Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
INDICE
Introducción i
I. La trampa de la identidad de género. 1
TALLERES
NÓMADA
ARTE Y FILOSOFÍA PARA LA VIDA
s.salazar.b77@gmail.com
www.facebook.com/talleresnomada
Según Butler, la repetición paródica de los actos y gestos que definen la identidad puede llegar a
subvertirla. La repetición de los actos propios y ajenos no solo es necesaria sino deseable. Para
poder vivir en un mundo estructurado socialmente hay que repetir las relaciones que inevitablemente
nos sustentan. El cuerpo esta concatenado a diversos dispositivos de vigilancia, higiene y regulación
que habilitan e inhabilitan actos y gestos a través del control de la conducta, aunque claro está que
este control nunca es total sino siempre parcial. De acuerdo a lo anterior surge la pregunta, ¿qué es
un cuerpo si su límite parece indecible de entre la multitud de dispositivos que lo sustentan tanto
social como biológicamente? Si bien la piel constituye la última membrana divisoria de lo que
normalmente se percibe como el propio cuerpo, el género parece tener efectos extendidos que lo
encadenan a líneas de producción que evidentemente lo superan y de las cuales depende, tales
infancia somos interpeladas por una ley que evoca seres ideales a los cuales se debe imitar si se
quiere ser reconocida y legitimada ante los otros y ante una misma. El imperativo cultural a vivir en
sociedad en un mundo casi por completo urbanizado, se convierte en un laberinto sin salida. Desde
que nacemos hasta que morimos somos llamadas a comparecer ante una ley que divide a los
enunciación, es una exigencia a realizar una interpretación sostenida en el tiempo y espacio de aquel
nombre que llevamos a cuestas, y es justamente ahí, en ese camino tortuoso de obstáculos
La cuestión, obviamente, no es nada sencilla, porque la subversión dista mucho de ser estratégica.
Si bien la rebeldía constituye un desafío para la ley, ella misma la hace posible al estatuir la
prohibición como sistema representativo; dime qué te está prohibido y te diré quién eres ¿Cómo es
que la misma ley que convoca a la presencia, a la identificación, produce su propia oposición y con
qué propósitos? La ley no se encuentra a las mujeres y a los hombres retozando en la naturaleza,
más bien, los produce a través de la prohibición de ciertos gestos y actos de tal manera que solo
aparezcan ante ella los elementos necesarios para una identificación excluyente. La pregunta no es,
¿qué hacen los hombres y las mujeres en virtud de su diferencia?, sino ¿qué características y
i
prácticas hacen que alguien sea reconocido como hombre o mujer? Como la misma Monique Wittig
¿Es la división de género la dualidad fundamental de todas las cosas, o más bien, es una división
retroactiva? Esta coherencia narrativa que parece encadenar un sinfín de particularidades - por lo
demás insignificantes - en formas cuasi platónicas (divinas, eternas, perfectas, simétricas), también
necesita de deformaciones que reflejen los limites de su divina procedencia, dicho de otro modo, es
el Otro quien con su maligna presencia llega a unir a la sociedad de los “normales”, con el único fin
de erradicar de “la comunidad” aquello que amenaza su estabilidad bajo el abrigo de una apariencia
“inocente”. Se podría decir que, de una manera u otra, las grandes sociedades se representan a sí
mismas como si estuvieran en algún punto de un trayecto lineal-evolutivo y que a pesar de los
embates siguen una tendencia ascendente que irremediablemente las llevará a una especie de
estado superior, siempre y cuando se elimine a los indeseables de su seno. Estas elucubraciones
persecutorias son propias de un régimen que se siente en constante acecho, por lo que es necesario
que estas fantasías encuentren sus respectivos chivos expiatorios a quienes culpar por todo tipo de
males. La aparición histórica de la identidad de género - ese nombre que cargamos a cuestas - es el
efecto de un insidioso proceso de sujeción que produce a sus degenerados. En el afán de instituir la
dualidad hombre/mujer como la gran verdad, se han montado grandes infraestructuras de vigilancia y
control, porque a pesar de que se nace ya con un sexo determinado, nunca se llega a serlo
suficientemente.
La ley convoca a “las mujeres” y a “los hombres” a comparecer “identificándoles” de entre una masa
irreconocible de cuerpos que solo cobran sentido en y a través de la identificación; todo aquel que
quede por fuera de este proceso está obligado a interpretar el papelón del degenerado. Considérese
que el gesto de salir del clóset es la respuesta a una demanda social a confesar las “verdaderas”
intenciones “escondidas” tras la apariencia de normalidad. Por ende pregunto, ¿qué tipo de
“elección” es salir del clóset cuando en ningún momento se eligió entrar?, ¿en qué sentido el acting
soy homosexual?, ¿para quién se interpreta esta actuación y con qué propósitos? En principio, la
ii
sexualidad no empieza ni acaba en los genitales, como sus ostensibles efectos sociales lo
demuestran, por ende, ¿qué clase de expresión sexual es la confesión y ante qué círculo
masturbatorio se interpreta?, ¿porqué el poder de saber calienta tanto? El sexo, según se dice, es la
expresión “incontrolable” de la energía vital que anima a los cuerpos, un “inconsciente” al cual se
debe enfocar toda la atención para sublimarlo en pensamientos y acciones más “elevados”. Pero el
sexo también es objeto de conocimiento, se dice que la “ciencia” de la sexualidad descodifica sus
es un objeto sino la imagen de un objeto creada por la calentura de saber. Estar en el clóset significa,
literalmente, estar oculta, y es el trabajo de salir de ahí el que importa, el que produce plusvalía. No
es el sexo en donde reside el poder sino en sus efectos. La vigilancia del sexo, todas las minucias
extracción de biopoder.
