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El paradigma de la humanidad nos dice que la fase actual del capitalismo de “libre
mercado” -otra vez devenido salvaje- impera sin competencia a nivel global, pues
todos los modelos alternativos sucumbieron o amenazan derrumbarse. Estamos
ante sistema que ha logrado, a escala global, consolidar modelos de democracia
que enmascaran a los poderes económicos supranacionales y que garantizan e
institucionalizan las reglas de juego para su reproducción y concentración. Estos
modelos económicos tienen su correlato en modelos políticos, sociales y culturales
que, a su vez, validan el “sentido común” de valores consumistas, individualistas e
insensibles en donde lo material parece estar por encima de la dignidad humana.
Hay una especie de anestesia o alienación cultural en donde la sociedad acepta
(confundida por las luces de colores y las novedades de la propaganda
consumista) un sistema que naturaliza el descarte a los márgenes de la exclusión
social a miles de millones de seres humanos, mientras el bombardeo de
información se encarga de justificar esa situación y distraer a la “opinión pública”
con el lanzamiento de la nueva marca de algo o con alguna “noticia judicial”. Se
naturaliza con diversos mecanismos el descarte de seres humanos como si se
pudiera descartar la vida al igual que se descartan los papeles de la comida
chatarra. La miseria, el hambre, la falta de trabajo, la falta de tierra, de agua
potable, de una vivienda digna y un hábitat saludable, la falta de acceso a la salud
de miles de millones de mujeres, hombres y niños parece no dolerle como una
llaga en el cuerpo a la sociedad de consumo. Si la sociedad se conmueve, se
moviliza o se indigna ante las injusticias, el sistema se reinventa y tiene una
respuesta para invisibilizar cualquier alternativa al status quo, demonizando a todo
aquello que se organice y mostrando permanentemente la imposibilidad de
cambiar las cosas. Los conflictos sociales y sindicales son transmitidos como parte
del informe de tránsito o como cualquier otra noticia como si no fueran personas
las que sufren y reclaman sus derechos. Se promueve permanentemente el
“sálvese quien pueda”, la competencia, la meritocracia como si fuera acaso
imaginable que exista un ser humano con más mérito que otro como para acceder
a una vida digna. Lo cierto es que este capitalismo viene consolidando su
hegemonía desde que cayó el socialismo real (con la caída del muro de Berlín), el
derrumbe del estado de bienestar europeo (luego de la “crisis” de crecimiento e
hiperconcentración de los mercados de capitales de 2008), un continente asiático
que compite a la par con EEUU en los mercados del mundo y una Latinoamérica
con limitaciones para construir un modelo alternativo real, profundo y estable. Las
naciones han perdido peso frente a los círculos internacionales que deciden el
rumbo de la economía globalizada y parece muy difícil vislumbrar un polo de poder
regional lo suficientemente grande como para contrarrestar esa hegemonía.
¿Cuál es el modelo alternativo al capitalismo? El nuevo dilema a resolver es
concebir y construir ese modelo alternativo. Venimos discutiendo
aproximadamente desde el 2011 que este es un nuevo capitalismo y por lo tanto
necesitamos comprender más cabalmente las nuevas relaciones sociales,
culturales, económicas que rigen en esta nueva etapa. Nuestro planteo respecto
del capitalismo financiero actual se aleja de la posibilidad de destruirlo, de
eliminarlo, mediante la insurrección o la toma del poder, sino que entendemos que
el poder popular y la correlación de fuerzas para conquistar una patria justa y un
mundo en donde reine la paz y la igualdad, se construye con diversas estrategias.
