desarrollo extenso de esta definición, véase Barratt Brown


1972¿, cap. 3)
5 . La división mundial del trabajo 119

el Estado del siglo xix como un agente sumamente activo en los


asuntos económicos, al servicio de la clase capitalista industrial
(Murray, 1971a).
Según la opinión marxista, Keynes se equivoca al insistir en
que las políticas mercantilistas regulan y controlan la balanza de
comercio; en primer lugar, no valora suficientemente la nueva tec­
nología y la nueva clase de capitalistas industriales que colabora­
ban en un nuevo tipo de acumulación de capital®; en segundo lu­
gar, el desarrollo de una producción primaria en Ultramar es, para
los ultrakeynesianos, un problema de relaciones de poder entre na­
ciones y una condición geopolítica especial de la colonización eu­
ropea de territorios vacíos, más que de la incorporación capitalista
de los productores primarios de Ultramar, incluidas las economías de
plantación, dentro de una división especial del trabajo; y en ter­
cer lugar, Keynes atribuye la ausencia de desarrollo en otros países
como India o China a la preferencia de los indios por el ahorro y
no a que el capitalismo los transformara y subdesarrollara En el
capítulo anterior vimos que las colonias de plantaciones fueron un
elemento esencial para el desarrollo capitalista, y esto ni puede re­
montarse a la era precapitalista ni incluirse en anteriores impor­
taciones de oro ni en la posterior apertura de territorios vacíos
para la colonización europea. La incorporación de la India y gran­
des zonas de Sudamérica, y más tarde de Africa, a la economía
capitalista sobre una base similar a las colonias de plantaciones no
halla una explicación en la función reguladora que Keynes atribuye
al Estado mercantilista, ya que se supone que sólo opera sobre la
balanza de comercio. Las Leyes de Cereales y de Navegación no
fueron derogadas hasta 1845 y 1849, y mientras tanto subsistieron
las preferencias coloniales, pero la base del monopolio colonial era
la esclavitud (Clapham, 1930, pág. 398).
Un elemento esencial de las teorías estrictamente políticas so­
bre el imperialismo es considerar la expansión capitalista en tér­
minos de rivalidades entre los Estados, ignorando que estas riva­
lidades eran fundamentalmente en torno a la forzosidad de una
acumulación competitiva de capital (Fieldhouse, 1973, págs. 3-9).

^ Los seguidores contemporáneos de Keynes estarían de acuerdo con los


marxistas sobre este punto.
® Los seguidores contemporáneos de Keynes están de acuerdo en no insistir
en el atesoramiento, pero en lo demás no parecen tener una visión clara, uni­
taria y sistemática del subdesarroUo.
120 La teoría económica del imperialismo

Incluso Knapp, un «ultrakeynesiano», que define el mercantilismo


como «el sistema de regulación nacionalista de las economías, di­
rigido a fomentar el poder económico, político y militar de un
Estado determinado en competencia con sus rivales» (1973, pági­
na 19), evita insistir en esta forzosidad. Consecuentemente, en un
esquema en el que presenta su visión de la historia económica, re­
sume la condición de los países subdesarrollados desde el siglo xv
como de «estancamiento debido a su situación periférica en rela­
ción con el actual desarrollo capitalista» (1973, pág. 21), en vez
de darse cuenta de que el aumento de prosperidad que hubiera te­
nido lugar en los países actualmente subdesarrollados abortó por
el impacto del mundo hoy desarrollado sobre ellos. Los capitalistas
de Gran Bretaña, y más tarde los de otros países, demostraron cla­
ramente lo que querían del resto del mundo. Así, el presidente de
la Cámara de Comercio de Manchester declaró como testigo en
una encuesta parlamentaria en 1840:

En la India hay una inmensa extensión de terreno, y su población consu­


miría una parte enorme de las manufacturas inglesas. Ahora se trata de saber,
en relación con nuestro comercio con la India, si nos pueden pagar con los
productos de su suelo las manufacturas que estamos dispuestos a enviarles
(Dutt, 1947, pág. 105).

Knowles resumió los resultados; «L a colonización de los continen­


tes dependía en realidad del mercado que se pudiera obtener para
los bienes que se pudieran producir en lío s...» (1928, pág. 13), y
en relación con la India concluía:

La importancia que para Inglaterra tuvo la India durante la primera mitad


del siglo X I X residía en el hecho de que la India le suministraba algunas
de las materias primas —cueros, aceite, tintes, yute y algodón— esenciales
para la revolución industrial en Inglaterra, y al mismo tiempo proporcionaba
un mercado cada vez mayor para las manufacturás inglesas de hierro y al­
godón (1928, pág. 305).

La transformación de la India de un país manufacturero en «la fin­


ca agrícola de Inglaterra», como la calificara otro testigo de la
encuesta parlamentaria de 1840, está considerada por los autores
marxistas como el origen del subdesarrollo de la India (Dutt, 1947,
página 104).
Sin embargo, para el propio Keynes la razón es otra;
5. La división mundial del trabajo 121

En todo momento, la historia de la India ha sido el ejemplo de un país


empobrecido por una preferencia de liquidez que llegó a ser una pasión tan
fuerte, que el aflujo enorme y crónico de metales preciosos no ha bastado
para hacer disminuir el tipo de interés a un nivel que fuera compatible con el
crecimiento de la riqueza real (Keynes, 1960, pág. 336).

Contrariamente a los esquemas de los «ultrakeynesianos», la rique­


za per capita de los países actualmente subdesarrollados, no sólo
India, sino también China, América Latina y Africa, fue mayor que
la de Europa hasta el siglo xvii y disminuyó pari passu a medida
que la riqueza fue aumentando en la Europa capitalista Los dos
hechos están relacionados, según los marxistas. Los países subdes­
arrollados no sólo están sin desarrollar, sino que se encuentran en
una situación especial de subdesarrollo. Se cerraron las salidas, en
palabras «ultrakeynesianas» (Knapp, 1973), a la exportación de
productos acabados y se abrieron para los productos primarios; y
la estructura de la producción colonial camlaió de la agricultura y
artesanado de pueblos independientes a plantaciones de mano de
obra esclava y contratada, pero no sólo en la India, sino también
en América Latina y en Africa.
Un marxista moderno, como Robin Murray, cree que hoy y a
lo largo de todo el desarrollo del capitalismo el Estado proporciona
una serie mucho más amplia de servicios al capital industrial de lo
que admite la visión de Keynes sobre el impacto de las regulacio­
nes mercantilistas (por no hablar de la teoría neoclásica), y uno
de ellos es precisamente proveer los inputs que acabamos de con­
siderar: mano de obra, capital, tie^^ra, tecnología e infraestructura
(Murray, 1971a, pags. 15-8), todos los cuales tienen la misma
importancia que la garantía de los derechos de propiedad y las
medidas de liberalizacion económica que destacan los economistas
neoclásicos.
No existe un acuerdo general entre los economistas sobre las
causas del crecimiento económico, y en particular sobre el rápido
y continuo crecimiento que crea una revolución industrial. En la
teoría clásica, los salarios reales pueden siempre absorber la nueva
capacidad productiva, que depende exclusivamente de la oferta

Los datos sobre la India están resumidos en Barran Brown (1970a, pági­
nas 28-31); para América Latina en Frank (1969a, págs. 29-33); para Africa en
Davidson (1969, págs. 211-217). El mapa de Knapp (1973, pág. 21) indica
que en el siglo xvi estaban todos al mismo nivel.
122 La teoría económica del imperialismo

(Marshall, 1920, pág. 372). Desde el punto de vista neokeynesiano,


las inversiones deben bastar para generar una demanda capaz de
absorber la nueva capacidad productiva (Harrod, 1939), y es más
importante que la regulación de la demanda efectiva, tanto en las
relaciones internas como en las externas, como subrayara Keynes.
Los marxistas tendrán particular interés en ver hasta qué punto la
incipiente teoría ultrakeynesiana, una vez que esté más articulada,
respaldará el énfasis marxista sobre la oferta y la tecnología. Según
los marxistas, las inversiones dependen de la tasa vigente de acu­
mulación entre los capitalistas competitivos, que los avances tec­
nológicos hacen posible, sujeta a crisis periódicas de realización,
debido a su crecimiento desproporcionado. Si aplicamos estas teo­
rías al crecimiento industrial en el período de una revolución in­
dustrial el problema a dilucidar es cómo reinvertir una parte sufi­
ciente de la producción normal de una economía sin que a la larga
(dejando a un lado las crisis cíclicas) la economía se encuentre en
una situación de exceso de capacidad productiva, en relación con
su capacidad de consumo, mientras los productores mantienen pre­
cios ventajosos. Aquí es donde el excedente de exportaciones que
obtuvieran las políticas mercantilistas en el pasado, y recientemente
también Alemania Federal y Japón, resuelve el problema, al menos
para un país o para un grupo de países a costa de los demás. Según
los marxistas, existen otros modos por los que el comercio exterior
resuelve el problema de los «embotellamientos del desarrollo a lar­
go plazo», como los ha llamado Kalecki (1971). Los marxistas afir­
man que uno de los grandes métodos consiste en abaratar las im­
portaciones y aumentar las exportaciones.
Aunque la reducción del precio de las importaciones ha plan­
teado una y otra vez problemas a los exportadores ingleses como
resultado del empobrecimiento de los mercados de Ultramar, ha
sido al parecer un elemento fundamental del crecimiento económico
de Inglaterra. La mano de obra barata en el país y en Ultramar
fue el rasgo predominante del período de la revolución industrial.
Y cuando los keynesianos preguntan quién proporcionaba un mer­
cado para el excedente de producción, antes de que se desarrolla­
ran económicamente los territorios vacíos, los marxistas responden
a base de una economía dual. Todos los países que han vivido un
proceso capitalista de desarrollo han atravesado al parecer una eta­
pa de economía dual. Esta consiste, por una parte, en unos secto­
res y áreas de alta productividad con altos beneficios (tasas de be­
5. La división mundial del trabajo 123

neficio) y unos altos salarios que proporcionan mayores mercados,


y por otra en unos sectores y áreas de baja productividad con bajos
salarios y bajos beneficios (tasas de beneficio) que proporcionan
una masa de excedente (beneficio). Las dos partes están aisladas
entre sí por limitaciones de la movilidad de la mano de obra con­
sistentes en esclavitud, contratación y otras restricciones artificiales,
incluida la limitación de las oportunidades de educación. La novela
de Disraeli Sybil, Las dos naciones, escrita hacia 1830, revela mu­
chas de estas restricciones.
No es necesario que crezcan todos los mercados para que se
cumpla la ley de Say, pero sí algunos, es decir, aquellos que sumi­
nistran los productos de las principales inversiones de capital nuevo.
Estas han variado a través de la historia del capitalismo: primero,
los productos de las plantaciones de esclavos; luego, los de la in­
dustria textil del algodón; luego, los del ferrocarril, hierro y acero,
los de la maquinaria eléctrica y el automóvil, y hoy día los de to­
dos los productos de las gigantescas compañías transnacionales. Otros
mercados pueden sufrir una depresión y decaer, pero sus produc­
tores tienen que seguir proporcionando un excedente de capital
para el sector avanzado, a menos que intervenga el Estado impo­
niendo tributos a los ricos para ayudar a dicho sector. El peligro
que representa una economía dual para la expansión continuada es
la polarización acumulativa de riqueza y pobreza; y éste es un
problema que preocupa tanto a keynesianos como a marxistas (véase
Knapp, 1969). Aquí radican las causas, según los marxistas, de las
crisis cíclicas y del estancamiento a largo plazo, hasta que el proce­
so tecnológico, ofreciendo la promesa de nuevos niveles de pro­
ductividad, reaviva los alicientes para invertir. Keynes no construyó
ninguna teoría sobre la inducción a largo plazo a la inversión, y la
obra de sus sucesores sobre este punto está aún en sus comienzos.
Una breve ojeada a las pruebas disponibles para el período de
la revolución industrial en Inglaterra proporciona algún material,
al parecer importante, para toda comprobación sistemática de las
posturas rivales que se pueden adoptar. En el capítulo anterior ya
anotamos el aumento de las importaciones en aquel período: pri­
mero, el aumento de las importaciones de artículos de lujo durante
los veinte años precedentes a las guerras napoleónicas; luego, al
finalizar las guerras, el aumento de las importaciones de algodón
bruto y otras materias primas; y junto al aumento del volumen hay
pruebas también de reducción de precios, a pesar de que se siguie­
124 La teoría económica del imperialismo

ron obteniendo beneficios monopolísticos en la mayor parte del co­


mercio: un promedio de casi el 25 por 100 hasta la abolición de
los monopolios en la década de 1840. Ahora bien: en la Tabla 6
se puede ver que la relación real de intercambio bruta de Ingla­
terra disminuyó regularmente entre 1750 y 1800 cuando el volu­
men de las importaciones aumentó a un ritmo más rápido y cons­
tante que el volumen de las exportaciones.
En cambio, tras las guerras napoleónicas, los volúmenes de las
exportaciones del comercio inglés aumentaron con mayor rapidez
que los de las importaciones, y los precios de las exportaciones dis­
minuyeron más rápidamente que los precios de las importaciones,
de modo que las relaciones reales de intercambio fueron desfavo­
rables a Inglaterra en el período comprendido entre 1800 y 1850.
Esto no parece resultado de una política mercantilista típica; ni
tampoco el déficit crónico, y creciente, de la balanza de comercio.
Los déficit fueron cubiertos con renta procedente de invisibles;
pero hasta 1850 las importaciones de oro fueron reducidas y la ba­
lanza en cuenta corriente de cada año no tenía en cuenta el saldo
de crédito exterior que se iba acumulando lentamente (véase Ta­
bla 7). Los «otros servicios» que aparecen en la Tabla 4, que cu­
brieron una gran parte del déficit del comercio, consistían en «be­
neficios del comercio exterior», que Imlah estima en un 5 por 100
del valor de todas las importaciones, exportaciones y reexporta­
ciones, y de los «seguros y corretajes», estimados igualmente en
un 2,5 por 100 para la mayoría de los años. Si se le suma la im­
portancia del negocio de reexportación y que el mercado europeo
era el principal punto de destino de las exportaciones y reexporta­
ciones, surge claramente la imagen de una economía mundial dual.
En cierto sentido el negocio internacional de Inglaterra consistía en
una especie de reexportación, en refinar y procesar materias primas
importadas o simplemente en almacenarlas para subastarlas en los
mercados de mercancías de Londres, y luego volverlas a vender. El
abaratamiento de las importaciones y el de los procesos manufac­
tureros eran igualmente importantes.
A pesar de que los salarios monetarios aumentaron entre 1750
y finales de siglo, los salarios reales disminuyeron en un 30 por 100
en Londres y acabaron por alcanzar el nivel de Lancashire después
de aumentar un poco en la década de 1780. Los salarios en dinero
volvieron a aumentar durante las guerras napoleónicas, pero los
precios les llevaban la delantera, disminuyendo todavía más los sa-
5. La división mundial del trabajo 125

latios reales... Se ha discutido frecuentemente la teoría de Hobs-


bawm de que los niveles de vida del pueblo inglés empeoraron en
vez de mejorar en los años comprendidos entre 1790 y 1850 (Hobs-
bawm, 1964, págs. 64-104). En efecto, empeoraron durante diez
años hasta 1815; resulta difícil decir hasta qué punto se recobró
después cuando los salarios en dinero disminuyeron un 20 por 100
y los precios de los artículos domésticos un 40 por 100, ya que
están involucradas diversas series estadísticas (Mitchell y Deane,
1962, Tablas X II, \a y Ib, XII-2). Según Hobsbawm, la década
de 1830 presenció «desesperación, hambre y descontento», «dismi­
nución de la renta real por cabeza» e inquietud entre los hombres
de negocios por «la tasa de sus beneficios y la tasa de expansión de
sus mercados» (1968, págs. 55-6). Y, sin embargo, la produc­
ción industrial siguió aumentando en Inglaterra tras la recaída de
los años 1820, y con ella las exportaciones e importaciones; y la
disminución de los precios de las importaciones, casi tan rápida
como la de las exportaciones, debió contribuir en gran manera al
incesante crecimiento económico de Gran Bretaña. Entre 1814 y
1830 los precios de las mercancías importadas se redujeron a la
mitad; entre 1830 y 1840 volvieron a subir ligeramente, pero a
partir de 1844 bajaron mucho. Durante todo este período, los pre­
cios de los productos domésticos, después de bajar en un 50 por 100
entre 1815 y 1820, se mantuvieron relativamente estables hasta
que volvieron a bajar de golpe en 1849-50 (Mitchell y Deane, 1962,
Tabla XVI-1¿). Y este abaratamiento de las importaciones se ba­
saba en gran parte en la mano de obra de las plantaciones y en su
extensión desde las Indias Occidentales a la India y Sudamérica,
mucho antes de que se abrieran nuevas tierras vacías a la coloniza­
ción europea.
Un crecimiento económico rápido implica una alta tasa de in­
versiones, que tiene que ser a costa del consumo, o al menos del
aumento del consumo. Hobsbawm ha estimado que «hasta 1830 y
1840 la formación de capital a gran escala en Gran Bretaña no
sobrepasó el umbral del 10 por 100 ... que hoy se considera esen­
cial para la industrialización» (1968, pág. 57), y mucho menos de
lo que los «desarrolladores tardíos» han necesitado para ponerse al
nivel de Inglaterra. Sin embargo, el 7 por 100, aproximadamente,
de la renta nacional inglesa, que se invirtió en las décadas anterio­
res a 1830, hay que buscarlo casi en su totalidad en la reinversión
de los beneficios, ya que los ricos terratenientes y los monopolistas
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5. La división mundial del trabajo 127

proporcionaban un mercado, pero no invertían en la industria. Los


beneficios para la reinversión tenían que venir de los obreros indus­
triales, por lo que debemos modificar nuestro modelo de economía
dual para que tenga en cuenta los bajos salarios aun en el sector
de alta productividad. No se podían realizar las inversiones ni man­
tener el crecimiento sin la riqueza de los mercaderes y de los pro­
pietarios de plantaciones, basadas ambas en mano de obra esclava,
y sin la división artificial del trabajo establecida con las colonias
para proporcionar un mercado a las manufacturas inglesas. Los
«desarrolladores tardíos» que no poseían colonias tenían que de­
pender para la acumulación de sus propios sectores agrícola y pre­
capitalista; y esto se aplica igualmente a los países con sistemas
sociales no capitalistas que han iniciado el duro camino de la indus­
trialización. Los marxistas han tendido a eludir este problema, y el
primer marxista que explicó el significado del tema trascendental
de la «acumulación primitiva» fue asesinado por Stalin (Preobra-
zhensky, 1965, págs. 83-91). En la resolución de este problema es
donde surge y se desarrolla la idea de la economía dual: en la di­
visión artificial del trabajo dentro de y entre países, que ha sobre­
vivido con toda su carga concomitante de sufrimiento humano has­
ta nuestros días.
Capítulo 6
EXTENSION DEL CAMPO DEL, CAPITALISMO

El crecimiento económico de las distintas economías capitalistas


ha estado estrechamente asociado con la expansión de la importan­
cia del comercio exterior en la economía, y en particular con la
expansión de las exportaciones de manufacturas a cambio de pro­
ductos primarios. Cabría argumentar, de acuerdo con el modelo
liberal clásico de economía política, que se trató de un fenómeno
temporal coetáneo con el nacimiento de cada nueva economía ca­
pitalista o con la recuperación de economías destrozadas por la
guerra, como las de Alemania y Japón, pero que el desarrollo nor­
mal «puro» del capitalismo no requería una expansión territorial.
Si el principal punto de destino de las exportaciones inglesas a lo
largo de todo el siglo xix fueron las colonias, quizá se debió sola­
mente a que estas colonias ya existían y a que existían unos lazos
no económicos que les ligaban a la madre patria. Entonces, quizá
fue sólo una reminiscencia militarista lo que extendió las bases del
imperio británico. Así, las medidas expansionistas y proteccionistas
de los Estados Unidos y de Alemania al establecerse como poten­
cias capitalistas fueron consideradas por Schumpeter como tempo­
rales y que probablemente se reducirían en cuanto la posición eco­
nómica de estas potencias se estableciera con más firmeza en la econo­
mía mundial (Schumpeter, 1955, pág. 77). Indudablemente, no ha
sido así, ni mucho menos.
129
La teoría económica del imperialismo
130

En este capítulo vamos a considerar el hecho de que tanto el


comercio con las colonias como la colonización estuvieron asociados
con el nacimiento del capitalismo en Gran Bretaña, y en particu­
lar con el supuesto período de librecambio anticolonialista de media­
dos del siglo X IX . Esta es la segunda parte del desarrollo que Sem-
mell ha efectuado de la tesis del «imperialismo librecambista» de
Gran Bretaña (Semmell, 1970). Es además el punto central de la
explicación ultrakeynesiana del largo auge del siglo xix (Knapp,
1973). Un hecho sorprendente que Semmell ha puesto de relieve
es que algunos de los principales abogados del librecambm, incluida
la derogación de las Leyes de Cereales en la primera mitad del si­
glo X IX , eran también defensores de la colonización. No sólo los
nuevos liberales como Brougham, sino también muchos de los ra­
dicales apoyaron el programa presentado por Gibbon Wakefield
sobre «colonización sistemática». Por esto se les conoció como los
Reformadores Colonialistas, y no porque fueran anticoloniahstas.
Entre ellos no estaba Joseph Hume, líder de los radicales parla­
mentarios, que probablemente era quien con más derecho podía
afirmar ser uno de los supervivientes de una anterior formación so­
cial de que nos habla Schumpeter. Hume estaba movido por un
ortodoxo temor ricardiano a la «pérdida de capital» en la inversión
doméstica, que le lleva a proponer invertir en las colonias. Los de­
más — Buller, Molesworth, Grote, Rowland Hill— consideraban las
colonias como nuevos campos donde emplear capital y mano de
obra. Malthus les apoyó, y tras él conservadores como el subsecre­
tario de las Colonias con Peel, Wilmot-Horton. Según ellos, las co­
lonias, y se referían a Canadá, Australia y Nueva Zelanda, podían
proporcionar precisamente unas tierras nuevas en las que al menos
se podría posponer la aparición de los rendimientos decrecientes
en la expansión agrícola (Semmell, 1970, pág. 104). James Mili
creía saber cuál era su propósito: el Imperio era un «vasto sistema
de alivio exterior para las clases altas». Y, sin embargo. Mili y su
hijo se convirtieron al programa de Wakefield justamente como al­
ternativa al viejo sistema colonial (Semmell, 1970, pág. 109).
Para Marx el ejemplo más claro de la extensión de las relacio­
nes capitalistas de explotación era la existencia de colonias. Su des­
arrollo era el caso más claro de imposición del modo de producción
capitalista sobre el modo precapitalista. Como lo formulara Marx,
«es allí donde el régimen capitalista entra en colisión con la resis­
tencia del productor, quien, como propietario de sus propias con-
6. Extensión del campo del capitalismo 13 j

didones de trabajo, emplea esta mano de obra para enriquecerse él


y no el capitalista» (Marx, 1946, cap. 33); es allí donde se intro­
ducen la esclavitud y otras formas de trabajo forzoso, donde suben
los precios de la tierra por medio de compras del Estado y por «una
colonización sistemática», a fin de proporcionar asalariados sin tierra
para la explotación capitalista. Una forma especial de la sociedad
colonial surgió, y Marx la identificó por primera vez en Irlanda
(1946, cap. 25, sección 5,4), allí donde el capitalista y el terrate­
niente (a menudo ausentes) hacían causa común con el campesinado
independiente para explotar a la población indígena o a los traba­
jadores-siervos importados. Una de las principales explicaciones neo-
marxistas de la actuación imperialista ha sido la presión de los co­
lonizadores para extender o retener la mano de obra servil a su dis­
posición (Emmanuel, 1912a).
Desde el punto de vista neoclásico, los asentamientos de colo­
nos no son sino extensiones de la economía de mercado libre a
zonas exteriores cuando en el centro aparecen los rendimientos de­
crecientes. Quizá sea necesario la utilización de la fuerza, en primer
lugar, para extender la economía de mercado, y después el régimen
colonial, con objeto de reducir los riesgos inherentes para los co­
merciantes; pero se supone que los beneficios de la di versificación
del comercio y de la ampliación de la escala de las operaciones pro­
porciona ganancias a todos al liberalizarse el mercado (Hicks, 1969,
páginas 55-8). En la teoría marxista, si la tierra es barata, el pro­
ceso de liberalizar el mercado no basta para hacer posible ía exten­
sión de las relaciones capitalistas. La acción estatal ha de conseguir
por medios artificiales que la tierra sea más cara. La esclavitud no
es entonces una «recaída» en la formación precapitalista, sino un
elemento esencial del capitalismo en determinadas condiciones
De los keynesianos, Robinson acepta de Hill (1967) la opinión
marxista de que

Los campesinos sin tierra y sin medios y los artesanos arruinados por la
competencia de las fábricas, se vieron obligados a convertirse en asalariados
pag. 62), [pero añade que] el desarrollo del Nuevo Mundo las in­
novaciones revolucionarias en el transporte y en las manufacturas que’ se cam­
biaban contra productos agrícolas abastecieron ampliamente de alimentos. Este
es un episodio de la historia que no se volverá a repetir { 1970a).

Los keynesianos creen que la expansión extraordinariamente rápida


e la riqueza en el siglo xix se debió a un momento muy especial
^^2 La teoría económica del imperialismo

de la Historia en el que «una forma disfrazada de mercantilismo


europeo» abrió nuevos territorios (Knapp, 1949). Estas condicio­
nes especiales superaron la natural reluctancia a invertir y la prefe­
rencia de los propietarios de riquezas por la liquidez. ¿Pero eran
específicas del capitalismo industrial, como afirrnan los marxistas,
o fueron, según los keynesianos, una combinación fortuita de Ac­
tores que operaron sobre los modos inalterables del comportamien­
to humano en toda economía monetaria, en especial el deseo de los
capitalistas «de considerarse caballeros»? (Robinson, 1970^, pági­
na 67). Una breve ojeada a las personas implicadas y a las diversas
opiniones formuladas entonces sobre los comienzos de la coloniza­
ción quizá nos ayude a juzgar.
Malthus y los intereses agrícolas de los conservadores presio­
naron en favor de la colonización, pero la «colonización sistemá­
tica» no era simplemente cuestión de desarrollar nuevas tierras
para retrasar la llegada del terrible día de la superpoblación que
preveía Malthus. Se podían crear nuevas oportunidades para que el
capital emplease mano de obra de manera rentable Como comenta
Marx al final del volumen I de El capital, Wakefield estropeo
el juego. La acumulación de capital dependía de los trabajadores
expropiados (Marx, 1946, pág. 739). Los primeros colonizado­
res, entre ellos presidiarios puestos en libertad una vez cumplida
la condena (y Wakefield era un defensor inveterado de la esclavitud
«allí donde la tierra fuese barata») (Semmell, 1970, pág. 111),
tendieron a apropiarse de la tierra que quedó libre una vez des­
truida la población indígena y a cultivarla exclusivamente en bene­
ficio propio. Cuando toda la tierra pasase a ser propiedad de la
Corona o de compañías privadas que actuaran como agentes de
la Corona, como propuso Wakefield (1834), y se vendiese «a un
precio suficiente», la esclavitud sería innecesaria, el capital podría
emigrar de modo rentable y se podría poner la agricultura local en
condiciones de productividad óptima (véase Semmell, 1970, pág. 83).
En sus Notas sobre «L a riqueza de las naciones», de Adam
Smith (1835), Wakefiled aceptaba la idea de Smith de que «la coin-
petencia de capitales» tendía a disminuir la tasa de beneficio. Mi l
también aceptó esta tesis, Marx la desarrollaría más tarde, y los
marxistas la incorporaron a su modelo de imperialismo capitalista
como «factor motriz de las exportaciones de capital». La idea cen­
tral era que la tierra era tan esencial como el capital para el empleo
de mano de obra; pues la tierra era el «campo de empleo del ca­
6. Extensión del campo del capitalismo j^33

pital», y el excedente de la agricultura, la base de la división del


trabajo y de la acumulación de capital (véase Semmell, 1970, pá­
ginas 84-5). Esto era aplicable a los territorios vacíos del Hemisferio
Austral. Los beneficios y los salarios no se regulaban mutuamen­
te, como suponía Ricardo. Sería posible obtener altos benefi­
cios y altos salarios si se ampliaba el campo de la inversión Esta
combinación existía ya en los Estados Unidos, y el capital y la
mano de obra inglesas podían disfrutarla por medio de un comercio
complementario de manufacturas inglesas a cambio de alimentos y
materias primas americanas. El mismo principio se podía aplicar a
los nuevos campos de desarrollo en las colonias. «L a misma divi­
sión del producto entre capitalistas y obreros tiene muy poca im­
portancia comparada con la cantidad de producto a dividir» (Sem­
mell, 1970, pág. 90).
En otras palabras, Wakefield y los Reformistas Coloniales ar­
gumentaban en favor de ampliar el área del capitalismo. No se tra-
íw í supervivencia de ideas y formaciones precapitalistas.
Wakefield y sus seguidores actuaban empujados por el temor a una
revolución social en un período de estancamiento y crisis capita­
lista en Gran Bretaña (finales de la década de 1820 y comienzos
de la de 1830) y a una revolución en Francia. Wakefield afirmó que
la Constitución establecida con la Ley de Reforma de 1832 «no
duraría». La clase obrera estaba resuelta a conseguir el sufragio uni­
versal, y «si se llegara a una prueba de fuerza entre las dos partes
opuestas (¡que Dios no permita!) el resultado sería inevitablemente
favorable a la gran mayoría» (véase Semmell, 1970, pág 88) Así
pues, la colonización debía ser una salida para el desempleo y una
oportunidad para aumentar los salarios y los beneficios dentro del
país al abrir nuevas perspectivas a la inversión capitalista (Marx
1951, parte segunda, cap. 17). ’
Palmerston y otros, entre eUos Alexander Baring, de la familia
de banqueros, tuvieron la suerte de descubrir que los Reformistas
Coloniales estaban todos ellos metidos en la especulación de terre­
nos en las colonias. «Aquellas personas que se han embarcado en
la especulación de terrenos en nuestras colonias predican la emigra­
ción en gran escala como remedio de todos nuestros males domés­
ticos, porque evidentemente les ayudaría a obtener buenos beneficios
de sus tierras» (véase Semmell, pág. 121). De hecho, las compa­
ñías de Wakefield en Australia y Nueva Zelanda quebraron pero
el no regateó esfuerzos. Wakefield culpó al Gobierno de este fra­
La teoría económica del imperialismo

caso, porque se resistió a la petición de íos Reformistas Coloniales


de tener una cierta autonomía en las colonias (Semmell, cap. 10).
Se negó en parte por los gastos estatales que implicaba, y en parte
debido a la presión cobdenita que ejercían aquellos filántropos y
misioneros que se interesaban por los derechos de los aborígenes,
a quienes sólo la madre patria parecía dispuesta a defender (Sem­
mell, 1970, págs. 120-29), y en gran parte porque Wakefield no con­
siguió todos los obreros asalariados que necesitaba.
Wakefield tuvo muchos sucesores que continuaron su campaña,
en especial Robert Torrens (1844), ex-coronel de la Arniada, que
introdujo argumentos de tipo mercantilista en la campana con«a
las Leyes de Cereales. Torrens, viendo que la relacióri real de in­
tercambio de las exportaciones de manufacturas británicas dismi­
nuía en relación a sus importaciones de productos alimenticios y
materias primas (lo cual tuvo lugar con bastante regularidad entre
1820 y 1850), y temiendo la competencia de otros Estados capita­
listas abogaba por la reciprocidad de los acuerdos comerciales. Sólo
en los «mercados coloniales no nos encontraremos con aranceles
hostiles de rivales extranjeros». La prosperidad de Gran Bretaña no
podría ser frenada por tales aranceles «si Inglaterra estableciera
una liga comercial británica a lo largo y a lo ancho de todo su
vasto imperio: un Zollverein colonial» (véase Semmell, 1970, pa­
gina 194). Con estas ideas, Torrens se anticipó sesenta años a la
proposición de Joseph Chamberlain de la preferencia imperial. El
argumento en favor de la protección fracasó, pero la colonización
siguió. .
La fuerte oposición que ofrecieron los cobdenitas a Torrens y
a los Reformistas Coloniales radicales, a pesar de que les apoyaran
los Mili, sugiere que estos capitalistas con intereses en las colonias
pudieran ser atípicos. De hecho, el argumento clave de quienes apo­
yan la teoría neoclásica de Schumpeter es que aquellos hombres
eran colonialistas ellos mismos, con un interés especial en la in­
versión en las colonias. Esto concuerda con las tesis de Gallagher
y Robinson (1963), y de Emmanuel (1972«), de que la presión
más fuerte en favor de la expansión imperialista provenía de la
periferia y no de la metrópoli. En efecto, es verdad que Wakefield
y Buller tenían intereses en las colonias y que Torrens pasó algún
tiempo en Australia. Sin embargo, el hecho es que las inversiones
en las colonias aumentaban de día en día. En la década de 1850 la
mitad de las inversiones extranjeras de Inglaterra se efectuó en
6 . Extensión del campo del capitalismo I35

Europa, una cuarta parte en Estados Unidos y otra cuarta parte,


aproximadamente por mitades, en Sudamérica y el Imperio. Las in­
versiones en Sudamérica entre 1820-30 resultaron desastrosas, pero
las inversiones en ferrocarriles entre 1850 y 1860 abrieron un ven­
tajoso comercio contra trigo y carne argentinos, café del Brasil y
cobre de Chile (Rippy, 1959, págs. 17-35). La inversión en el ferro­
carril de Estados Unidos tuvo su auge en la década de 1850 y en
los años que siguieron a la Guerra Civil (Clapham, 1930, vol II
paginas 234-41).
Sin embargo, hacia 1870, el 36 por 100 del capital inglés en
el extranjero se hallaba en el Imperio y casi la mitad del flujo
anual iba a parar al Imperio (véase Barratt Brown, 1970tt, Tabla 2,
página 110). La gran expansión de las inversiones en los Dominios
tuvo lugar entre 1870 y 1880. India fue la principal salida para
el capital británico entre 1850 y 1860, con su programa de cons­
trucciones ferroviarias después de la sublevación. Hasta entonces,
as plantaciones de la India se habían desarrollado lentamente, ex­
cepto en la producción de opio para China (Greenberg, 1951, capí-
tulo 5). India había sido principalmente el mercado para los tex­
tiles de algodón ingleses, que representaban para la India un ex-
Con la apertura del Canal de Suez en
1869, India se convktió en una importante fuente de productos
alimenticios y materias primas para Europa — té, trigo, semillas
oleaginosas, algodón, yute— y en centro para inversiones no sólo
en ferrocarriles y canales, sino también en fábricas de algodón y de
yute. Se creó un excedente en la India, que sirvió para pagar los
intereses anuales de la «Deuda Interior» — una suma de 30 mi­
llones de libras— que había surgido entre 1857 y 1860 y que se­
guiría creciendo a partir de entonces (Jenks, 1927, págs. 223-4'
Saúl, 1960, págs. 188-94). ’
La búsqueda de tierras donde invertir provechosamente capital
se habla extendido de Europa a las colonias europeas, a América
Latina y a la India. India fue siempre el núcleo central del Imperio
Colonial; primero, cuando imperio significaba saqueo; segundo
cuando significaba principalmente un mercado para las manufactu­
ras, y, por último, como fuente de materias primas y renta de in­
versiones. Antes ya citamos a Marx en un artículo aparecido en el
New York Daily Trihune de 11 de julio de 1853: «Cuanto más
dependen los intereses industriales del mercado indio, mayor es la
necesidad de crear nueva capacidad productiva en la India, después
136 La teoría económica del imperialismo

de haber arruinado su industria nativa» (1950). Se establecieron


plantaciones de té, algodón y yute en la India, dirigidas a menudo
por colonos de las Indias Occidentales (Buchanan, 1934, pági­
nas 34-40). Las plantaciones significaban a veces arrebatar tierra a
las cosechas de productos alimenticios; otras veces se ponían en
cultivo nuevas tierras mediante regadíos o talando bosques.
La gran expansión de las importaciones de Inglaterra entre 1850
y 1870 fue posible gracias a la inversión en el extranjero de capital
inglés en ferrocarriles, puertos y barcos. Las importaciones habían
llegado en 1870 a representar un tercio de la renta nacional in­
glesa, y las exportaciones crecían al mismo ritmo. Lo que hizo
posible esta exportación de capital inglés en la segunda mitad del
siglo XIX fue la constante acumulación de excedentes en la balanza
exterior de pagos; y después de la década de 1820, como resultado
de una balanza favorable de bienes y servicios; era resultado de la
acumulación de los intereses y dividendos derivados de antiguas
inversiones. ¿Dónde tuvo su origen esta acumulación? (véase Ta­
bla 7).
Hacia 1854, según las estimaciones de Imlah, la balanza acu­
mulada de Inglaterra con el extranjero ascendía a 235 millones de
libras. Un cálculo aproximado se acerca más a 280 millones de li­
bras. Toda esta suma se debía a la balanza de intereses y dividendos
durante el período que siguió a 1815. De acuerdo con una estima­
ción, el total del crédito exterior de Inglaterra estaba constituido
en la década de 1850 del modo siguiente: el 35 por 100, en fondos
públicos de los Gobiernos europeos; el 12 por 100, en los ferro­
carriles franceses y belgas; el 15 por 100, en fondos públicos sud­
americanos, y el 15 por 100, en títulos-valores privados sin especi­
ficación de área (véase Imlah, 1958, pág. 68). Hacia 1870, el
crédito total había ascendido a 700 millones de libras, y un 36 por 100
estaba en el Imperio, 17 por 100 en Estados Unidos y sólo un
25 por 100 en Europa y 10 por 100 en Sudamérica (Feinstein,
1960). Como sabemos que sufrieron grandes pérdidas en Sudamé­
rica, estas cifras sugieren que los beneficios se obtenían en Europa
y que los fondos se desplazaron hacia el Imperio y en parte hacia
Estados Unidos, Las dos terceras partes de las inversiones en el
Imperio estaban en la India, y una tercera parte, en las colonias
autónomas, es decir, en lo que más tarde se llamarían Dominios.
Entre 1850 y 1870, por tanto, en el auge del capitalismo inglés.
138 La teoría económica del imperialismo

las oportunidades de inversión en el Imperio eran evidentemente


atractivas. ' ■
La tesis keynesiana sobre las condiciones especiales geopolíticas
que indujeron la inversión parece estar justificada a primera vista.
Pero hay que observar que una parte abrumadora de las inversiones
estaba en la India. No se trataba de territorios vacíos, y su riqueza
tampoco iba en aumento. Las inversiones en la India estaban finan­
ciadas en su totalidad por la India. Sus exportaciones eran superio­
res a sus importaciones en unos cuatro millones de libras al año,
en la década de 1850, y con este excedente se financiaba el «tributo»
a Inglaterra, como se denominaban entonces aún las «Cargas Do­
mésticas» (Home Charges) (véase Dutt, 1947, pág. 110, en una
cita del coronel Sykes, director en 1840 de la Compañía de las
Indias Orientales). Luego se volvía a invertir en Deuda ferroviaria
con garantía del Estado en India y en el extranjero y en otros va­
lores comerciales indios y extranjeros.
Si las inversiones indias se autofinanciaban, entonces cobra más
importancia el desplazamiento de las inversiones europeas a las co­
lonias y a Estados Unidos, con lo que se refuerza el argumento
keynesiano. Sin embargo, no se puede pasar por alto que India
proporcionaba a Gran Bretaña un flujo constante de tributos y que,
después de 1860, India fue el principal abastecedor de Inglaterra
tanto de algodón como de té y yute y de una gran parte de las im­
portaciones inglesas de arroz y trigo. La relación entre Inglaterra
y sus colonias autónomas era evidentemente distinta. Estas eran
las tierras vacías de la colonización europea, cuyo desarrollo fue,
según los keynesianos, muy importante para el crecimiento econó­
mico de Inglaterra \ Los marxistas insistirán también en que las
salidas para las inversiones de capital inglés fueron aún más im­
portantes que los mercados para las manufacturas inglesas.
Los keynesianos consideran que estaban actuando factores geo-
políticos muy especiales, que comprendían el poder técnico, econó­
mico y militar relativo del noroeste de Europa de alta densidad
de población, y de Inglaterra en particular, y la debilidad relativa de
las poblaciones nativas de América del Norte y del Sur y de Ocea-
nía, territorios que contenían vastas áreas con ricos recursos na­
turales y baja densidad de colonización. «E l ’gran boom secular’

^ Debo decir que en mi libro Afler Imperidism, 1963, pág. 448, compartía
este punto de vista. Luego he cambiado de opinión.
6. Extensión del campo del capitalismo 139

del siglo XIX consistió esencialmente en la emigración de gente de


Europa al Nuevo Mundo» (Knapp, 1956-7). La adopción del libre­
cambio, combinada con la exportación de personas y capital, per­
mitió sobre todo a Inglaterra, y más tarde y en menor medida a
otros países europeos, disfrutar de los beneficios de su gran aper­
tura de nuevos territorios. A pesar del librecambio, todo el proceso
implicaba una forma velada de mercantilismo al extender el régi­
men colonial, denominada «Imperialismo Librecambista». Es una
tesis que presenta un atractivo especial para los keynesianos, pues
encaja perfectamente en su idea de que se produce un estancamien­
to normal con la falta normal de incentivos para investir, que sólo
se supera por medio de unas condiciones especiales que fomenten
el aliciente a invertir.
La tesis consta de tres elementos: la emigración de la mano
de obra, el desarrollo de las riquezas de los territorios vacíos y la
extensión del régimen colonial para garantizar las inversiones. Todas
ellas, y no sólo el librecambio, explican el continuo incentivo a
invertir y la expansión de la riqueza dentro de Inglaterra. No hay
dudas acerca de la escala de la emigración (véase Tabla 8). Durante
mucho tiempo, a mediados del siglo xix, emigraron anualmente
150.000 personas de Inglaterra con destino a los Estados Unidos
principalmente, aunque algunos también a las colonias inglesas (Tho-
mas, 1954). No se puede dudar de la riqueza potencial de estos
territorios vacíos. En términos de superficie agrícola, aunque, parte
sea estéril, los Estados Unidos, Canadá, Australia, Nueva Zelanda,
Africa del Sur y los principales países de colonización europea
comprenden más de una quinta parte de la superficie agrícola te­
rrestre, aunque contengan aún hoy menos del 7 por 100 de la po­
blación (5,5 por 100 sólo Estados Unidos). En términos de sumi­
nistro de alimentos y materias primas, hacia 1870, casi la totalidad
de los alimentos ingleses y dos terceras partes de sus importacio­
nes de materias primas procedían de los Estados Unidos y de los Do­
minios; en ambos casos, aproximadamente la mitad de los Estados
Unidos. Támpoco se puede dudar de que el régimen colonial se
extendiera en las décadas precedentes a 1870 (véase Tabla 4).
Examinaremos la relación entre exportación de capital e impe­
rialismo después de 1870 en otro capítulo más adelante; aquí po­
demos ver como la colonización de tierras vacías o vaciadas por
europeos, y en principio sobre todo por ingleses y gente con ellos
relacionada, antes de 1870 amplió el campo del desarrollo capita-
La teoría económica del imperialismo
140

TABLA 8. -Emigración a países de colonización europea, 1846-


1940 (en millones de personas).

Emigración de

Reino España y Alemania y


Total Unido Portugal Austria Otros
Años

1846-1850 0,5 0,2 — 0,2 0,1


1,3 0,05 0,65 0,2
1851-1860 2,2
2,6 1,6 0,1 0,7 0,2
1861-1870
1,85 0,15 0,75 0,35
1871-1880 3,1
7,0 3,25 0,75 1,8 1,2
1881-1890
6,2 2,15 1.0 1,25 1,8
1891-1900
3,15 1,4 2,6 4,15
1901-1910 11,3
7,6 2,6 1,7 0,9 2,4
1911-1920
6,6 2,15 1,6 1,1 1,75
1921-1930
0,25 0,2 0,2 1,05
1931-1940 1,7

48,8 18,5 6,95 10,15 13,2


Total

Inmigración en

Argentina Australia
y Brasil y N. Zel. Otros
Años T otal EE. UU. Canadá

1,6 1,25 0,25 0,1


1846-1850
2,6 0,3 0,05 0,05 0,4
1851-1860 3.4
2,3 0,3 0,2 0,2 0,4
1861-1870 3.4
4,0 2,8 0,2 0,5 0,2 0,3
1871-1880
5,2 0,4 I. 4 0,3 0,2
1881-1890 7.5
0,2 1,8 0,45 0,25
1891-1900 6,4 3.7
8.8 2,45 1,6 0,95
1901-1910 14.9 1,1
11,1 5,7 1,1 2,0 1,0 1,3
1911-1920
4,0 1,0 2,15 0,7 0,85
1921-1930 8,7
0,5 0,1 0,6 0,1 0,6
1931-1940 1,9

36,85 4,95 II, 154,6 5,35


Total 62.9

Entre «otros» emigrantes había casi diez millones de italianos, óos mi


llenes de rusos, un millón de suecos y medio millón de polacos. « O t r j »
áreas de inmigración eran Cuba, un millón; Uruguay, seis ™
del Sur 0,3 millones; otros Estados africanos, 1,5 millones. Una de las prin
cipales diferencias entre las cifras, para la inmigración y la emigración se debe
a los negros y sudamericanos que entraron en Estados Unidos.___________
Puente: Woytinsky y Woytinsky (1953, Tablas 34 y 36).
6. Extensión del campo del capitalismo 141

lista. Lejos de que la economía doméstica fuera capaz de absorber


el excedente de capital y población a mediados del siglo xix, se
necesitaban salidas en todo el mundo. Este fue el resultado, ya acep­
temos las causas que alegan los marxistas o los keynesianos.
Lo que aún es dudoso es que las inversiones estuvieran diri­
gidas en primer lugar a estos territorios vacíos o que condujeran
en todos los casos al desarrollo económico. Ya hemos visto que la
India fue el mayor área de inversiones inglesas hasta 1870, y la In­
dia no se desarrolló; de hecho, la India se subdesarrolló cuando
se exigieron tributos, cuando se destruyeron las industrias artesa-
nales y cuando la tierra dejó de dedicarse a la producción de ali­
mentos para destinarse a cosechas para la exportación. También
América Latina recibió muchas inversiones inglesas a principios del
siglo y más tarde en la década de 1860, en especial Argentina, a
raíz de la ley de 16 de noviembre de 1863, que garantizaba el pago
en libras esterlinas en Londres de los intereses de sus fondos pú­
blicos (Ferns, 1953). Pero también Latinoamérica se subdesarrolló.
Estos dos casos debilitan mucho el argumento keynesiano de que
el desarrollo real de los territorios vacíos, por medio de coloniza­
dores y capital europeos, fue lo que proporcionó un incentivo para
inversiones cada vez mayores durante el siglo xix.
El capital inglés fomentó, en efecto, el desarrollo, primero en
Europa, más tarde en Estados Unidos y luego en los Dominios,
pero no en la India ni en Latinoamérica. La India no era, natural­
mente, un país vacío, y las inversiones se financiaban desde el in­
terior, aunque los dividendos volviesen a Inglaterra; y ésta fue
una causa suficiente para el subdesarrollo. Se ha comentado que
el rendimiento que obtuvo Inglaterra del capital invertido en Ar­
gentina fue muy alto, y lo mismo en el caso de Estados Unidos:

El stock neto de deuda exterior de Estados Unidos aumentó de 200 mi­


llones de dólares en 1834 a 3.700 millones de dólares en 1914. Pero los
préstamos netos a largo plazo contraídos por Estados Unidos, unos tres mil
millones de dólares entre 1850 y 1914, estuvieron siempre igualados o su­
perados por los pagos netos de intereses o dividendos, que ascendían en total
a 5.800 millones de dólares en el mismo período (Knapp, 1957, pág. 433).

A pesar del reembolso de los préstamos extranjeros concedidos por


Inglaterra principalmente, Estados Unidos se desarrolló económi­
camente de un modo irregular. También Australia y Canadá tu­
vieron que pagar fuertes sumas en dividendos e intereses por el
142 La teoría económica del imperialismo

capital prestado por Inglaterra. Durante la mayor parte det siglo xix
Australia tuvo que dedicar una tercera parte de los beneficios obte­
nidos de sus importaciones a saldar sus deudas (Butlin, 1964).
Y, sin embargo, estos países se desarrollaron. ¿Por qué?
Quizá se debiera a que los emigrantes ingleses fueran en sí
mejores colonizadores que los españoles, portugueses o italianos
que llegaron a Sudamérica. Los ingleses tenían algunas ventajas
considerables. En primer lugar, procedían de una Inglaterra capi­
talista, y no de una España o de un Portugal feudales. Porque estos
colonizadores eran «familia» de los suministradores de capital, y
porque muchos colonizadores se llevaron consigo capital y habili­
dades, establecieron el capitalismo L Clapham (130, vol. II, pá­
gina 492) ha dado la cifra de 70-80 libras per capita para los
emigrantes ingleses. Ademas, el aflujo de dividendos e intereses pro­
cedentes de las colonias europeas al Reino Unido no fue probable­
mente tan grande en relación con las salidas como en el caso de
la India, América Latina o las colonias de plantaciones. Las rela­
ciones de parentesco proporcionaban además otro factor. Los colo­
nizadores ingleses tenían independencia política; y esta concesión
de la autonomía (dentro de los límites que imponían consideraciones
defensivas y la exigencia de reservas de esterlinas para la emisión
de moneda) permitía a los Dominios, como a Estados Unidos antes
que ellos, imponer aranceles aduaneros sobre las importaciones de
manufacturas inglesas y construir sus propias industrias transfor­
madoras. De hecho, los lazos del capital británico limitaron durante
mucho tiempo lo que los Dominios podrían haber hecho por sí
solos. Sólo la competencia entre el capital de Estados Unidos y el
capital del Reino Unido, en Canadá y más tarde en Australia, con­
dujo a la apertura de lo que hoy es la amplia gama industrial de
los Dominios. Durante más de cincuenta años, a partir de la última
década del siglo xix, Australia no tuvo prácticamente un creci­
miento económico per capita; pero antes de ese período su crecimien­
to récord es indudable (Butlin, 1964).
Todos los países que importaban capital inglés compartían ade­
más otra cosa que quizá explique el incentivo a invertir, aparte de

2 He subrayado la importancia de los «extranjeros» en el desarrollo del


Imperio Británico, los capitalistas proto-industriales del siglo xvii, en mi obra
Ajter ImpcriaUsm, 1963, págs. 31-8.
6. Extensión del campo del capitalismo 143

su vacío y su riqueza potencial. Este algo es esencial en la teoría


de Keynes: las garantías estatales de la inversión. Pero eran ga­
rantías de los Gobiernos locales. En la India y en América Latina
los Estados proporcionaban las mismas garantías que las Colonias
británicas. De hecho, en Argentina y en Estados Unidos, aunque no
existían garantías del Gobierno inglés, la legislación local estableció
la ayuda estatal, sobre todo para los ferrocarriles, en forma de be­
neficios garantizados y concesión de terrenos (Ferns, 1953) T Ade-
inás de regalar la tierra — 160 millones de acres a cada lado de la
V ia del ferrocarril el Gobierno de los Estados Unidos construyó
de hecho muchos ferrocarriles, entregándolos a compañías privadas
(Russell, 1914).
Eran necesarias grandes sumas de capital, tanto para el desarro­
llo de la infraestructura — ferrocarriles, puertos y comunicaciones__
que facilitase el transporte de materias primas a Inglaterra, como
para las herramientas, cercas de alambre, maquinaria agrícola, ma­
teriales de construcción y muebles que comportaba la colonización
y la producción de un excedente agrícola para exportar. En el mer­
cado de capital de Londres se obtuvieron en la década de 1870 su­
mas del orden de los 80 millones de libras al año (Simón, 1967).
Parte de estos fondos se volvieron autogeneradores al dedicarlos a
la autofinanciación en el propio territorio; la mayoría resultaron al
reinvertir los accionistas la renta de sus anteriores inversiones. Los
rentistas querían asegurarse de si había o no un pequeño porcen­
taje por encima de la tasa normal de rendimiento de capital en
Inglaterra (Feinstein, 1960). Esto se refería en especial a los inver­
sores escoceses (Bailey, 1966, págs. 61-9). La garantía estatal de la
inversión era decisiva, y los marxistas y keynesianos están de acuer­
do con ello. Pero los marxistas lo considerarán sólo como un as­
pecto de la asimilación capitalista de estas áreas.
Dada la gran proporción de pérdidas (Saúl, 1960, págs. 65-6;
Rippy, 1959, págs. 17-35) y fracasos en el desarrollo de la produc­
ción primaria de Ultramar a principios del siglo xix, incluso aun­
que estuvieran respaldadas las inversiones por garantía estatal, o

^ El hecho de que estas garantías no discriminasen en favor de los co­


merciantes británicos, y que existiera fuerte competencia entre los comerciantes
europeos y los estadounidenses, no reduce el valor del estímulo para el capital
extranjero, como Platt parece afirmar; véase Owen y Sutcliffe (1972, págs 306-
307).
La teoría económica del imperialismo

al menos protegiera el Estado el clima general de la empresa ca­


pitalista privada, no es muy probable que nadie arriesgara capital
en tal escala sin que la protección lindara con la asociación. En
efecto, el capital inglés sólo tenía realmente ayuda estatal en Es­
tados Unidos, los Dominios u otros territorios coloniales, o en te­
rritorios como los de América Latina, que disfrutaban de acuerdos
comerciales del Gobierno con los ingleses y de la protección de la
Marina inglesa.
Entonces, ¿es posible que el capitalismo inglés se hubiera po­
dido desarrollar en el siglo xix, primero, sin la ampliación fuera de
Inglaterra del área de inversión de capital, y segundo, sin que
estas nuevas áreas estuvieran protegidas por un cierto grado de
régimen imperial? Lo primero no implica necesariamente lo segun­
do; hasta 1870 los Estados Unidos fueron tan importantes como
el imperio para las inversiones inglesas. De hecho, durante los vein­
ticinco años que siguieron a la derogación de las Leyes de Cereales
la agricultura inglesa proporciono nueve decimas partes de los ali­
mentos que consumió el país. Cuando en la década de 1870 los
barcos de hierro y la construcción de ferrocarriles y puertos en
Norteamérica llevaron un flujo de cereales de sus praderas a Gran
Bretaña, el número de acres dedicados al cultivo de trigo en Ingla­
terra se redujo (a la mitad entre 1874 y finales de siglo), y la ex­
tensión de tierra cultivada en Inglaterra disminuyó de modo re­
gular (de 17 millones a 13 millones de acres entre 1874 y 1913).
Aun en el caso de que la producción interior hubiera aumentado
en vez de disminuido, resulta difícil creer que los precios no ha­
brían subido. Hoy día, con métodos más modernos de producción,
aún son necesarios subsidios para proteger la agricultura inglesa.
La producción doméstica no hubiera podido sustituir a otras
importaciones. Las importaciones de estaño, plomo y otros mine­
rales entraron en Inglaterra para sustituir a sus agotados recursos
domésticos. Hacia finales de siglo, las importaciones de mineral de
hierro suplementaban el mineral inglés más pobre. E l algodón y el
té siguieron siendo importantes artículos de importación; con el na­
cimiento de la industria del motor se añadieron el petróleo, el
cobre y el caucho, y, a medida que fue subiendo el nivel de vida,
completaron la lista frutos tropicales y subtropicales (Schloete, 1952,
página 51). Sin embargo, no se trataba solamente de que el capital
inglés fuese necesario para desarrollar estos productos de Ultramar,
sino que la apertura del mercado inglés fomentaba su producción
6. Extensión del campo del capitalismo 145

y permitía a la vez a la industria británica elevar su productividad,


ampliando su escala de producción por medio de ventas a los gran­
des mercados de Ultramar. No debemos exagerar. H asta 1920-30,
Europa siguió absorbiendo la misma proporción de las exportacio­
nes inglesas que el Imperio.
Para Gran Bretaña, con una superficie agrícola y unos recursos
de materias primas limitados (excepto el carbón), el desarrollo de
las fuentes de productos alimenticios y materias primas de Ultramar
era un corolario necesario de la industrialización. Hemos visto que
tras la apertura de los mercados ingleses a la producción del resto
del mundo y el establecimiento del librecambio había garantías
estatales para la emigración de capital y capitalistas a Ultramar,
fuera bajo un régimen colonial, bajo relaciones de imperialismo in­
formal en Sudamérica, o bajo un capitalismo financiado por el E s­
tado en Estados Unidos. Se puede decir que esto es una forma de
mercantilismo, aunque disfrazado. El librecambio significaba la aper­
tura de todos los mercados del mundo a las manufacturas inglesas;
pero el libre movimiento de capitales abrió el mundo al capital in-
glés, y esto era aun mas importante. Los países que habían con­
seguido su independencia política podían proteger sus nacientes in­
dustrias contra el librecambio y desarrollar sus propias economías.
Desde el punto de vista marxista, su incorporación al modo capi­
talista de producción fue tan importante como la expansión del
imperio. De hecho, los Gobiernos de los Estados sudamericanos
estaban tan dominados por grupos dirigentes que dependían de las
exportaciones ganaderas o minerales a Inglaterra (Ferns, 1960, pá­
ginas 487-91) y del apoyo de su Gobierno primero por Inglaterra
y mas tarde por Estados Unidos, que no intentaron escapar de la
división artificial del trabajo en que se veían envueltos El capital
inglés tenía igualmente atrapados a otros países en esta división
artificial del trabajo que hemos descrito, allí donde la Marina in­
glesa protegía el capital invertido en la forma de producción pri­
maria que venia dictada por sus recursos naturales más accesibles.
El papel que jugó el proteccionismo en el proceso del desarrollo
industrial sera el tema del siguiente capítulo. La conclusión del
presente capitulo es que, fuera de los países de colonización europea,
la visión neoclásica del librecambio como el generador del des­
arrollo económico a través del libre movimiento de capitales y bie-

Sus implicaciones hoy día se examinan en el capítulo 11.