femeninos - no se puede decir que exista o que no exista, es más bien una producción. El sexo se
materializa en y a través de gestos y actos que disimulan su existencia. Esta simulación es,
literalmente, un trabajo que se debe hacer. El sexo es el nombre que llevamos a cuestas ¿Qué clase
apelación al orgullo de “ser” gay, si bien no se puede decir que consolide la heterosexualidad, sí
reproduce la estructura binaria que la sustenta ¿Existe la identidad gay per se, un arquetipo gay más
allá de las “particularidades” geopolíticas?, ¿gay es simplemente lo opuesto a hetero, por ende su
construcción cuya manufactura parece mística; no se puede decir que se comprenda “a ciencia
cierta” la razón de nuestro ser sexuado, aún así, simplemente se asume. Creer para ver.
iii
Cuando en el travestismo se interpretan los gestos femeninos, simultáneamente se ponen al
descubierto las regulaciones que delimitan la feminidad misma ¿Cómo se debe comportar una
“verdadera” mujer?, ¿qué clase de actos califican como femeninos y cuáles no? El afán de explorar
estás y otras preguntas, es lo que me lleva a este intento de travestismo filosófico: quiero escribir
como Judith Butler repitiendo sus gestos psicoanalíticos, filosóficos y feministas y en ese mismo acto
producir mi propia escritura. Estimo que no hay manera de determinar si logro mi acometido, pero me
parece que eso es irrelevante para la presente cuestión. Este escrito es un work in progress,
incompleto, en construcción, escrito en tiempo real. Aunque cada entrega pretende ser estratégica,
convincente o no, la finalidad es escribir por la calentura de ser leída. La escritura es un acting que
iv
I. La trampa de la identidad de género.
Tal parece que la mayoría de las causas feministas contemporáneas buscan en la identidad de
género una representación política fiel a sus necesidades. Pero la representación no es simplemente
un reflejo de la identidad, es más bien el sistema regulatorio que la define. No es que la política
“representativa” visibilice o legitime a “las mujeres”, más bien produce una categoría de mujeres que
después “identifica” o “marca”. Los sistemas jurídicos producen a sus sujetos, justamente,
sujetándolos a una serie de regulaciones sociales a las cuales pertenecen en virtud de estar
reconocimiento, tan solo la redundante confirmación de la “realidad”. Las leyes y los derechos
constituyen a sus sujetos “identificándolos” de entre una masa amorfa irrepresentable. La ley asume
que existen “las mujeres” y “los hombres” independientemente del sistema bajo el cual están
gobernados. Tanto los unos como los otros, ante todo, son humanos: seres orgánicos auto-
conscientes con derecho a su propia vida, derecho al cual solo pueden acceder a través de la
humano. El reconocimiento político se “extiende” solo a aquellos que ya han sido reconocidos como
humanos anteriormente. Las mujeres y los hombres no anteceden a la ley, más bien, aparecen ante
la ley como mujeres u hombres en la medida que la ley les reconozca como tales. Si este análisis es
correcto, entonces la identidad de género no es un reconocimiento sino una “concesión”. Las luchas
en pos de la igualdad asumen que “las mujeres” han sido históricamente dominadas por “los
que las diferencias sexuales son producto de un sistema representativo sustentado en una división
Ser reconocida como mujer no es una simple correspondencia entre un sexo biológico y una
identidad cultural. La identidad se constituye a través del reconocimiento público al cual se está
institucionales que predeterminan que tipo de identidades son legítimas y las prohibiciones que las
delimitan. Estas prohibiciones esconden sus orígenes para poder así, posteriormente, invocar a una
naturaleza que las justifique como totalmente necesarias y, de hecho, inapelables. La idea de una
1
“naturaleza sexual” atemporal y radicalmente externa a los contextos locales, tiene la finalidad de
coaccionarnos a aceptar “libremente” las prerrogativas de los poderes fácticos, al mismo tiempo que
legitima dichos poderes mediante un contrato ciudadano impreso sobre nuestros cuerpos. Por lo
tanto, habría que cuestionar la representación política de una identidad de género transcultural a
“proteger”.
¿Existe o existió alguna característica que tengan en común “las mujeres”, que no sea su diferencia
con “los hombres”, o es que estas conforman una “comunidad” por el simple hecho de no ser
“hombres”?, ¿hasta qué punto la especificidad de las culturas “femeninas” está articulada como
complemento, derivación u oposición a las culturas masculinas “dominantes”?, y ¿hasta qué punto el
lenguaje y las costumbres femeninas son retomadas por las causas feministas siempre en contra y,
por ende, al interior de una cultura “más fuerte” que las domina?, ¿existe algún lugar en el mundo
donde habiten mujeres que no hayan entrado en contacto con hombres, que nunca los hayan
conocido, y que paradójicamente se vivan como opuestas a ellos? Resulta que la dualidad hombre/
mujer está enquistada en las representaciones, tanto feministas como antifeministas, de lo que
escindidas de la clase, raza, etnicidad y otros tantos regímenes de poder que constituyen la identidad
y al mismo tiempo la destituyen. La pretendida universalidad de “la mujer” o las “mujeres” definida en
las causas feministas y antifeministas, queda desmentida por las restricciones propias de un discurso
modelo occidental en donde ciertas vidas femeninas son “incluidas” como meras derivaciones,
ciertas “mujeres” de sus filas, como en el caso de las transexuales y travestis rechazadas por las
llamadas feministas “radicales”, revelan los límites de la identidad y la igualdad como ideales
comunitarios.
