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LA VISITA

A DEREK Walcott

Éste es el lugar. Las sillas son blancas. La mesa brilla.


La persona ahí sentada mira el brillo del color de la cera.
El viento mueve el aire, repetidamente,
Como para abrir un espacio. «Un espacio para mí», piensa.
Siempre lo atrae el tiempo de la despedida,
Disponiéndose de forma que el dolor —incluso el más
íntimo—
Puede leerse desde lejos. Una larga masa de nubes
Pende sobre el mar abierto con el sol, el poco distinguido
sol, que se hunde tras ella: una versión suavizada
De la historia que se cuenta una sola vez si es verdad, y
siempre demasiado tarde.
La camarera le trae la bebida, que él sostiene
Ante la luz declinante, pero sólo durante un momento.
El arrebol tifie su camisa. Lentamente, el cielo se oscurece,
El viento cede, le vista se vuelve sublime. Su extensión violeta
Parece, en este atardecer sin esfuerzo, más que una razón
Para estar ahí, pues viéndolo parece ella misma un suerte
De felicidad, como si ese sencillo hecho fuera suficiente y
durase.

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