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El novelista y los métodos compositivos

En su obra las sensaciones, la carne, el espíritu, el instinto, todo lo que pertenece al


dominio físico y espiritual se unen en un acuerdo tácito, como el cielo azul con las
nubes que lo matizan. Y el catalizador de todo esto es, sin duda, el misterio de esta
tristeza ‘bisbiseante, tan familiar a los japoneses.

Yukio Mishima
Lo bello y lo triste de Yasunari Kawabata.

La historia de amor entre Oki y Otoko, esta signada de hechos desgraciados y


continuos que los personajes viven intensamente dentro de un largo silencio que habita aún
dentro de las palabras, aquello a desentrañar que el destino y el deseo mutante y oculto de
los protagonistas llevan adelante de manera implacable, es retomado por un narrador que
trata de alertar al lector, en primer lugar, de la perversión activa de Oki, que seduce a una
adolescente, se enamora de ella y a la vez la destruye. El personaje tiene conciencia de lo
que hace, para volver a sentirse victimario sólo necesita sentirse víctima de su silencio, de su
cobardía, de su rutina, de su mediocridad, de su cultura, en definitiva de sus actos. El día de
la desfloración de Otoko, siendo él un hombre adulto, prefiere violar a su amante
adolescente, antes que disponer cierto cuidado al momento de iniciarla. La comprobación de
su acto violento, reflejado en la incondicional entrega de ella, le produce una honda tristeza,
que le deja a flor de piel la sensibilidad que va en busca de la tristeza. Volverá a buscar y a
disfrutar de lo mismo infinidad de veces, Oki no quiere romper el círculo, fuera esta la
felicidad, lo desconocido, el no dominio. Los personajes tienen conciencia de que el instinto
los lleva como zombies a un leprosario, pero no tienen palabras ni coraje para defenderse de
lo que les pasa. Oki le miente y la ama pero con un amor que no puede llevar a la realidad,
son muchos los seres que lo habitan, con su amante libera a un ser reprimido y desesperado
por el placer en todas sus formas y envases, pero este ser es devorado por el esposo
correcto y responsable, y este por el artista y así las hechos van recorriendo un largo camino
donde todo pasa sin que pase nada hasta que ocurre lo peor: Oki es un héroe que va en
busca de aventuras que inspiren al narrador. En la realidad esta su familia; del lado de Otoko
esta su madre, que deja avanzar la relación sabiendo que si no viene el matrimonio, vendrá
un resarcimiento económico, la madre no es ajena al sufrimiento de su hija ni al propio pero
no sabe resolverlos y muere oscuramente sin haber logrado su sueño, casar a su hija. Otoko
tiene 15 años no sabe como defenderse, trata de seguir a su hombre hasta donde puede y
cuando no puede más intenta quitarse la vida. Allí donde el conflicto requiere de una
discusión profunda Kawabata recorta el relato y pasa a otra instancia, esta oposición al
realismo que se niega a mostrar causa y efecto de un hecho, transforma a la historia en
metonimia o relato minimalista, debemos estirar el detalle y mirarlo con lupa para ver su
precedencia, podemos agregar a modo de pista, los dialogos nerviosos e inconexos y esto
nos llevaría a Carver y a esa realidad ensuciada, por las drogas, el alcohol o el fracaso que
atrormenta a la america de los perdedores, en este caso, el arte está fecundado por la
realidad,le tira muertos como quien tira gatos en la bolsa, el arte que se regodea y produce
lo triste para lograr después lo bello en un mismo tiempo. Esta ambiguedad nos lleva a
autores como Onetti que tienen una concepción dionisíaca de la vida, es decir tragica en un
sentido artístico. La vida para ellos es tragedia, las pistas y las claves del conflicto están
diseminadas en toda la extensión del texto pero de manera oculta y a la vez visible o para un
mejor decir, ocultas en la visibilidad que oculta, ocultas en la pluma de un hombre con
oficio. Este autor enrrolado en las corrientes europeas que cortaron lazos con el realismo
social funda una nueva corriente literaria: el neosensualismo, desencantado de la misma se
convierte en un amante de la literatura antigua de su país. Ya enamorado de lo tradicional y
lo clásico excluye de sus relatos, al moderno Japón con sus “degradaciones”, la historia se
niega a transcurrir en escenarios habitados por el hombre moderno, las multitudes lo
enajenan, los personajes, salvo en el final, jamás se juntan. Kawabata prefiere llevarlos al
centro de la soledad mientras describe los restos del Japón Imperial que se encuentra en las
tumbas, en los templos, en las casas de te, en los restaurantes y en los pequeños hoteles,
todos apartados del nuevo Japón y difuminados en las colinas. La estética profundamente
anclada en el corazón de Kawabata, puesta sobre la naturaleza japonesa, produce
ensoñaciones a pleno día y edifica la tragedia griega en Asia.
El ciruelo que aparece en un cuadro de Otoko, es el ciruelo de su casa donde años
atrás su mujer abrazada a él aborta a una niña; el ciruelo aparece por tercera vez en uno de
los dos cuadros que Keiko, la discipula y amante de Otoko, le lleva de regalo a su estudio,
esta aparición del ciruelo es la presentación formal del conflicto que se avecina. keiko le está
advirtiendo que ella conoce la historia, mirando ese cuadro Oki recordará el pasado, el
cereso también es un árbol apreciado por varias dinastías japonesas. La utilización de un
narrador en tercera persona omnisciente, que por momentos se ubica detrás de los hechos,
