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Los últimos cartesianos:

Lic. Psic. Andrés Irasuste

“La irracionalidad no es la mera falta de razón sino una enfermedad o perturbación de la razón.”
Donald Davidson (filósofo norteamericano)

“Ustedes deben trabajar hasta que cada profesor de psicología, sin


saberlo o a sabiendas, enseñe solo la doctrina comunista bajo el disfraz de ´la
psicología´. Deben trabajar hasta que cada médico y psiquiatra sea un
psicólogo político o un agente involuntario de nuestros objetivos. Deben
dominar como hombres respetados en los terrenos de la psiquiatría y la
psicología. Deben dominar los hospitales y universidades. (...) Con ello,
podrán borrar a nuestros enemigos como a insectos.”
Lavrenti Pavlovich Beria (jefe Soviético de la NKVD)

Presentación del problema:

En este artículo afirmaré 5 cosas muy concretas: 1) que la “teoría de genero” no es


realmente una teoría, dado que no posee asidero científico, sino más bien es un
cúmulo de conjeturas, como mínimo ciertamente discutibles. Entonces, siendo esto
así, 2) el discurso de género es, en verdad, una construcción ideológica, cuya matriz
central es diáfanamente identificable: el neomarxismo que se desprende de la
tradición de la Escuela de Frankfurt y el constructivismo psico-sociológico, el cual es,
a su vez, una expresión -de las más importantes- del “colectivismo metodológico” en
las ciencias sociales y psicológicas. 3) Lo tercero, es que su núcleo operante esencial es
de un “cartesianismo radical”, es decir, los ideólogos LGBTIQ1 se han encargado de
llevar la tesis cartesiana a sus máximas consecuencias, ya no meramente lógicas, sino
existenciales. 4) Lo cuarto, es que todo lo anterior se encuentra en pleno proceso de
implementación cultural a través de mecanismos de ingeniería social y técnicas
psicológicas de propaganda, por lo que los ideólogos y activistas de este tipo resultan
ser auténticos agentes psicopolíticos al servicio de una meta de subversión cultural,
plenamente antagónica respecto a las bases de nuestra civilización occidental. 5) Y, lo
quinto, es que precisamente, lo anterior cumple todos los puntos del programa de la
vieja psicopolítica soviética marxista, la cual se basaba en “métodos duros”, pero la
Nueva Izquierda en Occidente está cumpliendo las mismas metas, ahora con
“métodos blandos”, mucho más eficaces,2 llevando a cabo una lucha cultural
mediante métodos de persuasión de masas y de un “socialismo de ingeniería social”.

1
“Lesbian/gay/bisexual/transsexual/intersexual/queer & questioning”.
2
Agradezco al Dr. en Derecho, Emiliano Peralta, el haberme sugerido que, no obstante, estos métodos blandos
paulatinamente se endurecen, como ser la inclusión en un registro público de aquel médico que hiciera objeción
de consciencia frente a la práctica del aborto, en el proyecto de ley que finalmente no se aprobó en la República
Argentina.

1
En este artículo, de aquí en más, no me referiré a si acaso la experiencia personal y
psicológicamente subjetiva del individuo que se auto identifica con algunas de las
letras del espectro LGBTIQ es psicológicamente veraz o no, pues este artículo no
apunta a cuestionar procesos psicológicos individuales altamente complejos (los
cuales ameritan mucho respeto y empatía); procesos que algunos de ellos se
corresponden con el fenómeno denominado como “no conformidad de género”.
(Edwards-Leeper, 2018, pp. 129-144)
Se apuntará más bien a desmontar un discurso ideológico y filosófico que pretende
monopolizar la legítima comprensión de tales procesos. Es decir, aquí no se pondrá
en tela de discusión y de juicio a personas, sino a ideas. Por último, y no menos
importante, no es la meta de este artículo plantear abordaje clínico psicoterapéutico
alguno acerca de los individuos comprendidos en el espectro LGBTIQ.

El temido retorno de la biología: ontologías rígidas, esencialismos y tentaciones


fascistas:

Según el escritor italiano (ex eurodiputado comunista y pro LGBTIQ) Gianni Vattimo,
la verdad es un mito, nos asegura a secas. Su visión se halla muy bien condensada en
una obra cuyo título ya es emblemático: Adiós a la verdad. Y he aquí que he decidido
tomarme esta expresión como una afirmación muy honesta del escritor, y
simplemente llegar a la conclusión de que, a Vattimo, escritor pop star del discurso
queer, representante quizás máximo del “posmodernismo blando”, es alguien que
desea deliberadamente desembarazarse de la verdad. Por tanto, sospechamos ya algo:
si alguien afirma manifiestamente desentenderse de la verdad, pero a su vez afirma y
defiende toda una serie de cuestiones a ultranza en calidad de certezas, ¿será entonces
que ese Adiós a la verdad es, en verdad, un Bienvenida la mentira? En su obra del año
2010, el italiano afirma que la búsqueda de la verdad no conviene demasiado, dado
que implicaría al menos dos grandes riesgos: el “platonismo político”, y que por tanto
la “democracia inclusiva” de los pueblos caiga en manos de una “dictadura de los
expertos” en función de premisas ideológicas conservadoras y rígidas. (2010, pp. 20
ss.) Extrañas palabras de quien fue un férreo defensor, hasta hace no mucho, del
régimen bolivariano de Venezuela, ese nuevo totalitarismo del siglo XXI. Y, agrega
Vattimo, no existen hechos, simplemente interpretaciones. Además: "allí donde la política
busca la verdad no puede haber democracia", sostiene firmemente. (2010, p. 29) De este
modo, Vattimo parece sugerir -entre varias cosas- que un enfoque reflexivo basado en
la rigurosidad científica es quizás una amenaza para la conquista de la agenda de
derechos de las minorías LGBTIQ. Con esto, Vattimo ya nos ha revelado casi todo
aquello sobre lo cual un lector pensante e inteligente debería sospechar. Pero
prosigamos.

Veamos otra serie de consideraciones, las cavilaciones ideológicas de la prominente


intelectual feminista, la californiana Judith Butler. ¿Quién es Butler? Ella misma nos

2
lo explica coloridamente: "La única forma de describirme durante mis años de juventud en
Estados Unidos es como una lesbiana de bar que se pasaba el día leyendo a Hegel y la noche en
un bar gay que ocasionalmente se convertía en bar 'drag'". (Butler, 2010, p. 301) Esta
ideóloga y pop star del feminismo de fines de siglo, nos dice a su vez que ella
problematiza el género “desde las ruinas del Logos” (lo que sea que eso signifique)
(2011, p. XIII), y que el enfoque biológico sobre la sexualidad nos haría y nos hace caer
en oscuros “esencialismos” que nos conducirían a una visión “heterocéntrica” de la
sexualidad; ergo, sería mejor cuidarse de ello, pues detrás vendría todo el bagaje de
asimilación de “normas hegemónicas” acerca del sexo y sus despliegues
performativos. (2011, pp. 58-80) Ya en una obra de los años 90s que la lanzó al mundo
de la fama académica occidental -Gender Trouble: Feminism and the subversion of Identity-
, Butler postula algo muy curioso y que es clave: que el sexo biológico es, quizás, ya género.
Esto significa que incluso la dimensión biológica, más que una facticidad natural, sería
una “interpretación”, sometida al dispositivo de la sexualidad diseñado por la
civilización occidental y moderna, expresión de una remanencia de dos mil años de
cristianismo y de una burguesía capitalista y conservadora que a Butler -desde luego-
no le agrada demasiado, a pesar de operar académicamente desde un país capitalista
por excelencia como EE. UU. En otras palabras, no sólo el género no se derivaría del
sexo biológico (siendo así una somera “construcción social y simbólica”; casi un mero
acto de lenguaje), sino que además el sexo mismo queda puesto entre paréntesis en su
ser biológico natural, es ya una “gendered category”, afirma. (1990, pp. 6 ss.) En otra de
sus obras, Deshacer el género (2010), sostiene que asumir planteos de este tipo es un
compromiso con una “democracia crítica” (2010, p. 63). Butler aspira a “deshacer” el
género, precisamente, porque lo concibe como un dispositivo sociocultural, propio de
la civilización occidental, capitalista y cristiana a través del cual se produce y se
somete a una normativa lo masculino y lo femenino. (2010, p. 70). Entonces, en vistas
de que, a Butler, autoproclamada activista social e intelectual del lesbianismo político
queer no le agrada para nada todo ello, será que en el espíritu de estos planteos habrá
que deconstruir y desnaturalizar todo lo antedicho. Tal como un niño caprichoso, cuando
algo no gusta se lo ha de deshacer, como si el sujeto humano se tratase de construcciones
de juegos de LEGO, combinando partes extra partes. En verdad, eso que suele ser
llamado “teoría de género” es más bien una “teoría” sobre una suerte de ingeniería
inversa3 del sexo biológico y del Yo psicológico, edificado este a partir del primero,
para un posterior desarme cultural, psicológico y hasta ontológico del sujeto. Si no
entendemos esto, no estamos aprehendiendo el genuino sentido de estos planteos. No
se trata de proponer equis género, sino de deshacerlo para que, finalmente, haya tantos
como ninguno (si bien Butler no dice esto).

3
Utilizamos metafóricamente esta noción de la ingeniería, la cual, según una búsqueda primeriza en
Google consiste en: “La ingeniería inversa es el proceso llevado a cabo con el objetivo de obtener información
o un diseño a partir de un producto, con el fin de determinar cuáles son sus componentes y de qué manera
interactúan entre sí y cuál fue el proceso de fabricación.”

3
Se puede ir aún un paso más allá y pertenecer al ala extrema izquierda del feminismo
(esto aún era el centro), como la fallecida ideóloga estadounidense Andrea Dworkin.
Para esta escritora radical, autoproclamada homosexual y llamativamente jacobina y
rabiosa -una verdadera y comprometida activista “femibolchevique”-, si la mujer
desea al hombre es porque nuestro supuesto sistema dominante patriarcal en el que
vivimos la “entrena” y adoctrina para que desee el Falo, incluso "metafísicamente",
afirma. Siendo esto así, el matrimonio es aquel dispositivo represor, aquella instancia
del dominio patriarcal en la que se fuerza mediante el coito a la mujer a que esta sea
portadora utilitaria de la prole al servicio de la especie, siendo el coito entre hombre y
mujer lisa y llanamente un “acto fascista” (sic).4 Pareciera que la heterosexualidad,
finalmente, fuera concebida como un lavado de cerebro hetero-sexista del cual habría
que liberarse. Como en intelectuales de este calibre es casi imposible distinguir entre
lo forzado y lo que no lo es entre las interacciones hombre/mujer, por momentos
pareciera que Dworkin sugiere que el embarazo dentro del matrimonio es una suerte
de acto forzado, ergo una violación (así sea deseado), legitimada y legalizada por el
patriarcado y la consecución estructural profunda de sus oscuros intereses, aunque
con “la bendición de Dios y del Estado”. (1986, pp. 81 ss.)

O, lisa y llanamente, se puede hacer como la columnista del periódico progresista The
Guardian -Julie Bindel-, y afirmar que los hombres heterosexuales deberíamos ser
enviados a “campos de reeducación” (manera eufemística de decir: campos de
concentración).5 No es que deseemos hacer énfasis en preconceptos y estereotipos,
pero como muy bien observaba ya en los años 70s Murray Rothbard en EE. UU.: “Ser
acusada de lesbiana solía considerarse una envenenada calumnia chauvinista y machista contra
la mujer liberada. Pero en las cada vez más numerosas publicaciones de las nuevas feministas
hay una abierta y creciente reivindicación de la homosexualidad femenina.” (2000, p. 146)

Una de las cosas que están muy claras es que, como mínimo, a ninguna de estas
corrientes (o más precisamente, las distintas facciones de la misma corriente, un ala

4
Es de destacar que en el psicoanálisis postfreudiano varias décadas antes (años 30 y 40), como ser en Melanie
Klein, ya encontramos curiosas interpretaciones en este sentido. Inigualables son las páginas (verdaderamente
delirantes) de “interpretación psicoanalítica” de casos clínicos como el del niño Richard, quien dibujaba barcos y
estrellas de mar, y quien según Klein, al confeccionar sus dibujos, concebía el espacio de la hoja en blanco como
la territorialidad del cuerpo de la madre, a la cual invadiría identificándose con “Hitler-padre-malo” y con el Falo
invasor/destructor, dado que del otro lado del espacio del dibujo estaría la “amenaza de los rusos”, despertando
ansiedades paranoides en el frágil Yo del pequeño Richard, para lo cual adoptaría estas estrategias psíquicas
identificatorias de defensa; agresividad que se podría inferir de ver apretujar la mandíbula al niño mientras estaba
dibujando, etc. Así, Richard, en tanto pequeño varón, ya poseería una conformación fascista en potencia de su
libido, identificado con un presunto pene destructor y sádico hacia la madre. Véase: Klein, Melanie (1945). El
complejo de Edipo a la luz de las ansiedades tempranas. (pp. 303-347) En: Obras Completas de Melanie Klein.
Contribuciones al psicoanálisis. (1975) (Vol. 2) Buenos Aires: Paidós & Hormé.
Quizás al lector le sirva el detalle de que un posible hilo conductor y de unión entre una figura europea como
Klein y las neofeministas de los años 70 (y subsiguientes) es su identidad y filiación judeo-ashkenazi (Dworkin,
Butler, Firestone, etc), así como su obsesión con la figura de Hitler y el nacionalsocialismo.
El psicoanálisis postfreudiano decantó en los EE. UU. en la denominada escuela de la Ego Psychology, la cual
inundó las Universidades por décadas, hasta el sano triunfo del conductismo y de la revolución cognitiva.
5
Véase el reporte de Paul Joseph Watson (12/09/15): https://www.youtube.com/watch?v=Y1JQUG7doCE

4
“moderada”, socialdemócrata de rostro menchevique, y otra radicalmente jacobina y
bolchevique)6 rechazan el más mínimo abordaje científico en la materia, pues en sus
cogniciones mentales profundamente distorsionadas, temen que un oscuro
patriarcado capitalista, una suerte de ente supra estructural, utilice esto para negarles
y aplastarles. Es como si se deseara evitar el saber científico, puesto que con él a
alguien se le podría ocurrir efectuar una Konservative Revolution. Curiosa actitud de
quienes se identifican con la diosa Razón portando la bandera de la revolución
francesa. ¿O será que quizás podríamos terminar muchas y muchos en el patíbulo de
la tiranía de una mono-democracia unidimensional y transqueer?
Claramente, la conspiranoia y la paranoia se conjugan en el espíritu inquieto y agitado
de estos voceros atormentados, cuya consciencia flota en la espuma barrosa de la
marea en receso del Mayo del 68. Pero nosotros aquí no le tenemos miedo a la ciencia,
sino que por el contrario la anhelamos, y consideramos que procurar el pensamiento
científico constituye un hábito de salud mental que nos ayuda a evitar desvaríos
ideológicos, los cuales pueden conducirnos a grandes desventuras vivenciales y
naufragios existenciales evitables.