2
La impugnación feminista al “destino” biológico al que están supeditadas las mujeres, provocó una
escisión entre las categorías sexo y género, que impulsó el argumento de una naturaleza sexual
culturalmente construido. Esta escisión implica que el sexo no puede ser la causa del género, ya que
si este es la representación cultural que asume el cuerpo sexuado, entonces, no es forzoso que un
cuerpo con pene se convierta en hombre y un cuerpo con vagina en mujer, de hecho, tampoco hay
razón alguna para simplemente asumir que solo existen dos géneros. La presunción de un género
binario implícitamente acepta que este no es más que un reflejo de un sexo “natural” igualmente
binario, que restringe o limita las posibilidades interpretativas del género. Cuando el género se
construye culturalmente sobre un sexo biológico radicalmente ajeno a la cultura pero invariablemente
representado por ella, el género mismo se convierte en un dispositivo volátil que hace de la
masculinidad y la feminidad significados que fácilmente pueden acoger cuerpos de uno u otro sexo
hombres”, ponen de manifiesto la inherente vacuidad del género; cualquier “hombre” puede ser
que el nombre con el que se designa a un sexo presuntamente natural, ¿se puede seguir haciendo
referencia a un sexo que se “posee” mediante un género que se “es” sin antes aclarar como se
define uno sin el otro?, ¿qué es el sexo exactamente y dónde se encuentra?, ¿acaso está en los
genitales, las hormonas, los genes, en la piel?, ¿es posible evaluar los distintos discursos científicos
que pretenden establecer tales “evidencias”?, ¿existe una historia del sexo o de los sexos?, ¿habrá
una historia que de cuenta de cómo, cuándo y dónde se estableció la dualidad del sexo?, ¿no será
que los discursos científicos que apuestan por la naturalidad del sexo por encima de las vicisitudes
tal creencia?
Las coaliciones que encumbran la identidad de género como la bandera de la emancipación, no solo
marginan a las mujeres y las dejan sin aliadas, también apuntalan al patriarcado en su lugar central,
tan solo a la espera de que “nuevos y mejores hombres” lo tomen y lo transformen en un sistema
“más justo”. El discurso de la identidad produce un campo de acción bastante limitado que restringe
3
asociaciones rivales a las relaciones de género, dejando a las mujeres a merced de un sistema
jurídico que controla y produce los modos legítimos de representación. Por consiguiente, ¿no será
Porque ya sea que se definan las diferencias sexuales mediante la representación política de un
sexo históricamente tergiversado, o se “extiendan” los sistemas de representación para acoger las
diferencias de un sexo históricamente oprimido por estos mismos sistemas, en ambos casos, la
representación es la que produce a los sujetos que después se pretende emancipar o “proteger”. Por
lo tanto, la identidad de género no es más que un eufemismo, ¿acaso existe una identidad que no
sea desde siempre de género?, porque si efectivamente existe la identidad en estado puro, es decir
sin género, ¿es posible describirla sin un sexo forzosamente binario?, y si es así, ¿es visible al ojo
sacerdotes?, ¿qué es lo que una es antes del género si el sexo está desde siempre marcado? A
pesar de la evidente contradicción del concepto, este es utilizado indiscriminadamente por aquellos
No tiene ningún sentido, entonces, definir el género como la representación socio-cultural del sexo, si
el sexo ya está de antemano dividido en dos géneros, de hecho, el sexo siempre fue género y la
distinción no es más que un simulacro. No es que el género sea a la cultura y el sexo a la naturaleza,
más bien, el género es en sí mismo un dispositivo que disimula la existencia de una “naturaleza
sexuada” o “un sexo natural” “más allá” de la cultura, una superficie políticamente “neutral” sobre la
cual se reproduce la sociedad ¿Se “posee” un género o se “es” de un género como está implícito en
la pregunta «¿de qué género eres?»? Cuando los movimientos feministas y de diversidad sexual
argumentan que el género es la representación cultural del sexo o que el género es una construcción
cultural, ¿cuáles son las maneras y los mecanismos de dicha construcción? Si el género está
construido, ¿puede ser destruido o su construcción implica cierto determinismo social que lo hace
indestructible?, ¿el hecho de que este construido sugiere la presencia de un marco regulatorio o el
proceso es más bien circunstancial? Simone de Beauvoir argumenta en El Segundo Sexo que “no se
nace mujer, se llega a serlo”, para ella el género es una construcción, pero implícito en su
4
formulación está un agente, un cogito, que de alguna manera se apropia del género y también
puede, en principio, tomar cualquier otro rol, lo que sugiere que el género es una especie de
investidura que se puede cambiar a voluntad. Si “el cuerpo es una situación” como Simone de
Beauvoir afirma, y se “deviene” mujer solo bajo presión social, entonces no hay cuerpo que no este
“puro” que no este ya marcado por los conceptos que, se dice, solamente lo describen
“neutralmente”. Lo que la teoría de Beauvoir implica, es que el sexo en tanto que “facticidad”
La división humana de los sexos se basa en una historia ridículamente simétrica de polos opuestos
que se complementan. Esta fábula gira alrededor de una relación de falta y deseo: un sexo
masculino que desea a uno femenino en virtud de que este no es masculino, y un sexo femenino
desea a uno masculino en virtud de que este no es femenino. Pero esta falta fundacional no se vive
en iguales circunstancias para este par, ya que las mujeres son coaccionadas a encarnar la falta de
los hombres como propia. En la larga tradición filosófica que inicia con Platón, la distinción entre
mente (alma, conciencia) y cuerpo, invariablemente promueve relaciones de subordinación ante una
entidad “psíquica” que se presume absolutamente “libre” de toda carnalidad. Esta separación mítica
espectro de su corporalidad reprimida sobre el cuerpo femenino al cual obliga a interpretar “lo otro”
cuerpo. Entonces, ¿quiénes son “las mujeres” que la igualdad pretende “nivelar” con “los hombres”?,
¿qué tipo de causa es esta que es al mismo tiempo la reivindicación del oprimido y la reafirmación
del opresor?, ¿qué tipo de causas puede encumbrar una narrativa que necesita de un poder
masculino hegemónico para narrar la génesis de las luchas feministas?, y más aún, ¿qué tipo de
igualdad es siquiera posible ante a un poder al cual se esta sujetada, en virtud de haber emergido de
él?