Los únicos que tienen una estrategia concreta de intentar destruir al capitalismo
son ALGUNOS procesos árabes que resisten la invasión militar interimperialista (el
brazo armado de la economía de mercado) en su territorio. La historia dirá cuando
el sistema capitalista va a ser reemplazado por un sistema más justo, pero
tampoco podemos sentarnos a esperar a que entre en crisis por sí mismo y caiga
la fruta madura. No podemos pensar un modelo alternativo al capitalismo como
en el siglo XX y las ideas de hoy no son suficientes para construir un programa
alternativo que permita integrar las nuevas demandas sociales a un proyecto de
país. El capitalismo ha logrado resolver el problema de sacarse de encima a quien
detentaba el poder para transformar el sistema (la clase trabajadora) con una
revolución tecnológica nunca vista, que le permite reemplazar a obreros por
máquinas que tienen mucha mayor productividad y no reclaman derechos. Al
mismo tiempo pueden migrar de un país a otro sin problema porque su poder
económico es trasnacional. Eso quiere decir que bajo la hegemonía de este
capitalismo financiero hiperconcentrado y trasnacional, el problema de los
trabajadores excluidos y sin derechos, es un problema de escala global y nuestra
tarea era pensar una política de defensa de ese sector social que pretendemos
representar. Paradójicamente, aún ante la ausencia de modelos alternativos, el
nuevo cuco para capitalismo son los excluidos. El sujeto social con potencial
transformador, el sector más dinámico dentro de la clase trabajadora que no tiene
nada que perder salvo sus cadenas, son los marginados, los inmigrantes, los
refugiados, los trabajadores de la economía popular, los últimos de la fila de la
humanidad. No pueden resolver el problema del descarte que genera este
capitalismo envuelto en una vorágine consumista que excluye a la gran mayoría
de la humanidad de condiciones de vida dignas, que genera miseria, hambre,
esclavitud y atenta contra la sustentabilidad del planeta contaminando y
destruyendo los equilibrios ecológicos. Este problema reaparece
permanentemente cuando las multitudes carecientes y desesperadas irrumpen en
la zona de confort de quienes están integrados, provocando el miedo a aquello
que consideran diferente y la violencia para reafirmar esa diferencia. Con la
economía popular empezamos a esbozar un Intento de “erosionar” al capitalismo
generando islas de desarrollo, de aire puro (agujeros en el queso del capitalismo),
en donde construimos un proceso económico y social en otra velocidad, con Leyes
diferentes, pero subsidiadas por la economía de mercado. Decimos “erosionar” al
capitalismo porque es una economía diferente a la del mercado pero que no sale
de sus reglas generales. En esta convivencia con la economía de mercado,
debemos construir las condiciones para un nuevo “pacto económico, político y
social” que siente las bases de un piso de dignidad para el pueblo, mientras
generamos las condiciones para la victoria de un proyecto de país alternativo,
estable e integrado en un bloque regional latinoamericano, que nos garantice la
posibilidad de construir una patria justa, libre y soberana.
La integración Latinoamericana
El Movimiento Evita, que ha sido una organización que paso por varias etapas en
su desarrollo, se encuentra en la necesidad de definir su perfil político
ideológico y eso comprende principalmente definir cuál es el proyecto de país
por el que disputa.
Vemos que hay por lo menos tres patas del bloque social que todavía no tiene una
representación electoral clara y que debe ser parte un nuevo Proyecto Nacional o
de la nueva mayoría que nos permita volver a tener un gobierno nacional y
popular.
Nuestra misión y nuestro deber son recomponer el Bloque Social que integra el
campo Nacional y Popular y reorganizar la fuerza política que lo exprese y
represente. Debemos cerrar la brecha que todavía separa a los nuevos pobres de
los trabajadores en blanco. También debemos recuperar a la clase media
confundida por la prédica antipopular, temerosa de la inseguridad, indignada por la
corrupción y preocupada porque sus ingresos se quedan cada vez más cortos. Y
hay que explicar pacientemente a los empresarios nacionales que “nadie se
realiza en una comunidad que no se realiza”, es decir, que su éxito empresarial y
su prosperidad no serán factibles en una sociedad con altos porcentajes de
pobreza y exclusión. Para generar la confianza de los “grandes contribuyentes”
también debe haber una política de mucha gestión y eficiencia en las políticas de
Estado y una indiscutida política de transparencia y anticorrupción.