¿Ciencia o ideología?

“Lejos de estar en blanco, la hoja mental del recién nacido está encriptada.”
Walter Mischel (psicólogo norteamericano de Stanford)

Una teoría científica no es un conjunto nimio de afirmaciones que simplemente


puedan resultan atractivas y deseables. El quehacer científico no es una expresión de
deseo. Una teoría científica debe reunir algunas características: una articulación
sistemática de conocimientos sobre algún objeto de estudio, así como del mundo
empírico registrable. Habiendo partido de hipótesis a ser comprobadas y/o de
axiomas, las premisas de una teoría científica deberían poder, no sólo explicar, sino
predecir hechos y fenómenos de manera deductiva y analítica. Una teoría,
naturalmente, no es un sistema de conocimiento total, perfecto y ya dado para
siempre, pues la ciencia es un quehacer afortunadamente siempre abierto a la
investigación. Pero de no cumplir requisitos mínimos ya mencionados de rigurosidad
metodológica, no podemos afirmar en absoluto que una teoría tenga significación
empírica y científica de valor. (Ruse, 2008, p. 1084). Para producir teorías científicas,
incluso para adherir a ellas, es necesario abandonar posturas emotivas y sensibleras
que puedan estar reforzando nuestras creencias disfuncionales previas, que suelen ser
irracionales, infundadas y profundamente sesgadas. Un problema aun mayúsculo, es
cuando en nombre de la ciencia se defienden concepciones que son muchas cosas,
excepto científicas, resguardadas del más mínimo contraste con la evidencia empírica.

6
Y la historia del siglo XX, en la pugna entre socialdemócratas y bolcheviques radicales, nos enseña quienes
siempre ganaron las revoluciones en la coyuntura de la hora decisiva...

5
¿Qué es lo que se nos plantea como noción ciertamente “académica” acerca del
“género”? Veamos algunas definiciones, extraídas de fuentes que podemos considerar
académicamente confiables. La Enciclopedia Oxford de Filosofía plantea que el género
connota que se trata de un término introducido por “las feministas” (sic), para que los
“aspectos sociales” que implican las diferencias sociales no sean “olvidados”. “Mujer”
y “Hombre” -dice- serían conceptos “determinados socioculturalmente”, implicando
diferencias en el posicionamiento social. (2008, p. 489). El Diccionario Oxford de
Psicología, por otro lado, nos plantea que el género consiste en un término introducido
por la “psicología feminista” (sic), y que consiste en atributos conductuales, culturales
y sociales asociados al sexo biológico. (Colman, 2009, p. 309) La Enciclopedia Corsini de
Ciencias Conductuales meramente enfatiza que los roles de género son aquellos que la
sociedad espera acerca de los masculino y de lo femenino, acerca de la apariencia,
rasgos de personalidad, emociones, intereses, ocupaciones y habilidades. (Craighead
& Nemeroff, 2004, pp. 390-392) Como vemos, las nociones académicamente confiables
ya se hallan, de alguna manera, subsumidas en gran parte a planteos como los de
Butler.

Precisamente, las feministas aducen que nuestra sociedad, basada en relaciones


socioculturales y de producción injustas e inadecuadas, imprimirán en cada individuo
que nace y que luego obtiene una crianza el reflejo de estas, cual tabula rasa que
meramente refleja el orden social hegemónico. Y aquí es donde entran a jugar ciertas
nociones interesantes, como la de tabula rasa (blank Slate).

Permítame plantearle, estimado lector, un sencillo razonamiento: el ser humano que


todos conocemos, perteneciente al género homo y a la especie sapiens, al orden de los
primates y a la clase de los mamíferos, posee alrededor de 350 mil años sobre el planeta
Tierra. Su genoma comparte aproximadamente un 98% de similitud con el Pan
troglodytes, es decir, el chimpancé. (Diamond, 1992, Kindle loc. 2 ss.) Esto no debiera
ofender a nadie, y no fue Darwin el primero en darse cuenta de ello como creen
algunos reaccionarios. Ya el médico heleno de la Antigüedad, Galeno, al diseccionar
diversos animales se dio cuenta de la enorme similitud entre el humano y distintos
tipos de monos en la forma de sus huesos, vísceras, arterias, venas y músculos.
(Diamond, 1992, Kindle loc. 279)

Entre los últimos 30 y 50 mil años, el Homo Sapiens no sólo se cruzó con otra especie
similar, el Hombre de Neanderthal (de quien adquirió por mestizaje entre el 1% y 2%
de sus genes), sino que posiblemente se haya enfrentado al mismo, o quizás haya
contemplado la lenta extinción del enigmático Neanderthalensis bajo presiones
ambientales selectivas que este no pudo superar. Sea como sea, del total de su
existencia biológica sobre este planeta, si tomamos los últimos 10 mil años con el
nacimiento de la domesticación de animales y plantas como inicios de la civilización
humana (fecha arbitraria pero referencial), digamos que el hombre, del total de su

6
existencia como especie sólo posee un 2,8% de historia “civilizada” desde los albores
de la agricultura y la ganadería. A su vez, si tomamos los últimos 2 mil años de historia
-que se identifican con eso que denominamos occidente y la cristiandad- el porcentaje
sólo nos dará 0,5 %. Y, si tomamos la ideología de género, que digamos se desprende
de una serie de ideas de los últimos 60 años, el resultado es 0,017%. Es decir, se desea
replantear y hasta reformar la naturaleza humana de la especie con ideas que
representan el 0,017% de la existencia humana como especie biológica sobre este
planeta. Enseguida, un progresista sensible (un lector imaginario de estas líneas)
podría reaccionar ante este razonamiento nuestro, y aludir asociaciones emocionales,
como que la esclavitud también fue lo usual durante mucho tiempo, y que logramos
evitarla a partir de una serie de ideas morales y filosóficas reformistas apenas más
antiguas que la ideología de género. Falacia: la esclavitud humana es un fenómeno
basado en creencias morales e ideológicas. La sexualidad pertenece a la órbita de la
evolución biológica, frente a la cual la ideología poco poder tiene. Como dijo alguna
vez el biólogo evolutivo de Harvard, Edward Wilson, las leyes de la genética no se
deciden en los parlamentos ni en las asambleas.

Los grandes ítems de la sexualidad, como las emociones, la atracción, el coito, la


reproducción, formas de apareamiento, los sistemas de alianzas y de organización
familiar, dependen de un 2,8% de historia cultural, y todo el resto de la evolución de
la especie. Si el homo sapiens construyó su sexualidad en el lapso de ese 2,8% de
tiempo, la biología construyó otro tanto, bastante mayor, a decir verdad. Plantear una
sexualidad de diseño (como lo hace la ideología de género), como mínimo, ameritaría
la mayor de las prudencias y el más grande ejercicio analítico y de sabiduría reflexiva
de nuestra parte. Pero lo que vemos en las calles y en los medios son activistas
enardecidos de histeria, que no están tan interesados en la tarea del pensamiento
responsable, sino en la quema de Iglesias, en la violencia disruptiva antisocial, en
conductas llamativamente escatológicas, y en algunas parafilias sexuales como el
exhibicionismo o la defecación y la micción en los altares de las Iglesias.

Nuestro lector progresista sensible imaginario perfectamente también podría decir:


“¿Y a mí qué me importa la evolución y la biología? ¡Al diablo con todo eso!” Al menos el
lema del Mayo francés era más sensato, aquello de “seamos realistas, pidamos lo
imposible”, dado que en esta ironía antisistema, se reconocía de fondo la imposibilidad
de tales reivindicaciones. Pero nuestro progresista imaginario ha decidido dar un paso
más allá del realismo.

Entonces le propongo, estimado lector, otro razonamiento didáctico: nuestros


ancestros trans-milenarios no poseían un set sociocultural sofisticado (no existía la
teoría de género, ni siquiera la escritura), sino que la cultura apenas (apenas) se hallaba
en ciernes por medio de la confección de agrestes, aunque habilidosas herramientas
(como la lanza de empuje para cazar grandes animales), el empleo del fuego, así como

7
precarias viviendas confeccionadas con piel de animal y madera, indumentarias
precarias pero muy funcionales a las duras presiones selectivas del entorno. No había
libros, y se discute si acaso el hombre de Neanderthal poseía capacidad lingüística (se
investiga a este respecto la función del gen FOXP2 del genoma Neanderthal). Mientras
tanto, una horda de Homo Sapiens (o sea, nuestros antepasados) podían merodear el
territorio. No tenemos del todo claro si cooperaban y se apareaban entre ellos siempre
(en cierto grado lo hicieron) o si se enfrentaban a muerte la mayor parte del tiempo en
la competencia por recursos y territorio. Sabemos, mediante hallazgos antropológicos
y arqueológicos, que hubo un período primitivo de durísimos enfrentamientos entre
tribus y bandas, y en proporción, quizás hayan sido los exterminios más severos y
radicales en la historia de la especie. El mito del buen salvaje es eso: un mito. (Keeley,
1996)

Pero le hago esta pregunta: ¿usted cree que el Homo Sapiens, incluso el
Neanderthalensis, no poseían una sexualidad, una experiencia, una vivencia sexual,
un complejo sistema de apareamiento y de percepción emocional del semejante? El
escritor noruego Varg Vikernes hace una bella recreación imaginaria de aquellos
hombres primigenios:

“El hombre de la Edad de Piedra era tan inteligente como lo somos hoy, pero no sabía prácticamente nada sobre el
mundo en el que vivía. Todo lo que sucedía a su alrededor, incluso las cosas más triviales, era muy aterrador o, en
el mejor de los casos, incomprensible. No sabía por qué el Sol se elevaba y brillaba en el cielo, por qué el Sol se
ponía y desaparecía al anochecer, o incluso qué era el Sol. No sabía por qué aparecían las nubes sobre él o por qué
empezaba a llover. No sabía por qué o cómo se embarazaban las mujeres, o por qué llegaba el invierno. No entendía
el tiempo, la duración de una hora, un día, una semana, un mes o un año. Debido a eso, no sabía cuánto tiempo
estaría ausente el Sol cuando se sentaba en el oeste, ni cuánto duraría el invierno. El Sol era la entidad más
importante para el hombre de la Edad de Piedra. Le dio luz para que pudiera ver lo suficientemente bien como para
juntar comida, junto con la lluvia, lo que hizo que la naturaleza se volviera verde y fértil, dejando una gran
cantidad de crecimientos comestibles, y dio calor para que no se congelara hasta morir. Los períodos en que el Sol
se había ido o había perdido su fuerza se caracterizaban, por lo tanto, por el miedo. ¿Qué le pasaría a él? ¿Volvería
el Sol alguna vez a brillar de nuevo?” (Traducción propia) (Vikernes, 2007, Kindle loc. 134 ss.)

Sabemos que ya el Sapiens poseía un cerebro como el nuestro de hoy, y que el del
Neanderthalensis era aún más voluminoso que el nuestro, cuyas capacidades
cognitivas son aún discutidas (y quizás nunca las sepamos). ¿Cree usted que ambas
especies no eran capaces de apreciar la belleza (sabemos que ambas poseían arte
rupestre), de desplegar conductas ordenadas en función de instintos biológicos, de
poseer una organización y un rango de dominancia territorial, donde el macho
competía por hembras de su especie para procurar la máxima de la selección natural,
esto es, lograr el éxito diferencial en la reproducción y posterior cuidado y
supervivencia de dicha prole? La prueba de esto es que sencillamente -en el caso del
homo sapiens- yo, usted, estamos ambos aquí.