5
La situación se torna sumamente complicada alrededor de la transexualidad, dado que el
reconocimiento de la feminidad trans viola las leyes de correspondencia entre sexo, género y deseo
que le dan sentido a la división heterosexual del género. Pero, si efectivamente existe una identidad
“de” género que podría o no coincidir con las características sexuales, entonces fácilmente se puede
poseer una identidad femenina y ser del género masculino o ser del género femenino y poseer una
identidad masculina. No obstante, las limitaciones sociales impuestas sobre los roles de género son
tan grandes que, como se verá en párrafos más adelante, pueden costarle la vida a quienes no las
acaten. En la medida que nuestra existencia social requiera de una afinidad heterosexual entre los
genitales y la conducta, las articulaciones anteriores hacen de quienes las viven en carne propia,
poco menos que parias ¿Existe una mujer “universal”, anatómicamente opuesta al hombre de tal
manera que sea este siempre quien penetra?, ¿en qué medida es la ausencia/presencia del pene lo
que determina el sexo, el género y el deseo? En una cultura machista en la que la feminidad se
produce dentro de las prácticas transexuales de diferenciación sexual?, ¿hasta qué punto los senos,
la vagina, la menstruación, las hormonas, el útero y la maternidad, son las características sine qua
non de la feminidad y hasta qué grado son constructos culturalmente naturalizados mediante su
representación cultural de la división sexual, ¿qué caso tiene “extender” la representación política
El género no es más que un gesto vacío, una palabra hueca para nombrar una identificación forzada.
Es necesaria la presencia de un cuerpo cualquiera que efectivamente pueda representar ante la ley
la existencia de dos sexos que en conjunto representen el sexo “de” un cuerpo. El cuerpo aparece
entonces como un mero instrumento o medio en el que se inscriben los significados culturales que
nos otorgan existencia social, donde el género no es más que el nombre de una materia pre-social y
que, por ende, solo es posible invocar mediante los artículos el o ella. En otras palabras, un cuerpo
“hembra” es bautizado como mujer y un cuerpo “macho” como hombre, en virtud de poseer órganos
“sexuales” producto de la feliz unión de una célula germinal masculina y otra femenina, por lo tanto,
¿hasta qué punto las categorías mujer y hombre carecen de sentido si no fuera por un dominio
6
heterosexual en el que identidad, género y sexo, coinciden felizmente como substancias que se
corresponden más allá de la materia? El cuerpo no es más que un manojo de huesos, órganos,
sangre y genes, a la espera de ser moldeados por una “voluntad” cuasi divina que a pesar de las
divergencias culturales - muchas de ellas irreconciliables - siempre se repite como patrón matemático
y por ende, revela una “verdad interior” tan solo a la espera de ser identificada. La/el cualquiera es la
El cuerpo vivo o muerto es el último bastión de las causas igualitarias: producir una base humana
“más allá” de las diferencias aunque irremediablemente representada por ellas. El cuerpo cualquiera
sujeto de derecho. Si humanidad solo hay una y está dividida en sexos opuestos pero
salida. En el afán prematuro de definir lo universalmente humano con el bien intencionado fin de
materia “zombie”, que no está ni viva ni muerta pero es indudablemente vigorosa y llena de fluidos,
pocas palabras, la identidad de género es una trampa. Porque para ser personas, ósea, seres
existenciales que se desenvuelven socialmente y que dependen de dicha sociabilidad para existir
como humanos, es forzosamente necesario desarrollar una identidad tanto reconocida como
aunque las formas de performarlo son ampliamente divergentes. Este reconocimiento público es una
disputa política constante, ya que aunque una se perciba y se reconozca como mujer, no significa
que los demás lo hagan, situación que pone en riesgo no solo la vida social, sino la corporal.
transexuales. De acuerdo con Transgender Europe, en Latinoamérica han ocurrido mil trescientos
cincuenta asesinatos de mujeres trans en un transcurso de seis años, a partir del dos mil ocho. En un
reportaje de la revista VICE titulado “Sobrevivir a la condena de ser trans en México”, se narra que en
7
el dos mil quince en la ciudad de Chihuahua al norte del país, justamente durante el período de la
legislación por el matrimonio igualitario, se encontró el cuerpo sin vida de una mujer trans (cuyo
nombre no se especifica en el artículo), con la cara destrozada, calzando zapatos de hombre que sus
agresores le colocaron después de muerta y envuelta en una bandera mexicana haciendo una clara
referencia a la homofobia nacionalista que puede rastrearse hasta la Revolución Mexicana. De los
doscientos ochenta y tres transfeminicidios reportados en los últimos siete años, en treinta y tres de
ellos se indica que los cuerpos presentaban evidentes signos de tortura. En el mismo reportaje se
reproduce el relato de Abigail Madariaga, mujer trans de treinta y dos años y trabajadora sexual,
quien cuenta como fue atacada cobardemente por la espalda por un taxista al cual le negó sus
servicios. Tal desprecio hacia ciertos tipos de existencias consideradas degradaciones de un proceso
cuerpos que a sus ojos son simples objetos penetrables y víctimas de su propia condición, de los
Esto dista mucho de ser un problema exclusivo de mujeres trans o de países “tercermundo”, de
acuerdo al reporte titulado Cuando los hombres matan a las mujeres, publicado en el dos mil
dieciséis en los Estados Unidos, tan solo en un año se cometieron mil seiscientos trece feminicidios a
punta de pistola. De los mil cuatrocientos noventa y cinco casos analizados en los que se pudo
identificar la relación de la víctima con el homicida, en mil trescientos ochenta y ocho de ellos se
encontró que las mujeres fueron asesinadas por hombres que conocían, mientras que en los ciento
