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Yukio Mishima
Lo bello y lo triste de Yasunari Kawabata.
Otro dolor, otra obra. La muerte de su madre impulsa a Otoko a trabajar en una
pintura, con un retrato que muestra a su madre en su juventud arriesga los primeros trazos,
sigue con un espejo desde el cual puede transformar el retrato, en un autorretrato, que
termina contaminándose de los rasgos de Keiko debido a la fuerte influencia que ejerce
sobre sus sentimientos la presencia de su amante y discípula. ¿La idea transformadora es
embellecer el retrato de su madre, es sólo una actitud egocéntrica que la obliga a elevarse
por sobre todas las cosas o es finalmente una concepción de mistura que le impide ver los
límites?. Otoko ve rasgos femeninos en las figuras masculinas de las pinturas budistas, en sus
esculturas, y también en otras estéticas artísticas. Si bien Otoko, ama todavía a Oki, es claro
también que en otro punto de su ser le teme, ella no quiere estar con él y eso queda claro
cuando vemos a las mujeres que le pone por delante a Oki, que obviamente escoge de entre
todas, a Keiko, ¿como puede resistirse un cazador como Oki el desafío de que una bella
mujer lo seduzca para vengarse? Otoko lo sabe y sabe además que Oki no pensará en ella
cuando esté a solas con Keiko. Por eso, en el día de la venganza final, Otoko se limitó a
echar de la casa a Keiko sólo para espantar su culpa, podría a ver alertado a Oki y no lo
hizo. Vale decir que el amor de Otoko por Keiko no es platónico, como dice Silvio Mattoni,
aunque acertadamente nos pida que para validar lo platónico no debemos excluir el sexo,
convenimos en ello y agregamos, tampoco debemos excluir la comida, ni el té; pero sí
analizamos a Otoko por lo que hace y no por lo que dice, veremos que tiene varios intereses
que exceden lo platónico; tiene un interés narcisista, ver a Keiko joven es verse y
enamorarse de si misma, este amor autoreferencial le despierta un gran deseo sexual
aumentado por la culpa y mezclado además con un destino de matrimonio que Otoko no
tuvo para sí, esta mezcla despierta también un gran sentimiento maternal truncado en una
clinica de mala muerte, Otoko la educa, la cuida y vela por su futuro como esposa y futura
madre, hay además un interés sobre el crecimiento artístico de Keiko y ella misma tiene
interés en modelar su belleza. Finalmente tiene en Keiko a su vengadora, no hay platonía,
sinoi más bien complicidad mñás allá de la oposición de Otoko.
El dolor llevó a Oki a construir su echo artístico intítulado: “ Una Chica de dieciséis”
la pasión que siente por Otoko la idealiza y deja muy mal parada a su mujer y en un espacio
reducido del relato. El arte le otorga a Oki un doble destino, vivir y transformar lo vivido,
para volver a sentirlo desde el recuerdo que evoca sin reclamar presencia de persona, sino
necesidad de recrear o vivir un hecho artístico: escuchar las campanas de fin de año, aquello
que es necesidad es obligatorio.
La mujer de Oki, Fumiko, es dactilógrafa, le pide el original de “Una chica de
dieciséis” para tipearlo, a poco de empezar comprende que la historia que se cuenta es real,
tristemente toma conciencia del bello amor que su marido siente por su amante; más allá de
la idealización, varias veces explicada por Oki, la lectura de la pérdida del embarazo de la
protagonista provocará la pérdida del propio embarazo de Fumiko y la misma desolada
conclusión de ambas, lo triste en lo bello, es la muerte. Las construcciones de Kawabata
unen la delicadeza con el vigor, la elegancia con la conciencia de lo más bajo de la naturaleza
humana, por lo tanto lo más humano, su claridad encierra una insondable tristeza, inspirada
quizás en la filosofía solitaria de los monjes del Japón medieval y en el destino trágico del
samurai. La manera como elige las palabras demuestra que sutileza, que grado de
estremecedora sensibilidad puede alcanzar la lengua japonesa, su estilo tiene una agilidad
acentuada en una meticulosidad infalible que hace centro en el corazón de un hombre y lo
demuele, cuando describe como dinamita la inocencia de una muchacha quinceañera que lo
llama chiquito y lo ve desde la pasión borroso, como si su hombre fuese un bebé sumergido
en el liquido amiotico, chiquito.