Definamos entonces “instinto”. En primer lugar, el comportamiento (que no es lo


mismo que la conducta) es una respuesta a las presiones selectivas y desafíos del
entorno. El ambiente puede ejercer presión, “moldear” la conducta, pero una

8
obviedad -no tan obvia para algunos-, es que para que las presiones selectivas del
entorno puedan moldear algo, debe preexistir, precisamente, ese algo a ser moldeado.
Existe un elemento desencadenante externo que hace reaccionar al instinto (el
“estímulo-signo”), pero esto no debe ser confundido con el “elemento motor del
instinto” (mecanismo innato), decía ya Nikolaas Tinbergen (ese gran científico de la
conducta) a mediados del siglo pasado (1989, pp. 61-65). Y eso se llama bagaje
biológico. El propio cerebro humano es una adaptación biológica evolutiva altamente
compleja que aprende (conforma asociaciones neuronales, se readapta), pero ningún
sistema biológico puede aprender si su constitución ya innata no está diseñada para
llevar este proceso a cabo mediante los mecanismos necesarios. Si el aprendizaje a
nivel biológico es posible, es porque una serie de instintos son su condición de
posibilidad. Sería imposible aprender una lengua sin las áreas del cerebro ya
biológicamente diseñadas que hacen posible tal aprendizaje. En otras palabras, el
andamiaje básico del comportamiento es innato; el ambiente podrá aportar el
contenido, distintos barnices y matices, así como desafiar la flexibilidad de tales
estructuras innatas, su adaptación funcional. El comportamiento humano de nuestros
ancestros primigenios se hallaba, precisamente, moldeado por la selección natural
para resolver problemas del día a día, como ser lisa y llanamente la supervivencia y
el apareamiento. En síntesis: los instintos son genéticamente innatos, y conducen a
conductas potenciales que permanentemente son puestas a prueba ante las exigencias
del entorno (presiones ambientales selectivas). Los instintos son situacionales, se
encuentran en constante readaptación funcional (no son “fijos”). Se activan frente a
señales y exigencias del entorno, y también señales internas del organismo, y otras
veces se desactivan. (Bronston & Oeijord, 2001)

Un muy buen ejemplo de la naturaleza instintiva del ser humano son las emociones
primarias como la ira, la alegría, la tristeza, la sorpresa, el asco y el miedo. (Birbaumer
& Schmidt, 2010, pp. 712-713) La regulación y modulación básica de estas emociones
primarias corresponde al sistema límbico cerebral, un conjunto de estructuras
cerebrales asentada en millones de años de evolución. El recién nacido, a los pocos
días ya comienza a expresar este repertorio de emociones primarias (de modo
predominantemente facial), que son clave esencial de toda la vida en sociedad y de
toda la comunicación social intersubjetiva posterior en el desarrollo de un individuo.
La prueba de que este set de conductas emocionales es innato y no algo aprendido
visualmente contemplando el rostro de sus cuidadores, es que los bebés ciegos de
nacimiento también lo presentan. (Mercadillo Caballero, 2006, p. 75) Las emociones
son un núcleo esencial y profundo de nuestra sexualidad, y se hallan ya programadas
por estructuras cerebrales cuya filogenia consiste en millones de años de evolución,
allende incluso los mamíferos.

La sexualidad es un patrón de conductas adaptativas que conducen a una forma eficaz


de apareamiento entre los sexos para garantizar el éxito diferencial reproductivo de la

9
especie (lo cual es axial en la teoría de Darwin), y es un aspecto crucial de nuestra
identidad biológica (Moffat, 2017). A diferencia de la inmensa mayoría de los
mamíferos, los seres humanos nos organizamos demográficamente en colonias
biológicas inmensas (ciudades) como las aves marítimas, por ejemplo, las gaviotas,
donde se hallan nuestras colonias reproductoras y nuestras praxis sexuales. A
diferencia de los primates, nuestro modo de practicar la sexualidad requiere de la
intimidad de un espacio privado (la propiedad privada está muy ligada a nuestra
sexualidad, es de orden natural), y la hembra humana7 esconde hasta de sí misma su
ovulación, conminando al desventurado macho a toda una suerte de intuiciones y
azares que gran parte del tiempo fallan en su acierto. Tal como sugiere Jared Diamond,
existe un “enmascaramiento de la ovulación” en la hembra humana. (1992, Kindle loc.
1480 ss.) Sintomático resulta que, desde el Mayo del 68 en adelante hayan proliferado
prácticas públicas y promiscuas (también constatadas durante la revolución
bolchevique del 17) en donde el sexo se transforma en una praxis desligada del espacio
privado y hasta se vuelve en manada -como en las comunas sexuales de los hippies-,
tal como se observa en diversos primates y mamíferos en general ajenos a nuestra
especie.

Enseguida alguien podría aducir que se trata de una definición extremadamente parca
y muy aburrida de la sexualidad humana… Es que no se trata de filosofía sino de
biología; se trata más de ciencia antropológica y de psicología evolutiva y no tanto de
interpretaciones pintorescas en la mente lisérgica de los intelectuales. Gracias a ciertos
mecanismos evolutivos (que no son una opción ideológica ni una creencia metafísica,
sino un diseño de la evolución biológica, insistimos), en el año 2018 yo me encuentro
escribiendo estas líneas, y usted leyéndolas, gracias a que nuestros antepasados
milenarios superaron enormes desafíos, prosiguiendo esquemas y patrones de
comportamiento instintivo altamente específicos y refinados (y que siguen siendo
obvios a pesar de la seducción de ciertas modas ideológicas), es decir, el cortejo y
apareamiento entre un macho humano y una hembra humana. Todo esto, que en
última instancia es hasta obvio en su esencia, es objeto de ridiculización por parte de
intelectuales como Butler, Vattimo, y toda la caterva imaginable de sus inefables
acólitos. Pero lo cierto, pese a quien le pese, es que ellos podrían ser el objeto de chiste
de los más serios científicos, y hasta de la evolución y de la vida misma.

La idea de que el ser humano es una “construcción ambiental” sobre una tabula rasa
ha tenido verdaderos súper campeones de peso pesado, como el paleontólogo Stephen
Jay Gould o el biólogo Richard Lewontin (cuyas teorías no podemos desarrollar aquí),
todos ellos marxistas y rabiosos socioambientalistas de la izquierda posmoderna.
Lewontin, quien, a pesar de ser genetista, llegó a afirmar que la biología es una

7
Para quienes la expresión resulte “chocante”, es menester aclarar que es propia de las ciencias de la biología
evolutiva y de la etología. Varón y mujer, son macho y hembra, respectivamente, dentro de su especie.

10
ideología…y S.J. Gould básicamente se oponía a todo estudio científico de la
antropometría y de la mente humana que no fueran de su agrado ideológico.

El psicólogo evolutivo de Harvard, Steven Pinker, ha realizado una brillante tarea en


el desmantelamiento y refutación sistemática sobre los planteos de la teoría de la
tabula rasa en una obra lúcida y arrolladora, ‘The Blank Slate...’ (2002). Concebir al
individuo humano como tabula rasa es una vieja herencia del tosco empirismo de los
ciernes de la modernidad, que combinado con una ideología marxista hace estragos.
Significa plantear la creencia de que el ser humano nace como un lienzo en blanco que
no posee una naturaleza específica que implique acaso rasgos y predisposiciones ya
existentes, y que, por tanto, serían las relaciones sociales quienes imprimirían formas,
rasgos y tendencias en dicho individuo. Con esto, ya estamos listos para el corolario
de esta nefasta matriz ideológica: si las relaciones sociales que imprimen un tipo de
sujeto sobre dicha tabula rasa es el resultado de relaciones concebidas como injustas
y maléficas, entonces eso no significará otra cosa que luchar contra algo muy
específico: la moderna sociedad capitalista. ¿Se entiende entonces el vínculo que existe
entre el neomarxismo y estas posturas socio ambientalistas que desembarcaron en las
ciencias sociales y la psicología a mediados del siglo XX…? La epistemología en la que
se asienta esta desdichada visión socioambiental de la tabula rasa -identificamos
nosotros aquí- es lo que von Mises denominó muy acertadamente “colectivismo
metodológico”, que no es otra cosa que la pérdida del estudio de la praxis
individualizada del hombre para sustituirla por una concepción en donde los logros
y entes colectivos son colocados a-priori antes que el sujeto individual. Pero la
realidad se constituye exactamente al revés: la conjugación de grandes procesos
sociales y colectivos parten de la acción individualizada de decenas, cientos, miles,
millones de actores: no es el Estado el que ejecuta en concreto al malhechor, sino el
verdugo concreto. La acción siempre es obra de seres individuales; esa abstracción que
llamamos sociedad no es más que un conjunto de individuos. (von Mises, 1980, pp.
78-80) Esto rechina al académico acostumbrado a hablar mucho sobre “lo social”. Sin
embargo, mientras que la ontología del individuo es plenamente identificable (es
empírica), nosotros los tontos praxeológicos -que cometemos el pecado del
nominalismo- aguardamos a que se nos muestre cuál es la ontología de ese ente
llamado “sociedad”.

En nuestro caso a tratar, la concepción de la tabula rasa hace de cada individuo


humano literalmente una nada en blanco, universalmente homogénea, que funcionaría
como superficie de inscripción, en donde presuntas fuerzas “estructurales y
profundas” dibujan una diagramación, un “tipo de subjetividad”. La epistemología
del marxismo es de un colectivismo arrollador; no hay lugar en ella para la mínima
psicología diferencial. Lo curioso, es que son estos sujetos los que se han
autoproclamado voceros y paladines defensores de la diversidad humana.

11
Pero, además, todo esto lleva a sus máximas consecuencias el delirio modernista de
que podemos hacer del individuo humano un producto de diseño mediante ingeniería
social y pedagógica, cambiando a voluntad ciertos parámetros socioambientales que
harán nacer un “mundo mejor” donde habitará un “hombre nuevo”. Si todo innatismo
es rechazado como algo susceptiblemente “fascista y conservador”, entonces, el socio
ambientalismo o socio constructivismo serán el canto de sirena sobre el mundo y los
seres humanos, cuyas construcciones históricas y culturales que dependen de
“procesos sociales injustos” habría que transformar. (Craighead & Nemeroff, 2004, pp.
911-912) Naturalmente, al ser esto así para estos ideólogos, la subjetividad humana
deberá ser liberada de dicho conjunto de relaciones sociales dominantes, lo cual no
significa otra cosa que una postura marxista anticapitalista y revolucionaria. De este
modo, lo esperable es que las organizaciones y grupúsculos que responden a la
ideología de género adhieran al marxismo de todas las horas. Pero, como muy bien ha
dicho Donald Symons, uno de los máximos expertos de la segunda mitad del siglo XX
en conducta y sexualidad, la concepción de la humanidad como tabula rasa es
insostenible, pues va a contrapelo de los hallazgos de la moderna ciencia evolutiva, la
cual muestra la existencia de universales cognitivos y emocionales de los seres
humanos, incluso transculturalmente en diversas etnias humanas. (Symons, 1979, p.
31)

Como es lógico, Steven Pinker llega a la misma conclusión que nosotros: el feminismo
de género, lejos de ser una filosofía liberal, es un aliado del marxismo, del
posmodernismo y del constructivismo social radical en materia de sexualidad con
metas radicales de ingeniería social, y constituye un serio obstáculo para el
conocimiento racional y científico del ser humano. (Pinker, 2002, pp. 341-342)

La acumulación de datos evaluados por la genética comportamental durante la última


década deja cada vez más en claro que la sexualidad humana, como mínimo, posee
una heredabilidad genética moderada, ya sea en sus patrones de atracción de un
individuo hacia otro, así como en rasgos conductuales expresados. Las formas de
estudiar esto se basan en: estudios de gemelos (monocigóticos y dicigóticos), estudios
familiares de pares adoptivos y en estudios de genética molecular. (Dawood, Bailey &
Martin, 2009) En los años 90s, las investigaciones del científico Dean Hamer &
Copeland, luego constatadas por otros como Michael Bailey en el siglo XXI,
demostraron que existen fuertes correlaciones entre la zona cromosómica Xq28 y la
orientación homosexual. Es decir, esta región cromosómica Xq28 se trataría de una
porción de material genético dentro del cromosoma X aportado por línea materna
(porción cromosómica que contiene cientos de genes), la cual es revelada a la luz de
estas investigaciones como inequívocamente ligada a la conducta homosexual. (Hines,
2004, p. 105) La región cromosómica Xq28 podría ser la responsable de la síntesis de
una proteína específica vinculada al nacimiento y muerte de las neuronas de la zona
anterior-hipotalámica INAH3, así como de su afluencia hormonal. (Hamer et al., 1994,

12
p. 163) Por otro lado, si miramos la otra veta, la “ambiental”, ya se halla plenamente
constatado que, durante el desarrollo intrauterino, el cerebro del hombre y de la mujer
no son idénticos al momento de nacer, debido a distintos procesos de sexuación
cerebral por influjos hormonales prenatales acorde marca su genética.

Durante 5 minutos, en 2015 parecía que esta visión finalmente había llegado a su fin.
Un estudio llevado a cabo por científicos de Tel Aviv, afirmaba que deberíamos
descartar que el cerebro de varones y mujeres pertenezcan acaso a categorías distintas.
(Joel et al., 2015) Tras estudiar el cerebro en actividad mediante técnicas de
neuroimagen de varios hombres y mujeres, estos científicos afirmaron que la creencia
de que existen dos tipos o dos clases de cerebros, masculinos y femeninos, debe ser
dejada de lado, dado que cada cerebro es un mosaico único de actividad, pudiendo
presentar el cerebro de un hombre similitudes con la actividad del de una mujer. Lo
curioso, es que a pesar de afirmar esto en términos de funcionamiento captado por
neuroimagen, estos científicos no dejan de afirmar, a su vez, que existen diferencias
estructurales entre cerebros masculinos y femeninos. (Joel et al, 2015, p. 15472) Algo
suena quizás contradictorio, o puede que no tanto, dado que una cosa es el cerebro en
actividad y otra su respectiva estructura.