siete restantes fueron asesinadas por extraños. Este reporte se puede leer paralelamente con el
nuevo video publicitario de la Asociación Nacional de Rifle del mismo país (disponible en YouTube),
en el que una conductora de afiliación conservadora mirando hacía la cámara se dirige a «cada
siguiente blanco de ataque bien podría estar armada, entrenada y lista para matar. Lo que la vocera
de la Asociación del Rifle parece no considerar, es que estos homicidas en potencia que
probablemente cohabitan con sus víctimas, utilizan armas adquiridas con el permiso de la misma
8
Tampoco queda claro como es que una mujer en una situación de violencia doméstica puede estar
entrenada y lista para «ejercer el “derecho” de elegir su propia vida sobre la de su agresor». En
primer lugar, ¿qué clase de “derecho” es este? y en segundo lugar, ¿quiénes son merecedoras de
ejercerlo y quiénes no?, en otras palabras, ¿son las mujeres esos cuerpos cualquiera a la espera de
la concesión del derecho a elegir? Tal parece que esta mujer imaginaria a la que alude la vocera,
entrena mientras el esposo o pareja duermen o tal vez se inspiró en la película titulada Enough
(2002), protagonizada por la famosa actriz Jennifer López, quien interpreta a una mujer acosada por
un marido golpeador que la amenaza con asesinarla y quitarle a la hija. Al final de la película, la
protagonista logra salir airosa de este calvario mediante un plan milimétricamente ejecutado y gracias
a un duro entrenamiento físico que le permitió matar a su agresor y salir exonerada alegando legítima
defensa ¿Quiere decir esto que la única manera efectiva de escapar de una situación de abuso
maestro?, o más bien, ¿no será que caer víctima de un abusador responde a la existencia de una
estructura machista que le permite a esos hombres tan cercanos, simplemente jalar de la soga que
Esta injusta desventaja queda manifiesta en el caso de Daphne, una chica mexicana menor de edad
habitante del estado de Veracruz, quien fue violada por cuatro tipos apodados en las redes sociales
como los Porkys. De acuerdo al juez Anuar González Hemadi, uno de los inculpados, Diego Cruz,
«no tenía la “intención” de llegar a la cópula vaginal, anal ni oral, porque los tocamientos se hicieron
sin lascivia», por lo que resolvió a favor del violador aún a pesar de que este reconoció su
culpabilidad. Dado que, según el señor juez, la chica no logró dar pruebas «de la lascividad de la
conducta» de su agresor, ni «describe al momento en que se dio el evento delictivo con la “certeza”
que en ese hecho haya habido una intención lasciva por parte del activo y por tanto, sea constitutiva
del abuso sexual que requiere el tipo penal de pederastia», los hechos no pueden ser considerados
como violación. Estamos ante una violación sublimada. Esta imposibilidad de reconocimiento pone al
descubierto la cuestionable naturaleza del derecho a elegir la vida propia, especialmente en una
violación, donde la víctima tiene que comprobar no solamente los hechos de la agresión, sino las
intenciones de su o sus agresores para hacer efectivo su derecho a elegir, ante un juez, la propia
9
vida y reclamar justicia. También se podría decir que la inclinación del juez por Cruz, se debe a que al
parecer este y sus secuaces son miembros de familias prominentes del estado de Veracruz. No
deleite sexual”, pone al descubierto la inocencia tácita del pene, cuyo acto penetrativo carece de
relevancia ya que se llevo a cabo dentro ciertos parámetro legales que le dieron a Daphne la inútil
“posibilidad” de cambiarse de asiento al interior del auto en el que era llevada cautiva. Este hecho,
según el señor juez, invalida el reclamo de la chica y hacen de ella una especie de “complice” de su
Otro caso ejemplar es el de la violación multitudinaria de una joven madrileña de 19 años ocurrida en
Pamplona, España, durante los festejos llamados Sanfermines. La sentencia para los cinco
violación a las redes sociales - fue de tan solo 9 años contra los 20 a 25 años solicitados por la
fiscalía. Dado que el tribunal «no entiende que haya violencia ni intimidación» no considera lo
sucedido una violación, ya que para que haya intimidación se tiene que presentar algún tipo de
una determinada acción sexual». A pesar de que el tribunal aceptó que hubo abuso con
«prevalimiento» porque existió una situación de «preeminencia sobre la denunciante que generó a
los cinco amigos una posición privilegiada sobre ella», solo por el simple hecho de que la víctima
declaró que cuando fue llevada al recinto donde ocurrió la violación «no fue con mucha fuerza como
Este acuerdo tácito masculinista es posible - aún a pesar de que “entre hombres” se puedan asesinar
de las maneras más atroces - gracias a un «contrato heterosexual» en el que lo femenino equivale a
lo penetrable y por ende es menospreciado como un cuerpo cualquiera a disposición de las leyes de
los hombres. Como se pudo constatar en los pasajes anteriores, se juzga y se castiga a las mujeres
10
supuestamente globalizado ¿Es necesario un consenso femenino mundial para asegurar la
efectividad de la acción política?, ¿no será que la búsqueda prematura de la sororidad terminará por
coartar alianzas contingentes mucho más atractivas para un gran número de mujeres que “no
cumplen” con los requisitos universales de la feminidad? Abogar por una identidad femenina por
encima de las particularidades de “las mujeres” que esta identidad presume representar, pospone la
tarea actual de repensar las posibilidades subversivas al interior de las estructuras de poder de las
que se pretende emancipar. Las nociones utópicas de una sexualidad femenina liberada de la
heterosexualidad obligatoria, una especie de sexualidad más allá del sexo, falla en reconocer las
agrandarse mediante una apropiación tramposa de las múltiples operaciones culturales de opresión
de las que emergen cuerpos que por sus genitales, su aspecto y/o deseo, se viven como mujeres.
