Mundo Artificial - Helena Noble PDF

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7ma C:

Mundo Artificial

Helena Noble
Kindle Edition Copyright © 2014 Helena Noble

2° Edición.
Para mi fabuloso team: Jessie, Javiera, Nicol y Coni. Gracias
por el apoyo y la eterna paciencia. Dedicado también a Lina,
Camila y a Lauren quienes me dieron ánimos para emprender
este viaje
Índice

Contenido
Prólogo ....................................................................................5
CAPITULO 1: El Séptimo Robo...........................................10
CAPITULO 2: La Séptima Habitación .................................39
CAPITULO 3: Dorsal 7.........................................................64
CAPITULO 4: Trece y Catorce...........................................106
CAPITULO 5: Cuatro habilidades ....................................125
CAPITULO 6: Emboscada en Ciudadela 3 .........................145
CAPITULO 7: No hay tiempo para llantos .........................170
CAPITULO 8: Funeral en C1..............................................191
CAPITULO 9: Un salto en movimiento..............................210
CAPITULO 10: Andrey ......................................................232
CAPITULO 11: A través de la pared ..................................273
CAPITULO 12: La quinta habilidad. ..................................299
CAPITULO 13: Setenta y Cuatro........................................319
Prólogo

La luz blanca cegaba su visión a pesar de tener los ojos cerrados.


Intentó abrirlos, pero sus párpados estaban pegados entre sí por
una masa dura de arena y su propio sudor. El calor le había
secado la piel tanto que cuando abrió la boca para respirar, la
lengua reseca se le despegó del paladar, dejándole estelas de
saliva densa que no permitían mayor entrada de aire, y la piel de
los labios y mejillas se le resquebrajaron produciéndole pequeñas
heridas que le ardieron con la brisa que corría en ese momento.
Intentó llevar sus manos hacia su rostro, las cuales estaban
enterradas bajo montículos de arena, para refregar sus ojos los
cuales le ardieron al contacto con los pequeños granos de arena
que se encontraban incrustados bajos sus uñas, entre sus dedos y
que caían de sus pestañas. Se volteó con pesar hasta quedar
apoyado con sus codos y sus rodillas sobre la arena ardiente,
mientras escupía tierra mezclada con la poca saliva que tenía en
su boca y, al parecer, algo de sangre, ya que sentía un gusto
metálico deambulando por su lengua. Cuando por fin pudo abrir
los ojos, su visión borrosa solo distinguió su pequeña sombra y
sus manos sucias. Alzó la vista y, enfocando lentamente, vio
millas de árido y desolado desierto. La cabeza le pesaba tanto
que los músculos del cuello no pudieron mantenerla con la vista
al frente por más tiempo por lo que la dejó caer sin remedio. El
cabello color negro azabache se le pegaba en la frente y la nariz
la tenía tapada por cúmulos de arena desde quien sabe cuántas
horas, dificultándole respirar. Se sentó a duras penas sobre sus
talones. Sentía la piel de sus piernas reseca y quemada por el sol.
Extendió su columna que tronó vertebra por vertebra hasta su
cuello y respiró lo más profundo que pudo. Volvió a mirar a su
alrededor. Nada, solo kilómetros de arena gruesa y seca, y uno
que otro pedazo de cemento viejo erosionado por el viento. El
desolado paisaje, que borrosamente se veía a la lejanía, le produjo
unas enormes ganas de llorar como el niño pequeño que era. Pero
el calor del desierto había quitado hasta la más mínima gota de
agua de su joven cuerpo, dejándolo completamente deshidratado
como una pasa. No sabía cuántos días llevaba ahí tumbado en la
soledad, sin ropa ni recuerdo alguno, y solo podía pensar en lo
cansado y adolorido que sentía su cuerpo. Comenzó a sentir la
quemazón de su piel, los pies le ardían, el rostro reseco se
agrietaba más al hacer algunos gestos y en los hombros le habían
salido ampollas de líquido. Sintió que algo pesado le colgaba de
la oreja izquierda. Sus dedos se dirigieron hasta el lóbulo de ella
y sintió un arete metálico con forma rectangular. Se lo quitó
rajando la piel y ensangrentando todos sus dedos y el plateado
artefacto. Lo observó con algo de dificultad, el arete contenía lo
que parecían ser letras minúsculas, tanto por un lado como por el
otro. El joven era muy pequeño para entender la escritura, a pesar
de tener algunas palabras básicas grabadas en su mente, por lo
que simplemente asumió que era una especie de adorno sin
importancia. De pronto, su estómago despertó de un largo y
pesado sueño y comenzaba a reclamar por alimento de forma tan
brutal que el niño debía retorcerse para disminuir el dolor. Como
si hubiera ganado fuerzas con el sol, que ya hace bastante tiempo
lo iluminaba, intentó ponerse de pie equilibrando su peso lo
mejor que pudo. Las rodillas le temblaban y sus pies se
sumergían en la arena dificultándole aun más dar un paso hacia
adelante. Se abrazó a sí mismo para estabilizarse por unos
momentos, sintiendo sus frágiles costillas entre sus pequeños
dedos y su respiración agitada por el inmenso calor que caía
directo sobre su cabeza. Con una determinación que brotó de sus
ojos azules, cerró los puños con fuerza y, tambaleándose hacia
adelante, comenzó a caminar lentamente para poder salir de ese
desolado lugar lo más pronto posible. El calor era devastador y la
distancia infinita, o simplemente lo parecía. La tibia y gruesa
arena comenzó a desaparecer bajo sus pies, dando paso a duro,
seco e irregular suelo de cemento de lo que parecía ser una
antigua carretera. Siguió por ese sendero destruido quien sa be
cuántos kilómetros más, sin saber exactamente hacia donde se
dirigía. Las piernas no le daban más, el agotamiento estaba
consumiendo su ser y solo su voluntad, (y el hambre), impedían
que callera al suelo. El calor hacía que la visión del lugar
pareciera un espejismo. A veces veía arena, dunas interminables
de desierto, y otras veces veía pequeños edificios y unas cuantas
casas. No quería creer nada de lo que el calor del desierto le hacía
ver, pero cada paso que daba le entregaba esperanzas de que
aquellas casas fueran lo real y no la ilusión. Las casas fueron
viéndose cada vez más nítidas y el niño pensó que se había
desmayado y su subconsciente le jugaba una mala pasada, pero
no era así. La interminable carretera llegaba a un pequeño pueblo
de cinco o seis cuadras, donde pocas personas caminaban por un
sendero pavimentado a la perfección, el cual conectaba el grupo
de casas y locales del lugar. Era como un oasis sin palmeras.
Alcanzó a sentir bajo sus pies el calor del cemento nuevo de la
calle principal, que hervía con el sol, antes de caer sin fuerzas
sobre él y sentir como la gente que caminaba cerca del lugar, se
acercaban alterados a ayudarlo. Su mente divagaba, no podía
mantener los ojos abiertos ni distinguir las voces de los
pueblerinos que intentaban mantenerlo despierto. Solo sentía su
respiración jadeante, lágrimas que rodaban por sus mejillas y las
enormes puntadas en su estómago que se hacían cada vez más
continuas entre sí. Cuando volvió a abrir los ojos estaba sobre
una amplia cama, en una habitación con las paredes pintadas de
un color damasco pálido y desgastado, con cuadros antiguos que
ilustraban paisajes de campos verdes tranquilos y llenos de vida,
lagos y montañas nevadas; y una mesita de noche con una
pequeña lámpara y un libro tan viejo que las páginas se habían
tornado de un color amarillento y prácticamente se despegaban
del empastado de solo mirarlas. Se agarró la cabeza al sentarse,
se había mareado y el lugar le daba vueltas como un carrusel,
pero con menos colores y sin música. Cuando su visión volvió a
ser más nítida, se dio cuenta que llevaba puesto una camisa
enorme de color gris pálido que lo cubría casi hasta las rodillas.
Por lo menos ahora no se sentía tan desnudo. Además, llevaba
parches de algodón en los hombros, que cubrían las
desagradables ampollas, y vendas en los pies, las cuales le hizo
asumir que su larga caminata por el desierto logró que sus pies
sangraran hasta hacerlo caer. Tomó el libro de la mesita e intentó
leer el título por mera curiosidad, “¿Sueñan… los androides…
con ovejas… eléctricas?”, y se preguntó quién estaría leyendo un
libro tan extraño. No alcanzó a dejar el libro de vuelta en la
mesita de noche cuando entró por la puerta de la habitación, una
anciana de corto cabello blanco, de aspecto tranquilo y con
mirada de preocupación, y quién no lo haría al encontrar un niño
de seis años caminando hacia la entrada de una Ciudadela desde
lo más recóndito del desierto, con los pies ensangrentados,
desnudo, con hambre y completamente deshidratado. La mujer
traía un plato hondo que contenía lo que parecía ser una sopa de
fideos blancos y un vaso con agua. Los ojos azules del niño se
iluminaron tanto que a la mujer casi se le cayeron las lágrimas de
la emoción. Le entregó el plato con comida, o más bien, el niño
de cabellos oscuros se abalanzó sobre él para empezar a sorbetear
la sopa sin siquiera pestañear, mientras ella lo observaba
preocupada, sin soltar el vaso con agua del cual derramó un par
de gotas sobre la cama. Los ojos comprensivos de la señora
mayor no dejaron de observarlo mientas devoraba los fideos casi
con las manos, hasta que desvió la mirada al escuchar la puerta
abrirse nuevamente y dejar paso a un hombre alto, de cabellos
tan blancos como los de la mujer, con barba blanca, corta y que
hacía juego con su cabello; y gruesos anteojos que escondían
levemente sus ojos pardos. El niño asumió que la camisa que
llevaba puesta era de aquel hombre, quien lo miraba desde el
marco de la puerta con la misma preocupación que la anciana a
su lado. Cuando el plato estuvo completamente vacío, y el niño
reprimía el impulso de lamerlo para saborear las últimas gotas de
sopa que quedaban, la mujer le hizo una seña de que fuera con
ella hasta la cocina por más. Los músculos se le tensaron
inmediatamente al intentar sentarse al borde de la cama, aún no
había recuperado ninguna de sus fuerzas, pero el hambre era más
fuerte que el dolor y permitió que se pusiera de pie, incluso
sintiendo horribles puntadas como mil agujas en la plata de sus
pies vendados. Daba pasos cortos y cuidadosos mientras seguía a
ambos ancianos a la cocina. La cocina no era más grande que la
otra habitación Una pequeña mesa de madera tallada estaba en el
centro del lugar, con un delicado mantel verde tejido a mano, las
murallas pintadas de un verde limón que daban más vida a la
habitación, ya que no tenía ni una sola ventada por la que entrara
la luz del día; un viejo refrigerador que emitía un ruido muy
fuerte cuando funcionaba y una cocinilla donde se encontraba la
olla con sopa recién hecha. El simple olor de la comida en el
ambiente hacía que sus tripas se quejaran con mayor estruendo.
Apenas tuvo el segundo plato frente él no pudo parar de comer.
Hasta respirar era un impedimento para ingerir los deliciosos
fideos. El hombre alto y canoso se sentó justo frente a él y lo
observó comer por largo rato sin decir una sola palabra. Le
entregó un trozo de pan, el cual el niño devoró en solo unos
instantes, y la jarra de agua que la mujer había dejado en el centro
de la mesa ya estaba casi vacía. El anciano vaciló antes de
preguntarle el nombre al chico de ojos tan azules como el océano.
El niño terminó de beber la sopa, sin preocuparse por sus
modales, y se quedó pensando un momento, viendo directamente
a los ojos marrones de su acompañante. Intentó recordar su
nombre, el motivo por el cual había aparecido en pleno desierto y
porque se encontraba solo, pero su mente estaba en blanco y
solamente creó desesperación en él, haciendo que un par de
lágrimas cayeran por sus mejillas. Se agarró suavemente el lóbulo
de la oreja izquierda, la cual no tenía rastro alguno de sa ngre,
solo una pequeña cicatriz; y con mirada perdida y voz ahogada
respondió:

―Mi nombre es Neil.


CAPITULO 1: El Séptimo Robo

Leía por cuarta vez la hoja arrugada que había sacado de su


pequeño bolso negro de mano. Tenía los codos apoyado s sobre la
pequeña mesa de metal ubicada a un rincón del sencillo
restaurante al que había entrado hace algunos minutos atrás.
Trataba de memorizar su contenido por si alguien intentaba
quitarle el maltratado papel, como ella lo había hecho para
conseguirlo en primer lugar. Levantó la vista cuando el camarero
de turno se acercó a entregarle su segundo vaso con gaseosa
sobre un portavasos redondo hecho de corcho. Le dedicó una
sonrisa y dobló el papel por la mitad guardándolo de nuevo en su
bolso, con temblor en la mano.

― ¿Te ofrezco algo más? ―, preguntó el joven camarero,


observando de pies a cabeza a la chica de solo dieciséis años que
bebía delicadamente un poco de su gaseosa.

―Sí, tráeme una hamburguesa con queso por favor―, y volvió a


dedicarle una sonrisa dulce y levemente seductora, diciéndole
gracias con sus bellos y brillantes ojos verdes.

El chico escribió a duras penas el pedido en su libreta,


completamente perdido en la sonrisa de la clienta y se retiró a la
cocina. La joven bajó su vaso y se echó el cabello castaño claro
tras la oreja derecha, dejando ver la blanca piel de su cuello. Miró
a su alrededor a las pocas personas que estaban en el local en ese
momento, se divertían y bebían en compañía de sus amigos,
algunos cantaban después de haber tomado algunas copas de más
y disfrutaban de la buena música en vivo que el lugar ofrecía. Era
el tercer bar restaurante al cual entraba en su corta vida. Para ella
eran todos iguales, luces tenues, un leve aroma a cigarrillo y
tabaco de pipa, las copas y botellas de licor bien ordenadas en la
barra, los taburetes altos frente a ella y las mesas cuadradas de
metal con individuales de plástico que tenían el nombre del lugar
impreso. Sacó su celular del bolsillo derecho de su pantalón.
Presionó la pantalla táctil para mirar la hora en el reloj digital. No
esperaba encontrar llamadas de alguien en especial, había salido
de la Ciudadela anterior sin avisarle a ninguno de sus amigos, o a
los que ella llamaba amigos. Debía tener una forma de dirigirse a
ellos sin que fuera ofensivo. Ni siquiera su compañera de cuarto
la había llamado para averiguar dónde estaba y ya habían pasado
dos meses desde que se fue. Ni siquiera esperaba una llamada de
su madre, como si ella tuviera su nuevo número. No la había
visto ya hacía dos años y medio o quizás más, y no pretendía
volver a su hogar a averiguar cómo estaba. No se había ido de
casa con una gran despedida. Solo observó los minutos pasar
lentamente. Dejó el teléfono celular de color plateado sobre la
mesa y estiró los brazos para quitarse la pereza. El joven
camarero volvió con la hamburguesa con queso, la cual tenía un
excelente aroma y le abrió aún más el apetito.

―Muchas gracias―, dijo cálidamente la chica mientras tomaba


los cubiertos para comenzar a cortar en pequeños trozos su cena.

―No hay de qué―. El chico agarró el vaso con gaseosa que


estaba casi vacío―. Iré a rellenar un poco más tu vaso. No te
preocupes, éste va por cuenta mía―, se apresuró a decir el joven
al ver que la chica intentaba indicarle que no tenía más dinero
para pagar otra bebida y le guiñó el ojo con complicidad al
retirarse de vuelta a la barra.

La chica lo siguió con la vista, analizándolo de pies a cabeza y,


antes que él terminara de servir la gaseosa, se levantó de su
asiento tomando su pequeño bolso de mano y su hamburguesa, en
dirección a la barra. Arrastró una de las sillas altas para sentarse
justo enfrente del joven y le sonrió pícaramente. Extendiendo un
vaso lleno de cerveza y apoyándose sobre la superficie lisa de
madera, el camarero se inclinó para conversar más de cerca con
ella.

―Y ¿Qué hace una chica tan linda como tu sola en este lugar?
Claramente no eres de esta Ciudadela, te hub iera visto antes en
mi barra―, sonrió mostrando sus bellos dientes blancos que
contrastaban con su piel morena y su cabello oscuro, mientras
observaba el dulce y blanco rostro de la chica.

―Acabo de llegar hace unas horas―. Hizo una pausa para comer
un trozo de la hamburguesa con queso y beber un poco más de
gaseosa, sintiéndose observada por el joven, lo cual no le
molestaba en absoluto―. Es la segunda Ciudadela a la que llego
desde que salí de casa.

―No es muy recomendable tomarse vacaciones para visitar


nuevos lugares en estos tiempos de guerrillas―, bromeó el chico
mientras limpiaba unas copas con un paño de cocina algo
maltratado.

―No he dicho que estuviera de vacaciones.

―¿Entonces?

―Estoy en busca de alguien―, habló la joven en voz baja,


mientras miraba al camarero fijamente a los ojos con una
expresión coqueta y misteriosa.

―¿Saliste tras tu novio?― El joven servía con destreza unos


tragos a tres hombres que se habían acercado a la barra hace unos
instantes.

Se produjo un silencio entre ellos. La joven de largo cabello


castaño claro y hermosos ojos verdes había dejado de sonreír.
Mantenía sus largos y finos dedos apoyados delicadamente sobre
el vaso de vidrio y sus rosados labios estaban presionados uno
contra el otro formando una línea. La enorme cantidad de pecas
en su rostro eran mucho más notorias ahora bajo la luz amarilla
de la barra y su mirada indicaba que no pretendía dar más
información del porqué se encontraba en aquella Ciudadela.

―Cambiando de tema―, dijo la chica después de terminar su


plato, deslizando lentamente uno de sus delicados dedos por el
borde del vaso ya vacío―. Necesito un lugar para pasar la noche.
¿Conoces algún lugar dónde pueda hospedarme?

Al chico se le iluminaron los dorados ojos que brillaron tanto


como su amplia sonrisa, mientras nerviosamente deslizaba los
vasos hacia los clientes ubicados al final de la larga barra.

―Hay una habitación disponible en el edificio donde vivo, la


mayoría de los arrendatarios son jóvenes o huéspedes temporales.
Podría hablar con el dueño para que te deje hospedar un par de
noches.

―Entonces me quedaré aquí hasta que termines tu turno en el


restaurante―, dijo con un tono seguro. Dejó con gracia el dinero
sobre la barra, y se puso de pie con elegancia, sin despegar sus
verdes ojos de los del camarero, quien contempló la esbelta
figura de la joven caminar hasta la mesa del rincón.

No habían pasado ni diez minutos cuando la chica comenzó a


aburrirse. Miró a su alrededor tratando de encontrar algo para
matar el tiempo. Algunos de los hombres que habían llegado al
bar, cantaban y bebían a unas mesas de donde ella estaba,
derramando cerveza y ensuciando todo con migajas y trozos de
comida frita. Al otro lado del salón, habían un par de chicos algo
mayor que ella, ambos altos y atléticos, algo bebidos e intentando
jugar a los dardos. Se les quedó mirando un momento, tratando
de disimular una risa cuando fallaban los lanzamientos. Uno de
ellos, un joven rubio con corte estilo militar, se jactaba de ser
experto en el juego y le apostaba al otro chico, un joven con
cabello negro, una gran cantidad de dinero. La chica sonrió con la
mirada. Haciéndole una seña a su nuevo “amigo” el camarero, le
indicó que le cuidara sus pertenencias mientras ella se divertía.
Se puso de pie y caminó en dirección a los dos jóvenes que
lanzaban descoordinadamente, dejando marcas en la pared.
Ambos jugadores voltearon al ver a la delgada joven de largo
cabello hasta la cintura acercarse con gracia y ritmo al caminar, y
casi derraman las bebidas sobre sus camisas al intentar beberlas.

―Veo que son expertos en este juego―. La chica no vaciló en


comenzar una conversación―. Pero creo que se les ha subido un
poco el alcohol a la cabeza, están dañando la pared con los
dardos.

―Es solo el calentamiento―, contestó el joven rubio que tenía


una leve mirada de desafío―. Mira este próximo lanzamiento―.
El arrogante y algo ebrio muchacho se concentró con todas sus
fuerzas en mantener su vista lo más derecha posible, pero de
todas maneras veía borroso el blanco de colores rojo y verde. Con
un movimiento de muñeca algo torpe, lanzó con toda la precisión
que pudo, apuntándole a la segunda franja circular más cercana al
centro―. ¡Mira eso! Y eso que tengo alcohol en la sangre―. Se
jactó de su logro codeando a su compañero y mirando a la chica
con aún mayor desafío que antes.

―Bueno, bueno. Sí que sabes jugar. Debo admitir que tienes


muy buena puntería. Pero aún creo que no es tan buena como la
mía―. Le dedicó una mirada encantadora con sus ojos verdes.

―¿Crees que puedes vencerme? Es un muy buen lanzamiento y


puedo hacerlo mejor. No creo que una chica linda como tú, con
esas delicadas manos, pueda contra mí.

―Podríamos hacer el juego más interesante. ¿Qué tal apostar el


dinero que ofreciste a tu amigo? Si tú ganas, te quedas con tu
dinero y les compraré a ti y a tu amigo dos tragos cada uno. Si yo
gano, me llevo su dinero y aceptan frente a toda esta gente que
una chica, con delicadas manos, les ganó.

―De acuerdo, linda, tenemos una apuesta, pero para comenzar el


juego correctamente lanzaré de nuevo―, caminó hacia los dardos
y desclavó uno de color verde y otro de color rojo, mientras
sonreía con algo de arrogancia al ver que tendría más oportunidad
que aquella joven.

Volvió a la distancia reglamentaria y afinó su puntería cerrando


un ojo. Lanzó sin vacilar ni un momento y el dardo calló en el
límite entre el segundo círculo cercano al centro y el círculo más
pequeño que indica la máxima puntuación. Solo con su postura
se notaba su alegría contenida, probablemente no había tenido tal
puntaje nunca. Se volvió hacia la joven con una sonrisa triunfante
sin decir ni una sola palabra. Con arrogancia se sentó en una silla
junto a su amigo quien lo felicitaba aplaudiendo y derramando un
poco de cerveza, y le indicó a su contrincante que era su turno.
La delgada, pero atlética joven, tomó el dardo color verde con sus
delicados dedos y lo balanceó sobre su índice derecho unos
segundos. Pinzó con su pulgar e índice justo en medio del dardo,
extendió su brazo en dirección al blanco, fijó la vista en el
objetivo, viendo nítida y cercanamente el centro, como si
estuviera a solo centímetros de ella y, con solo un rápido, ligero y
preciso movimiento de muñeca, el dardo voló velozmente hasta
clavarse justo en el centro mismo del blanco. Ni un milímetro
más ni menos. No movió ni un solo músculo. Su postura era
perfecta y segura. Aún continuaba con el brazo extendido y su
muñeca en la posición exacta en la que había lanzado el dardo, su
mano demostraba gran elegancia. La mirada atónita de ambos
jóvenes se sentía sin siquiera verlos a los ojos. Recuperando su
modestia, aunque sus ojos esmeraldas reflejaban lo contrario,
caminó hacia la mesa donde se encontraba el dinero apostado, lo
recogió con la misma elegancia con la que su mano había
arrojado el dardo y sonrió coquetamente a los jóvenes.
―Te dije que no tenías mejor puntería que yo―. El camarero se
acercó por su espalda y le avisó que su turno había terminado y
ya podían irse. Ella volvió a sonreír a los dos perdedores y luego
a su nuevo acompañante, el cual tenía sus pertenencias en ambas
manos. Guardó el dinero en el bolsillo trasero de sus ajustados
jeans, tomó su bolso de mano y siguió a joven a la salida del
establecimiento.

Las limpias calles de la C iudadela aún estaban iluminadas por las


blancas luces artificiales. A pesar de ser una Ciudadela muy
aislada había un par de automóviles estacionados a las orillas de
la calle, y las pocas personas que caminaban por las aceras
conversaban familiarmente entre ellas. Los cinco bloques
residenciales del pueblo, compuestos por pequeños edificios de
no más de tres pisos, determinaban un panorama estructurado y
sereno, sin mucho color y casi nada de vegetación. Todas las
edificaciones estaban pintadas del mismo color café,
uniformando y camuflando un poco el lugar. Al salir del
restaurante, un par de mujeres mayores que llevaban bolsas de
tela con unos pocos vegetales y comida congelada, saludaron
amablemente a los dos jóvenes. Mucho de los pobladores se
levantaban temprano para conseguir los mejores alimentos,
incluso antes de que saliera el sol. Cuando doblaron en la
esquina, entablaron la primera conversación desde que salieron
del lugar.

―No me has dicho tu nombre―. El chico de ojos color miel


metió las manos en los bolsillos de su chaqueta negra de cuero,
capeando algo el frío de la madrugada y sonriendo con una
juguetona sonrisa blanca.

―Soy Sera, Sera Jones―, dijo aún observando a su alrededor.


Para ella las Ciudadelas eran todas básicamente similares en su
estructura, los edificios eran cuadrados y exactamente idénticos
unos de los otros, solo variaban las tiendas de comida, bares o
escuelas, calles estaban perfectamente pavimentadas que no
abarcaban más allá de los límites de la Ciudadela. Pero había algo
en ésta que le daba una sensación de intriga que difería de las
otras.

―Yo soy Ethan, un gusto conocerte, Sera Jones―, sonrió


cálidamente―. Ya casi llegamos al bloque donde está la pensión
donde vivo.

El lugar no era nada diferente a todo lo anterior ya visto. El único


cambio era un letrero pintado a mano que indicaba que era una
residencia de huéspedes. Ethan guio a Sera a la entrada. Tres
pequeños escalones conducían a la puerta de metal algo corroída.
El número B5–222 estaba en la pared de ladrillos, escrito en una
placa de aluminio. Bajo esta se encontraba la ranura de buzón,
donde panfletos secos y ya amarillos por el sol, estaban
acumulados. El joven de piel morena sacó una llave y abrió la
puerta que rechinó fuertemente despertando inevitablemente al
dueño del edificio, quien dormía en la primera habitación de la
izquierda del primer piso. De la oscuridad del pasillo apareció un
anciano con cabello largo y enmarañado, una barba sin afeitar de
hace ya varios días y enormes bolsas oscuras bajo los ojos. Vestía
una bata azul, un pantalón de pijama ya desgastado y caminaba
descalzo por el pasillo hacia los recién llegados.

―Perdón Sr. Collins, me es casi imposible no hacer ruido con


esta vieja puerta―. Ethan se excusó al ver la cara de pocos
amigos que el anciano y dueño del lugar, el Sr. West Collins,
había adquirido al salir a la luz del sol de la madrugada―. Ella es
Sera, quería ver si estaba disponible alguna habitación para
hospedarse por unos días. Podría darle la que dejó la Sra.
Emma―. El anciano se volteó con desgano y, refunfuñando entre
dientes, accedió.

―Que tome la 303 por dos días, si se queda más tiempo les
cobraré a ambos.
―¡Muchas gracias Sr. Collins!― Gritó el joven de ojos color
miel, al cual el anciano solo contestó con un gesto de desinterés,
desapareciendo en la oscuridad.

La larga escalera de metal que conducía al segundo piso tenía


oxido en sus barandales, que dejaban las manos de Sera con un
olor ferroso algo desagradable. El pasillo del segundo piso estaba
tan oscuro como el piso inferior, todas las puertas eran de hierro
y tenían el número pintado con blanco en el centro superior de
ellas. Algunas entradas tenían pequeñas alfombras de
“bienvenido” que le hizo pensar a Sera que esas eran las
habitaciones de los huéspedes permanentes del edificio. La
habitación 303 estaba en el tercer piso, (prácticamente igual a los
otros dos pisos), llegando al final del oscuro pasillo a la
izquierda. La pesada puerta de metal se encontraba semi abierta.
La habitación estaba pintada de un color verde mar oscuro, algo
gastada por la luz del sol, que había dejado marcas en la pared de
los cuadros que podrían haber estado colgados ahí desde hace
mucho tiempo. El piso estaba alfombrado con una alfombra
sintética de color crema que tenía manchas de dudoso color en
una esquina de la habitación. Solo había un colchón en el suelo,
algo maltratado y, por lo que se veía, polvoriento y las mismas
manchas dudosas, junto a la única ventana que iluminaba cada
vez más el lugar a medida que el sol del nuevo día aparecía tras
nubes rechonchas que adornaban el desolado paisaje de desierto
que se veía junto al quinto bloque de C iudadela. Sera arrojó su
bolso de mano de cuero negro sobre el colchón que soltó una
nube de polvo densa, lo que obligó a la chica a abrir la ventana
para poder ventilar.

―Sé que no es un hotel de lujo, pero por lo menos es un techo


donde dormir―, se excusó Ethan por el mal estado del lugar.

―No te preocupes, he dormido en peores lugares, sin ofender―,


respondió Sera dando la espalda al paisaje y miraba a su
acompañante que se encontraba apoyado contra el marco de la
puerta.

―Abajo está la cocina por si quieres cocinar algo de comer. La


comida corre por tú cuenta, dudo que el Sr. Collins te dé más
facilidades de las que ya dio. No es de las mejores personas, pero
recibe a cualquiera sin preguntar.

―Creo que comeré afuera, además no pretendo quedarme mucho


tiempo más si no consigo la información que necesito―. Sera
pateó el colchón que volvió a levantar una nube de polvo―. Creo
que si sacudo esto bien podría dormir sin tener ganas de
ducharme cada cinco minutos.

―Si quieres puedes dormir en el suelo de mi habitación hoy y


luego limpiar ese colchón.

―Ya es mucha amabilidad de parte tuya―. Sera se acercó al


joven y le acarició la mejilla que provocó que Ethan se sonrojara
inevitablemente.

―Veo que tienes todo bajo control.

―Aun así, tus ojos me dicen que acepte tu propuesta, así que por
hoy eso haré―. Caminó por la desolada habitación, tomó su
bolso y se dirigió a la puerta, pasando frente al moreno joven que
cortésmente le cedió el paso.

La habitación de Ethan, la 306, estaba justo al inicio del pasillo al


llegar por la metálica escalera. Era bastante diferente a la 303, la
muralla era de un color rojo intenso, el techo blanco, y unos
recortes de revistas viejas pegados en la pared. La cama estaba
bien armada, no así ordenada, había un montón de ropa revuelta
encima. La alfombra era de color café y tenía restos de comida y
algunas manchas con olor a licor junto a una pequeña mesa de no
más de un metro de alto. Ethan cogió el montón de ropa que
estaba sobre la cama y la arrojó dentro de un canasto viejo, y
empujó la pequeña mesa hacia la esquina izquierda de la
habitación, junto a la ventana. El sol de la mañana ya era claro e
incluso comenzaba a calentar levemente. Ethan cerró las cortinas
sumiendo todo el lugar en una oscuridad absurda.

―No es completamente de noche, pero podremos conciliar el


sueño.

―Podré superar esto ya lo verás―, rió mientras observaba a


Ethan pasarle un almohadón y una frazada.

―Te haré un cambio, tú duerme en mi cama y yo dormiré en el


suelo. Sé que dije lo contrario, pero eres mi invitada y es muy
malo de mi parte hacerte dormir en el suelo.

―Ahora si estás coqueteando conmigo.

―¿Eso te parece? Solo trato de ser buen anfitrión.

Ella solo lo miró sonriente e hizo caso inmediatamente. Se quitó


las zapatillas dejándolas ordenadamente junto a su bolso de mano
y se metió a la cama. No se había dado cuenta lo cansada que
estaba. Al recostarse en el suave colchón y descansar su cabeza
en la almohada, todos los músculos de su cuerpo comenzaron a
dolerle. Había caminado una buena parte del día por el desierto
hasta que un vehículo militar de la Ciudadela 5 apareció por la
erosionada carretera que conectaba Ciudadelas entre sí. Los
vehículos Transciudadelas no eran nada especial, hecho de un
metal antibalas y, al igual que los pocos vehículos que existían,
estaban pintados de un color café que se camuflaba con el eterno
desierto; vidrios polarizados y por lo menos seis asientos de
cuero, además de las metálicas ruedas que iban por una especie
de rieles eléctricos incrustados en el pavimento de las carreteras.
Casi nadie tomaba los Transciudadelas, es peligroso cambiarse de
lugar. Los únicos Normales que viajan en ellos son vulnerables a
ataques. Es por eso que la mayoría de los que los utilizan son
militares que han sido transferidos de Ciudadela, y algunos
encargos por correo. Fue casualidad que uno pasara por ahí justo
cuando Sera deambulaba a las orillas de la amplia carretera y
decidiera detenerse. El conductor, que parecía impresionado de
encontrar a alguien caminando por el desolado espacio, no dudo
en llevarla. Se bajó antes de llegar al campamento militar de la
Ciudadela 5 y fue directo al bar donde pasó el resto de la tarde y
noche, hasta que conoció a Ethan. Recordar el día que había
tenido le hacía sentirse aún más cansada de lo que estaba. Sus
parpados se cerraban solos y sumían su mente en una oscuridad
que ni la luz que se filtraba por las cortinas de la habitación 306
podía molestarle. Las mantas de la cama del joven tenían un leve
olor a almendras, más bien a amaretto, que era lo más probable.
Intentaba conciliar el sueño cuando sintió que Ethan se introducía
a su lado.

―Esto ya es bastante más que una invitación a dormir, ¿no lo


crees?

―No podía dormir pensando que tenía a una chica tan bella
durmiendo en mi cama y yo solo en el suelo―. Sera se giró para
verlo a los ojos color miel, que no demostraban ningún
arrepentimiento por la decisión.

―Que sigas tus instintos no significa que yo siga los míos.

―Oh vamos, también coqueteaste conmigo todo el tiempo.

―Lo sé, pero eso no quiere decir que llegarías a tercera base
conmigo hoy.

―Así que ¿tengo una posibilidad para la próxima?

―Me veré joven, pero no soy ingenua.


―Solo déjame intentarlo…― y acercó su rostro al de la joven,
besando sus delicados labios de forma más tierna que pudo,
esperando que ella respondiera a la emoción.

Como por inercia, ella se dejó llevar por el momento. Hacía ya


mucho tiempo que no sentía comodidad con alguien, que no
involucrara dinero de por medio. Aunque esto se podría
considerar como el pago por dejarla quedarse en su habitación,
nada que no hubiera vivido antes. Los brazos de Ethan eran
fuertes y envolvían a Sera firmemente contra él. Los labios del
joven eran secos, y sus besos eran algo toscos a veces, pero
reflejaban muchísima pasión y algo de agresividad. El calor del
día comenzaba a mezclarse con el que ellos mismos creaban bajo
las sábanas de la cama. Sus cuerpos comenzaban a sincronizarse
entre sí a medida que los besos se volvían más intensos. Las
ropas comenzaban a estorbar y apareció a la vista la blanca y
delicada piel de la chica que se contrarrestaba contra la oscura
piel del joven, que proporcionaba suaves caricias con sus dedos
en el fino rostro de Sera. Antes que ella comenzara a perder el
control y a olvidar todo lo que había dicho antes de ese simple
beso, Ethan se detuvo para respirar.

―Debo preguntarte algo.

―Después de las enormes ganas que tenías de que esto pasara


hoy, ¿ahora te detienes para hacerme una pregunta?

―Es importante―. La mirada del chico se clavó en los verdes


ojos de ella, quien de inmediato cedió a su petición. Con mirada
indecisa y con algo de vergüenza preguntó―: ¿Eres…una
Artificial?― El silencio entre ellos se hizo tan grande que podían
oír a las personas que pasaban frente al edificio del bloque 5 de la
Ciudadela.

Sera suspiró y se tomó su tiempo en responder, mientras Ethan la


miraba expectante.
―¿Crees que si lo fuera, vendría a una Ciudadela, me mezclaría
con Normales, sin seguridad alguna, y te diría así de simple que
no soy Artificial para continuar teniendo sexo contigo?―. Sera
no vaciló ni un segundo. Su largo cabello hacia sobras en su
rostro cambiando esa delicada mirada en una desafiante y un
poco aterradora.

―Creo que no…― dijo Ethan con algo de confusión en su


voz―. Es que… tus ojos…

―Olvida mis ojos―. Y diciendo esto besó nuevamente al joven,


haciéndole olvidar todo lo anterior.

Ya era más de medio día. Ellos yacían sobre la cama


completamente desarmada, a medio vestir y profundamente
dormidos. Ethan abrazaba a Sera tan pesadamente que cuando
ella despertó pensó que se ahogaba. Trató de retirar sus brazos sin
despertarlo y se sentó al borde de la cama con pesar. Habían
empujado las sábanas y cobijas de la cama al suelo, todo estaba
completamente revuelto. Sus ropas habían caído lejos después de
que Ethan las había arrojado de forma desesperada. Se incorporó
para llegar hasta ellas, intentando hacer el menor ruido
humanamente posible. Mientras se vestía comenzó a sentir un
enorme vacío dentro de ella. No es que fuera la primera vez que
se acostaba con un completo extraño, pero era la primera vez que
se sentía cómoda con alguien que no le pagaría al despertar.
Comenzaba a dolerle el hecho que quizás todo aquello fuera lo
que siempre había sido, un simple sueño en su vida, ya que se
marcharía pronto y todo quedaría olvidado. Las veces anteriores
no habían sido por placer, o quizás algo de placer estuvo
involucrado en su momento, pero su intención siempre fue juntar
el dinero suficiente para vivir en el pequeño apartamento que
compartía con otra estudiante y recopilar información valiosa
acerca de su investigación. Para distraerse de sus recuerdos posó
su mirada en los recortes de revistas que Ethan tenía pegados en
su pared, algunos eran solo fotos de modelos de ropa interior,
otros eran artículos sobre recetas de cocktails, pero solo uno le
llamó la atención. Un pequeño articulo con una foto bastante
pixeliada del rostro de alguien con ojos muy azules y sin
expresión en ellos. Estaba pegada y algo sobrepuesta sobre la
foto de una persona vestida completamente de negro. Se acercó a
leer las diminutas letras del recorte.

“Se busca Artificial con características diferentes a los demás.


Se le ha visto en varias Ciudadelas por no más de un día o dos.
Es extremadamente peligroso. Cabello negro y ojos azules como
el mar profundo son algunas de sus características. Cuidado si
no lo buscas, y si lo haces, llama al 6854378, pagaremos bien si
lo traes vivo. Vale un puesto en Argent”.

No tenía nombre alguno con quien contactar. El artículo era un


muy mal resumen de la información que ella misma había
conseguido durante los pasados 3 meses. Los militares buscaban
a un Artificial con más habilidades que las ya conocidas, de
cabello negro, ojos azules y que posiblemente no tendría más de
dieciocho años. Aquel aviso de recompensa había aparecido hace
unos meses atrás, sin mucha propaganda. La milicia no quiere
que cualquiera se involucre en la investigación, pero un puesto en
Argent llama la atención de cualquiera y ella había averiguado
del aviso por pura casualidad. Sera nunca había podido conseguir
una foto del Artificial, y menos de su rostro. Debían existir
muchos Artificiales de cabello negro y ojos azules, una
combinación que muchos padres Normales están dispuestos a
crear. Intentó arrancarla de la pared, pero estaba tan pegada que
si lo lograba debía arrancar la foto que estaba justo debajo para
no arruinar el texto. A duras penas la sacó sin romper el escrito y
se volvió hacia su bolso de mano para guardarla en el bolsillo
externo lo más rápido que pudo, arrugando la hoja un poco. Se
sobresaltó al escuchar a Ethan moverse perezosamente sobre la
cama, por lo que terminó de vestirse, tomó sus cosas y salió lo
más discretamente posible por la puerta rumbo hacia su sucia
habitación. La soledad del pasillo le hizo poner atención a su
cuerpo y darse cuenta de que tenía muchísima hambre. A mitad
de camino dio media vuelta, bajó hasta el primer piso y salió a
través de la enorme puerta de metal, que rechinó como nunca, en
busca de algún mercado o restaurante para conseguir algo de
comer. La Ciudadela 5 era más activa a esa hora. La gente
caminaba tranquilamente saludándose unos con otros
familiarmente. Todo era tan pacífico en el lugar que a duras
penas dirías que se libran batallas a solo unos kilómetros de ellos.
No es que en otras C iudadelas no se sintiera aquella paz durante
el día, pero el aura que las personas generalmente emanaban era
netamente predispuesta para una guerra, siempre con algún arma
a la vista, entrenando en las calles o protegiéndose unos a lo s
otros cuando caía la noche. A pesar de la tranquilidad, se notaba
que la Ciudadela 5 estaba preparada para un ataque. Todos los
edificios tenían puertas de titanio, vidrios de doble espesor y los
negocios tenían rejas electrificadas. Caminó tranquilamente por
las limpias calles hacia el bloque número uno. Entre los
pueblerinos escuchó que todos almorzaban en un restaurante
llamado Thor‟s, justo al lado del campamento militar, y hacia allá
era la mejor opción para comer y quizás conseguir algo más de
información con los líderes de la C iudadela. Miró la hora en su
celular, eran casi las dos de la tarde. Siguió a un par de personas
que se dirigían hacia Thor‟s, evitando que se percataran que
alguien estaba tras sus pasos. Al doblar tras la esquina, llegó al
bloque uno, solo estructurado por el campamento militar y el
restaurante completamente anexo a éste. El campamento estaba
constituido por la edificación base, de un solo piso y hecha de
titanio, con una alta torre de vigilancia en la cual se obtenía la
mejor visibilidad del desierto contiguo a las rejas que separaban
el árido paisaje de la Ciudadela. El restaurante solo era un
enorme, y algo oxidado, conteiner, que probablemente llevó
alguna carga marítima en sus tiempos; pintado de color ladrillo,
ventanas de vidrios simples y algo sucias por la tierra proveniente
de los vientos desérticos, y un letrero pintado a mano sobre la
amplia entrada. El interior del lugar no era muy novedoso, un
simple espacio con varias mesas de metal sin adornos en especial,
luces simples y manteles con el logo del restaurante (un martillo
y un rayo) en todas las mesas. Sera eligió un lugar junto a una de
las ventanas que daban a la calle principal y observó a los
comensales. Sin duda todos eran militares de la Ciudadela, o
quizás de otras y acababan de ser transferidos. Vestían uniforme
de color café, botas negras y cinturones anchos donde llevaban
enganchadas alguna pistola o un cuchillo. Conversaban y reían
como si nada pasara, pero de vez en cuando chequeaban el
entorno, las ventanas y al resto de la gente por si algo extraño
sucedía. Sera comenzó a sentirse intimidada por algunas miradas,
disimulaba su preocupación mirando por la ventana, pero era
bastante obvio que era alguien nuevo en la Ciudadela, además de
encontrarse sospechosamente sola y en una mesa alejada de
todos, con su apariencia, ojos, cabello y pecas en el rostro. La
camarera de turno se acercó a su mesa y tomó su orden. Luego se
dirigió a la cocina sin antes susurrarle algo a un hombre de
aspecto mayor que se encontraba en la barra bebiendo un vaso de
whisky. El hombre bebió la última gota que quedaba en su vaso y
se puso de pie perezosamente. Giró sobre los talones de sus botas
militares, se arregló sus pantalones y posó su mano sobre el arma
que llevaba en la cintura. Caminó lentamente en dirección a la
mesa de la joven, quien deseó con toda su voluntad que no lo
hiciera, no quería que le hicieran ninguna pregunta, a pesar que
ella necesitaba hacer muchísimas. El hombre tenía ojos castaños,
que se veían bastante cansados, bajo dos pobladas cejas de color
blanquecino al igual que el poco cabello que le quedaba en la
cabeza. Se sentó en la silla justo enfrente de Sera sin decir ni una
sola palabra por unos instantes, mientras se frotaba los ojos con
los dedos en señal de agotamiento. Los ojos de Sera reflejaban
algo de inquietud, pero intentó disimularlo lo más que pudo. El
hombre tomó aire manteniendo sus párpados cerrados y exhaló
con fuerza, luego miro fijamente a la chica.

―Notoriamente eres nueva aquí, y es mi rutina diaria preguntar


tu nombre y tu propósito en nuestra Ciudadela―. Sera tragó
saliva y tratando de mantener su voz lo más calmada posible
contestó.
―Mi nombre es Sera, vine desde la Ciudadela 7 en busca del
mejor restaurante y escuché que Thor‟s era el mejor, porque si
militar eres y energía necesitas, nada mejor que Thor’s el dios
del rayo―, dijo la chica en tono de broma y esperando que el
militar sonriera aunque fuera un poco. El hombre, en cambio, la
miró con cara de pocos amigos, cerró los ojos y suspiró.

―Mira, sé que es difícil hablar con el jefe del campamento


militar y dar tus datos personales en tiempos de guerras. Créeme,
todos somos sospechosos, pero claramente no me estás diciendo
la verdad. Ahora, puedes decirme tu verdadero propósito aquí o
acompañarme a mi oficina en el regimiento para una
interrogación algo más minuciosa.

―De acuerdo―. Sera tomó aire sin quitar la vista del rostro del
anciano uniformado―. Mi nombre es Sera…James. Vine a esta
Ciudadela en busca de información sobre ataques de Artificiales.
Como verá, mi sueño es convertirme en reportera y he estado en
dos ciudadelas investigando: Ciudadela 9 y Ciudadela 7.
Provengo de la última y escuché que ésta en especial, Ciudadela
5, ha tenido mayores tasas de saqueos en los últimos meses―. Su
rostro permaneció serio. No era totalmente una mentira, por lo
que le costaría trabajo al anciano determinar si ella estaba
mintiendo esta vez o no.

―Así que investigando―, pensó un momento el jefe de la


milicia de aquella Ciudadela―. Es cierto, en los últimos meses
nuestro hogar ha sido saqueado más veces que otras,
principalmente llevándose comida, suplementos médicos y
algunas otras cosas sin mucha importancia. En cuanto a las
guerrillas, hemos tenido algunas con Artificiales, los cuales aún
no podemos determinar de dónde provienen o que desean. Hay
veces que solo buscan conflicto para divertirse o algo parecido,
aun así estamos buscando su localización para atacarlos y
eliminarlos de una vez.
―¿Le han hecho daño a alguien del pueblo?

―No, nadie ha sido herido por alguno de ellos, ni siquiera


nuestras tropas. Solo heridas menores, nada que primeros auxilios
no pueda resolver.

―Y ¿no le parece extraño que en otras Ciudadelas haya tanta


masacre y aquí absolutamente nada?

―La verdad es que sí, a veces dudo si estos Artificiales quieren


acabarnos tanto como nosotros queremos destruirlos a ellos, pero
son una abominación. Todo lo que hagan simplemente está mal, y
si vienen a atacar nuestra Ciudadela meramente por diversión no
queda otra que ubicar su Escondite y destruirlos a todos. No
quiero que mi pueblo viva con miedo a un posible ataque que
simplemente es un juego de niños para ellos―. Sera soltó un
sonido de despreció al escuchar las ofensivas palabras del
hombre frente a ella, quien la miró con aún más dudas de la que
había tenido en un principio.

―Escucha, aquí no queremos más problemas de los que ya


tenemos, es muy difícil ser una Ciudadela alejada de la gran
ciudad de Argent. Todo llega más tarde y en menor cantidad,
simplemente queremos vivir una vida tranquila. Q ue nos haya
tocado Artificiales cercanos que solo buscan hacer daño para
pasar el maldito rato no es nuestra culpa. Espero que no seas uno
de esos Alelos que cazan Artificiales por placer y
destrucción…― Bajó un poco la voz y se acercó a ella para
susurra las siguientes palabras―: …seas o no seas Artificial.
Aquí no juzgamos a nadie nuevo a menos que demuestre lo
contrario. Si haces algo que amerite más dudas sobre ti, no
dudaré en enviar mis tropas tras tuyo, seas uno de nosotros o no.
¿Queda claro?― Sera ya no podía ocultar su enojo por mucho
tiempo más. Sus ojos verdes ardían en rabia interna, pero
permaneció completamente inmóvil sin despegar la vista del
arrogante anciano frente a ella. El hombre se puso de pie y volvió
a mirarla por última vez.

―Esta advertida jovencita, no haga nada que amerite dudas hacia


ti, sobre todo con esos ojos y ese cabello que aumentan aún más
la desconfianza―. Dicho esto dio media vuelta y se marchó del
establecimiento rumbo a la base militar.

Sera quedó mirando el puesto vacío frente a ella, con sus manos
empuñadas con furia sobre la mesa. No se había percatado de la
presencia de la mesera, que había vuelto con su pedido, una
especie de sopa que Sera no recordaba haber ordenado ya que
solo eligió el platillo al azar.

―No te preocupes, el viejo Sean Fray no es una mala persona, es


solo que está cansado de que la Ciudadela sea atacada
constantemente. Su discurso es casi de rutina―, dijo la mesera
para tranquilizar a la joven un poco―. No dejes que te juzguen
por tu apariencia, no eres la única que ha venido por estos lados
la cual destaca entre multitudes. Bueno basta de palabras disfruta
tu almuerzo querida.

La mujer se alejó de la solitaria mesa junto a la ventana. Sera


mantuvo su vista fija en el plato frente a ella mientras se sumía en
sus pensamientos. No era la primera vez que destacaban el color
de su cabello y sus extremadamente verdes ojos, completamente
diferentes a los de los demás. La mayoría de las veces omitía los
comentarios de sus compañeros de clases e incluso de sus propios
profesores, que casi siempre demostraban desconfianza hacia
ella, a pesar de conocerla desde hace mucho tiempo. Y ¿quién no
dudaría? Si hasta la más mínima imperfección, o quizás
perfección, en la apariencia de alguien resultaba intrigante estos
días. Ya nadie sabe quién realmente es Normal y quién no.
Finalmente tomó la cuchara y bebió la sopa que tenía un sabor
insípido. Deseó no haberla ordenado y solo haber pedido algo
para beber o su clásica elección: hamburguesa y papas fritas.
Los comensales del restaurante comenzaban a retirarse, algunos
militares regresaban a la base y otros a sus casas. A Sera siempre
le habían gustados los uniformes de soldado, desde su infancia
que los conocía muy bien. Blazers o chaquetas de tela liviana,
pantalones color caqui bien planchados, botas de campaña negras
perfectamente lustradas, camisa y corbata en ocasiones formales
o una camiseta gris de batalla; un sombrero que hace juego y, por
supuesto, la insignia de NMSUW. Algo de nostalgia recorrió su
garganta. Le quedaba un poco de sopa que ya estaba fría y debía
de saber peor que cuando recién se la llevaron a la mesa, por lo
que Sera dejó de lado el plato y pagó la cuenta para retirarse en
silencio de Thor‟s. La cantidad de gente en las calles había
disminuido. Quedaban pocas horas para el anochecer y todos
comenzaban a cerrar sus locales para llegar a casa lo más pronto
que pudieran. Nadie se atrevía a pasar la noche en una Ciudadela
solitaria, muy propensa a ser atacada por Artificiales. Pero Sera
no quería volver al departamento de Ethan. Solo pensar que al
verlo a los ojos debía reprimir la culpa que siempre sentía
después de noches como aquella, lo que le causaba ganas de
vomitar. Lo que hacía era asqueroso, pero no tenía más opciones,
es como eligió vivir.

El sol comenzaba a descender cubriendo a la Ciudadela 5 con


colores naranja, cambiando completamente la imagen desértica
del entorno. Las tiendas y algunos departamentos cerraban sus
puertas de titanio y verificaban los vidrios antes de cerrar las
cortinas. Sera debía decidir pronto si volver al departamento de
Ethan, o refugiarse en algún local nocturno. Quedarse fuera
después del toque de queda no era lo más conveniente. De todas
maneras no pensaba volver a caer en el vicio. Desde que se
propuso conseguir la recompensa que había decidido no volver a
atrás, dejar la vida de las calles y conseguir algo muchísimo
mejor, aunque eso implicara dormir una vez más en el cemento
frío. Caminó hacia el cuarto bloque, verificó que nadie la
estuviera observando y se escabulló por un estrecho callejón
hacia la reja que delimitaba la C iudadela. Chequeó la hora en su
celular y se apoyó contra el edificio tras ella a esperar que cayera
la noche. Mirando el desierto infinito cambiar de color a medida
que el sol descendía y aparecía la luna, el frío comenzaba a
carcomerle los huesos poco a poco. Deseó tener más ropa con
que abrigarse, pero solo cargaba con lo necesario en su bolso y, a
menos que se lo pusiera de sombrero, no lograría entibiarse ni
siquiera un grado. De vez en cuando miraba hacia el callejón con
algo de envidia y nostalgia. Las familias de Ciudadela 5 debían
estar compartiendo con sus seres queridos y preparándose para
dormir en tibias y acolchadas camas. A veces extrañaba ese
calor, otras veces era indiferente a ello y se enfocaba en su
objetivo. Pero debía ser bueno tener una familia con quien
compartir algo tan simple como una cena. Las dunas que se
podían ver en el horizonte, lucían un color violeta a la luz de la
luna. Era hermoso. Lo único que a Sera le incomodaba de aquella
tranquilidad, era el silencio que abrazaba sus oídos
sumergiéndola en lo desconocido. La soledad e incertidumbre de
la noche producían en ella algo de miedo, el cual enmascaraba
leyendo una y otra vez el recorte de diario que había robado de la
habitación de Ethan hace unas horas atrás. Absorta en sus
pensamientos, y a punto de quedarse dormida, comenzó a divagar
en un estado entre realidad y ficción. Paseó entre recuerdos y
sueños imposibles donde las guerrillas eran más intensas, y donde
una pequeña gota de incoherencia le hacía recordar que
definitivamente se había quedado dormida. La oscuridad de la
noche ya cubría todo el desierto. De pronto escuchó un sonido
metálico muy cercano a ella. La reja, que la separaba del desierto,
se movía. Alguien estaba traspasando la reja de la C iudadela.
Abrió los ojos esperando ver algo, pero fue inútil, la tenue luz de
las calles de C iudadela 5 no lograban iluminar detrás de los
edificios. Se agazapó junto al callejón e intentó agudizar su
mirada. Distinguió dos siluetas negras unos metros más allá de
ella, pero no tan lejos como para no lograr escuchar lo que
murmuraban.

―Esta noche es solo para recoger provisiones―, susurraba la


sombra más alta.
―Y lo que sea útil y este en nuestro camino―, contestaba la más
baja.

―No te pases esta vez, la vez anterior casi nos atrapan.

―Era imposible para mí no llevarme algunos libros, lo sabes―.


La silueta más pequeña observaba a un lado y al otro.

―Las órdenes son claras: provisiones, y volver a C1.

―Entendido mi comandante.

―¿Quieres dejar de bromear?

Ambas sombras se alejaron sigilosamente por otro callejón


contiguo. Sera se puso rápidamente de pie tratando de seguirles el
paso. Era la primera vez que veía a alguien colarse a una
Ciudadela durante la noche. Lo más seguro es que fueran
Artificiales y con ello una oportunidad que la guiara a su
verdadero objetivo. Las calles estaban vacías, se escuchaban
levemente los pasos de aquellas dos personas entre los callejones.
Se dirigían a una tienda de abastecimiento ubicada en el bloque
número cuatro. La pequeña lámpara frente a la puerta del local
iluminó a los desconocidos. Eran dos jóvenes, uno un poco más
alto que el otro, de cabello cobrizo y de contextura robusta. El
otro era de cabello color negro azabache, delgado y algo inquieto.
Ambos llevaban ropas negras que les permitían camuflarse en la
noche. El pelirrojo sacó de su bolsillo un pequeño aparato
rectangular, del porte de una llave, y lo pegó rápidamente en la
chapa de la puerta de titanio del local. Apretó un diminuto botón
en él, y una luz roja comenzó a titilar. ‹‹¡Una mini bomba!››,
pensó Sera, y el aparato hizo explotar la chapa haciendo le menor
ruido que la joven se pudiera haber imaginado. Los dos jóvenes
entraron sigilosamente a la tienda, Sera los siguió de cerca.
Comenzaron a tomar cosas de las estanterías como si estuvieran
de compras en un día normal. Incluso comentaban acerca de la
calidad de los alimentos. Guardaban todo en un gran bolso negro
de lona.

―¡Hey! ¡No llevarás pimentones rojos! ¡Los odio!―, reclamaba


el chico de cabello negro.

―Esto es para todos, idiota. No eres el único en la Camarilla―,


corregía el pelirrojo.

―Pero soy el más importante.

―Te gustaría serlo. ¡Apresúrate y guarda las manzanas!

―Faltan las pastas, nunca está demás llevar pasta―. El chico de


cabello azabache llevó el bolso hasta uno de los estantes y
comenzó a guardar todos los paquetes de pasta que encontró.

―Si lo que sea, solo date prisa. Ted nos espera.

Metieron una gran cantidad de frutas y verduras y cerraron el


bolso. El chico de menor estatura le parecía muy familiar. Se
disponían a salir del local tan sigilosamente como habían entrado,
cuando de repente la mirada del joven de cabello oscuro se
dirigió hacia la ventana por donde Sera los observaba
disimuladamente. Alcanzó a reaccionar y se agachó
inmediatamente, evitando que la vieran.

―¡Espera! Quiero ver algo antes de irnos.

El joven comenzó a caminar hacia la ventana. A Sera le


temblaban las piernas y le sudaban las manos, era capaz de pelear
si la situación se ponía difícil, pero sus piernas estaban listas para
salir corriendo en cualquier momento.

―¡Este libro no lo he leído!―, dijo el joven quien se retiraba de


la ventana lentamente.
―¡Como quieras! ¡Solo mueve las piernas más rápido!―,
apresuraba el pellirrojo.

―No te pongas nervioso, hemos hecho esto cientos de veces y


nunca ha pasado nada.

Sera intentaba mirar por la ventana nuevamente, pero al tratar de


ponerse de pie golpeó unos tarros de basura que se encontraban
en el callejón.

―¡Ves! Es hora de salir de aquí―, dijo el joven de cabello


cobrizo al escuchar el ruido a las afueras de la tienda.

―Está bien, solo déjame guardar el libro en el bolso.

Salieron rápidamente del local, observando en todas direcciones,


y corrieron entre uno de los callejones en dirección a los límites
de la Ciudadela. Sera salió detrás de ellos rápidamente sin
pensarlo un segundo. Al llegar a la reja que separaba la Ciudadela
del desierto, estaba el joven de cabello azabache esperándola,
mientras que el pelirrojo estaba del otro lado de la reja con el
bolso de lona al hombro. La sorpresa en el rostro de Sera era
evidente. La habían descubierto.

―¿Quién eres?―, preguntó el joven.

―No tengo porque decírtelo―, respondió rápida y


nerviosamente.

―¿Eras tú la que nos vigilaba por la ventana en la tienda?― Sera


no respondió, se quedó en silencio observando al chico. Sí, era
delgado, pero no se veía débil en absoluto. Su cabello oscuro
brillaba con un tono azulado bajo la luz de la luna, su piel blanca
contrastaba con lo más característico que el joven poseía, unos
brillantes ojos azules, imposibles de dejar de observar.
―¡Responde! ¿Por qué nos espiabas? ¿Vas a llamar a los
militares? O ¿es que ya lo hiciste?

―Nada de eso, no tengo relación alguna con esos Normales―.


El joven permaneció en silencio observando a Sera
detalladamente.

―¿Qué es lo que quieres entonces?

De pronto, un leve ruido se escuchó junto a ellos y una silueta


apareció desde otro callejón anexo, con una pistola en mano
apuntándolos a ambos. Sera pensaba que no volvería a ver esos
ojos color miel y esa piel morena, pero ahí estaba frente a ella,
con una mirada muy diferente a la que recordaba.

―¿Ethan? ¿Qué estás haciendo aquí?―, preguntó Sera


desconcertadamente.

―Sabía que eras uno de ellos y que me llevarías directamente a


tu grupo.

―¿De qué estas hablando?

―Eres una Artificial, se nota a leguas―. Ethan avanzaba paso a


paso hacia los dos jóvenes sin bajar la pistola―. No me interesa
el motivo por el cual viniste a esta Ciudadela, pero gracias a ti me
has ahorrado días de búsqueda. Ustedes pueden ser muy
escurridizos y la verdad es que solo quería encontrarlos
rápidamente para poder divertirme antes de reportarlos a mis
Enlaces―. Ethan sonreía a Sera con una coquetería oscura y
retorcida―. Claramente jugué un poco contigo antes de concretar
mi plan, pero ¡hey! Esos son los beneficios de ser un Alelo.
¡Puedo hacer lo que yo quiera!

―Debí suponerlo. Nadie trata tan bien a la gente que luce como
yo sin dudar un segundo antes―. Sera permaneció quieta,
mientras lo seguía con la mirada y una repulsión tal que le estaba
produciendo ganas de vomitar.

―Fuiste muy ingenua, increíble en la cama, pero ingenua. Y


ahora me has traído con tus amiguitos. Muchas gracias―. Miró
detenidamente al joven de los ojos azules―. Tendrás el honor de
ser el primero en morir, después podré divertirme un poco más
con la linda Sera antes de acabar con ella también.

―Estás enfermo―, dijo Sera con asco―. Ustedes los Alelos


simplemente están enfermos.

―¡CALLATE!― Ethan apuntaba ahora directamente a la cabeza


de Sera, pero ella no se inmutó ni un poco.

En ese momento algo golpeó la mano de Ethan haciendo que la


pistola cayera al suelo. Era el joven de cabello oscuro. Había
lanzado una piedra al moreno y, acto seguido, le proporcionó un
buen golpe en el rostro, el cual se desplomó al suelo. Escupiendo
algo de sangre, el ex camarero se puso de pie rápidamente y,
sacando otra pistola de su pantalón, disparó contra el joven de
cabello negro, quien alcanzó a esquivar la bala levemente, la cual
solo le hirió el hombro derecho. Con un movimiento rápido,
Ethan se abalanzó sobre Sera para agarrarla firmemente y
apuntarle con la pistola directo en la sien.

―Un paso más y le vuelo la cabeza de un solo tiro. Sería una


lástima perder a alguien tan hermosa como ella―, decía mientras
olía el cabello de Sera, lo que le produjo a la chica una mezcla
entre calofríos y nauseas.

―No seas desagradable por favor. Consíganse una pieza, no


espera, eso ya lo hicieron―, bromeó el joven mientras se
apretaba fuertemente el hombro con su mano izquierda.
Sera aprovechó la oportunidad y pisó con fuerza el pie derecho
de Ethan, el cual irremediablemente la soltó. Con una patada ágil
y segura, la chica golpeó la mano del moreno de ojos color miel,
logrando deshacerse de la pistola. Ethan le dio un golpe en la
cabeza, lo que mando a Sera directo al suelo.

―Debí dispararte a ti primero, desgraciada―, dijo Ethan con


asco en su voz, mientras caminaba con decisión hacia ella.

El joven de cabello oscuro no tardo ni un segundo en saltar sobre


Ethan y golpear fuertemente en la mandíbula al chico y dejarlo
tambaleando sobre sus dos piernas. Con movimientos rápidos y
seguros, el joven de ojos azules pateó en el abdomen y rodillas
del Alelo, el cual cayó al suelo inconsciente.

Terminada la pelea, el joven de cabello azabache se acercó a Sera


que permanecía inconsciente en el pavimento polvoriento. La
observó por unos instantes y luego la levantó y cargo hasta la
reja.

―¿Podrías ayudarme?― dijo a su compañero, haciendo un gesto


para poder pasar a Sera sobre la reja de la Ciudadela.

―Pensé que tenías todo controlado, incluso te demoraste en


terminar esta estúpida pelea.

―Lo hice apropósito, solo para ti―. Ayudó a pasar a la chica al


otro lado, saliendo por fin de los límites de Ciudadela 5.

―Tan preocupado que eres por los demás― exclamó el pelirrojo


irónicamente, mientras sostenía a Sera entre sus brazos.

Caminaron por el desierto cargando a la joven y el bolso negro de


lona lleno de alimentos, hasta un vehículo militar camuflado
entre dos pequeñas dunas y listo para partir andando por la vieja
carretera. Al interior de él se encontraba un joven rubio, el cual,
con cara de aburrimiento y pereza, reclamó a sus dos compañeros
que venían llegando.

―¡Ya era hora! ¡Me aburría aquí!

―Este estúpido se dedicó a jugar a las peleas callejeras con un


Alelo idiota.

―Había que ponerle emoción a nuestro séptimo robo en


Ciudadela 5 ¿no?―, intento animar el chico de cabello oscuro.

―No―, dijeron simultáneamente los otros dos jóvenes mientras


el vehículo comenzaba a avanzar por las vías de la carretera hacia
el interior del desierto.
CAPITULO 2: La Séptima Habitación

Azul. Todo a su alrededor era azul. Le complicaba el hecho de no


poder distinguir el cielo del mar. Al menos sabía que estaba
flotando boca arriba, ya que respiraba. El cielo no tenía nubes, el
agua no se sentía húmeda. Dudaba si de verdad respiraba aire o
pronto se ahogaría en el mar. Quizás, ya se había ahogado y
estaba muerta. Nado, pero no conseguía avanzar. Nada
demostraba que avanzara, el paisaje era prácticamente el mismo.
Se inclinó hacia adelante para poder quedar perpendicular al
océano. Pateaba sin cesar para no hundirse. Ya era difícil estar en
el agua con ropa. De pronto sus pies tocaron algo sólido, se puso
de pie sobre él. Era como un suelo, transparente y que confundía
aún el cielo con mar, o más bien, suelo, ya no importaba. Volteó
en todas direcciones. Nada. A lo lejos escuchó un sonido
particular. Ese sonido que se crea al pasar un tenedor por un plato
de loza, pero de forma constante, el cual le molestaba en los
oídos. Corrió por el suelo invisible escuchando el sonido cada
vez más cerca, o lo que parecía ser cerca. Una luz brillante se
refractaba por un agujero pequeño, la cual llegó directo a sus
ojos. Tuvo que cubrirse la vista para poder seguir avanzando. A
medida que corría hacia ella, el agujero crecía y la luz se hacía
más intensa. Prácticamente no podía ver. Todo se volvía blanco.
Se detuvo completamente al comenzar a llorarle los ojos y el
suelo transparente desapareció bajo sus pies, iniciando una caída
libre a gran velocidad. Abrió los ojos, vio lágrimas, el rayo de luz
alejándose y sus cabellos volando mientras caía
descontroladamente. Movía brazos y pies tratando de aferrarse de
algo, pero el interminable azul lo impedía. Ese sonido constante
seguía en sus oídos, como una tortura, mientras la caída era
inevitable. Su corazón se empezó a acelerar, respiraba
apresuradamente, la desesperación invadía su garganta, el aire no
le entraba, o no salía. Quería gritar. Inhaló aire con fuerza, el cual
solo logró entrar hasta un poco más de sus fosas nasales. Intentó
con todas sus fuerzas soltar un grito ahogado y despertó de
sobresalto, con la respiración agitada, pálida, sudorosa y con
muchísimo calor. El sol entraba por una hendidura en la pintura
gastada del vidrio polarizado del vehículo y el ruido constante de
las ruedas metálicas contra los rieles magnéticos le torturaba los
oídos. Respiró como nunca lo había hecho en su vida. Como si el
aire del planeta se acabara en treinta segundos y el que acumulara
más en sus pulmones podría sobrevivir. Cuando logró calmarse
por el susto de caer al vacío, miró por la ventana. Desierto.

―¡Hasta que despertaste!―, dijo una voz junto a ella que no


reconoció―. Pensamos que estarías inconsciente hasta llegar a
C1.

Sera volteó para mirar al joven de cabello azabache que estaba


sentado junto a ella, observándola con esos ojos azules como el
mar.

―Aún quedan algunos kilómetros para llegar, procura descansar


mientras. Debes de tener la cabeza adolorida―. Y así era. Un
fuerte dolor en el lado derecho de su cabeza le impedía
parpadear. Se incorporó en el asiento trasero del vehículo. El
chico de ojos azules estaba leyendo el libro que había robado de
aquella tienda hace unas horas atrás. En el asiento de enfrente se
encontraba un joven rubio, el cual conducía a través del desierto,
masticando goma de mascar y riendo de los comentarios de su
copiloto, el chico alto y pelirrojo. El calor del desierto era
sofocante, incluso dentro del vehículo y viajando a gran
velocidad. Aún se sentía algo mareada cuando su estómago
resonó por el hambre.

―¡Ah! Es cierto, no has comido nada, y ya es medio día―, dijo


el joven junto a ella. Colocó un pedazo de papel entre las hojas
del libro para marcar en que página había quedado, lo dejó a un
lado y escarbó en el bolso de lona donde estaba la comida
robada―. Aquí tienes―, extendió una manzana roja a Sera―. La
fruta en esta zona es exclusiva así que tienes suerte que la
comparta contigo. ¡Come antes que se enfríe!―, rió mostrando
una sonrisa burlona y brillante. Sera tomó la manzana y la
observó dudosa por unos segundos―. Mi nombre es Neil por si
quieres darme las gracias.

―¿Quisieras por favor dejar de hurguetear en la comida?, sabes


que es para toda la Camarilla. Y por cierto, tus bromas cada día
tienen menos gracia. Te lo digo porque soy tu amigo y no quiero
que sigas haciendo el ridículo con la chica nueva―, acotó el
chico de cabellos cobrizo en el asiento justo delante de ella. Neil
le dio un puñetazo en el hombro con fuerza, a lo que luego rieron
a carcajadas. Debía de ser cosa de chico porque Sera no lo gró
entender porque se golpeaban.

―El aguafiestas es Will, y el rubio que no deja de mirar al frente


porque podríamos morir es Ted―. Ted levantó la mano en forma
de saludo y sonrió, sin despegar la vista del árido paisaje.

―Yo... Mi nombre es Sera―, dijo al fin, dudando aún de la


confianza que los tres chicos estaban teniendo con ella.

―¡La chica del Alelo! Neil ya me comentó todo eso―, exclamó


Ted.

―Fue la chica del Alelo. Él la utilizó, tarado. ¿Cuántas veces


tengo que explicártelo? ¿Tienes arena en los oídos o algo?―.
Neil defendió a Sera como si fueran amigos de toda la vida, y la
acabaran de insultar de la peor manera posible. Los Alelos no
tienen moral. Les da igual quien o que eres, siempre y cuando les
sirvas para lograr sus propósitos, que a veces son torturar, causar
desorden u otra cosa más seria.

―No fue exactamente así―, aclaró ella, mirando fijamente con


sus hermosos ojos verdes al joven sentado a su lado, quien la
observó con intriga―. Lo conocí apenas una noche atrás, en un
bar. Yo acababa de llegar a la Ciudadela y necesitaba donde
quedarme, él ofreció su apartamento.

―Y es ahí donde ocurrió la magia―, bromeó Neil.

―No seas sin respeto, Neil. Igual fue traicionada, y eso es algo
imperdonable―. Will era atento y amable con ella. Trataba de
mantener las bromas de Neil al mínimo, a pesar de no tener
resultado.

―Apenas lo conocía, no me siento devastada ni algo parecido.


No es la primera persona que me trata de esa manera. Hay
muchos como él y no todos eran Alelos. La mayoría prefiere
desconfiar y mantenerse alejados de gente como yo.

―Te comprendemos―. Neil extendió la mano para apoyarla


suavemente sobre los blancos y delgados dedos de Sera. Ella,
asombrada, volteó a mirarlo y se encontró con dos hermosos ojos
azules, que se veían más brillantes cuando algunos rayos de sol
alcanzaban el color de su iris.

Neil tenía el cabello corto y muy enmarañado, le caía sobre los


ojos sin ocultarlos por completo. Su rostro era algo angelical,
suave, blanco y sin ninguna peca o marca en ella, a diferencia del
de Sera, el cual estaba completamente cubierto por diminutas
pequitas desde la frente hasta sus clavículas. La piel de la mano
de Neil era gruesa y algo callosa y sus dedos estaban tibios. Sera
no pudo evitar sonrojarse al darse cuenta que ninguno de los dos
desviaba la mirada, y retiró rápidamente su mano. Volvió a mirar
por la ventanilla del vehículo. El paisaje no había cambiado, solo
árido camino bajo un sol radiante, el cielo era celeste y no había
ni una sola nube que pudiera dar algo de sombra a l cruzarse por
casualidad con el sol. Las ruedas metálicas continuaban sonando
contra los rieles eléctricos de la carretera. De vez en cuando
aparecían pequeños arbustos secos que apenas sobrevivían bajo el
calor, y escombros y cimientos de ciudades antiguas ya
destruidas. Miró de reojo a Neil. Había retomado su libro dejando
el papel, con el cual había marcado la página en donde había
quedado, sobre el bolso de lona, y no despegaba los ojos de la
escritura, ni siquiera cuando Will había comenzado a hablar de lo
importante que era la confianza entre las personas, sobretodo
familia y amigos. El libro de Neil era de bolsillo, con la portada
de un solo color y con el título en letras más pequeñas,
comparadas con el nombre del autor. Sera no lograba ver cuál
era, ya que Neil abría bastante las páginas, y la portada se
doblaba un poco. Desistió el intento de saber de qué trataba y
volvió a mirar por la ventana. Desierto, aún. Recordó la manzana
que aún estaba en su mano, de un color rojo algo opaco y le dio
un gran mordisco. Estaba dulce y con un leve toque ácido al final.
La boca se le hacía agua con cada mordisco, de veras que era un
placer comer fruta en un lugar como este. Era muy posible que un
cargamento de verduras hubiera llegado a la Ciudadela 5 hace
pocos días. No todas las Ciudadelas tenían el privilegio de tener
verduras todos los meses, había algunas que simplemente tenían
que vivir de enlatados. Frutas y verduras frescas eran un lujo
bastante costoso. Sera había comido todas las verduras y frutas
que pudo durante su estancia en Ciudadela 9. Junto con su
compañera de cuarto y de escuela, compraban todo tipo de
manzanas, peras, naranjas, uvas, frutillas, plátanos, mangos, y
verduras por montón, sobre todo lechugas, tomates, papas y
zapallos. Pero cada vez que compraban, se les acababa todo el
dinero ahorrado en un mes, pues no era fácil conseguir vegetales
orgánicos, a pesar de que llegaban con mayor frecuencia y en
mejor estado. Sera no sabía cómo su compañera ahorraba el
dinero, y ella no le decía como ahorraba el suyo, lo que
importaba era poder comprar comida "real" a fin de mes. Buscó
su bolso de mano negro, el cual estaba en alguna parte del suelo
del vehículo, para sacar algo donde dejar la coronta de manzana.
Revolvió el contenido de su bolso hasta que encontró un pañuelo
de tela olvidado en el fondo. Envolvió la coronta y la dejó a un
lado. Volvió a meter la mano en su bolso negro y con cuidado,
evitando que los tres chicos se dieran cuenta, sacó el recorte de
revista robado de la casa de Ethan. Observó la imagen que
aparecía en el trozo de papel, era el rostro de un niño, con pelo
negro muy corto y los ojos extremadamente azules. ‹‹Neil››,
pensó Sera, pero los ojos del chico que aparecía en el recorte no
tenían vida, era como si no hubiera nadie en su interior, en
cambio Neil tenía los ojos más brillantes y expresivos que Sera
había visto. Con solo mirarla podía transmitirle todo lo que
realmente sentía en ese momento, enojo, serenidad,
concentración...compasión. Comenzó a sentir dudas al respecto.
Quizás el chico en la foto si era Neil, pero no sería justo entregar
a alguien inocente para poder cumplir un sueño tan frívolo como
vivir cómodamente de por vida. Menos aun después de que le
salvó la vida. Debía investigar más al respecto.

―Ted, las ruedas están chirriando otra vez―, dijo Neil sin
despegar la vista del libro. Sera guardo automáticamente el trozo
de papel arrugándolo por completo. Intentó poner atención a
cualquier ruido en el ambiente, pero no escuchaba alguna
variación del chirrido que ya emitían las ruedas.

―Deben tener algo de escombro, queda poco para llegar al


Escondite―, respondió Ted sin quitar la vista de la carretera―.
Will, dime los niveles de electricidad y velocidad, por favor―.
Will observó el panel de control del vehículo, quitando un poco
el polvo de él. Dictó una serie de números a los que Ted iba
asintiendo con la cabeza sin parpadear ni un segundo.

―Deberíamos poner el aire acondicionado de nuevo, no


queremos que los alimentos lleguen en mal estado―, sugirió Neil
mientras daba vuelta a la página en ya un poco más de la mitad
del libro―. Saben que no como hongos, me hacen daño.

―Si ponemos el aire nos tomará el doble llegar al Escondite. Al


hacerlo baja la cantidad de corriente continua que alimenta el
motor. Yo calculo que por lo menos serán 3 horas más de lo
planeado si lo encendemos―, respondió Ted a lo que Sera quedó
impresionada por la respuesta tan inteligente. La primera
impresión que el rubio había dado en ella era de alguien de mente
simple, que solo podía hacer una sola cosa a la vez y sin tener
mayor conocimiento sobre cosas complicadas, especialmente
ciencia.

―El que la comida llegue en buen estado es prioridad, no


importa que nos demoremos unas horas más, ya encontraremos
que hacer para pasar el aburrimiento―, dijo Will mientras se
recostaba en el asiento delantero, poniendo sus manos detrás de
la cabeza y cerrando los ojos sin preocupación alguna.