en otros, se interroga acerca de las actitudes o pensamientos de los personajes; a veces
vuelve sobre lo dicho por ellos, ampliando o resaltando algunos conceptos o bien agregando
elementos no contemplados anteriormente. Esta tercera múltiple, siempre dispuesta a ver las
cosas de manera numerosa produce una hinchazón del relato que contrasta con el silencio y
el bajo perfil de los personajes, la mistura aumenta las posibilidades de análisis, producen
una hinchazón que demora, antes que avanzar, hinchazón que oculta el foco a la vez que
entrega la posibilidad de desentrañar el micromundo de la trama.
Kawabata realiza un harto manejo temporal del relato que le otorga a la historia un
movimiento que lleva y trae ingredientes de todos los sabores y procedencias. Todo lo narra
con un leguaje ameno, recatado, pulcro, acotado, simple, silencioso, metonímico, sedoso.
Narra con lucidez el ceremonial de lo trágico y deja al amor siempre en estado latente, la
búsqueda (lúgubre y bella) que remueve la inmortalidad de los templos y de las tumbas, que
reconstruye el clima de rito milenario, donde ahora Keiko refundará el de la venganza, el
inocente que irá al sacrificio será Taichiro. Todos los personajes de Kawabata buscan la
sensualidad para morir, los héroes rechazan ese compromiso personal que se espera
encontrar en las obras sensualistas, prefieren ser observadores, protegiéndose con una
sensualidad impersonal, casi indiferente, como un voyeur que mira la pasión del otro; el
sentido estético vive seducido por lo trágico, ve en la muerte el camino directo a la
inmortalidad.
Kawabata compone los paisajes como exquisitos murales japoneses donde resaltan
por sobre todos los colores, los rojos todos, los dorados, los cenizas. De un modo pausado y
repetitivo vemos que el dolor de los personajes frente al hecho desgraciado es casi
surrealista, flota, el dolor produce implosiones, que no tienen consecuencias sociales, las
consecuencias personales de la implosión son aceptadas con abnegación religiosa; hay un
solo camino para todos estos persoanajes, es la entrega al dolor que deviene en perversión,
insania, creación, arte. La muerte dentro del arte es un componente sublime, se busca todo
el tiempo, hasta que se descubre que una cosa es la otra. La lógica artística de los personajes
asegura que con cualquier elemento se puede llegar al arte, con el dolor más profundo a la
inmortalidad: Con el amor, solo a la muerte.
El primer sentimiento que se manifiesta en Oki, es un hecho artístico, un deseo ótico:
escuchar las campanas de fin de año con su antigua amante, Durante 24 años venía
haciéndolo por radio, finalmente decide pedirle a Otoko que le conceda ese deseo. Ella
responde también de manera ceremoniosa, artística, envía en su representación a Keiko, su
escultural discípula. Luego, ya en la comida de bienvenida, adorna la mesa con dos
aprendices de geishas, algo decaídas. Otoko le asegura a Oki haber perdido a los 39 años su
belleza física, en cambio le obsequia la belleza alquilada de otras. Ella no está preocupada
porque de allí salgan rivales (siempre es lícito sospechar cuando no actúa el instinto
femenino), tampoco esta ocupada, como lo asegura, en el hecho artístico de embellecer un
paisaje marchito para halagarlo. Es verdad que las situaciones son embellecidas y
compuestas como en los cuadros pero también hay elementos para pensar que detrás de una
representación casi frívola, hay una mujer temerosa que no quiere estar a solas con el amor
de su vida. Esta escena como otras no ofrece claridad, la obra de Kawabata no la ofrece,
nada es abierto, sino apretada concentración. La densidad reemplaza la limpidez y la pureza.
Mas que con un universo libre, nos encontramos con un cuarto cerrado donde el aire
comienza a faltar de manera progresiva. El erotismo no apunta a una completud; la
completud se logra en armonía con el otro, en un sentido homologado, o no, por la
sociedad, el sentido de estos personajes es otro.
Oki durante el viaje, y aún en su estadía en Kyoto, recuerda el período del romance,
Otoko, la hoy gran pintora, en aquel entonces tenía quince años, él treinta y pico y un hijo,
Taichiro. En medio de la pasión sobrevino una separación repentina y silenciosa, antes de
esos Otoko pierde una beba de siete meses durante el parto, seguidamente un intento de
suicidio, producto de su alteración mental, derivó en una internación psiquiatrica con
ventanas enrejadas. Finalmente Otoko, a instancias de su madre, se muda a Kyoto. En todas
estos episodios que podríamos llamar minimalistas ya que Kawabata toma y deja el relato en
cualquier punto (donde debe) para rodearlo de silencio, un silencio que saca de escena las
acciones fundamentales que llevan adelante Oki y la madre de Otoko para dejarlas en boca
de un narrador inquieto, activo y polifónico que tiene la verdad desparramada. Otra voz que
dice la verdad es Keilko, dice lo que no puede decir Otoko, la grita durante esos diálogos
dislocados, incoherentes y violentos, donde la joven responsabiliza a Oki por el destino del
bebe. El silencio y la pasividad de Otoko desequilibra aún más el carácter alterado de Keiko,
ella lo puede decir todo, Oki y Otoko lo ocultan todo, solo pueden hablar de su dolor a
través del arte. Otoko recupera a su beba muerta a través de su obra más buscada “ La
escención de un infante”. Trabaja sobre una serie de fotografías tratando de embellecer la
fealdad de un recién nacido.