En 2018, la prestigiosa editorial científica Springer publica los resultados de Douglas


Dean et al., quienes estudiaron el neurodesarrollo de más de 100 niños mediante
neuroimagen de alta resolución estructural por resonancia magnética, encontrando
que ya al mes 1 de vida, los cerebros masculinos y femeninos presentan importantes
dimorfismos sexuales, asimetrías y diferencias de volumen, siendo los cerebros
masculinos por ejemplo más voluminosos. (Dean et al., 2018) Se ha estudiado bien,
asimismo, en monos Rhesus, y también en humanos que por factores naturales
(madres con hiperplasia suprarrenal congénita) han quedado expuestos a una
hormonización anormal en el desarrollo intrauterino – un evento que produce una
sexuación cerebral embrionaria y fetal cuyos efectos se manifestarán al despertarse la
pubertad-, alterando esto los juegos y roles entre los sexos, la elección del tipo de
juguetes, la regulación emocional de la agresividad, incluso la elección de pareja. Las
niñas que quedaron expuestas a altos niveles de andrógenos en la vida intrauterina
mostrarán menor interés en juegos femeninos, como jugar a las madres, son
conductualmente más rudas y toscas, y se expresan desfavorablemente hacia los roles
femeninos estándares de su entorno cultural, como ser el matrimonio. (Symons, 1979,
pp. 286 ss.) (Maestripieri et al., 2005, pp. 70 ss.) (Zucker, 2014, pp. 683 ss.)

Otro tanto puede decirse de los varones quienes intrauterinamente recibieron niveles
anómalos de testosterona, quienes de niños prefieren el juego con muñecas, juegos de
roles femeninos, y que de adolescentes o adultos reportan algunos de ellos una
orientación homosexual (Hines, 2004, pp. 109-129), incluso disforia de género en la
adolescencia. (Zucker, 2014, pp. 683-702) Esto ha sido indagado no sólo en niños de

13
países desarrollados sino en etnias de Brasil, Filipinas, etc. El varón homosexual se
encuentra manifiestamente mucho más preocupado por su aspecto y su vestimenta
que sus pares heterosexuales, por la sencilla razón de que se enfrenta al mismo desafío
de competencia intrasexual y selección intersexual que las mujeres de su entorno: el
ser atractivos para otros hombres, y los mecanismos de filtrado cognitivo de los
hombres no es otro que a partir del aspecto físico. Entonces, un varón homosexual no
es homosexual por ser afeminado, sino que llega a ser afeminado por ser homosexual.
(Symons, 1979, p. 204) Ese gran filósofo que fue Edmund Burke solía decir que el
individuo tiende a ser tonto, pero que la especie es sabia, y que eso que llamamos
“prejuicios” son, a decir verdad, sabiduría acumulada de la especie…

Esto es un duro golpe -y a la vez doble- a la ideología de género: no sólo porque la


causa de nuestros roles no es tan cultural como nos gusta creer, sino porque ciertos
estereotipos culturales no parecieran tan inexactos. Más aún, la existencia de violencia
en la mujer se halla plenamente constatada en ausencia de hormonas andrógenas,
principalmente hacia otras mujeres, vinculada dicha conducta a una competencia por
la territorialidad respecto a un varón dominante, así como por celos hacia ese varón
dominante en tanto objeto de deseo. (Birbaumer & Schmidt, 2010, pp. 739-740)
Conductas de este tipo se hallan presentes ya en diversos primates, que van desde el
sabotaje de unas hembras hacia otras hembras, la seducción de un macho por una
hembra para que este expulse a las hembras no deseadas del territorio, competir por
recursos, hasta la lisa y llana agresión física (de Waal, 1998, Kindle loc. 267 ss.), que
puede culminar incluso en muerte y canibalismo. Esta conducta se denomina
“instigación” en la primatología. El eminente primatólogo Frans de Waal afirma que
pasajes enteros de Maquiavelo podrían aplicarse a la organización social de los
chimpancés. (de Waal, 1998, Kindle loc. 80) Y nosotros, los Sapiens, somos primates
también. Quizás las neo feministas deberían revisar sus relatos a la luz de la ciencia
auténtica. ¿La violencia es unilateral del hombre hacia la mujer? Permítasenos dudar.

Se halla constatado científicamente de manera transcultural (grupos étnicos que van


desde tribus de Brasil, tribus nigerianas y de la India), que niños y niñas responden a
patrones particulares de conducta, incluso más allá de pretendidos modelos de
crianza. Los niños, más hábiles en tareas visuoespaciales y visomotoras, se ven
atraídos hacia los movimientos de objetos mecánicos más que las niñas poco después
de nacer. Durante el resto de la vida, esta inclinación a una mayor inteligencia visuo-
espacial (en general), tenderá a determinar incluso preferencias laborales en la
adultez. Esto se aprecia claramente en un país como Noruega, considerado uno de los
más equitativos del mundo en brecha de género, y en donde a pesar de todo, la

14
inmensa mayoría de los hombres escogen libremente profesiones como la ingeniería,
la mecánica y la construcción, y las mujeres la enfermería o las artes. 8

Es que, tal como ya se constata en el cerebro observado de los primates fósiles, el


incremento y desarrollo de las áreas visuoespaciales indica una clave en la evolución
primate, y en el homo sapiens representó el “camino sensoperceptual” dominante,
clave en la elaboración de herramientas y utensilios para la supervivencia (la caza,
exploración territorial, la lucha entre bandos, etc.). Para esto se requirió una alta
especialización visomotora. (Mercadillo Caballero, 2006, pp. 68-70) La psicología
evolutiva científica, basada en el estudio de diversas etnias, viene incluso a desafiar la
creencia de que la percepción de la belleza sea acaso una construcción cultural como
solemos creer: en muy diversas culturas, niños y niñas de doce meses de vida se
sienten atraídos a jugar con muñecos cuyos rasgos son armónicos y no inarmónicos,
incluso aunque se trate de experimentos interraciales. Quizás la percepción de la
belleza responda más a una suerte de Gestalt innata que de aprendizajes culturales
condicionados. Muchas cosas que solemos hacer y que asociamos meramente con
nuestra cultura, como pintarse los labios y las mejillas, o el utilizar ropas ajustadas, no
hacen sino reforzar la percepción de caracteres sexuales secundarios, claves visuales
en el cortejo animal también en primates. En los distintos sistemas de apareamiento
entre machos y hembras humanos, los machos privilegian la juventud y lozanía de la
hembra humana, dado que ello implica mayor fertilidad y mayor percepción de salud
reproductiva para una descendencia sana. (Symons, 1979, p. 201) Las feministas se
horrorizan de que en culturas tradicionales allende Occidente (como el Islam) los
hombres escojan jovencitas. No obstante, antes de la llegada de los modernos
antibióticos, el promedio de vida de los primates humanos no iba mucho más allá de
los 35 años. Desde una perspectiva evolucionista tiene mucho sentido.

La hembra humana, por otro lado, se halla dotada de finos mecanismos de evaluación
perceptual acerca del rango de dominancia del macho humano dentro del grupo, sus
cualidades corporales como la simetría y la fortaleza, así como su capacidad de ser un
protector y un proveedor de recursos esenciales para ella y su descendencia. (Buss,
2016, pp. 287 ss.) Tejer alianzas con el macho dominante en la coyuntura adecuada
(algo ya observado en los simios superiores), es fundamental para evitar agresiones
de otros machos, así como también de las hembras que compiten entre sí por dichos
machos, y el poder acceder a los recursos controlados por dicho macho
protector/proveedor. (Mercadillo Caballero, 2006, pp. 92-93)

Esto se llama evolución en respuesta a la selección natural de las especies; la


consolidación de respuestas adaptativas es el resultado de confrontarse a las presiones
selectivas del entorno. (Maestripieri et al., 2005, pp. 13 ss.) Se observa en los primates

8 Véase el documental noruego: “Lavado de cerebro: la paradoja de la igualdad.” Recuperado de:


https://www.youtube.com/watch?v=xi40knT1mKs

15
y simios superiores, y se observa en el primate humano. La alianza entre sexos de la
especie, basada en cualidades y patrones conductuales específicos propios de cada
sexo facilita una eficaz “tasa de inversión parental”, concepto perteneciente a Trivers,
el cual refiere al grado de tiempo, energía, recursos y riesgos invertidos por los
progenitores para intentar garantizar la exitosa supervivencia de su descendencia.
(Symons, 1979, pp. 30 ss.)

Y esto no gusta a los ideólogos de género, naturalmente, pues poseen la creencia


irracional de que la sexualidad humana es una suerte de opción ideológica en la que
sobre una tabula rasa se construyen desde cero los roles que hacen a los sexos, lo cual
es meramente un dogma anticientífico. La historia milenaria de la especie y todo lo
que estamos conociendo científicamente sobre ella no acreditan estos planteos. Hubo
un tiempo en donde grandes científicos de la conducta, como Nikolaas Tinbergen,
tenían en claro que la etología debería constituirse en una rama primordial adjunta de
la sociología (Tinbergen, 1989, p. 19) Por desgracia no fue escuchado, pues triunfó el
socio-ambientalismo, el cual viene preñado con la maldición del marxismo ideológico.

Ya desde los años 90s, se ha venido constatando por especialistas como el


neurocientífico Simon Le Vay (2011), y luego reexaminado ello por Melissa Hines y
colaboradores (Hines, 2004, pp. 205 ss.), un genuino nexo de correlaciones (he dicho
correlación y no causalidad) que existe entre la zona denominada INAH3 en el sistema
límbico humano -concretamente el hipotálamo-9 y la orientación sexual, y más
recientemente con la propia autopercepción corporal. Hacia 2016, Michael Bailey y su
equipo de científicos (a la vanguardia en los estudios de genética comportamental y
de la sexualidad humana en Norteamérica), se atreven a afirmar que existen más
indicios de causas no-ambientales respecto a la sexualidad humana que causas
ambientales. (Bailey et al., 2016, p. 46) Suena disparatado, pero quizás no lo sea en
absoluto. Un poco antes, los científicos Bao & Swaab (2011) ya habían afirmado como
resultado de su investigación neurocientífica que no existen evidencias de que el
entorno social posnatal juegue acaso un rol crucial en definir la identidad de género,
así como la orientación sexual. Afirman: “During the intrauterine period, gender identity,
sexual orientation and other behaviors are programmed in the brain in a sexually dimorphic
way. The human fetal brain develops into the male direction through a direct action of
testosterone and in the female direction through the absence of such an action.” (Bao & Swaab,
2011, p. 223) (“Durante el período intrauterino, la identidad de género, la orientación sexual
y otras conductas se programan en el cerebro de una manera sexualmente dimórfica. El cerebro
fetal humano se desarrolla en la dirección masculina a través de una acción directa de
testosterona y en la dirección femenina a través de la ausencia de tal acción.”) También lo
confirma el prestigioso neurocientífico de la Stanford University, Robert Sapolsky,
quien afirma que existe una similitud entre el cerebro transexual y aquel de cuyo sexo

9
El hipotálamo es una estructura reguladora central de conductas como la agresión y el sexo, además de vincularse
a la liberación de hormonas y la regulación de la temperatura corporal y de las vísceras.

16
biológico se identifican y auto perciben estos individuos, concretamente las
conexiones entre la stria terminalis y el hipotálamo, así como en el tamaño de esta
región y sus circuitos neuronales. (Sapolsky, 2015) Similar planteo ya había sido
manejado, asimismo, en los años 90s por Simon Le Vay (2011). Otro científico, Thomas
Bevan, habiendo recopilado datos de muchos estudios de gemelos, llega a la
conclusión de que la heredabilidad de la condición transexual es entre moderada y
alta, por lo que su base es plenamente biológica. (Bevan, 2015, pp. 80 ss.)
Reproducimos a continuación una pequeña tabla de la fuente citada:

Hacia el año 2014, investigadores como Daniel Klink y Martin Den Heijer, se atrevían
a afirmar que el cerebro es el sustrato anatómico de la identidad de género, y que la
disforia de género posee componentes genéticos acorde a diversos estudios de
herencia, entre los que aparecen citados los de Michael Bailey. Al igual que Sapolsky,
dichos investigadores confirman el dimorfismo de la región INAH3 en sujetos trans.
(Kreukels et al., 2014, pp. 25-51)

Evidentemente, la experiencia de malestar y de distorsión perceptiva del individuo


transexual para nada consiste en un cúmulo de caprichosas fantasías ni de extrañas
ocurrencias: se trata de una experiencia fehaciente con bases biológicas. Jamás hemos
puesto en duda el pathos de estos individuos. Lo que ponemos en duda es la teoría de
ciertos colectivos y activistas de la cultura, y los usos políticos de la misma. Quizás su
teoría no sea la más acertada, y sus anhelos políticos no sean tan nobles.

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“Qué estúpidos me parecen los socialistas con su optimismo estúpido en el ‘hombre bueno’,
que espera bajo el bosquecillo el día en que se suprima
el ´ordenamiento´ anterior y se suelten todos los ‘impulsos naturales’.”
Friedrich Nietzsche, § 217 (filósofo germano)

Marxismo para dummies: el homo queer.

Muy acertadamente ha reflexionado el Dr. en Psicología Steven Pinker de que la teoría


de la tabula rasa es ampliamente funcional al feminismo de género: si nada fuera
innato, entonces las diferencias entre sexos tampoco lo son, revelando así la existencia
de un Buen Salvaje, cuya expresión dependerá de si cambiamos o no nuestras
instituciones socioculturales. (2002, p. 339) Pero como ya hemos visto, no sólo no hay
igualitarismo entre la naturaleza masculina y femenina -hay diversidad-, sino que
además jamás hubo buen salvaje. Se trata de meras ficciones modernistas.