Ted presionó un botón junto a los paneles de control de velocidad


y electricidad, y un leve aire frío comenzó a salir por las rendijas
negras ubicadas a los costados de cada puerta, cercano a las
ventanillas. Neil cambió de posición. Acomodó el bolso de lona
negro con comida junto a la puerta para que el aire llegara directo
al interior de éste y refrescara los alimentos. Él se sentó junto a
Sera, muy cerca para su gusto. Retomó su libro en donde lo había
dejado, página 486 por lo que Sera alcanzó a ver. Ahora podía
leer lo que Neil leía a su lado. "Siguieron la carretera estrecha,
una de las miles que habían construido los prisioneros italianos
durante las guerras". Sera se preguntó de qué trataría el libro.
Veía a Neil muy concentrado en él, casi ni respiraba, solo movía
los ojos a gran velocidad y cambiaba las páginas cada cierto
tiempo. Al parecer releía algunas frases varias veces antes de dar
vuelta a la página. El aburrimiento empezó a apoderarse de ella.
Al parecer habían pasado solo unos minutos. Sacó su teléfono
celular de su bolsito, evitando que el recorte arrugado saliera
desprendido por error. Casi de forma automática, miro el reloj
digital, pero no recordó la hora exacta después de guardar
nuevamente el aparato. Comenzó a observar las cosas a su
alrededor, que no eran muchas. El vehículo por dentro era
bastante simple, un modelo muy antiguo de Transciudadela.
Podría tener 10 años como mínimo. Las ventanillas estaban
polarizadas y tenían algunos rayones por donde entraba la luz.
Los asientos eran de un color gris oscuro, posiblemente por la
tierra del desierto. Estaban algo dañados y parchados con pedazos
de cuero viejo de diferentes tonalidades, pero aun así eran
bastante cómodos. Sera trató de estirar un poco las piernas,
llevaba horas en la misma posición y las articulaciones
comenzaban a molestarle. Intentó disimuladamente de estirar su
rodilla izquierda sin molestar a Neil, el cual ni se inmutó.
Después de que sus dos rodillas tronaran satisfactoriamente, Sera
soltó un leve suspiro de alivio y cerró los ojos por un instante.
Repasó en su mente, rápidamente, lo que había sido su último día
en una Ciudadela, ya que ahora se dirigía a quien sabe dónde y no
estaba segura de que volviera a una pronto. La forma en que
había llegado a ella en un vehículo parecido a éste, junto a dos
soldados y un montón de cartas y paquetes que iban a ser
entregados a la base militar 5. Su estancia en el pub donde
conoció a Ethan, el departamento con olor a licor en las sabanas,
el dormir con alguien solo porque sí, la horrible sopa después de
la amarga conversación con el líder de la Ciudadela, el frío
mientras esperaba que ocurriera algo bajo la oscuridad de la
noche, el robo, los ojos seguros de Neil, Ethan traicionándola, y
un fuerte dolor en su cabeza. Volvió a tocarse la cabeza tras
recordar lo sucedido. La zona estaba más sensible que antes,
apenas pudo tocar los cabellos que nacían de esa zona. Apretó los
ojos con fuerza al mover el cabello hacia un lado para llegar hasta
su cuero cabelludo y palpar la piel. Al parecer no había señales
de herida. Por lo menos ningún tipo de líquido salía de su cabeza.
Volvió a abrir los ojos. Tres horas, ¿qué haría en tres horas? Ni
siquiera podía sacar su libreta con información, Neil estaba muy
cerca y podría leer todas sus anotaciones y no tenía intenciones
de arruinar la casi inexistente confianza que había ganado con
aquellos extraños. Si jugaba con su celular se le acabaría la
batería, y ya no podría... ver la hora. Recapacitó y volvió a sacar
su teléfono, nadie la llamaría, ¿por qué debía limitarse por la
batería entonces? Los juegos de celulares eran cada día más
horribles. Sus padres le habían contado que existieron, hace
muchísimos años, celulares con aplicaciones donde los juegos
eran muy entretenidos. Algunos incluso llegaron a ser bastante
populares. Pero ahora habían retrocedido en el tiempo,
limitándose solo a los clásicos juegos de cuatro en línea y
disparar alienígenas.

Ya había pasado una hora. El juego se estaba volviendo tedioso,


pero el simple hecho de superarse a sí misma la mantenía pegada
a él. Neil había terminado su libro, quizás hace un tiempo atrás, y
estaba recostado hacia atrás en el asiento trasero, con las manos
cruzadas sobre su pecho y el cabello cubriéndole los ojos, que
estaban relajadamente cerrados. Se escuchó el fuerte sonido del
juego cuando perdía la partida y Sera se limitó a cerrarlo y
guardar el celular en el bolsillo de sus jeans. Su vista se posó en
los cerros de arena que el paisaje mostraba constantemente. A
medida que avanzaban los cerros eran cada vez más sólidos,
incluso los pequeños y secos arboles eran cada vez más
frecuentes. Se entretuvo tratando de ver a la distancia si había
plantas verdes, lo cual era casi imposible. A pesar de tener muy
buena vista, debía forzarla un poco para poder enfocar. Durante
el trayecto pasaron junto a varias ruinas de ciudades antiguas,
grandes edificaciones destruidas, rascacielos que se desplomaron
tras las guerras, escombros por doquier, ni un solo rastro de vida
en kilómetros. Sintió de pronto que Neil se había movido de su
posición, ahora estaba inclinado hacia adelante, con los codos
apoyados en sus rodillas y mirando por el parabrisas hacia el
desierto. Se veía algo tenso, sus músculos estaban contraídos,
como si estuviera preparándose para saltar o algo parecido. Will
sintió la mirada fija de Neil junto a él. Se sentó hacia adelante
también mirando el horizonte, y volteó a ver a Neil. Era como si
con solo la mirada lo entendiera perfectamente.

―Viene un vehículo―, susurró Neil. Will le dio una indicación a


Ted y este apretó el botón del aire acondicionado que dejó de
funcionar automáticamente. Will dictó unos números nuevamente
y Ted apretó con fuerza el manubrio con sus manos.
―Ya lo vi―, dijo Ted. Sera se había inclinado un poco hacia
adelante y observaba entre el asiento donde estaba sentado Will y
el costado del vehículo. No vio nada a lo lejos.

Will comenzó a sacar ropa de un bolso que llevaba delante de él.


Lanzó una manta café hacia el asiento de atrás. Niel la desdobló,
mientras Will se colocaba una chaqueta militar con la insignia de
NMSUW y una gorra que hacía juego. Luego comenzó a
colocarle a Ted otra gorra igual a la de él, que le cubrió la
mayoría de su rubio cabello. Dio una orden a Neil el cual
extendió la manta sobre el bolso con alimentos. Agarró a Sera por
el brazo y la jaló hacia abajo. Neil se agazapó junto a ella y los
cubrió completamente con la manta. Le preguntó a Will si
estaban completamente cubiertos a lo que Will respondió
afirmativamente. Sera estaba inclinada hacia un lado, apoyada
sobre su brazo izquierdo sobre el asiento trasero, mientras que
Neil estaba sobre su brazo derecho y con el rostro muy cerca del
de ella. Podía sentir su respiración, mientras el joven ponía
atención a los ruidos que pasaban más allá de la manta. Los
labios de Neil estaban tensos formando una sola línea, y sus
impactantes ojos estaban fijos mirando hacia arriba, tenían un
brillo singular, algo más claro de lo que habían estado
previamente, como si el color de sus ojos cambiara junto a sus
emociones. A Sera le temblaron las manos, no sabía por qué
estaba nerviosa, pero no debía ser bueno que viniera alguien en
dirección contraria a ellos. Concluyó rápidamente que habían
robado este vehículo de militares Normales y estaban utilizando
la única carretera habilitada para transportarse, que era exclusiva
de la milicia. Por ello se habían disfrazado de soldados, y Neil y
ella eran la carga. Neil la miró directo a sus verdes ojos y le
ofreció una media sonrisa, lo que le dio a entender que
efectivamente debían actuar como carga. Ella no escuchaba nada,
pero al parecer el otro vehículo estaba cerca. Neil estaba aún más
tenso que antes. Apretaba los puños y respiraba algo más
apresurado, pero aun así daba la impresión de que tenía todo bajo
control. Neil se percató que Sera continuaba temblando y le tomó
la mano para tranquilizarla un poco. A continuación emitió un
silbido el cual fue interpretado por Ted, y acto seguido, comenzó
a disminuir la velocidad del vehículo. Sera imaginó que requería
una precisión impresionante para que ambos vehículos, que iban
a una velocidad bastante alta, quedaran uno al lado del otro al
detenerse en la empolvada carretera. Ted debía ser un experto. El
vehículo se detuvo con tranquilidad, el ruido de las ruedas
metálicas contra los rieles de metal dejó de torturarle los oídos y
escuchó como Ted bajaba la ventanilla de su lado. Escucharon,
bajo la manta y en silencio, la conversación que Ted y Will
tenían con los dos soldados del vehículo contiguo. Explicaban
hacia donde iban, que transportaban y el por qué Ted no llevaba
su chaqueta, a lo que él respondió que el calor era insoportable.
Todo sonaba bastante creíble. La mano de Neil continuaba sobre
la suya, y Sera no pudo evitar sonrojarse nuevamente, incluso se
sintió algo estúpida porque era la segunda vez que ocurría la
misma situación sin que ella fuera la que iniciara la acción, como
en otras ocasiones. Ted cerró la ventanilla y el vehículo comenzó
a moverse nuevamente. Will dictó otra serie de números y acto
seguido el rubio pisó el acelerador a fondo. Sera no pudo evitar el
impacto contra el respaldo del asiento y menos que Neil se le
abalanzara repentinamente. El chico pidió disculpas por el golpe
y se enderezó quitando la manta que los cubría. Maldijo a ambos
compañeros por no avisarle que avanzarían violentamente, por lo
que los dos amigos explicaron que requería de una huida veloz
por si los soldados sospechaban. Sera se incorporó lentamente y
comenzó a ordenarse el cabello. Neil dobló la manta y se la lanzó
a Will directo a la cabeza soltando una risita burlona. Acomodó
el bolso con alimentos nuevamente frente a la rendija donde
saldría el aire acondicionado, pero Ted no lo accionó. El sonar de
las ruedas de hizo más fuerte a lo que Sera debió adaptarse un
poco. Neil en cambio parecía incomodo, tenía el ceño fruncido y
cerraba un ojo mientras ponía una expresión de dolor.

―Hemos llegado―, advirtió Ted. Sera logró ver por la


ventanilla, un complejo de edificios en ruinas, rodeado por casas
que estaban convertidas completamente en escombros. Solo uno
de aquellos edificios se veía lo suficientemente estables para
albergar gente en él. A su alrededor aún existía el árido paisaje
bajo un cielo despejado.

Ted detuvo el vehículo lentamente, como la primera vez, y soltó


en manubrio con un enorme alivio. Movió el cuello y los
hombros en todas direcciones para soltar la tensión que llevaba
sobre él tras horas de conducir. Will abrió la puerta y bajó
perezosamente. Se quitó la chaqueta y el gorro militar y los
guardó nuevamente en el bolso. Golpeó el techo del vehículo un
par de veces y Neil, después de destaparse un oído, abrió la
puerta de su lado, cerró el bolso con comida y lo empujó hacia
afuera para que Will, quien había dado la vuelta, lo tomara entre
sus manos. Sera abrió su puerta y bajó despacio. Sus pies se
sentían débiles, movió los dedos dentro de sus zapatos para que la
sangre acumulada después de estar sentada mucho tiempo,
retornara a sus piernas. Tomó su bolsito negro del suelo del
vehículo y observó a su alrededor. La carretera estaba bastante
alejada de las ruinas que había visto hace unos instantes. Will
pasó junto a ella con los dos bolsos a cuestas, seguido por Ted,
que era mucho más alto de lo que Sera imaginó, era tan alto como
Will, más delgado y con su pelo rubio corto, casi blanco, bajo el
sol de aquel día. Tras ellos iba Neil, con el libro bajo el brazo,
con cara despreocupada y arrastrando los pies. Era como un niño
que acababa de perderse una fiesta de cumpleaños. Sera caminó
con gracia tras ellos. No estaba en sus planes quedarse sola en el
desierto. El suelo árido era firme bajo sus pies, había escombros
y algunos trozos de metal, madera vieja y vidrio. Sera hecho un
vistazo hacia el vehículo, era un vehículo de camuflaje,
completamente café. Se preguntó si los Normales que pasaban
por ahí no se fijarían que había uno de sus vehículos abandonado.
Segundos de haberlo pensado, vio a Ted pasar frente a ella en
dirección al vehículo. Entró en él y lo encendió. Escuchó un
sonido de maquinaria proveniente de él y las ruedas metálicas del
vehículo cambiaron a una especie de cuncunas, como las de los
tanques antiguos. El vehículo salió de los rieles de la carretera sin
problemas y Ted lo guio hasta el primer edificio desplomado.
Cuando Sera y los otros dos chicos cruzaron frente al edificio,
Ted retomó el paso junto a ellos. Bromearon por como el alto y
rubio joven continuaba olvidando que debía esconder los
vehículos apenas volvieran al Escondite. A pesar de su actitud,
Ted se veía mayor que Will y Neil, aparentaba unos treinta y
cinco años aproximadamente, con una contextura delgada y firme
como la de Neil, pero de la altura de Will, una sonrisa adorable y
unos ojos tranquilos, de color celeste claro, quizás algo grises,
Sera no podía identificar muy bien de qué color eran en realidad.
Llegaron hasta un edificio en ruinas, el cual era el que más
estable se veía en comparación a los demás a su alrededor. Neil
volvió a silbar y caminaron a paso firme hacia la entrada. A su
encuentro salieron dos hombres y una mujer. El primer hombre
era alto, muchísimo más robusto que Will o Neil juntos, con
cabello cobrizo cortado estilo militar y de tez blanca. Estaba
vestido con una franela de color verde musgo, unos jeans grises
oscuros y unas botas militares cafés, o que se veían café por la
tierra del desierto. La mujer se encontraba a un lado del primer
hombre que salió a recibirlos. Era muy delgada, pero sin rastro de
debilidad en ella, se notaba que ejercitaba al igual que todos los
demás. Su cabello era rubio y liso llegándole hasta los hombros,
su piel tan blanca como la de Sera y vestía una blusa strapless
color celeste y unos pantalones grises a rallas que hacían juego
con sus botas negras de tacón. El tercer hombre era más bajo que
los otros dos, con cabello negro, corto y liso, muy delgado y con
rasgos orientales. Estaba vestido con sudadera negra, unos
pantalones abultados de color café con bolsillos a los costados y
zapatillas negras con blanco. Sera dudó si continuar caminado
tras los tres chicos o no, ella no pertenecía a un Escondite, ni
siquiera sabía por qué la habían traído en primer lugar. Neil, Will
y Ted saludaron tranquilamente a los tres individuos, dejando el
bolso con comida en el suelo. El hombre robusto y pelirrojo solo
observó a Will sin decir ni una palabra, mientras que la mujer lo
abrazó cariñosamente. El otro individuo avanzó con rapidez y
decisión hacia Will, no le llegaba más allá del hombro, y con una
mirada furiosa comenzó a gritarle, o más bien... a reprenderle.
―Escuchamos la proximidad de un vehículo en dirección hacia
ustedes, ¿por qué no lo reportaste enseguida? No solo era tu
deber mantener comunicación si había dificultades, sino que
tenías a toda la Camarilla preocupada. A veces pienso que no me
pones atención cuando te explico cosas―. Alcanzó a escuchar
Sera lo que decía el asiático, al acercarse lentamente a la
situación.

―La verdad es que no alcanzamos. Estábamos a minutos de


llegar al Escondite, hubiera sido peligroso que los militares
captaran una señal de radio diferente justo cuando acababan de
toparse con nosotros, y en la zona donde se encuentra C1, ¿no
crees?―, excusó Ted al ver que Will bajaba la cabeza sin decir
una palabra. Al parecer se sentía ofendido.

―Es razonable―, dijo el hombre quien dejó su postura de


enfado y pasó a una más relajada, completamente sereno e
incluso distraído.

Will miró de reojo al hombre robusto que estaba justo frente a él.
Este no se movió ni un milímetro, solo lo miraba directamente a
los ojos. Will buscaba algún consejo en su mirada, nada pasó.
Neil posó su mano en el hombro de su amigo y este salió del
depresivo trance en el que estaba, dedicándole una sonrisa. Sera
estaba a unos pasos de ellos, sin hablar, sin mover si quiera un
músculo. En eso, la mujer la divisó. Sonrió de una manera
impresionante, como si estuviera reconociendo a una hija
perdida. El hombre a su lado giró la mirada con sorpresa.

―¿Quién es ella?―, exclamó con una voz ronca y densa que a


Sera le causó algo de miedo. Neil se interpuso entre ella y el
hombre que se dirigía con paso firme para hablarle más de cerca.

―Es... Sera. Digamos que fue traicionada por un... Alelo―. Hizo
una mueca al pronunciar la palabra―. El estúpido la golpeó y la
dejó inconsciente, no podíamos dejarla allí. El idiota dijo que
sabía que ella era una de nosotros y que sospechaba de nuestro
Escondite. Nos seguiría de todas formas.

―¿Se encargaron de él?―, dijo el hombre aún mirando a Sera de


los pies a la cabeza con una mirada dudosa.

―Neil lo enfrentó, incluso le dispararon―, intervino Will. Era


cierto, Sera había olvidado que Neil había sido herido de bala en
el hombro derecho, pero estaba perfectamente bien, no había
señal de dolor, apenas unas manchas de sangre se distinguían de
las mangas de su camiseta negra, y además, movía el brazo sin
preocupaciones.

El hombre soltó un suspiro y se acercó a Sera con calma, había


cambiado completamente su actitud anterior, ya no intimidaba, al
contrario, tenía la mirada de alguien que está muy preocupado
por tu bienestar, algo que Sera no había visto en muchos años.

―No quiero que te asustes, voy a hacer unas preguntas


solamente―, dijo después de agacharse un poco para quedar a la
altura de sus ojos― ¿De dónde provienes?

―Ciudadela…7―, respondió de inmediato Sera, tratando de


disimular la duda en su voz, pero algo la obligaba a responder
honestamente.

―¿Qué hacías en Ciudadela 5?

―Escape de casa. Necesitaba alejarme lo que más podía, entre


otras cosas.

―Rebelde ¿eh?―, dijo el mayor completamente


despreocupado―. Hemos sabido de varios que han huido de los
Escondites solo para mezclarse con Normales. Aun así están de
nuestro lado y eso es lo que importa―. A Sera le costaba seguir
la conversación que el hombre le dedicaba, quizás era por el
golpe en la cabeza que de a poco comenzó a volverse una
molestia constante y cada vez más fuerte.

―Yo... solo... estaba viviendo una vida que no era correcta―,


respondió la chica mientras se tocaba la cabeza con delicadeza.

―¡Oh! ya veo, debes ser adoptada, de ustedes sí que no tenemos


registros, ¿Aún siguen creando Artificiales en hospitales
clandestinos? Disculpa, que podrías saber tú, no creo que tus
padres te hayan contado donde te crearon, eso sería...
repúgnate―. El hombre parecía divertido con la conversación.
Sera no sabía dónde había quedado ese individuo firme e
intimidante que los había recibido hacia unos instantes.

―Creí que solo en Argent podía crear Artificiales, si hablamos


de crear como tal―, volvió a interrumpir Will en la
conversación, bastante interesado por el tema.

―Claro, porque nosotros podemos encargarnos de "crearlos" de


una forma más natural―, bromeó Neil, a lo que la rubia mujer le
dio un codazo y una mirada fulminante que claramente indicaba
que nuevamente estaba haciendo un comentario fuera de lugar. A
Sera le costaba mantenerse en la conversación, las palabras eran
confusas y no escuchaba por un oído, además que la vista
comenzaba a nublársele y sentía que el suelo se había
transformado en arena movediza. Solo alcanzó a escuchar a Neil
exclamar como había olvidado que a ella le habían dado un golpe
en la cabeza, antes de que todo se volviera negro y cayera al
suelo.

Los párpados le pesaban, le dificultaba abrirlos. Algo no estaba


bien. Veía borroso, no reconocía nada a su alrededor. Volvió a
cerrar los ojos con fuerza para tratar de enfocar al abrirlos
nuevamente. Al parecer estaba en una amplia habitación, con
paredes de cemento sin pintar, suelo de baldosas blancas algo
rayadas y maltratadas; y solo una ventana con vidrios
empolvados por donde entraba un poco de luz. Las cortinas a
ambos lados de la ventana estaban rasgadas. Trató de sentarse
sobre una especie de camilla en la que estuvo recostada todo ese
tiempo que permaneció inconsciente, pero sus brazos le
traicionaban. Se tambaleaba por cada intento y sus bíceps no
tenían la suficiente fuerza para levantarla. Cuando por fin logró
sentarse en el borde de la cama, sus pies colgaban cercanos al
suelo, la cabeza le daba vueltas a gran velocidad y era peor cada
vez que abría los ojos para mirar a su alrededor. Permaneció
quieta un tiempo con los ojos cerrados y la cabeza agachada,
hasta sentir que el vaivén se detenía. Observó sus piernas en
aquella posición, aún llevaba sus ropas, lo cual le hizo soltar un
enorme suspiro de alivio. No tenía las zapatillas puestas, podía
ver sus calcetines blancos que le llegaban un poco más abajo de
los tobillos. De pronto recordó su bolsito negro y de sobresaltó.
Miró a su alrededor buscándolo desesperadamente. Lo divisó
sobre una pequeña silla metálica junto a sus zapatos, a un lado de
la camilla. Se puso de pie en dirección a ella. El suelo estaba frío
y bastante limpio, más de lo que Sera había imaginado,
considerando que estaba en un edificio abandonado. Revisó el
contenido de su bolsito. Todo estaba allí, incluso su celular que,
por lo que recordaba, lo había guardado en el bolsillo de su
pantalón. Temió que alguien hubiera visto su libreta, el papel
arrugado que había robado hace semanas, o el recorte de revista.
Pero no había indicios de que alguien se hubiera entrometido en
sus cosas. En ese instante entró una mujer, baja y muy delgada,
con, por lo que Sera pudo ver, el cabello color violeta.
Aparentaba alrededor de unos cincuenta y ocho años. Llevaba
puestos unos lentes con marco azul y con una cadenita plateada
que los sujetaba. Vestía ropas ligeras, de color celeste claro y
unos zapatos bajos que se veían bastante cómodos. La mujer la
observó con sorpresa por unos instantes y luego frunció el ceño y
de un solo grito la envió de vuelta a la cama. Sera saltó sobre la
camilla y se recostó tal cual estaba antes de dirigirse hacia la
silla. La mujer se acercó por su lado derecho hasta la altura de su
rostro, la observó de pies a cabeza, aún con el ceño fruncido.
Tenía unos ojos grandes y de un tono gris oscuro. Le dijo a Sera
que girara la cabeza hacia un lado y que no se moviera por unos
momentos. La chica no entendía que estaba pasando, pero podía
sentir la mirada de la mujer sobre ella. Algo confundida movió la
cabeza hacia el otro lado cuando le dio la siguiente instrucción.
En esos momentos la puerta blanca, por donde había ingresado la
mujer, se abrió lentamente revelando una cabeza con cabellos
enmarañados y unos ojos azules que miraban con preocupación.
Era Neil. La mujer le permitió la entrada y este se acercó por el
lado izquierdo de la camilla. La mujer de cabellos violeta dijo un
par de términos médicos, a los que Sera interpretó como buen
diagnóstico al ver el cambio que el rostro de Neil tuvo al
escuchar el relato. Luego se marchó de la habitación dejando a
Sera con una sensación incomoda y a Neil observándola con
cuidado. Pensaba que decir para evitar la mirada penetrante y
preocupada del chico, pero no se le ocurría nada, su mente estaba
en blanco.

―El golpe en la cabeza fue más de lo que imaginamos―, dijo


finalmente Neil―. Produjo un pequeño derrame, es por eso que
perdiste la conciencia. Pero ya estás bien, Irma reviso tu cráneo y
al parecer ya estás en condiciones de levantarte.

Sera asumió que Irma era el nombre de la mujer que había


entrado anteriormente a revisarla, y que le había dado un gran
susto al gritarle histéricamente por el hecho de estar levantada sin
su consentimiento. Comentó con Neil como Irma la había
mandado de vuelta a la cama y que le parecía muy extraño que
una mujer de su edad tuviera el pelo violeta. El chico solo rió por
los comentarios y le explicó que el cabello de Irma era realmente
de ese color, así era como sus padres había querido que lo tuviera
al nacer.

―Irma es algo histérica, pero ¿Quién no lo sería si hubieras


nacido en un mundo de caos en el que tienes que salvar tu vida y
la de tus amigos? Es por eso que es enfermera y la encargada de
Salud de nuestra Camarilla―. Sera lo miraba atentamente,
hablaba de ella como alguien habla de su madre, con una voz
suave, cariñosa, cálida y fraternal, que se relacionaba con la
dulzura de su rostro. De pronto ella se sintió algo miserable.

―¡Bueno!―, dijo Neil tras terminar su explicación―. Ya que


Irma dijo que estabas bien creo que podremos ir a la Séptima
Habitación.

Sera no tenía ni la más mínima idea a lo que el chico se refería,


pero sonaba importante. Se sentó nuevamente al borde de la
camilla y se levantó con algo más de fuerza en sus brazos y
piernas. Se dirigió hacia la silla para calzarse las zapatillas y
recoger su bolsito. Siguió a Neil más allá de la puerta blanca de la
enfermería hasta un pasillo desolado, con las paredes maltratadas
y las ventanas rotas. El suelo tenía arena en los rincones, pero se
notaba que alguien barría todos días para quitar el exceso.
Caminaban por el pasillo con paso acelerado. Llegaron hasta una
puerta con la pintura verde algo descascarada. Sera contó las
puertas anteriores a ésa, efectivamente eran seis y ésa era la
séptima, por algo tenían que llamarla la Séptima Habitación. Neil
empujó la puerta despacio, la cual rechinó fuertemente dentro del
amplio espacio. El chico entró sin vacilar. Sera lo siguió con
nerviosismo. La habitación estaba en penumbra, con una enorme
mesa rectangular en el centro, rodeada por varias sillas. En cada
silla había una persona, todos adultos a excepción de Will. En la
cabecera de la mesa, y dando la cara directamente a la puerta por
donde Neil y ella habían entrado, estaba el hombre alto y robusto,
con su corte estilo militar en su cabello cobrizo. A su lado
derecho estaba la mujer alta, rubia y delgada que había abrazado
a Sera cuando la divisó; a la izquierda se encontraba un hombre
algo más bajo, con el cabello rubio casi blanco, lucía una
abundante barba arreglada y tenía puestos unos lentes de sol (raro
para alguien que está dentro de una habitación). Reconoció en
otros asientos al hombre asiático que había reprendido a Will, a
Irma que estaba sentada en una de las sillas más cercanas a la
puerta, y a Will, por supuesto, quien le dedicó sonrisita
disimulada sin perder la compostura y la seriedad de la situación.
Además, en la habitación se encontraban otra mujer, delgada,
con cabello castaño oscuro, la cual estaba recostada hacia atrás en
el asiento, casi balanceándose en él; justo enfrente de ella había
un hombre que se veía mucho mayor, con el cabello negro como
el carbón y con cara de pocos amigos; por último había una mujer
morena, con el cabello castaño completamente crespo, quien le
sonreía agradablemente. Neil le indicó a Sera que se pusiera
frente a la mesa, y se retiró a una esquina de la habitación sin
decir una palabra más. El hombre alto y robusto, que la miraba
desde el otro lado de la mesa, se puso de pie, mientras todos los
demás permanecían sentados observando la situación
completamente en silencio. A Sera le temblaban las manos,
apretaba los puños con fuerza para poder calmarse, pero la
mirada del hombre le intimidaba internamente. Lo único que
pudo pensar era en afrontar la situación como siempre lo hacía,
aunque toda esta situación no haya tenido nada que ver con actos
que ella haya hecho anteriormente.

―Mi nombre es Caleb Redsky―, dijo el hombre frente a ella,


mirándola directo a los ojos―. Soy el líder de la Camarilla 1 y
ellos son Los Mayores―. Caleb sonrió amablemente mientras
presentaba a cada uno―. A mi lado, Mary Applefield, mi esposa.
A mi izquierda, Arthur Hayden y junto a él, balanceándose en la
silla como siempre, Joulie Colter. Frente a ella, Alfred Whitters.
A su lado Yoshinori Ushida, y le sigue Francisca Rosales.
Enfrente Will, ya lo conoces, y por último Irma Preissinger.

Sera permaneció helada a pesar de que todos le dirigían una


mirada cálida y una agradable sonrisa, no entendía que podrían
querer todo los Mayores de una Camarilla con ella. Ni siquiera
quería llegar a este Escondite, sus intenciones eran otras.

―Neil nos ha platicado su encuentro hace unas horas atrás y la


situación vivida con el Alelo―, continuó Caleb. Neil permanecía
en un rincón de la habitación, con los brazos cruzados y sin mirar
a nadie en especial―. Quisiéramos que nos relataras tu versión
de la historia.

Sera suspiró para poder calmarse, volvió a apretar los puños, y


con mirada decidida comenzó a relatar todo lo que había
sucedido, omitiendo los detalles como su libreta, el recorte de
revista y otras algo más personales. Los Mayores la observaban
con atención. Ninguno interrumpió su relato. Cuando había
acabado de contar su estancia en Ciudadela 5, Caleb volvió a
hacerle unas preguntas, pero esta vez ella podría escuchar y
entender lo que decía sin sentirse mareada.

―Dijiste, antes de desmayarte a las afueras de nuestro Escondite,


que venías de Ciudadela 7, a lo que yo pregunté si eras adoptada
¿Es así o no?―. Sera no entendía el concepto de adoptada.
Observó con duda a todos los presentes quienes esperaban una
respuesta.

―Nosotros llamamos adoptados a los Artificiales que aún son


creados por hospitales especializados y que son de padres
Normales―, dijo Neil sin moverse del rincón en el cual se
encontraba―. En otras palabras, los Normales que quieren un
hijo o hija con características específicas, son desarrollados en
hospitales especiales, modificándoles ciertos rasgos que ellos
quieren que su hijo tenga al nacer, como el pelo, los ojos, u otros
fenotipos.

Sera no sabía qué hacer en ese momento, todos esperaban su


respuesta, recién había comprendido el concepto, pero aún le
costaba asimilar lo que significaba ser adoptada. Si era cierto, ella
habría vivido en una mentira toda su vida. Sus padres la habrían
creado con características que producían duda, envidia y enojo en
el resto de los Normales, y jamás se lo habían dicho. Habían
escogido su color de cabello, sus ojos verdes, su blanca piel e
incluso sus pecas, la forma de su nariz y quien sabe qué más.
Características que le causaron más de un conflicto con sus
compañeros en la escuela, con la gente en la calle y con
cualquiera que posara sus ojos sobre ella. Comenzó a sentir un
nudo en la garganta tan grande que le costaba emitir sonidos.
Logró a duras penas contestar que no sabía nada al respecto. Los
Mayores se recostaron hacia atrás en los respaldos de las sillas y
algunos comenzaron a hablar entre ellos. Caleb puso orden y
continuó con la reunión.

―Es posible que lo seas, y jamás te lo hayan dicho, por lo mismo


no teníamos registros de ti. Nunca los tenemos en realidad, los
adoptados no son fáciles de registrar cuando sus padres Normales
no les dicen lo que realmente son―. Tomó entre sus grandes
manos unas hojas de papel y comenzó a leerlas―. Te haré un par
de preguntas más y luego pasaremos a lo importante. ¿Qué edad
tienes?

―Dieciséis―, respondió Sera rápida y firmemente, mirando con


sus ojos verdes y brillantes a Caleb.

―¿Sabes de alguna habilidad que poseas y los Normales no?―.


Sera pensó unos momentos en la pregunta y con algo de duda
respondió.

―Veo bien de lejos.

―Una básica, perfecto, era de esperarse―. Caleb continuó con


las preguntas― ¿Recibiste educación Normal?―. Sera asintió
con la cabeza― ¿Has tenido contacto con otros artificiales?

―En Ciudadela 9―, volvió a responder rápidamente Sera.


Nunca había dado tanta información a un desconocido tan
fácilmente. Era como si las palabras salieran solas de su boca,
pero algo le decía que no era necesario desconfiar en todos ellos.
Observó a Neil que seguía en un rincón sin moverse, viendo
como los Mayores ponían atención. Will echaba un vistazo de
vez en cuando a Neil, y luego volvía a mirar a Sera. Se veía algo
incómodo por permanecer tanto tiempo tan serio, pero mantenía
el respeto por la reunión lo que más podía.

―Sí, Ciudadela 9 tiene muchos Artificiales dando vueltas por


ahí, cerca se encuentra una de las Camarillas más difíciles de
controlar, siempre tenemos problemas con ellos―, dijo Caleb
mientras dejaba los papeles de vuelta en la mesa―. Bien, ha
llegado el momento importante. Sera… disculpa no se tu
apellido.

―Sera Jones―. Otra vez salían las palabras disparadas como


balas.

―Sera Jones, adoptada ¿Quisieras pertenecer a la Camarilla


1?―. Sera quedó atónita, no se esperaba esa pregunta ni en sus
más locos sueños. Sentia como su cabeza daba vueltas sin parar,
el nudo en la garganta que continuaba impidiéndole respirar y
una confusión tan grande que pensó que volvería a desmayarse.
Neil abrió los ojos de par en par y observaba con ansias como
todos los Mayores alrededor de la mesa se ponían de pie
expectantes. Will por su parte trataba de permanecer sereno,
aunque mantenía la mirada directamente sobre los ojos de Sera.
La chica intentó pensar muy bien en la decisión que tomaría, pero
antes de que se diera cuenta, las palabras ya estaban saliendo de
su boca. A pesar de llevar sola mucho tiempo, deseaba vivir en
familia nuevamente y todo ellos parecían ser una gran familia.
Además, debía buscar aquel Artificial del anuncio y quizás
pertenecer a una Camarilla sería algo bastante útil. Después de
aceptar (asintiendo con la cabeza), la mujer junto a Caleb, Mary,
se puso de pie y se dirigió hacia una pequeña gaveta que estaba a
una esquina. Sacó un gran libro grueso con páginas amarillas.

―Sera Jones―, continuó Caleb después de que Mary puso el


libro frente a él―. Bajo el código de los Artificiales y, siendo tu
una Artificial, debemos iniciarte en nuestra Camarilla―. Sera
tragó saliva. No podía moverse de los nervios, era como si
estuviera bajo una gran corte real―. Es necesario que realices el
juramento. Repite después de mí.

“Yo, nacida por la ciencia, humana por igual y con capacidades


y habilidades más allá de la creación, juro ante el Código de los
Artificiales, creado por William y Elizabeth en el año 250 E.A.,
que cumpliré con cada artículo en él, y viviré en armonía con el
resto de mi Camarilla.”

Sera repitió cada palabra, interiorizándolas tanto que parecía que


las grababa en piedra al escucharlas dentro de su cabeza.
Terminado el juramento, los Mayores aplaudieron con alegría,
cada uno le dedicó una agradable sonrisa, además de
felicitaciones y bienvenidas. Will se acercó a ella y la felicitó por
su ingreso a C1, sonriéndole amablemente, una sonrisa brillante y
tan llamativa que casi hizo que le temblaran las rodillas.
Francisca, la mujer de cabello crespo, regresó con bebidas y
algunos sándwiches pequeños para todos. Sera no se dio cuenta
cuando todo eso se volvió una fiesta. Después de tomar un
bocadillo, que Francisca insistentemente le ofreció, Caleb se
aclaró la garganta para luego hablar unas últimas palabras.

―Al ser adoptada y haber recibido educación Normal, dudo que


tengas los conocimiento del funcionamiento de una Camarilla, es
por eso que Neil será el encargado de enseñarte todo al
respecto―. Neil no se había movido de su lugar ni por un
instante. Francisca se había acercado a él para ofrecerle una
bebida el cual él había rechazado―. Además―, continúo
Caleb―, tú también podrás decirnos cómo es el mundo Normal,
la verdad es que a pesar de la cantidad de guerrillas que hemos
tenido contra ellos, no sabemos mucho de la sociedad Normal
actual.
Sera asintió y le dio un mordisco a su sándwich, mientras todos
los Mayores se acercaban para entablar una conversación con
ella. Parecía absorta en un nuevo mundo, un mundo Artificial,
algo que nunca quiso que ocurriera, pero ya no tenía vuelta atrás.
Los acontecimientos habían sido tan rápidos que no tuvo tiempo
de analizar bien sus pasos, y eso era algo que ella odiaba. En
cierto sentido, este paso podría ser muy útil para su objetivo final,
y debía ganarse a la Camarilla para conseguirlo. Por otro, quizás
al fin había encontrado el lugar al cual pertenecía, ya que nunca
se había sentido cien por ciento parte de algo. Miró a Neil en su
rincón. No estaba segura de lo que había hecho o de lo que pasará
en un futuro, pero debía darle las gracias al chico en algún
momento, no solo por salvarle la vida, sino que por traerla a este
lugar que, por ahora, era bastante agradable.
CAPITULO 3: Dorsal 7

El festejo había alcanzado altas horas de la noche. Todos se


retiraban a sus habitaciones despidiéndose cordialmente de Sera
al salir. Ella no sabía dónde dormiría. En ocasiones anteriores
había utilizado sus encantos para lograr acomodación, pero esta
vez era diferente, no había llegado ahí por voluntad propia. Neil
le indicó que lo siguiera tras salir el último de los Mayores de la
habitación. El largo pasillo se veía solitario bajo la oscura noche
del desierto y el frío se concentraba en cada esquina del edificio
en ruinas. Neil caminaba frente a ella con paso cansado. Sera lo
observaba de pies a cabeza. Sus cabellos enmarañados se
despeinaban aún más con la pequeña brisa que entraba por las
ventanas rotas, pero la blanca piel de su cuello no denotaba frío
alguno. Caminaba un poco agachado, con la postura de alguien
que tiene muchísima flojera de realizar un encargo que le
encomendaron. La vestimenta que llevaba desde la noche anterior
comenzaba a molestarle, de vez en cuando intentaba despega r la
camiseta negra de su espalda y arrastraba las botas. Sera también
se sentía cansada, ya no soportaba sus zapatillas. Los pies los
tenía hinchados y le costaba dar el paso con seguridad. Sentía
hasta el peso de su bolsito negro sobre su hombro, el cual le
torturaba la musculatura. Llegaron hasta unas escaleras al final
del pasillo del primer piso del Escondite. Neil subió por ellas tan
rápido que a Sera le dio la impresión de que quería evitar su
presencia. Cuando llegó al siguiente nivel, Neil estaba
esperándola al inicio de otro largo pasillo, mejor mantenido y
más iluminado. Cada puerta en el corredor estaba pintada de
diferente color y con algún detalle hecho a mano que
personalizaba la entrada a la habitación. La primera puerta era de
color verde y tenía pintado un círculo cruzado en el centro de
color rojo. La siguiente era de color naranja, con una nota
musical y una llave de sol de color amarillo. La tercera puerta era
negra con dos alas blancas pintadas en el centro. La cuarta puerta,
en la cual se detuvieron, era azul y solo tenía una letra N muy
adornada, en un estilo de caligrafía muy antiguo, escrita en el
centro y de color plateado. Neil abrió la puerta con cuidado
revelando en su interior la habitación más desordenada que Sera
había visto en toda su vida. Había libros de toda clase de tamaños
y colores imaginables repartidos por el suelo, cama y algunos
ordenados dificultosamente en un pequeño librero.

―Trata de no tropezar, y por favor no pises mi colecció n de


Harry Potter. Literalmente vale oro―, dijo Neil abriéndose
camino por un laberinto de libros apilados.

La pila de libros le llegaba hasta las rodillas y le costaba trabajo a


Sera no golpearlos. A pesar del desorden, la cama estaba
perfectamente estirada, con algo de ropa bien doblada sobre ella
y, por supuesto, un par de libros de trescientas páginas cada uno.
Era una cama pequeña, con un colchón viejo y mantas
desgastadas. Tenía un par de almohadas perfectamente
acomodadas y en las desgastadas paredes junto a la cama había
pequeños escritos, citas. Neil sacó la ropa y la dejó sobre una pila
de libros, luego tomó los dos tomos y los colocó sobre el ancho
marco de la ventana. Abrió la ropa de cama con cuidado y
acomodó una de las almohadas. Le indicó con la mano que todo
estaba listo para que ella pudiera dormir tranquilamente, a lo que
Sera respondió con una mirada insegura. El chico no pudo evitar
sonreír ante la cara de incertidumbre de la nueva a llegada y tras
guiñarle un ojo le dijo casi en un susurro :

―No te preocupes, tiendo a ser respetuoso, eso sí, suelo roncar a


veces. Lo sé, es algo que ahuyenta a las chicas.

Las bromas de Neil no mejoraban la situación. Sera estaba


acostumbrada al trato sexista de algunos hombres, pero se sentía
confundida, como si Neil con sus palabras dijera que dormirían
juntos, pero con los ojos expresara que todo era una gran mentira
y que no debía preocuparse, que con él estaría segura.

―Creo que te formaste una impresión errónea de mí―, dijo Sera


sin demostrar su confusión en sus verdes ojos―. Aun así no eres
mi tipo. El sarcasmo es un condimento que me cae mal al
estómago.

Recorría con sus delgados dedos la suave almohada que Neil


había preparado para ella, mientras le daba la espalda al chico
que, según su intuición, sonreía.

―Y copiar algo que yo dije en un principio es patético―,


reclamó con un leve tono de diversión en su voz.

Tomó los libros que había dejado junto a la ventana y los puso
bajo su brazo izquierdo.

―De todas maneras, para tu desilusión, no dormiré aquí. Estaré


en la habitación de Will. Él si tiene suelo donde recostarse. Que
descanses Sera Jones.

Le guiñó un ojo y caminó entre los libros, sin botar ninguno,


hasta llegar a la puerta y, antes de apagar la luz para que Sera no
nadara entre un mar de libros en la oscuridad, agregó:

―Si necesitas abrir la ventana, puedes sujetarla con “Eclipse”.


Tengo “Amanecer” y “Luna Nueva” para sujetar la puerta. Nunca
me gustaron mucho así que no sufriré si se estropean un poco―.
Se retiró sumergiendo el cuarto en un silencio tranquilizador.

Soltó un gran suspiro al cerrar la puerta tras él. Se sentía cansado.


A pesar de que adoraba realizar todo tipo de misiones, siempre
terminaba completamente exhausto. Quizás por la tensión y
emoción hacia ellas. Tocó tres veces a la puerta naranja, pero
Will no respondía, al parecer no estaba. Neil, sintiéndose algo
frustrado, dejó los dos libros a la orilla del pasillo y bajó las
escaleras con pereza. El pasillo del primer piso estaba oscuro y
desolado. Le hubiese dado algo de miedo si no fuera porque
llevaba un buen tiempo recorriéndolo a altas horas de la noche.
Caminó hasta la sexta habitación, la cual tenía la puerta pintada
de color rojo sangre y una R‟s escrita con negro. Se detuvo antes
de golpearla solo para escuchar, con sus sensibles oídos, lo que
ocurría adentro. Caleb hablaba con Will sobre cómo no había
informado la proximidad del vehículo, a lo que Will citó las
palabras que Ted había dicho; y de cómo debían prepararse para
la ceremonia de tatuación. Luego comenzó a escuchar a Caleb
felicitar a Will por su acción ante la situación con el Alelo y por
haber tomado la decisión de traer a Sera a la Camarilla. Neil
odiaba escuchar las conversaciones ajenas. Odiaba el hecho de
poder espiar a la gente sin tener intención alguna de hacerlo, ya
que muchas veces lo que oía no era precisamente de su agrado.

―Disculpa cariño, pero tu conversación con Will ya no es


privada. Y debo decir que Neil piensa que él es el que hizo todo
el trabajo y merece el crédito―, dijo Mary, la esposa de Caleb.

Neil se sentía completamente avergonzado y un poco aliviado.


Debe ser muchísimo más molesto poder escuchar los
pensamientos de otros sin quererlo, que oír lo que hablan detrás
de una puerta. Invadir la privacidad de la mente de alguien debe
ser horrible. No todos comprenden que muchas veces no es
intencional. Controlar habilidades como esas no es fácil. Will
abrió la puerta y sonrió alegremente hasta con sus verdes ojos.
Caleb y Mary saludaban desde el interior de la habitación con
familiaridad.

―Lo siento Neil, sabes que no puedo controlarlo a veces―, se


disculpó Mary sonriendo tan alegremente como Will. Tenían
exactamente la misma sonrisa pacífica y contagiosa―. Y por
cierto, no deberías maldecir así. Es muy feo en un joven tan bien
parecido como tú.
―Trataré de no maldecir en mis pensamientos―, respondió
amablemente. Se despidió de ambos adultos antes que Will
cerrara la puerta y luego le susurró a su amigo―: más bien,
trataré de no maldecir cuando ella este cerca.

Will se rió lo más disimuladamente que pudo y ambos caminaron


por el pasillo en silencio. Probablemente todos dormían. Will le
sugirió a Neil que pasaran a la cocina, él siempre quería un
bocadillo a media noche. Era una de las razones por las que Neil
creía que su pelirrojo amigo era tan grande, comía a todas horas.
Para poder llegar a la cocina había que recorrer el largo pasillo,
dar la vuelta al edificio abandonado y llegar al final de otro largo
pasillo. Francisca, la líder del área de Comida de la Camarilla,
siempre cerraba la puerta que daba al pasillo principal, pero no la
que tiene acceso desde el comedor común. Entraron en él como si
fuera una misión más, completamente en silencio y moviéndose
con habilidad y velocidad. La cocina era del mismo tamaño que
la Séptima Habitación, limpia y ordenada, con cada utensilio en
su respectivo lugar y un gran refrigerador color plateado que
sonaba constantemente. Will se acercó al refrigerador y con
desilusión desistió en abrirlo. Francisca había colocado una
alarma en la manilla y quien abriera el refrigerador recibiría un
intenso chillido en sus oídos. Neil le indicó que no lo intentara,
despertaría a toda la Camarilla, y que convenía comer algo
sencillo, como cereal. Se llevaron una caja a una de las mesas del
comedor y se sentaron uno frente al otro a comer.

―¿Qué se siente abandonar tus preciados libros con la chica


nueva?―, balbuceó Will con un puñado de cereal en la boca.

―Sufro internamente. Mis pobres Best Sellers y Premios Nobel


de Literatura con una total extraña―, se burlaba Neil―. Quizás
los queme mientras duerma―. Su mejor amigo volvió a sonreir.

Will siempre reía de las bromas de Neil, salvo cuando las hacía
durante las misiones, esas no eran instancias para burlas.
Generalmente los castigaban por desordenados a la hora de
entrenar, comer o cualquier otra actividad.

―Y ahora no eres el adoptado más joven de C1―, dijo Will


después de tragar otro puñado de cereal, ya llevaba más de la
mitad de la caja.

―Sí, qué pena. No podré presumir mi lindura. O bueno, si podré,


aún soy el más lindo de la Camarilla―. Will le golpeó un
hombro y ambos rieron.

―Aún está la posibilidad de que ella sea mayor que tú.

―No lo creo, pero habrá que ver el día de la ceremonia de


tatuación. Caleb debe tener un registro completo sobre ella antes
del pintado.

―¿Le has dicho que debe tatuarse?―. Will había acabado la caja
de cereal y veía el interior por si quedaban migajas.

―Aún no. Pretendo explicarle en nuestras clases particulares―,


guiñó uno de sus brillantes ojos azules con malicia.

―Díselo lo antes posible, es en dos días y para nadie es


agradable que le digan que será marcado de por vida después de
almuerzo.

Ambos se pusieron de pie, botaron la caja vacía en el basurero y


salieron del comedor silenciosamente. Recorrieron el largo
pasillo de vuelta a las escaleras y hacia la habitación de Will.
Neil recogió sus dos libros del suelo y entró tras su amigo a la
habitación. Todo estaba en su lugar, con excepción de las ropas
de cama, estaban completamente revueltas, co mo si Will luchara
contra las sábanas cada vez que dormía. En el suelo había un
futón, robado por supuesto, y una manta color naranja. Neil se
lanzó exhausto al futón y puso sus libros cuidadosamente a un
lado de su almohada.

―¿Cómo está tu hombro?―, preguntó Will ya con su pijama


puesto. Neil se tocó el hombro con suavidad y manteniendo los
ojos fijos en el techo blanco de la habitación respondió:

―No hay ninguna marca de la herida, pero no tienes idea como


duele.

Los sueños de Sera eran siempre en colores. A veces soñaba en


color rojo, verde, amarillo… azul. Pero esta vez el sueño era
completamente negro, como si estuviera ciega y solo podía oír lo
que estaba ocurriendo a su alrededor. Gritos desesperados de una
mujer, balazos y bombas como una sonata de terror, acompañada
de llantos de niños en el fondo. Toda una pesadilla. El no poder
ver absolutamente nada la estaba aterrorizando. Gritos junto a su
oído izquierdo, llantos en el derecho, bombas en el frente y un
disparo directo a su cabeza por atrás. Quería gritar pero el sonido
era enmascarado por la destrucción. Despertó para encontrar la
habitación sumida en la oscuridad. Aún estaba completamente
aterrada y hasta que no comenzara a ver más allá de su nariz, no
estaría tranquila. Permaneció con los ojos abiertos sintiendo los
ruidos a su alrededor. El viento entrando por la rendija de la
ventana, el sonido de la soledad. En todo el tiempo que llevaba
fuera de casa, ésta era la primera vez que se sentía realmente sola.
Enmascaraba la situación la mayoría de las veces con actividades
como buscar información, leer o caminar sin rumbo, pero esta
vez no podía hacer nada de eso y el vacío estaba creciendo a
medida que pasaban los meses. No se había dado cuenta de que
había cerrado los ojos nuevamente. Estaba soñando en colores,
esta vez era una mezcla de ellos, como un caleidoscopio. El
amarillo pasaba a ser una tonalidad anaranjada, luego
convirtiéndose en un verde intenso y finalmente pasando a varios
tipos de azul, con una leve mezcla de plateado. De pronto
escuchó que alguien tocaba a la puerta. Abrió los ojos y el sol de
la mañana entraba por la pequeña ventana sobre su cabeza. La
habitación estaba húmeda y viciada, por lo que se puso de pie
sobre la cama, tomó el libro que estaba a la orilla y abrió la
ventana completamente sujetándola con el ejemplar. Saltó sobre
la cama golpeando sin querer una de las torres de libros grandes y
gruesos. En eso, Neil entró apresuradamente en la habitación y
corrió hacia la pila de libros desplomada y los comenzó a
levantar.

―Acabas de desplomar la mitad del universo―, reclamó


mientras subía dos tomos de la enciclopedia a la cama.

―No fue mi intensión. La cantidad de libros que tienes es…


impresionante―, dijo Sera mientras recogía algunos también.

―Sí, la verdad es que mi orden deja mucho que desear, pero así
logro encontrar los que necesito fácilmente―, dijo Neil
sonriendo tras levantar los últimos tomos.

―¿Te has leído todos?―, preguntó Sera por mera curiosidad.

―La mayoría. Hay algunos que los tengo en mi lista de “libros


por leer”―. Neil apiló en su lugar los libros caídos y tomó el de
arriba para mostrarle su contenido―. La verdad es que los libros
de ilustraciones me aburren, como los libros de pinturas o
monumentos antiguos, donde no tienen mayor explicación que
cuatro líneas de quien fue el autor y como se llamaba la obra.
Disfruto más las novelas, me mantienen ocupado, pero he leído
toda clase de libros. Esta enciclopedia―, mostró a Sera la
portada del libro y luego abrió una de las páginas gruesas que
contenía una bellísima ilustración del cielo estrellado y un gran
párrafo de explicación bajo esta―, es la excepción. Las fotos son
impresionantes y contienen tanto texto explicativo que aburriría a
cualquiera, que no fuera yo, claro. Solo he leído los primeros dos
tomos, y no es ni la mitad de la historia de cómo el hombre
estaba fascinado con las maravillas del universo.
Sera observaba las impresionantes fotografías del libro. Estaba
maravillada con los colores y enormes planetas, estrellas y
constelaciones que la enciclopedia enseñaba. Pero más
impresionada estaba con el rostro de Neil. Estaba lleno de
emoción, como un niño en su cumpleaños. No entendía como
alguien que se la pasaba bromeando, burlándose de todo lo que
ocurría a su alrededor y no tomando absolutamente nada enserio,
podía expresar tanto interés sobre algo que quizás nunca llegará a
ver en su vida. Sus ojos resplandecían con el simple hecho de
mirar las páginas de un libro.

―Pero no he venido a mostrarte las lunas de Júpiter―, dijo


cerrando la enciclopedia―. Es hora de nuestra primera clase
particular.

Se puso de pie de un brinco, con muchísimo animo en su voz.


Sera se levantó a duras penas. Aún se sentía cansada, pero
esperaba que se le pasara durante la mañana. Salieron de la
habitación zigzagueando entre los libros y cerraron la puerta azul
con la N tras de ellos. Al final del pasillo, de la puerta verde con
el símbolo de “no pasar” en color rojo, salió una niña, a la que
Sera imaginó no tener más de quince años. Llevaba el cabello
corto en la parte posterior de la cabeza y crecía hacia adelante
para tocarle los hombros ligeramente. Era de un rubio casi
plateado, el cual brillaba hermosamente con los rayos del sol que
entraban por las ventanas. Tenía un rostro delicado y preciosos
ojos celestes, unos finos labios rosas y un cuello estilizado. La
chica le dedicó una mirada gélida por unos instantes y dio media
vuelta para bajar por las escaleras.

―La que te acaba de asesinar con la mirada es Tori, la más joven


de la Camarilla, y es así con todo el mundo. Menos con Will, al
parecer le gusta―, sonrió Neil mientras la conducía al final del
pasillo del segundo piso hasta una sala del doble de tamaño que
la habitación donde durmió anoche.
El lugar estaba completamente remodelado, con el piso de losa
reluciente de limpio, paredes de color vino impecables, muebles
aterciopelados color café con unos toques de dorado, y libreros
completamente llenos de libros y algunos adornos que hacían
juego. Neil le indicó que se sentara en uno de los sillones
mientras él sacaba de los estantes algunos libros de distinto
grosor. Se sentó en el sillón frente a ella y ordenó los libros sobre
una mesita de té metálica con losa decorada. Neil se veía
diferente a la noche anterior, como recargado. Sus cabellos
estaban algo más peinados, aunque aún daban la sensación de que
no había utilizado un cepillo. Vestía unos jeans claros con una
rodilla desgarrada y botas militares negras que al parecer había
limpiado, porque ya no llevaban arena del desierto. La camiseta
sin mangas llamaba la atención de Sera. Era blanca y le quedaba
algo suelta, mostrando sus clavículas y algo más de su blanca
piel.

―Sé que hablamos el mismo idioma y a menos que la fiesta de


anoche te haya dejado sorda, sé que puedes entenderme. ¿Podrías
ponerme atención?―, dijo Neil que al parecer estaba haciéndole
preguntas desde hace un tiempo.

Sera despegó los ojos del torso de Neil sacudiendo la cabeza y


preguntó aturdida que es lo que había dicho. El chico sopló los
cabellos, que le cubrían ligeramente los ojos, con muchísima
pereza y repitió la pregunta.

―Dije, como quinientas veces, que si sabes algo sobre historia


mundial y, por supuesto, historia Artificial.

―Recuerdo haberlo visto en la escuela, pero realmente no era mi


área―, respondió Sera apoyándose en el respaldo del sillón.

―Bien, entonces te contaré una breve historia. ¿Sabes cómo el


mundo se transformó en lo que es hoy? Geográficamente
hablando.
Sera trató de remontarse a sus días de escuela. Amplios salones
con paredes de color blanco, con largas mesas metálicas
dispuestas en escalinata mirando en dirección a una pared donde
los maestros proyectaban imágenes de guerras ocurridas hace
siglos atrás.

―Las guerras por energía y agua destruyeron continentes,


desaparecieron islas y contaminaron bosques―, respondió
mirando más allá de sus recuerdos.

―Correcto―, dijo Neil con un tono de superioridad. Debía de


creerse el cuento de ser el maestro de la clase, pensó Sera―. La
Tercera Guerra Mundial y la Guerra Vital. Países en guerra
lanzaron bombas nucleares unos a otros, contaminado selvas y
destruyendo planicies. El desierto donde estamos es producto de
ello―. Sera miraba atentamente a Neil, que se había puesto de
pie y caminaba por la sala dando su discurso―…Pero eso fue
hace muchísimos años atrás―. Terminó de decir sentándose
nuevamente frente a ella―. Ahora, ¿qué sabes de historia
Artificial?

Sera vaciló un momento. Los Normales, en sus charlas de


historia, mostraban lo despreciables y horribles seres que eran los
Artificiales y pocas veces nombraban los beneficios que se
habían alcanzado con el avance científico que presidió su
creación.

―Crearon Artificiales a partir de un ADN artificial―, dijo


finalmente―, y pronto todo el mundo quería crear su propio hijo
con características específicas.

―Muy bien, pero te saltaste varios años en medio―, acotó Neil,


quien tenía sus manos entrelazadas sobre sus rodillas y miraba
con atención. Le acercó un libro con tapa dura de color verde
claro y letras doradas―. Esta―, dijo poniendo una mano sobre la
portada―, es una copia del Codex A, o Código de los Artificiales.
Contiene la historia, desde nuestro punto de vista claro, y lo que
significa ser parte de una Camarilla―. Sera se estiró para
tomarlo, pero Neil lo alejó―. Tendrás que leerlo después de
clase―, agregó totalmente divertido.

‹‹Que presumido››, pensó Sera, mientras se recostaba


nuevamente contra el respaldo del sillón.

―Te contaré un resumen de la historia, luego la leerás en el


código―. Neil se aclaró la garganta antes de empezar―. Los
humanos habían avanzado en tecnología genética creando ADN
artificial. Crearon plantas y animales. Ayudaron a preservar
especies en extinción e incluso disminuir un poco el hambre de
países subdesarrollados. Evitaron enfermedades de transmisión
genética que eran incompatibles con la vida. Podían solucionar
cualquier problema. Pero, como siempre, se volvieron
ambiciosos. Intentaron crear seres humanos sin enfermedades o
deformaciones. Crearon a los dos primeros Artificiales: Adam e
Eve; nombres religiosos. No entiendo esa fascinación de los
Normales por la religión. En fin, hicieron pruebas a medida que
Adam e Eve crecían, pero de los avances científicos viene el
lucro, por lo que empresarios intervinieron en el sistema e
inauguraron hospitales, donde creaban Artificiales con
características que los padres deseaban y, ¡oh que se volvieron
superficiales! Crearon Artificiales con cabellos lacios y de color
claro, piel como la leche y hermosas pecas en el rostro,
contextura delgada y hermosos ojos color esmeralda.

―¡Me acabas de describir! ―, dijo Sera mientras el color subía


por sus mejillas.

―Era un ejemplo―. Neil sonreía con diversión―. Así, la


población de Artificiales creció, sin embargo los científicos
descubrieron que tanto Adam e Eve, como los demás creados,
solo podían reproducirse entre ellos, lo que generó dos cosas:
uno, la repulsión de algunos por el hecho de ser “algo” diferentes
y que se estuvieran revolcando con los suyos; y dos, los que
estaban a favor de las relaciones entre Normales y Artificiales,
las cuales creaban más Artificiales como descendencia. Pasaron
los años y las generaciones de Artificiales, así como el ADN
Artificial, comenzaron a mutar. Desarrollaron habilidades que
diferían de los Normales, a los que llamamos básicos. Mientras
pasaba el tiempo se descubrieron más habilidades, las cuales
fueron agrupadas en: visión, voz, piel y audición. Pronto los
Normales comenzaron a sentir celos (eso es lo que fueron, celos)
y, sembrando odio en las mentes de los jóvenes, se produjo la
guerra entre Normales y Artificiales. El mundo cambió por
completo, los límites fronterizos de los países dejaron de existir,
y después de que el mundo estuvo aún más destruido de lo que ya
estaba, los Normales crearon once Ciudadelas, la que están bajo
la dirección y protección de la ciudad más importante e
imponente: Argent. Nosotros, en cambio, fuimos recluidos a los
escombros y ruinas de las ciudades del pasado y creamos las
Camarillas para sobrevivir. Son seis Camarillas en total,
repartidas por los continentes y ubicadas en lugares estratégicos
para que la población Artificial pueda prevalecer.

Neil terminó su relato y la habitación estaba en silencio. Era la


primera vez que Sera escuchaba ese relato. En la escuela solo le
hablaban de que la guerra contra los Artificiales fue para
exterminar una abominación que jamás debió ser creada, pero
nunca supo bien como comenzó todo, ni el lado b de la historia.
Los estantes llenos de libros que adornaban la sala, debían de
contener muchísimo más información acerca de la historia
Artificial. Necesitaba saber más.

―¿Te leíste todos estos libros también?―, preguntó Sera con


curiosidad.

―De todo lo que te conté, ¿solo preguntas si me leí estos libros?


A veces no sé por qué gasto mi tiempo en contar historias
interesantes.
―Yo soy el único que te escucha―, dijo una voz desde el marco
de la puerta, era Will. Estaba de pie con los brazos cruzados y
con una brillante sonrisa. Tenía el rojizo y corto cabello algo
despeinado, vestía pantalones negros y una camiseta naranja
pálida que se veía algo ajustada. Casi bloqueaba la entrada por
completo con su robusto cuerpo y no dejaba de observar a Neil y
a Sera sentados en el sillón.

―Gracias, pero esa historia te la sabes de memoria.

―Eso no quiere decir que no me guste escucharla―, dijo


acercándose a los sillones―. Por cierto, es hora del desayuno y
sabes que las comidas son en comunidad.

―¿Te enviaron a buscarnos? ¿O es que no puedes estar alejado


de mí?―, preguntó Neil poniéndose de pie tan alegre como
siempre―. Ya sé, no pueden empezar sin el más importante de la
Camarilla.

―Deja de alabarte y camina―. Will empujó a Neil hacia la


puerta y le dio una mano a Sera para que se pusiera de pie. Le
sonrió al salir tras la puerta de la sala a lo que Sera pensó que
debía ser la sonrisa más contagiosa que alguien le había otorgado,
porque la hizo sonreír con mucha facilidad.

El comedor en el primer piso era acogedor, limpio, con dos


amplias y largas mesas y muy iluminado. Estaba decorado con un
hermoso mural pintado a mano de lo que parecía una selva
tropical, con colores que producían calidez en todo el lugar. En
una de las mesas estaban sentados los Mayores, Caleb y Mary, el
hombre rubio de lentes oscuros llamado Arthur Hayden, Joulie
Colter a su lado, jugando con su tenedor con cara de
aburrimiento; el hombre de aspecto mayor llamado Alfred
Whitter, Irma y por último, frente a ellos, Ted y Yoshinori
Ushida. Ted jugaba con el borde de su vaso con agua y lo miraba
fijamente, como si pudiera ver más allá del vidrio. Yoshinori, al
cual todos llamaban Yonu, estaba sentado con las piernas
cruzadas y los ojos cerrados, con algo puesto en el oído derecho.
Una especie de auricular. En la otra mesa debían sentarse los
jóvenes. Había cuatro puestos muy ordenados, además de una
jarra con agua y un pequeño trozo de pan en cada plato auxiliar.
Will le indicó a Sera que se sentara en uno de los asientos que
quedaban mirando hacia la mesa de los Mayores y él se sentó
frente a ella. Al lado derecho de Sera se sentó Neil y, cogiendo el
trozo de pan, le dio un mordisco para matar las ansias.

―¡Neil! No es el momento de comer. Sabes que deben estar


todos presentes en el comedor antes de servir los alimentos―,
dijo una voz femenina que venía saliendo de una puerta blanca
que daba, a lo que Sera imaginaba, la cocina.

―¡Pero si ya están todos! Llegué yo ¿no ves?―, dijo Neil


sonriéndole a la mujer de la forma en que sonríes al coquetear
con alguien.

La mujer le revolvió los cabellos con una mano, mientras con la


otra acarreaba una bandeja con alimentos hacia la mesa contigua.
Francisca Rosales. No debía de tener más de veintiocho años, era
esbelta, con más curvas de las que Sera podría llegar a tener en su
vida (o en otra vida), cabello castaño y completamente crespo
que combinaba perfectamente con su piel morena. Llevaba una
falda de color verde limón que se abría como una flor al final, y
una blusa lila algo apretada. Toda una mujer. Neil y Will la
seguían con los ojos mientras servía los alimentos en la otra
mesa. Sera carraspeó su voz para llamarles la atención y ver si de
una vez despegaban la mirada. No resultó. La mujer volvió a
pasar frente a ellos y les guiñó un ojo, a lo que Neil y Will
sonrieron como bobos.
―Francisca siempre sabe cómo abrirnos el apetito―, dijo Neil
sin siquiera considerar la intención de sus palabras.

Will se rió y asintió alegremente, como si fuera completamente


normal. Sera no sabía si estar enojada o ignorar el comentario.
Will vio la mirada de Sera y tosió levemente a lo que Neil
interpretó inmediatamente como un “comentario fuera de lugar,
otra vez”. Francisca regresó con comida para la mesa de los
jóvenes esta vez, leche, huevos y un trozo de jamón bastante más
pequeño de lo que imaginó. Pero nadie dio un solo bocado, ni
siquiera Neil. Francisca se sentó en la mesa de los Mayores junto
a Ted y esperaron en silencio. Al parecer faltaba alguien. Alguien
iba en el puesto vacío junto a Will, pero ¿quién?

En eso se abrió la puerta del comedor y entró la chica de pelo


platinado que Sera había visto en el pasillo del segundo piso hace
una hora atrás. Tori. Vestía unos pantalones verdes estilo militar
cubiertos de tierra y una camiseta blanca que la hacía verse
completamente plana. Caminó en silencio hacia la mesa y se
sentó junto a Will. Él le dedicó una adorable sonrisa a lo que ella
respondió con un hermoso brillo en sus ojos celestes. Ni siquiera
vió a Sera o a Neil en la mesa, solo mantenía los ojos fijos en
Will y Sera estuvo segura de verla babear un poco.

―¿Entrenando por tu cuenta de nuevo, Tori? ¿Ya decidiste que


arma quieres usar o simplemente quieres aprender a usarlas
todas?―, preguntó Neil a la recién llegada, con un tono que Sera
no pudo diferenciar si de burla o de real duda.

Tori se veía delgada y algo frágil, pero Sera sabía que era solo
apariencia. La chica se sentó derecha y le dedicó una mirada fría
a Neil.

―No necesitas saber lo que estaba haciendo, Trint―. Sera miró


algo confusa.
―¿Trint?―, preguntó sin darse cuenta de que lo había dicho en
voz alta.

―Ese es el apellido de Neil―, respondió Will, mientras Neil


vertía un poco de leche a su cereal.

―Ella es Tori Hayden, hija de Arthur y Joulie. Y yo soy Will


Redsky.

―¿¡Redsky!?―, exclamó Sera completamente sorprendida.


Hasta ahora no había notado el increíble parecido de Will con
Caleb. Increíblemente rojo cabello, cuerpo robusto y los mismos
ojos verdes.

―William Vince Redsky para ser más precisos―, comentó Neil


mientras untaba mermelada en su pan―. Todo un nombre ¿no
crees?

Will tenía las mejillas sonrojadas. Quizás no le gustaba que


dijeran su nombre completo. Se veía algo indefenso e incómodo.
Quería hacer algo para que sintiera mejor.

―El mío es Sera Ellen Jones―, dijo rápidamente sin darse


cuenta que volvía a hablar sin pensar. Se estaba volviendo un
hábito y lo odiaba. Ella siempre prefería calcular todo lo que
hacía y decía. Neil aguantó una risita, mientras Tori continuaba
comiendo su desayudo en silencio.

Will le sonrió, con esa hermosa sonrisa que mostraba amabilidad


por donde buscaras. No como Neil, quien cuando sonreía
denotaba burla o diversión. La sonrisa de alguien que se divierte
con lo que le pasa a los demás, con los accidentes o las cosas
peligrosas, exactamente como se estaba riendo ahora. Sintió,
sobre su hombro derecho, la mirada fría de Tori quien, por alguna
razón, estaba más enojada ahora de lo que estaba co n Neil hace
unos momentos. Sera bajó la mirada, se sirvió un poco de cereal
con leche y comió tranquilamente su desayuno. En la mesa de los
Mayores, Joulie reprendía a Yoshinoru por alguna razón.

―Yonu, ¿Podrías dignarte a comer? Sabes que las horas de


comida son para compartir. Deja de meditar o lo que sea que
estés haciendo.

―La información es mi alimento, Joulie. Me extraña que aún me


preguntes eso―, dijo el hombre abriendo los ojos y bebiendo de
su taza de té con mucha calma. Will sonrió mientras se comía una
cucharada de cereal, también había oído la conversación y le
pareció graciosa la respuesta de su mentor. Posiblemente no era
la primera vez que no comía, pero aun así se reunía con los
demás en el comedor. O quizás simplemente lo hacía para
molestar a Joulie, quien al parecer tenía poca tolerancia a ese tipo
de bromas.

Una idea vaga pasó por la cabeza de Sera. La noche anterior, en


su reunión con los Mayores, Will estaba presente, pero hoy no
estaba sentado en la mesa de los adultos.

―Will―, dijo aún sosteniendo su cuchara con cereal y leche―


¿Por qué, si eres joven, estabas presente en la junta con los
Mayores? Es decir, bueno por algo es la junta de los Mayores.

Will balbuceó con la boca llena algo que Sera no entendió.

―Lo que quiso decir es que él es considerado mayor para


participar en algunas juntas, pero aún es parte de nosotros, los
jóvenes―, aclaró Neil quien había terminado su desayuno.

―Los Artificiales de Camarilla son considerados adultos a partir


de los veintiuno, pero pueden participar en juntas de estrategia o
votaciones desde los dieciocho. No en las más importantes, claro.
Pero cuando cumples veintiuno literalmente nos dejan en
libertad de acción. A los dieciocho puedes ser considerado como
un adulto en tu Camarilla, si el líder lo permite, teniendo casi
todas las obligaciones de un adulto―, agregó Will después de
tragar un trozo de jamón.

―Aun así, no te sientas con los adultos hasta que eres


oficialmente mayor de edad, porque en esa mesa siguen hablando
de trabajo todo el día. ¡Son tan aburridos!―, se quejó Neil
estirando los brazos perezosamente.

―Pero tú también estabas presente.

―Porque yo fui parte de tu rescate, mi querida damisela―. Neil


le guiñó un ojo a lo que Sera respondió rodando los suyos con
desinterés.

―Ted no estuvo presente y también fue parte de mi rescate.

―Alguien tenía que cuidar a la pequeña Tori. Es algo


escurridiza.

Tori, quien había terminado su desayuno sin participar en la


conversación, se puso de pie indignada tras escuchar las palabras
de Neil y, recogiendo sus platos, se marchó del comedor.
Terminado el desayuno, los demás integrantes de la Camarilla se
ponían de pie en dirección a la salida. Cada uno de los presentes
le daba las gracias a Francisca por los deliciosos alimentos, algo
que Sera prefirió imitar por respeto. Will y Neil caminaban un
paso delante de Sera, hablando de las armas que ellos elegirían si
tuvieran otra oportunidad, cuando sintió una delicada mano
posarse sobre su hombro. Se giró a ver a la persona que la
llamaba cariñosamente por su nombre. Era Mary.

―Quería saber cómo estás, Sera. Espero que hayas dormido


bien―. La joven asintió con una sonrisa. Will y Mary eran las
únicas personas que habían podido hacerla sonreír con sinceridad
tan fácilmente.
―Espero que Neil este comportándose como un buen maestro.
¿Te ha dicho que tienes entrenamiento a las 11:30?

―Creo que olvidó mencionarlo.

―Ese Neil, solo pendiente de lo que a él le interesa. De todas


formas necesitas ropas más ligeras y dudo que en tu bolsito negro
tengas alguna―. Sera solo se limitó a aceptar su sugerencia y
siguió a Mary por el pasillo del primer piso hasta una habitación
cuya puerta tenía una R‟s escrita en ella. En el interior, la
habitación tenía un colorido único, que Sera pensó debió ser
elección de Mary, una amplia cama bien ordenada y un alto
librero con muchos archivadores llenos de documentos.

―Así es, yo decoré la habitación ¿Te gusta?―, dijo Mary de


repente, tomando por sorpresa a Sera. ¿Había leído su mente?

―Sí, lo hice y lo lamento. No siempre puedo controlar mi


habilidad. Requiere años de experiencia, y no soy tan vieja.

―¿¡Puedes leer mentes!?―, exclamó Sera, resaltando lo obvio,


pero debía decirlo en voz alta para creérselo.

―Escuchar lo que piensas. No es lo mismo que leerlas. Solo


puedo escuchar lo que estás pensando en esos momentos, no
puedo escuchar secretos que no estés pensando en el instante o
recuerdos del pasado. Es complicado―. Mary trataba de
explicarle su habilidad, mientras buscaba algo en su closet lleno
de ropa. Mary era alta, pero se veía diminuta y frágil al lado de
Caleb. Tenía un hermoso y lacio cabello rubio y ojos azules que
resaltaban aún más con el maquillaje que llevaba puesto. Vestía
unos pantalones de tela blancos y una blusa negra con detalles
verdes. Sobre su pecho llevaba un hermoso collar con una flor
plateada. Se veía… a la moda. No como el resto de la Camarilla,
quienes estaban siempre listos para la batalla. Mary se volteó
hacia ella con un montón de ropa, pantalones de tela gruesa y
camisetas sin mangas de varios colores; y zapatos negros que
pesaban más de lo que esperaba.

―No es el último grito de la moda, pero ¿cuándo la ropa de


entrenamiento lo ha estado? Aun así, es cómoda y ya no me
queda así que…― Puso la ropa sobre la cama y con gran alegría
continuó―: Te la regalo.

―¿Regalármela?―. Ha Sera no le habían regalado nada desde


que tenía nueve años, y menos ropa. Que alguien regalara ropa
era un lujo, había que ahorrar mucho dinero para comprarla, antes
que llegara un cargamento a las Ciudadelas. Es por eso que su
madre le hacía usar la ropa hasta que le quedara tan chica que se
le vieran los talones y le apretara el pecho. No era que la ropa que
Mary le estaba regalando no le gustara, se parecía muchísimo a lo
que ella llevaba diariamente, pero un regalo así era muchísimo
más de lo que Sera esperaba de la esposa del líder de la C1.

―Vamos acéptala, de todas formas la necesitas para hoy―.


Tenía razón, y le costó un forzado “de acuerdo” a Sera. Mary le
respondió con un gran abrazo, aún más fuerte del que le había
dado la primera vez que la vio.

―¡Bien! Pruébatela―. Se sentó en un sillón observando a Sera


expectante―. Apuesto que te quedará perfecta.

Neil siempre sentía que era su obligación mantener las armas de


la Camarilla listas para ser usadas, a pesar de que Arthur, el líder
del área de Tropas de C1 y su mentor, no le hubiera dado esa
orden alguna vez. Cada mañana después del desayuno se dirigía a
la sala de armas, una amplia sala en un complejo abandonado a
unos pasos del edificio principal del Escondite, para realizar la
limpieza y el desarme de cada una de ellas. Estaba llena de todas
las armas que se podían haber conseguido desde que se creó C1,
incluso unas que no se habían usado hace años y ya eran
obsoletas. Todas estaban cubiertas del polvo proveniente del
desierto. Neil siempre limpiaba las armas que eran
frecuentemente utilizadas por los miembros de C1, pistolas y
rifles de diferentes tamaños y municiones, cuchillos de combates,
ballestas y por último, snipers. A los Artificiales de la primera
Camarilla no les gustaba utilizar bombas o granadas ya que solo
causaban destrucción y el propósito por el cual se creó C1
originalmente fue para sobrevivir en un mundo hostil, no
aniquilar Normales. Aun así a Neil soñaba con tener una en su
mano alguna vez y sentir la adrenalina al lanzarla antes de que
explote. Pero hoy una idea diferente pasó por su cabeza. Se sentó
varios minutos a sacar brillo a dos armas en especial, que tenían
una capa densa de arena y estaban en lo más alto de una repisa,
abandonadas. Eran una pistola con el mango blanco y detalles
dorados; y una escopeta negra con detalles rojos. Las limpiaba
con tal delicadeza y concentración que no se había dado cuenta
que Arthur lo observaba desde el marco de la puerta, a través de
sus lentes obscuros.

―¿Interesado en las armas de William y Elizabeth?―, dijo el


mayor dando unos pasos hacia Neil, quien permaneció quieto con
el paño sucio sobre sus rodillas y ambas armas en cada mano.

―Solo les doy un trato digno―, respondió con dulzura en su


voz. Arthur sonrió.

―Quiero ver si las puedes manejar correctamente. Desarma y


vuelve a armar la pistola de William. – Neil se puso de pie,
dejando la escopeta de Elizabeth en una de las repisas y, con
habilidad, quitó el cartucho de balas, desarmó el cañón y la
volvió a armar, en menos de cinco segundos.

Miró a Arthur como si el desafío hubiera sido cosa de niños y


dejo la pistola junto a la escopeta. Arthur aplaudió y caminó por
la sala alabando a Neil por su acción. Acto seguido, y con una
velocidad que ni los ojos de Neil captaron, tomó con su mano
derecha una pistola que estaba convenientemente cerca de él y
apuntó a Neil. Como acto reflejo Neil agarró la pistola de
William y apretó el gatillo con algo de terror. No pasó nada. La
pistola tenía el seguro puesto.

―Al armarla, dejaste el seguro puesto. En situaciones de guerra


es una acción que podría costarte la vida―, decía Arthur sin dejar
de apuntar a Neil con el arma―. William manejaba esa arma
como una extensión más de su mano y sabía todo sobre ella con
solo verla, incluso a grandes distancias. Sentía cada sonido de
cada parte al ser armada y desarmada. Engañaba al enemigo
haciendo creer que no tenía municiones o la desarmaba
rápidamente con solo soltar una pieza. Aún te faltan batallas y
entrenamiento para poder manejar tu arma como él lo hacía con
esta―. El hombre bajó el arma y la dejó sobre una repisa.

Neil permaneció inmóvil con sus ojos azules completamente


abiertos y aún expectantes a ser atacado por Arthur, pero el
hombre solo pasó junto a él, le dio una palmadita en el hombro y
salió de la habitación. Neil dio un gran suspiró y acto seguido se
lanzó a reír.

―Definitivamente tengo que dejar de ser tan arrogante, terminaré


muerto algún día―. Recogió el paño sucio y terminó de sacarle
el polvo a las armas.