Lo bello y lo triste: ninguna flor puede vivir dos primaveras.

Otro dolor, otra obra. La muerte de su madre impulsa a Otoko a trabajar en una
pintura, con un retrato que muestra a su madre en su juventud arriesga los primeros trazos,
sigue con un espejo desde el cual puede transformar el retrato, en un autorretrato, que
termina contaminándose de los rasgos de Keiko debido a la fuerte influencia que ejerce
sobre sus sentimientos la presencia de su amante y discípula. ¿La idea transformadora es
embellecer el retrato de su madre, es sólo una actitud egocéntrica que la obliga a elevarse
por sobre todas las cosas o es finalmente una concepción de mistura que le impide ver los
límites?. Otoko ve rasgos femeninos en las figuras masculinas de las pinturas budistas, en sus
esculturas, y también en otras estéticas artísticas. Si bien Otoko, ama todavía a Oki, es claro
también que en otro punto de su ser le teme, ella no quiere estar con él y eso queda claro
cuando vemos a las mujeres que le pone por delante a Oki, que obviamente escoge de entre
todas, a Keiko, ¿como puede resistirse un cazador como Oki el desafío de que una bella
mujer lo seduzca para vengarse? Otoko lo sabe y sabe además que Oki no pensará en ella
cuando esté a solas con Keiko. Por eso, en el día de la venganza final, Otoko se limitó a
echar de la casa a Keiko sólo para espantar su culpa, podría a ver alertado a Oki y no lo
hizo. Vale decir que el amor de Otoko por Keiko no es platónico, como dice Silvio Mattoni,
aunque acertadamente nos pida que para validar lo platónico no debemos excluir el sexo,
convenimos en ello y agregamos, tampoco debemos excluir la comida, ni el té; pero sí
analizamos a Otoko por lo que hace y no por lo que dice, veremos que tiene varios intereses
que exceden lo platónico; tiene un interés narcisista, ver a Keiko joven es verse y
enamorarse de si misma, este amor autoreferencial le despierta un gran deseo sexual
aumentado por la culpa y mezclado además con un destino de matrimonio que Otoko no
tuvo para sí, esta mezcla despierta también un gran sentimiento maternal truncado en una
clinica de mala muerte, Otoko la educa, la cuida y vela por su futuro como esposa y futura
madre, hay además un interés sobre el crecimiento artístico de Keiko y ella misma tiene
interés en modelar su belleza. Finalmente tiene en Keiko a su vengadora, no hay platonía,
sinoi más bien complicidad mñás allá de la oposición de Otoko.