Finalmente la discusión matrimonial acerca de la infidelidad y sus consecuencias, ya
no es realidad sino arte. Ahora Fumiko analiza su participación dentro de la trama, esta
enojada por el poco espacio que tiene en la novela, hubiese querido tener más presencia
aunque más no fuese como una bruja celosa, eso le hubiese permitido ocupar más espacio
dentro del hecho artístico y exitoso. El rédito económico de la novela, deparó un cambio de
vida que Fumiko aprovechó al máximo. Por el otro lado tenemos a Otoko, una ignota
pintora que luego del éxito de “ Una chica de dieciséis” es entrevistada por la prensa y
gracias a ello logra colocar sus cuadros en el mercado. Otoko se niega a hablar en los
medios de su protagonismo en la novela pero no se niega a mostrar sus cuadros. Su madre
no quiere aparecer en las notas, todavía siente la verguenza de la huída y de su caracter
pasajero. ¿A quien debe el éxito Otoko, a su pincel o a la pluma de Oki ? Por qué niega al
personaje que le dio éxito, porque silencia la causa y acepta hablar del efecto. La misma
actitud frente al éxito económico la tiene tanto Otoko tanto como Fumiko, ¿es acaso una
indemnización que el destino perverso les otorga por la pérdida de sus bebes?. La aparición
en la prensa de Otoko hizo que Keiko la descubriera y se presentará ante Otoko para tomar
clases y desde ese día maestra y discípula están juntas. Esta simetría lúdica aparece en todos
los episodios de la novela, es siete mesino el bebe que pierde Otoko, Taichiro es el séptimo
en descender del avión que lo llevará a la muerte, Kawabata nació sietemesino, débil y
enfermo, como el bebe de Otoko, un 11 de junio de 1899 en Osaka. Este placer por las
relaciones que queda tan lejos del lector casual también es una forma de perversión, lo
gratificante es que lo lúdico perverso de estas relaciones nos lleva a emparejar hacia arriba
Lo bello y lo triste: la belleza y el desequilibrio de Keiko ponen de manifiesto un
espíritu perturbado que no logra canalizar sus emociones a través del arte, no está conforme
con su pintura, no puede admirarse y planea vengarse de todo el padecimiento sufrido por
Otoko. En pos de ello, se acuesta con Oki y después con su hijo, a cada uno le ofrece un
pecho y le niega el otro, no podrá tenerlos juntos jamás, ni en la vida, ni sobre un mismo
pecho, juntos la vencerían, por eso irán colgados del pezón en forma paralela hacia el mismo
norte, hacia la desgracia; hacia la tragedia de Keiko, armada no en el sentido trágico, sino en
el sentido artístico. El final deberá reconstruirse con absoluta libertad dionisíaca y ver
porque lleva adelante la venganza, para ello se vuelve pertinente encontrar los lazos o pistas
de ese final en el comienzo del texto, por lo tanto volvemos a la página 19. Un narrador en
tercera persona omnisciente y de momentos por detrás, analiza:
“¿Acaso la madre de Otoko, y hasta el propio Oki, no habían deseado en secreto
que la críatura no llegara a ver la luz del día? Otoko había sido internada en una clínica
sórdida y pequeña de las afueras de Tokyo. Oki sintió un súbito y agudo dolor al pensar
que la vida de la criatura podía haberse salvado de estar bien atendida en un buen
hospital. Él sólo la había llevado a la clínica; la madre no se había sentido con fuerzas
para acompañarlos. El médico era un hombre muduro y congestionado por el alcohol. La
enfermera dirigió una mirada acusadora a Oki. Otoko llevaba un Kimono de corte infantil
aún, y una capa de seda azul oscuro”.
Oki estuvo tres días al pie de la cama de Otoko cuando intentó suicidarse, estaba
entumecida a cuasa del veneno y las inyecciones, había que masajearle las piernas, recuerda
la dureza de los muslos y sus manos que se iban hacia la parte interna del muslo hinchado de
Otoko, de la entrepierna salían los humores de la convalecencia. Mientras todo esto ocurría,
un silencio complaciente y revulsivo sella la boca de Oki y también la de la madre de Otoko.
Después de la recuperación, Otoko ingresa a una clínica psiquiatrica con ventanas enrejadas,
frente a la inercia de Oki y la pasividad de su madre. Finalmente madre e hija abandonan
Tokyo para refugiarse en Kyoto. Todo ese dolor que hay y silencio que hay en una chica de
dieciséis, se acompaña con los bocetos que Otoko realiza de su bebé muerto, en lo que
pretende ser su obra máxima: La escención de un infante. El deseo oculto de Oki en
profanar y matar la belleza de la pequeña Otoko porque es demasiado hermosa frente a él
que no puede acceder a ella, esta siempre detrás de un vidrio dejando pasar la vida, la
belleza sumerge a Oki en un estado contemplativo en el que vuelve a encontrar el tiempo de
la orfandad. La belleza es lo que lo une a ella en un deseo de participación y empatía. Todos
aquí vivien detrás del tamís que impone el arte, en el escenario de la vida se vive para morir,
en el del arte para la inmortalidad.
