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“El Mundo como Hipermercado”

Byung-Chul Han y el infierno de lo igual


Menene Gras Balaguer

“La sociedad del Cansancio” (2012), “La Sociedad de la Transparencia”


(2013), “La Agonía de Eros” (2014) y “En el Enjambre” (2014) de Byung-
Chul Han (Seúl, 1959), publicados por la editorial Herder en la colección
Pensamiento que dirige Manuel Cruz, han dado a conocer a un autor
desconocido prácticamente hasta hace dos años por el público español.
Libros breves pero contundentes que se pueden entender como
cuadernos filosóficos por entregas, en los que su autor pone en práctica
un análisis del presente destinado a diagnosticar las patologías de la
sociedad actual. ”Die Müdigkeitsgesellschaft” (La sociedad del cansancio)
ha sido traducida a once idiomas; en Corea ha sido valorado como el libro
más importante de 2012 y en Alemania se le considera como un sucesor
de grandes pensadores europeos como Giorgio Agamben o Baudrillard,
pero la fulgurante recepción de la que ha sido objeto Han en
determinados ámbitos dista mucho aún de la popularidad de aquellos con
quienes se le compara. ¿Sólo es cuestión de tiempo? Todo parece indicar
que será así, a medida que proliferan las traducciones de sus anteriores
libros, compensando su negativa a dejarse seducir por la promiscuidad
mediática, y porque no ha dejado de escribir al ritmo en que lleva
haciéndolo desde el inicio de su trayectoria. Este filósofo coreano que, por
su formación estaba destinado a la industria metalúrgica, se trasladó a
Alemania, donde, empieza a estudiar filosofía en la Universidad de
Friburgo y literatura alemana y teología en la universidad de Munich,
doctorándose en 1994 con una tesis sobre Martin Heidegger en la
Universidad de Friburgo. Posteriormente, obtiene su habilitación para dar
clases en la Universidad de Basilea, en el año 2000, y accede a la
Universidad de Karlsruhe en 2010, aunque sólo imparte docencia en el
centro dos años, tal vez por una cierta incompatibilidad con Peter
Sloterdijk, ingresando en 2013 en la Universität der Kunste de Berlin,
donde su actividad docente se centra en la filosofía y los estudios
culturales.

Han no sólo es autor de estos cuatro “cuadernos” que han aparecido en


España en los últimos tres años, sino de una extensa bibliografía que
cuenta con más de una quincena de libros en su haber. Si Han se introduce
en la filosofía con Heidegger, y aborda el malestar de la cultura y los
trastornos de una sociedad neoliberal desde una perspectiva
interdisciplinar, la fenomenología, la antropología cultural, la filosofía
social, la religión o el psicoanálisis, su obra aborda el complejo entramado
de una sociedad enferma que requiere un diagnóstico y actuar en
consecuencia. Su primer libro lo dedicó a Heidegger, al que siguió este
mismo año un ensayo sobre la muerte, “Todesarten. Philosophische
Untersuchungen zum Tod” (1999), un tema al que volverá tres años
después en “Tod und Alterität“ (2002). También hizo un libro a la filosofía
Zen, “Philosophie des Zen-Buddhismus” (2002). A estos ensayos siguen,
“Was ist Macht” (2005), “Hyperkulturalitat: Kultur und Globalisierung”
(2005), “Hegel und die Macht” (2005), “Gute Unterhaltung. Eine
Dekonstruction der Aendiädischen Passiongeschichte” (2007), “Abwesen:
zur Kunts und Philosophie des fernen Osten” (2007) y Duft der Zeit. Ein
Philosophischer Essay zur Kunst des Verweilens (2009). La extensa
bibliografía de este filósofo sigue con los libros traducidos y publicados en
España, coincidiendo con el éxito internacional alcanzado por él
recientemente. En esta acelerada trayectoria, lo que sorprende realmente
es cómo llegó a aprender alemán y a dominar la lengua en tan poco
tiempo, teniendo en cuenta que es para él una lengua de adopción y que
no existen precedentes como el suyo, o que igualen esta apropiación de
una lengua extranjera como el alemán y su cultura en los términos en que
lo ha hecho él. Sorprende su familiaridad con filósofos como Heidegger y
Hegel y que haya sido capaz de escribir una obra, cuya continuidad parece
garantizada. Ronald Diecker en un encuentro con Han en Karlsruhe (“From
pasta to pyrotechnics”) en 2011, no puede disimular su perplejidad al
hacer referencia a este hecho, y a su empeño en domesticar la lengua
alemana para plantear críticamente aquellos registros que centran el
debate filosófico actual sobre la sociedad en la que vivimos, dominada por
una economía de mercado que ha sobrepasado todos los límites, forzando
esta transparencia que según él roza lo pornográfico.