El dolor llevó a Oki a construir su echo artístico intítulado: “ Una Chica de dieciséis”
la pasión que siente por Otoko la idealiza y deja muy mal parada a su mujer y en un espacio
reducido del relato. El arte le otorga a Oki un doble destino, vivir y transformar lo vivido,
para volver a sentirlo desde el recuerdo que evoca sin reclamar presencia de persona, sino
necesidad de recrear o vivir un hecho artístico: escuchar las campanas de fin de año, aquello
que es necesidad es obligatorio.
La mujer de Oki, Fumiko, es dactilógrafa, le pide el original de “Una chica de
dieciséis” para tipearlo, a poco de empezar comprende que la historia que se cuenta es real,
tristemente toma conciencia del bello amor que su marido siente por su amante; más allá de
la idealización, varias veces explicada por Oki, la lectura de la pérdida del embarazo de la
protagonista provocará la pérdida del propio embarazo de Fumiko y la misma desolada
conclusión de ambas, lo triste en lo bello, es la muerte. Las construcciones de Kawabata
unen la delicadeza con el vigor, la elegancia con la conciencia de lo más bajo de la naturaleza
humana, por lo tanto lo más humano, su claridad encierra una insondable tristeza, inspirada
quizás en la filosofía solitaria de los monjes del Japón medieval y en el destino trágico del
samurai. La manera como elige las palabras demuestra que sutileza, que grado de
estremecedora sensibilidad puede alcanzar la lengua japonesa, su estilo tiene una agilidad
acentuada en una meticulosidad infalible que hace centro en el corazón de un hombre y lo
demuele, cuando describe como dinamita la inocencia de una muchacha quinceañera que lo
llama chiquito y lo ve desde la pasión borroso, como si su hombre fuese un bebé sumergido
en el liquido amiotico, chiquito.
Finalmente la discusión matrimonial acerca de la infidelidad y sus consecuencias, ya
no es realidad sino arte. Ahora Fumiko analiza su participación dentro de la trama, esta
enojada por el poco espacio que tiene en la novela, hubiese querido tener más presencia
aunque más no fuese como una bruja celosa, eso le hubiese permitido ocupar más espacio
dentro del hecho artístico y exitoso. El rédito económico de la novela, deparó un cambio de
vida que Fumiko aprovechó al máximo. Por el otro lado tenemos a Otoko, una ignota
pintora que luego del éxito de “ Una chica de dieciséis” es entrevistada por la prensa y
gracias a ello logra colocar sus cuadros en el mercado. Otoko se niega a hablar en los
medios de su protagonismo en la novela pero no se niega a mostrar sus cuadros. Su madre
no quiere aparecer en las notas, todavía siente la verguenza de la huída y de su caracter
pasajero. ¿A quien debe el éxito Otoko, a su pincel o a la pluma de Oki ? Por qué niega al
personaje que le dio éxito, porque silencia la causa y acepta hablar del efecto. La misma
actitud frente al éxito económico la tiene tanto Otoko tanto como Fumiko, ¿es acaso una
indemnización que el destino perverso les otorga por la pérdida de sus bebes?. La aparición
en la prensa de Otoko hizo que Keiko la descubriera y se presentará ante Otoko para tomar
clases y desde ese día maestra y discípula están juntas. Esta simetría lúdica aparece en todos
los episodios de la novela, es siete mesino el bebe que pierde Otoko, Taichiro es el séptimo
en descender del avión que lo llevará a la muerte, Kawabata nació sietemesino, débil y
enfermo, como el bebe de Otoko, un 11 de junio de 1899 en Osaka. Este placer por las
relaciones que queda tan lejos del lector casual también es una forma de perversión, lo
gratificante es que lo lúdico perverso de estas relaciones nos lleva a emparejar hacia arriba
Lo bello y lo triste: la belleza y el desequilibrio de Keiko ponen de manifiesto un
espíritu perturbado que no logra canalizar sus emociones a través del arte, no está conforme
con su pintura, no puede admirarse y planea vengarse de todo el padecimiento sufrido por
Otoko. En pos de ello, se acuesta con Oki y después con su hijo, a cada uno le ofrece un
pecho y le niega el otro, no podrá tenerlos juntos jamás, ni en la vida, ni sobre un mismo
pecho, juntos la vencerían, por eso irán colgados del pezón en forma paralela hacia el mismo
norte, hacia la desgracia; hacia la tragedia de Keiko, armada no en el sentido trágico, sino en
el sentido artístico. El final deberá reconstruirse con absoluta libertad dionisíaca y ver
porque lleva adelante la venganza, para ello se vuelve pertinente encontrar los lazos o pistas
de ese final en el comienzo del texto, por lo tanto volvemos a la página 19. Un narrador en
tercera persona omnisciente y de momentos por detrás, analiza:
“¿Acaso la madre de Otoko, y hasta el propio Oki, no habían deseado en secreto
que la críatura no llegara a ver la luz del día? Otoko había sido internada en una clínica
sórdida y pequeña de las afueras de Tokyo. Oki sintió un súbito y agudo dolor al pensar
que la vida de la criatura podía haberse salvado de estar bien atendida en un buen
hospital. Él sólo la había llevado a la clínica; la madre no se había sentido con fuerzas
para acompañarlos. El médico era un hombre muduro y congestionado por el alcohol. La
enfermera dirigió una mirada acusadora a Oki. Otoko llevaba un Kimono de corte infantil
aún, y una capa de seda azul oscuro”.