La teoría económica del imperialismo

nes, en beneficio de las dos partes contratantes, es insostenible;


podemos aceptar la idea keynesiana del incentivo a invertir en
territorios vacíos, pero modificándola para tener en cuenta las in­
versiones en la India y la penetración de capital ingles en todo el
mundo, mucho más allá del Imperio y mucho antes de 1870.
Esto último es lo que subraya la idea marxista de la presión
de los capitalistas ingleses a mediados del siglo xix para utilizar
la división artificial del trabajo que habían creado y extender el
poder de su capital con la idea de explotar en todo el mundo la
mano de obra y la tierra baratas. En este proceso, la acumulación
de capital se limitaba fundamentalmente a los centros originales,
pero allí donde podían establecerse capitalistas independientes se
desarrollaban nuevos centros con nuevos efectos polarizadores so­
bre la distribución de la riqueza. Estos efectos no encanjan en el
modelo neoclásico, y si sólo se hubiera tratado de que los capitalis­
tas se «consideraban caballeros» y de los «instintos animales» de los
capitalistas, como sostenían los keynesianos, no creo que el proceso
hubiera alcanzado el dinamismo que alcanzó, ni que hubiera en­
vuelto a todo el mundo en la rivalidad capitalista cuando otros
desafiaron el poder de los capitalistas ingleses. El hecho es^ que no
se puede separar la era del libre cambio en Gran Bretaña de la
teoría económica del imperialismo.
Un extraño houleversement es el hecho de que al final de su
estudio sobre el «Imperialismo Librecambista» en Inglaterra, en la
primera mitad del siglo xix, Semmell salga en defensa del modelo
neoclásico del imperialismo de Schumpeter. Semmell disculpa que
Schumpeter no «vea la posibilidad de un imperialismo librecam­
bista porque en el siglo xx tiene que defender el librecambio, «que
personificaba la moralidad internacional más sana atacada por un
neomercantilismo racista {sic), y la Economía clásica condenada por
una nueva escuela de economistas historiadores» (Semmell, 1970,
página 221). Luego Semmell explica el imperialismo librecambista
sobre una base schumpeteriana, presentándolo como derivado de
unos supuestos residuales

de una era agrícola de escasez relativa, que constituyó todo el pasado de la


raza, y del análisis económico de la era del mercantilismo que la habla pre­
cedido. La persistencia de tales supuestos era sin duda más comprensible en
una época en la que los enormes poderes del nuevo industrialismo aun no ha­
bían sido desplegados (Semmell, 1970, pág. 221).
6. Extensión del campo del capitalismo 147

Esto es simplemente aceptar lo que está aún por probar: que


la nueva industrialización hubiera sido capaz de desplegar tan enor­
mes poderes sin la ayuda del imperialismo librecambista. No es
cierto que sólo las economías y la teoría económica precapitalistas
indicaran superabundancia, como afirma Semmell. Desde la época
de la revolución industrial y durante todo el siglo xix hubo crisis
periódicas cada seis o siete años, como demostró Beveridge hace
tiempo (1 9 0 2 )1 Los políticos y economistas de la época, y no sólo
Karl Marx, ya observaron que estas crisis iban acompañadas de
una superabundancia de bienes. Y esto es precisamente lo que ha
demostrado el estudio de Semmell.
En los últimos tres capítulos vimos que justamente el éxito de
la industrialización capitalista en Gran Bretaña y el enorme poder
que desarrolló se debieron a la acumulación de tesoros y a la uti­
lización de mano de obra esclava, a una división artificial del tra­
bajo en el mundo y a la extensión del área del capitalismo, posible
gracias a la expansión imperial. Si hubo otro medio más lento, de
acuerdo con la afirmación de Fieldhouse (1967, pág. 188), por
medio del cual hubiera podido tener lugar este proceso, no se
podrá decidir hasta que no hayamos comentado la protección de los
mercados privilegiados y el mecanismo de la acumulación de ca­
pital privado que comportaba la exportación de capital después
de 1870. De todos modos, así es como sucedió en Inglaterra, y no
como una más entre los muchos Estados-nación capitalistas que se
industrializaron, sino como el primer Estado-nación que logró llevar
a cabo este largo y difícil proceso.

^ Para una tabla de las crisis y auges entre 1822 y 1960, véase Barran
Brown (1970a, tabla 3, pág. 76).
Capítulo 7
PROTECCION Y PREFERENCIA

Marx consideraba que la protección era:

un medio artificial de fabricar manufactureros, de expropiar a trabajadores


independientes, de capitalizar los medios nacionales de producción y subsis­
tencia, y de abreviar a la fuerza la transición del modo medieval de produc­
ción al modo moderno (1946, pág. 782).

Una vez hecho esto, el librecambio hacía desaparecer el desafío


que para la hegemonía del capital industrial representaba un interés
agrícola más antiguo, abarataba el coste de la mano de obra y abría
un campo más extenso para la división del trabajo y para la acu­
mulación de capital: «desde el momento que se establece una de­
pendencia con respecto al mercado mundial, se depende también
en mayor o menor grado del librecambio» (Marx, 1935«, apéndice).
En la introducción al libro de Marx Address on the Question
of Free Trade, de donde está tomado este párrafo, Engels formuló
la tesis marxista:

En condiciones de capitalismo, una industria o crece o desaparece. Una


actividad no puede permanecer estacionaria; el cese de su expansión es el
comienzo de su ruina; el progreso de los inventos mecánicos y químicos,
sustituyendo constantemente a la mano de obra, y el aumento y concentra­
ción cada vez más rápidos de la producción, crea en todas las industrias una

149
150 La teoría económica del imperialismo

superabundancia tanto de obreros como de capital, superabundancia que no


encuentra salida en ninguna otra parte, porque en todas las demás indus­
trias está teniendo lugar el mismo proceso. Así, el paso de una actividad
doméstica a una de exportación se convierte en una cuestión de vida o muer­
te para las industrias afectadas... (Marx, 1935c, pág. 176).

Schumpeter dio réplica directa a este argumento en favor de


la teoría económica clásica. Los bienes que no se ofrecían en el
extranjero, afirma, «se ofrecerán en el propio país, proporcionando
en general las mismas oportunidades de empleo a los trabajadores
y abaratando además el consum o...», y si «la industria en cuestión
se está expandiendo más alia de unos limites económicamente jus­
tificables ... favorecerá a todos los factores productivos, con la ex­
cepción de los magnates de los cárteles, el hecho de que el capital
y la mano de obra se desplacen hacia otras industrias, cosa que es
necesaria y siempre posible» (1955, pág. 86). Esta es la ley de Say
llevada a su extremo y supone no sólo una demanda efectiva ne­
cesaria, en opinión de Keynes, para cubrir la capacidad domestica,
sino también una tasa de acumulación procedente de la inversión
doméstica competitiva que, en opinión de Marx, es probable que
surja con los problemas de capitalización a causa de la sobrepro­
ducción. Engels continuaba:

Alemania se volvió proteccionista (en la industria y en la agricultura) en


un momento en el que más que nunca el librecambio parecía serle necesa­
rio ... las exportacionese de manufacturas alemanas continuaron directamente
costeadas por los consumidores alemanes ... este sistema absurdo de proteger
a los manufactureros no es sino un modo de sobornar a los capitalistas in­
dustriales para inducirles a apoyar el monopolio, aun mas escandaloso, con­
cedido a los intereses de los J:erratenientes (Marx, 1935c, pags. 186-7).

El argumento clásico del librecambio no probaba ni que sus


ventajas se repartieran de modo equitativo entre los contratantes
ni que en condiciones de monopolio y de monopsonio el librecam­
bio fuera ventajoso en general. Ninguno de los supuestos es rea­
lista: competencia perfecta y pleno empleo, inmovilidad del capital
y mano de obra entre países (y movilidad perfecta dentro de los
países), importaciones y exportaciones equilibradas por movimien­
tos en los precios, condiciones estáticas de los recursos, de los
conocimientos técnicos, de la población y del stock de capital
Las ventajas del librecambio para Inglaterra, una vez que se
hubo establecido como el país industrial técnicamente más avanzado.
7. Protección y preferencia 151

fueron muy grandes, pues extendieron el mercado para las manu­


facturas inglesas y fomentaron a cambio el desarrollo de la produc­
ción primaria en Ultramar. Para escapar de esta división artificial
del trabajo otros países se vieron obligados a interrumpir el libre­
cambio; y sus políticos y economistas tuvieron que desafiar la teoría
del librecambio. Alexander Hamilton, el federalista americano, en
su Repon on Manufactures publicado en 1791, miraba a los mer-
cantilistas de épocas pasadas, pero presentía a Frederick List, el
teorizador del Zollverein prusiano, al convertir el argumento en fa­
vor de la protección de las industrias nacientes en la defensa de
una política económica nacionalista (Schumpeter, 1954, págs. 504-5).
Incluso un economista neoclásico, Alfred Marshall, en un apéndice
a sus Principios de Economía, como vimos antes, admitía que List
había «demostrado que en Alemania, y aún más en América, mu­
chos de sus efectos indirectos [es decir, los del librecambio] ha­
bían sido adversos, y afirmaba que estos males superaban los
beneficios directos que pudiera tener» (véase Robinson, 1962, pági­
nas 65-6). Este es un punto de vista muy mercantilista, como ad­
mitirían los keynesianos.
Sin embargo, de hecho, el arancel que rodeaba al Zollverein
prusiano era bastante moderado: un 10 por 100 sobre la mayoría
de las manufacturas, aunque algunas industrias, como las del hierro
y textiles, estaban más protegidas (Henderson, 1962, págs. 57-8).
Hasta después de 1870 la protección alemana no aumentó. De modo
similar, tras la protección inicial que se concedió a la industria en
Estados Unidos, el largo periodo de librecambio anglo-americano
sólo terminó con la Guerra Civil. En ambos casos la industria se
estableció en un mercado doméstico en expansión y protegido. Sin
embargo, hacia 1870 las industrias alemana y americana aparecie­
ron en el mercado mundial, desafiando a Inglaterra en su condición
de taller del mundo. De nuevo adoptaron el proteccionismo como
arma y los aranceles que establecieron fueron esta vez muy eleva­
dos (Clapham, 1930, vol. II, pág. 247). Las manufacturas france­
sas y de otros países europeos estaban actuando del mismo modo,
y Engels observó que incluso la Cámara de Comercio de Manches-
tes se estaba volviendo proteccionista en la década de 1880; pero
llegaba a la conclusión de que los competidores de Gran Bretaña
tendrían que «combatir el decreciente monopolio industrial de In­
glaterra con sus mismas armas, el librecambio» (Marx, 1935¿z).
La teoría económica del imperialismo
152

El argumento de Engels se acerca al de los econoniistas cla­


sicos; un interés agrícola más antiguo se había combinado con a
convicción popular de que la producción industrial era preferible,
y habían provocado unas políticas que iban, efectivamente, contra
los intereses públicos. El argumento de los economistas neoclásicos
sigue siendo que los Gobiernos no democráticos prestan oído a gru­
pos de intereses y que en las democracias los partidos políticos se
inclinan ante las preferencias irracionales de su electorado. Por ello
los países industriales sólo cambian una reducción arancelaria para
implantar otros derechos, aunque según la teoría del lib^cambio
toda reducción arancelaria se supone que es beneficiosa . También
por ello, Schumpeter asociaba el imperialismo en Inglaterra con
la necesidad que tuvo Disraeli después de la Ley de Reforma de
1867 de atraerse los votos de los trabajadores recién emancipados,
apelando a la grandeza nacional y a una unidad nacional que supere
las divisiones de clases.
El imperialismo se convirtió en un «resorte» — en palabras de
Schumpeter— «que de'spertaba los poderes ocultos del subcons­
ciente» (1953, págs. 11-13). La prueba de Schumpeter de que Dis­
raeli hablaba, pero no obraba, se ve refutada porque compro ac­
ciones del Canal de Suez y apoyó a los «arrogantes procónsules»
sir Bartle Frere en Africa y lord Lytton en la India. Incluso el título
concedido a la Reina Victoria en 1876 de Emperatriz de la India
no fue un simple gesto simbólico; formaba parte de la polítKa de
establecer un gobierno indirecto por medio de príncipes indios en
aquellas partes de la India que no habían sido anexionadas al Im­
perio. Las exportaciones británicas al mercado indio crecieron rá­
pidamente con la construcción de los ferrocarriles y los programas
de irrigación en la década siguiente a la sublevación india de 1857
(Macpherson, 1955). No es fácil separar los motivos económicos y
políticos. ^
La tesis keynesiana sobre el proteccionismo es que este fue la
política que los gobiernos nacionales se veían obligados a adoptar
si querían inducir inversiones. El equilibrio que predica la doctrina
del librecambio se podría alcanzar, y de hecho se alcanza en gene­
ral, a niveles de empleo muy por debajo del óptimo. La protección
es al menos un modo de mantener la demanda efectiva al fomentar

1 Esta es la explicación que ofrece Johnson (1972, pág. 99) como res­
puesta, según él, a las continuas objeciones de Knapp, el economista keynesiano.
7. Protección y preferencia 153

la inducción a invertir. Este era el «elemento de verdad científica»


que Keynes identificó en la doctrina mercantilista (1960, pág. 335).
Después de Inglaterra, todos los países que lograron industria­
lizar sus economías con éxito lo hicieron protegidos por el muro
de los aranceles aduaneros. De hecho, los primeros manufactureros
ingleses también se beneficiaron de la protección al mercado do­
méstico y al mercado colonial. Una vez que habían alcanzado un
producto manufacturado competitivo, esperaban que el librecambio
mantuviera su supremacía. Los que llegaran después tendrían que
proteger sus «industrias nacientes», como admitían incluso los li­
brecambista; y se puede extender el argumento de las «industrias
nacientes» a todo un medio ambiente económico en el que resulten
posibles economías externas (Scitovsky, 1936, pág. 358). Sin em­
bargo, se vio que era muy difícil prescindir de esta protección cuan­
do las jóvenes industrias hubieron crecido. En efecto, las industrias
de Estados Unidos, Alemania y Francia elevaron aún más sus aran­
celes cuando chocaron por primera vez con la competencia inglesa,
y siguieron manteniendo aranceles aduaneros altos y otras restric­
ciones sobre las importaciones hasta un siglo después de que esta­
blecieran su industrialización.
Los argumentos en favor de la protección, una vez pasada la
etapa de desarrollo de la «industria naciente», no están relaciona­
dos con formas de imperialismo (véase Beveridge, 1931) (aquí de­
nominaremos aranceles a todos los tipos de protección, incluidos
contingentes y otras formas de discriminación);
1. Aranceles con fines fiscales. Su historia es larga; un im­
puesto sobre los bienes que entran en un país es fácil de recaudar
y no es probable que los ciudadanos se resistan a él. Para los eco­
nomistas clásicos, ésta es la principal razón de ser de los aranceles
(véase Hicks, 1969, págs. 82-5; Schumpeter, 1955, pág. 89).
2. Aranceles de negociación contra los aranceles y el dumping
de otros Estados. En la teoría clásica, su efecto debería ser reducir
los aranceles en su conjunto, pero no sucedió así.
3. Aranceles para corregir la balanza de comercio. Aún exis­
ten, aunque la teoría clásica supone que los movimientos del oro
actuando sobre los precios interiores garantizarían esta corrección
sin la intervención del Estado.
4. Aranceles para equilibrar los movimientos de capital ex­
tranjero, de modo que la cuenta total de pagos exterior puede estar
equilibrada sin que haya una deflación general o devaluaciones com­
154 La teoría económica del imperialismo

petitivas. La teoría clásica supone que no hay movimientos de


capital entre los países, aunque durante el siglo xix éstos fueron
considerables.
5. Aranceles para obtener mercados domésticos garantizados,
necesarios para una producción en gran escala; éste es fundamen­
talmente el argumento de las industrias nacientes.
6. Aranceles para permitir la concesión de un trato preferen­
cia! a aquellos países contratantes que garanticen mercados prefe-
renciales a cambio; en la teoría clásica, esto sólo limita la división
del trabajo para determinados países contratantes; pero, sin em­
bargo, los librecambistas han apoyado las uniones aduaneras (véase
Meade, 1956, págs. 29-40).
7. Aranceles para proteger industrias privadas de supuesta im­
portancia estratégica nacional, es decir, la agricultura o la manu­
factura de computadoras; éste es el argumento no-económico que
admite la teoría neoclásica.
8. Aranceles para mantener salarios altos y pleno empleo,
donde los aranceles están combinados con controles sobre el mo­
vimiento de la mano de obra; la teoría clásica supone el pleno
empleo y la inmovilidad de la mano de obra entre países, pero
estos supuestos tampoco son realistas.
Estos tres últimos aranceles se pueden asociar con el imperia­
lismo: en una preferencia y protección imperiales y en una artificial
división mundial del trabajo. El área de la libra esterlina, el área
del dólar, la zona del franco, la esfera japonesa de coprosperidad y
los territorios asociados a la CEE son todos ejemplos de acuerdos
comerciales privilegiados y protegidos. En los siguientes capítulos
consideraremos los movimientos de capital y de mano de obra.
Aquí consideraremos los mercados preferenciales de bienes en re­
lación con dos preguntas: a) de los economistas neoclásicos: si el
librecambio fomenta realmente los beneficios totales máximos de­
rivados de la asignación más eficaz de los recursos, ¿por qué per­
siste el proteccionismo?; h) de los keynesianos: ¿fue esto resultado
de una política mercantilista encubierta o, como dirían los marxis-
tas, de la actuación expansionista de' los capitalistas industriales?
Según Schumpeter, estas aberraciones del «capitalismo puro»
aparecieron como consecuencia de las formaciones sociales de las
que surgió el capitalismo en estos países, que contenían elementos
militaristas y nacionalistas, y como consecuencia del papel neomer-
cantilista que desempeñó el Estado al poner en pie estas nuevas
7. Protección y preferencia 155

formaciones capitalistas (Schumpeter, 1955, págs. 64-70). Entonces,


¿cuál fue la formación precapitalista en Estados Unidos? Probable­
mente fue la economía de esclavos del Sur. Pero fue derrotada
por los Estados del Norte, que debían su fundación al capitalismo
inglés (Lawson, 1950, parte 6); y fue precisamente tras la derrota
cuando los aranceles aumentaron bruscamente. El mejor ejemplo
de este capitalismo puro, fuera de los libros de texto de la Econo­
mía clásica, es el Acuerdo General sobre Aranceles y Comercio,
firmado por las primeras potencias capitalistas en 1943 como parte
del acuerdo de Bretton Woods. Se declaró ilegal todo nuevo aran­
cel, y en las siguientes negociaciones del G ATT, en particular en
la llamada «Ronda Kennedy», se redujeron los aranceles y se mo­
dificaron otras medidas discriminatorias del comercio internacional.
Esto se considero el nacimiento de una nueva era librecambista:

La directriz general de la acción internacional está relativamente clara;


una división más equitativa de los beneficios del comercio, prosiguiendo los
esfuerzos ya iniciados, para regular la producción y comercialización de ma­
terias primas, tan vulnerables a las fuerzas del mercado libre, y por medio
de un programa internacional planeado del desarrollo de las áreas retrasadas
para contribuir, entre otras cosas, a diversificar suficientemente las economías
subdesarrolladas para ponerlas en mejores condiciones de hacer frente a las
fluctuaciones del mercado. Hay que tomar decisiones inmediatas sobre una
base global si se quiere evitar una catástrofe, y si se quiere alcanzar más
equitativamente la gran meta de los economistas políticos, una división in­
ternacional del trabajo beneficiosa para todo el .mundo (Semmell, 1970, pá­
gina 229).

Esto lo escribió Semmell al final de su libro sobre el imperia­


lismo librecambista; pero son esperanzas, no realidades; y parecen
más bien una dirección económica keynesiana a nivel internacional
que teoría liberal clásica. Según ésta, los salarios altos se deberían
extender automáticamente, sin intervención estatal, por medio del
comercio entre áreas, de acuerdo con la igualación de los precios
de los factores en condiciones de librecambio. Pero el librecambio
como una base para la igualdad de oportunidades no ha existido
nunca; y desde luego no existe hoy en día.
Incluso los fundadores de la Comunidad Económica Europea,
que habría de dedicarse a «la progresiva abolición de las restric­
ciones sobre el comercio internacional» ^ consideraron necesario

Preámbulo al Tratado de Roma (1957).


156 La teoría económica del imperialismo

mantener un muro de aranceles alrededor de la Comunidad no in­


ferior a la media aritmética, y mucho más alto que la media ponde­
rada, de los distintos aranceles nacionales que le habían precedido
(G A TT, 1958, pág. 115). El Mercado Común tiene, en efecto, mu­
cho en común con el Zollverein prusiano, que sustituyó las ante­
riores políticas librecambistas por un anillo proteccionista que ro­
deaba un área más extensa (Henderson, 1962). En la ÍTabla 2 vimos
que la proporción de las exportaciones de los países subdesarrolla­
dos que no competían con los productos de los países desarrollados
era muy pequeña (aproximadamente una sexta parte) y que a me­
nudo se vendía en mercados protegidos.
Una de las principales industrias protegidas, si no la principal,
del Mercado Común y de otros países capitalistas desarrollados es
de hecho la agricultura; en los países subdesarrollados es la indus­
tria. ¿E s esto simplemente cuestión de «equilibrio», como sugiere
Johnson? (1972, pág. 101). Quizá sea por razón de autarquía es­
tratégica, frente a la amenaza que se cierne sobre el abastecimiento
de productos alimenticios en tiempos de guerra, o para proteger el
empleo en el sector agrícola. Puesto que se supone que toda forma
de protección eleva el precio del producto protegido, y por tanto
los costes interiores, tal protección no puede ir en favor del interés
económico general de los capitalistas industriales, pero éstos podrían
tener un interés político en apoyar a su población agrícola. La ma­
yoría de los Gobiernos de los Estados capitalistas han estado for­
mados por partidos conservadores que unían los intereses de los
propietarios capitalistas y del campesinado. Los obreros industriales
tienden a apoyar a los partidos laboristas o socialistas que atacan
en diversos grados a la propiedad privada del capital. La evolución
de un clase obrera con voto conservador en Gran Bretaña supuso
una respuesta especial de los capitalistas ingleses a la ausencia de
un campesinado inglés (Harrison, 1965, cap. 3).
Este argumento no coincide exactamente con el de Schumpeter
cuando éste apela a los intereses agrarios precapitalistas para ex­
plicar las distorsiones respecto del capitalismo puro. Un marxista
puede considerarlo una estrategia capitalista necesaria en el conflic­
to general entre capital y trabajo! Tal argumento viene también re­
forzado por el sesgo marcadamente protector de la mano de obra
al proteger las industrias no agrícolas en países capitalistas desarro­
llados, puesto que estas otras industrias son en gran parte intensivas
en mano de obra. Por tanto, el argumento de Johnson no se ve
7. Protección y preferencia 157

apoyado por los hechos de la protección no agrícola, mientras que


al mismo tiempo se confirma la tesis ultrakeynesiana de las polí­
ticas mercantilistas diseñadas para reforzar el Estado.
Uno de los problemas más intrincados de la teoría económica
clásica, que acepta que las dotaciones de factores determinan las
corrientes del comercio internacional, ha sido la «paradoja de Leon-
tieff». Se llama así porque fue Leontieff quien descubrió (1953)
que Estados Unidos, que tenía la «dotación» más rica en capital en
el mundo, parecía exportar productos intensivos en mano de obra,
e importaba productos intensivos en capital.
Se han ofrecido varias explicaciones a esta aparente paradoja,
y se han dado la? respuestas correspondientes (Findlay, 1970, pá­
ginas 94-105):
1. La mano de obra de Estados Unidos puede tener una pro­
ductividad superior a otras, incluso con el mismo capital per capita;
pero no existen pruebas de que sea superior con la misma relación
capital-mano de obra.
2. De modo similar, puede haber un factor humano en la su­
perior habilidad de la mano de obra americana en las industrias de
exportación; pero los cálculos de estas diferencias demostraron que
no eran grandes.
3. Los patrones de consumo de Estados Unidos implicaban
un mayor número de bienes intensivos en capital que los de otros
países; pero se descubrió que, de hecho, a niveles más altos de
vida se consumen más bienes intensivos en mano de obra.
4. Leontieff no comparó las exportaciones americanas con las
importaciones americanas, sino con industrias americanas que com­
petían con las importaciones, es decir, sustitutivos americanos de
las importaciones. Las importaciones de Estados Unidos, en con­
traste con estos sustitutivos, eran relativamente intensivas en mano
de obra; sin embargo, las pruebas no son definitivas ni mucho
menos.
5. Las importaciones de Estados Unidos quizá requieran unos
sustitutivos intensivos en capital, porque Estados Unidos tenía es­
casez de determinados recursos naturales, en particular de ciertos
minerales, y éstos hay que excluirlos de nuestro estudio, porque
representaban «tierra» escasa en relación con el capital y la mano
de obra; una vez excluidos, la paradoja desaparece; pero también
desaparece en cierto sentido toda la teoría clásica, porque considera
158 La teoría económica del imperialismo

que los factores de producción son aisladles en el análisis y que


no están unidos por complicadas relaciones de complementariedad.
La explicación más sencilla de la paradoja, que al parecer escapó
a los economistas neoclásicos, era que las industrias norteamerica­
nas intensivas en mano de obra estaban protegidas. Fue Travis
(1964) quien lo observó, apoyado por un sinfín de pruebas geomé­
tricas y estadísticas. Pero en 1970 un libro de texto stündctvd sobre
comercio y especialización (Findlay, 1970), de donde se ha tomado
resumido el párrafo anterior, discutió ampliamente la paradoja de
Leontieff sin referirse ni a Travis ni a la protección. Tal es el re­
sultado de separar los factores políticos y los económicos. Una vez
admitido el elemento político en el análisis económico le fue fácil a
Travis construir un modelo de comercio para Estados Unidos y
otros países desarrollados basado en el supuesto de protección má­
xima para sus industrias intensivas en mano de obra y descubrir
que se ajustaba a la práctica comercial. Si, como sugiere Travis, las
industrias se agrupan no sólo en productos primarios y manufac­
turas, sino además en sectores finales e intermedios, aparecen cua­
tro grupos, como indica la Tabla 9. La producción primaria inter­
media — agricultura, carbón, extracción de minerales y de petróleo
y energía eléctrica— es la más intensiva en mano de obra, pero es
también la que utiliza más capital directo en relación con la mano
de obra directa Las manufacturas finales utilizan la menor can­
tidad de tierra y de capital directo en relación con la mano de obra
directa; y son también las que mayor protección reciben de la po­
lítica comercial en los Estados desarrollados, que discriminan es­
pecíficamente entre materias primas, manufacturas semiacabadas y
manufacturas acabadas con niveles crecientes de derechos ad va-
lorem.
La agricultura es el sobrante, aunque la protección agrícola se
efectúa en gran parte por medio de subsidios y otras restricciones
no arancelarias, que no se refleja en la Tabla. En Estados Unidos
la agricultura es muy intensiva en capital, pero el voto de los agri­
cultores sigue siendo un factor político importante. En el Reino
Unido, la agricultura tiene hoy día un nivel de intensidad de capi-

^ Esto es más cierto en el caso de los Estados Unidos que en ningún otro,
donde las vetas de carbón son más anchas. Las minas en Europa, y en espe­
cial las minas de carbón, han sido tradicionalmente mas intensivas en mano
de obra, pero la mecanización moderna está modificando esta situación.
7. Protección y preferencia 159

tal casi igual que la industria, y el voto de los agricultores tiene


una importancia muy relativa; pero en Francia y en Japón, e incluso
en Alemania, sobreviven técnicas agrícolas intensivas en mano de
obra, y con ellas la importancia del campesinado en la política na­
cional. Travis rechaza este argumento político y presenta otro eco­
nómico de validez muy dudosa para explicar el lugar de la agricul­
tura en las economías de los países desarrollados. Afirma que «los te­
rrenos más favorables para la agricultura se encuentran entre los
paralelos treinta y cuarenta ... la tierra buena para la agricultura
es prácticamente monopolio de Norteamérica y Europa Occidental»
(Travis, 1964, págs. 242-3), es decir, de los países más desarrolla­
dos. Aunque la primera afirmación fuese cierta, deberíamos incluir
Argentina, Uruguay, Africa del Sur, Australia meridional (con casi
la totalidad de Nueva Gales del Sur y Victoria), Nueva Zelanda,
gran parte de Europa Oriental y Asia Occidental y Africa del Nor-
te, y, aunque no toda China, st el valle de Yangtsé y Manchuria,
pues todas ellas se encuentran entre estos dos paralelos. Además,
si excluimos de «las buenas tierras agrícolas» a la llanura del Gan­
ges, el Punjab y los valles de los ríos de Birmania, Thailandia e
Indochina, ninguno de los cuales se encuentra entre los paralelos
30 y 40, sería demasiado.

TABLA 9 —Derechos de importación por sectores de producción

Nivel medio de los derechos de importación ^


(% ad valorem) „
Industria y grupo EE. UU. RU Japón Alemania Francia
1960 1958 1960 1953-1955 1953-1955
Primarios intermedios 2 0 0-5 1
Alimentos 1 0 25 23
Productos agrícolas 18 0 4,5
6 8 |i
Manufacturas intermedias 6 10 13-20
Productos químicos 24 15 13 19 I,
Manufacturas acabadas 20 20-33 8-33 13 18 1,
Productos alimenticios 12
Vestidos 32,5 26 _ 13 26 ;
Servicios primarios finales
(terciarios) 0 0 0 0 0 1,
Las cifras para lÍ Reino Unido no son medias, sino el nivel más corriente.
Los «materiales agrícolas» de Alemania y Francia incluyen los minerafes que no
son combustibles.
Fuente: PEP (1959).
160 La teoría económica del imperialismo

Así pues, Travis recurre a los argumentos de los fisiócratas,


a la Schumpeter, para explicar la protección concedida a la^ agricul­
tura en lo que él llama las «naciones con tierra» de América del
Norte y Europa Occidental. El subdesarrollo del resto del mundo
se debe al parecer a su pobreza en tierra. La agricultura y la pro­
ducción de materias primas sólo son intensivas en mano de obra
en apariencia, porque «las naciones sin tierra tienen que emplear
casi la totalidad de su mano de obra en intentar asegurarse alimen­
tos» (1964, pág. 245). Travis concluye diciendo que la situación
se agrava hoy aún más con las políticas proteccionistas de las «na­
ciones sin tierra» que limitan la importación de manufacturas pe­
sadas intensivas en capital que les pondría en condiciones de des­
arrollar sus propias industrias intensivas en mano de obra. «Sólo
los países con tierra se pueden industrializar por medio de la pro­
tección — concluye— , porque sólo ellos son capaces de hacerlo.»
Así pues, el comercio es una «válvula para el excedente», en
palabras de Adam Smith — un excedente de mano de obra— , de
modo paradójico, en los países más ricos; pero debido a políticas
erróneas de naturaleza proteccionista, en los países más pobres no
se crea un tal excedente para el intercambio. Esto concuerda per­
fectamente con la tesis de Myint (1958, pag. 317), quien afirma
que en un tiempo hubo en los países pobres unos recursos no uti­
lizados de tierra y mano de obra, ociosos por falta de oportunida­
des de intercambio. El comercio creó estas oportunidades, expor­
tando productos primarios e importando a cambio manufacturas.
Sin embargo, como en el país pobre no había movimiento de recur­
sos entre los sectores, lo que sucedió fue que el artesanado se des­
truyó y la economía se especializó en la producción de materias
primas y productos alimenticios, parte para consumo doméstico y
parte para la exportación. Entonces, a medida que la población
fue creciendo, sin que adelantaran las técnicas de ahorro de tierra,
se fue consumiendo el excedente de alimentos exportable. Esto es
muy probable que sea cierto, porque se supone que estos países
son agrícolamente pobres. El artesanado, que hubiera podido for­
mar la base de nuevos productos intensivos en mano de obra para
vender a los países desarrollados, había sido destruido; y las ventas
de las industrias intensivas en mano de obra se veían obstaculiza­
das por las políticas comerciales de los países desarrollados.
Esta última argumentación encierra gran verdad. Aunque la
UNCTAD (Comité de las Naciones Unidas para el Comercio y el
7. Protección y preferencia 161

Desarrollo) ha intentado reducir los aranceles que los países ricos


aplican a los productos industriales de los países pobres, e incluso
darles preferencia, por ahora los resultados han sido escasos. Inclu­
so la oferta, aparentemente generosa, de la CEE en 1971 de per­
mitir la entrada libre en la Comunidad de determinadas mercan­
cías de los países pobres limitaba el total de estas importaciones
al nivel que tuviesen en 1968, y excluía los productos textiles que
constituyen las más importantes exportaciones potenciales de manu­
facturas de los países pobres L En las Conferencias de la UNCTAD,
los países ricos han rechazado de plano las medidas keynesianas
para manipular la demanda a nivel mundial (Kaldor, K art y Tin-
bergen, 1964, vol. II).
Estas tesis de Travis y Myint guardan cierto parecido con
las ideas keynesianas sobre la importancia de la geopolítica y de las
«válvulas» para los excedentes. No acaba de aclarar esta relación;
el mundo subdesarrollado no está escaso de buenas tierras agrícolas; el
mundo capitalista desarrollado no es tan autosuficiente en cuanto
a recursos naturales, y Travis lo admite en una nota de pie de pá­
gina (1964, pág. 244). Cuando no sólo Norteamérica, sino también
Argentina, Africa del Sur y Oceanía se incorporaron al mundo ca­
pitalista fue precisamente para desarrollarse. Por último, además
de estos países, también la URSS y Europa Oriental se han indus­
trializado tras barreras protectoras, y China sigue el mismo camino.
Queda sin aclarar por qué no se puede utilizar la mano de obra
en los países de desarrollo capitalista sin que se protejan sus indus­
trias intensivas en mano de obra contra los productos intensivos en
mano de obra del extranjero, y por qué surgió toda una batería de
medidas proteccionistas, además de los aranceles sobre las impor­
taciones intensivas en mano de obra y de las importaciones en com­
petencia con las industrias intensivas en mano de obra, a medida
que el capitalismo en los países desarrollados comenzó a mostrar
tendencias monopolisticas. La protección del mercado doméstico tie­
ne como corolario una posición monopolística del capital nacional
en el mercado doméstico. Naturalmente, cuanto mayor sea el mer­
cado, mayor número de firmas podra contener. Schumpeter pensaba
que había unas deseconomías de escala muy claras cuando las fir­
mas crecían de tamaño, de modo que las economías de escala no

Para una discusión mas completa de este tema, véase Barratt Brown
(1972fl, págs. 137-56).
La teoría económica del imperialismo
162

llevarían a que sólo hubiera una o dos firmas en cada industria


(Schumpeter, 1955, pág. 88). Esto es casi exactamente lo que ha
sucedido. Con la introducción de los computadores, la capacidad
de control de un individuo ha aumentado mucho, pero la tendencia
existía ya antes de que apareciesen los computadores. Aun en ausen­
cia del monopolio total, el oligopolio y la competencia oligopolista
no han producido el tipo de condiciones de mercado libre que pre­
dijera Schumpeter como típicas del capitalismo y garantizadoras de
su desarrollo pacífico. «En particular, la aparición de trusts y cárte­
les — fenómeno muy distinto de la tendencia a la producción en
gran escala, con la que se confunde a menudo— no puede atribuirse
nunca al automatismo del sistema capitalista».
Si las prácticas monopolísticas, especialmente en la exportación,
no se pueden explicar directamente por la producción en gran es­
cala, sí pueden explicarse indirectamente por la gran escala de la
financiación que requiere esta producción. En un mercado mundial
competitivo, la protección de las grandes inversiones tenía por fuer­
za que convertirse en una necesidad. Este es el argumento del mar-
xista Rudolf Hilferding ^ El desarrollo económico nacional de aque­
llos países que siguieron a Inglaterra en la industrialización requería
el apoyo estatal en favor de las posiciones monopolistas de las
industrias nacionales, primero en el mercado doméstico y después
en los mercados de exportación. Hilferding quizá exagerara la im­
portancia de los bancos, pero la integración del Estado y la indus­
tria a través de la mediación de los banqueros en una política cons­
ciente de expansión capitalista era cierta en el caso de Alemania y
de otros países europeos del continente, e incluso de América (véase
Colé y Deane, 1965, págs. 17-20; Landes, 1965, pág. 576).
Los keynesianos tienden a considerar estas políticas como ejem­
plos de mercantilismo. Ya habían sido esbozados por Friedrich List
y gozaron de amplia aceptación como formas de neomercantilismo
en la década de 1880. Probablemente eran inevitables para los
«desarrolladores tardíos», pero era evidente que implicaban rivali­
dades entre los Estados. Los acuerdos sobre cárteles internacionales
para repartirse los mercados mundiales sólo sirvieron como tregua
temporal de una guerra continua que, según Hilferding, conduciría
inevitablemente a un conflicto militar. Hilferding lo consideraba

5 El argumento de Hilferding está perfectamente resumido y criticado en


Sweezy (1942, págs. 258-69, 294-306).
7. Protección y preferencia j¿ 3

fundamentalmente como una lucha por los campos protegidos del


desarrollo, y no sólo por los mercados, como pensaba Rosa Luxem-
burg; y el desarrollo que Hilferding identificó era el verdadero
desarrollo capitalista que pasaba a las colonias europeas, no la
extracción de materias primas de países que seguían en el subdes­
arrollo.
El control sobre la competencia en el mercado interior por me­
dio de asociaciones financieras aparece en los primeros trusts en
Estados Unidos, que condujeron a la ley Sherman antitrust de 1890,
en la red de Kartelle en Alemania en la década de 1880 y en las
asociaciones de manufactureros en Inglaterra en ese mismo período.
Todos los autores que han escrito sobre el monopolio lo atribuyen
al intento de establecer en aquella época unas posiciones monopo-
lísticas ante la creciente competencia internacional, y lo asocian con
el movimiento en favor de la protección nacional en el mercado in­
terior (Clapham, 1930, vol. III, págs. 221-36; Macrosty, 1907
página 23; Moody, 1904).
Entonces, ¿por que fracaso la campaña en favor de la reforma
arancelaria y de la preferencia imperial en Inglaterra a comienzos
del siglo X X ? Su fracaso significa que había un sentido muy vivo
de las ventajas del librecambio, que beneficiaban no sólo a Ingla­
terra, sino también quiza a aquellos países que encontraron en ella
mercados en la segunda mitad del siglo xix, obteniendo así divisas
con las cuales hacer progresar su industrialización. Si los países que
no lograron industrializarse no estaban tan pobremente dotados de
recursos como afirma Travis, entonces debieron experimentar pro­
blemas especiales internos de desarrollo. Tomemos Argentina como
ejemplo. Los países que fueron colonizados por «parientes» eu­
ropeos se desarrollaron industrialmente, y la economía inglesa se
benefició al parecer tanto de su exitoso desarrollo como del fracaso
de Argentina o de la India. En otras palabras, a pesar de la protec­
ción que dispensaban los Dominios para alimentar a sus industrias
nacientes, el desarrollo económico de Inglaterra, lejos de sufrir un
parón por la competencia de los nuevos centros industriales, pa­
reció beneficiarse de ella. El hecho fue que las exportaciones ingle­
sas a esos países en vías de desarrollo crecieron al mismo ritmo
que las exportaciones a los países sin desarrollo, aunque los pri­
meros estuvieran protegiendo sus industrias (véase Tabla 19). Esta
parece ser la principal razón de la constante política librecambista
La teoría económica del imperialismo
164

en Inglaterra hasta la década de 1930, y mucho después de que


cesara su monopolio sobre el comercio como taller del mundo. ¿E s­
taba justificado en aquella época, y cómo? ¿No había otras ven­
tajas en las colonias que los marxistas quisieran identificar?
El mejor modo de examinar la respuesta a las cuestiones plan­
teadas quizá sea examinar las fuerzas que se alinearon en Inglaterra
a ambos lados de la controversia sobre la reforma arancelaria a
principios del siglo xx. Ya en 1844, Robert Torrens, temiendo los
«aranceles hostiles de los rivales extranjeros», había propuesto,
como vimos antes, «una Liga Comercial Británica, un Zollverein
colonial», con un sistema de preferencia imperial, y proponía que
un estadista llevara a cabo este programa. Más de cincuenta años
después este estadista apareció en la persona de Joseph Chamber-
lain, y el programa seguía siendo casi el mismo, aunque no un Zoll­
verein total, ya que un arancel exterior común y un sistema fiscal
común parecía imposible imponer en aquella época a los Dominios
autónomos. Mientras tanto, los «aranceles hostiles de los rivales
extranjeros» habían desafiado en efecto al comercio exterior inglés.
El mercado de Estados Unidos disminuyó a partir de la década
de 1860, pasando de absorber casi una quinta parte de las expor­
taciones inglesas a menos de una décima parte. Además, estaba
entrando en dumping acero americano y alemán en el mercado in­
glés, como resultado de las políticas proteccionistas de estos paí­
ses; y los productores ingleses de acero no podían tomar represa­
lias. La libre entrada de trigo norteamericano iba representando
una proporción cada vez más grande del consumo de alimentos de
Inglaterra a costa de la agricultura inglesa, pero las manufacturas
inglesas no tenían ventajas recíprocas en el mercado norteamericano.
Chamberlain, el radical reformador social de Birmingham, se
había unido a los conservadores con los grandes terrateniente libe­
rales contra el régimen autónomo propuesto por Gladstone para Ir­
landa. No sólo representaba la industria metalúrgica de los Midlands,
sino que además tenía intereses directos en las colonias por sus
acciones en la Real Compañía del Níger y por su amistad con Rho-
des y quiso ser ministro de Colonias cuando entró a formar parte
delGabinete de Salisbury en 1895. En 1902 convocó a las colonias
autónomas a una Conferencia Imperial, y, aunque no logró que le
ayudaran a financiar el coste de la defensa del imperio, sí obtuvo
su apoyo para un sistema preferencial del comercio imperial. El
7. Protección y preferencia

pequeño derecho sobre los cereales que estableció en 1901 Ritchie,


presidente del Board of Trade, estaba destinado sólo a recaudar
fondos para financiar la Guerra de los Boers, pero Chamberlain lo
consideraba como una punta de cuña. Cuando en 1903 se suprimió
e impuesto, Chamberlain dimitió del Gabinete para recorrerse el
país pronunciando discursos en favor de un programa de reforma
arancelaria que uniría el Imperio, proporcionaría fondos para la
reforma social y protegería la siderurgia y la agricultura de Ingla­
terra.
No le fue difícil a Chamberlain obtener el apoyo de los caba­
lleros hacendados de la Cámara de los Comunes. Pequeños agri­
cultores, como Walter Long, más tarde ministro de Colonias, y
Henry Chaplin eran miembros activos de la Liga para la Reforma
Arancelaria. Pero algunos grandes terratenientes dudaban. Caven-
dish retiró las promesas que había hecho a Chamberlain (¡la tesis
de Schumpeter no vale en este caso!). Los directores de la industria
pesada — principalmente del acero— fueron quienes le dieron apo­
yo más firme, en especial sir Vincent Caillard, presidente de Vic-
kers, aunque también estaban los presidentes de Armstrong Whit-
worth, Bessemer y Guest Keen. Chamberlain estaba respaldado por
la prensa chauvinista dirigida por Arthur Pearson, e incluso T h e
T im e s publicó los artículos de Hewins que abrieron la campaña.
Hewins, que había dedicado su vida al estudio del mercantilismo,
era el principal consejero académico de Chamberlain, y dimitió de
su puesto de director de la London School of Economics para con­
vertirse en secretario de la Comisión Arancelaria y, de hecho, la
mano derecha de Chamberlain; pero también tenía aliados entre
los historiadores de la Economía, los profesores Cunningham y Ash-
ley y el profesor Mackinder, geógrafo. Chamberlain contaba incluso
con el apoyo de reformadores sociales como Charles Booth, y en
el campo de la oposición podía contar con los Imperialistas Liberales
acaudillados por lord Rosebery. Parece una lista impresionante, y,
sin embargo, a pesar de que hubo un momento en el que el G a­
binete de Balfour acordó por gran mayoría dar preferencias a las
colonias en cuanto al derecho sobre cereales de un chelín, Cham­
berlain fracasó.
Quizá se debiera a que algunos de estos aliados no fueran muy
sinceros. Se puede afirmar incluso que los esfuerzos de Hewins, un
p arven ú social, católico e intrigante inveterado, fueron realmente
166 La teoría económica del imperialismo

contraproducentes Su campaña fue, sin embargo, la primera que


se llevó a cabo en la política inglesa con un despliegue estadístico
(aunque Chamberlain solía arreglar las suyas) y con una seria in­
vestigación académica en los trabajos de la Comisión Arancelaria.
Además, la campaña perdió mucha fuerza con el infarto de Chamber­
lain en 1905, a partir del cual no tomó parte activa en la vida pú­
blica, aunque no muriera basta 1914. Sea como fuere, pasaron
treinta años hasta que otro representante del acero de los Midlands
obtuviera la preferencia imperial.
Chamberlain se dirigía, en primer lugar, y sobre todo, al obrero
inglés, y si fracasó debemos comprender por qué. El imperialismo
social parecía ser una fuerza poderosa. Como observó Chamber­
lain, Bismarck la había explotado en Alemania, seguramente por­
que los trabajadores en Alemania habían obtenido beneficios reales
de la protección. ¿Por que no en Inglaterra? Los derechos de im­
portación, decía Chamberlain, se habían destinado siempre a finan­
ciar las pensiones de vejez y los crecientes servicios públicos. En
general, se creyó que la repatriación de los beneficios obtenidos en
el extranjero entre 1880 y 1900 había expandido el mercado inte­
rior. Los imperialistas fabianos no sólo creían en «la meta 'socia­
lista’ de criar una 'raza imperial’», sino que además eran fervientes
«neomercantilistas» en el sentido keynesiano de creer en la direc­
ción de la economía para mantener el pleno empleo. Los aranceles
eran una parte esencial de esa dirección, aunque los fabianos se
detenían ante la idea de que los impuestos sobre los alimentos sus­
tituyeran a los impuestos sobre la renta, pues esto significaría car­
gar sobre el pueblo los costes de la reforma social (Semmell, 1960,
páginas 138-40, 164-5).
La diferencia entre Inglaterra y Alemania era que Inglaterra
ya tenía sus colonias, con mercados protegidos y oportunidades pre-
ferenciales para las inversiones, y Alemania, no. ¿Que mas podía
añadir Chamberlain en apoyo de patronos y obreros en la industtia
inglesa que ya no disfrutaran? Tenían mercados y el interés im­
perial, que estaban por encima de las divisiones de clase. El impe­
rialismo social en Alemania estaba conectado con la petición de

® Esta es la opinión de Peter Lowe, con quien he colaborado en el estudio


de los escritos de Hewins en la Biblioteca de la Universidad de Sheffield. La
mayor parte de este párrafo se basa en estos escritos, así como en la auto­
biografía de Hewins (1929).
7. Protección y preferencia 167

colonias y no con la protección, ni siquiera para las industrias de


exportación, que había resultado un arma muy pobre en los años
de depresión que siguieron a 1873. El hecho de que Bismarck, se­
gún su hijo, considerara esta petición como un «asunto de política
interior» se ha creído que refuerza la causa de las explicaciones no
económicas del imperialismo (Wehler, 1972, págs. 79-92). Resulta
aún más reforzado con la afirmación del presidente Cleveland de
que la expansión de Estados Unidos en América Latina no era
cuestión de política exterior, sino una «cuestión clarísima de polí­
tica interior» (Wehler, 1972, pág. 87); y afirmaciones similares po­
demos citar de Napoleón III y de estadistas rusos en la década de
1890. Sin embargo, Wehler, de cuya obra hemos tomado estas
referencias, aclara que el origen del imperialismo social, al menos
en Alemania, fue económico: no solo la depresión de principios de
la decada de 1880, sino también la «inestabilidad» general y la
«irregularidad del crecimiento económico» que hicieron que fuera
«imposible calcular una actividad económica racional» (pág. 76).
Cita el comentario del embajador francés en Berlín como ejemplo
típico de las tomas de decisión alemanas a mediados de la década
de 1880: «L a superproducción obliga a Alemania a buscar la ad­
quisición de colonias» (pág. 80).
Entonces, ¿quién se opuso en Inglaterra a la campaña de Cham­
berlain? Los liberales cobdenitas eran acompañados con todo entu­
siasmo por los economistas clásicos, seguidos de los profesores Mar-
shall, Cannan, Edgeworth, Pigou y Clapham. Muchos comerciantes
industriales todavía veían su poder en un mercado mundial y es­
taban contentos de sus privilegios en las colonias no autónomas.
India solamente absorbía aun una sexta parte de las exportaciones
inglesas. Entre estos industriales estaban los propietarios de las
minas de carbón, de la industria textil y la construcción de barcos
y los directores de industrias metalúrgicas, que también disfrutaban
de la ventaja del acero alemán y americano a bajo precio. El Con­
greso de los Sindicatos Obreros les apoyaba, y, quizá lo más im­
portante, la City de Londres lanzo su gran peso contra Chamberlain.
Como subrayaría Keynes en su ensayo sobre The Economic Conse-
quences of the Peace (1920, pags. 9-10), la «internacionalización
de la economía hoy casi irreconocible» que existía antes de la Pri­
mera Guerra Mundial era todavía una realidad. El capital inglés
en el extranjero ya no dependía de las exportaciones de la industria
manufacturera. Se derivaba de la renta de antiguas inversiones que
168 La teoría económica del imperialismo

luego se aplicó a la promoción y dirección de préstamos exteriores,


a corretajes y seguros y a la emisión de letras para financiar el co­
mercio mundial. La Hacienda inglesa no tenía necesidad de cultivar
el área menor del imperio, cuando tenía todavía acceso a todo el
mundo, cuando el mercado londinense de capitales era preponde­
rante y cuando la esterlina valia tanto como el oro.
Antes de 1914, Inglaterra les iba aún muy a la zaga a sus ri­
vales — Estados Unidos y Alemania— en lo que se refiere al des­
arrollo de monopolios. Este desarrollo aparecería en la decada de
1920. Marx (1935c) había insistido ya desde 1840 en que para el
capitalismo inglés lo esencial era el librecambio, no la protección.
Schumpeter incorporó esta idea a su modelo de «capitalismo puro».
Sin embargo, el mundo en que operaba el capital inglés era un mun­
do cada vez con más monopolios, trusts y carteles. Hewins insistía
siempre en que la reforma arancelaria no significaba protección,
sino un sistema preferencial para el librecambio imperial. Dados los
vínculos históricos de Gran Bretaña con las colonias autónomas, y
dado su control directo sobre las colonias no autónomas, este sis­
tema casi existía de fació sin nuevas instituciones ni preferencia
imperial. En contraste, Alemania y Estados Unidos tuvieron que
luchar para abrirse camino en el mercado mundial. Los monopolios
y trusts dentro del país y los cárteles, las concesiones y las colonias
en el extranjero se destinaban a este fin y obligaron a Inglaterra a
extender, como respuesta, el territorio del imperio en las últimas
décadas del siglo xix. Por tanto, desde el punto de vista económico,
podemos considerar los mercados preferenciales como un producto
de la competencia intercapitalista. Así es como vemos las políticas
mercantilistas que se practicaron en el siglo xix.
El control sobre las fuentes de materias primas se convirtió cada
vez más a finales de siglo en elemento clave en las operaciones in­
tegradas de las compañías transnacionales. Los países que tenían las
bases de estas compañías buscaban ese control por motivos de es­
trategia. La integración vertical de las compañías petrolíferas con
ayuda estatal, como la compra por el Gobierno inglés de acciones
del petróleo anglo-persa, sólo es un ejemplo entre muchos. Vale la
pena recordar en este punto que en la década de 1930 el argumen­
to de «los que tienen» y «los que no tienen» no era un argumento
entre países ricos y pobres, sino entre Inglaterra, Francia y Estados
Unidos, por una parte; Alemania, Italia y Japón, por otra; es decir,
entre Estados capitalistas ya desarrollados. Lo que el primero tenía
7. Protección y preferencia 169

y el segundo no eran colonias y mercados privilegiados y fuentes


para el suministro de materias primas.
El modelo keynesiano de mercantilismo encubierto explica par­
cialmente la mayoría de los acontecimientos del desarrollo de Ingla­
terra en el siglo xix, del mismo modo que el mercantilismo franco
explica el crecimiento de sus rivales. No explica el fracaso de la
campaña de Chamberlain en favor de la preferencia imperial, que
debía haber sido un éxito desde el punto de vista keynesiano, a
menos que se diga que no era necesario revelar abiertamente un
mercantilismo encubierto. El hecho es que no se lograron obtener
preferencias mutuas en el comercio con los Dominios, precisamente
aquellos territorios vacíos de la colonización europea, de los que
depende la argumentación keynesiana. Esto indica no sólo que las
finanzas inglesas habían alcanzado cierta hegemonía sobre el capital
industrial, como el propio Keynes supuso y Robinson ratificó (1966¿,
página 205), sino también que la integración de la mano de obra
de las colonias no autónomas, e incluso de los Dominios, no era
ya sólo una relación de mercados, sino un sistema de producción.
Chamberlain introdujo mano de obra coolie china en los cam­
pos auríferos de Africa del Sur, y desde entonces se siguió emplean­
do mano de obra cuasi-esclava (véase Barratt Brown, 1970¿t, pági­
na 167). Esta mano de obra proporcionaba muy poca o ninguna
demanda efectiva de exportaciones inglesas, pero el excedente que
afluía al capital inglés iba en aumento. Los primeros años del si­
glo X X vieron el rápido desarrollo de las minas y plantaciones de
Ultramar que satisfacieron las necesidades de la industria del auto­
móvil en estaño, cobre, caucho y petróleo, así como el aumento del
consumo de azúcar, té y café en Inglaterra. A esto siguió la cons­
trucción de puertos y ferrocarriles en las colonias. Se llevó mano
de obra contratada de la India a Malasia, los Establecimientos del
Estrecho, Ceilan, Assam, Trinidad, Guayana inglesa. Jamaica, Afri­
ca Oriental, Isla Mauricio e Islas Fidji (Knowles, 1928, págs. 182-
201). Quizá esto les pareciera más importante a los industriales
ingleses que el desarrollo de los Dominios, y desde luego así les
parecía en aquel momento a las industrias alemana, holandesa y
americana (1928, pág. 178).
Aparte del régimen colonial directo que estableció Gran Bre­
taña a lo largo del siglo xix, y otros países europeos y Estados Uni­
dos a finales de siglo, podemos identificar esferas de influencia en
otros países nominalmente independientes. Esta influencia se puede
TABLA 10.—Principales mercados exteriores y localización de la inversión extranjera para algunos países
, (1770-1970).