Le agradaba Arthur. Siempre lo ponía en situaciones difíciles y


riesgosas y, por muy perfecto que respondiera, no se conformaba
y le exigía aún más habilidad. Sus manos temblaban, su corazón
latía a gran velocidad y aún sonreía emocionado. Eran estas
acciones las que lo divertían más. Las acciones peligrosas que te
hacen reaccionar de forma acelerada, en la que solo tienes dos
opciones: huir o atacar. Las situaciones en las que estas al borde
de la muerte.
A Will siempre le correspondía tomar el turno de la mañana en la
sala de Comunicaciones, mientras Yonu se entretenía en lo que él
llamaba “Matrix”, que simplemente era estar sentado leyendo o
escuchando todo tipo de información que pudiera serle útil en un
futuro. Llegó quince minutos antes de las nueve de la mañana a
las sala de Comunicación, ubicada en el primer piso junto a la
cocina. Se lanzó sobre la silla y se deslizó sobre las ruedas hasta
la mesa donde se encontraban los equipos de comunicación, una
serie de radios viejos con una fina capa de polvo encima. Se puso
su auricular con micrófono, ajustándolo un poco para que
quedara cómodo. Estaba acostumbrado a las desapariciones sin
avisar de su mentor y siempre estaba dispuesto a suplirlo en los
turnos e incluso, no le importaba tener dos turnos seguidos.
Encendió el transmisor del radio, que resonó buscando señal por
unos instantes y luego captó la frecuencia utilizada por las demás
Camarillas.

―C1 reportándose a las 9 am del día 16 de Agosto, 288 E.A.―,


dijo mientras tomaba un archivador con algunas hojas de
registro―. Comenzar el reporte del día, Camarillas.

―Buenos días, Will―, se escuchó una voz femenina por el


auricular derecho y Will sonrió―. C3 reportándose. Aunque solo
buenos días para ti. Aquí es más de medio día.

―Yo no soy el que inventó las zonas horarias, querida Anne


Marie―, respondió Will anotando en su registro la exitosa
comunicación con C3.

―Ya están discutiendo por cosas de hace milenios ¡Vivan el


presente!―, dijo una nueva voz, una masculina―. C6
reportándose por si se preguntaban.

―Siempre disfrutando el día a día ¿Eh, Malik?―. Will anotó en


su registro la comunicación con C6.
―Él nunca tiene de que preocuparse, en cambio yo paso todo el
día tratando de que estos niños aprendan a avisar por sus beepers
donde están. Malditos rebeldes, corrompen nuestra sociedad―.
Una voz mucho más adulta se quejaba del otro lado― ¡Ah!
Cierto, C4 presente.

―Gracias, Molly―. Will rió mientras anotaba en el registro―. Y


no son tan malos, solo son desordenados. Necesitan a alguien
firme al mando.

―Como Caleb, ¿No es cierto Will?―, dijo una cuarta voz―. C5


entrando en comunicación.

―Sí, Emile, como mi padre―, afirmó tratando de sonar lo más


irónico que podía, aunque él no tuviera la facilidad que tiene Neil
para esas cosas―. Él no es tan malo.

―Solo no te habla o felicita cuando haces una buena acción―,


acotó Malik.

―No seas insensible. Es un buen hombre y un muy buen padre.

―Gracias Molly―, dijo Will anotando la comunicación con


C5―, y si me felicita, solo que no en público.

―Aun así, está orgulloso de ti―, agregó Anne Marie.

―Cambiando de tema ¿No nos falta alguien en la charla?―,


comentó Emile como si su anterior comentario se lo hubiera
llevado el agua.

―Tayler no ha comunicado―, resaltó Malik.

―Quizás está reuniendo chismes.

―Eso sería interesante.


―¿Están hablando de mí?―, contestó finalmente Tayler del otro
lado del auricular, y Will anotaba en su registro―. C2
reportándose chicos, y sí, les traigo chismes de artistas en Argent.

―¡Perfecto! Dime que pronto enviarán un nuevo cargamento de


Music Clips―, exclamó Will recostándose en la silla y cruzando
sus brazos tras su cabeza.

―Llegarán el martes a Ciudadela 3.

―Estaré en una misión robándomelos todos.

―Lo sabemos, Will―, dijo Anne Marie emitiendo una risita


simpática―. Si pudiéramos crear unos, deberías grabar tus
propias canciones.

―Estoy trabajando en un grabador de Music Clips―, acotó


Malik―. Si tengo éxito los envió a C1.

Antes de que Will pudiera responder, una de las radios que


estaban junto al comunicador principal, comenzó a capta r señal y
la voz de Ted sonó por un parlante.

―¿Se escucha? Uno, dos, tres… alooooooo.

―¡Sí, Ted!―, gritó Will por uno de los micrófonos anexos al


transmisor―. ¿Qué diablos haces?

―Pruebo las radios de los otros tres vehículos, solo por


precaución―, respondió con tranquilidad el joven rubio
perteneciente al área de Transporte―. Alfred quiere que estén en
perfecto funcionamiento. Después de no haber comunicado la
presencia de otro vehículo ayer, no quiere que Transporte sea el
responsable por no chequear los vehículos.
―Mándale mis saludos. ¡Hey! ¿Aún quieres usar el comunicador
para hablar con Mark?

―Te lo agradecería. Él solo tiene unas horas disponibles


y no siempre coincidimos―. Había un leve tono de tristeza en su
voz, pero no perdía nunca el entusiasmo.

―No hay problema. Avísame cuando tengas tiempo―.


Will cerró la comunicación y se colocó su auricular nuevamente.

Las cinco personas del otro lado discutían alegremente los


chismes entre familias adineradas de Argent. Will sonrió y,
acomodándose nuevamente en la silla, se incorporó a la
conversación.

La ropa de Mary le quedaba bastante holgada. Los pantalones se


le caían de la cintura haciéndola sentir incomoda. La camiseta
estaba bastante bien, pero le quedaba algo larga y se veía más
pequeña de lo que era. Lo más molesto eran las botas. Grandes,
negras y pesadas. No estaba acostumbrada a usar zapatos que
pesaran tanto, aunque les encontraba un atractivo singular en
comparación a las clásicas zapatillas que todos los Normales de
su edad usaban. Caminó por el pasillo del primer piso y salió por
una pequeña puerta lateral (que Mary le había indicado antes de
irse a la Séptima Habitación) al exterior del Escondite. El sol era
fuerte y se alzaba a lo alto de un cielo extremadamente azul. Se
detuvo a contemplarlo unos momentos. No había ni una sola
nube, ni un solo cambio de tonalidad, simplemente azul por
donde lo mirara. Mary le había dado instrucciones para llegar al
lugar de entrenamiento de los jóvenes. Detrás del edificio
principal existían dos almacenes, restos de otros edificios
cercanos que alguna vez fueron una cuadra en una ciudad
antigua. Ahora se encontraban rodeados de escombros y eran
utilizados para almacenar armas y otras cosas importantes. A
través de ellos llegaría a un claro, donde se alzaban dos dunas
altas, que aparentemente eran más edificaciones cubiertas por
arena del desierto. El claro era la zona base para el
entrenamiento, aunque imaginó que tendrían otros espacios para
prácticas más avanzadas. Sera había llegado temprano. Estaba
sola en ese amplio espacio de tierra el cual se sentía más desolado
cuando recordaba que todo lo que estaba ocurriendo estaba
completamente fuera de su control. Trató de buscar en su
memoria, algunos momentos alegres de su infancia, tanto para
calmar su ansiedad, como para recordar lo que era un
entrenamiento. Vagó por sus recuerdos borrosos. Logró ver una
simple casita en el bloque más alejado de Ciudadela 7, rodeada
de suelo seco y escombros, altas montañas grises y sin vida en las
lejanías; la sonrisa de un hombre canoso que la miraba con
orgullo y satisfacción. Le decía algo que ella no lograba recordar.
Algo importante. Sintió que su pecho se apretaba y que se le
formaba un nudo en la garganta conteniendo el dolor del pasado.
Parecía haber sido hace tanto tiempo que debería haberlo
olvidado, desde el día que salió de casa, desde el día que se había
propuesto no llorar más, desde que su juventud comenzó a
convertirse en desgracia.

―Que puntual, Sera. No esperaba menos de ti―. Neil había


aparecido frente a ella con un traje muy parecido al que llevaba la
noche que la trajo a la Camarilla. Pantalones negros abultados
que no se le caían como a Sera, una camiseta sin mangas,
también negra, algo holgada, que no ocultaba lo suficiente de sus
marcados músculos; y, por supuesto, unas botas negras y grandes
como las que ella llevaba. Apostó que eran igual de pesadas, pero
Neil no parecía caminar con dificultad.

―Están retrasados―, dijo mirando hacia el Escondite con las


manos en la cintura y con una actitud que Sera encontró ser un
tanto altanera.

―¿Tú harás el entrenamiento?―. Neil le ofreció una media


sonrisa al escuchar su pregunta.
―¿Cómo podría? Soy menor que Will―. Sus ojos brillaban con
diversión mientras hablaba―. Me mataría al solo darle una
instrucción, nunca me deja dirigirlo en Tropas.

―¿Tropas?

―Es una de las áreas de las Camarillas, y nuestra próxima


lección a solas―. Le guiñó un ojo a lo que Sera respondió
entrecerrando los suyos.

Algunos minutos después, (Sera no podía saber cuántos habían


pasado en realidad), aparecieron Tori y Joulie tras los edificios.
Caminaban con gran distancia una de la otra, como si no tuvieran
relación alguna. Ambas vestían ropas similares, camisetas
holgadas blancas, pantalones verde musgo, y las infaltables botas
negras. Sera comenzaba a creer que quizás no tenían más zapatos
en toda C1. Tori se detuvo junto a Neil, quien le ofrecía una
sonrisa burlona. Sera se puso de pie y se colocó junto a Neil para
formar una fila mirando en dirección a Joulie, quien paseaba
pateando unos escombros observando a los tres jóvenes con sus
verdes ojos. Su pelo castaño oscuro ondulaba con gracia a
medida que caminaba. Tenía una piel muy blanca, demasiado
para alguien que vive bajo el sol del desierto, y no tenían ni una
sola mancha o arruga. Se veía tan joven como Tori,
perfectamente podría ser su hermana en vez de su madre. Pero
algo en su andar, su mirada o quizás su actitud, le recordaba que
eran madre e hija. Claramente el cabello platinado de Tori lo
había heredado de su padre.

―¿Dónde está Will?―, preguntó Joulie después de patear con


gran fuerza un trozo de escombro que se desintegró en mil
pedazos.

―Debe de estar en Comunicación―, respondió Neil como si la


pregunta fuera dirigida específicamente a él―. Sabes que se
queda conversando con Anne Marie―, rió y agregó algo más en
voz baja que Sera no alcanzó a escuchar. Neil parecía divertido
con sus propios comentarios, mientras Joulie rodaba los ojos con
algo de flojera. Tori, en cambio, parecía tensa. Había fruncido
aún más el ceño tras la respuesta de Neil.

Antes que Joulie pudiera reclamar la ausencia del mayor de los


jóvenes, apareció Will corriendo desde el Escondite, a través de
las ruinas, vestido de la misma forma que Neil y pidiendo
disculpas a la distancia. Llegó sin una gota de sudor, a pesar del
calor que se incrementaba a medida que pasaban las horas. Joulie
le dedicó unos ojos blancos, quizás porque no era la primera vez
que llegaba tarde. Ella les dio la espalda, mientras Will se unía a
la fila junto a Sera.

―Bien, comenzaremos con lo básico, ya que tenemos nueva


integrante―, dijo la mujer que estaba justo frente de Sera
mirándola con una expresión entre diversión y desafío―. Cada
uno irá a su ritmo, pero nada de entrenamiento con armas hoy.

Tori soltó un sonido de decepción y a Neil se le salió una


carcajada algo malvada.

―¡Pero mamá!―, reclamó inmediatamente la menor―. Ella


puede entrenar lo básico mientras nosotros…

―¡En el entrenamiento no soy tu madre y lo sabes!―. Las


palabras de Tori fueron ahogadas por la firmeza de la voz de
Joulie, quien la miraba sin mostrar compasión por las agrias
palabras dedicadas hacia su hija. A Sera se le apretó el corazón.

Tori agachó la cabeza y pronunció el nombre de su madre en voz


baja desistiendo completamente de seguir con la discusión que
ella misma había comenzado en un principio.
―Muy bien―, continuó Joulie sin mirar a nadie en especial―.
Comenzarán trotando doce vueltas alrededor de las dos dunas―.
Dando un chasquido a sus dedos, dio inicio al entrenamiento.

―¿¡Doce vueltas!? ¿!Con estas botas!?―, reclamó Sera sin


dirigirse a nadie en particular.

―¿Qué? ¿No combinan con tu atuendo?―, dijo Neil caminando


de espaldas para poder hablar con ella.

―No es eso―, dijo Sera como si tuviera que explicar lo obvio―.


Son bastante pesadas, solo he usado zapatillas desde que tengo
memoria.

―Te acostumbraras―. Will había aparecido a su lado y trataba


de alentarla lo mejor que podía.

Sera no sabía por qué, pero se veía más alto de lo normal, como
si las horribles botas lo hicieran crecer unos centímetros más, o
quizás su postura era algo más erguida. Will era atlético, robusto
pero ágil. Con una piel blanca cubierta por diminutas pecas que
se desvanecían poco a poco desde sus mejillas a su cuello. Una
nariz algo chata, pero que quedaba a la perfección con su rostro
angular. Era bastante guapo y su sonrisa la cautivaba un poco.
Comenzaba a entender porque Tori se derretía por él cada vez
que lo veía. Por primera vez Sera sentía atracción por alguien.
Esa atracción que tienen las colegialas con los de último año. Una
atracción que nunca había sentido y que nunca pensó
experimentar, por cómo vivió sus años de adolecente joven.
Cosas como esas son las que la motivaban a dejar la vida que
tenía y buscar nuevos horizontes. Debía dejar su pasado atrás y
disfrutar de los lujos de Argent. Debía cobrar la recompensa.

Las doce vueltas eran interminables. Casi arrastraba los pies en


cada paso, mientras que Neil, Will y Tori trotaban tan ligeros
como plumas. Estuvieron a pocos metros de pasarla por una
vuelta, pero Sera mantuvo el paso lo más que pudo, simplemente
por dignidad. El resto del entrenamiento consistió en
abdominales, ejercicios de brazos y piernas, mesclado con un
silencio de ultratumba. Ni siquiera Neil dijo alguna broma
durante la hora y media que Joulie los tuvo ejercitando.
Terminado el martirio, según Sera, Joulie se marchó con paso
firme hacia el Escondite, dejando a los cuatro jóvenes en el suelo
tratando de recuperar el aliento. Sera había olvidado lo intensos
que eran los entrenamientos militares. ¡Y éste era el básico! A
pesar de que trataba de mantenerse en forma desde que se fue de
casa, este día había sido más de lo que ella había entrenado en
dos años. No quería ni pensar cómo serían los próximos
entrenamientos. El sol de mediodía yacía sobre sus cabezas y no
ayudaba mucho a la recuperación. Will hablaba con Tori a unos
metros de distancia, pero el cansancio le impedía concentrarse
para escuchar lo que decían. Neil estaba junto a ella, fresco como
una lechuga. Estaba mirando con interés las dos dunas que
estaban frente a él. Tenía una mirada desafiante. Era como si
quisiera salir corriendo, subir hasta la cima y ver el cielo azul,
quizás tocarlo, sentirse poderoso. Por alguna razón, Sera
compartía su emoción. Esperaba que el chico comenzara a correr
para salir tras de él. En vez de eso, Neil bajó la mirada y la vio
directo a los ojos, como si hubiera sentido que lo estaba mirando,
o peor, que hubiera escuchado sus pensamientos. ¿Sería ésa la
habilidad de Neil? Se ruborizó y trató con todas sus fuerzas de
mantener su mente en blanco.

―¿Ocurre algo?―, preguntó Neil mientras la miraba fijamente


sin despegar sus ojos azules de su rostro ruborizado.

―Nada en absoluto―, dijo Sera, mientras cerraba los ojos con


fuerza y se ponía de pie con dificultad. Las botas pesaban más
ahora que los músculos de sus piernas estaban agotados―. Creo
que solo necesito descansar.
―No hay tiempo para eso―, dijo con ese tono de diversión que
siempre mantenía cuando hablaba―. En unos minutos más es
hora de almuerzo y después de eso, debo enseñarte más cosas
interesantes a cerca de nosotros.

―¿Comer de nuevo?― Neil le había ofrecido su mano para que


se pusiera de pie y ella evitó caerse por la fuerza que puso al
jalarla.

―Te apuesto que tendrás hambre. Es que aún no te has dado


cuenta de cuanta energía gastaste en el entrenamiento―. Sera
mantenía su duda al respecto mientras caminaban hacia el gran
edificio principal.

No quería admitirlo, pero Neil tenía razón. Tenía muchísima


hambre. Desde que Francisca puso el plato de comida frente a
ella, no pudo evitar sentir un enorme vacío donde debería haber
estado su estómago. Apenas comenzó a comer olvidó
completamente lo que ocurría a su alrededor, incluso los modales
a la mesa que las personas supuestamente deberían tener. No
recordaba lo que estaba comiendo, al parecer eran papas
machacadas y una especie de pudin de verduras. No importaba.
No podía levantar la vista del palto para ver si los demás comían
tan desesperadamente como ella, todo sabía delicioso. Se detuvo
a beber un poco de agua y poder tragar adecuadamente, las papas
estaban algo secas, pero eso no le quitaban lo sabrosas. Miró a su
alrededor. Todos conversaban y comían tranquilamente. Nadie se
había percatado de su forma de comer, lo que fue un alivio. Neil
se burlaba de Will por alguna razón, mientras el mayor de los
jóvenes solo se dedicaba a comer su comida y balbuceaba
respuestas sin sentido que hacían reír a su amigo a carcajadas.
Tori comía despacio sin mirar a nadie y, lo que Sera consideró,
con muy buenos modales. Algo que contrarrestaba totalmente
con su apariencia y actitud ruda.
―Espero que estés lista para mañana―, dijo Will quien aún tenía
papas molidas en su plato y hablaba moviendo el tenedor,
esparciendo todo por todos lados.

―¿Preparada para qué?―, preguntó con algo de preocupación en


su voz. No quería más sorpresas. Desde que la subieron al
vehículo, todo había sido una sorpresa tras otra.

―Para la ceremonia de tatuación―, respondió Will emocionado.


Al parecer le gustaba mucho ser parte de las ceremonias de los
adultos y Sera trataba de descifrar porque un tatuaje le causaba
tanta alegría… ¡Tatuaje! De pronto cayó en cuenta. La iban a
tatuar mañana. Buscó los ojos de Neil que, con el tenedor lleno
de comida a medio camino entre el plato y su boca, mostraban
culpabilidad mezclado con una diversión danzarina, posiblemente
porque ella estaba mostrando horror en su rostro ante la idea.

―Lo siento, había olvidado mencionarlo―, trató de excusarse


con una gran sonrisa que no mostraba absolutamente nada de
arrepentimiento. – Te lo explicaré más tarde, o mejor, léelo en el
código. Lo comentaremos mañana para que te sientas preparada.

¿Preparada? Ya no estaba en condiciones de prepararse de


ninguna forma. La simple idea de un tatuaje le producía terror.
Alguna vez quiso uno, como todo joven rebelde que quería estar
a la moda, pero quería elegir el correcto porque ¡son
permanentes! Y ¿Qué le tatuarán? Asumió que todo salía
explicado en el código, y si ahí lo decía, es porque todos los
Artificiales deben pasar por el mismo proceso. El apetito que
tenía desapareció en un instante. Sentía náuseas y algo de miedo.
El que la pincharan en cualquier zona de su cuerpo siempre le
había causado temor, del que te tiemblan hasta las rodillas a pesar
de que tu mente dice que todo estará bien. Se disculpó con
Francisca cuando vino a retirar los platos de la comida, porque no
había terminado su almuerzo, y se puso de p ie tratando de
disimular su malestar. Estaba a punto de salir del comedor en
dirección a las escaleras para poder llegar al segundo piso, tomar
la copia del código y desplomarse en uno de los sillones a leer
todo lo relacionado con la ceremonia, cuando sintió sobre su
hombro derecho una mano cálida que la detenía y la volteaba
despacio para ver su rostro.

―¿Te encuentras bien? Estas casi verde―. Will la observaba con


ojos preocupados. Por un momento, el joven alto, robusto, con
rostro de angulaciones firmes y algo toscas, se veía como un
cachorro abandonado. Sera trató de ocultar su miedo a las agujas
y mostrar fortaleza ante Will. No quería causarle preocupaciones
al chico.

―No pasa nada―, dijo evitando que su voz flaqueara―. Solo


tengo curiosidad por la ceremonia. Quería leer sobre ella lo antes
posible.

―Pues no podrás hasta la noche―. Neil aparecía atrás de Will


como una pequeña sombra―. Ahora debo mostrarte algunas
áreas de nuestra Camarilla.

Neil, de pie junto a Will, se veía bastante más pequeño, pero su


ego, ¡oh si su ego! Era tan grande que quizás ni siquiera cabía en
el comedor, y opacaba completamente a su amigo que, a pesar
que de su roja cabellera se puede ver desde cualquier parte, era
como ver a un niño castigado en un rincón evitando llorar. Neil
definitivamente se creía su papel de maestro, incluso más que
eso. Todo esto hizo molestar a Sera. Las actitudes altaneras la
ponían de mal humor, y ya tenía demasiadas preocupaciones
como para ponerse a analizar el comportamiento de Neil. Solo
esta mañana había mostrado tal alegría por simples fotografías y
ahora era como un muro impenetrable. No le importaban lo que
sentía ella o su mejor amigo, solo le importaba su labor. Se limitó
a asentir y ser guiada por el chico, quien caminaba ligero, incluso
daba la impresión de dar pequeños saltos. A Sera solo le cabía
una idea en la cabeza. Neil es un ser demasiado complejo de
entender.

El resto de la tarde consistió en una muestra de superioridad por


parte de Neil, en lo que él llamaba el área de Tropas. Arthur, el
líder del área, y el mentor de Neil, le mostraba a Sera los
alrededores de un pequeño edificio abandonado, de un solo piso
(el único piso accesible), donde se reunían a planificar las
misiones y estrategias en caso de guerrilla, mientras el joven se
encargaba de llenarle la cabeza con información de registros,
tácticas, técnicas de combates y un montón de otras cosas que
Sera no podía retener. La sala del área de Tropas era pequeña,
con no más de cinco sillas alrededor de una mesa ovalada. Las
paredes tenían manchas y pintura descascarada y se podían ver
algunos agujeros de balazos. Del techo colgaban pelusas de polvo
y estaba algo desnivelado, ya que el piso de arriba estaba
colapsado. A un lado de la habitación había una puerta que daba
directamente a la sala de armas, la cual estaba cerrada con llave
la mayoría de las veces. En la pared había un mapa del mundo.
Contenía las Camarillas distribuidas por los continentes, las
Ciudadelas, líneas incompletas de las carreteras eléctricas que
conectaban entre si los diferentes lugares, y cruces por los lugares
inhóspitos. Había detalles faltantes en el mapa, cosas que Sera
sabía por haber estudiado con Normales, pero no quiso decir ni
una sola palabra. Aún tenía en la cabeza la ceremonia, la cual se
aproximaba inevitablemente a medida que las horas avanzaban.
Un radio con un micrófono estaba sobre un archivador que
ocupada la mayor parte de una esquina de la habitación,
haciéndola parecer aún más pequeña. Neil explicaba que por el
radio se comunicaban con el área de Comunicación, en el edificio
principal, en caso de necesitar información urgente mientras
están en reunión. Sera asentía distraídamente, mientras él le
enseñaba unos papeles de la distribución de alimentos en alguna
Ciudadela. El joven hablaba de los temas relacionados a su área
con mucha emoción, quizás no tenía muchas oportunidades de
mostrar lo que le apasionaba, pero se pasaba de la raya al intentar
dárselas de experto. Arthur le lanzaba miradas fulminantes (Sera
creía que eran miradas, ya que detrás de sus lentes oscuros no
podía apreciar sus ojos) para mantenerlo bajo perfil, a lo que Neil
respondía con sonrisas poco amigable. Sera ya estaba cansada, no
había puesto atención a nada desde que entraron por la puerta que
daba al desierto. Neil ordenó los papeles que estaban sobre la
mesa y los guardó en uno de los cajones del archivador. Luego le
indicó a Sera que era hora de regresar y se despidieron de Arthur.
Caminaron en silencio hacia el edificio principal, mientras el sol
se ponía detrás de las dunas. Arrastraban los pies por la arena con
pesar. Estaba segura que ella tenía las piernas cansadas por el
entrenamiento y el peso de las botas, pero no comprendía por qué
Neil caminaba con pereza, el entrenamiento no pareció afectarle
en absoluto. Se veía aburrido, con la mirada fija en el suelo y las
manos en los bolsillos de su pantalón. Se sintió incómoda por un
momento. Quizás debió poner atención a lo que él había dicho en
la sala de Tropas, por último tendrían algo de que conversar y,
por lo que alcanzó a captar, Neil adoraba hablar de estrategias y
combates. Llegaron a la entrada del Escondite y caminaron en
dirección a las escaleras. Sera caminó sin detenerse, tenía un solo
objetivo en la mente, leer la copia del código que estaba en la
sala. No se percató que Neil se había detenido en su habitación.
Volteó a verlo entrar por la puerta azul y desaparecer sin decir ni
una sola palabra. ‹‹¿Se habrá enojado conmigo?››, pensó Sera, y
un nudo en la garganta le impidió tragar. Sacudió la cabeza para
sacar los pensamientos que recorrían su mente y volvió a su
misión actual. Entró en la sala y fue directo a uno de los estantes
en busca del código. Revisó cada una de las repisas hasta hallarlo
y, con temblor en sus manos, abrió la tapa del libro. Buscó en el
índice la página correcta relacionada a la ceremonia de tatuación.

Sección IV, cláusula d), Obligaciones. Leyó Sera sin mover ni un


músculo. Todo Artificial perteneciente a una Camarilla debe ser
tatuado con el número de aquella a la cual pertenece. El cambio
de Camarilla debe ser avisado a los líderes de las relacionadas,
y realizar un segundo tatuaje con el número de la nueva
Camarilla. Debe ser tatuado en la espalda y bajo el primer
tatuaje realizado.
Eso era todo. Toda la información por la q ue pasó la tarde entera
muriendo por saber. Información que no respondía ni la mitad de
sus preguntas y menos disminuir su inquietud. Comenzó a
desesperarse. Quería saber que le tatuarían, cómo lo harían y qué
otras cosas estaban involucradas en la ceremonia. No le quedaban
ideas, pensaba que en el código saldría todo detalladamente
explicado, hasta imaginó dibujos del proceso, y se llevó una gran
decepción que se transformaba en miedo nuevamente. Dejó el
libro en el estante y caminó por la sala de un lado al otro
intentando pensar. La única opción que le quedaba era preguntar.
Pero ¿a quién? No tenía tanta confianza con Mary o Caleb como
para ir directamente a ellos. Evitaba la idea de hablar con Neil,
después de no haber prestado atención a sus enseñanzas. S u
última opción era Will, pero no sabía cuál habitación era la suya.
Además, preguntarle sobre la ceremonia, después de cómo la
miró a la salida del comedor, y el enorme esfuerzo que llevó
mentirle para que no se preocupara, sería un giro bastante radical.
Podría volver a la misma situación y lo que menos quería era que
se preocupara aún más por ella. No tuvo más remedio que
reevaluar la idea de preguntarle a Neil. Por lo menos él no se
preocupa por ella, solo de sí mismo y de si le prestan atención o
no. Llamó a la puerta azul y esperó. No hubo respuesta.
Posiblemente había salido, pero estaba segura que no había
pasado mucho tiempo desde que ella y Neil volvieron del área de
Tropas. Tocó a la puerta nuevamente sin obtener respuesta
alguna. Contuvo la respiración por un segundo y abrió la puerta
despacio. La habitación estaba en penumbra, solo lograba ver las
siluetas de las torres de libros repartidos por el suelo. Avanzó
hasta la cama donde Neil dormía plácidamente, intentando no
botar ningún ejemplar. Sera se llevó una gran sorpresa al ver lo
pacífico y algo angelical que se veía. Se estaba acostumbrando al
Neil que bromeaba cada cinco minutos, irrespetuoso, altanero y
con un leve destello de diversión en su mirada. El joven
recostado sobre la cama era alguien desconocido. Sus cabellos
oscuros tocaban delicadamente sus pestañas y sus labios,
levemente abiertos, se veían suaves y delicados. Respiraba
tranquilamente. Tenía un libro sobre su pecho, agarrado
firmemente con una mano, como si alguien se lo fuera a quitar.
Sera lo observaba con atención, no podía despegar los ojos de su
blanca piel, de su cuello y de la perfección de sus facciones. Su
nariz era mucho más fina que la de Will y su rostro era menos
angulado. Sin importar lo que pensara de su actitud, Neil era
hermoso. Tenía un atractivo tal que ni ella podía resistir. Suspiró
suavemente sin pensar en las consecuencias. Un par de ojos
azules la observaban con detención. Gritó al ver que el joven se
había despertado.

―¿Tienes el hábito de ver a los hombres dormir? Porque puedo


acostumbrarme a esto―, dijo Neil mientras estiraba los brazos
para quitarse la pereza.

Volvía a la normalidad. La dulzura del rostro de Neil se había


esfumado a penas esos ojos profundos se abrieron y la mirada de
diversión y desafío retornó a sus pupilas. Sin más remedio le
contó a Neil lo que había leído y que no estaba conforme con la
información. Q uería saber más, y que mejor que preguntarle a
alguien que posiblemente ya haya pasado por esa e xperiencia.
Neil se sentó sobre la cama, dejó el libro sobre el marco de la
ventana y miró a Sera con atención.

―Te contaré de que se trata―. Sera esbozó una sonrisa―. Solo


porque no podré ver tu cara de sorpresa, y si yo no la veo no será
divertido―. La sonrisa se esfumó. ¿Todo tenía que estar
relacionado a él?

―Como quieras, solo cuéntame.

―Para la ceremonia tiene que haber tres Mayores presentes, sin


contar a Caleb y a Irma, la encargada del área de Salud. Se
realiza en la Séptima Habitación al anochecer. Te tatúan en la
espalda un número encerrado en un círculo, como los de las miras
de los rifles. Y eso es todo.
―¿Nada más? ¿No tengo que hacer absolutamente nada?

―A parte de contestar algunas cosas de registro, no. Solo


sentarte y tratar de relajarte.

La voz de Neil la tranquilizaba un poco, quizás por la forma


despreocupada en la que relataba la ceremonia, o quizás porque
no quería explicar detalles que no eran importantes o no valían la
pena. Le costó pronunciar la siguiente pregunta, el temblor en su
lengua la hizo tartamudear.

―¿Duele?

Neil vaciló antes de responder. Sera estaba impaciente, era lo que


más le importaba, el dolor que podría sufrir cuando la aguja
entrara en contacto con su piel.

―Fue el peor dolor que he tenido en mi vida.

La mañana siguiente fue una agonía. La ansiedad carcomía sus


entrañas y el miedo la consumía a cada momento. El
entrenamiento fue prácticamente el mismo al del día anterior, las
botas seguían igual de pesadas, y las comidas en conjunto no
variaron en absoluto. Confiaba en que nadie estuviera poniendo
atención a su tenedor, el cual temblaba sobre su mano cada vez
que llevaba un bocado, botando la mitad de la comida. No sabía
si prefería que los minutos pasaran lento, para que la ceremonia
nunca llegara, o que volaran para acabar de una vez con el
sufrimiento. No se dio ni cuenta cuando ya había llegado la hora.
Will, que por alguna razón, había permanecido todo el día junto a
ella y Neil, los guio en silencio a la Séptima Habitación. En su
interior se encontraban Caleb, Mary, Joulie e Irma. Will cerró la
puerta tras de él y se acercó a una de las sillas junto a su madre.
Neil se quedó afuera. No le permitían entrar por ser menor de
edad, pero le dedicó una última media sonrisa a Sera. No vio
burla en su rostro, solo un delicado destello de compasión y
preocupación en sus sinceros ojos azules. La ceremonia comenzó
con unas palabras de parte de Caleb y preguntas relacionadas con
el registro que se le realiza a cada Artificial que ingresa a una
Camarilla. Sera estaba muy nerviosa, apenas podía articular las
palabras, y sus respuestas eran cortas y precisas. Podia pensar
muy bien cada respuesta antes de responder y las palabras no
salían disparadas como la vez anterior. Caleb llenó los papeles
mientras los demás estaban de pie mirándola. El líder de la
Camarilla dio una señal y los Mayores se sentaron, quedando
solo Irma y Caleb de pie. La mujer de cabello violeta se acercó a
ella y tranquilamente le dio las siguientes instrucciones : debía
recostarse boca abajo en una silla reclinable y permanecer lo más
quieta posible. Sera vaciló un momento antes de quitarse la
camiseta blanca que llevaba puesta. Debía estar semidesnuda
durante la ceremonia, cosa que le molestaba un poco. Cruzó
miradas con Will por un instante. Al chico se le hacía difícil
mirar, desviaba la mirada cada cierto tiempo, fijándose en
cualquier otra cosa que no fuera el cuerpo de Sera, pero debía
hacerlo como parte del ritual. Sera notó el calor en sus mejillas y
tragándose todo su orgullo caminó hacia la silla reclinable. Se
sentó a horcajadas y se recostó contra los cojinetes. Le
traspiraban las manos y la frente. Irma le limpiaba la zona de la
espalda donde la tatuaría, con un algodón empapado en alcohol.
Tomó una especie de bolígrafo grueso con un cartucho de tinta
negra incrustado en la parte superior, y una fina aguja en la punta.
Palpó cada prominencia de las vértebras de Sera hasta llegar a la
indicada. ‹‹La séptima dorsal››, contó también Sera. Una vértebra
común, nada especial. Sera no entendía porque habían elegido
esa zona para un tatuaje tan importante entre Artificiales y no era
el momento apropiado para analizarlo. Irma le indicó que se
relajara lo que más pudiera y, acercando con cautela la punta del
bolígrafo, insertó la aguja en la piel de la chica. El dolor era
inmenso. Avanzaba a través de toda su columna, se fusionaban
con los músculos del dorso, que daban espasmos a medida que
Irma avanzaba en el dibujo. La mujer dibujaba con movimientos
veloces y precisos, y esperaba que terminara pronto. Sera
apretaban los dientes intentando no gritar desesperada. Las
lágrimas que salían de sus ojos se mesclaban con el sudor que le
caía de la frente. Intentaba moverse lo menos posible, pero
espontáneamente fue curvando la espalda intentando disminuir el
dolor, o quizás solo apartarse de las manos de Irma. No sabía
cuánto tiempo llevaba de la tatuación, y nadie comentaba o
emitía ruido alguno. Solo escuchaba sus propios quejidos en el
vacío de la sala. ¿Cómo era posible que una aguja tan delgada
podía causarle el dolor más terrible que hubiera sufrido en su
corta vida? Era como si el simple contacto de la piel con el
bolígrafo aumentara la sensibilidad de la zona diez veces más de
lo que era realmente, causándole una sensación
insoportablemente devastadora. Respiraba con dificultad y
enterraba las uñas en los posa brazos de la silla. Sus fuerzas
fueron desapareciendo y de apoco sentía que el dolor disminuía,
o se estaba acostumbrando a él, lo cual no era del todo bueno.
Irma retiró el bolígrafo, ya con el cartucho completamente vacío,
y le colocó un trozo de plástico transparente sobre la piel. Sera
apenas podía incorporarse sobre la silla. Estaba mareada, la
mandíbula y el cuello le dolían y el picor de los ojos, por el
sudor, le impedía ver con claridad. Trató de alcanzar la camiseta
blanca que se encontraba en el suelo, cuando sus fuerzas
finalmente la abandonaron y cayó inconsciente en los brazos de
Will que había aparecido repentinamente junto a ella.
CAPITULO 4: Trece y Catorce

Llevaba caminando por el pasillo desde que comenzó la


ceremonia, y estaba seguro de que haría un surco en el suelo si no
salían pronto de la Séptima Habitación. Era imposible para él
evitar escuchar los horribles quejidos que Sera emitía, por más
silenciosos que estos fuesen. Taparse los oídos no resolvía el
problema y las imágenes que surgían en su cabeza eran
desgarradoras. Quería estar allí adentro. Debió estar allí adentro.
Pero era menor de edad y le faltaban un par de años para
participar en algo así. Además, no le importaba ninguna otra
ceremonia de tatuación más que ésta. Se jalaba los cabellos
mientras miraba el suelo apoyado contra la pared. De pronto los
gritos de dolor cesaron, escuchó pasos rápidos y un par de
susurros que no logró captar bien. Se puso de pie y miró
expectante la puerta de la habitación, esperando que se abriera.
La manilla se giró lentamente y de la oscuridad apareció Will
cargando a Sera en sus brazos. Se había desmallado tras la
ceremonia. Ni siquiera había alcanzado a vestirse y Will le había
sobre puesto la camiseta para tapar su pecho. Neil desvió la
mirada del cuerpo de la joven hacia a los ojos de Will. Ninguno
de los dos se movió. Neil le impedía el paso a su amigo, pero este
no forcejeó para avanzar.

―Debo llevarla a tu habitación―. Will no despegaba la mirada,


que era más intensa de lo que Neil esperaba ver en él tras su
primera ceremonia como parte de los adultos.

―Es mi habitación ―, respondió Neil con un tono seco y algo


frío―. Yo la llevaré.
El aire se volvió denso. Neil apretaba los puños y mantenía la
mirada firme. Will se veía más grande de lo normal. Cada vez
que se proponía algo parecía una montaña implacable. La mirada
en sus ojos verdes se estaba volviendo peligrosa, pero a Neil no
le intimidaba, le gustaba el peligro.

―Me lo encargaron―, dijo Will sin apartar la vista de su


amigo―. Déjame pasar.

El enojo le estaba subiendo por la medula. Esa debió ser su


misión, cuidar de Sera. Desde el momento que la trajeron a C1
solo le habían encomendado su tutoría, y Will se había llevado el
trabajo de protegerla en todo momento. Neil suponía que Sera no
se había percatado, pero Will siempre estaba cerca de ellos. Solo
en las noches, cuando llevaba a Sera a la habitación, se
encontraban completamente solos. Pero a esas alturas ya había
acabado el día y con él sus oportunidades; y la decepción
envolvía su cuerpo, haciéndole arrastras los pies al caminar y
querer desaparecer pronto del lugar. Estar enojado no mejoraría
la situación, así que sin más remedio, dejó pasar a Will hacia el
pasillo desolado. Caminó diez pasos más atrás de su amigo, con
las manos en los bolsillos y observando el suelo. Will ni siquiera
volteaba. Caminaba a paso firme sosteniendo a Sera entre sus
brazos. Subieron las escaleras hacia la habitación de Neil sin
decir una palabra. Rara vez se peleaban de esta manera, en la que
guardaban silencio. Generalmente discutían tan alto que los
demás miembros de la Camarilla debían sacarlos del edificio para
que se gritaran tras las dunas de entrenamiento. Solo en dos
ocasiones dejaron de hablarse: cuando Neil se negó a admitir que
continuaba sintiendo dolor posterior a que sus heridas sanaran, y
cuando Will compartió su plan de darle un regalo a Caleb para un
cumpleaños, a lo que Neil se rió sin control arruinando su ilusión.
Llegaron al segundo piso y Neil se adelantó para abrir la puerta
de su habitación. Will pasó delante de él sin dirigirle la mirada y
caminó entre el laberinto de libros sin derribar ni una sola torre.
Estaba acostumbrado a entrar a la habitación de su mejor amigo.
Neil lo observaba de brazos cruzados desde el marco de la puerta.
Will le colocó la camiseta a Sera sin cambiar la expresión de su
rostro y la acomodó en la cama. Neil maldijo un par de veces
mientras observaba la escena, luego posó su mirada en una de las
torres de libros al ver que Will se acercaba hacia él. Volvieron a
sostener miradas antes de salir de la habitación. Cerraron la
puerta tras ellos y permanecieron callados un momento.

―Lo siento Neil―. Will rompió el silencio entre los dos―.


Sabes que cuando me encomiendan algo debo terminarlo a como
dé lugar.

―Lo sé. Pero la custodia de Sera no terminará nunca. Es una


misión que no acabará, mientras las tutorías sí.

―¿Celoso?― Will sonrió, pero sus ojos mantenían una leve


expresión de tristeza.

El silencio retornó al pasillo del segundo piso. Ambos jóvenes


miraban tanto el suelo como el techo del edificio sin hacer nada
más que suspirar.

―No sabemos nada de ella, además de lo que nos ha dicho. Y


¿quién sabe si es cierto?― El tono en la voz de Neil era frío y
calculador.

―¿Dices que está mintiendo? Mary lo hubiese descubierto.

―Nunca es tan sencillo.

―Tú fuiste el primero en confiar en ella, digo, al traerla aquí.

―Eso fue… diferente.

―Te agrada.
―Y a ti.

Neil y Will sostenían la mirada uno sobre el otro, pero ya no


había una lucha de poder entre ellos, solo una búsqueda de una
razón por la que habían dicho aquellas palabra. Ambos se dieron
por vencidos casi simultáneamente y sonrieron aliviados. Will
abrazó a Neil con uno de sus enormes brazos y le revolvió (aún
más) el cabello con la mano contraria.

―¿Te parece si atacamos a la cocina?

―Esperaba que lo dijeras―. No había una noche en que


aquellos dos no fueran por un bocadillo a altas horas de la noche.

― Si te hace sentir mejor, sigues siendo más joven que


ella―. Neil soltó una risita espontanea.

Ambos bajaron la escalera sin volver a tocar el tema. Esperarían a


resolver la situación en otro momento, o solo lo dejarían pasar.
Su ritual de comer a deshora era más importante.

Despertó de golpe. Respiraba agitada y no veía nada en la


oscuridad de la habitación. La cabeza le pesaba y se mareaba
fácilmente al tratar de levantarla. Se incorporó con dificultad
sobre la cama y se restregó los ojos para tratar de ver mejor. No
tenía idea cuanto había dormido. Posiblemente un día completo,
ya que era de noche y por lo mal que se había sentido era
prácticamente imposible haber recuperado casi la totalidad de sus
fuerzas con unas cuantas horas de sueño. Miró a todos lados. La
habitación de Neil no cambiaba nunca, aunque al poner atención
podías notar pequeños detalles. Varios libros estaban
acomodados por abecedario, otros por tamaño y otros tenían
papeles entre las páginas, quizás para marcar algo en especial. De
pronto sintió una punzada en la espalda que le hizo recordar el
horrible dolor de la tatuación. Era un dolor difuso, que le recorría
la espalda abarcando más de una vértebra y se extendía hacia los
lados, casi incorporando el abdomen. Inconscientemente
comenzó a respirar aceleradamente y cerró los puños con fuerza.
El simple recuerdo le hacía temblar, pero trató de guardar la
calma, diciéndose a sí misma que ya había pasado lo peor. El
dolor disminuyó lentamente hasta solo abarcar un círculo con dos
líneas cruzadas. Abrió los ojos mientras respiraba con más
tranquilidad y extendió los dedos de sus manos lentamente para
que volviera la circulación a ellos. Puso atención a la copia del
código de los Artificiales que estaba a los pies de la cama.
Posiblemente Neil la había dejado ahí. Qué ironía. No tenía ganas
de leer absolutamente nada que tenga que ver con el código. No
después de que le fue completamente inútil antes de la
ceremonia. Dejó el libro sobre la torre de enciclopedias junto a la
cama. De pronto se percató de algo muy peculiar. Al tomar el
libro su brazo se sentía más ligero. Meditó un poco la situación.
Al haber estado en cama, debía sentir su cuerpo pesado, pero era
todo lo contrario. Elevó los brazos sobre su cabeza. Se sentían
más ágiles que nunca. Intrigada por todo eso, se puso de pie con
velocidad. Miró a su alrededor y eligió un espacio lo más libre de
libros posible. Se agachó para tomar impulso y saltó lo más alto
que pudieron exigirle sus piernas. Se sentía liviana como una
pluma. Incluso podría haber dicho que flotaba como en el mar.
¿Cómo era posible? ¿Qué había ocurrido? ¿Le habrían dado
alguna droga mientras dormía y estaba delirando todo esto? No le
importaba mucho. Era una sensación tan agradable que no podía
evitar soltar pequeñas risitas mientras daba saltos una y otra vez.
Recuperando el aliento volvió a posar sus ojos sobre la copia del
código. Quizás debía darle una segunda oportunidad. Al fin y al
cabo, debía aprender sobre las Camarillas ahora que era p arte de
una, y no solo eso, porque quizás le ayudaría enormemente en su
investigación. No ponía atención a absolutamente nada de lo que
estaba leyendo en el libro. Estaba completamente distraída. Se
sentía feliz, aliviada, despreocupada. Como si por fin encajara
perfectamente en un lugar. Se sentía libre. Podía volver a ser ella
misma, sin que las decisiones que había tomado afectaran su
modo de vida. Sentía como volvía a tener control sobre ella
misma. La luz del pasillo entró por la puerta al abrirse lentamente
y el dueño de la habitación ingresaba en silencio. Sera cerró el
libro y lo dejó a un lado, luego se sentó al borde de la cama para
demostrarle a Neil que se sentía bien y no era necesario que la
viniera a ver. El chico se sentó junto a ella y le sonrió con algo de
pesar. Se veía desanimado, como la primera vez que la trajo a
esta habitación. Como si hubiera perdido una batalla y le
quedaban pocos minutos antes de su sentencia fina l. Sera lo
observó unos momentos y buscaba respuestas en sus ojos
sinceros, pero no había indicios de porque su cara larga. Asumió
que la preocupación de Neil se debía a la ceremonia, a lo q ue ella
se apresuró a asegurar que se encontraba en perfectas
condiciones, salvo por el pequeño malestar en forma de circulo a
nivel de la dorsal siete. Neil volvió a sonreír con dolor. Era algo
desconcertante.

―Me tomó cuatro meses olvidar el dolor de mi tatuación―, dijo


finalmente tras un largo silencio. Tenía la vista fija en una torre
de libros―. No es fácil que un niño de doce años olvide algo así,
pero yo me demoré más de la cuenta, no solo por el trauma, sino
porque realmente me dolía.

Sera lo observaba atentamente. No estaba segura de porqué Neil


compartía con ella su experiencia y le daba vueltas en la cabeza
el hecho de que se tatuaran desde los doce.

―No estuve presente en la ceremonia de Tori, pero podía


escuchar el sonido del lápiz haciendo contacto con la piel. Mi
propio tatuaje comenzó a doler y sabía perfectamente que era
psicológico. Aun así, fui llevado a la enfermería e Irma me tuvo
en observación por una semana.

Sera no tenía palabras para animarlo. Quizás, no servía de nada


ya que habían pasado cuatro años, aunque su cara le decía que
anoche había revivido todo nuevamente.
―Pero te puedo asegurar que me sentí igual que tú. Más ligero,
libre. No estoy muy seguro de porqué sea así―. Los ojos del
chico se veían algo más oscuros de lo normal―. Tengo mi propia
teoría de porque el tatuaje se realiza en la dorsal siete, pero lo
hablaremos otro día.

Neil se puso de pie sin decir nada más (o quizás iba a decir algo
pero se arrepintió a último minuto), se despidió de Sera y salió de
la habitación, no sin antes tomar un libro con páginas marcadas.
Se quedó sola nuevamente, analizando el motivo por el cual Neil
había compartido sus recuerdos. Posiblemente le era necesario
expresar todo lo que sentía para poder liberarse rápidamente del
sentimiento, y así volver a ser el chico arrogante y burlón de
siempre. Poder dar vuelta a la página y no retener el dolor en un
rincón de su corazón, como ella lo hacía.

La mañana siguiente fue tan normal como las anteriores, aunque


Sera consideraba que había un gran cambio en ella, que
posiblemente solo ella lo notaba. Se dirigió al comedor por sí
sola, Neil no la había ido a despertar esta vez. A lo mejor
esperaban que durmiera un poco más porque los rostros de los
integrantes de la Camarilla pasaron de asombro a una gran
alegría. Francisca le dio un desayuno especial por ser su primera
comida oficial como miembro de C1. Will le sonreía del otro lado
de la mesa mientras se terminaba su desayuno. Tori comía
tranquilamente sin mirar a nadie, y Neil revolvía su cereal
mientras garabateaba algo sobre un cuadernillo con hojas
amarillentas. Esta vez no había tema de conversación en la mesa,
no había bromas y la comida se acababa rápido tratando de cubrir
el silencio. Will se levantó de la mesa, le dio las gracias a
Francisca y se fue a sus labores en Comunicación. Neil le indicó
a Sera que leyera la primera sección del código, relacionado con
Comunicación y Transporte, ya que verían eso después del
entrenamiento, y se retiró del comedor después de guiñarle un ojo
a Francisca, la que respondió con un “de nada” entre risas. Tras
salir del comedor, Sera se dirigió a la sala del segundo piso a leer
su tarea y no se dio cuenta la velocidad con la que la hora pasó,
porque de pronto estaba retrasada para el entrenamiento con
Joulie, y no era buena idea hacerla esperar. Llegó a las dos dunas
donde Neil, Tori y Joulie esperaban. Como de costumbre, Will
llegaba tarde y pasó desapercibido que ella también se había
retrasado. El entrenamiento solo varió en una actividad. Después
de dar vueltas alrededor de las dunas (donde Sera completó las
vueltas sin notar el peso de las botas), Joulie llegó con una
especie de cascos hechos de goma espuma que cubrían frente,
orejas y mentón; pares de guantes con cojinetes de goma espuma
sobre los nudillos y rodilleras del mismo material, todo bastante
maltratado por el uso. Debían tener años de antigüedad y ya
tenían la tela rasgada por tantos golpes recibidos.

―Hoy practicarán uno contra uno―, decía la mayor mientras


pasaba a cada uno un par de guates, rodilleras y un casco―.
Comenzarán Will contra Neil.

Los dos chicos se veían muy contentos y se miraban con un


desafío bastante amistoso. Se pusieron el equipo y caminaron
hacia un espacio libre de escombro, donde Joulie los observaba a
mitad de distancia entre cada uno. Sera y Tori, con el equipo
puesto, se sentaron a cierta distancia a observar. Sera observó a
ambos chicos. Se veían graciosos con el equipo puesto y no
estaba segura si debía animar a Will o a Neil. Tori, en cambio, no
despegaba la vista del pelirrojo. Lo seguía con mirada perdida y
de vez en cuando suspiraba. Pero cuando el chico volteaba a
verlas, ella cambiaba su actitud a una más seria y madura,
dándole su apoyo con aplausos. Joulie les dio una instrucción
precisa y les indicó el inicio de la batalla. Ambos chicos se
pusieron en posición de combate sin despegar la vista uno del
otro. Neil avanzó con gran velocidad hacia Will, lanzó un golpe
con la derecha que su amigo logró bloquear con el antebrazo
izquierdo y responder con un potente derechazo que Neil esquivó
a duras penas, pasándole el enorme puño del pelirrojo por la
oreja. Ambos dieron dos pasos hacia atrás y sonrieron. Will se
apresuró a atacar con la izquierda, mientras Neil lo esquivaba
saltando hacia atrás, haciendo una acrobacia impresionantemente
ágil, e impulsándose nuevamente desde el suelo hacia el tronco
de Will para golpearlo con ambos cojinetes de los guantes. Will
se agarró el abdomen tras recibir el impacto y emitió una tos
mezclada con risa. Neil estaba a punto de golpear a su amigo en
la sien, cuando este se agachó con una agilidad que Sera no
esperó nunca ver en el robusto Will, y derribó a Neil con la
pierna derecha. El golpe que Neil se dio contra el suelo sonó tan
mal que hasta Joulie cerró un ojo y emitió un sonido de dolor,
pero se veía entretenida. Neil se puso de pie y sonrió tras
reconocer que fue un buen golpe.

―¿Nos ponemos serios?―, dijo después de sobarse el sacro.

―Estaba esperando que lo pidieras―, respondió Will con


diversión y se abalanzó sobre el chico de cabellos negros.

La pelea parecía una danza. Ambos esquivaban con gracia y


agilidad cada golpe que rozaban a pocos centímetros del cuerpo
de cada uno. Predecían los movimientos del otro con mucha
anticipación que hasta parecía que se burlaban entre sí. Se
conocían perfectamente todos los movimientos, reacciones y
técnicas que hacía interminable la batalla. Will sonrió
maliciosamente. Neil supo inmediatamente que a su amigo se le
había ocurrido un plan para vencerlo y lo desafiaba a descubrir
cuál era. Se apresuró a golpearlo en la mandíbula, dejándolo algo
mareado y a punto de caer al suelo. Intentó un segundo ataque
directo al abdomen del pelirrojo, para derribarlo con una patada,
pero Will, poniendo firmemente los pies contra el suelo, resistió
el impacto y agarró la pierna de Neil por el tobillo. Jaló de ella
haciendo que este resbalara y lo lanzó con fuerza al suelo
polvoriento. Neil respiraba agitado, pero sonreía feliz. Will se
acercó a él, le ofreció una mano para que se levantara y ambos
rieron por unos momentos.
―¿Trece?―, dijo Will sin dejar de mirar a Neil a los ojos.

―Catorce―, respondió este sin desviar la vista de los ojos


verdes de Will y sin dejar de sonreír.

A Sera le dio algo de envidia ver lo bien que se llevaban, lo bien


que se conocían y como con pocas palabras podían expresar todo.
Eso era tener un mejor amigo. Joulie les indicó a ella y a Tori que
era su turno. Ambas se pusieron de pie y caminaron hacia el
espacio libre de escombros. Sera preguntó con curiosidad a Tori
si sabía el significado de las palabras intercambiadas por los
chicos, pero no respondió. La instrucción que Joulie les dio antes
de comenzar la batalla era la prohibición del uso de sus
habilidades. ¿Cómo ella iba a usar su habilidad? Ella
simplemente podía ver a grandes distancias, no era muy útil en
una pelea cuerpo a cuerpo. Quizás lo decía por Tori. ¿Qué
habilidad tendría ella? Ni siquiera conocía las habilidades por
nombre. Aún no las leía en el código y Neil no se las había dicho.
Tori la miraba con aburrimiento, como si supiera q ue la batalla
no sería un reto para ella. El enfado de Sera hizo que comenzara a
buscar en su memoria el poco entrenamiento de batalla que había
tenido cuando pequeña, estaba segura que cosas así no se
olvidaban tan fácilmente. Joulie dio inicio a la pelea y Tori
estuvo frente a su rostro en una fracción de segundo, con el puño
derecho dirigiéndose directamente a su nariz. Reaccionó tan
rápido que hasta ella se sorprendió. Sera había esquivado el golpe
curvándose hacia atrás, apoyándose con una mano en el suelo y
luego dio una patada en dirección a los tobillos de Tori, que la
hizo caer sobre la arena. Ambas se pusieron de pie
inmediatamente y ninguna estaba segura de quién estaba más
sorprendida. La menor arremetió nuevamente lanzando una
ráfaga de golpes, los cuales eran esquivados por Sera por pocos
centímetros. Podía hacerlo, podía defenderse. No había olvidado
el entrenamiento de su padre. Optó por una posición de ataque y
también comenzó a lanzar golpes, los cuales Tori esquivaba con
mayor facilidad. Uno de los golpes de la menor alcanzó su
mentón y Sera se tambaleó por unos momentos, pero Tori no se
hacía esperar, y le dio un golpe en el abdomen. Por unos instantes
Sera se quedó sin aire, y todo se convirtió en desesperación.
Cuando por fin el aire regresó a sus pulmones, se le había
nublado la vista y ya no pensaba con claridad. Solo se dignó a
avanzar con ira hacia Tori y lanzar golpes sin control. Tori le dio
un codazo en la espalda tras esquivar uno de los ataques y Sera
aterrizó sobre el suelo polvoriento. La menor, que siempre se veía
frágil y muy delgada para su edad, poseía una agilidad
impresionante y muchísima fuerza. Sera se puso de pie y volvió a
atacar. Esta vez intentó apuntar a zonas donde no pudiera
esquivar con facilidad. Abdomen, cadera, pecho. Consiguió
proporcionarle un buen golpe a nivel de la clavícula que mando a
la liviana Tori al suelo. Sera respiró profundo, mientras Tori se
levantaba y se sacudía el polvo de los pantalones. No se veía
enfadada, al contrario, se veía feliz. Por alguna razón Sera supo
de inmediato que la chica se pondría seria de ahora en adelante.
Esperó un nuevo ataque, con los puños levantados, pero Tori dio
un salto, se apoyó con ambas manos sobre los hombros de Sera y
cruzó sobre ella hasta caer ligera como una pluma tras su espalda.
Con un movimiento veloz, y antes que Sera pudiera girarse, Tori
lanzó una fuerte patada directamente a la espalda de la joven.
Dolor. Inmenso dolor con forma circular le penetraba la piel,
músculos y hasta las vértebras. Tori había dado justo en el tatuaje
recién hecho y el dolor inmovilizó a Sera completamente. Joulie
detuvo la pelea. Tori estaba de pie junto a ella con miedo en sus
ojos. Neil y Will se acercaron velozmente a Sera, a quien le
tiritaban las manos con cada intento de ponerse de pie y, además,
tenía unas horribles ganas de vomitar por el dolor penetrante que
sentía en la séptima dorsal. Will la ayudó a levantarse, mientras
Tori y Neil estaban inmóviles junto a ella. Joulie los guiaba hacia
la entrada del Escondite para llevarla a la enfermería, llamando a
Irma por una especie de radio pequeña. Tumbaron a Sera boca
abajo en una de las camillas, mientras Irma cortaba la camiseta
blanca que llevaba puesta. Revisaron el estado de la piel, que
estaba completamente roja, pero sin signos de lesión mayor. El
golpe solo había causado algo que inflamación en la zona. Irma
colocó paños húmedos y fríos sobre la espalda de Sera para
disminuirle el dolor y le dio la instrucción de no moverse por
unos minutos. Will, quien se había quedado a ver si no era algo
más grave, salió de la enfermería por no más de dos minutos y
regresó. Arrastró una silla y se sentó junto a la camilla de Sera
para hacerle compañía.

―Fui a ver si Neil se encontraba bien―, dijo Will sin razón


alguna―. Él es algo…sensible al dolor.

―Más aún si es sobre el recuerdo de la tatuación―, agregó Sera


sin pensar en lo que decía. Quizás no debía hablar de los secretos
de otro, sobre todo por la cara de interrogación que Will mostró
tras su comentario.

―¿Te lo ha contado? Vaya. A mí me tomó semanas hacer que


me dijera el motivo de sus pesadillas después de la ceremonia de
Tori.

―Simplemente fue y me lo contó. Posiblemente quería


desahogarse.

―Sí, es una forma de decirlo―. Will parecía decepcionado.

Construir una amistad puede ser de varias formas: rápida y


completamente espontánea, donde ambas personas congenian
inmediatamente y se cuentan todo de una manera abierta y sin
prejuicios. O puede tomar algo de tiempo, llevarse muy bien,
divertirse y ser muy unidos, pero no explayarse completamente,
ya sea por timidez de alguna de las contrapartes o porque no es el
momento adecuado y aún requiere de confianza para hacerlo.
Sera imaginaba que la relación de Neil y Will debió iniciar de
aquella forma, lenta y progresiva, hasta que llegó a un punto en
que la confianza fue lo suficientemente grande como para
contarlo todo. Por la mirada de Will en esos momentos, debía ser
algo más complicado que eso.
―¿Desde cuándo son amigos?―. Sera tenía curiosidad y pocas
veces contenía sus dudas. Debía calmar su cerebro.

―Desde que Neil llegó a C1―, respondió Will con mucha


facilidad y cambiando completamente su expresión. Un leve
brillo aparecía en sus ojos verdes.

―Y ¿fue espontáneo?―. Will se rió. Algo de la pregunta le


pareció tan gracioso que casi se cae de la silla al escucharla.

―Digamos que me costó un poco que sonriera.

¿Escuchaba bien? ¿Qué le costó que Neil sonriera? Desde que lo


conoció, Neil había sido la persona que tenía una sonrisa
permanente en su rostro, una sonrisa burlona y algo perversa a
veces, pero era una sonrisa al fin y al cabo. Will, en cambio,
pocas veces sonreía, como si estuviera siempre bajo vigilancia y
debía mantener la compostura. Pero cuando lo hacía, iluminaba el
lugar. Además, estaba el hecho de que Will es dos años mayor
que Neil (y que ella) y lo consideraban un adulto. Pero la edad no
cuenta en una amistad.

―¿Qué significa trece y catorce?― Sera no podía evitar pensar


que esas palabras tenían un significado que englobaba lo grande
que era la amistad entre los dos chicos y, por alguna razón, quería
hacer sentir bien a Will.

―Neil me contó que juntas significan “por siempre” o “para


siempre” en un idioma antiguo llamado Chino. Se convirtió en
nuestra forma de reconciliarnos después de pelearnos o algo así.
Una de las tantas cosas sin sentido que hacemos a veces―. Will
miraba el techo perdido en sus recuerdos. Eran recuerdos
agradables. Aunque Will no demostrara sus emociones
espontáneamente como lo hacía Neil, se notaba en su postura
relajada que le era grato hablar de su amistad con el chico de
cabello azabache.
Estaba a punto de hacer un comentario acerca de lo genial que era
tener una amistad como aquella, cuando Irma entró
apresuradamente a la enfermería y le retiró los paños que ya
estaban tibios. Le revisó la espalda rápidamente y confirmó que
todo estaba bien y debía protegerse la zona por un tiempo.

Durante el almuerzo, Neil parecía ido. Comía automáticamente


su plato de verduras cocidas y no dirigía la mirada a nadie. Will,
en cambio, irradiaba alegría. ¿Cuánto más podrían variar estos
dos chicos? Sera ya no los entendía en absoluto. En un minuto
Neil era un payaso y Will toda seriedad. En otro Neil parecía
triste o decepcionado, mientras Will era la felicidad ambulante.
Como si se traspasaran las emociones el uno al otro. ¿No podía
estar ambos simplemente felices? Sera intentó concentrarse en
otra cosa. Vio a Tori quien parecía incómoda. Trató de iniciar
una conversación con ella, pero la chica solo respondía con
afirmación o negación a sus preguntas. Optó por acabar su
almuerzo y salir del comedor. Will la siguió hasta el pasillo
donde le preguntó cuáles eran sus obligaciones durante la tarde y
Sera le comentó que Neil le enseñaría las áreas de Transporte y
Comunicación. Will le explicó que él sería el encargado de
mostrarle esas áreas esta vez. Al parecer Neil se quedaría el resto
de la tarde en su habitación, posiblemente leyendo. Se preocupó
unos segundos por el chico, pero luego siguió a Will hacia las
afueras del Escondite, rumbo al área de Transporte, olvidándose
del tema.

Alfred Whitters y Ted Pellegrino los esperaban en una pequeña


casa en ruinas cerca de la carretera, la cual pertenecía a un
complejo de edificaciones abandonadas tras unas dunas de arena
oscura. El lugar estaba bastante sucio, con arena en las esquinas,
algunos trozos de vidrio quebrado repartidos por el suelo y
herramientas por doquier. Como en todas las habitaciones
importantes, el área de Transporte tenía un radio, un aparato de
color negro, viejo y oxidado. Ambos integrantes le explicaron las
funciones del área de Transporte en las diferentes misiones y
como se debían correlacionar con las demás áreas de la
Camarilla. Eran un pilar importante para el funcionamiento del
área de Comida, Tropas e incluso Comunicación. La explicación
del funcionamiento de los vehículos se le hizo algo más sencilla
de entender, solo por el hecho de saber cómo funcionaban las
carreteras que se encuentran repartidas por el mundo, y porque
alguna vez aprendió en la escuela el cambio tecnológico que
llevó a crear vehículos impulsados con electromagnetismo, tanto
para optimizar los tiempos de traslado como para el uso de las
máquinas Tesla como medio de energía permanente, posterior a
la Guerra de Energía. El viejo Al, de unos ojos cafés que se
escondían bajo dos pobladas cejas, le preguntó si sabía cómo
funcionaban los vehículos transciudadela que se trasladaban por
las carreteras eléctricas. Sera pensó unos momentos y, como si
espontáneamente hubiera aprendido física, explicó que los
motores eléctricos producen un campo electromagnético
transformando energía eléctrica en energía mecánica.

―Los vehículos transciudadelas utilizan un motor sincrónico, el


cual funciona a velocidad constante, pero si recibe más energía
de la cuenta, el motor pierde sincronismo y detiene el vehículo―.
Las palabras volvían a salir solas, pero ahora con más control que
antes, aunque más consternada estaba por saber ese tipo de cosas.
No recordaba haberlas aprendido en la escuela o leído en alguna
parte.

Ted estaba impresionado y sonreía sin despegar la mirada de la


chica. Usaba unos lentes oscuros dentro de la habitación,
similares a los de Arthur. Le preguntó si conocía los trenes y
túneles submarinos, los cuales conectan los continentes, y ella
respondió que los túneles, al igual que las carreteras, permitían un
traslado muchísimo más rápido que por tierra.

―Los trenes submarinos viajaban a una velocidad de 30km en 8


minutos, acortando muchísimo los viajes, por lo que se podía ir
de Ciudadela 8 a Ciudadela 10 en solo trece horas―. No sabía si
continuar hablando o taparse la boca con las manos. Will soltaba
una risita de vez en cuando. Sera parecía una enciclopedia de
tecnología Normal.

Al terminar su estancia en el área de Transporte, el pelirrojo la


guio hasta la sala de Comunicaciones, dentro del Escondite
mismo. La habitación estaba llena de aparatos de radio puestos
uno encima del otro, archivadores repletos de registros de
conexión entre las Camarillas y más de un artilugio que
Yoshinori o Will llevaban para entretenerse mientras esperaban
noticias. Todos repartidos por el suelo sin ningún cuidado. Yonu
se encontraba concentrado, con el auricular del radio principal en
su oreja, leyendo un grueso montón de papeles viejos. Will le
explicaba con muchísima emoción cómo funcionaban los radios a
través de unas antenas que ellos mismos habían colocado en las
torres Tesla, para crear su propia red de radio y no interferir en
la red inalámbrica de celulares de los Normales. Entendió de
pronto que ya no necesitaría más de su teléfono celular. Lo que
los Artificiales utilizan para comunicarse entre sí, cuando están
en misiones, son una especie de radios portátiles, a los que
llaman beepers. Tienen el mismo tamaño que un celular Normal,
pero sin pantalla táctil, con teclas numéricas y una pequeña
pantalla que solo muestra la frecuencia que utilizan. Will le
entregó a Sera un beeper y ella lo guardó en uno de los bolsillos
de su pantalón. Así como Neil, Will se veía feliz mientras
hablaba sobre las acciones que correspondían a su área, y trataba
de transmitirle su emoción por la información, pero Sera no
lograba encontrarle interés. De vez en cuando, Yonu acotaba algo
de información para corregir a Will, y él aceptaba alegremente la
corrección. Otras veces aceptaba simplemente para tranquilizarlo
y que volviera a su meditación. Antes de salir de la sala de
comunicación, Yonu dejó a un lado el montón de hojas que
estaba leyendo y se levantó de la silla con ruedas. Dejó el
auricular y observó a Sera por unos minutos. El hombre le
llegaba a la altura de los ojos, pero su presencia abarcaba toda la
sala.
―Will, quisiera hablar con Sera por algunos minutos―, dijo
Yonu con mucha serenidad―. A solas―, agregó antes que Will
se sentara en una de las sillas.

Will salió de la sala, con algo de duda en su mirar, cerrando la


puerta tras él. Sera observó a Yonu con atención. Su cabello era
negro y liso, tenía ojos cafés rasgados y sin duda era muchísimo
más bajo que Will y Neil. Llevaba ropas negras y sueltas que lo
hacían verse aún más chato. Estaba de pie frente a ella, con los
brazos tras la espalda y con una mirada intensa, que le causaba
incomodidad.

―Quisiera preguntarte algunas cosas, Sera―, comenzó a hablar


Yonu con la tranquilidad que lo caracterizaba.

―Sí, claro―. Sera estaba inquieta.

―No sé si conoces el término hacker―. Sera negó con la


cabeza―. Los hackers somos un grupo de Artificiales que
adoramos la información. Nos dedicamos a buscar toda clase de
datos relacionados a algo que nos interesa, por ejemplo, el
ingreso de una chica adoptada a una Camarilla.

Sera comenzaba a entender el motivo de porque Yonu q uería


conversar a solas. Esperaba que por lo menos no supiera todo a
cerca de ella. El mayor se acercó con una mirada algo
amenazante.

―Así que ¿cuánto crees que averigüé sobre ti?―. Sera apretó los
puños y sostenía la mirada sin mostrar temor en sus ojos verdes.

―¿Quién diría que Sera Jones no es simplemente una adoptada,


sino que la hija de John Jones, ex líder militar que inició la guerra
contra los Artificiales?―. Yonu se paseaba por la sala teniendo la
conversación completamente bajo su control―. Posiblemente
nadie sabía que este hombre había creado a su hija. ¡O mejor!
¡Posiblemente nadie sabía que tenía una hija! ¡Qué gran
acontecimiento! Una hija no reconocida por su famoso padre y
quien, más encima, le ocultaba el hecho de ser una Artificial.
¿Fue parte del motivo por el cual huiste de casa? ¿O el hecho de
haber tenido las peores amistades en Ciudadela 7 lo que causaron
el abandono de tu hogar?

Sera temblaba de ira. Quería gritarle al mayor que su padre nunca


fue una mala persona, nunca la mantuvo en secreto o se sintió
avergonzado de su existencia, y que el hecho de haberse
involucrado con la peor calaña de Ciudadela 7 no tenía nada que
ver, en parte, con su huida. Ella había tenido motivos aún más
desgarradores, que no le había contado a nadie en toda su vida, y
no pretendía comenzar a expulsar todo a alguien que apenas
acababa de conocer. Empezó a asustarse al recordar todos los
factores que eran parte de su pasado y que Yoshinori podía haber
averiguado. Cosas que no estaba orgullosa, pero que por lo
menos la mantuvieron con vida. Pero trataría de dar vuelta la
situación a su favor.

―…!Y cómo te ganaste la vida después! Toda una novela para


alguien como yo―. Yonu continuaba su regocijo, descuerando
cada detalle de la vida pasada de Sera―. Pero ¿sabes? Los
hackers podremos ser amantes de la información, pero no somos
estúpidos, y no divulgaré todo esto por un simple motivo: la
información tiene precio. Sería muy divertido ver como el resto
de los Artificiales trata a la hija del militar que nos condenó a
esta vida miserable.

―Tengo dinero para pagar tu silencio―. Sera intentaba sonar


firme e interesante. A ver si el mayor caía bajo sus encantos,
como muchos otros lo habían hecho.

―No hablaba de ese precio―. A Sera se le revolvió el estómago


de solo pensarlo―. No pongas esa cara, no es lo que imaginas.
Estas tan afectada por lo que esos Normales hacían contigo que
tu cerebro lo asocia inmediatamente. Me refería a un intercambio
de información. Yo guardo tu secreto si tú me consigues
información que solo alguien que ha vivido en Ciudadelas puede
conseguir. Alguien que se ha relacionado con Normales. Alguien
como la hija de un militar importante.

Sera vaciló un momento, pero aquel ofrecimiento era


infinitamente mejor de lo que ella había pensado y estaba
agradecida de ello. Aún tenía contactos con los cuales conseguir
información como lo había hecho con su propia investigación, la
que tenía completamente abandonada. Aceptó las condiciones de
Yonu a cambio de su silencio.

―¿Qué es lo que necesitas que busque?― Una dulzura retorcida


se mezclada con su tono de voz.

―Esto es confidencial. Completamente extraoficial a los asuntos


con C1 ¿entendido?― Sera asintió y esperó a que el mayor le
contara sobre su búsqueda―. Los Alelos buscan a un Artificial
que ha atacado varios de sus grupos y desaparecido sin dejar
rastro. Tiene una enorme recompensa sobre sus hombros, sobre
todo vivo―. A Sera le temblaban las manos nuevamente―. Al
parecer también es buscado por militares y, según mis fuentes,
llevan intentando encontrarlo por años. Estuvo en manos de
soldados de alto rango por un tiempo y, mientras era
transportado, desapareció en el desierto misteriosamente.
Necesito información de cómo y donde desapareció. Información
que, según mis fuentes, los militares tienen y tú, siendo hija de
militar, puedes conseguírmela. Si la información concuerda con
mis averiguaciones, cobraré la recompensa y me iré de este
mugroso lugar. Tengo la seguridad de saber quién es.
CAPITULO 5: Cuatro habilidades

―¿Podrías elegir rápido?

Sera estaba de pie frente a la mesa de la sala de armas, con los


ojos de Neil, Will y la familia Hayden sobre ella. Sobre la mesa
había una serie de armas puestas ordenadamente según tipo.
Desde armas de fuego y cuchillos, hasta arcos y flechas
explosivas. Debía elegir un arma de cada tipo, probarla en el
campo de entrenamiento y elegir una con la que comenzaría a
entrenar todos los días. Según el código de los Artificiales, a los
quince año debes elegir tu arma y entrenarte, ser un experto, y
debía ser lo más adecuada a tu habilidad. Pero como ella ya tenía
dieciséis, estaba un año atrasada en el entrenamiento y debía
comenzar lo antes posible. Neil y Will estaban impacientes.
Ambos esperaban con ansias que arma elegiría Sera y finalmente
ver cómo funciona su habilidad. Tori, por otro lado, estaba
nerviosa. Ella también debía elegir pronto un arma. Según le
habían explicado, tienes todo un año a partir de tu quinceavo
cumpleaños para tomar una decisión. En el intertanto puedes
practicar con cada una hasta encontrar la que te acomode mejor.
Algunos Artificiales no se demoran en escoger, otros, como la
joven Tori, no logran decidir y sienten la presión de su Camarilla
sobre sus hombros, ya que se pierde tiempo valioso de
entrenamiento; tiempo que en una guerra no existe. Sera solo
había disparado un arma en toda su vida, y el enorme arsenal
frente a ella no se parecía en absoluto a su pequeña experiencia,
así que simplemente eligió tres armas al azar: Un arco negro con
varias flechas, una especie de machete y una sniper. Jóvenes y
adultos salieron de la sala de armas hacia la zona de práctica, un
espacio más allá de las dos dunas, hacia otros edificios en ruinas,
peligrosamente inestable. Era en ese espacio donde los Mayores
de la Camarilla llevaban a cabo sus entrenamientos
personalizados y los entrenamientos de estrategia. Podían verse
trozos de vidrios agujereados por las balas y algunos vestigios de
golpes contra el concreto. Joulie le dio instrucciones a Sera.
Debía probar cada arma en diferentes situaciones. Tres armas,
tres situaciones, y luego elegir una de ellas. Comenzó con el
machete, teniendo como compañero de práctica a Arthur, al cual
nunca había visto hacer nada más activo que comer y permanecer
sentado. Ni siquiera había visto sus ojos bajo las gafas oscuras,
las cuales nunca se quitaba. No habían pasado ni cinco minutos
de comenzada la pelea y Sera ya detestaba haber elegido el
machete primero. No coordinaba su vista con los movimientos de
su mano. No le servía mucho ver de lejos si su objetivo se movía
rápido y a corta distancia de ella. Terminó lanzando el machete lo
más lejos que pudo en cuanto Arthur trató de golpearla. Neil se
aguantó la risa mientras Will le pegaba codazos para que se
comportara, a pesar que él también parecía divertido. Sera, algo
avergonzada y malhumorada, tomó el arco y preparó una de las
flechas explosivas. No tenía ni la menor idea de cómo lanzar con
arco, por lo que apenas soltó la flecha, ésta no voló ni un metro,
haciendo explotar un trozo de vieja y polvorienta calle. Se dijo a
si misma que no tendría la paciencia suficiente para aprender a
utilizarlo, por lo que lo descartó. Solo quedaba probar la sniper y
ya se sentía algo frustrada por las risitas de fondo. Preparó el
arma inconscientemente. Apuntó hacia una ventana en lo más
alto de uno de los edificios en ruinas, a unos doce metros de
altura, y disparó. La ventana se hizo pedazos y un enorme trozo
de vidrio caía a gran velocidad. Sera cargó la sniper nuevamente
en cuestión de segundos y disparó al trozo en movimiento, el cual
se volvió polvo. Ninguno de los presentes emitió un sonido por
un instante. Miraban la escena atónitos.

―Hazlo otra vez―, dijo Neil completamente encantado.

―¿Hacer qué?―, pregunto Sera, como si lo que acababa de


hacer fuera lo más normal del mundo.
―¡Disparar a algo en movimiento!

―¿Qué acaso no lo pueden hacer?―, preguntó atónita Sera a


todos los presentes, los cuales negaron con la cabeza.

―Los que pueden ver a larga distancia, solo pueden hacerlo


manteniendo la vista fija en el objetivo. No pueden cambiar de
dirección como tú lo has hecho, hasta no ajustar la visión
correctamente―, explicó Arthur con serenidad en su voz.

Sera no comprendía muy bien el mérito de su acción, pero el


tener, por fin, algo de reconocimiento la hizo sonreír. El resto del
día siguió como de costumbre: entrenamiento, comidas, estudio y
devuelta a descansar. Ya comenzaba a ser algo aburrida la vida
en la primera Camarilla. Durante la cena, Caleb le explicaba que
las demás Camarilla tenían más “acción”, al estar ubicadas
bastante más cerca de las Ciudadelas, y porque también viven
más Artificiales en ellas, lo que hacía los entrenamientos más
dinámicos, las misiones más atractivas y el día a día algo menos
tedioso. Pero ellos, por ser la primera Camarilla y original,
estaban aislados, escondidos y siempre preparados. Son el pilar
de todas las demás Camarillas. Si C1 es destruida, se pierde la
fuerza Artificial, y no se refería solo a la fuerza física. Las
creencias, costumbres y lo que representaba ser Artificial se
perdería si C1 desaparecía.

Will dejaba ordenado el mesón donde se encontraban los radios.


Guardaba los archivos en sus lugares y ajustaba la frecuencia de
radio antes de que Yonu apareciera en la sala de
Comunicaciones. El mayor tenía ciertas mañas que Will había
aprendido a tolerar con el tiempo. Había días en los cuales no
hablaban, otros en los que se pasaban conversando de cuanta
información conseguían y Will se divertía en ambas ocasiones.
Yoshinori lo apoyaba en su hobby, más que su propio padre.
Cuando su mentor llegó a la sala de Comunicaciones, él ya tenía
todo listo para el turno nocturno.
―¿Irás a practicar?―, preguntó Yonu mientras se
deslizaba sobre la silla. Will asintió con la cabeza y avanzó hasta
la puerta.

―Aunque solo practiques quince minutos, disfrútalo. Si


te gusta hacer algo que consideras importante para ti, disfrútalo al
máximo. Nunca sabes cuando lo perderás.