Oki estuvo tres días al pie de la cama de Otoko cuando intentó suicidarse, estaba
entumecida a cuasa del veneno y las inyecciones, había que masajearle las piernas, recuerda
la dureza de los muslos y sus manos que se iban hacia la parte interna del muslo hinchado de
Otoko, de la entrepierna salían los humores de la convalecencia. Mientras todo esto ocurría,
un silencio complaciente y revulsivo sella la boca de Oki y también la de la madre de Otoko.
Después de la recuperación, Otoko ingresa a una clínica psiquiatrica con ventanas enrejadas,
frente a la inercia de Oki y la pasividad de su madre. Finalmente madre e hija abandonan
Tokyo para refugiarse en Kyoto. Todo ese dolor que hay y silencio que hay en una chica de
dieciséis, se acompaña con los bocetos que Otoko realiza de su bebé muerto, en lo que
pretende ser su obra máxima: La escención de un infante. El deseo oculto de Oki en
profanar y matar la belleza de la pequeña Otoko porque es demasiado hermosa frente a él
que no puede acceder a ella, esta siempre detrás de un vidrio dejando pasar la vida, la
belleza sumerge a Oki en un estado contemplativo en el que vuelve a encontrar el tiempo de
la orfandad. La belleza es lo que lo une a ella en un deseo de participación y empatía. Todos
aquí vivien detrás del tamís que impone el arte, en el escenario de la vida se vive para morir,
en el del arte para la inmortalidad.
Otoko gustaba del dolor que le producía Oki en sus encuentros amorosos. Con
Keiko, Otoko repite las misma escenas vividas con su hombre, mordeduras, diálogos
cargados de violencia. Otoko hace lo que le hicieron, el destino le arrebató a Oki y a su
beba; el destino le trajo a Keiko, que lo es todo, es ella misma, es Keiko quien seduce a Oki
y a su hijo, es su beba y es finalmente su vengadora. Otoko recuerda las manos de Oki
apretando su cuello, después ella pondrá la navaja de su madre en el cuello de Keiko y le
afietará los pelos nacientes de la frente. El comienzo del drama lo dispara una carta de lña
madre de Otoko que Oki deja en el camino de su mujer, una carta que revela su relación con
la adolescente. Luego le cede el manuscrito de “Una chica de dieciséis” a sabiendas del
dolor que le causará esa lectura, la diferencia entre el desequilibrio emocional de Keiko con
el de Otoko y el de Oki, es el que sigue, los últimos están sometidos al arte, Keiko por su
desequilibrio. El personaje menos explotado y a la vez el mejor posicionado frente al amor
es el que pierde la vida y paga una deuda que no le corresponde.