Las comparaciones que se han hecho entre él y Barthes, Baudrillard u


otros pensadores occidentales intentan dar una respuesta al éxito de los
libros que ha publicado hasta el presente, sobre todo de los que se habla
aquí y que pueden entenderse respectivamente como formando parte de
una serie, cuyo orden de lectura no altera el significado de lo que se
propone transmitir. No obstante, antes que él, otro coreano, Nam June
Paik, pionero de las Nuevas Tecnologías y sus aplicaciones en las artes
visuales, hace más de medio siglo también emigró a Alemania y
posteriormente a EEUU, sin renunciar nunca a sus orígenes. La
contribución de Han en el escenario europeo consiste en explorar la la
mercancía, cuya exposición responde a la transparencia como objetivo
final de todo lo que existe, eliminando por último el mismo deseo y la
producción, que para Gilles Deleuze y Félix Guattari era atribuible a la
máquina deseante y a la máquina social dominada por el sistema del
capital, tanto en el capitalismo de mercado como en el capitalismo de
Estado, tal como se nos aparece en la pantalla televisiva.

Sus fuentes son en primer lugar Heidegger, Kant, Hegel, Nietzsche y Platón
–no en vano se doctoró con una tesis sobre el primero. Las restantes
proceden de autores que suelen formar parte de la bibliografía de los
estudios culturales, como M. Foucault, Roberto Esposito, Sartre, Walter
Benjamin, Gilles Deleuze, J. Baudrillard, Hannah Arendt, A. Ehrenberg, E.
Lévinas, A. Badiou, G. Agamben, S. Zizek, J. Lacan y Eva Illouz, entre los
que aparecen nombrados con más frecuencia como paradigmas del
cambio de pensamiento. Ante esta última, por ejemplo, se posiciona en
“La Agonía de Eros” a partir de “Las intimidades congeladas. Las
emociones del capitalismo” (2007) y de “Porqué duele el amor” (2009),
oponiéndose a la tesis según la cual la facilidad con la que se obtiene la
información ha incrementado el poder de la fantasía. Han rechaza sus
argumentos para decir que la gran densidad de información sobre todo
visual la reprime: “la hipervisibilidad no es ventajosa para la imaginación.
Así, el porno, que en cierto modo lleva al máximo la información visual,
destruye la fantasía erótica”. La recepción incesante de imágenes impone
la positividad del progreso, al igual que la aceleración del acontecer que
está en el origen de la acumulación de datos de una sociedad hiperactiva,
ante la que sólo se puede cerrar los ojos para no ver y sumergirse en la
quietud contemplativa tratando de transformar los datos en
conocimiento. Para él, esta negatividad es necesaria para resistir a la crisis
actual del arte y de la literatura derivada a su vez de la crisis de la fantasía
y de la desaparición del otro, originada por el exceso de narcisismo.