Que la Unión Soviética y el muro de Berlín cayeron, que el Telón de Acero no existe
más (siendo hoy países como Estonia y Polonia ricos, capitalistas y prácticamente
desarrollados), y que hasta Corea del Norte está abriendo (muy lentamente) su
economía, no son precisamente novedades sino facticidades, que no obstante algunos
parecen obviar a menudo. Con un legado de 100 millones (o quizás más) de
individuos exterminados por ejecución, hambruna sistemática o trabajos forzados en
el Gulag (red de campos de concentración para trabajos forzados), el socialismo real
(el único existente, el único que importa analizar) parecía despedirse para siempre de
la historia en los años 90s, amén de Cuba (de quien ya nadie habla, y a cuyo dictador
la historia finalmente no absolvió). El socialismo real, impuesto siempre por la fuerza
totalitaria y represiva de arriba-abajo, no solo había perdido absoluta legitimidad en
el campo de las ideas económicas, sino que toda una generación de “nuevos
progresistas”, en países como Francia o EE. UU., parecía posicionarse -en apariencia-
, más allá del marxismo. Traigamos a colación, a efectos de muestra, las palabras del
muy afamado intelectual neo-izquierdista Michel Foucault ante la prensa, allá por los
años 70s: “¡Que no me hablen más de Marx! No quiero volver a oír hablar de este señor nunca
más. (...) Para mí, Marx es asunto concluido, se acabó”, vociferaba el francés en genuina
catarsis emocional y nerviosa. (Eribon, 2004, p. 328) Toda una nueva generación de
“intelectuales”, que van desde Michel Foucault y Jean F. Lyotard a Jacques Derrida,
Gianni Vattimo y Judith Butler (entre tantísimos otros), se presentaban y se presentan
a sí mismos con una fragancia renovada y oxigenada, así como algunas nuevas
muletillas lexicales a la moda que nos hacen eco aun hoy: “deconstrucción”, “sujeto”,
“postverdad”, “enunciados”, “relato”, “desnaturalizar”, “ontologías rígidas”,
“esencialismos”, “resignificar”, “empoderar”, “patriarcado”, “género” … Estas
palabras claves son las keywords con las que podemos discernir con precisión si
tenemos delante nuestro a un individuo ideologizado con la memética cognitiva del
neomarxismo cultural.

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Sin embargo, detrás de estas nuevas producciones artificiosas, de un novedoso
maquillaje academicista, siempre vamos a detectar un nexo final, arteramente
confeccionado y convergente con los postulados primarios del marxismo de siempre.
Que los revolucionarios se queden sin revolución no significa que dejarán de ser
revolucionarios: irán por su próxima revolución. Rothbard describe bien el pasaje de
la lucha de clases a la lucha feminista de género (nacida en el mundo desarrollado):

“¿En realidad a qué obedece este repentino ascenso del movimiento de liberación de la mujer? Hasta la más
fanática arpía del movimiento feminista reconoce que este nuevo movimiento no ha surgido en respuesta a ninguna
repentina presión de la bota masculina sobre las sensibilidades colectivas de la mujer americana. Por el contrario,
este nuevo alzamiento es una manifestación de la actual degeneración de la Nueva Izquierda, que, una vez
colapsada la parte libertaria de su política, de su ideología y de su organización, se ha desmembrado en formas
absurdas y febriles que van del maoísmo a la Weathermanship, de la colocación de artefactos explosivos a la
liberación femenina.” (Rothbard, 2000, p. 136)

¿Por qué “deconstruir” las “identidades tradicionales” de los “sujetos”; para qué
cuestionar los “roles” usuales de los individuos; en qué sentido y por qué
“desnaturalizar” el “patriarcado”; qué novedad traería “desafectar los cuerpos de las
relaciones hegemónicas de poder”; cuál es el sentido de resignificar y “empoderar” a
las “minorías sociales” …? Porque todo esto es -presuntamente- la remanencia y
problemáticas residuales de los convencionalismos de cierto tipo de sociedad (muy
odiada por las izquierdas) y sus protervos reflejos y efectos de superficie: la sociedad
capitalista, industrial y de consumo, basada en una cierta organización de la familia y
2 mil años de tradición cristiana, en la cual una infraestructura no deseada haría
emerger una superestructura odiada. El escritor francés Jacques Derrida incluso llegó
a hablar de la necesidad de crear una "Nueva Internacional" destinada a producir
nuevas formas efectivas de acción, nuevos “eventos culturales” y nuevas formas de
organización basadas en y para un resurgir del marxismo mesiánico bajo la mirada
renovada de sus planteos deconstructivistas. (Peters, 2001, p. 68) Lo que estos
ideólogos locuaces y sus seguidores no hacen es efectuar públicamente la siguiente
pregunta: si la deconstrucción es necesaria, entonces, ¿qué se apunta a construir…?
¿Acaso una “transhumanidad” …? En la próxima sección veremos cuán importante
es el rol de los intelectuales para esta política.

Todo esto es algo ampliamente desarrollado e iniciado por Theodor “Adorno”


Wiesengrund y sus colaboradores de la Escuela de Frankfurt en la muy significativa
obra Studies in Prejudice, obra de mediados del siglo XX, en la cual, entre otras
cuestiones, se plantea una conjetural explicación sobre la formación de la
“personalidad autoritaria”. Es altamente probable que la hoy vulgar artimaña de la
“reductio ad hitlerum”, es decir, la acusación y señalamiento plenamente irracional e
infundado de “fascista” a todo aquel y a todo aquello que no es de agrado para el
izquierdista de a pie, haya tenido en la antedicha obra su base e inicio intelectual,
desplegada a partir de una tradición de toda una izquierda académica. En el criticismo

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de la Escuela de Frankfurt, sus ideólogos plantean que el “antisemitismo” sería el
núcleo, la conditio sine qua non de toda tendencia antidemocrática, lo cual sería, a su
vez, la proyección psíquica de tendencias destructivas del inconsciente humano.
Tanto el apego hacia los convencionalismos culturales y sexuales, como asimismo el
amor a la patria y a la religión (¿únicamente la cristiana?), así como la identidad
“etnocéntrica”, conformarían el crisol que ostenta un “fascismo inconsciente” propio
de una estructura de personalidad patológica, reflejo a su vez de las relaciones de
producción de la sociedad capitalista industrial. (Adorno, Frenkel-Brunswik,
Levinson & Sanford, 1950). Al creer estos intelectuales poseer el justo criterio de
demarcación de lo sano y lo patológico, no solo asentaron las bases del hábito mental,
del vicio cognitivo izquierdista de la reductio ad hitlerum, sino que, además, habría que
arribar a la conclusión de que los únicos sujetos sanos serán quienes adhieran a los
parámetros neomarxistas de dichos sumos sacerdotes de la nueva izquierda,
quedando expulsada de la órbita de la salud mental todo el resto de la gentil
humanidad. Esta obra de Adorno et al. dejará las puertas plenamente abiertas a otra
de la misma índole y escuela, y aun más divulgada y destructiva: Eros y Civilización,
de Herbert Marcuse, la cual fue uno de los grandes manuales intelectuales de las
juventudes ideologizadas de los años 60s. Básicamente, lo que Marcuse propondrá en
dicha obra es una “nueva relación” entre los instintos y la razón, para lo cual se debería
marchar hacia la disolución lisa y llana de las instituciones que han sido
tradicionalmente funcionales a la hora de configurar las relaciones humanas en el
Occidente clásico: abolir el matrimonio y la familia "patriarcales" basados en la
monogamia. (2002, p. 188 ss.) Condición ineludible para ello: se debe cambiar la
relación entre el eros humano, el deseo y las exigencias de la producción capitalista,
pues en la mente de ideólogos de este tipo, un organismo funcional a la producción
capitalista truncaría su libre expresión de la libido sexual y de su deseo. En otras
palabras, y si asociamos las premisas intelectuales de todo esto con el clima de opinión
y el estado anímico colectivo que se desprenden del mundo post Mayo del 68 (clima
cultural lisérgico, donde todas las promiscuidades se mancomunan para
transformarse en intelectualismo en los templos seculares de la nueva izquierda), una
sociedad sana sería algo así como una comunidad de hippies open minded, donde las
conductas, intercambios e interacción entre los cuerpos estarían socializadas (fantasía
ya esbozada décadas antes por el freudo-marxista Wilhelm Reich, un verdadero
bolchevique de la revolución sexual). Reich tenía la ocurrencia de la “liberación sexual
del pueblo trabajador”, programa ideológico al que denominaba Sexpol, y el cual debía
estar garantizado por un Estado presente que subsidiase la abolición de represiones
sexuales de las personas con dispositivos como prostíbulos estatales. Al lograr esto,
Reich creía que la sanación demográfica del Volk proletario advendría, principalmente
de la juventud obrera alemana, país neurálgico para una revolución Eurocomunista.
Una condición necesaria, según Reich, para esto, era la abolición de la familia
“burguesa patriarcal” alemana. (Reich, 1993, p. 101) Mucho de esto se volvió una
fehaciente realidad durante la República de Weimar, con una verdadera atmósfera de

20
cabaret, drogodependencias, promiscuidades, destrucción de la cultura y destrucción
económica hiperinflacionaria. Como vemos, ciertos discursos y ciertos fenómenos no
son tan nuevos…

El socialismo revolucionario necesita abrazar el socialismo sexual. Además, esto sería


un clima social óptimo para lograr otro efecto, esta vez desde el plano de una
revolución cultural: la ralentización del proceso de producción, ahorro, acumulación
e inversión de capital, por lo que la vieja meta central del marxismo se vería cumplida:
abolir la sociedad capitalista basada en la propiedad privada, el ahorro, la disciplina
para el trabajo eficiente y las crecientes tasas de capitalización que generan mayor
riqueza para una mayor prosperidad. ¿Acaso alguien se imagina, en un ordenamiento
socioeconómico de este tipo, el surgimiento de un Newton, de un Hölderlin o de un
Steve Jobs? He aquí la verdadera veta esencial y última de la “Nueva Izquierda”, la
cual, en rigor de verdad, sigue siendo la de siempre, es decir, vieja izquierda, aunque
con nuevos aditamentos fraguados en el esnobismo de las academias cooptadas para
ser verdaderos think tanks del marxismo cultural. Entonces, queriendo hacer tabula
rasa de todos los elementos de la sociedad próspera capitalista, la Nueva Izquierda (a
la cual podríamos identificar emblemáticamente con el Mayo del 68) nos sugiere,
sigilosamente, una revolución, pero no ya económica, sino sociocultural, destruyendo
los valores tradicionales. Tal como nos dice el investigador argentino Mario Rapoport:
“Renovar al marxismo de la putrefacción en la que lo tenía olvidado la ortodoxia; hacerlo
esquivo a los dogmatismos partidarios: esas eran las tareas.” (2014, p. 181)

Habiendo descubierto la clase obrera de muchos países las mieles del capitalismo y
del bienestar generado por la creciente tasa de capitalización de la producción en las
economías de libre mercado (y el consecuente aumento del PBI per cápita), dicha clase
trabajadora ya no puede ser constituida como un sujeto de la revolución. Ergo, se
necesitará otro tipo de sujeto revolucionario. Si el homo sovieticus ya no seduce a nadie
(siquiera a los propios militantes izquierdistas), entonces habrá que empoderar a otro
tipo de sujeto, y este no ha resultado ser otro que lo que podríamos denominar “homo
queer”, es decir, el sujeto alineado con las premisas básicas del discurso LGBTIQ, y
que es susceptible de la agitación ideológica en función, no solo de sus rasgos
psicológicos bastante peculiares, sino de cierto estado coyuntural de la cultura. De este
modo, el esquema de la subversión de la sociedad occidental ya no se basa en la
premisa die Wirtschaft ist unsere Schicksal (“la economía es nuestro destino”), idea que
alimentaba la lucha de clases del viejo marxismo, sino que la lucha, precisamente, se
basará ahora en una guerra entre sexos -una sexual Warfare- controlada por el
dispositivo ideológico de género, el discurso LGBTIQ, el cual es detentado en su
monopolio temático por “las minorías sociales” activistas y diversas ONGs. Para
lograr esto, ya no se acuden a los viejos métodos de la lucha de clases que aspiraban a
instaurar la “dictadura del proletariado”, sino a los métodos rosáceos y blandos de
eso que Hans Hermann Hoppe ha denominado “socialismo de ingeniería social”. Este

21
no es otra cosa que la socialdemocracia, la cual reconoce la superioridad económica
del libre mercado, pero impone la premisa de que el socialismo, a pesar de todo, es
moralmente superior. Entonces, esta mutación occidental del socialismo combina un
cierto grado de libre mercado (ello depende del país y la década en cuestión) con un
racionalismo crítico de ingeniería institucional a modo de filosofía social, y un
discurso moral igualitarista que promete libertad en la nivelación colectiva. (Hoppe,
2013, Kindle locs. 2040 ss.)