Will sonrió a su mentor en señal de despedida y se retiró. A pesar


de que sus palabras contenían un leve tono agrio, Will sabía que
Yonu lo decía con buena intención. Aquello lo animaba
suficiente para continuar con su pasión.

Sus lecciones con Neil estaban terminando. En los próximos días


debía retribuir las enseñanzas con información sobre la vida en
las Ciudadelas. Había llegado, en el código de los Artificiales, al
capítulo sobre las habilidades. No solo debía aprenderlas, sino
que debía preguntar y analizar cada una de ellas, ya que es muy
útil saber cómo funciona cada una de ellas en una batalla.
Comenzó a imaginar que habilidades podrían tener los miembros
de C1. Recordó que no siempre las habilidades concordaban con
el aspecto físico de la persona, pero aun así no podía relacionar
las cuatro habilidades básicas y cuatro nuevas con Will, Neil o
cualquiera.

―Neil… ―. Se encontraban en la sala del segundo piso leyendo


algunos libros de historia antigua, que mostraban la búsqueda de
la perfección del ser humano, llegando a la clonación de células y
animales pequeños.

―Diga querida alumna―. Neil estaba recostado sobre el sillón


con un libro muy grueso abierto sobre su cabeza.

―¿Qué habilidades tienen los miembros de C1?―. Neil se quitó


el libro de la cabeza y de un salto se sentó en el sillón. Con una
mirada de malicia que incomodaba a Sera, sonrió respondiendo
una pregunta con otra.

―¿Por qué quieres saberlo?―, pero ella ya llevaba algún tiempo


planeando esta conversación y sabía perfectamente que contestar.

―Porque sería útil saber cuáles son las habilidades de cada uno
para poder coordinar una estrategia en una misión―. Neil
entrecerró los ojos, aceptando que ella tenía razón.

―¿Recuerdas cuáles son?

―Las cuatro básicas son: oídos sensibles, voz ultrasónica, fuerza


y visión a larga distancia. Las cuatro nuevas son: escuchar
pensamientos, visión de rayos x, cambio de voz y camuflaje.

―¿Por qué no mejor tratas de adivinar quien posee cuál? Puede


que las respuestas te sorprendan―. Sera aceptó el desafío
alegremente―. De acuerdo, uno sencillo: Mary.

―Escuchar pensamientos―. Ella ya habia tenido experiencia con


la habilidad de Mary. Era facinante, pero un poco invasiva.

―Muy bien. Ahora Ted.

―Uhm… visión a distancia, por la forma en que no despegaba la


vista de la carretera cuando volvíamos de Ciudadela 5.

―Correcto―. Neil soltó una pequeña risa―. Hay veces que a


Will le toca aplicarle gotas en los ojos porque se le secan. Muy
bien, ¿Caleb?

―No estoy segura―. Sera meditó un momento―. Quizás,


fuerza, por su tamaño quiero decir. Siento que podría derribar los
edificios en ruinas de una sola patada.
―Así es, vas muy bien―. Neil contenía una risa para poder
continuar con su papel de tutor, pero le habia causado mucha
gracia la imagen mental de Caleb derribando edificios. ―Que tal
Arthur.

―¿Oídos sensibles?― Sera se estaba divirtiendo con el


cuestionario que Neil le estaba haciendo.

―¡Error! Arthur posee visión a distancia ¿No te has fijado en sus


anteojos? No se los quita nunca porque sus ojos son muy
sensibles y el sol daña sus retinas―. El chico imitaba a su mentor
haciendo que la chica sonriera.

―¿Más sensibles que Ted?

―Muchísimo. Arthur puede ver el tornillo de la bisagra de una


puerta, a través de una ventana, a quince kilómetros de aquí. Pero
nada en movimiento como tú―. Sera se sonrojó―. Bien.
Siguiente: Irma.

―No tengo ni la menor idea―, confesó Sera. La anciana era una


de las personas que más le intrigaban en toda C1.

―Es una de las habilidades que más me gustan―, dijo Neil con
un tono de calidez en su voz―. Visión de rayos x. Y es muy
compleja de explicar. Ni yo entiendo bien. Ok, ahora Yonu.

―Oídos sensibles.

―Obvio, ¿verdad? De acuerdo, que tal Joulie, Francisca y


Alfred.

―Joulie…fuerza. Creo que Francisca podría tener oídos


sensibles y Alfred tiene las características de poseer fuerza.
―Correcto con Joulie, es algo bruta a veces. Pero ¡grave error
con Francisca! Por muy linda que sea, tiene voz ultrasónica.
Ojalá nunca la escuches cantar―, hizo una mueca de dolor.
―Correcto con el viejo Al también, incluso, creo que es más
fuerte que Caleb―. El chico balanceaba el grueso libro que había
estado leyendo hace unos momentos, sobre su dedo índice―. Por
último, lo mejor para el final, los jóvenes. ¿Tori?

―Quizás… visión a larga distancia―, intentó adivinar Sera.

―No. Solo heredó el color de cabello de su padre, no su


habilidad. Ella posee la segunda habilidad que más me gusta.
Tori puede hacerse invisible, o más bien, camuflarse con el
entorno. Y siempre ha sido muy escurridiza. Arthur y Joulie
tuvieron muchos problemas cuando aprendió a controlarla. De
acuerdo, ahora Will.

―Fuerza―. Neil sonrió burlonamente.

―Parece obvio, siendo tan grande y tosco, pero no. Will puede
cambiar su voz, imitar a cualquier persona o animal.

―Imitar a cualquier persona o animal ―. Se escuchó la voz de


Neil como eco desde la puerta de la sala, a pesar de que él
continuaba recostado en el sillón―. Adoro hacer eso―. Will
aparecía por la puerta aún imitando la voz de su mejor amigo, a
lo cual el chico de cabello azabache puso los ojos en blanco.

―Presumido. Tu habilidad es bastante útil, no la malgastes


haciendo una imitación barata de mi melodiosa voz. Además, te
falta actitud. Nadie creería que soy yo.

―Oh cierto, olvide la arrogancia y falta de respeto―. Will


intentaba no reír mientras Neil le sacaba la lengua. Sera
interrumpió a los amigos en sus pleitos sin sentido.
―Falta la habilidad de Neil, ¿cuál es?

Ambos jóvenes se miraron, y algo muy extraño se reflejó en los


ojos de ambos. Will miraba con orgullo a su mejor amigo,
mezclado con admiración y calidez. Mientras que Neil sostenía
una mirada avergonzada, camuflada por una sonrisa altanera que
apenas podía mantener.

―Vamos Neil, dile. Tiene que saberlo de todos modos.

Neil vaciló antes de hablar―: Tienes muy claro cuáles son las
cuatro habilidades básicas ¿cierto?

Sera asintió y las enumeró nuevamente―: Visión a distancia,


oídos sensibles, fuerza y voz ultrasónica.

―¿Cuál crees que es mi habilidad?

―Voz ultrasónica, eres demasiado irritante ―. Will estalló de


risa y tuvo que cubrirse la boca cuando Neil le dirigió una mirada
de odio.

―Sí, muy graciosa. Pero hablando en serio ¿quieres un segundo


intento?

Sera meditó por unos momentos cual podría ser. Recordó cómo
se puso Neil al escuchar las ruedas metálicas del otro vehículo al
llegar a C1, o el ruido de las ruedas al pasar por las vías llenas de
escombros. La respuesta parecía obvia.

―Oídos sensibles―. Neil negó con la cabeza.

―La respuesta es ninguna y todas a la vez.


Sera no comprendía lo que quería decir. Lo quedó mirando en
busca de alguna señal de que fuera una broma, pero no encontró
nada en su rostro.

―Neil posee las cuatro habilidades básicas, todas en menor


intensidad―, dijo Will después de un largo silencio.

―Eso es…― comenzó a decir Sera.

―¿Extraño? ¿Abominable?―, contestaba Neil con algo de asco


en sus palabras.

―Fantástico―, dijo Sera finalmente, con un brillo muy singular


en sus ojos verdes―. Q ue increíble que existan Artificiales así.

Volvió a reinar un silencio incómodo.

―Neil es el único Artificial, dentro de nuestros registros, que


posee cuatro habilidades al mismo tiempo.

―¿El único?― Sera lo encontraba imposible.

―Existen algunos Artificiales que poseen dos habilidades,


teniendo una más desarrollada que la otra―, explicaba Will―,
pero no hemos conocido a ninguno con más de dos, y menos
alguien más que posea cuatro.

―Y ¿saben las demás Camarillas que tienes cuatro


habilidades?― Sera se dirigía directamente a Neil, quien apenas
levantaba la cabeza para mirarla a los ojos.

―Les hemos dicho que Neil tiene dos, oídos sensibles y visión a
larga distancia, pero no les hemos dicho que posee las demás,
además de que puede regenerar sus heridas más ráp ido de lo
normal―. Will hablaba por Neil al ver que no contestaba la
pregunta que Sera le había hecho.
―¿Por qué?

―Porque la gente es celosa, incluso los nuestros―. Neil hablaba


con voz de ultratumba―. Los celos son complejos, pero siempre
están presentes. Incluso si alguien dice no ser celoso, siempre
tendrá una pequeña semilla plantada en su corazón. El truco es no
dejarla crecer. Es bastante difícil hacerlo cuando la gente solo se
preocupa de las diferencias de los que los rodean, en vez de
resaltar la igualdad. Los celos son parte del ser humano y tanto
Normales como Artificiales lo son. A pesar de que se refute este
hecho, creando guerras y destruyéndonos los unos a los otros,
somos todos iguales, con buenas características y malas
características.

Sera lo meditó por un momento. Ahora entendía la mirada de


Neil, temerosa, insegura y frágil. La mayoría de los Artificiales
debían sentir celos de él, y muy pocos tener la reacción que Will
y ella tenían. Comprendía esa mirada a la perfección. Ella
también había tenido esa mirada en sus ojos alguna vez. Miedo.
Rechazo. Todo por verse diferente. Le surgieron un millón de
preguntas que intentaban salir desesperadamente de su cabeza. La
mayoría acababa en un tema que se supone no debería saber, la
creación de Neil. Recordó toda su investigación dentro del último
tiempo, información de un Artificial superior a los demás, con
habilidades especiales, que había desaparecido en el desierto hace
años y que es buscado por Militares y Alelos por igual. Al
parecer con diferentes propósitos. No se atrevió a preguntar nada
más en ese momento. Ya tendría la oportunidad de corroborar
todo.

El día acababa y el cuerpo le pesaba por el cansancio. Habían


entrenado y estudiado el doble, o lo que ella sentía como el doble
de lo normal. Quería ir directamente a la cama cuando, sin
querer, escuchó una conversación en el pasillo.

―¿Me acompañarás con un bocadillo de media noche?


―Debo pasar esta vez, Will. Caleb quiere hablar algunas cosas
conmigo.

―Dejaré la luz de la habitación encendida para que no tropieces.

―Pero si tu pieza es muy ordenada.

―Por eso. Podrías tropezar contigo mismo o algo así.

―Yo no soy el torpe aquí.

―Que tu habitación tenga libros por todos lados no significa que


seas ágil. Siempre arrastras los pies y te sabes ese laberinto de
memoria.

Ambas sombras se separaron al final del pasillo en dirección a


sus destinos. Sera continuó su camino hacia la habitación de Neil,
actualmente su habitación, sin prestar atención a que alguien la
seguía. Antes de abrir la puerta azul con la letra N escrita, se
volteó velozmente para ver quien estaba en la oscuridad. No
había nadie. Solo el pasillo obscuro y tenebroso, con ventanas
rotas y suelo a medio limpiar. Se volvió hacia la puerta
nuevamente, pero esta vez escuchó claramente pasos detrás de
ella. Se volteó con intención de golpear lo que sea que estuviera
vigilándola, cuando se encontró con un cuerpo robusto y firme
que detuvo su golpe. Unos ojos verdes la observaban con duda, y
si no fuera por su cabello rojizo no se habría percatado que era
Will. Venía masticando la mitad de un sándwich y apenas podía
hablar, pero logró distinguir “pasa algo” en la oración.

―Me asustaste. Escuché pasos en el pasillo, pero no había nadie.

―Perdón, sé que camino fuerte―, dijo Will después de tragar.


―Aun así no estoy segura que fueran tus pasos los que me
asustaron. Es como si alguien me estuviera siguiendo―. Sera
observaba a su alrededor por si veía algo en aquella oscuridad.

―Creo que el cansancio te hace escuchar cosas―. Will intentaba


animarla.

―Puede ser―, dijo Sera con aún algo de duda―. Iré a dormir,
espero que no se me caiga ningún libro en la cabeza.

―¿Tienes problemas con Lecturalandia?― bromeó el pelirrojo.

―No realmente, pero Neil cambia algunos de posición y las


columnas a veces quedan inestables.

―Solo él entiende su orden…― Ambos sonrieron.

La sonrisa de Will volvía a tranquilizarla. A pesar de sus


facciones, el chico se veía bastante tierno. No pudo evitar querer
saber más sobre él. Saber que le gusta hacer o que cosas odia.
Podía haberlo conquistado en cuestión de segundos, si no hubiera
hecho aquella promesa a sí misma de no volver a ser la chica
fácil. Quería experimentar su adolescencia como una joven
normal, tomando el tiempo necesario para conocer a alguien y
que ese alguien la quisiera de verdad, no solo por una noche. De
pronto una pregunta apareció en su mente. Volvían las acciones
sin pensar. ¿Qué tenía este lugar que la volvía tan espontánea?
No pudo evitar que la pregunta saliera disparada de su boca como
una bala.

―Will―, dijo con un dulce tono de voz que intentó mantener


bajo control para no sonar como la de antes―. Y ¿tú tienes algún
hobby? Así como Neil lee hasta las sopas de letras…

―Pues…―. Will dudó ante la pregunta y su cara tomó un leve


color rojizo que combinaba con su cabello―. Me gusta cantar.
A Sera le brillaron los ojos. No sabía mucho de música, pero le
interesaba un poco más que los libros. Sus brillantes y verdes
ojos exclamaban “enseña me como cantas, por favor” y Will no
tuvo más opción que agregar:

―¿Te gustaría escucharme cantar?

Acto seguido, ambos entraban tras la puerta naranja con notas


musicales, la habitación de Will. Ordenada y limpia como
ninguna otra habitación que Sera hubiera visto en la vida, pero
con toneladas de ropa sobre el colchón, como si Will la hubiera
sacado toda para ver que se pondría hoy. El chico se disculpó por
el desorden y le hizo un espacio a Sera para que se sentara,
mientras él sacaba, de una caja azul, un music clip. Sera se lo
puso en la oreja derecha sin antes verificar quien era el autor
(alguien que no conocía o probablemente un cantante de hace
siglos). Apretó play al aparato y una hermosa melodía se
comenzó a escuchar.

¿Sabes en qué pienso al despertar?

¿En qué me inspiro para soñar?

No hay momento en que no estés presente, que no te extrañe.

La voz que se escuchaba era preciosa y la letra era un poe ma


deleitando los oídos de Sera, llegando hasta lo más profundo de
sus recuerdos y arrancando un par de lágrimas que no tendrían
razón de ser. De pronto comenzó a escuchar la misma voz en
estéreo. Ya no solo prevenía del music clip, sino de la habitación.
Will había comenzado a cantar en conjunto, imitando la voz de la
cantante a la perfección. No solo era una imitación de la voz,
prácticamente se apoderó de la canción, sintiendo cada palabra,
demostrando cada emoción y haciendo un increíble espectáculo
exclusivamente para ella.

Quiero creer que también me piensas y sueñas..

Quiero olvidar que ya no te tengo y no hay más de que hablar.

Quiero abrazarte nuevamente y sentir que contigo el mundo es


mío.

A pesar de que la canción era de otra persona, y no era la voz de


Will la que escuchaba, Sera estaba encantada. No podía despegar
los ojos del chico alto y robusto, el cual solo se reía de las bromas
de Neil y comía por montón. En el día a día se veía tan tranquilo,
simple y sin ningún interés algunos más que reír junto a su mejor
amigo. Ahora era alguien con personalidad, un ser radiante que
opacaba cualquier otra cosa en la habitación. Will era lo único en
lo que se podía fijar en ese momento.

¿Sabes que me arrepiento de ser como soy, de herirte como lo


hice?

A veces creo que volverás y perdonarás mis errores

Y quiero creer que así será…

Que inesperadamente,

Algún día dejaré de soñar.

Por primera vez se dedicó a observarlo con detalle. Era algo tosco
y fuerte, pero eso no lo hacía menos atractivo. Músculos
marcados por doquier, más marcados que Neil; ojos tan verdes
que los de ella parecían vidrio de botella de licor empolvada y
desgastada; nariz pequeña, y algo chata, cubierta de algunas
pecas que se perdían en su blanca piel, y su característico cabello
rojizo perfectamente cortado y peinado levemente hacia arriba en
la parte delantera. Will había dejado de cantar y Sera aún se
encontraba observándolo con mirada perdida. El chico carraspeó
incómodo y Sera salió del trance poniéndose completamente roja
de la cabeza a los pies.

―Generalmente solo imito, pero si quieres puedo mostrarte mi


verdadera voz con una canción que particularmente me
fascina―, dijo Will para matar el silencio incomodo que se había
apoderado de la habitación.

Sera aceptó, se quitó el music clip de la oreja mientras Will


sacaba, de la caja azul, un montón de hojas sueltas y arrugadas.
Las ordenó y se aclaró la voz un poco antes de comenzar a cantar.

Cuando nada tenía sentido para mí,

Solía caminar solo en la oscuridad

En aquel entonces no había otra manera de vivir o morir, no h ay


más posibilidades ni esperanza

Sera abrió los ojos por la impresión. La voz de Will era mil veces
mejor que la imitación de alguien. Le quedaba a la perfección.
Una voz grave, pero que a la vez se mantenía suave mientras
recitaba la letra de la canción; concordaba perfecto con su cuerpo
y sus facciones y transmitía sus emociones al igual que cuando
sonreía.

Pero de repente,

Encontré esos ojos verdes, y me miraron con bondad sublime


alzaron mi corazón y se llevaron mis pesadillas lejos.

Contigo todo, el viaje parece más claro y soy valiente.

La voz de Will acariciaba sus oídos y la sumergía en una paz y


tranquilidad absoluta. Will se sentó a su lado mientras continuaba
su interpretación, con la voz cada vez más cercana a un susurro.
Sera cerró los ojos y apoyó su cabeza en el hombro derecho de
Will. Perfecta combinación. Podía sentir la piel suave y cálida de
su brazo al contacto con el suyo. Era como sentir pequeñas
descargas eléctricas sobre los poros de su piel. La voz del chico
era apenas audible y, si no fuera por lo cerca que se encontraban,
le hubiera sido imposible entender lo que decía.

No sé si lo lograremos

pero desde que te conocí todo avanza por un camino brillante

Deja que me quede aquí,

a tu lado.

Déjame mirar una vez más esos ojos verdes,

déjame amarte para siempre

Una sensación de intenso calor nacía desde el fondo de su pecho,


que apenas la dejaba respirar. La cercanía de Will la estaba
poniendo nerviosa. La respiración de chico cada vez más cerca, y
el contacto de sus dedos, que se entrelazaban con los suyos, la
inquietaban aún más. Pero a la vez era reconfortante. Le hacían
sentir segura. Nunca se había sentido así con una persona.
Mientras Will terminaba la canción, la letra se iba perdiendo
entre sus labios y el susurro de su voz se convirtió en silencio.
Sus rostros estaban tan cerca que podía sentir el calor de las
mejillas del chico. Estaba completamente perdida en sus ojos
verde esmeralda, y su cuerpo avanzaba como por inercia. El
cálido y suave contacto de sus labios la hizo estre mecer por
completo. Sus labios eran tiernos y tibios, le hacían perder el
aliento y posiblemente derretirse en un instante si no fuera porque
él la había abrazado firmemente. Sentía las seguras manos de
Will a través de la delgada capa de ropa que llevaba puesta.
Esperaba que no sintiera el calor que se estaba apoderando de ella
en ese momento. Reprimía el impulso de convertirlo en un beso
pasional. Estaba tan acostumbrada a un trato más rudo, sexy y
que siempre llevaba a algo más, lo cual también arruinaba
momentos como estos, que no había tenido en años. El tierno
beso no duró mucho tiempo. Will se alejó suave y tranquilamente
sin verse alterado o alarmado. Una sonrisa tierna, junto con sus
ojos esmeralda, reflejaban lo mucho que le había gustado. Por
primera vez Sera no sentía culpa por el contacto con un hombre
(o mujer). Se sentía normal. Sentía, por fin, cosas que los
adolescentes de su edad deberían sentir al dar un beso. Le sonrió
de vuelta sin pedir más.

Subía las escaleras con pesar. Se sentía agotado. Las


instrucciones que Caleb había dado eran claras, y partirían a una
nueva misión mañana por la mañana. Por ahora solo podría
pensar en su cama, o más bien en el futón en el suelo de la
habitación de Will. A segundos de girar la manilla de la puerta,
Neil escuchó la voz de su amigo, estaba cantando. Era extraño
oírlo cantar a estas horas de la noche, casi en susurro y
completamente solo… o quizás no lo estaba. Se quedó inmóvil
frente a la puerta sin abrirla. Maldecía en su cabeza por esta
habilidad. Podía escuchar hasta el más leve sonido, incluyendo
los latidos de corazón de ambas personas dentro de la habitación.
Intentaba no pensar en lo que estaba sucediendo, pero las
imágenes aparecían esporádicamente, completamente inventadas,
pero que dolían de todas maneras. No es que hayan acordado algo
entre ellos a cerca de sus sentimientos hacia Sera, pero aun así,
un millón de agujas se clavaban en su pecho. Conocía a Will a la
perfección y desde que tocó el tema aquella noche, supo que su
amigo sentía algo muy fuerte hacia Sera. Por el contrario, él
intentaba no demostrar su interés, aunque claramente algo en ella
le llamaba muchísimo la atención. Dio media vuelta e intentó
alejarse para no escuchar. Pensó en dormir en su habitación esta
vez, solo por si Sera decidía… Se revolvió el cabello con las
manos y volvió a maldecir. En eso, la puerta de la habitación de
Will se abrió. Neil se quedó inmóvil. Lo observaban. El color
verde de los ojos de Sera contrarrestaba con el tono rosado de sus
mejillas. Su mirada avergonzada no era tan notoria como la de él.
Neil comenzó a caminar por el pasillo hacia la habitación de
Will, mientras Sera avanzaba en sentido contrario. Al cruzarse,
sus miradas conectaron por un instante. El tiempo se paralizó y
Neil se vio perdido en los ojos de ella. Contempló la blancura de
su piel, con esas pequeñas pecas que adornaban su rostro como
estrellas en el cielo. No pudo despegar la mirada de su cuello y
recorrerlo hasta regresar a su rostro, deteniéndose en sus labios
rosa que tenían un leve brillo. Una sensación extraña nació desde
el interior de Neil haciéndolo estremecer. A esto se referían los
libros que tanto leía con el término “mariposas en el estómago”.
Definitivamente le gustaba Sera.

Entró en la habitación. Will, tendido en su cama, sonreía de oreja


a oreja. La almohada de Neil voló directamente hacia la cara del
pelirrojo sacándolo del trance.

―Vuelve a la tierra Peeta. Tenemos una misión mañana―. Neil


se ponía pijama sin ver a su amigo a la cara.

―Odio que hagas referencia a libros. No entiendo―. Will le


devolvía a su amigo la almohada que había arrojado,
acomodándola sobre el colchón en el suelo.

―Te he recomendado cientos de libros y no has leído ni uno


solo, por eso no me entiendes―. No se había terminado de poner
la camiseta y doblaba su ropa con cuidado, cuando sintió la mano
de Will sobre su hombro.
―Hey… ¿Pasa algo?― Will intentó mirar a su amigo a los ojos.
Ese azul radiante que impresionaba a cualquiera y que él conocía
a la perfección. Se veía un poco opaco por las emociones que
trataba de esconder―. Ah, ya sé. Es por Sera ¿no es así? Sé que
nunca hablamos del tema, pero ella me interesa, y sé que a ti
también.

―No pongas palabras en mi boca―. El chico frunció el ceño


débilmente.

―No lo hago. Te conozco demasiado para poder diferenciar lo


que sientes, aunque no lo digas―. Will le dio unas palmadas en
el hombro―. No quiero pelear contigo por una chica.

―No me he enojado contigo, aún―. Neil sonrió forzadamente


tras ponerse la camiseta―. Además, ella no me interesa.

―Si claro, y los habitantes de Argent comen una vez a la


semana―. Will logró sacarle a Neil una media sonrisa―. ¿Te
parece si dejamos que ella decida? Eso sí, no dejaré que las cosas
se den solas.

―Nunca lo haces. Además, para ti es más sencillo, tienes más


donde escoger―. Los ojos verdes de Will lo observaban con
atención.

―Podría escogerte a ti―. Neil sonrió.

―Gracias, pero no gracias. No eres mi tipo. Muy torpe, pelirrojo


y… hombre.

―Bueno, si cambias de parecer ya sabes que te adoro―. Will


abrazó a su mejor amigo, el cual reclamó ante el contacto.

―¡No me toques, sucio plebeyo!― Neil soltó una pequeña risa


burlona y el tema fue olvidado―. Mejor vayamos a dormir. No
quiero que tu padre nos mate antes de la misión. Ciudadela 3 nos
espera.
CAPITULO 6: Emboscada en Ciudadela 3

La mañana siguiente había comenzado bastante agitada. Ted


cargaba uno de los vehículos con lo necesario, mientras el resto
de la Camarilla, exceptuando a Tori, se encontraba en la sala de
estrategias del área de Tropas. Estaban todos sentados alrededor
de la mesa ovalada que estaba cubierta por mapas arrugados y
algunos trozos de escombro que simulaban ser bases militares.
Sera conocía el mapa mundial de memoria. No era muy difícil,
sabiendo que solo había pocos lugares habitables y el resto era
desierto o jungla contaminada e inhóspita, contenida por Las
Murallas de Cristal. Se escuchaba un murmullo permanente en la
habitación, todos conversaban despreocupados, a pesar de que
tenían una misión por delante y posiblemente sería más peligrosa
de lo que pensaban. De pronto todos guardaron silencio ante la
entrada de Caleb a la habitación. Con una sonrisa amable, el líder
les pidió a todos que tomaran asiento mientras el estiraba un
mapa del sector 2A.

―Como ya saben―, comenzó a hablar Caleb―. Ésta es una


misión de suplementos. Necesitamos reabastecernos hasta el
siguiente trimestre. Según nos han informado las áreas de
Comunicación de otras Camarillas, llegará un cargamento
importante a Ciudadela 3, con el cual aprovecharemos de
abastecernos con lo necesario―. Dicho esto dirigió la mirada
hacia su hijo y a Neil.

Neil se puso de pie y caminó hacia la cabecera de la mesa. Se


paró junto al padre de Will, que le sacaba una cabeza de altura, y
se preparó para hablar.
―Todos ya me han entregado la lista de lo que hace falta en cada
área y han agregado a la lista común lo necesario―. Sera estaba
impresionada por el respeto que todos tenían hacia Neil. Esperaba
que Arthur, siendo el líder del área de Tropas, dirigiera la misión
y diera las instrucciones necesarias. Pero C1 confiaba en Neil.
Algo debió haber hecho para ganarse ese respeto. No pudo evitar
sonreír.

―Ejem…― Neil se aclaró la voz algo nervioso―. Todos ya


conocen sus obligaciones en cada misión, por lo que solo se
quedarán en la sala los que irán a la Ciudadela.

―El resto puede retirarse―, agregó Caleb con autoridad.

La mayoría se puso de pie y se dirigió a la puerta que daba al


desierto. Solo quedó en la sala Caleb, Arthur, Joulie, Will y Neil.
Sera estaba a punto de salir de la habitación cuando una mano se
posó sobre su hombro y la detuvo.

―Creo que sería una buena idea que tú también participaras en


esta misión―. Caleb tenía una voz cálida, muy contraria a la que
usaba para dirigirse a la Camarilla―. Será buen entrenamiento.

La chica asintió algo temerosa y se reunió con el resto del equipo


junto a la mesa. Arthur explicaba la ruta de los vehículos de carga
de Ciudadela 3, y la ruta que ellos utilizarían para acercarse a la
reja. Según le explicaba Caleb en voz baja, mientras Joulie y
Arthur planeaban con Will y Neil la estrategia a usar, pocas veces
se reabastecían de la misma Ciudadela. Era para evitar que los
habitantes los reconociera, por lo que solo han ido a Ciudadela 3
dos veces. Sera se acercó a mirar el mapa más de cerca. Algo no
estaba bien.

―El mapa esta incorrecto―, dijo sin despegar la vista de él. Los
demás miembros se voltearon a verla y de pronto se sintió
intimidada.
―Arthur y yo hicimos este mapa―, reclamó Neil con dolor en su
voz―. No insultes a nuestro bebé.

Sera se sentía un poco avergonzada al tener miradas expectantes


sobre ella, esperando una explicación. Will le dio un codazo a
Neil para que dejara de lloriquear por un trozo de papel.

―Pues, tu sentido de orientación es pésimo. Sin ofender―.


Caminó hacia la cabecera de la mesa, acomodó el mapa en la
posición correcta y, con un lápiz rojo, comenzó a garabatear
sobre él.

―Los bloques de Ciudadela 3 están orientados de diferente


manera que Ciudadela 5 y las entradas principales no están del
todo correctas, faltas algunos detalles. El lugar de embarque y la
entrada de este lado del continente están bien, pero la base militar
y la ubicación de los bloques están en dirección contraria―. Neil
soltó un grito ahogado, como una madre al sentirse ofendida―.
La cantidad de calles es mayor y la distribución de ellas en más
intrincada que en Ciudadela 5, la cual está construida en paralelo.

―¿Y eso de que nos sirve?―, preguntó Neil, aun herido por el
insulto.

―Saber la orientación de los edificios nos ayudará a trazar una


ruta rápida de escape. Además, evitaremos los puntos de
vigilancia militar que son aquí, aquí y aquí―. Sera indicaba con
el lápiz, los lugares por donde era más fácil acceder y los puntos
de distribución de mercancía, que iniciaban desde el lugar de
embarque hacia las distintas tiendas de la Ciudadela. Los demás
ponían atención y Arthur hacía anotaciones en un cuaderno
amarillo.

―¡Excelente!―. Caleb abrazó a Sera con uno de sus enormes


brazos, mientras trazaba rutas sobre el mapa― ¡Ésa es mi nueva
integrante!
Avergonzada por la situación, Sera observó el rostro de los
presentes. Joulie le dedicó una sonrisa aprobatoria, mientras
Arthur asentía con la cabeza sin despegar los ojos de su cuaderno
amarillo. Neil rodó los ojos sin mucho interés aunque no pudo
evitar que se le escapara una sonrisa, pero Will parecía inquieto.
Sonrió a Sera con dificultad. No habían cruzado miradas en toda
la mañana y posiblemente se sentía incómodo después de lo que
había pasado la noche anterior. Al recordar no pudo evitar
sonrojarse.

Tras salir de la sala de Tropas, el sol brillaba alto. Se dirigieron al


área de Transporte, donde Ted había terminado de arreglar el
vehículo y estaba listo para partir. Sera revisó su equipo mientras
Caleb daba instrucciones. Llevaba consigo dos cuchillos, una
pistola que fácilmente se podía esconder en sus botas; una cuerda
y dos ganchos de titanio, que no entendía para que podrían servir;
un pequeño bolsito atado a su cinturón, con bombas de humo y
otros explosivos; y un kit de emergencia microscópico que, a su
parecer, solo le serviría a un insecto. Llevaba puesto una camiseta
negra pegada al cuerpo, jeans elasticados también de color negro
(cortesía de Mary), y las clásicas y pesadas botas. Nunca había
usado tanto negro en su vida. Los otros tres chicos estaban
vestidos exactamente igual, con las mismas armas básicas y con
un leve brillo de emoción en sus rostros. En el vehículo había n
cargado lo necesario para una misión simple, las armas
personales de cada uno, incluyendo su nueva sniper; un equipo
real de primeros auxilios, dos tiendas de campaña, cuatro sacos
de dormir, agua, algo de comida y sacos de lona donde
transportar lo que robarán. Caleb preguntó a todos si tenían sus
beepers en la frecuencia de C1 y entre ellos. Según lo que le
había explicado Will en su visita al área de Comunicación, los
beepers funcionan con la frecuencia radial de la Camarilla más
cercana, en este caso C1. Más allá del rango establecido, los
beepers funcionan con una frecuencia pre seteada,
comunicándose con los beepers más cercanos. Son muy
importantes para mantener la comunicación con los demás
miembros del equipo durante la misión, pero los deja
completamente aislados en comunicación con cualquier otra
Camarilla, y está en sus propias manos cómo volver a casa.

Ted, que llevaba puestos unos lentes oscuros, abrió la puerta del
vehículo y se acomodó en el asiento del piloto. El asiento estaba
modificado para adecuarse a la postura y contextura del piloto
automáticamente; el cinturón de seguridad era casi un arnés que
lo mantenía fijo al respaldo. Junto al volante había un pequeño
botón rojo que, en caso de emergencia, suelta automáticamente el
cinturón de seguridad y le permite al piloto salir del vehículo,
incluso si está en movimiento. Pero como le había explicado el
viejo Al en el área de Transporte, no te conviene saltar de un
vehículo transciudadela mientras estás sobre la carretera eléctrica,
por el simple hecho de que no quedaría absolutamente nada de ti
al tener contacto con el suelo. Caleb le dirigió unas palabras a
cada uno, antes de subir al vehículo.

―Neil―. Caleb comenzó con el chico de los ojos azules, quien


se veía muy emocionado―. Eres el líder de la misión, y por líder
me refiero a que te encargas de coordinar llegada, ataque y salida
del equipo. No significa que lo que ordenes se cumpla cien por
ciento. Un buen líder sabe cómo adaptarse a las circunstancias y
llevar a cabo el objetivo de todos modos―. Neil asintió con la
cabeza y sonrió como si acababan de darle un regalo de
cumpleaños.

―Will―, continuó Caleb―. Eres el encargado de que la misión


se cumpla sí o sí. Neil coordina, tú efectúas. No me
decepciones―. Caleb denotaba seriedad mientras hablaba con su
hijo, quien lo miraba fijamente e igual de serio―. No quiero
errores―, agregó finalmente antes de dirigirse a Sera.

Sera vio que Will bajaba la cabeza con un leve tono de decepción
en su rostro. Luego, sacudió la cabeza, moviendo sus cabellos
rojizos, y volvió a mirar al frente con decisión.
―Sera―, comenzó Caleb, y ella volvió la mirada velozmente―.
Ésta es tu primera misión como parte de C1, y sé que serás de
gran utilidad. Solo tengo algo que decir antes que comiencen su
viaje.

Sera lo miraba fijamente, directamente a los ojos verdes, tan


similares a los de Will, pero con ese brillo de madurez y
sabiduría que el joven aún no poseía. Padre e hijo eran muy
parecidos físicamente, ambos caracterizados por su rojizo
cabello, ojos, rostro algo tosco, piel blanca y un robusto cuerpo.
Pero Will había heredado características de su madre, Mary, lo
cual lo hacía una persona más cercana. Una sonrisa sincera que
hacía los demás sonreír y olvidar sus problemas, unas leves pecas
en su rostro y, posiblemente lo mejor, el hecho de preocuparse
por los demás sin querer algo a cambio. Por el tono de voz de
Caleb, podías notar que sus palabras solo reflejaban la
importancia de cumplir el objetivo de la misión, aunque no lo
haga a propósito o con mala intención. Era simplemente su forma
de hablar como líder. Un buen líder sabe adaptarse a las
circunstancias y llevar a cabo el objetivo de todos modos. Sera
esperaba que las palabras de Caleb fueran alentadoras o quizás
una orden firme que debía ser cumplida. Pero fueron peor que
eso.

―No mueras.

El vehículo se encendió con un fuerte ruido y los cuatro estaban


en camino a su misión. Neil había dicho que sería copiloto esta
vez, así que Will estaba sentado junto a Sera en el asiento trasero.
Neil conversaba con Ted sobre alguna historia que posiblemente
había leído recientemente y que al parecer fascinaba al rubio,
aunque Ted era de esas personas que se impresionaba fácilmente.
Sera observaba a Will con detenimiento, se veía serio y algo
preocupado. No despegaba la vista del desértico paisaje que no
cambiaba en absoluto a medida que avanzaban hacia el norte.
Aún tenía la sensación de que, después de lo ocurrido anoche,
Will no era el mismo de siempre. No había tenido oportunidad de
hablar con él sobre el beso, y no estaba muy segura sobre que
debía hablarle realmente. Ni ella sabía que sentía al respecto. El
simple hecho de recordar aquel beso la hacía sonrojar de
emoción, pero la cara que Will tenía camino a la misión,
transformaba ese sentimiento en vergüenza. Posiblemente se
arrepentía de haberla besado, o de haberle enseñado su verdadera
voz al cantar. Lo que si estaba claro es que un silencio incomodo
crecía en la parte posterior del vehículo, que no lograba molestar
a Neil y a Ted, pero que estaba ahogando a Sera poco a poco.
Quería hablar del tema, saber si realmente esa expresión era por
ella, pero no sabía cómo iniciar una conversación sin sentirse
avergonzada. Nunca había pasado por una situación así, en que
sus acciones no llegaran a mayores y terminaran en dinero,
siempre era la otra persona la que iniciaba la conversación y
luego ella agregaba un poco de coqueteo para mantener el
ambiente. Tampoco había sentido nada por ningún chico en su
vida, incluso si alguno le atraía un poco, era simplemente trabajo
y el día siguiente todo quedaba olvidado. Intercambiaba miradas
entre la ventana y Will, quien seguía observando hacia el infinito
desierto con expresión perdida. Neil y Ted no dejaban de hablar y
estaban tan concentrados en lo suyo que Sera, tomó aire y se
armó de valor para hablar con el pelirrojo. Incluso si terminaba
en desastre, no podía ser más incómodo que este silencio. Estiró
la mano hasta tocar el hombro de Will con delicadeza y el chico
se volteó a verla con preocupación.

―¿Pasa algo?― Aún tenía esa mirada de tristeza, pero que iba
desapareciendo en sus ojos y era remplazada por duda y ansias.

―Nada serio, solo quería saber si estabas bien. Has estado muy
silencioso desde que salimos de C1.

Will bajo la vista. Había momentos en que el robusto chico se


veía indefenso y algo desamparado. Salía a relucir su inocencia y
lo débil que podía ser, que contrarrestaba muchísimo con su
contextura. Ese preciso momento, en el vehículo transciudadela,
era uno de ellos.

―Lo estoy―, dijo rápidamente. Luego levantó la cabeza y la


miró a los ojos―. Las misiones son un asunto muy serio para
mí.

―Así que ¿no tiene nada que ver con lo de anoche?― Will la
miró y sonrió dulcemente.

―Absolutamente nada que ver―, deslizó su mano hasta tocar


suavemente los dedos de Sera que le sonrió de vuelta―. Anoche
fue perfecto.

Ted y Neil rieron fuertemente. Seguían hablando de mundos


ficticios y Neil había dicho algo gracioso que casi hizo a Ted
desviar la mirada de la carretera. No habían prestado atención en
lo que ocurría en el asiento trasero, pero aún así, Will se sonrojó
levemente y retiró su mano para ponerla cómodamente sobre su
rodilla derecha.

―Y ¿qué opinas de lo de anoche?―, dijo el pelirrojo finalmente,


aun mirándola a los ojos. Su voz tenía un tono temeroso
mezclado con serenidad.

―Estuvo bien―, respondió tímidamente Sera―. Aunque no


estoy segura de lo que fue.

―No me mal intérpretes, no estoy exigiendo nada. Era solo por


curiosidad. Toma tu tiempo en descubrir que puede ser―.
Extendió su mano nuevamente en dirección a la mejilla de
Sera―. Solo quiero que sepas que para mí fue agradable, y que
me gustas.

Sera cerró los ojos y dejó que Will acariciara su rostro con
delicadeza. El contacto de su mano era inusual, y su palma era
casi del porte de su mejilla, pero sentía una sensación cálida y
placentera.

Ted interrumpió su conversación con Neil para anunciarles algo a


todos. Will retiró su mano rápidamente y se inclinó hacia
adelante, mirando a través de ambos asientos delantero s. Se
estaba haciendo tarde y la noche estaba próxima. Eso significaba
menos visibilidad para Ted, incluso si encendía las luces del
vehículo. Además, necesitaba descansar la vista, parpadear y
poder dormir un poco. Por lo que se detendrían y acamparían en
el desierto. Saldrían nuevamente a primera hora del día. El rubio
guio el vehículo hacia el este, alejándose de la carretera, y se
detuvieron tras una pequeña duna. Bajaron y descargaron las
carpas y sacos de dormir, el saco con provisiones y algunos
materiales para hacer una fogata. Ted y Neil armaban las carpas,
una junto a la otra, y discutían por si debían colocar las cuatro
estacas o si era suficiente con dos. El argumento de Ted era que
no saldrían volando con ellos dentro, mientras que Neil decía que
casas había volado en el desierto y terminado en algún lugar
llamado Oz, o algo así, por lo que debían clavar las estacas al
suelo. Will se encargaba de cocinar comida para cuatro personas.
Neil quería hacerlo, pero los demás sabían que no se moderaría
en la cantidad de comida a utilizar y al finalizar la misión
terminarían sacando algo de lo robado. A Sera le habían dado la
tarea de hacer la fogata, y estaba muy agradecida de ello. Tenía
experiencia en ese tipo de cosas, desde que su padre comenzó a
llevarla de campamento a las montañas cerca de Ciudadela 7.
Aún recordaba el olor a madera de pino quemada, junto a altos
árboles que cubrían el cielo con su frondoso follaje. Su padre
había comenzado esa tradición de acampar cada fin de semana
desde que ella tenía cinco años. Hasta los diez, él la había
acompañado y enseñado distintos métodos de sobrevivencia. A
los once años, además de enseñarle a disparar un arma, comenzó
a dejarla sola en los campamentos. Él solía decir que la finalidad
era sobrevivir tres días completamente sola y luego encontrarlo.
Dejaba pistas alrededor del bosque para ello, que siempre
terminaban en lo más alto de la montaña, donde luego veían el
amanecer y regresaban juntos a casa. Hasta que un día, cuando
llegó a la cima, él no estaba allí. Sacudió los pensamientos de su
cabeza y continuó encendiendo la madera seca. Escuchaba
reclamar a Neil que tenía hambre y a Will responderle, lo más
calmadamente posible, que tuviera paciencia. Ted sonreía y
trataba de calmar a ambos. Parecía divertirse con la situación y, a
la vez, acostumbrado a su papel de moderador. Desde que Sera
llegó a C1, se había percatado que Ted siempre sonreía. Estaba
constantemente alegre y disfrutaba de las cosas sencillas. Le
agradaba pasar el rato con cada uno de los miembros de la
Camarilla, aunque fueran pocos minutos. Hasta lo más mínimo le
sorprendía y trataba de aprender de las experiencias de los demás.
Cuando el fuego ya estaba listo, Will comenzó a preparar la
comida, un estofado que no se veía nada similar a las delicias que
preparaba Francisca. Pero comida era comida. Pasada una media
hora, donde Neil se quejó constantemente y Will trataba de no
golpearlo con el cucharón y repetirle cien veces que él no
pertenecía al área de Comida (y que no era precisamente un
chef), sirvió a cada uno una porción del estofado en pequeños
platos metálicos. Comenzaron a comer algo desesperados.

― El de Francisca tiene algo más de sabor―, comenzó a decir


Neil―. Pero por lo menos no lo quemaste como la última vez.

―Si sigues hablando, no tendrás segundo plato―, amenazó Will


con una mirada furtiva.

―¿Hay segundo plato?―, pregunto Ted emocionado.

Todos rieron relajadamente, considerando que estaban en pleno


desierto, prácticamente a la vista de cualquier enemigo, y no
debían darse el lujo de bajar la guardia. Sera preguntó a Ted si le
gustaba vivir en C1. Ella sabía que venía de otra Camarilla (se lo
habían comentado alguna vez durante la cena), a lo que él
respondió, con mucha sinceridad, que sí.
―Son como mi segunda familia―, comenzó a explicar el
rubio―. Mis padres estuvieron presentes durante la primera
Reunión Artificial y fueron los encargados de fundar C2 en el
norte. Yo nací allá. No es fácil vivir en C2, estamos
constantemente alerta, por estar muy cerca de Ciudadela 1 que es
prácticamente una base militar gigante. Pero se pasa bien. Se
consigue buena comida y tecnología, a veces es un gran riesgo,
pero somos muy agradecidos de tenerlas. A mis dieciséis me
reclutaron a C1, Alfred necesitaba a alguien que lo ayudara con
los vehículos y mis padres me recomendaron. Fue uno de los
momentos más felices de mi vida―. Comió otra cucharada de
estofado mientras su rubio cabello brillaba con la luz de la fogata.

―Así que ¿tienes dos tatuajes?―, continuó preguntando Sera.

―Así es.

Ted se quitó la camiseta negra que llevaba puesta, para mostrar


su espalda. Ambos tatuajes, con el 2 y el 1 dentro de círculos con
dos líneas cruzadas perfectamente dibujadas, estaban tatuados en
las dorsales 7 y 8 respectivamente.

―La segunda vez no duele tanto― Volvía a colocarse la


camiseta y a darle una cucharada al estofado―. Siempre trato de
hablar con C2, pero me gusta vivir en C1, tengo buenos amigos y
aprecio cada cosa que tenemos, aunque sea poco. Además, estos
dos me hacen reír muchísimo―, apuntó a Will y a Neil con el
tenedor, quienes sonreían con respeto.

―¿No extrañas a tus padres?

―La verdad es que un poco. Sé que ellos trabajan duramente en


C2 para mantenernos informados de todo lo que pasa en
Ciudadela 1, los cargamentos que vendrán y todo cambio que sea
importante reportar. Mi padre es el encargado de transporte ahí, y
siempre hablamos de vehículos―, sonrió mientras miraba el
cielo estrellado sobre sus cabezas―. Mi madre es la encargada de
comida y sí a veces extraño ese toque que ponía en cada comida,
pero Francisca hace un gran trabajo―. Volvió a sonreír con
orgullo y dio otra cucharada al estofado. Will y Neil se rieron
pícaramente―. Lo que si quisiera es conocer a mi hermano
menor.

―¿A qué te refieres?

―Nació cuando yo ya estaba en C1. Tiene la edad de ustedes,


dieciséis años. Su nombre es Mark. Nunca lo he visto en persona,
porque no he tenido la oportunidad de ir nuevamente a C2. No se
nos permite volver una vez cambiado de Camarilla, a menos que
un familiar muera o te cambies de Camarilla nuevamente. No
tengo el privilegio de ir a reuniones de líderes como otros―. Les
dedicó una mirada a los dos jóvenes a su lado―. Pero hablo con
él todos los días a través del radio que está en el área de
Transporte―. Ted se veía algo triste aunque mantenía una
sonrisa optimista que iluminaba su rostro―. Su habilidad es
cambio de voz, como la de Will, pero en menos proporción. Él no
canta.

―Debe ser triste―. Sera sintió un leve dolor en su corazón―.


No conocer a tu hermano.

―En absoluto. Aunque nunca lo he visto en mi vida, nos


llevamos bien, y a decir verdad no sé qué haría si lo viera. Me
gusta imaginar su apariencia. Lo imagino cómo yo, rubio, alto y
siempre alegre―. Los ojos de Ted brillaban de emoción, o quizás
por la luz de la fogata.

Finalizada la cena, lavaron los platos y apagaron la fogata. Los


tres chicos dormirían en una carpa mientras que Sera, junto al
resto de las cosas, en la otra. No sabía por qué se sentía tan
cómoda en ese ambiente, durmiendo a la intemperie con nada
más que una carpa como techo. Quizás extrañaba acampar en la
montaña, o quizás era la compañía de esos tres que la hacían
sentirse en casa. Pero ¿qué significaba “en casa”?

Soñó algo muy vivido esa noche. Se encontraba en una casa de


madera cerca de Ciudadela 7, con tres habitaciones y muebles
que la hacían bastante acogedora. Neil y Will estaban sentados en
un sofá en el living, y conversaban de algo q ue no recordaba.
También estaba Tori, quien preparaba algo de comer en la cocina.
En eso apareció Ted con su hermano, Mark, por la puerta de la
pequeña casa. No podía distinguir sus rostros, se veían
distorsionados, pero estaba segura de que sonreían. Se incluyeron
a la conversación de los otros dos chicos y el ambiente era
bastante alegre. De pronto el sueño se tornó completamente rojo,
y Ted calló al suelo en un charco líquido bajo su abdomen.
Despertó de sobresalto. Hacía frío. Debía ser de madrugada. Se
alistó con su equipo y salió de la carpa. Will preparaba el
desayuno mientras Neil desarmaba la otra carpa. Ted alistaba las
demás cosas en el vehículo. Sera llevó un saco de dormir al
transciudadela y se acercó a hablar con Ted.

―Hey―, habló con tono bastante bajo e inseguro― ¿Has


combatido muchas veces en otras misiones?

―Solo en dos―, respondió tranquilamente el rubio―. La verdad


es que la mayoría de las veces me quedo en el vehículo esperando
que regresen los demás. Soy el que entabla comunicación con
cada uno a través de los beepers y estoy ahí por si necesitan
ayuda.

―Ah. O sea no todos los Artificiales tienen experiencia en


combate.

―No todos salen corriendo a golpear Normales. No todos son


como Neil.
―¡Escuche eso!―, gritó Neil a lo lejos, mientras guardaba las
estacas. A veces se le olvidaba que una de las habilidades del
chico era oídos sensibles.

―Eso me recuerda―, continuó Ted―. Tienes que elegir un área.


No puedes vivir solo de entrenar y disparar objetos en
movimiento.

Sera guardó silencio. Según el código, ella debió elegir un área


hace años, pero por ser adoptada, le dieron un año de plazo para
tomar una decisión y comenzar a aportar en la Camarilla. No
había pensado en el tema y no tenía ni idea que escoger. Lo único
que sabía era cómo sobrevivir.

―Yo creo que te iría bien en el área de Salud. Se nota que te


preocupas por los demás y tu habilidad puede ser útil en
ocasiones de emergencia―. Ted terminaba de amarrar algunas
cosas a la parte superior del vehículo.

―No se absolutamente nada relacionado a Salud―, respondió


Sera algo avergonzada.

―No te preocupes, aprenderás. Además, Irma necesita ayuda.


Confía en mí, yo le dije a mi hermano que se uniera al área de
Tropas y ha sido la mejor decisión que ha tomado en su vida―.
Sonrió brillantemente.

Corrió algunos cabellos que se le habían pegado en la frente y se


quitó los anteojos oscuros. Sera aún no estaba segura si los ojos
de Ted eran grises o azul pálido, pero le llamaban muchísimo la
atención. Su rostro era alargado, de un tono de piel blanco y una
nariz alargada. Denotaba mucha madurez y carisma. No le
extrañaría que le dijera que también tiene una novia esperándolo
en C2.
Todos arriba del vehículo, retomaron su viaje hacia Ciudadela 3.
Ted le pedía a Neil que le indicara los valores en el tablero
mientras él no despegaba la vista de la carretera. Will miraba por
la ventaba nuevamente, con mejor cara que el día anterior. Sera
se sentía algo nerviosa a medida que avanzaban. No sabía cómo
iba a resultar su primera misión, ni cómo se las iba a arreglar para
escapar unos momentos, ir a la base militar y buscar la
información que Yonu le había pedido. No había olvidado
aquella conversación y le preocupada que si dejaba las cosas así,
Yonu revelaría todo su pasado.

Al parecer llegarían a media noche, unas dos horas antes de que


el cargamento llegara al embarque. Tendrían ese tiempo
disponible para preparar una estrategia y dirigirse a sus
posiciones. Detuvieron el vehículo unos dos kilómetros antes de
las rejas de la Ciudadela. Ted estacionó el vehículo tras un grupo
de edificios abandonados, cubiertos de arena, los cuales ya tenían
indicios de vegetación. Neil les dio una copia de la lista, con
cosas a robar, a Sera y a Will. Extendieron el mapa en el suelo
polvoriento y Sera les indicó la entrada oficial a la Ciudadela, el
lugar donde llegaría el cargamento (el cual tiene otra entrada
custodiada por militares) y las tiendas donde sería repartida la
mercancía. Neil estructuró una estrategia acorde a la finalidad de
la misión: recolectar la mayor cantidad de mercancía en la lista.
Will estaba encargado de 3 tiendas en medio de la C iudadela.
Sera le mostró cómo acceder a ellas por pasajes sin mucha
vigilancia por parte de los soldados y otros ciudadanos. Sera se
encargaría de dos tiendas cercanas a la base militar, que le cabía
perfecto a la misión personal que tenía en mente. Neil se
encargaría de recolectar mercancía directamente del embarque.
Mercancía que a veces no las distribuyen a la población y que son
llevadas a la base o reservadas para ser enviadas a Ciudadela 5
dos días después. Ted, como siempre, se quedaría en el vehículo
escuchando las transmisiones por beeper y sería el refuerzo por si
algo falla. Se dirigieron cada uno a su punto de entrada, desde
diferentes ángulos de la Ciudadela. A Sera le costó traspasar la
alta reja de metal que resguardaba las afueras de la Ciudadela, y
estaba segura que Neil y Will habían podido traspasarla sin
problemas. Se sintió frustrada por unos segundos y luego sacudió
la cabeza para volver a enfocarse en la misión. Caminó por los
oscuros pasajes hacia la primera tienda, a unos metros de la base
militar. Esperaba instrucciones de Neil en la oscuridad. Tenía su
nuevo beeper en la mano y miraba constantemente hacia la calle
por si aparecía algún vehículo de carga. Ted le había dicho que
dejaría su sniper cerca del punto donde accedería a la Ciudadela,
cubierta con tela de camuflaje. Si Will o Neil necesitaban ayuda,
cogería el arma y no dudaría en usarla. Se sentía algo nerviosa.
La base militar estaba tan cerca, y posiblemente no tendría otra
oportunidad como ésta. Dudo unos segundos antes de ponerse de
pie y decidir actuar antes que llegara el cargamento. Guardó el
beeper en el bolsillo y, lo más sigilosamente que pudo, se acercó
a la entrada principal de la base. El campamento militar de
Ciudadela 3 era bastante más grande que la que componía el
bloque 1 en Ciudadela 5. Tenía una amplia base conformada por
pequeños edificios de apartamentos y dos torres de vigilancia:
una orientada hacia el desierto y la otra hacia el pueblo. Todo de
un uniforme color amarillo indio. Dos vigilantes resguardaban la
entrada, ambos con un rifle y un cuchillo. Recordó que en el
mapa aparecía un callejón que daba justo al lado oeste de la base,
por donde podría colarse, aunque sería peligroso porque no
estaría resguardada por la oscuridad. Trató de hacerlo lo más
rápido posible y, subiéndose a unas cajas que había acarreado de
otro callejón, saltó sobre la pared de concreto. Tuvo la suerte de
encontrar una ventana abierta, la cual daba a un largo pasillo
solitario. Entró a la primera oficina que encontró, asumiendo que
era del líder de la Ciudadela, y comenzó a buscar en los
archivadores algo relacionado con Artificiales. Nada relevante
aparecía escrito en aquellos registros y ya se estaba dando por
vencida cuando vio un archivador en una esquina. Tenía
combinación y casi perdió la esperanza cuando, una serie de
números apareció en su mente sin razón alguna: 4, 8, 15, 16, 23,
42. El archivador abrió automáticamente con un leve sonido y
Sera comenzó a revisarlo lo más rápido que pudo. Encontró una
gran carpeta con detalles de ataques, muertes y desapariciones de
militares a manos de Artificiales. La última sección de ella estaba
etiquetada como “Fecha: 278 E.A., Explosión azul – Área 2A”.
Leyó rápidamente lo que decía la primera hoja. Algo relacionado
con el transporte de un contenedor humano, más bien Artificial,
vía área 2A, sin usar la ruta normal de carretera eléctrica, si no
que por pleno desierto. Eso significa que la carga no tenía
relación con asuntos militares, pero que fue requerida la ayuda de
la milicia para ser llevado acabo. Al parecer, lo que llevaban
explotó en un gran destello azul y los militares involucrados
murieron. Lo extraño era que los soldados que custodiaban la
carga no murieron en la explosión, sino que unos minutos
después. Se encontraron sus cuerpos en el desierto, con la cara
desfigurada a golpes y con un enorme agujero en el pecho donde
habían arrancado sus corazones y arrojado a la arena del desierto.
Los militares asumieron que fue un ataque Artificial para robar la
carga y que la tienen escondida desde entonces. Había anexada
una copia del aviso que ella robó del departamento de Ethan: “Se
busca Artificial con características diferentes a los demás. Se le
ha visto en varias Ciudadelas por no más de un día o dos. Es
extremadamente peligroso. Cabello negro y ojos azules como el
mar profundo son algunas de sus características. Cuidado si no
lo buscas, y si lo haces, llama al 6854378, pagaremos bien si lo
traes vivo. Vale un puesto en Argent.”, y la suma de dinero
equivalente a aquel puesto, que casi hace caer de espaldas a Sera.
Sacó el documento que acababa de leer y lo guardó en el bolsillo
derecho. Salió por la ventana tan rápida y sigilosamente como
entró y en unos minutos estuvo de vuelta en su posición, justo
para cuando Neil diera el aviso que los vehículos de carga
estaban en movimiento. Su corazón latía tan fuerte que pensó que
se le saldría por la garganta y respiraba apresuradamente. Neil y
Will ya habían comenzado a moverse hacia los vehículos y Sera
esperaba pacientemente que el suyo apareciera en la calle
contigua. Apenas se detuvo frente a la tienda, aprovechó de
dirigirse a la parte posterior del edificio. No tuvo que usar una
mini bomba para romper la solapa de la puerta trasera, estaba
abierta de todos modos. Era costumbre de las Ciudadelas que las
cargas de alimentos se entregaran por la puerta principal, como
cualquier cliente, y dejaban la puerta trasera para emergencias; en
caso de huir por algún ataque. Entró lo más cautelosa y
rápidamente que pudo. Se escondió en el pasillo más alejado a la
puerta delantera y sacó la lista de las cosas que necesitaba
recolectar. Le había tocado robar cosas sencillas como azúcar,
arroz y otros alimentos no perecibles, además de algunos
vendajes y requisitos que Irma necesitaba. Sus instrucciones eran
esperar que los soldados se alejaran con el vehículo y el dueño de
la tienda se retirara del lugar, dejando las cajas con mercancía en
la bodega. Cuando el lugar quedó en silencio, Sera salió tras el
pasillo de cereales y comenzó a recolectar lo que necesitaba. Iba
guardando todo en uno de los bolsos de lona emitiendo el menor
ruido humanamente posible. Luego se dirigió a la bodega, donde
la puerta estaba cerrada. Sacó de su pequeño bolsito una de las
mini bombas y la colocó en la puerta. Se abrió sin hacer ruido y
entró a la oscura habitación con suerte veía las siluetas de los
objetos a su alrededor. Aún así estiró sus brazos para no chocar
con ellos. Alcanzó las cajas recién guardadas y comenzó a
abrirlas con el cuchillo. Sacó solo lo necesario, mirando
cautelosamente a todos lados por si alguien aparecía. Salió
rápidamente por la puerta trasera y corrió con el bolso de lona a
medio llenar, a través del callejón oscuro hacia la segunda tienda.
A medio camino su beeper sonó. Era Neil que pedía reporte de la
situación. Will respondió rápidamente con solo dos palabras
“medio llenar”, y Sera asumió que estaba en la misma situación
que ella, avanzando hacia la siguiente tienda co n la mitad de la
lista ya recolectada. Respondió las mismas palabras y el beeper
volvió a quedar en silencio. Estaba a unos metros de la puerta
trasera de la segunda tienda cuando escuchó la mitad de una
conversación entre el dueño y uno de los militares.

―… atacarán su tienda.

―¿Está seguro?
―Afirmativo. Lo mejor será que se vaya. Déjenos esto a
nosotros―. El soldado permanecía firme mientras hablaba con el
hombre. Llevaba un sombrero que ocultaba sus ojos con la
sombra que proyectaba bajo la luz del farol de la calle.

―De acuerdo. Una cosa más ¿es usted nuevo en Ciudadela 3?


Generalmente es John quien viene a dejar el cargamento.

―John no estaba disponible esta noche. Yo lo he remplazado―.


El soldado esbozó una sonrisa.

El dueño entró a la tienda, seguido de dos hombres acarreando las


cajas. Unos segundos después, el dueño salió por la puerta trasera
y la cerró con llave. Sera estaba segura que los militares se
quedarían adentro y no convenía entrar utilizando una mini
bomba. Reportó la conversación a Neil quien, al parecer, estaba
algo ocupado derribando un par de soldados. El chico ordenó a
Sera que volviera rápidamente por su sniper y tratara de derribar
a los soldados que quedaban en la zona de cargamento, con dos
disparos certeros. Dicho y hecho, Sera corrió a través de oscuros
pasillos hacia la reja, lanzó el bolso de lona semi vacío hacia el
desierto, pero antes de poder saltar ella sobre la reja, un disparo
voló cerca de su oreja, impactando en un banco de arena. Del
callejón por el cual ella había salido, aparecía una figura alta,
vistiendo un traje militar café que combinaba perfectamente con
el tono moreno de su piel y sus ojos color miel.

―No sé si decir que es un gusto verte nuevamente―. Ethan


apuntaba nuevamente un arma hacia ella y esbozaba una sonrisa
maléfica. Tenía vestigios del golpe que Neil le había dado en la
cara hace un tiempo atrás.

Sera no se movió. Tenía la reja a sus espaldas y a Ethan a unos


metros de ella. Pero no se quedaría de brazos cruzados.
Sutilmente metió su mano en el bolsillo derecho de su pantalón
para activar el beeper para que Neil y Will escucharan la
conversación que estaba a punto de tener con el Alelo.

―Así que te cambiaste de Ciudadela―. Intentaba sonar lo más


amenazante posible.

―Así que aceptaste que eres una Artificial ladrona―. El moreno


no despegaba los ojos de Sera.

Mientras mantenía el arma apuntándole la cabeza, Ethan sacó un


celular y llamó a uno de sus compañeros.

―¿Ya tiene al de los ojos azules? Quiero darle una paliza antes
de entregarlo.

―¿Qué has hecho con Neil?― Sera se apresuró a preguntar. No


sabía si lo que el chico acababa de decir era cierto o era una
trampa para que ella revelara que no estaba sola en esta misión.
Quizás había cometido un error.

―Tu amiguito esta inconsciente. Tomó siete de mis compañeros


derribarlo. Sí que es un bastardo. Pero sabíamos que atacarían el
nuevo cargamento que llegaba hoy.

―¿Cómo es posible?

―Tenemos fuentes, por supuesto. ¿O acaso crees que los Alelos


solo son Normales? – Ethan reía burlonamente. Algo de sadismo
se reflejaba en sus ojos, algo que no estaba antes.

No había conocido muchos Alelos en su corta vida, pero sabía


que era un grupo anarquista que no les importaba la guerra.
Atormentaban a militares y a Artificiales por igual. Pero aún así
tenían su propio sistema. Se dividían en Alelos bajos y Alelos
medios, los que hacen el trabajo sucio, y Enlaces, los cuales
envían información de los objetivos a los Alelos bajos o medios,
sin ensuciarse las manos.

―¿Cómo remplazaron a los militares que se encargaban del


cargamento? Nunca hubieran dejado que un montón de
anarquistas tomaran el control.

―Muy simple―, río el moreno―. Matamos a la mitad.

Ted escuchaba la conversación que Sera estaba enviando a través


de su beeper desde el vehículo escondido y trató de contactar a
Neil. No hubo respuesta. Rápidamente intentó con Will, quien
respondió preocupado ya que también estaba enterado de la
situación. Will le comunicó a Ted que se encargaría de buscar a
Neil, después de arrojar el saco de lona lleno de alimentos por
sobre la reja. Ted rescataría ambos sacos de lona, el de Will y el
que Sera había arrojado previamente, e intentaría ayudar a sus
compañeros. El rubio tomó su ballesta y salió del vehículo en
dirección a la reja por el cual había ingresado Will. Unos minutos
más tarde, ya había recuperado el bolso del pelirrojo y se dirigía
nuevamente al vehículo para esconderlo. La misión eran los
alimentos, incluso si eran pocos, por lo que debían recuperarlos a
como dé lugar. Luego emprendió su camino hacia el punto de
ingreso de Sera, donde lo esperaba más que un bolso con comida.

Will había sacado el mapa y había elegido la ruta más rápida


hacia el lugar de embarque, sin importarle que lo vieran. La zona
de embarque estaba ubicada a las orillas del mar, separada por
una enorme reja metálica que dividía la Ciudadela de una amplia
zona, donde había estacionados varios transciudadelas de
diferentes tamaños. La zona de embarque estaba compuesta por
un muelle de cemento grueso, con una estructura de vidrio que
simulaba una cúpula, la cual daba directamente a la entrada de la
estación del tren submarino. Ciudadela 3 se comunicaba con el
continente norte a través de uno de los tres túneles submarinos
que existían y cada estación era muy moderna y cuidadosamente
resguardada. Al llegar a la entrada principal de la zona de
descarga, Will observó que estaba siendo vigilada por dos
soldados armados. El tren seguía en la estación y, cerca del
muelle, había dos Alelos uniformados custodiando a Neil, quien
estaba atado de manos y pies. Había otros dos Alelos
inconscientes en el suelo y dos vigilantes que se quejaban de
dolor. Posiblemente Neil les había dado una paliza antes de que
lo capturaran. Will asumía que era una trampa. Si querían a Neil
como rehén, ya lo hubieran llevado a donde quiera que debieran
llevarlo, pero no se habían movido de la plataforma, lo que
significaba que esperaban que alguno de ellos lo rescatara. En su
cabeza daban vuelta las palabras de su padre. Eres el encargado
de que la misión se cumpla sí o sí. Neil coordina, tú efectúas. Eso
significaba que los alimentos de la lista sean robados y llevados
de vuelta a la Camarilla como sea, sin importar que su mejor
amigo estuviera en peligro. Distinguió el bolso de lona de Neil, a
unos pocos metros de él. Estaba escondido tras unas cajas vacías
en el callejón y contenía la mitad de lo requerido. Posiblemente
Neil lo había dejado ahí a propósito, para que Will lo encontrara
y lo llevara de vuelta a la Camarilla. Ése era el objetivo. Pero
Will no iba a abandonar a Neil a merced de un montón de
anarquistas. Escuchó como Sera mantenía la conversación con el
Alelo y se le ocurrió un plan.

―¿Nos matarás a los tres como lo hiciste con los soldados?―,


dijo Sera tratando de mantener la calma, pero estaba segura que
el miedo asomaba por sus ojos.

―No―. Ethan se paseaba cerca de ella sin dejar de apuntarle la


cabeza con el arma―. Ellos murieron rápidamente y sin dolor.
Ustedes serán amarrados de las manos mientras el resto de mi
equipo les corta pedazos de carne como en la carnicería de
Ciudadela 1.

Sera tragó saliva. La imagen rondaba por su mente y su cuerpo


entero comenzó a sentiré el dolor de los cortes con navajas
imaginarias.

―Y a tu amigo de ojos brillantes lo ahogaré yo mismo en una


bañera. Luego le sacarle los ojos y los venderé como objetos
preciosos. Si pudiera, claro. Por alguna razón debo entregarlo
vivo, pero no especificaron en qué condiciones. Creo que le
cobraré algunos golpes.

―No lo creo―. La voz de Neil se escuchó fuertemente a través


del beeper en su bolsillo.

Ni Ethan ni Sera podían esconder la sorpresa. Neil estaba a salvo.


Había conseguido liberarse de los siete Alelos que lo apresaban y
venía en su ayuda. Ethan apenas podía esconder su asombro y
llamó rápidamente por celular de uno de sus compañeros.

―¿Qué ocurre? ¿Cómo es que ese estúpido Artificial se escapó?

―¿De qué hablas Ethan? Está aquí amarrado desde hace varios
minutos. No deja de sonreírme maliciosamente, eso sí.

―¿Qué está ahí? No entiendo que sucede.

Sera se dio cuenta enseguida de lo que sucedía. Will había


cambiado su voz a la de Neil para engañar a Ethan, quien había
bajado el arma. Sera aprovechó para sacar la pistola que llevaba
escondida en la bota derecha y dispararle al Alelo. La bala le
propinó un corte cerca de una costilla a Ethan, el cual comenzó a
sangrar. Debilitado, soltó el celular y comenzó a dispararle a
Sera, quien había comenzado a correr tras los edificios de la
Ciudadela. Escuchó como los demás Alelos gritaban de dolor a
través de su beeper. Ethan comenzó a perseguirla a duras penas.
Sera ingresó a uno de los oscuros pasajes y se devolvió al lugar
donde habían estado hace unos minutos, engañando a Ethan
quien aún continuaba buscándola por los alrededores. Saltó la
reja lo más rápido que pudo y recogió su sniper de la arena.
Corrió, jadeando, hacia una duna lejana. Subió a la cima y se
instaló con el arma lista para disparar. Visualizó a Ethan con la
mira y a Will quien ya había rescatado a Neil, el cual golpeaba a
los Alelos inconscientes en el suelo de la plataforma de tren.
Ambos chicos se dirigían al punto de ingreso de Sera, el más
cercano al vehículo y a su opción de escape. Ya habían lanzado el
bolso de lona de Neil cuando dos disparos impactaron en la
pierna y brazo del chico. Will disparó de vuelta al callejón
oscuro, donde Ethan estaba escondido. Sera lo tenía en la mira,
apuntaba directamente a la cabeza del Alelo, pero tenía dudas de
apretar el gatillo. Nunca había matado a nadie, no quería
rebajarse al nivel de Ethan, quien había asesinado a esos soldados
sin piedad. Le transpiraban las manos. Su dedo temblaba frente al
gatillo y apenas podía enfocar bien a través de la mira. Por muy
buena que su habilidad fuese, estaba asustada. No quería disparar.
No podía disparar. De pronto una flecha atravesó el hombro
izquierdo del moreno, quien propinó un grito ahogado. Ted,
quien cargaba ambos bolsos de lona, había disparado su pequeña
ballesta. Él podía verlo en lo más recóndito del callejón gracias a
su habilidad. Neil intentó subir por la reja. El movimiento alertó a
los verdaderos militares, quienes hicieron sonar la alarma. Neil
calló a la arena del otro lado de la reja, emitiendo horribles
quejidos de dolor. Ted había ido en su rescate e intentaba
levantarlo del suelo. Will no dejaba de apuntar al callejón. Sera
podía ver a Ethan sacándose la flecha del hombro y avanzando
por el oscuro callejón. Sacó su beeper e intentó avisar a Will,
pero ya había comenzado un tiroteo. Algunas balas habían
alcanzado la pierna izquierda de Will, obligándolo a arrodillarse.
Ethan no tenía intención de dispararle al pelirrojo, su objetivo era
Neil, su venganza por haberlo dejado inconsciente en Ciudadela
5. Disparó directamente a Neil, quien apenas podía moverse del
dolor. Un grito desgarrador se escuchó a las afueras de Ciudadela
3. Will se volteó a ver qué había sucedido. Sera dirigió la mira
del arma rápidamente hacia donde se encontraba Neil. Y la rubia
cabellera de Ted caía a la arena del desierto, en un charco de
sangre que salía de su abdomen, la cual teñía cada grano de arena
en el suelo.
CAPITULO 7: No hay tie mpo para llantos

El chillido de las ruedas metálicas sobre las vías de la carretera


era el único ruido que se podía escuchar en el vehículo que se
dirigía de vuelta a C1. Sera estaba sentada en el asiento trasero
junto a la ventanilla del lado derecho, mirando nerviosa a través
de la ventana, el desierto que cambiaba de pequeños cerros secos
con plantas y cactus, a dunas de arena blanca que cubrían
ciudades destruidas por las guerras. Intentaba distraerse con lo
que fuera, pero ni una nube en el cielo le permitía dejar de mirar
de reojo al asiento del copiloto. Neil estaba junto a ella. Había
puesto los bolsos de lona con alimentos junto a la ventilación
para que el aire acondicionado los mantuviera frescos y había
permanecido junto a ella sin decir una palabra durante todo lo
que llevaban de viaje. No leía o decía bromas como de
costumbre. Estaba sentado, cabizbajo, con ambos puños
apretados sobre sus rodillas y, por lo que Sera podía percibir,
muy tenso. El sol de mediodía brillaba alto. El calor se estaba
volviendo un poco insoportable y el aire del vehículo se estaba
viciando poco a poco, a pesar del aire acondicionado. A Sera le
costaba respirar, tenía una potente punzada en la cien que le hacía
doler hasta el cuello; su corazón palpitaba a mil por hora y,
además de mover inconscientemente una pierna, no dejaba de
morderse las uñas de la mano derecha. Tenía un sabor horrible en
la boca, una mezcla entre tierra y sangre que se le había quedado
entre las uñas. Se había herido cada uno de sus dedos de solo
morderlos y, para no comenzar con los de la mano izquierda,
había empezado a morderse el labio. Neil temblaba. Intentaba
con todas sus fuerzas mantener la calma, quizás para evitar verse
débil, algo que Sera tampoco podía permitirse. No entendía como
Will podía estar tan sereno. No, sereno no era la descripción
correcta, más bien impasible o quizás hosco. La misión a
Ciudadela 3 había terminado en un completo fracaso, aunque,
según el pelirrojo, el haber conseguido la mitad de los alimentos
no era una pérdida absoluta. No quería recordar lo sucedido la
noche anterior, pero su mente viajaba entre las desgarradoras
imágenes sin control, produciéndole un enorme y doloroso vacío
en el pecho y un asco casi incontrolable.

Sera soltó el arma tras ver a Ted desplomarse en la arena. Bajó de


la duna lo más rápido que pudo, pero sus pies se hundieron
irremediablemente, haciéndola rodar cuesta abajo. Su cabello y
su rostro se habían llenado de arena, lo cual no le importó en
absoluto. Corrió los más rápido que sus piernas le permitieron,
hasta donde estaban sus compañeros. Neil había dejado de
quejarse por el dolor de ambos disparos en su pierna y brazo, los
cuales sangraban levemente por unos diminutos agujeros. Estaba
impactado al ver a Ted tendido inerte sobre la arena. Will
apuntaba su arma a Ethan, quien había salido del callejón, con un
hombro ensangrentado y sin dejar de dirigir el arma hacia Will.
Sera había corrido hasta donde se encontraba Ted. Su cara estaba
cubierta de sangre y arena, su rubio cabello se había teñido de
rojo y sus ojos habían adquirido un tono gris obscuro. Tosía
sangre y a duras penas respiraba. Sera trató de tranquilizarlo lo
mejor que pudo, aunque ni ella se encontraba en calma. Neil, que
no se encontraba muy lejos de ellos, se había puesto de pie con
dolor. Su rostro estaba más pálido de lo normal y se alcanzaban a
ver ojeras de un tono azulado bajos sus ojos. Respiraba
agitadamente y el sudor le caía por la frente. Había llegado hasta
la reja arrastrando la pierna izquierda, afirmándose fuertemente
con una mano mientras sacaba su arma con la otra. Temblaba de
dolor, pero no dejó de apuntar al moreno mientras sus ojos azules
brillaban de ira.

―Por más que quiera dispararte entre esos irritantes ojos ―, dijo
Ethan mientras avanzaba hacia Will, sin dejar de observar de
reojo a Neil―. Mi misión principal era llevarte con vida y al
parecer ya no será posible. Pero no me iré con las manos vacías.
Hay algo más que necesito.
Sera, Will y Neil miraron con duda al Alelo. Nadie movió ni un
músculo porque, a pesar de todo, la curiosidad por saber de qué
hablaba los mantuvo en su lugar. Ethan desvió la mirada hacia
Sera sin bajar el arma.

―Entrégame el papel que tienes en tu bolsillo―, ordenó con una


voz grave y horripilantemente calmada. Extendió la mano
izquierda con dolor y apresuró a la joven.

―¿De qué hablas?― A Sera le temblaba la voz.

―No te hagas la tonta. El papel que robaste de la base militar,


entrégamelo ahora.

―¿Cuándo fuiste a la base militar?―, preguntó Will con un leve


tono de traición en su voz―. Neil había dado instrucciones de…

―Eso no importa ahora―. Neil hablaba lo más fuerte que podía,


apenas sosteniéndose de la reja―. Sera, dale el papel…

Sera se puso de pie junto a Ted, quien respiraba agitado y hacia


lo imposible por no tragar la sangre que cubría su boca. Metió la
mano en el bolsillo izquierdo de su pantalón, manchándolo todo
con la sangre del rubio. Caminó hacia la reja sin dejar de apretar
el papel dentro de su puño. Extendió su mano para entregarle el
papel arrugado y con leves manchas de sangre al moreno. Ethan
se acercó a la reja, intercambiando miradas entre Will y Neil,
mientras los dos chicos no dejaban de apuntarle la cabeza; tomó
el papel de la mano de Sera, sin antes sostenerla firmemente unos
momentos y sonreír maliciosamente. Lo guardó en su bolsillo
arrugándolo aún más de lo que ya estaba y, sonriendo como si
diera las gracias, comenzó a alejarse por el oscuro callejón.
Estando ya el Alelo fuera de su alcance, Will y Neil bajaron sus
armas. Neil se desplomó en el suelo y Will saltó la reja con
agilidad para correr hacia donde se encontraba Ted. El rubio
balbuceaba algo inentendible mientras una mayor c antidad de
sangre comenzaba a salirle por la boca, la herida en su abdomen
le impedía respirar cada vez más. Levantó temblorosamente su
mano derecha buscando algún rostro a quien dirigirse. Sera se
apresuró en tomar la mano del rubio entre las suyas para
calmarlo. Parecía perdido, como si buscara algo
desesperadamente entre una tormenta de arena. Inhaló a duras
penas antes de susurrar sus últimas palabras al viento. El leve
brillo que quedaba en sus grises ojos desapareció y su mano se
volvió pesada entre los dedos de Sera, indicando que se había
ido. Unas frágiles lágrimas brotaron de los ojos de la joven, las
que limpió con su antebrazo con rapidez. Sera no había logrado
captar las últimas palabras del mayor y ya estaba dando por
hecho que no las sabría, pero Will miraba a Neil expectante.
Cabizbajo, el chico de los ojos azules repitió las palabras dichas
por el rubio.