Años Principales áreas de exportación (% ) Principales áreas de inversión de capital (% )

Gran Bretaña
Hasta 1770 Europa 75-80, Norte y Centroamérica 15-20 Capital importado
1800-1820 Europa 40, Norte y Centroamérica 40 Europa 30
1830-1850 Europa 40, Imperio 30 Europa 25, Estados Unidos 30
1860-1870 Europa 40, Imperio 33 Europa 20, Imperio 40
1900-1910 Europa 35, Imperio 35 Imperio 50 (Dominios 30), América Latina 2 '
1920-1930 Europa 38, Imperio 43 Imperio 60 (Dominios 35)
1950-1960 Europa 30, Imperio 45 Imperio 60 (Dominios 40)
1970 Europa 45, Imperio 25 Imperio 50 (Dominios 45), Europa 20

Estados Unidos
Hasta 1870 Europa 60-70, América Latina 25 Capital importado
1870-1880 Europa 80, América Latina 10 Capital importado
1900-1910 Europa 70, América Latina 15, Canadá 15 Capital importado
1920-1930 Europa 45, América Latina 15, Canadá 15 América Latina 42, Canadá 27, Europa 20
1950-1960 Europa 33, Canadá 20, América Latina 20 América Latina 35, Canadá 30, Europa 25
1970 Europa 35, Canadá 22, Asia 24 Europa 50, Canadá 30, América Latina 12

Francia
1890 RU 30, otros países de Europa Occ. 40 Europa 39, Rusia y Turquía 32
1910 RU 20, otros países de Europa Occ. 40 Europa 29, Rusia y Turquía, 32, Colonias 10
1920 RU 15, otros países de Europa Occ. 40, Colonias 70
Colonias 30
en
F
1890 RU 20, otros países de Europa Occ. 33 Capital importado
1910 RU 15, otros países de Europa Occ. 30, Africa(?)
no industriales 28
1920 RU 10, otros países de Europa Occ. 35. Capital importado
no industriales 31
1950-1960 Europa Occ. 45 (CEE 28), no industriales 29 No industriales 70
japón
1910 EE. UU. 30, Europa 20, Asia no inglesa 34 Capital imnortadc.
1920-1930 EE. UU. 40, Asia no inglesa 40, Imperio
Británico 20
1950 EE. UU. 15, Imperio Británico 45, Asia no
inglesa 35
1970 EE. UU. 30, Imperio Británico 30, Asia no Créditos de exportación a países subdesarroUados
inglesa 25

Rusia (URSS)
1913 RU 18, Alemania 30, otros países de Europa 27 üapital importado
1920 RU 28, Alemania 21, otros países de Europa 13
1930 RU 27, Alemania 10, otros países de Europa 19
1950 Europa Oriental 57, China18, otros países
de Asia 7
1960 Europa Oriental 56, China 6, otros países
de Asia 8
1970 Europa Oriental 53, China 5, otros países
de Asia 9

Fuentes: Véase Tabla 9 y Barratt Brown (1973).


172 La teoría económica del imperialismo

medir en términos de la participación de bienes '■ 'manufacturados en


las exportaciones de los países metropolitanos contra las importa­
ciones de productos primarios principalmente y de la participación
de capital en las exportaciones de los países metropolitanos. En la
Tabla 10 vemos la asociación en el comercio y las inversiones de
Inglaterra con el Imperio, de Estados Unidos con Canadá y Amé­
rica Latina, de Alemania con Europa, de Francia con sus colonias
(sobre todo con Africa), de Japón con el Asia no inglesa y de la
Unión Soviética con Europa Oriental. Se observa un gran cambio
en la década de 1960 con la aparición de una nueva tendencia de
mayor comercio e inversiones entre los propios países capitalistas
desarrollados en detrimento de sus antiguas relaciones con las áreas
subdesarrolladas. La razón principal fue el brusco descenso en la
participación de los productos primarios en el comercio mundial
(véase capítulo 9).
La protección y la preferencia han sido factores esenciales del
desarrollo de los centros nacionales de industria allí donde el ca­
pitalismo los ha creado. Sin embargo, cuando un Estado, como In­
glaterra en los dos primeros tercios del siglo xix o Estados Unidos
después de 1940, presentaba una superioridad económica abruma­
dora, entonces el librecambio constituía una ventaja nacional. Los
nuevos competidores podían entrar en el juego reclamando sus pro­
pias esferas preferenciales de influencia. Aun entonces, la protec­
ción de la agricultura y de las industrias intensivas en mano de
obra en el interior cobraban importancia política esencial para apo­
yar el pleno empleo de los obreros industriales en el país y para
mantener el apoyo del campesinado conservador. Aún queda por
explicar por qué fracasó el capitalismo en ausencia de una protec­
ción que mantuviera el pleno empleo en economías desarrolladas
industrialmente. Ya hemos visto que la tesis de los países «con
tierra» no es adecuada. Su desarrollo hubiera sido más fácil sin
protección, y al final acabaron por encontrar el medio de dirigir sus
economías con una protección mínima. Esta protección hay que ex­
plicarla dentro de un sistema capitalista y no, según Schumpeter y
los economistas liberales clásicos, como una reminiscencia del an­
tiguo mercantilismo. Tiene mucho más en común con la dirección
de la economía dentro del Estado-nación propuesto por Keynes.
Entonces, ¿por qué no se han aplicado las medidas keynesianas de
dirección de la demanda sobre una base global? La respuesta mar-
7. Protección y preferencia 173

xista es que no se puede controlar tan racionalmente la tendencia


competitiva a^ la acumulación de capital privado. La competencia
obliga a la búsqueda de posiciones preferenciales. Pero de ello ha­
blaremos en el próximo capítulo
Capítulo 8
EXPORTACION DE CAPITAL

El argumento marxista que sustituyó a la opinión del propio


Marx de que el librecambio era la forma principal de la expansión
capitalista fue la tesis de que la exportación de capital a áreas pro­
tegidas proporcionaba la base del imperialismo como una nueva
etapa del capitalismo. El excedente de capital en los países indus­
triales más avanzados condujo a la búsqueda de nuevas oportuni­
dades rentables para la acumulación en Ultramar. Se alcanzó la nue­
va etapa de «capitalismo monopolista» algo después de 1870 y la
gran expansión de las colonias europeas a partir de entonces se
debió a esta coyuntura. La tesis de que hubo un importante cambio
en favor de las inversiones extranjeras después de la década de
1870 parecía acertada, a la vista de la expansión de las inversiones
en el extranjero a finales del siglo, primero de capital inglés y des­
pués del de otros países europeos. Existen abundantes documentos
de la época, especialmente en Inglaterra, gracias a los estudios de
sir Robert Giffen que Hobson dio a conocer en su obra sobre el
imperialismo (1938, págs. 61-3). Otros estudios subsiguientes han
demostrado que Giffen hahía incluso subestimado el aumento de
las inversiones inglesas en Ultramar en las dos décadas siguientes
a 1880 (Imlah, 1958, pág. 78). Además, el proceso continuó al
finalizar el siglo, uniéndose a él otros países europeos, con lo que
cálculos recientes indicaron que el total de las inversiones europeas
175
176 La teoría económica del imperialismo

en el extranjero habían aumentado de unos seis millones a cua­


renta y cuatro mil millones de dólares entre 1874 y 1914. Aproxi­
madamente el 75 por 100 fueron inglesas en el primer año y un
40 por 100 en el último año; Francia y Alemania participaban, res­
pectivamente, con un 10 y 12,5 por 100; Holanda, Suiza, Bélgica
y Estados Unidos, casi la totalidad del resto (NU, 1949).
Aunque las cantidades absolutas que se iban añadiendo a los
stocks de capital en el extranjero aumentaban decenio tras decenio,
y cada vez se incorporaban más países, la tasa más alta de creci­
miento se dio en las décadas de 1860 y 1870, y se debió en gran
parte a capital británico.

TABLA 11.—Stock de inversiones en el extranjero de los países


europeos, 1854-1914 (en millones de dólares).

Año Gran Bretaña Francia Alemania Otros Total (aprox.)

1854 1.100 1.200


1862 1,900 2.000
1874 5.000 1.000 6.500
1885 7.000 3.500 12.000
1900 11.000 5.600 1.450 4.000 22.000
1913 18.300 8.700 5.600 11.400 44.000

Fuentes: Imlah (1958, Tabla 4); Feis (1930); NU (1949).

La idea de que a partir de 1870 se inició una nueva etapa tuvo


una aceptación tan general porque por muchas razones el año 1870
parecía ser un momento crucial en el siglo xix, y en especial para
Inglaterra. La gran depresión que siguió a 1874 puso fin a un pe­
ríodo de cincuenta años de auge casi ininterrumpido (Ensor, 1936,
pág. 136). La producción industrial en Gran Bretaña no volvió a
alcanzar el mismo ritmo de crecimiento, si bien el crecimiento del
producto nacional real se recuperó a finales del siglo ‘ (y de nuevo
en la década de 1950). De hecho, esto implicaba el crecimiento de

' Véase Deane y Colé (1964, tablas 73, 74 y 77), quienes utilizan las cifras
de Feinstein (1961) y que verdaderamente zanjan la discusión entre Coppock
y Phelps-Brown sobre la fecha de la época «climatérica» de la economía
británica, fallando en favor de la opinión del segundo, la década de 1890 y
no la de 1870. Véase Phelps-Brown y Handfield-Jones (1952) y Coppock
(1956).
8. Exportación de capital 177

las industrias de servicios a medida que aumentaban los niveles


de vida, pero para los industriales manufactureros aquello fue un
periodo desastroso. Los precios y los beneficios disminuyeron sin
interrupción durante veinte años, y no menos de tres grandes Co­
misiones de Encuestas sobre la Depresión del Comercio y la In­
dustria estudiaron las causas sucesivamente en 1886, 1887-8 y
1894-7. La competencia de Estados Unidos y Alemania bahía re­
ducido la posición de Inglaterra como taller del mundo y además
se estaban infiltrando en el propio mercado inglés. La conclusión
que se sacó, y no sólo por los historiadores marxistas, fue que a
partir de 1870 se obligó al capital inglés a fundirse dentro del país
y a invertir en los países del imperio (Dobb, 1946, pág. 311).
La asociación entre la construcción de un imperio, la exporta­
ción de capital y las nuevas prácticas monopolísticas en la industria
— todas ellas a raíz de la gran depresión de la década de 1870—
era, por tanto, muy plausible. Estudiando el cambio de siglo y las
causas de la Guerra de los Boers y la lucha por las colonias de Afri­
ca, Hobson descubrió que las «raíces últimas del imperialismo» es­
taban en que la congestión de capital tuvo que buscar oportunida­
des rentables de inversión en Ultramar una vez que la concentra­
ción de la industria hubo reducido las oportunidades en el país
(Hobson, 1938, cap. 6). Lenin, a su vez, basándose en la obra de
Hobson y en el estudio de Hilferding sobre el capital financiero,
desarrolló el concepto de imperialismo como etapa superior del ca­
pitalismo (Lenin, 1933; Hilferding, 1923). El principal objetivo de
la exportación de capital era, según Lenin, obtener lo que denomi­
naba «superbeneficios coloniales». El deseo de exportar capital sur­
gió no tanto de que el consumo doméstico no aumentara, según
sugirió Hobson, como de la competencia entre Estados capitalistas
rivales por el control de los mercados y de las fuentes de materias
primas en Ultramar.
La exportación de capital pudo ser simplemente el resultado de
la escasez cada vez mayor de productos primarios en la metrópoli
(Fieldhouse, 1967, pág. 188); pero Hobson insistía en que fue la
mala distribución de la renta en Gran Bretaña lo que fomentó el
ahorro excesivo y el consumo insuficiente, empujando al capital a
buscar nuevas oportunidades en Ultramar (1938, pág. 83). Hobson
creía que los Estados capitalistas podrían efectuar una distribución
mas equitativa de la renta si el Estado estuviera dispuesto a garan­
tizar un rendimiento al capital tanto dentro como fuera del mercado
178 La teoría económica del imperialismo

doméstico (1938, pág. 105). Lenin no abrigaba tales ilusiones, y


consideraba la exportación de capital en términos de tierra y mano
de obra baratas a explotar, y de oportunidades para que «el capital
financiero extendiera su red sobre todos los países del mundo»
(1933, cap. 4), a medida que «el capital monopolista» se iba cen­
tralizando.
Para Hobson, como para Hilferding, el papel del Estado era de­
cisivo para asegurar el incentivo para invertir. Este es, desde luego,
un punto de vista muy keynesiano y está en completa contradicción
con la opinión liberal clásica, que afirma que no debería haber sido
necesaria tal intervención. Pero los keynesianos han planteado algu­
nas cuestiones clave sobre el significado que se debe atribuir a las
exportaciones de capital (Knapp, 1957, pág. 132). En el capítulo 6
observamos que los excedentes de la balanza de pagos corriente
anual de Gran Bretaña, que representa exportaciones netas de ca­
pital, aumentó en los noventa años siguientes a 1825 no gracias a
la cuenta comercial de bienes y servicios, sino a la reinversión par­
cial de los intereses y dividendos efectuada por los ciudadanos
ingleses (véase Tabla 7). Knapp, teniendo en cuenta el cálculo efec­
tuado por Keynes del valor del Tesoro de Drake a interés com­
puesto en 1913, afirma que durante el período de cuarenta años
que se extendió entre 1874 y 1914 — que fue el auge de las inver­
siones en el extranjero— «el total de las exportaciones de capital
estimadas (de Inglaterra, Francia y Alemania) equivalía aproxima­
damente a su renta agregada obtenida de las inversiones». «L a ren­
ta media anual — añade— era de un 5 por 100, aproximadamente»
(Knapp, 1957, pág. 438) L Como subraya Knapp, hubo una rein­
versión parcial de renta durante todo el período entre 1815 y 1914.
A partir de 1825, la renta fue en general superior a la reinversión,
aunque durante el período de veinte años entre 1855 y 1875 fue
inferior. Estos fueron los años en que la acumulación en Ultramar
fue más rápida. Entre 1875 y 1914 no hubo de hecho exportación
global de capital. Hubo, sin embargo, de nuevo trasvases más re­
gulares de renta obtenida en un área a inversiones en otra.
Knapp llega a la conclusión de que las exportaciones de capital
no financiaban tanto una transferencia real de bienes y servicios
como una deuda cada vez mayor de los países que tomaban pres­
tado. En la medida en que esto sucediera, las exportaciones de ca-

Knapp utiliza datos de las Naciones Unidas (1949, pág. 11.


8. Exportación de capital 179

pital no representaban activos reales, sino activos en el papel. Esto


lo confirma el hecho de que casi la mitad de las inversiones de ca­
pital inglés en el extranjero consistían en préstamos a Gobiernos o
a empresas mixtas públicas y privadas. Además, el 70 por 100 del
total se destinaba a capital fijo social, es decir, ferrocarriles, servi­
cios públicos y otras obras públicas que contaban con frecuencia
con la garantía del Estado (Simón, 1967, pág. 42). Casi todas las
exportaciones de capital alemán y francés consistían en préstamos
entre Gobiernos (Thomas, 1967, pág. 11), aunque al finalizar el
siglo las firmas alemanas de electricidad comenzaron a establecer
sucursales en otros países europeos (Feis, 1930, pág. 78).
Las exportaciones de capital entre 1874 y 1914 no consistían
principalmente en inversiones en Ultramar hechas por grupos in­
dustriales, cada vez más monopolísticos. La conexión entre los «ca­
pitalistas financieros» y los Gobiernos en la tesis de Lenin podría
sugerir aún una razón por la cual el desarrollo infraestructura! de­
biera asegurar mercados privilegiados y fuentes de materias primas,
y proporcionar un clima generalmente favorable para el resto de las
inversiones extranjeras en las actividades extractivas, manufacture­
ras y comerciales de las grandes compañías. Además, cuando se
reduce el valor de las exportaciones de los países deudores (y proba­
blemente también el volumen) debido a condiciones de superabun­
dancia en los países acreedores, quizá sea necesario que los países
deudores pidan más préstamos al extranjero para poder mantener
un nivel determinado de importaciones y ahorros. De aquí que
en el argumento de Knapp hubiera un «endeudamiento excesivo» en
este período, debido al fallo no de los ahorros domésticos, sino de
los préstamos domésticos a los países prestatarios, bien debido a
la falta de desarrollo del sistema bancario y del mercado de capital
de estos países, bien debido «a una tradición que dice que el ca­
pital tiene que venir de fuera» (1957, pág. 436).
El argumento de Knapp quiere demostrar que no existen prue­
bas de que para el crecimiento de los países en desarrollo sea ne­
cesario una transferencia real de recursos. El ejemplo que da de
los movimientos de capital entre Gran Bretaña y Argentina muestra
la enorme magnitud de los «préstamos excesivos» (1959, pági­
nas 593-6). Sólo una tercera parte de la suma concedida a Argen­
tina por prestamos ingleses en 1880-89 era necesaria para cubrir los
déficit de la balanza de pagos de Argentina en aquel período. El
resto se dedicó a la financiación de los costes locales de construc-

L
180 La teoría económica del imperialismo

ción de ferrocarriles y puertos, aumentando así en gran manera la


deuda de Argentina. Según otros cálculos, «las exportaciones de
Argentina se sextuplicaron entre 1881-1885 y 1910-1914, mientras
que las importaciones se quintuplicaron y el servicio de la deuda
exterior se hizo ocho veces mayor» (Ford, 1958, pág. 589).

TABLA 12.—Crecimiento de capital inglés y francés en el extran­


jero, 1815-1913 (medias anuales, aumento absoluto y
aumento porcentual compuesto por décadas y tasa de
rendimiento del capital inglés).

Capital inglés Capital francés

Década Aumento Aumento ah-


absoluto Aumento Tasa media soluto (miles Aumento
( millones compuesto de de millones compuesto
de libras) (% ) rendimiento de francos) (O/o)

1815-1825 88 26,0 4,6 — —


1826-1835 43 3,9 3,5 —

1836-1845 42 2,7 4,5 —
1846-1855 64 3,0 4,7 — —

1856-1865 241 7,0 5,0 —

1866-1875 575 8,0 5,1 5'-' 4,0


1876-1885 432 3,4 4,7 5b 3,0
1886-1895 698 3,9 4,7 8<= 3,4
1896-1905 447 2,0 4,3 3,5
17 ^
1906-1913 1.348 5,3 5,0

“ 1869-1880
b 1880-1890
c 1890-1900
d 1900-1917
La tasa de rendimiento se calcula a base del interés y de los dividendos
como porcentaje del capital acumulado en el extranjero en el punto central
de cada período.
Fuentes: Imlah (1958, Tabla 4); Fels (1930, págs. 23-4).

Tales flujos excesivos de capital indican no sólo que los países


subdesarrollados de producción primaria dependen del nivel de la ac­
tividad económica en los países industriales más desarrollados, sino
también que en éstos existe una cierta presión de los ahorros para
encontrar oportunidades de inversión. No era necesario en absoluto
reinvertir en Ultramar la renta de Ultramar. La mayoría de las
8. Exportación de capital 181

exportaciones inglesas de capital consistían en las carteras de títulos-


valores de los rentistas. La explicación más natural del aumento de
las inversiones en el extranjero sería una tasa más alta de rendi­
miento. En la Tabla 12 vimos que el rendimiento medio de todas
las inversiones inglesas en Ultramar era de aproximadamente un 5
por 100. En contraste, el rendimiento de los títulos de la deuda
consolidada de la Tabla 13 no fue muy superior al 3 por 100 en
este período, siguiendo el mismo curso de alzas y bajas. La tasa de
beneficio del capital industrial doméstico era muy superior, a pesar
de su persistente disminución a partir de 1874. Por tanto, no es
posible que las tasas de rendimiento en Ultramar constituyeran un
atractivo.
El objetivo de estas tenencias era asegurarse una renta. Los
rentistas podían adquirir fácilmente acciones por medio de agentes
y banqueros; y el mercado inglés de capital estaba bien organizado
y muy orientado hacia las acciones extranjeras. En efecto, consti­
tuían el núcleo central de las operaciones de la City de Londres
(Brown, 1965, pág. 56). Aparte de la prima que hacía atractivos
estos valores a las casas que los emitían, tenían una garantía estatal
ya fuera del Gobierno indio, colonial o extranjero. La mayor parte
de las exportaciones de capital alemán y francés de este período
tenían también la garantía estatal o eran emisiones estatales, de
modo que aun en el caso de que el Estado no proporcionara una
protección directa al capital en la metrópoli se proporcionaba o se
obtenía en el extranjero.
Lo que hay que explicar es por qué decidieron los inversores
ingleses invertir en el extranjero en la misma medida o más que
dentro de su país, entre 1880 y 1894, y luego a partir de 1905.
Algunas emisiones en el extranjero eran más atractivas gracias a
la prima con que se emitían. ¿Pero hasta qué punto eran los dos
tipos de inversión — exterior y doméstica— verdaderas alternativas?
Al parecer, las olas de inversión exterior y doméstica se sucedían
alternativamente: las inversiones extranjeras predominaron a co­
mienzos de las decadas de 1870, 1880, 1890 y 1910; las inversio­
nes domésticas predominaron en la década de 1870, a finales de la
de 1890 y de la de 1900. Pero esta alternancia ha de ser conside­
rada en relación con la magnitud de la inversión total — alta, a
principios de la década de 1870; baja, en 1880, y aún más baja en
1890, volviendo a subir a partir de 1905 (véase Tabla 13)— y en
términos del tipo de inversión de que se tratara. Los rentistas que
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8. Exportación de capital 183

invertían en el extranjero no se sentían atraídos al parecer por la in­


versión en la industria doméstica (Feinstein, 1960). En la medida
en que se pasaban de la inversión doméstica a la extranjera, y de
nuevo a la doméstica, se movían entre un conjunto de valores del
Gobierno o garantizados por el Gobierno y otros títulos. Las emi­
siones domésticas que preferían los rentistas eran los ferrocarriles
y los títulos de los Gobiernos locales. La industria doméstica obte­
nía sus fondos no por medio de la Bolsa, sino por las reinversiones
y los préstamos locales. Los riesgos de la industria no eran para los
rentistas.
Las principales adiciones a la inversión doméstica cuando se
produjeron fueron ocasionadas por las autoridades locales al tomar
préstamos para satisfacer las nuevas responsabilidades que las Leyes
de Educación, Vivienda y Salud Pública de la década de 1870 les
impusieron (Feinstein, 1960). Como hemos visto, las inversiones
en Ultramar se destinaban al ferrocarril y otros servicios públi­
cos en Estados Unidos, Australia, América Latina e India, de los cua­
les la mayoría eran préstamos del Estado o con su garantía. Cuando
incluso los Gobiernos de Ultramar no fueron capaces de cumplir
sus promesas, los rentistas perdieron su dinero y fueron ahuyen­
tados hasta que se olvidara el asunto y surgieran nuevas expecta­
tivas. Las enormes salidas de capital en determinados años eran
absorbidas en la balanza nacional de pagos a largo plazo, porque a
pesar de los fracasos y de los excesivos préstamos algunos países
de Ultramar se desarrollaron y entonces las inversiones comenzaron
a ser rentables (Ford, 1965, pág. 22). No todos los fracasos tu­
vieron lugar al mismo tiempo; la acumulación era continua.
Por ello, Cairncross opinaba que las grandes oleadas de inver­
sión en el extranjero quizá se debieran a movimientos de la relación
real de intercambio: a medida que subían los precios en el extran­
jero aumentarían las inversiones en Ultramar; a medida que subían
los precios en la metrópoli aumentarían las inversiones domésticas
(1953, pág. 208). Pero la realidad es muy otra. Según Thomas, «las
tres grandes oleadas de inversión en el extranjero, entre 1860 y
1913, tuvieron un rasgo común: en la segunda mitad del auge,
cuando las exportaciones de capital habían alcanzado grandes pro­
porciones y se iban acercando a la cima, la relación real de inter­
cambio se movió claramente en favor de Gran Bretaña, es decir, en
1868-72, 1883-90 y 1910-13» (1967, pág. 27). Por tanto, debemos
considerar los movimientos de la relación real de intercambio como
184 La teoría económica del imperialismo

«una consecuencia de las fuerzas fundamentales actuantes, y no


como un factor causal». ¿Cuáles eran estas fuerzas? Si suponemos
el pleno empleo dentro y fuera del país, los desplazamientos de la
inversión podrían considerarse como los consideran los economistas
neoclásicos, en términos de rendimiento cambiante del capital, cuan­
do cambian las técnicas de oferta y los patrones de consumo de la
demanda. Pero ni los marxistas ni los keynesianos pueden suponer
que la ley de Say opera y que es necesario aplicar una nueva tec­
nología.
En Inglaterra surgieron de la nueva tecnología oportunidades po­
tenciales alternativas de inversión: por ejemplo, en el desarrollo
de la industria eléctrica, en la que el capital inglés tardó mucho en
comprometerse. No es éste el momento de examinar el largo re­
traso en Inglaterra entre los descubrimientos fundamentales y su
aplicación a la industria, pero al parecer la demora surgió de las
condiciones históricas de la acumulación capitalista: las pequeñas
firmas familiares, la existencia de capital invertido en la tecnología
existente, la mala disposición de los rentistas a arriesgar su capital
en la industria doméstica y una falta general de iniciativa en firmas
familiares de tercera y cuarta generación en las que se habían lle­
gado a separar la dirección técnica y la financiera (Bernal, 1953,
capítulo 6). Este era un aspecto de la pequeña escala que seguían
ofreciendo las empresas industriales inglesas. Los monopolios y las
unidades industriales a gran escala que aparecen en el ensayo de
Lenin no aparecerían en Gran Bretaña hasta 1920. Aunque existían
ya en Estados Unidos y Alemania hacía mucho tiempo, a finales
del siglo XIX estos países exportaban también capital.
La exportación de capital está estrechamente asociada con la
exportación de bienes .de capital, que fue cobrando cada vez más
importancia dentro de las exportaciones totales de Inglaterra. Entre
1850 y 1890 los textiles pasaron de ser el 63 por 100 a ser el 43
por 100 del total, y los productos metálicos y metalúrgicos subie­
ron del 18 al 25 por 100 (E. A. G. Robinson, 1954, pág. 540).
Al parecer (Ford, 1965), entre 1870 y 1913 las exportaciones in­
glesas en relación con las importaciones siguieron una línea muy
parecida a las grandes oleadas de inversión en el extranjero. Si la
ley de Say se cumpliera, cabría esperar que las exportaciones con­
dujeran a inversiones al crear un excedente necesario en la balanza
de pagos. De hecho, las pruebas demuestran lo contrario. Al exa­
minar las desviaciones respecto de las grandes oleadas se descubre
8. Exportación de capital 185

que las inversiones inglesas en Ultramar seguían a las fluctuaciones


de las exportaciones inglesas y del comercio mundial con un re­
traso de uno o dos años. Los movimientos cíclicos de la renta y el
empleo en Inglaterra tenían como causa principal e inmediata las
fluctuaciones de las exportaciones; no existe una correlación simi­
lar con los cambios en la inversión doméstica. Ford concluye que,
puesto que es de esperar que una cantidad determinada de las in­
versiones en el extranjero eleve, al menos a corto plazo, el empleo
y la renta dentro del país en menos que lo elevaría una suma si­
milar invertida en él, «una parte considerable de los préstamos ex
ante en Ultramar estaba financiada por medio de activos ociosos,
de modo que las exportaciones aumentaron en más que la disminu­
ción inicial de las inversiones domésticas, si es que la hubo, y trans­
mitieron fuerza expansiva a la renta» (Ford, 1965, pág. 29). Esto
se vería ampliado por la aparición generalizada de actividad en Ul­
tramar fomentada por los préstamos crecientes al extranjero (Brown,
1965, pág. 53). Por tanto, la orientación de la inversión en el país
hacia la industria o el desarrollo por las autoridades locales, y de
la inversión en el extranjero hacia la minería y la industria o hacia
el desarrollo por los Gobiernos extranjeros no puede separarse de
la tasa global de acumulación (según el punto de vista marxista) o
del nivel global de ahorros (según el punto de vista keynesiano).
Como una crítica de la tesis marxista, podemos preguntarnos
por qué no aumentaron con más rapidez las exportaciones inglesas
de bienes en el período de 1870-1914, en especial la exportación de
bienes de capital. Pues, según la opinión marxista, la superpro­
ducción en las industrias de bienes de capital sería típica de una
crisis crónica de acumulación de capital; el elemento principal de
la caída de la participación de Inglaterra en las exportaciones mun­
diales después de 1880 fue realmente los bienes de capital. Sin em­
bargo, en la década de 1880, Inglaterra ya exportaba un 44 por
100 de su producción de manufacturas. Esta proporción disminuyó
en 1890-5, pero volvió a aumentar del 42 al 45 por 100 entre 1899
y 1913. Si Inglaterra hubiera mantenido su participación en la ex­
portación mundial hubiera significado exportar hasta un 60 por 100
de su producción de manufacturas. De hecho, casi todo el creci­
miento del output de manufacturas entre 1910 y 1913 se exportó.
Un desplazamiento más rápido en las mercancías, de los textiles,
carbón y hierro hacia la metalurgia y los artículos eléctricos, y en
186 La teoría económica del imperialismo

los mercados, de países menos desarrollados a países más desarro­


llados, hubiera podido aumentar aún más las exportaciones inglesas,
si no hubiera sido por la competitividad general decreciente de la
industria inglesa (véase Brown, 1965, págs. 47-50). El Imperio ab­
sorbía, en 1913, el 44 por 100 de las exportaciones textiles y un
42 por 100 de las exportaciones inglesas de bienes de capital, com­
parado con sólo la tercera parte de unas y otras en la década de
1870 (véase Tabla 18 y Schloete, 1952, Apéndice, Tabla 22).
La cuestión sigue siendo si las inversiones en nuevas industrias
domésticas que sustituyeran la producción decreciente de textiles
y siderúrgicas crecían tan lentamente porque el capital se sentía
atraído hacia el extranjero, por razones anejas a una etapa imperia­
lista anterior de la economía, o si la exportación de capital fue el
resultado de no aprovechar las oportunidades de inversión dentro
de Inglaterra. Los beneficios de la industria en Gran Bretaña iban
disminuyendo desde mediados de la década de 1870 (véase Ta­
bla 13). En competencia con los productores extranjeros, los pre­
cios de las exportaciones bajaron aún más rápidamente que los
precios de las importaciones hasta la década de 1890 (véase Ta­
bla 14). También disminuyeron los costes domésticos con los precios
de las importaciones, pero los salarios reales, aun teniendo en cuen­
ta el grave desempleo en 1879 y 1884-1886, eran estables en la
década de 1870, y a partir de entonces aumentaron regularmente
hasta finales de siglo.
Una de las explicaciones de la falta de aprovechamiento de las
inversiones domésticas la da Rostow (1948, págs. 103-107), quien
afirma que las inversiones que ahorraban mano de obra fueron la
causa de que los beneficios y la demanda efectiva disminuyeran
competitivamente (véase Saville, 1954). Pero el nivel de la inver­
sión doméstica se mantuvo bajo durante la década de 1880 y prin­
cipios de 1890, y el desempleo no fue especialmente grave excepto
en los años de depresión de 1878-1879, 1884-1887 y 1892-1894.
Según una opinión keynesiana, los crecientes salarios reales en In­
glaterra, durante este período, debieron haber alentado a invertir
dentro del país. El que no lo hicieran hasta fines de siglo, cuando
la inversión en viviendas y proyectos de las autoridades locales re­
presentaba casi un 40 por 100 del total (Sigsworth y Blackman,
1965, Tabla 4), sugiere más bien una explicación marxista de la
falta de capitalización. Precisamente el hecho de que los salarios
8. Exportación de capital 187

TABLA 14.—Movimientos del desempleo, de los salarios y de los


precios, Gran Bretaña, 1860-1914 (base de índice:
1 0 0 = 1 9 1 3 ó 1914).

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1862 mínimo 8,4 (59) (52) (113) 132 120
1866 máximo 3,3 66 58 114 113 152 141
1868 mínimo 7,9 (65) 54 (117) 145 126
1870 3,9 66 60 lio 103 139 120
1872 máximo 0,9 (73) (65) (116) 138 135
1874 1,7 80 70 115 114 135 129
1877 4,7 77 70 lio 103 130 lio
1879 mínimo 11,4 (72) (71) (102) 114 100
1880 5,5 72 69 105 96 120 103
1882 máximo 2,3 75 73 102 116 101
1885 9,3 73 81 91 83 102 90
1886 mínimo 10,2 72 81 89 95 86,5
1890 máximo 2,1 83 93 89 82 97 79
1893 mínimo 7,5 83 94 89 92 86,5
1895 mínimo 5,8 83 100 83 68 82,5 79
1899 máximo 2,0 89 104 86 85,5 83
1900 2,5 94 103 91 85 91,5 95
1904 mínimo 6,0 89 97 92 89 87
1905 5,0 -89 97 92 81 89,5 87
1906 máximo 3,6 91 98 93 93,5 92
1908 mínimo 7,8 94 101 93 94 93
1910 4,7 94 98 96 91 99,5 93
1913 máximo 2,1 99 97 102 100 100 100
1914 3,3 100 100 100 100

Los precios de las exportaciones en 1900 y 1901 fueron excepcionalmente


altos; los salarios monetarios aquí no tienen en cuenta el desempleo; teniendo
en cuenta el desempleo, los salarios reales disminuyeron bruscamente en 1879
y 1884-1886 y ligeramente en 1892-1893. La tasa de desempleo se toma de
los datos de sindicatos; los precios al por mayor están tomados del índice de
Rousseau; las cifras entre paréntesis proceden de Wood (1909).

Puentes: Bowley (1937, pág. 30); Mitchell y Deane (1962, Tablas II.3, X I .15.
XV I.3 y X I I .l B y C).
188 La teoría económica del imperialismo

reales aumentaran, debido principalmente al aumento de poder de


los sindicatos obreros en las décadas de 1870 y 1880 (Pollard, 1865),
mientras la competencia extranjera iba deteriorando los precios,
implica el tipo de contradicción capitalista de que la tasa de bene­
ficios disminuyera a pesar del aumento de la demanda que predijera
Marx.
Hacia 1880-5, la no-rentabilidad de las inversiones pasadas en
Gran Bretaña se combinó con la orientación del mercado de capital
en Ultramar para hacer que se ignorasen las perspectivas futuras
dentro del país. Cuando Hobson (1938, págs. 362-3) insistía en la
posibilidad de aumentar el consumo doméstico, como en efecto su­
cedió a finales de la década de 1890 gracias en parte a las inver­
siones de las autoridades locales, y luego en el siglo xx gracias a
las grandes inversiones del «Estado de bienestar», suponía que exis­
tía una alternativa doméstica rentable a las inversiones en Ultramar.
John Strachey, cincuenta años más tarde, también asoció «E l Fin del
Imperio» con la aparición del gasto doméstico del Estado de bien­
estar. En la medida en que estaba pagado por los impuestos de los
ricos, consideraba que había corregido la distribución de la renta
(1959, cap. 5). Sin embargo, el sistema fiscal, aun después de la
Primera Guerra Mundial, no era particularmente progresivo (U. K.
Hicks, 1938, pág. 269) y las inversiones en el extranjero han con­
tinuado hasta nuestros días. Los marxistas consideraban que la
distribución de la renta viene determinada no tanto por las negocia­
ciones acerca de la participación de los salarios a los niveles exis­
tentes de producción como por la tasa de acumulación requerida a
largo plazo. La mayoría de los capitalistas consideraban que las in­
versiones en Ultramar eran parte necesaria de su cartera a pesar
de la creciente demanda interior.
Aun en el caso de que sea verdad la tesis marxista de que en
un determinado momento de la acumulación de capital en Inglaterra
y en otros países capitalistas hubo una plétora de capital en busca
de oportunidades de inversión, los seguidores de Lenin tendrían
que responder a una serie de preguntas difíciles sobre el calen­
dario de las exportaciones de cajiital y de la expansión imperia­
lista, sobre el destino de las exportaciones de capital entre colonias
y países independientes, y sobre las presiones puramente políticas
que se escondían tras el imperialismo tanto en el centro como en
la periferia en el período que estamos estudiando.
8. Exportación de capital 189

La cuestión del calendario

Tres son los graneles cambios de tendencia en el último cuarto


del siglo X IX que el argumento de Lenin asocia. Lenin da a cada
uno de ellos una fecha, que no es necesariamente la correcta (1933);

Desarrollo de la etapa monopolista del capitalismo

En el último cuarto del siglo xix el monopolio de Inglaterra ya estaba


siendo minado (pág. 57) ... El clímax del desarrollo capitalista pretnonopo-
lístico ... se alcanzó en el período entre 1860 y 1880 (pág. 71) ... 1876 — fe­
cha elegida con mucho acierto, pues fue precisamente entonces cuando se
puede decir que se completó la etapa premonopolística del desarrollo del ca­
pitalismo de Europa occidental (pág. 73) ... En los países desarrollados se
acumuló un enorme «excedente de capital» (pág. 57) ... El viejo capitalismo ...
está desapareciendo. En su lugar está apareciendo un nuevo capitalismo (pá­
gina 38).

Macrosty, Moody y Clapham fecharon este desarrollo en la dé­


cada de 1890 con la aparición de Lever Bros, Salt Union, Coates
Patón y otros gigantes. Las grandes factorías era aún la excepción
en Inglaterra en la década de 1860, y las firmas familiares fueron
siendo sustituidas muy poco a poco por compañías anónimas des­
pués de la Ley sobre Compañías de 1862 (Dobb, 1946, págs. 264-5).

Exportación de capital

«La exportación de capital no adquirió grandes proporciones


hasta principios del siglo x x » (Lenin, 1933, pág. 58); éste es el
resumen que Lenin hizo de una Tabla (^ue muestra, sin embargo,
que las exportaciones de capital inglesas aumentaban cada década:
se cuadruplicaron entre 1862 y 1872, aumentaron en un 50 por 100
en la siguiente década, se doblaron en la siguiente, aumentaron de
nuevo en un 50 por 100 hasta 1902 y otro 50 por 100 hasta 1914;
las exportaciones de capital francés, partiendo de una base mucho
más baja, se movieron en la misma línea que las inglesas; las ex­
portaciones de capital alemanas dieron un salto con el cambio de
siglo (comparar con la Tabla 11).
190 La teoría económica del imperialismo

Expansión colonial

Sobre este punto Lenin se muestra categórico: «Para Gran


Bretaña el enorme aumento de sus conquistas coloniales disminuye
entre 1860 y 1880, y los últimos veinte años del siglo xix son de
gran importancia. Para Francia y Alemania disminuye precisamen­
te durante estos veinte años» (1933, pág. 71).
Hobson, en su obra sobre el imperialismo, marca los años 1884-
1900 como período de «expansión» intensiva de los principales Es­
tados europeos (Lenin, 1933). Las cifras de Lenin necesitan algu­
nas correcciones y aparecen resumidas en la Tabla 15.
En el caso de la expansión colonial de las potencias europeas,
las cifras absolutas fueron máximas entre 1876 y 1900; las adicio­
nes después de 1900 fueron de poca importancia; pero la tasa más
rápida de crecimiento se dio aproximadamente en la década anterior
a 1876, también en este caso principalmente en posesiones britá­
nicas. Lenin (1933, pág. 71), sin embargo, concluye que «es pre­
cisamente después de este período [las cursivas se referían al pe­
ríodo entre 1860 y 1880] cuando empezó el tremendo boom de
las anexiones coloniales».
El hecho es que la expansión territorial y de las exportaciones
de capital tuvieron lugar simultáneamente para Inglaterra en la dé­
cada de 1860 y para Francia entre 1870 y 1899, mientras que la
expansión territorial de Alemania fue anterior a sus exportaciones
de capital. Además, la mayor parte de la expansión de Inglaterra,
tanto en territorios como en exportación de capital, tuvo lugar antes
de la «etapa monopolista» que siguió a la gran depresión (Galla-
gher y Robinson, 1953, págs. 1-5). En la década de 1870 no hubo
evidentemente ningún punto de giro, al menos para Inglaterra, cuan­
do al parecer el capitalismo competitivo comenzó a transformarse
en un capitalismo de monopolio. La extensión del régimen británico
en la India tuvo lugar en su mayor parte antes de 1870 (véase Ta­
bla 3). Sin embargo, la lucha por Africa tuvo lugar después de
esta década, y añadió vastos territorios de baja densidad de pobla­
ción al Imperio Británico. Lo que no se puede negar es que después
de 1880 tomaron parte en la expansión colonial otras naciones,
principalmente europeas. La Tabla 16 nos da una imagen que com­
pleta la Tabla 4. Debemos llegar a la conclusión de que existió una
asociación en el tiempo entre la exportación de capital y el proceso
de concentración industrial a finales del siglo xix, pero que la ex-
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192 La teoría económica del imperialismo

pansión colonial precedió en su mayor parte a ambas, no las siguió,


como afirmara Lenin. En efecto, Gran Bretaña, el país con el im­
perio más extenso, fue la última en experimentar todo el proceso
de fusión y combinación y en adoptar políticas proteccionistas. Si
la tesis de Lenin de que la nueva etapa imperialista del capitalismo
surgió en la década de 1880, no concuerda con los hechos; quizá
se deba simplemente a que el capitalismo en Inglaterra siempre
había sido imperialista, y a que las nuevas naciones capitalistas es­
taban obligadas a secundarla.

La cuestión de las inversiones en las colonias

Para sostener la tesis marxista, que relaciona la expansión co­


lonial con las salidas para el excedente de capital y para el exce­
dente de bienes, sería necesario demostrar que las exportaciones de
capital se destinaban a las colonias. Lenin, admitiendo que el capi­
tal francés y alemán se había invertido principalmente en Europa,
da unas cifras que sugieren que «las principales esferas de inver­
sión para el capital inglés son sus posesiones coloniales, que son
muy vastas en América (por ejemplo, Canadá) y naturalmente tam­
bién en Asia, etc.» (1933, pág. 59). En efecto, la participación del
Imperio en el capital inglés en Ultramar aumentó entre 1870 y
1890 hasta representar casi la mitad del total (véase Tabla 17). Pero
en este cálculo incluimos los Dominios autónomos del Imperio
Británico entre las colonias. Si los separamos, entonces el gran
aumento de las inversiones inglesas de capital en aquellos años
tuvo lugar en los Dominios. La participación de la India disminuyó.
Al mismo tiempo, mientras que la participación de Europa sufrió
un brusco descenso, la de América Latina aumentó. Estas fluctua­
ciones en la dirección de las inversiones de la década de 1880 son
muy marcadas, y más tarde se estabilizaron hasta que durante la
Primera Guerra Mundial se vendieron los valores norteamericanos
en manos inglesas y fueron sustituidos por la ampliación de las in­
versiones inglesas en los dominios y colonias durante la década
de 1930. Teniendo en cuenta que las exportaciones inglesas de ca­
pital no excedían de los ingresos que obtenía en el exterior, todo
esto significa que la renta de pasadas inversiones en Europa, la India
y en menor grado Estados Unidos se destinó a partir de 1880 a in-

I
8. Exportación de capital 193

versiones en los dominios y América Latina, principalmente en Ar­


gentina (véase Tabla 17).
Este cambio de dirección fue muy importante. Cabría esperar
que esta concentración de inversiones en la década de 1880 en paí­
ses relativamente independientes de colonización europea iría aso­
ciada con una mayor participación en su comercio. Pero, al parecer,
el patrón del comercio británico estaba firmemente establecido ya
en 1870, y las modificaciones posteriores que sufrió fueron insig­
nificantes hasta 1930-39. Sin embargo, quizá hubiera sido necesa­
rio efectuar inversiones adicionales en los países en desarrollo para
mantener este patrón de comercio.
La apertura de campos de desarrollo en el extranjero fue un
aspecto esencial del crecimiento del capitalismo inglés en la pri­
mera mitad del siglo xix. La ampliación de este proceso en la se­
gunda mitad del siglo, con especial concentración en América La­
tina, no fue, por tanto, un fenómeno nuevo. Y si las nuevas áreas
de desarrollo no eran colonias bajo el gobierno directo de Ingla­
terra, tampoco eran Estados completamente independientes. El po­
der británico en los Dominios no tenía equivalente en las repúblicas
sudamericanas, pero aun así era muy grande. A pesar de las obje­
ciones de Ferns (1960, págs. 487-91) y otros, las pruebas que adu­
cen Furtado (1965, pág. 47), Frank (1969a, pág. 281) y Griffin
(1969) indican que el poder económico, militar y político de In­
glaterra influyó en las líneas de desarrollo de las economías de
América Latina y protegió las inversiones inglesas en aquellos paí­
ses. La garantía estatal cubría más de las tres cuartas partes de las
inversiones inglesas en 1890, pues casi la mitad eran fondos pú­
blicos y una tercera parte Deuda pública ferroviaria y de servicios
públicos respaldada por el Estado (Rippy, 1959, Tabla 7). El au­
mento de las inversiones en la minería durante la primera década
del siglo X X sólo redujo ligeramente estas proporciones. Seguía ha­
biendo quiebras, como la crisis en América Latina que arrastró la
de Baring Brothers en 1891. Pero, al parecer, las inversiones como
las efectuadas en la India y los Dominios tenían una cierta garantía
estatal y se podía confiar en que el Gobierno inglés utilizaría su
influencia para mantener las condiciones que fomentaban la segu­
ridad de las inversiones. Como admite incluso Ferns al comparar
la concentración en empresas agrícolas y ganaderas en Argentina
con la industrialización de los Estados Unidos y Canadá: «El poder
político y/o la influencia decisiva sobre la política en Argentina
194 La teoría económica del imperialismo

TABLA 16.—Posesiones coloniales de las potencias europeas adqui­


ridas después de 1870.

Gran Bretaña antes de 1870, sólo Africa^


Bathurst
Sierra Leona
Cape Coast Castle
Costa de Oro
Lagos
Colonia del Cabo
Isla Mauricio
Isla Perim

después de 1870
1874 Islas Fidji 1888 Islas de Christmas
•> 1 1876 Socotora Isla de Fanning
II
1878 Chipre Isla de Cook
Bahía de Walvis Brunei
1878-1903 Beluchistán 1890 Uganda
1881 Borneo septentrional Zanzíbar
1882 Egipto Niasaland
1883 Papua, Confederación de 1892 Islas Gilbert
los Estados Malayos 1898 Wei-hai-wei
1884 Somalia 1899 Islas Tonga
1885 Kenia 1900 Transvaal
1885-1890 Rhodesia Estado libre de Orange
1886 Nigeria 1901 Niue
Islas Kermadek 1914 Samoa
Se completa la ocupación Africa Sudoccidental
de Birmania 1917 Palestina
Ashanti 1918 Tanganika
1887 Zululandia Transjordania
Tonga (protectorado)

Francia antes de 1870, Africa después de 1870


Argelia (capital) 1830-1902 Argelia
Senegal 1843-1880 Tahití
Guinea 1881 Túnez
St. Marie 1889 Archipiélago Austral
Reunión Africa Occidental
Francesa
Obock 1893 Cochinchina
Costa de los Esclavos 1897 Madagascar
Congo francés

“ Las anexiones inglesas antes de 1870 aparecen en la Tabla 4.


Fuentes: Brampton (1938); Taylor (1965).
8. Exportación de capital 195

Francia después de 1870


. ■ Dahomey Ammán
Marruecos 1898 Kwangchow
1884 Tonkin 1904 Camboya

Rusia antes de 1870 después de 1870


1801 Ucrania 1881-1884 Zona rusa en Persia
1815 Finlandia 1898 Port Arthur
Polonia 1900-1905 Manchuria
Estados bálticos 1939 Polonia
1854 Crimea Finlandia
1858 Am’ur Lituania
1860 Vladivostock Letonia
1864-1868 Turquestán Estonia
Japón Alemania
1895 Formosa 1871 Alsacia Lorena
1905 Port Arthur 1888 Tanganica
Islas Curiles Africa Sudoccidental
Sakhalin lo g o
1910 Corea 1898 Kiaochow
1937 Manchuria Camerún
1938 China 1935 Saar
1942 Sudeste asiático 1938 Austria
1939 Checoslovaquia
Estados Unidos Polonia
1867 Alaska Dinamarca
1898 Islas Filipinas Noruega
Islas Guam 1940 Francia
Puerto Rico Hungría
Hawai 1941 Yugoslavia
1917 Islas Vírgenes Rumania
1944 Okinawa Bulgaria
Grecia
Rusia
Italia Bélgica
1911 Libia 1879 Congo Belga
1919 Istria
1920 Dalmacia
1926 Albania
1935 Abisinia
1940 Grecia
La teoría económica del imperialismo

han pertenecido hasta época muy reciente a los intereses que más
se beneficiaban de esta concentración» (1960, pág. 488) ^
Sin embargo, el rentista y el país que concedía el préstamo eran
a menudo los que salían peor parados. Un historiador de las inver­
siones extranjeras de Inglaterra observa que los Gobiernos de Amé­
rica Latina «se encontraban a menudo con numerario en la mano
equivalente a un 60 por 100 de la deuda contraída... Los banqueros
ingleses, corredores, compañías y agentes navieros, exportadores y
manufactureros y burócratas incrustados en América Latina se be­
neficiaron a costa de los inversores ingleses» (Rippy, 1959, pági­
nas 22, 32).
La exportación de capital quizá lograra mantener la tasa de acu­
mulación en los países prestamistas por diversos conductos, y no
sólo por medio de los dividendos de los rentistas, pero evidente­
mente los capitalistas en los países desarrollados no pudieron evi­
tar las contradicciones que predijera Marx, invirtiendo en los países
subdesarrollados. La contradicción consistía en una generación de
plusvalía que por esto mismo hacía difícil obtener más plusvalía.
Algunos capitalistas podían «absorber» los mercados de otros ca­
pitalistas menos eficientes y se beneficiaron de aumentos reales de
la productividad donde éstos surgieron. Sin embargo, no ocurrió en
los países coloniales subdesarrollados, sino más bien en los países
autónomos en vías de desarrollo de Ultramar. De aquí que las in­
versiones cambiaran de dirección en la década de 1880 en sentido
opuesto al que sugería el concepto de Lenin de los superbeneficios
procedentes de las colonias; pero los marxistas nos recordarán que
la fuente de los recursos que cambiaron de dirección era colonial.
Este cambio de dirección se puede considerar parte de una centra­
lización continua de capital que es la esencia del modelo marxista
de acumulación de capital.

La cuestión de las presiones políticas

El argumento último que esgrimen los críticos de la tesis mar­


xista sobre el imperialismo de finales del siglo xix como función
de las exportaciones de capital es que existen otras explicacio­
nes de tipo político perfectamente razonables para la expansión de las

Recordemos los españoles de Robinsón Crusoe, ver capítulos 3 y 10.


8. Exportación de capital 197

posesiones coloniales de Europa y América en aquella época. La


primera de ellas subraya las presiones políticas que surgieron de la
balanza de poder entre las potencias más desarrolladas de Europa:
en la «importancia estratégica de Egipto para la seguridad de la
India», «en la necesidad de impedir la absorción de El Cabo por
una república boer que no era amiga», en la determinación de
Francia «de anticiparse a Italia en la conquista» de Argelia, en el
interés de Estados Unidos en defender el hemisferio occidental, etc.
(Fieldhouse, 1967, pág. 190). Automáticamente nos preguntamos:
¿qué objeto tenía asegurarse la India, que Francia controlase Arge­
lia, el «manifiesto destino» de Estados Unidos en el hemisferio oc­
cidental, si todo ello no proporcionaba mercados para bienes, ni
fuentes de materias primas u oportunidades de inversión en con­
diciones privilegiadas? La cuestión de fechar las exportaciones de
capital y de la toma de posesión de las colonias sólo adquiere im­
portancia si suponemos que hubo un brusco cambio de políticas
después de 1870. En ningún período de mediados del siglo xix
dejó Gran Bretaña de extender su Imperio, y la evidente acelera­
ción de este proceso a partir de 1880 implicó vastas superficies de
tierra, pero poblaciones relativamente pequeñas. Las posiciones ya
existentes se consolidaron cuando grupos capitalistas rivales comen­
zaron a buscar oportunidades iguales (véase Tablas 11 y 15). Estas
presiones obligaron también a Inglaterra a penetrar aún más en
Africa y en el Sudeste asiático para asegurarse las posiciones que ya
había ocupado la Marina inglesa sin un régimen colonial. Después
de 1870 ó 1900 no hubo en realidad una nueva etapa del capita­
lismo, sino una continuidad fundamental de las esferas de influencia,
como vimos en la Tabla 10, hasta nuestros días.
La segunda crítica de tipo político de la tesis marxista es que
las presiones más fuertes en busca de esferas de influencia no pro­
venían del centro, sino de la periferia. Se sugieren tres tipos de pre­
sión: de los colaboradores locales con el régimen europeo, del ejér­
cito y de los gobernantes en el campo y de los colonos europeos. El
«sistema colaboracionista» en las colonias europeas, y aún más en
territorios semidependientes, como Egipto, Sudán, Turquía y Chi­
na, fue, en opinión de Ronald Robinson, la clave para entender el
imperialismo (1972), es decir, las clases y élites locales gobernantes
que colaboraban con la potencia europea. Según esta tesis, el «colono
blanco [es] el colaborador prefabricado ideal» (pág. 124). Pero en
lo que colaboraban era en el comercio, «manteniendo abiertos los
TABLA 17.—Esquema de las áreas de las exportaciones (E ) e importaciones ( I ) de bienes, y de las in­
versiones de capital (C ) de Inglaterra, 1860-1970 (las cifras son / , del total) .

1860-1870 1881-1890 1911-1913

Areas E I C E 1 C E I c

32 23 36 34 22 47 36 24 46
Imperio Británico, total
4 3 2,5 3 4 13 5 4 13
Canadá
10 6 9,5 13 6,5 16 13 9,5 17
Dominios del Sur
10 8 21 12 6,5 15 12,5 7 10,5
índia^
8 6 3 6 5 3 5,5 3,5 5,5
Otros^
12 11 10,5 11 5 20 12 10 22
América Latina
13 15 27 14 22 22 9 18 19
Estados Unidos
39 41 25 36 42 8 36 40 6
Europa
4 10 1,5 5 9 3 7 8 7
Otros

100 100 100 100 100 100 100 100 100


Total

Areas I E I (, E I O

Imperio Británico, total -,3 35 (59) 44 37 60 25 27 56


Canadá j 9,5 (17) 6 8 i4 3,5 7,5 12
Dominios del Sur 16,5 12,5 (20) 18 13 25 10 5,5 30
India 9,5 5,5 (14) 6 4,5 4 5 1,5 6
Otros"^ 12 7,5 (8) 14 11,5 17 6,5 12,5 8
América Latina 9 13 (22) 5 8,5 11,5 3,5 4,0 8
Estados Unidos 6 11 (5,5) 8 10 6 11,5 13 11
Europa ' 38 36 (8) 29 28 8,5 T. 46 41 14
Otros 4 5 (5,5) 14 16,5 14,5 14 15 11
Total 100 100 100 100 100 100 100 100 100

uaciuiicj. c iiiipuiLüLiuiics) suii uujus iiieaios 3 lo largo aex perioao. i^as


sión de capital son stocks totales en el último año del período.
India incluye todo el subcontinente en todos los períodos.
Incluye Irlanda a partir de 1935.
Las cifras entre paréntesis son para 1927-29.
® Sólo inversiones directas de compañías.