El marxismo -aunque esté renovado- solo puede funcionar en una sociedad cuyo
estado permanente es el conflicto, y precisamente, la génesis de la conflictividad social
deja de ser la lucha de clases para pasar a ser la lucha de “minorías oprimidas”. Esto,
no es otra cosa que lo propuesto por el ideólogo neomarxista Herbert Marcuse hace
ya varias décadas: “el socialismo feminista tendrá́ que fundar y desarrollar su propia moral,
que deberá ser otra cosa, más que la mera negación de la moral burguesa". (Marcuse, 1983, p.
26) En esta nueva fermentación generacional posterior a la segunda mitad del siglo
XX, en este nuevo cultivo de diseño ideológico, se conjugarán, paulatinamente, los
nuevos sectores demográficos autopercibidos como “oprimidos del sistema” a ser
empoderados, a ser tomados como objetos de la nueva ingeniería social. Si bien el
nuevo feminismo es su rostro más artero y jacobino, este nuevo corpus revolucionario
se compone de diversos tipos de colectivos: minorías raciales, individuos
drogodependientes, prostitutas, agitadores disociales de todo tipo (propensos al
acting out violento), desempleados, marginales religiosos y homeless people. Si el viejo
marxismo pretendía empoderar al conjunto demográfico productivo y disciplinado
como sujeto activo de la revolución comunista, el nuevo marxismo intenta empoderar
a los conjuntos demográficos improductivos, una suerte de Lumpenproletariat que
opere como agente de la subversión sociocultural también para la construcción de un
nuevo hombre: el homo queer. Pero el puño señero de este proceso de transformación
sociológica será el neofeminismo de tercera ola. Y agrega Marcuse: “Para conseguir la
igualdad de derechos (...) el movimiento feminista tiene que ser también agresivo. (...) igualdad
de derechos no es todavía libertad.” (1983, p. 18) En otras palabras, esto no culmina con la
obtención de logros de equidad civil. Habrá más. Tendremos noticia de inefables
revueltas, conductas antisociales escatológicas, agresiones extremas y tristes, extrañas
legalizaciones (otrora consideradas parafilias sexuales), discursos unidimensionales y
una verdadera dictadura del pensamiento controlada por una policía del pensamiento
instrumentada desde el Estado, como el INADI argentino, dirigida en manos de
activistas rentados con dinero de impotentes contribuyentes, de una mayoría
silenciosa y disgregada. Lo único que puede congregar a esta masa atomizada es lo
que los nuevos izquierdistas denominan peyorativamente “populismo de derecha”
(como si acaso ellos no poseyeran una pizca de populismo), y por eso temen y odian
tanto a figuras como Donald Trump o Jair Bolsonaro. Bien ha observado el experto
Immanuel Wallerstein que, después de la caída de la URSS, la izquierda regresó al
mismo punto en que se encontraba a mediados del siglo XIX: debe apuntar a formar

22
grupúsculos y coaliciones locales e internacionales en red, aunadas en la oposición al
orden occidental capitalista liberal. Ni siquiera la conquista del poder es su primera
prioridad, sino la lucha cultural. Pero a su vez existe una diferencia: cuenta con la
experiencia en sus espaldas de más de un siglo de errores y fracasos del socialismo
real. (Wallerstein, 2005, pp. 41-47) Los neoconservatives de los años 90s cometieron un
grave error al subestimar a las izquierdas y enfocarse casi exclusivamente en
tecnicismos económicos.

Hoy, está muy claro que la “reivindicación de derechos” no es para nada un fin, sino
un leitmotiv, un medio para alcanzar un estado de subversión final, cuyo vector son
quienes el propio Lenin denominaba idiotas útiles. De otro modo, no se explicaría por
qué emergen en el campo sociocultural fenómenos como Femen o Black Lives Matter,
precisamente en países donde hace varias décadas la mujer o los afroamericanos, no
solo gozan de los derechos por los cuales estos grupúsculos afirman estar luchando,
sino que además se benefician de todas las ventajas del desarrollo capitalista de libre
mercado, e incluso de onerosos Estados de Bienestar instalados hace ya décadas, cuyo
gasto público implica billones y hasta trillones de dólares extraídos de los
contribuyentes, quienes no son otra cosa que mayorías silenciosas. Así, los parámetros
ideológicos del marxismo se revelan, in extrema res, como el anhelo original y final de
estos ideólogos locuaces de última hora.

La Nueva Izquierda busca una suerte de mundialización con su agenda populista,


pero sin una sociedad verdaderamente liberal, pues odian el liberalismo (Revel, 2002,
Kindle locs, 1110 ss.), sino neomarxista, colectivista y unidimensional en sus
parámetros de pensamiento y acción humana. Cuando critican a la globalización no
es que se hayan vuelto nacionalistas y provincianos de repente, sino que poseen su
propia versión de esta, tan internacionalista como siempre: ahora la mundialización
del homo queer, con Estados nacionales deficitarios e inflacionarios como excusa del
“Estado presente” (es decir, una manera legal de saquear las arcas públicas),
distribución de la renta (es decir, destruir paulatinamente las clases medias y
emprendedoras), y libertad de expresión amordazada (corrección política), con
consciencias y voluntades compradas mediante subsidios con dinero público a cambio
de votos (es decir, siervos del Estado socialdemócrata), conformando así bajo este
orden asociaciones y bloques regionales prebendarios y espurios como el Mercosur
(es decir, bloques regionales proteccionistas cerrados al mundo próspero). Esa es su
versión de la “globalización”. Su triste versión.

Todos nos hemos acostumbrado a escuchar en los tiempos que corren una palabra de
alta carga emocional e ideológica: “diversidad”. Aquellos quienes vociferan, aquellos
que detentan ser los monopolistas de un nuevo sentido de la verdad del sujeto (y hasta
de la ontología del ser), también nos tienen acostumbrados (de igual modo que a las
palomas de los experimentos conductuales de B.F. Skinner) a toda una serie de ítems

23
que se encadenan con lo anterior, y que se asimilan bajo un auténtico
condicionamiento de nuestras conductas verbales y hábitos mentales. Empuñando
una fehaciente reivindicación de “la diversidad”, las nuevas voces de “las minorías”
no hacen sino imponer un nuevo sentido de todas las cosas que captura las
identidades ya preexistentes bajo una nueva horma semántica: la de un abstruso
“pansexualismo” postmoderno. Esgrimiendo una feroz reivindicación de “la
democracia popular”, su proyecto suele encontrar límite empírico en la Venezuela
bolivariana, el nuevo totalitarismo del siglo XXI, con un 90% de su población
purgándose en las fraguas de la pobreza. Alzando el puño por una nueva “educación
inclusiva” (hija de las ideas del ideólogo marxista Paulo Freire), sus instrumentaciones
empíricas e institucionales concretas excluyen a dos tercios de la nueva juventud de
la órbita de toda formación e instrucción empíricamente evaluables. En nombre de “la
tolerancia”, los estudiantes universitarios (amén de que una buena porción de estos
arriba hoy a la Universidad estatal sin una adecuada comprensión lectora) son
sometidos, en nombre de la “perspectiva de género”, de la filosofía, la psicología y de
las ciencias sociales, a una instrucción tan ideologizada como unidimensional en su
matriz conceptual, yendo a contrapelo de toda evidencia científica y filosóficamente
razonable. Finalmente, en el altar del “empoderamiento social”, las formas
republicanas se difuminan en el cuño de llamativas minorías que han cooptado los
aparatos del Estado, alimentándose del dinero de los contribuyentes, para bajar la
línea ideológica ya previamente legitimada por décadas de hegemonía cultural
neomarxista.

Una distorsionada metacognición:

“Mente es simplemente la palabra utilizada


para designar aquel ignoto factor que ha permitido a los hombres
llevar a cabo todas sus realizaciones: las teorías y los
poemas, las catedrales y las sinfonías, los automóviles y los
aviones.”
Ludwig von Mises (filósofo y economista austríaco)

El pensador del siglo XVII Renatus Cartesius, más conocido como Descartes, dio a
entender subrepticiamente que la cognición sobre el Yo pensante fundaba la
constatación de la propia existencia, bajo la conocida fórmula de Cogito, ergo sum. En
términos de una moderna ciencia cognitiva, lo que Descartes sugirió, en esencia, es
que la metacognición del individuo acerca de sí mismo sugiere la existencia propia, es
decir, que un pensar sobre el propio pensar permitiría afirmar que el ser pensante, de
hecho, existe; el ser resultaría cognoscible a partir del ser representante que cree representar
exitosamente su ser presuntamente representado para-sí. Pero, como alguna vez afirmó
Friedrich Nietzsche, más que algo sensato, esto simplemente es, en principio, una idea
que aspira a ser verdadera. ¿Lo es? En La Gaya Ciencia, Nietzsche nos plantea una
interrogante por demás interesante en el aforismo §357: quizás eso que llamamos

24
“consciencia” no es más que un accidente de la representación, no un atributo
necesario y esencial de la misma, sino un estado de nuestro mundo anímico interno,
a veces incluso quizá enfermizo, pero para nada es el mundo en sí mismo.
Que Descartes haya escrito sus famosas Meditaciones y su Discurso del Método no
prueba que su Cogito ergo sum posea acaso veracidad, sino que, en última instancia, es
una idea fundada sobre otras ideas ya aceptadas y preconcebidas, dadas por hecho.
Quizás una idea descabellada. Entre otras cosas, esto condujo a Descartes a desconfiar
de la información que provee nuestro registro sensorial a través de sus cinco vías
orgánicas (los cinco sentidos). Y, su cogito, no le impidió morir -se presume- por
hipotermia y neumonía en las gélidas tierras hiperbóreas del Reino de Suecia. Las
ideas filosóficas pueden resultar muy peligrosas para la salud…

Haya estado -o no- Descartes en lo cierto, vemos resurgir la tesis del cogito en el actual
discurso ideológico de género. Afirmo ser equis tipo de sujeto, ergo existo. Me represento
de equis manera, ergo soy dicha representación representada en mi propia
autoconsciencia, proceso auto reflexivo del Yo pienso... pero: ¿qué ocurre en verdad
en tal proceso de autorreflexión y de autopercepción? Si el yo-existo no determina la
totalidad de mi ser, dado que lo inconsciente rebasa la autoconsciencia yoica, ¿dónde
se halla entonces mi ser? Para Descartes, el punto de encuentro de esta extraña
división mente/cuerpo era la glándula pineal. (Williams, 1996, p. 358) Pero, como bien
observa el neurocientífico Antonio Damasio, el error de Descartes (amén de haber
existido en el siglo XVII) consistió en plantear que las operaciones más refinadas de la
mente se hallan desprendidas de la estructura del organismo físico-biológico.
(Damasio, 2008, p. 286)
Si bien hoy se habla mucho sobre el empoderamiento de ciertos sectores demográficos,
lo que pareciera estar claro es que primero, en la modernidad occidental, ha ocurrido
un auténtico empoderamiento del Yo como operador supremo de sus
autorrepresentaciones. O mejor, en palabras más exactas, un empoderamiento sobre
una serie de creencias acerca de un Yo absoluto. Acertadamente ha dicho el filósofo
de la mente Gilbert Ryle que la tradición cartesiana nos ha acostumbrado a concebir
la mente como un teatro o como un “aparato personal”. (Ryle, 2005, pp. 162 ss.) Los
límites de este presunto aparato yoico, y uno de los indicios de que existe algo que lo
excede plenamente, es que sencillamente yo puedo constatar lo que pienso, pero no puedo
pensar lo que estaré por pensar. Esta evasión sistemática del Yo respecto a sí mismo se
revela en que no puedo prepararme para el próximo pensamiento que voy a pensar. (Ryle,
2005, pp. 191-207).
La tradición de Descartes encuentra máxima expresión decimonónica en Edmund
Husserl, quien redobla la apuesta cartesiana, afirmando que el ego cogito es la base
apodícticamente cierta y última de todo juicio humano. Así, en el cogito me aprehendo
como “ego puro”, transformándose el mundo en lo que a la consciencia le resulta dado
por esta vía, no siendo la realidad natural nada por encima de lo que ya esta precedido
por este “ego puro” y sus cogitaciones. (Husserl, pp. 34 ss.). El mundo natural se

25
vuelve, así, lo que los objetos son meramente a partir de lo que resultan para la
consciencia y sus posibles insights. El Yo absoluto conlleva el subjetivismo absoluto.
Cuando se lleva esta tradición a sus máximas consecuencias, el resultado es lo que
observamos más de cien años después de Husserl: la tradición de ideólogas como
Simone de Beauvoir, Andrea Dworkin o Judith Butler, entre muchas otras, auténticas
tributarias de un subjetivismo radical en su irracionalidad en sentido Davidsoniano,
es decir, como enfermedad de la razón. 10 Como brillantemente analiza Donald
Davidson, si una mente cree poder conocer lo que piensa solamente identificando de
manera absoluta e impecable los objetos ante ella, deberíamos conceder que muy
frecuentemente no sabemos lo que pensamos. (Davidson, 2003, p. 95) Entonces, nos
preguntamos, ¿cómo es posible identificarse a sí mismo partiendo de una
metacognición distorsionada que desea desprenderse de los indicios más
empíricos…?
Hoy, más que nunca, esta postura ha sido llevada a sus últimas consecuencias lógicas
(¿ilógicas?) por la ideología de género asociada al feminismo de tercera ola (o
feminismo posmoderno), conjunto de dogmas ideológicos y anticientíficos que
plantean que el individuo humano es una “construcción social” que no responde a
ninguna realidad ontológica ni pre-social, sino que se trataría de un proceso de
construcción y hasta de auto-construcción (particularmente cuando se trata de la
sexualidad), como resultado de la interacción del “sujeto” con un set de relaciones
sociales sobre una tabula rasa.