―Díganle a Mark…―, evitó a duras penas que su voz flaqueara.


Hizo una pausa para respirar y tratar de calmarse antes de
continuar― …que sonreír alejará el dolor.

Ya no pudo aguantar más las lágrimas que comenzaron a rodar


sin control por sus mejillas. Intentó secarlas nuevamente con su
antebrazo, pero ya no podía detenerse. No había tiempo para
ponerse triste. La alarma de la base militar seguía sonando de
fondo y las tropas pronto llegarían al lugar donde ellos se
encontraban. Will cargó el cuerpo inerte de Ted, mientras Neil
acarreaba los bolsos de lona. Sera se devolvió a la duna donde
había dejado su sniper y se deslizaba cuesta abajo en dirección al
vehículo, con la vista nublada por las lágrimas que no paraban de
brotar de sus ojos. Ted había cubierto el transciudadela robado
con una gran lona de camuflaje que lo hacía parecer parte de la
duna. Mientras Neil y Sera cargaban los alimentos y las armas en
el vehículo, Will acomodaba el asiento del piloto a su postura y
estaba listo para comenzar su vuelta a C1 y dejar atrás todo lo
sucedido.
Will no manejaba a tanta velocidad como Ted. Él sí despegaba la
vista del camino para revisar los niveles de energía en el panel.
En el asiento del copiloto, justo en frente de Sera, envuelto en
una tela gris ya manchada con sangre y ligeramente apoyado
hacia la ventanilla, se encontraba el cuerpo de l mayor. Era lo más
espeluznante que Sera había visto en toda su vida y, que digamos,
sí había visto cosas horribles en su corta vida. Frente a ella yacía
el cuerpo sin vida del rubio, quien había sido parte de su rescate,
quien alegremente había compartido sus primeros días en C1, y
había desayunado con ellos hace solo unas horas atrás. Entrada
en la zona radial de C1, Will avisó por el radio del vehículo que
ya se encontraban de vuelta y que tomaría tiempo su llegada, ya
que estaban utilizando el aire acondicionado. Cortó la
comunicación sin dar mayores detalles de lo sucedido. El aire
acondicionado no alcanzaba a ventilar en olor a sangre y carne
que comenzaba a emitir el cadáver por el calor del día. Sera
continuaba mordiéndose las uñas, en un intento fallido para evitar
percibir el aroma. Irremediablemente recordó sus últimos
momentos con Ted. Había intentado detener la hemorragia del
abdomen del rubio con sus manos, lo que había sido en vano.
Comenzó a sentir nauseas al recordar sus manos cubiertas de
sangre y arena, y los rastros que posiblemente queda ron en sus
uñas y ahora estaban en su boca. Extrañaba los comentarios de
Neil, por lo menos disminuirían la tensión del ambiente, pero el
chico continuaba inmóvil, con las manos sobre sus rodillas y la
cabeza agachada, sus cabellos oscuros sobre su rostro y algo de
sudor que resbalaba por su cuello. Había una enorme mancha de
sangre en la pierna izquierda de su pantalón y un agujero en
medio de éste, por donde había ingresado la bala. Su brazo
izquierdo no se veía mejor. Sangre seca y grotesca le llegaba
hasta el codo, pero no lograba ver de dónde había brotado. Sus
náuseas aumentaron horriblemente, y quiso decirle a Will que
detuviera el vehículo un momento. El simple movimiento de éste
empeoraba la situación, pero Neil se le adelantó.
―Detén el vehículo…―, dijo Neil en una voz casi moribunda.

Will suspiró y, calmadamente, comenzó a detener el vehículo en


medio de la carretera eléctrica. El color volvía a sus dedos tras
soltar el volante. A pesar de verse sereno durante todo el camino,
Will había tensado sus manos a tal punto en que le dolía abrir y
cerrar los puños. Neil, casi tan blanco como el papel de sus libros
y sudando a más no poder, abrió la puerta de una patada y se
arrastró al suelo lo más rápido que pudo. Sera no lograba verlo,
pero podía oírlo vomitar a orillas de los rieles de la carretera. El
hecho de escucharlo generaba desagradables imágenes en su
cabeza, lo que produjo que su asco incrementara. Intentó con
todas sus fuerzas contener sus nauseas. No se permitiría vomitar,
no permitiría que la vieran vulnerable. Ya no sabía que más hacer
para distraer su mente. Will respiraba profundo para mantener la
calma, Neil no dejaba de expulsar lo poco que le quedaba del
desayuno de esta madrugada, y el cuerpo de Ted desprendía cada
vez más olor a carnicería al apagarse el aire acondicionado.
Abrazó sus rodillas y apoyó su cabeza en la ventanilla. Cerró
firmemente los ojos y trató de pensar en algo alegre que la
calmara, pero lo único que podía imaginar eran más situaciones
trágicas que concluían con la muerte de Ted una y otra vez.

―Deberíamos volver―. Will había apoyado la cabeza en el


volante y apretaba los ojos con fuerza. Sera no sabía si lo hacía
de dolor, por el balazo que le propinó Ethan en la pierna
izquierda, o porque aún trataba de mantener la calma―.
Debemos llevar los alimentos de vuelta antes que el calor
comience a dañarlos.

¿Los alimentos? ¿Realmente le importaban más los alimentos que


Ted? Sera solo podía pensar que el rubio se merecía un momento
de respeto y también se necesitaba tiempo para que tanto ella
como Neil (y posiblemente también Will), aceptaran la muerte de
su compañero. Le dieron ganas de golpear a Will en plena cara y
gritarle unas cuantas cosas, pero temía que si abría la boca
vomitaría, y no solo palabras. Se quedó retorciéndose de dolor en
el asiento trasero, respirando lo más profundo y calmado que
pudo.

―¿No podemos esperar unos minutos?― Neil, quien ya había


dejado de eliminar jugos gástricos de su interior, se levantó
tambaleándose y caminaba de vuelta al vehículo. Se recargó en la
puerta izquierda y trataba de quitarse el sudor de la frente―.
¿Descansar un poco por ejemplo?

―Sabes que no podemos―, respondió Will con algo de pesar en


su voz, como si ya lo hubiera repetido cientos de veces.

―¿Ni siquiera para tomar un poco de agua, recuperarnos de


nuestras heridas, decir unas palabras hacia Ted?

El silencio volvió a reinar entre ellos. El calor del día se estaba


haciendo devastador, y si no comenzaban a moverse pronto se
achicharrarían bajo el sol del desierto.

―Debemos llegar pronto y reportar lo sucedido a mi padre―,


respondió Will con dolor en su voz―. Debemos terminar la
misión, y llevar el cuerpo de Ted de vuelta a casa.

Neil se acercó a la ventanilla del piloto y miraba a Will con una


seriedad que Sera nunca había visto en sus ojos.

―Y ¿por qué no reportaste lo sucedido por el radio?

Era una excelente pregunta. Según las obligaciones del área de


Comunicación, se debía reportar todo lo sucedido en una misión
a penas alcanzaran el rango de C1. Pero Will parecía inmutable.
Seguía con la cabeza apoyada en el manubrio del vehículo sin
abrir los ojos, sin dirigirle la mirada a su amigo.
―Cuando lleguemos reportaré que Ted murió mientras íbamos
en camino a C1.

―¡Aun así debes reportar que estaba herido de gravedad!― Neil


alzaba la voz con una fuerza que era imposible imaginar de
donde estaba obteniéndola, después de dos disparos de bala y
expulsar todo lo que se encontraba en su estómago.

―Independiente de eso, está en el Código volver a la Camarilla


con los heridos o… muertos. Sea cual sea las circunstancias. Así
que cumplir la misión de llevar alimentos es primordial. El llevar
a Ted es secundario y… obvio―. Will trataba de mantener la
calma en su voz, pero comenzaba a desvariar. Quizás porque ni él
estaba cien por ciento seguro de la decisión que estaba tomando o
quizás intentaba imitar alguna voz para ocultar la suya.

―¡Al diablo con el código!― Neil golpeó con fuerza el metal del
vehículo, abollándolo un poco.

Will y Sera se sobresaltaron con el golpe. El pelirrojo lo miraba


asombrado. Los ojos azules de Neil brillaban con furia.
Intimidaban tanto que Sera había contenido el aire dentro de sus
pulmones y no emitía ni un solo ruido. Will inhaló
profundamente, frunció el ceño y miró directamente a su amigo a
los ojos.

―A ti no te importa en absoluto lo que Caleb dirá sobre la


misión. A mí sí. Y al que criticará toda falla y el más mínimo
detalle a corregir en ella, será a mí. Por lo que decidí no reportar
lo sucedido porque es la única crítica que estoy seguro que mi
padre hará, y que podré manejar a la hora de la verdad.

Neil apretaba los puños y no dejaba de mirar con furia a su


amigo.
―¿Por qué siempre tienes que pensar en qué dirá tu padre? Ted
era nuestro amigo, nuestro compañero. Se merece una despedida
digna, unas palabras de sus compañeros de misión antes de la
ceremonia. Lleva horas sin vida y...

―¿Desde cuándo te importa tanto la gente que te rodea?


Generalmente eres un yo-yo. Yo, yo, ¡yo! – Will comenzaba a
alterarse.

―No vale la pena darte explicaciones, el ególatra aquí es otro.

Neil dio la espalda al vehículo y comenzó a alejarse hacia pleno


desierto. Will había perdido la paciencia y bajó del vehículo,
dando un portazo al salir, que dejó a Sera pegada en el techo.
Caminaba con paso firme hacia su amigo y sin previo aviso ni
vacilación, le dio un golpe en la cara.

Después de eso, todo pareció ocurrir en cámara lenta. Neil saltó


sobre su alto y pelirrojo compañero con furia en su mirada.
Ambos cayeron al suelo, levantando una nube de polvo a su
alrededor. Neil golpeaba a Will en el rostro, mientras este
intentaba cubrirse con sus brazos. El pelirrojo se lo quitó de
encima con una patada, mientras Neil maldecía todo lo pasado,
presente y futuro del chico. Sera había quedado atónita al ver
como habían comenzado esa ridícula pelea y como estaban
perdiendo el tiempo para cualquier otra cosa que debían hacer.
Abrió la puerta rápidamente y bajó del vehículo olvidando toda
nausea o dolor que pudo haber sentido antes. Corrió hacia ellos
gritando que se detuvieran, le preocupaba que ambos se sacaran
los ojos y la tráquea, o algo peor. Sin dejar de golpearse uno al
otro, Will cambiaba a la voz de Neil y lo imitaba una y otra vez
para irritarlo, y Neil sacaba en cara todo lo malo que su amigo
tenía. Sera comenzaba a desesperarse, debían volver pronto, no
solo por los alimentos o Ted, sino porque se encontraban en una
carretera de uso militar. En cualquier momento podía aparecer un
transciudadela lleno de soldados y transformar esto en algo
mucho peor. Pero nada de lo que dijera detenía a esos dos. Era
como si ambos tuvieran los oídos llenos de arena (que era
bastante posible por todo lo que se habían revolcado dándose
golpes en el suelo del desierto). Se le ocurrió una idea algo
alocada. Corrió devuelta al vehículo, abrió la puerta del lado
donde Neil estaba sentado, trató de agarrar algunos alimentos que
cayeron del bolso de lona que se encontraba abierto, se estiró
para alcanzar un arma que estaba bajo el asiento del piloto,
evitando mirar el cuerpo de Ted envuelto en la tela gris. A esas
alturas ya estaba furiosa. Seguía escuchando como ambos chicos
se daban golpes que posiblemente rompían huesos. Caminó de
vuelta a ellos con tal rabia que cada paso que daba resquebrajaba
la tierra. Estando a tres metros de ellos, levantó el arma y disparó
al aire. Ambos chicos se detuvieron inmediatamente y la miraron
con asombro. Sera continuaba apuntando al cielo, y sus ojos
verdes reflejaban no solo enojo, si no que algo de decepción
también. Se habían comportado como verdaderos niños,
golpeándose y discutiendo por cosas inútiles. Quizás el calor y el
cansancio les habían afectado, pero, a su parecer, no era motivo
suficiente para llenarse la cara de moretones. Neil y Will se
pusieron de pie inmediatamente. Ambos tenían el cabello
revuelto y cubierto de arena, la ropa algo destrozada, con arena
pegada en los lugares donde estaban las manchas de sangre;
moretones en brazos y cara y algunos cortes que para Neil no
eran nada. Miraban a Sera atónitos, casi con la boca abierta.

―Dejen de comportarse como niños―. Sera había bajado el


arma y les gritaba sin piedad―. Debemos volver no solo por los
alimentos o Ted, sino porque estamos en plena vía militar. No
quiero terminar en una celda después de todo lo que ha pasado. Y
si no comienzan a moverse, el próximo disparo no lo daré al aire.

Dicha la amenaza, Sera dio media vuelta y volvió al vehículo,


lanzó el arma al suelo de éste y se sentó indignada en el asiento
trasero a esperar a ambos jóvenes. Neil volvió a sentarse junto a
ella y acomodó los bolsos de lona bajo las rendijas de ventilación.
Will ajustó el asiento del piloto rápidamente y encendió el
vehículo lo más rápido que pudo. Pulsó un par de botones en el
tablero, revisó los niveles de energía y en menos de dos minutos
ya estaban de vuelta en el camino. El silencio permaneció entre
ellos por varias horas, con la diferencia de que ya no era la
tristeza la que lo producía. Sera miraba nuevamente por la
ventana, aun algo molesta. Sentía la mirada de Neil sobre su
hombro, pero no tenía ninguna intención de mirarlo a los ojos ni
dirigirle la palabra. Lo único que tenía en mente era volver a C1
lo más rápido posible, descansar y después lidiar con las
consecuencias.

Detuvieron el vehículo a unos kilómetros de la Camarilla. Neil y


Sera descargaron los bolsos de lona y las armas, y comenzaron a
caminar por el desierto hacia el edificio en ruinas que componía a
C1. Will había continuado con el vehículo hacia el lugar donde el
área de Transporte guardaba los transciudadelas robados. Casi a
unos metros de llegar a la entrada principal del edificio, Will se
les unió en el camino, cargando el cuerpo de Ted envuelto en la
tela gris. A su encuentro estaban Mary, vistiendo una blusa
blanca con delgadas rayas celestes, unos pantalones negros
ajustados y sandalias con tacos tan altos que Sera se preguntó
cómo no le dolían los pies; Irma, quien se veía más baja de lo
normal junto a Mary, con ropa holgada con detalles de flores
moradas que combinaban con el color de su cabello, una bata
blanca y sus anteojos que resbalaban lentamente por su nariz; y
Yonu, con ropas negras, que al parecer eran tres tallas más
grandes de las que necesitaba, porque se movían con descontrol
al caminar hacia los jóvenes.

―Will, ¿qué pasó?―, preguntó Yoshinori con indignación a su


discípulo―. Debieron llegar hace una hora y no…

Yonu se detuvo en seco al ver lo que Will cargaba. Su rostro paso


de seriedad a genuino asombro. Mary se cubrió la boca con las
manos para ahogar un grito y salió corriendo hacia el interior del
edificio. Irma se acercó a ellos lo más rápido que pudo y
comenzó a revisar las heridas de Neil, Sera y Will. Los chicos no
habían alcanzado a explicar absolutamente nada de lo sucedido
cuando Mary regresó con Caleb. Su rostro cambió en cinco
emociones diferentes en tres segundos. Desde preocupación hasta
enojo y decepción. Will, quien estaba junto a Sera, tragó saliva y
se tensó al ver a su padre acercarse a paso firme. Sera esperaba
que Caleb explotara en furia y reprendiera a Will en frente de
todos, pero en vez de eso suspiró y le dio una palmada en el
hombro a su hijo, como de aprobación. Neil dio un paso al frente
y comenzó a relatar lo sucedido, con algunas intervenciones de
Will, quien daba su versión de los hechos. Ambos omitieron
detalles: el papel que Sera entregó a Ethan, cuando Ted murió
realmente y la discusión que tuvieron en pleno desierto. Ya
estaba acostumbrada a mentir, así que no se le hizo difícil apoyar
lo dicho por ambos chicos, aunque las caras tristes de los
Mayores le estaban complicando el trabajo. Caleb se encontraba
sereno, escuchaba el relato sin interrumpir y al parecer hacía
notas mentales de cada detalle. No parecía que fuera a discutir el
resultado de la misión, ni que fuera a descargar su ira contra Will
especialmente, solo se veía preocupado y sus ojos verdes
viajaban de Neil a Will y a veces se posaban en los de Sera. Al
terminar el reporte, Caleb tomó el cuerpo de Ted entre sus
grandes brazos y comenzó a caminar hacia el edificio. Dio
instrucciones a Yonu de avisar a la familia de Ted en C2, a Irma
para chequear el estado de salud de los jóvenes lo más pronto
posible, y a Mary de comenzar los preparativos para el funeral.
Francisca, Alfred y los Hayden se encontraban en la entrada con
caras de preocupación y esperaron a que Caleb les informara lo
sucedido. Irma guío a los tres jóvenes al interior de la Camarilla,
directo a la enfermería, hablando cosas médicas que ninguno de
ellos entendía o no querían entender. Sera observaba a Will quien
parecía calmado, aunque algo de preocupación se reflejaba en sus
ojos verdes.

Sera le aseguró mil veces a la líder del área de Salud que se


encontraba en perfectas condiciones, pero ella insistió en
realizarle un chequeo completo que incluía desde toma de presión
hasta su habitual revisión con su visión rayos x. Irma anotó en
una ficha clínica todo los resultados, incluyendo la buena
cicatrización de su tatuaje. Le indicó que descansara mientras ella
iba a revisar a Neil, quien se encontraba en la camilla contigua.
Sera se sentó con pesar y se estiró como no lo había hecho en
días, sus codos y rodillas se lo agradecían. Will descansaba en
una camilla detrás de una gruesa cortina a su lado izquierdo. Él
había recibido mucho más daño, el balazo en su pierna, que al
parecer solo había rozado su muslo izquierdo, pero no dejaba de
ser doloroso; algunos golpes y contusiones, que no sabía si eran
por la pelea con los Alelos o con Neil. Sera corrió la cortina y se
sentó a su lado. Él le sonrió como siempre, una amable sonrisa,
tierna y amigable. Tenía pequeños parches en los cortes de su
rostro, sobre la ceja derecha y bajo el pómulo izquierdo y una
venda en la pierna. Parecía un niño que acababa de caerse
rodando por la duna que sus padres le prohibieron que subiera.
Esa seriedad que había mostrado antes y durante la misión, se
había esfumado, dejando al Will de siempre, alguien tranquilo,
que ilumina el lugar con su sonrisa y empatía.

―¿Te encuentras bien?―, preguntó Sera

―En perfectas condiciones, algo apaleado quizás―, respondió


Will tranquilamente.

Sera le sonrío de vuelta y él tomó su mano suavemente.

―Caleb no lo tomó tan mal como esperabas―, agregó Sera,


observando el rostro del pelirrojo. Will bajó la mirada.

―Mi padre no es tonto, sabe que escondimos parte de la verdad y


estoy seguro que vendrá a buscarme por respuestas, además de
resaltar todo lo malo realizado en la misión.
Sera no sabía que decir para que Will se sintiera un poco mejor.
Ella nunca tuvo problemas con su padre, él siempre fue
comprensivo y no espera que ella sobresaliera del todo. El solo
hecho de pasar tiempo de calidad con ella, porque algún día
podría no volver, era suficiente para él.

Del otro lado de la habitación, escuchaban a Neil discutir con


Irma. Él alegaba que se encontraba en perfectas condiciones y
que no necesitaba ninguna atención. Las heridas de Neil estaban
prácticamente curadas y apenas podían verse vestigios de por
donde habían ingresado las balas, pero Irma insistía que no
podían dejar los trozos de metal dentro de su cuerpo. Will y Sera
rieron al escuchar la discusión. Al parecer todo volvía a la
normalidad por unos momentos. De pronto, la puerta de la
enfermería se abrió de golpe y Tori ingresó a la habitación con
mucha seguridad. Su rubio cabello brillaba con la luz que
ingresaba por la ventana y casi parecía de plata. Vestía una
camiseta blanca y un pantalón de combate color café con un
cinturón color verde botella, y botas negras. Se acercó a la
camilla donde se encontraba Will sin mirar a Sera.

―Caleb te llama. Está en la Séptima Habitación. No te


demores―, dijo Tori sin vacilar. Parecía que le costaba mantener
la concentración al hablar directamente con el chico.

―Ya me lo esperaba―. Will suspiró con pesar y se puso de pie.

Siguió a Tori fuera de la enfermería, sin antes despedirse de Sera


acariciándole el rostro suavemente. Estuvo a punto de salir tras
ellos cuando Irma pidió algo de ayuda. Will le indicó que todo
estaría bien y que sería mejor que ayudara, ya que Neil era el
peor paciente que podía existir en la tierra. Tori le dedicó una
mirada gélida y salió tras Will tan segura como había entrado.
Sera suspiró y sin más remedio acudió en ayuda de Irma. Neil
estaba tendido en la camilla negándose a ser atendido, con las
piernas cruzadas y moviendo los brazos para indicar que se
encontraba de maravilla. Irma se había quitado los anteojos e
intentaba calmarse presionándose los ojos con suavidad. Ambos
discutían en términos médicos que Sera no entendía. Después de
ofrecer su ayuda, la anciana le indicó que se lavara las manos y
trajera algunos implementos que se encontraban sobre una mesa
metálica a pocos metros de ellos. Neil evitaba a toda costa que
Irma realizara cualquier procedimiento, y Sera agradeció que no
tuviera la habilidad de camuflarse, eso hubiera hecho las cosas
mucho más difíciles. La mujer ya estaba perdiendo la paciencia y
seguía explicándole al chico que no podía dejar las balas dentro
de su organismo. Se colocó unos guates de látex mientras le
ordenaba a Sera que sostuviera a Neil lo más fuerte que pudiera y
no lo soltara sin importar lo que hiciera o dijera. Irma limpió el
hombro de Neil con un algodón y, con un bisturí, realizó un fino
corte en la piel del joven. Sera miraba horrorizada, no solo por el
hecho de que Neil comenzó a gritar descontroladamente, sino que
también porque Irma no había utilizado ningún anestésico para
adormecer la zona. Mientras Irma trabajaba en sacar la bala del
hombro izquierdo de Neil, le ordenaba a Sera que le pasara
pinzas, gasas y otras cosas, mientras sujetaba al chico, lo cual no
era nada fácil. Neil sudaba y se retorcía de dolor en la camilla
mientras gritaba que lo soltaran, prometiendo toda su colección
de libros a cambio. No parecía una operación muy complicada,
los cortes que Irma realizaba eran muy limpios, precisos y no
muy profundos. Ella podía ver precisamente donde cortar, donde
se encontraba la bala y como sacarla sin lesionar otros tejidos,
todo gracias a su habilidad. Sera comenzaba a entender porque
Neil admiraba a los Artificiales con visión de rayos x. Irma
continuó rápidamente con la bala que Neil tenía en la pierna,
antes de que éste saliera arrancando. Los gritos de dolor del chico
eran insoportables y a Sera le costaba trabajo mantener la
compostura. Cuando la operación había terminado, Neil se
encontraba agotado, aun con los ojos cerrados fuertemente y con
sudor que le había mojado hasta el cabello. Tenía los puños
apretados, como si el dolor continuara, pero en menor intensidad.
Sera e Irma limpiaban todo lo utilizado, eliminaban las gasas
empapadas con sangre y preparaban una inyección con, según la
mujer explicó, vitaminas. Después de dárselas al chico, Irma se
retiró de la enfermería dejando a Sera sola y exhausta. Neil había
puesto más resistencia de lo que ella había podido soportar, y sus
rodillas y espalda ya no daban más. Se sentó en una silla junto al
chico de cabello azabache y cerró los ojos por un momento.

―Sí que has ganado fuerza con el entrenamiento―, habló Neil


con una voz casi moribunda. Había abierto los ojos y relajado su
cuerpo, pero aún jadeaba.

Quiso responder algo sensato, como que debía descansar por hoy,
pero Neil ya se había sentado en la camilla, quejándose
levemente al mover el hombro y la pierna izquierda, y la
observaba tan atentamente que se sintió algo intimidada. Los
cortes que Irma le había realizado en la piel estaban casi
completamente cerrados y ni una cicatriz o marca se podía
distinguir en la blanca piel del joven.

―Podrían haberme dejado las balas dentro. Francisca dice que el


hierro es bueno para el cuerpo―. A pesar de sus irónicas bromas
seguía adolorido y su rostro daba algo de lastima.

―Irma dijo que descansaras a pesar de que tus heridas esté n


curadas completamente―. Sera intentó que Neil volviera a
recostarse en la camilla.

La piel de su torso estaba fría y empapada en sudor, como si


hubiera sufrido de fiebre en tres minutos y recuperado en uno.
Neil se negó a tenderse nuevamente quitando la mano de Sera de
su hombro derecho. La observó a los ojos con una mirada que
implícitamente le dio a entender que se encontraba bien y que no
se preocupara. Su húmedo cabello azabache continuaba pegado a
su frente y cubría un poco sus ojos azules, mezclándose con sus
pestañas. Sus mejillas estaban algo más rosadas de lo normal por
todo el esfuerzo que había realizado al tratar de soltarse durante
la operación; y una leve gota de sudor rodaba por su cuello hasta
sus clavículas.

―¿Por qué tus heridas se curan tan rápido?―. Las palabras


volvían a salir solas como atraídas por algo. Se había puesto
nerviosa al sentir como Neil la miraba y se acercaba a ella
lentamente.

Neil suspiró y desvió la mirada antes de responder que no tenía ni


la menor idea. Se quitó hacia un lado el cabello de los ojos,
despeinándose aún más y hacía que Sera se pusiera
inevitablemente más nerviosa.

―Puedo recuperarme más rápido de mis heridas desde que tengo


memoria. Es por esa razón que siempre supe que era un
Artificial.

―¿Hay algún otro Artificial que pueda hacerlo?

―No que sepamos. No hay registro de alguno en las otras


Camarillas. Quizás de los que no quieren ser parte de…

Neil bajó la mirada. Sera no necesitaba tener la habilidad de


escuchar pensamientos para saber que Neil se sentía solo. Cada
cosa en él era diferente, y el hecho de no conocer a nadie más con
sus mismas habilidades lo hacía miserable. Aunque aparentaba
creerse el mejor, él sabía que no todos los Artificiales
consideraban que sus habilidades fueran fantásticas. Los celos
existen en todo tipo de personas.

―Aunque no haya nadie más, yo opino que es increíble cómo


puedes curarte y seguir adelante―. Sera intentó animar a Neil,
quien la miró asombrado―. Pero el dolor es un problema muy
grande para ti. No quiero saber cuánto sufrirías si tuvieras un
dolor de muelas.
―Y que lo digas―. Neil se veía algo más animado, por lo menos
ahora no sonreía con angustia―. Creo que es la mayor desventaja
de esta habilidad, no soy capaz de controlar el dolor aunque sea
uno muy mínimo. Aún no entiendo bien por qué. Quiero
encontrar algún libro que explique cómo las conexiones nerviosas
transportan el dolor, y que relación puede tener con una
regeneración veloz.

―Cuando hablas de libros te pierdes en las palabras y mareas a


todos los que están a tu alrededor. Pero por lo menos volviste a
ser tú―. Sera le dedicó una sonrisa de burla.

―Será mejor que vayas a descansar. La cena será algo


devastadora esta noche―. Neil le quitó su claro y lacio cabello
del rostro y suavemente los deslizó tras su oreja, haciendo que
Sera se sonrojara un poco―. Apuesto que no has tenido tiempo
de pensar en el área que quieres elegir, o cosas más importantes.
Cosas personales.

Sera se despidió de él y salió de la enfermería rumbo a la


habitación de Neil sin estar muy segura a que se había referido.
Era cierto, todo lo que le había pasado dentro de los últimos
meses había sido tan rápido y tan impactante que no había tenido
tiempo de analizar lo que estaba pasando. Ya había tenido
bastantes problemas con sus pares en otras C iudadelas, y sin
hablar de su madre. Ahora más encima se enteraba que todo
había sido verdad y ella había sido creada a conveniencia.
Sumándole a eso, al parecer nadie sabía que su padre, líder de los
militares, tenía una hija y menos que fuera Artificial. Y por
último, después de haber encontrado un lugar y gente a quien
llamar familia nuevamente, su primera misión había sido todo un
desastre y habían terminado con un miembro del equipo muerto.
Sí, era bastante presión para una chica de dieciséis años. Estaba
por entrar a la habitación de Neil cuando volvió a sentir que
alguien la observaba. Miró a su alrededor sin encontrar a nadie en
el desolado pasillo. Observó por la ventana hacia el desierto.
Dunas, edificios en ruinas y un cielo despejado, nada de qué
preocuparse al parecer. Cerró la puerta tras de ella y, después de
esquivar los libros, se desplomó sobre el colchón e
inevitablemente se quedó dormida.

Despertó de sobre salto porque alguien llamaba a la puerta. Se


restregó los ojos y con pereza caminó hacia la entrada. Al abrir se
encontró con el rostro de Tori, serio como siempre, como si la
analizara o juzgara cada vez que la veía a la cara. Le avisó que
era hora de cenar y que en esta ocasión había que estar presentes
antes porque Caleb tenía algunos anuncios que dar a la Camarilla.
Caminaron juntas hacia el comedor sin decir ni una palabra. A
decir verdad, nunca había entablado una verdadera conversación
con Tori. No sabía absolutamente nada de ella y temía preguntar.
Desde que la conoció que no se habían llevado muy bien, y Tori
siempre parecía no querer dirigirle la palabra o mirarla en
absoluto. Llegaron al comedor donde ya todos estaban sentados
en sus respectivas mesas. Se escuchaba un murmullo mientras las
dos chicas tomaban asiento. El ambiente era algo incómodo.
Caleb se puso de pie y todos voltearon a verlo sin emitir un solo
ruido más.

―Hace tiempo que no teníamos una perdida en C1―, comenzó a


hablar el líder de la Camarilla, con un tono ceremonial y
profundo―. Según el Código, sección IV, articulo g y g-1, y cito:
“Se realizará el funeral de un integrante al morir por
envejecimiento o en combate. No hay discriminación. La
ceremonia se realizará en la Camarilla a la cual pertenecía el
Artificial, participando tanto la familia, si corresponde, como los
miembros de su equipo, los cuales deben vestir de acuerdo a la
ocasión; y el cuerpo será cremado por un familiar y/o persona
más cercana al fallecido”. Esperamos recibir a los Pellegrino
mañana alrededor de las diez de la mañana. La ceremonia se
realizará a las tres y media de la tarde. Eso es todo por ahora.
Caleb tomó asiento y Francisca se retiró cabizbaja hacia la cocina
para ir en busca de la comida. La cena fue mayoritariamente en
silencio. Lo máximo que hablaron entre los jóvenes fue la ropa
que debían usar en el funeral. El código indicaba que es tradición
utilizar ropas azules para los funerales, que asemejen el color del
cielo o mar. Neil explicó que aquel color representa como al
morir los Artificiales pasan a ser parte de lo más amplio y
hermoso que tiene el planeta; pasan a ser parte de un todo y dejan
de ser recluidos por el mundo. Bastante simbólico, pensó Sera.
Recordó la última vez que había estado en un funeral. Su mente
se encontraba algo borrosa, pero había vestido de negro. Nadie le
había explicado el porqué de vestir de ese color y ella nunca lo
preguntó. Ya no le importaba mucho y, a decir verdad, no quería
pensar más en el último funeral en el que había estado. Finalizada
la cena, todos se retiraron dándole las gracias a Francisca como
de costumbre, y se dirigieron cada uno a sus habitaciones. Neil y
Will entraron a la habitación con la puerta color naranja sin decir
nada respecto a la pelea que tuvieron en el desierto, mientras que
Sera se dirigía a la habitación con la puerta de color azul. Tori,
desde el otro lado del pasillo, la llamó. Sera volteó incrédula a
verla. Estaba seria, algo enojada quizás, pero al mismo tiempo,
avergonzada, lo cual la hacía verse de menor edad.

―Te recomiendo que decidas pronto a cual área pertenecerás.


Con un miembro menos en C1 necesitaremos toda la ayuda
posible―. Tori hablaba con seguridad y madurez, pero sin mirar
a Sera directamente a los ojos.

―¿Tú ya escogiste un área?―, preguntó a la joven de cabello


rubio casi plateado, quien vaciló unos momentos antes de
contestar que sí.

―Pero no pienso decirte cual―, se excusó y antes de cerrar la


puerta de su habitación agregó―: Ted era quien separaba a esos
dos cuando peleaban. Parece que esa labor la harás tú de ahora en
adelante.
Dejó a Sera en el solitario pasillo con un sabor agrio en la boca.

Miró cada una de las puertas del corredor. La antigua habitación


de Ted estaba pintada de color negro con un hermoso dibujo de
alas blancas en ella. Se preguntó qué significado podría tener. Ya
era demasiado tarde para preguntárselo.
CAPITULO 8: Fune ral en C1

La mañana siguiente había sido bastante agitada. El desayuno


duró menos de lo normal ya que Mary había pedido a Francisca
que le ayudara con los preparativos de la ceremonia. Varios de
los Mayores no aparecieron en el comedor. Caleb había estado
toda la noche en la Séptima Habitación, Yonu había relevado a
Will de sus actividades de la mañana en el área de Comunicación
para dar la noticia sobre la muerte de Ted; Arthur y Alfred
acarreaban papeles viejos, maderas gastadas encontradas en los
edificios en ruinas alrededor de C1, o cualquier cosa que se
pudiera quemar. Sera había pedido algo de ropa prestada a Mary
para asistir a la ceremonia, en ninguna de las cosas que le había
pasado anteriormente había suficiente azul o celeste.

A las diez de la mañana en punto, un vehículo Transciudadela se


vio aparecer en la lejanía. Se desvió hacia el área de Transporte y
unos minutos después aparecieron tres figuras junto al viejo Al,
quienes se dirigían a la entrada del edificio. El resto de la
Camarilla estaba presente para la llegada de los Pellegrino. Caleb
junto a Mary y Will, luego los Hayden, Francisca intentando no
romper en llanto, Yonu e Irma junto a ella y por último Neil y
Sera. Ser los únicos adoptados de la Camarilla era bastante
solitario, y sabía que Neil se sentía de la misma manera, aunque
su rostro reflejara lo contrario. Se encontraba calmado y algo
serio, pero con mejor ánimo que el día anterior. Posiblemente ya
había aceptado que Ted se había ido y que todo este proceso era
una mera despedida simbólica, ya que, su verdadera despedida
fue captada por sus oídos en su último suspiro. Caleb caminó
unos pasos hacia los recién llegados, recibiéndo los con los brazos
abiertos y una cálida sonrisa, muy similar a la de Will. El padre
de Ted, Rod, era un hombre alto y tan delgado como su hijo, pero
con la mayoría de sus músculos bien marcados, cabello rubio
algo más oscuro y ojos de color café, dio a Caleb un gran abrazo
amistoso y le devolvió la sonrisa. La madre de Ted, Lisa, una
mujer delgada, de baja estatura, con el cabello muy negro, que se
veía algo azulado bajo la luz del sol, y unos grandes ojos azul
claro, saludaba amablemente a Mary. Ambos sonreían, pero en
sus miradas se reflejaba el dolor de haber perdido a un hijo. El
hermano de Ted, Mark, era algo más bajo de lo que Sera se había
imaginado, su rubio cabello era idéntico al de Ted, e incluso
estaba cortado de la misma manera. Era más robusto y firme en
comparación a su hermano, posiblemente por pertenecer al área
de Tropas; y sus ojos eran de un color gris metálico. Su rostro se
veía algo más desgastado que el de Ted, a pesar de que era de la
misma edad que Neil y Sera. Los dos adultos vestían ropas algo
más formales y de buena calidad, camisas y pantalones de tela
que hacían juego, además de zapatos elegantes, pero a la vez
cómodos. Mark vestía una camiseta blanca, sin mangas, de una
tela bastante liviana; jeans negros con algunos cortes e n las
rodillas para aparentar que estaban rasgados, y las clásicas botas
de combate, pero que estaban más limpias y menos desgastadas
que las de los jóvenes de C1. El chico saludó a Will e
intercambiaron algunas palabras, luego se dirigió a Neil de la
misma manera.

―He escuchado mucho de ustedes dos―, comentó Mark―. Ted


me contó muchas historias divertidas.

―Espero que no todas―, respondió Neil con su singular sonrisa


traviesa.

Los ojos de Mark se posaron en Sera. Sus grises ojos brillaron de


una forma extraña, y una sonrisa se le dibujó en el rostro.

―Y ¿quién es ella?― El chico se acercó a Sera para saludarla.


Le dio la mano sin dejar de observarla con una mirada que a ella
le causó desconfianza.

―Ella es Sera―, introdujo Will―, nuestra nueva integrante.


―Un gusto, soy Mark de C2―. El chico la observaba de pies a
cabeza haciéndola sentir incomoda―. Ted había mencionado que
tenían un nuevo integrante. Nunca dijo que sería una chica tan
linda. Ah, sí, antes que me olvide―. El invitado sacó de una
mochila negra, una caja no más grande que la palma de su mano
y se la entregó a Will―. Tayler te envía esto.

Will tomó la cajita y la abrió con ansias. Dentro se encontraba un


music clip, parecido al que Sera había escuchado la otra noche en
la habitación de Will; un solo auricular que se enganchaba en la
oreja izquierda, con una hendidura diminuta, donde iba una micro
tarjeta que contenía la música del grupo que aparecía en el lado
externo del aparato. Will le sonrió emocionado y trató con todas
sus fuerzas de no ponerse a escuchar el álbum en ese momento.
Luego, Mark sacó de la mochila, un libro grueso, de cubierta dura
y con colores que iban en degradé desde el azul al violeta.

―Ted me dijo que te gustaba leer―. Le extendió el libro a Neil a


quien le brillaban los azules ojos de la emoción―. Y dijo que
buscabas uno relacionado con el funcionamiento del cerebro y
esas cosas.

―Parte de una investigación personal, sí―, respondió Ne il sin


despegar los ojos de la portada del libro y no pudo evitar abrirlo y
mirar algunas páginas―. Gracias.

Mark volvió a mirar a Sera lentamente.

―Disculpa, no he traído nada para ti porque, bueno, no sabía que


debía traer algo para una chica―. Mark se acercó a ella y
tomando su mano delicadamente, le besó el dorso de la mano―
¿Será esto suficiente?

Neil y Will se tensaron, mientras Sera observaba incómoda los


grises ojos del chico. Su rostro era muy similar al de Ted, algo
más rectangular, pero había algo en su mirada que le incomodaba
muchísimo. Retiró su mano rápidamente después de que Will les
indicara que entraran al Escondite. Se reunieron todos en la
Séptima Habitación. Los jóvenes estaban de pie junto a la pared,
mientras los adultos tomaban asiento en las pocas sillas que se
encontraban en la habitación. El lugar se veía realmente pequeño
con toda la gente dentro. Caleb les explicaba lo sucedido a los
padres de Ted, repitiendo exactamente lo que Neil y Will habían
dicho desde un principio. Sera observaba nerviosa a todos los
presentes en la habitación. Mary se veía tranquila, serena, con un
brillo compasivo en sus ojos que se posaban en los padres de Ted
y el resto de la Camarilla una y otra vez. Irma y Alfred se
encontraban muy serios, demostrando en sus rostros que esto ya
les había ocurrido un millón de veces anteriormente y habían
creado inmunidad ante la pérdida. Francisca no dejaba de
sollozar, mientras Joulie trataba de consolarla ocultando su
propio dolor. Arthur, quien se había sacado los anteojos oscuros,
estaba junto a los Pellegrino, y apoyaba los argumentos de Caleb.
Dentro de los temas que discutían se encontraba el alojamiento
que prestaría C1 a sus invitados de C2 por una noche, y lo más
importante, quien sería el encargado de encender fuego al cuerpo
de Ted. El código indicaba que la persona más cercana, familiar
y/o compañero de equipo, se encargaría de cremar el cuerpo del
fallecido, por lo que los padres de Ted intentaban decidir quién
de los dos lo realizaría. Ambos adultos conversaban con un leve
tono de enojo en sus voces. La discusión se tornó algo incomoda
después de que Neil le explicó a Sera que los padres de Ted
llevaban años separados, y aunque vivieran en la misma
Camarilla, ya no eran pareja. Will comentó que discutían de esa
manera a diario, e incluso por cosas aún más simples y estúpidas,
y que Tayler, parte del área de Comunicación en C2, le había
dicho que la madre de Ted estaba pidiendo cambio a C5. Mark,
que estaba junto a Will, carraspeó su garganta y se acercó a los
mayores.

―Quisiera ser yo quien creme a mi hermano ―, dijo con


decisión y sin esperar a que Caleb le diera la palabra para hablar.
Los Mayores los observaron con atención. Neil había explicado
en sus clases anteriores, que a los jóvenes se les permitía estar
presentes en las reuniones en casos especiales si es que
mantenían silencio, y se les permitía hablar si pedían permiso al
líder. Al parecer Mark se había olvidado de esa regla.

―Soy su único hermano y a pesar de no haberlo visto nunca en


toda mi vida, mantuve siempre contacto con él a través de la
radio―. El rubio mantenía firme su posición mientras sus padres
y Caleb analizaban su rostro―. Creo que tengo el derecho, ¿no lo
creen?

Caleb pensó un momento, mientras el resto de los integrantes


permanecía en silencio. Neil y Will, quienes estaban uno a cada
lado de Sera, apretaron los puños. Ni ellos han interrumpido
alguna reunión de los Mayores de esa forma. A pesar de hacer
travesuras y comentarios en momentos inadecuados, ambos
tenían mucho respeto a los demás miembros y las tradiciones.
Después de analizarlo un poco, Caleb le concedió su deseo a
Mark, él sería el encargado de cremar a su hermano.

Las actividades en C1 continuaron regularmente. Tuvieron un


pequeño entrenamiento con Joulie en las ruinas cercanas a las dos
dunas, donde Mark también se integró dando algunos consejos a
Tori para que decidiera su arma pronto, entrenado cuerpo a
cuerpo con Will y compartiendo estrategias con Neil. Parecía un
buen tipo, a pesar de dar la sensación de que algo estaba muy mal
en él. Sera practicaba con su sniper, aun sintiéndose algo
inconforme con ella. A pesar de poder disparar a objetos en
movimiento con alta precisión, el arma requería permanecer
quieta y, en muchos de los casos, escondida, cosa que a Sera no
le acomodaba mucho. En algún momento, mientras disparaba
trozos de concreto que colgaban desde lo más alto de uno de los
edificios, Mark se acercó a ella para preguntarle si necesitaba
ayuda. Se sentaron en el suelo arenoso a conversar sobre armas y
como decidir la correcta. El rubio le explicaba que a pesar de
haber elegido, aún tenía la posibilidad de cambiarla dentro del
periodo de un mes, pero que solo tenía una oportunidad de
cambio. Era algo que no aparecía explícitamente en el código,
pero que muchas veces los líderes hacían la excepción por el bien
de la Camarilla. Sera debía pensar muy bien que hacer, no había
tenido buena experiencia con otras armas, y eso que ella misma
las había elegido para probarlas. Le explicó al chico su
experiencia con la sniper en Ciudadela 3. A pesar de haberse
encontrado en un punto estratégico, alejada del peligro y con un
arma lo bastante precisa para dispararle en la cabeza a cualquiera,
no logró hacerlo. Tuvo miedo. Requería estar tranquila y en ese
momento lo único que pasaba por su mente era lo rápido que los
sucesos habían ocurrido. No alcanzó a dispararle a Ethan antes
que matara a Ted. Un peso enorme calló sobre sus hombros. No
lo había analizado con detalle. Si no fuera por ella, por su
indecisión de disparar, por el miedo y ansias de combate en vez
de mantener la calma y hacer el trabajo que había elegido, Ted
había muerto. Por su culpa Ted no pudo conocer a su hermano.

―¿Qué te parece probar con una ballesta?―, dijo Mark,


sacándola del trance en el cual se había sumergido. El chico la
observaba atentamente, con ese extraño brillo en sus ojos que
ponía nerviosa a Sera―. Puedes disparar con igual precisión, si le
agregas lo necesario, y mantenerte en combate. Además, si tu
habilidad es disparar a distancia sin mantener la vista fija, podrás
hacerlo más de una vez y con mayor rapidez que con un arma tan
grande como una sniper.

Sera lo pensó un momento. Parecía una idea razo nable, pero ya


no tenía tiempo para practicar con la ballesta, el entrenamiento
había terminado. Después de almorzar, que por alguna razón que
Sera no logró entender muy bien, estaban todos de mejor humor,
cada uno se dirigió a sus respectivas habitaciones para prepararse
para la ceremonia. La familia Pellegrino se quedaría en la
habitación de Ted, en el segundo piso, después de que Mark
convenciera a sus padres que una noche en la misma habitación
no los mataría. Sera se dirigió a la habitación de Neil para
cambiarse de ropa a un vestido celeste que Mary insistió en que
llevara puesto, y unos zapatos bajos de color azul oscuro que
hacían juego. No recordaba cuando fue la última vez que había
usado un vestido y se sentía algo incómoda. Al salir de la
habitación se encontró con Neil en el pasillo. Acababa de salir de
la habitación de Will vestido con una camisa celeste ajustada al
cuerpo, una chaqueta del mismo color azul que el cielo de
mediodía, pantalones de un azul marino profundo y zapatos casi
negros, que reflejaban un tono azulado bajo la luz del sol. Todo le
quedaba a la perfección y simulaba un degradé de colores,
destacando sus brillantes ojos que se posaron en ella cuando se
percató de su presencia. Su cabello azabache estaba peinado
suavemente hacia un lado, dejando ver la blanca piel de su frente.
Sera caminó hacia él algo nerviosa. No había imaginado que Neil
se vería tan bien en un traje. No se había imaginado ver a Neil en
un traje nunca. Intercambiaron miradas por unos instantes. Sus
azules ojos no dejaban de mirarla constantemente, como si
estuviera hipnotizado. Al parecer no sabía qué hacer con sus
manos, porque intentó varias veces ponerlas en sus bolsillos o
cruzar los brazos.

―Se nota que el vestido es de Mary―, dijo tras suspirar para


tranquilizarse un poco y meter sus manos en los bolsillos de la
chaqueta―. Le falta relleno.

A Sera le tomó dos segundos darse cuenta del ofensivo


comentario y lo golpeó fuertemente en el brazo.

―Que idiota eres―. Neil se rió mientras se sobaba y Sera alzaba


el puño para golpearlo nuevamente.

Antes de que pudiera darle un segundo golpe, Will salió de la


habitación y los observaba con duda. Vestía una camisa azul
oscura, una corbata de un azul tornasol tan brillante como los
ojos de Neil y unos pantalones azul marinos con un cinturón
negro que combinaba con unos zapatos negros bastante formales.
Soltó una pequeña risa al ver la escena que los otros dos estaban
armando.

―¿Ya se están matando? Es muy temprano para eso. ¿Por qué


mejor no bajamos?―. Will guio a ambos a la escalera―. Y por
cierto, te ves bien.

―Gracias, sabía que te gustaría esta combinación―, respondió


Neil antes de que Sera se diera cuenta de que el alago había sido
para ella.

Will rodó sus ojos mientras sonreía y golpeaba levemente el


hombro de su mejor amigo, quien soltó una suave carcajada. Se
dirigieron a las afueras del Escondite, casi llegando a las dos
dunas de entrenamiento. Todos los Mayores estaban presentes,
ayudaban a armar una especie de fogata gigante de forma
rectangular. Llevaban trajes y/o vestidos de diferentes tonalidades
de azul, haciéndoles ver más uniformados que con los trajes de
combate negro. Neil, Will y Sera se acercaron a la fogata gigante
y se reunieron con los demás miembros de la Camarilla que
comenzaron a rodear la pila de madera. Tori estaba junto a Will,
vestida con una blusa celeste y unos pantalones de un azul pálido
que combinaba perfecto con su cabello casi platinado. Se veía
algo cabizbaja y solo levantó la vista para ver al pelirrojo que la
abrazó fuertemente. Desde el edificio de C1, Caleb se acercaba
cargando en sus brazos el cuerpo de Ted, aun envuelto en la tela
gris ensangrentada. A su lado caminada Mark, con una antorcha
ya encendida en su mano derecha. Su rostro estaba más pálido de
lo que era, sus ojos grises reflejaban una mirada perdida y llena
de soledad. Caleb colocó el cuerpo inerte de Ted en la pila de
maderas y le indicó al chico que podía iniciar la ceremonia. Antes
de que el rubio acercara la antorcha a los palos, le pidió al líder
de C1 un último favor. Quería ver el rostro de su hermano por
primera y última vez. Caleb descubrió la cara de Ted, quien se
encontraba de la misma manera en la cual Sera lo recordaba. La
sangre seca le había apelmazado el rubio cabello, y cubría un
lado de su rostro. Aun sonreía levemente después de haber dicho
sus últimas palabras a sus compañeros de equipo y sus ojos
estaban cerrados suavemente. Sera observaba a Mark. Solo podía
captar su rostro de perfil pero estaba segura de que algunas
lágrimas rodaban por sus mejillas y aquella mirada extraña se
acentuaba en sus ojos. Acercó una mano temblorosa al rostro de
su fallecido hermano en una última despedida. Sus padres,
alejados uno del otro, trataban de mantenerse firmes ante la
situación. Sin duda era un momento desgarrador. Perder un hijo,
hermano y compañero en combate, era duro para cualquiera, sin
importar cuantas veces te haya tocado vivirlo. Mark encendió la
fogata desde la base, la cual comenzó le ntamente a quemar las
maderas y el cuerpo de Ted con lenguas de fuego. La leve brisa
incrementaba las llamas y se llevaba los sollozos de Francisca y
Lisa. Sera comenzó a sentir culpa nuevamente. El peso en sus
hombros se estaba haciendo insoportable y tenía un nudo en la
garganta que le impedía respirar calmadamente. Los recuerdos de
la emboscada en Ciudadela 3 pasaban frente a sus ojos como si
los estuviera viviendo nuevamente. La desesperación de alcanzar
su arma para poder apuntar al enemigo a la distancia. El miedo de
apretar el gatillo que le quitaría la vida a un ser humano. Ver a
Ted desplomarse sobre la arena. Sus manos cubiertas de sangre
que intentaban detener la hemorragia, sin éxito. Ver desaparecer
el brillo de los ojos grises de su compañero a l despedirse. Aun
así, mantuvo la vista al frente y ambas manos a los lados.
Cargaría con la culpa por la muerte de Ted como había cargado
con su propia culpa en veces anteriores. Sintió un cálido roce en
su mano derecha. Neil, que estaba a su lado derecho, había
deslizado sus dedos entre los suyos, hasta tomar suavemente su
mano. El chico no despegaba la vista de la fogata, que
comenzaba a desprender cenizas hacia el cielo. Sus ojos azules
brillaban aún más con la luz del fuego e iluminaban su rostro.
Con su traje, Neil parecía parte del cielo. Todo en él combinaba
perfectamente, incluso su cabello tenía un leve tono azulado, que
se perdía con el color anaranjado del fuego frente a ellos. A Sera
comenzaron a arderle las mejillas y no estaba segura si era por el
calor del fuego u otra razón. Sintió como Will tomaba su mano
izquierda de la misma manera. Su pelo era de un color idéntico al
fuego de la fogata. Incluso la leve brisa le revolvía un poco los
cabellos peinados hacia arriba al compás del movimiento de las
llamas frente a ellos. Se veía firme y seguro, como si su labor
fuera apoyar a todos en su dolor, mientras él escondía el suyo.
Por un instante, Sera sintió el calor de ambas manos cubrirla por
completo y recuperó la calma. El peso en sus hombros hab ía
disminuido y podía permitirse sonreír. Después de unos
momentos, Neil le soltó la mano lentamente y caminó hacia
Mark, quien no dejaba de mirar como su hermano ardía en
llamas. Estuvo de pie junto a él, con las manos en los bolsillos,
por unos momentos antes de hablarle. Sera no lograba escuchar,
pero estaba segura de que Neil le estaba contando las últimas
palabras de Ted, que fueron dirigidas especialmente a Mark. El
rubio se desmoronó y se apoyó en el hombro de Neil, mientras
aguantaba el dolor y el llanto. Will, quien también había tomado
la mano de Tori para que mantuviera la calma, había comenzado
a recitar una canción en honor a su antiguo compañero.

No hay canción que pueda contener

La pena que llevo sobre mis hombros

Sé que todo estará bien cuando te hayas ido,

Cuando te unas al cielo

Acarreado por el viento

Cuando te unas al cielo.

La suave melodía de Will le hizo recordar a Sera una de las


últimas conversaciones que había tenido con el mayor. Ted le
había sugerido, mientras observaban el fuego de una fogata
parecida a esta, en un ambiente muy diferente, integrarse al área
de Salud. Entendió finalmente a que se había referido el mayor al
contarle como su hermano había aceptado su misma propuesta y
la atesoraba más que nunca. Él no había considerado su habilidad
física como una ayuda para Irma, sino que la habilidad de ayudar
a los demás sin importar quien sea. Ted no solo tenía la habilidad
de ver a grandes distancias, también tenía la habilidad de ver en
el interior de las personas y destacar lo mejor de ellas. Apretando
firmemente la mano de Will, Sera tomó la decisión de escuchar a
Ted como un último favor hacia él. Las llamas comenzaban a
apagarse lentamente, mientras las cenizas de Ted eran acarreadas
por la suave brisa del desierto y que, a su vez, se llevaba la
tristeza de los miembros de C1.

El ambiente cambió completamente durante la cena. Francisca


había preparado la mejor comida que tenían en toda la Camarilla
en honor a Ted, y Neil no paraba de darle las gracias y alabarla
por lo bien que se veía en su vestido azul. Mark, teniendo
dieciséis, se integró a la mesa de los jóvenes, sentándose a la
cabecera. Conversaban y reían de historias que Ted le había
contado acerca de travesuras realizadas por Neil y Will. Hasta
Tori aportaba algo a la conversación. Sera se reía de las
situaciones que explicaban los chicos e intentaba no ahogarse con
su comida. El festín duró algunas horas más de lo normal e
incluyó licor para los adultos, que reían a carcajadas en la mesa
contigua. Tori, usando su habilidad de camuflarse, e incitada por
Neil, robó una botella de licor de la cocina. Los jóvenes se
pusieron de pie con rapidez y, dándole las gracias a Francisca por
la comida como es costumbre, la cual solo movió la mano
mientras bebía de una copa que apenas sostenía con la otra
contraria, salieron del comedor rumbo a las dos dunas de
entrenamiento. Llevaron algunas maderas sobrantes he hicieron
su propia fogata bajo las estrellas. Los cinco se sentaron
alrededor del fuego, mientras seguían contando historias y chistes
sin sentido. Se pasaban unos a otros la botella de licor que ya iba
por la mitad y les estaba afectando un poco. Sera sentía
curiosidad por saber cómo era C2, que tan distinta era de C1.
Mark explicaba que el Escondite era mucho más grande, ya que
vivían más Artificiales en él y que se mantenían en constante
movimiento.

―C2 es la encargada de la comunicación dentro de las


Camarillas―, explicaba el rubio, salpicando un poco de licor de
la botella―. Eso significa que informa todo lo que ocurre e n las
Ciudadelas importantes como la 1 y la 2. Los cargamentos de
comida, las vías de transporte y acceso a las demás Ciudadelas y
el tiempo en que se demoraran en llegar los cargamentos.
Tenemos una amplia red de información para todas las
Camarillas y estamos al tanto de cualquier cambio en las bases
militares, además de tener una gran colección de vehículos
transciudadelas.

―Ellos consiguen sus provisiones de manera diferente a


nosotros―, aportaba Will a la explicación―. En vez de ir
directamente a la Ciudadela y robar como nosotros, ellos se
infiltran previo a la entrega de cargamentos y, además de sacar lo
necesario, registran cuanta cantidad es llevada a cada zona y lo
informan por radio a las demás Camarillas.

―Es por eso que sabemos cuándo llegará algo nuevo a las
Ciudadelas, como los music clips, libros y ropas―. Las mejillas
de Mark se habían puesto rojas por tanto beber y Sera se
preguntaba si las suyas también lo estaban.

―Pero también la convierte en una Camarilla muy vulnerable―.


Neil observaba la botella fijamente que estaba cada vez más
vacía―. Los Normales saben que en alguna parte existe un
Escondite y están en constante búsqueda de él.

―E ahí porqué estamos en constante movimiento. Entrenamos


muchísimo y tenemos toda clase de códigos de emergencia por si
recibimos algún ataque. Aun así nuestro Escondite tiene
tecnología de la base militar de Ciudadela 1 que nos aísla de
cualquier radar. Pero nunca se sabe―. Los ojos de Mark
reflejaban nuevamente ese brillo extraño que ponía la piel de
gallina a Sera.

El fuego se extinguía levemente y la botella estaba


completamente vacía, pero los jóvenes se rehusaban a devolverse
a sus habitaciones. Will se ofreció para ir a buscar más maderas
secas mientras que Neil y Mark irían a robar más licor. Ambos
aseguraron que los adultos estarían tan ebrios que no se darían
cuenta si desaparecían una o dos botellas más. Sera y Tori se
quedaron solas mirando como las llamas consumían los últimos
restos de las tablas. El silencio entre ella no duró mucho tiempo
ya que Tori, quien apenas le había dirigido la palabra durante el
día, había comenzado a preguntarle cosas.

―¿Ya decidiste que área escogerás?

―Sí. He tomado la decisión durante el funeral de Ted. Le haré


caso y me uniré a Irma en el área de Salud.

―Parece razonable―. Tori se había tendido en la arena


ensuciando su blusa y hermosos pantalones. Tendida de esa
manera se veía más estilizada de lo que era y su rubio cabello
brillaba con la luz de la luna.

―¿Tú ya decidiste tu arma?

La chica la observó por unos momentos antes de responderle q ue


no había logrado decidirse aún. Había practicado con cada una de
ellas durante meses y no sabía cuál sería la adecuada,
considerando su habilidad. Sera le comentó que quería cambiar
su sniper por otro tipo de arma, que necesitaba ser parte de la
acción y no era capaz de observar a la distancia y esperar la
oportunidad de atacar. Tori le indicaba las diferencia de cada
arma y como utilizarlas. Nunca pensó que tendría una
conversación sobre ataque y defensa con ella. Apenas había
imaginado quedarse unos minutos con ella sin que la matara con
la mirada. Incluso se reían del porq ue Tori no había escogido el
área de Tropas como su área: hubiera golpeado a Neil a cada
momento y, a decir verdad, Sera también lo hubiera hecho. Tras
eso, Sera no se inmutó en preguntarle cual área había escogido, a
lo que Tori respondió con su clásica mirada fría que gritaba “que
te importa”.

―Te lo diré―, dijo después de que su rostro se suavizara un


poco tras un silencio incómodo―. Pero no debes decírselo a
nadie. Solo Caleb y el líder de mi área saben. No quiero que esos
dos tarados se burlen de mí.

Sera asintió y prometió mantener la boca cerrada, si eso mantenía


esta relación entre ellas. Tori se sentó nuevamente, sacudiéndose
un poco la arena de la espalda.

―El área que elegí es el área de Comida―. Sera permaneció en


silencio esperando que la chica dijera algo más, pero no había
nada más que decir. Imaginó por qué Tori no había querido
decirles a los chicos.

―O sea que… cocinas―. Sera no lo podía creer. Tori aparentaba


más rudeza que cualquiera de las mujeres pertenecientes a C1 e
intentaba demostrarlo a cada segundo. Nunca pensó que le
gustara cocinar.

―Sí, llevo haciéndolo por un año completo. Alguna de los


alimentos que has comido desde que llegaste los he preparado yo.

Sera la quedó mirando por unos momentos. Recordó las veces


que Tori había llegado tarde al comedor. Posiblemente se había
devuelto a su habitación para cambiarse de ropa y aparentar haber
entrenado todo ese tiempo. Todo para evitar las burlas de Neil.
―Gracias―, dijo Sera con gran sinceridad y sin dejar de mirar
los ojos de la chica, que brillaban con asombro. Ahora s i podía
sentir el calor en sus mejillas.

Apostaba a que nadie le había dado las gracias a Tori por


preparar los deliciosos alimentos, como lo hacían siempre con
Francisca (y era obligación que estaba escrita en el código,
agradecer al área de Comida por los alimentos). Tori se merecía
que alguien le diera las gracias por el esfuerzo y la dedicación. La
rubia le sonrió de vuelta antes de amenazarla nuevamente con
que le cortaría la lengua con un cuchillo carnicero si llegaba a
contarle a los demás.

―Además, no me agradas―. Su miraba reflejaba lo contrario,


aunque también podría haber sido el efecto del alcohol―. No
quiero que te le acerques a Will.

Sera guardó silencio por unos momentos, mirando el color de las


llamas casi diminutas, las que seguían aportándoles un poco de
calor.

―¿Alguna vez le has dicho lo mucho que te gusta? – El rostro de


Tori se volvió del color de las llamas. Sera ya se había dado
cuenta de lo mucho que Tori quería a Will. Lo idolatraba y lo
seguía con la mirada cuando salía del comedor y caminaba de
vuelta al Escondite tras el entrenamiento. Se le quedaba viendo
con mirada perdida cada vez que el pelirrojo le sonreía, pero Sera
no la culpaba, Will tenía ese poder en la gente y sin duda era muy
guapo.

―¿Y por qué haría eso?

―Porque si no quieres que alguien más este con él, debes


intentar tú estar a su lado―. Tori la observó con cuidado,
buscando el truco en esta conversación.
―Eso no te importa―. La chica bajó la mirada y jugaba con el
borde su blusa algo nerviosa―. Además, Will debe tomar sus
propias decisiones.

―Pero ¿cómo puede tomar una decisión si no tiene más


opciones?― Sera sonaba como si ella fuera la peor opción que el
chico podía haber escogido, y en parte tenía razón. Nadie ahí
conocía su pasado y era experta en decepción y malas decisiones.

―Tú deberías preocuparte por tomar una decisión―, agregó Tori


que había fruncido el ceño y sonaba muy seria, a lo que Sera miro
algo extrañada. No sabía a qué decisión de refería, ella ya había
escogido un arma y un área―. No te das ni cuenta de lo que pasa
aunque te golpee en la cara.

Antes de que le pudiera preguntar a qué se refería, los chicos


regresaron con más licor y maderas para la fogata. Siguieron
conversando alegremente por unas horas más antes de regresar a
sus habitaciones y esperar que al otro día no tuvieran una resaca
muy grande. Si los Mayores se daban cuenta que habían estado
bebiendo los matarían.

Despertó enredada en las sábanas de la cama de Neil. La cabeza


le dolía levemente y tenía algo de sed. (No era tan malo como se
lo esperaba). Los libros de Neil estaban apilados uno sobre otro
como siempre y Sera se preguntó cómo había hecho para no botar
ninguno en el estado en el cual había llegado anoche. Se vistió
rápidamente y se dirigió al baño del segundo piso. Se lavó la cara
y esperó que nadie se diera cuenta de las ojeras que le habían
salido bajo los ojos. Debían reunirse en la entrada del Escondite
para despedir a los Pellegrino quienes regresaban a C2. Se
imaginó el viaje de regreso entre ambos padres, que ya no
soportaban estar cerca uno del otro, su hijo, quien había bebido
demasiado durante la noche, todos arriba de un vehículo en
movimiento por bastantes horas. Sintió lastima por Mark. Se
encontró con Will en el pasillo, quien también intentaba apa rentar
estar en buen estado. El pelirrojo le besó la mejilla y ella le
aseguró que aún estaba ebrio por haber hecho eso, lo que hizo
sonreír al chico. De la habitación contigua apareció Tori, con
unas ojeras negras bajos sus ojos y con un ánimo de muerte. Sera
la saludó anímicamente con la mano, a lo que la chica le
respondió con una sonrisa nerviosa y volteando rápidamente
hacia las escaleras mientras su rostro se tornaba de un color tan
rojizo como el cabello de Will. Bajaron hacia la entrada del
edificio para reunirse con el resto de la Camarilla. Neil ya estaba
ahí, vestido con una camiseta negra y jeans claros. Su rostro se
veía fresco como una lechuga y no había señal de todo lo que
había bebido hace unas horas atrás. Will maldecía la regeneración
de Neil, que le permitía recuperarse rápidamente de literalmente
todo. Sonriendo como de costumbre, se acercó a él y le dio un
golpe amistoso en la espalda. Neil le devolvió una sonrisa algo
confusa al ver llegar a Will, Sera y Tori juntos. Luego se volvió
hacia Mark, quien vestía las mismas ropas con las que había
llegado el día anterior, y unos lentes oscuros para ocultar su
resaca. El chico se despidió de ellos, invitándolos algún día a C2,
que no era buena señal ya que debían ir en una misión o en caso
de que C1 fuera destruida, o cualquier otro caso extremo que no
estaban dispuestos a discutir en ese momento. Los Pellegrino
caminaron hasta la zona de transporte para subirse al vehículo
que los llevaría de regreso a su hogar. Mientras el vehículo se
alejaba del territorio de C1 hacia la carretera, Sera había tomado
la decisión de decirle a Irma y a Caleb que quería ser parte del
área de Salud lo antes posible. Soltó la mano de Will, que por
alguna razón había estado sosteniéndola todo ese tiempo, y se
acercó al líder de la Camarilla para comunicarle su decisión.
Caleb aceptó con alegría su proposición, abrazándola firmemente
con sus enormes brazos, e indicó a Irma que comenzara las
lecciones lo antes posible, pero antes de que se dirigieran a la
enfermería, Sera también había tomado la decisión de contarles
algo que habían omitido. Tomó aire y firmemente habló ante el
líder, quien la miraba expectante.
―El Alelo que nos atacó y que mató a Ted, estaba en busca de
un archivo militar―. Neil y Will se miraron algo nerviosos y
aguantaron el aire, en espera de la reacción de Caleb.

―¿A qué te refieres?―, preguntó el mayor, cambiando su alegre


rostro paternal a uno extremadamente serio que le causó algo de
miedo.

―U-un archivo relacionado con la desaparición de un


cargamento Normal y la muerte de muchos militares, que se
presume que fue culpa de Artificiales de esta zona.

―Imposible―, exclamó Yonu―. No hay tal información,


ninguno de nosotros ha hecho algo parecido.

―No fue un hecho reciente―, contestó Sera―. Al parecer esto


ocurrió hace años atrás.

―¿Qué pasó con el documento?―.Arthur preguntaba algo


alterado― ¿Se lo ha llevado el Alelo?

Will y Neil se miraron y luego observaron a Sera con algo de


preocupación. Sabían que no solo el Alelo se había escapado
frustrando su misión, sino que también se había llevado
información que era valiosa.

―No―, respondió Sera mientras sacaba de su bolsillo un papel


igual de arrugado al que le había entregado a Ethan. Se lo entregó
a Caleb quien lo estiró para leerlo.

―¿Cómo es posible? ¡Te vimos dárselo al Alelo!―. Neil


preguntaba consternado y de inmediato guardó silencio porque se
había delatado al demostrar que él también sabía de qué
hablaban.
―Ethan se llevó la lista de alimentos que guardé en mi bolsillo
izquierdo. El documento lo guardé en el derecho y él no verificó
qué papel le había entregado, y quien lo haría teniendo a estos
dos apuntándole la cabeza con un arma. Así que se escapó con
nuestra lista de mercado.

―¡Brillante!―, exclamó Will quien la miraba impresionado. Sus


ojos verdes brillaban con emoción y admiración.

―De acuerdo―, habló Caleb―. Esta información es muy


importante. Quiere decir que no solo nos b uscan por ser los que
roban los alimentos de las Ciudadelas cercanas, sino que también
porque supuestamente matamos a toda una flota militar que
inocentemente llevaba un cargamento. Yonu, analiza este
documento y busca todo la información relacionada al suceso.
Quiero saber que contenía ese cargamento y porque desapareció.
CAPITULO 9: Un salto en movimiento

Solo tres días habían pasado desde el funeral y varias cosas


cambiaron. Los Mayores habían determinado que Sera tomara la
habitación de Ted como su nueva habitación. Era del mismo
tamaño que las habitaciones de Will y Neil, las paredes sin pintar
y un pequeño colchón que se veía bastante cómodo, pero por
haber pertenecido a su fallecido compañero, Sera encontraba
espeluznante dormir en él, por lo que le tomaba varias horas
quedarse dormida. Habían pintado la puerta de color blanco,
borrando el hermoso diseño de alas blancas que Ted había
dibujado, para que ella eligiera el color y diseño que quisiera.
Esto hizo muy feliz a Neil, quien volvía a dormir en
“Lecturlandia”, e incluso abrazaba algunos libros como si fueran
tesoros (que posiblemente lo eran para él). Habían retirado las
cosas de Ted, metiéndolas en unas cajas viejas y almacenándolas
bajo las escaleras en ruinas del segundo piso. Había cambiado sus
lecciones con Neil, por lecciones con Irma en la enfermería, la
cual le pedía exactamente lo mismo que Neil, leer. Estudiaba
todos los días libros de anatomía y fisiología que podía sacar de
la colección de Neil o de la sala del segundo piso, y era
interrogada por la líder de su área tras cada lección. Se sentía más
cansada que nunca, pero a la vez muy feliz por ser parte de una
comunidad. Entrenaba con Tori, se ayudaban mutuamente a
decidir que armas escoger, practicando con cada una y creando
diversas misiones que superar. Neil y Will no podían creer que de
pronto se llevaran tan bien. Aunque algunas veces, la rubia se
enojaba y se alejaba furiosa del lugar de entrenamiento, dejando a
Sera preguntándose que había hecho esta vez. Después de cada
comida, Sera miraba a Tori a los ojos y le daba las gracias
implícitamente. La rubia simplemente sonreía de vuelta. Tantas
cosas habían cambiado que incluso tenía temas de conversación
con Neil. Sus mayores discusiones variaban entre ciencias y
biología, algo que por lo menos Sera recordaba de la escuela. No
sabía cómo, pero información aparecía en su cerebro
espontáneamente, lo cual le hacía mantener una conversación
fluida con el chico y, muchas veces, eternas. Neil inlcuso habia
compartido su teoría de porque los Artificiales se sentían mas
livianos y ágiles posterior a la ceremonia de tatuacion. Una teoría
algo esotérica para el gusto de Sera, pero que divertía al chico y
los mantenía discutiendo por horas. Pero uno de los cambios que
más le gustaban, eran los pequeños momentos que compartía
junto a Will, los cuales no eran muchos, pero al menos tenían el
tiempo suficiente para que él le enseñara su colección de music
clips, conversaran o simplemente se sentaran a mirar el desierto
desde las dunas de entrenamiento. Todo parecía en calma. Pero
bajo toda esa paz, los miembros de C1 se encontraban
preocupados por los últimos sucesos ocurridos. Will le
comentaba que Yonu hacía lo posible por conseguir información
acerca del archivo que ella había robado de la base militar. Se
pasaba más horas de las requeridas en la sala de Comunicación, e
incluso le había cambiado algunos turnos de la mañana, pero que
era casi imposible conseguirlo sin involucrarse en la red de los
Normales. Mientras tanto, Caleb se había mantenido en contacto
con los otros líderes de las Camarillas, alertándolos de que algo
más grande que las guerrillas, ocurría bajos sus narices. Sera
intentaba ocultar que ella poseía algo más de información al
respecto y que, a medida que pasaban los días, estaba cada vez
más segura que el documento se relacionaba con su búsqueda y el
recorte que encontró en la habitación de Ethan. Era posible que
tanto Alelos como Militares estuvieran buscando lo mismo, y no
era precisamente un cargamento común y corriente. Alguien
ofrecía una enorme recompensa por un Artificial que había
saqueado varias Ciudadelas, con características que se
correlacionaban con en el recorte que Ethan, un Alelo, poseía. A
su vez, los Alelos necesitaban este documento que reportaba la
masacre militar, haciendo referencia a un cargamento con un
contenedor humano que desapareció sin rastro y culpando a
Artificiales de la zona por el suceso. Los datos que coincidían
con las tres investigaciones eran la descripción del artificial y que
el suceso ocurrió hace diez años. Sonreía distraídamente cuando
el pelirrojo le pedía su opinión. No quería arruinar sus momentos
con Will pensando en ese tema. Ya había olvidado porque había
comenzado esa búsqueda en primer lugar. Posiblemente por la
recompensa. No estaba en las mejores condiciones cuando
escuchó ese rumor y parecían siglos desde que decidió recolectar
información acerca del tema para poder cobrar la recompensa y
vivir mejor el resto de sus días. Regresaban al edificio tras uno de
sus paseos a las dunas, cuando vieron a Caleb, Arthur, Neil y
Tori esperarlos a las afueras de la sala de armas. Tanto Sera como
Will preguntaron qué ocurría, a lo que Neil explicó que llevarían
a cabo una nueva misión pronto.

Media hora había pasado desde que comenzaron a disc utir los
detalles de la misión. Sera y Tori estaban sentadas alrededor de la
mesa en la sala del área de tropas, de brazos cruzados observando
como Will y Caleb discutían. Arthur, sentado del otro lado de la
ovalada mesa, se había quitado los lentes oscuros y se frotaba
entre medio de los ojos para calmarse. Ya había dejado de
intentar separar a padre e hijo en esta discusión. Neil, quien
estaba junto a Arthur, había hecho bolitas de papel con un trozo
viejo de mapa que ya no servía, y las lanzaba directo a l basurero
del otro lado de la habitación, también exhausto de escuchar la
absurda pelea.

―Caleb, no puedes estar hablando en serio―. Will protestaba


contra su padre de pie junto a Neil, quien intentaba concentrarse
en lanzar un trozo de papel.

―Estoy hablando muy en serio, Will―, insistía su padre quien,


cruzado de brazos, lo miraba seriamente desde la cabecera de la
mesa―. No vas a ser parte de esta misión.

Will se veía personalmente ofendido. Sus ojos verdes intentaban


buscar alguna explicación en el rostro inmutable de su padre,
quien no daba su brazo a torcer. Caleb apenas pestañeaba. Solo
su actitud lo hacía verse el doble de grande que Will. Incluso, las
pequeñas arrugas bajos sus ojos verdes y entre sus cejas, eran lo
único que lo diferenciaban de su hijo. Eran prácticamente iguales
en físicamente todo lo demás. Pero variaban muchísimo en
personalidad. Caleb siempre permanecía en el papel de líder,
siendo estricto en algunas situaciones y muy pocas veces
demostrando afecto alguno, especialmente hacia su propio hijo.
En ese momento, la terquedad de ambos hacía que la discusión
fuera eterna.

―¡No puedo creer que me estés haciendo esto!― Se podía


escuchar un leve tono de decepción en la voz de Will, quien no
intentaba ocultarla con su habilidad.

―Will, estas siendo completamente irracional en estos


momentos―. Caleb dirigía la mirada al resto de los presentes en
la habitación―. Será la primera misión de Tori, y estás
demorando el proceso.

―Pero ¿por qué no puedo ir yo también? ¿Por qué me


excluyes?―. Will intentaba mantener la calma apretando los
puños.

―Porque no reportaste los detalles de la misión cuando era


debido―. Caleb estaba siendo un poco injusto. La misión
anterior había sido un fracaso, pero tanto Neil como Sera habían
omitido información al llegar a la Camarilla. Era cierto, Will
debió dar más detalles por radio y esa fue una decisión que él
tomo por su cuenta, pero dejarlo fuera de una misión era un
castigo muy grande para jóvenes de una Camarilla.

―Vamos, Caleb, déjame ir. Sin Ted y con Al en la base de


Transportes manteniendo todo en orden, soy el único que puede
manejar el vehículo―. Will tenía un punto importante.
Solo algunos Artificiales elegían participar en dos áreas a la vez,
siendo su área principal la con mayores horas de trabajo y la
segunda solo con tareas básicas. Will desde hacía ya un año que
había comenzado a participar en el área de Transporte,
principalmente en la conducción de los vehículos. Sera miraba la
situación expectante, esperaba que alguno de los dos cediera en
su decisión y que no se mataran a golpes o algo parecido, aunque
no creía que alguno le fuera a dar un puñetazo al otro. Tori se
balanceaba en la silla como si esto ya hubiera pasado varias veces
anteriormente y Arthur había dado un suspiro mientras se
revolvía el cabello con frustración. A Neil se le habían acabado
los trozos de papel y estaba a punto de darse golpes contra la
mesa cuando, en un acto de desesperación, se puso de pie
rápidamente e intentó una vez más terminar con el problema.

―Ya, basta. Estamos perdiendo el tiempo aquí y…

―Neil será el encargado de conducir el vehículo en esta


misión―, determinó firmemente Caleb.

Un silencio cubrió la sala de estrategias y todos miraron atónitos


al líder. Tori estuvo a unos centímetros de caerse de la silla,
mientras que Arthur abrió los ojos tan grandes como platos y
miraba en dirección a Will y a Caleb una y otra vez.

―¿Qué yo voy a hacer qué?― Neil estaba tan confundido como


todos los demás y miraba nervioso a todos lados―. La vez que
dije que quería conducir era una broma, pensaba que todos aquí
entendía mí sentido del humor pero al parecer…

―¿¡Me tienes que estar jodiendo!?― Will había perdido la


paciencia y había golpeado la mesa con ambas manos,
sobresaltando a todos los presentes― ¡Caleb, Neil ni siquiera
tiene la edad necesaria para comenzar los entrenamientos de
conducción! Definitivamente estás siendo injusto.
―Es mi última decisión―. El líder de C1 guardaba algunos
mapas y escritos, sin mirar a su hijo a los ojos, quien lo
observaba con furia y una mezcla de tristeza.

―¡De acuerdo, como quieras!― Will salió de la sala dando un


portazo tan fuerte que Sera creyó que el edificio en ruinas se
vendría abajo.