El primer elemento narrativo que abre y cierra un concepto es la butaca que gira en
el vagón vacío, más adelante Okí dirá que la butaca gira sin poder desplazarse como los
recuerdos en su corazón, esta metafora explicación coherente de lo que es y de lo que
vendrá después, una pintura abstracta de su realidad; la butaca que gira alocada y como es
lógico, no logra moverse en ninguna dirección, no logra acercarse a ninguna butaca, la
butaca es Oki, girando sin poder tomar decisiones, gira en un único pasiaje, todo en la
novela es una paisaje tragico, un cuadro que va cambiando sus formas frente a las miradas
impavidas de sus visitantes, que sólo lo recorren, como dijimos, no pueden tomar decisiones,
modificarlo, las vidas de los hijos se pierden en los vientres, en el mar, el gran amor clausura
la posibilidad de otros amores, todos transforman el amor, en dolor, en arte: Oki sólo es fiel
a literatura y no puede comprometerse con otra realidad. A Otoko el éxito le llega por la vía
causa efecto, lo que no llegará nunca es el amor feliz, menos aún cuando Oki anuncia su
visita, ella no lo soporta y convoca a otras mujeres, cuando Kekio llega anamorada a su
vida, Otoko se enemora de lo que despierta y de las figuraciones que le acerca su
enamorada, que podría ser ella misma a esa edad, su hija abortada, la juventud, ahora
transformada en madurez, que reaparece esplendida y seductora. Keiko es la revelde que no
fue Otoko, la reivindicadora, la que pondrá las cosas en su lugar desde el primer momento, a
ese efecto es enviada como representante de Otoko y a la vez receptora de Oki. Ese
encuentgro dará comienzo a la segunda parte de esta historia, Keiko cierra lo que había
habierto la metáfora de la butaca: Oki giró entre su mujer, su amante, las hijas de amabas y
la salud de su hijo Taichiro,los cinco que esperaban su decisión. El segundo elemento
aparece cuando él confiesa que después de haber violado a Otoko a los 15 años, ella se había
sentado en sus rodillas, como un criatura, para hacerle el nudo de la corbata y le dice “listo
chiquito ¿Que te parece?. Ella, posteriormente resume en una acotación la debilidad de
carácter de Oki que no puede ser el mismo, actúa según los mandatos. El se sorprende de
cuanto lo conoce y reconoce a su vez, que tanta certeza es posible porque lo ama. En ella
hay madurez, y sagacidad narrativa en el autor: el chiquito que apareció como un piropo, da
lugar a un análisis mucho más profundo, el no puede acerce cargo de lo que despierta, sólo
puede jugar, el es chiquito. El silbato quejoso y prolongado de un tren que sale de un túnel
lo lleva al llanto de la niña sietemesina que salía del cuerpo de su madre. Con la degustación
de un té, que nos lleva a un boceto realizado sobre una plantación, que terminará en el otro
cuadro, sin título, que conforma el par arribado al estudio de Oki, comienza de manera
definida la venganza. Todo en Kawabata parece fruto de la casualidad del desgano, de la
apatía, su deseo mínimo de escuchar las campanas, el encuentro con Keiko, la carta
imprudente. Todos estos componentes narrativos forman pequeños relatos que dan origen y
forma a la trama, el relato de la historia.

