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De acuerdo con la definición de trata de personas del Protocolo de Palermo, los fines de
explotación incluyen: la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación
sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la
esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos. En este apartado, se aborda
la explotación sexual de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual. Para
ello, es importante tener una clara diferenciación entre explotación sexual y trabajo sexual
(asimismo, se debe tener en cuenta que no toda forma de explotación sexual se da en
condiciones de trata de personas).
Primero, es importante tener clara la definición de este fin de explotación. Por tal motivo,
de acuerdo a la ONUDD (2010):
Por otro lado, la explotación sexual de acuerdo con la Organización Internacional para las
Migraciones (OIM), puede ser:
Se presenta cuando una persona (niños, jóvenes o adultos) es privada de su libertad y
autodeterminación, y obligada a prostituirse o a realizar cualquier acto sexual para
conseguir provecho económico
El marco legal en México, a pesar de que en algunas entidades esta contemplado en reglamentos,
se carece de disposiciones que regulen la prestación de servicios sexuales, sea para prohibirlo, o
bien, para establecer medidas de acceso, ejercicio y disfrute de derechos a las personas que se
dedican a esa actividad. Este hueco en la legislación responde al menos a una discusión inacabada,
y al parecer irreconciliable entre diferentes posturas respecto de la prestación de servicios sexuales
comerciales (los que se conocen como prostitución/trabajo sexual). Las posturas a que se hace
referencia son conocidas como:
Abolicionismo
Desde esta postura, toda prestación de servicios sexuales propicia la trata de personas. La
palabra utilizada para referir estos servicios es la prostitución, y toda persona que la ejerce es
explotada, incluso cuando esa persona señale que nadie la obliga a realizar esa actividad
(caso en el cual se explota a sí misma o ha generado mecanismos de autodefensa para negar
su realidad de explotación), afirman que ninguna persona puede dedicarse a esta actividad
voluntaria, ni libremente, y por lo tanto, esta actividad no puede ser validada vía la existencia
de disposiciones ni legales, ni reglamentarias que la regule, por lo que debe sancionarse a
quien consuma estos servicios y no a la persona que los presta.
Prohibicionismo
Bajo esta postura se sanciona la prestación de servicios sexuales comerciales (prostitución), de
ahí que se penaliza tanto a quien ejerce la actividad, como a quien paga por los servicios. La
única regulación posible tiene ese fin.
Reglamentarismo y Laboralismo
La denominación de esta postura tiene que ver con el enfoque que se da a la prestación de
servicios sexuales comerciales. El reglamentarismo da por hecho que la prostitución es un mal
necesario, que siempre va existir, y que debe regularse (en reglamento) para evitar problemas
de sanidad y salud pública. El laboralismo impugna el término de prostitución por su carga
discriminatoria y estigmatizante y ocupa el término trabajo sexual, actividad que refiere, debe
ser reconocida como tal, y por tanto, garantizar los derechos de quienes lo ejercen a través de
su regulación en una ley. Aunque los enfoques son opuestos, uno basado en principios de
sanidad o salud pública y otro en el ejercicio de derechos, se coincide en la postura de aceptar
que la actividad existe y por tanto la necesidad de regularla.
En razón de lo anterior, siempre que se refiere el término “prostitución” se hace bajo una postura
abolicionista o prohibicionista, ya que desde éstas la prestación de servicios sexuales comerciales
no puede considerarse como una actividad legal y menos como un trabajo, por tanto, no podría
denominarse como tal.
Bajo esa interpretación (la incapacidad de las personas que prestan servicios sexuales para
consentir sobre la actividad que realizan) la prostitución (sin adjetivos, voluntaria, libre o
elegida) dejaba de existir, y por tanto, tal actividad, debía ser únicamente considerada como
explotación sexual o trata con esos fines.
Las tablas que se presentan a continuación muestran que las posturas abolicionista y la
reglamentarista consideran elementos definitorios y las características que implican serios
obstáculos para diferenciar a las personas que prestan servicios sexuales comerciales, de
aquellas que son víctimas de trata con fines de explotación sexual. Lo que, aunado con la
dificultad de disociar realidades que se traslapan, se vinculan y cuentan con vasos
comunicantes que impide establecer diferencias determinantes y definitivas (CEIDAS,
2012).
El cuadro anterior permite resumir:
Las posiciones que se han asumido frente a los conceptos prostitución y trabajo
sexual de las posturas abolicionistas, reglamentaristas o prohibicionistas