Un silencio largo e incómodo cubrió el lugar, mientras todos


intentaban hacer algo que no tuviera relación con la discusión
anterior. Sera dudaba en si salir de la habitación tras Will y tratar
de hablar con él, pero temía que Caleb la detuviera o también la
dejara fuera de la misión, por lo que que permaneció sentada sin
moverse. Los siguientes minutos fueron para pulir detalles de lo
que llevarían a cabo al día siguiente. La misión consistiría en ir a
instalar un aparato, que Yonu acababa de crear con chatarra que
tenía guardada en su habitación (y que a Sera no le interesaba
saber más detalles), en la torre Tesla más cercana a C1. Una
misión simple, en comparación a robar alimentos de una
Ciudadela. Terminada la desastrosa reunión, comenzaron a salir
lentamente de la habitación sin hacer ningún otro comentario. A
penas y veían a Caleb a los ojos e intentaban posar su mirada en
cualquier otra cosa a su alrededor. Neil se quedó hasta el último
para conversar con Caleb a solas, cosa que Sera no entendió y se
quedó a esperarlo a las afueras de la sala. Neil vaciló por unos
instantes antes de dirigirse al líder, quien miraba los mapas con
expresión cansada.

―Hey, Caleb, no puedes estar hablando en serio―. Neil


intentaba hacer recapacitar al líder. Quería ayudar a su amigo a
como dé lugar―. No puedo conducir y lo sabes. Me distraigo
fácilmente. Todas mis habilidades, por menor intensidad que
tengan, no dejan que me concentre en manejar un ve hículo que
aparenta ser militar. Solo imagina cómo sería si el sol me da en la
cara y justo pasamos por vías llenas de escombros. ¿Qué pasaría
si rompo el manubrio o algo?
Caleb suspiró exhausto y levantó la vista para ver a Neil
directamente a los ojos. Su mirada expresaba culpa, algo de
indignación y un poco de frustración.

―No tengo opción. Will debe aprender la lección si algún día


quiere ser el líder de C1. A ningún líder se le permiten fallas
como esa.

―Pero todos cometemos errores―, insistía Neil―. Además, él


tomó una decisión que en el momento parecía la correcta y es eso
lo que hacen los lideres ¿no es así?

Neil hablaba con el mayor como si hablara con Will, pero


manteniendo el respeto en todo momento. Esperaba una respuesta
satisfactoria por parte del líder, pero Caleb solo lo miró con
agotamiento en sus ojos color esmeralda.

―No cuando tienes que responder frente a más personas que


dependen de ti. Eres muy joven para entender eso, Neil.

Dicho esto, Caleb salió de la habitación, pasando junto a Sera sin


decir una palabra. Neil salió tras de él con cara de decepción.
Caleb se volteó para darle las ultimas órdenes a Neil antes de
regresar a sus labores en la Séptima Habitación: debía aprender a
conducir un vehículo en lo que quedaba del día. Partirían mañana
por la mañana.

Will se había encerrado en su habitación después del almuerzo,


en el cual no le dirigió la palabra a nadie más que a Francisca al
darle las gracias a regañadientes. Sera había estado toda su
lección de anatomía pensando que podría decirle a Will para que
se sintiera mejor, pero no tuvo éxito. Subió las escaleras en
dirección a la habitación del chico y llamó a la puerta algo
nerviosa. Intentaría una vez más hablar con él aunque fuera inútil,
al menos habría hecho todo lo posible. Will abrió la puerta
dispuesto a discutir con cualquiera que estuviera afuera, pe ro
cambió su actitud al ver a Sera en el solitario pasillo. La hizo
pasar. La habitación seguía exactamente igual que en otras
ocasiones, todo en su lugar, limpio y ordenado, e xcepto por la
ropa sobre el colchón que ahora se veía arrugada, posiblemente
Will se había tendido sobre ella. El futón donde dormía Neil ya
no estaba, lo había guardado junto a las cajas viejas de Ted. Sera
se sentó sobre la cama, después de correr a un lado un par de
camisetas, y esperó a que Will se sentara a su lado, pero éste
permaneció de pie en medio de la habitación observándola.

―¿Cómo te sientes?―, habló Sera finalmente.

―¿Cómo crees tú?― Will se cruzaba de brazos mirando el


suelo―. Me siento frustrado y humillado. Mi padre no es capaz
de perdonar un error, especialmente si el que cometió el error soy
yo.

El hecho de que Will solo llamara a Caleb „padre‟ cuando él no


estaba presente o no le hablara directamente, era algo
perturbador. Quizás tenían esa costumbre, pero cuando hablaban
mutuamente se podía sentir esa distancia entre ellos.

―Él solo trata de enseñarte a ser un buen líder―. Sera intentaba


sonar sincera, pero ni ella estaba muy segura de lo que Caleb
intentaba hacer. En su caso, ella ya se hubiera marchado de casa
y, bueno, lo hizo.

―Pero no tiene por qué humillarme y tratarme como un niño de


diez años―. Will comenzaba a alterarse nuevamente, subía el
tono de su voz y Sera no estaba segura si la cambiaba para sonar
más imponente o flaqueaba al intentar ocultarla―. Hace ya
bastante tiempo que soy considerado adulto y estoy harto que me
trate de esa manera.

―Él quiere lo mejor para ti.


―¿Y tú como sabes eso, Sera? ¡Apenas llegaste hace unos meses
atrás! ¡No tienes idea como mi padre se ha comportado conmigo
durante toda mi infancia!― Will se veía furioso y herido, y
estaba descargando su ira en ella.

―¡Hey! No tienes por qué gritar―. Sera se había puesto de


pie―. Yo solo intento que te sientas mejor y tú me gritas como si
la culpa de esa estúpida pelea fuera mía. – Casi empujaba a Will
con las palabras, haciéndolo retroceder hasta chocar con la pared
de la habitación, y este no dejaba de observarla con asombro―.
No estoy para recibir tus descargos emocionales. Quizás por eso
Caleb cree que eres un niño todavía.

Justo en ese momento deseó morderse la lengua, o que alguien


llamara a la puerta y evitar cualquier respuesta que Will pudiera
darle. Una antigua compañera de trabajo, (o lo que alguna vez
consideró como trabajo), le había aconsejado nunca hacer sentir
insignificante a un hombre, porque nunca sabría cómo
reaccionarían y que muchos de ellos lo harían violentamente.
Will, en cambio, se revolvió los rojizos cabellos y suspiró con
desgano. Sus ojos verdes se posaron en Sera, con más dolor en su
mirada que anteriormente.

―No tengo muchas ganas de seguir hablando este tema―. Se


dirigió hacia la puerta―. Necesito descansar un poco.

Sera entendió el mensaje y salió de la habitación de Will no sin


antes mirarlo una última vez. El chico desvió la mirada de los
ojos esmeralda de la chica y cerró la puerta naranja sin decir una
sola palabra más. En las escaleras se encontró a Tori, quien le
preguntó inmediatamente como se encontraba Will. Le contó lo
sucedido evitando ponerse más furiosa de lo que ya estaba y la
rubia se dirigió a la habitación del pelirrojo decidida a hacerlo
entrar en razón.
―No te preocupes, yo me hago cargo―. Sera intentó convencer
a Tori que Will no estaba en condiciones de hablar más del tema,
pero la terca chica no escuchó nada de lo que dijo―. Será mejor
que vayas a ver cómo le va al estúpido de Trint con el vehículo.
Recuerda que si algo pasa, tú eres la segunda al mando en la
misión.

Sera dudó unos segundos y luego bajó las escaleras antes que
Tori llamara a la puerta naranja. No quería que Will la viera
después de la escena que acababan de tener. Además, tenía otras
cosas en que pensar. Tori estaba en lo correcto. Si algo fallaba
mañana, ella sería la encargada de tomar una d ecisión. Sería la
primera misión de Tori, y siendo la más joven de toda la
Camarilla, no estaba capacitada para tomar el mando en
situaciones extremas si lo requería. Incluso, si se veía más segura
y experimentada que Sera, quien apenas había comenzado esta
nueva vida y solo tenía una misión (fallida) a cuestas. Caminó
hacia el área de Transporte ubicado a unos metros del Escondite,
pasando un pequeño invernadero y tras una agrupación de dunas,
que alguna vez fueron casas. Los tres vehículos que poseía C1
estaban alineados frente a una pequeña casa de concreto sin
ventanas. En su interior, Alfred y Neil repasaban detalles básicos
para el manejo de un vehículo y, como de costumbre, Neil sabía
mucho sobre la teoría, cómo funcionan los transciudadelas, las
carreteras eléctricas y que hacer en caso de emergencia, pero Al
no estaba conforme con que solo „supiera leer‟. Sera los encontró
a ambos discutiendo a cerca de algún funcionamiento que
aparecía en el manual, y que Al aseguraba que no era del todo
cierto.

―¿Qué acaso no vez que sale escrito ahí viejo loco?―. Neil
hablaba con un leve tono de burla, el cual generalmente usaba
con todos los miembros de C1, adultos y jóvenes, pero sin
sobrepasarse del todo. Era imposible saber si realmente estaba
siendo ofensivo o no.
―Ya te dije que no necesariamente ocurre―. La voz de Alfred
era grave y algo desgastada. Sera lo había escuchado hablar muy
rara vez, y cada vez que lo hacía, ella se sobresaltaba un poco.

Alfred era bastante más alto que Neil, tan alto y robusto como
Caleb. Tenía el cabello negro sin ni un indicio de vejez, a pesar
de que su rostro mostraba el paso de los años. Unas enormes
cejas permanecían fruncidas sobre sus ojos color miel, y arrugas
cubrían su rostro. Vestía una camisa negra desgastada, jeans
oscuros y enormes botas negras muy maltratadas.

―No lo diría el manual si no pasara frecuentemente―. El chico


insistía.

―Y no es relevante en estos momentos. Necesitas aprender a


conducir un vehículo. Deja de leer ese manual inútil. Nadie lee el
manual de todas maneras.

Neil se sintió algo ofendido. Que alguien le dijera que no leyera


era como que le dijeran que no respirara. Sera no pudo evitar
reírse y Neil le lanzó una mirada furtiva, además de preguntarle
qué estaba haciendo ahí. No se había percatado de su presencia
en absoluto. Alfred salió rumbo al primer vehículo y Neil lo
siguió con un poco de indecisión. El chico se sentó en el asiento
que automáticamente se ajustó a su postura. Tenía los brazos
tensos y se veía un poco nervioso, pero intentaba imitar la postura
que tenía Ted al conducir. El mayor se sentó en el asiento del
copiloto con los brazos cruzados y esperó a que Neil encendiera
el vehículo. El chico apretó algunos botones en el tablero y el
transciudadela se encendió con un ruido bastante más suave de lo
que Sera recordaba. Alfred le hizo una seña a Sera para que
subiera al vehículo con ellos, a lo que ella negó un par de veces
antes de abrir la puerta trasera y sentarse detrás el mayor.

Lo que ocurrió después solo se podría describir como un acto


suicida y sin sentido, lo cual a Sera le pareció divertido. Neil
había dirigido el vehículo fuera del área de Transporte, usando
las ruedas tipo oruga, hacia el vasto desierto. En un principio
estuvo tenso, apretando los puños contra el manubrio y avanzaba
a una velocidad tan lenta que Al estuvo a punto de quedarse
dormido. Poco a poco comenzó a tomar confianza en lo que
estaba haciendo. Los niveles de energía estaban bien, el
transciudadela funcionaba a la perfecció n y no había ruidos
molestos al no estar utilizando las vías de la carretera. Sin nada
con que chocar, o alguien que lo detuviera, apretó el acelerador
sin esperar la orden del viejo Al, quien observaba los niveles de
energía en el panel a cada segundo y comenzaba a reclamar
cuando se elevaron por sobreuso. Las ruedas tipo oruga del
vehículo debían ser usadas en una velocidad moderada, y en
terreno denso, no en arena suave, ya que podían quedar
enterrados y menos con la velocidad que se viaja en una carretera
eléctrica. El transciudadela avanzó cada vez más rápido a medida
que bajaban una suave colina, y comenzaron a dar saltos entre los
montículos de arena. Neil se veía entretenido, al parecer el
conducir a alta velocidad le fascinaba. Alfred, en cambio,
intentaba a toda costa que Neil se detuviera, no por la rapidez en
la que se movían, sino por el daño que le estaba causando a su
preciado vehículo. Sera, manteniendo unas risitas al límite,
intentaba afirmarse del asiento trasero para evitar golpearse con
el techo, mientras Al gritaba algo relacionado con arena en los
engranajes que es imposible de sacar. Neil se reía
estruendosamente con excitación. Los niveles de energía en el
tablero se desbordaban y en cualquier momento el vehículo
explotaría por la sobrecarga o viajarían eternamente hasta llegar a
la costa y caerían al mar. Al parecer, al chico no le importaba. El
viejo Al, ya al borde de un colapso nervioso, amenazó a Neil con
que morirían en cuestión de segundos si no se detenía. Neil lo
observó con ojos desafiantes y luego miró a Sera en el asiento
posterior. Ella continuaba riéndose, pero de todas maneras le
preocupaba el hecho de morir en una explosión causada por el
impertinente de Neil, por lo que le aseguró que sería mejor
detenerse. El chico accedió a parar el vehículo y apretó el pedal
del freno hasta el fondo. El rostro de Neil cambió, sus ojos
reflejaron preocupación y un leve “oh-oh”, mientras respiraba
algo agitado. El vehículo no se detenía. Intentó pisar el freno
nuevamente, sin resultados. La energía del vehículo se había
concentrado toda en el funcionamiento del acelerador, dejando
inhabilitado cualquier otra función que se quisiera realizar.
Viajaban literalmente por inercia. Seguían dando saltos a través
del desierto sin poder detenerse y no estaban en posición para
esperar a que el vehículo se descargara, cosa que podía tardar
horas, ya que se acercaban a toda velocidad a una quebrada. Neil
afirmaba el volante con toda su fuerza y gritaba de emoción con
una mezcla de nerviosismo. Sera estaba segura que si fuera solo
por él, saltaría al vacío con vehículo y todo. Alfred le indicó a
Sera rápidamente que soltara su cinturón de seguridad. Le dio
instrucciones a Neil de apretar el botón rojo junto al volante, que
lo sostenía al asiento del piloto, se preparara y saltarían todos
fuera del vehículo antes de caer por el barranco. Abrieron las
puertas casi al mismo tiempo, mientras el transciudadela seguía
su curso a gran velocidad. Sera comenzó a dudar del plan,
viajaban tan rápido que posiblemente quedaría convertida en
polvo al caer al suelo. Pero no había tiempo para dudas, Alfred
les ordenó saltar sin esperar ni un segundo más. Apenas pudo
respirar cuando saltó del vehículo y cayó en un montículo de
arena suave, el cual amortiguó la caída por lo menos en un dos
por ciento, lo cual fue absolutamente nada. Al menos estaba
viva. Escupió arena mientras intentaba abrir los ojos que también
estaban cubiertos de arena, los cuales le dolían de solo pestañear.
Intentó sentarse en el montículo, pero sus manos se hundían sin
remedio en él, y el dolor que recibió tras la caída hacía el proceso
aún más difícil. Se giró tumbándose de espalda y mirando el cielo
azul con el sol directamente sobre su cara. No pudo evitar reírse.
Unos metros más allá, Al se levantaba del suelo y se sacudía los
pantalones. Sera le hizo una seña de que se encontraba bien, pero
aún no paraba de reír. Neil se puso de pie sobre la arena de un
solo salto, gritando emocionado.

―¡Eso fue fantástico!― Neil daba brincos de la emoción y


volvía a hundirse en la arena.
―Excepto por la parte en que casi morimos―. Le recordó Sera,
mientras caminaban con dificultad hacia la orilla del acantilado
donde el viejo Al observaba donde había caído el vehículo.

El paisaje cambiaba después de la quebrada. El desierto


comenzaba a transformarse en planicie seca y algunas plantas que
no median más de un metro de alto, aparecían para adornar el
entorno. Soplaba una brisa suave y fresca que les ayudaba a
disminuir el calor. El vehículo había caído varios metros más
abajo y se había volcado sobre unas plantas. Por lo menos se
había detenido. Alfred suspiró con pesar y se sacudió el negro
cabello, mientras trataba de idear una forma de recuperarlo. Neil
continuaba hablando de lo emocionante que había sido conducir a
toda velocidad por el desierto y que hubiera sido increíble saltar
al vacío, sentir la brisa en la cara, la sensación de vacío y la caída
libre, exceptuando el hecho de tener un final algo fatal. Sera
trataba de no reírse frente a Al, el cual consideraba que todo esto
era un desastre. El mayor descubrió un sendero algo mal trecho,
que podría llevarlos hasta el vehículo. Caminaron lentamente,
intentando no caer por pisar alguna piedra suelta y evitando
bancos de arena que se veían inestables. En el camino, Neil le
contaba a Sera que no estaban muy lejos de la costa oeste del
continente y que le gustaría ver el mar nuevamente. La última vez
que había visitado el océano había sido con Will el año pasado,
en el norte, muy cercano a Ciudadela 3, pero que no tuvieron
tiempo de relajarse ni por un segundo. Llegaron a donde estaba el
transciudadela, que había perdido una puerta, el techo estaba
aplastado y las ruedas delanteras desalineadas. Neil seguía
contando como había acabado con unos Alelos en una cabaña
solitaria, cuando se dirigían a alguna cosa importante en C6.
Alfred intentó mover el vehículo, pero fue inútil. El radio
tampoco funcionaba y era imposible encenderlo nuevamente.
Preguntó si alguno tenía su beeper consigo, confiando que aún
seguían en el rango de C1. Neil los había alejado bastante del
Escondite. Sera le pasó el suyo y el mayor intentó comunicarse
con la Camarilla. Tomó varios intentos antes de que captaran la
señal y contestara Will desde la sala de Comunicación. Neil le
quitó el beeper de las manos a Alfred y, alejándose un poco de
ambos, comenzó a relatarle lo sucedido a Will. Después de varios
minutos de silencio incomodo entre el viejo Al y Sera, Neil
regresó y les explicó que el pelirrojo los vendría a buscar en una
hora. Alfred observó a Neil con atención, se veía algo molesto.

―Me debes un vehículo, enano―. El mayor golpeó suavemente


a Neil en la cabeza y se volteó hacia el vehículo destrozado e
intentó recuperar alguna de sus piezas.

Neil y Sera se volvieron a reír de la situación, pero ahora el


cuerpo les dolía por completo, así que evitaron reír demasiado.
Intentaron ayudar a Al, pero este les dijo que mejor fueran a
contar granos de arena. Neil ya había causado bastante daño y al
menos quería recuperar algunas refacciones en buen estado. Se
alejaron un poco evitando soltar pequeñas risas que agravaban la
situación, conversando de qué hubieran hecho en el caso de ir en
la carretera eléctrica en vez de tierra firme. Posiblemente morir
al impactar el suelo al saltar a esa velocidad. De todas maneras, ir
tan velozmente, saltando de montículo de arena en montículo de
arena, fue una de las mejores sensaciones que habían tenido en
sus vidas. Se sentaron en el suelo a esperar. Neil literalmente se
había puesto a contar granos de arena para hacer reír aún más a
Sera, lográndolo perfectamente. Le dolía todo el cuerpo. La caída
debió de causarle más de una contusión. Golpeó un par de veces
a Neil por el hecho de que podía recuperarse de cualquier golpe
en cuestión de minutos. El chico se burlaba y reclamaba que
había perdido la cuenta de los granos de arena.

―¿Siempre haces cosas tan irresponsables como ésta?―,


preguntó Sera mientras se quitaba un poco de arena que le
quedaba en el cabello.

―Oh no, algunas son bastante responsables. Simplemente son


peligrosas―. Neil jugaba con un puñado de arena, formando un
montículo pequeño y luego aplastándolo con la palma de su
mano―. Responsablemente peligrosas.

―¿Alguna de ella son planeadas o las haces sobre la marcha?

―¿Qué tiene de divertido planear mucho las cosas? Mejor actuar


y actuar rápido.

―Al planear puedes sacar mayor provecho a las cosas y


lugares―. Sera lo observaba esperando que entendiera su punto
de vista.

―Pero te pierdes el “qué pasaría si hubiera hecho lo contrario” o


“que hubiera pasado si hubiera dado vuelta a la izquierda en vez
de la derecha”―. Neil miraba más allá de ella. Miraba hacia lo
alto del acantilado, con ese brillo desafiante en sus ojos.

Sera observó a Neil intentando entender sus palabras. Ella nunca


había hecho nada que no fuera premeditado, le gustaba pensar en
todas la posibilidades existentes y escoger la que mejor se
adaptara a la situación. Desde que llegó a C1, la mayoría de sus
actos habían sido sin planear, cosa que le incomodaba un poco,
pero no podía negar que había aprendido bastante en el trayecto.

―Además, ser impulsivo es parte de mi encanto―. Neil le guiñó


un ojo, mientras estiraba los brazos.

Volvió a golpear a Neil en un brazo y se agradeció a si misma por


tener ese impulso cada vez que el chico hablaba estupideces. Le
agradaba llevarse bien con Neil. Ahora tenían temas de
conversación. Recordó como en un principio no soportaba su
arrogancia y detestaba que fuese tan ególatra. Pero ahora sabía
que era parte de su personalidad, que realmente se preocupa por
los demás, sobre todo Will, y mucho de lo que dice y hace es para
hacer reír a sus seres queridos. Neil era alguien muy interesante y
no solo llamaba la atención con sus hermosos ojos azules. Unas
cuantas risas e historias más tarde, el beeper de Sera volvió a
sonar. Will estaba a diez minutos de su posición y sería mejor
que se prepararan. Neil le avisó a Alfred, quien tenía una pila de
partes, aun útiles, junto a él. Subieron el acantilado, acarreando
cada uno un trozo del vehículo destrozado, y esperaron que su
compañero llegara. A lo lejos se comenzó a ver el vehículo que
se acercaba hacia ellos con cautela. Will se detuvo a unos metros
de ellos y se bajó para ayudarlos a subir las partes del otro
transciudadela. Sin poder evitarlo, soltó una carcajada cuando
Neil le relató lo sucedido, y le alababa cada acción, incluso la
parte en que casi caen por la quebrada. El viejo Al conduciría de
regreso a C1 esta vez, no se arriesgaría a que alguno de los
jóvenes destrozara otro de sus vehículos. En el asiento del
copiloto iba Sera. El mayor le había pedido ese favor por dos
motivos, el primero era porque debía aprender a leer el tablero e
interpretar los niveles de energía para la misión de mañana; y
segundo, porque Neil y Will no dejaban de hablar de misiones
pasadas y otras bromas que habían hecho en los entrenamientos.

Llegaron a la Camarilla al atardecer. Dieron los reportes


correspondientes a Caleb, quien reprendió a Neil, pero este no
tomó nada en serio. Cenaron como de costumbre y la orden era ir
directo a dormir para estar preparados para mañana. Pero Will
tenía planeado algo diferente. Unos quince minutos después de la
cena, Sera estaba en su nueva habitación, leyendo uno de los
libros de fisiología de Neil, para su interrogación en el área de
Salud, cuando alguien llamó a su puerta. Will estaba afuera, con
un bolso de lona en una mano y una sonrisa gigantesca en su
rostro. Al parecer ya no seguía molesto, y volvía a comportarse
como el de siempre. Pero tenía un leve tono de travesura en su
mirada que intrigaba a Sera. Dudó dos veces antes de aceptar
salir con él de la Camarilla, rumbo a lo más alto de las dos dunas.
Will se apresuraba a subir a la cima, dejando a Sera atrás. Le
costaba caminar, sus botas se llenaban de arena con cada paso
que daba. Ya había tenido suficiente de arena por un día, y estaba
a punto de reclamarle a Will el porqué de subir a las dunas a esas
horas de la noche, cuando una enorme manta color café casi la
cubre por completo. Will había estirado la manta sobre la arena y
sacaba algunas cosas del bolso que traía, dos linternas, algunos
music clips y comida, mucha comida. Sera miraba impresionada
como Will ordenaba cada cosa que había acarreado desde la
cocina y la invitaba a sentarse junto a él.

―Sé que acabamos de cenar, pero siempre tengo hambre―, dijo


el chico algo avergonzado.

Sera trató de no reír, pero Will tenía la capacidad de parecer un


niño de doce años cuando hablaba honestamente y, en el cuerpo
de un adolecente de dieciocho, era algo tierno y bastante
gracioso. Intentó no aplastar la caja de cereal mientras avanzaba
hasta donde se encontraba sentado el chico y, quitándose el
cabello de la oreja derecha, le dio las gracias con la mirada. Will
le sonrió y le ofreció algo de comer, a lo que Sera rechazó
nuevamente. El chico le hablaba de cosas triviales, mientras ella
lo observaba con alivio. Pensaba que estaría enojado hasta que
volviera de la misión mañana en la tarde. Sera se perdía en las
facciones de Will. Las leves pecas de su rostro y sus brillantes
ojos verdes que iluminaban su rostro al igual que su sonrisa, la
embobaban a tal punto que no sabía exactamente de qué
hablaban.

―Lamento lo de esta mañana―. Will se había acabado casi


todos los bocadillos y miraba hacia el horizonte con expresión
melancólica―. Cuando se trata del tema con mi padre me pongo
algo sensible.

―“Algo” no es la palabra adecuada―. Sera intentaba no sonar


sarcástica, pero era inevitable después de haber pasado todo el
día hablando con Neil.

Will miraba a Sera con curiosidad e intentaba sonreír sin mostrar


vergüenza. Ella estiró si mano derecha para acariciarle su rojo
cabello mientras volvía a perderse en sus ojos. Will descansó su
mejilla en la mano de Sera. Podía sentir el calor que emanaba se
su rostro tierno y suave. Él se acercó un poco más a ella, sus
hombros rozaban levemente bajo ambas capas de ropa. El chico
desvió la mirada hacia el cielo. Hacía pocos minutos que había
oscurecido y el cielo del desierto había cambiado de tonalidades
moradas a azules oscuras, casi negras, exponiendo las brillantes
estrellas sobre sus cabezas. Estando en pleno desierto, se podía
apreciar la vasta cantidad de estrellas que cubrían el cielo cada
noche. Eran tantas que muchas de ellas formaban estelas blancas
que parecían suaves corrientes de agua. Nunca había tenido
tiempo de contemplarlas. Sera nunca había creído que eran tan
bellas. El disfrutar de cosas simples de la vida la deprimía un
poco. Durante los últimos años solo había intentado sobrevivir y,
a pesar de siempre haber tenido lo necesario, este tipo de lujos, el
contemplar las pocas cosas maravillosas que quedaban en el
mundo, era algo que nunca se permitió. Sintió la mano de Will
sobre la suya y enseguida volteo a verlo. Sus verdes ojos
brillaban con la luz de la luna y sonreía algo nervioso. La
observaba con detención y acariciaba sus dedos suavemente. Sera
recorría el rostro de Will con la vista, viajando de sus ojos a las
diminutas pecas que cubrían su nariz, pasando por sus firmes
pómulos hasta su labio inferior, que era mordido delicadamente
por el chico, haciendo que a Sera se sonrojara sin remedio. No
temió disminuir la distancia entre ambos. Se ace rcó lentamente a
Will para sentir su respiración cerca de su rostro. Quería besarlo,
pero no quería apresurar el momento. No dejaba de mirar las
pecas de su nariz y sus labios, que formaban una pequeña sonrisa
traviesa. Will acarició delicadamente su brazo, mientras se
acercaba lentamente a besar su mejilla. Al sentir los tibios labios
del chico sobre su piel, no pudo evitar estremecerse. Apenas
podía respirar y le fue inevitable sonrojarse. Cerró los ojos
mientras los labios de Will recorrían suavemente su mejilla hasta
llegar a sus labios. Will la besaba tiernamente, esperando,
probando y sintiendo el calor que emanaba de su boca. Sus firmes
manos recorrieron sus brazos hasta sus hombros, llegando a
sostener con cariño su rostro. Ambos se contenían para no
presionar el momento, pero era claro el deseo. Viejos hábitos
comenzaron a apoderarse de Sera. Comenzó a apresurar sus
besos, sus manos se deslizaron bajo la camiseta del chico y
recorrían su pecho con suavidad. De vez en cuando, mordía
suavemente el labio inferior del chico y observaba atentamente
como reaccionaba. Con la respiración acelerada, recorría la
blanca piel de Will con sus labios, apenas rozándola, hasta llegar
a su cuello. Will se había recostado en la manta sin dejar de
besarla ni por un segundo. Sera comenzaba a sentir el calor que
ambos generaban y apenas hacía pausas para respirar. Will la
tomaba con gentileza por las caderas, sin presionarla, sin
apurarla, solo disfrutando. Las manos de Sera comenzaron a ser
más intrépidas, recorrían suavemente el abdomen del chico. La
pasión comenzaba a apoderarse de ella y nublaba sus
pensamientos y su moral. Vagos recuerdos aparecieron
espontáneamente en su mente, rostros desgastados, ojos llenos de
lujuria, luces tenues, una sensación de asco que debía contener.
Se detuvo de inmediato. Sobresaltada, se alejó de Will, quien la
miraba algo confundido.

―Yo… lo siento. No quería…― Sera intentaba disculparse. No


estaba segura de qué exactamente; si por haberse apresurado o
por haberse detenido.

―No te preocupes― Will sonreía cariñosamente, aun tratando de


buscar alguna explicación en el rostro de la chica. – De todas
maneras debemos volver. Se hace tarde.

Sera se sentía completamente avergonzada. Parte de ella, parte de


su pasado había salido a relucir por unos instantes y era una de
las cosas que menos quería que los miembros de C1 supieran. En
especial Will, quien era el único que la había hecho sentir como
una adolecente normal en mucho tiempo. Después de recoger la
manta y los restos de comida, bajaron de las dunas tomados de
las manos, rumbo al Escondite. No hablaron de regreso a sus
habitaciones, el silencio era suficiente. Will le sonreía
tiernamente cada vez que ella se volteaba a verlo. Tenía su rojo
cabello despeinado por haber estado tendido en el suelo y se veía
más tierno que nunca. Sera no temió en romper el silencio. La
duda llevaba dándole vueltas toda la tarde. Le preguntó cómo es
que había cambiado de parecer en relación a no ser parte de la
misión de mañana.

―Tori fue quien me hizo entrar en razón―, respondió el chico,


quitándole unos cabellos del rostro y acariciándolo suavemente
entre sus dedos―. Ella siempre logra calmarme.

Sera le sonrió de vuelta, mientras soltaba suavemente su mano.


Vio un destello en sus verdes ojos mientras hablaba sobre Tori y
la misión, y prometía no volver a armar una escena así otra vez.
Se veía feliz, calmado y algo distraído.

―Tori sí que te ayudó.

―Siempre lo hace. Siempre está dispuesta a hacerme sentir


mejor. No como Neil. Ese maldito o se aburre y se va, o se ríe de
mí hasta que lo golpeo. Tori es como una hermana para mí.

Sera le sonrió y lo besó en la mejilla. Will la abrazó fuertemente


antes de besarla nuevamente en los labios. Esta vez fue tierno y
simple, sin presión. El chico la miró a los ojos y besó su frente en
señal de despedida para luego retirarse a su habitación. Sera
sonrió a sí misma en el solitario pasillo. Se sentía bien. Se sentía
querida. No necesitaba más que eso. No necesitaba lujos ni
dinero, solo gente que la quisiera y la apoyara. Antes de entrar a
la habitación volvió a sentir la presencia de alguien, observándola
desde algún rincón del largo y lúgubre pasillo. Pero no había
nadie, como siempre. Se sintió algo boba por estar ahí sola,
sonriéndole al vacío y sintiendo cosas extrañas. Se retiró a su
habitación concentrándose en la misión de mañana. No quería
que terminara como la misión anterior. No permitiría fallos.
Tras cerrar la puerta, un suave sonido se escuchó en el pasillo.
Todas las puertas estaban cerradas, las ventanas rotas dejaban
entrar una leve brisa, y en los rincones aún había arena a medio
barrer. En la esquina más cercana a las escaleras, junto a una de
las ventanas menos rotas de todo el segundo piso, se pudo oír un
leve sollozo. Sentada en el suelo, con los brazos cruzados sobre
las rodillas, su rostro inmerso en ellos y su plateado cabello
brillando bajo la luz de la luna, Tori dejó de utilizar su habilidad
y comenzaba a aparecer poco a poco.
CAPITULO 10: Andrey

Se había despertado muy nerviosa. Apenas había dormido


durante la noche. Su conciencia le recordó a cada minuto que no
debía fallar en esta misión. Se vistió rápidamente, poniéndose las
pesadas botas, un pantalón de tela negro y una camiseta sin
mangas de color blanca. Intentó peinarse un poco el claro cabello,
que irremediablemente se levantaba por la estática que le había
dejado ponerse la ropa. Cerró de golpe la puerta tras ella y bajó
las escaleras lo más rápido que pudo. Estaba retrasada y ya podía
escuchar las quejas de Neil por haberlos hecho esperar tanto
tiempo. La mayoría de los miembros de C1 estaban fuera del
Escondite cuando ella salió por la puerta principal. Ayudaban a
preparar el vehículo para la misión y daban las últimas
instrucciones a los jóvenes que partirían en unos minutos más
hacia la torre Tesla del sector 2-A. El vehículo que los llevaría se
veía como nuevo. Estaba reluciente de limpio, casi sin indicios de
arena, lo cual era bastante difícil en el desierto; los vidrios
polarizados parecían recién instalados, ni una sola raya se podía
ver en la pintura café que camuflaba el vehículo con el entorno.
Los pequeños espejos laterales parecían recién adquiridos y ya se
podía imaginar cómo se vería el interior, asientos de cuero negro
sin parches o manchas. Neil y Alfred revisaban las ruedas tipo
oruga, las cuales harían todo el trabajo rumbo a la torre. Estas se
activaban desde el panel de control en el interior del vehículo,
cubriendo las ruedas metálicas que funcionaban únicamente en
las carreteras eléctricas y siendo el único transporte disponible a
través el desierto. Las carreteras y los vehículos, así como todas
las cosas eléctricas en el mundo, funcionaban gracias a
electricidad y magnetismo, proporcionados por las torres Tesla de
forma permanente. Por lo que sería muy raro que se quedaran
varados en el desierto, a menos que Neil volcara el vehículo.
Arthur y Joulie cargaban las armas que llevarían a la misión: tres
M9, dos rifles, una ballesta, una sniper y algunas mini bombas.
Todo aquello era por si tenían algún inconveniente, lo cual era
una probabilidad muy baja, pero no estaba demás ser precavidos,
sobre todo si iban solo jóvenes algo inexpertos a una zona
parcialmente custodiada por Normales. Mary caminaba hacia
ella con una sonrisa radiante en su rostro. Vestía una blusa
blanca, unos pantalones crema ajustados al cuerpo, y unas
sandalias de tacón. Cargaba unos archivos bastante pesados para
sus débiles brazos, pero ella sabía a la perfección que la madre de
Will no era débil en absoluto. Como siempre, ella era la
encargada de mantener los registros de C1. Caleb sería el líder,
pero no era una persona muy ordenada. Siempre dejaba los
papeles revueltos sobre su escritorio en la Séptima Habitación,
mezclando mapas con registros y muchas veces sujetados con
armas o cartuchos de balas como si fueran pisapapeles. Mary era
la que se encargaba de ordenar cada documento para que su
esposo los pudiera encontrar cuando le fueran necesarios. Ella
tenía su orden especial, y siempre estaba cerca de Caleb lista para
entregarle el documento exacto que necesitaba. Caleb se lo
agradecía, a su manera, y Mary simplemente aceptaba cualquier
cumplido. Además, el líder le permitía encargarse absolutamente
de todo, desde la decoración de su habitación, hasta los detalles
de las ceremonias importantes.

―¿Te encuentras bien, querida? No tienes buena cara. – Mary la


observaba con simpatía.

Había olvidado verse al espejo. Aún tenía los ojos rojos e


hinchados por la noche anterior. Inventó la excusa de que no
había dormido absolutamente nada en toda la noche por la
emoción de su primera misión oficial, cosa que no era del todo
mentira, y se acercó a Caleb quien instruía a Sera en los últimos
detalles de la misión para que no hubiera fallas. Ambos sonrieron
al verla llegar. Tori había escuchado aquellas instrucciones varias
veces desde que descubrió que podía colarse a las reuniones sin
que la vieran. Repetía una y otra vez cada palabra en su cabeza,
como un parlamento, e incluso imitaba las muecas y énfasis que
Caleb hacía en cada palabra importante. Ser la única en la
Camarilla capaz de camuflarse era bastante útil. Presenciaba
muchas de las cosas que no se le permitían por ser menor, pero
también muchas que desearía nunca haber presenciado. Pero esta
vez era parte de la misión y debía aparentar que no conocía los
procedimientos. Intentó poner su mejor cara de inocencia, cosa
que no le era fácil. Caleb no era nada tonto como para no darse
cuenta que estaba fingiendo y le dedicó una mirada extraña,
mientras continuaba con el relato. La chica prefirió mostrar
indiferencia y aceptar cada instrucción que el líder de la
Camarilla le daba. Neil sería el líder de la misión, algo que no la
dejaba muy contenta, pero no podía objetar. Sera sería la segunda
al mando y la encargada de cumplir la misión si algo salía fuera
de lo planeado o Neil no estaba en condiciones para seguir siendo
el líder. En cuanto a ella, por ser su primera misión, sería el
apoyo y protección de sus otros dos compañeros. Repitiendo
entre líneas, aceptó hacer caso a los otros dos jóvenes (que solo le
llevaban un año de edad y algo más de experiencia). Neil le
sonrió malévolamente, como si planeara hacerla comer arena o
saltar de un risco, y ella le respondió con la peor mirada que pudo
generar. Yonu y Will se acercaron con el aparato que debían
instalar en la torre, para explicarles su funcionamiento y como
instalarlo.

―Es muy simple―, comenzó a decir Yonu, quien se veía como


si no hubiera dormido en toda la noche, menos en una cama y sin
haberse cambiado la ropa del día anterior. – La máquina, a la que
he llamado “A.H.M.T.Ca.N”…

―El peor nombre que he escuchado. Necesitas crear los nombres


de tus aparatos con más personalidad―, interrumpió Neil sin
importarle en absoluto que Caleb y Will le dedicaran miradas
furtivas.
―…está programada para funcionar apenas sea instalada―,
continuó Yoshinori como si el comentario de Neil hubiera sido
parte de la brisa de la mañana―. Se auto-configura, exactamente
como yo lo he programado, y no tendrán que hacer nada más que
conectarlo a la torre.

Will se acercó con la máquina. Parecía una especie de caja de un


color gris metálico gastado, con un teclado y una pantalla que
apenas se podía ver claramente lo que se tipiaba en ella. A un
extremo tenía unos gruesos cables de color rojo y negro, que
estaban algo gastados por el calor del desierto.

―Cuando lleguen a la torre―, siguió explicando el mayor―,


deberán entrar al panel de control manualmente, identificar los
cables alimentadores centrales, que están conectados
directamente a la placa madre y al codificador interno, conectar
el A.H.M.T.Ca.N. directamente al codificador, muy importante, y
dejar que actúe solo.

Tori se sentía algo confundida. Nunca puso atención a las cosas


que Yonu decía, y cuando era Will quien explicaba, se perdía en
sus ojos sin remedio en cuanto decía la primera palabra. No tenía
ni idea donde se encontraba el panel de control, como era o que
era. Nunca había visitado una torre Tesla y era algo que esta vez
no podía disimular. Observó a Neil, quien parecía haber
entendido todo a la perfección o simplemente daba por hecho
muchísimas cosas. Se veía relajado, y estaba más preocupado del
vehículo y de cómo mejorarlo para poder leer un libro mientras
conducía, cosa que a Tori no le parecía una buena idea. Neil era
capaz de estar haciendo una operación laser a los ojos y distraerse
con la partícula de polvo más diminuta que podría existir,
dejando un caos a nivel mundial sobre el cual simplemente diría
una broma estúpida y todo quedaría olvidado, mientras el resto
limpiaba su desastre. Sera, en cambio, miraba atentamente a
Yonu, como si hubiera entendido lo que el mayor había dicho.
Ella no sabía si Sera ya había estado anteriormente en una torre,
ni tampoco sabía identificar en su rostro si mentía o no. No la
conocía tanto como a Will y a Neil como para lograrlo. Temió
preguntarle a Yonu que quiso decir, odiaba parecer estúpida, e
intentó con todas sus fuerzas, no mostrarse tan confundida. Will
le guiñó un ojo, lo cual la hizo sonrojar sin remedio.

―Solo tienen que abrir la tapa del tablero y conectar la maquina


al montón de cables más grueso que hay―, tradujo Will
sonriéndole a sus compañeros.

Tori desvió la vista para no mirar al pelirrojo directamente a los


ojos y sentía como sus mejillas comenzaban a hervir.

―Sí, sí. Conectar la cosa con nombre horrible a la torre―. Neil


estaba a segundos de sentarse en el asiento del piloto, dispuesto a
irse lo antes posible― ¿Nos vamos ya?

―El A.H.M.T.Ca.N. es muy delicado, Neil. Deben tener cuidado


en su manejo―. Yonu hablaba calmadamente y con un leve tono
de monotonía en su voz―. Si algo falla y no se auto-configura
deberán ingresar el siguiente código: 01100011 01101111
01101101 01100110 00000101 00000111 00000011 01111001
01110101 01101011 01100101 01101011 01101111 00000000
00000111 00000010.

Tori no se esforzó en memorizar la enorme cantidad de números.


Nunca había sido buena en recordar cosas complicadas de
comunicación o tecnología, prefería aprender tácticas simples y,
en secreto, recetas. Además, no sería necesario. Yonu siempre
hacia las cosas extremadamente perfectas. Nada de lo que él
creaba fallaba y él se sentía orgulloso de ello. Se despidieron de
los Mayores y se dirigieron al vehículo. Neil tomó asiento frente
al volante, con una alegría desbordante en su rostro.
Automáticamente, el respaldo se ajustó a su postura,
manteniéndolo en una posición semi flexionada y algo relajada,
con los brazos levemente estirados y con la altura necesaria para
ver el camino. Ajustó el arnés de seguridad que lo mantenía fijo
al respaldo del asiento y que se desprendía en caso de emergencia
con solo accionar el botón. Tori se sentó en el asiento trasero
junto a la máquina, que iba envuelta en una tela suave que alguna
vez fue de color blanco. Sera se sentó en el a siento del copiloto
después de que Will le diera un rápido beso en la mejilla, que
hizo a Tori sentir una horrible punzada en su pecho y algunas
lágrimas que querían escapar de sus ojos. Neil tosió molesto y
encendió el vehículo, apresurando a sus compañeros. Will se
acercó a la ventanilla trasera del lado derecho y miró a Tori a los
ojos.

―Lo harás bien, peque. No dejes que Neil te saque de quicio―.


Ella le sonrió devuelta, asintiendo con la cabeza, completamente
perdida en sus verdes ojos y sonrisa radiante.

Will dio unos suaves golpes al techo del transciudadela y Neil


pisó el acelerador con cuidado, rumbo al sur.

Leer los niveles de energía en el panel de control no era tan


difícil como había pensado, sobre todo porque Neil no mantenía
la vista fija en el camino como lo hacía Ted y podía verificarlos
el mismo, haciendo el trabajo más fácil. El chico se distraía
fácilmente con cualquier cosa. El paisaje, el ruido de la arena en
los engranajes de las ruedas y las miradas que le dirigía de vez en
cuando. Todo funcionaba perfectamente y viajaban a una
velocidad adecuada, no como la vez anterior que casi los hace
caer por un barranco. Neil estaba relajado e incluso sonreía más
de la cuenta. Se divertía sin tener que poner en peligro sus vidas,
lo que era bastante bueno. Quizás su cuota de adrenalina ya
estaba en su límite y no necesitaba más por un tiempo. Sera lo
observó después de decirle los niveles correspondientes. Llevaba
puestos unos anteojos obscuros que cubrían sus brillantes ojos
azules.
―¿Por qué llevas puesto eso?―, preguntó Sera algo irritada―.
Te ves ridículo.

―¡Hey!, Ted usaba anteojos y nadie lo llamaba ridículo. Además


pienso que me veo más sexy de lo que soy―. Neil mantenía las
manos firmes en el volante. Podía despegar la vista del camino,
pero no soltar el manubrio, ya que podrían perder el control
fácilmente.

―Ted los usaba porque el sol dañaba sus ojos―. Tori asomó su
cabeza entre ambos asientos delanteros y le quitó los anteojos al
chico―. Y su habilidad era muchísimo más sensible que la tuya.
No importa que un poco de sol le llegue a los tuyos.

―Igual creo que me hacían ver algo más rudo. Solo me falta una
chaqueta de cuero.

―Con este calor te freirías. No espera, hazlo. Así no tendré que


verte la cara de nuevo―. Tori se recostaba en el asiento trasero,
quitándose el rubio cabello de los ojos.

Sera simplemente se reía de la situación. Ya se había


acostumbrado a escuchar las discusiones entre aquellos dos
durante las comidas y en los entrenamientos. Una de sus favoritas
había sido la vez que Neil había dicho a Tori que no era capaz de
camuflarse en su habitación rodeada de libros. Ella lo intentó y
parecía un mosaico con ojos celestes. La chica se había enojado
tanto que había pateado una torre de libros que Neil tenía en una
esquina y este se quejó de que las cubiertas se habían infectado
con “maldad Toriniana” y no los tocaría nunca más.

―¿Siempre se han tratado de esta manera desde que se


conocieron o esta hermosa relación se formó durante los años?―,
preguntó Sera entre risas.
―Tori siempre ha sido una molestia rubia―, dijo Neil sonriendo
malvadamente―. Desde que llegué a C1 que se comporta como
la vez, exigente y agrandada.

―Tú también lo harías si fueras el menor de la Camarilla y no te


tomaran en cuenta.

―Pero a mí siempre me toman en cuenta. Soy el más


importante―. Sera le dio un golpe en el brazo tan fuerte que
hasta a ella le dolió― ¡Auch! Pero si es cierto.

―Trint era lo más antisocial cuando llegó a C1―. Tori seguía el


relato―. Solo tenía diez años cuando Caleb lo trajo. Se escondía
detrás de él cada vez que algún miembro de la Camarilla se
acercaba a hablarle.

Sera no pudo evitar reírse. Imaginó a Neil muy pequeño, con la


cara cubierta de tierra y con los cabellos negros cubriéndole los
ojos, mostrando una mirada de enojo y desconfianza a cualquiera
que lo mirara. Absolutamente diferente a lo que era ahora.

―¿Qué esperabas? No iba a permitir que un montón de extraños


se me acercara. Podrían tener alguna infección o algo―. Neil
bromeaba intentando disimular que realmente fue un momento
estresante de su pasado.

No debió ser fácil adaptarse a toda una nueva vida con tan solo
diez años de edad. Ni ella se había adaptado aún y tenía seis años
más que aquel pequeño que posiblemente estuvo asustado por ver
a gente, con cabellos y ojos extraños, sonreírle amablemente por
primera vez. Le volvió a dictar los niveles de energía del vehículo
y continuaron con su conversación.

―¿Cómo es que Caleb te encontró? Digo, no es como que te


hayas aparecido a las afueras de C1 en una cesta.
―Estaban en una misión en Ciudadela 4, robándose un tanque de
agua que acababa de llegar proveniente de Ciudadela 3―. Neil
había permanecido con la vista al frente, contemplando el vasto
desierto frente a ellos y evitando ver a las otras dos chicas
mientras hablaba cosas personales―. Yo estaba en un callejón
entre un complejo de departamentos y un bar, con una mochila
llena de comida que acababa de robar y otras cosas personales,
cuando escuché un ruido cerca de la base militar. Como sabes,
los militares son los que administran tanto alimentos como
bebestibles en cada Ciudadela y…

―Sí, lo sé, viví en dos de ellas. Ahora continúa―. Sera estaba


impaciente por saber más.

―De acuerdo. Me dirigí a la base para ver qué era lo que


provocaba ese ruido. Era como si alguien tratara de doblar las
uniones metálicas del tanque que lo mantenían fijo a la tierra. A
la distancia pude ver a un hombre muy alto, bastante musculoso y
con el cabello más rojo que había visto en mi corta vida. Se
estaba llevando el tanque de agua a cuestas. Debo admitir que
quedé impresionado con su fuerza. Pero los militares habían
accionado la alarma al darse cuenta del robo y se preparaban para
salir tras él. Intenté seguirlo para advertirle, pero no estaba seguro
de como lo haría. Llegamos hasta la reja que limita la Ciudadela
con el desierto e increíblemente había comenzado a pasar el
pesado tanque hacia el otro lado con ayuda de otro hombre con
cabello negro como el mío. Claro que en ese entonces se veía
más joven. A Alfred le ha cambiado bastante el rostro.

Sera podía ver como a Neil le brillaban los ojos de emoción. Fue
la primera vez que el chico vio a otros Artificiales realizando un
acto extraordinario, aunque fuera robando agua. Podía sentir su
emoción en cada palabra que su compañero entregada en su
relato.
―Los militares se acercaban rápido, aún recuerdo oírlos con mi
habilidad correr por el callejón, que en ese tiempo no tenía idea
que era una habilidad extra además de mi visión a larga distancia.
Tenía que actuar rápido antes que los descubrieran, así que me
acerque lo más que pude, escondiéndome en el callejón más
cercano tras unas cajas abandonadas. No sabía cómo llamar su
atención así que hice lo primero que se me pasó por la mente.

― Algo estúpido como siempre―, interrumpió Tori, y Sera soltó


una risita burlona.

―Saqué un libro de mi mochila, uno de los primeros que he


robado en mi vida―, continuó Neil como si nada―, y se lo
arrojé directamente a la cabeza al hombre alto y pelirrojo.
Siempre he tenido una excelente puntería así que mi preciado
libro golpeó justo sobre su oreja. Se giró inmediatamente a ver
quién había lanzado un libro tan extraordinariamente bien en la
oscuridad y obviamente yo me escondí antes que pudiera
captarme con esos ojos severos que pone a veces. Pero logré mi
objetivo, escuchó que los militares estaban cerca y se apresuraron
en terminar su misión. Los escuchaba acercarse por el callejón
contiguo, las botas hacían eco con cada paso que daban y no
dejaban de darse instrucciones unos a los otros. Estaban a unos
metros de la reja y el pelirrojo y su compañero aún no pasaban el
pesado tanque de agua hacia el otro lado. Comenzaba a
impacientarme, estuve a punto de salir detrás de las cajas y
ayudarlos. No sabía cómo, pero ya me conocen, el impulso es
más grande. Pero antes que mis reflejos me permitieran saltar, el
sonido de los pasos en el camellón desapareció. Unos segundos
después solo pude escuchar un conjunto de pasos caminar sobre
el pavimento. Zapatos de tacón. Y del callejón apareció una
mujer con largo y liso cabello rubio, con sus ropas caras y
delicado rostro salpicados en sangre.

―Mary―, aclaró Tori.


―¿Mary? ¿En serio?―, preguntó Sera extrañada― ¿Aún con
tacones en una misión?

―Sí. No me preguntes por qué. No tengo ni la menor idea.


Bueno, se acercó a Caleb y le dijo que todo estaba bien por ahora,
pero de todas maneras debían apresurarse. Luego, en un
movimiento tan veloz que ni mis ojos lo notaron, se volteó a ver
directamente hacia donde me encontraba. No sabía cómo, pero se
había dado cuenta que yo estaba tras las cajas. Le susurró algo a
Caleb, quien ya había pasado el tanque sobre la reja, el cual ahora
era cargado por Alfred, y comenzó a caminar directamente hacia
mí. No alcance a escapar cuando Caleb ya estaba frente a mi
rostro. Supo inmediatamente que fui yo quien hab ía arrojado el
libro y, aún no entiendo cómo, pero también supo que yo era un
Artificial.

―Así como tú supiste que yo era una―, afirmó Sera. Ella


tampoco sabía cómo Neil había logrado darse cuenta de ello.

A pesar de sus facciones y color de cabello, no son cien por


ciento determinantes de la categoría Artificial. Son las más
características a la hora de juzgar quien lo es o no, ya que son los
rasgos preferidos por padres a la hora de crear a sus hijos. Se
podría tener los rasgos y características más comunes de la
población Normal y tener ADN artificial, y por ende, habilidades.
Incluso, si tu habilidad era de baja intensidad, era posible que
nunca te dieras cuenta que eras un Artificial.

―Créeme, yo tampoco sé cómo es que me di cuenta que eras una


de nosotros. Es como alguna conexión o algo. Uno sabe
determinar a sus pares. O quizás no pude resistir tu belleza―.
Sera rodó los ojos algo molesta ante el comentario.

―Entonces, ¿Caleb te llevó a C1 ese mismo día?


―Así es. Me convenció de que ellos tenían un buen lugar para
mí, con comida, una buena cama y gente como yo, pero me
encontré con el tonto de Will y la irritante Tori. Un desperdicio
de espacio―, bromeó Neil, aunque en su rostro se re flejaba lo
orgulloso que estaba de haber conocido a todos ellos.

―Y ¿llamaste a Caleb y a Mary tus padres o qué?

―Jamás. Nunca los he considerado como padres y nunca los he


llamado de otra forma que no fuera por su nombre.

―¿Es esa una costumbre entre Artificiales? Porque no los he


escuchado ni a Will ni Tori llamar a sus padres de otra forma―.
Sera miró a ambos jóvenes buscando alguna respuesta, pero solo
encontró miradas que escondían algo más.

―Más que costumbre, es una obligación―, dijo Tori algo


cabizbaja―. Apenas comienzas el entrenamiento físico, tus
padres te piden que los llames por su nombre. Es algo así como
no tener distinción o favoritismos por algún miembro del equipo.

―Es algo extremo―, expresó Sera con tristeza.

―Dile eso a Will. Caleb no le habla directamente si no lo llama


por su nombre, y ha sido muy duro con él desde que comenzó su
entrenamiento, mucho antes de que yo lo conociera―. Neil se
veía algo triste al hablar de este tema. Los tres sabían lo mucho
que Will se esforzaba por hacer que su padre estuviera orgulloso
de él y éste era cada día más frío.

Un largo silencio permaneció en el vehículo hasta que Sera tuvo


que dictar los niveles de energía nuevamente. Tori fue la que
continuó la conversación.

―Mi padre y madre aún me tratan como su hija fuera de los


entrenamientos. En cambio Caleb trata todo el tiempo a Will
como si fuera un compañero más que llegó de otra Camarilla.
Solo Mary es comprensible, bueno, es su madre y hace la
distinción cuando no hablan de misiones.

―Caleb tiene sus razones para tratarlo así―, defendió Neil al


líder de C1.

―Pero ¿dejar de darle regalos de cumpleaños? Para su


cumpleaños número diecisiete lo obligó a lanzar una bomba de
humo a un cargamento militar en plena carretera, siendo que el
solamente quería un nuevo music clip.

―¡Ese disparo fue genial! Hubieras visto como los soldados


intentaban ver a través de la nube negra. Esos pobres militares
nunca supieron que pasó.

Sera no entendía que tan importante era recibir regalos de


cumpleaños. El último regalo que había recibido fue a los nueve
y luego consideraba que era una pérdida de tiempo y utilidad de
recursos. Su madre no se esforzaba en sorprenderla y su padre
apenas y estaba en casa. El mayor regalo que podían darle era
que su padre volviera a casa y no la dejara sola de nuevo con su
madre. Comenzó a entender porque Caleb había dejado de darle
regalos a su hijo. Al tratarlo como un adulto no era necesario que
recibiera cosas tan triviales como esas, que luego serían inútiles
si una segunda guerra caía sobre sus cabezas. Era mejor
prepararse y disfrutar los momentos en compañía de su equipo.

―Entonces, ¿ninguno de ustedes recibe regalos de cumpleaños?

―No es así. Entre amigos nos regalamos cosas. Will siempre me


consigue libros (tengo varios repetidos porque no recuerda cuales
he robado) y Tori me da un golpe que me queda doliendo por una
semana―. Neil rió mientras Tori lo golpeaba en un hombro tal y
como él había dicho―. Además, a tus dieciocho puedes escoger
entre una celebración tradicional, una fiesta con cuantos invitados
quieras y, por supuesto, los líderes de las demás Camarillas; o
celebrarlo de alguna otra manera, por ejemplo con solo tu
Camarilla presente o solo en tu habitación leyendo un buen libro
mientras disfrutas de tu comida favorita... Pero siempre tendrás
un regalo de parte del líder de la Camarilla a la cual perteneces,
por alcanzar tus dieciocho sin morir―, sonrió torcidamente Neil.

―O sea Caleb debió darle un regalo a Will en su cumpleaños


pasado.

―Sí, y fue todo un desastre―, dijo Tori intentando no sonar


abrumada. – Caleb le regaló la primera copia del Código, y le
dijo que ya era hora que comenzara a aspirar a ser líder.

―Y como debes saberlo ―, continuó Neil―, Will es alguien que


se toma la vida con calma. Prefiere cantar y permanecer horas
escuchando música y conversando por radio que tomando
decisiones.

―Y que su padre haya dicho eso frente a todos sus invitados fue
un golpe bajo. Prácticamente lo obligó a aceptar su proposición o
quedaría en vergüenza frente a los demás líderes―. Tori y Neil
se peleaban por relatar el suceso. Ambos querían justificar las
acciones de Will y Caleb.

―Will eligió hacer una fiesta en C1. Vinieron los líderes y dos
invitados por Camarilla, como es costumbre, y estaba en plena
sala, rodeado de todos sus invitados, cuando Caleb dio el
anuncio. Que mejor momento para que tu padre te dé un regalo
tan importante.

―Comenzaron a discutir en plena reunión. Fue todo un


escándalo.

Ahora lograba entender porque Will discutía tan fácilmente con


su padre. No solo por haber dejado de tratarlo como hijo a tan
temprana edad e imponerle obligaciones de adulto, sino porque
quería prepararlo para ser líder de Camarilla, cosa que no
concordaba con lo que él realmente quería hacer con su vida.
Sera trató de recordar la última vez que su padre le había dado un
regalo. Había sido hace mucho tiempo atrás y ni siquiera
recordaba cual había sido. Logró visualizar una pequeña fiesta,
con niños, torta, y sombreros de cumpleaños. Todos sonreían.
Vió a su padre, rostro pálido, con algunas arrugas cerca de sus
ojos, un gran y frondoso bigote blanco y ojos azules bajo dos
enormes cejas. Su recuerdo comenzó a perder color, las imágenes
se desvanecían en su mente dejándola completamente en blanco,
como si no hubiera absolutamente nada más hasta dos
cumpleaños después, donde su madre solo le entregaba un plato
de legumbres frío y con un aspecto desagradable. Sacudió la
cabeza para quitarse la horrible imagen de la mente. No había
pensado en su madre de esa manera en casi cuatro meses. Intentó
cambiar la conversación para alejar los desagradables recuerdos,
pero aún le quedaba una sensación bastante extraña. Sentía que
algo faltaba en su mente, como pedazos de memoria que no
lograba recuperar. No lograba recordar nada posterior a los once
años, salvo ese pequeño recuerdo a los nueve y sus experiencias
en la montaña. El resto era blanco. Se asustó un poco ya que era
la primera vez que le ocurría algo así. Sus recuerdos de infancia
se desvanecían y se mezclaban con otros los cuales no estaba
segura si eran verdad o simplemente un sueño. Volvió a la
realidad cuando Neil le pidió nuevamente los niveles de energía y
Tori le ofrecía algo para comer. Ya habían pasado algunas horas
desde que comenzaron el viaje. La torre Tesla más cercana esta ba
incluso más cerca que Ciudadela 5, y obviamente tomaba menos
horas llegar a ella que a Ciudadela 3. La única diferencia era que
el traslado era por pleno desierto. Sin la velocidad que puede
alcanzar el vehículo en las carreteras eléctricas, las cuales
disminuyen bastante las horas de viaje, tardaban casi cinco horas
en llegar.

―Según los cálculos, llegaremos en una media hora―. Neil


había hecho un muy buen trabajo al no querer cometer locuras. El
hecho de ser líder en una misión lo centraba un poco más en sus
deberes.

Tori revisaba que la máquina se encontrara en perfectas


condiciones. A pesar de no haber realizado un rally por el
desierto, hubo ciertos momentos en los cuales saltaron un par de
montículos sin previo aviso. Después de unos minutos, se p udo
ver a lo lejos una estructura metálica tan alta que le daba vértigo
de solo pensar como habían construido la cima de aquella
estructura. La torre estaba compuesta por un pequeño edificio de
concreto, donde se encontraban todas las máquinas que permitía n
y mantenían su funcionamiento perpetuo, una enorme estructura
metálica que simulaba una pirámide de barras (corroídas pero
resistentes) entrelazadas unas con otras; y en la parte superio r,
una especie de esfera de metal que amplificaba la señal
electromagnética a gran escala.

―Con que eso es una torre Tesla―, dijo Tori algo


decepcionada―. Se ve algo descuidada.

―Es obvio, tiene casi doscientos años. Los Normales solo vienen
a revisar que siga funcionando correctamente. No se preocupan
de que se vea bonita―. Neil sonaba irritado, como si todo el
mundo debiera saber ese tipo de cosas.

Sera sabía que las torres estaban prácticamente abandonadas, y


que solo ciertas Ciudadelas eran encargadas de revisarlas de vez
en cuando. Era una de las lecciones básicas de historia y ciencia
en las escuelas de Normales. Pero para alguien como Tori, que ha
vivido toda su vida en el mismo lugar, sin ser una maniaca de la
lectura como Neil y solo conocer de historia Artificial y geografía
por algunos mapas rotos, era lógico no saber absolutamente nada
sobre las torres.

―Y ¿quién las construyó?―, preguntó curiosa la menor de los


jóvenes.
―Nadie lo sabe―, contestó Neil―. No sale en los libros de
historia que tengo y Yonu dice que toda esa información antigua
fue destruida en la Guerra Vital.

―Se sabe que fueron construidas posterior a la Guerra de


Energía, como pacto de paz y para evitar otra guerra por recursos
energéticos―. Sera comentaba al respecto como si lo hubiera
visto ayer en las proyecciones de la escuela―. Pero nadie sabe
quién las creó y como lo hicieron.

―Pero saben por lo menos cómo funcionan ¿verdad?

―En absoluto―, rió Neil―. Es un completo misterio.


Simplemente funcionan de manera continua, proporcionando
energía eléctrica y magnética gratis para todo el mundo. Y como
no existe discusión al respeto, los Normales solo se dedican a
revisar que sigan funcionando.

Neil estacionó el vehículo junto a la torre. No había seguridad,


reja o algo que la protegiera de algún ataque, aunque no había
ocurrido un ataque cerca de una torre desde que comenzaron las
guerrillas. Era como si Artificiales y Normales evitaran pelear
cerca de ellas y de las Murallas de Cristal. Tanto las Torres como
las Murallas habían sido creadas misteriosamente con diferentes
propósitos. Las torres entregan energía a la población y las
Murallas de Cristal dividen las zonas de desierto con las zonas de
selva, peligrosas he inexploradas por años. En las escuelas
enseñaban que las selvas estaban infestadas de animales salvajes,
experimentos científicos fallidos y mutaciones, pero nadie estaba
seguro realmente de lo que había tras esos altos y gruesos muros
de cristal. Bajaron con tranquilidad y llevaron la máquina
A.H.M.T.Ca.N. al interior del pequeño edificio, sin antes tomar
cada uno una M9 y mantenerla lo más a mano posible. Las
puertas se encontraban abiertas y no había nadie al interior del
establecimiento. Neil le ordenó a Tori que se quedara cerca de la
puerta y verificara que no se acercara ningún vehículo militar,
pero según los registros de movimientos de los transciudadelas,
que Caleb mantenía desde hace algunos años, no era época de
una revisión. Sera y él se encargarían de instalar el aparato según
las instrucciones que dio Yoshinori. Se dirigieron al tablero de
control de la máquina, una enorme estructura que rodeaba la
antena y contenía toda clase de botones, palancas y otros aparatos
que ninguno de los jóvenes entendía. Subieron una escalera
metálica acarreando el aparato y evitando que los cables se
enredaran en los barandales. En el centro del tablero, la antena
era protegida por un enorme vidrio de un grosor tan grande que
era imposible que se quebrara o algo lo atravesara. El funcionar
de la torres emitía un fuerte ruido eléctrico, un zumbido
permanente que estaba volviendo loco a Neil. Rayos de
electricidad chocaban con el vidrio y rebotaban directamente en
los metales que componían la antena, transmitiendo la energía
hacia la cima y enviando ondas a otras torres Tesla. Sera seguía
sin entender cómo era posible que todo aparato eléctrico captara
energía de estas enormes estructuras, pero no era el momento
adecuado para ponerse a investigar. Debían completar la misión
lo antes posible y regresar a C1 sin fallas. Neil observó unos
momentos el tablero. Se agachaba y buscaba exactamente donde
estaba la tapa que les permitiría acceder al panel de control de
forma manual. Después de revisar casi en todo el lugar, encontró
una tapa pequeña entre dos pilares que mantenían la estructura en
su posición, justo debajo del tablero. Era el lugar más incómodo
y menos accesible que había en toda la torre, y por lo mismo era
precisamente el lugar por el cual debían ingresar al sistema para
hackear la señal. Neil se recostó boca arriba en el piso metálico,
sacó la tapa con dificultad, soltando una enorme cantidad de
polvo en el proceso, mientras Sera le pasaba lo necesario para
conectar la máquina.

―Sabes, deberíamos llamar al aparato éste, Phil―. Neil revisaba


que todas las estructuras y cables del panel de control estuvieran
en perfectas condiciones.
―¿Por qué Phil?―, preguntó Sera mientras observaba la
máquina por todos lados, como si buscara algún indicio que le
diera significado al nombre.

―Porque es corto y fácil de recordar―. El chico ya había


pensado como uniría los cables de la máquina a los gruesos
manojos de cables del panel de control―. Pásame un cuchillo.

Tori miraba aburrida por las sucias ventanas junto a la puerta. Si


primera misión estaba siendo la más simple y lenta del mundo.
Tenía la esperanza que al menos Neil se electrocutara o algo, solo
para que el viaje fuera algo más divertido que solo mirar el
desierto por si algo aparecía en el horizonte. Algún día sería
capaz de salir de esta zona y ver algo más que arena y dunas.
Will le había contado que la costa cerca de Ciudadela 3 tenía
algunas praderas y que el mar era tan azul como el cielo. Seguía
con la vista perdida en los tonos cafés del paisaje cuando de
pronto se percató que tres transciudadelas venían directo a la
torre. Se restregó los ojos para estar segura de lo que veía, pero
era imposible no ver las tres nubes de polvo que se levantaban
tras los vehículos al avanzar por la arena del desierto. Corrió
hacia donde estaban Neil y Sera para avisarles que pronto
tendrían compañía.

―¿Qué? ¡Auch!―Neil se había levantado repentinamente del


suelo, dándose un golpe en la cabeza con el tablero―. No puede
ser, no es fecha de revisión.

Neil apenas había hecho unos cortes a los gruesos cables y se


disponía a conectar el cable rojo del aparato. Sera se puso de pie
de inmediato y se dirigió a la ventana a verificar si era cierto.

―¿Qué hacemos?―, preguntó Tori con algo de emoción en su


voz.

―Proteger a Phil.
―¿Quién diablos es Phil?

―La máquina.

―¿Por qué la has llamado Phil si es A.H.T…? Como sea.

―No hay tiempo para esto―. Sera preparaba su arma dispuesta a


cualquier cosa―. Neil, debemos actuar rápido y eres experto en
actuar impulsivamente.

―De acuerdo―, dijo Neil evitando golpearse en la cabeza


nuevamente―. Yo me quedaré aquí instalando a Phil. Tori y tu
vuelvan al vehículo, muévelo hasta que quede libre de peligro y
saquen todas las armas que sean necesarias. Hagan lo que sea
para darme un poco más de tiempo para terminar esto.

Dicho esto el chico volvió a recostarse en el suelo dispuesto a


terminar su labor lo antes posible, mientras Sera y Tori salían del
edificio lo más rápido que podían. Sera encendió el vehículo sin
siquiera cerrar la puerta delantera. Ni siquiera ajusto el arnés,
simplemente aceleró hasta esconder el vehículo justo detrás del
edificio, confiando que los militares se estacionaran de frente a la
torre, sin intención de rodearla. Comenzaron a sacar las armas
que tenían en el asiento trasero, repartiéndolas equitativamente.
Tori se veía nerviosa o ansiosa, no estaba muy segura de cómo
exactamente. Escuchó como los militares descendían de sus
vehículos y, escondida tras una esquina del edificio, observó
cuántos de ellos eran. Contó doce contra tres. Perfecto, estaban
condenados. Revisó nuevamente las armas que podrían servirles
en este caso, pero nada parecía útil sin causar un alboroto.
Encontró un traje militar robado en uno de los bolsos de lona y
tuvo una idea.

―Tori ―, tomó a la joven por los hombros y susurrando lo más


bajo que pudo le contó su plan―. Quiero que tomes la sniper.
―¿Qué? Pero esa es tu arma―. La chica estaba algo insegura. A
pesar de haber practicado con todas ellas, la situación ameritaba
velocidad de reacción y Sera era la única que podía disparar y
cambiar de blanco en solo segundos.

―No te preocupes, necesitamos más el elemento sorpresa que


velocidad de reacción. Y esa eres tú. Eres nuestro elemento
sorpresa―. Tori aún no entendía que quería decir―. Camúflate y
encárgate de los guardias que se quedarán afuera. No necesitas
ser rápida, solo precisa. Tomate tu tiempo. Solo dame unos
minutos para distraerlos primero.

Dicho esto, Sera se vistió con el uniforme robado, tomó la


ballesta y se dirigió a una ventana posterior. Terminó de romper
el vidrio y entró antes de los militares escucharan el ruido. Tori
se quedó junto al vehículo pensando unos momentos en las
instrucciones que le habían dado, y después de armase de valor,
caminó hacia el frente del edificio, cambiando de color poco a
poco para desaparecer en el paisaje completamente.

Neil trabajaba lo más rápido que podía, pero algunas de las


herramientas que necesitaba habían quedado algo lejos y debía
salir de la posición incómoda en la que se encontraba, evitar
golpearse la cabeza de nuevo, escoger la herramienta correcta y
volver a trabajar rápidamente. Escuchó como las botas de los
militares resonaban en el piso de asfalto del primer piso de la
torre, cuando estos ingresaron en ella. Respiraba aceleradamente,
debía terminar de instalar a Phil antes que lo descubrieran, por lo
que su corazón latía a mil por hora. Apenas podía escuchar con el
ruido de la máquina sobre su cabeza, pero tuvo la sensación de
que alguien se acercaba a él, así que tomó firmemente el cuchillo
con el cual estaba trabajando, dispuesto a atacar a quien fuera.

―Hey ¿todo en orden?― Neil se sobresaltó golpeándose


nuevamente con el tablero y maldijo en voz baja al ver que solo
era Sera vestida en un uniforme militar.
―¿Por qué estas vestida así?

―Tengo un plan. Tu solo sigue con Phil―. Sera bajó las


escaleras metálicas tratando de hacer el menor ruido posible.

La docena de militares se reunía en el primer piso del edificio.


Dos de ellos se quedarían afuera resguardando la puerta, cuatro
verificarían el lugar, y los cuatro restantes subirían a revisar el
funcionamiento de la torre. La única oportunidad que Sera tenía
era hacerse pasar por un militar en servicio y evitar que vieran a
Neil. Cada soldado tomaba su posición, mientras Sera bajaba las
escaleras a toda velocidad, escondiéndose el cabello bajo el
sombrero militar. Dejó la ballesta en una esquina cerca del final
de la escalera en el segundo piso, y se preparó para inventar una
excusa de porque había otro militar en las instalaciones. Los
cuatro soldados que revisarían la torre, comenzaron a subir por
las escaleras cuando se encontraron frente a frente con ella, quie n
los saludó firmemente.

―¿Qué hace usted aquí soldado?―, preguntó uno de los


militares, quien, por la cantidad de estrellas sobre el bolsillo
superior izquierdo de su chaqueta, parecía ser el de mayor rango.

―Fui enviada a revisar la torre Tesla, señor―, imitó Sera a


alguno de los militares que había conocido en las Ciudadelas.

―Pero la revisión mensual fue hace unos días.

―Doble chequeo, señor. Había que estar preparados para su


llegada―. La mentira daba resultados. El militar parecía
conforme.

―Bien hecho soldado. Siempre un paso adelante. Así se gana


una guerra.
Continuaron subiendo la escalera y Sera comenzaba a
desesperarse. Los adelantó nuevamente para poder quedar frente
a ellos y evitarles el paso.

―¿Qué hace soldado?

―Tengo curiosidad por saber a qué se debe esta visita, señor.

―¿Qué no fue informado? Venimos a revisar el funcionamiento


y a instalar un nuevo sistema que solo será compatible con la
ciudad de Argent―. Sera se puso pálida.

―Perdone la imprudencia, señor, pero ¿eso no afectará a las


demás Ciudadelas?

―No sea ridículo soldado. Será un sistema paralelo al ya


existente. Las Ciudadelas permanecerán con su conexión
eléctrica, como de costumbre, y Argent adquirirá una red privada.
¿No leyó el informativo de hace un mes? ¿En el que se e xplicaba
los privilegios y otros detalles de los habitantes de Argent?

―Estuve enferma.

A Sera se le revolvía el estómago. Sabía que los habitantes de la


ciudad de Argent eran principalmente adinerados y gente famosa,
que vivían en su propio mundo con lujos y fuera de peligro, pero
ahora tendrían su propia señal eléctrica privada, lo que
significaba el aislamiento total de las Ciudadelas. Si no fuera por
el suministro de alimentos y bebestibles que provenían
exclusivamente de las fábricas dirigidas por los adinerados, la
conexión con Argent sería casi nula y quien sabe que otros planes
tienen sus habitantes y los militares para el resto de la población
Normal. La ciudad de Argent envía todos sus productos cada
cierta cantidad de tiempo, pero no están en la obligación de
hacerlo, no realmente. Podrían perfectamente dejar de
administrar alimentos y dejar a los Normales comunes a su
suerte. Muchas de las Ciudadelas tienen forma de sustentarse por
sí solas, como Ciudadela 7, donde sus habitantes son
suficientemente proactivos para salir en busca de soluciones y no
esperar a que los militares resolvieran sus problemas. Pero le
extrañaba que crearan este sistema paralelo. No recibirían
noticias directas de Argent y eso afectaría desde el aprendizaje en
escuelas hasta la seguridad. Además de que a los famosos les
agrada mantener un público frenético e incondicional. Sin los
Normales comunes, ellos no son nada.

―Permiso para preguntar nuevamente, señor.

―Adelante, pero no tenemos…

―¿Cuál es la posición de la NMSUW en esta situación? ¿Cuál


será nuestro rol si las órdenes no son directas de Argent?

―Las ordenes seguirán siendo dictadas directamente desde


Argent, solo que serán informadas desde la base militar de
Ciudadela 1 y comunicadas a cada uno de los demás
campamentos. La NMSUW seguirá siendo la cumplidora de la
ley Normal y protectora de los habitantes en cada sede. Ahora si
me disculpa, debemos revisar el tablero.

Sera no dejaba de pensar que este hombre sabía menos de lo que


ella esperaba. Quizás, también lo mantenían en la sombras y
simplemente acataba ordenes, como todos los militares. Continuó
impidiéndoles el paso, pero sin ya más preguntas que pudieran
ser respondidas por este grupo de soldados ineptos. Comenzaban
a presionarla para que desistiera de lo q ue fuera que estuviera
haciendo y Sera subía cada peldaño lo más lento que podía, hasta
que se escuchó alguien desplomarse a las afueras del edificio.
Los militares esperaron respuesta de sus camaradas, quienes
comenzaron a movilizarse a la entrada de la torre. ‹‹Justo a
tiempo, Tori››, pensó Sera y, soltando un suspiro, volteó
rápidamente para ver si Neil había acabado de instalar a Phil.
Tres militares de la planta baja revisaban los alrededores en busca
del francotirador, sin éxito alguno, mientras los otros cuatro en
las escaleras, observaban expectantes. Sera subió rápidamente al
segundo piso y no encontró a Neil. Quizás, había terminado de
instalar la máquina y había logrado escapar, pero la tapa estaba
en el suelo y Phil solo estaba sujeto de los cables. Aún no estaba
terminada la instalación. Miró en todas partes desesperada en
busca de Neil. Estaba a punto de darle la vuelta completa al
tablero de control cuando apareció un militar alto y delgado, el
cual tenía prisionero a Neil con un cuchillo descansando
suavemente en la garganta del chico. El soldado evitaba hacer
movimientos bruscos. No estaba seguro de que Sera estuviera de
su lado o en contra. Estuvo a punto de llamar a sus camaradas
cuando se escuchó una segunda persona desplomarse sobre el
concreto. Los demás soldados bajaron las escaleras rápidamente
para ver que ocurría, dejando a Neil, Sera y el soldado a solas en
el segundo piso. Sera intentó razonar con él. Inventó que Neil
solo era el técnico que la ayudaba a verificar que la torre
funcionara perfectamente, pero el soldado no creyó ni una
palabra. Neil se veía demasiado joven para ser técnico o
científico. El chico estaba dispuesto a acabar con el militar, pero
eso solo generaría caos y vendrían los otros nueve tras ellos. En
la mente de Sera pasaban diferentes escenarios dependiendo de
las acciones que realizara. Si Neil se zafaba del soldado, este
comenzaría a disparar, llamando la atención de los otros
militares, dejándoles solo una alternativa, saltar por una de las
ventanas del segundo piso y rogar caer sobre el vehículo. Si Sera
atacaba al soldado, éste era capaz de, con un solo movimiento de
defensa, cortarle el cuello a Neil y no estaba segura de que él
fuera lo suficientemente rápido para recuperarse de una herida a
nivel yugular. La tercera opción era algo extrema, pero parecía la
más adecuada para la situación. Trataría de convencer al soldado
de dejarlos ir a cambio de “un favor”. Los soldados siempre eran
los que requerían de compañía por las noches y frecuentemente
iban a los bares en busca de jóvenes como Sera. Como si entrara
en piloto automático, se quitó el sobrero militar, dejando caer su
largo cabello castaño claro sobre su espalda, y comenzó a
quitarse la chaqueta. Neil miraba con preocupación y confusión
lo que estaba pasando. No tenía idea que planeaba su compañera.
El rostro y mirada de Sera cambiaron por completo. Sus verdes
ojos se veían peligrosos y llenos de un deseo que nunca antes
había visto en ninguna persona y su rostro se veía igual al de
alguien que por lo menos tenía diez años más. Madura, peligrosa
y deseable. Si no fuera porque tenía un cuchillo justo sobre su
garganta, le hubiera dicho todos los halagos que no le había dicho
a Francisca por sonar un poco falta de respeto. Esperó a que el
soldado también se sintiera igual que él y se distrajera. Luego lo
noquearía y se encargaría de lo que sea que Sera estuviera
haciendo. La chica se acercó al militar, suavemente tomó su
rostro con una mano y se acercó a él para besarlo en los labios.
Neil sentía el cuerpo de Sera presionar contra el suyo mientras
“distraía” al soldado, pero ni él sabía que hacer ahora, estaba
atrapado entre ambas personas y sentía el tibio cuerpo de Sera
invadir todo su ser, lo cual lo estaba poniendo bastante nervioso.
Sintió como la otra mano de su compañera se apoyaba en la mano
que sostenía el cuchillo y como alejaba lentamente el filo de su
garganta. Sera se separó del soldado para respirar y observar la
situación. Neil esperaba que el militar lo dejara libre, después de
aquel acto tan…erótico. Pero ocurrió algo que ninguno de los dos
se esperaba. El militar observaba a la joven con curiosidad y
preguntó:

―¿Sera, eres tú?

