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La marcha de los sombreros

Las viejas y nuevas luchas de las rondas campesinas


La marcha de los sombreros
Las viejas y nuevas luchas de las rondas campesinas

Edwin Montesinos
La marcha de los sombreros.
Las viejas y nuevas luchas de las rondas campesinas

© Edwin Montesinos, 2018


© Fotografías de la portada: Diligencia de las rondas campesinas de
El Tambo (2017) de Edwin Montesinos
Diseño de portada: Edwin Montesinos
Impresión:

Este libro es un trabajo de la asignatura Periodismo Literario 2,


correspondiente a la carrera de Comunicación y Periodismo de la
Universidad Peruana de Ciencias Aplicadas (UPC). Los testimonios
recogidos en el presente trabajo son responsabilidad exclusiva del
autor del texto.
Profesor: Mauricio Lombardi
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin el
consentimiento expreso del autor.

www.fcomunicaciones.wordpress.com
A las rondas campesinas de Cajamarca.
Nosotros nunca supimos lo que era un muro.
Desde nuestros abuelos, y aun antes,
las tierras eran de todos

Manuel Scorza
ÍNDICE

I 13
II 29
III 60
IV 82
Apéndice Fotográfico 97
Línea de tiempo 103
Relación de fuentes 105
Bibliografía 107
Agradecimientos 109

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I

La desaparición de Edita Cueva

Luego de cinco meses buscando a su hermana, a finales de noviembre


de 2017, Juana Cueva llegó ante una casa de tres pisos con mayólicas
blancas en la fachada, con dos puertas que son resguardadas por re-
jas negras, para pedir ayuda a sus inquilinos. Esta debía ser la casa.
Tenía una cancha de fulbito al lado enrejada, donde las gradas son
usadas como almacén, pues se encuentran desde un pequeño trac-
tor naranja, costales de cemento, una motocicleta, hasta sombreros
y gorros de diferentes colores, así como mochilas. Esta era la loza
deportiva Freddy Merino Palacios.
La casa de al lado debía ser la casa que ella buscaba. Y ese
parque, que está al lado de la canchita de fútbol, debía ser el Parque
ecológico: un parque donde fácilmente se convocarían cerca de mil
personas, con cuatro secciones de pasto divididas por un camino en
forma de cruz con una pequeña estructura circular al medio. Al me-
dio de esta estructura se levanta un gigante sombrero cajamarquino,
de color beige, con una cinta negra encima del ala. Esta era la escul-
tura. Este es el parque. Esa es la loza deportiva, en su fachada esa
es la pintura de los prados verdes, las casas de tejas rojas y las tres
campesinas con sus sombreros mirando al horizonte de espaldas; y
esta es la casa.
A esa hora no hay niños jugando en el parque, pero más

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tarde se podrían observar, justo como en Lima, familias que salen a
conversar en las bancas, niños de mejillas rojas como los mangos que
se encuentran ahí jugando con pelotas, y hombres solitarios que no
saben cómo más pasar el tiempo. Un poco más tarde también una de
las puertas de esta casa blanca se abriría para invitar a los transeúntes
de esta pequeña avenida llamada Huaraz a comprar los abarrotes que
necesiten para el día a día. Pero Juana Cueva toca a la otra puerta.
–Ustedes son mi esperanza –dijo luego de que la dejaran
pasar, mientras sus lágrimas que caían por sus mejillas pardas.
En Cajamarca, los campesinos llevan organizados desde
los setentas para resolver todo tipo de crímenes y abusos contra sus
pares. Se han vuelto una organización que ha ido apareciendo y con-
tagiándose en todo el Perú, como respuesta a la nula ayuda de la
Policía, o a la espera de una justicia que tarda y nunca llega. Estas or-
ganizaciones de campesinos, con sombreros de tamaños exagerados
de color beige, con ponchos marrones que los protegen del frío del
ande y con chicotes que ayudan a corregir delincuentes, se dedican
a cuidar las calles rondando en grupo. Es así que se les conoce como
las rondas campesinas.
Estos grupos que han instaurado un sistema que parece más
efectivo que la misma Policía, y que, en palabras del Presidente del
Poder Judicial, Duberlí Rodríguez, “han acabado con la delincuen-
cia en Cajamarca”, ayudan a cualquiera que denuncie un robo, una
estafa, o hasta un asesinato, para que investiguen, castiguen a los re-
sponsables y hagan justicia para la calma de la región.
Juana Cueva vestía una trenza, tenía la boca ancha y su ros-
tro permanecía sin arrugas a pesar de tener ya 42 años. Ella vive en
el Cercado de Lima, acompañada de sus dos hijos y una pareja, pero
no está casada. Es una persona sencilla que maneja una botica cuyos
ingresos no son fijos.
El 10 de octubre de 2017 acudió al Departamento de Inves-
tigación Criminal (Depincri) de Cajamarca para denunciar la desa-