Fuentes: Barratt Brown (1970a, tablas 5, 6, 17 y 19); Departamento de Comercio e Industria (1972).
200 La teoría económica del imperialismo

mercados de exportación y una corriente activa de capital». Cuantos


más recursos estaban implicados, mayor era el patrona2 go y más
fácil la relación. «E l régimen colonial directo representaba una re­
construcción de la colaboración» (pág. 133) que se hizo necesaria
al hundirse los sistemas colaboracionistas locales, cuya meta era
proporcionar una extensión local al sistema económico capitalista de
Europa con sus leyes, sus prácticas bancarias y comerciales y sus ga­
rantías estatales. Pero esto quizá formaba parte de unos intereses
económicos estratégicos más amplios.
En su libro sobre Africa, escrito en colaboración con Gallagher,
Robinson insiste repetidamente en la aparición del nacionalismo en
Egipto que, al parecer, obligó a Gran Bretaña a ocupar Egipto
y más tarde una extensión mucho mayor de Africa:

Desde el principio al fin, la división del Africa tropical fue provocada por
la persistente crisis en Egipto. Cuando los ingleses entraron en Egipto solos,
comenzó la lucha; y continuó mientras estuvieron en El Cairo hasta que
toda Africa fue repartida (1963, pág. 465).

El interés más importante del Gobierno francés en Egipto quizá


fuera recaudar los intereses de los bonos egipcios, pero no se puede
acusar de ello a Gladstone, y el gabinete presidido por John Bright
dimitió a raíz del bombardeo de Alejandría en 1882 (Owen, 1972,
página 208).
Después de creer que era la seguridad de Egipto lo' que deter­
minó la expansión territorial de Gran Bretaña, retrocedemos y ve­
mos que lo fue la seguridad de la India. ¿Era, sin embargo, el Im­
perio de la India en sí el resultado de las presiones de la periferia?
India proporcionaba a la aristocracia militar decadente precapita­
lista de Gran Bretaña precisamente ese campo empresarial y ese
aura de grandeza nacional al ciudadano británico que Schumpeter
consideraba como el origen de la expansión imperialista después
de 1870 (1955, págs. 10-11). En Prusia, Francia, Rusia y Japón
existían unas aristocracias feudales similares en decadencia. Pero
¿dónde estaba la aristocracia feudal de Estados Unidos? Desde lue­
go que no en Teddy Roosevelt. ¿Y por qué no extendieron en
aquella época sus imperios otras naciones con una aristocracia feu­
dal en decadencia, como Brasil o China, por ejemplo? Todas las
naciones entonces en expansión tenían en común un sistema muy
desarrollado de capitalismo industrial y, por tanto, desde el punto
8. Exportación de capital 201

de vista marxista, estuvieron sujetas a presiones competitivas a la


hora de invertir capital, expandir sus mercados y controlar las ma­
terias primas.
Imperialismo e India quizá fueran, para Disraeli, slogans para
atraerse votos, como afirma Schumpeter, pero en la década de 1880
la India absorbía aún el 12 por 100 de las exportaciones de
bienes de Inglaterra y un 11 por 100 de las exportaciones de ca­
pital con plena garantía estatal. Para determinados productos, y en
particular para aquellos cuyos mercados disminuían en los demás
países, como los textiles y los artículos de hierro y acero, y para
otros bienes de capital, las proporciones eran mayores (véase Ta­
bla 18).
Gran Bretaña obtenía un superávit persistente en su comercio
con la India; y esto, junto con ocho millones de libras de «cargas
interiores» y con ingresos invisibles, proporcionó a Gran Bretaña
un crédito anual de 25 millones de libras en la década de 1880. «El
hecho — escribe Saúl— es que Gran Bretaña saldó más de la ter­
cera parte de sus déficit con Europa y Estados Unidos a través de
la India» (1960, pág. 56). Estas favorables condiciones para el ca­
pital inglés se mantuvieron hasta bien entrado el siglo xx. «Si las
exportaciones inglesas, y en particular los textiles de algodón ingle­
ses, no hubieran encontrado un mercado muy abierto en la India
durante los últimos años antes de que estallara la guerra, a Gran
Bretaña le hubiera resultado imposible invertir sumas tan grandes
en el continente americano y en otras partes» (pág. 88).
La población obrera de Gran Bretaña, a la que Disraeli liberó,
tenía otras razones para interesarse en el Imperio — aunque menos
en el Imperio Colonial que en los Dominios— , razones estrecha­
mente relacionadas con el desarrollo del capitalismo. Al parecer, los
períodos de grandes exportaciones de capital no iban unidos a un
gran desempleo dentro del país, pero sí a una tasa de emigración
muy elevada (Brown, 1965, pág. 53; véase también Tabla 8). Mu­
chos emigrantes se llevaban capital; otros podían esgrimir fuertes
razones de parentesco para conseguir que el capital les siguierq. Pero
la presión para emigrar no podía provenir principalmente de la
periferia.
El que la renta de pasadas inversiones en Europa, la India y
América Central y Estados Unidos se desviase a partir de 1880
hacia inversiones en los Dominios y América del Sur'quizá fuera
el resultado de la atracción de los colonizadores europeos en aque-
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8, Exportación de capital 203

líos países y quizá tuviera que ver relativamente poco con las presio­
nes exteriores desde Gran Bretaña pues, como observó Rippy,
incluían las manipulaciones de muchas clases de europeos afecta­
dos: agentes de exportación e importación, agentes navieros y de
otras compañías y funcionarios del Estado, todos ellos implicados
en movimientos de capital. La tabla sobre la inmigración (Tabla 8)
nos recordaba la corriente masiva de europeos que fluyó a las Amé-
ricas y a Oceanía durante la segunda mitad del siglo xix y primer
cuarto del siglo xx; y estas cifras no tenían en cuenta la coloniza­
ción inglesa en Irlanda del Norte y la subsiguiente importación de
mano de obra católica del Sur, ni tampoco el reciente asentamiento
de dos millones de judíos europeos en Israel. Además, la tabla no
distingue el millón y medio de franceses en el Magreb que volvieron
a Francia cuando se independizó, los 100.000 europeos que vivían
en Egipto ya en 1882 (Owen, 1972), los holandeses en Africa del
Sur y las Indias Orientales, los ingleses en Africa del Sur y Rho-
desia o los belgas en el Congo. Sólo con mencionar algunos de estos
colonos se demuestra la importancia de las explicaciones periféricas
del imperialismo. Pero los «colaboradores prefabricados ideales» de
Robinson y «los pobres colonos blancos» de Emmanuel son anima­
les muy diferentes, aunque ambos compartan las tensiones de unas
relaciones semidependientes, semiindependientes con la metrópoli;
y Emmanuel exagera desde luego la incapacidad de los colonos para
llegar a un acuerdo con las grandes compañías metropolitanas, una
vez obtenido cierto grado de independencia política (Emmanuel,
1972¿>, pág. 39).
Todo lo que se diga de las presiones periféricas puede ser cierto,
pero lo que no se puede negar es que la desviación del capital in­
glés se corresponde con otros desplazamientos en la exportación
de bienes y en particular de bienes de capital, dejando de concen­
trarse en Europa y Estados Unidos para concentrarse en el Imperio.
Las exportaciones de capital proporcionaron quizá oportunidades a
los agentes locales, a los colonos y a los colaboradores; pero decir

‘‘ Este es el punto de vista de Emmanuel (1912b). Aunque no reconoce que


lo importante es el cambio de dirección de la inversión de capital, y rechaza
las exportaciones de capital como explicación del imperialismo, reconoce sin
embargo la importancia de las exportaciones de capital dentro de su cuadro
general del imperialismo como resultado de la presión de los colonos, a menudo,
afirma, contra los intereses del gobierno de la metrópoli y de grandes intereses
financieros e industriales del país.
204 La teoría económica del imperialismo

que la iniciativa principal partió de Ultramar sería tomar el rábano


por las hojas. La política de aferrarse a la India y a la ruta de la
India parece haber tenido una firme base económica en la centrali­
zación de capital y en la búsqueda de proyectos en que invertirlo.
Es hora de dejar la periferia y volver al problema de cuál fue­
ron las causas centrales de la exportación de capital de Europa a
finales del siglo xix. La tesis de Cairncross de que existía una corre­
lación entre los precios de los bienes de exportación en los países
de Ultramar y el alto nivel de exportación de capital desde Gran
Bretaña ha sido destruida, pero en su lugar ha surgido otra tesis,
que relaciona la capacidad de exportación en comparación con la
demanda en los países prestatarios y prestamistas en cualquier pe­
ríodo con la inversión en capacidad en el período precedente (Tho-
mas, 1967). Al parecer, esto explica los ciclos alternativos de
inversiones inglesas domésticas y extranjeras y la sorprendente corre­
lación de períodos de grandes exportaciones de capital inglés y des­
favorables relaciones reales de intercambio para los productores pri­
marios de Ultramar. Pero según este punto de vista las «excesivas»
inversiones en Ultramar no tienen explicación, ni tampoco el bajo
nivel de inversiones globales — domésticas y extranjeras— de la
década de 1890.
Volvemos a la cuestión principal de los determinantes de la
acumulación de capital. Toda la tendencia de los argumentos key-
nesianos se traduce en que el incentivo para invertir no está garan­
tizado por el mecanismo de la economía de mercado libre a un
'I l'l nivel necesario para que el empleo sea pleno. Los keynesianos sub­
rayan la dependencia de las inversiones con respecto a la demanda
efectiva, que se ve frenada en cada etapa de auge por la creciente
propensión marginal al ahorro (Robinson, 1942, pág. 50). Los mar-
xistas, a su vez, insisten en las presiones competitivas de la pro­
ducción por la producción misma, de la acumulación capitalista con­
ducente a que el capital se concentre en la tecnología que ahorra
mano de obra, reducía las oportunidades de empleo y causaba un
desequilibrio crónico entre las industrias de bienes de capital y
las industrias de bienes de consumo. Hasta ahora está claro que las
inversiones extranjeras con garantía estatal proporcionan a los ren­
tistas ingleses unos ingresos aparentemente seguros y regulares, y
a los manufactureros ingleses de bienes de capital una salida se­
gura para sus excedentes. Los bancos con apoyo estatal hicieron lo
8. Exportación de capital 205

mismo para los rentistas franceses y alemanes y para los bienes de


capital de Francia y Alemania (Landes, 1965, pág. 516).
La necesidad del apoyo estatal quizá surgiera o por una falta
de demanda privada efectiva que actuara como incentivo para la
inversión (tesis keynesiana) o a causa de un exceso de inversión en
capacidad productiva que no pudo realizarse de un modo rentable
para mantener una tasa dada de acumulación (tesis marxista). La
importancia de las exportaciones de bienes de capital refuerza la
tesis marxista. El continuo aumento de los salarios reales durante
las décadas de 1880 y 1890, gracias a una mayor fuerza de los sin­
dicatos, parece reducir la verosimilitud de la tesis keynesiana. ¿Hubo
durante este período pruebas verdaderas de un exceso de capaci­
dad de las industrias de bienes de capital que confirme la tesis
marxista? La opinión general en Alemania a mediados de la década
de 1880 creía que las colonias eran necesarias para resolver el pro­
blema de la superproducción. La Comisión Real sobre la Depresión
del Comercio y de la Industria en Gran Bretaña afirmaba en la
conclusión de su Informe Final de 1884 que existían pruebas de
que la tasa de beneficio disminuía:

Opinamos ... que la superproducción ha sido uno de los rasgos más sobre­
salientes del curso del comercio en los últimos años ... el rasgo prominente
de la situación actual, y el que en nuestra opinión la distingue de todos
los períodos anteriores de depresión, es la larga duración de este período dé
sobreproducción ... (1884, pág. vni).

En la obra marxista de la que hemos tomado esta cita se adu­


cen muchas pruebas del aumento de la capacidad productiva en In­
glaterra por encima de lo que era rentable utilizar (Dobb, 1946,
páginas 305-7). Desde este punto de vista, la competencia entre los
capitalistas a una escala mundial cada vez más amplia les impulsó
a extender sus inversiones y a establecerse en posiciones privile­
giadas siempre que les fue posible. Nos hemos acercado a la fuerza
a la tesis de Lenin de la etapa monopolística del capitalismo, en la
que aunque unas ramas de la industria y unas naciones progresan,
otras, en especial aquéllas que como Inglaterra son más ricas en
capital, se convierten en parasitarias y decaen (Lenin, 1933, cap. 8).
En particular, la imagen que trazó Lenin de la Primera Guerra
Mundial, que calificó de «guerra para el reparto del mundo, para
la distribución y redistribución de las colonias, de las esferas de
206 La teoría económica del imperialismo

influencia de capital» y su expectativa de que esta lucha conti­


nuaría en el futuro mientras existiera el capitalismo, se vio reivin­
dicada en la Segunda Guerra Mundial. Además, la estimación que
efectuó Lenin de las tendencias monopolísticas del capital industrial
y bancario y de su inclinación a fusionarse se ha vuelto a confirmar
en cada generación, en la década de 1920, de 1940 y de nuevo
en 1960.

Prefacio a las ediciones francesa y alemana, 1920.


Capítülo 9
LA GRAN EMPRESA

Los marxistas consideran el capitalismo como una fuerza ex­


pansiva y al capitalista como un acumulador agresivo, que utiliza
el dinero para ganar más dinero (véase Marx, 1946, cap. 23, sec­
ción 3). Los keynesianos creen que «la nueva característica del sis­
tema capitalista» traduce la pasión natural del hombre por el poder
en la acumulación de riquezas (Robinson, 1970a, pag. 67). Y, sin
embargo, en el último capítulo explicamos las exportaciones de
capital a finales del siglo xix como resultado del deseo por parte
de los rentistas de asegurarse unos ingresos, y la anexión de pose­
siones territoriales en cuanto mercados protegidos para los produc­
tores de bienes de capital. Esto no tiene el aspecto de ser un mundo
de agresivos capitanes de industria, y mucho menos que tengan que
«aparecer como benefactores de la sociedad», como afirma Robinson.
En efecto, el historiador de Unilever insiste en especial en el hecho
de que, contrariamente a la opinión marxista sobre la motivación de
las exportaciones de capital, los accionistas de la Lever Bros Ltd.
, nunca estuvieron deseosos de «invertir demasiado dinero en estas
I compañías asociadas» (es decir, de Ultramar), en la década de 1890,
de lo cual el propio Lever se dolía con frecuencia (Wilson, 1954,
página 110).
Los hombres como Lever o Cedí Rhqdes tenían el aspecto y
. se comportaban como imperialistas, «ideando plan tras plan para
207
208 La teoría económica del imperialismo

repartirse el mundo», como el embajador alemán describió a Rho-


des y Joseph Chamberlain hacia 1890 (Von Eckardstein, 1919, pá­
gina 234). El contraste entre ellos y los rentistas da evidentemente
la razón a la tesis clásica del imperialismo como reminiscencia del
pasado, aunque el parecido entre Rhodes y Clive era mayor que el
parecido con los antiguos mercaderes aventureros. Marx, en un es­
crito de mediados de la década de 1860, ya había predicho la apa­
rición de tres tipos muy diferentes — el rentista cortacupones, los
directores de negocios y los promotores y especuladores financie­
ros— que surgirían del empresario capitalista original al ampliarse
la escala de producción y centralización del capital en las socieda­
des por acciones (Marx, 1909, cap. 27); y esta centralización del
capital continuaría hasta que «se halle en manos de una sola so­
ciedad capitalista» (1946, cap. 25, sección 2).
Las predicciones de Marx sobre el divorcio entre dirección y
propiedad en las grandes firmas se han cumplido ciertamente, pero
han tenido diversas interpretaciones. Los seguidores de Marx, como
Hilferding y Lenin, creían que los financieros, que vinculaban el
capital y el poder estatal, proporcionarían la nueva dinámica del
sistema. Así vemos que la City de Londres hizo fracasar la cam­
paña de Chamberlain en favor de la preferencia imperial, restauró
en Gran Bretaña el patrón oro a la tasa más alta de la esterlina en
1926, restableció la convertibilidad de la esterlina en la década
de 1950 y realizó todas las fusiones e incautaciones de la déca­
da de 1960 (Barratt Brown, 1968, págs. 36-74). El nacimiento de
'imperios de la alta finanza’ en Estados Unidos en 1920-29 — las
casas Morgan, Rockefeller, First National City, Dupont, Mellon,
Bank of America, Cleveland, Chicago (Ferio, 1957, pág. 125)—
cuentan la misma historia. Las operaciones de las casas financieras
con ayuda estatal fueron, en opinión de los seguidores marxistas
de Lenin, la causa constante de las rivalidades interimperialistas en
los años de crisis de la década de 1930, que desembocaron en la
guerra de 1939 (Varga y Mendelsohn, 1940, pág. 153). Las salidas
de capital durante la década de 1920, en especial de los Estados
Unidos, a pesar de sus recursos internos masivos y de sus merca­
dos, la adopción de la preferencia imperial de Inglaterra en Ottawa
en 1930, la lucha por el petróleo del Medio Oriente entre la Royal-
Dutch Shell, la Standard Oil y las compañías italianas, alemanas y
francesas (Sutton, 1955, págs. 36-52), y sobre todo el desafío del
'capital financiero de monopolio estatal' japonés, alemán e italiano
9. La gran empresa 209

a los antiguos Estados capitalistas por los mercados, las fuentes de


materias primas y las esferas de inversión, cuyo mejor specimen fue
el banquero de Hitler, Hjalmar Schacht, todo ello parece justificar
plenamente y de modo póstumo las profecías de Lenin.
Los grupos financieros de Estados Unidos sobrevivieron algunos
años después de finalizar la Segunda Guerra Mundial. En Inglate­
rra, los banqueros comerciales siguieron dirigiendo durante muchos
más años el capital británico mientras se recuperaba el área de la
esterlina y las ex-colonias que abarcaba financieramente, de modo
que, como dijo Paish: «Lejos de ser Gran Bretaña quien propor­
cionaba ayuda financiera a los territorios coloniales, eran éstos los
que financiaron a Gran Bretaña y al resto del área de la esterlina»
(véase Barratt Brown, 1970a, cap. 7).
Después de la descolonización y de la reducción de los saldos
en esterlinas, siguió entrando renta en Inglaterra procedente de las
ex-colonias, pero el poder financiero estaba pasando tanto en In­
glaterra como en Estados Unidos a manos de compañías conglome­
radas, a medida que los impuestos fueron minando las fortunas fa­
miliares, aumentaba la oferta de fondos estatales para la industria
y los grandes beneficios de las sociedades anónimas de la Segunda
Guerra Mundial se veían suplementados por los beneficios del boom
del rearme que siguió en la década de 1950.
Estos factores, combinados con el crecimiento del control cien­
tífico, concedieron a las compañías privadas fondos para autofinan-
ciación y fuerza organizatoria. Las grandes firmas industriales y
comerciales sustituyeron a los grupos financieros como acumulado­
res de capital «maximizando los fondos retenidos tras de pagar di­
videndos e impuestos» (Penrose, 1968, pág. 29).
El proceso de concentración de la producción en las grandes
firmas se ha acelerado en determinados períodos — en el cambio
de siglo, en las décadas de 1920, 1940 y 1960 '— , pero no existen
pruebas de que entre unos y otros se haya desconcentrado. Las cien
sociedades anónimas manufactureras más grandes de Estados Unidos
controlaban el 58 por 100 de la tierra, los edificios y los equipos uti­
lizados en la manufactura en 1962, comparado con el 44 por 100
en 1929 (Baran y Sweezy, 1966, pág. 266). También existen prue­
bas de una concentración en la industria británica a partir de 1955

' Véase Levy (1909), Plummer (1934), Evely y Little (1960), y el Depart­
ment of Trade and Industry (1970).
210 La teoría económica del imperialismo

aproximadamente (Hart y Prais, 1956, págs. 173-5; Evely y Little,


1960). Desde 1957 hasta 1968, mientras los activos líquidos de las
compañías inglesas citadas, que operaban principalmente en el Reino
Unido con un capital de más de medio millón de libras, se dupli­
caron, el número de compañías se redujo por medio de fusiones y
absorciones de más de 2.024 a 771; y las diez compañías más grandes
triplicaron sus activos (Departamento de Comercio e Industria,
1970). En Estados Unidos, durante el último período de concen­
tración, en la década de 1960, la tasa de crecimiento de las firmas
individuales más grandes del país sufrió un parón (Hymer y Rowt-
horn, 1970), pero el número de grandes firmas y su participación
en los activos y ventas totales de las compañías estadounidenses
aumentaron. Además, en todos los países desarrollados, las compa­
ñías que comenzaron aumentando su participación en sus mercados
nacionales y luego sus exportaciones a otros mercados, realizaron
durante la década de 1960 sus operaciones cada vez más a nivel
multinacional (Dunning, 1971).
Los marxistas observaron entonces que la sociedad gigante de
nuestros días era el nuevo agente del imperialismo (Baran y Sweezy,
página 15; Barratt Brown, 1970a, cap. 8), y no una «asociación
espiritual», como afirman algunos, cuya meta no es tanto maximizar
beneficios como equilibrar a largo plazo las peticiones de los ac­
cionistas, empleados, clientes y el público en general (Kaysern, 1957,
páginas 313-14). Esta descripción había aparecido en un estudio
sobre Modern Corporation and 'Prívate Property de Berle y Means
en 1932, y se había popularizado en 1941 con la obra de Burnham
Managerial Revolution. El concepto no sólo desafiaba el análisis
marxista, sino que minaba también toda la teoría neoclásica de la
remuneración de los factores y determinación de los precios por la
acción egoísta de todos los agentes económicos (véase Masón, 1958,
página 7). De todos modos, su validez fue terminantemente nega­
da en un cuidadoso estudio de la literatura y las actitudes de los
dirigentes hecho por Earley, quien descubrió que «las principales
metas de los negocios modernos a gran escala son rentas altas para
los dirigentes, buenos beneficios, una posición competitiva fuerte y
crecimiento» (1956). Para alcanzarlas era necesario «reducá costes,
métodos mejores, escoger las alternativas más rentables y descubrir
nuevas alternativas de beneficio», así como «evitar la financiación
exterior»; en efecto, según Earley, una maximización del beneficio
a largo plazo mejor que a corto plazo. Pero se siguió propagando el
9. La gran empresa 211

concepto de «asociación espiritual» llegando incluso a constituir


la base de políticas de partido no sólo en Estados Unidos, sino
también en Gran Bretaña.
La conexión entre la sociedad moderna y el imperialismo tam­
bién es considera por los neomarxistas en términos de «la nece­
sidad que experimentan las firmas de tipo monopolístico de contro­
lar las fuentes de materias primas y los mercados a fin de proteger
su posición de dominio y asegurar sus inversiones ... incluso ... con
una perspectiva de beneficio a plazo más largo» (Magdoff, 1970, pá­
gina 19). De ahí la nueva oleada de exportación de capital, esta
vez en forma de inversiones directas de grandes firmas inglesas y
americanas principalmente, aunque se les unieron otras, oleada que
ha caracterizado la economía internacional en los últimos años. Estas
inversiones directas comprenden ahora dos tercios de los activos
privados del Reino Unido en el extranjero y cinco sextos de los ac­
tivos privados de Estados Unidos también en el extranjero, siendo
el resto inversiones de cartera. Las posiciones eran la inversa en
1929 para el Reino Unido, y mitad y mitad en el caso de Estados
Unidos (Barratt Brown, 1973).
De la tabla 19 vemos que la inversión directa en el exterior
de los principales países industrializados era en 1967-68 aproxima­
damente el 9 por 100 de la inversión doméstica comparable, 16
por 100 en el caso de Gran Bretaña. Esta cifra es mucho menor
que la de Gran Bretaña antes de 1913, aunque la proporción de las
inversiones en Ultramar para Gran Bretaña era también entonces
superior a la de los demás países. Sin embargo, a partir de 1968,
la salida de capital de Inglaterra aumentó, y en 1971 la inversión
directa bruta (no petrolífera) de las compañías, más 300 ó 400 mi­
llones de dólares en inversiones petrolíferas en Ultramar, represen­
taban el 27 por 100 de las inversiones domésticas brutas en minas,
manufacturas y construcción (Oficina Central de Estadística, 1972 íí;
1972¿; tabla 15). Estas exportaciones de capital se deben casi en
su totalidad a unas cuantas grandes firmas. En 1957, ochenta firmas
americanas eran titulares del 69 por 100 de la inversión total de
Estados Unidos en el extranjero (Departamento de Comercio de E s­
tados Unidos, 1960). -En 1962, cuarenta y nueve firmas del Reino

^ Véase, por ejemplo, Crosland (1962, pág. 89), y Barratt Brown (1963),
quien contesta a la severa crítica de Crosland sobre un estudio anterior de
Barratt Brown (1959, núms. 5, 6 y 7).
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9. La gran empresa 213

Unido efectuaron el 83 por 100 de todas las inversiones inglesas en


Ultramar en las industrias manufacturera y petrolífera combinadas
(Reddaway, 1967).
Los neomarxistas insisten especialmente en que «las sociedades
gigantes dependen de las fuentes extranjeras de materias primas
para su posición monopolista y para la magnitud de sus beneficios.
Lo que es nuevo en el imperialismo actual», escribe Magdoff, «es
que Estados Unidos se ha convertido en una nación ’have not' que
no tiene una amplia serie de minerales comunes y raros» (1970,
página 45). Existen muchas pruebas que avalan esta afirmación;
pero como explicación para la nueva ola de inversiones de Estados
Unidos en Ultramar resulta insuficiente. Los principales flujos de
nueva inversión en Ultramar van a parar a la industria manufac­
turera. La minería ocupa una proporción cada vez más pequeña en
las inversiones americanas; incluso la participación del petróleo
disminuyó en la década de 1960.
Esta disminución de la inversión en el extranjero para la pro­
ducción de materias primas no significa que no siga siendo muy
importante para las grandes compañías. A medida que se van ago­
tando las reservas de minerales (Meadows, 1972, págs. 56-60), el
control de estas reservas se hace más importante para las compa­
ñías, y algunos marxistas creen que el ejercicio de este control es
la causa de la entrada de Estados Unidos en la guerra de Indo­
china (Caldwell, 1971). La tabla 20 muestra, sin embargo, que las
inversiones americanas van no tanto a países ex-coloniales o sub­
desarrollados como a otros Estados industrialmente desarrollados.
Esto es cierto para la mayoría de los países exportadores de capi­
tal (Hymer y Rowthorn, 1970). Aproximadamente la mitad de sus
exportaciones totales de capital fue entre ellos mismos en la década
de 1960. Al mismo tiempo, una proporción bastante elevada de la
renta de las inversiones procede de los países subdesarrollados, y en
particular de las inversiones petrolíferas. De nuevo se está produ­
ciendo un desplazamiento en las inversiones, pues las firmas manu­
factureras están estableciendo firmas subsidiarias en los países in­
dustrialmente más desarrollados, y no en los menos desarrollados.
Para los marxistas, son las grandes firmas, y no el Estado-na­
ción o el mercado, las instituciones por medio de las cuales se
expresa la dinámica de la acumulación capitalista. Según la tesis
liberal clásica, como observó Schumpeter a pesar suyo, la sociedad
moderna significa que:
214 La teoría económica del imperialismo

Con la decadencia de la fuerza motriz que suponía el motivo familiar, el


horizonte temporal del hombre de negocios se reduce, grosso modo, a su
esperanza de vida ... Su estado de ánimo se hace antiahorrativo ... la decre­
ciente importancia de las funciones de los empresarios y capitalistas ... tam­
bién descompone las fuerzas motrices del capitalismo desde dentro. Nada de­
muestra con más claridad que el orden capitalista no sólo descansa en pilares
construidos con material capitalista adicional, sino que además deriva su ener­
gía de nuevos esquemas de comportamiento capitalista que al mismo tiempo
acabará por destruir (1943, págs. 161-2).

«L a visión de Marx era acertada», dice Schumpeter, pero añade


que «no hay ninguna razón puramente económica para que el ca­
pitalismo no experimente otra racha afortunada» (pág. 163). En un
nuevo ensayo sobre ha marcha hacia el socialismo, añadido en
1949, Schumpeter afirmaba que aunque la recuperación de la post­
guerra había demostrado «las vastas posibilidades de producción del
motor capitalista», lo que «M arx no había visto eran los niveles de
vida de las masas, infinitamente más altos, suplementados por unos
servicios gratuitos sin la total 'expropiación de los expropiadores’.
Sin embargo ... [el capitalismo] podía ser 'regulado’ más allá de
su límite de resistencia» y provocar la imposición de «una solución
abiertamente socialista» (1943; ed. de 1949, pág. 419).
Schumpeter opinaba que aunque Marx se había confundido en
cuanto al modo en que la sociedad capitalista desaparecería, la pre­
dicción era acertada. Se estaban destruyendo los resortes de la em­
presa en la firma familiar a causa de una inflación perenne, que a
su vez era resultado del poder combinado de los sindicatos, en con­
diciones de pleno empleo, para elevar los salarios, y de las firmas
oligopolísticas para traducirlos en aumento de precios. Todo esto
suponiendo que la utilización de los recursos sea plena. Ahora sa­
bemos que es posible que haya mucho desempleo y una tasa alta
de inflación, pero también sabemos que durante muchos años una
inflación moderada alentó las inversiones, porque el coste histórico
de la planta era cada vez menor en relación con el valor de la pro­
ducción corriente que se obtenía en ella. Sin embargo, Schumpeter
creía que cualquier nación como Gran Bretaña, que tenía una tasa
de inflación superior a la media mundial, y cuyas firmas poseían
una posición competitiva menor, tomaría medidas para controlar la
inflación; y esto significaría que «la burocracia conquistaría el sis­
tema de empresas privadas» (pág. 424). Lo que Schumpeter no
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La teoría económica del imperialismo

tenía en cuenta era la creciente capacidad de las grandes firmas para


dirigir sus propias ventas y precios a escala mundial, incluso evi­
tando la acción de los Gobiernos.
Una de las causas principales de la creciente tasa de inflación ba
sido el desplazamiento de los fondos a corto plazo de las grandes
compañías entre los centros financieros. Esto ha provocado la puja
de los tipos de interés y otras medidas estatales para controlar
la balanza de pagos, lo cual ha tendido a elevar los costes unita­
rios (Barratt Brown, 1972¿, pág. 199). En un país donde tiene
lugar una inflación superior a la media, todas las firmas sufrirán
en la competencia mundial, pero las grandes firmas en menor grado.
Si los tipos de interés son superiores a la tasa anual de inflación,
como lo eran en Gran Bretaña antes de 1967 y luego en 1973, las
grandes firmas pueden hallar sus propios fondos internamente y/o
prestarlos a otros o utilizarlos para sus propias inversiones. Si los
tipos de interes descienden por debajo de la tasa de inflación, como
sucedió en Gran Bretaña entre 1967 y 1972, las grandes firmas
podrán tomar préstamos y devolverlos en una moneda devaluada.
La inflación puede ser la muerte de rentistas y pequeñas firmas,
pero las grandes firmas sobrevivirán y crecerán. Esto se puede
ver en el boom de fusiones que tuvo lugar en Inglaterra a finales
de la década de 1960 y en el gran aumento de los préstamos con­
cedidos por los bancos a las compañías después de 1967 (Departa­
mento de Comercio e Industria, 1971), cuando la tasa de inflación
aumentó de una media del 3 por 100 anual a un 7 por 100 anual,
llegando en 1971 hasta un 10 por 100.
La alta tasa de inflación, que no es exclusiva de Gran Bretaña,
ha sido señalada por algunos marxistas como la respuesta de los ca­
pitalistas, y en particular de aquellos que ocupan posiciones de mo­
nopolio y por tanto pueden administrar los precios, a efectos de la
actuación de los sindicatos reduciendo el rendimiento, del capital
(Glyn y Sutcliffe, 1972, pág. 133). Con esto se supone, como lo
hacen los teóricos neoclásicos, la utilización plena de la capacidad
y una razón constante capital-o«/p«í. Pero el análisis de Marx de
la disminución de la tasa de beneficio admitía la posibilidad de
que los beneficios del capitalista no aumenten en relación con los
salarios, sino que el capital invertido aumente en relación con la
producción. Esto describe efectivamente la situación en Gran Bre­
217
9. La gran empresa

taña durante ios últimos años La inflación seria el resultado de


una razón creciente entre capital invertido y output planeado. De
hecho, los capitalistas individuales pueden evitar el aumento de la
razón entre capital y output y disminuir su tasa de beneficio aba­
ratando el capital, o abaratando las importaciones y la distribución,
y estableciendo posiciones de monopolio en todo el mundo. Esto es
lo que hacen las grandes firmas, y así sobreviven. En cuanto al
resto de la economía, cada vez es mas necesaria la intervención del
Gobierno para dirigir precios y rentas, para financiar firmas que
no pueden sostenerse y sustituir las inversiones perdidas para así
mantener el empleo. Schumpeter temía que esta intervención pro­
vocaría la «marcha hacia el socialismo». No era exactamente esta
imagen la que tenía Marx del hundimiento del capitalismo por la
polarización de riqueza y pobreza; pero está en la línea general de
pensamiento de Marx de que el conflicto se intensificaría entre la
acumulación privada en unidades cada vez mayores de capital y las
crecientes necesidades sociales, conscientemente sentidas, del pueblo.
Hoy día los autores neoclásicos sugieren el uso de una política
monetaria para reivindicar la ley de Say y al mismo tiempo con­
trolar la inflación (Patinkin, 1965, págs. 350-65). Se supone que la
inflación aparece como resultado de las presiones de los sindica­
tos que utilizan el «liderazgo de los salarios» para generalizar los
salarios que se pagan en las grandes firmas, donde altos beneficios
y alta productividad van asociados (Turner y Jackson, 1970, ta­
blas 7.4, 7.5, 7.6). Pero para poder afirmarlo, habría que probar
que los salarios en las firmas grandes y pequeñas convergen, y
todas las pruebas disponibles demuestran lo contrario (Barratt
Brown, 1972¿). A pesar de todo, los economistas neoclásicos acon­
sejan a los Gobiernos reducir la ayuda estatal en favor del obrero
: mal pagado y la firma no rentable; pero los neoclásicos no tienen

3 Glyn y Sutcliffe (1972, pág, 231) afirman que durante el período en


que las tasas de beneficio disminuían en Gran Bretaña, no hubo un aumento
en la composición orgánica del capital. Esto se debe, sin embargo, a que
el output no aumentó a gran velocidad y la capacidad ociosa sí. La razón capital-
output ha venido aumentando efectivamente, sobre todo si se excluyen la
vivienda y las empresas públicas. Así, la razón entre stock de capital neto^y
output dado aumentó de 1,55:1,0 a 2,3:1,0 entre 1957 y x971; la razón
entre stock de capital neto y outptit neto, es decir, menor consumo de capital,
aumentó de 1,7:1,0 a 2,55:1,0, Véase National Income and Expenditure, Blue
Books, 1967 y’ 1972, tablas 11 y 63.
La teoría económica del imperialismo

el valor de sus propias convicciones. Conservan una fe casi key-


nesiana en la dirección del Estado o de las grandes compañías para
ayudarles. Hicks apela a esta ayuda que él denomina «la Revolución
Administrativa en el Gobierno», la cual, además de «acercar más el
nacionalismo económico y el comunismo», permite que se enca­
jen «muchas cosas en la cuenta del economista, de muchos modos
y para ventaja de todos» (Hicks, 1969, pág. 151). Johnson cree
en el internacionalismo (1968, pág. 130) (y por tanto en la ausencia
de ayuda al mercantilismo) y también en la inmortalidad (por
tanto, en un horizonte de plazo largo de las sociedades internacio­
nales y se preocupa por la adaptación al mercado «por medio de la
comercialización y de las actividades de investigación y venta, y no
por la producción física per se» (Johnson, 1962, pág. 1 7 5 ).'Todo
esto está en desacuerdo con Schumpeter, y la frase que citamos a
continuación se acerca mucho al concepto de «asociación espiri­
tual»: ^

Una organización eficaz, un crecimiento satisfactorio y unos cambios ren­


tables son los problemas clave de la unidad de producción en la sociedad
opulenta y no la minimización de los costes de una función de producción
dada y la maximización del beneficio para una demanda dada (Johnson 1962
página 175).

Entonces, ¿de dónde procede el incentivo para invertir?


Las ultimas palabras de Schumpeter fueron de crítica tanto para
los partidarios del estancamiento, como él llamaba a los keynesianos,
como para los marxistas; de nuevo afirmó que aunque se habían
confundido al diagnosticar las razones del estancamiento, sus pre­
dicciones eran acertadas.

A menos que vean oportunidades de inversión, la gente no ahorra en cir­


cunstancias normales, y cuando las oportunidades de inversión disminuyen
probablemente también disminuye el ahorro. [Pero] aunque nada hay que
temer de la propensión de la gente a ahorrar, sí hay que temer de otros
muchos factores. El descontento de la mano de obra, la regulación de precios,
una administración vejatoria y unos impuestos irracionales son muy adecua­
dos para que sea realidad la teoría del estancamiento (Schumpeter 1943
1949 ed., págs. 397-8).

El divorcio entre ahorro e inversión, que Keynes identificaba


como causa del desempleo y fuente de políticas estatales mercan-
tilistas, deberla haberse resuelto en gran parte por la concentración
219
9. La gran empresa

de la acumulación y su realización dentro de las grandes compañías.


De hecho, algunos keynesianos, como Robinson y Galbraith, opinan
que ya se ha resuelto de este modo, pero con la colaboración de la
ayuda estatal, como en el caso de las exportaciones inglesas de ca­
pital en el siglo xix. Como escribe Robinson, en parte resumiendo
a Galbraith:

Las grandes sociedades ... una vez lanzadas, no dependen para su finan-
dación del ahorro individual. Cada una consiste en un fondo autoperpetuador
controlado por un cuadro autoperpetuador de directores y técnicos. ... Los
gerentes se esfuerzan continuamente en aumentar los beneficios por medio
de inversiones que reducen costes a fin de mejorar su poder de venta. Esto
permite que los salarios reales aumenten sin reducir la tasa de benefiaos.
La mayor parte de estas inversiones está financiada por los beneficios. ... Este
sistema asegura a la dirección un elevado grado de independencia con res­
pecto a banqueros y Gobiernos. ... El gasto estatal ha proporcionado un ele­
mento equilibrador en la demanda para mantener una cuasi-estabilidad y un
crecimiento continuo en el mercado de bienes. La línea de gastos más fácil
que puede adoptar el Estado es para la llamada «defensa» (Robinson, 1970«,
páginas 83-4).

En este área del gasto estatal en armamento entra en acción


el concepto de Galbraith de la «tecnoestructura» (Galbraith, 1967).
Está formada por los directores especializados que interfieren y
vinculan entre sí los sectores del Gobierno, de las finanzas y de la
industria, y constituyen frente a la anarquía del mercado el elemento
planificador que demandan la gran escala, los largos periodos de ges­
tación de la moderna demanda de inversión. Pero no acepta que los
gastos estatales sean necesariamente en armamento; pueden ser en
cualesquiera otros bienes y servicios que no compiten en el mer­
cado del sector privado (Galbraith, 1967, pág. 338). Parece tener
razón en este punto; el desempleo en Estados Unidos no ha aumen­
tado y disminuido con el presupuesto para la defensa, sino sólo con
los gastos estatales en su conjunto (véase Barratt Brown, 1972 í?,
tabla 1, pág. 122, y nuestra tabla 21). Lo que importa es que el
Estado debería «financiar costes, incluidos los de investigación y
desarrollo y ... asegurar un mercado para el producto resultante»
(Galbraith, 1967, pág. 164). Puesto que los gastos militares pro­
porcionan una rentabilidad continua, un crecimiento continuo de ^la
industria y del empleo y, «digamos como un subproducto» (Robin­
son, 1 9 7 0 ¿2, pág. 86), una expansión continua de la producción y
consumo de los bienes de mercado, es necesario justificar con­
220 La teoría económica del imperialismo

tinuamente tales gastos. Sería difícil encontrar una receta mejor


para el imperialismo.
Ademas, según Robinson, los Estados modernos del bienestar
son los nuevos mercantilistas. Cada uno se propone ‘acumular re­
servas ampliando sus exportaciones, pero el mercado mundial no
crece con suficiente rapidez para absorber todo el output de la
capacidad productiva de todos los Estados industriales;

Las exportaciones proporcionan beneficios y las importaciones (excepto


las de^ materias primas) significan una pérdida de ventas para la competencia.
Además, es más fácil fomentar las inversiones internas, rechazar la inflación y
dirigú el cambio exterior de la moneda en una situación de balanza de co­
mercio favorable: es decir, con más exportaciones que importaciones. Así,
pues, cada nación compite para lograr un «crecimiento dirigido por la expor­
tación», al tiempo que intenta defenderse de las exportaciones de las demás
1970a, pág. 92).

Citando a Myrdal, Robinson concluye que «el Estado de bienestar


en los países ricos del mundo occidental es por naturaleza proteccio­
nista y nacionalista».
Al contrario que Galbraith, que no hace referencia alguna en su
obra a las exportaciones de capital ni al imperialismo, excepto
como una «antigua disputa marxista» (Galbraith, 1967, pág. 338),
Robinson está dispuesto a trasplantar la conclusión del naciona­
lismo al «neocolonialismo» de los países imperialistas en otro tiem­
po. Así identifica las sociedades internacionales como transmisoras
del excedente en forma de beneficios obtenidos en los países del
Tercer Mundo, y utilizando el poder estatal para mantener abier­
tos estos países a las empresas capitalistas.
' J<!
Las compañías internacionales, totalmente correctas desde su propio punto
de vista, hacen sus inversiones en todo el mundo y manipulan el flujo de
producción desde unos centros a otros para satisfacer las exigencias de su
propia rentabilidad, y no para promover la viabilidad o el crecimiento de
determinadas economías nacionales (Robinson, 1970a, pág. 109).

Tanto el análisis de Robinson como el de Galbraith presentan


un punto débil que observará todo marxista, y es la ausencia de
referencias a la competencia. Ambos consideran que las grandes
sociedades están de acuerdo a través de la «tecnoestructura» o
del Estado-nación para dirigir el mercado de modo que absorba
sus productos y utilice los recursos en una situación de casi pleno
221
i . La gran empresa

! empleo. NaturalmentCj existen muchas formas de acercamiento entre


empresas para llegar a una solución común, a nivel nacional, dentro
de la planificación nacional y otros organismos gubernamentales;
a nivel internacional, dentro de los cárteles y otras asociaciones eco­
nómicas. El hecho sigue siendo que compiten entre sí, y no sólo
a través de las fronteras nacionales entre firmas nacionales, sino
cada vez más dentro de las fronteras nacionales entre firmas inter­
nacionales.
Algunos neomarxistas ^ han sido llevados a subestimar la conti­
nua importancia de la competencia capitalista, quizá porque han acep­
tado la interpretación del subconsumo de Marx y, por tanto, ven
en el aumento del excedente y en la búsqueda de un modo para
deshacerse de ella, la causa principal del continuo expansionismo.
Afirman que la plusvalía aumenta porque la competencia entre
los capitalistas disminuye. No es que la participación de los bene­
ficios sea mayor, sino que la diferencia entre precios de venta y
costes de producción aumenta. Dentro del excedente se incluyen la
publicidad y otros «gastos inútiles».
En efecto, Baran y Sweezy no indicaron en las tablas que cons­
truyeron para Estados Unidos entre 1929 y 1963, que existía una
marcada tendencia a que el excedente aumentara como porcentaje
del P. N. B. (1965, pág. 389); durante los años de guerra fue alto,
' y bajó en los años 1930-39 y 1950-59, volviendo a aumentar en
¡ la década de 1960. Lo que realmente ha aumentando con regula­
ridad, como porcentaje del P. N. B., ha sido el gasto público (véase
tabla 21). El excedente que no tomó el Gobierno permaneció es­
table en tanto por ciento de P. N. B. Hasta 1963 no hubo en
Estados Unidos una disminución regular de la utilización de la capa­
cidad ni un aumento del desempleo (Baran y Sweezy, 1966, pagi­
nas 242-7). La utilización de la capacidad y el empleo fueron
altos durante los años de guerra, bajos en los años 1930 y 1950
y volvieron a subir en 1960. La capacidad ociosa redujo el excedente,
pero no fue una tendencia a largo plazo, como hubiera sido si los
crecientes oligopolios fueran reduciendo la competencia. Sin embargo,
el oligopolio fue aumentando ciertamente al aumentar la parti­
cipación de las grandes firmas en el mercado total, aunque las firmas

^ Lo que sigue a continuación es, en su mayor parte, una critica hecha


por Baran y Sweezy (1966).
La teoría económica del imperialismo

más grandes no fuesen necesariamente las de crecimiento más rá­


pido (Hymer y Rowthorn, 1970, pág. 69).

TABLA 21. Gasto publico y desempleo, Keino Unido y Estados


Unidos, 1913-1969.

Gastos militares Gasto estatal total Tasas de desempleo


en tanto por ciento en tanto por ciento en tanto por ciento
A ño del PNB del PNB de la mano de obra
RU EE. UU. RU EE. UU. RU EE. UU.

1913 3,0 13.5 10.5 2,1 4.4


1923 4.7 27.5 11 11,7 3,2
1933 3.8 30 16.5 19,9 24,9
1938 4.9 1.5 31,2 19.5 13,5 19,0
1948 7.4 8,0 37 24 1,8 3.4
1953 8.9 13,2 35 27.5 1,8 2,9
1958 6.4 10,1 31.5 29 2,2 6,8
1960 6.2 9.0 32.5 28 1,7 5,6
1965 5.8 7.5 34 28.5 1.5 4.5
1969 5,3 9.0 39 32 2.5 3.5

La formacmn de capital de las empresas públicas y los préstamos y sub­


sidios del Gobierno a la industria añaden otro 8 por 100 a la cifra de gasto
estatal del Reino Unido para 1969 (6 por 100 en 1965).
Puentes: London and Cambridge Economic Service (1965); O CDE (1970¿L
Central Statistical Office (1970).

Este proceso es análogo a la expansión del capitalismo en las


áreas precapitalistas en el siglo xix. Se destruyen los productores
a pequeña escala, con lo que se crea desempleo en las regiones sub­
desarrolladas. Sólo el gasto estatal sirve para volver a emplear a
los obreros desplazados. Si esta intervención del Estado fuese de­
finitiva para equilibrar la demanda agregada y la capacidad de ofer­
ta, cuando los oligopolistas fijasen precios demasiado altos para
que la utilización de los recursos pueda ser plena, como afirmaría la
teoría keynesiana, no sería necesario que la proporción del gasto
estatal aumentara para mantener el pleno empleo. Pero esto, al pa­
recer, no es necesario, como demuestra la Tabla 21 y como se com­
probó por los intentos de los Gobierno, tanto laboristas como con­
servadores, en Gran Bretaña, de reducir la participación del gasto
estatal entre 1968 y 1971, con el resultado de que el desempleo
223
9. La gran empresa

aumentó bruscamente, lo que hizo necesario elevar el gasto estatal


de nuevo en 1.972-73.
La competencia oligopolística entre firmas gigantes consiste en
una lucha por obtener absorciones, posiciones de monopolio en los
mercados, acceso privilegiado a las fuentes de materias, acompañados
de una racionalización y de otras medidas para reducir los precios,
si es que no reduciéndolos directamente. Los neomarxistas no han
subrayado suficientemente la competítividad de los oligopolios por­
que querían explicar el aumento del excedente. Quiza aceptaron
con demasiada prontitud el concepto leninista de «capiíalismo mo­
nopolista de Estado» y las frases del Manifiesto Comunista de que
«el poder ejecutivo del Estado [es] simplemente un comité para
dirigir los asuntos comunes de toda la clase burguesa». Considera­
ban a los directores de las firmas gigantes no sólo como parte de
una «tecnoestructura» neutral, sino como ricos propietarios que in­
tentaban controlar las actividades estatales en interés propio. En
esto es casi seguro que tuvieran razón, pero les llevo a descuidar el
papel conformador del Estado y a exagerar los intereses comunes
de los oligopolios. Al estudiar los contratos estatales en Estados
Unidos, en especial los contratos militares, se descubre una dura
batalla entre las grandes firmas, donde cada una explota el poder
que pueda tener en un determinado departamento del Pentágono
— Ejército, Fuerzas Aéreas, Fuerzas Navales, Infantería de Marina,
Comisión de Energía Atómica, N. A. S. A.— o en los ministerios
civiles, para fomentar el desarrollo de aquellas nuevas armas y
equipos en los que cada firma tiene interés especial (Kidron, 1969,
págs. 24-25, 38). Esta competencia podría explicar no sólo la persis­
tente gran magnitud del presupuesto militar, sino también toda la
orientación de la política exterior de Estados Unidos.
A principios de la década de 1960, las compañías america­
nas más grandes obtenían el 20 por 100 de sus beneficios de con­
tratos militares, que aumentaron con la escalada en la guerra del
Vietnam. Sin embargo, esta proporción se ve ampliamente superada
por la obtenida de las inversiones en el extranjero, que se calcula­
ba en más del 30 por 100 ya en 1962 (Perlo, 1963, psgs. 71-81).
En 1966, las ventas en las sucursales de Ultramar de las firmas ame­
ricanas en Europa habían alcanzado un nivel dos veces y medio
superior al de las exportaciones totales de bienes de Estados Unidos
a Europa (comparando con vez y medio en 1957) (Hymer y Rowt­
horn, 1970, pág. 76). A las grandes firmas se deben casi todas
224 La teoría económica del imperialismo

las inversiones en el extranjero, de modo que a mediados de los


años 1960, el 50 por 100 de sus beneficios provenían de contratos
militares y de inversiones en el extranjero, aunque las ventas mili­
tares y extranjeras de todas las compañías estadounidenses equi­
valían solamente al 10 por 100 y al 5 por 100 del P. N. B, de
Estados Unidos.
De acuerdo con las cifras de la Tabla 22, la producción manu­
facturada de las sucursales locales de las compañías en el mundo
capitalista ha crecido a un ritmo algo más rápido que el comercio de
manufacturas; pero el crecimiento de la producción de las sucursa­
les se ha concentrado especialmente en dos áreas — Europa y, en
grado mucho menor, los países subdesarrollados. En 1966, casi un
tercio de toda la producción manufacturada en los países subdes­
arrollados, y casi la mitad del crecimiento de la década anterior,
procedían de firmas extranjeras, mientras que en el caso de los
países desarrollados la participación era de una sexta parte. Estas
son cifras totales para todas las firmas manufactureras, pero de
hecho las operaciones en el extranjero fueron realizadas por un
número bastante reducido de firmas, unos cuantos cientos en cada
país, mientras que las 200 compañías más grandes del mundo pro­
porcionaban unas tres cuartas partes de las inversiones (Hymer y
Rowthorn, 1970, págs. 75-6).
Aunque la gran amplitud de las operaciones transnacionales
de las grandes empresas es un fenómeno reciente, cabe recordar
las compañías de las Indias Orientales; y desde luego podemos en­
contrar ejemplos en el último cuarto del siglo xix. Algunas com­
pañías, como la Royal Dutch Shell y Unilever, llegaron a tener
un control multinacional y a funcionar a escala transnacional Otras,
como Standard Oil, General Motors, I. C. I. o Imperial Tobacco,
pertenecían a un grupo de nacionales, pero establecieron sucursa­
les en muchos países: algunas propiedad total de la compañía ma­
triz, otras con mayoría de acciones por parte de ésta. Estas compa-

® He preferido utilizar «transnacional» mejor que «internacional» o «multi­


nacional», porque «internacional» o «multinacional» implica que la propiedad
está compartida entre diferentes naciones, y no hay muchos casos de este
tipo de compañía, pero si muchos casos de grandes firmas que pertenecen
en su^ mayor parte a individuos de un país, pero que operan en otros países.
Dunning (1971) los denomina EM P (empresas multinacionales de producción)
y a los otros EPM (empresas de propiedad multinacional) o ECM (empresas
de control multinacional).
9. La gran empresa 225

ñías transnacionales aprovecharon la economía de la integración ver­


tical o explotaron el monopolio sobre algún producto, patente o
knoiv-how.
La tesis marxista distingue el proceso de concentración de la
producción en unidades cada vez más grandes, a medida que los
cambios técnicos van creando mayores oportunidades de economías
de escala, y el proceso de centralización de capital, a medida que
las firmas más pequeñas dejan de disponer de los recursos finan­
cieros de que dispone una gran empresa, tanto en tiempos de rápido
cambio técnico como de depresión del mercado. Las presiones que
se esconden tras la expansión de las grandes firmas actuando a es­
cala transnacional en los últimos años parecen ser del segundo tipo.
Los costes unitarios de la investigación y el desarrollo y otras par­
tidas globales pueden reducirse a medida que aumenta la escala;
pero el tamaño de las unidades de producción no es lo que importa
en el funcionamiento transnacional a gran escala. En efecto, la pro­
ducción local de las sucursales de Ultramar, y no las exportaciones
de la producción doméstica, es lo que puede comportar la reducción
del tamaño de las plantas y no lograr que sean máximas las economías
de escala. Los aranceles fueron ciertamente una de las razones prin­
cipales por las que las grandes firmas establecieron una producción
local en los mercados extranjeros. Lever Bros y las compañías ame­
ricanas de automóviles son ejemplos evidentes de ello (Wilson, 1954,
página 89; Sundelson, 1970, págs. 243-72). También se pueden evitar
los aranceles vendiendo las patentes; de cualquier modo, en las dos
últimas décadas se han reducido los aranceles, mientras que la
exportación de capital ha aumentado.
Para algunos autores, es la fortaleza de las monedas en las
que se cotizan los títulos lo que explica las operaciones transnacio­
nales de las compañías (Aliber, 1971; 1972). Así, las firmas ingle­
sas antes de 1913, las norteamericanas a partir de entonces, y las
suizas, holandesas v alemanas muy recientemente pudieron exportar
capital gracias a la prima de las monedas de los países de origen.
Las firmas inglesas y japonesas y otras de diversos orígenes na­
cionales exportan hoy capital a Estados Unidos por la prima del
dólar, que aquéllas añaden a sus corrientes de renta. El argumento
no es satisfactorio; la moneda puede ser fuerte porque la utilizan
las grandes compañías, y no al revés. Sin embargo, se puede genera­
lizar el argumento de modo que sugiera que las compañías más
grandes tienen ventajas de acceso a la financiación, sea cual fuere
TABLA 22.—Output, comercio y producción local d e manufacturas originarias del mundo capitalista des­
arrollado, 1957 y 1966 (todas las cifras, en miles de millones de dólares).

Output de productos Comercio de productos


manufacturados manufacturados
PNB (precios
País de origen o de destino de mercado) De compañías
Total extranferas Importaciones Exportaciones

1977 1966 m i 1966 1957 1966 1957 1966 1957 1966

Estados Unidos 448 703 131 218 6 9,5 5,0 12 11 19


del RU, H y S “ — — 4,7 7,4 1,2 2 — —
de otros países de Europa _ — 0,6 1,3 2,2 4 — —
de Japón — — 0,03 0,05 1 3 — —
Japón 8 28 1 ' 2,5 0,5 1,5 2,5 9
de Estados Unidos _ — 0,6 2 0,4 1 — —

Canadá 8 13 4 7 3.5 6,5 2 5,0


de Estados Unidos _ — 3,5 6 2,5 5,3 — —

Reino Unido 20 32 4 7 1,5 4 7,5 12


de Estados Unidos — — 3.5 5,5 0,3 1,2 — —

Otros países de Europa 260 380 86 150 10 38 14 38 20 48


de Estados Unidos 7 29 2 5,5 — —

del Reino Unido 1 2,5 2 5 — —

de otros países de Europa 2 6 9,5 32 — —

Oceanía 19 30 4 6 1 2,5 — —

de Estados Unidos 2,5 4,5 0,3 1 — —

Países desarrollados 865 1.400 245 29 70 25,5 64,5 43 93


de Estados Unidos 17 47 4,8 11,5 — —

del Reino Unido 7 10 3,7 7 — —

Países subdesarrollados 180 280 30 50 6 15 17,5 28,5 — —

de Estados Unidos 3 8 4.7 7,2 — —

del Reino Unido 1,5 3,5 4 5,3 — —

Mundo capitalista 1.045 1.680 275 500 35 85 43 93 — —

Mundo comunista 350 625 lio 220 — — 1,2 3 — —

“ Reino Unido, Holanda y Suecia. Muchas cifras son sólo aproximaciones.