La chica se quedó con la boca abierta intentando articular alguna


excusa, pero era imposible. Observó con detalle al soldado frente
a ella. Su cabello castaño oscuro estaba más corto de la última
vez que lo había visto, y sus ojos verde claro y tez morena le
recordaron algunos momentos en Ciudadela 9.

―No puede ser. Andrey ¿desde cuándo te transfirieron a esta


zona?
Neil se sentía aún más confundido. ¿Qué probabilidades había de
que el soldado que estaba a punto de cortarle la garganta,
conociera a Sera? Ni en sus libros más bizarros pasaba algo así.
Ahora dependía de que ese reencuentro fuera bueno y no los
metiera en más problemas de los que ya tenía.

―Llegue hace dos semanas a Ciudadela 4―, dijo Andrey con


algo de emoción en su voz― ¿Y tú? ¿Cambiaste de área para
expandir tus servicios?

―Sabes que deje ese rubro después de nuestro último encuentro.

―¿Sirvió la información que te entregue en aquella ocasión?―


El soldado le sonreía en un intento de conquista.

―Fue bastante útil. Es más, es lo que me trajo hasta aquí―. Sera


aún llevaba la chaqueta abierta, mostrando la delgada y ajustada
camiseta negra sin mangas que llevaba puesta―. Oye Andrey
¿qué tal si me ayudas otra vez? Por los viejos tiempos.

Neil estaba cada vez más perdido, pero si eso le garantizaba una
salida sin sentir el filo de un cuchillo sobre su piel, aceptaría
cualquier cosa. El soldado aceptó, dejando en libertad al chico.
Sera se acercó a Neil y le indicó que se marchara lo antes posible.
Estuvo a punto de reclamar cuando escuchó que los demás
militares se devolvían al interior del establecimiento. Corrió al
tablero para terminar de instalar a Phil, mientras Sera convencía
al soldado de ayudarlos. Ella le explicó que debían instalar ese
aparato para garantizar máxima potencia para la señal paralela de
Argent, mientras adornaba la mentira con sonrisas graciosas y
susurrándole en el oído. Neil solo necesitaba apretar el botón para
que Phil configurara automáticamente y podrían salir de ahí. Pero
los militares llegaron más pronto de lo que pensaron. Sera y
Andrey se pusieron de pie, cubriendo a Neil quien seguía
tumbado en el suelo ajustando los últimos detalles.
―¿Qué ocurre aquí? ―, preguntó el militar con mayor rango.

―Un procedimiento de mejora del sistema, señor―, respondió


Andrey.

―Y ¿qué hace usted a medio vestir, soldado?― Sera se abotonó


la chaqueta lo más rápido que pudo.

―Es mi novia, señor―, mintió Andrey – No la veía hace siete


meses, señor, y no sabía que se encontraría aquí.

―Y ¿era necesario tener demostraciones de cariño en una


situación como esta? Están en servicio señores.

Neil había apretado el botón de Phil pero algo extraño pasaba, no


parecía hacer absolutamente nada. Golpeó a Sera en una pierna,
para indicarle que algo andaba mal, mientras Andrey continuaba
distrayendo sus compañeros y alejándolos del tablero y de Neil.

―Pon el código que dio Yonu en caso de que Phil fallara―. Sera
susurraba lo más bajo que podía. Estaba segura que Neil la oiría
de todas formas.

―¡No me lo aprendí!―, exclamaba inquieto el chico.

―01100011 01101111 01101101 01100110 00000101 00000111


00000011 01111001 01110101 01101011 01100101 01101011
01101111 00000000 00000111 00000010.

―¿Cómo diablos te aprendiste todo eso?

―No lo sé. Simplemente se grabó en mí. No hay tiempo para


averiguarlo. Apresúrate.

Neil escribió el código lo más rápido que pudo. Phil comenzó a


hacer un ruido leve mientras se configuraba y conectaba a la red
Normal. Misión cumplida. Ahora debían salir de ahí. Neil se
levantó de un salto y Sera le indicó que bajara al primer piso y
saliera por la ventana del fondo, encendiera el vehículo y
esperara por ella en la entrada. Ella lograría salir sin problemas.
Dicho y hecho, Neil se deslizó ágilmente por el barandal del
segundo piso para caer, casi sin emitir un solo ruido, en el suelo
justo debajo de Sera. Andrey regresaba con sus camaradas, los
cuales estaba listos para comenzar su trabajo. Sera bajó las
escaleras lo más rápido que pudo, tomando la ballesta y siendo
seguida por Andrey.

―No sé en qué andas metida esta vez, pero no dejaré que te


capturen. Siempre serás la mejor. Nunca conseguí a nadie que
hiciera lo que tú―. Sera rozó su mano por el abdomen del
soldado y tomó con sus dedos su cinturón café.

―Deja de alabarme. Ya debo irme―, le besó la mejilla


tiernamente―. Siempre odie este cinturón. Prefería que fuera
más rápido el poder bajarte los pantalones―, escuchó el vehículo
a las afueras del edificio y salió corriendo del lugar hacia Neil,
quien estaba inquieto sobre el vehículo encendido.

Algunos militares se percataron de la huida y comenzaron a


disparar a ambos Artificiales. Andrey intentó distraerlos, pero un
disparo desde el desierto lo golpeó directo en la cabeza. Tori,
quien aparecía como un fantasma casi transparente, subió de un
salto al vehículo y vio cómo se desplomaba el cuerpo del soldado
que acababa de disparar, sobre el pavimento de la entrada de la
torre.

―Lo siento por él―, dijo Neil con un toque de urgencia en su


voz. Los demás soldados subían a sus vehículos y se disponían a
perseguirlos―. Fue de gran ayuda.

―No éramos tan cercanos―, respondió Sera con algo de frialdad


en sus palabras―. Fue un muy buen cliente.
Los disparos evitaron que le hicieran más preguntas, que no
estaba dispuesta a responder en ese minuto. Neil hacía lo posible
por ir más rápido, mientras Sera y Tori contraatacaban con las
únicas armas que les quedaban. Uno de los tres vehículos se
acercaba peligrosamente por el costado derecho. Sera le indicó a
Neil que no dejara de conducir por ningún motivo y sacó medio
cuerpo fuera del vehículo, por la ventana del copiloto. Haciendo
equilibrio mientras Neil zigzagueaba sobre la arena blanda,
apuntó la ballesta directo al piloto del transciudadela enemigo y
disparó. La flecha se clavó directo en un ojo, haciéndoles perder
el control. Tori seguía disparando a los otros dos vehículos con
las escopetas, haciendo que uno se desviara más de la cuenta y
chocara con el de la flecha en el ojo. Solo quedaba uno y estaban
faltos de municiones.

―Tengo un plan―, dijo Neil―. No les aseguro que sea el más


seguro. Pero al menos nos desharemos de esos militares.

―Tus planes espontáneos nunca son seguros―, gritaba Tori sin


dejar de disparar. – Pero al menos funcionan.

Sera no alcanzó a aceptar la propuesta cuando Neil ya había


dado la vuelta y se dirigía directamente al tercer vehículo militar.

―¡Sera, dispara una flecha al conductor!― Le ordenaba Neil. Se


veía agitado, sudaba e incluso parecía algo afiebrado―. Intentaré
esquivarlos cuando pierdan el control. No puedes fallar.

Se acercaban a toda velocidad. Sera solo tenía una oportunidad.


Apuntó directamente a la frente del militar que conducía y
disparó la ballesta. La flecha viajó rápidamente y atravesó el
vidrio delantero, clavándose en la cabeza del militar. Tori seguía
disparando a los demás soldados que comenzaban a perder el
control del vehículo, mientras su piloto se desangraba en el
asiento. Neil se veía muy acelerado. El cabello se le había
mojado por el sudor de la frente e hiperventilaba. Sus manos
estaban firmes en el volante y en cuestión de segundos debía
realizar una maniobra rápida y precisa para esquivar el
transciudadela enemigo. Sera se deslizó al asiento del copiloto y
esperó a que Neil los sacara de ese lío. Vio al chico girar sus
manos sobre el volante, sin moverlo ni un centímetro. Más bien
vio como las manos de Neil se hundían sobre el volante sin
ninguna explicación. Neil tenía medio antebrazo dentro del
tablero del vehículo y ninguno de los dos creía lo que estaban
viendo. Pero tenía más problemas.

―¡Cuidado!― Alcanzó a gritar Tori antes de que ambos


vehículos chocaran frente a frente.

Abrió los ojos en medio de una nube de polvo y confusió n. La


cabeza le daba vueltas, sentía un zumbido en el oído derecho y su
boca sabía a metal. Si visión estaba borrosa y no podía distinguir
que ocurría a su alrededor. Intentó moverse sintiendo un dolor
generalizado en todo su cuerpo. Volteó a ver a Neil, quien estaba
desmayado sobre el manubrio. Estiró su brazo izquierdo para
intentar despertarlo y un intenso dolor recorrió desde la punta de
sus dedos hasta su cuello. Sangre le corría por la frente, y no
sabía si tenía otros cortes en el cuerpo. Intentó despertarlo, pero
apenas le salía la voz. El humo y polvo en el aire le secaban la
garganta y le hacían arder los ojos. Tosió un par de veces, lo cual
despertó a Neil de un susto, quien volteó a ver aterrado a su
alrededor. La parte delantera del vehículo estaba destrozada, el
vidrio trizado en mil partes, humo salía de los engranajes y el
vehículo enemigo estaba tan destruido como el de ellos. Con
pánico volteó a ver a Sera, quien intentaba abrir la puerta del
copiloto sin éxito, y revisó si la suya se abría. Ninguna
funcionaba, por lo que voltearon a ver al asiento trasero, el cual
extrañamente se encontraba vacío. Tori no estaba en ninguna
parte. Con desesperación comenzaron a ver a sus alrededores,
pero no había señal de ella. Heridas en el rostro de Neil
comenzaban a sanarse lentamente sin dejar marcas, pero su
mirada de ansiedad no desaparecía. Sera llamaba a Tori con la
esperanza de que apareciera de entre la nube de polvo y que se
encontrara a salvo. Neil pudo escuchar un leve quejido justo
enfrente de ellos y Tori comenzaba a aparecer sobre el capó del
vehículo. Había atravesado el vidrio y tenía cortes y heridas de
gravedad por la mayoría de su cuerpo. Su rubio y corto cabello
estaba teñido de rojo, al igual que su camiseta y apenas podía
moverse. Neil y Sera salieron por una de las puertas traseras e
intentaron ayudar a la chica. Sera comenzó a revisar sus heridas.
Estaba perdiendo sangre y no estaba segura si tenían suficiente
equipo de emergencia en el botiquín para detener una hemorragia
tan grande.

―Tenemos más problemas que eso―, dijo Neil bastante


nervioso.

Sera vio como algunos militares despertaban después del choque


y una ola de desesperación le cayó encima. Le dijo a Neil que
intentara cargar a Tori sin lastimarla aún más, mientras ella metía
armas, las pocas provisiones que quedaban y el botiquín en un
bolso de lona. Salió corriendo tras él lo más rápido que pudo,
alejándose del lugar del accidente. Corrieron hasta que las piernas
de Sera ya no lo pudieron tolerar más. Neil, ya completamente
recuperado de sus heridas, cargaba en su espalda a la joven Tori,
que parecía tener algo más de conciencia, pero el dolor no había
disminuido. Lograron esconderse tras una pequeña duna, donde
Sera intentó curar a Tori con lo poco que tenía a mano. Un
enorme tajo en la frente era lo más preocupante, el ojo derecho se
le comenzaba a hinchar y al parecer tenía un par de costillas
rotas, sin contar un tobillo y un hombro dislocado. Agradecía
haber empezado con su entrenamiento en el área de Salud justo a
tiempo, a pesar de que sus conocimientos eran básicos todavía,
podía evitar que la chica se pusiera peor. Luego de atender a Tori
intentó verificar si Neil se encontraba bien.
―Yo estoy perfectamente―. Sus ojos aún mostraban ansiedad y
preocupación. – Sabes que mis heridas duran unos minutos.
Mejor revisa las tuyas e intenta descansar un poco.

El chico se volteó para revisar en silencio las pocas cosas que


habían podido acarrear del vehículo. Por suerte, ella se
encontraba en mucho mejor estado que Tori. Un leve corte en la
cien que ya no sangraba, una contusión en el costado derecho de
su torso y, posiblemente, el codo izquierdo quebrado. Intentó usar
la chaqueta militar robada como cabestrillo, pero hacer las cosas
con una sola mano era bastante complicado. F rustrada miró hacia
el cielo. Aún era de día y algunas nubes blancas adornaban el
horizonte, las que comenzaron a verse borrosas tras las lágrimas
que brotaron de sus ojos. No lloraba de dolor, no lloraba por
rabia. No tenía idea porque lloraba, simplemente lloraba. Neil se
sentó a su lado y ella rápidamente se limpió las lágrimas de los
ojos.

―¿Te encuentras bien?―, preguntó el chico sin mirarla.

―Sí. Recién comencé a sentir dolor en el codo―, mintió


mientras observaba la arena bajo sus pies.

Neil se veía como siempre, un poco más sucio que de costumbre.


Su camiseta estaba cubierta de arena en los lugares donde se
había mojado con sudor y sus pantalones pasaron de negro a café
por todo el polvo adherido a ellos. Aún tenía algunos cabellos
pegados a la frente y su piel blanca se veía tan suave y brillante
como siempre. Sus azules ojos eran casi una extensión del cielo:
profundos e inalcanzables. Permanecieron en silencio unos
momentos, observando de vez en cuando a Tori, la cual
permanecía inconciente a unos metros de ellos.

―Debemos volver―, dijo Sera en voz baja y con un leve tono


de preocupación.
Tori necesitaba una mejor atención de la que Sera le podía
proporcionar y no estaban seguros de si se complicaría aún más.
Además, necesitaban descansar. Muchas cosas habían ocurrido
en muy poco tiempo, cosas extrañas que quizás nunca tendrían
explicación.

―¿Dónde estamos?― Sera volvió a hablar, esperando que Neil


contestara, pero en vez de eso, él continúo en silencio, mirando el
suelo.

Era imposible reconocer algo en ese vasto desierto. Todo era


prácticamente igual, cubierto de arena y sin más que un lejano
horizonte.

―Si no me equivoco, y espero no hacerlo―, habló finalmente


Neil, mirando hacia la infinidad del desierto como si intentara ver
más allá de la arena. – Debemos estar cerca de Las Murallas de
Cristal de esta zona. Nos movimos hacia el sureste cuando
intentábamos escapar, más al este que al sur.

Sera lo observó con atención. La ansiedad se había esfumado de


sus ojos. Aún se veía algo confundido, pero intentaba centrar sus
ideas en lo que estaba ocurriendo en ese preciso momento.
Acampar en el desierto sin carpas, provisiones y con una persona
herida no era lo más conveniente. Debían moverse, pero ¿hacia
dónde? No llegaría a la Camarilla a pie, y menos en el tiempo
necesario para ayudar a Tori.

―¿Aún tienes tu beeper?― Sera buscó en el bolsito negro que


acarreaban en cada misión, sacó el comunicador y se lo entregó al
chico.

Neil marcaba velozmente los números en el teclado. Esperaba


que aún se encontraran en el área de C1, que era lo más probable
al estar cerca de la Torre Tesla. Mientras Neil esperaba paciente
que alguien contestara, Sera se levantó y se dirigió hacia Tori. El
vendaje de la cabeza estaba empapado en sangre y necesitaba ser
cambiado, pero ya casi no quedaban vendas en el botiquín. No
podía usar su ropa como vendaje, estaban cubiertas de arena y
sería muchísimo peor. Se sentó junto a ella, con algo de
frustración y preocupación en su mirar y confió en que Neil se
comunicaría con la Camarilla lo antes posible. Intentó darle un
poco de agua a Tori, para mantenerla hidratada, a pesar de que el
calor había disminuido considerablemente. Neil regresó con cara
de decepción, al parecer nadie había respondido al llamado.
Dejaron a la menor descansar y decidieron escarbar entre las
pocas provisiones que habían podido salvar. Se sentaron
nuevamente a contemplar el cielo en silencio, no tenían nada
mejor que hacer y no valía la pena empezar a caminar sin rumbo.
Sera pensaba todo lo que había ocurrido en solo unas horas. Los
militares instalando un nuevo sistema que aislaba las demás
Ciudadelas de la ciudad más importante, la que abastecía al resto
de la población y que proporcionaba esperanza para muchos; su
encuentro con Andrey, que le recordaba que no podía escapar del
pasado por mucho que quisiera, y que había terminado en un fatal
suceso. Recordó su actuar frente al soldado, antes de saber que
era Andrey, y sintió vergüenza. Viejas costumbres y actitudes no
desaparecían en cuestión de meses. Aunque pusiera todo el
esfuerzo del mundo en ello, saldrían a relucir en algún momento.

―Sera…― Neil habló después de tragar un pedazo de sándwich


que encontraron entre las provisiones― ¿Puedo preguntarte algo?

Sonaba nervioso, algo incómodo. Sera lo miró con algo de duda,


pero asintió con la cabeza.

―¿Qué fue todo eso?― Sera casi se atoró con un pedazo de pan
al recordar que Neil había visto su cambio de actitud.

―Un choque muy desastroso―. El intento de Sera por alejar el


tema no dio resultado.
―Antes de eso―. Neil la miraba expectante.

―¿A qué te refieres?

―Al militar―. Se volteó a verla a los ojos. Sus azules ojos


tenían un tenue brillo producto del sol que comenzaba a
descender lentamente.

―Era alguien que conocí alguna vez―, dijo Sera nerviosa. Evitó
que Neil notara el temblar en sus manos.

―Eso lo asumí. Me refiero a todo eso que hiciste y dijiste. Era


como si fueras otra persona.

Sera intentó esconder su rostro avergonzado mientras comía su


mitad del sándwich evitando ver a Neil, quien no dejaba de
observarla esperando una respuesta. Realmente no quería hablar
de ello, no en el desierto, o quizás en ningún lado. No quería que
supieran de su pasado, la juzgarían y tendría que volver a
desaparecer, justo y cuando había conseguido gente que la
aceptaba sin importar como se viera. La mirada de Neil seguía
sobre ella, expectante.

―Es algo que prefiero no hablar―, intentó zafarse de la


conversación a toda costa, pero Neil insistió―. Es parte de mi
pasado que intento enterrar para siempre.

―¿Qué es tan malo que no puedes contarle a tus amigos?

Sera volteó a verlo con ojos húmedos. Por muy molesto que Neil
sea a veces y a pesar del poco tiempo que se conocen, él la
considera su amiga. Respiró profundo para calmarse y evitar que
él la viera llorar.

―No he tenido verdaderos amigos desde que tenía once años―.


Neil la observaba con compasión. Una mirada que no era muy
común en él―. Siempre he preferido guardar mis secretos en lo
más profundo en mi corazón.

―“Si quieres guardar un secreto, también tienes q ue esconderlo


de ti mismo”―. Sera lo miró con duda― „1984‟, escrito por
George Orwell.

―Tú y tus libros…― Neil le sonrió débilmente.

―Significa que siempre hay alguien que sabrá tu secreto o que


notará que ocultas algo. Esconderlo incluso de ti misma permitirá
que eventualmente olvides el secreto. Si guardas los tuyos en tu
corazón, que está justo en el centro de tu ser, ¿cómo podrás
olvidarlos? Están tan cerca de ti que se clavan como una daga
cada vez que aparece algo que te los recuerda.

Sera no podía dejar de mirar con asombro a Neil. Sus palabras


tenían sentido. Era imposible ocultar secretos de la gente que te
rodea y se preocupa por ti. Por muy distante y firme que te
muestres, siempre hay una mirada, un suspiro, un indicio que les
incite a preguntar si algo malo pasa. Lo vio a los ojos. Esos
azules ojos que le permitieron confiar en él desde el primer día
que lo vio en Ciudadela 5 y los cuales le estaban permitiendo
confiar en él ahora. Se armó de valor para poder hablar del tema.

―Hace tres años, vivía en Ciudadela 7 y, por giros de la vida que


no voy a explicar ahora porque con un secreto basta, me vi
obligada a huir de mi casa―. Neil se había acercado a ella para
escucharla con atención―. Por un par de meses viví en la calle,
alimentándome de los restos de basura de los restaurantes y
algunas verduras que lograba conseguir de los huertos cerca de
las montañas. Hasta que conocí a un chico mucho mayor que yo.
Me mostró la manera como otros adolecentes olvidados y
repudiados sobrevivían en las calles. Tenían una red de
“favores”, como ellos les llamaban. Los clientes les ofrecían
alimentos, dinero, y refugio por cada favor que realizaran.
Algunas ofertas eran tentadoras: banquetes, una cama cómoda
por una noche, y para mí, que estaba en los huesos, era algo muy
llamativo. Solo a unas horas de mi encuentro con este chico, me
presentó a uno de los clientes. Un hombre alto, delgado, con la
cabeza rapada y una mirada algo psicótica. Me ofreció comida y
donde dormir por esa noche. No pude negarme, llevaba tiempo
deseando una cama y un techo que me protegiera del viento
aunque fuera por una sola vez. Me guio a uno de los bloques más
alejados de Ciudadela 7. Viejos edificios pintados con spray y
líquidos dudosos en la calle eran parte del paisaje. En su
departamento me ofreció toda clase de comidas y bebidas, unas
que jamás había probado en ese entonces. Luego de cenar me dijo
que era momento de que le hiciera ese “favor” que había
prometido y me condujo a su habitación. Olía horrible. Una
mezcla de toda clase de olores que de solo recordarlos me hacen
vomitar. No alcancé a entender lo que estaba sucediendo cuando
ya estaba sobre mí quitándome la ropa. Intente forcejear, pero el
insistía que si no cumplía mi parte del trato me echaría a la calle
y volvería a dormir en el sucio suelo. Lloré en silencio toda esa
noche. Cada vez que cerraba los ojos podía imaginar su
asquerosa legua recorriendo partes de mi cuerpo que ni yo
conocía.

Neil la miraba con horror. Su rostro se había puesto verde y tenía


la boca abierta. Aún perplejo, intento calmarse. Tomó la mano de
Sera firmemente en señal de apoyo y ella continuó con el relato.

―Pasaron varios meses para que pudiera olvidar ese recuerdo, y


el chico que había conocido me había presentado a un sin número
de clientes. Todos ofreciendo enormes cantidades de comida,
bebidas, un lugar donde pasar la noche y sobre todo dinero. A
prendí a vender mis “favores”. Las chicas y chicos del sistema
me enseñaron toda clase de “favores” y técnicas que vender a
diferentes precios. Conocí jóvenes que querían comenzar a vivir
la buena vida, adultos cansados de la rutina, viejos que no podían
aceptar el paso de los años y toda clase de gente que escondía sus
problemas con sexo. Comencé a ganar dinero, conseguía buenos
clientes por verme así. Pero mantenía ese sentimiento de culpa
reprimido en lo más profundo de mi ser. A veces, me encontraba
con antiguos compañeros de escuela, quienes comentaban de sus
fabulosas vidas y yo me sentía avergonzada de en lo que se había
transformado la mía. Cuando me veía al espejo me sentía
asqueada. No tienes idea cuantas manos tocaron mi cuerpo,
cuantos besos falsos y sentimientos vacíos experimente por un
año completo. Pero no puedes vender inseguridad, debes mostrar
actitud, deseo y disposición. Debía hacer que los clientes me
desearan. De a poco empecé a odiar a los que me rodeaban. Ellos
adoraban la vida fácil, los regalos caros, las grandes cenas, los
tragos y sabanas suaves. Habían olvidado lo que era tener una
familia o alguien que realmente se preocupara por ti. Escapé. Me
llevé todo lo que tenía (que no era mucho) y, utilizando algunos
“favores” con militares, logré salir de Ciudadela 7 y llegar a la 9.
Podía comenzar de nuevo, pero era muy joven para conseguir un
verdadero trabajo, por lo que continué con el negocio. Volví a la
escuela y con el dinero ahorrado compartí un departamento con
otra chica. Ya no necesitaba dormir con los clientes toda la noche
por lo menos. Viví otro año así, dejando pasar oportunidades para
cambiar, sin tener que ofrecerme para pagar la renta. Hasta que
conocí a Andrey. Fue el primer militar que me trató bien. No me
ofrecía lujos, pero si un trato decente. Fue la primera persona con
la que me sentí cómoda haciendo lo que hacía. Él me contó sobre
una recompensa que podría pagar mis gastos de por vida, y vivir
incluso en Argent. Comencé a hacer “favores” a cambio de
información, hasta que pude llegar a Ciudadela 5.

Neil había suavizado su mirada, pero nunca apartó la vista. No


sabía que decir al respecto y no pretendía hacerlo tampoco. No
necesitaba comentar ni preguntar algo, simplemente necesitaba
estar ahí para ella.

― No le había contado esto a nadie―, dijo Sera finalmente


soltando la mano del chico, quien aún la observaba―. Y cuando
me vi involucrada en este nuevo mundo Artificial, cuando supe
que yo era una de ustedes y que podría haberme ahorrado tanto
con solo unirme a una Camarilla, sentí la necesidad de dejar ese
pasado atrás. Olvidar quien fui, donde viví y a quien conocí y ser
una nueva Sera.

Neil no pudo evitarlo más y la abrazó. Un fuerte y cálido abrazo


que no le había dado nunca a una chica. Agradeció en su mente
que Sera no pudiera ver su rostro. Sus ojos comenzaron a
nublarse con lágrimas que intentó contener con todas sus fuerzas.

―Y yo pensé que había tenido problemas―, dijo el chico


después de separarse de ella.

―Ustedes son lo más cercano a una familia desde que tenía trece.
Y Will es la primera persona a la cual puedo llamar novio―. Neil
desvió la mirada rápidamente. Se rascaba la cabeza algo nervios e
intentaba mantener la vista fija en cualquier otra cosa que no
fuera Sera.

―Y ¿le dijiste que es tu novio?― Sera sintió como sus mejillas


ardían.

―¡No! O sea, aun no se bien que somos, si es que somos algo.


Apenas nos conocemos y no sé qué es lo que él piensa al
respecto―. Sera movía las manos mientras hablaba e intentaba
no verse tan nerviosa, cosa que no estaba dando resultando. Neil
simplemente murmuró en forma de afirmación, con un leve tono
sarcástico.

El silencio volvió a reinar entre ellos, mientras evitaban mirarse a


los ojos. Sera dirigía la mirada de vez en cuando hacia donde se
encontraba Tori, quien comenzaba a tiritar por la leve brisa que
corría. Ya casi era de noche y aún no tenían un plan para volver a
C1.
―Hablando de cosas raras―, dijo Sera volviendo a mirar a Neil,
al cual le había cambiado el color verde del rostro por un leve
tono rosado― ¿Qué fue lo que paso con el vehículo?

―Intenté girar para evitar chocar.

―Sí, pero vi como tus brazos estaban completamente dentro del


tablero de control. Como si hubieran desaparecido en él―. Neil
levantó la mirada. Sus ojos brillaban con preocupación
nuevamente― ¿Cómo es posible?

―No tengo la menor idea.


CAPITULO 11: A través de la pared

El frío de la noche comenzaba a afectarles cuando vieron a lo


lejos una luz que se acercaba a ellos. Neil y Sera habían dejado su
conversación pendiente en el momento en que Tori recuperó la
conciencia y comenzó a quejarse de dolor. Aprovechando la
situación, Neil intentó nuevamente contactarse con C1. Will
había contestado con voz preocupada. Se supondría que volverían
de la misión para antes de la cena y ya habían pasado horas sin
saber de ellos. Neil intentó explicarle la situación y donde se
encontraban actualmente, para que él los viniera a buscar de
inmediato. Las heridas de Tori seguían igual, y la chica se había
comido el resto de las provisiones y bebido toda el agua, lo cual
había dejado a Neil y a Sera muy hambrientos. El vehículo se
detuvo a unos metros de ellos y Will bajó de él con preocupación
desbordándole por los ojos. Sera se sintió aliviada al ver el rojizo
cabello, la blanca piel cubierta de tímidas pecas y sus verdes ojos,
bajar del transciudadela en dirección a la pequeña duna donde se
encontraban. Formó una diminuta sonrisa mientras veía a Will
acercarse a ellos. No se había dado cuenta cuanto necesitaba su
fortaleza, sentir sus brazos sosteniéndola y conteniéndola, sobre
todo después de haber contado algo tan personal y que aún le
seguía dando vueltas en la cabeza como una sombra. Will los vio
a los tres cubiertos de arena y heridas, y caminó con paso
apresurado a abrazar a Tori, evitando lastimarla aún más. Sera se
quedó en silencio, mientras Neil recogía el bolso de lona casi
vacío. Neil pasó junto a ella y le tocó el hombro, sacándola de l
trance en el que se había sumergido y caminaron juntos hasta el
vehículo. Sintió un nudo en la garganta. Will la había ignorado
completamente. Todo estaba bien entre ellos antes de la misión y
ahora apenas y la miraba a los ojos. Quizás, lo había asustado con
su actuar la noche anterior sobre las dunas de entrenamiento.
Quizás, comenzaba a juzgarla como lo hacía todo el mundo.
Quizás, tenía vergüenza de verla a la cara por cómo había
cambiado de actitud por unos instantes, mostrando su secreto.
Sintió asco de sí misma. Will cargó a Tori hasta el asiento
delantero del vehículo, le colocó el cinturón de seguridad y se
aseguró de que estuviera cómoda. Dio la vuelta al vehículo y se
dirigió a Sera. Le acarició el rostro tiernamente mientras su
hermosa sonrisa le preguntaba implícitamente si se encontraba
bien. Ella podía ver en sus ojos preocupación y duda. Asintió con
la cabeza evitando su mirada y subió al asiento trasero del
vehículo robado. Sintió un vacío en ella, el nudo en su garganta
aumentaba e intentó no pensar mucho en todo lo que acababa de
pasar. Había otros problemas de qué preocuparse. Neil se sentó
junto a ella y le guiñó un ojo, mientras el vehículo se encendía
con un estruendo. Apenas logró hacer una mueca como respuesta.

―¿Estás bien? Te vez ausente y deshidratada, pero eso es


entendible―. Neil ya había recuperado su buen humor.

―Estoy bien. Solo necesito que este día se acabe.

―Técnicamente te quedan 3 horas para ello―. Sera le dirigió


una mirada de odio.

―¿Puedo pedirte un favor?―, preguntó en voz baja para que ni


Will ni Tori escucharan.

―Lo que sea por la chica que disparó una flecha directo al ojo de
un militar en un vehículo en movimiento―. Neil levantó la mano
esperando que ella respondiera de la misma manera.

―Esto es serio―, dijo Sera manteniendo la vista fija en Neil.

―De acuerdo―. Neil bajó el brazo y la vio directamente en sus


ojos verdes.
―Debes mantener en secreto lo que dije―, decía Sera aún en
voz baja―. Ya sé que mantenerlo en secreto hará que más gente
se dé cuenta de ello―. Se apresuró a decir antes de que Neil
protestara al respecto―. Pero no estoy preparada para
decírselos―. Dirigió la mirada a la parte delantera del vehículo,
donde Will intercambiaba un par de palabras con Tori, quien
estaba a unos minutos de quedarse dormida nuevamente.

Neil no la dejaba de mirar a los ojos, buscando en ellos alguna


explicación racional. Volteó a ver a Will y a Tori, que seguían
conversando sin prestarles atención, y le sonrió asintiendo a su
petición. Con gran alivio, Sera vio por la ventana el desierto
sumergido en la oscuridad, acomodó su cabeza en el respaldo del
asiento trasero y pronto se quedó dormida.

Llegaron a la Camarilla en la madrugada. El sol apenas


comenzaba a salir en el horizonte, mientras los jóvenes
descargaban las pocas cosas que habían podido recuperar del
accidente. Algunos adultos los esperaban en la entrada. Caleb, tan
serio como siempre, Los Hayden, ambos con rostros bastante
preocupados, pero intentando mantener la calma, e Irma, quien
guiaba a los jóvenes hacia la enfermería. Will había insistido en
cargar a Tori hasta una camilla, mientras Sera llevaba las pocas
armas que lograron traer de vuelta, a la sala de armas del área de
Tropas. Neil fue interceptado por Alfred, quien, impidiéndole
ingresar al Escondite, literalmente lo arrastró hacia el área de
Transporte para recibir su castigo. Sera se contuvo la risa, porque
era más que obvio que el asunto era serio. Era segundo vehículo
que Neil destruía en menos de dos días. Sera abrió la pesada
puerta de la sala de armas y dejó el bolso de lona en el suelo, el
cual levantó una nube de polvo. Comenzó a sacar las pocas cosas
que contenía y las ordenó en sus lugares. No era la primera vez
que entraba a ese lugar, pero era primera vez que ponía atención
a cada detalle. Se notaba cuáles eran las armas más utilizadas, las
que apenas tenían una capa de polvo, y cuáles no habían sido
tocadas en muchos años. Estaban ordenadas por tamaño y tipo.
Espadas sin usar, hachas y cuchillos que adornaban una pared.
Balas, flechas y bombas estaban organizadas en un estante
metálico, a un nivel accesible para todos los miembros de la
Camarilla. Dejó la ballesta en su lugar y pasó sus dedos por las
flechas empolvadas. Sintió una emoción en lo más profundo de
su cuerpo al recordar la sensación de disparar aquellas flechas a
objetos en movimiento. Dispararles a personas no era lo más
idóneo, pero por alguna razón se sentía bien. No quería admitirlo,
pero tenía muchos sentimientos reprimidos contra los Normales,
a pesar de haber vivido con muchos de ellos durante dieciséis
años. Se sumergió tanto en sus pensamientos que no se dio cuenta
cuando Neil entró corriendo a la habitación. El chico casi botó
una serie de Barretts M107 que estaban apoyadas en una esquina,
haciendo que Sera se sobresaltara.

―¿Qué haces aquí?―, preguntó Sera a Neil, quien se había


escondido detrás de unas polvorientas escopetas.

―Me escondo de Alfred.

―¿Qué no te había llevado hasta el área de Transporte?

―Sí, pero soy más rápido que él―. Neil sonrió como diversión.
Volvía a ser el chico travieso de siempre.

Sera salió de la sala y contempló el desierto, el cual era cubierto


poco a poco por los rayos del sol. No había ninguna señal del
viejo Al. Sonrió a sí misma y regresó para avisarle al chico que
Alfred no le quería sacar los ojos, por lo menos no cerca de ahí.
Neil suspiró aliviado, se puso de pie y tomó un cuchillo de
mango grueso, el cual comenzó a malabarear con una mano sin
prestar atención a los que la chica hacía. Sera recogió el bolso de
lona vacío y se disponía a salir del lugar, cuando se detuvo justo
en el marco de la puerta.
―¿Pretendes quedarte a vivir aquí por el resto de tus días?―. La
chica lo observó con burla.

―Si estas dispuesta a traerme alimento todos los días, sí―. Neil
seguía jugando con el cuchillo, que daba dos vueltas en el aire
antes de caer en su mano sin lastimarla.

―Vamos. ¿Dejarás tus amados libros por vivir entre armas


empolvadas?― El chico dudó por unos segundos y luego
continuó jugando con el cuchillo―. Además, yo no sé cuáles
traerte. ¡Tienes tantos! Podría escarbar entre las torres, pero…

―De acuerdo―, desistió Neil, dejando el cuchillo en su lugar y


saliendo de la sala de armas arrastrando los pies.

Caminaron en silencio, sintiendo los suaves rayos del sol por la


mañana. Neil caminaba detrás de ella observando en todas
direcciones, por si Alfred aparecía en cualquier momento. Sera
no entendía que tipo de castigo había preparado el mayor que
fuera tan terrible que incluso Neil debió escapar de él. El viejo Al
nunca se enojaba. Sus grandes cejas sobre sus ojos miel,
combinados con su robusto cuerpo y cabello negro, lo hacían
verse más adorable y joven de lo que realmente era. Pero su
ronca voz imponía mucho respeto. Si realmente se enojaba, tenía
bastante paciencia antes de desatar su ira, cosa que Sera jamás
había visto. Neil se veía algo asustado y divertido al mismo
tiempo, como si todo eso fuera un juego de niños. Entraron al
Escondite y se dirigieron a la enfermería. Más bien, Sera se
dirigía a la enfermería y Neil la seguía de cerca. Dentro, Irma
atendía a Tori, quien estaba recostada en una camilla con las
mismas ropas con la que la trajeron devuelta a C1, con cortes y
manchada de sangre. Su mentora le hizo una seña para que se
acercara, y ella caminó hacia Irma con paso firme y seguro. No se
había percatado de la presencia de Will hasta que vio su rojizo
cabello y robusto cuerpo sentado en una silla junto a la camilla.
Sus verdes ojos conectaron por unos instantes, hasta que Irma
comenzó a darle instrucciones y debió desechar todo pensamiento
o sentimiento para enfocarse en su tarea. Omitió al pelirrojo y se
dedicó a hacer su trabajo. Irma agradecía la pronta asistencia de
Sera en el desierto, evitó que Tori complicara sus heridas. Aun
así, había mucho que hacer. Perdió bastante sangre por el corte en
la cabeza y la contusión podía agravarse si no actuaban rápido.
Intentó hacer lo mejor que pudo, pero Irma exigía rapidez y Sera
solo tenía una mano disponible. El codo comenzaba a dolerle más
que nunca. Aunque intentó distraerse para evitar el dolor, sus
propios golpes y cortes comenzaban a apalearla. Después de
algunos minutos soportando el intenso dolor, Irma terminó el
procedimiento y ordenó a Tori que reposara hasta mañana. Sera
se lavó las manos y cayó rendida en la camilla contigua. Tanto
Will como Neil continuaban en la enfermería sin tener realmente
algo que hacer. Irma se acercó a ella y le ordenó que se quitara la
camiseta. No por ser parte del área de Salud se salvaría de tratar
sus heridas. Sera les envió una mirada fulminante tanto a Will
como a Neil para decirles que se marcharan. El pelirrojo se puso
de pie de inmediato y salió de la habitación manteniendo la vista
fija en ella. Sera desvió la mirada mientras el chico salía por la
puerta. Neil no se movió de su rincón. No estaba ahí para mirar,
sino que para esconderse. Irma lo observó con los anteojos a
medio caer, esperando a que se retirara de una vez para que ella
pudiera comenzar a atender a Sera. Neil sacudió la cabeza y
sonrió malévolamente. Cruzando los brazos, reafirmó que no se
movería de ahí por ningún motivo. Irma bufó molesta una palabra
en un idioma que Sera no entendió, y caminó hacia el chico, lo
tomó firmemente por el brazo y lo arrastró hacia la camilla donde
se encontraba Sera. Lo obligó a ayudarla o le diría a Alfred
inmediatamente donde se encontraba. Le pasó gazas, vendas, y
un sin número de cosas, mientras Neil murmuraba algo entre
dientes. Sera se quitó la camiseta a duras penas y logró ver como
Neil evitaba a toda costa ver su torso desnudo. Estaba segura que
Neil era de los chicos que si tenía la oportunidad de ver a una
chica desnudarse no sería el primero en cubrirse los ojos.
Además, las veces anteriores, él había mantenido la seriedad, y
era la primera vez que lo veía sentirse muy incómodo al respecto.
Posiblemente había cambiado un poco su actitud respecto a ella
después de haberle contado su secreto. Evitó fijarse en él
mientras Irma se encargaba de los cortes en su rostro y su codo
fracturado. La anciana le colocó dos trozos de metal doblados,
envueltos con varias capas de vendas y gasas, los cuales
mantenían firmemente su brazo para que evitara moverlo por
algunas semanas. Gracias a Irma y su visión de rayos x,
determinó que su fractura no era grave y que debía usar esa férula
por unas cuatro semanas como mínimo. La mayor se retiró dando
las últimas instrucciones de cuidado y se dirigió a la camilla
donde Tori dormía tranquilamente para revisar la transfusión que
le estaba realizando. Sera se vistió y se levantó algo adolorida.

―Deberías permanecer recostada unos momentos―. Le


recomendó Neil, aun evitando verla directamente.

―Es solo una fractura leve de la cabeza del radio. Estaré bien en
cuatro semanas, cuando consolide lo suficiente para…

―¿Es así como sueno cuando hablo de libros? Interesante―.


Sera se rió y caminó junto a él hasta la entrada de la enfermería.

Se encontraron con Will en el pasillo, al parecer no se había


marchado. Se acercó a ellos con su rostro aún demostrando
preocupación. A pesar de que él la había ignorado casi por
completo hace unas horas atrás, estaba feliz de verlo ahí parado
en medio del pasillo, con su cabello rojizo algo revuelto y una
suave sonrisa en su rostro. Will golpeó suavemente el hombro
derecho de Neil en señal de saludo y abrazó a Sera lo más suave
que sus enormes, y algo torpes, brazos pudieron lograr. Sera se
sintió levemente incomoda entre sus brazos y posó su mirada en
el piso para evitar verlo a los ojos. Si Will descubría que su
actitud en la duna no fue simplemente una acción del momento,
sino que casi un reflejo condicionado, no sería capaz de volver a
mirarlo a los ojos nunca más. Will les comentó que tendrían una
pequeña reunión en la sala de Comunicaciones, donde
participarán Caleb, Yonu, Sera y Neil. Él quedaría fuera de ella
por no haber participado en la misión, pero los llevaría
personalmente a la sala de Comunicaciones. Su voz sonaba algo
dolida al contar el relato. Posiblemente, el dejarlo fuera de
aquella conversación seguía siendo parte del castigo de Caleb
hacia su hijo. Los demás miembros de la Camarilla debían
encargarse de sus obligaciones y posteriormente serían
informados de los detalles. Como los chicos se había saltado el
desayuno, entre ordenar armas, curar heridas y escapar de
miembros de la Camarilla, Will les había guardado algunas cosas:
dos trozos de pan, unos delgados pedazos de jamón, y dos frutas.
Comieron en el pasillo, ya que se suponía que no debían sacar
comida a deshoras y si Francisca se enteraba reduciría sus
porciones alimenticias a la mitad durante un mes. Caminaron
hacia la sala de Comunicaciones, donde Caleb y Yoshinori
conversaban animadamente en el pasillo. Desde que había
llegado a C1, Sera nunca había visto a Yonu sonreír. Siempre
mantenía un rostro sereno, a veces sin expresión alguna, inmerso
en su propio mundo y sin intercambiar demasiadas palabras.
Decía lo justo y necesario, cuando había que hacerlo y de la
forma correcta para hacerlo. Evitaba dar más información y
simplemente te ignoraba si no requería responder realmente a lo
que se estaba preguntando. Pero conversando junto a Caleb
parecía una persona completamente diferente, algo más joven,
ligeramente más feliz, como si hubiera retrocedido unos años en
el tiempo. Al ver a los jóvenes acercase, los adultos dejaron de
hablar e ingresaron a la habitación. La sala de Comunicaciones
seguía igual que siempre, con algunos papeles repartidos por el
suelo, algunos tornillos y trozos de metal, cables mal enrollados y
herramientas sobre las mesas donde se encontraban los
radiotransmisores. Yonu tomó asiento en su silla, Caleb
permaneció de pie de brazos cruzados y Neil y Sera se apoyaron
contra una pared. Will revisó un par de cosas en un montón de
papeles junto al segundo radio y salió de la habitación. Caleb fue
el primero en hablar.
―A pesar de los acontecimientos ocurridos en la misión―. El
tono de voz de Caleb era suave, no tan serio como en pasadas
reuniones, pero sus palabras eran lo bastante formales como para
darle la seriedad suficiente al asunto―. El objetivo fue cumplido.

―Instalaron adecuadamente el A.H.M.T.Ca.N.―, acotó Yonu,


quien permanecía con los ojos cerrados, la punta de sus dedos
apoyadas unas contra otras y con un auricular en la oreja.

―Phil―, corrigió Neil, a lo que Yonu le dirigió una mirada


extraña, como si preguntara „de que hablas‟.

―Yonu logró conectarse con la red Normal hace algunas horas,


con algunas dificultades, pero funcionó―, continuó Caleb sin
prestar atención al comentario de Neil―. Hicieron un buen
trabajo.

Neil y Sera sonrieron complacidos. Era muy raro que el líder de


la Camarilla reconociera sus logros frente a los demás miembros
de C1, aunque fuera uno solo y en una pequeña habitación. Sera
se sentía aliviada, considerando que su primera misión había sido
un completo desastre. Su intromisión a la base militar de
Ciudadela 3 había sido lo único rescatable de aquella misión, y la
cual había generado la segunda, causando más complicaciones.
En resumen, por su culpa Ted había muerto y Tori está herida.
Aun así, estaba tranquila de que al menos algo había resultado
como debía.

―Considerando que se perdió un segundo vehículo― Caleb


continuaba con la reunión―. Y tuvieron que ser rescatados en
altas horas de la noche, están con vida y la máquina en
funcionamiento.

―Quisiera reportar algo―. Sera habló manteniendo ese tono


formal con el cual se dirigió a los militares en la torre Tesla―.
Nuestro encuentro con militares en la torre fue accidental.
Ninguno de ellos debía estar ahí según registros, pero había un
motivo aún mayor tras su presencia.

―Te estas juntando mucho con Neil, pero continúa―. Caleb


sonreía divertido por la forma de hablar de Sera.

―Alcancé a hablar con uno de ellos antes de escapar―, continuó


Sera con la cara completamente roja de vergüenza―. Y al
parecer ellos habían sido enviados a la torre para instalar un
nuevo equipo que aislaría la comunicación de las Ciudadelas con
la ciudad de Argent.

―Creando una red privada―. Yonu le había dado en el clavo―.


Eso por ningún lado es bueno.

Neil y Caleb se miraron sin entender exactamente a lo que se


refería. Ninguno de los dos conocía bien el sistema de
comunicación Normal, por lo que no entendían la importancia del
suceso.

―Significa que las Ciudadelas quedaran recluidas


eventualmente―, aclaró Yonu.

Se deslizó en su silla hasta uno de los radios. Lo encendió y


revisó algunas hojas con anotaciones algo arrugadas. Mientras
releía un trozo de papel una y otra vez, ponía atención a los
ruidos provenientes del radio, que al parecer no tenían sentido
alguno.

―Aún no se ha puesto en marcha la red privada―. Yonu volvió


a deslizarse hacia ellos y le extendió el papel a Caleb―. La
comunicación entre las Ciudadelas y la ciudad de Argent es muy
importante. Los mantiene informados de los acontecimientos
dentro de ella y vise versa. Además, todo el funcionamiento de
las Ciudadelas es en base a información obtenida de Argent. Si
esa comunicación desaparece, las Ciudadelas quedarán aisladas y
en espera de noticias. Tanto alimentos como ropa, materias
primas, armamento, etc. son enviados desde Argent y es
informado desde que salen de las fábricas hasta que llegan a su
destino. Las noticias son enviadas en tiempo real, salvo con
algunas excepciones, y sus habitantes se sienten resguardados por
los adinerados. Pero si dejan de comunicar noticias o los envíos,
generará desconocimiento en la población y, sobre todo, en
nosotros.

―Si ellos desconocen los tiempos de envío de alimentos,


nosotros quedamos sin alimentos―. Caleb observaba
desconcertado a Yonu.

―Exactamente. Y si es que continúan enviando alimento―. Los


tres se miraron preocupados―. En esa lista están los tiempos
actuales de envío. Gracias a nuestra propia comunicación entre
Camarillas, hemos podido descifrarlas, pero nos tomó años
descubrirlas.

―Pero con Phil, es decir, la máquina nueva, ¿no será más fácil
saber cuándo llevarán cargamentos?―Neil se esforzaba por
entender e intentar buscar una solución a un potencial problema.

―No es tan sencillo. La conexión a la red Normal con la nueva


máquina no es continua. Requiere de adaptación de frecuencias
que toman tiempo, para poder captar las señales. Como ellos
utilizan una frecuencia de ondas completamente diferente, es
muy difícil que nuestros equipos logren alcanzar la frecuencia
necesaria por tiempos prolongados y podría tomar semanas saber
una sola oración―. Neil se cruzaba de brazos algo frustrado.

Como Sera lo había imaginado desde un principio, el que los


adinerados crearan su propia red de comunicación afectaría en
grande al resto de la población. El problema era que no había
forma de detenerlos, incluso si volvían a hack ear la torre Tesla, la
red se podría sustentar con las otras torres y aislar aún más parte
del continente. Había que buscar una solución para el problema y
pronto. Si no lograban tener acceso a la frecuencia de envíos de
alimentos, se quedarían sin recursos y podrían morir. Quizás ese
era el objetivo principal. Pero ¿quién en Argent sería capaz de
decidir algo así? Sera sabía, por los chismes que clientes y
compañeros de escuela intercambiaban, que los adinerados y
famosos eran tanto Normales como Artificiales. La mayoría de
los artistas eran Artificiales y los dueños de fábricas y
empresarios poderosos eran Normales, los cuales empleaban a
ambos tipos de igual manera. Convivían en armonía y es por eso
que muchos habitantes de Ciudadelas, como ella, aspiraba n a
conseguir un lugar en aquellos empleos. Un sueño utópico entre
los habitantes que vivían en constante peligro por guerrillas, que
muchas veces no tenían sentido. El problema era que nunca había
vacantes disponibles o se requería una gran suma de dinero
imposible de alcanzar en una vida. Hasta ella había considerado
la posibilidad de vivir ahí, si conseguía el dinero suficiente. Vivir
en una lujosa casa, comodidades, vastos alimentos y sobre todo,
sin que nadie la juzgara por su cabello, color de ojos o piel.

―De todas maneras―. Caleb le entregaba de vuelta a Yonu el


papel con los registros―. No podemos hacer nada más que
intentar coordinar un plan de emergencia con el resto de las
Camarillas. Intentaré comunicarme con los líderes más tarde.

―Will y yo nos encargaremos de coordinar una reunión vía


radio. Te avisaremos cuando estén disponibles para hablar.
Mientras, debo verificar que el A.H.M.T.Ca.N. continúe en
funcionamiento y lograr captar algo más importante que estática.

Caleb se retiró de la habitación no sin antes recordarle a Neil que


Alfred estaba furioso y debía reparar sus errores, siendo seguido
por el chico, quien intentaba justificarse sin éxito. Antes de que
Sera pudiera salir de la sala de Comunicaciones, Yonu la llamó
para conversar un momento. Cerró la puerta tras ella y
permaneció de pie observando al mayor.
―Solo quería agradecerte por el buen trabajo―. Sera se sentía
algo confusa―. Gracias a que te escabulliste a la base militar, y
conseguiste ese documento para mí, confirmé mis teorías.

Yonu seguía sentado en su silla, con ambas piernas cruzadas y los


codos descansando sobre los apoyabrazos. A Sera le faltó el aire.
Había olvidado por completo el verdadero motivo por el cual
había ido a la base militar. El documento le pareció tan
importante que olvidó por quien había cometido ese acto.

―Ahora no hay duda de quién es el Artificial que tanto Alelos


como Militares buscan―, continuaba hablando el mayor.

―¿A qué te refieres?― Sera había sacado sus propias


conclusiones, pero necesitaba corroborarlas y si Yonu era lo
suficientemente altanero como ella creía, le diría todo lo que
necesitaba saber.

―¿Pretendes que te diga toda mi investigación? No tengo porque


intercambiar esa información contigo―. Yonu se había puesto de
pie lentamente, dejando caer sus abultados pantalones negros que
lo hacían verse mucho más bajo de lo que era.

―Aunque no lo creas, yo también llevaba a cabo una


investigación―, comenzó a hablar Sera lo más calmada que
pudo. Las manos le temblaban y sentía como el sudor le caía por
la frente―.Y, gracias a ese documento, me di cuenta que ambos
buscamos lo mismo.

―¿Acaso quieres compartir la recompensa? – Yonu caminaba


hacia ella desafiante. Su mirada penetrante la ponía nerviosa,
como si supiera todos sus movimientos con solo escucharla
hablar. Posiblemente oía los acelerados latidos de su corazón,
como apretaba los dientes y aguantaba la respiración.

―Sí―, mintió Sera.


Yonu la observó por unos instantes intentando descifrar su
mentira. Sera no se movió ni un centímetro. Mantenía la vista fija
en el mayor y evitaba temblar de nervios.

―Solo hay un Artificial en esta zona que haya podido estar


dentro de ese contenedor. La fecha lo corrobora―. Paseaba de un
lado al otro.

―Neil―, intentó decir Sera sin que le temblara la voz.

―Exacto. Y posiblemente atacó varios Alelos en sus años fuera


de la Camarilla.

―Pero ¿acabar con toda una tropa de militares que lo


acarreaban? Sería casi imposible, considerando que esto fue hace
años. Tendría unos seis años en ese entonces. Y ¿A dónde
exactamente lo llevaban?

―No lo sé―. Yonu se paseaba por la habitación, pisando papeles


sin tener cuidado alguno―. El documento no especificaba. Según
las últimas coordenadas descritas por los soldados antes de morir,
se encontraban cerca de las Murallas de Cristal al norte del área
2A y ahí, bueno, no hay nada.

―¿No habrá otro Artificial suelto que concuerde con la


descripción?―. Sera intentaba convencer al mayor de que Neil
no era el objetivo. Después de todo lo ocurrido, había decidido
olvidar la recompensa y proteger a Neil. Era su amigo después de
todo.

―Es posible, pero eres la segunda Artificial que encontramos


desde ese entonces. Es muy difícil que un Artificial tan especial
se nos escabulla así.

―Podría haberse trasladado a los otros continentes.


―¿Solo?

―Yo lo hice.

―No lo hiciste completamente sola que digamos―. Yonu


mantenía ese tono amenazante en su voz y continuaba mirándola
fijamente con una chispa perturbadora en sus ojos―. De todas
maneras, no es momento indicado para destapar este secreto. Aún
hay partes de tu pasado que puedo usar si revelas esto antes de
tiempo.

Sera sintió la amenaza como un cuchillo, clavándosele en el


estómago. Tenía intenciones de contarle a toda la Camarilla que
Yonu entregaría a Neil a los militares por una recompensa, pero
no le creerían. Siendo nueva, Sera no había ganada la suficiente
confianza para hacer una acusación así, sobre todo acerca de un
miembro de C1 que llevaba en ella desde sus inicios. No tuvo
más remedio que aceptar el silencio, por lo menos para apaciguar
al mayor hasta que tuviera un plan para mantener a Neil a salvo.
Salió de la habitación lo más rápido que pudo. Intentó respirar
calmadamente y hacer como que nada había pasado, pero antes
de emprender su rumbo de vuelta a su habitación, escuchó la voz
de Yonu.

―…lo sé. El ataque a Ciudadela 3 no fue un fracaso después de


todo―. Hablaba con alguien el cual Sera no podía oír y deseó
con todas sus fuerzas tener más habilidades como Neil.

―Sé que exigieron entregar al chico ese mismo día, pero


conseguimos el documento que asegura en un cien por ciento que
es él. Ahora tenemos comunicación directa gracias al aparato que
fue instalado en la torre y podremos informarles a los superiores
acerca del nuevo plan―. Sera tenía miedo de perder algún
detalle. Se mantuvo pegada a la puerta entre abierta confiando
que Yonu estuviera tan concentrado que no la oyera respirar.
―Este nuevo plan que he diseñado garantiza tener al chico listo
para ser entregado en la base militar de Ciudadela 1 para el final
de este mes. El mismo cavó su tumba al instalar el
A.H.M.T.Ca.N.―. Sera evitaba temblar. Yonu realmente
entregaría a Neil.

―Luego cobraré la recompensa y me iré de este basurero. Más


ahora que Argent tendrá su propia red de comunicación. Ustedes
podrán seguir aniquilando a quien quieran. Tendré todo listo para
cuando lleguen―. Yonu cortó la comunicación y Sera se alejó de
la puerta lo más rápido y silenciosamente que pudo, antes de que
el mayor escuchara sus pasos en el solitario pasillo.

Caminó rápidamente, dio vuelta a la esquina rumbo a la


enfermería, con una sensación agria en la garganta y un horrible
nudo en el estomago, cuando se encontró frente a frente con Neil.
Se le detuvo el corazón por unos segundos al encontrarse con
esos ojos azules que la miraban confundidos.

―¿Estás bien? Te ves algo verde.

Neil se había cambiado de ropa y ahora llevaba puesto una


camiseta azul algo gastada y unos jeans que estaban casi blancos.
Se había mojado el cabello y se le pegaba a la frente y al cuello.
Tenía ojos cansados. No estaba segura de que él hubiera dormido
en el viaje de regreso. Le aseguró tímidamente que se encontraba
bien y dio media vuelta por el pasillo del primer piso hasta el
comedor. Aún no era hora de comer, pero debía alejarse lo que
más podía de la sala de Comunicaciones y de Neil. Sentía la
cabeza como una olla de presión. Los problemas le daban vuelta
una y otra vez. Años de sufrir por maltrato verbal (y físico) por
parecer una Artificial, y terminar siendo una en realidad; la
mentira de sus padres, las muertes de Ted y Andrey danzando en
su cerebro continuamente, su pasado alcanzándola poco a poco,
lo que podría alejarla de lo único que parecía ser parte de una
vida algo mas tranquila y normal; chantaje que podría costarle
muchísimo, solo por dinero que quizás la haría más miserable;
mantener la confianza de un amigo sin revelar todo lo que estaba
ocurriendo, aunque que lo involucraba irremediablemente. El
haber encontrado un grupo a quien llamar familia no alcanzaba a
apaciguar todos los problemas que la torturaban.

―Hey, ¿ocurre algo?― Neil la había seguido hasta salir por la


puerta lateral del comedor hasta el pequeño invernadero donde el
área de Comida cultivaba algunos vegetales.

―Sí, ya te lo dije―. Se volteó rápidamente intentando alejar a


Neil, pero terminó golpeando una mesa donde había algunos
tubos de ensayos y probetas.

Ambos se agacharon en silencio a recoger trozos de vidrios de los


tubos que cayeron al suelo. Sera evitaba verlo a la cara, si lo
ignoraba quizás se iría. Neil se puso de pie e intentó arreglar el
desastre que quedó en la mesa. El chico le había explicado una
vez, en sus primeras lecciones, que parecían haber sido hace
años, que conseguir ciertas verduras era imposible, simplemente
porque no las enviaban a las Ciudadelas cercanas. Es por ello que
tuvieron que aprender a cultivar las suyas. Pero el árido desierto
no se los permitía, así que crearon ese pequeño invernadero y,
utilizando las mismas técnicas que los Normales, lograban hacer
crecer verduras transgénicas e hidropónicas. No tenían cosechas
abundantes, pero por lo menos alcanzaba para mantener una dieta
saludable. Intentó ayudar a Neil, empeorando un poco más la
situación. Decidieron dejar las cosas como estaban y salir de ahí
antes de que Francisca decidiera ir por algunos tomates.
Caminaron hacia el desierto riéndose de algunas historias que
Neil le iba relatando a Sera. Aún podía contar con que él le sacara
una sonrisa. El chico se había devuelto a la sala de
Comunicaciones porque no la vio salir, y supuso que se quedó
más tiempo. Luego se la encontró en el pasillo y asumió que todo
estaba bien. Sera le sonrió algo nerviosa, aún confiando en que el
chico haya llegado justo después de su conversación con Yonu.
Neil la vio a los ojos algo preocupado. Escucharon a lo lejos un
grito que claramente decía el nombre de Neil. Ambos se
detuvieron justo frente a la puerta lateral del Escondite cuando
vieron al viejo Al aparecer tras el edificio dispuesto a atrapar al
chico de una vez por todas. Neil intentó escapar, pero Alfred fue
mucho más astuto y lo agarró tan fuerte con sus enormes brazos,
que al chico le fue imposible moverse. Lo cargó sobre un
hombro, como si no pesara absolutamente nada, y se retiraron al
área de Transporte. Sera soltó una suave carcajada al ver como
cargaban a Neil cual bolso de lona, y él simplemente se despidió
de ella guiñándole un ojo y haciendo un gesto con la mano.

El resto de la tarde fue bastante normal. Sera ayudó a Irma a


cuidar a Tori, aprendió procedimientos nuevos e Irma le entregó
muchos más libros que leer. El almuerzo y el entrenamiento
fueron como siempre, salvo por la falta de Tori en la mesa que,
de alguna forma afectaba el humor de los presentes. La cabeza le
daba vueltas, aún trataba de asimilar lo que había escuchado.
Yonu solo quería la recompensa para el mismo, como ella solía
querer, y además estaba coludido con alguien más, alguien quien
le daba instrucciones directamente, alguien que lo apoyaba y
atacaría C1 para llevarse a Neil de una vez por todas. Debía hacer
algo para mantener a Neil a salvo, debía ayudar a su amigo. Pero
¿quién creería que Yonu los estaba traicionando? Y que no solo
entregaría a uno de los suyos, sino que dando la localización de la
Camarilla también, lo cual ponía en peligro a todos los
Artificiales. Tenía que decirle a alguien. Si se lo planteaba
adecuadamente a Will quizás la escucharía. Subió hasta el
segundo piso y llamó a la puerta naranja, confiando que el
pelirrojo se encontrara dentro. Will abrió algo dormido. Tenía el
cabello revuelto y los ojos entrecerrados por la pereza.

―¿Ocurre algo?―. Will se refregaba un ojo―. Acababa de


recostarme a dormir una siesta.
―Debo hablarte de algo importante―. Sera cerró la puerta tras
ella―. Algo que involucra a Neil.

Will la miró extrañado y la invitó a sentarse en la cama


desordenada. Sera no sabía cómo comenzar a relatar todo. Le
explicó a grandes rasgos acerca de la recompensa que piden por
Neil, que tanto Militares como Alelos lo buscan, y que el
documento que robó de la base en Ciudadela 3 correlacionaba eso
y muchas otras cosas. Luego comenzó a relatarle la conversación
que escuchó de Yonu y estuvo a segundos de contarle su propio
problema con el mayor. Aún no estaba preparada para decirle que
ella también buscó la recompensa en algún momento. Debía
convencer a Will. Debían proteger a Neil. Después de haber
querido intercambiar la vida de una persona por dinero y lujos, se
sentía en deuda con el chico que la salvado en más de una
ocasión. Pero la reacción del pelirrojo fue completamente
diferente. Will se puso de pie algo molesto y le habló con el tono
de voz más firme que ella le haya oído crear.

―¿Estás diciendo que Neil es buscado mundialmente y que


Yonu es el que pretende entregarlo?― Will subía la voz―
¿Todo para conseguir un mejor estatus de vida? ¿Poniendo en
peligro a todos sus compañeros con los cuales ha compartido
desde que nació?― Sera asentía con temor. La forma en que lo
decía Will sonaba mucho menos creíble de lo que ella había
imaginado en su mente.― Mi mentor, con el cual he compartido
más momentos que con mi propio padre, va a entregar a mi mejor
amigo ¿por ser especial? Y yo que pensaba que Neil inventaba
historias.

Sera sintió como aquellas palabras se le clavaban en el pecho


como un cuchillo. Will no había creído ni una sola palabra de lo
que había dicho y no estaba dispuesto a escuchar más
explicaciones.
―No puedo creer que incluso hayas inventado que aquel
documento tiene algo que ver con Neil. Neil no tiene nada que
ver con militares, jamás estuvo cerca de alguno. Él solo tuvo
problemas con Normales estúpidos que lo discriminaban por ser
uno de nosotros. Realmente esperaba que tú, sobre todo tú,
entendiera eso. Y ahora vienes con esta historia. ¿De veras? Sí,
Neil es especial, pero no tanto como para que todos los militares
de todas las Ciudadelas y esos malditos Alelos estén tras él. Hay
por lo menos 45 Artificiales con características físicas como Neil,
27 tienen doble habilidad y 5 tienen triple. Y sin contar a los no
documentados, a los que no quieren ser parte de una Camarilla y
que posiblemente si estén en contra de Militares y se meten en
problemas con los Alelos. Seguramente es otro Artificial al que
buscan. Y ¿qué ganan ellos con encontrarlo? ¿Qué ganan ellos al
entregarlo? ¿Quién específicamente lo busca? ¿Quién, Sera,
quién?

―¡No lo sé!― Sera sentía como algunas lágrimas intentaban


brotar de sus ojos―. No lo sé, Will. Pero debes creerme, Neil
está en peligro, toda la Camarilla lo está.

Will volvió a refregarse los ojos con pereza y le pidió por favor
que saliera de su habitación. Necesitaba urgentemente dormir.

Después de leer dos libros, ni siquiera completos, Sera estaba


exhausta. Nunca iba a entender como Neil podía leer tanto y
memorizar tan bien lo que leía. Dejó los libros en el estante de la
salita del segundo piso y se dirigió a su habitación. Necesitaba
dormir en una cama. Dormir en los vehículos era tan incómodo
que estaba segura que le habían salido más moretones de los que
ya tenía posterior al choque. Su nueva habitación se veía vacía
comparada con las habitaciones de Neil y Will. Cada uno tenía
algo especial que los distinguía, y ella seguía sin estar segura de
quien era en realidad. Al menos ahora sabía que era una Artificial
y pertenecía a una Camarilla, pero dentro de ella seguía siendo
“la nueva”. Se alistó para dormir. Vestida con una camiseta larga
verde claro y unos shorts de tela negros. Se disponía a recostarse
en su colchón cuando alguien llamó a la puerta. Abrió algo
extrañada. Afuera de su habitación se encontraba Neil. Llevaba
una camiseta blanca sin mangas bastante vieja y arrugada, unos
pantalones negros sueltos y delgados, y caminaba sin zapatos por
el frío pasillo.

―Sé que no es un buen momento, pero no logro sacarme esto de


la cabeza―. Neil se veía nervioso.

Sera lo invitó a pasar, observándolo algo nerviosa y preocupada.


El chico caminaba de un lado para el otro intentando articular las
palabras. Se veía muy diferente a lo que ella acostumbraba, algo
indefenso, perdido e, incluso, un poco asustado. Neil se sentó en
la cama sin saber qué hacer. Sera se sentó junto a él y le preguntó
qué ocurría.

―A veces realmente odio tener tantas habilidades – El chico


miraba el suelo de la habitación―. Y muchas veces no las puedo
controlar.

Sera comenzó a entender a qué se refería. Intentó mantener la


calma. Apoyó su mano en el hombro de Neil en espera de que se
animara lo suficiente para contarle.

―Me extrañó que no salieras de la habitación tras nosotros e


intenté con todas mis fuerzas que no me importara. Fui a mi
habitación y me cambié de ropa, pero aún seguía pensando en,
bueno, en ti―. Neil continuaba hablando sin mirarla a la cara,
escondiéndola bajo sus negros cabellos y jugando con los dedos
de sus pies descalzos, pero ella podía ver que su rostro se había
tornado rojo hasta sus orejas―. Así que regresé para buscarte y,
de veras, no pude evitar escuchar.
―¿Qué escuchaste exactamente?― Sera intentaba no sonar tan
nerviosa, pero su voz flaqueaba y posiblemente su rostro lo decía
todo.

―“De todas maneras, no es momento indicado para destapar este


secreto. Aún hay partes de tu pasado que puedo usar si revelas
esto antes de tiempo”―. Neil la vio con ojos asustados.

―¿E-eso es todo lo que oíste?― Sera se puso de pie y evitó ver a


Neil a la cara.

El chico asintió sin dejar de observarla fijamente y ella podía


sentir su mirada penetrante sobre su hombro. Las manos de Sera
temblaban sin control. No sabía exactamente que hacer ahora.
Intentó ver todas las posibilidades en esa situación. Podía
contarle todo y arriesgarse a que no le creyera. O quizás le creería
y después ¿qué se supone que debía hacer? Podría no decirle
nada en absoluto e inventar otra mentira, pero la cita dicha por
Neil resonaba en sus oídos: “Si quieres guardar un secreto,
también tienes que esconderlo de ti mismo”.

―Me devolví por el pasillo tratando de olvidar lo que había


escuchado, hasta que me topé contigo en la esquina. No quise
decirte nada al respecto en ese momento―. El chico sonaba
temeroso―. Solo dime que lo que escuché no significa lo que
estoy pensando―. Neil se había puesto de pie y estaba justo
detrás de ella.

Sera se volteó lentamente y vio el rostro preocupado del chico.


Sus ojos azules brillaban nerviosos y expectantes, mientras
apretaba los puños para tranquilizarse. Su mente estaba en
blanco. No tenía idea que responderle. Intentaba buscar una
respuesta rápida, pero nada era lo suficientemente bueno para
convencerlo o evitar decirle que era buscado por casi todo tipo de
Normales.
―Dime que no le haces “favores” a Yonu porque tiene
información tuya―. Neil parecía desesperado―. Me dijiste que
no querías volver a eso. Que querías dejar esa parte de tu pasado
atrás.

Neil la había tomado de las manos y ella no sabía exactamente


cómo reaccionar. Sentía su cara hervir de vergüenza de solo
pensar que Neil había mal interpretado lo que había oído a las
afueras de la sala de Comunicaciones. Por un lado era bueno.
Neil no tenía idea de lo que realmente significaba la extorción
que Yonu tenía sobre ella. Pero por otro, él ahora la veía como la
chica que posiblemente se acueste con todos en la Camarilla.

―Dime que no es verdad lo que pienso―. Sera lo miraba


estupefacta. Había temor en los ojos de Neil, confusión y
preocupación.

―¡No!― Sera negó con la cabeza intentando con todas sus


fuerzas que Neil creyera la verdad―. No es lo que tú piensas.
Créeme, jamás volveré a caer en eso.

El rostro de Neil se relajó. Una enorme sonrisa de alivio apareció


en su rostro y sus ojos alegres no se despegaban de Sera ni por un
instante. Suspiró como si hubiera contenido el aire por siglos y se
desplomó sobre la cama. Sera esperaba que Neil le preguntara de
qué trataba realmente la conversación y buscaba en su cerebro la
mejor mentira que podía crear en ese minuto. Pero él continuaba
sonriendo como si hubiera encontrado la colección de libros más
preciada en el mundo, primera edición. Quizás, no estaría tan
feliz si supiera que su cabeza tenía precio.

―Neil―. Sera interrumpió la felicidad del chico. Este la miró


aún sonriente, pero aquella sonrisa se fue desvaneciendo al ver su
rostro serio―. Realmente no quiero que tengas una mala imagen
de mí.
El chico se sentó lentamente hasta quedar frente a frente con ella.
Sera jugaba con el borde de su camiseta, algo nerviosa. Sabía que
contar su secreto sería solo el primer paso de muchas otras cosas
que no estaba preparada para enfrentar aún.

―No quiero que pienses en mi como „la chica que se gana la


vida haciendo favores‟―. Las palabras le salían de la boca con
algo de asco―. No tuve muchas opciones de vida cuando me fui
de mi casa. Y sabes cuánto me duele recordar todo. Incluso si
aparece en mí esa faceta sin que yo quiera realmente mostrarla.

Sera se veía dolida. Buscaba en el rostro de Neil una señal de


empatía, compasión o incluso perdón, aunque él no tenía motivo
alguno de porque perdonarla. El hecho de pensar que un amigo,
alguien quien por fin podía llamar amigo, la viera como otros
tantos la había visto durante dos años, le hacía doler el corazón.

―No pensaba eso en absoluto―. Se apresuró a decir Neil al ver


que Sera bajaba la mirada con tristeza―. De hecho estoy muy
contento de que no lo seas más.

El rostro de Neil volvió a tornarse rojo y Sera simplemente sonrió


con ambas mejillas igual de coloradas. No se había percatado de
lo cerca que estaban uno del otro. Sentía como Neil respiraba
algo agitado y la idea de que él podía escuchar los latidos de su
corazón la hicieron ponerse más nerviosa, haciendo que su
corazón se acelerara más y más. Intentó moverse hacia atrás
lentamente, tratando de que el chico no lo tomara como una
huida. Pero Neil le seguía sus movimientos a la par. Cuando ella
avanzaba hacia atrás, él la seguía despacio. Si ella aguantaba el
aire mientras su corazón se salía de control, él también lo hacía.
Sintió la pared a sus espaldas. Fría y algo opresiva. Los ojos de
Neil no se despegaban de los suyos. Tenía un brillo singular que
solo en pocas ocasiones había logrado ver. Un brillo que se salía
de la gama de colores del cielo o del mar. Un azul embriagante
que la envolvía por completo. Neil respiraba cada vez más
rápido. Leves gotas de sudor aparecían en su frente, mojando sus
cabellos.

―Neil, yo…―, intentó alejarse aún más, sin éxito.

El chico estiró su mano para tocar su mejilla suavemente. El


contacto con su piel se sentía como fuego. Neil hervía. Las gotas
de sudor recorrían su rostro, bajando lentamente por su cuello
hasta detenerse en sus clavículas. Sera no pudo evitar fijarse en
cada detalle. Piel blanca y suave, sin ni una sola cicatriz. Nariz
perfecta, labios suaves y levemente entre abiertos que le
permitían respirar con mayor velocidad. Sus azules ojos se
posaron en el cabello de Sera. Él extendió su mano hasta tocarlo
suavemente, con muchísima delicadeza.

―Tu cabello es del color del trigo―. Neil hablaba en susurro,


pero ella podía oírlo perfectamente estando tan cerca de su rostro.

―Nunca he visto trigo―, contestó ella sinceramente, sin dejar de


mirar los labios del chico que poco a poco se acercaban a ella.

Neil colocó suavemente el largo mechón de cabello detrás de la


oreja de la chica, haciendo contacto con su piel, irradiando un
calor tan intenso que le quemaba hasta el alma. Sera podía sentir
lo agitado que Neil estaba, y cuan agitada lo estaba ella también.

―Es hermoso―. El chico colocó ambas manos sobre la pared,


haciéndola sentir completamente indefensa. Neil a vanzaba cada
vez más y a Sera le era casi imposible no sentir la excitación que
todo ello le producía. Aguantó el aire mientras el chico se
acercaba. Los músculos de Neil se tensaron. Agua había cubierto
su piel y su cabello color azabache. Sus ojos parecían ser cada
vez más azules y se veía tan agitado que incluso emitía vapor por
los poros de su piel. No podía evitarlo. Tenía deseos de besarlo,
tantos como él a ella. Era atraída a él como un imán. Era
embriagante, irresistible y un poco intimidante, lo cual no lo
hacía menos deseable. Neil estaba tan cerca que podía sentir
como su corazón se le salía del pecho por la fuerza y velocidad
de su palpitar. Incluso, latía con una frecuencia casi anormal.
Sera abrió los ojos inquieta. Algo no andaba bien. Neil se veía
afiebrado. Sudaba sin control y tanto su respiración como sus
latidos parecían estar fuera de control. Neil avanzaba sin poder
detenerse. Sera se desvió hacia un lado, dispuesta a darle una
explicación del porqué lo evitaba y ayudarlo en su extraño
estado. Pero algo muy raro ocurrió. Neil continúo avanzando.
Tanto que la mitad de su cuerpo atravesó la pared. Sera ahogó un
grito desesperado.
CAPITULO 12: La quinta habilidad.