No obstante, sería inexcusable no reparar en un modelo de referencia


como el que puso en circulación “La Sociedad del espectáculo” de Guy
Debord durante décadas desde su publicación en 1967. A este titular se
debe en gran parte el éxito internacional de este libro publicado en
numerosos idiomas y que hizo las veces de manifiesto, al introducir un
nuevo sistema interdisciplinar de análisis del mundo en el que vivimos y
proponer un método de subversión basado en un instrumento –el
“desvío” (détournement), interpretado como giro e inversión, de todo lo
dado en el mundo del discurso y en el mundo real. El rastreo que se hace
posible en este libro de Debord se beneficia de la propia estructura en 267
epígrafes y nueve secciones, a través de los que se recorre un discurso
contundente que inauguraba un nuevo modo de entender el mundo. Las
claves de este discurso fundador del situacionismo giraban en torno a la
pérdida de unidad del mundo ante la fragmentación causada no tanto por
el abuso de la imagen, como por el hecho de que la producción de
imágenes está en el origen del espectáculo y de la sustitución de la vida
por la imagen autónoma de la misma. Nadie puede sustraerse a esta
advertencia preliminar “El espectáculo no es un conjunto de imágenes,
sino una relación social entre personas mediatizada por las imágenes” (4);
el espectáculo se origina en las sociedades en las que dominan las
condiciones modernas de producción. El espectáculo –decía Debord- es el
resultado y el proyecto del modo de producción existente. No un
suplemento sino el modelo de la vida socialmente dominante (6). De ahí
se infiere que el mundo irreal o la irrealidad haya reemplazado la vida real,
con todas las implicaciones que esto tiene para el usuario. “La realidad
surge en el espectáculo, y el espectáculo es real” (8). Si, como decía
Debord, el concepto de espectáculo unifica y explica una gran diversidad
de fenómenos aparentes, la clasificación que hace Han en sociedades
según categorías específicas promueve un despliegue sin precedentes de
un inventario susceptible de ampliarse sin cesar. A partir de la sociedad
del cansancio, pretende no sólo contener a aquella que denominó Debord
como una sociedad del aislamiento y de “soledades sin ilusión” dominadas
por el fetichismo de la mercancía, sino desarrollar el discurso que
identifica la separación entre lo vivido y lo soñado por una sociedad del
rendimiento y traducir lo que Debord llama espectáculo en una colección
de imágenes que invaden la vida doméstica y cotidiana sin encontrar
resistencia y haciendo que todo lo vivido se convierta en representación.
Así es como nuestro tiempo prefiere la imagen a la cosa, la copia al
original y la apariencia al ser, porque nos hemos convertido también en
imágenes de nosotros mismos.

La sociedad del espectáculo pasa a ser con Han una sociedad del
cansancio de la que hace derivar lo que él llama la sociedad de la
transparencia, de la que a su vez desprende la sociedad positiva, la
sociedad de la exposición, la sociedad de la evidencia, la sociedad porno,
la sociedad de la aceleración, la sociedad íntima, la sociedad de la
información, la sociedad de la revelación y la sociedad del control, que
hace corresponder con la sociedad de la información y de la
hipercomunicación donde, dice, “sus moradores se exhiben y se
desnudan”. En este exhibicionismo, ve una pornografía que no se puede
disociar del panóptico digital con el que la exposición se compenetra. En
el origen de esta sociedad del cansancio, un antecedente imprescindible a
tener en cuenta es “El Cansancio de ser uno mismo” de Alain Ehremberg
donde se exponen los mecanismos que han llevado a la depresión y a la
desilusión de una sociedad narcisista, que ha fracasado a causa de su
individualismo potenciado al máximo por una economía que fomenta las
psicopatías de una violencia pulsional como la que caracteriza la sociedad
americana. Cansancio también que está en el origen de los trastornos de
la depresión, como los que experimentan exponencialmente los
personajes de “Melancholia” de Lars von Trier.