Las exportaciones de manufacturas de los países desarrollados comprenden las de Estados Unidos, Japón, Canadá,
CEE, Reino Unido, Suecia y Suiza. La producción de las firmas extranjeras en los países subdesarroUados son estimacio­
nes basadas sobre las inversiones en la industria manufacturera de estas áreas.

Fuentes: NU (1969a); O CD l' (1970b); Rowthorn (1971ít, 1971b); Department of Trade and Industry (1972); Dunning
(1971, págs. 20-21); Board of Trade (1970).
228 La teoría económica del imperialismo

SU país de origen, y al mismo tiempo una ventaja para evitar riesgos


moviendo los fondos obtenidos en distintas monedas, que el cre­
cimiento de los mercados del enrodelar y de los eurotítulos ha fa­
cilitado en gran manera (Dunning, 1971, pág. 57).
Otra explicación de la expansión de la gran empresa se basa
en la sociología de la propia firma. Penrose (1959) fue la pri­
mera en sugerir que el crecimiento de la firma era un proceso di­
námico interno de la firma, y no el ajuste a un tamaño óptimo o eco­
nómicamente más rentable en unas condiciones dadas. Afirmaba que
cada nueva expansión creaba nuevos alicientes para que la organi­
zación de la firma en conjunto siguiera expandiéndose, por razones
afines a la tesis keynesiana del poder y el prestigio como elementos
esenciales de la búsqueda de la riqueza. Suponiendo que «en ge­
neral las decisiones de financiación e inversión de las firmas están
controladas por el deseo de aumentar los beneficios totales a largo
p lazo...», afirma Penrose que «las firmas querrán extenderse en
cuanto puedan aprovechar oportunidades de expansión que consi­
deren rentables» (pág. 29). Por tanto, en su opinión, «crecimiento
y beneficios resultan términos equivalentes para la selección de pro­
gramas de inversión» (pág. 30).
Penrose diferencia entre las ambiciones empresariales que deno­
mina «constructores con fines productivos o de buena fe» y las de
los «propietarios de imperios» que «coleccionan firmas» (pági­
nas 39-40). «L o s alicientes internos para la expansión surgen en gran
parte de la existencia de un fondo de servicios de producción, re­
cursos y conocimientos especializados ociosos» (pág. 66). ... «Del
mismo modo que la división del trabajo en el conjunto de la eco­
nomía está limitada por la demanda de bienes y servicios, así dentro
de una firma la división del trabajo, o la especialización de los re­
cursos, está limitada por la producción total de la empresa, pues
la producción de la empresa controla su 'demanda’ de servicios pro­
ductivos» (págs. 71-2).
Los aumentos de escala son necesarios no sólo para la plena
utilización de los recursos, sino también para explotar la nueva
tecnología y por la ventaja monopolística que supone, así como para
cerrar la entrada a nuevos competidores, por medio de la diver­
sificación, integración hacia atrás y control sobre las fuentes de
abastecimientos (pág. 65). Pero, para Penrose, la diversificación
de los recursos de una firma es en gran parte una dinámica inter­
na, y pone como ejemplo a la General Motors cuando empezó a
9. La gran empresa 229

fabricar refrigeradores, aviones, radios y motores diesel, e inició


actividades militares (págs. 120-3). Una firma totalmente no espe­
cializada es tan vulnerable a la competencia como una firma total­
mente especializada, en condiciones de rápida innovación (pág. 132):

A largo plazo, la rentabilidad, supervivencia y crecimiento [de una firma]


depende de su capacidad para establecer una o varias bases más amplias,
y relativamente inexpugnables, desde donde pueda adaptar y extender sus opera­
ciones en un mundo incierto, cambiante y competitivo (pág. 137).

La competencia impone unos límites a la dinámica interna de la


expansión de las compañías, con lo que «induce e incluso fuerza
una investigación e inovación extensivas y proporciona una justi­
ficación a todo el sistema» (pág. 164).
El proceso de adquisiciones y fusiones de compañías dentro de
una economía nacional se puede aplicar igualmente a la competen­
cia en la economía internacional. Según Penrose, la concentración
decaería en períodos de rápido crecimiento económico y florecería
durante los de estancamiento o sobreproducción. Ello se debe a
que las compañías pequeñas tienen ocasión de extenderse en períodos
de crecimiento, «en los intersticios», como lo denomina Penrose, a
menos que las grandes compañías puedan poner obstáculos a esa
expansión (págs. 258-60).
Según este punto de vista, la exportación de capital en el
período que siguió a 1875 pudo tener relación, en un período de es­
tancamiento, con los recursos ociosos de la firma; es decir, habili­
dades y conocimientos, así como equipo de capital y financiación.
En el mundo occidental durante las décadas de 1950 y 1960, la
tasa de crecimiento en Gran Bretaña y los Estados Unidos era
muy inferior a la media; y la mayor parte de las inversiones directas
en Ultramar procedían de firmas inglesas y americanas. Estos
ejemplos son muy significativos, pero en cambio el crecimiento de
las inversiones extranjeras durante los años 1960-1969 por las fá­
bricas japonesas, alemanas y de otros países europeos, mientras sus
propias economías se hallaban en auge, no encaja en esta teoría.
Una posible explicación es que el auge de las economías ale­
mana y japonesa ha estado orientado hacia la exportación, mientras
se frenaba deliberadamente el crecimiento del consumo doméstico.
La destrucción de fábricas en estos países durante la guerra y las
restricciones de sus gastos de armamento a principios de la déca­
230 La teoría económica del imperialismo

da de 1950 proprocionaron a sus reconstruidas industrias una cuña


competitiva en el mercado mundial, en especial para bienes de ca­
pital, que les supuso un gran excedente de exportaciones. Al no
revaluar sus monedas de acuerdo con su tasa más alta de crecimien­
to de productividad, en relación con la de otros países y en especial
con la de Estados Unidos y el Reino Unido, estuvieron en condi­
ciones de permitirse una distribución de la renta en el país que
mantuvo una elevada participación de beneficios para reinversiones,
incluso a costa de que el crecimiento del mercado doméstico fuera
más lento, y pudieron expandir las ventas de sus exportaciones a
un ritmo muy rápido. De este modo, los excedentes que se forma­
ron para inversiones en Ultramar estuvieron a disposición de las
grandes firmas cuando surgió la producción transnacional como su-
cesora necesaria de las exportaciones directas. El mantener limita­
dos los mercados domésticos deliberadamente para favorecer las
exportaciones sólo fue posible mientras otros países, y en especial
Estados Unidos y el Reino Unido, estuvieron en déficit, como
sucedió en efecto durante toda la década de 1960, donde los déficits
fueron financiados por medio de ventas de oro y préstamos con­
traídos en el extranjero. Cuando a finales de esta década se toma­
ron medidas para poner fin a los déficits, la lucha entre los centros
industriales rivales se recrudeció (Barratt Brown, 1972, págs. 190-
97). Pero la lucha ¿era entre empresas o entre Estados?
La fuerza competitiva de las compañías transnacionales ha sido
descrita aquí en términos de los orígenes nacionales de estas com­
pañías y de la integración en la política de los Estados-nación. Sin
embargo, cuanto más grandes son las firmas y cuanto más operen
a nivel transnacional, mayor número de Estados-nación, aparte de los
super-Estados — Estados Unidos, CEE, Japón y Unión Sovié­
tica— se ven forzados a entrar en relación con las compañías gi­
gantes como clientes. Este es el signficado de la larga lucha por la
Incorporación de Gran Bretaña a la CEE, para la cual las com­
pañías transnacionales con base en Inglaterra han tomado la inicia­
tiva hace tanto tiempo. La competencia entre las sociedades se ha
convertido en la fuerza motriz de las relaciones internacionales, y
no la rivalidad de los Estados-nación. La identidad entre «capital
financiero» y «poderes capitalistas» no era completa ni siquiera en
tiempos de Lenin. Se recurrió al Estado para que protegiera los in­
tereses de los grupos nacionales capitalistas, como se puede ver
en las Memorias del general Smedley D. Butler, sobre «How I
f 9. La gran empresa 231

helped to make México ... safe for American’s oil interests» (véase
Huberman, 1940, págs. 259-60), pero entonces cada uno tenía
que luchar para obtener ayuda de su propio Estado.
La tesis keynesiana considera evidentemente una serie de grandes
Estados-nación desarrollados que persiguen políticas mercantilistas
en interés del poder económico y político nacional, y cuyas compa­
ñías gigantescas se adaptan a estas políticas lo mejor que pueden
por el contrario, la teoría marxista que presentamos aquí ve una
serie de gigantescas firmas transnacionales que mantienen la tasa
vigente de acumulación de capital en fuerte competencia entre sí
y que manipulan hasta donde pueden las políticas estatales (véase
Murray, 1972). Para los marxistas, el Estado tiene también una mi­
sión conformadora al conciliar intereses sectoriales e incluso de
clase. Las grandes firmas compiten por los pedidos estatales y los
Gobiernos democráticos tienen que obtener el apoyo de la mayoría
[para sus políticas. La compañía gigante es heredera y beneficiaria
[de toda una serie de actividades estatales que, como ya hemos visto,
apoyan el desarrollo capitalista aun en períodos de libre cambio y
1laissez-faire ostensibles.
Una de las misiones decisivas del Estado en los países desarro­
llados hoy día es la de proporcionar ayuda económica a los países
subdesarrollados, incluidos créditos ligados para las exportaciones.
Esta ayuda se concentra en aquellas áreas donde se han efectuado
inversiones privadas y donde en otro caso podría peligrar la devo­
lución de anteriores préstamos (Barratt Brown, 1972tí, pág. 142).
' Naturalmente, es una coincidencia que la ayuda pública y los in­
gresos de inversiones directas se equilibren casi exactamente en las
columnas que aparecen para Estados Unidos y el Reino Unido en
la Tabla 23, pero no es una coincidencia sorprendente. Las cifras
I para la ayuda y devolución de deudas francesas a la zona del franco
! y de la zona del franco se corresponden del mismo modo (Barratt
Brown, 1973).
Sin embargo, estas operaciones no son sino parte de la «siner-
¡ gía multinacional» total, como se la llama ahora, de la que disponen

® En un trabajo presentado a una Conferencia en Chatliam House en julio


de 1972 (Knapp, 1972), que era una variante de su artículo en la Lloyds
Bank Kevietv (1973), adaptado para presentarlo ante un auditorio de científi-
I eos no economistas interesados en el estudio de las relaciones internacionales,
Knapp afirmó que «se enorgullecía de no haber mencionado la compañía
internacional».
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9. La gran empresa 233

las grandes firmas transnacionales: un movimiento de fondos para


minimizar las pérdidas de divisas, fijación de precios a las trans­
ferencias para minimizar los impuestos, cambio de localización
para evitar los efectos de los conflictos laborales, producción de
componentes en países con diferente nivel de tecnología para que
la mano de obra sea barata allí donde sean necesarias operaciones
intensivas en mano de obra, o sea, el capital barato allí donde son
ventajosas operaciones intensivas en capital. La orquestación de
todos estos instrumentos justifica las operaciones transnacionales.
La producción se puede distribuir entre países con estructuras de
costes diferentes y grados de riesgo diferentes \ Se pueden ordenar
los países en cuanto mercados para diferentes productos de acuer­
do con su nivel de consumo, a fin de conservar las posiciones de
monopolio sobre un nuevo producto o técnica. Los costes de trans­
porte y el tamaño óptimo de una planta se pueden comparar según
la demanda anticipada en cada área (Vernon, 1960; 1970). Esto
implica que en la «sinergia» total se incluyen los países menos
desarrollados. Pero la expansión transnacional' puede ser un proceso
definitivo, resultado de la ampliación de la zona controlada, gracias
a los computadores, y de las oportunidades de monopolio para explo­
tar la diferencia entre lo nuevo y lo viejo en el actual estado de la
tecnología en constante cambio. Quizá los marxistas no tengan
razón al suponer que el proceso de centralización continuará basta
que, en palabras de un no-marxista, «a finales de este siglo, según
los cálculos, unas 200 compañías sean propietarias de la mayor parte
de los activos mundiales» (Dunning, 1970).
Si esto sucediera, el poder relativo de los Estados-nación se de­
bilitaría. Los conflictos entre los intereses de las grandes firmas y
los Estados-nación ya parecen ser bastante graves (Penrose, 1971;
Murray, 1971 íJ; Hymer y Rowthorn, 1970). Movimientos de ca­
pital a largo y corto plazo, políticas para gravar las transferencias,
producción subsidiaria en vez de exportación, todas estas acciones de
las compañías transnacionales tienden a minar la dirección econó­
mica de incluso grandes Estados nacionales como Gran Bretaña.
Estas compañías pueden llegar a ser muy oportunistas en el mo-

’ Según una cita, el director de la coordinación para el extranjero de ICI


dijo una vez: «Su plan de inversión deberá tener un 80 por 100 como mínimo
de inversiones en países que usted considera verdaderamente seguros y un
20 por 100 o menos en tres grupos (de cuatro) con grados diferentes de
riesgo» (Turner, 1969, pág. 26).
234 La teoría económica del imperialismo

mentó de buscar un Estado que les preste ayuda, y pasarse de los


pequeños Estados a los super-Estados como la CEE para que
les proporcionen el clima económico general que les conviene. Los
Estados-nación más pequeños y menos desarrollados quizá descu­
bran que están negociando con unas compañías, y no con los Go­
biernos, y tengan que adaptar sus políticas tributarias, fiscales y
sociales a las exigencias de las grandes firmas inversoras si quieren
atraer y retener sus inversiones (Streeten, 1971).
Estos nuevos desarrollos refuerzan el análisis marxista de la
dinámica de la acumulación de capital en las firmas como origen
de la construcción de un imperio (pero véase Warren, 1971, para
una tesis marxista alternativa). El énfasis que pusieron Hilferding y
Lenin en el capital financiero y sus vínculos con el Estado como
elementos centrales de su modelo de imperialismo, reflejaba una
etapa pasajera y particular del desarrollo de la industria alemana.
Tras ello se escondía la expansión de la firma capitalista privada,
cuya meta, aun en la era del librecambio, era conseguir y conservar
una posición monopolística, primero en el mercado interior y luego
en otros países, en las colonias o en otros mercados extranjeros,
donde se pudiera mantener el control sobre las materias primas y
las oportunidades de inversión. Según este punto de vista, la «si­
nergia» a nivel mundial de las compañías transnacionales es la
conclusión lógica de un largo proceso histórico de acumulación de
capital y asimilación de territorios.
Capítulo 10
LA RELACION REAL DE INTERCAMBIO
Y LA ECONOMIA DUAL

Una de las formas de desigualdad que aparece en las relaciones


entre naciones es el desigual intercambio que implica la relación
real de intercambio. Con recursos abundantes o con ayudas meca-
nicas, un país rico puede obtener más mano de obra directa y dar
menos a cambio que un país pobre, de modo que la riqueza y la
pobreza se van polarizando acumulativamente; y este abismo cada
vez más profundo viene reforzado por una relación de intercambio
cada vez peor para los países pobres, es decir, los precios de sus
productos aumentan más despacio o bajan mas deprisa que los
de los productos de los países ricos. El concepto de «intercambio
desigual» como esencia del «imperialismo comercial» ha sido ob­
jeto recientemente de un amplio debate entre los marxistas fran­
ceses, y en particular entre Denis, Emmanuel, Bettelheim y Palloix.
Según alguno de estos neomarxistas, que subrayan la importancia
del intercambio desigual, los precios de los distintos productos que
entran en el comercio mundial dependen del nivel de los salarios en
los países que los producen. Históricamente, en determinados
países los precios se han establecido a altos niveles gracias a la
exitosa lucha de los sindicatos, a costa de los capitalistas en los
países con salarios altos y a costa del pueblo de los países con sala­
rios bajos (Emmanuel, 1972(3, págs. 61, 120, 170, 189). Las rela­
ciones reales de intercambio existentes y sus movimientos reflejan,
235
236 La teoría económica del imperialismo

por tanto, los niveles de estos salarios y los cambios relativos que
se operan en ellos. Las diferencias de productividad se consideran el
resultado, y no la causa, de las diferencias de salarios (pág. 164) \
pero estas diferencias se perpetúan por la inmovilidad de la mano
de obra entre los países (págs. 258-9). Insisten en que la gran
desigualdad de las relaciones reales de intercambio, cada vez mayor,
está entre los países ricos y pobres en conjunto, y sólo entre los
productos de exportación en tanto en cuanto éstos sean específicos
de los países ricos o pobres (págs. 176-7). Emmanuel resume
el objeto de su estudio como «prueba de que bajo las relaciones
capitalistas de producción cada uno gana tanto como gasta y los
precios dependen de los salarios» (pag. 172), y que «el supuesto
fundamental del intercambio desigual es que las tasas de beneficio
a escala mundial tienden a igualarse» (pág. 381).
La teoría del intercambio desigual es totalmente contraria a la
tesis neoclásica de los costes comparativos y al argumento de Marx
de que la tasa de acumulación de capital y el tiempo de trabajo
socialmente necesario que implica la producción es lo que deter­
minan los precios. Sin embargo, tiene mucho en común con la
tesis keynesiana; y, en efecto, al defenderse contra Bettelheim,
Emmanuel recurre a argumentos que son abiertamente de tipo key-
nesiano.

Comenzamos por el final, con el consumo [según] el modelo clásico del


camino capitalista [en que se desarrollaron Norteamérica y Australia], creando
un mercado real o potencial suficientemente grande. De este modo se atrae
capital y se producen los bienes de consumo correspondientes. Cuando estas
industrias alcanzan la extensión necesaria y su necesidad de ser mecanizadas
(debido al aumento de salarios) es suficientemente grande, se crea un segundo
mercado para los bienes de capital, y esto a su vez atrae más capital, con el
cual se establece la industria pesada. Seguimos navegando siempre río arriba
(páginas 378-80).

Emmanuel admite que este método no lo pueden seguir siempre


los países cuyos salarios no sean lo suficientemente altos como para
empezar, y «cuyo mercado no sea prometedor»; en Norteamérica
«las circunstancias históricas fueron excepcionales» (pág. 379). «La
riqueza engendra riqueza», afirma Emmanuel, y «la pobreza, po­
breza», al funcionar el proceso de «intercambio desigual» (pági-

Excepto en el caso en que se produzca el mismo artículo en diferentes


países (véase pág. 136).
10. La relación real de intercambio y la Economía dual 237

ñas 130-1). Esto es, en efecto, similar a la idea de Myrdal de


que el proceso de polarización entre países ricos y pobres es de
«causación acumulativa» desde un punto de partida sólido o dé­
bil (1954, pág. 11). No nos aclara por qué los salarios eran altos
o bajos al principio; ni tampoco por qué unos países se salieron del
proceso y otros no.
Podemos definir la relación real de intercambio del siguiente
modo;
1. Como las cantidades relativas de bienes importados y ex­
portados por un país (relación bruta real de intercambio) (Taussig,
1925, págs. 1-10).
2. Como los precios relativos de las exportaciones e impor­
taciones, relaciones reales de intercambio en trueque o relaciones
reales de intercambio de mercancías (Viner, 1955, págs. 562-3).
Podemos multiplicar 1 por 2 para demostrar.
3. Los movimientos de los valores corrientes relativos de
mercado (balanza de mercado o de comercio) (Imlah, 1958, pági­
nas 92-3).
También se pueden comparar las cantidades de mano de obra
y capital que contienen las exportaciones e importaciones de un
país (relación real de intercambio factorial) (Pigou, 1920, pág. 150).
Los movimientos a lo largo del tiempo de 1, 2 y 3 son mensu­
rables. Los movimientos de los precios se pueden medir para el total
de importaciones y exportaciones de un país en relación con el de
otros países, o para agregados determinados dentro del total de los
países que toman parte en el comercio mundial, por ejemplo, las re­
laciones reales de intercambio de manufacturas y productos prima­
rios. En cualquier momento se pueden determinar los precios en
términos de una moneda común a los tipos de cambio corrientes.
Pero lo que se esconde tras estos precios, las relaciones reales de
intercambio factoriales, presentan graves problemas de medición.
Todo el concepto del intercambio desigual entre países desarrollados
y subdesarrollados se basa en la medición de las horas de trabajo
que lleva la producción de bienes que forman el comercio mundial,
suponiendo que las tasas de beneficio son iguales.
Esto, sin embargo, no tiene en cuenta la productividad de la
mano de obra en diferentes condiciones técnicas. Emmanuel supo­
ne que las técnicas son secundarias con respecto a la intensidad de
la utilización de la mano de obra y al nivel histórico de los salarios
en los dos conjuntos de países. «E l output de la mano de obra.
La teoría económica del imperialismo

dado el mismo equipo para el obrero medio en las áreas subdes­


arrolladas», lo estima «en un 50-60 por 100 del [del] obrero medio
en las áreas industrializadas» (1972<t, pág. 48). Esto reduce a la
mitad la relación aparente de 30:1, que se supone para los salarios
en los países desarrollados y subdesarrollados. Pero se puede de­
mostrar que las diferencias de productividad son incluso mayores
que 30:1 (véase tabla 24).
Emmanuel afirma que las diferencias de productividad son re­
sultado de los distintos niveles de salarios, y no viceversa. Los
salarios de los países subdesarrollados se basan en niveles de sub­
sistencia; los de los países desarrollados comprenden un «elemento
socio-histórico» (1972a, pág. 49), resultante de las luchas de los
sindicatos y que se obtuvo precisamente del desigual intercambio
entre los dos. ¿Pero cómo se estableció esta diferencia?

TABLA 24. Salarios y productividad en la industria manufacturera


de algunos países, 1950-1955.

Producción neta
Salarios a la hora per capita anual

País En % de los En % de la
En S de EE. UU. En S de EE. UU.

Estados Unidos 1,70 100 5.730 100


Reino Unido 0,454 27 2,260 40
Bélgica 0,378 22 2.320 41
Francia 0,335 20 1.860 32
Alemania Occidental 0,331 19 1.610 28
Italia 0,265 16 1.030 18
Japón 0,25 15 1.340 23
América Latina 0,25-0,35 15-20 800-900 12-14
«Africa negra» 0,2 -0,25 12-15 600-800 10-12
Filipinas 0,3 17 400 7
India 0,1 6 220 4
Paquistán 0,075 4 90 1,5

Los salarios son promedios para 1950-1955; la producción neta es para


m o , a los precios de 1955; los salarios en la India y en Africa incluyen los
ingresos de empleados asalariados.
Fuentes: Emmanuel (1972a, pág. 47); NU (1960, Tabla 169); Maizels (1963,
Tabla 1.4, pág. 31).
10. La relación real de intercambio y la Economía dual 239

Desde el punto de vista neoclásico, cada factor de la produc­


ción se ve «remunerado» de acuerdo con su escasez relativa y su
contribución marginal a la producción. Las mercancías entraran
en el comercio extranjero según sus ventajas de coste comparativo
para la producción en cada país y la fuerza de la demanda mundial
de estos productos. Pero es necesario explicar estas ventajas de
coste a su vez, y ya hemos visto que algunas son históricas. La
teoría de los costes comparativos supone, además, no sólo compe­
tencia perfecta y pleno empleo con un comercio equilibrado, sino
también una población, recursos y tecnología estáticos, y ausencia
de movimientos en el capital y la mano de obra. Son unos supues­
tos completamente irreales y en cualquier caso no es necesario dis­
tribuir equitativamente las ganancias del comercio entre las partes
para que efectúen un intercambio. L1 nivel de los impuestos y aran­
celes, según esta opinión, es sólo importante para juicios de valor,
siempre que no se destruyan en el proceso incentivos económicos.
Las relaciones armoniosas dentro de una economía nacional se re­
flejan por medio del librecambio en la economía mundial. Los in­
tentos por parte de los Gobiernos de beneficiar a sus pueblos in­
virtiendo a su favor, la relación real de intercambio, son tan inútiles
como las medidas de protección.
Los keynesianos rechazan todo esto como un enfoque bastante
testarudo de la relación real de intercambio, pues la consideran
el resultado de las negociaciones de los Lstados-nación, cada uno
de los cuales sigue una política mercantilista (Robinson, 1962, pá­
gina 64). No existe ningún determinante del nivel de salarios o de
la tasa de beneficios a excepción del poder de negociación de las
partes interesadas. Las negociaciones entre naciones, lo mismo que
entre productores, dependerán a corto plazo de las condiciones co­
rrientes de oferta y demanda y de las elasticidades de la demanda
con respecto a la renta y a los p'fecios para los diferentes servicios.
También los neoclásicos estarían de acuerdo con ello, pero los key­
nesianos como Robinson añadirían que donde existan posiciones
monopolistas los precios se elevaran por encima del nivel normal
de equilibrio, y esto puede ser muy típico cuando las demandas
son poco elásticas (Robinson, 1962). Ln los países desarrollados
unos cuantos manufactureros se pueden unir en cárteles con más
facilidad que los numerosos y dispersos productores primarios de
los países pobres (Singer, 1950). Sobre todo, los Gobiernos de los
grandes Estados nacionales pueden restringir las importaciones y
La teoría económica del imperialismo

forzar las exportaciones y beneficiar a sus capitalistas abriendo opor­


tunidades de inversión en el extranjero. El poder político sería en
este caso tan importante como el poder económico; y cuando en el
siglo X I X se crearon las potencias europeas, y en especial la inglesa,
se mezclaron circunstancias geopolíticas especiales.
Marx no se contentaba con dar a la distribución de la renta
entre distintos productores de un mercado nacional, o en distintos
países del mercado mundial, una explicación basada en el poder de
negociación de las partes interesadas. Al nivel de subsistencia exis­
te un límite inferior para los salarios, el cual variaría entre países;
y para necesidades de la acumulación competitiva de capital habría

un límite superior. En algún punto intermedio los salarios se esta­


blecían a un nivel que incluía lo que Marx denominó «un elemento
histórico y moral». Este elemento no sólo incluía la reproducción y
el entrenamiento y educación de los obreros, sino algo más: lo que
los sindicatos hablan ganado y que lucharían por conservar a la
larga, y que las presiones del ejército de reserva de los parados en
el país y en el extranjero podían reducir a corto plazo (Marx, 1946,
capitulo 6). Para Marx, sin embargo, los salarios no eran una cons­
tante como lo son para Emmanuel. La única donstante era la tasa
de acumulación. Los salarios reales podían aumentar con una mayor
productividad, incluso en relación con cualquier nivel concreto de
desempleo, siempre que no interfirieran con el proceso de acumula­
ción. Si interfirieran, surgiría un aumento del desempleo y unas
presiones para reducirlo.
En su Essay on Marxian Economics, Robinson afirmaba que
«en cuanto se abandona la rígida teoría del nivel de subsistencia,
esta [la teoría de los salarios de Marx] no da una respuesta de­
finida al problema central, a saber: ¿qué determina la división del
producto total entre capital y mano de obra?» (1942, pág. 33) ^
Sin embargo, Steindl demostró que la tasa de acumulación a largo
plazo de Marx, que se establecía entre capitalistas en competencia,
proporciona realmente una teoría de la determinación de los sala­
rios reales y por tanto de la distribución de la renta. Sólo a corto

^ En el articulo citado, Robinson sugiere una alternativa muy marxiana, la


de que «la balanza de poder al negociar el patrono y el trabajador determina
la participación de los salarios en los resultados netos», cuando añade, a modo
de pregunta: «¿O es acaso la exigencia de beneficios lo que determina lo
que sobra para los salarios a un nivel dado de output físico?»
10. La relación real de intercambio y la Economía dual 241

plazo los salarios reales determinan la tasa de acumulación; a


largo plazo la situación es la inversa.
Lo que Marx no admitía era que el Estado interviniera para
mantener el pleno empleo. En este caso, que naturalmente ha
sido el caso, si consideramos la tasa de acumulación como cons­
tante, la tesis de Marx tendría tres alternativas: a) las políticas
oligopolísticas de fijación de precios mantendrían a raya los sala­
rios reales; h) las rentas se someterían al control estatal; c) surgi­
ría una economía dual: un sector mantendría la tasa existente de
acumulación con unos salarios y unos beneficios altos gracias a
una productividad por encima de la media, y el otro sector, con
o sin ayuda estatal, padecería bajos salarios y bajos beneficios a
causa de una productividad por debajo de la media.
La importancia que tiene la teoría marxista de los salarios para
determinar la relación real de intercambio no es sólo que rechaza
la tesis clásica, es decir, que las diferencias de precios en diferen­
tes países y de los precios de los distintos productos de diferentes
países se pueden atribuir a la sustitución internacional de factores
y servicios que actúa por medio de la oferta y la demanda en el
mundo para maximizar el beneficip de unos recursos dados; sino
también que se rechaza la tesis neomarxista, que Robinson admite
al parecer (1962, pág. 64), es decir, que las diferencias entre los
precios se deben a las diferencias en el poder de negociación para
elevar los niveles reales. Según Marx, las diferencias surgen más
bien a causa de diferencias en los niveles de subsistencia, en las
razones capital-mano de obra y en los niveles de productividad para
la producción de los mismos bienes, o de otros distintos, en un
mismo país o en varios. Esta última afirmación desafía toda la
argumentación de Emmanuel de que en el comercio internacional
«la desigualdad entre los salarios, como tal, caeteris paribus, es la
única causa de la desigualdad en el intercambio» (Emmanuel, V)12a,
página 61) L Y Emmanuel aclara en el contexto que la producti­
vidad no es una de las demás cosas que permanecen iguales.
Marx extrajo de los muchos y distintos costes concretos de la
producción con distintas razones capital-mano de obra, el concepto
de tiempo de trabajo socialmente necesario (1946, vol. 1, cap. 1).
Si se supone que las tasas de beneficio se equilibran por la com­
petencia entre capitalistas, el precio de cualquier mercancía refle-

3 Véase la respuesta de Bettelheim (1972, págs. 294-9).


242 La teoría económica del imperialismo

jará el coste de producción utilizando el nivel medio de aptitud


e intensidad del trabajo en las condiciones técnicas normales en
aquel momento y lugar, es decir, reflejará la proporción del tiempo
total de trabajo de una sociedad que es necesario para producir
la cantidad de mercancía que pide la demanda. Los capitalistas
que utilicen técnicas reductoras del tiempo de trabajo podrán re­
ducir sus costes y captar el mercado, o si operan a nivel interna­
cional, obtendrán una tasa más alta de beneñcio (Marx, 1909, ca­
pítulo 14, sección 5). En efecto, aunque la competencia iguale las
tasas de beneficio a plazo corto o medio, las condiciones técnicas
(que implican distintas razones capital-mano de obra) varían con­
siderablemente y no se pueden igualar rápidamente. Las razones
capital-mano de obra son en gran parte cuestión de las condicio­
nes técnicas, pero una misma técnica puede tener distintas razones
capital-mano de obra con diferentes tasas de beneficio, ya que el
valor del capital solo se puede medir por la tasa de beneficio que
se obtiene realmente de él. Esta es una de las implicaciones de la
crítica neorricardiana de la teoría neoclásica del capital. Entre
países, y en particular entre economías desarrolladas y subdesarro­
lladas, la diferencia entre las distintas razones capital-mano de obra
tenderá a ser mayor que dentro de cualquier país. Marx, hace ya
más de cien años, propuso como ejemplo de diferentes razones ca­
pital-mano de obra, en un país europeo y otro asiático, la siguiente
composición comparativa de sus productos nacionales (Marx, 1909,
capítulo 8).
«País europeo: 84 para capital + 16 para mano de obra -f 16
para beneficio = 116; es decir, 16 por 100 para tasa de beneficio
y 100 por 100 para tasa de explotación (excedente/trabajo). País
asiático: 16 para capital + 84 para mano de obra + 21 para bene­
ficio = 121; es decir, tasa de beneficio, 21 por 100, y tasa de
explotación, 25 por 100».
Estas cifras son totalmente imaginarias, pero sirven para de­
mostrar que tasas de beneficio similares pueden estar basadas en
unas tasas de excedente muy dispares, y que la tasa de excedente
puede ser más alta cuando la tasa de beneficio es menor. Esto
significa que la tasa de beneficio por unidad de capital desembol­
sado en salarios y equipo de capital consumido, es decir, depre­
ciación, puede ser más alta allí donde la razón entre mano de obra
y equipo de capital sea mayor, pero los capitalistas no invertirán
10. La relación real de intercambio y la Economía dual 243

necesariamente, y como consecuencia allí donde la mano de obra


sea más barata, porque la tasa de excedente por obrero es menor,
y la acumulación depende de la reproducción de excedentes^. Para
jpoderse mantener en la competencia, los capitalistas han de seguir
[reduciendo sus costes, sobre todo invirtiendo para aumentar la pro­
ductividad de la mano de obra. La localización de sus inversiones
dependerá en parte de la extensión del mercado, en parte de la
oferta de aptitudes, de lo adecuado de la infraestructura y de la se­
guridad para el capital.
Marx esperaba que la tasa de beneficio disminuiría a medida
que la razón entre el valor del capital y el de la mano de obra au­
mentara, lo cual le llevó a considerar el comercio exterior como
una fuerza contrarrestante. Pero, a la larga, cada capitalista tiene que
[competir con los demás capitalistas que operan al mismo nivel téc­
nico, aunque cada uno puede tratar de evitarlo mediante el protec­
cionismo estatal o por otros medios similares. Si los capitalistas
invirtieron allí donde encontraran oportunidad de maximizar su
tasa de beneficio, y no la tasa de excedente, porque no hubiera
unas técnicas de producción que representaran una ventaja en cuan­
to a los costes, entonces veríamos que a lo largo de toda la historia
del capitalismo las inversiones se han dirigido a los países con un
excedente de mano de obra. La tasa de acumulación habría sido
entonces muy baja debido al escaso aumento de capital generado por
unidad de mano de obra. De hecho, las inversiones se han efectua­
do en países con escasez de mano de obra, llegando a darse el
caso de importar mano de obra esclava y contratada para propor­
cionar un excedente.

Según las anotaciones de Marx,


excedente (5)
tasa de beneficio =
capital constante (C) 4- capital variable (V)

excedente
y tasa de excedente =
capital variable

Idonde capital constante = consumo de primeras materias y de capital, y ca-


Ipital variable = salarios pagados. Esto describe, por tanto, la tasa de beneficio
jen relación con la cifra de ventas, y no con el total de capital invertido por
[cada capitalista. En el conjunto de la economía, S /(C + V) representa la
Itasa media de beneficio.
244 La teoría económica del imperialismo

Por tanto, se puede dar un intercambio desigual en el comercio


exterior. Como dijo Marx (1909, cap. 14, seción 5), «el país
favorecido recobra más mano de obra a cambio de menos mano
de obra», pero añadió «si bien esta diferente, este excedente, se lo
embolsa una determinada clase, como sucede en todo intercambio
entre mano de obra y capital». Marx consideró la objeción de Ri­
cardo de que «en el mejor de los casos esto no era más que una
ventaja temporal de las esferas favorecidas de la producción sobre
las demás», y concluía que no veía «razón por la que estas tasas más
altas de beneficios realizadas por los capitales invertidos en deter­
minados objetivos y devueltas a su país no llegaran a ser elementos
de la tasa media de beneficio, manteniéndola a este nivel». De aquí
se deriva su tesis sobre el comercio exterior como tendencia que
contrarresta la disminución de la tasa de beneficio; pero aclara
que no esperaba que fuese una tendencia de contrapeso. Pues no
se puede suponer que el intercambio desigual del tiempo de tra­
bajo en el mercado mundial implique que el valor del output in­
tercambiado sea desigual. Los capitalistas obtendrán un excedente
siempre que puedan, pero tienen que vender su output con unos
costes competitivos.
Luxemburg afirmaba que los beneficios que los capitalistas ob­
tenían de fuera del sistema cerrado capitalista son necesarios para
que la acumulación continúe (1951, págs. 419-28), pero Marx
dijo claramente que estos beneficios tienen que proceder del inte­
rior, donde la tasa vigente de acumulación determina la distribución
de salarios y beneficios. Los bajos salarios de los esclavos y de la
mano de obra contratada dieron a la acumulación de capital un em­
pujón cuando surgió el capitalismo y luego en muchas otras ocasiones,
pero desde el punto de vista marxista, la dinámica del capitalismo
se deriva de aumentar el excedente que dimana de una mayor pro­
ductividad de la mano de obra. Los esclavos no eran tan producti­
vos como los obreros asalariados, y la esclavitud se abolió. Marx dijo
claramente que «cuanto más desarrolladas están las fuerzas produc­
tivas, más se explota al proletariado, es decir, mayor es la propor­
ción entre trabajo excelente y trabajo necesario», y Bettelheim
añade: «De modo recíproco esto significa, naturalmente, que, a pe­
sar de los bajos salarios, los obreros de los países subdesarrollados
están menos explotados que los de los países avanzados y, por
tanto, dominantes» (véase Emmanuel, 1972a, pág. 302).
10. La relación real de intercambio y la Economía dual 245

Supongamos, sin embargo, que existe una economía dual dentro


del sistema capitalista con un sector de salarios altos/beneficios altos,
aislado en parte del sector salarios bajos/beneficios bajos por la in­
movilidad de la mano de obra; y esto no es tan irreal. La localiza­
ción de la acumulación de capital sigue siendo la principal carac­
terística del desarrollo y del subdesarrollo. Pero la forma en que
el mercado asigna beneficios entre capitalistas no garantiza nece­
sariamente a cada capitalista el excedente que generan sus obreros,
sino solamnte aquella parte que el precio de mercado de los bienes
y el precio del capital le atribuyen del total de los beneficios socia­
les. Marx insistía en que: «Toda la dificultad estriba en que los
bienes no se intercambian simplemente como mercancías, sino como
productos de un capital que exige una participación equitativa en el
total de la plusvalía, si son de la misma magnitud, o participacio­
nes proporcionales a sus diferentes magnitudes» (1909, cap. 10).
En las diferentes ramas de la producción se dan diferentes tasas
de acumulación, y entre diferentes países tasas aún más dispares.
La tesis marxista dice que la tasa de beneficio entre ramas y países
tenderá a igualarse en el mundo capitalista para mantener una tasa
razonable de acumulación competitiva; pero los precios se compo­
nen no sólo de una tasa de beneficio, sino además de unos costes
directos de trabajo por unidad de output vendida en un mercado
competitivo. El coste de trabajo por unidad, como todos los demás
costes, está determinado en el sistema marxista por el tiempo de
trabajo socialmente necesario para producirlo y reproducirlo. Si
es posible reducirlo abaratando el coste de los artículos de primera
necesidad, intensificando aún más el proceso de trabajo, resistién­
dose a las demandas de los sindicatos de aumentar el elemento mo­
ral de los salarios, entonces los capitalistas adoptarán cualquiera
o todos estos medios. Pero la reducción de costes que se puede
obtener de este modo quizá sea muy pequeña si se compara con
las que se pueden obtener aplicando más maquinaria. Pot ello,
la abstracción marxista del «beneficio medio» se basaba en la pro­
ducción con una productividad media (tiempo de trabajo social­
mente necesario). A menos que los salarios relativos sean tan bajos
como la productividad relativa — y esto sólo puede suceder en
países distintos o en una economía dual— los capitalistas invertirán
en mayor productividad.
En cualquier país determinado se puede hablar de un tiempo
de trabajo socialmente necesario porque existen normas para las
246 La teoría económica del imperialismo

condiciones técnicas de producción de las que no es posible des­


viarse mucho, pero entre países el concepto de un tiempo de trabajo
medio socialmente necesario a escala mundial en la producción no
tiene sentido, como muestra la amplia gama de salarios y produc­
tividades de la Tabla 24. Como ha observado Palloix, las tasas de
plusvalía deberían estar sujetas a alguna medida que fuese inde­
pendiente de los precios internacionales (1972). Las tasas de in­
tercambio dependen de las posiciones negociadoras de los distintos
países en el mercado mundial La debilidad de los países subdes­
arrollados reside en sus niveles de productividad relativamente bajos
de aquellas mercancías cuya producción les ha asignado el desarro­
llo histórico del capitalismo.
Los salarios y la productividad guardan estrecha relación; en la
Tabla 24 su ordenación es casi idéntica. El bajo nivel de los salarios
en los países subdesarrollados es evidente, pero el caso es que van
asociados con niveles aún más bajos de productividad. La Tabla sólo
incluye los salarios en el sector manufacturero, que se supone que
está muy por encima de la media general urbana, y desde luego de
los ingresos del campo. Emmanuel da para «los salarios de los obre­
ros urbanos no cualificados en el Africa negra las cifras de entre tres
y seis centavos de dólar a la hora (y los trabajadores en el campo
casi la mitad)» (1972;?, pág. 47). Pero podemos suponer con fun­
damento que su productividad es aún menor.
En el caso de bienes manufacturados, aquellos producidos con
salarios bajos y productividad baja tienen que competir con los
producidos con salarios más altos y productividad aún más alta.
Sólo en el caso de aquellos bienes que no se pueden producir o
sustituir en los países desarrollados, pueden representar una ventaja
los bajos salarios de los países subdesarrollados. Así lo reconoce en
efecto Emmanuel (1972a, pág. 177); pero es difícil encontrar
productos de este tipo, sobre todo hoy día en que los materiales
sintéticos sustituyen tantas materias naturales. Pero cuando se en­
cuentran, como en el caso del café, cacao, plátanos o té, o en el pa­
sado el bonote, el caucho, el yute o el azúcar, los bajos salarios
y la baja productividad pueden ser rentables. De aquí el uso de mano
de obra esclava o contratada en las plantaciones. Hoy día la lista

® Y esta ds sin duda alguna la causa de los salarios relativamente bajos


en los países desarrollados, excepto Estados Unidos, en comparación con sus
niveles relativos de productividad, en la Tabla 24.
10. La relación real de intercambio y la Economía dual 247

es muy corta (véase Tabla 2), y éste es, de hecho, uno de los pro­
blemas con los que se enfrentan los países subdesarrollados.
Esto resulta desastroso para la argumentación de Emmanuel,
porque él admite que cuando «existen diferencias en los salarios
entre países que exportan regularmente los mismos artículos, estas
diferencias corresponden, en condiciones de libertad total de co­
mercio y competencia, así como de igualdad de tasas de beneficio,
a una diferencia proporcional en productividad» (1972;?, pág. 136).
Emmanuel podría argumentar además que la lista fue en otro tiem­
po mucho más larga, pero su argumento central es que ciertos
países forzaron la subida de sus salarios, fueran cuales fuesen las
mercancías que produjeran en primer lugar; otros países, no. Desde
su punto de vista no fue el producto, ni siquiera la concentración
en la producción primaria, lo que trajo salarios bajos, sino que
fueron los bajos salarios los que hicieron disminuir el precio del
producto. El precio de la madera es elevado porque la madera pro­
cede de países ricos — Suecia, Finlandia y Canadá— , a pesar de
los muchos sustitutivos que tiene y a pesar de la decreciente de­
manda por este producto. El precio del petróleo es bajo, a pesar
de que no existen sustitutivos y de que su demanda crece, porque
el pretróleo procede de países pobres del Oriente Medio y de Amé­
rica Latina. Su referencia a los precios relativos es de hecho a mo­
vimientos relativos de los precios. «E l precio del petróleo bajó de
un índice de 100 en 1913 a un índice de 43 en 1952 y de 27 en
1962, mientras que el precio de la madera aumentó de un índice
100 en 1913 a 559 en 1952» (págs. 172-3). Además, escogió dos
productos que concuerdan con su argumento, o que concordaban
hasta 1973. Pero otros productos no, como se ve en la Tabla 25.
El argumento central de Emmanuel se basa en los salarios res­
pectivamente bajos y altos que se establecieron por primera vez
en los países desarrollados y subdesarrollados. La explicación que
propone para el desarrollo de Norteamérica y Oceanía es que fue­
ron colonizados por pueblos que ya tenían salarios altos, mientras
que América Latina, no. El «elemento moral» del salario, por el
que luchan los sindicatos, se convierte para él en el factor deter­
minante del desarrollo: «lo que la sociedad considera en un lugar
dado y en un momento dado el standard del salario. Depende de
un determinado nivel de éxito, que es a su vez resultado de pasadas
luchas y evoluciones» (1972;?, pág. 119). Algunas paginas después,
prosigue:
248
La teoría económica del imperialismo

TABLA 2 5 —Medidas de los movimientos de precios de algunos


productos primarios, en países ricos y pobres 1913-
1970 (1913 = 100).

Fuente para
Producto la medida 1929 1937 1933 1970
Países ricos

Trigo y harina de trigo A“ 123 120 214 157


B *> 103 99 183 134
Carne B 130 108 290 400
Productos lácteos B 152 111 247 175
Madera de construcción B lio
Madera blanda aserrada A 153 152
Lana 472 490
A 169 140 367 210
B lio 115 287 163

Países pobres
Arroz A 143 85 458 328
B 141 118 474 340
Té B 150 134 275 286
Café B 137 74 422 304
Cacao B 68 51 210 268
Grasas comestibles B 95 69 177 165
Azúcar A 100 102 230 250
B 84 62 157 175
Algodón B 149 96 276 198
Caucho A 28 28 33 28
B 85 87 84 73
Crudos de petróleo 157 119 250 265
Petróleo refinado 157 118 248 264

Todos los países

Todas las manufacturas 140 124 275 340


Todos los productos primarios 119 102 236 236

' i — üoi-iiuauones ae ja rA U .
’’ B = Censos comerciales.

Fuentes. Yates (1959, Tabla A .15); Fondo Monetario Internacional (1972),


10. La relación real de intercambio y la Economía dual 249

Una vez que un país ha tomado la delantera, gracias a un accidente histó­


rico, o simplemente a que su clima más riguroso haya creado a sus habitantes
unas necesidades adicionales, este país empieza a hacer pagar a los demás países
su alto nivel de salarios por medio de un intercambio desigual (pág. 130).

Este es el principio de Toynbee de ya.\s%á. xd xaXd (los placeres


son la carga del hombre) (1931, volumen 2, pág. 1), pero su
fuerza explicatoria es menor que la de otras explicaciones: la crea­
ción deliberada de una artificial división mundial del trabajo por
los capitalistas industriales, o la apertura por los europeos de nuevas
tierras en ultramar.
Ya hemos dicho antes que los salarios eran altos en Norteamé­
rica y Oceanía gracias a la existencia de abundante tierra para la
colonización. Emmanuel no considera que la tierra forme parte del
desarrollo de las fuerzas productivas, y cita a Marx en apoyo de
esta tesis (Emmanuel, 1912a, pág. 337). Pero el capital constante
de Marx está compuesto de maquinaria y materiales que se utilizan
en la producción (Marx, 1946, cap. 8). La productividad de la
mano de obra en Norteamérica y Australia es elevada gracias a las
grandes superficies que se emplean en la producción agrícola por
unidad de mano de obra. Emmanuel afirma que las instituciones
feudales de América Latina, más los obreros procedentes de países
con salarios bajos, la esclavitud en los Estados del Sur de Estados
Unidos, los presidiarios y el impuesto sobre la tierra en Australia,
las invasiones bantú en Africa del Sur, todas sirvieron, cada una
a su manera, para frenar el desarrollo económico de estos países
en relación con el de los Estados del Norte de Norteamérica (pá­
ginas 370-1).
Este argumento vale para aquellos países, aparte América Lati­
na, que se encuentran entre los que disfrutan un nivel de desarrollo
más alto del mundo. Emmanuel afirma que fue el «libre acceso
a la tierra» lo que elevó los salarios y tuvo tan gran importancia
para el desarrollo. Pero, ¿no era esto una función de la abundan­
cia de tierra? No resulta tan fácil explicar con arreglo a esta tesis
la falta de desarrollo de América Latina y el éxito del desarrollo de
japón. Refuerzan la tesis de que fue el establecimiento del modo
de producción capitalista y del proceso de acumulación de capital
lo que contó (Emmanuel, \912a, pág. 336) La abundancia de

Emmanuel lo admite en el caso de Japón, a pesar de su bajo nivel de


salarios.
La teoría económica del imperialismo

tierra podía haber compensado una mayor productividad de la


mano de obra con ayuda de la mecánica, pero hemos visto que en
sí no bastaba generar desarrollo donde sobrevivían formaciones
precapitalistas que estaban apoyadas por capitalistas europeos, cuyo
objetivo no era tanto aumentar la tasa de explotación como evitar
la competencia de los capitalistas rivales. Japón se inmunizó frente
a las restricciones europeas, lo mismo que hicieran Estados Unidos
y los Dominios británicos; pero los países de América Latina, no.
Si los orígenes de la división entre países desarrollados y subdesarro-
llados^ no están en sus respectivos niveles de salarios, ¿es posible

I que sí lo esté el ensanchamiento cada vez mayor de este abismo?


La respuesta a esta pregunta debería decidir la discusión entre
Bettelheim, que defiende la tesis tradicional marxista, y Emma-
nuel (1972a, pág. 2 8 8 )’ . Desde el punto de vista marxista los
salarios están determinados por la relación entre trabajadores y
patronos en el proceso de producción, junto con la tasa de acumula­
ción en todo el mundo capitalista. La transferencia de riqueza por
medio del trafico comercial a la relación real de intercambio entre
países desarrollados y subdesarrollados es menos importante que
la división artificial del trabajo entre manufactura y producción pri­
maria.
Según la teoría de los costes comparativos, se espera que la di­
ferencia entre la productividad de las manufacturas y la de la
agricultura sea mayor en un país exportador de manufacturas, como
Gran Bretaña, que en un país exportador de productos agrícolas,
como Estados Unidos o Canadá en el siglo xix. Sin embargo, esta
expectativa no se ve confirmada por la realidad (Maizels, 1963, pá­
gina 28). Hace algunos años, E. A. G. Robinson lo resumió:

Las ganancias que nos ha asegurado la espccialización se derivaron de la


relación real de intercambio que subsiste en todos los países entre manufac­
turas y productos primarios. Durante la mayor parte de los últimos ochenta
años todas las economías (con la excepción de Australasia y Sudamérica) que
se han pasado de la agricultura a la industria y que exportaban manufacturas
e importaban productos primarios han experimentado una mejoría. Nosotros,
en Inglaterra, nos beneficiamos del liderazgo de nuestra técnica, de nuestros
recursos financieros y de nuestra posición geográfica, que nos han puesto en
condiciones de movernos con más rapidez que otros países (1954, pág. 451).

Para su respuesta a Emmanuel, véase Bettelheim (1972a, apéndice 1).


10. La relación real de intercambio y la Economía dual 251

Había y sigue habiendo otras razones, además de la inferior


productividad de la agricultura, que explican por qué la artificial di­
visión mundial del trabajo es desventajosa para aquellos países que
siguen produciendo sólo productos primarios para el mercado in­
ternacional. La dependencia respecto a la demanda de una o dos
cosechas o minerales, la poca elasticidad-renta de la demanda para
muchos productos primrios, la ausencia de oportunidades alterna­
tivas de empleo en una economía no diversificada, la falta de al­
macenamiento para bienes perecederos, la dificultad para organizar
a miles de productores agrícolas a fin de controlar la producción
comparada con la facilidad de organizar en cárteles a unos cuantos
productores industriales, la dependencia de importaciones de ma­
quinaria para aumentar la productividad agrícola, el desarrollo de
unos sustitutivos para minerales y materiales naturales, todo esto
tiende a debilitar la posición negociadora de los productores pri­
marios frente a los manufactureros. Sólo el disponer de abundante
tierra y la decisión de diversificar con ayuda de una protección adua­
nera- permitió a países como Estados Unidos, Australia o Suecia
romper la camisa de fuerza de la producción primaria.
Los datos históricos de los movimientos en la relación real
de intercambio prueban que la tesis de Emmanuel es errónea. A lo
largo del siglo xix los precios de los productos primarios descen­
dieron, con algunos períodos ocasionales de recuperación en las
décadas de 1870 y 1890, pero los precios de las manufacturas
disminuyeron con mayor rapidez aun (vease Tabla 26).
Hasta la década de 1850, el volumen de manufacturas exportadas
(por lo menos en Gran Bretaña) aumentó con mayor rapidez que
el volumen de productos primarios importados (por Gran Bretaña),
pero desde entonces hasta la década de 1930 el volumen de pro­
ductos primarios en el comercio mundial aumentó con más rapidez.
Durante todo el período hasta los años de 1950-59 hubo una fuerte
asociación inversa entre las relaciones brutas reales de intercambio
de manufacturas por productos primarios y sus relaciones netas
en trueque. A medida que el volumen relativo aumentó, disminu­
yeron los precios relativos, y viceversa. La tasa de cambio es dife-
tente para los diferentes períodos; los volúmenes relativos experi­
mentaron mayores cambios entre la decada de 1850 y la de 1920
que los precios relativos, y a partir de entonces fueron los precios
relativos los que cambiaron más que los volúmenes relativos. A
partir de la década de 1950, los volúmenes relativos y los precios
TABLA 26.—Relaciones reales de intercambio; manufacturas y productos primarios, mundiales o del Rei­
no Unido, 1796-1973 {medias anuales).

Volumen Valor unitario

Relaciones Relaciones Balanza


Años Manufac­ Productos brutas Manufac­ Productos netas del mercado
turas primarios de trueque turas primarios de trueque

Sólo RU (1880=100)

1796-1798 4 5 80 350 175 200 160


1802-1803 4,5 7 65 400 180 220 143
1820-1821 7 8 87 230 145 160 139
1854-1855 40 31 130 107 116 92 119
1872-1873 87 76 115 133 115 115 132
1880 100 100 100 100 100 100 100

Mundial (1913 = 100)'

1876-1880 32 31 103 98 105 93 96


1896-1900 48 60 80 91 78 117 94
1913 100 100 100 100 100 100 100
1921-1925 87 100 87 153 134 124 108
1926-1930 120 130 93 135 125 108 101
1931-1933 85 130 93 96 59 163 106
1936-1938 lio 133 83 119 87 136 113
1948-1950 125 125 100 225 250 90 90
1951-1953 140 145 97 246 274 90 87
1954-1955 220 155 140 lyi 255 93 130
1960-1963 400 220 180 354 237 106 191
1967-1968 650 310 210 273 240 114 240
1971-1972 800 560 143 330 300 lio 158
1973 (est.) 1.000 600 165 345 450 77 127

Para RU sólo, 1796-1880, manufacturas = exportaciones del RU; productos primarios = importaciones del RU.
Para el mundo, 1876/80-1967/8, productos primarios = todas las no-manufacturas.
Las fechas indican los momentos de variación más importantes; balanza del mercado = trueque bruto x relaciones
reales de intercambio netas en trueque; 1973 (est.) excluye el petróleo.

