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VALÈNCIA A TOTA VIROLLA

Todos tenemos un precio: ¿el


valor incalculable de la Lonja se
puede calcular?
Vicent Molins
PATRIMONIO, ARQUITECTURA, LA LONJA

A vueltas con el valor que tienen


edificios presumiblemente incalculables.
Cómo tasar el peso cultural y social de
un emblema arquitectónico

24/02/2018 - VALÈNCIA. Entre los tasadores


el hábito de poner precio a castillos y a
edificios históricos se ha convertido en
tendencia abierta a parámetros más allá de los
inmobiliarios. Se venden palacios como se
venden islas y algunos países han abierto el
melón de la venta de patrimonio relevante
como un atajo para lograr liquidez.

El valor incalculable de nuestros edificios


más preciados es eso, pura quimera para el
cálculo, en el limbo de las cosas que no se
plantean. ¿Pero debería saberse su verdadero
valor? ¿Cuál sería entonces el edificio más
valioso (económicamente) de València?

Qué necesidad de plantearlo. Formular las


preguntas anteriores ha supuesto algunos
resoplidos, algún ‘uff qué complicado’, otro
‘umm, eso es imposible’. Bien, vamos por buen
camino.

Porque el valor no es el precio -y porque


calcular lo valioso que es un edificio de
máxima relevancia puede ser una táctica de
protección- hagamos discurrir las voces.

El

arquitecto y guía urbano Boris


Strzelczyk plantea un primer problema. Cómo
valorar lo que no se puede… o debe. “Las
valoraciones económicas inmobiliarias
comunes se hacen por comparación. Buscas el
precio de varios inmuebles cercanos, lo más
parecidos en calidades, superficie, metros,
orientación..., sacas la media y ya tienes el
precio del inmueble a valorar. En el momento
que no puedes encontrar algo parecido,
como pasa con edificios históricos
emblemáticos, la cosa se complica y
empiezan a valorarse aspectos como la
exclusividad y el valor artístico cultural”.
Strzelczyk adelanta un temor ante la
posibilidad de que se les ponga precio: “Valorar
económicamente el Miguelete, La Lonja, las
Torres de Quart, azudes o pretiles del Turia no
tiene ningún sentido. Son patrimonio
artístico de todos y deberán ser de
titularidad pública. Malo el momento en el
que empecemos a venderlo”.

Ana Beltrán, de Correoviejo, el estudio que


recupera edificios históricos, habla
precisamente del peso de la historia para hacer
incalculable un valor: “¿Estamos hablando de
ponerle precio a la historia? Desde mi punto de
vista, este tipo de edificios se encuentran en
diferentes planos, en los que el valor
económico no tiene lugar. Un edificio
histórico adquiere valor por el paso del tiempo.
Por lo que fue, y por lo que es. Y sólo, el paso
del tiempo los sitúa donde están. En el caso del
Palau de les Arts lo veremos con el tiempo, si
podemos ponerle precio, o no…”.

La divulgadora Merxe Navarro desliza una


necesidad: “Por seguros y patrimonio deben
cuantificarse económicamente los edificios
ornamentales e históricos. De entre los
diferentes métodos de tasación, el más
adecuado para esta tipología de edificios es la
de la ley del suelo y la metodología de la
valoración catastral. Con ellas se establecen
una serie de aspectos cuantificables que puedan
ajustarse más al valor real que con otros
métodos de tasación. Aspectos como el año de
construcción, estado de conservación, uso,
calidad arquitectónica son variables que
intervienen en determinar su valor tasable”.

Desde Crearqció, cooperativa arquitectónica,


plantean la subjetividad del método. ¿Cómo
valorar más allá de los términos inmobiliarios?
“Los métodos de tasación (siendo rigurosos) se
basan en la comparativa de muestras de
mercado, a las cuales se les aplica coeficientes
de homogeneización para aproximar sus
características a las de un inmueble que se
quiere tasar, y por tanto obtener su valor
respecto a la situación del mercado en un
momento determinado. Por tanto, sería muy
difícil tasar cuantitativamente el valor de
mercado de un edificio así, ya que una de sus
principales características es que es único.
Haría falta aplicar un coeficiente a otros
valores ‘subjetivos’ que referencien el valor
representativo/identitario de la comunidad,
el valor social, el valor cultural o
patrimonial… habría que inventarse una
metodología para calcular ese valor. ¿Hacemos
encuestas por toda la ciudad y puntuamos
del 1 al 10? Supongo que ni así nos
aproximaríamos al valor real de esos
edificios”.

Un intento de fundar una metodología corre a


cargo del tasador Miquel Gimeno. En su
estudio de valoración del patrimonio histórico
inmobiliario ha hecho propuestas de valor de
edificios históricos en venta y modelos de
valoración de edificios declarados
patrimonio de la humanidad. ¿Cómo?, ¿para
qué?

Gimeno explica su trabajo: “La Lonja no tiene


mercado, no tenía referencias ni se podían
utilizar metodologías tradicionales
hipotecarias, o para expropiación, tampoco
tiene un valor unitario de cuánto vale por metro
cuadrado.

Por tanto extraíamos tres grandes variables:


valor inmobiliario, valor histórico, valor
artístico”. El reto de crear un coeficiente del
valor histórico, del peso cultural, lo formula a
partir del estudio de revistas indexadas de todo
el mundo y la comparación de la trascendencia
de edificios muy relevantes. Así, en 2013, se
aventuró a dar el resultado de una propuesta
de valor para la Lonja: entre 350 y 400
millones de euros. Menos del doble del coste
de Neymar para el PSG. Mundo líquido.