confrontación como modo efectivo para construir alianzas encaminadas a la acción y no al “acuerdo”
o “la comunión”. La necedad por alcanzar la solidaridad a cualquier precio, es sintomática de una
acuerdos previos y por tal motivo representan una amenaza constante que parece venir de todos
lados. Una amenaza de semejante magnitud requiere de un ideal normativo que regule y vigile la
conducta a través de “acuerdos” basados en una identidad que empariente moralmente a las
“personas”, asumiendo igualdad de condiciones transculturales que les permite entablar diálogos que
a pesar de las buenas intenciones bien podrían no estar sucediendo, ya que mientras un interlocutor
La sexualidad está culturalmente construida con los mismos términos que los discursos del poder,
donde el poder opera a través de dispositivos arquitectónicos que organizan, segmentan y orientan la
11
sexualidad en términos heterosexuales y fálicos. Está ampliamente documentado el uso del cuerpo
como proporción geométrica en la arquitectura, así como las maneras en las que los roles de género
jerarquizan el uso de los espacios, por lo que se puede decir que la arquitectura en cierto sentido es
fálica: reproduce materialmente los símbolos que representa. El acto de ser y tener el género, o lo
que es lo mismo, el falo, solo se puede lograr habitándolo, de otra manera no se explica la plétora de
lugares cuyo carácter varía según el sexo, sexualidad y deseo de sus ocupantes - siendo el uso
transexual de los sanitarios públicos la controversia más reciente. Aunque la representación fálica se
presume la más “fiel” a su objeto, no es más que una de muchas otras representaciones posibles, de
igual modo la representación no es el único instrumento de sujeción, razón por la cual existen
múltiples descripciones y teorías del sexo que corresponden a los campos de poder desde los cuales
están pensadas. La sexualidad es una labor para muchos amos; parece sabio invocar aquí a Michel
Foucault para argumentar que la sexualidad contemporánea pertenece a un linaje que la vincula con
La existencia de una identidad que “tiene” y que “es” un sexo no puede ser más que actuada ¡una
laboriosa actuación sin duda! La identidad es un espectro, una realidad “interior“ y “metafísica”, un
“más allá” de la raza, sexo, género, etnia, nacionalidad y del cuerpo mismo. El sujeto-sujetado del
humanismo es quien porta sobre la piel las diferentes marcas de un ideal normativo que le incita a
actuar de tal o cual manera. Guy Hocquenghem dice que «la sociedad capitalista fabrica lo
homosexual como produce lo proletario». Por un lado, devenir homosexual es rehusarse a participar
en ciertos actos, a repetir ciertos gestos, en cambio, “tener homosexualidad” es padecerla en forma
de síntomas patológicos, sobretodo en las sociedades industrializadas donde “la sombra del maricón
es tan grande que a pesar de todas las condenas se reproduce como plaga”. Hocquenghem cita a
capacidad de una sociedad para inventar medios específicos para clasificar lo inclasificable, el
pensamiento moderno irá creando una nueva enfermedad, la homosexualidad». No es que exista un
sexo “natural” o “inconsciente” aprisionado por una serie de leyes y prohibiciones, más bien, el sexo
12
El cuerpo como ser biológicamente vivo, cuerpo cualquiera habitado por un “alma”, un “cogito”,
pertenece a una narrativa médico-jurídica cuya aparición histórica es concomitante con el control de
solo hasta que se somatiza, es decir, hasta que la ley deviene cuerpo, pero un cuerpo más bien
espectral, abstracto, transparente y ahuecado, una suerte de molde de manufactura “metafísica” que
se ciñe al cuerpo hasta mimetizarse con él. En la filosofía existe la noción de que la “persona” es una
especie de “núcleo” que compartimos todas, independientemente del contexto geopolítico en el que
cada una se encuentre. Este núcleo es nada menos que la identidad, sea esta derivada de la
nacionalidad, los genes, la religión o del sexo. No es un hecho menor que “salir del clóset” sea la
manifestación somática, encarnada, de la exigencia de la ley a identificarse. Basta con haber cruzado
algún tipo de frontera para haber experimentado en carne propia los dispositivos de reconocimiento:
huellas digitales, scan de retina, pasaportes, pero también artefactos menos sofisticados como la
vestimenta e incluso cuestiones más efímeras como los gestos, guiños y señas. El poder de la ley se
verá en los siguientes capítulos por venir, la repetición materializa los flujos de poder de muy diversas
encima de la piel y se efectúa al interior de un rígido marco regulatorio que con el paso del tiempo se
interioriza mediante la estilización del cuerpo, hasta adquirir una consistencia cuasi natural. En otras
palabras, el género es una ley punitiva que neuróticamente regula la conducta, es toda una
sintomatología de los órganos “sexuales”, de hecho, estos no son más que manifestaciones
Para ser reconocida se debe representar una correspondencia única entre género, sexo y deseo, de
manera que se deben excluir una serie de equivalencias problemáticas haciéndolas aparecer como
exponer los poderes que están en juego y rivalizarlos. Esto no quiere decir que las prácticas
13
homosexuales de sexo anal u oral “entre hombres”, por ejemplo, puedan deshacer un género que,
correcto cuando afirma que las lesbianas «no son mujeres», entonces se sigue que los
homosexuales no son hombres, dado que no participan del todo en el intercambio heterosexual. No
obstante, ni los gays ni las lesbianas pueden existir completamente afuera de un territorio
heternormado al cual necesariamente se contraponen. Por un lado, Wittig argumenta que la lesbiana
“traiciona” al género del cual emergió y por ende huye de él, por el otro lado en su obra literaria El
cuerpo lesbiano, reproduce una sexualidad lesbiana que se puede entender como un modelo de
inversión del proceso de diferenciación sexual teorizado por Freud en sus Tres ensayos sobre la
estado oral-caníbal, en otras sublimando el asco, en otras sustituyendo al objeto sexual por fetiches y
en general, desordenando los límites del cuerpo, el sexo, el deseo, el miedo, el placer, el hambre y la
identidad.
