Se llama aborto la expulsión (espontánea o provocada) del feto hasta las 20 semanas
o hasta que pese 500g. La expulsión normal del feto al término de un embarazo es el
parto. Si el feto se expulsa antes de tiempo (aproximadamente nueve meses), pero es
viable, se denomina parto prematuro. Cuando el feto es expulsado antes de tiempo y
no es viable, por su escaso desarrollo, se habla de aborto.
Entre los romanos el aborto fue considerado como una grave inmoralidad, pero nunca
como un delito. Por su parte, en el derecho azteca el aborto era castigado con la
muerte de la mujer y de quienes la ayudaban a llevarlo a cabo.
Con frecuencia se discute en especial si la práctica del aborto supone disponer de una
vida, y más exactamente de una vida humana que no puede defenderse, lo que lo hace
más grave. El problema filosófico fundamental es, pues, determinar en qué
condiciones el producto de la concepción es no sólo vida, sino específicamente "vida
humana", pues "vida" biológica sin duda lo es. Si se pretende que la unión de los
gametos masculino y femenino constituye vida orgánica, la cuestión no es filosófica,
pertenece a la biología y otros campos y, por supuesto, la respuesta es, supongo,
afirmativa, sí hay vida orgánica, biológica, y la hay aun antes de la unión. Sólo es
filosófica cuando la pregunta es sobre si hay o no vida humana, es decir, no vida del
cuerpo humano, ni de sus órganos, ni de cualquiera de sus partes o de sus
desprendimientos. La cuestión radica, pues, en saber qué es en estos casos lo
"humano" de la vida.
A menudo entre los interlocutores que discuten sobre el tema se olvida justamente
eso; a saber, que, naturalmente, el producto de la concepción vive desde el mismo
momento que el óvulo es fecundado, pero, claro, vive, de la misma manera en que
también viven los gametos masculino y femenino, antes de la fecundación, y que los
espermatozoides no fecundantes mueren por millones. Pero, la cuestión, insisto, está
justamente en preguntarse, si esa vida es ya
vida humana, o sólo se trata de vida
biológica. Al no ser fecundado un óvulo y
morir y al morir los múltiples
espermatozoides, ¿mueren con ellos
millares de seres humanos? Si así fuera
habría que evitar la procreación pues quien
eyacula se convertiría en un homicida
múltiple. ¿En qué momento, pues, la vida es
vida humana y no sólo vida biológica?
¿Puede determinarse ese momento con
alguna precisión? Este es, si no el único, sí
uno de los problemas filosóficos en relación con el aborto, y se relaciona con el
derecho, con la religión y especialmente con la ética.
Pocos advierten que los problemas éticos que el aborto plantea no son propios del
aborto en cuanto tal, en casi ninguna de sus modalidades; se generan en áreas
diferentes y a veces resultan falsos problemas o problemas mal planteados. Sus
fuentes suelen ser el derecho (o, mejor, las leyes), la religión (alguna religión) y la
ignorancia, que son, por igual, responsables de que tales problemas o seudoproblemas
se formulen.
Las legislaciones, promovidas ocultamente por la religión (cosa que ni los legisladores
más respetuosos del laicismo advierten, ni pueden o no quieren evitar), señalan a
veces un mínimo de tres meses para que dentro de tal período el aborto proceda y sea
legal, pero a partir de entonces el aborto se vuelve infanticidio, ¿por qué no
"feticidio"? y además con todas las agravantes por la total indefensión de la "víctima".
Una moral laica, sin embargo, tendría que considerar que esto sólo es válido si se
considera que es "bueno" frenar simples caprichos de las parejas y no por otro motivo.
La mujer y su cónyuge (pero especialmente la mujer, ya que el feto es parte suya y lo
lleva en su vientre) tendrían que tener todo el derecho de abortar cuando así lo
decidieran, si no lo hacen con alguna finalidad perversa o ilícita. Esto tendría que ser
tan tolerado legal y socialmente, del mismo modo como cualquiera puede, y es lícito,
por enfermedad, por inclinación o tendencia sexual o por simples motivos estéticos,
recomponerse o extirparse alguna parte del cuerpo, como el estómago, la nariz y
hasta, ¿por qué no?, los glúteos y el pene; aunque, claro, si alguien se cortara
intencionalmente un dedo en la fábrica para cobrar fraudulentamente una
indemnización como accidente de trabajo estaría cometiendo un acto ilícito, pero no
un homicidio, porque esa parte del cuerpo llamado dedo no es un ser humano.
