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Pasado el primer cuarto del siglo XX, se preludia la cuestión en torno a las masas por los
siguientes asuntos: el gran conjunto de trabajadores que había acompañado el masivo éxodo
del mundo rural al mundo urbano, el ordenamiento de un campesinado capitalista que
alimentó las diferentes áreas metropolitanas en un sistema ordenado de la compra-venta de
trabajo y, en unión a estos factores demográficos, la conformación de zonas periféricas en
las ciudades, que circundaban a los núcleos productores más importantes.
Cabe destacar, pues, que el gran conglomerado de material humano tenía unas exigencias
básicas: vivienda, alimentación, salud y educación para sus hijos. Los bienes de la ciudad
estaban en consonancia a estas formas sistematizadas del trabajo. Obreros, campesinos,
trabajadores de servicios públicos, estaban imbuidos tanto en estas dinámicas materiales,
como en los nuevos procesos mentales que se dirigían hacia la posibilidad del ascenso
social y la supervivencia física mediante la ética laboriosa (la del ahorro, la inversión, el
sindicato). Los mecanismos de participación ciudadana ya no podían tener ese cariz
hermético y debían responder a las exigencias de las grandes masas. Sin embargo, estas
también fueron un vehículo hacia el poder de las nuevas clases dirigentes.