Si la crítica que Wittig emprende contra la genitalidad, se basa en un modelo de inversión que
revaloriza el subdesarrollo freudiano del cuerpo erógeno que no logra llegar a la etapa genital, última
reproduce el modelo mismo, ahora invertido, que pretende superar? Dado que su modelo de
pretende destituir lo que ella denomina como «contrato heterosexual» con sus mismos términos,
pero, dado que estos son retomados por lesbianas “fugitivas” con el fin de salvar a las mujeres de la
clase masculina que las mantiene dominadas, dichos términos, se espera, serán subvertidos, es
decir, se modificarán de tal manera que se logre destruir el género. Esta lucha debe ser emprendida,
necesariamente, a través del lenguaje, que aunque en manos de los hombres cosifique el cuerpo
14
Para Wittig, el “yo” es una posición que puede ser llenada por cualquiera, una silla vacía, que en El
pensamiento heterosexual describe como una perspectiva “universal”, pero, ¿porqué detener la
Mujer misma, deja intacto al sujeto universal llamado “yo”? Por un lado, Wittig desmiente la falsa
cuanto a la obra literaria “gay”, entonces, ¿porqué asumir la existencia de una escritura “universal”
por encima de las temáticas lésbico-gay que, paradójicamente, deberán evitarse para lograr
“conquistar” la universalidad? Tal parece que a Wittig no le molesta la diferencia política entre lo
particular y lo universal. Wittig cree que al decir “yo soy lesbiana” se restablece el contrato social a
sus orígenes humanos, temporalidad que no queda clarificada ya que «lo universal se lo han
apropiado desde siempre los hombres y, siguen haciéndolo», aunque como señala la autora,
«debemos comprender que los hombres no nacen con la facultad para lo universal y (...) las mujeres
denominadas masculina y femenina, donde como bien señala Wittig, la dominación masculina «no
ocurre por arte magia, sino que debe hacerse, es un acto, un acto criminal, perpetrado por una clase
contra otra, es un acto cometido en el nivel de los conceptos, en la filosofía, en la política». Como la
misma Beauvoir lo señala, la palabra mujer salida de la boca del hombre suena a insulto, de igual
manera «el género es muy dañino para las mujeres cuando se utiliza [en] el lenguaje». Para Wittig el
lenguaje es tan poderoso que «cuando uno se convierte en hablante, cuando uno dice “yo”, al hacer
eso, se reapropia del lenguaje en su totalidad». Sin embargo, y a pesar de su enorme fuerza, el
género, un simple indicador lingüístico, en la boca de los hombres opera en el lenguaje como
sustantivo y lo modifica de tal manera que le «quita a las mujeres la autoridad de hablar» y las fuerza
continuamente» ¿Cómo es que el lenguaje siendo tan poderoso que «da a cada uno el mismo poder
de llegar a ser un sujeto absoluto por medio de su uso», sucumbe ante un indicador que como ya se
ha visto, antes que contener, ocasiona una multiplicación de géneros que después debe ser
15
Si bien Wittig está en lo cierto cuando dice que el lenguaje es una “materia especial” que «proyecta
haces de realidad sobre el cuerpo social, lo marca y le da forma violentamente», el lenguaje es solo
un dispositivo entre muchos, y el del que ella habla particularmente, es un lenguaje fálico. Es fálico
dado que aunque se presenta como simple forma que solo “indica” un contenido “real”, “natural” o
“verdadero” que está por fuera de la estructura del lenguaje, no obstante, «fuerza a cada hablante, si
fálica, hace aparecer a quien marca «como la propia forma física» de aquello que nombra, es decir,
la encarnación del orden simbólico. Es el poder y no el lenguaje, el que captura al cuerpo y lo moldea
a manera de que represente, performe, tanto la forma como el contenido del lenguaje. No solo el
género en tanto que indicador lingüístico sino el sexo mismo, es una categoría abstracta, es decir,
ficticia, que actúa en el cuerpo social porque pertenece al orden de la función. La cuestión no radica
en saber si el género es menos sustantivo que el sexo, sino que ambas categorías son
regulaciones y vigilancias que las materializan. Se le dice no a las cosas que ya de por si no se
pueden hacer, es decir, se prohibe aquello que de entrada esta protegido, contenido, resguardado y/o
vigilado. Evidentemente esto no quiere decir que las prohibiciones funcionen, de hecho, no lo hacen
y es precisamente por eso que terminan por engendrar su propio debacle. Es bien sabido que por
mucho que se intente alcanzar el ideal de género de un sexo asignado, incluso previo al nacimiento
gracias a la tecnología del ultrasonido, siempre hay algo que se escapa a la voluntad. El cuerpo
maneras que perturban la norma heterosexual, distorsionando sus mandatos en formas que solo
posteriormente son clasificadas como transexuales, homosexuales, lésbicas, etc, pero que de ningún
La sexualidad sacrílega que emerge al interior del contrato heterosexual no es una simple copia
autómata del mismo sino una reformulación. La “presencia” de las llamadas convenciones
16
tampoco son insistencias heterosexistas dentro de los ambientes lésbico-gay-trans-travesti. Una
mujer trans no es una copia de una mujer “real” o “verdadera”, transexualidad no es a hetero como
copia es al original, sino como copia es a otra copia. La supuesta originalidad inapelable de la
heterosexualidad no es más que una interpretación paródica de lo “humano”. Por ende, lo humano en
tanto que ente más allá de la materia, espíritu libre y universal, no es más que la ridícula farsa de la
mítica escisión entre mente universal y cuerpo cualquiera que los hombres creen que realizan cada
vez que piensan ¿Porqué pelear por “recuperar” esa extraña “materia metafísica” que ni ellos mismos
poseen? Los hombres no se apoderaron del lenguaje, más bien el lenguaje es un fetiche que ellos
creen que cuando sale de sus bocas, distingue lo universal de lo particular, argumento totalmente
fraudulento. En efecto, la tarea emprendida por Wittig para «destituir las categorías de sexo en
política y en filosofía, [y] destruir el género en el lenguaje (o al menos modificar su uso)» es una tarea
crucial, pero no porque el lenguaje este “tomado” por los hombres, sino para engendrar diversos
“diferencia”. No se trata de crear un “nuevo” lenguaje feminista o peor aún, progresista, eso solo
reifica la diferencia tal como afirma Wittig en cuanto a la escritura femenina comparándola con «las
tareas del hogar y la cocina», donde ese lenguaje “especializado” o “purificado” después se vuelve el
látigo para castigar a aquellas que no hayan sido iniciadas en las “verdades” del feminismo
“auténtico”.