Fuentes: Imlah (1958, Tabla 8); Yates (1959, Tabla 11); NU (1969a, Tabla 13; 1973).
254 La teoría económica del imperialismo

relativos se movieron paralelos y en favor de las manufacturas. Sólo


en este período reciente se hizo sentir el efecto acumulativo de todas
las desventajas de los productores primarios frente a los manufac­
tureros; y existen pruebas de que muy recientemente, después de
1969, los volúmenes y precios relativos de los productos primarios
se han recuperado. El balance del mercado se movió constantemente
en contra de las manufacturas hasta la década de 1880, luego algo
más a su favor hasta 1913, y más tarde en 1930, y por último de
modo sorprendente en la década de 1960, con recaídas entre estos
momentos.
La asociación inversa entre volúmenes relativos y precios rela­
tivos apoya, al parecer, la tesis neoclásica sobre los resultados
negativos de las exportaciones forzadas. Los keynesianos observa­
rían, sin embargo, las ventajas que para el empleo dentro del país
(ya que la ley de Say no actúa) supuso el aumento más rápido de
las explotaciones de manufacturas y el rápido abaratamiento de las
importaciones hasta 1913. Los marxistas insistirán en las contra­
dicciones que implica para los capitalistas la expansión de las inver­
siones competitivas en manufacturas, mientras dependen de la mano
de obra barata para la producción primaria. Pero no se puede de­
mostrar que los bajos salarios de los productores primarios provo­
caran unos salarios relativos cada vez más bajos a través de un
intercambio desigual. Sea cual sea la definición que se les dé,
las relaciones reales de intercambio no empeoraron regularmente
para los productores primarios hasta la década de 1960. Hubo altos
y bajos, y en el período decisivo del despegue de la industria bri­
tánica se dio un movimiento constante favorable para los producto­
res primarios que duró toda la primera mitad del siglo xix.
Sin embargo, Emmanuel afirma que no hay que fijarse en las
relaciones reales de intercambio entre manufacturas y productos pri­
marios, sino entre países desarrollados y subdesarrollados. En la ta­
bla 25 hicimos una división aproximada de los productos a partir
de 1913, siguiendo estas líneas, y en la Tabla 27 aparecen cifras
globales para las relaciones reales de intercambio y la balanza de
mercado de los países desarrollados y subdesarrollados a partir
de 1876.
Los movimientos de estas relaciones reales de intercambio fue­
ron favorables a los países desarrollados hasta 1900, luego totalmen­
te desfavorables hasta 1913, mejorando muy poco hasta tomar un
giro extremadamente favorable a partir de la década de 1950.
256 La teoría económica del imperialismo

Por desgracia, las fuentes de esta Tabla no nos permiten ver los
resultados para los distintos países de las ganancias de los ma­
nufactureros a principios de los años 1930 o sus pérdidas a finales
de los años 1930 y 1940, aunque el descenso de la balanza de mer­
cado de los países desarrollados en 1937 es muy sugerente. El
punto importante es que los países subdesarrollados ganaron en vo­
lúmenes y en valores unitarios desde 1900 hasta 1928.
Se pueden analizar de otro modo los movimientos de las re­
laciones reales de intercambio entre las manufacturas de los países
desarrollados y los productos primarios de los países subdesarro­
llados (véase Tabla 28). Después podemos comparar este análisis
tanto con los movimientos de las relaciones reales de intercambio
de los países desarrollados y subdesarrollados como con los de las
manufacturas y productos primarios. Esta Tabla indica que las pér­
didas de los países desarrollados hasta 1913, y de modo similar
sus ganancias a partir de la década de 1950, fueron causadas por
otras razones distintas del descenso relativo de los precios de los
bienes manufacturados en el primer período, y de su subida en el
segundo período. Sin embargo, las relaciones reales de intercam­
bio entre productos primarios y manufacturados fueron el origen
de la mayoría de los cambios en las relaciones reales de intercambio
de los países desarrollados y subdesarrollados en el período entre
las dos guerras mundiales.
Para Emmanuel tiene muy poco peso el argumento de que las
ganancias de los países subdesarrollados entre 1800 y 1913 (y luego
hasta los años veinte) se debieron a que exportaron aquellos pro­
ductos primarios que evidentemente tenían mejor precio que los
productos primarios que exportaban los países desarrollados en
aquel período. Pues esto significa que los productores primarios
más avanzados, cuyos salarios se suponía eran más altos, estaban
en peor situación que los productores primarios menos avanzados,
cuyos salarios se suponían más bajos. Esto contradice la tesis de
Emmanuel de que la explicación de las relaciones reales de inter­
cambio hay que buscarla en los niveles relativos de salarios, y no
en la demanda de mercado o en los niveles relativos de produc­
tividad.
Naturalmente, los resultados de los movimientos de las rela­
ciones reales de intercambio a partir de la década de 1950 fueron,
sin duda alguna, desastrosos para los países subdesarrollados, aunque
a partir de 1959 mejoraron algo.
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258 La teoría económica del imperialismo

Hemos seguido una crítica marxista tradicional al afirmar que


la teoría de Emmanuel del intercambio desigual es en último tér­
mino una teoría de la negociación, similar a la de un keynesiano
como Robinson. Sin embargo, no hemos sido capaces de aceptar
toda la tesis marxista, ya que esto supondría que tiene que actuar
una ley del vnlor a escala internacional para imponer un tiempo
de trabajo socialmente necesario a nivel mundial. Marx así lo espe­
raba porque esperaba que las colonias se desarrollarían, si bien den­
tro del marco capitalista; a la larga,' las presiones que igualan las
tasas de beneficio igaularían también los niveles de productividad.
El hecho de que esto no haya sucedido ha minado la tesis marxista
tradicional tal como la presenta Bettelheim (1972, pág. 293).
Lo que ha sucedido es que ha surgido un dualismo dentro del
modo de producción capitalista dividido entre economías desarro­
lladas y suhdesarrolladas. Este es el resultado de la artificial divi­
sión mundial del trabajo que creara, primero, la industrialización en
Gran Bretaña, y que luego explotarán ésta y otras naciones en prós­
pera industrialización para mantener sus ventajas monopolísticas y
en particular en la manufactura de bienes de capital. Se vieron for­
zados a ello por la competencia entre los capitalistas; pero el me­
canismo era en parte un librecambio, en parte unas restricciones deli­
beradas al desarrollo de centros industriales rivales y, en parte,
unas restricciones al movimiento de la mano de obra.
Este último argumento es el argumento teórico de Emmanuel
que Bettelheim considera más valioso (1972, págs. 310-51), pero
rechaza las conclusiones que Emmanuel saca de él. Según Emma­
nuel, la causa de la diferencia cada vez mayor entre los salarios
en las diferentes partes del mundo es la inmovilidad de la mano
de obra o «simplemente la movilidad marginal» (1972a, pág. 52).
Esto constituye su argumento más importante para rechazar la Ley
de la Ventaja Comparativa de Ricardo, porque mientras que el
capital y la tecnología son móviles, la mano de obra es inmóvil.
En realidad, esto no es completamente cierto; en primer lugar, ha
habido grandes movimientos de mano de obra desde Europa hacia
los países de colonización europea en América del Sur y del Norte
y hacia Africa; y además ha habido movimientos de mano de obra
forzada desde Asia y Africa a Norteamérica, las Indias occidenta­
les, Malasia y Australia, así como emigración voluntaria a las Amé-
ricas y a Oceanía. En los últimos tiempos se han dado movimientos
bastante importantes de mano de obra desde India y Paquistán y las
10. La relación real de intercambio y la Economía dual 259

Indias Occidentales a Gran Bretaña, desde Europa central a Aus­


tralia y de Africa del Norte y Europa meridional hacia el Mercado
Común. Pero estos últimos se han mantenido dentro de un marco
parecido al de una economía dual. Se ha acogido a los emigrantes,
pero en su mayor parte a los jóvenes, y a menudo sobre una base
temporal y sin sus mujeres y familias (Castles y Losack, 1972)®.
En segundo lugar, en una economía dual a escala mundial, el
capital no fluye necesariamente allí donde la mano de obra es más
barata, porque los mercados locales y las economías externas son
más importantes que el nivel de los salarios a la hora de deter­
minar las tasas de beneficio y la localización de la industria. Al
mismo tiempo, la falta de educación y las restricciones artificiales
impiden a la mano de obra desplazarse hacia donde se invierte el
capital y son más altos los salarios. Como resultado, la economía
dual fomenta la división artificial del trabajo; la industria manufac­
turera intensiva en capital se desarrolla en los países ricos, y la
producción intensiva en mano de obra en los países pobres. E in­
cluso esta división se ve distorsionada por las medidas de protec­
ción a la agricultura y a la industria intensiva en mano de obra
en los países ricos. Así la diversificación económica en los países
ricos corre paralela con la especialización de los países pobres en
unos cuantos artículos que los países ricos no pueden producir.
lida (1965)® ha propuesto varios modelos de economía nacio­
nal dual con sectores técnicamente avanzados y sectores atrasados,
el primero con tasas de salarios y beneficios más altas que el se­
gundo. Estos modelos se pueden aplicar aún con más realismo a
nivel internacional, donde el supuesto de uno de los modelos de
lida es que la mano de obra no se puede mover del sector atrasado
al avanzado, mientras que el capital puede moverse en ambos sen­
tidos. Los precios de los factores en el sector atrasado están, pues,
determinados por los precios en el sector avanzado. Los asalariados
del sector atrasado tienen que escoger entre el salario bajo ofrecido
o el desempleo, ya que el producto marginal de la mano de obra es*

* Véase también Westlake (1973), quien saca la conclusión de que «los paí­
ses desarrollados se han llevado con mucho la mejor parte del negocio».
® Le estoy profundamente agradecido a Jan Otto Andersson, de la Academia
de Abo, Finlandia, por algunos comentarios muy estimulantes sobre el modelo
de lida, que fueron sometidos al simposio sobre el Imperialismo, celebrado
en Elsinore en mayo de 1971. Sin embargo, no acepto sus conclusiones, que
tienden a apovar la postura de Emmanuel.
260 La teoría económica del imperialismo

cero (véase Meade, 1964, pág. 1); pero — y aquí nosotros vamos
más allá del modelo de lida— si los asalariados del sector avan­
zado intentan elevar sus salarios sin incurrir en desempleo, pueden
hacerlo, pero sólo si impiden que el capital fluya hacia el sector
atrasado. E sto lo pueden conseguir en países desarrollados por me­
dio de medidas de protección — aranceles y subsidios— y del con­
trol sobre las exportaciones de capital frente a los países atrasados.
Es más, pueden impedir que la mano de obra fluya del sector atra­
sado al sector avanzado. Esta estructura dual se perpetúa y refuerza
por sí sola, ya que la riqueza atrae inversiones y la pobreza las
repele según el modelo de causación acumulativa de Myrdal (Myr-
dal, 1954). Los propietarios de capital en las industrias intensivas
en capital de los países avanzados podían importar mano de obra
de los países atrasados y rechazar el proteccionismo de los trabaja­
dores y patronos en las industrias intensivas en mano de obra en
los países avanzados; pero no lo hacen por la fuerza política de
estos grupos de intereses (véase Travis, 1964). Así pues, hay un
dualismo dentro de la economía de los países avanzados y entre
éstos y los países sudesarrollados.
Esto trae consecuencias para las implicaciones políticas del con­
cepto de intercambio desigual de Emmanuel, que Bettelheim rechaza
de plano, a saber; «esta formulación hace que los proletarios de
los países ricos 'parezcan’ los 'explotadores’ de los países pobres»
(véase Emmanuel, 1912a, pág. 301). Bettelheim considera el inter­
cambio desigual como «una transferencia de plusvalía de los capi­
talistas (u otros explotadores) de los países pobres a los capitalis­
tas de los países ricos», y, añadimos, de las industrias atrasadas a las
industrias avanzadas. «N o es posible», afirma, «dar un sentido
estricto a la noción de explotación de un país por otro país.» Y,
sin embargo, no hay duda de que el respaldo que proporcionan
los sindicatos a las políticas proteccionistas, por miopes que éstas
sean, lo mismo que el soporte de los sindicatos a los salarios di­
ferenciales dentro de un país, tiene el efecto de establecer una
ventaja para aquellos cuya posición está protegida por las imperfeccio­
nes de la competencia. Así es como Marx vio claramente a propó­
sito de las diferencias en fertilidad de la tierra, una especie de renta
diferencial que crea lo que él llama «falso valor social», y en el
ejemplo que discute, «si se aboliera, la sociedad no compraría
este producto de la tierra por dos veces y media el trabajo que
contiene» (1909, cap. 39).
10. La relación real de intercambio y la Economía dual 261

Por tanto, en una economía dual mundial hay conflicto de in­


tereses entre los trabajadores de los países desarrollados y subdes­
arrollados, del mismo modo que entre los mejor pagados y los peor
pagados en cualquier país, pero desde el punto de vista marxista
este conflicto es de menor importancia comparado con el gran in­
terés común de todos los trabajadores que sufren la explotación de
los capitalistas. Un ejemplo reciente de este conflicto está en la su­
jeción de naciones capitalistas ya desarrolladas al poder dominante
capitalista mediante los movimientos del capital. Bettelheim observa
que hoy día la economía capitalista mundial presenta una estructura
cada vez más jerárquica (1972, pág. 301). Otros autores han lle­
gado incluso a proponer una «cadena de relaciones de explotación»
(Frank, 1969a, págs. 146-7), pero éste será el tema 'del próximo
capítulo.
En su visión marxista, Bettelheim insiste en que el estudio del
imperialismo debería ir más allá de la cuestión de las relaciones
comerciales en la relación real de intercambio, pasando a las re­
laciones de producción dentro del capitalismo, a toda la estructura
económica, es decir, más allá de la división mundial del trabajo
entre países desarrollados y subdesarrollados (véase Emmanuel,
1972 í2, pág. 288). Pues considera que el punto débil de la teoría de
Emmanuel reside precisamente en eso, en que Emmanuel antepone
el nivel de los salarios y las relaciones reales de intercambio a la
división del trabajo en el proceso de la producción capitalista. Los
marxistas han criticado esto mismo a la doctrina keynesiana y a la
neoclásica. El imperialismo en sentido marxiano no es un agregado
de flujos desiguales de bienes y de capital, sino la extensión del
capitalismo a escala mundial, ya desde mediados del siglo xviii. En
su forma más reciente aparece fuera de los países industriales ca­
pitalistas desarrollados en forma de neocolonialismo, pero éste es
sólo un rasgo de la economía mundial capitalista total.
Capítulo 11
NEOCOLONIALISMO

El concepto de neocolonialismo lo inventaron los marxistas


franceses a finales del decenio de 1950, fue recogido por los líderes
de las ex-colonias «no alineadas» de Asia y Africa a principios de
los sesenta y más tarde incorporando a los escritos neomarxistas
(Mandel, 1964, pág. 17). Los nuevos líderes de los Estados afri­
cano ex-coloniales definieron el nuevo colonialismo como «la super­
vivencia del sistema colonial a pesar del reconocimiento formal
de la independencia política en los países nacientes, que pasaron a
ser víctimas en una forma indirecta y sutil, de la dominación por
(fuerzas) políticas, económicas, sociales, militares o técnicas...» (véa­
se O ’Connor, 1970, pág. 117).
Entre las fuerzas económicas que citaban figuran; seguir depen­
diendo económicamente de la potencia colonial; integración en blo­
ques económicos coloniales; infiltración económica por medio de
inversiones de capital, préstamos, ayudas, concesiones desiguales y
financiaciones controladas directamente por las potencias colonia­
les (Balogh, 1962). Según los neomarxistas, el principal objetivo del
nuevo colonialismo era utilizar el aparato estatal de las potencias
coloniales para transferir el régimen político a una clase dominante
en la metrópoli, a fin de asegurarse el mantenimiento de los terri­
torios coloniales «dentro del sistema capitalista mundial» (O ’Con­
nor, 1970, pág. 118).
263
264 La teoría económica del imperialismo

La mayoría de los mecanismos del nuevo colonialismo, como


las anteriores formas de imperialismo, funcionan de modo auto­
mático. No es necesario que la potencia colonial las ponga verda­
deramente en marcha para el día siguiente a la concesión de la
independencia, pero el Gobierno sucesor las tendría que parar si
quería liberarse de los lazos de dependencia económica y política.
De aquí la importancia que las potencias coloniales atribuyen a sus
sucesores. Hemos visto que el librecambio funciona automática­
mente manteniendo una artificial división mundial del trabajo y la
subsiguiente institución de medidas de protección por parte, de
todos los países que han logrado industrializarse. También hemos
visto los efectos acumulativos de riqueza y pobreza que atraen y
repelen respectivamente las inversiones de capital. Hemos recono­
cido el persistente desplazamiento de ingresos de capital de los
países subdesarrollados hacia los desarrollados. Acabamos de es­
tudiar las relaciones reales de intercambio que resultan de la con­
centración de una economía en una o dos cosechas o minerales
exportables, y la consiguiente necesidad de diversificar el output de
los países en vías de desarrollo.
A esta lista de mecanismos -del imperialismo podemos añadir
algunas variantes nuevas. Primero, en las metrópolis se guardan
las reservas monetarias de las ex-colonias francesas y británicas.
Aunque la independencia política permitía que sus monedas des­
cendieran por debajo de la paridad con el franco o la libra esterlina,
el «crédito» de las ex-colonias siguió dependiendo, a los ojos de las
instituciones financieras, internacionales y metropolitanas, del nivel
de sus reservas de divisas. Estas reservas que guardaban las metró­
polis siguen siendo préstamos a corto plazo, y quizá a largo plazo,
de las ex-colonias a la metrópoli (Balogh, 1962). Segundo, la pre­
sencia continua de compañías con base en la metrópoli en el te­
rritorio de las ex-colonias ha tendido no sólo a obtener beneficios
repatriables a la metrópoli, sino además a determinar el camino de
crecimiento e incluso la tributación y la política económica en ge­
neral de los Gobiernos sucesores. La tercera característica es el papel
que juegan las sucursales de los bancos metropolitanos atrayendo
los ahorros locales tanto para sus propias operaciones internacio­
nales como para financiar cada vez en mayor medida las operacio­
nes locales de las compañías transnacionales. Cualquier Estado ex-co-
lonial que logre zafarse de tal camisa de fuerza debe tener un
Gobierno con gran decisión y entrega a las necesidades de su pue­
11. Neocolonialismo 265

blo y unos recursos materiales suficientes para apoyar este com­


promiso.
Quizá parezca un milagro que ningún Estado haya sido capaz
de escapar de su posición de dependencia en un sistema mundial
capitalista una vez incorporado a él. De hecho, se puede decir
que sólo los grandes Estados son económicamente independientes,
pero otros también han alcanzado un desarrollo económico. Cuanto
más largo sea el período de incorporación a un determinado nivel
de desarrollo, más difícil será escapar, pues las restricciones políti­
cas y económicas, tanto internas como externas, se refuerzan mu-
tumente. Los Estados de América Latina poseen el historial más
largo de independencia política y dependencia económica, y quizá
no sea sorprendente que las tesis más importantes sobre el neoco­
lonialismo procedan de historiadores de la Economía sudamerica­
na. Los primeros ejemplos de neocolonialismo fueron los Estados
latinoamericanos tras su independización de España y Portugal en
el primer cuarto del siglo xix. En efecto, la prioridad histórica
del neocolonialismo en América Latina ha ^ v a d o a André Frank
y a sus seguidores, como Keith Griffin, a interpretar el neocolo­
nialismo en Africa y Asia, así como en América Latina hoy día,
a la luz de aquella experiencia (Frank, 1969a, págs. 1-120; 1969¿>,
páginas 3-17, 222-30; Griffin, 1969).
La tesis de Frank sostiene que las colonias españolas y portu­
guesas estaban integradas hasta tal punto en el sistema capitalista
mundial del siglo xvi, que tenían muy pocas probabilidades de
lograr un desarrollo económico propio. En la década de 1830, como
a principios del siglo xvii, hubo un momento en que pareció que
sería posible, pero los vínculos de las relaciones metrópoli-satélite
en el mercado mundial, reproducidos dentro de las naciones suda­
mericanas, resultaron ser demasiado poderosos (Frank, 1969ít, pá­
ginas 57-66).

La estructura fundamental metrópoli-satélite no ha variado, pero la base del


monopolio metropolitano ha cambiado a lo largo de los siglos. Durante el
período mercantilista, la base ... era la fuerza militar ... y se les negaba
a los satélites la libertad comercial. Durante el siglo xix ... el «liberalismo»
permitió o incluso forzó la libertad de comercio de los países satélites, pero
les negó la libertad de la producción industrial. Hacia la primera mitad del
siglo X X , la base ... ha pasado a ser el capital y los bienes intermedios (pá­
gina 177).
266 La teoría económica del imperialismo

Frank cree que en todo lugar y en todo momento se dio el


mismo proceso de subdesarrollo:

Para extraer el fruto de su trabajo por medio de pillaje, esclavitud, traba­


jo forzoso, mano de obra libre, materias primas o por medio del comercio
monopolístico — hoy lo mismo que en tiempos de Cortés y Pizarro en Mé­
xico y Perú, Clive en la India, Rhodes en Africa, la «Puerta Abierta» en
China— las metrópolis destruyeron y /o transformaron por completo los sis­
temas sociales y económicos viables que existían en estas sociedades, las
incorporaron al sistema capitalista mundial dominado por la metrópoli y
las convirtieron en fuentes para su propia acumulación de capital y para su
desarrollo (1969¿, pág. 225).

En su obra anterior, Frank saca esta moraleja:

...ni Chile ni ningún otro país del mundo que haya estado firmemente in­
corporado al sistema capitalista mundial, ha logrado desde el siglo xix
escapar de este status para lograr un desarrollo económico apoyándose en el
capitalismo nacional. Los nuevos países que se han desarrollado desde en­
tonces, habían logrado ya, como Estados Unidos, Canadá y Australia, una
independencia económica interna y externa considerable, o, como Alemania
y, de modo muy significativo, Japón, nunca habían sido satélites, o como la
Unión Soviética escaparon del sistema capitalista mundial por medio de una
revolución. Hay que observar que estos países, más o menos desarrollados en
la actualidad, no eran más ricos al comienzo de su desarrollo de lo que era
Chile cuando intentó lo mismo. Pero ... no estaban ya subdesarrollados (1969a,
página 56).

Si esto significa que aquellos países no estaban firmemente


incorporados al mercado mundial capitalista, no es cierto. Norte­
américa estaba totalmente captada, y Rusia y Oceanía casi hasta el
mismo punto; y su independencia económica interna y externa, an­
terior a sus independencia política, no era «considerable» en abso­
luto. Los vínculos que les ligaban a las metrópolis europeas no eran
de ningún modo menos fuertes que los que unen ahora a los países
subdesarrollados de Sudamérica, Asia y Africa (1969a, pág. 12). Para
estos países, dependencia no significaba necesariamente no-desarrollo.
Parece más válida la distinción que trazamos antes entre la
colonización inglesa, de base capitalista, y la colonización de espa­
ñoles y portugueses, de base feudal h Esta tesis ha sido apoyada por

^ He insistido sobre este punto en After Imperialism (Barratt Brown, 1970a,


prefacio, página X II).
11. Neocolonialismo 267

un erudito suramericano, Ernesto Laclau, que ha criticado la tesis


de Frank afirmando que, de modo totalmente no-marxista, esta
tesis subraya las relaciones de intercambio en el mercado mundial
y no las relaciones de producción (Laclau, 1971, pág. 19)^. En
Norteamérica y Oceanía, los colonizadores ingleses establecieron
un modo de producción capitalista, a pesar de que usaron esclavos
y presidiarios; en cambio, España y Portugal establecieron en Amé­
rica Latina un modo feudal de producción. Cuando Frank insiste
en que las relaciones de mercado que existieron en América Latina
a partir del siglo xvi fueron capitalistas, y no feudales, ignora que
el modo de producción que se estableció fue feudal, hecho que se
vio incluso intensificado en el siglo xix por las demandas del mer­
cado europeo (Laclau, págs. 30-1).
Frank parece deseoso de borrar el feudalismo y una clase ca­
pitalista nacional de la escena política de América Latina, y con
ellos el conflicto entre capitalismo nacional y feudalismo, con lo
cual, en su opinión, puede decirse que no existía ninguna posibili­
dad de una revolución democrática burguesa en los países latino­
americanos. Esta posibilidad puede o no existir, pero el argumen­
to de Laclau ha mostrado que la tesis de Frank no es reversible:
el capitalismo británico y el noreamericano siempre han tenido pues­
to un fuerte pie en América Latina; formas capitalistas de agricul­
tura se han establecido allí donde la población indígena era escasa
o podía aniquilarse como en Norteamérica, Argentina y Oceanía;
han surgido algunos centros de desarrollo económico capitalista,
como Frank indica con razón, en los períodos de guerras europeas
cuando los lazos de dependencia se habían debilitado; pero el modo
feudal de producción sobrevivió y hasta se produjo la «refeudaliza-
ción de las áreas periféricas», como ocurrió en la Europa Orienta]
en el siglo xix (Laclau, pág. 31).
Desden el punto de vista político, el conservar las relaciones
económicas feudales en la tierra era de gran importancia para las
potencias coloniales allí donde sobrevivieran sociedades indígenas en
sus colonias. Aparte del papel que jugaron los latifundios en Flis-

^ Este punto está expuesto aún con más fuerza por Arrighi, en un ensayo
que aportó a un seminario en Elsinore, Dinamarca, en mayo de 1971, sobre
Imperialismo'. Su lugar actual dentro de las ciencias sociales, titulado «L a rela­
ción entre la estructura colonial y la de clases; Una crítica de la teoría de
A. G. Frank sobre el desarrollo del subdesarrollo».
La teoría económica del imperialismo

panoamérica y las plantaciones en otras colonias británicas, aunque


algunas comenzaron siendo instituciones capitalistas feudaHzándose
más tarde, las potencias coloniales confiaban cada vez más en la
clase terrateniente, en la India los príncipes, como gobernadores
indirectos en su nombre. En la India se habían creado los zamindars
como terratenientes sacados de entre los recaudadores de impuestos
mogoles en la colonia permanente de Bengala. Quizá sea cierto
(Barratt Brown, 1910a, págs. 57, 177) que la diferencia decisiva entre
países subdesarrollados y países desarrollados por el capitalismo
fuera que tuvieran una numerosa población indígena establecida con
in^ituciones propias que no se podía destruir, sino que había que
gobernar indirectamente; o que el capitalismo pudiera comenzar
haciendo tabula rasa. Según este argumento, Argentina, que poseía
una población muy escasa antes de la colonización por los espa­
ñoles, y México, cuya población pereció casi por completo bajo
las armas españolas, deberían haberse desarrollado como lo fueron
Norteamérica y Oceanía. El hecho es que casi lo lograron; y aun
hoy día están mas desarrollados que el resto de Sudamérica, del
mismo modo que Rhodesia y Africa del Sur entre los Estados afri­
canos, y por las mismas razones. De aquí las fuertes inversiones de
Inglaterrra en Argentina durante el siglo x ix ; pero el origen de los
colonos argentinos, en la España feudal en vez de en la Inglaterra
capitalista, sena la razón de por qué no se desarrollaron.
Dentro del concepto de neocolonialismo, los capitalistas loca­
les tras la descolonización política juegan un papel clave. Como
resultado directo del libro de Mao Tse-tung, La Revolución China y
el Partido Comunista Chino, que apareció en el mundo occidental
a raíz del éxito obtenido por el Partido Comunista Chino en la Re­
volución de 1949 (diez años después de que se publicara el libro),
los marxistas comenzaron a trazar una distinción entre los capita­
listas «compradores» y los capitalistas nacionales. Según Mao: «La
gran burguesía de carácter comprador es una clase que sirve direc-
tainente a los capitalistas de los países imperialistas, de quienes
recibe el alimento; incontables vínculos le unen íntimamente con
las fuerzas feudales del campo» (1954, págs. 88-9).
En los años cincuenta, los autores marxistas del imperialismo
asociaban esta distinción con el énfasis que pusieran Marx y En-
gels en las diferencias entre capital mercantil y capital industrial.
Uno puede derivarse del otro, pero sólo con la aparición de una
clase industrial capitalista fue posible el capitalismo como nuevo
269
11. Neocolonialismo

modo de producción, y con él un cambio tecnológico continuo. El


capital comprador es un capital mercantil ocupado en comprar o
vender por cuenta de un capitalista industrial extranjero. Las po­
tencias imperialistas han conservado esta dependencia «desde Omic-
hund, el millonario mercader del tiempo de Clive hasta el jeque
de Kuwait en nuestros días» Los capitalistas industriales potencia­
les de las colonias sucumbieron en la competencia con las tnanu-
facturas más avanzadas de la potencia colonial, y sólo aparecieron
lentamente en los intersticios de la economía colonial. Pero apare­
cieron efectivamente; en especial, como observa Frank con acierto,
cuando en las dos guerras mundiales se rompieron los lazos del
mercado mundial capitalista y la industrialización en América La­
tina dio un salto hacia adelante (Frank, 196%, pág. 170). Lo mismo
se puede decir de la India (Anstey, 1929, págs. 505-8). -
Una vez suprimida la camisa de fuerza, los capitalistas indus­
triales nacionales proliferaron. Entre 1915 y 1919 se establecieron
en Brasil seis mil nuevas firmas industriales, casi el mismo nu­
mero que en los veinticinco años anteriores (Frank, l9G9a). Tam­
bién en la India tuvo lugar un grado parecido de desarrollo en las
dos guerras mundiales (Kidron, 1965, págs. 20-1). Sin embargo,
i entre las dos guerras este crecimiento general tan repentino se de­
rrumbó al restablecerse el librecambio. Subsistió una parte, pero
entre las dos guerras las compañías con sede en la metrópoli ten­
dieron a emigrar y a abastecer el mercado con los productos de una
tecnología superior, primero por medio de exportaciones desde la
metrópoli y luego por medio de producción local subsidiaria,
en cuanto aparecía un mercado, aprovechando los recursos locales en
una escala que hacía rentable una producción de técnica mucho
más avanzada (Cardoso, 1972, págs. 89-91; Alavi, 1964). Las in­
dustrias de bienes de capital permanecieron en las metrópolis (Ki-
dron, 1965, pág. 21; Griffin, 1969, págs. 271-2).
Hasta fecha reciente, no se ha logrado fuera de Europa, Nor­
teamérica, Oceanía y Japón mantener un desarrollo capitalista in­
dígena, un subdesarrollo relativo si no absoluto. Los marxistas han*

* Este tema del papel del comprador en las relaciones imperialistas aparece
continuamente en mi libro After Imperialism; quizá permítaseme pre^m ir de
que este tema fue el núcleo de unas conferencias que di a principios del dece­
nio de 1950 antes de que se publicara Polittcal Economy of Growth (1957), de
Baran, de cuyo plagio me han acusado con poca elegancia algunos marxistas
americanos.
O'ltS
La teoría económica del imperialismo

subrayado este punto frente a las tesis «dualista», más optimista,


del desarrollo económico. Se trata de un dualismo distinto del que
veíamos en el anterior capítulo. En los últimos años ha encontrado
gran aceptación entre los economistas neoclásicos (véase Lewis,
1954, págs. 139-91; 1955), y se basa en el supuesto dualismo
en las economías subdesarrolladas entre un sector agrícola feudal
atrasado y un sector industrial capitalista avanzado, que acabaría
por alcanzar y sobreponerse al primero. Como un reto a esta tesis
del dualismo en las economías subdesarrolladas, Frank decidió ex­
poner lo que él denominaba el mito del feudalismo en la agricul­
tura brasileña.
En el concepto de economía dual que discutimos en el capítulo
anterior, se suponía inmovilidad de la mano de obra entre y dentro
de las economías capitalistas. El concepto neoclásico de la eco­
nomía dual supone que la única conexión que existe entre los dos
sectores de la economía es precisamente el movimiento de ofertas
ilimitadas de mano de obra, no empleada o subempleada, del sector
agrario al sector industrial. Tenemos razones para dudarlo. Tal
como vimos, el dualismo no era necesariamente un concepto de dos
modos de producción coetáneos, pero tampoco se rechazaba. Dentro
del mercado mundial capitalista e incluso dentro de la división
mundial del trabajo, se fomentaron los sistemas de esclavitud y se
mantuvo un modo de producción feudal, o incluso se estableció e
intensificó en los territorios colonizados, en interés de los capita-
istas de la rnetrópoli por razones tanto políticas como económicas.
El modo capitalista seguía siendo el dominante. Marx, y también
Lenin, esperaba en efecto que el sector industrial capitalista esta­
blecería la ley del valor a nivel internacional, completando el proceso
de penetración en toda la economía, incluido el campo. Precisa­
mente porque los partidos comunistas de Sudamérica han conser­
vado la expectativa expresada por Marx, es por lo que Frank con­
cede tanta importancia a esta cuestión (1969¿>, pág. 225). Si no se
pueden eliminar los modos de producción feudales, y si la mano
de obra no entra fácilmente en la industria incluso cuando aban­
ona el campo, ¿qué forma de dualismo corresponde a los hechos
reales del subdesarrollo económico actual?
Lacku ha observado que en América Latina «aun las regiones
campesinas más atrasadas están vinculadas por lazos sutiles (que
aún no han sido estudiados de forma adecuada) al sector 'diná­
mico’ de la economía nacional, y por medio de éste, al mercado
271
11. Neocolonialismo

mundial» (1971, pág. 23). La idea de unos «enclaves de desarrollo»


en medio de una pacífica economía de subsistencia no se sostiene,
y Frank desde luego así lo ha afirmado". El concepto de dualismo
dentro de una economíapredominantemente capitalista ha de tener
en cuenta que el capital y los bienes se mueven entre los sectores,
si bien el capital se dirige principalmente hacia el sector de grandes
beneficios. El dualismo no es un concepto adecuado si implica que
no existe conexión alguna entre el sector industrial y el agrícola, o
que sólo se mueve la mano de obra, y si sus defensores insisten
en denominar al primer sector «progresista» y al segundo «atrasa­
do» (Furtado, 1964).
Griffin (1969, págs. 19-31) ha demostrado la inefkacia de este
supuesto de modelo de economía dual a la hora de idear una es-
I trategia para el crecimiento. No se puede suponer que hay des­
empleo o subempleo si existen actividades artesanales en los pueblos
' fuera de la temporada de las labores agrícolas; el trabajo del campo
no recibe necesariamente más que su producto marginal si existen
actividades comerciales en el medio rural además de una agricultura
de subsistencia en las granjas; no se ha comprobado que las curvas
de oferta de mano de obra rural en el mercado presenten inclina­
ción hacia atrás, ni tampoco la ausencia de ahorros de los campe­
sinos o la inmovilidad de estos ahorros. Como resultado, no hay
razón en este modelo dualista para que la producción y la pobla­
ción agrícolas aumenten paralelamente, ni para que las rentas glo­
bales per capita aumenten a medida que aumenta la producción
en el sector industrial, manteniendo constantes las rentas reales en
el sector rural.
Sin embargo, en las dos últimas décadas ha tenido lugar un im­
portante cambio. Al parecer, la producción y el empleo en la indus­
tria han crecido más rápidamente que la población en las regiones
subdesarrolladas a partir de los años 1950-59.
Griffin aportó pruebas estadísticas que indican que en algunos
países de América Latina y Africa las rentas per capita habían dismi­
nuido en los años precedentes a 1960; pues la producción no había
logrado mantener el ritmo de crecimiento de la población, y el
porcentaje de mano de obra en la industria no había aumentado

^ Después de leer la obra de Frank, me sentí obligado, en el prefacio de


After Imperialism (1970a, pá^. x), a abandonar el concepto de «enclaves del
ilcsarroUo», <^uc yo había toinado de Nuirkse (1960).
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11. Neocolonialismo 273

O incluso había disminuido (1969, pág. 58). Ya hemos visto que


durante todo el período de régimen colonial habían sucedido estas
cosas. El proceso de subdesarrollo en las colonias comenzó precisa­
mente en la época de desarrollo de Europa y de los territorios de
colonización europea. Las estadísticas que presentó Griffin más re­
cientemente, que cubren el período desde la descolonización polí­
tica, son menos convincentes (págs. 29, 55). No hay duda de que
en las ciudades de todos los países subdesarrollados ha aumentado
el desempleo a medida que la población rural ha ido entrando en
ellas en masa, pero sin encontrar fácilmente empleo en la industria.
En América Latina, los desocupados constituyen casi un tercio de
la población urbana (Griffin, 1969, págs. 185-91; Quijano, 1971);
pero, a pesar de todo, la producción y el empleo en la industria
han seguido aumentando. Es necesario que las tasas de crecimiento
sean totalmente dispares para comenzar a cerrar un gap en el des­
arrollo industrial, cuando un 44 por 100 de la población mundial
posee sólo el 8 por 100 de la industria mundial. En la década
de 1960 su participación aumentó, probablemente como resultado de
que la tasa de crecimiento, tanto en la producción como en el em­
pleo industrial, en relación con el' crecimiento de la población, en el
total de las regiones subdesarrolladas, fue más rápida que en las
regiones desarrolladas. La agricultura no tuvo tanta suerte, casi
sufrió un desastre. La producción agrícola y de alimentos, per capi-
ta, disminuyó en Africa a partir de 1963, y en Asia y Sudamérica
a duras penas logró estabilizarse (véase Tabla 30), mientras que
ambas aumentaron bruscamente en el mundo desarrollado fuera
de Norteamérica.
Los hechos del aumento en la producción industrial per capita
paralelos a un estancamiento en la agricultura ponen seriamente en
tela de juicio el modelo de subdesarrollo empleado por Erank y
Griffin. Este desarrollo industrial, aunque sobre una base muy baja
en Asia, Africa y América Latina, indica que es exagerado el mode­
lo de un proceso continuo de «succionamiento» de las riquezas de
los países pobres para desarrollar a los países ricos. Si en el análi­
sis de Erank el neocolonialismo es una nueva etapa, ¿cómo se rela­
ciona con las anteriores etapas del colonialismo que, según él, se
funden unas con otras, como formas sucesivas de subdesarroUo,
desde el siglo xvi al x x ? (Erank, 1969a, págs. 282-9). En este
libro hemos visto cómo distintas etapas del capitalismo se refleja­
ban en distintas relaciones con las colonias, es decir, relaciones de
274
La teoría económica del imperialismo

TABLA 30. Producción mundial agrícola y de alimentos, por re-


p ion es 7977. 707^ f ___ _ ______

Agricultura Alimentación
legion es (excl. China) 1952 1970 1952 1970
mundial 91 107 90 108
desarrolladas

Norteamérica 101 101 99 104


Europa 80 116 80 116
Oceanía 90 112 91 118
URSS 79 134 78 136
subdesarrolladas
Lejano Oriente asiático
(incl. Japón) 89 101 88 102
Próximo Oriente asiático 88 102 88 102
Sudamérica 96 101 96 101
Africa 92 97 93 99
Fuente: NU (1969a).

producción capitalista y relaciones de intercambio (como Laciau


U 9 7 1 J insiste una y otra vez). Si hoy día los países subdesarrolla­
os están experimentando un desarrollo industrial, entonces es una
nueva etapa que refleja tanto un cambio en el capitalismo de los
países desarrollados como un cambio hacia un nuevo modo de pro­
ducción en los países subdesarrollados =. Esta es la novedad que pre-
senta el «eocolonialismo. Como complemento de la cita anterior
extraída de Capualism and Underdevelopment in Latin America,
vemos que Frank comenta sobre el período que siguió a 1900:

oE ados T S hecho casi se vieron


Í S in fabricas metropolitanas del imperialismo establecidas
en aqu eU os-, pero se les negó la libertad para establecer su propio capital

j ” “f ';^ición española de A fíer Imperialism, sugería una


ene de etapas del imperialismo en contraposición a la¡ etapas de Frank y
fñ a v ® «yhima etapa del desarrollo capitalista protegido», véase
E^says on Imperialum (1912a). Véase también Arrighi.
11. Neocolonialismo 275

y una industria intermedia de bienes de equipo. ... Más tarde, en la segunda


mitad del siglo xx, la base del monopolio metropolitano volvería a despla-
íarse, ahora cada vez más hacia la tecnología, junto con una penetración aún
mayor de las sociedades internacionales metropolitanas monopolistas en las
economías satélites (1969a, págs. 177-8).

Frank y otros han presentado pruebas que confirman estas


suposiciones tomadas de América Latina, en particular el movimien­
to del capital estadounidense abandonando minas y plantaciones
para invertirse en manufacturas (34 por 100 del total en 1968,
comparado con un 13 por 100 en 1946) (Cardoso, 1972; Quijano,
1971). Pero esta combinación de creciente dependencia y desarrollo
no es en realidad el resultado que se podía esperar de 400 años de
jK¿>desarrollo continuo, según la tesis de Frank. Más bien parece
la respuesta del capital norteamericano a las presiones dentro de
América Latina en favor de la di versificación de la vieja economía
minera y de plantación.
La crítica más directa a esta tesis proviene de Cardoso (1972,
página 94), quien basa su análisis sobre un trabajo pionero de
O ’Connor sobre las nuevas formas del imperialismo económico
actual (1970, pág. 162). F1 elemento original que aporta este tra­
bajo es que adjudica a las gigantescas sociedades transnacionales
un nuevo papel, al asociarse con capital local en empresas conjuntas
en los países subdesarrollados, y en particular con capital estatal
tanto de países desarrollados como de subdesarrollados. Cardoso
cita un estudio realizado por la Comisión de las Naciones Unidas
para América Latina que demuestra la elevada y creciente propor­
ción de fondos locales en la suma de inversiones directas efectua­
das por compañías estadounidenses entre 1957 y 1965 en América
Latina y en otras áreas fuera de las regiones desarrolladas de Canadá
y Europa (1972, pág. 92). A finales de este período, la proporción
era aproximadamente de un 40 por 100, y se obtenía otro 40 por
100 de fondos internos procedentes de la reinversión local de bene­
ficios. Los Estados Unidos sólo suministraban un 20 por 100, y
estaban recibiendo mucho más dinero del reembolso de deudas pa­
sadas que lo que estaba desembolsando para nuevas inversiones. Este
es en efecto un nuevo tipo de capitalismo comprador local que se
encuentra en muchos países subdesarrollados, y que ha abandonado
la minería y las plantaciones para centrarse en la industria manufac­
turera.
276 La teoría económica del imperialismo

Al observar la Tabla 31, y empezando por el final, donde apa­


recen los países con las tasas más elevadas de desarrollo industrial
en la década de 1960, parece que, a excepción de los países comu­
nistas, el desarrollo industrial es una función de la política mili­
tar de Estados Unidos. Esto podría constituir por sí solo una face­
ta importante del imperialismo moderno. Sólo el coste en divisas
que supuso la guerra de Vietnam para Estados Unidos entre 1963
y 1968 asciende a unos 1.900 millones de dólares (NU, 1968¿,
página 118). La mayor parte de esta suma fue a parar a Vietnam
del Sur, Japón, Corea y Tailandia (que aparecería ciertamente al
final de la lista de la Tabla 31 si la Oficina de Estadística de Esta­
dos Unidos pudiera presentar estadística). También Singapur, como
puerto de tránsito, se benefició de la guerra. A Israel lo conside­
ramos como un caso especial de colonización por «parientes» ca­
pitalistas. Pero, en cambio, España y Portugal se están desarrollan­
do sólo en muy pequeña parte como bases militares de Estados
Unidos. Zambia no es base de nadie. Irán, Paquistán, México y Ar­
gentina son ciertamente esferas de interés directo para Estados
Unidos. Bolivia, Perú, Ecuador y El Salvador aparecerían en puestos
más altos en la lista si dispusiéramos de cifras más recientes, lo
mismo qre Hong-Kong, naturalmente.
De todos estos países, sólo México, Paquistán y Argentina son
verdaderamente importantes como mercados para las manufacturas
de los países desarrollados. El resto ofrece una explicación muy
diferente para su desarrollo, a saber, su potencialidad, que com­
parten algunas de las bases para las compras militares off-shore de
Estados Unidos, para proveer mano de obra barata a determina­
das partes de la «sinergia» multinacional de las sociedades gigantes.
Algunos de los países cuyos sectores industriales estaban des­
arrollándose se convirtieron, en la década de 1960, en grandes ex­
portadores de bienes manufacturados. Hong-Kong es el ejemplo por
excelencia, pero también Corea del Sur, Israel, Malta y Paquis­
tán habían aumentado la proporción de bienes manufacturados en
sus exportaciones a una cifra superior al 60 por 100 en 1968; India,
al 50 por 100; Singapur y España, a más del 33 por 100, y Guate­
mala y El Salvador, al 25 por 100 (O CD E, 1969). En algunos
casos (India, Malta y El Salvador) estas manufacturas consistían
principalmente en textiles; pero en otros países eran equipos elec­
trónicos, de transporte, etc., y maquinaria. En los países más pe­
queños las exportaciones constituyen una tercera parte del pro-
11. Neocolonialismo 277

TABLA 31.—Indices del output de manufacturas, de la agricultura,


de la población y del empleo en la industria, por paí­
ses, 1948-1970 (1963 — 100, excepto donde se indica).

Países agrupados
según su índice Producción de Empleo en Producción
de producción de manufacturas la industria agrícola Población
manufacturas 1948 1970 1970 1970 1970

100-149
Senegal — 116 — — 119
Chile 47 121 99 — 118
Reino Unido 60 127 100 l io 104
Túnez — 120“ — 100 122
Egipto 16 124» — — 119
Guatemala 57 132 l io — 122
Luxemburgo 67 132 108 — 105
India 41 135 121 114 115
Estados Unidos 55 139 114 107 108
Australia — 140 119 130 115
Suiza — 142 95 126 108
Noruega 45 143 l io 115 105
Filipinas — 144 l io 125 127
Bélgica 52 144 97 120 104
Canadá 49 149 116 112 113
Venezuela — 149 116 135 128

150-199
Italia 25 151 107 121 105
Suecia 52 151 99 122 105
Eire 48 152 116 122 103
Grecia 26 152 117 117 104
Hungría 22 152 120 — 101
Francia 41 154 100 125 106
Nueva Zelanda 40 154 126 128 111
Austria 26 154 104 l io 103
Ghana — 156 — — 120
Alemania Occidental 17 15? 107 119 107
Dinamarca 48 157 108 l io 105
Checoslovaquia 30 158 — — 104
Sudáfrica — 159 152 120 117
Finlandia 40 161 116 111 103
Alemania Oriental 18 162 — — 100
Rhodesia del Sur — 163 — — 125
Holanda 37 166 100 130 108
Argentina — 172 — 100 111
278
La teoría económica del imperialismo

TABLA 31.- In d ic e s del output de manufacturas, de la agricultura,


y empleo en la industria, por pat-
ses, 1948-1970 (1963 = 100, excepto donde se indica).
Países agrupados
según su índice Producción de Empleo en Producción
de producción de manufacturas la industria agrícola Población
manufacturas 1948 1970 1970 1970 1970
Portugal 173
Yugoslavia 101 106
25 174 119
URSS 120 107
17 178
Polonia 146 108
17 180 126
Paquistán 107
185 127
México 36 114
189 131
Singapur 127
183=
Mozambique 116
177b
109
200-299
Israel 40 202 133 153 122
España 210 125 114 107
Vietnam del Sur 210
Irán 119
218 142
Bulgaria 11 123
230 136
Rumania 105
10 230 135
Zambia 107
235 128
Japón 122
264 120 137 108
300-399
Ii|
Corea del Norte 12 300
Formosa 118
12 342
Corea del Sur 141 120
390 216 130 118
= 1966 = 1 0 0 .
La cifra dada corresponde a 1968.
Puente: N U (1969a; 1972a).

dores f en el caso de países exporta-


subs^itia^s la mayor parte procedía de sociedades
, co„ base

«enclaves del desarrollo», si no


lu S r T ° aparecen en la Tabla 51. En primer
gar, los países con un desarroUo industrial más rápido, a excep­

íj
11. Neocolonialismo 279

ción de Portugal y Argentina, no han sufrido la caída o el estan­


camiento de la producción agrícola per capita típica de otros países
subdesarrollados. En segundo lugar, los dos países subdesarrollados
más independientes desde el punto de vista político, Egipto y la
India, no han tenido tanto éxito en su desarrollo industrial como
otros países evidentemente menos independientes. Estos dos sig­
nificativos hechos no concuerdan con la idea de enclave del des­
arrollo ni con la tesis de Frank sobre el ^«¿desarrollo dependiente.
Pero sí encajan en un patrón de desarrollo económico dependiente
a cargo de las grandes compañías transnacionales con capital local
y con la intervención del Estado de los países subdesarrollados en
una división del trabajo que asigna ciertos procesos a áreas con
¡mano de obra barata, como en las antiguas plantaciones de es­
clavos
O ’Connor sostiene, contra la opinión de algunos autores mar-
xistas, que era probable que los Gobiernos de los países subdes­
arrollados ex-coloniales rechazaran, o por los menos obstaculizaran,
la penetración de capital extranjero (1970, pág. 127). Esto se puede
colegir fácilmente de las declaraciones de las conferencias de los
Estados no alineados a finales de los años 1950, como en la Con­
ferencia Africana, con la que abrimos este capítulo ’ . Las llamadas
«potencias de Bandoeng» declararon que estaban dispuestas a evitar
que el capital extranjero explotara sus recursos, fomentando en
cambio acuerdos comerciales mutuos. Sin embargo, la muerte del
primer ministro indio Nehru en 1961 y la caída de los Gobiernos
no alineados de Argelia, Brasil, Ghana, Guinea, Indonesia e Irak
poco después, abrieron el camino a una nueva «sociedad en el des­
arrollo» cuyos objetivos se pueden resumir de un informe de
la Comisión del Banco Mundial, que lleva ese título; «Nos da la

® Después que esto se escribiera, Warren (1937) ha sugerido que este des­
arrollo no es, a su juicio, tan dependiente, pero no puede demostrar que estos
países .sean, por ahora, centros independientes de acumulación de capital;
la prueba decisiva.
’ Desde luego, di esto por supuesto y lo incorporé a la discusión en favor
de un marco para el desarrollo económico internacional de un neutralismo
positivo en la sección de conclusiones de mi libro After Imperidism (1970a).
Mis cálculos de la fuerza de los regímenes populistas en países subdesarrollados
resultaron ser erróneos y reconocí en el Prefacio que los movimientos en
favor de cambios sociales en países subdesarrollados tendrán que surgir de
abajo, no de arriba a través de las élites de los sucesivos Gobiernos, pero que
puede haber desarrollo económico con el apoyo del Estado.
La teoría económica del imperialismo

impresión de que la mayoría de los países de renta baja acogerían


con gusto una mayor entrada de inversiones extranjeras, pues com­
parten nuestra opinión de que tales planes contribuirían a un cre­
cimiento más rápido» (Pearson et a l , 1969, pág. 105). Así reza
la frase que abre el capitulo sobre inversiones privadas extranje­
ras, y continua recomendando a los Gobiernos de los países subdes­
arrollados que hagan concesiones tributarias, creen otros incenti­
vos para las inversiones y eliminen las restricciones que pesan sobre
la balanza de pagos y otras barreras que impiden la libre entrada
de capital privado.
Las relaciones entre el Estado y el proceso de acumulación de
capital privado ha vuelto a ocupar, evidentemente, el puesto central
para el desarrollo económico capitalista. En los países subdesarro­
llados, los distintos Estados dependen en un grado muy elevado
del capital extranjero, representado por firmas transnacionales o
instituciones internacionales, como el Banco Mundial. Pero la debi­
lidad-de los pequeños Estados frente a estas entidades no puede ser
mayor que su debilidad histórica frente a las potencias coloniales.
Al subrayar el creciente poder de las firmas con relación al Estado,
observamos que la presión popular crearía una raison d’étre para

I que los Estados nacionales — pequeños o grandes— sobrevivan aun


dentro de un super-Estado como la CEE. La necesidad de que
el Gobierno sea fuerte en los países subdesarrollados es probable­
mente mayor para mantener unidas las diferentes clases dentro de
una nación y para resistir las presiones del exterior. Como ha dicho
Penrose;

... por lo que se puede prever, los Gobiernos deben insistir en disponer
de un grado muy elevado de soberanía en sus asuntos económicos a fin de
crear un marco económico nacional para las actividades de sus pueblos por
una parte, y por otra para asegurar que sus necesidades económicas están
representadas como pretensiones identificables para su consideración interna­
cional (1971, págs. 238-9).