Muy acertadamente ha mencionado el psicólogo Nicholas Humphrey en su Historia


de la mente que lo que Descartes intentó hacer es provocar un apretón de manos a
través de un abismo metafísico, que conduce al absurdo de concebir que podría haber
mundo mental sin mundo físico. (Humphrey, 1995, p. 28) ¿Acaso este no es el alfa y el
omega de la postura ideológica de género? La aseveración de que el sexo del individuo
no consiste meramente en sus genitales externos y ciertos rasgos anatómicos
fenotípicos, sino que se encuentra en cada célula de su organismo biológico (siendo
este de configuración cromosómica XX o XY) no requiere demostración aquí, dado
que su demostración es aproximadamente un siglo y medio de ciencias biológicas. Lo
cierto es que, estrictamente hablando, el “cambio de sexo” es un imposible. En otras
palabras, para refutar esto, el ideólogo de género tendría que poder refutar las bases
mismas de la genética y de la biología del desarrollo, hecho que ciertamente no puede
llevar a cabo. Aquello que sí esta muy claro, de hecho, es que el individuo puede
deliberar (¿racionalmente?) ir en contrasentido de su realidad ontológica. Esto no
demuestra que sus ideaciones, sus cogitantes sean veraces, sino que la existencia
humana puede resultar mentalmente muy conflictuada y compleja. Así, en esta trágica

10
He analizado en más detalle las ideas de estas ideólogas en mi propio artículo: “Ideología de género: el
supremacismo de nuestro tiempo.” (Fundación Libre, 2018) Link:
http://fundacionlibre.org.ar/2018/01/08/ideologia-de-genero-el-supremacismo-de-nuestro-tiempo-por-
andres-irasuste/

26
escisión yoica, en esta disociación mente/cuerpo, modulada por mecanismos
cerebrales a ser explorados aún, los genitales juegan en la ideología de género un rol
semejante que poseía la glándula pineal para Descartes: el lugar de encuentro entre
res extensa y res cogitans, mente/cuerpo, cortocircuito psicoemocional que pretenderá
ser subsanado mediante una amputación anatómica, o mediante una prótesis
artificial. Así, la genitalidad es el locus cartesius de la ideología de género.

Entonces, ¿qué decir acerca de la postura de que el sexo es ya género? Se trata de una
radicalización del cartesianismo moderno, y una maximización de aquello que Gilbert
Ryle denominó “hipótesis para-mecánica”, lo cual conlleva, a su vez, a la ilusión del
“fantasma en la máquina”. Este error categorial, que se desprende de toda una
tradición filosófica, donde se concibe que la mente es un solitario mecanismo que vive
una vida fantasmal inmaterial, como Robinson Crusoe en la isla en medio de un
océano orgánico, un fantasma dentro de un cuerpo humano cuyas operaciones son
extra-materialmente silenciosas y secretas en un sombrío cuarto de máquinas (Ryle,
2005, pp. 25 ss.). En su caliginosa sala de máquinas, cuyos engranajes se han salido de
control, el ideólogo de género ha sentenciado que puede construir su nuevo
mecanismo, cuyo plano de diseño funcionaría de mil maravillas en medio del caos de
lo real. De esta manera, los ideólogos de género son como Descartes, quien afirmaba
no estar en su cuerpo como un piloto en su nave. (Williams, 1996, p. 354)

El dualismo psicofísico es una tradición en la modernidad ampliamente emanada de


Descartes, tal como ya hemos abordado. El dualismo psicofísico, que en psicología
equivale a una concepción “mentalista”, es una doctrina ampliamente defectuosa y a-
científica. No sólo concibe a la mente como una inmaterialidad fantasmática en la
maquinaria del organismo, sino que además no nos dice qué es, precisamente, la
mente. El mentalismo sólo nos informa de ejemplos de estados de supuestos eventos
mentales, y, para intentar explicar de qué va esto, recurre a la postulación de dicha
constatación de la mente, lo cual es una viciosa circularidad. (Bunge, 2002, pp. 74-77).

En lo personal, estoy de acuerdo con lo que propone (al igual que otros) el biólogo
norteamericano Edward Wilson cuando sostiene que las ciencias humanas deben estar
integradas con los descubrimientos en biología. (Wilson, 1978, p. 7) A los ideólogos de
género esto no les agrada demasiado dado que consideran que ello nos conduciría a
un esencialismo rígido susceptible de manipulaciones ideológicamente
conservadoras, y creen poder desentenderse fácilmente del conocimiento científico
recurriendo a toda una serie de abstrusos juegos de lenguaje y a otro tanto de licencia
poética. Digámoslo claramente: no es posible abordar seriamente la cuestión del
psiquismo humano desentendiéndose del estudio del cerebro. Una postura que afirme
lo contrario despierta las suspicacias de una estafa intelectual y de un anticientífico
mentalismo. No nos extraña que Judith Butler se reconozca a sí misma como una
feminista que es a su vez una “mala materialista” (sic), dado que cada vez que desea

27
hablar sobre la sexualidad, del sexo y de los cuerpos, termina hablando sobre “actos
de lenguaje”, afirma. (Butler, 2011). Se cumple entonces lo observado por Wittgenstein
en sus reflexiones sobre la filosofía de la psicología: un juego de lenguaje pasa a
determinar el tipo de certeza compartida entre individuos en tanto expresión válida
de estados mentales, decretando dicho juego de lenguaje en qué consiste que yo sea un
sujeto. (Wittgenstein, 2008, Vol. 2, p. 229)
De esta manera, apreciamos en las propias palabras citadas de la ideóloga lo tan
acertadamente analizado por grandes filósofos de la ciencia y científicos como M.
Bunge. y R. Ardila, quienes una y otra vez insistirán en que el mentalismo, cuya
expresión por excelencia en psicología del siglo XX fue el psicoanálisis (no en vano
Butler recurre bastante a Jacques Lacan), rehúye de las ciencias naturales, se resguarda
en los meandros de los juegos de lenguaje y de la interpretación, concibiendo a la
mente como un ente que se contiene a sí mismo, desconectado de lo biológico. (Ardila
& Bunge, 2002, pp. 99-126) En definitiva, no es concebible, a la luz de las ciencias
actuales, una psicología sin cerebro. El mentalismo nada puede ofrecer acerca de la
génesis y la etiología de los trastornos psíquicos, la conexión estructural
mente/cuerpo, así como la modalidad de funcionamiento de lo anterior. (Churchland,
1999, p. 42) ¿Tendrá ello algo que ver con la lucha por una despatologización de ciertos
fenómenos psicobiológicos…?

¿Qué es, en efecto, lo que tiene para decirnos el estudio científico del cerebro humano,
es decir la neurociencia, acerca del “género”? No sólo la neurociencia posee algunas
cuestiones para aportar científicamente sobre el tema, sino que además también lo
hace la etología, esto es, el estudio de las conductas en el proceso biológico de la
evolución de los organismos. (Mercadillo Caballero, 2006, p. 20)
Eso que llamamos procesos o eventos mentales, poseen un claro correlato con
procesos físicos en el cerebro. (Churchland, 1999, pp. 50 ss.) Las modernas técnicas de
neuroimagen, como la tomografía por emisión de positrones o la resonancia
magnética funcional, permiten estudiar incluso el cerebro en actividad. La
neurociencia demuestra que mente y cuerpo son indisociables, a través de complejos
circuitos neuronales regulados bioquímicamente que son capaces de elaborar
representaciones complejas altamente integradas, tanto sobre el mundo externo como
sobre el propio estado interno del organismo. (Damasio, 2008, pp. 115-117) El teatro
cartesiano no existe. Si eso que denominamos “Yo” existe, poco tiene que ver con un
homúnculo interno (una especie de hombrecito dentro del hombre que se conecta con
el cuerpo a través de una glándula), sino con un estado neurobiológico en permanente
proceso de integración sobre la base de emociones y reconversión de representaciones
a partir de registros sensoriales, así como la transformación dinámica de sustancias
químicas en impulsos neuroeléctricos. (Damasio, 2008, pp. 124 ss.) Una de las grandes
tareas de esta máquina formidable llamada cerebro es la representación del propio
cuerpo. Para ello, el cerebro debe conformar una compleja red de representaciones, a
las que Damasio ha denominado “complejo somatosensorial” del Yo neuronal. Esto

28
consiste en la integración de los registros de la propia estructura corporal, mas el
esquema corporal, mas el procesamiento de inputs sensoriales del mundo externo. A
través de estos procesos, en el desarrollo del individuo se irán conformando los mapas
sensoriales organizados “topográficamente” como representaciones disposicionales.
(2008, p. 206, pp. 274-275).

Debido a todo esto, lo que debemos decir es que primero fue el ser, luego el pensar. Por
ello Descartes estaba equivocado. Primero son los procesos cerebrales, luego su
constatación (muy reducida) de los mismos en la consciencia. Es que la consciencia es
un proceso limitado, modesto: ser consciente es, básicamente, percibir sensaciones de
lo que acontece en la frontera yo/no-yo. (Humphrey, 1995, p. 223)
Yo no modulo desde mi modesta consciencia mi regulación bioquímica emocional:
percibo sus efectos (muchas veces hasta sin comprenderlos). Yo no defino desde mi
autoconsciencia mi modulación de representaciones corporales: las constato,
experimento sensaciones y disonancias cognitivas respecto a mi imagen propia y a
cómo mi mente interpreta que los otros interpretan mi imagen propia. Finalmente, yo
no elijo ser hombre o mujer: percibo y experimento una vivencia que se me revela en las
fraguas de una atormentada autoconsciencia. El Dr. en Psicología Nicholas Humphrey
tiene razón: sentio, ergo sum (siento, luego soy). (1995, p. 125) Reiteramos: Descartes
estaba equivocado.
En una obra posterior, el neurocientífico Antonio Damasio ha ido un paso más lejos
en sus investigaciones, y propone lo siguiente: dado que el cerebro se dedica a
cartografiar estructuras y estados corporales para transformar esto en
representaciones (o sea, el cerebro diseña un “mapa” de nuestro cuerpo), puede
suceder que se forme un mapa corporal falso. (2009, pp. 112-113). Por ciertos
misteriosos motivos, el cerebro podría cometer distorsiones de las propias
percepciones internas del cuerpo, creando un mapa erróneo respecto al estado
corporal objetivo. Incluso, dice el autor, el cerebro puede arribar a procesos
alucinatorios a partir de cartografías representacionales, inadecuadamente
integradas, que no corresponden a estados reales. (2009, pp. 117-118)
¿Y si acaso esto fuese, me pregunto, lo que la actual terminología psiquiátrica (DSM
5) denomina como “disforia de género”?

29
Los ingenieros sociales del homo queer:

“Hace tiempo que ha llegado la hora de que alguien denuncie al movimiento de ‘liberación de la mujer’. Como
ocurre con el medio ambiente, de repente la liberación de la mujer surge estridentemente por doquier. Se ha
vuelto imposible evitar ser asaltado, día tras día, por el ruidoso parloteo del movimiento de la mujer. (…) [Pero]
Si los hombres son los que mandan ¿Cómo es que ni siquiera se atreven a publicar o a presentar a cualquier
persona que defienda los argumentos de contrario? Sin embargo, los ‘opresores’ siguen manteniendo un extraño
silencio que nos lleva a sospechar… que tal vez la ‘opresión’ esté en el otro bando.”

Murray Rothbard (filósofo y economista estadounidense)

Ya a principios de los años 70s, el filósofo y economista anarcocapitalista M. Rothbard,


a quien acabamos de citar, percibía este clima cultural y de opinión en su país.
Nosotros en el Río de la Plata percibimos esto no hace mucho más de 8 años respecto
al hoy (año 2018). Pero esto ya es ultra conocido en el “mundo rico”: en los años 70s
ocurrió la famosa sexual Revolution en ese país, la cual se desvaneció hacia mediados
de los 80s bajo el crepúsculo del SIDA. Cuando las fuerzas sociales no son capaces de
reequilibrar sanamente el estado de situación cultural de una demografía, la evolución
biológica de agentes patógenos se encarga de ello.

Rothbard señala muchos aspectos interesantes (a algunos ya los hemos citado y


analizado previamente), y ahora señala otro: que, estando las aguas de la cultura en
relativa calma, de repente, sin que encontremos fácil explicación, todo cambia, todo
se agita súbitamente. Surgen activismos, voces, debates unilaterales y gritos colectivos
histéricos que el hombre común no logra identificar cómo se gestaron ni su por qué.
Aquí es donde entra a jugar toda la dimensión de aquello que hace ya un siglo,
expertos como Walter Lippmann o Edward Bernays (sobrino de Sigmund Freud),
trabajando para el Comité de Información Pública del Presidente Woodrow Wilson,
denominaron la manufacturación del consenso de la opinión pública. Esto, que hace un
siglo era tarea de agencias gubernamentales federales para “moldear” la moral y el
estado de ánimo de una nación en tiempos de guerra mundial (una suerte de
conductismo sociológico), se ha vuelto la mecánica de ingeniería medular de la nueva
izquierda, con sus intelectuales y activistas que permean el campo de la opinión
pública en todos sus recónditos intersticios: la educación pública y privada, las
Universidades (centros por excelencia), el mundo del arte, los medios, las editoriales
y distribuidoras de libros, y, finalmente en el siglo XXI, Internet y las redes sociales.
En el siglo XX, F. von Hayek supo identificar y analizar muy bien este fenómeno, y en
su ensayo El Socialismo y los intelectuales afirma: “hasta los más decididos adversarios del
Socialismo reciben de fuentes socialistas conocimientos sobre una mayoría de temas sobre los
que no tienen información de primera mano.” Precisamente, cuando se logra esto es
porque se ha cumplido la meta de aquello que Antonio Gramsci llamaba conquista de
la cultura. Esa es la hegemonía cultural de la nueva izquierda. Poder desmarcarse de

30
esta hegemonía cultural aplastante requiere una labor emocional y cognitiva titánicas,
por desgracia sólo al alcance de unos pocos.