Seguir teorizando el lenguaje, el contrato, la ley y el sexo como las causas sine qua non de la
conducta, el deseo y la sexualidad, es seguirle el juego a una clase masculinista y fálica que se
caracteriza por deslumbrarnos con espejitos. Que las sociedades masculinistas pongan el énfasis en
el poder de los conceptos, las palabras, los significados, en suma, en el “poder” del espíritu, es un
delirio propio de una clase que se cree escindida interiormente entre un alma inmortal y una
“cáscara” perecedera que es su «lugar en el mundo». Tanto la identidad masculina como la femenina
están instituidas en una sexualidad psicosomática, donde la mujer debe hacer alarde de su
“ausencia” de masculinidad para reflejarle al hombre la suya y en ese mismo acto hacerle segunda a
su fantasía metafísica de separación mente/cuerpo. Esta identificación por oposición que reprime
17
productiva, dado que requiere que sus sujetos sean perversos inconscientes en constante amenaza
de rebelión, criminales en potencia que piden a gritos ser reformados. Dicho de otro modo, la ley
requiere que sus sujetos vivan en un estado de excepción perpetuo, donde si no fuera por el ojo de la
ley que todo lo vigila, la potencia sexual desbordaría de tal manera que las ciudades se “degradarían”
Como en su momento lo prefiguró la misma Simone de Beauvoir cuando argumentó que los hombres
no pueden resolver la cuestión femenina porque estarían actuando como juez y parte, de igual modo,
no se puede resolver la cuestión sexual recurriendo a una supuesta esencialidad humana que
quedará libre una vez haya sido derrocado o conquistado el régimen. Por ende, invocar el estatuto de
humano es performativo, es decir, actúa aquella humanidad que presume ser. La unidad aparente del
humano por encima de las diferencias, es un efecto de una heterosexualidad compulsiva que busca
“sexualidad” que se pueda decir que este afuera, antes o después de la norma que le sujeta,
entonces, lo único que queda es impugnarla en virtud de su carácter constructivo o, mejor dicho,
por el otro lado, es bastante claro en lo que a su carácter espacial se refiere, el cual la verdadera
Butler desestima o simplemente no ve, sobretodo en el último capítulo de Género en disputa, donde
parece olvidar el encierro arquitectónico del convento en el que habitaba Herculine/Alexina, una
“intersexual” del siglo diecinueve cuyos diarios encontró y publicó Foucault bajo el título Herculine
Barbin llamada Alexina B., y que justamente constituía el “escenario” de sus amoríos “entre mujeres”
con las otras huérfanas y monjas al mando, que hacían de su cuerpo una “situación” imposible para
la sexualidad.
La coherencia interna entre hombre y mujer es absolutamente necesaria para cualquier relación
sexual. Considérese que la homosexualidad requiere de dos géneros iguales y por lógica de uno
opuesto que quede por fuera de dicha relación, de igual modo la bisexualidad, mientras que la
“opuesto”. Por consiguiente, el sexo siempre es heterosexual, pero, operar al interior de un régimen
18
de circulación y correspondencia de género, sexo y deseo binario, no equivale a replicar las mismas
dado que como la misma Wittig lo dedujo, la heterosexualidad es «un objeto no existente, un fetiche,
una forma ideológica que no se puede asir en su realidad, salvo en sus efectos, y cuya existencia
reside en el espíritu de las gentes de un modo que afecta su vida por completo, el modo en que
actúan, su manera de moverse, su modo de pensar». La cosa es que “ser” y “tener” un género es un
efecto provocado por una multiplicidad de dispositivos que operan excluyendo; máquinas abstractas
cuya procedencia puede ser rastreada hasta sus orígenes arquitectónicos, como es el caso del
panóptico de Bentham utilizado por Foucault para teorizar la disciplina y la vigilancia como
mecanismos de sujeción. Las categorías sociales y jurídicas que emergieron de los traslapes entre la
engendrado todo un imperio de la sexualidad que de ninguna manera pudo haber sido pronosticado
ni mucho menos planeado. Las divergencias sexuales no solo son posibles sino que están
No se nace mujer u hombre, se llega a serlo. Mujer y hombre son términos en perpetua construcción
que no se puede decir que tengan inicio o fin, son estilos históricos socialmente sancionados de
como llevar una “buena vida”, o técnicas del yo como las llamaba Foucault. Una genealogía
arquitectónica de las normas de género, si es exitosa, revelará que la apariencia sólida del género es
hacen en el ámbito abstracto de los pronombres masculinos y femeninos, más bien, son una batalla
inscribe en los cuerpos «al rojo vivo», como diría Wittig, mediante máquinas arquitectónicas que los
encierra a diferentes intervalos y con muy diversos propósitos. Para poner al género en problemas,
movilizarlo, confundirlo y ampliarlo, hay que olvidar las fantasías utópicas de una sororidad femenina-
trans-lésbico-gay “universal”, y enfocar las fuerzas en descomponer las formas categóricas hombre y
mujer en los gestos, actos y espacios cotidianos que las constituyen. Tal como los cuadros del artista
19
ucraniano Oleg Shupliak, en los que a primera vista parece que se observa un rostro, pero al relajar
la mirada se descubre que toda era una ingeniosa ilusión óptica producida por una serie de objetos
dispuestos a manera de lograr dicho efecto. Por consiguiente, la tarea no consiste en suspender la
representación política - como si tal cosa fuera posible, más bien, consiste en desplazar la
representación del sexo hacía los múltiples lugares de encierro que en conjunto regulan la
s.salazar.b77@gmail.com. Gracias
20