La ignorancia mezclada con las creencias también genera dilemas morales, sobre todo
cuando repite (y repite mal) algunas tendencias en contra del aborto. Es
especialmente frecuente oír que se hable acerca de que el aborto es un atentado
contra la Vida (así, con mayúscula), y la Vida, se dice, es un don de Dios, que nadie
puede quitarla sino sólo Dios mismo. A menudo defienden esta opinión quienes
cínicamente no tienen empacho en justificar la guerra y , de modo particular, quienes
abogan por la pena de muerte. Pero olvidan que si Dios creó al mundo, no sólo creó la
vida, sino también la muerte y la no vida, como la de las piedras, y que la Vida, así en
general, no siempre tendría que salvarse ni defenderse, cuando en lo particular se
trata de la de bichos y gérmenes nocivos y no sólo de brutales asesinos como los
secuestradores y violadores, o como de los genocidas gobernantes que arrasan
naciones enteras. Cuando rociamos insecticidas o nos inyectamos antibióticos parece
que no estamos conscientes de que atentamos y acabamos con muchas, a veces
millones, de vidas. La vida es un "milagro" de la evolución y de las mutaciones de la
Naturaleza, cualquier vida, hasta la de las cucarachas o la de los acrídidos que devoran
los campos, y también, por supuesto, la de los millones de microorganismos benignos
o malignos que nos habitan, nos invaden, nos vivifican, nos comen y nos matan. Pero,
¿también con ellos vale la prohibición de no matar? Cuando a los defensores de la Vida
en general se les señalan argumentos similares enmudecen.
Y el "No matarás" del Decálogo, referido a los hombres, se relativiza al considerar los
contraejemplos (defensa de la Patria, legítima defensa, la no exigibilidad de otra
conducta, ejecución de una sentencia, etcétera). La Vida es un portento, un prodigio,
pero no siempre es "malo" extirparla.
Humberto Eco, al comentar en su libro Entre Mentira e Ironía (Editorial Lumen, l998,
p. ll6-ll7) la comicidad de su paisano, el escritor Achille Campanille, en el artículo "Lo
cómico como extrañamiento", dice que también los niños mueren, "porque tienen la
desventura de ser pequeños hombres y, encima, pueden morir antes de haberse
convertido en hombres". Y luego de citar lo que Campanille dice, con una comicidad
funeraria, como la llama Eco, transcribe lo siguiente sobre la muerte de un niño:
"Y he aquí que el carro blanco, con los angelitos de madera, avanza trotando entre el
gentío de la ciudad. Por lo pequeño del carro se entiende que debía de ser un niño
muy pequeño [...]. Hay qué ver cómo se quitan todos el sombrero al paso de este niño.
Sólo por el hecho de que ha muerto. Incluso los oficiales se llevan la mano a la visera,
como si saludaran a un general; incluso los guardias urbanos se ponen firmes, como si
pasara el gobernador; e incluso los cocheros, que se hacen los desentendidos con los
hombres maduros, se apresuran a quitarse la gorra, mientras los tranvías y los
automóviles se paran en filas, sin protestar."
Luego Campanille hace una observación: "Estar muerto no es un asunto baladí. Estar
muerto es una cosa muy requetesería y hay que haberlas corrido antes de llegar a ella.
Hay que tener el cabello blanco y una buena barba y hay que haber superado muchas
pruebas. En cambio, se presenta ese niño en las puertas del Cielo y dice: Saben, estoy
muerto. ¿Estoy muerto? Vayamos con calma, por favor... ¿Tenía ese niño la edad para
ser admitido entre los muertos? ¿Era capaz de comprender la importancia del paso
que iba a realizar? ¿Tenía la presencia? ¿El peso? ¿La estatura? ¿La voz?...
Mucho más que documentos.
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