Will había tenido un día difícil. Estuvo preocupado todo el día


anterior porque sus compañeros no llegaban de la misión. No se
despegaba del radio con la esperanza de que se contactaran, hasta
que Neil lo logró. Casi sin esperar el permiso de su padre, tomó
uno de los vehículos y salió en busca de sus amigos lo cual duró
casi siete horas. Los encontró bajo la oscuridad del desierto,
cubiertos de arena y con frío, y se sintió aliviado por unos
momentos. El resto del día no había sido fácil. Después de
conducir por horas, no lograba descansar de solo pensar que Tori
estaba lastimada. Fue su primera misión y sufrió graves lesiones.
Si él hubiera podido ir a la torre Tesla la hubiera protegido,
hubiera protegido a todos. No se permitiría perder a ningún otro
compañero otra vez. No a Neil, no a Tori. Para él, ellos eran
como hermanos, la única familia que tenía, los más cercanos. Y
Sera poco a poco se transformaba en algo más. Salió de un trance
para caer en los verdes ojos de Sera, quien lo observaba mientras
se encontraban en la enfermería. Algo se sentía extraño, como si
ella estuviera distante. Se sintió aliviado al verla salir de la
enfermería sin muchas lesiones. No pudo evitar el impulso de
abrazarla y sentir su calor, pero algo se sentía como
desconectado, algo que él no comprendía. Continuó su día
intentando no pensar en ella, cumpliendo con sus obligaciones y
el castigo aún impuesto por su padre. Ya llegaría el momento en
que sería completamente libre de tomar sus propias decisiones y
hacer y estar con quien quiera. Subió las escaleras exhausto.
Entró a su habitación con tanto peso sobre sus hombros que creyó
que se desplomaría en el suelo. Tenía tanto en que pensar. Sus
obligaciones en el área de Comunicaciones eran cada vez más
importante, y poco a poco se involucraba más en el área de
Transporte, lo cual le consumía bastante tiempo. Incluso, estaba
considerando la decisión de su padre de comenzar su tutoría para
ser líder de Camarilla. Pero algo en su interior no le dejaba tomar
esa decisión. No estaba seguro de que fuera realmente lo que
quería. Quizás, debía tomar conciencia de la importancia que
podía tener para sus padres y el resto de los Mayores que él se
convierta en el futuro líder de C1. Mantener el liderazgo en una
línea familiar y de confianza. Se revolvió los rojillos cabellos con
ambas manos y luego se restregó los ojos para calmarse. Se quitó
la camiseta negra que llevaba puesta, lanzándola sobre la cama.
Acto seguido, se tendió sobre ella a contemplar el blanco techo
de su habitación. Su mente daba vueltas en tantas ideas que se
sentía un poco mareado. Cerró los ojos por unos instantes y pudo
ver a Sera viajar en sus sueños. Su hermosa y delicada piel blanca
con pequeñas pecas que adornaba hasta sus hombros, largo
cabello laceo de un castaño claro muy singular, ojos tan verdes
como los suyos, suaves labios que hacían que babeara de solo
recordar sus besos, un cuerpo que deseaba tener entre sus brazos
por siempre. La deseaba en ese momento como la deseó sobre las
dunas aquella noche. Seguía sin entender porque se habían
detenido, aunque no estaba seguro de querer ir tan rápido con
ella. Sera era bastante especial, no como los anteriores encuentros
que había tenido. Su imaginación la hacía aparecer a su lado,
sonriéndole dulcemente y con un delicado tono rosa en sus
mejillas, que la hacían verse muy tierna e indefensa. Will exhaló
pesadamente. Comenzó a respirar profundo para calmar sus
ideas. Sentía el cuerpo aprisionado. Debía soltar toda atadura si
pretendía relajarse. Su mente seguía imaginando a Sera. El tono
de su voz, su aroma, el calor de sus labios al hacer contacto con
los suyos. El propio contacto de su mano con su piel lo hizo
estremecer. Su respiración se aceleraba cada vez más a medida
que su imaginación se disparaba. Se dejó llevar por completo por
sus pensamientos hasta perder el control de sí mismo. Olvidó
toda preocupación, toda inseguridad o decisión que debiera tomar
en ese momento. La figura imaginara de Sera lo volvía loco.
Podía sentir su tacto suave, hasta el contacto electrizante de sus
labios sobre la piel de su cuello. Inhaló aire desesperado hasta
colmar la capacidad de sus pulmones. Contuvo el aire mientras su
cuerpo se tensaba por unos segundos para luego exhalar
fuertemente y relajarse por completo finalmente. Abrió los ojos
despacio y miró a su alrededor. El silencio de su habitación era
tan tranquilizante que pronto se quedaría dormido. Intentó que su
imaginación volviera a mostrarle lo que deseaba, pero, a menos
que su cerebro se haya vuelto loco, juró ver dos manos atravesar
su pared. No entendía cómo era posible pero podía ver la mitad
del cuerpo de Neil atravesar hacia su habitación.

―¿!Qué diablos!?― Will se sentó sobre la cama sobresaltado,


mirando estupefacto a lo que parecía ser solo la mitad de su
mejor amigo.

―Admite que no es lo más extraño que has visto de mí―, dijo


Neil con una sonrisa entre burla y vergüenza―. Y esto no es lo
más extraño que te he visto haciendo, créeme.

Neil se había cubierto los ojos con una mano sin dejar de reírse,
mientras Will se arreglaba el pantalón. El pelirrojo caminó hacia
él sin poder creer lo que estaba viendo. De pronto, Sera entró por
la puerta tan consternada como él. No pudo evitar sonrojarse al
verla vestida con una larga camiseta y aquellos shorts cortos.
Sacudió la cabeza para eliminar sus pensamientos y trató de
enfocarse en el problema. La mitad de Neil estaba dentro de su
habitación.

―¿Alguno me puede explicar qué diablos pasa aquí?― Will


apuntaba a Neil como si fuera un objeto.

―Al parecer atravesé la pared, pero no sé, dime tu qué puede


ser―, respondió sarcásticamente Neil enviándole una mirada de
odio a su mejor amigo.

―Lógicamente, pero ¿cómo pasó?


―No tengo la menor idea―. Sera seguía impactada por lo que
veía. Del otro lado de la pared se hallaba el resto del cuerpo de
Neil, y no tenía ni la más retoma idea de cómo había ocurrido.

Intentó explicarle a Will lo sucedido, omitiendo la parte en que


Neil y ella estuvieron más cerca de lo que nunca habían estado.
Al ver el torso desnudo de Will, robusto y firme, un curioso
sentimiento de culpa le invadió la mente haciéndola sonrojar por
unos segundos.

―Entonces simplemente comenzaste a sentir calor, te aceleraste


y después de eso, atravesaste la pared―. Will intentaba reagrupar
toda la información para ver si era lo suficientemente creíble,
aunque lo estuviera viendo frente a él.

―No solo irradiaba calor―, agregó Sera―. Hervía. Creo que


hasta el sudor que le corría por la frente se evaporaba.

―¿Te había pasado alguna vez?― Neil dudó por unos


momentos. Apenas podía responder. Se estaba cansando de
mantener la mitad de su cuerpo en el aire, siendo que la otra
mitad descansada sobre la cama de Sera.

―Si―. Sera respondía por Neil, el cual la miró incrédulo―.


Recuerda lo que pasó con el vehículo. Cuando intentaste girar el
volante, tus manos atravesaron el panel de control por completo.

Neil abrió los ojos de par en par. Lo había olvidado. En ese


mismo momento le había ocurrido exactamente lo que pasó hace
unos momentos en la habitación de Sera. Estaba nervioso,
acelerado, comenzaba a sudar, sentía su piel quemante y no podía
evitar respirar agitadamente. Su rostro se tornó blanco. ¿Cómo
era posible? No podía ser coincidencia que en dos ocasiones, de
igual circunstancias, atravesara objetos. A menos que…

―No será que tienes una nueva…


―¡No lo digas!― Neil interrumpió a Will antes que él pud iera
decir lo que él ya había imaginado.

Neil miraba a ambos con el rostro lleno de terror. No podía ser.


No quería creerlo. Ya no le bastaba con tener cuatro habilidades
básicas. Ahora tenía una quinta que nadie jamás había visto y que
posiblemente nadie más tenía. Era imposible que se sintiera más
miserable. Esto le añadía diez puntos más a la categoría de
fenómeno. Si antes le preocupaba que los demás Artificiales se
pusieran celosos de él, ahora sería completamente inevitable. Y si
apenas podía controlar cuatro habilidades básicas, que ya le
causaban problemas de concentración, ¿cómo sería capaz de
controlar una que nadie conocía? Para colmo, no tenía la menor
idea de cómo saldría de la pared. Comenzaba a desesperarse.
Quería gritar, golpear la muralla hasta que se convirtiera en
escombros y arrastrarse a su habitación para desaparecer entre
sus preciados libros. Necesitaba escapar a un mundo de fantasía,
el que fuera. Narnia, Nuncajamás, El País de las Maravillas,
Oz…

―¿Qué vamos a hacer ahora?― Sera miraba con algo de


compasión y culpa a Neil, quien había cambiado su sonrisa por el
rostro más melancólico que ella haya visto en él.

―Primero, sacarlo de la pared―. Will verificaba si existía


alguna forma de que Neil saliera sin tener que destruir un cuarto
de su habitación.

De pronto se percató de algo. Neil continuaba sudando. Will puso


rápidamente su mano en la frente de su amigo. Su piel hervía. Sin
explicarle lo que se le había ocurrido, Will le ordenó a Sera que
tomara a Neil por los brazos. Ambos comenzaron a jalarlo
haciendo que Neil comenzara a desesperarse y a gritarles todo
tipo de cosas. Neil se sentía aprisionado. Ambos no dejaban de
jalarlo sin descanso y la ansiedad comenzaba a apoderarse de él.
Sentía que su propio cuerpo comenzaba a quemar su piel y sus
huesos. El pelo mojado en sudor se le pegaba en la frente y las
pestañas impidiéndole ver. Apenas podía respirar teniendo medio
tórax justo en medio de la pared, lo que hacía que se desesperara
aún más. Quería que Will y Sera se detuvieran, pero antes de
poder gritarles, sintió como la otra mitad de su cuerpo atravesaba
la pared dejándolo en libertad y enviándolo directamente al suelo
junto a los otros dos. Los tres se miraron por unos instantes antes
de explotar en carcajadas. Incluso Neil se sintió aliviado de no
tener que dormir colgando en la pared como un cuadro, aunque
mantenía sus sentimientos hacia su nueva habilidad entre
desconcierto y odio. Ya más calmados, los tres decidieron que
debían descansar. Neil casi salió corriendo de la habitación sin
decir una palabra más, dejando a Will y a Sera solos. Ambos
continuaban preocupados por Neil, aunque ya no se encontrara en
la habitación. Un silencio incomodo, que comenzaba a envolver
el lugar, les recordó a cada uno sus problemas personales. Sera
sonrió tímidamente, aún escondiendo en su mirada el por qué
Neil se encontraba en su habitación en primer lugar. Will se sobó
la cabeza avergonzado al recordar la figura imaginaria de la chica
que ahora se encontraba frente a él y que, a su parecer, se veía
mucho mejor que en su fantasía. Sera decidió retirarse, pero el
desnudo torso de Will se lo impedía. El deseo de sentir su piel la
estaba consumiendo. No despegaba los ojos de sus pectorales y
abdominales bien marcados, pero su cerebro le decía que no era
el momento. Will la acompañó a la puerta, solo para permanecer
más tiempo junto a ella. Ambos cruzaron miradas antes de
despedirse. La tensión entre ambos los estaba matando. Quería
saltar sobre él, dejarse llevar, pero prometió no volver atrás. W ill
no era como sus clientes. Will era especial, y no permitiría que se
transformara en solo sexo. Haría las cosas con calma. Intentó con
todas sus fuerzas que Will entendiera el mensaje es sus ojos. El
chico le sonrió con aquella sonrisa que solo él podía entregar y se
acercó a ella para besarla suavemente en la mejilla. El contacto
con su piel la hizo estremecer. Los suaves labios de Will se
sentían tibios y gentiles. Combatió con todas sus fuerzas el deseo
de quedarse junto a él. Le dio las buenas noches y volvió a su
habitación dispuesta a descansar por fin. A pesar de todo lo que
había sucedido, su cabeza estaba en blanco. Todas sus
preocupaciones se habían ido por esa noche y podría soñar con lo
que fuera. Apenas había puesto su cabeza en la almohada cuando
se sintió agotada y sin otra opción más que dormir
profundamente.

No pudo dormir en toda la noche. Tímidos rayos del sol entraban


por la pequeña ventana sobre su cabeza. Intentó leer Les
Misérables por tercera vez, pero le fue casi imposible. Cada
frase, cada personaje, cada historia podía relacionarla con algo
que le estaba pasando. Los ojos le ardían, su propia ropa le
pesaba y sentía su cabello tieso, seco y pegado a su cuello. Se
levantó con pesar y salió al pasillo. Podía sentir el suelo frío bajo
sus pies desnudos. Caminó lentamente hasta el baño. Se sentía
tan cansado que apenas podía oír como los demás dormían en sus
habitaciones. La cabeza le daba vueltas y no dejaba de pensar en
esta nueva habilidad y en un montón de otros problemas que,
aunque se vieran insignificantes, estaban presentes. Mojó su cara
tantas veces como necesitó para poder despertar y volvió a su
habitación. Se desplomó sobre su cama apoyando la mejilla
derecha en su almohada. Intentó leer nuevamente, pero sus ojos
se entrecerraban irremediablemente mientras miraba fijamente
una de las torres de libros que adornaban su habitación. Quería
dormir, pero estaba muy nervioso para hacerlo. ¿Qué pasaría si
mientras dormía atravesaba la cama y el suelo, cayendo al primer
piso? O peor ¿qué pasaría si solo la mitad de él atravesara el
suelo, dejándolo suspendido sin poder escapar? En ese delirio,
entre sueño y realidad, se quedó dormido sin remedio.

Sera se despertó sobresaltada. Le faltaba el aire y miraba a su


alrededor con desesperación. Había tenido una pesadilla tan
vivida que casi le fue imposible despertar de ella. En ella, se
encontraba en una habitación a oscuras. Solo podía ver la tenue
luz que se colaba por debajo de la puerta. No podía moverse, algo
se lo impedía. Sintió pasos que se acercaban a la habitación. La
puerta se abrió y una blanca luz la cegó completamente,
impidiéndole distinguir quien había entrado a la habitación. Por
un momento sintió como soltaban sus amarras, dejando sus
manos libres, pero luego fueron jaladas con fuerza hacia adelante,
arrastrándola fuera del lugar. Cuando sus ojos se acostumbraban
a la luz, se encontraba en un salón tan blanco que la luz sobre su
cabeza se reflejaba una y otra vez en las paredes de cerámica
blanca; rodeada de gente en batas verdes y con rostros cubiertos.
Sintió un pinchazo en su brazo izquierdo y como el sedante la
adormecía poco a poco. Al despertar se encontraba en un lugar
completamente diferente. Una enorme habitación, con alfombra
aterciopelada, muebles con diseños y colores únicos, altos
ventanales con vitrales y música clásica en el ambiente, parada
frente a una gran cantidad de gente con trajes caros y vestidos
largos. A su lado derecho había un hombre alto, atlético, con
uniforme militar elegante, insignias en su traje, barba y cabello
negro arreglados. Aunque se veía muy diferente a lo que
recordaba, Sera reconocía a su padre. A su lado izquierdo, una
mujer delgada, de cabello oscuro arreglado en un precioso
peinado alto, con un elegante vestido rojo y sonrisa
despampanante. No podía verle el rostro claramente, pero su
presencia se sentía extraña, como si la conociera, pero a la vez
fuera alguien desconocido. Volvió a mirar al frente y el sueño
cambió. Todo a su alrededor se veía borroso, como si estuviera
bajo el agua, excepto un ataúd frente a ella. Se acercó a él
temerosa. Un nudo en la garganta le impedía tragar y sus manos
temblaban sin control. Su corazón latía fuerte. Algo le decía que
sería su padre a quien vería dentro del ataúd, pero fue mucho
peor. Pudo ver su propio rostro a través del cristal. Blanca piel
con diminutas pecas, largo cabello castaño y labios rosas, usando
un vestido color aguamarina que jamás había vestido antes.
Lágrimas de terror rodaban por sus mejillas. Sosteniendo el aire,
acercó una mano temblorosa para intentar tocar el cristal con sus
dedos. Su versión muerta abrió los ojos inmediatamente,
desplegando el color esmeralda de su iris. Sera ahogó un grito y
el suelo bajo ella desapareció, cayendo irremediablemente a un
vacío infinito. Miró hacia abajo y pudo ver el mar, pero al caer en
él, lo sintió más denso de lo normal. Apenas podía mantenerse a
flote. Estaba en un líquido azulino, denso y pegajoso. El espesor
del líquido le impedía sacar brazos o pies hacia afuera y algo la
jalaba fuertemente hacia el fondo. Le faltaba el aire y lo único
que podía ver a su alrededor era ese color azul brillante e
interminable. Desesperada, movía brazos y pies para intentar salir
a la superficie. Le pareció ver una figura en el fondo de ese mar.
Era atraída rápidamente hacia ella, como magnetismo. A esa
velocidad chocaría con ella sin remedio. Estiró los brazos para
impedirlo, pero en cambio, atravesó una especie de plástico que
se amoldó a cada parte de su cuerpo antes de romperse y hacerla
despertar. Se restregó un par de veces lo ojos para sacarse las
imágenes de la mente. Sudaba y temblaba por el recuerdo de la
pesadilla. Cada elemento en el sueño la perturbaba. Lo que más
la tenía consternada era aquella figura en el fondo del mar. A
pesar de que solo logró distinguir una silueta borrosa, tenía la
sensación de conocerla. Decidió levantarse y olvidar la pesadilla.
Ya estaba retrasada para el desayuno y, por ende, al
entrenamiento.

Will había dormido como nunca. Pero al despertar una ola de


preocupaciones cayó sobre él. Pensó en Tori, quien posiblemente
había tenido la peor experiencia como primera misión que algún
Artificial pudiera tener. Pensó en su padre, exigiéndole madurez
y responsabilidad que no estaba seguro de poseer. Y por último
pensó en Neil, su mejor amigo, atrapado en medio de una pared y
sintiéndose como basura, cuando realmente no lo era. Se levantó
y vistió rápidamente. Salió de su habitación rumbo a la
enfermería. Esperaba que Irma no estuviera presente. Necesitaba
unos momentos a solas con Tori, pero la anciana nunca dejaba a
un paciente solo. Encontró a Tori dormida en la camilla, con su
cabeza aún vendada cubriéndole el rubio cabello, una manta
sobre ella para abrigarla y unas bolsas con suero colgando a su
lado. Se sentó en la silla junto a ella y la despertó con la voz más
suave que pudo crear. Tori abrió los ojos lentamente y lo miró
asombrada.
―Hola peque. ¿Cómo te sientes?― Will sonreía algo
preocupado.

―Bastante mejor, Irma dice que en unos días más podré salir de
la enfermería.

Will estiró su mano para tomar la de la chica. Había una gran


diferencia de tamaños entre ellas, lo que hacía preocupar aún más
a Will. La chica lo miraba extrañada, intuyendo lo que podría
pasar por su cabeza.

―Will, no tienes que preocuparte por mí―. Tori intentaba


sonreírle suavemente, pero Will ya había bajado la mirada con
tristeza.

―Si mi padre me hubiera permitido ir, yo los podría haber


protegido a todos―. Will se culpaba a si mismo por la misión
fallida. – Debí ser más responsable en las misiones. Debí reportar
la muerte de Ted como era debido y haber estado en la torre
Tesla resguardándolos. En cambio, tomé las decisiones
equivocadas que han costado caro, tanto al funcionamiento de la
Camarilla como a mis compañeros.

―Deja de culparte―. Tori alzaba la voz―. Ya hablamos de esto.


Todos tomamos decisiones en la vida y nadie está absolutamente
seguro de que las que escojamos sean las correctas. La gente que
te quiere te apoyará de todas maneras. Y si cometiste un error, no
hay que culparse por no haber tomado el camino correcto, sino
que encontrar otro que te conduzca de vuelta a él.

―¿Has estado leyendo?

―No te burles, Redsky―. Tori sonreía con algo de dolor. La


cabeza le retumbaba por el esfuerzo de hablar en voz alta―. Neil
no es el único que dice cosas inteligentes, ¿ok?
Will no pudo evitar reír. Tori era posiblemente la única de los
jóvenes que estaba más asustada de tomar malas decisiones.
Intentando desde los nueve años ser alguien fuerte y confiada
para que, tanto sus padres como el resto de la Camarilla, notaran
que ella era más que „la menor de C1‟. Y lo era. Era fuerte y
confiable, no siempre segura de sí misma, pero si segura de lo
que quería lograr. Es por ello que decidir cosas como el arma que
quería usar era un paso tan grande para ella. Quería hacer lo
correcto y que los demás se sintieran orgullosos de ella. Pero Will
seguía sintiendo algo extraño en lo más profundo de su corazón.
Una incomodidad que no estaba seguro de que se trataba. Se
despidió de Tori y se dirigió al comedor a desayunar con los
demás. Las palabras de Tori daban vueltas en su cabeza. Las
decisiones tomadas ya habían quedado atrás, las que debía tomar
ahora estaban justo frente a él y, a pesar de que no estaba cien por
ciento seguro de que fueran las correctas, siempre podría contar
con su familia para poder enmendar las cosas.

Los tres chicos estaban distraídos durante el entrenamiento.


Tanto así que Joulie los envió a correr diez vueltas alrededor de
las dunas para que despejaran sus ideas. A la quinta vuelta, Neil
se detuvo detrás de las dos dunas, escondiéndose de Joulie, y
detuvo a Will y a Sera también. Ambos tardaron unos segundos
en recuperar el aliento y lo miraron extrañado. Neil les indicó que
guardaran silencio, necesitaba decirles algo y no quería que
Joulie se enterara.

―¿Qué ocurre Neil?―, preguntó Will respirando agitadamente.

―No le han dicho a nadie ¿cierto?― Neil se veía preocupado.


Buscaba en los rostros de ambos la respuesta.

―¿Qué cosa?―, preguntó Will secándose el sudor de la frente.


―Que en verdad mis ojos azules son lentes de contacto―, dijo
irónicamente Neil―. ¿Tú qué crees Will? ¡Que atravieso
murallas!

―A nadie―, respondió Sera, mientras Will asentía con la cabeza


escondiendo su risa.

―Bien. No quiero que lo mencionen, ni siquiera a tu padre―.


Will y Sera se miraron algo confundidos.

―¿Por qué no quieres que los demás sepan?

―¿No entienden? Ya tengo bastante con tener cuatro habilidades


básicas, sin contar que mis heridas se curan solas y los dolores
son infinitamente más intensos. Irma comenzará a analizarme
como las veces anteriores, los demás me harán muchísimas
preguntas y Caleb le comentará al resto de las Camarillas, como
siempre lo hace.

―Pero podrían ayudarte a descubrir el por qué. – Sera intentaba


hacerlo entrar en razón.

―No quiero saber el por qué. Solo quiero vivir, entrenar, matar
algunos Normales y leer mis libros.

Neil miraba con tristeza el comienzo de la duna, mientras hacia


un hoyo en la arena con la bota derecha. Will y Sera volvieron a
mirarse preocupados. Siguieron debatiendo el tema, pero Neil
negaba todo tipo de razonamiento.

―Prometan guardar el secreto―. Neil los miraba fijamente con


ojos ansiosos y algo asustados.

―Recuerda lo que me dijiste sobre guardar secretos―. Will le


dirigió una mirada curiosa a Sera, a lo que ella respondió con un
gesto con la mano para que no prestara importancia al
comentario.

―Se bien lo que dije―. Neil comenzaba a desesperarse―. Por


favor.

Miró de reojo a Sera y no pudo evitar sonrojarse al recordar lo


que intentó hacer en su habitación antes de atravesar la pared
hacia la habitación de Will.

―Solo si nos dejas ayudarte a saber por qué puedes atravesar


objetos y cómo controlarlo. No quiero que atravieses mi pared de
nuevo―. Will le estiró la mano para que aceptara su proposición.

Neil le dio la mano algo dudoso y suspiró un poco más aliviado.


Salieron rápidamente detrás de la duna antes de que Joulie
sospechara. Continuaron corriendo en silencio las siguientes
cinco vueltas, y no mencionaron nada más del tema durante el
resto del día.

Durante los siguientes tres días, pasaron las noches investigando


diferentes posibilidades de por qué Neil ahora era capaz de
atravesar cosas, sin obtener resultados favorables. No existía
ningún libro en la colección del chico, que mencionara algo así.
Intentaron entrenarlo para que pudiera controlar su nueva
habilidad, haciéndolo enfadar, practicando con su respiración y
poniéndolo en situaciones estresantes, pero solo consiguieron que
sus dedos quedaran atrapados dentro de la mesita de la sala en el
segundo piso o dentro de un vaso de vidrio. Los adultos
comenzaban a sospechar que algo raro estaba pasando. Los tres
llegaban muy cansados a desayunar por las mañanas y el apetito
de Neil se había incrementado tanto que casi comía a la par con
Will, lo cual era bastante decir. Pero los Mayores estaban muy
ocupados coordinando las acciones de las Camarillas, con
respecto a la nueva red privada de Argent, que perjudicaría
irremediablemente la existencia Artificial. Era indispensable que
las áreas que componían a C1 se coordinaran perfectamente para
obtener lo necesario. Caleb debía coordinar las cinco áreas y
mantener a cada líder satisfecho. Y cada uno exigía muchísimo.
Francisca había aumentado la lista de alimentos necesarios para
los miembros de C1 desde que Sera había llegado y Neil había
decidido comenzar a comer por dos personas. Después de las
últimas misiones, Irma había utilizado bastantes recursos en
atender heridos y le hacían falta remedios específicos que eran
muy difíciles de encontrar. Yonu no exigía demasiado, ya había
conseguido un objetivo al instalar el A.H.M.T.Ca.N., por lo que
solo necesitaba horas de trabajo y silencio para conseguir
información. Arthur y Joulie intentaban no sobrecargar las
necesidades del área de Tropas, pero al perder una gran cantidad
de armas en el choque de la última misión, comenzaba a generar
la necesidad de conseguir más. Robar armas era una de las tareas
más difíciles y peligrosas de esa área. En cambio Alfred,
simplemente se quejaba de haber perdido dos vehículos y de lo
muy difícil que será recuperarlos, sin contar el hecho de no poder
coordinar más de un viaje a las Ciudadelas para ir por los
recursos necesarios. Se comenzaba a sentir tensión entre los
miembros de la Camarilla. Caleb permanecía todo el día en la
Séptima Habitación y Mary era la encargada de inspeccionar el
funcionamiento de las áreas de vez en cuando. Como castigo,
Alfred había obligado a Neil a ayudarlo en el área de Transporte
y ambos habían tenido ya varias discusiones. Irma le había
ordenado a Sera hacer un inventario de los suministros que tenían
en el área de Salud y Yonu había discutido un par de veces con
Will, quien le respondía con una carcajada y diciéndole que se
relajara, haciendo enojar aún más al mayor. Arthur había
relevado a Neil de sus obligaciones en el área de Tropas, siendo
reemplazado por Joulie, por lo que los entrenamientos eran más
cortos, dándoles más tiempo a los jóvenes para entrenar a Neil en
su quinta habilidad.

Los tres estaban sumergidos en los libros de la sala del segundo


piso, intentando descifrar lo que ocurría con Neil. Nada parecía
servirles. Sera buscaba en libros de ciencia, anatomía, y biología.
Will releía una y otra vez una de las páginas, tratando de entender
bien lo que decía, y Neil había desistido de la búsqueda y leía una
copia de “Good Omens”. Sera levantaba la mirada de vez en
cuando y veía a Neil recostado en el sillón, inmerso en uno de sus
libros favoritos. Se veía calmado, sus ojos brillaban de emoción
al releer las hojas viejas del ejemplar. Sus cabellos negros
estaban más revueltos de lo normal y a veces sonreía al leer los
diálogos que tanto le gustaban. Sera se sentía algo incomoda
observándolo desde el otro lado de la habitación. No podía evitar
sentir algo por el chico. Sus sentimientos estaban confusos.
Quería ayudar a Neil a descubrir porque le ocurría todo esto, pero
a la vez sentía culpa por ocultarle la verdad de lo que pasaba a su
alrededor y, además, no se podía quitar de la mente esos ojos
azules, sus suaves dedos acariciando su mejilla durante la noche
que descubrió su nueva habilidad y lo cómoda que se había
sentido con él en ese momento. Sacudió la cabeza y ocultó su
rostro en el libro de anatomía que intentaba leer. Esperaba que
ninguno de los dos chicos notara sus mejillas sonrojadas.

―Creo que―, dijo finalmente Sera―, Creo que no es buena idea


que Neil practique su habilidad dentro del Escondite.

Ambos chicos la observaban confusos.

―¿A qué te refieres?― Will guardaba los libros que no le


servían y sacaba otros para comenzar a hojearlos.

―A que si no quiere que se sepa sobre su nueva habilidad, es


mejor que practique fuera de aquí.

―¿Sugieres que vayamos por las noches a otro lado sin que los
Mayores se den cuenta?― Will se cruzaba de brazos―. Sabes
que hay una regla de toque de queda para los jóvenes y toda
actividad nocturna debe ser consultada con el líder.
―Pero es que puede haber alguien dentro de la Camarilla que
quisiera hacerle daño a Neil al descubrir que tiene una quinta
habilidad.

―¡Hey! Espera un momento―. Neil dejaba el libro a un lado sin


importar haber perdido la página―. ¿Cómo es eso de que alguien
quiere hacerme daño? Todos me aman aquí―. Will y Sera le
dirigieron una mirada incrédula.

―¿Esto tiene que ver con lo que me contaste sobre Yonu?―


Will omitía las cosas que decía Neil―. No puedo creer que sigas
con esa idea. Es mi mentor, lo conozco lo suficiente para
asegurarte de que no le haría daño a Neil.

―¿Yonu? ¿Qué tiene que ver Yonu en todo esto?― Neil se había
puesto de pie y miraba a Sera y a Will.

―Nada pasa con Yonu. Sera tiene esta loca idea de haberlo
escuchado hablar sobre ti con alguien, cuando estaban en la sala
de Comunicaciones.

―¿Has estado hablando con Yonu a solas otra vez?― Neil


miraba a Sera preocupado―. Me dijiste que no era lo que yo
pensaba…

―¿Lo que tu pensabas? ¿De qué habla?― Will apuntaba a Neil


como a un espécimen extraño.

A Sera le dolía la cabeza. Sus intentos de alejar a Neil de Yonu


estaban siendo un fracaso. Will y Neil esperaban una explicación
a toda esa confusa conversación y Sera no estaba segura de
querer explicar a Will como se ganó la vida los años anteriores, y
a Neil porque creía que Yonu y ella se reunían en secreto; y
menos quería soltar la bomba a Neil respecto a la recompensa.
Las miradas de ambos chicos la presionaban y tomó una decisión.
Si Will no le había creído la primera vez que se lo contó, no lo
iba a hacer ahora (y a esas alturas no le importaba si lo hacía),
pero Neil merecía saber la verdad.

―Neil―, comenzó a decir Sera―. Tener cuatro habilidades, y


ahora una quinta, te hace especial―. Ambos chicos la
observaban con curiosidad―. Tan especial que hay personas que
te buscan por ello. No estoy muy segura de quien, pero quien
quiera que sea, no se detendrá hasta encontrarte.

Neil no dejaba de mirar los ojos verdes de Sera. Se veía algo


impactado y confuso.

―Tanto así que ofrece una recompensa. Un puesto en Argent, y


cualquiera puede caer en la tentación, gente que puede
traicionarte por ello, gente que nunca pensarías que te apuñalaría
por la espalda―. Sera miraba fijamente a Will intentando hacerlo
comprender.

―¿Dices que hay una recompensa por mí?―Neil deambulaba


por la salita sin mirar a sus amigos―. Valgo un puesto en
Argent… ¡Si que soy importante!― Sonreía con algo de malicia
y Sera estaba segura que su ego había llenado toda la habitación.

―¿Qué no entiendes lo grave que es esto?― Sera sonaba


irritada, ya estaba cansada de intentar que ambos chicos entraran
en razón―. En cualquier lugar donde estés va a haber alguien
observándote más de la cuenta. Ya es bastante que te miren con
ojos de duda por ser Artificial, ahora buscan la forma de
capturarte para cumplir sus propios caprichos. Incluso un lugar
tan seguro y confiable como tu propio Escondite podría ser una
trampa.

―Pero ni Yonu, o ninguno de nosotros, sería capaz de entregar a


Neil―. Will continuaba negando lo obvio―. Protegernos los
unos a los otros es parte de lo que significa pertenecer de una
Camarilla.
―De acuerdo, yo solo intentaba proteger a Neil―. Sera volvió a
tomar un libro―. Espero que abran los ojos pronto y se den
cuenta que la gente que los rodea no siempre es la que parece o
pretende ser. Créanme, ya lo he vivido―. Continuó leyendo en
silencio, dejando a los otros dos chicos con más dudas que antes.

Era ya media noche cuando terminaron con su entrenamiento


secreto. Sera se sentía exhausta. Los golpes que recibió en el
choque comenzaban a molestarle y sentía un dolor intenso en el
codo. Se había retirado a su habitación sin decir una palabra más,
dejando a Neil y a Will ordenando los libros que habían utilizado.
El estómago de Neil resonó de hambre y Will no pudo evitar
soltar una risa espontanea.

―¿Quieres que vayamos por algo de comer?― Le ofreció


Will―. De todas maneras yo también estaba pensando en un
bocadillo nocturno y hace días que no vamos juntos a robar
comida a la cocina.

Neil asintió y ambos se dirigieron al primer piso en silencio. Ni


siquiera se molestaron en intentar abrir el refrigerador y sacaron
cosas de la despensa. No estaban de ánimos para evitar las
trampas de Francisca. Se sentaron a conversar en su mesa
habitual del comedor. Comentaban cosas sin sentido, historias
que Neil había leído, cosas que Will había imaginado mientras
escuchaba música, bromas que serían graciosas de realizar e
incluso que lugares visitarían, si pudieran. Todo volvía a ser
normal por unos instantes, donde no se preocupaban de nuevas
habilidades o responsabilidades. Pero Neil mantenía un leve tono
de preocupación en su voz.

―No te preocupes―. Will lo sacaba del trance en el que se había


sumergido―. Te ayudaremos a averiguar que pasa contigo.
―Me preocupa como la gente reaccionará ante mí―. Neil bajaba
la cabeza a su plato lleno de migajas―. Más aún ahora que mi
cabeza tiene precio y uno muy bueno a decir verdad.

―Posiblemente, como siempre, controlando el impulso de


golpearte por ser tan egocéntrico―. Will intentaba hacerlo
sonreír y por unos instantes funcionó.

―Si todo el mundo fuera como tú…― Will reconocía el tono


irónico de Neil inmediatamente, incluso si se encontraba debajo
de una gruesa capa de tristeza.

―Deja de atormentarte. – Will lo miró a los ojos―. Eres


diferente y, en parte, todos lo somos. En vez de preocuparte por
que te acepten los demás, intenta aceptarte tú primero―, golpeó
suavemente el hombro de su mejor amigo―. Siempre he
encontrado que eres fantástico, desde el primer día que pusiste un
pie en el Escondite. Y no por tus habilidades, sino porque eres
alguien especial en el interior, un buen amigo, alguien alegre con
quien compartir momentos como este―. Neil alzó la mirada. Los
ojos de Will se veían firmes y brillaban con sinceridad.

―Puedes tener doscientas habilidades o ninguna, y seguiré


pensando que eres especial. Y si tú te convences de ello, nadie
podrá decirte lo contrario―. Will sonrió levemente co n
orgullo―. Es cierto, habrá gente celosa, porque siempre existen
personas así. Los celos son parte de los seres humanos y tú
mismo me dijiste alguna vez que, a pesar de ser Artificiales
creados con otro ADN, somos humanos, con todo lo que eso
implica. No por eso debes negar lo que eres y menos si tienes a
gente que te quiere por quien eres, con tus pros y contras. Te
protegeremos si algo pasa. Eres mi mejor amigo y unas cuantas
habilidades más no lo van a cambiar.

A Neil se le nublaron los ojos. No se iba a permitir llorar frente a


Will, menos sabiendo que se burlaría de él por el resto de su vida.
Pero nadie le había dicho algo parecido desde que tenía siete
años. No desde aquellos dos ancianos, quienes lo cuidaron por
algunos años antes de su encuentro con Caleb. Observaba a Will
con detenimiento. No había cambiado mucho desde los doce
años, cuando lo conoció por primera vez. El mismo cabello rojizo
que, si no fuera porque ahora lo llevaba más corto, estaría tan
enmarañado como el suyo; esos ojos verdes que siempre
reflejaban lo que sentía, y la sonrisa que podía transformar su
ánimo en cuestión de segundos. Ahora era más alto, y sus pecas
se iban desvaneciendo con el tiempo, pero seguía siendo el único
que le sacaba una sonrisa sin mucho esfuerzo, el único que lo
apoyaba sin importar que pasara. Le sonrió al pelirrojo bastante
más aliviado consigo mismo.

―Si solo fueras mujer…― Neil bromeaba mientras se


terminaban una bolsa de papas fritas.

―¿Cuándo entenderás que eso no me importa? Si se quiere al


alguien es por quien es, no por como luce―. Una media sonrisa
apareció en el rostro de Neil.

Ambos se pusieron de pie y limpiaron la mesa. Ya era muy tarde


y si no dormían un poco no evitarían las preguntas de los adultos
en la mañana. Antes de salir del comedor, Neil le dio un fuerte
golpe en el hombro a Will, quien simplemente se rió mientras se
sobaba para calmar el dolor. Subieron las escaleras en silencio,
no necesitaban hablar para saber lo que el otro pensaba. Se
despidieron en el pasillo y cada uno entró a su habitación,
cerrando sus puertas casi al mismo tiempo.
CAPITULO 13: Setenta y Cuatro.

La luz del sol cegaba sus ojos aún cerrados. Intentó abrirlos
lentamente, pero algunos granos de arena y gotas de sudor
cayeron de sus pestañas irritándole las escleróticas. Sentía como
el calor del sol del desierto le quemaba la cara e intentó voltearse
para quedar sobre sus codos y rodillas. Dejó caer su cabeza
mientras un dolor indescriptible le subía desde la pierna derecha
hasta el hombro. Escupió saliva mezclada con arena y se sentó
suavemente sobre sus talones. La arena sobre la cual estaba era
suave y tibia y la leve brisa que corría en ese momento le
permitía respirar de nuevo. Volteó a todos lados para saber dónde
se encontraba. Veía borroso y se sentía mareado. Sacudió su
negro cabello y se puso de pie lo más lento que su cuerpo le
permitió. Tomó aire y comenzó a caminar sin rumbo. Le dolían
partes del cuerpo que no recordaba haberse herido, tenía cortes en
el rostro y abdomen que empezaban a cerrarse por sí solos. No
pudo evitar cojear por el dolor en su pierna, posiblemente tenía la
cadera dislocada y es algo que no estaba seguro de poder sanar
sin poner el hueso de vuelta en su lugar. Le costaba respirar. El
calor se estaba volviendo insoportable y la sed en su boca
aumentaba con cada paso que daba. Arrastró los pies por la arena
hasta que sus botas se encontraron con una carretera de concreto
agrietado. Escuchó gritos a lo lejos y un sonido muy particular
que no estaba seguro de conocer. Intentó avanzar más rápido,
tenía la impresión de que alguien necesitaba ayuda. Corrió con
todas sus fuerzas hacia donde se encontraban los gritos. Sintió
como su cadera derecha volvía a encajarse por sí sola en su lugar
y no pudo evitar gritar de dolor. Hizo una pausa apoyando una
rodilla en el cemento caliente para poder superar el dolor antes de
seguir corriendo. Comenzó a distinguir voces conocidas a lo
lejos. Caleb dirigía a los demás Mayores hacia el Escondite.
Podía oír a Irma dar instrucciones para atender a lo s heridos y
escuchaba cada paso que sus compañeros daban hacia el edificio
principal. Llegó jadeando al lugar y vio como todos corrían de un
lado al otro. Sera llevaba vendas hacia donde se encontraba Irma,
quien atendía a Arthur. La joven lo divisó a la d istancia y corrió a
su encuentro.

―¿Te encuentras bien?― Sera llevaba una venda en el brazo


derecho y algunos parches para evitar que los cortes en la cara se
abrieran aún más―. Pensé que no te volvería a ver―. La chica lo
abrazó fuertemente y lo guió hasta donde estaba el resto de la
Camarilla.

―¿Qué ocurre?―Neil se sentía confundido. Vio a Will acarrear


un balde con agua junto a Caleb y Alfred, y dirigirse hacia el
edificio principal. Levantó la mirada sin poder creer lo que veía.
El Escondite ardía en llamas.

Sera estaba agotada, pero al menos estaba feliz de ver a Neil a


salvo. Durante esa mañana había despertado con una sensación
extraña. Lo atribuyó a la discusión que había tenido con los dos
chicos la noche anterior, por lo que se levantó de su cama sin
preocuparse demasiado. Había bajado al comedor como de
costumbre, dispuesta a tener un día normal como todos los que
había tenido desde que llegó a C1. Irma había dado permiso a
Tori para levantarse de la cama y participar en las comidas, pero
no en los entrenamientos. Todos los miembros de la Camarilla
estaban felices de ver a la joven Artificial en buenas condiciones.
Esperaban que Francisca sirviera el desayuno, pero, como era de
costumbre, si faltaba alguien, no podían servir los alimentos hasta
que esa persona llegara y se sentara en su mesa correspondiente.
Neil comenzaba a quejarse de hambre y Will lo obligaba a
esperar, pidiéndole con una voz de tono algo severo, que se
sentara en silencio. El pelirrojo se veía tan calmado como
siempre, eran muy pocas las cosas que lograban alterar su estado
de ánimo, como problemas con sus padres o la responsabilidad
que se auto imponía en las misiones. Sera simplemente se reía y
conversaba con Tori. Le alegraba mucho verla sana y con la
misma actitud de siempre. Caleb se puso de pie, silenciando
inmediatamente los murmullos entre los presentes. Anunció que
Yonu no desayunaría con ellos, le había dado permiso para
permanecer en la sala de Comunicaciones trabajando en la
conexión con la máquina nueva. Dicho esto, Francisca se retiró a
la cocina rápidamente para traer los alimentos. Neil y Will se
abalanzaron a sus platos mientras Tori y Sera los miraban
atónitas. Si se los hubieran permitido, se hubieran comido sus
porciones también. Luego del desayuno, cada uno se retiró a sus
áreas correspondientes para cumplir con sus obligaciones. Neil
fue arrastrado por Alfred hasta el área de Transportes, mientras
metía algunos bollos que sobraron del desayuno en los bolsillos
del pantalón. Sera e Irma acompañaron a Tori de vuelta a la
enfermería. Debían continuar con el inventario y hacer una
minuciosa revisión de las heridas de la menor. Esperaba tener un
día calmado en el área de Salud, aprendiendo nuevas técnicas y
conceptos que le ayudarían en más de una ocasión, pero después
de unos diez minutos de haber llegado a la enfermería, comenzó a
sentir un olor extraño, como a papeles quemados, y Will aparecía
por la puerta con rostro desesperado.

Will había salido del comedor rápidamente al ver que su padre se


retiraba hacia la Séptima Habitación. Debía comunicarle algo
importante, algo que llevaba pensando desde hace varios días
atrás y que si no se lo decía pronto, se arrepentiría de la decisión
que había tomado. Lo alcanzó justo frente a la puerta e intentó
hablarle con determinación.

―Caleb, debo decirte algo―. Caleb se volteó a ver a Will por


unos instantes.

―Tendrá que esperar, Will. Debo afinar detalles para la


transmisión que tendré con los demás líderes―. Caleb abría la
puerta de la Séptima Habitación, la cual emitió un leve sonido
metálico.
―Pero Caleb, tomé la decisión de…― Su padre cerraba la puerta
sin decirle una palabra más, dejando a Will con su decisión en la
punta de su lengua.

Will se quedó observando la puerta cerrada por unos minutos


algo decepcionado. El tono de voz de su padre no había sido
severo, si no urgente, por lo que no valía la pena intentar
nuevamente, por lo menos hasta que tuviera menos presión sobre
sus hombros. El problema es que Will no estaba seguro de
cuando sería eso y debía comunicarle su decisión antes de
arrepentirse. Caminó por el pasillo con desgano hasta la sala de
Comunicaciones. Pensaba en que otro momento tendría la
oportunidad de hablar con su padre, pero ninguno de los que
imaginaba era conveniente. Llegó hasta la entrada de la sala de
Comunicaciones, dispuesto a hacer su trabajo dejando sus
problemas atrás, cuando sintió un extraño olor que provenía del
interior de la habitación. Abrió la puerta rápidamente y solo pudo
ver fuego y humo propagándose por el lugar. Gritó por ayuda y
entró rápidamente a buscar a Yonu. Posiblemente se había
quedado dormido leyendo archivos y algún radio debió
sobrecalentarse y comenzar un incendio. El fuego aumentaba
cada segundo. Archivos eran consumidos hasta las cenizas y
parecía que las llamas crecían irremediablemente. El calor y el
humo le impidieron ver con claridad. No había señales de su
mentor en ninguna parte. Tosía mientras intentaba hacerse
camino entre las cenizas y llamas ardientes. No tenía con que
apagar el fuego y se vio obligado a salir del lugar. Si las llamas
continuaban creciendo podía afectar a la enfermería, que estaba
justo detrás de la sala de Comunicaciones y si las botellas de
alcohol eran alcanzadas por las llamas, la mitad del Escondite
explotaría. Sacó su beeper de su bolsillo y volvió a pedir ayuda,
mientras veía como las llamas consumían su lugar de trabajo.
Retrocedió hasta chocar con la pared del fondo del pasillo y vio a
Caleb y Arthur llegar corriendo hasta el lugar. Ambos adultos no
entendían que estaba pasando, pero reaccionaron rápidamente
para salir en busca de agua. Will corrió hasta la enfermería para
alertar a Irma, Sera y Tori. Abrió la puerta de un solo golpe y, sin
explicarles lo que estaba ocurriendo, cogió todas las botellas
inflamables que pudo y se dirigió a la salida del edificio. Las tres
reaccionaron lo más rápido que pudieron. Irma ayudaba a Tori a
salir de la enfermería hacia el desierto, mientras Sera y Will
cargaban botellas o cualquier otra cosa que pudiera empeorar la
situación. Al salir del Escondite se cruzaron con Caleb, Arthur,
Joulie y Alfred, que cargaban baldes con agua, que no serían
suficientes para apagar las llamas. Mary, Francisca e Irma
observaban la situación con angustia. Los cuatro adultos volvían
a salir del edificio, cubiertos de humo y cenizas, rumbo al
invernadero donde tenían el contenedor con agua. Pero antes que
Will pudiera ayudar a los Mayores, escuchó una explosión cerca
del área de Transporte. Volteó la mirada con terror, no entendía
lo que estaba pasando. Vio a Alfred pasar a toda velocidad hacia
la casa en ruinas que componía su área. Will lo siguió solo para
encontrar el único vehículo que quedaba, envuelto en llamas.
Alfred intentaba apagar los restos de los vehículos con arena y
maldecía un millón de cosas que Will no estaba seguro de haberle
escuchado decir alguna vez. El mayor lo vio parado en pleno
desierto sin moverse y le ordenó que fuera a ayudar a los demás.
Will corrió de vuelta al edificio principal. Los demás miembros
de C1 seguían intentando apagar las llamas cuando divisaron en
el horizonte, una nube de polvo producida por un vehículo
transciudadela que se acercaba a toda velocidad hacia la
Camarilla. Will estaba cada vez más confundido. ¿Cómo había,
quien quiera que fuese, encontrado el Escondite de C1? Escuchó
a Tori gritar y caer sobre sus rodillas. Algo o alguien la había
atacado. Uno a uno comenzaron a caer los miembros de la
Camarilla al suelo arenoso. Corrió hasta su padre, quien caía
inconsciente al suelo irremediablemente. Intentó despertarlo, pero
fue inútil. Miró a todos lados en busca de lo que podía haber
causado todo esto, pero solo pudo ver el vehículo acercarse más y
más. Sintió un leve pinchazo en su cuello. Acercó su mano para
sacar con cuidado un objeto metálico que se había clavado en su
lado izquierdo. Un dardo. Se sintió mareado. La vista se le nubló
rápidamente y los oídos le zumbaban. Perdió todas sus fuerzas y
calló inconsciente junto a su padre, levantando polvo del suelo.
Abrió los ojos lentamente. Aún estaba mareada. Tenía sus claros
cabellos sobre su rostro y apenas podía ver a su alrededor. Sera
apenas se percató del pinchazo hecho por el dardo. Debió
contener alguna sustancia muy fuerte para adormecer a toda la
Camarilla. Intentó moverse, pero sus manos se encontraban
atadas. Levantó la vista y vio a sus demás compañeros
despertarse del efecto del sedante. Todos, al igual que ella,
estaban atados de pies y manos y se veían tan confusos como
Sera. Will estaba a su lado. Intentaba abrir sus verdes ojos, pero
los párpados le pesaban. Cuando por fin logró despertarlo, el
chico miró a su alrededor con desesperación. El fuego del
Escondite había alcanzado el segundo piso. Sera contaba
apresuradamente a todos los miembros de C1 que se encontraba
en el suelo del desierto. Al parecer estaban todos, incluso Alfred,
quien había estado apagando los trozos de vehículo destrozados y
tenía la cara cubierta de hollín. El vehículo que se acercaba al
Escondite estaba ahora detenido frente a ellos. Un grupo de
cuatro desconocidos, vestidos con pantalo nes rasgados, camisetas
negras y armas en cada mano, los rodeaba. Alelos. Desesperación
invadió sus pensamientos. Volteó a todas partes en busca del
chico de cabellos negros, pero no lograba verlo por ninguna
parte. Sera se volteó rápidamente hacia Will y preguntó con
evidente angustia en su voz:

―Will, ¿dónde está Neil?

Alfred llevaba varios días haciéndolo pagar por haber destruido


dos vehículos y Neil estaba algo aburrido de acarrear y ordenar
refacciones viejas y polvorientas. Ese día no fue la excepció n.
Después del desayuno, el viejo Al lo había arrastrado a través del
desierto hasta la pequeña casa que componía el área de
Transporte. Nunca se había sentido tan aburrido en su corta vida
y estaba algo lejos de su habitación como para ir por un libro y
dejar de limpiar espejos laterales y trozos de metal inservibles.
Alfred revisaba el vehículo que quedaba y de vez en cuando le
dirigía una mirada severa. Escuchó como el beeper del viejo Al
sonaba y Will hablaba con voz urgente. No alcanzó a captar lo
que decía, cuando el mayor se puso de pie rápidamente y lo
obligó a permanecer en el área de Transporte. Neil se quedó
impaciente y preocupado, viendo como Alfred desaparecía tras
una duna. Se sentó en el suelo sucio y lanzó el trapo con el cual
sacaba el polvo de un parachoques abollado. Permanecer quieto
no era lo suyo, deseó haber omitido la orden y haber acompañado
al mayor hasta el Escondite y saber que ocurría, pero ya tenía
demasiados problemas por actuar sin pensar. Entre el soporífero
silencio, escuchó un leve ruido proveniente de dentro de la casa.
Trozos de vidrio siendo aplastados por algo duro. Miró a todos
lados buscando cualquier cosa que explicara aquel sonido, el cual
se escuchaba cada vez más cerca. Pasos. Escuchaba pasos
acercándose hacia él. Se puso de pie lentamente, evitando emitir
ruido alguno y afinando sus oídos sensibles. No tenía un arma
con la cual defenderse, pero de todas formas levantó los puños
por si debía golpear a alguien o algo. Escuchó un leve silbido y
sintió un pinchazo en su cuello. Rápidamente se quitó el dardo y
buscó entre las sombras a quien lo había disparado. Comenzó a
sentirse débil. Sus ojos se volvieron borrosos, escuchaba un
zumbido en sus oídos y sus rodillas le temblaban. Calló al suelo
sintiéndose muy mareado. El piso de la casa se movía como un
barco en una tormenta. Los ojos se le cerraban y perdía sus
fuerzas. Volvió a sentir pasos acercarse hacia él y vio un par de
botas negras y gastadas detenerse justo frente a su cara. Intentó
levantar la vista, pero fue inútil. Su cuerpo no le respondía.
Escuchó una risa que le pareció muy familiar y una de las botas
lo golpeó en pleno rostro, dejándolo inconsciente.

―Will, ¿dónde está Neil?― Sera buscaba respuestas en el rostro


del pelirrojo, quien se veía bastante desorientado.

Miraron a todos lados, posándose en cada rostro de los miembros


de C1 que continuaban amarrados en el suelo.
―No sigan buscándolo, es inútil―. Una voz conocida aparecía
detrás de la duna que resguardaba el área de Transporte. Todos
los presentes levantaban la mirada. Yonu aparecía con un arma
en la mano, la cual movía con despreocupación. Los Mayores
intentaron soltarse de sus amarras, pero fue inútil.

―No gasten sus fuerzas―, decía Yoshinori entre risas―.


Aquellas amarras las creé yo. Un sistema de gruesos cables que
se apretarán más si forcejean.― Los cuatro Alelos que los
rodeaban, apuntaban sus armas a las cabezas de los Mayores y
sonreían maliciosamente.

―Yonu, ¿qué significa todo esto?― Caleb lo miraba con rabia y


desconocimiento e intentaba liberarse de los cables que apretaban
más y más sus muñecas. Yonu le dio una señal a uno de los
Alelos, el cual golpeó a Caleb en plena cien con la escopeta.

―¿Por qué haces esto?― Mary exigía una explicación entre


suaves sollozos.

―¿Por qué no lo escuchas tu misma de mi mente? O cierto, no


puedes escuchar lo que pienso. Nunca has podido. Mi mente tiene
tantos datos y pienso tantas cosas a la vez que se te hace
imposible saber que es qué―. Yonu se reía con malicia.

―¿Qué has hecho con Neil?―, exigió Sera intentando no


moverse demasiado para que los cables no le aprisionaran más.

―Está con vida, si eso te preocupa. Es más, ahí viene―. El


mayor apuntó con la pistola hacia el desierto y, tras la duna que
esconde el área de Transporte, aparecía una figura cargando a
Neil inconsciente en sus brazos.

―¿Me extrañaste?― La voz maléfica de Ethan le torturó los


oídos. El moreno lanzó a Neil al suelo el cual no se movió ni
emitió ruido alguno. Sera y Will miraron con horror al Alelo,
quien saludaba a Yonu con respeto.

―¿¡Qué significa todo esto!?―, demandaba Caleb con dolor en


su voz.

―Sera, Artificiales que no conozco y no me interesa conocer―,


anunció Ethan con diversión en su voz―. Les presento a mi
Enlace, Yoshinori Ushida, Artificial hacker y quien ideó todo
éste ataque a su Camarilla.

Los miembros de C1 lo miraban atónitos. Yonu mantenía la


misma compostura y miraba con superioridad a sus ex
compañeros.

―¿Por qué haces esto? ¿Qué te hemos hecho?―, preguntaba


Will con un dolor desgarrador en su voz que le fue imposible de
ocultar con su habilidad.

―No tengo nada contra ustedes―, comenzó a hablar el mayor


con la misma calma con la que hablaba siempre―. Todo este
asunto tiene que ver con él―, apuntaba a Neil con el arma, quien
aún se encontraba inconsciente en el suelo―. Debo entregarlo a
los altos mandos militares. Verán, ellos buscan a un Artificial―.
Yonu se paseaba de un lado al otro explicando todo―. Un
Artificial que tiene características especiales, habilidades
diferentes y que desapareció de un contenedor hace diez años.

―El contenedor que fue transportado por esta área…―,


concluyó Caleb. No dejaba de mirar a Yonu con ojos tan abiertos
que casi se le salían de la impresión.

―Exacto. Neil corresponde a la descripción e incluso


corresponde con la fecha cuando se unió a nosotros. No hay duda
de que es él.
―¿Qué ganas tú con atraparlo?― Caleb ya no intentaba razonar
con él, solo quería respuestas.

―¿Qué gano?― Yonu miró con furia a su antiguo líder―. La


cabeza de este mocoso equivale a un puesto en Argent. ¿Quién no
querría eso comparado con esta pocilga?― Yonu apuntaba con el
arma al Escondite en llamas―. Ustedes están acostumbrados a
vivir en la arena, en un edificio en ruinas, robando alimentos,
durmiendo en colchones gastados y duros y teniendo frío por las
noches, pero yo no. No saben cuánto anhelo vivir cómodamente
en una casa enorme solo para mí, con lujos, comida a mi
disposición y una cama decente. Mis padres me contaron como
era la vida antes de la primera reunión Artificial, la vida antes de
que la guerra nos despojara de todo. Y gracias a toda la
información que pude recaudar como hacker, puedo saber lo
maravillosa y cómoda que era la vida en ese entonces. Pero eso
no es todo. Argent tiene todos esos lujos y ¡mucho más! Gracias
a esta recompensa podré por fin salir de este desierto.

Sera lo observaba con asco. Los lujos no lo harían feliz, a ella no


la hicieron feliz. Debía hacer algo para salvar a Neil, no
permitiría que se lo llevaran. Optó por el único plan que su
cerebro pudo idear en ese momento. Dirigió la mirada a Will,
quien miraba a su mentor con dolor e incredulidad. Sera intentó
decirle implícitamente que tenía un plan y que confiara en ella,
pero él no entendía el mensaje. Inhaló aire fuertemente y se
preparó para actuar, lidiaría después con las consecuencias.

―Yonu―, habló la chica―. Prometiste que me darías la mitad


de la recompensa si te ayudaba a conseguir información y
mantener todo esto en secreto.

Todos los presentes voltearon a verla. Sentía las miradas de dolor


juzgándola, tal y como había recibido en otras ocasiones, solo
que en ese momento las miradas de sus compañeros se clavaban
profundamente como espinas en su corazón, las cuales costaría
mucho sacar.

―Nunca dije que te daría la mitad―. Yonu se agachaba hasta ver


sus verdes ojos que intentaban mantenerse fijos en el rostro del
mayor.

―Sin mí no hubieras conseguido el documento que comprueba la


desaparición de un Artificial en esta zona.

―Muy cierto―. El mayor se puso de pie y ordenó a Ethan que le


soltara las amarras―. Hablaremos de la recompensa después de
entregar a esta cosa―. Volvía a apuntar a Neil como si fuera un
objeto.

Ethan la empujó hasta el vehículo. Sera miró sobre su hombro a


Will, con el rostro más serio y frío que pudo crear, mientras veía
en él como moría la confianza que se tenían. Cruzó miradas con
los miembros de C1. Todos la observaban incrédulos. Continuó
caminado decidida a rescatar a Neil, cuando escuchó como
Arthur se abalanzaba contra uno de los Alelos, cayendo al suelo y
sintiendo muchísimo dolor en sus muñecas y tobillos. El Alelo
intentaba quitarse a Arthur de encima, mientras otro apuntaba la
escopeta a la cabeza del rubio. En un acto desesperado, el Alelo
disparó. Joulie y Tori soltaron un grito desgarrador, pero Arthur
se encontraba bien. La bala había alcanzado al Alelo en el suelo y
su compañero lo dejó morir sin importarle en absoluto lo que
había hecho. Luego golpeó con el mango de la escopeta a Arthur
en la cabeza, para dejarlo inconsciente nuevamente. Los otros dos
Alelos lanzaron al inconsciente de Neil al asiento trasero de
transciudadela y se sentaron a resguardarlo. Sera pisó el pie de
Ethan lo más fuerte que pudo, haciendo que él la soltara y ella
tuviera la oportunidad de quitarle el arma que tenía en las manos.
Apuntó a Yonu directo a la frente, quien en cuestión de segundos,
la desarmó y lanzó a Sera al suelo.
―¿Así que planeabas ayudar a tu amigo? Era predecible. ¿Para
que querría la recompensa una mujerzuela barata como tú,
cuando ya había encontrado a su “familia” en este recóndito
lugar? Después de vivir en la calle por dos años es obvio que una
Camarilla es el perfecto hogar―. Yonu desgarraba sus oídos con
sus palabras―. En cambio, yo aspiro a mucho más que eso.

Yonu puso un pie sobre el codo fracturado de Sera. Sentía la


presión de las botas negras sobre su piel. Lágrimas comenzaban a
salir de sus ojos y sintió un espantoso dolor tras sentir como la
suela de aquella bota destrozaba sus huesos. La chica gritaba
desesperada.

―Deberías saber que puedo oír hasta el más mínimo cambio en


los latidos de tu corazón, por lo que se exactamente cuándo
mientes. Y desde un principio mentías. Por eso investigue sobre ti
y debo decir que conseguí mucha información que estoy seguro
ni tú sabes al respecto. Cosas de tu pasado y tu familia que
desconoces, cosas que sería mejor no saber―. Le dio una suave
palmada en su mejilla humedecida por las lágrimas―. Ethan se
comunicó conmigo después de haberte conocido en Ciudadela 5
y reportó el robo del recorte con las características de Neil. De
inmediato planifique un ataque a Ciudadela 3, pero necesitaba
que buscaras información para mí por si algo fallaba. Mis
sospechas eran correctas―. Yoshinori le apuntaba la cien con el
arma, mientras Ethan soltaba una risa oscura―. Y cumpliste muy
bien tu cometido. Solo faltaba atrapar a ese insoportable de Neil.
Desafortunadamente tuvimos perdidas. No esperaba que Ted se
entrometiera. Por lo que tuve que idear este último ataque y
llevarnos a Neil de una vez por todas―. Los Alelos en el
vehículo comenzaban a hacerle cortes a Neil en el rostro por
mera diversión―. Pero para ello necesitábamos una forma de
comunicación rápida―, continuó relatando Yonu―, por lo que la
instalación del A.H.M.T.Ca.N. debía ser pronto.
Los demás miembros de C1 se sentían tan usados como Sera.
Intentó ponerse de pie con las pocas fuerzas que le quedaban,
pero Ethan la derribó de una sola patada.

―Debo decir que nunca pensé que alguien como tú, con tu
pasado y tus secretos, me ayudaría tanto y en tan poco tiempo―.
Yonu se burlaba de ella en su cara. Sera se secaba las lágrimas
con la mano, dejando rastros de arena en su rostro, y le dirigió
una mirada de furia al mayor―. Y ¿sabes lo mejor? Que aún
puedo utilizar tu pasado, el pasado que desconoces, para
torturarte.

Sera no entendía a qué se refería. Apretaba un puñado de arena


con rabia y frustración. Ya no había nada más que él pudiera
decir para dejarla en peor estado. Ella misma se había delatado
frente a todos sus compañeros, traicionando la poca confianza
que le tenían. No le importaba que Yonu revelara a los demás que
ella era hija de John Jones, no le importaba que la juzgaran
nuevamente. Lo único que le importaba era que no se llevaran a
Neil.

―Respóndeme lo siguiente. ¿Sabes qué edad tenía tu padre


cuando naciste?― Sera no se esperaba una pregunta así. Se sentía
confusa y recuerdos mezclados volvían a recorrer su mente. Era
obvio que sabía la edad que tenía su padre… De pronto su cara se
puso pálida. Yonu reía con perversidad al ver el rostro de Sera
desfigurarse por una simple pregunta. Ella comenzó a temblar,
sus manos sudaban y más lágrimas rodaban por sus mejillas. Su
mente estaba confusa, recuerdos de niñez vívidos se mezclaban
con otros algo borrosos. Dos versiones de su padre la observaban
con cariño, un hombre joven con cabello negro y un hombre alto,
de cabello blanco y con rostro gastado.

―No lo sé―, contestó con voz temblorosa.


―Piénsalo bien. ¿Cuántos años han pasado desde que los
Normales nos declararon la guerra? ¿Cuarenta y seis años? ¿Qué
edad deberías tener tú entonces?

Yonu sonreía con perversidad. Subió al asiento del copiloto y


cerró la puerta. El vehículo arrancó hacia el desierto llevándose a
Neil y dejando a Sera en el suelo.

Neil despertó con el estruendoso ruido del vehículo al


encenderse. Aún veía borroso y ese zumbido constante se
mantenía en sus oídos. Le ardían partes del rostro donde los
Alelos e habían cortado. Miró de reojo a ambos lados. Los Alelos
reían mientras decidían nuevas formas de torturar a Neil. Intentó
zafarse de sus amarras, pero éstas se apretaron aún más.

―Por fin despertaste―. Neil reconoció la voz y levantó la


mirada para ver a Yonu en el asiento delantero―. Tienes suerte
de que debemos entregarte con vida o estos individuos ya te
hubieran descuartizado, en especial Ethan―. El detestable Alelo
le dedicó una sonrisa perversa desde el asiento del piloto.

―¿Qué está pasando?― preguntó Neil desorientado, mientras los


cables comenzaban a cortarle la circulación de las manos.

―Oh, es cierto, tú no escuchaste mi grandioso monologo. Los


dejé a todos bastante impresionados―. Neil no despegaba sus
ojos azules llenos de furia del asiático―. Para resumírtelo, te
entregaré en la base militar de Ciudadela 1 para cobrar la
recompensa que piden por ti―. Yonu sonreía al ver que su plan
estaba dando resultado―. Nada personal. No, espera, si lo es―.
Los demás Alelos soltaros una carcajadas espeluznantes.

Neil comenzó a desesperarse, respiraba agitado y continuaba


forcejando con los cables.
―Debo decir Neil, que nunca me agradó tu actitud. Creyéndote
siempre el mejor, el especial (que en cierto sentido si lo eres) y al
cual todos deben amar. Logré omitir todos tus inútiles
comentarios, o más bien todo tu ser en general. Siempre
alardeando de tus habilidades. Teniendo dieciséis años y una
actitud de niño de trece. Irresponsable e inmaduro. Pusiste en
peligro a toda tu Camarilla con tu exceso de confianza.

Neil sentía los cables incrustándoseles en la piel. Hiperventilaba


y sentía como su piel comenzaba a quemar sus huesos. Debía
salir de ahí rápido, debía volver a C1. Comenzó a sentir el
cambio en él, el mismo cambio en su cuerpo que había sentido
cuando chocó el vehículo, el mismo cambio que sintió en la pieza
de Sera, el mismo cambio en su ser que intentaba aprender a
controlar. Y supo perfectamente que debía hacer.

―Tienes razón Yonu, siempre he sido un irresponsable y


altanero―. Le sonrió con malicia, mientras sus ojos brillaban con
un azul intenso―. Pero aún puedo alardear sobre algo más.

Sintió como sus muñecas atravesaban los cables dejando sus


manos libres. Tomó la cabeza de uno de los Alelos y lo golpeó
firmemente contra el vidrio polarizado del vehículo, el cual se
trizó con el impacto dejando al Alelo inconsciente. Los otros dos
intentaban sostenerlo, pero Neil los golpeaba sin piedad en
rostros y cuerpo. Le dio un golpe en la nariz al Alelo que tenía a
la izquierda, dándole tiempo suficiente para quitarle el cuchillo
que tenía en sus manos, proporcionándole una puñalada al Alelo
de la derecha. Éste lo agarró por los brazos, mientras el Alelo de
la izquierda, con la nariz grotescamente ensangrentada, lo agarró
de los cabellos y lo golpeaba fuertemente contra el asiento
delantero. Intentó zafarse, dándole un cabezazo al Alelo de su
derecha y un codazo en el abdomen. Algo mareado escuchó a
Ethan preguntar si era mejor detenerse, a lo que Yonu respondía a
gritos que continuara avanzando hacia la Ciudadela más cercana.
Sacudió su cabeza y con el cuchillo le cortó la garganta al Alelo
de la izquierda antes que este continuara golpeándolo. Sintió el
seguro de un arma desactivarse cerca de su cabeza. Yonu le
apuntaba el cráneo con el arma, pero había desesperación e
inseguridad en su mirada. La mano le temblaba mientras veía a
Neil directamente a sus ojos azules. El chico sudaba, sentía
pánico, aun respiraba agitado y sentía como sangre, que no le
pertenecía, corría por sus antebrazos. No quería morir, pero no
estaba seguro de que Yonu fuera capaz de apretar el gatillo. La
cabeza le ardía. Aguantó el aire dentro de sus pulmones cuando
Yonu disparó. Sintió como la bala atravesaba el hueso frontal de
su cráneo, su cerebro por completo y el hueso occipital, sin
causarle ningún daño. Yonu lo miraba tan estupefacto que se
había quedado inmóvil. Neil le sonrió tan sorprendido de sí
mismo que, incluso, soltó una pequeña carcajada desesperada.
Golpeó rápidamente a Yoshinori en la nariz y luego enterró el
cuchillo a través del asiento. El mayor soltó un grito de dolor
mientras Ethan daban vueltas el manubrio bruscamente,
golpeando a Neil contra el vidrio. Intentó abrir la puerta para
escapar, pero fue inútil. Se concentró con todas sus fuerzas,
sintiendo su respiración acelerada, su piel hirviendo y poco a
poco comenzó a atravesar el asiento trasero.

―Déjalo ir―, alcanzó a escuchar Neil―. Volverá a su Escondite


que ahora es más vulnerable que nunca. Debemos atender
nuestras heridas y atacaremos de nuevo. Le avisaremos a
Iv…―La voz de Yonu se perdió de sus oídos al atravesar la parte
trasera del vehículo y caer irremediablemente sobre la arena del
desierto.

Sera había desatado a todos los miembros de C1, con muchísimo


dolor en su codo. Aún no entendía como había desactivado el
sistema que Yonu había creado con aquellos alambres, pero
liberar a sus compañeros era más importante. Los adultos se
apresuraban en apagar las llamas que aún consumían el
Escondite, mientras ella continuaba observando el incendio con
mirada perdida. Sintió una mano sobre su brazo y vio a Irma
vendarle sus heridas. Reaccionó de inmediato y le ofreció su
ayuda. No había tiempo para analizar todo lo sucedido. Debía
salvar su nuevo hogar. Corría de un lado para otro llevando
vendas y agua, hasta que su visión captó una figura acercándose a
lo lejos. Neil corría de vuelta al Escondite. Una enorme felicidad
la invadió por completo. Neil estaba a salvo. No entendía como,
pero no importaba. Corrió hacia él con su rostro lleno de
felicidad.

―¿Te encuentras bien?― Neil tenía el cabello cubierto de arena,


el rostro levemente morado y marcas de cortes que poco a poco
iban desapareciendo por completo, las manos cubiertas de sangre
espesa mezclada con arena y sus ropas algo rasgadas―. Pensé
que no te vería más―. Lo abrazó fuertemente y lo guio hasta
donde estaban los demás.

―¿Qué ocurre?― Neil se veía confundido, él no había


presenciado el incendio.

Neil vio a Will correr con un balde con agua hacia el edificio
principal y desaparecer entre la nube de humo. No podía creer
que todo eso había pasado por su culpa, por ser diferente, por ser
aún más diferente. Yonu tenía razón, en muchas ocasiones había
sido irresponsable, alardeando sobre sus habilidades al robar en
otras Ciudadelas, al atacar Alelos o simplemente alardeando
frente a sus propios compañeros de equipo. Culpaba a los demás
porque no lo aceptaban como es, pero en realidad él era el que les
daba un motivo aún mayor para odiarlo, arrogancia, aires de
superioridad e inmadurez. Los demás Artificiales no lo odiarían
por sus habilidades extras, sino por comportarse como un idiota.

Will salió tras la nube oscura, cubierto en hollín y tosiendo un


poco. Divisó a Neil junto a Sera y lanzó el balde vacío que
llevaba en las manos, para correr hacia su mejor amigo. Neil no
alcanzó a decir una sola palabra cuando los enormes brazos del
pelirrojo lo rodeaban por completo. Pensó que se desmoronaría
en ese mismo minuto, si no fuera porque su mejor amigo lo
sostenía firmemente. Las muñecas del pelirrojo tenían marcas
ensangrentadas donde los cables le habían aprisionado y su
cabello olía a humo.

―Will―, comenzó a decir el chico en voz baja.

―“Wo ai ni”―, interrumpió Will sin levantar su rostro del


hombro de Neil. Los ojos de Neil se nublaron un poco. Lágrimas
amenazaban con salir sin control, pero las contuvo con todas sus
fuerzas para responder:

―“Wo ye ai ni”.

Horas más tarde, el humo negro dejaba de salir por encima del
edificio abandonado, las llamas habían sido controladas y los
miembros de C1 revisaban las cosas que se habían salvado. Sera
les contó a sus compañeros el verdadero motivo por el cual había
ido a Ciudadela 5, que era cierto que en un principio quería la
recompensa al igual que Yonu, pero cambió de parecer al
conocerlos a todos y al saber lo que ella era realmente. Posó sus
ojos en el rostro de Neil, quien sostenía una mirada exhausta. Se
armó de valor para seguir relatando el verdadero motivo por el
cual había iniciado esta búsqueda, pasando por detalles
desgarradores de su pasado en Ciudadela 7: su vida en las sucias
calles y el peso que llevaba sobre sus hombros con respecto a su
forma de vida durante esos dos años. Sentía vergüenza al decirlo
en voz alta y frente a tanta gente. Lágrimas fugitivas recorrían sus
mejillas al formar cada palabra de cada detalle y evitaba mirar a
Will a los ojos para no sentir su rechazo y repulsión. Contó todas
sus experiencias, todos los golpes y maltratos que había recibido
por parte de Normales simplemente por verse así. Se abrazaba a
si misma temblando a medida que relataba su inicio en la cadena
de favores y su voz flaqueaba al decir que mantuvo aquella forma
de vida a pesar de haber tenido oportunidades de comenzar de
cero. Sentía las miradas de los miembros de C1 sobre su rostro.
Miradas de horror y asco mezcladas con lástima. Deseó salir de
ahí, escapar como siempre lo hacía, desaparecer del mapa y
comenzar de nuevo. Esperaba el castigo que le iban a dar por su
traición, posiblemente el exilio, pero solo sintió el fuerte abrazo
de Mary, ese mismo abrazo con el cual la había recibido en su
primer día en la Camarilla 1. Un abrazo lleno de apoyo y
compasión. Tanto ella como los demás miembros de C1
esperaban la decisión de Caleb. Era cierto, Sera había ayudado a
Yonu a conseguir el documento, pero él también había engañado
a todos los demás haciéndoles creer que era necesario instalar la
nueva máquina y poder saber a qué se referían los Militares con
“Explosión azul – Área 2A”. Sera había sido utilizada, pero
intentó ayudar a Neil, a un amigo, a un compañero, justo en el
último momento.

―No te preocupes―, dijo Caleb finalmente―, no te exiliaremos.


Yonu nos utilizó a todos y quien sabe por cuánto tiempo.

Sera se sintió inmediatamente más aliviada, pero pudo ver como


Will bajaba la mirada con tristeza y decepción.

―Además, intentaste ayudar a Neil a toda costa, aunque igual


lograron llevárselo―. Caleb le dirigió la mirada al chico de
cabello oscuro―. A todo esto ¿cómo es que lograste escapar?―
Neil vaciló unos momentos antes de responder.

―Salté por una ventana.

Will vio a su mejor amigo a los ojos. Mentía. Luego dirigió la


mirada a Sera y ambos comprendieron el mensaje. Neil había
utilizado su quinta habilidad y no quería que los Mayores
supieran la verdad. Will caminó con decisión hacia su padre. Con
una suave sonrisa, acercó una mano a la mejilla de Sera para
acariciarla tiernamente antes de hablar a Caleb.
―Caleb, tengo algo que comunicar―. Caleb lo vio con intriga―.
Sera me había advertido del plan de Yonu y yo no le creí. Tomé
una mala decisión, una decisión que casi costó la vida de un
compañero, por lo que he decidido que no cometeré más
errores―. Todos lo miraban confusos, no estaban seguros de a
qué se refería―. He decidido comenzar el entrenamiento de líder.
No dejaré que más miembros sufran por mis malas decisiones―.
Posó su mirada en Tori, Sera y por último Neil. Su padre le
sonrió como nunca lo había hecho y lo abrazó tan fuerte que Sera
pensó que le quebraría la espalda. Las sonrisas de los miembros
de C1 alegraban un poco la situación, aunque enmascararan
dolor, cansancio y decepción.

Caía la noche y Sera llegó exhausta al pasillo del segundo piso.


Todo estaba cubierto de humo, las paredes de concreto grises
tenían manchones negros y las ventanas, que antes estaban
intactas, se habían quebrado. Casi no había quedado nada de la
salita del segundo piso y la mitad de la pieza de Neil había sido
consumida por las llamas (por lo que volvía a dormir en la
habitación de Will esa noche, y sufría por la pérdida de algunos
libros). Se acercó a su puerta blanca, que ahora tenía hollín por
todas partes, y puso una mano suavemente sobre ella. Aquella
puerta había tenido un hermoso diseño de alas blancas y ahora se
veía horrible y sucia, tal cual como ella se sentía. Tanto tiempo se
sintió diferente por su color de cabello, su piel y sus ojos, y ahora
que sabía el porqué, no tenía nada más que la identificara
realmente. No cantaba hermoso como Will, no le fascinaban los
libros como Neil, y solo podía pensar en cosas despectivas
respecto a su persona.

―Opino que deberías pintar una espiga de trigo en ella―. Neil y


Will subían por las escaleras cargando algunas cajas―. Es el
color de tu cabello, ya te lo dije.

―Es cierto―, acotaba Will―, se parece mucho al trigo, suave y


hermoso.
Sera no estaba de ánimos para halagos. No pensaba que su
cabello fuera algo que quisiera representar en un espacio personal
como su habitación. Intentó sonreírle a ambos chicos, pero más
pareció una mueca de dolor que una sonrisa.

―Hey―, dijo Will dejando las cajas en el suelo y acercándose a


ella―, lamento no haberte creído―, acarició suavemente el
blanco rostro de Sera.

―No hay cuidado―, respondió Sera con pesar en su voz y


sintiéndose infinitamente más aliviada al sentir el calor de la
mano del chico sobre su mejilla―. Fue muy difícil hacerte dudar
de la confianza que tenías con tu mentor.

Los tres se quedaron en silencio por unos instantes. Solo pensar


en Yonu les hacía hervir la sangre.

―Cambiando de tema―, agregó Will―, ¿A qué se refería Yonu


con lo de la edad de tu padre? ¿Qué tiene que ver el inicio de la
guerra en todo esto?

Sera aún se sentía confusa al respecto. Era un peso más sobre sus
hombros, otro secreto guardado en lo más profundo de su
corazón que pronto saldría a la luz si no lo decía. Después de
poner en peligro a toda la Camarilla, ser responsable por la
muerte de Ted y que intentaran llevarse a Neil, el pensar en su
padre le hacía doler aún más el corazón.

―Mi padre participó en la guerra―. Sera se apoyó contra la


puerta blanca de su habitación y se deslizó hasta sentarse en el
suelo con mirada perdida―. Hace cuarenta y seis años…

Sintió la mano de Will tomar la suya y, curiosamente, también la


de Neil sosteniéndole la otra. Sus recuerdos seguían
entremezclándose unos con otros, recuerdos alegres de un
hombre joven y recuerdos más pasivos de un hombre anciano.
―No logro entender por qué―. Sera mantenía una voz monótona
mientras veía el desierto oscuro bajo la luz de la luna a través de
las ventanas rotas del segundo piso―. Pero recuerdo a mi padre
joven, y dos años después se ve anciano y demacrado.

Ambos jóvenes la miraban con preocupación. Sera llevaba días


teniendo sueños extraños y recordando cosas imposibles,
memorizando datos y explicando procedimientos físicos
complicados, algo que nunca le había pasado antes.

―Solo estoy segura de dos fechas en mi cabeza. Su nacimiento,


2 de Abril de 187 E.A., y mi nacimiento, 12 de Mayo de 272
E.A.―. Sera mantenía una voz monótona y vacía―. Mi padre
tenía veintisiete años cuando yo nací, y si mi fecha de nacimiento
es una mentira (como muchas otras cosas en mi vida) y mis
cálculos no fallan…―Sera aguantó una lágrima asustada que
quería escapar de sus ojos―. Yo debería tener…setenta y cuatro
años.
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