Ante el riesgo de entender la propuesta de


Miquel Gimeno como un intento de poner
precio de venta, lo razona como justo lo
contrario: “La finalidad de la valoración del
patrimonio no es la de darle un valor de
mercado, sino que sirva de ayuda para
tomar ciertas decisiones en las políticas de
preservación, restauración y conservación.
Bajo este criterio el Conse podría decidir que
invierte x millones en la preservación o
restauración teniendo en cuenta el valor de los
edificios. Ayuda a tomar decisiones políticas.
Sabes cómo repartir proporcionalmente”.

Es precisamente la Lonja, junto al Mercat


Central, sobre la que se posan los ojos en busca
del edificio más valioso de la ciutat.

El arquitecto Carmel Gradolí razona: “Tiene


muchos números para ser el más valioso. La
Llotja es una obra cumbre del siglo XV
valenciano, nuestro siglo de Oro, y del Gótico
catalán (sí, catalán: le puso ese nombre Pierre
Lavedan en los años 30 del siglo pasado) que
culmina las secuencias de las lonjas
(Tarragona-Barcelona-Mallorca-València),
edificios más importantes del gótico civil en
nuestro entorno cultural. Mientras se hacía, se
descubrió América y el centro de gravedad de
mundo cambiaba del Mediterráneo al Atlántico,
de manera que, de alguna manera, simboliza el
cierre de un ciclo arquitectónico y artístico.
Además, es un edificio que, si estilísticamente
es gótico, conceptualmente ya es renacentista”.

“La Lonja como edificio civil y la Catedral


como edificio de culto (y con origen de la
ciudad a sus pies) puede que sean los dos
edificios de mayor valor de la ciudad”,
siguen desde Correoviejo, “la Lonja de los
Mercaderes se construyó como símbolo
mercantil de la ciudad para atraer a los
comerciantes. A parte de su calidad
arquitectónica, supuso un lugar de intercambio
social y de expansión económica. Actualmente
sigue siendo un símbolo de nuestra ciudad, y a
nivel arquitectónico podría seguir siendo un
mercado, aunque se haya convertido
únicamente en un reclamo turístico”.

Merxe Navarro hace referencia a la capacidad


transformadora de un edificio como el Mercat
Central: “No sólo a nivel arquitectónico, el
potencial económico que supone, la tradición
de la gastronomía que representa, el polo
de atracción turístico y la cantidad de personas
que pululan a su alrededor. Hay pocos edificios
que generen por sí solos tanta actividad.
Establece tal movimiento que sus horas de
apertura hacen que su entorno sea
considerablemente diferente si está abierto o
cerrado”.

Boris Strzelczyk desarrolla: “Si consideramos


el valor social y cultural definiría tres
categorías de edificios: Los edificios históricos
públicos, vivos, aquellos que siguen
manteniendo el uso y esplendor arquitectónico
para el que fueron creados. Son fósiles vivos en
nuestras ciudades. Máximo exponente es sin
duda el Mercat Central y su espacio público
que lo rodea (cuando se rehabilite). La Lonja,
las Torres y el Mercado de Colón están
muertos. Se han convertido en iconos
comercializados con alto valor histórico
artístico. En segundo lugar los edificios
históricos singulares que han tenido la suerte
de encontrar un nuevo uso mediante una
intervención arquitectónica contemporánea de
calidad. Son edificios que nos hablan del
presente respetando su pasado. Magníficos
ejemplos son el recién inaugurado edificio
cultural Bombas Gens o el hotel Caro. Por
último muchos edificios modernos
vanguardistas en su tiempo, de una calidad
arquitectónica extraordinaria y entorno urbano.
En este apartado destacaría el edificio
Metrópolis en la plaza del Ayuntamiento. Por
otro lado siempre hablamos del valor de las
edificaciones y nos olvidamos del valor del
suelo. ¿Cuánto vale la huerta? Medimos en
términos de productividad agraria o la
valoramos considerando las plusvalías que
produce si construimos en ella. ¿En qué plazo
pensamos? 5, 50 o 500 años…”.

Creaqció desestima la idoneidad de encontrar


un edificio con más valor. “La idea del edificio
con más valor, el que más, representa una única
lectura de la ciudad de València. Si miramos
València desde su conjunto, siempre ‘ganan’
grandes contenedores de usos, con alto valor
patrimonial y cultural. El Mercat Central
como ejemplo de edificio físico con un alto
valor que además ha conseguido mantener su
uso cotidiano, siendo incluso referente del
discurso de recuperación a escala de ciudad de
la vinculación de l’Horta de València e
incluso abastecimiento mediante ciclos cortos
de proximidad. Pero a pesar de eso nos parece
que añadir el valor social a la ecuación hace
que la afirmación del ‘edificio con más valor
es…’ haya de ser plural y poliédrica, como
creemos que es la nueva València. La mirada
hacia la ciudad, su uso y su cotidianidad,
han sobrepasado la narrativa única de la
‘València en el mapa global’, y por tanto los
edificios con más valor dependerán del lugar
desde el cual se miren, ya que se convierten en
centralidades de su realidad: un edificio
recuperado con un nuevo uso como pueda ser
Abastos, un vacío rodeado de edificios
particulares como la plaza de Benimaclet, o
incluso un reflejo del modelo de recuperación
que podría haber tenido el Cabanyal (y que
ahora desaparece) como la Col·lectiva…
Suponemos que no es una respuesta ortodoxa,
pero para la realidad de siete socias de la
cooperativa nos ha costado encontrar uno que
nos represente a todas, ¿cómo hacerlo para
toda una ciudad?”.

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