No es imprescindible leer a Han a través de Debord, pero sí me parece


importante al menos explorar las conexiones que se pueden establecer a
partir del discurso del primero, sobre todo porque, sin mencionarse
explícitamente, la sociedad del espectáculo, cuya popularidad sigue
vigente, es un referente ineludible para entender fenómenos como la
disolución de la unidad, la pérdida de cohesión social, la economía de las
imágenes, la separación y la negación de la vida en y por el espectáculo,
que es el objetivo principal de la producción en la sociedad actual. La
suplantación del ser por el tener es otra de las consecuencias de la
dominación que ejerce el espectáculo sobre la vida humana. Debord en
los años sesenta habla de una crisis esencial de la historia, haciendo una
clara referencia a Hegel y el fin de la historia, e insiste en la escalada de la
dominación racional de las nuevas fuerzas productivas y la formación de
una civilización a escala mundial. De hecho, se adelantaba así a esta
sociedad global en la que Han hace observar un cambio de paradigma, al
pasar de una época primero bacterial y después viral a una época
neuronal, porque toda época tiene sus enfermedades, cuyo alcance se
desconoce aún ante la movilidad sin obstáculo de personas y mercancías
que los medios de comunicación han propiciado favoreciendo los
intercambios, la dominación y el control. Debord hablaba ya de una
economía global en un mundo crepuscular, que convertía el espectáculo
en una actividad especializada que se caracteriza por ser la representación
diplomática de la sociedad jerárquica ante sí misma. A esto agregaba que
el espectáculo es el autorretrato del poder en la época de su gestión
totalitaria de las condiciones de existencia.
Las patologías de la sociedad del cansancio se hacen residir en el exceso
de positividad y en el auto rendimiento. El sujeto de rendimiento sustituye
la dominación del otro por la suya propia imponiéndose a sí mismo la
maximización de resultados, lo que se considera una autoexplotación, que
finalmente resulta más rentable que la explotación por el otro, al parecer,
porque se ejerce desde la libertad. La dialéctica amo/esclavo ha suprimido
la alteridad, no la necesita, porque uno mismo puede ser los dos sujetos a
la vez. Es el resultado del aislamiento que, según Debord, funda la técnica
y simultáneamente del progreso técnico que aísla –“desde el automóvil a
la televisión, todos los bienes seleccionados por el sistema espectacular
son armas para el reforzamiento constante de las condiciones de
aislamiento de las muchedumbres solitarias”. La sociedad del cansancio
tiene no obstante un antecedente más directo aún en “La fatiga de ser
uno mismo. Depresión y Sociedad” de Alain Ehrenberg (1998), el último
libro de la trilogía dedicada a una antropología de las sociedades
democráticas de este sociólogo francés, tras la publicación de “Le Culte de
la Performance (1991) y de “L´Individu incertain” (1995). Para Ehrenberg,
nuestra época se caracteriza por la subjetividad generalizada que domina
el mundo, gracias a haber logrado la privatización de la existencia y donde
“la sociedad es como una mesa que vincula y separa a los invitados”. Los
argumentos de Ehrenberg suscitan un diagnóstico de la depresión y la
desilusión contemporáneas, que son la enfermedad crónica del siglo. El
individuo “incierto” es el objeto de los productos fabricados por los
llamados laboratorios de la confusión, las fábricas de la televisión, las
drogas y los medicamentos psicológicos, que la depresión empuja a
consumir masivamente ante el aislamiento de los individuos, cansados de
la soledad y no pudiendo soportarse a sí mismos. Emmanuel Lévinas
(1906-1995) se anticipaba a esta ausencia de la alteridad críticamente en
“El tiempo y el otro” y en “Humanismo del otro hombre”, donde se refiere
al distanciamiento que se ha producido en nuestro oscuro presente entre
el hombre y el mundo del cual depende, y a la asimetría metafísica entre
el yo y el Otro, porque según él ni el conocimiento más audaz y lejano
logra ponernos en contacto con lo verdaderamente otro ni puede
reemplazar a la sociedad, y de ahí su soledad.