E s una ironía que marxistas que abrazan la causa de los movi­


mientos nacionales de liberación en los territorios coloniales tiendan
a desechar el Estado-nacion en las metrópolis como un organismo
decadente y en desintegración y al nacionalismo como un chauvi­
nismo cultural (Nairn, 1972). Por otra parte, debemos admitir que
cuando los movimientos nacionales de liberación salen de los bos­
ques, de las montañas o de las cárceles, las fuerzas que se han unido
281
i l . Neocolonialismo

en la lucha de liberación nacional tienden no sólo a desintegrarse,


sino también a dirigirse hacia un areglo con las potencias de las
ilue acaban de liberarse. Esta es la esencia del neocolonialismo.
lin los Gobiernos que han sucedido a las potencias coloniales, tien­
den a aparecer tres elementos en las clases gobernantes sucesoras:
capitalistas nativos, terratenientes feudales y agentes compradores
de capital procedente de la época de régimen colonial.
Alavi ha llamado la atención sobre el papel del Estado post-
í colonial, que utiliza lo que él denomina un aparato burocratico-mi-
litar «superdesarrollado» para «mediar entre los intereses conflicti­
vos de las tres clases propietarias... mientras que al mismo tiempo
actúa en favor de todos ellos para mantener ... la institución de la
propiedad privada y el modo capitalista como modo dominante de
producción» (1972, pág. 62).
El neocolonialismo como continuación del imperialismo eco­
nómico es, según Alavi, «el mayor beneficiario de la autonomía
relativa de la oligarquía burócrata-militar» (pág. 70). «E l concepto
lie burguesía nacional, que se supone cada vez mas antiimperialista
a medida que crece ... se deriva de un análisis de la experiencia
colonial, no de la experiencia postcolonial» (pág. 75) ^ Pero esto
no implica necesariamente que el poder de negociación del neoco­
lonialismo se debilite hasta el punto que Alavi sugiere.
Otros marxistas han adoptado un punto de vista muy diferen­
te, pues consideran el asunto desde el ángulo opuesto. La burguesía
local de los países subdesarrollados, a diferencia de sus predeceso­
res en Europa, no se considera suficientemente fuerte como para
desafiar a su creciente proletariado y a las clases terratenientes.
Entonces, «al afirmar un compromiso con el feudalismo, se ve
obligada a firmarlo con el imperialismo», como ha observado Pat-
naik (1972, pág. 229). Esto no parece lógicamente necesario, ni
tampoco es evidente que la burguesía india esté colaborando con
elementos feudales y no con elementos capitalistas en el campo. No
dudamos que estén vinculadas con las compañías transnacionales,
pero al ultilizar el sector estatal han conservado un grado bastante

^ Este aparato burocrático-militar quizá haya sido desarrollado excesiva­


mente por las condiciones de la lucha por la liberación nacional, como sucede
lioy día en la mayoría de los países comunistas; así como por el tipo de Go­
bierno colonial que preceda a la liberación. Pero Alavi sólo se refiere a esta
segunda situación, naturalmente en relación con Paquistán.
La teoría económica del imperialismo

grande de independencia económica, y como resultado han logrado


un cierto grado de desarrollo industrial, si bien dentro de la es­
tructura de la economía capitalista mundial (Chandra, 1973).
En los países subdesarrollados ex-coloniales los Gobiernos de
tipo populista fueron derrocados sobre todo porque no supieron
desarrollar sus economías. En el pasado sólo se logró tal desarro­
llo en las regiones donde los colonizadores provenían de un tras­
fondo capitalista. El reciente desarrollo económico de Formosa,
Hong-Kong y Singapur se puede explicar como la obra de los ca­
pitalistas chinos que huyeron de la China continental; y a su vez,
los capitalistas que huyeron de Corea del Norte a Corea y Vietnam'
del Sur quizá fueran la causa de su rápido desarrollo económico. Is-
raej también ha presenciado una inmigración similar; pero en Es­
paña, México, Brasil y Argentina y aun India está teniendo lugar
un desarrollo industrial sin necesidad de inmigración. Ya sabemos
que se trata en todos los casos de un desarrollo dependiente. Más
de las dos terceras partes del stock de inversiones norteameri­
cano en Argentina, Brasil y México están ahora en la industria ma­
nufacturera, comparado con una tercera parte al final de la Segunda
Guerra Mundial (Cardoso, 1972, pág. 89). La mitad del stock
de inversiones del Reino Unido en India se halla invertido en la
industria manufacturera y, de hecho, más de la tercera parte del
stock total de inversiones del Reino Unido en los países en vías
de desarrollo está en esa industria, concentrada hasta formar
casi la mitad del total en India, Nigeria y Guayana (Board of
Trade, 1970).
Esto significa que las nuevas inversiones de Estados Unidos e
Inglaterra en estos «países en vías de desarrollo» destinan una
proporción mucho más elevada a la industria manufacturera. En
1969-70, casi la mitad de las inversiones inglesas en países en vías
de desarrollo se destinó a la industria manufacturera, y en la India
casi la totalidad de las nuevas inversiones (véase Tabla 20). Cuando
se invierte capital local, y sobre todo capital estatal, en empresas
conjuntas, significa que esta surgiendo una clase capitalista local,
opuesta al capital metropolitano y al mismo tiempo dependiente
de él; pero existe desarrollo. El hiercado doméstico y el de expor­
taciones se extienden; la gama de industrias se amplía, llegando a
incluir bienes de capital, acero y maquinaria pesada; se aumenta
la financiación local; se establece una tecnología independiente. Al
insistir tanto en la falta de independencia, los marxistas quizá hayan
283
11. Neocolonialismo

pasado por alto el desarrollo. La clase capitalista en Australia de­


pendía del capital inglés, y aún hoy depende hasta cierto punto
del capital inglés y americano; la clase capitalista en Canadá es
' todavía más dependiente del capital norteamericano. Y, sin embargo,
la economía de estos países se desarrolló.
1 Lo que está surgiendo en los países subdesarrollados es una
forma de dualismo, no entre un sector de agricultura de subsisten-
I cia dentro de un marco feudal y un sector capitalista industrial
!de mercado, sino entre un sector capitalista oligopolístico interna-
Icional de beneficios altos/salarios altos y un sector capitalista local
I competitivo de beneficios bajos/salarios bajos. El dualismo no sig-
Inifica necesariamente que no existan vínculos entre los
[tampoco que sólo afluya mano de obra de la agricultura a la indus-
Itria. El capital se puede mover fácilmente del sector local al inter-
I nacional, pero no así la mano de obra. Los análisis sobre la econo­
mía dual en Italia (Lutz, 1962, págs. 3-4) y en Japón (Broadbridge,
1966, pág. 6) han encontrado dualismo tanto en la industria como
en la agricultura. En estos dos países, las características de la
operación a gran escala, los métodos modernos que utilizan capital,
la mano de obra asalariada y las altas rentas per capita se hallan en
un sector; las operaciones a escala ínfima, la provisión mínima de
I capital, la mano de obra artesana o familiar y las rentas bajas per
capita se hallan en el otro (Lutz, 1962) ^ La persistencia de este
dualismo, al menos en Japón, ha llevado a muchos economistas
japoneses a intentar dar una explicación, como vimos antes en los
I diversos modelos de lida (1965).
! Esta situación no es privativa de las economías en desarrollo.
Un estudio a gran escala del empleo en Birmingham, Glasgow y
otros dos centros industriales de Escocia en la década de 1960 re­
veló en todos ellos que las diferencias de salario por el mismo tra­
bajo en empresas a pequeña y gran escala iban de 2:1, y que los
beneficios marginales de las empresas a gran escala acercaban la
diferencia a 3:1 (Mackay, 1971, págs. 71-2). En el capítulo 9
indicamos que estas diferencias eran cada vez mayores, y no me­
nores en los países desarrollados, y se ha comprobado que- en las
economías subdesarrolladas se dan diferencias aún mayores (Gan-

“ Esto no excluye la posibilidad de que las grandes firmas utilicen mano


(le obra barata, incluso en plantas bastante grandes, para algunos procesos
intensivos en mano de obra.
284 La teoría económica del imperialismo

nage, 1968, pag. 346). Si la mano de obra no se puede desplazar


fácilmente entre los sectores, hay que suponer que las subsiguien­
tes disparidades crearan, según los marxistas, unos excedentes que
no pueden ser absorbidos o, según los keynesianos, una demanda no
efectiva. En ambos casos, se puede salvar la situación por medio
de una economía orientada hacia la exportación (ejemplos de ello
e Italia), pero el resultado final de este juego es un
empate a cero. Parte de la economía tiene que estar orientada hacia
la importación para equilibrar el exceso de exportaciones.
Por tanto, no hay una razón necesaria para que una economía
dual logre un empleo continuo, a menos que el Estado grave con
impuestos al sector de beneficios altos/salarios altos para financiar
el crecimiento del sector con beneficios bajos/salarios bajos. En
una economía dependiente, el poder tributario del Estado es, por
definición, limitado. Cuando el capital internacional interviene para
evitar los impuestos redistributivos con ayuda de los elementos ca­
pitalistas compradores locales, el crecimiento del mercado domés­
tico es lento y el crecimiento económico general estará frenado,
aunque se aumenten los precios de exportación. El poder relativo
de los distintos grupos dentro de los Estados-nación subdesarrolla­
dos será decisivo para mantener el desarrollo económico.

Distintos intereses se unirán espontáneamente de diferentes maneras con


las firmas extranjeras. Entre sus colaboradores estarán funcionarios sobornados,
la pequeña aristocracia empleada de trabajadores que disfrutan de buenos sala­
rios y de seguridad, la burguesía satélite que dispone de una movilidad y unas
perspectivas mundiales, y las industrias domésticas que producen bienes com­
plementarios y se benefician de la concesión que la EM P [empresa multi-
producto] ha obtenido. En el otro bando están las masas de desempleados, no
empleados y subempleados, los que sufren los altos costes, los competidores’ ac­
tuales y potenciales, y los xenófobos (Streeten, 1971, pág. 157).

Esto es lo que Singer ha denominado dualismo del empleado y del


desempleado (1970).
Streeten sugiere en los párrafos que siguen a la cita que aca­
bamos de dar dos razones de por qué incluso las élites gobernantes
de los Estados-nacion subdesarrollados pueden verse obligadas a
enfrentarse con las compañías transnacionales: en primer lugar, el
peligro evidente que representan las concesiones competitivas para
las compañías puede fomentar la cooperación entre los distintos
Estados subdesarrollados, como hemos visto en los países produc­
tores de petróleo de la O PEP; en segundo lugar, la compe-

L
11. N eocolon ialism o 285

[icncia entre las compañías transnacionales puede proprocionar al


gobierno de un país subdesarrollado la oportunidad de ensayar
na política de «divide y vencerás», como la que llevo a cabo con
jíito durante algún tiempo el presidente Nasser (Streeten, 1971). En
*te último punto hay que tener en cuenta la competencia del mundo
Dinunista. En fecto, cuando esta competencia se debilitó hacia 1962,
1 disminuir la tasa de crecimiento del producto nacional, y como
esultado de las importaciones y de la ayuda de Ultramar, del bloque
pOmunista, tuvo tanta importancia para el decreciente potencial del
lercer Mundo a principios de la década de 1960 como la caída
algunos regímenes populistas bajo la presión de Estados Unidos
^Barratt Brown, 1970a, pág. xxiv).
La mejora de la relación real de intercambio al aumentar la
■ ompetencia por los productos de los países subdesarrollados im
Uica beneficios evidentes. Si la tesis de Emmanuel del «intercam­
bio desigual» y la tesis de Frank del «desarrollo del subdesarrollo»
aeran correctas, esta mejora reduciría la extracción de excedentes
jior las metrópolis, y permitiría, por tanto, el desarrollo. El aumento
áel poder de consumo de los países subdesarrollados por medio
He la relación real de intercambio o por un crecimiento localmente
aducido también contribuiría a mejorar la posición relativa de
.Ds países subdesarrollados, según Sweezy, quien considera que mas
jue crear excedentes, los absorben Pero esto es ver la relación
cal de intercambio separada de toda la división mundial capitalista
Bel trabajo.
La importancia de los países subdesarrollados consistía siempre,
■1 parecer, en proporcionar un excedente debido a una inferior
im posición orgánica del capital para contrarrestar la tendencia a
disminuir de las tasas domésticas de beneficio. Para este fin se
te tenían sectores de la economía con reservas de mano de obra ba­
rata” , pero era imposible mantener esta relación. La acumulación
tíc capital, acelerada por la continua competencia, empuja a los
tapitalistas a elevar la productividad siempre que pueden. Según
expresión de Luxemburg, el proceso del desarrollo metrópoli-satéli-

w O ’Connor plantea la cuestión de la absorción o creación^ en excedentes


la l final de su artículo, pero no ofrece ninguna solución (1970, pág. 141).
» Un ejemplo extraordinario se me presentó cerca de Aligarh, en India
|(U ttar Pradesh), donde una fábrica de tratamiento de leche Glaxo cambiaba
Icasi todo el personal cada año, lo cual desalentaba a los sindicatos y mantenía
lU s tasas de salarios al mínimo.
286 La teoría económica del imperialismo

te es de «asimilación y transformación». Así, Lee nos dice cómo


Luxemburg va más allá de su propia teoría del excedente, de los
bienes de la metrópoli que acapara la periferia, hasta postular la
industrialización de la periferia como abastecedor de su propio mer­
cado interior, pero bajo el predominio del capital metropolitano.
La asimilación implica una transformación. La industrialización se
ha extendido lenta y penosamente, frenada por la extracción de ex­
cedentes para los países metropolitanos, por la concentración en la
producción primaria y por el lento crecimiento de los mercados
interiores. Las relaciones reales de intercambio no son sino una pe­
queña parte de toda la relación de dependencia.
La concentración en la producción primaria resultó en efecto
desastrosa para los países subdesarrollados en las décadas de 1950
y 1960, porque la relación de intercambio disminuyó y por la caída
relativa de la producción primaria que entraba en el mercado mundial
comparada con los bienes manufacturados. Además, los países in­
dustrializados han aumentado de nuevo su participación de produc­
tos primarios en las exportaciones mundiales por medio de medi­
das de protección a la agricultura. Todas estas tendencias aparecen
en la Tabla 32, y la situación sería aún más grave para los países
separados de la URSS, de Europa oriental y de Australia, que apa­
recen en esta tabla como países no industriales.
Con esto parece que ha disminuido mucho la importancia que
pudieran tener los países subdesarrollados para los desarrollados;
pero a pesar de los grandes aumentos en la productividad de la
mano de obra donde las máquinas pueden sustituir al trabajo huma­
no, los inputs de mano de obra directa y barata siguen presentando
ventaja (véase Gillman, 1958); los centros capitalistas desarro­
llados tienen aún que asimilar en su proceso total de produc­
ción a la periferia menos desarrollada. La continua competencia
entre las gigantescas firmas transnacionales les obliga a incluir todos
los nuevos desarrollos industriales dentro de su sinergia, y no
sólo a acaparar recursos y «barrer» mercados a costa de sus rivales,
como hicieron en el siglo xix y principios del xx los capitalistas
ingleses, americanos, alemanes y japoneses.
Hoy día, las grandes firmas disfrutan de cierto grado de inde­
pendencia con respecto a su base nacional; pero son cada vez
más conscientes del conflicto que existe entre sus objetivos y las
tendencias resultantes. Tienen tres alternativas; luchar por ello en
11. Neocolonialismo 287

el mercado mundial, delimitar sus propias áreas protegidas de des­


arrollo, o llegar a un acuerdo sobre unas medidas de desarrollo a
escala mundial similares a las medidas keynesianas aplicadas en
el propio país. Lo que no parecen dispuestos a hacer es abandonar el
mundo subdesarrollado, tachándolo de «marginal» y luchar sólo
dentro de los países desarrollados (véase Cardoso, 1972, pág. 93).
Es cierto que la mayor parte de las inversiones de los centros
capitalistas desarrollados se concentra ahora en inversiones cruza­
das entre ellos, pero lo que les interesa a los capitalistas de todos
los países es evitar que ninguna parte del mundo se salga de su ór­
bita y, sobre todo, según la teoría marxista, retener la mano de
obra potencial para explotarla bajo su control.

TABLA 32.—Principales flujos y relaciones reales de intercambio


en el comercio mundial, 1876-1970 (a precios co­
rrientes).

flujos en % del 1876-


comercio mundial 1880 1913 1928 1938 1953 1960 1970

países industríales 71 67 60 59 55 63 68
a industriales 45 43 38 35 33 42 52
a no industriales 26 24 22 24 22 21 16
países no industriales 29 33 40 41 45 37 32
a industriales 25 28 26 29 24 20 18
a no industriales 4 5 14 12 21 17 14

productos primarios como


% del comercio total 64 64 61 63 52 45 34
países industriales
% de exportaciones de
productos primarios 42 55 40 36 40 47 44
productos primarios/
manufacturas: relacio­
nes de intercambio 107 100 93 73 111 93 86

Los países industriales comprenden Estados Unidos, Canadá, Japón, CEE y


EFTA.
Los países no industriales incluyen URSS y Europa Oriental, Australia y
Nueva Zelanda.
Fuentes: Yates (1959, cap. 3); G A TT (1958, 1970).

Por estas razones, la importancia que hemos concedido en este


libro a la continua competencia oligopolística ha sido puesta en
288 La teoría económica del imperialismo

duda por Arrighi, quien considera que el interés de los oligopolios


en los países subdesarrollados es esencialmente conflictivo (1970,
pág. 257). Mandel presenta un punto de vista opuesto, pues cree
que la competencia sigue existiendo sólo entre capitalistas nacio­
nales de Estados Unidos, Europa y Japón (1970). Si hoy día la
competencia tiene lugar entre las propias compañías transnaciona­
les, que toman actitudes un tanto oportunistas frente a los intereses
de los Estados-nación, entonces existe la posibilidad de que el
mundo se vuelva a dividir en compañías gigantes no tanto siguiendo
líneas nacionales como por medio de un acuerdo sobre un marco
internacional de instituciones que sustituyan a las establecidas en
Bretton Woods. Este marco contendrá la rivalidad entre compa­
ñías transnacionales, lo mismo que un cártel contiene los intereses
conflictivos de sus miembros. Los super-Estados — Estados Unidos,
la C EE y Japón— tendrán que intervenir a petición de sus gran­
des firmas para proteger el desarrollo de las principales áreas que
puedan asimilar.
La C EE está marcando la pauta en los convenios con sus
países asociados; se está fomentando cierto desarrollo económico
real en el sur de Europa y en el norte de Africa, siempre limitado
por una especie de economía dual internacional entre sectores avan­
zados y sectores atrasados (Barratt Brown, \912a, pág. 137). Quie­
nes afirmen que este tipo de «desarrollo protegido» no desarrolla,
pueden estudiar las economías duales de Italia y Japón. Se desarro­
llan en cierta medida; y en el proceso nace no sólo una clase obrera
industrial con unas ambiciones mayores de las que pueden satisfa­
cer unas cuantas élites en las compañías transnacionales, sino tam­
bién un campesinado rural frustrado a quien se excluye de los be­
neficios que obtienen los que poseen tierra y capital suficiente
para permitirse una «Revolución Verde». Estas dos clases forman
la yesca de la revolución.
Los economistas neoclásicos consideran todo esto como simple
especulación política alrededor de una conclusión que sólo confirma
su tesis de que el capitalismo desarrolla verdaderamente. Las eco­
nomías duales son, por tanto, resultado de la interferencia política
más perversa con la acción benéfica de las fuerzas económicas, y
donde «las grandes compañías comparten la nueva creencia en que
las pequeñas compañías están no para que se las explote, sino para
reorganizarlas y reequiparlas a fin de que numente la producti­
vidad en un amplio frente, puede tener lugar un progreso consr
11. Neocolonialismo 289

derable» (Broadbridge, 1966, pág. 93; Alien, 1965). Esta es la


conclusión que se saca de un estudio sobre el dualismo industrial
en Japón que es mucho más cauto al tratar el dualismo en la
agricultura. El hecho es que la intervención masiva del Estado ha
sido necesaria para destruir la estructura dual de la economía japo­
nesa, del mismo modo que la intervención masiva del Estado ha
sido necesaria para mantener el desarrollo en las regiones deca­
dentes de los países industriales avanzados (Macrone, 1969, pá­
gina 149).
Los Gobiernos han gravado efectivamente con impuestos el sec­
tor de salarios altos/beneficios altos en desarrollo, para transferir
capital al sector subdesarrollado de bajos salarios/bajos beneficios.
El fin del dualismo no ha sobrevenido como resultado de la libre
actuación de las fuerzas del mercado, y la ayuda económica no ha
logrado apenas acortar la diferencia entre zonas avanzadas y zonas
retrasadas incluso dentro de las naciones desarrolladas, no digamos
ya entre éstas y las subdesarrolladas. Sin embargo, la diferencia
se ha acortado un poco, y se debe claramente a que al sector de
salarios altos/beneficios altos le conviene pagar impuestos y prestar
fondos a las autoridades estatales para hacer transferencias al sector
de bajos salarios/bajos beneficios. Esto obedece a una doble moti­
vación: a que de este modo se utilizan recursos subutilizados y a
que, en la medida en que el Estado se encarga de la producción en
el sector de beneficios bajos/salarios bajos, se puede devolver el ex­
cedente del sector estatal al sector de salarios altos/beneficios altos
a través de inputs más baratos (porque no obtienen beneficios)
para los procesos de producción del segundo. Esta es precisamen­
te la situación de las industrias nacionalizadas inglesas, como admi­
ten incluso los economistas neoclásicos (Meade, 1964, págs. 68-69),
y por descorazonador que sea, excepto en que aumenta la conciencia
obrera, para quienes pensaron que estas industrias son un paso
hacia el socialismo, la nacionalización ha mantenido efectivamente
el crecimiento económico.
El papel de las industrias estatales en los países capitalistas
subdesarrollados es aún más ambiguo que en los países desarrolla­
dos. Si las industrias del Estado proporcionan inputs baratos para
las gigantescas compañías transnacionales que operan en el sector
de altos beneficios/altos salarios, el crecimiento local será lento
porque los excedentes se transferirán a la metrópoli. Hemos de
decir que esto les resulta muy difícil a los Gobiernos de los países

10
290 La teoría económica del imperialismo

subdesarrollados, porque la oferta de capital viene en forma de


inversiones directas de las compañías gigantes en sucursales locales,
y no en forma de inversiones indirectas en títulos de los Gobiernos
locales realizadas por los rentistas de los países capitalistas avanza­
dos (Sutcliffe, 1972, pág. 175). Sin embargo, como éste es capital
«arriesgado», y no valores con garantía estatal, la posibilidad de
repudio es mayor. Sé pueden nacionalizar las compañías transna­
cionales, o al menos la parte que opera en el país en cuestión.
La nacionalización contribuirá al desarrollo económico local,
cuanto más ocupada esté una compañía en la producción para un
mercado local en unos o varios países subdesarrollados, y cuanto
mayor sea el número de fases de la producción que tengan lugar en
el país (o países) subdesarrollado, incluida la fase clave de produc­
ción del propio equipo de capital. Cuanto más próxima a la posición
de monopolio sea la posición que un país subdesarrollado, o un
grupo de estos países actuando en colaboración, puede ejercer sobre
las principales fases de la producción de una compañía, más fuerte
será su posición, y tanto mayor será la resistencia que oponga. La
resistencia a la nacionalización de las minas de cobre de Zambia,
Zaire y Chile son buenos ejemplos de ello, pero también es un
hecho importante que hasta la fecha’’ los Gobiernos de estos tres
países no hayan logrado colaborar de modo eficaz por medio de su
organización conjunta, CIPEC. Los países productores de petróleo
han actuado con más acierto, aunque no controlaban el márketing,
como tampoco la CIPEC, ni las refinerías (Penrose, 1968, pág. 208).
Si no se nacionalizan los activos de las compañías extranjeras,
los intentos de los Gobiernos de regular los beneficios, a la rela­
ción real de intercambio, o incluso la balanza de comercio, es
fácil que sean abortados por las políticas de precios de las compa­
ñías, pero se pueden implantar controles físicos e impuestos. Se
puede considerar que la ayuda económica es una forma de trans­
ferencia de excedentes desde las regiones de beneficios altos/salarios
altos a las regiones de beneficios bajos/salarios bajos, de modo que
vaya de nuevo a expandir la acumulación en las metrópolis, pero
cubra una parte del coste de reembolso de deudas. El peligro reside
en los vínculos que se establecen. El estudio más detallado que se
ha efectuado sobre el funcionamiento de la ayuda económica inter­
nacional en América Latina revela no sólo que las políticas basadas
en la teoría monetaria neoclásica iban unidas, con resultados de­
sastrosos, a programas de ayuda (Hayter, 1971, pág. 136), sino
11. Neocolonialismo 291

también que las políticas de tipo keynesiano no eran mucho mejo­


res. En cualquier caso, este mismo estudio revela que un memorándum
sobre la política interna del Banco Mundial dispone que no se
puede proporcionar ayuda a «los países que nacionalicen activos
de propiedad extranjera sin compensación, que no reembolsen sus
deudas o en los que existan créditos a favor de inversores extran­
jeros que el Banco Mundial considere que deben pagarse» (Hayter,
1971, pág. 15)
Podemos decir, por último, que el continuo interés por parte
de los capitalistas metropolitanos en los países subdesarrollados, que
hoy en día implica mayores inversiones en manufacturas que en
producción primaria, lleva asociado cierto desarrollo económico, pero
un desarrollo dependiente; al mismo tiempo, su falta de interés
en un desarrollo más rápido demuestra que el objetivo principal de
los grupos capitalistas metropolitanos no es ampliar los mercados,
sino retener el proceso productivo dentro de un marco capitalista.
Esto es lo que significa el neocolonialsmo; y dentro de él la «sim­
biosis», como se la ha llamado (Penrose, 1968, págs. 251-2), de
las grandes compañías transnacionales y del Estado en los países
subdesarrollados, constituye la realidad fundamental.

El problema más importante del Gobierno chileno que presidiera el fa­


llecido doctor Allende fue su lucha continua con las minas de cobre propiedad
de Estados Unidos acerca de los términos de la compensación a pagar. Véase
el Financial Times, 1 de diciembre de 1972.
(^lapítulo 12
¿«IMPERIALISMO» ECONOMICO SOVIETICO?

A primera vista puede parecer que el concepto de una forma


soviética de imperialismo implica una explicación no-económica del
imperialismo. Desde el punto de vista neoclásico, el imperialismo
soviético es esencialmente un fenómeno político.

E l problema de Rusia no es que sea socialista, sino que es Rusia. De hecho,


rl régimen stalinista es fundamentalmente una autocracia militarista ... la
obra de un hombre que tuvo poder suficiente para mantener a aquel pueblo
en la abyecta miseria y sumisión y para concentrar todas las fuerzas de un
aparato industrial subdesarrollado y defectuoso en un único objetivo militar
(Schumpeter, 1943; 1947 ed., págs. 398-9).

Los regímenes post-stalinistas de Rusia no han sido tan milita­


ristas ni tan autocráticos como aquél. Y, sin embargo, la invasión
lie Polonia (por dos veces), Hungría, Checoslovaquia y China por
tropas rusas ha tenido lugar después de la muerte de Stalin. No
podemos tomar en serio la excusa de que estaban destinadas a
derrotar a las fuerzas capitalistas, imperialistas y contrarrevolucio­
narias. La vista de dos Estados declaradamente socialistas a punto
de entrar en una guerra a gran escala — como han estado la Unión
Soviética y China— debe parecer increíble a los ojos de un mar-
xista. Pero ni a los keynesianos ni a los liberales neoclásicos les
sorprenderá ver que el nacionalismo «domina en la esfera soviética»
293
i
294 La teoría económica del imperialismo

(Robinson, 1970a, págs. 98-9) y que no se limita a los Estados


capitalistas.
Para diagnosticar como imperialista, eli sentido marxista, la
política exterior soviética, tendríamos que suponer que algunos ras­
gos similares de la estructura económica soviética se corresponden
con otros en las estructuras económicas capitalistas. Se pueden hallar
fallos en la demanda efectiva doméstica debidos a las desigualdades
de la renta, o capacidades sub-óptimas y excedentes de bienes resul­
tado de una planificación irracional. En Rusia se han formado
excedentes; pero no hay razón para suponer que la planificación
soviética no pueda evitar en general la formación de excedentes y
asegurar un equilibrio entre ahorros e inversiones o entre oferta
y demanda de bienes. Y, sin embargo, se ha acusado a la URSS
de explotación económica.
La discusión que hizo que el «Che» Guevara fuera expulsado
del Gobierno de Fidel Castro en Cuba fue que:

E l socialismo no puede existir sin que mediante un cambio de las conciencias


surja una nueva actitud de fraternidad hacia la Humanidad. ... Creemos que la
responsabilidad de ayudar a los países dependientes debe ser tomada con ese
espíritu y que hay que dejar de hablar de desarrollar el comercio en beneficio
mutuo basado en unos precios abusivos en desventaja de los países subdesarro­
llados, por la ley del valor y por las relaciones internacionales de intercambio
desigual que genera la ley del valor (Guevara, 1965).

Hay que decir, sin embargo, que Cuba no es satélite de la


URSS en el mismo sentido que lo son otros Estados sudame­
ricanos con respecto a Estados Unidos. La eliminación del desempleo
en Cuba y la continua mejora del nivel de vida de los cubanos
constituyen pruebas fehacientes (Seers, 1964, Fagen, 1972). El des­
arrollo económico de los Estados conmnistas de Europa del Este
es igualmente evidente (véase Tabla 26). Cabe aceptar la tesis de
los rumanos de que este desarrollo podría haber sido más rápido
si se hubiera basado en un esfuerzo socialista local sin hegemonía
económica soviética (Newens, 1972), pero la tasa de desarrollo es in­
negablemente más rápida que la de la mayoría de los países capitalis­
tas subdesarrollados. La ayuda soviética a países subdesarrollados no
comunistas ha sido muy escasa, en especial desde 1965 (véase más
adelante Tabla 34) — la única excepción es la ayuda militar a
Egipto, por ejemplo— , pero los receptores consideraron que los
12. ¿«Imperialismo» económico soviético? 295

términos en que se concedía la ayuda eran mucho más generosos


que los de la ayuda capitalista (véase Nkrumah, 1965, pág. 243).
Si el objetivo principal de la política soviética ha sido mantener
a los Estados comunistas dentro del marco del bloque soviético,
¿fueron sus razones exclusivamente políticas? ¿O acaso hubo una
razón económica subyacente, como en objetivos similares de la
política capitalista? Primero tenemos que observar que la mayor
parte de los marxistas fuera de la Unión Soviética reconocen que
hubo un «período de transición» previo a las dos fases de la Socie­
dad Comunista que Marx distinguía en su Critique of the Chota
Programme. Esto está en línea con la descripción de Marx de las
«primeras fases de la Sociedad Comunista tal como aparecen des­
pués de los largos dolores del parto de la sociedad capitalista»
(1935b, pág. 565), y de lo que Marx sigue diciendo:

Entre la sociedad capitalista y la comunista se extiende el período de la


transformación revolucionaria que lleva de la primera a la segunda. A esto
corresponde también un período de transición política en el que el Estado
sólo puede ser una dictadura revolucionaria del proletariado (pág. 577)

Es probable que este período de transición se prolongue cuando


un país subdesarrollado, como lo era Rusia en 1917, tiene primero
que industrializarse antes de poder alcanzar la primera fase del
comunismo. El camino hacia la industrialización es duro. La acumu­
lación para el día de mañana tiene que partir de los excedentes mí­
nimos de hoy. La acumulación capitalista implicaba mano de obra
esclava y contratada en las minas y plantaciones en Ultramar, tra­
bajo de mujeres y niños en las minas y en las fábricas textiles
del propio país. «E l puño de hierro de la primitiva acumulación»,
como lo llamó Preobrazhensky en 1926 (ed. inglesa, 1965), presio­
na para que se pueda acumular para el futuro el margen entre la
mera subsistencia y la inanición. Este proceso no se ha materializado
nunca, excepto por medio de la dictadura y la represión. Los ex­
cesos de Stalin hay que ponerlos en parangón con las Leyes sobre
Combinaciones * , Tolpuddle * * y Peterloo * * * en Gran Bretaña y

* Combinations Laws = Leyes promulgadas en 1799 y 1800, en Inglate­


rra, declarando ilegal el sindicalismo obrero. (N. del T.)
* * Mártires de Tolpuddle = seis obreros ingleses condenados en 1834 por
su intento de organizar sindicatos en el pueblo de Todpuddle. (N. del T.)
* * * Represión sangrienta en St. Peter’s Field, Manchester, el 15 de agosto
de 1819, de una reunión obrera para protestar del paro y del hambre. (N. del T.)
M
ili i 296 La teoría económica del imperialismo

la esclavitud en las colonias inglesas. Según este punto de vista, la


revolución rusa de 1917 no fue tanto una combinación de revolu­
ción capitalista y socialista, como cree Deutscher (1967), como una
revolución industrial llevada a cabo por los comunistas (Carr, 1968).
Esto contribuye, desde luego, a explicar las luchas enconadas hasta
extremos insopechados entre y dentro de sociedades «socialistas»
genuinas.
Dentro de la economía soviética, la industrialización se efectuó
por medio de la acumulación a costa de la masa abrumadora de la
población campesina. No hubo revolución en el campo ruso hasta
'ni que se obligó al campesinado a colectivizarse en 1929 (Shanin,
í‘|li|li
1972íí, págs. 145-61). La «revolución desde arriba» comportaba lo
que Lange llamó «el asentimiento del pueblo ... obtenido ex post
jacto por medio de la propaganda y las actividades educativas del
Partido Comunista» (1944), pero también por el poder de la policía
secreta de Stalin. Tanto el establishment militar soviético como la
burocracia centralizada soviética fueron necesarios para apoyar esta
revolución contra las tensiones internas y al mismo tiempo para de­
fenderla contra las presiones externas. Marx no hubiera esperado
una transición tan rápida al socialismo a partir de una base tecno­
lógica tan baja como la que existía en la Rusia anterior a la revo­
lución; y un vez establecido el aparato represivo era difícil de
desmantelar. Externamente, el poder soviético presentaba unas fuer­
tes y continuas tendencias predatorias.
Sin embargo, si la economía soviética no es una economía so­
cialista, tampoco es capitalista. La tendencia a dominar Estados
satélites no parece deberse a las leyes de la acumulación capitalista.
Quizá debiéramos modificar la afirmación de que no es probable
que surja un excedente no planeado de productos en la economía
soviética que busque mercados fuera de ésta. Stalin (1952), al
tiempo que negaba la posibilidad de que hubiera crisis de sobre­
producción en una economía planificada, sorprendentemente hablaba
«con confianza» de la posibilidad de que «los propios países socia­
listas sientan la necesidad de encontrar un mercado exterior para sus
productos excedentarios». Dada la regulación de los ahorros, sala­
rios y precios, dentro de una economía planificada se pueden evitar
fácilmente los excedentes. Pero no hemos tomado la interpretación
del subconsumo de Marx para dar una fundamental explicación mar-
xista del imperialismo en economías capitalistas desarrolladas. Más
bien hemos visto que era la tesis keynesiana de las economías ca-
12. ¿«Imperialismo» económicx) soviético? 297

Jpitalistas. Nuestra interpretación se basaba en el conflicto entre


Id objetivo de la acumulación capitalista competitiva y la tendencia
Idc la creciente productividad a reducir la mano de obra que ha de
[crear el excedente para la acumulación. ¿Existe un conflicto simi-
lUr en la economía soviética?
Aquellos marxistas que creen en tal similaridad basan su tesis
Icn la continuación de la producción de mercancías en la economía
lioviética. Stalin afirmaba que la producción de mercancías, y por
anto la ley del valor de Marx, seguían operando en la Unión So­
viética, porque «el Estado sólo se deshace de los productos de las
apresas estatales ... pero las granjas colectivas no están dispuestas
deshacerse de sus productos excepto en forma de mercancías, a
nbio de las cuales quieren recibir las mercancías que necesitan»
[1952, págs. 19-20). Bettelheim afirmaba que:

... esto no basta. El proceso de coordinación por medio de un plan reduce el


ea dentro del cual se manifiesta el intercambio de mercancías. ... Pero un
vían sólo puede coordinar de modo eficaz en unas condiciones políticas («par­
ticipación efectiva de las masas») y económicas («análisis científico, social y eco-
ómico») que aún no se han dado. ... La plusvalía bajo el capitalismo estatal
tcomo califica a la economía soviética] puede ser utilizada por un Estado obrero
ra fines socialistas, pero puede ser mal aplicada por una «clase gobernante»
ompuesta de una alianza entre directores y sus controladores [estatales]
(1970a, págs. 53-4, 76-7).

Lo que quiere decir con «participación efectiva de las masas» lo


[definió, en un artículo posterior, como el «dominio de los pro-
Iductores inmediatos sobre sus condiciones de vida y, por tanto, en
[primer lugar, sobre sus medios de producción y sus productos»
|(1970¿, pág. 2). Sweezy comenta que esto debe significar algo
[más que el dominio por parte de los obreros de sus medios de pro-
jducción, o incluso su «posesión», como en Yugoslavia (1972, pá­
gina 9). Esta distinción entre posesión y dominio es clave en el
análisis de Bettelheim. Si «el aparato estatal no está dominado de
Iun modo efectivo por los obreros», entonces los funcionarios esta­
tales llegan a ser los «propietarios efectivos», y no sólo disponen
del excedente como mejor les parece, sino que además «están obli­
gados a conceder un papel dominante al mercado y al criterio de
rentabilidad» (Bettelheim, 1970 íZ, pág. 81).
En un seminario sobre la transición al socialismo, celebrado
en Santiago de Chile en octubre de 1971, de donde acabamos de
298 La teoría económica del imperialismo

tomar la cita, Sweezy dio a conocer algunas de las condiciones ne­


cesarias para el dominio por los obreros. Entre ellas está anteponer
la igualdad a la eficacia, comenzar a abolir la distinción entre tra­
bajo mental y físico y entre industria y agricultura, libertad total
de discusión y crítica, considerar el trabajo como una actividad
creadora, como un fin, no un medio, y extender continuamente
el abastecimiento gratuito en vez de distribuir los recursos por
medio de salarios e impuestos sobre la renta y el gasto monetarios
(Sweezy, 1972, págs. 10-2). Prácticamente no está teniendo lugar
ninguno de estos desarrollos en la Unión Soviética o en Europa del
Este, aunque, según Robinson (1969) se están dando algunos en
China y, según Fagen, en Cuba (1972).
El otro requisito necesario a juicio de Bettelheim para convertir
la coordinación por medio de un plan estatal en un instrumento del
socialismo, que reduzca y sustituya en último término el intercambio
de mercancías, es el desarrollo del análisis social, económico y
científico basado en cálculos económicos en oposición a los mone­
tarios. Stalin afirmó que la ley del valor de cambio de las mer­
cancías se extiende también a la producción en el sector estatal
y a los intercambios entre industria y agricultura, no como «función
reguladora», sino como «influencia sobre la producción». La razón
es que «cosas como la contabilidad de costes y la rentabilidad, los
costes de producción y los precios, etc., tienen verdadera importan­
cia en nuestras empresas. En consecuencia, nuestras empresas no
pueden, ni deben, funcionar sin tener en cuenta la ley del valor»;
y Stalin prosigue (escribía en 1952, no en 1942 ó 1932):

En las condiciones actuales, esto no es malo en realidad, puesto que en­


trena a nuestros ejecutivos empresariales ... a contar las magnitudes de la
producción ... con exactitud ... a buscar, hallar y utilizar reservas ocultas ...
a rebajar los costes de producción, a practicar la contabilidad de costes y a
hacer rentables sus empresas (1952, pág. 23).

Bettelheim criticaba precisamente que esto fuera verdad. Pero


para sustituir el cálculo monetario por un cálculo económico es
necesario establecer un patrón de medida de la utilidad social. Esto
implica el cálculo de «diferentes tipos de mano de obra y pro­
ductos ... a fin de regular, basándose en esta medida, la distribu­
ción de los trabajos [es decir, del trabajo social] entre las distintas
producción» (1970tt). Pero mientras que, con el modo de pro­
ducción capitalista, puede estar basado en un concepto de tiempo
12. ¿«Imperialismo» económico soviético? 299

de trabajo socialmente necesario y se puede medir por el rendi­


miento del capital, con un modo de producción socialista el ren­
dimiento del capital no tiene importancia. El tiempo de trabajo se
convertiría en la medida pertinente; pero las distintas industrias
«íguirán teniendo distintos niveles de productividad. La crítica neo-
ricardiana de la teoría del capital se enfrentaba con el mismo pro­
blema. Los rendimientos del capital no son una medida de la in­
tensidad de capital, y menos aún en el socialismo. Es necesario
hallar otra medida (véase Chattophadhay, 1972, págs. 13-29). Quizá
•irva el concepto de «trabajo fechado» de Sraffa, dado un tipo
[de interés aceptado en general como determinante de la tasa de
jcrecimiento (1960, pág. 38).
Para nuestros propósitos no es necesario adentrarnos en esta
discusión \ sino sólo observar que en la Unión Soviética la ausencia
de una medida no-monetaria de la utilidad social del trabajo y la
persistencia de la producción de mercancías implica no sólo el do­
minio del aparato burocrático del Estado y de sus dirigentes sobre
los obreros dentro de la Unión Soviética, sino también en los
jpaíses cuyas economías están integradas en la de la Unión Soviética.
Significa también, puesto que los planificadores soviéticos, faute de
mieux, aceptan los precios del mundo capitalista en sus relaciones
de comercio exterior, que la economía soviética está, como antes
estuvo, inmersa en la economía mundial capitalista y, por tanto, en
las relaciones imperialistas de competencia. Esta es la conclusión
tque obtiene Mattick en su estudio del «capitalismo de Estado»,
como denomina a la economía de la Unión Soviética. «Sólo existe
una razón de peso para conservar la ley del valor en su definición
rusa, y es la de dar a las condiciones de desigualdad, como las que
prevalecen en la economía capitalista-estatal, la apariencia de una
ley económica» (1969, pág. 317).
Como Marx siempre aclaró, el efecto de la producción de*

* Quizá deba hacerse observar que en su recensión, crítica pero muy co-
I rtecta, de la obra de Bettelheim (1972), Nove parece empeñarse en no com-
I prender el tipo de cálculos a que se refiere Bettelheim, y parece deseoso
I únicamente de explorar una comparación con los escritos de Trotsky y Yurovsky
en la década de 1920. Después, la aparición de los computadores ha hecho
posible la evolución de precios sombra a partir de modelos de programación
lineal. Para presentar estos trabajos se necesita precisamente un marco con-
j ceptual como el que Bettelheim ha empezado a construir. Véase también, para
una exploración más profunda del problema, Bodington (1973).
La teoría económica del imperialismc^

mercancías es correr un velo sobre las relaciones sociales que im­


plica el proceso de producción y sobre las contribuciones y recom­
pensas relativas de cada individuo participante en el proceso (1946,
capítulo 1, sección 4). La tasa de acumulación que goza la Unión
Soviética nunca se hubiera alcanzado si la población obrera, y desde
luego la población agrícola, hubieran sido conscientes de la pro-i
porción de su jornada de trabajo, que se les arrebataba para inver­
tirla en el futuro por medio de precios y salarios relativos que se
fijaban centralmente. En gran parte, fue la ocultación de estos va­
lores relativos no-monetarios en el intercambio de mercancías entre
la Unión Soviética, los miembros del bloque soviético y otros paíse^
subdesarrollados, lo que condujo a que se la acusara de «imperialis­
mo soviético» (Zauberman, 1955).
Esto quizá parezca muy similar a la explotación de los países
subdesarollados por los propietarios de capital de los países des­
arrollados del mundo capitalista. En efecto, es una opinión muy
extendida la de que los sistemas soviético y capitalista convergen
(vease Tinbergen, 1962, pags. 34-9). Esta noción de sistemas con­
vergentes podría significar que cuanto mayor es la planificación esta­
tal en las economías capitalistas, menos dependen de la explotación,
en especial de la explotación de otros países, y que a medida que
crece la importancia del mercado en el sistema soviético, más pro­
bable es que desarrolle relaciones de explotación. Sin embargo,
apenas existen pruebas de que en los países soviéticos se pueda
subordinar el plan central a la acción de las relaciones de mercado
sin que las burocracias estatales ofrezcan una resistencia masiva;
igualmente, no se podría subordinar el mercado a la planificación
central en los países capitalistas sin la furiosa resistencia de los pro­
pietarios de capital. En un debate sobre la cuestión del socialismo
de mercado, Bettelheim y Sweezy coincidían en que:

... confiar cada vez más en el mercado, no como retirada temporal [como
la NEP de Lenin], sino como un paso ostensible hacia una economía «socialis­
ta más eficaz ... en vez de debilitar la burocracia, politizar las masas y con­
ceder a los propios obreros cada vez más iniciativa y responsabilidad ... [sería]
volver al dominio de clases y en último término a la restauración del capitalis­
mo (Sweezy, 1970, pág. 21).

La única prueba real es el caso de Yugoslavia (véase Singleton,


1971-72; 1972). Allí, el principio de descentralización se ha tra­
ducido más en descentralizar la burocracia que en debilitarla; sin

J
1 ?. ¿«Imperialismo» económico soviético? 301

I n plan central fuerte, la devolución del poder político a los Estados


'(■ la Federación hubiera permitido a los Estados mas ricos des-
i-rollarse a costa de los pobres; como no está controlada la com-
i Etencia de mercado entre empresas, que pertenecen a los obreros
pero que operan según el principio de rentabilidad, y no según
in plan social, de nuevo los ricos se benefician a costa de los pobres;
lo mismo ocurre con los campesinos, las cooperativas que disfrutan
di; un mercado de exportación para cerveza y vinos florecen, mien-
ras que la masa de campesinos individuales es aplastada. Como re­
sultado, encontramos en Yugoslavia «todas las contradicciones ca­
racterísticas de las relaciones capitalistas de mercado, como un
desarrollo desproporcionado, quiebras de negocios, desempleo e in­
flación y las alzas y bajas del ciclo económico (Mattick, 1969, pá­
gina 288). Sin embargo, no hay señales de que la Unión Soviética
ni ningún otro de los países del bloque soviético siga este camino;
V hay que decir que Ota Sik, el ministro de Economía del Gobier­
no de Dubcek en la «primavera de Praga», que a menudo es con­
siderado como el ideólogo del socialismo de mercado, no estaba
dispuesto a relajar la fuerte planificación social de la asignación de
recursos cuando alentaba la participación maxima de los obreros
en esta planificación y en la ejecución de los planes en toda la eco­
nomía (Sik, 1967; 1968, resumido en Barratt Brown, 1970¿, ca­
pítulo 8).
Parece probable que en el supuesto de que se intenten resol­
ver las dificultades internas, que en el caso de Yugoslavia se de­
bieron en principio al cese súbito de los abastecimientos soviéti­
cos prometidos, aumentado cada vez más la dependencia de las
relaciones de mercado en detrimento del plan social, se intensifica­
rá la explotación de los pobres por parte de los ricos. Las pruebas
existentes indican una disminución, y no un aumento de la desigual­
dad en los últimos veinte años, al menos en la Unión Soviética, ya
que no en otros países del bloque soviético (Wiles y Markowski,
1971, pág. 344). Mientras no haya libertad de discusión, los obre­
ros no estarán en condiciones de dominar el plan social, y mientras
no se idee e instituya un cálculo no-monetario de las contribucio­
nes económicas, es de esperar que surjan tensiones en el bloque
soviético, como las que estallaron en Yugoslavia en 1949, en Bu­
dapest y Varsovia en 1956, en China en 1960, en Praga en 1967
y en los puertos bálticos de Polonia en 1970. Además, mientras la
302 La teoría económica del imperialismo

Unión Soviética sienta la presión de la competencia imperialista,


responderá a estos estallidos con tanques y represión; pero no
parece justificable ver en la agresión soviética la misma fuerza
de las presiones económicas que hemos visto en la agresión de
Estados Unidos. Algunos no-marxistas y marxistas aceptan, sin em­
bargo, que la primera es en gran parte una respuesta a la segunda
(Robinson, 1969, pág. 42).
Se dice que las pruebas del «imperialismo económico» soviéti­
co se encuentran en tres grandes campos: las empresas mixtas so-
vietico-satelites de los años de la postguerra, la discriminación de
precios de la URSS contra otros miembros del bloque sovié­
tico y la utilización del Comecon, el Consejo de Ayuda Económica
Mutua, por la Unión Soviética y otros miembros ricos del bloque
para explotar a los más pobres. Además, se cree en general que todo
el sistema soviético implica una especie de imperialismo económico
en el que la riqueza está imbuida en la jerarquía del Partido Comu­
nista, en la llamada «clase nueva» (Djilas, 1957).
Veamos, en primer lugar, las empresas mixtas, que fueron de­
nunciadas por los yugoslavos en 1950, pero que de hecho se re­
montan a los años veinte, cuando fueron ensayadas en Mongolia
(Prybla, 1964, pág. 471). En esencia, de lo que se quejaba Europa
del Este en los años cincuenta era de que las compañías anónimas
se basaban en valoraciones falseadas de las inversiones de las dos
partes, y que estaban ideadas para limitar el desarrollo que no en­
cajaba en los planes soviéticos; pero también las acusaban de
monopolización del mercado a costa de los operadores locales in­
dependientes, discriminación en aranceles y políticas de fijación de pre­
cios, y de que la Unión Soviética incumplía sus compromisos de
suministros. Dedijer menciona que Stalin se puso de acuerdo con
Tito en que tales compañías eran «poco adecuadas para Yugosla­
via y que sólo deberían establecerse en países que en otros tiempos
fueron enemigos» (1953, págs. 285-96). Así, quizá se las pueda
considerar como parte de la política soviética para obtener repara­
ciones de guerra.
La discriminación de precios constituyó una amarga queja por
parte de polacos y húngaros frente a la Unión Soviética en 1956,
y quizá también deba considerarse parte de la política soviética de
reparaciones de guerra. Que continuaron hasta los años sesenta lo
probó Mendershausen, quien halló que:
12. ¿«Imperialismo» económico soviético? 303

los soviéticos tendían a cobrar a los países del bloque más caras las exporta­
ciones y a pagarles menos las importaciones, en los casos en que tanto el
bloque como Europa Occidental compraban o vendían categorías de mercancías
similares a la URSS. Esta tendencia era mucho más marcada en relación con
las exportaciones que con las importaciones (véase Holzman, 1965, pág. 44).

Sin embargo, se ha demostrado que estas tendencias se debían


más bien a la discriminación occidental frente a los países del
bloque y a algunas políticas deliberadamente autárquicas en el blo­
que soviético, por las cuales todos los intercambios entre sus
miembros tienden a tener lugar a precios algo más bajos que los
mundiales (Holzman, 1965).
La queja más seria que presentan los miembros menos des­
arrollados del propio bloque soviético es el uso, en el comercio
dentro del bloque, de los precios del mundo capitalista como base
para su negociación, en vez de los precios basados en los costes de
producción dpntro de bloque (Pryor, 1963, pag. 156). Los econo­
mistas polacos ya han diseñado toda una serie alternativa de pre­
cios sombra a partir de un modelo de programación lineal de todo
el bloque, pero aún no se ha adoptado. Es significativo que las
presiones para seguir utilizando los precios del mundo capitalista
provienen de los países mas avanzados: Alemania Oriental y Che­
coslovaquia, y la oposición, de los menos avanzados — Polonia,
Bulgaria y Rumania— con el decidido apoyo, sin embargo, de al
menos un economista soviético, Ostrovityanov (vease Pryor, 1965,
página 156). Cuando el grupo de la oposición no logró llegar a un
acuerdo acerca de cómo medir los costes de producción de diversos
Estados a distintos niveles de desarrollo tecnológico., los precios del
mundo capitalista quedaron como indiscutidos. Hasta ahora no se
ha resuelto el problema de cómo determinar el nivel adecuado
de subsidios o de protección para industrias estratégicas, industrias
nacientes y países con dificultades temporales en su balanza de
pagos. De nuevo, la razón es la falta de una base no-monetaria de
cálculo en una economía de intercambio de mercancías. Como ya
hemos visto antes, esto plantea a los marxistas grandes dificul­
tades a la hora de comparar precios en países con niveles muy
diferentes de tiempo de trabajo socialmente necesario.
En la discusión entre Rumania y el Comecon, la argumenta­
ción de Rumania es la que hemos encontrando antes: que los precios
del mundo capitalista se fijan según los niveles de productividad
de los países más desarrollados. Así, escribía un autor rumano:
304 La teoría económica del imperialismo

Si el criterio de economizar tiempo de trabajo social llegara a ser la base


para la división internacional del trabajo [es decir, si la especialización se de­
terminara por los costes relativos de trabajo], tendería a perpetuarse el atraso
de los países subdesarrollados y a conservar la vieja estructura económica here­
dada del dominio de los trust monopolísticos (véase Montias, 1964, pág. 32).

En consecuencia, los rumanos pedían protección para las indus­


trias nacientes y contra las dificultades de balanza de pagos; y
hallaron la respuesta de un economista checo que quería «asignar
unas líneas dadas de producción, por acuerdo mutuo, a los países
con la tecnología más avanzada» (véase Montias, 1964, pág. 132)
y de otro que se quejaba de que «algunos países subdesarrollados
[del bloque soviético] descuidaban sus compromisos de exporta­
ción, poniendo así en peligro el cumplimiento de los planes de sus
socios» (Montias, 1964, pág. 144). Lo que preocupa a los ruma­
nos y a otros países subdesarrollados del bloque soviético son pre­
cisamente los resultados de la artificial división mundial del tra­
bajo a la que se les ha sometido durante tanto tiempo. Alemania
Oriental y Checoslovaquia tienen razón para poner en duda el
derecho de cada uno de los miembros del bloque soviético a esta­
blecer toda una serie de industrias básicas, entre ellas, por ejemplo,
una industria siderúrgica, cuando el Estado no tiene ni carbón,
ni mineral de hierro; pero cuando los países subdesarrollados pre­
tenden diversificar y establecer algunas industrias de bienes de ca­
pital, lo que quieren es escapar a su status neocolonial Es lo
mismo que pretendían los Estados subdesarrollados dentro de Yu­
goslavia o los países subdesarrollados por doquier en el mundo
capitalista. A la luz de nuestra discusión del concepto de inter­
cambio desigual de Emmanuel, es interesante observar que no es
tanto al bajo nivel de los salarios de los países subdesarrollados a
lo que atribuyen su débil posición los miembros subdesarrollados
del bloque soviético, como al bajo nivel de productividad de sus
industrias.
La Unión Soviética, siendo un gran país con ricos recursos na­
turales, para el cual el comercio exterior es relativamente poco
importante, está más o menos en el centro de esta discusión. Un
especialista soviético en asuntos extranjeros dijo en 1961 que;

Muchos países [del bloque soviético] están lejos de explotar las posibili­
dades que para el desarrollo de su producción socialista ofrece la división inter­
nacional del trabajo. ... En el mercado mundial socialista no hay un espíritu
12. ¿«Imperialismo» económico soviético? 305

mercenario o de especulación, ni un intercambio no equivalente, característico


del comercio entre países capitalistas (véase Montias, 1964, pág. 143).

El «error» del «Che» Guevara fue creer que sí existía.


Sin embargo, los hechos que refleja la Tabla 33 indican que el
comercio de los diversos miembros del bloque soviético está muy
desequilibrado, y, comparado con los países capitalistas, bastante
subdesarrollado. Por esta razón, parece que los intentos de lograr
una autarquía económica han tenido un éxito totalmente irracional.
La industria siderúrgica húngara, por ejemplo, importa mineral de
hierro a un precio superior al coste del acero importado de Polonia.
De modo similar, en la producción de lingotes de hierro y de coque
(obtenido del lignito) en Alemania Oriental, y en la producción de
petróleo sintético en Checoslovaquia y Alemania del Este, los costes
son mucho más elevados que los de importar petróleo natural (Pryor,
1963, págs. 28-9). Al parecer, la especialización en los países del
bloque soviético se redujo realmente en la década de 1950, y sólo
después aumentó un poco (pág. 44). La mayoría de los países ha
aumentado la participación de bienes de capital en su comercio
hasta representar la mitad del total, reduciendo en consecuencia
la participación de productos alimenticios y materias primas de su
comercio, mientras que el comercio de bienes de consumo sigue
siendo una parte muy pequeña del total (5 al 15 por 100). Pero no
existen pruebas de que haya una división del trabajo, típica del mun­
do capitalista, entre los bienes de capital y otras exportaciones de
manufacturas acabadas de los países desarrollados a cambio de ma­
terias primas de los subdesarrollados.
Por contraste, en la gran expansión del comercio entre el Este
y el Oeste de Europa, en los años sesenta, hubo un aumento en
las importaciones de bienes de capital y de bienes de consumo pro­
cedentes de Occidente frente a una proporción siempre alta de
exportaciones de semimanufacturas y materias primas procedentes
del Este (NU, 1969¿, cap. 2, tabla 32).
Otro indicador de esa especie de «imperialismo económico» del
bloque soviético es el citado elemento de control económico que
ejerce la burocracia soviética en su interés común a través de las
burocracias del Partido de los países satélites. Por su naturaleza,
sería muy difícil concretizar este control, pero ahí está la extraor­
dinaria vehemencia con que los soviéticos respondieron a los actos
de independencia de Checoslovaquia en 1968 y más recientemente
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12. ¿«Imperialismo» económico soviético? 307

en Polonia, y ahí está toda la cuestión de la disputa chino-sovié­


tica. En la invasión de Checoslovaquia, la mayoría de los tanques
eran rusos, y en Polonia algunos eran polacos, pero apoyados por
los soviéticos, y tras los tanques se escondía el apoyo económico
masivo al Gobierno soviético de marionetas. Es imposible que los
dirigentes rusos concedieran voluntariamente esta ayuda económi­
ca en gran escala, pues ellos mismos se enfrentaban con grandes
dificultades para alimentar a su propio pueblo (Deutscher, 1970, pá­
ginas 268-72). Pero, naturalmente, la ayuda no procedía del bol­
sillo o de los beneficios de la élite soviética. Cuando estuve en Praga
en 1968, el argumento que con más insistencia me plantearon in­
telectuales y obreros checos en las fábricas fue que la industria
checa estaba engarzada en el plan económico soviético. Los inputs
y outputs de las fábricas checas se administraban de acuerdo con
las conveniencias de las empresas gigantescas de la Unión Soviética.
La burocracia del Partido checo estaba allí para mantenerlo en mo­
vimiento y medrar.
Esto quizá sea una idea exagerada, y la dirección de la política
interna soviética se había enfrentado evidentemente con problemas
si Checoslovaquia hubiera logrado democratizarse. Pero el interés
económico directo de las grandes firmas en el sistema soviético, en
administrar sus inputs y outputs como hemos visto que sucedía
en el sistema capitalista, es innegable (véase Rawin, 1965, pági­
nas 1-16). Sin embargo, la descentralización en la Unión Soviética no
ha llegado tan lejos como en Yugoslavia. Desde la caída de Jrus-
chov hay signos más que evidentes de recentralización. Las nece­
sidades de inversión en gran escala en la moderna tecnología tienen
para los planificadores centrales de la Unión Soviética, como lo
tienen para las compañías capitalistas transnacionales, su propia ló­
gica (véase Portes, 1972, pág. 629). Pero la fuente de poder y pri­
vilegio de la burocracia soviética no es primordialmente económica,
sino política. El control que ejerce el Partido y sus agentes sobre
el excedente económico lo ejerce por medio de la estructura po­
lítica del Estado, y no como en el capitalismo por medio de la
propiedad privada del capital. La burocracia llevó a cabo las prime­
ras fases de la acumulación en favor de la industrialización en
Rusia y Europa del Este; pero una nueva tecnocracia industrial
ha venido a desafiar a la vieja burocracia. Según lo ha expuesto
un marxista francés, MaUet:
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12. ¿«Imperialismo» económico soviético? 309

Cuando ... el nivel de producción no es suficiente para asegurar el man­


tenimiento de las estructuras de producción y el nivel de vida de las clases
gobernantes, el peso de la burocracia llega a ser opresivo. Enfrentada con
las consecuencias del descontento popular, la burocracia trata de obtener
un máximo de autonomía política y de establecerse como clase gobernante ...
Pero a medida que las sociedades de Europa del Este se fueron transfor­
mando de agrarias en industriales ... la apropiación de la plusvalía por medio
del control externo se convirtió en un obstáculo al crecimiento interno de
las fuerzas productivas ... La resurrección del mercado fue un medio de
conceder iniciativa económica a los directores de las empresas y de arreba­
társela a la burocracia estatal centralizada ... (1970).