Von Hayek afirmaba que eso que llamamos “intelectuales” son distribuidores
profesionales de ideas de segunda mano. Es que, a decir verdad, la cultura esnobista
de las Universidades (donde se tejen oscuras urdimbres de decadencia y marxismos
trasnochados de todo tipo) ha sobrevaluado de un modo asombroso la figura del
intelectual, a tal punto de asimilarlo a la figura del pensador-filósofo de la Antigüedad
y temprana Modernidad. Bertold Brecht era un intelectual. Heidegger un pensador.
Zizek es un intelectual, Spengler era un pensador. Eduardo Galeano es un intelectual
(de tercera mano), José Enrique Rodó un pensador. Darío Sztajnszrajber es un
intelectual que da sus conferencias vistiendo una camiseta del Che, Hans Hermann
Hoppe es un pensador de altísimo nivel. A quiénes ha escuchado nombrar Ud. en la
academia, medios y memes de Facebook, ¿a los segundos o a los primeros…? Le
sugiero que utilice YouTube y bases de datos alternativas.
Vivimos en un mundo en donde los pensadores han sido soslayados y hasta
derrotados, y los intelectuales sibaritamente enhiestan su pecho mientras hablan sobre
la pobreza mundial. Pero este modelo de órgano-difusión de la izquierda para obtener
la hegemonía cultural se llevó un inesperado fiasco: Internet permitió que surja en el
siglo XXI un fenómeno como la Alt-Right, la cual está dando bellos dolores de cabeza
a estos inefables individuos. Cuando el gobernador romano estaba a punto de bajar el
pulgar para ejecutar a un agotado Espartaco sobre la arena, este se levanta cara al sol,
y alza de nuevo su espada por la sangre y el honor.

No todo el mundo comprende la diferencia entre un intelectual y un pensador. Es que


se leen muy pocos pensadores. Haga la prueba de preguntar en una librería quién es
Ludwig von Mises o Arthur Moeller van den Bruck. Difícilmente le puedan dar alguna
referencia, mucho menos un ejemplar. Pero cualquiera le ofrecerá libros de Foucault.
A pesar de ello, el intelectual, sobre todo el “intelectual orgánico” vinculado a
asociaciones marxistas (que sigue existiendo), es una bisagra fundamental en el goteo
cultural de las ideas, las cuales fermentan de a poco un clima de opinión cultural que
luego hace metástasis en la opinión pública. El intelectual, que puede ir desde un
periodista a un médico, un ensayista, un sindicalista, un profesor de secundaria o un
artista plástico, no necesita ser experto ni erudito en nada, le basta con ser locuaz y
dominar el arte de la dialéctica y de la sofística en función de ideas moralmente
sensibles y amigables, como la igualdad y la justicia. Los intelectuales son grandes
seductores y manipuladores. Pregúntese Ud. cuántas veces acaso un intelectual le
mostró una estadística sobre algo, un estudio científico longitudinal o datos empíricos
sobre los cuales basar su discurso atractivo que vayan más allá de artículos de prensa
(pues entre los intelectuales existe una mutua retroalimentación, a pesar de que no
todos poseen la misma jerarquía intelectual). Más aún, le dirán que “las estadísticas son
manipulables por la burguesía neoliberal”, que el sujeto no se reduce a modelos matemáticos

31
neopositivistas, e insensateces falaces de ese estilo. Táctica de escape tangencial. En
definitiva, la enorme mayoría de los intelectuales son los falsos profetas de la
izquierda. Tal como dice von Hayek, el hombre común siente desprecio por los
intelectuales (lo bien que hace), aunque sería un error fatal subestimar su poder de
influencia. ¿Y esto por qué? Porque las masas funcionan como ya lo dijo en esencia
Lippmann: el individuo no tiene un acceso cognitivo pleno y directo hacia la realidad
en sí, sino que lo hace mediante representaciones mentales (cuestión que remite a
Kant). Pero, en su intento de llevar a cabo una vida bajo los estándares de su medio,
el individuo se relaciona con estas representaciones mentales como si fueran la
realidad misma. Entonces, brillantemente Lippmann propone el siguiente esquema:
entre el individuo y su entorno, inexorablemente existe un “pseudo-entorno”, que son
sus representaciones sobre él mismo y el mundo. A la inversa de Marx, Lippmann se
da cuenta de que lo que el hombre hace, dependerá de cómo se representa su mundo.
Si llevamos esto al análisis de la formación de la opinión pública, el esquema básico
triangular de dicha conformación de esta es: la escena real de lo acontecido, la
representación de lo acontecido, y cómo los individuos se relacionan con aquello que
se representan sobre lo acontecido, precisamente. La propaganda no es otra cosa que
el esfuerzo de alterar este set de representaciones sobre lo acontecido y brindar otro,
para así sustituir patrones de conducta social no deseados por otros deseados.
(Lippmann, 1921, pp. 1-26) Siete años después, su colega Bernays (también técnico al
servicio del Committee on Public Information y para quien Lippmann era un héroe
intelectual), refina aún más esta concepción y la hace conocer en escritos como
Propaganda. Lisa y llanamente, afirma que las modernas sociedades democráticas
(supernumerarias) no pueden funcionar sin la inteligente manipulación de hábitos y
opiniones de las masas -y nosotros sabemos desde la psicología cognitiva que las
opiniones no son otra cosa que hábitos mentales condicionados-, para que sean
funcionales a los intereses que una élite crea buenos y útiles. (Bernays, 2005, p. 37)
Instrumentos de la propaganda, entre otros, son la injerencia sobre los
acontecimientos para moldearlos facticiamente11, o la capitalización de la
personalidad de un líder, el cual generará coyunturas peculiares que alterarán los
eventos. Bernays se pregunta quiénes son los hombres que deciden implementar en la
cultura de qué clase de chistes está permitido reírse, qué tipo de muebles y de
indumentaria es agradable utilizar en nuestra vida cotidiana, si la inmigración es
acaso buena o mala, qué opinamos de los impuestos, y en definitiva de todo. En el
caso de estos ingenieros psicológicos, ellos creían poder hacerlo desde agencias
federales secretas del Estado, pues la propaganda sería aquello necesario para poner
orden al caos de una sociedad masiva (Bernays, 2005, p. 168). Incluso Bernays no
descarta hablar de “gobierno invisible”, donde unos cientos diseñan las conductas y
opiniones de millones. (Bernays, 2005, pp. 59-61)

11
Producir algo artificial a partir de elementos verdaderos.

32
Pero lo cierto es que esto se les fue de las manos, y hoy son sus propios aparatos las
instancias cooptadas por los agentes de la nueva izquierda, quienes se alimentan de
impuestos con dinero de las arcas públicas y misteriosos “filántropos”
megamillonarios como George Soros. Su ingeniería social, su propaganda, su Lucha,
su Kulturkampf ha sido arrolladora. Robert R. Reilly (miembro del American Foreign
Policy Council y ex asesor de Ronald Reagan), un experto en el estudio de la llamada
war of ideas (“guerra entre ideas”), campo de estudio sobre cómo países o grupos
promueven sus intereses mediante cierta influencia estratégica, afirma algo muy
veraz: ha dicho recientemente que los gay lobbies, por medio de la racionalización
instrumental de la homosexualidad, han minado e incluso devastado (sic)
instituciones como la Justicia Federal, las Fuerzas Armadas, la educación, los Boy
Scouts, la ciencia y la Psiquiatría, así como la diplomacia en los Estados Unidos.
(Reilly, 2014, pp. 6-27)

Como muy bien comprendió Julius Evola, es necesario percibir ciertas características
del modus operandi del marxismo y aprender de él: 1) se mueve y se organiza en red.
Esto fue así en su etapa “clásica” con sus famosas y sucesivas Internacionales, y hoy
queda más que probado con sus múltiples colectivos LGBTIQ asociados a fuerzas
laboristas y radicales de todo tipo que responden a organizaciones internacionales
como el Foro de Sao Paulo, IWHC, Human Rights Campaign (vinculado al Partido
Demócrata), Planned Parenthood y la propia UNESCO, entre muchas otras. Esta
característica en red, mencionada ya ut supra, también es señalada por Wallerstein. 2)
El marxismo posee una clara distinción entre estrategia y táctica: mientras que la táctica
es flexible y elástica acorde a las circunstancias (es adaptable), la estrategia es la meta
princeps, sagrada e inmutable que jamás se abandona. Un claro ejemplo del dominio
de las contingencias tácticas es cómo el marxismo, profundamente totalitario y
liberticida, tradicionalmente exterminador de homosexuales, con figuras como el
fusilador Ernesto Che Guevara (quien se autodefinía a sí mismo como “una máquina
de matar” en sus cartas), o los Gulags soviéticos para homosexuales, hoy se pinta de
rosa, e incluso coloca simbología queer en las banderías de los partidos comunistas de
Occidente. 3) El marxismo no es meramente una teoría económica; es una visión del
mundo, una cosmovisión que también abarca una filosofía social y una visión
antropológica del ser humano, y su lucha es por un orden macro de todas las cosas
bajo una lógica de amigos/enemigos. (Evola, 2017, pp. 59-61) No es extraño que el
Islam radical sea un aliado del marxismo.

Al comienzo de este trabajo citábamos al ideólogo psicopolítico y jefe soviético de la


NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos), Lavrenti Pavlovich-Beria,
quien fue una mano derecha de Stalin y responsable de diversos crímenes contra la
humanidad (totalmente impunes). La cita aludía a que cada psicólogo en Occidente,
involuntariamente o no, deberá propagar la ideología marxista. Pero esto es lo más
blando que Pavlovich-Beria tenía para decir. A continuación, resumo algunos de los

33
ítems de sus conferencias e instrucciones psicopolíticas para America en su obra
(Pavlovich-Beria, 2001):

• La psicopolítica es el arte y la ciencia de evaluar y asegurar la lealtad y la


dominación de los pensamientos y conductas de los individuos.
• Un Estado sin metas es un Estado enfermo, y la máxima meta de todas, es la
obediencia de los individuos al Estado, pues la obediencia es un motor de la
Historia.
• Se debe lavar el cerebro de los individuos para convencerlos de que no están
siendo sometidos a coacción alguna; más aún, se debe buscar la forma de que
atribuyan este malestar de dicha coacción a sus lealtades anteriores, no
deseadas por el régimen, para que se auto convenzan de un legítimo cambio de
creencias.
• Se debe introducir agentes psicopolíticos en America, (es decir EE. UU.), para
propagar el “neo-hipnotismo de masas”. Esto consiste en difundir ideas
marxistas que provoquen un estado neurótico en el sujeto, un estado anímico
conflictuado y disfuncional, en donde por ejemplo se deberá doblegar la
creencia de que la familia tradicional sea buena, y que, en cambio, ahora es la
causa de su opresión existencial. Este es el método “blando”. El método duro
es inducir estas creencias ideológicas en estados de consciencia alterados por
sustancias psicotrópicas, es decir, drogas como el peyote y la mescalina, en
grandes eventos de masas, o induciendo shocks emocionales psicotraumáticos.
Es lícito provocar un conflicto psíquico tal que el individuo se vea inducido
incluso al suicidio, o su patologización psiquiátrica con internación. Es
fundamental que médicos y psicólogos marxistas dominen los hospicios.
• Esto fue probado decenas de miles de veces en poblaciones experimentales en
Rusia, comprobándose su eficacia.
• A nivel de masas, además de lo ya aludido, crear “atmósferas sociales de
emergencia” favorece una sugestión de las masas, y por tanto el hipnotismo
psicosocial, el cual permite efectuar lavados de cerebros desapercibidos.
• Bajo estos estados alterados emocionales y de consciencia, se le deben brindar
comandos de conducta a las personas, los cuales serán fácilmente asimilados,
dado que sus defensas psíquicas se vuelven permeables, débiles y porosas. De
este modo, se cumple el objetivo de la guerra psicopolítica: sustituir sistemas
de lealtades y valores por otros que sean afines a la cosmovisión marxista. Que
el sujeto se transforme en un mecanismo sin individualidad, funcional a ciertos
intereses.
• Así, será posible la creación de tontos útiles, seres que sean obedientes a los
mandatos de la psicopolítica. Especialmente se debe apuntar a crear sujetos así
en los sectores pudientes de un país capitalista, así como entre los militares.
Deben surgir izquierdistas ricos, no solamente obreros.

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• Se debe promover la difamación del patriotismo y de la identidad de una
nación, promover sus valores como retrógrados y absurdos, hasta que dos o
tres generaciones de jóvenes aprendan a odiar a su propio país. Una vez
logrado todo esto, se está en condiciones de aplastar a los enemigos
occidentales como a insectos (sic).
• Difamar a la Iglesia hasta que sea sinónimo de “insanidad” y de creencias y
valores perversos y patológicos. Destruir la Iglesia Católica, ese “formidable
enemigo” milenario.

Estas eran algunas de las instrucciones del jefe soviético a las juventudes americanas.
Deténgase Ud. a reflexionar un momento, una todos los elementos y cabos que hemos
expuesto en este artículo. ¿No encuentra ninguna similitud con el estado actual de las
cosas…? ¿No observa a su alrededor una creciente degradación, una ascendente
anomia social? ¿Desintegración de la familia? ¿Un llamativo y continuo ataque a la
Iglesia? ¿Difusión de las drogodependencias? ¿Patologización del sentido común?
¿Una extraña ralentización de la economía en la cual cada vez paga más impuestos?
¿El azote a las clases medias? ¿Ruidosos activismos por causas llamativas? ¿Rabiosos
discursos que alteran el estado anímico de las masas? ¿Desmoralización colectiva?
¿Juventudes cada vez más ignorantes? ¿Miedo creciente a expresarse a contrapelo de
la corrección política imperante? ¿Un decadente abortismo planteado casi que como
un deporte femenino? ¿Odio a la familia, a la patria, así como una extraña philia a
llenarla de extranjeros cuyas culturas pertenecen a otras civilizaciones allende a
Occidente? ¿Odio a Dios, finalmente?
No hace falta que exista la Unión Soviética para llevar a cabo todo esto: conserve las
viejas metas, la estrategia del marxismo, a través de la propia ciencia de ingeniería
pública llevada a cabo en Occidente, y el resultado será el socialismo de ingeniería
social de una nueva izquierda.
El socialismo real perdió la batalla económica, pero ganó la guerra psicológica y
cultural. Solamente observe a su alrededor. Atrévase a ingerir la píldora roja.

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