El diagnóstico precoz que Chateaubriand identificó con el mal del siglo,


para describir la crisis de creencias y valores de su época, la decadencia y
el hastío del hombre moderno que intentaba redimir al hombre
romántico, no es comparable con los que desde algunas décadas se hacen
sobre la época actual. Pero, las ciencias humanas suelen recurrir a las
asociaciones entre fenómenos, cuyas analogías pueden favorecer la
exégesis de los períodos más críticos de la historia social. La enfermedad
de los héroes vulnerables que conduce al suicidio de Werther o de los
poetas románticos que no consiguen abrazar la totalidad del ser, y que
sólo pueden afrontar el fracaso de la modernidad, equivale a la
imposibilidad de vivir que conduce a la “muerte propia”. Si entonces lo
moderno se identificaba con el proyecto enciclopédico, y con la
racionalidad del progreso que se produce simultáneamente a la crisis de la
conciencia europea, pareciendo poder consumar la utopía del dominio de
la naturaleza por el hombre, su negatividad se exhibe en el suicidio del
sujeto aislado que expone su rechazo poniendo fin a su vida. La
sintomatología de la enfermedad social que afecta a los individuos de la
sociedad actual se explora desde la filosofía, la economía política, la
sociología, el psicoanálisis y la literatura, aunque su complejidad es
infinitamente superior y su alcance altera la perspectiva desde la que se
debe abordar el horizonte en el que vivimos. Han se ha convertido en
poco tiempo en un gran intérprete del mundo en el que vivimos al abordar
no sólo los síntomas del malestar social desde una perspectiva global, sino
también desde la condición humana del individuo que experimenta las
diferentes patologías de este malestar. Las redes sociales no han hecho
más que facilitar la transmisión de esta enfermedad neuronal de la que
habla Han y contra la que es difícil vacunarse, porque “la comunicación
emocional está en la base del poder”, dice evocando a Eva Illouz, que a su
vez hace alusión a un capitalismo de las emociones al que contribuye el
discurso psicoanalista impregnando instituciones, empresas y el entorno
cultural.

En la sociedad de la hipercomunicación, paradójicamente el acercamiento


y proximidad entre los individuos al igual que la supresión de las distancias
físicas que ha caracterizado el desarrollo de la “aldea global” no es más
que una ilusión. En su último libro, “En el Enjambre”, Han opone al
concepto de masa tradicional una sociedad que se compone de individuos
aislados que son incapaces de relacionarse entre sí. El mundo se ha
convertido en una gran colmena digital donde el individuo teclea en lugar
de actuar, y donde el exceso de narcisismo ha erosionado la alteridad y de
ahí la crisis del amor, el gran cansancio y la depresión que nos incapacita
para reaccionar. Nos ha conducido hasta aquí la mercantilización de la
vida social eliminando la alteridad para someterlo todo a la exposición y al
consumo. Todo se expone para ser devorado y consumido y de ahí el
alcance de la pornografía que Han ve como resultado de esta exposición
generadora de lo que llama “ultra-excitación y desahogo inmediato”. La
sociedad actual es comparada con un conjunto de archipiélagos formados
por individuos que, anteponiendo el tener al ser, se han convertido en
islas, que vagan de un lado a otro sin poder sustraerse al control y a la
vigilancia que se ejercen imperceptiblemente sobre nosotros,
moviéndonos o teledirigiéndonos, en medio del gran ruido generador de
ilusiones que nos ocultan la realidad.

El tejido discursivo de Han se construye en base a la complejidad de este


entramado social que no ha sabido crear los antídotos contra el exceso de
positividad del sistema económico. Francesc Arroyo consiguió entrevistar
a este autor que no concede entrevistas a los medios, en el Café Liebling
de Berlín. El País publicó la conversación que mantuvieron ambos el 22 de
marzo de 2014. Tratándose de alguien que se aleja de los medios y que
rechaza comúnmente ser entrevistado, fue una noticia poder contar con
una información que procedía de este gran lector de nuestro tiempo y de
una época en la que la crisis política y económica se extiende a todo el
sistema y afecta a todos los individuos de una sociedad ilusoria donde los
sueños de un mundo mejor se han convertido en visiones catastróficas,
donde se anuncian la devastación y la destrucción por medio de la
pornografía ejercida desde el poder, que ha erosionado el pensamiento y
la misma pregunta heideggeriana acerca de qué significa pensar y para
qué pensar.

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