Mallet no lo concibe en términos marxistas como la restauración


del capitalismo o, en el extremo opuesto, como una garantía de
socialismo. La tecnocracia, en la que se incluyen tanto científicos
y economistas como gerentes, dado su interés por el desarrollo
cualitativo de las fuerzas productivas, se ve obligada a buscar la
«participación» de los trabajadores en el funcionamiento de la em­
presa. Pero para asegurarse su poder sobre las inversiones, y la
orientación de precios y productos, sin tener poder sobre la pro­
piedad del capital, tiende lo mismo que su contrapartida occiden­
tal «a redirigir las demandas de los trabajadores de poder direc­
tivo hacia la satisfacción de sus necesidades de consumo»; y esto
implica crear un próspero mercado de consumidores en los secto­
res industriales avanzados y en las áreas más desarrolladas a costa
del atraso en otros sectores y en áreas menos desarrolladas.
Esta es la economía dual que hemos visto antes, y Mallet sub­
estima hasta cierto punto esta dualidad al insistir en la «homoge-
neización de las condiciones y estilo de vida» (Mallet, 1970, pági­
na 10). Los acontecimientos en Yugoslavia señalan el camino que
podrían tomar otros países de la Europa del Este e incluso la Unión
Soviética. Pero Mallet cree que mientras que los tecnócratas están,
y seguirán, venciendo en los países de Europa oriental, la vieja
burocracia establecida de la Unión Soviética no les permitirá ir
demasiado lejos para que no lleguen a dominar dentro de la propia
Unión Soviética. Puesto que la burocracia soviética no tiene ni los
resortes económicos del poder capitalista ^—inversión de capital, con­
trol de las patentes y del know-how— ni una verdadera superiori­
dad tecnológica, porque se resiste a su propia tecnocracia, el único
medio de que dispone para imponer su voluntad sobre el resto
del bloque soviético es la fuerza bruta de las armas. Sin embargo,
es probable que el contraste cada vez mayor entre el desarrollo eco­
310 La teoría económica del imperialismo

nómico y la discusión abierta de los problemas en la Europa del


Este y el atraso y la represión en la Unión Soviética, cree una
alianza entre la tecnocracia y la clase obrera industrial que desafíe
a la vieja burocracia (véase Sakharov, 1968). La lucha puede pro­
longarse, pues la vieja burocracia puede obtener ayuda de las
regiones subdesarrolladas, de los obreros en las industrias más atra­
sadas y por último de los agricultores colectivizados. En una si­
tuación con tales tensiones se podría recurrir de nuevo a posturas
imperialistas para suavizar las contradicciones sociales.
Sin duda, ésta es la razón principal de la política soviética
frente a China, aunque las disensiones chino-soviéticas y la vehe­
mencia de las respuestas soviéticas sigan siendo un tanto enigmá­
ticas para una visión económica del imperialismo. La explicación
más evidente la constituye el desafío que China ha lanzado al lide­
razgo político de la burocracia soviética en el mundo comunista y,
por extensión, en todo el mundo subdesarrollado. La ayuda econó­
mica soviética ha ido asociada, aún más claramente que la capita­
lista, a objetivos políticos. En el capítulo anterior ya mostramos
cómo confluían la ayuda económica capitalista, las inversiones y las
exportaciones. La ayuda soviética tiene la misma orientación, como
indica la Tabla 34. Se concentra de modo abrumador en las esfe­
ras de influencia rusa histórica: el Medio Oriente, India y los Esta­
dos fronterizos con China. Mi propia experiencia en la India, en
mis conversaciones con expertos soviéticos, confirma que ellos mis­
mos se consideran como una especie de sucesores de los rajás bri­
tánicos.
Hay en particular un indicador que revela la importancia que
tanto la Unión Soviética como China atribuyen al control sobre
los pequeños países comunistas subdesarrollados de Asia. Para
granjearse la amistad de Corea del Norte, Vietnam del Norte y Mon-
golia Exterior, en los años que precedieron a la ruptura entre la
Unión Soviética y China en 1963, estas dos potencias comunistas
concedieron ayudas por valor de más de 1.000 millones de dóla­
res: URSS, 1.700 millones, y China, 1.300 millones. Se puede
comparar con la ayuda soviética a China en el mismo período que
ascendió a unos 790 millones de dólares, y que al parecer fue en
su mayor parte económica y no puramente militar (Prybla, 1964,
página 464). ¿Eran sus fines totalmente políticos, totalmente ca­
ritativos o parcialmente económicos, destinados a incorporar terri­
torios exteriores a un sistema total político-económico?
12. ¿ « Im p e r ia lis m o » econ óm ico so viético? 311

TABLA 35.—Bloque soviético: ayuda a países subdesarrollados, 19


54-1968 (medias anuales en millones de dólares).

1954-1961 1962-4 1965-7 1968 (est.)

Total comprometido 600 640 860 760

Por donantes
URSS 400 350 500 370
Europa del Este 150 160 345 350
China 50 130 15 40

Por región y país receptor


América Latina 50 — 70 20
Argelia — 100 60 —
Egipto 100 200 85 170
Resto de Africa 100 90 90 55
India 120 40 250 —

Indonesia 100 20 — —

Irán ■-- 30 l io 440


Resto de Asia 100 150 105 45
Siria 30 10 80 30

Flujos netos reales — 210 180 —

Donantes
URSS — 150 130 —

Europa del Este — 60 50 —

Receptores
Egipto — 40 60 —
India — 90 60 —
Indonesia — 13 — —
Irán — — 15 —
Paquistán — 10 —-
Otros — 67 35 —

La gran cifra para el resto de Asia en 1962-4 consistía principalmente en


un pago de 200 millones de dólares efectuado por Rusia a Afganistán en 1962.
Fuente: NU (1966; 1969a').

Sea cual sea la respuesta, aunque hayamos visto que en muchos


casos hay que analizar de modo diferente el imperialismo soviéti­
co, parece tener algo en común con el imperialismo económico del
mundo capitalista. Pero la lucha entre una burocracia que llevó
La teoría económica del imperialismo

a cabo la primera etapa de la industrialización, y una tecnocracia


que ha surgido de modo inevitable en la segunda etapa con técnicas
más avanzadas de producción, añade una nueva dimensión al cuadro.
Sigue siendo un tipo de razonamiento muy marxista creer que la
continuación del imperialismo ruso se deriva de la persistencia de
la producción de mercancías en un mundo de abundancia potencial
y del conflicto entre las fuerzas técnicas de producción en desarro­
llo y una estructura económica anticuada de relaciones en el pro­
ceso de producción. La conclusión marxista sería que, a medida
que el conflicto se haga más evidente, se extenderá la concien­
cia de las posibilidades de un socialismo democrático; y este cambio
de conciencia afectará más fácilmente a toda la formación social,
puesto que los medios de producción están nacionalizados y la
retorica de la ideología del Gobierno nacional es básicamente so­
cialista.
Capítulo 13
PRAXIS Y PRESCRIPCION

En un sistema relativamente determinista, la prueba de una


teoría debe ser el éxito de las predicciones que se hayan basado en
ella. Esta prueba no se puede aplicar a las ciencias sociales porque,
al contrario que en las ciencias naturales, el hombre está dentro
del modelo social, y cuanto más influenciable es la predicción, más
drásticas serán las medidas que tome para evitarlo, de modo que
no se permite que la teoría actúe por sí sola. La prueba de la
teoría social debe ser una praxis exitosa en el pasado y en el pre­
sente \ La función de las ciencias sociales es totalmente distinta de
la de las ciencias naturales: proporcionar a la sociedad un órgano
de autoconciencia» (Robinson, 1970 íí, pág. 120)^. Cada grupo de
teorías que hemos considerado en este libro para adentrarnos en
la Economía del imperialismo puede jactarse de ser acertada en la
práctica, pero también tiene que admitir unos fallos.
La teoría del librecambio de los economistas neoclásicos les
indujo a predecir el desastre de las políticas proteccionistas para
empobrecer al vecino que siguieron los países desarrollados capi-
' He defendido el vigorizante efecto del pensamiento de Marx como uno
de sus principales méritos para considerarle como un valioso modelo para la
economía política (véase Shanin, 1912b).
^ Esto se acerca mucho al punto de vista marxista.

313
ffi

314 La teoría económica del imperialismo

talistas en la década de 1930; y el desastre, en efecto, se produjo.


El restablecimiento deliberado del librecambio en la Comunidad
Económica Europea a partir de 1949 inauguró de hecho una era
de prosperidad, si bien el arancel exterior tuvo el efecto tanto de
desviar el comercio como de crear comercio. La Ronda Kennedy para
la reducción de los aranceles logró reducir al menos los aranceles
industriales. Pero de lo que no pueden jactarse los librecambistas
es de que ninguna nación haya logrado industrializarse por medio
del librecambio y de un mercado libre. Todos los países que se
han industrializado se han visto obligados a proteger fuertemente
a sus incipientes industrias y a conceder apoyo estatal para su des­
arrollo. Además, tal como ha madurado el capitalismo, no parece
haberse librado de las características violentamente expansivas que
según los liberales neoclásicos no eran sino reminiscencias de an­
teriores formaciones sociales.
El resultado keynesiano es bastante mejor. Los Estados capi­
talistas desarrollados han logrado administrar la demanda agregada
de sus economías para mantener una inversión constante de ca­
pital y un empleo casi pleno durante un cuarto de siglo. Si no se
ha conseguido adormecer a los rentistas, al menos se ha reducido
su intervención. Sin embargo, han sido sustituidos por la sociedad
privada autárquica, autofinanciadora y autoperpetuadora y por un
mayor sector público. En el mismo período, las instituciones finan­
cieras internacionales, que establecieran Keynes y otros en Bretton
Woods, han servido de marco para un continuo y rapidísimo creci­
miento del comercio mundial. Pero los países subdesarrollados sólo
participan en este crecimiento en muy pequeña medida y desde
fecha muy reciente, y cuando el mundo entró en la década de 1970
las políticas keynesianas nacionales e internacionales estaban en
desacuerdo. El fin de la hegemonía de Estados Unidos en el mundo
capitalista y la aparición de las sociedades gigantes transnacionales
parecen plantear unos problemas que el nuevo mercantilismo trata
de resolver con fórmulas de naturaleza inesperada. Kalecki (1943)
había previsto que la importancia cada vez mayor de los gastos es­
tatales en todas las economías nacionales y la pesada carga de los
gastos en armamento y exploración espacial proporcionarían la induc­
ción para invertir.
También la teoría marxista puede jactarse de algunos éxitos,
pero también reconocer sus errores. De las cinco grandes predic-
13. Praxis y prescripción 315

dones de Marx — la centralización del capital, la polarización de


riqueza y pobreza, el descenso de la tasa de beneficio, el aumento
de la proporción de parados y la creciente inestabilidad del sistema—
las dos primeras se han cumplido a escala mundial, pero las dos
siguientes aún no han aparecido (a menos que ciertos aconteci­
mientos recientes resulten irreversibles), y la última está aún en el
aire. Las crisis se agravaron ciertamente hasta 1929 y 1937, pero
las tendencias contrarrestantes que Marx esperaba que abarataran
el equipo de capital y expandieran el comercio exterior, quizá hayan
seguido operando durante más tiempo de lo que él esperaba. Sin
embargo, la constante extensión de la intervención activa del Esta­
do dentro de lo que Marx creía una economía esencialmente auto-
reguladora es lo que ha demostrado que Marx se equivocó al
predecir que la tasa de beneficio disminuiría y que el desempleo
aumentaría. Lo que aún está por ver es si esta intervención puede
corregir el efecto ahorrador de mano de obra de la Segunda Revo­
lución Industrial y el vacío que subsiste entre economías desarro­
lladas y subdesarrolladas. En general, los marxistas afirmarán que
no, pero tenemos razones para dudarlo.
Una praxis acertada, basada en los diferentes modelos de im­
perialismo que hemos estudiado en este libro, tendrá que responder
a las siguientes preguntas:
1. ¿El poder de las compañías gigantes transnacionales puede
ser limitado en relación con el de los Estados-nación, tanto des­
arrollados como subdesarrollados? (La respuesta a esta cuestión
afectará a las respuestas a las demás preguntas.)
2. ¿Pueden los principales países subdesarrollados alcanzar un
desarrollo económico dentro de la estructura económica general del
mundo capitalista? Esta es la prueba central del significado de
imperialismo.
3. Sino, ¿existe algún otro modo por el que puedan alcanzar
un grado realmente importante de desarrollo?
4. ¿Pueden los países desarrollados restablecer unas medi­
das de cooperación económica internacional que sustituyan a las
de Bretton Woods?
5. Si es así, ¿qué forma adoptarían: a) restablecimiento de
la hegemonía de Estados Unidos, ¿>) modelación de esferas de in­
fluencia por las superpotencias, o c) nuevas instituciones internacio­
nales que reconozcan el cambio operado en la balanza de poder?
316 La teoría económica del imperialismo

6. ¿Pueden desempeñar los Gobiernos comunistas un papel


muy distinto del de las potencias capitalistas en sus relaciones con
los países subdesarrollados?
7. ¿Existe alguna posibilidad de que surja una cooperación
entre la clase obrera en los países desarrollados (tanto capitalistas
como comunistas) y los movimientos de liberación en los países sub­
desarrollados?
8. ¿Que efecto tendría esta cooperación, o su ausencia sobre
las prospectivas de revoluciones socialistas mundiales de tipo mar-
xista?
La respuesta de los economistas neoclásicos apareció por pri­
mera vez en los pronósticos que hizo Schumpeter en 1949. Según
él, tanto los marxistas como los keynesianos fallaron en sus análi­
sis, pero acertaron al predecir la caída eventual del capitalismo y
su tendencia al estancamiento «con ayuda suficiente del sector pú­
blico», para lo que Schumpeter, desesperado, llamó «la marcha
hacia el socialismo» (1943; ed. de 1949, pág. 425). Desesperado,
porque desconfiaba de que se pudieran regular y restringir más la
iniciativa de los empresarios capitalistas por medio de los controles
burocráticos instituidos para hacer frente a la presión inflacionista
que estaban ejerciendo sobre la economía los poderosos sindica­
tos y otros grupos especiales de intereses.
Los neoclasicistas de hoy, como Hicks y Johnson, parecen más
seguros Sólo hay que convencer a los Gobiernos de que es nece­
sario resistir a los grupos de presión. Las compañías gigantes
pueden crecer, pero su internacionalismo, su inmortalidad y su in­
terés en la comercialización y en la producción hacen que su in­
fluencia sea benigna (Johnson, 1968, pág. 130). En la «revolución
administrativa», tanto en los países desarrollados como en los sub­
desarrollados, los puestos clave serán ocupados por economistas li­
berales neoclásicos; y ya han aprendido la lección del «fracaso del
mercantilismo» (Hicks, 1969, pág. 164). El desarrollo capitalista
se extendería entonces por todo el mundo vía el librecambio, sólo
limitado por «las presiones sobre la parte que los países ricos
reservan de sus recursos» (Hicks, 1969, pág. 116). La liberación de
los recursos para que puedan desplazarse allí donde su uso sea
mas rentable, la liberación de los tipos de cambio exterior, el cese

^ Para un resumen y critica de este ¿onfiado punto de vista, véase Kjiapp


(1973).
13. Praxis y prescripción 317

de la protección a la agricultura y a otras industrias intensivas en


mano de obra en los países ricos, todos éstos pueden convertirse
en los objetivos de las instituciones internacionales en lugar del
infeliz objetivo de alentar las inversiones donde no resultan ren­
tables y proteger las industrias en países en vías de desarrollo donde
no son viables (Johnson, 1 9 6 5 , págs. 10 -2 , 4 6 -8 , 9 4 -1 0 0 ). Los
regímenes comunistas que rechacen estas liberaciones como anate­
mas, soportarán sus consecuencias, cuando se desvanezca la «satis­
facción psíquica» del prestigio nacional y del poderío militar (John­
son, 1 9 6 8 , págs. 8 -9 , 1 3 3 -4 ). Puesto que la hostilidad hacia las
grandes compañías internacionales, tanto por parte de los traba­
jadores en los países avanzados como de los pueblos en los menos
desarrollados, puede considerarse igualmente irracional (págs. 140-
1 4 1 ), no tiene sentido hablar de revolución.
Los keynesianos parecen estar menos seguros que antes. Re­
chazan el «criterio laissez-faire de que la persecución del propio in­
terés de cada individuo redunda en beneficio de todos» (Robinson,
1970íZ, pág. 1 2 4 ); pero sin el anodino laissez-faire, nos enfrentamos
a escala mundial con el problema moral» (Robinson, 1 9 6 2 , pá­
gina 1 2 9 ). «E l hombre medio ... es en realidad adicto fiel de la
pasión de hacer dinero» (Keynes, 1 9 6 0 , pág. 3 7 4 ); pero aunque
no se pueda transmutar la naturaleza humana, quizá se la pueda
dirigir. Los tipos de interés pueden reducirse y los rentistas sufri­
rán la eutanasia, mientras al capital «se le despoja de su valor de
escasez en una o dos generaciones» (Keynes, 1 9 6 0 , pág. 3 7 3 ). Ya
hemos entrado en la segunda generación desde que se escribieron
estas palabras, y estamos sufriendo los tipos de interés más altos
de los últimos cien años (con la excepción de tres semanas en 1 9 7 3
y cuatro días en agosto de 1 9 1 4 ).
Keynes estaba convencido de que «el poder de los intereses
creados» — y especificaba «la lucha competitiva por los mercados»
y «las fuerzas económicas calculadas para enfrentar los intereses de
un país con los de sus vecinos»— «era una gran exageración com­
parado con la introducción gradual de las ideas» ( 1 9 6 0 , págs. 38 2 -
3 8 3 ). Pero Harrod, Phelps-Brown, Kaldor y Worswick dudan de
que nuestras ideas, o al menos nuestras teorías económicas, sean
acertadas (véase Knapp, 1 9 7 3 ; Kaldor, 1 9 7 2 , pág. 1 .2 3 7 ). Robin­
son, en cambio, parece dudar más bien de que seamos capaces
de resolver el conflicto de lo que ella llama «el problema moral».
Sin embargo, acaba diciendo que «aunque la vida social ofrezca
318 La teoría económica del imperialismo

siempre al hombre una serie de males» (1962, págs. 146-7), es


esencial «para combatir, no para fomentar, la ideología que afirma
que los valores mensurables en dinero son los únicos que deben
contar».
Keynes predijo que «será posible que la intervención del Estado
mantenga el ahorro comunal a un nivel que permita el crecimiento
del capital hasta un punto en que deje de ser escaso» (1960, pá­
gina 221). El problema económico quizá se acabe por resolver cuan­
do «se satisfagan nuestras necesidades absolutas», aunque siga
existiendo una sensación de relativo despojo en relación con el próji­
mo, y lleguemos a «preferir dedicar nuestras energías a objetivos no
económicos» (1932a, pág. 365). El miedo de Schumpeter al es­
tancamiento y la predicción de Marx del descenso de las tasas
de beneficio «dejan de ser una pesadilla para convertirse en un
agradable ensueño» (Robinson, 1962, pág. 103).
Robinson cita una predicción menos optimista hecha por Ka-
lecki. La oposición a las ideas keynesianas por parte de quienes
«quieren dar una lección a los trabajadores», en una situación de
pleno empleo financiado por el Estado, «y en particular por parte
de las grandes empresas — por lo general influyentes en los de­
partamentos del Estado— induciría probablemente al Gobierno a
volver a la política ortodoxa de reducir el déficit presupuestario»
(Robinson, 1962, pág. 94, citando a Kalecki, 1943). Hace poco
vimos cómo actuaban presiones de este tipo en Gran Bretaña con
las medidas restrictivas de los años sesenta y principios de los se­
tenta, y también cómo fueron seguidos de un aumento de las inver­
siones estatales, por lo que la predicción de Kalecki de un «ciclo
económico-político» se ha cumplido, al menos en Gran Bretaña
Pero Keynes estaba convencido de que se puede confiar en que unos
«actos coordinados de juicio inteligente» (1932¿, pág 318) regu­
larían los ahorros y las inversiones, ya que ni siquiera en los años
setenta la amplitud de los «ciclos económico-políticos» ha igualado
a la de los ciclos de la preguerra. No parece haber peligro de que
la vuelta a la ortodoxia en Gran Bretaña se haga al precio de
más de un millón de desocupados.

■ E s evidente que los políticos que triunfan siguen el ciclo económico; esto
tiene que ser así porque el ciclo sigue siendo un fenómeno mundial y la fecha
de las elecciones no tienen una fecha fija y coincidente en todos los países
13. Praxis y prescripción 319

Por tanto, la tesis keynesiana sobre el futuro de la compañía


transnacional afirma que su poder, por grande que sea hoy y por
lejos que esté de tener la influencia benigna que le asignan los neo-
clasicistas, ya sea en economías desarrolladas o subdesarrolladas
(véase Robinson, 1970a, págs. 83-109), es probable que se desva­
nezca con una menor escasez de capital. Pues es precisamente esta
escasez lo que les proporciona poder. Pero Robinson dice clara­
mente que el efecto de las operaciones de las compañías transna­
cionales es justamente evitar que el capital deje de ser escaso en los
países subdesarrollados, con lo que «despoja a los nuevos Gobiernos
nacionales de la independencia que se les concedía sobre el papel
cuando salieron del status colonial» {1910a, pág. 109). Reconoce,
sin embargo, que «en el mundo está teniendo lugar un desarrollo»,
aunque «en gran parte anulado por el crecimiento demográfico»,
que es fomentado tanto por «la ortodoxia católica como por la mar-
xista», y por último presenta el ejemplo de China, que ha «demos­
trado lo que es necesario para el desarrollo»;

Conseguir que toda la población participe de buena voluntad en el es­


fuerzo económico y organizar el empleo de modo que todos puedan contri­
buir a él; aumentar la productividad de la agricultura, a fin de extraer un
excedente sin necesidad de utilizar métodos brutales; acabar con las desigual­
dades para no desperdiciar recursos en consumo innecesario ni minar la
moral creando envidias; elevar el nivel general sanitario e instituir el control
de natalidad; construir una base de industria pesada para poder modernizar
la producción lo más rápidamente posible, alentando entretanto al artesanado
a mecanizarse por medio de «técnicas intermedias»®; extender la educación
y desarrollar la confianza en sí mismo (a todos los niveles, desde los campos
de arroz hasta los laboratorios atómicos) y aplicar a todas las actividades el
método científico experimental (1970a, pág. 112).

Robinson añade al final de este párrafo que «queda por ver


si resultarían viables otras prescripciones». Y para la mayoría de los
países subdesarrollados subsisten dos problemas: primero, cómo
escapar del marco capitalista que imposibilita la aplicación de estas
prescripciones y, segundo, cómo se les puede alentar (incluso al
pueblo chino) a llevar a cabo toda esta serie de medidas, dado lo
que la misma Robinson califica de «enorme inercia de la Historia».
Estos consejos son sorprendentes por proceder de una keynesiana,
para quien el amor del hombre por el dinero y por el mayor poder

® Robinson se refiere aquí a Schumacher (1967).


320 La teoría económica del imperialismo

relativo que concede una mayor riqueza relativa se supone que


actúan como principales determinantes de la actividad económica
desde un período de la historia que se extiende mucho más allá de
los límites del capitalismo. Además, keynesianos como Robinson y
Kalecki no consideran la distribución de la renta como una cues­
tión normativa, como cree la teoría neoclásica, sino como un
determinante del éxito del crecimiento económico. No es sólo cues­
tión de incentivos, sino de lograr crecimiento sin inflación. «E l pro­
blema esencial es a costa de quién se desarrolla el país» (Kalec­
ki, 1971, pág. 76). Hay que restringir el consumo de productos
no esenciales si se quiere aumentar el consumo de productos esen­
ciales. Incluso en una economía socialista existe el «problema de
sacrificar el consumo presente ante el consumo futuro», y cuanto
más rápida es la tasa de crecimiento, mayor es el sacrificio.
Knapp ha presentado un esquema para experimentos piloto que
si llega a tener éxito podría hacer prescripciones políticas de cuño
más keynesiano. Su idea es que los Gobiernos en especial, pero no
sólo de los países subdesarrollados, podrían llegar a adoptar po­
líticas de un nuevo tipo keynesiano, que denomina «dirección de
válvula de escape». Estarían destinadas a eliminar el desempleo
involuntario o la «oferta frustrada», como lo denomina Knapp.

Consistiría, por una parte, en una oferta basada en un estudio preliminar


de los recursos, y por otra, en unos estudios de las inversiones y deman­
das de consumo potenciales a mayores niveles de productividad a medida que se
amplía la extensión del mercado, en comprar y vender una amplia gama de
bienes y servicios seleccionados y especificados a precios fijos contra dinero,
al contado o a plazos, en unos puntos escogidos de esta economía.
[E sto puede ser eficaz por sí solo] aun en países como India, en donde
[al parecer] la presión demográfica sobre el campo es tan grande que gran
parte de la población agrícola subsiste a niveles de inanición, [por lo que]
no es probable que se logre nada aumentando la producción de alimentos
sin unas medidas deliberadas por parte del Gobierno para cambiar la técnica
de la producción agrícola, los sistemas de propiedad y de marketing, etc.
Quizá sea cierto por lo que respecta a los campesinos más pobres, pero per­
sonalmente yo no aceptaría estos argumentos a priori ni siquiera con respecto
a ellos. [Pero] es posible que la eficacia de la producción de alimentos se
vea frenada en parte por la incapacidad de los pobres campesinos de adquirir
objetos como simples aperos de labranza y fertilizantes, que quisieran com­
prar pero que no pueden, dados los precios que comporta la actual extensión
del mercado. Así pues, a menos que se les proporcionara a los campesinos
pobres previamente y gratis estos fertilizantes y aperos de labranza, una
oferta que aumentara los futuros ingresos monetarios de los granjeros aumen­
taría su producción de alimentos, si el abastecimiento de instrumentos y fer-
13. Praxis y prescripción 321

tilizantes se pudiera aumentar, posiblemente a crédito. Me han indicado que


la oferta de este segundo tipo quizá no pueda ampliarse. Naturalmente, se
pueden incluir en la lista de bienes que las autoridades ofrecerían comprar o
vender. Las grandes deudas rurales a los prestamistas podrían ser una fuente
de complicaciones, pero no afectan en realidad el principio del argumento.
Además, a medida que la intensidad en capital del cultivo de los campesinos
pobres aumentara del modo antes indicado, se verían obligados a emplear
a más miembros de su familia o a otra mano de obra en sus parcelas, puesto
que el producto marginal de la mano de obra en estas tierras puede aumentar
si se mejora el equipo. Así pues, la subutilización de la mano de obra y de
la tierra puede disminuir como respuesta a la oferta parí passu con la apa­
rición de un stock mayor de equipo usado en conjunción con aquéllas.
Vale la pena también plantear las posibilidades que presenta aumentar el
output agrícola. No es necesario limitar las ofertas a aquellas regiones donde
se den realmente concentraciones de población. Puede haber grandes áreas,
muy aptas para el cultivo, en regiones suficientemente alejadas de los mer­
cados y de las áreas de colonización existentes, como para que no se utilicen.
Dada la extensión actual del mercado, el cultivo de tales áreas puede parecer
«antieconómico». Quizá sea razonable destinar algunas ofertas a la compra
y venta de bienes y servicios en tales áreas con vistas a inducir que la pobla­
ción emigre a ellas. Esta sugerencia debería atraer a Iqs que creen en la Nueva
Frontera. No hay razón para que entre las ofertas no haya ofertas para la
construcción de nuevos transportes, viviendas, etc. En general, parece pro­
bable que las ofertas tendrían lugar a cierta distancia de los centros existentes
de mercado, donde la oferta frustrada tenderá a ser relativamente grande, al
menos en relación con el standard actual de vida. Sin embargo, esto no sig­
nifica que el crecimiento de la producción en estas áreas, y como respuesta
a la extensión administrada del mercado, no pueda ser reforzado por mo­
vimientos de la mano de obra, de los empresarios, de las finanzas y posi­
blemente de las ofertas de bienes, desde los centros existentes de mayor des­
arrollo dentro de nuestro país subdesarrollado hacia el área de oferta. Esto
puede suceder aunque hayamos supuesto que existe un pleno empleo inicial
keynesiano, porque también puede darse oferta frustrada en los centros de
mercado más desarrollados del país, por ejemplo, jefes de taller o sus ayu­
dantes, en una capital pueden emigrar para llegar a ser directivos en el hinter-
land, donde se ha extendido el mercado y hay escasez de habilidades. Además,
no hay razones evidentes para que no se refuercen los movimientos de fac­
tores de este tipo, incluidos los movimientos internacionales de capital pri­
vado, por encima de las fronteras de un país y entre sus regiones.
Tampoco hay ninguna razón necesaria para que la autoridad que ofrezca
comprar y vender bienes y servicios tenga en efecto que acabar efectuan­
do compras y ventas, pues la expansión del empleo y las rentas asociadas con
el aumento de inversiones y gastos de consumo que genera la oferta es capaz
de absorber, en una serie de ofertas planeadas con acierto, todos los aumen­
tos de producción que genere. Por las mismas razones, el presupuesto estatal
debería beneficiarse con el experimento, y no enfrentarse con un déficit como
resultado.
En cierto sentido, el experimento sería «inflacionario», ya que los precios
ofrecidos provocarían a menudo el aumento de los precios locales (en algunos

11
322 La teoría económica del imperialismo

casos sólo haría aumentar la elasticidad de la demanda para los productores,


a precios dados), y las repercusiones de la oferta puede elevar aún más los
precios. Sin embargo, en tanto los desarrollos de precios fueran asociados con
una reducción de la oferta frustrada, serían análogos al aumento de precios
que ocurre en el proceso de recuperación de una crisis

Puedo ofrecer dos experiencias personales para apoyar las ideas


de Knapp. La primera fue una etapa temprana de «cooperativas
agrícolas de compra y venta» que estudié en Yugoslavia en 1959.
Las medidas como las que acabamos de prescribir resultaban efica­
ces, pero estaban muy limitadas por una política fiscal de alcance
nacional impuesta para favorecer una industrialización rápida (Ba­
rrar Brown, 1960). La segunda es más recientes. El ya fallecido
ministro del Acero y la Energía del Gobierno de la señora Gandhi,
en la India, el doctor Kumaramangalam, me dijo, en la primavera
de 1972, que su Gobierno se disponía a presentar un programa en
el que el Estado comprara y vendiera los artículos básicos para la
economía india. El problema consistía en encontrar un número su­
ficiente de funcionarios honrados para llevarlo a cabo.
La proposión de Knapp apela al motivo del beneficio en una
economía mixta, y no hay que confundirlo con el atractivo de las
comunas chinas, que deben la mayor parte de su éxito a haber
introducido en los pueblos industrias ligeras cuyo output proporciona
el incentivo necesario para que aumente la producción agrícola
(Myrdal y Kessle, 1971, pág. 75; Wheelwright y MacFarlane, 1973,
página 50).
Un marxista tendrá sus dudas acerca de las implicaciones de pro­
gramas piloto del tipo que propone Knapp, a la luz de la experien­
cia de la «Revolución Verde», en la cual la oferta de semillas y
fertilizantes ha beneficiado mucho a los terratenientes, y en particu­
lar a los grandes terratenientes, a costa de los pequeños colonos y
los obreros sin tierra que se han visto obligados a trasladarse
a la ciudad y unirse a las filas de los desempleados urbanos. Sin
embargo, hay que observar que, en contraste con Robinson y Ka-
lecki, y de un modo genuinamente keynesiano, el concepto de Knapp
de manejar una válvula de escape no contempla en principio la
necesidad obligatoria de que el Gobierno intervenga directamente

® Knapp (1969, págs. 78-9). Esta es la primera vez que se publica este
artículo en inglés, y por ello se cita completo. Le agradezco al señor Knapp
el permiso para publicarlo.
13. Praxis y prescripción 323

en el proceso de producción, ni postula cambios en la motivación


de los agentes económicos. Tampoco prevé que sea necesario hacer
sacrificios para un crecimiento económico más rápido, ni por parte
de los ricos, ni por parte de la sociedad en general, puesto que su­
pone que tienen que aumentar simultáneamente el consumo y las
inversiones, como supuso Keynes, a medida que el «manejo de la
válvula de escape» va absorbiendo la oferta frustrada que resulta
del desempleo. Las implicaciones a nivel internacional de las idea.=
de Knapp, su fundamento básico analítico y sus implicaciones po­
líticas y administrativas necesitan evidentemente una elaboración
mucho más profunda y cuidada.
Entretanto, ¿qué proponen los keynesianos a los países desarro­
llados para establecer una cooperación internacional, en beneficio
propio y en beneficio de los países subdesarrollados sin «necesidad
de una revolución», como dijo Keynes? (1932^, pág. 372). La misma
estructura que erigió Keynes en Bretton Woods se están viniendo
abajo. Nunca se le concedieron los recursos financieros, la provisión
automática de fondos a corto plazo o la administración genuina­
mente internacional por las que Keynes abogó; y esta debilidad ha
resultado ser la causa principal de su derrumbamiento (Harrod,
1969, pág. 268).
Harrod concluía su estudio titulado Money con unas especula­
ciones moderadamente optimistas sobre el nuevo papel que jugaría
el Grupo de los Diez banqueros centrales en el manejo de los
swaps monetarios (1969, pág. 283) y en el nuevo mercado inter­
nacional de capitales a corto plazo creado por el sistema de los
eurodólares (pág. 319). Esto era en 1968. Dos años después parecía
mucho menos feliz al aceptar «el sistema de la Reserva Federal
de los Estados Unidos como soberano monetario internacional» o
al ver «los altibajos del mercado del eurodólar en este mismo pe­
ríodo» (1971, págs. 87-8). Su «inquietud por el estado de la
Economía dinámica [del crecimiento]», como ya hemos observado,
se intensificó, y subrayó el valor de una «planificación indicativa,
incluso a escala mundial» (1969, pág. 319). De hecho, sugería la
posibilidad de «un plan mundial ... basado solamente en cálculos
aproximados», pero «que incluyese el tipo óptimo de interés y el
rendimiento óptimo aceptables del capital y que comportara el flujo
óptimo de capital entre países... Necesitamos también los axiomas
fundamentales del crecimiento, y ahí es precisamente donde reside
nuestro fallo», así como salvar «los obstáculos políticos ... para
324 La teoría económica del imperialismo

dedicar suficientes recursos nacionales a un plan mundial y modi­


ficar las políticas interiores ...» (1971, pág. 8 9 ) ’ .
Se han hecho otras propuestas para una planificación económi­
ca indicativa a escala mundial que han evitado tocar el problema
político evidente, del que habla Harrod, de aceptar decisiones
de una agencia supranacional. La proposición más antigua es la de
Frisch, y se refiere a una expansión planificada de los intercambios
comerciales corregidos para que sean mutuamente coherentes, ga­
rantizada por los Gobiernos y equilibrada por medio de una agencia
multilateral compensadora (1948; 1967). Sigue siendo el medio
más claro de armonizar los intereses de los trabajadores en los
países desarrollados, llegando a controlar sus propias oportunida­
des de empleo, y de los movimientos revolucionarios en los países
subdesarrollados, que buscan medios económicos para su desarrollo.
Podría constituir un desafío único para las grandes compañías trans­
nacionales, que, como es de esperar, resistirían todas las proposicio­
nes de este tipo. Entre las propuestas menos ambiciosas están las
de Kaldor, Hart y Tinbergen, que piden una reserva monetaria
en mercancías que sustituya al oro y que conceda a cada país una
participación en el comercio mundial de acuerdo con sus recursos
reales (1964), y la de la Organización para la Alimentación y la
Agricultura (FAO) de las Naciones Unidas para un Plan Provi­
sional Indicativo a Escala Mundial para el Desarrollo de la Agri­
cultura hasta 1975 y 1985 (1969). El arrebartar de manos de las
compañías transnacionales el control sobre los movimientos de
bienes, incluidas las materias primas y en particular los recursos
minerales escasos, es una empresa que aún no han logrado realizar
los esquemas de mayor brillantez teorética y detallada articulación.
Lo cual no sorprendería a ningún marxista, que en cambio se
sorprenderán ante la ingenuidad de quienes proponen tales pro­
gramas. Los keynesianos les recordarán que ya en los años ante­
riores a 1945 se ridiculizaron esquemas para manejar la demanda
agregada a fin de mantener el pleno empleo en las economías na­
cionales desarrolladas. Naturalmente, fue relativamente fácil con­
vencer a los empresarios del país de que pagasen impuestos a un
Estado nacional de bienestar, y recibiesen un trozo más pequeño

Hay que recordar que en el mismo ciclo de conferencias, Harrod «dudaba


de que con arreglo a criterios kantianos hubiera de obedecerse la legislación
que emanaba de Bruselas».
13. Praxis y prescripción 325

de un pastel más grande. Pero puede resultar más difícil persuadir


a las compañías transnacionales a que paguen impuestos a un progra­
ma internacional de bienestar, en el que no saben cuál será su par­
ticipación y en el que tendrán escaso control sobre las autoridades
fiscales, y así sería, por mucho que intenten presentarse, en frase de
Robinson, «como benefactores de la sociedad».
Por contraste, la tesis marxista básica sobre el imperialismo se
deriva de la creencia de que los capitalistas tienen que encontrar
formas de emplear mano de obra, tales que puedan obtener un ex­
cedente y capitalizarle en un proceso de acumulación en el que
compiten con otros capitalistas. Esto les mezcla en un doble con­
flicto a dos niveles — primero, en las relaciones entfe capital y
mano de obra en la producción, y segundo, en el intercambio de
productos en el mercado— y en dos respectos, en la acumulación
de capital y en el empleo de la mano de obra como una mercan­
cía. En la acumulación de capital existe, por tanto; primero, un
conflicto entre el objetivo de mayor productividad, para reducir los
costes de producción, y la tendencia a disminuir la tasa de bene­
ficio como consecuencia de haber aumentado la razón capital-
mano de obra; y, en segundo lugar, existe un conflicto entre
una mayor producción de bienes de capital y la venta rentable de una
mayor cantidad de bienes de consumo a la mano de obra despla­
zada por el nuevo equipo de capital. En el empleo de mano de
obra como mercancía existe, primero, un conflicto entre la nece­
sidad de los trabajadores de obtener bienes materiales por medio
de unos salarios de trabajo y la alienación de los trabajadores de
la actividad creativa del trabajo; y segundo, un conflicto entre la
producción de mercancías para el intercambio y la necesidad de seres
humanos para determinados valores de uso.
Algunos de estos conflictos se resuelven temporalmente por
medio de crisis de superproducción, en las que se destruye y rees­
tructura capital, y se despide y removiliza mano de obra. La com­
petencia y la búsqueda de excedentes para la acumulación de capital
empuja a los capitalistas a deshacerse de los trabajadores inde­
pendientes y extender el área del capitalismo. Pero esto lleva tam­
bién a centralizar el capital, a restricciones monopolistas sobre los
rivales y a crear una economía dual tanto dentro de las naciones
como entre ellas. Esto mantiene al mundo dentro de una división
artificial del trabajo, polarizando, por una parte, la riqueza del
sector en el que se acumula el capital, donde se manufacturan los
326 La teoría económica del imperialismo

bienes de capital y donde la productividad de la mano de obra hace


aumentar los salarios reales, y por otra parte, la pobreza de los
sectores donde siguen existiendo reservas de mano de obra con un
equipo de capital mínimo a bajos niveles de productividad para com­
pensar la tasa descendente de beneficios en los sectores ricos. Las
crisis cíclicas no pueden resolver estos conflictos, sólo puede hacerlo
un control social sobre el proceso de producción. He aquí la crisis
general del capitalismo que creará las condiciones para su derro­
camiento en cuanto los trabajadores se den cuenta de la contradic­
ción existente entre la gran capacidad productiva de la nueva tec­
nología y el empobrecimiento relativo de sus propias vidas.
La variedad de interpretaciones que se han dado a la tesis mar-
xista se deriva del grado diferente de importancia que se haya
atribuido a uno u otro de estos conflictos que acabamos de iden­
tificar. Por tanto, se darán diferentes respuestas a las preguntas
que planteamos al principio de este capítulo. En cuanto a la cues­
tión de la concentración y centralización de capital en las grandes
compañías transnacionales, todos los marxistas estarán de acuerdo
en considerarlo un proceso continuo. Esta fue la predicción más
acertada de Marx y ha confundido a sus críticos en todas las
generaciones, desde Marshall y Schumpeter hasta Crosland (véase
Crosland, 1962; Barratt Brown, 1963). Pero, en cambio, hay des­
acuerdo entre los marxistas en cuanto a las relaciones que unen las
compañías transnacionales con el Estado nacional.
La tesis tradicional, tan defendida por Bukharin (1970; véase
también Murray, 1971a; Radice et d ., 1971), se ha incorporado
a la ortodoxia marxista como el concepto del capitalismo monopo­
lista de Estado (Bellamy, 1971), en el que el Estado-nación no
sólo constituye, por su poder ejecüTÍvo, el «Comité para llevar los
asuntos comunes de toda la burguesía» (Marx, 1933a, sección 3),
sino que también «tiende a convertir toda la economía «nacional»
en una única empresa compleja, con una conexión orgánica entre
todas las ramas de la producción» (Bukharin, 1970, pág. 70). Al­
gunos marxistas modernos consideran que la ampliación más recien­
te de la importancia cuantitativa del Estado no es «prueba de un
cambio cualitativo» (Baran y Sweezy, 1966, pág. 67); otros creen
que el «poder del Estado nacional vis-a-vis las grandes firmas es
ahora mayor qué nunca (y sigue aumentando)» (Warren, 1971, pá­
gina 86), mientras que las iniciativas positivas y deliberadas del
Estado van sustituyendo su papel negativo proteccionista. Según
13. Praxis y prescripción 327

este punto de vista, los Estados-nación capitalistas se verán obligados


«a hacerse aún más activos en sus economías internas y en sus rela­
ciones económicas exteriores», y a establecer «una relación más es­
trecha entre el Estado y las grandes firmas», a fin de superar la
«incertidumbre y los nuevos problemas de control económico» que
plantea la creciente interdependencia económica a escala mundial
(Warren, 1971, pág. 88).
La tesis opuesta está representada de forma extremada por
Kindleberger, quien afirma que «el Estado-nación casi ha sucum­
bido como unidad económica» (1970), de forma menos extremada
por Murray, al decir «que no existe necesariamente un vínculo entre
el capital y su Estado en el área de extensión, que el- capital es
más un bien oportunista político, y que los Estados existentes han
sufrido a menudo una merma en su poder como consecuencia de la
internacionalización [es decir, del capital]»; algunos Estados más
pequeños sufrieron más que otros, con lo que no se «beneficiaban
ni de los intereses de su propio capital amenazado, ni de los in­
tereses de los inversores extranjeros»; de aquí «la demanda de
un cierto grado de integración internacional», como en la CEE
(Murray, 1971c, pág. 187). Murray concluye de ello, «o al menos
de la experiencia inglesa, que no es la división nacional del trabajo,
sino las grandes sociedades, el factor que domina y determina las
características de la economía internacional» {1911a).
En este libro hemos considerado el imperialismo según el punto
de vista marxista, y fundamentalmente según la frase luxembur-
guiana de Lee, como un proceso de «asimilación» capitalista (1971,
página 848). La «internacionalización» de la división mundial del
trabajo dentro de las grandes sociedades, según Murray, implica
precisamente, en los países subdesarrollados, el tipo de desarrollo
económico, aunque sea un desarrollo dependiente, que encontramos
al estudiar el neocolonialismo. El hecho de que tenga lugar por
medio de las inversiones directas de las grandes compañías, y no
como antes, por medio de préstamos indirectos a los Gobiernos
de Ultramar, arrastra más que nunca a las burguesías nacionales a
una relación de comprador con la capital metropolitana. Pero esto
no excluye antagonismo y cierto desarrollo económico. Frank con­
cluía de ello que no podía tener lugar un desarrollo sostenido por
estos medios, y los socialistas revolucionarios no veían ninguna po­
sibilidad de aliarse con una burguesía nacional contra el feudalis­
mo interior y el imperialismo exterior. Lee es de la misma opinión
I). Praxis y prescripción 327

lie punto de vista, los Estados-nación capitalistas se verán obligados


IH hacerse aún más activos en sus economías internas y en sus rela­
jones económicas exteriores», y a establecer «una relación más es-
irocha entre el Estado y las grandes firmas», a fin de superar la
íiiicertidumbre y los nuevos problemas de control económico» que
plantea la creciente interdependencia económica a escala mundial
|Warren, 1971, pág. 88).
La tesis opuesta está representada de forma extremada por
Cindleberger, quien afirma que «el Estado-nación casi ha sucum­
bido como unidad económica» (1970), de forma menos extremada
ar Murray, al decir «que no existe necesariamente un vínculo entre
capital y su Estado en el área de extensión, que el capital es
tás un bien oportunista político, y que los Estados existentes han
jfrido a menudo una merma en su poder como consecuencia de la
nternacionalización [es decir, del capital]»; algunos Estados más
cqueños sufrieron más que otros, con lo que no se «beneficiaban
de los intereses de su propio capital amenazado, ni de los in-
ereses de los inversores extranjeros»; de aquí «la demanda de
cierto grado de integración internacional», como en la CEE
lurray, 1971c, pág. 187). Murray concluye de ello, «o al menos
la experiencia inglesa, que no es la división nacional del trabajo,
^no las grandes sociedades, el factor que domina y determina las
iracterísticas de la economía internacional» (1971á).
En este libro hemos considerado el imperialismo según el punto
vista marxista, y fundamentalmente según la frase luxembur-
piana de Lee, como un proceso de «asimilación» capitalista (1971,
ágina 848). La «internacionalización» de la división mundial del
fabajo dentro de las grandes sociedades, según Murray, implica
recisamente, en los países subdesarrollados, el tipo de desarrollo
conómico, aunque sea un desarrollo dependiente, que encontramos
estudiar el neocolonialismo. El hecho de que tenga lugar por
íedio de las inversiones directas de las grandes compañías, y no
jmo antes, por medio de préstamos indirectos a los Gobiernos
Je Ultramar, arrastra más que nunca a las burguesías nacionales a
lina relación de comprador con la capital metropolitana. Pero esto
ío excluye antagonismo y cierto desarrollo económico. Frank con­
fluía de ello que no podía tener lugar un desarrollo sostenido por
|estos medios, y los socialistas revolucionarios no veían ninguna po-
fibilidad de aliarse con una burguesía nacional contra el feudalis-
ao interior y el imperialismo exterior. Lee es de la misma opinión
). Praxis y prescripción í33

Dente, en las pretensiones que se reflejan en los tratados de aso-


ación de la C E E con el Sur de Europa y Africa del Norte
Jarratt Brown, 1972a, pág. 137). Es evidente que estas limitadas
iferas de influencia no satisfarán de modo permanente a las dos-
cntas o trescientas grandes compañías, de las cuales, como ya he-
Dos visto, unas cuantas podrán absorber a finales de este siglo la
DÍtad de la producción mundial (Polk, 1968).
El bloqueo con que se enfrentarán estos centenares de compañías
I medida que aumenten las inversiones cruzadas en los países desarro-
ídos, sólo lo podrán salvar extendiéndose a los países subdes-
trollados y, en primer lugar, a sus propios países subdesarrollados,
ira «asimilar y transformar». En lo que llamaríamos sus «jardines
hteriores», las grandes compañías fomentarán cierto grado de des-
frollo económico real, si bien un desarrollo dependiente, del mismo
lodo que el capital británico fomentó campos de desarrollo en Nor-
Damérica, Oceanía y Argentina en el siglo xix. Sin embargo, sin
marco de reglas internacionales que regule este proceso, las
(validades se harán incontrolables.
Las inversiones directas en la industria manufacturera ligan el
csarrollo económico de los países satélites aún más firmemente a
división mundial del trabajo, a cargo hoy de las grandes compa-
ías transnacionales, de lo que estuvieron nunca ligadas la» in-
crsiones directas en transportes e infraestructura en el siglo xix.
pero las inversiones directas implican al mismo tiempo meter ca­
pital en plantas a gran escala y a escala cada vez mayor que en
ís países subdesarrollados se convierten a menudo en «rehenes
ndividuales de la fortuna» ** — siderurgias, refinerías, plantas de
lertilizantes, cadenas de montaje de automóviles y plantas de elabora-
pión de alimentos. Son activos reales, susceptibles de ser naciona-
zados, que los equipos locales son cada vez más capaces de ma-
Dejar. Sin duda alguna, la política de las compañías transnacionales
Eguirá siendo intentar retener en las metrópolis parte de la ma­
quinaria-herramienta y otra producción de equipo de capital, re­
puestos y conocimientos técnicos en la investigación y el desarrollo.
JPero los japoneses han demostrado hace tiempo lo fácil que es copiar
Ila tecnología una vez que se ha alcanzado un determinado nivel
La expresión proviene de la defensa de una compañía multinacional hecha
Ipor el coordinador de relaciones comerciales de la Shell International, Geoffrey
IChandler, en un artículo titulado «Monsters ate not above the law», The
iCuardian, 5 de enero de 1973.
La teoría económica del imperialismo

de conocimientos. En efecto, hoy día se fomenta cada vez más el


talento local y los subcontratos locales en el mundo competitivo
de las sociedades transnacionales (Meyer, 1959, pág. 89). La fuga
de cerebros de los países pobres a los ricos sólo requiere algunos
pequeños cambios en las expectativas de empleo remunerador en
el propio país para que los cerebros tomen la dirección contraria; y el
contraste entre el potencial y su realización en los países subdes­
arrollados crea frustraciones que tarde o temprano desembocarán
en acción.
Las dudas que abrigan algunos marxistas acerca de los cambios
revolucionarios dentro del capitalismo se derivan de su creencia
de^ que todas las revoluciones deben ser ahora socialistas. A los
bajos niveles de producción actuales en la mitad subdesarrollada
del mundo, Marx nunca hubiera esperado tal cosa. Veríamos to­
davía revoluciones burguesas y campesinas que están muy lejos
del socialismo. Las condiciones para una revolución lograda, como
lo resumió Shanin (1971), son una crisis estructural de al sociedad,
y una crisis que ponga en duda la capacidad de la élite dominante
para gobernar, ademas de una cristalización de las clases en torno
a una nueva élite capaz de dirigir la lucha revolucionaria. Estas
condiciones se identifican fácilmente en muchos países subdesarro­
llados; y las luchas revolucionarias que están teniendo lugar en
Africa, Asia y America Latina podrían muy bien liberar a socie­
dades enteras del marco del imperialismo, sin que garanticen la
transmisión de una formación capitalista en otra socialista. Tampoco
Implicarla el éxito de la lucha revolucionaria el fin del imperia­
lismo como sistema de relaciones económicas dependientes, o el fin
de la producción de mercancías, como sabemos por la experien­
cia de la Unión Soviética, aunque el capital pase a ser propiedad del
Estado y a estar bajo su control en otros muchos Estados-nación.
Las contradicciones que, según el punto de vista marxista, se
dan principalmente en el capitalismo, tiene su origen en la pro­
ducción de mercancías que el capitalismo ha llevado a un climax; no
será fácil resolverlas, pero el imperialismo como solución, está
perdiendo importancia. La dirección consciente de la oferta y deman-
da agregadas por el Estado ha contribuido grandemente a resolver
las contradicciones de un sistema capitalista privado desarrolla­
do. La dirección central por el Estado de todos los inputs y out-
puts en el sistema soviético ha ido aun mas lejos. La competencia
entre capitalistas y el conflicto entre los diferentes sectores de una
13. Praxis y prescripción 335

economía dual persisten tanto en el sistema capitalista como en el


soviético. En la medida en que el sistema soviético y la revolución
cultural china pueden alcanzar una producción cada vez mas abun­
dante, han aumentado las probabilidades de que los países sub­
desarrollados puedan recurrir a otros abastecedores y establecer
una mayor independencia.
La aplicación a la economía mundial de proposiciones como
las de Frisch y otros cobrará importancia del mismo modo que las
medidas keynesianas han cobrado importancia en la administración
de las economías internas de los países desarrollados, no sólo por­
que incorporan y contienen las demandas de movimientos radica­
les y revolucionarios, sino también porque indican el modo de
trascender al sistema capitalista. Sean cuales sean las ventajas apa­
rentes a corto plazo que disfrute el sector más rico de una economía
dual, su riqueza estará ya siempre amenazada por el sector pobre,
tanto en lo que respecta al poder de negociación de la mano de obra
como a la capacidad de comercialización para niveles más altos
de productividad (Barratt Brown, 1972ij, págs. 79-121). El gran
problema con el que se habrán de enfrentar en la próxima década
los obreros industriales de los países desarrollados y los movimien­
tos de liberación de los subdesarrollados será descubrir un marco
de cooperación política y económica que haga que prevalezcan sus
intereses comunes a largo plazo sobre los intereses a corto plazo
que les dividen.
Lo que sí se puede afirmar con toda seguridad es que la con-
cienciación crecerá constantemente, que no es un tipo cualquiera de
fuerza incontrolada de la naturaleza, sino unos artefactos humanos
los que se hallarán entre la capacidad no empleada de los obreros
industriales de los países subdesarrollados para producir bienes que
necesitan los pueblos del mundo subdesarrollado y la capacidad no
empleada de los obreros y campesinos del mundo subdesarrollado
para producir bienes que necesita el mundo desarrollado. Ya hemos
visto algunos ejemplos de cómo está aumentando la concienciacion
en Gran Bretaña, en la lucha de los obreros de la electricidad en
Merseyside, de los obreros siderúrgicos de Sheffield y de los de la
construcción naval en Clydeside por encontrar mercados en los paí­
ses subdesarrollados para los productos de sus fábricas y astilleros
amenazados de clausura porque no eran rentables en los mercados
existentes (Murray, 1971¿).
336 La teoría económica del imperialismo

En esencia, el marxismo trata de la conciencia humana, y en


nuestra era, de la conciencia social y socialista. Para el marxista,
la contradicción más irreconciliable del capitalismo — contradicción
que ha llevado al hombre a esclavizar a sus semejantes, a arrancar
las riquezas de la tierra y del mar, metales preciosos y combusti­
bles fósiles, bosques y peces, sin pensar en el mañana, dejando tras
sí desiertos, abandono, destrucción y contaminación en grandes ver­
tederos metropolitanos— es la que existe, por una parte, entre
un sistema de producción de mercancías para su intercambio bene­
ficioso, incluida la producción de mano de obra como mercancía,
y por otra parte, la necesidad que experimentan hombres y mujeres
de tener cosas que usar y medios para crear. Esta contradicción es,
en opinión de Marx, la que alimenta la semilla dentro del capita­
lismo que le conducirá a su destrucción, la naciente conciencia en
los seres humanos de que es el capitalismo, ya sea privado o esta­
tal, lo que obstruye el «libre desarrollo de cada uno [que] es la
condición para el libre desarrollo de todos» (Marx y Engels, 1933).
A medida que florece esta concienciación, y a medida que un nú­
mero cada vez mayor de personas toma el control de sus propias
vidas, irá tocando a su fin la era del imperialismo. Para los mar-
xistas no se trata de una simple cuestión de fe, sino de experiencia
cotidiana allí donde la actividad creadora del trabajo sustituya a la
alienación de la producción de mercancías.
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