La crítica al mundo moderno y al consumismo en oposición a la decadencia del


período clásico se ponen de manifiesto en varios pasajes, en el capítulo primero el narrador
de cuenta de una valija blanca y un bolso de piel de leopardo en pasillo del tren, asegura que
no es material japonés. Más tarde los dueños de esa valija sacarán fotos al monte Fuji hasta
agotar el rollo; cuando lo tienen al alcance de la mano le dan la espalda, han cumplido la
misión, lo atraparon con su cámara. En cambio los japoneses tienen el paisaje en el corazón,
lo sienten, contemplan el amanecer, las puestas de sol, la geografía es un cuadro en
permanente mutación observada con respeto por el hombre oriental que observa su corazón,
se deleita en los colores, en sus nacimientos, en sus muertes, sin intervenir, quien puede en
las cosas del corazón. La visita al monte Arashi cuando esta despoblado de turistas, los niños
alterando la paz del hotel ponen de manifiesto un estado de cosas que no deberían ser, que
no tendrían sentido en el Japón clásico.
Por otro lado la decadencia de ese período añorado comienza a ser remarcado en la
comida de bienvenida ofrecida por Otoko, allí, pese a ser un día festivo, los Kimonos no son
todo lo formales que deberían ser, las geishas, son aprendices de geishas; la confección de la
ropa muestra alguna distorsión con lo que debería ser. El musgo sobre los techos de los
templos, sobre las casas de comidas típicas y el envejecimiento de las techumbres muestran
el deterioro, la falta de cuidado amoroso sobre las cosas llenas de pasado y de nobleza. En
las mujeres lo que antes era cultural ahora deviene también en desidia, ellas postergan el
lavado del cabello, y suelen saltearse el baño a la hora de ir a dormir. En un encuentro
amoroso Oki repara en el olor a mujer, el comentario dispara una disculpa de su amada.
Luego dirá él, que no es ése, sino el olor a mujer enamorada el que le despiereta los
sentidos. Cuando Oki conoce a Otoko su mujer tenía veintidos años y acababa de darle la
luz a Taichiro. Esos momentos de alta pasión llevados a la novela de Oki, son tipeados por
Fumiko que atrapada en la trama y el dolor tipea sin descanso durante muchas horas luego
sale a caminar bajo la fría noche con el pequeño a la espalda, Taichiro enferma de gravedad y
Fumico le dice a Oki que la muerte del pequeño le pondrá alas a su amor y podrá
abandonarlos. Oki no abandona a su familia, decide en cambio aumentar sus encuentros para
vivir intensamente su amor con Otoko, mientras Fumiko cuida de su hijo en el hospital. Es
notable el daño que ambos arrojan hacia aquellos que dependen de sus cuidados. Oki hacia
su mujer y su mujer hacia Oki y hacia Taichiro, responsabilizándolo al marido de la
enfermedad que ella, en su dolor, no ceguera, le gestiona al pequeño, único reten que
obstruye la huida del marido.
El éxito económico que Fumiko disfurta y ejecuta deviene del artificio que ella
realizó con su dolor que la hizo abortar y enfermar a su hijo, y ahora le permitía, de alguna
manera, deslumbrarse con el amor idealizado de Oki por esa adolescente. Cuando se
imprime una chica de dieciseis Fumiko queda nuemante ambarazada, y a partir de esos
sendos nacimientos llegará la prosperidad económico y familiar, nace la hija. El instinto
materno no podía estar ausente en una novela que trabaja todo el tiempo las cuestiones más
dolorosas del alma humana, Fumiko queda aterrada cuando ve a Keiko, su presencia bella e
ireverente la espanta. No era para menos, cuando ve que en uno de los cuadros títulado El
ciruelo, no había ramas ni hojas que lo representaran, sólo había en él una flor grande como
el rsotro de un bebé. El otro cuadro no tenía título, como la desgracia pasada, como la
desgracia que se avecinaba; hay cosas que no tienen nombre, que nunca lo alcansarán más
allá de las explicaciones. El motivo era una plantación de te que el movimiento convertía a la
plantación en un mounstruoi verde. Keiko desea ser pintada desnuda por Otoko, esta se
opone, siempre una mujer tiende a resaltar los defectos de la modelo, los hombres lo
minimizao lo que es peor los embellece, minimizando la belleza legitima

Jorge Emilio Nedich


Es escritor, su último libro, es “El pueblo rebelde” que obtuvo el Subsidio a las Letras y las
Artes del Gobierno de la Cuidad de Buenos Aires de 2005. Publicado por la Editorial
Vergara en 2010

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