Otoko gustaba del dolor que le producía Oki en sus encuentros amorosos. Con
Keiko, Otoko repite las misma escenas vividas con su hombre, mordeduras, diálogos
cargados de violencia. Otoko hace lo que le hicieron, el destino le arrebató a Oki y a su
beba; el destino le trajo a Keiko, que lo es todo, es ella misma, es Keiko quien seduce a Oki
y a su hijo, es su beba y es finalmente su vengadora. Otoko recuerda las manos de Oki
apretando su cuello, después ella pondrá la navaja de su madre en el cuello de Keiko y le
afietará los pelos nacientes de la frente. El comienzo del drama lo dispara una carta de lña
madre de Otoko que Oki deja en el camino de su mujer, una carta que revela su relación con
la adolescente. Luego le cede el manuscrito de “Una chica de dieciséis” a sabiendas del
dolor que le causará esa lectura, la diferencia entre el desequilibrio emocional de Keiko con
el de Otoko y el de Oki, es el que sigue, los últimos están sometidos al arte, Keiko por su
desequilibrio. El personaje menos explotado y a la vez el mejor posicionado frente al amor
es el que pierde la vida y paga una deuda que no le corresponde.
El primer elemento narrativo que abre y cierra un concepto es la butaca que gira en
el vagón vacío, más adelante Okí dirá que la butaca gira sin poder desplazarse como los
recuerdos en su corazón, esta metafora explicación coherente de lo que es y de lo que
vendrá después, una pintura abstracta de su realidad; la butaca que gira alocada y como es
lógico, no logra moverse en ninguna dirección, no logra acercarse a ninguna butaca, la
butaca es Oki, girando sin poder tomar decisiones, gira en un único pasiaje, todo en la
novela es una paisaje tragico, un cuadro que va cambiando sus formas frente a las miradas
impavidas de sus visitantes, que sólo lo recorren, como dijimos, no pueden tomar decisiones,
modificarlo, las vidas de los hijos se pierden en los vientres, en el mar, el gran amor clausura
la posibilidad de otros amores, todos transforman el amor, en dolor, en arte: Oki sólo es fiel
a literatura y no puede comprometerse con otra realidad. A Otoko el éxito le llega por la vía
causa efecto, lo que no llegará nunca es el amor feliz, menos aún cuando Oki anuncia su
visita, ella no lo soporta y convoca a otras mujeres, cuando Kekio llega anamorada a su
vida, Otoko se enemora de lo que despierta y de las figuraciones que le acerca su
enamorada, que podría ser ella misma a esa edad, su hija abortada, la juventud, ahora
transformada en madurez, que reaparece esplendida y seductora. Keiko es la revelde que no
fue Otoko, la reivindicadora, la que pondrá las cosas en su lugar desde el primer momento, a
ese efecto es enviada como representante de Otoko y a la vez receptora de Oki. Ese
encuentgro dará comienzo a la segunda parte de esta historia, Keiko cierra lo que había
habierto la metáfora de la butaca: Oki giró entre su mujer, su amante, las hijas de amabas y
la salud de su hijo Taichiro,los cinco que esperaban su decisión. El segundo elemento
aparece cuando él confiesa que después de haber violado a Otoko a los 15 años, ella se había
sentado en sus rodillas, como un criatura, para hacerle el nudo de la corbata y le dice “listo
chiquito ¿Que te parece?. Ella, posteriormente resume en una acotación la debilidad de
carácter de Oki que no puede ser el mismo, actúa según los mandatos. El se sorprende de
cuanto lo conoce y reconoce a su vez, que tanta certeza es posible porque lo ama. En ella
hay madurez, y sagacidad narrativa en el autor: el chiquito que apareció como un piropo, da
lugar a un análisis mucho más profundo, el no puede acerce cargo de lo que despierta, sólo
puede jugar, el es chiquito. El silbato quejoso y prolongado de un tren que sale de un túnel
lo lleva al llanto de la niña sietemesina que salía del cuerpo de su madre. Con la degustación
de un té, que nos lleva a un boceto realizado sobre una plantación, que terminará en el otro
cuadro, sin título, que conforma el par arribado al estudio de Oki, comienza de manera
definida la venganza. Todo en Kawabata parece fruto de la casualidad del desgano, de la
apatía, su deseo mínimo de escuchar las campanas, el encuentro con Keiko, la carta
imprudente. Todos estos componentes narrativos forman pequeños relatos que dan origen y
forma a la trama, el relato de la historia.