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parición de su hermana menor, de 24 años, Edita y sus dos hijos más
jóvenes (un niño de 4 años y un bebe de año y dos meses). Pero ya
han pasado meses y ni en la Policía ni en la Fiscalía le dan alguna
respuesta.
Juana Cueva aún recuerda cada detalle de ese 7 de agosto.
Recuerda que recibió una llamada desde Tual, un pequeño Centro
poblado en el distrito de Cajamarca, de su prima Flor Cueva Zamo-
ra, quién le quería contar sobre un problema que tuvo Edita con su
suegro, Alejandro Herrera.
–La ha celado con el señor Paulino Perez. Mi prima Flor me
dio su número y yo lo llamé –contó la señora Juana a las rondas.
El señor Paulino Pérez, que luego sería definido por el sue-
gro Alejandro Herrera como “guapísimo”, era vicepresidente de las
rondas campesinas de Tual. Estaba casado y molesto porque Herrera
estaba mencionando que él y su nuera Edita tenían algún tipo de
relación.
–Pero cuando mi prima le llamo al señor Alejandro, él lo
negaba. Negaba que la estuviera celando. Pero mi prima me dijo que
se podía escuchar a Edita entre entre sollozos que decía que sí –.
Paulino Perez y su esposa van donde el señor Alejandro a
avisarle que ya arreglarían al día siguiente en la ronda.
–A las tres semanas me llama de nuevo mi prima para
decirme que desde ese día Edita está desaparecida –.
Aquella información pasó por varios teléfonos hasta llegar
a Juana Cueva: primero, Christian Flores Cueva, un hijo que Edita
tuvo 12 años antes y que vivía con su abuela, la madre de Edita y
Juana, fue a la casa de Alejandro Herrera. Le preguntó por su madre,
pues esta no había bajado a visitarlo en bastante tiempo; sin em-
bargo, el suegro negó saber su paradero ni el de sus hijos. Antes de
ir, Christian pudo ver en el balcón prendas de ropa, que recuerda
haberle visto puesta a su madre, remojando en dos tinas. Es entonces
cuando da el aviso a Flor Cueva.

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– Es entonces cuando mi prima va a la casa del señor Alejan-
dro a buscar a Edita, y este le dice que el mismo 7 de agosto, Edita se
fue de su casa con sus hijos.

La solución de Alejandro Herrera

Las nubes están más cerca de uno en el Centro Poblado Tual, en el


distrito de Cajamarca. Las casas de tejas rojas tienen que encontrar
un espacio entre todo el verde de los prados y la carretera Cajamar-
ca-Bambamarca. No hay muchas que puedan estar una junta a otra.
Algunas cuestas y montes chatos son usados por turistas para hacer
bicicletismo extremo, y los campesinos reclamaban la libertad de
Gregorio Santos, “Goyo”, cuando este rondero fue encarcelado en
el penal Piedras Gordas en Ancón, Lima, en el 2014. Luego, en
el 2016, recibían gustosos sus volantes y calendarios con su rostro
cuando este se postuló a la Presidencia del Perú estando en prisión
preventiva.
No hay un traje típico de Tual. Las mujeres llevan polleras
y blusas, debajo de sus mantas que le cubren desde el cuello hasta
las rodillas. Los hombres siempre llevan una casaca encima, y un
sombrero o un gorro. Los niños siempre van abrigados con alguna
chompa, y las niñas llevan pantalones bajo sus faldas.
Es aquí donde desaparecieron Edita Cueva y sus dos hijos.
Es aquí donde vivían, donde Alejandro Herrera dijo que se habían
ido de su casa el 7 de agosto.
¿Estaba implicado Alejandro Herrera, el suegro, en estas de-
sapariciones?
Días luego de que ella desapareciera, cuando Alejandro Her-
rera estaba a punto de entrar a su casa, el viento sopló y silbó detrás
suyo como el aliento de una mujer. Su mano tembló y casi dejó caer
las tablas de madera y los costales vacíos que llevaba en sus brazos.

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Por un momento, pensó en ella: en su cabello negro y brillante, en
sus ojos calmos como el ichu, en sus mejillas rosadas, y en su boca
pintada de rojo.
Abrió el portón de metal y entró; sin demora, subió al dor-
mitorio en el segundo piso, buscó en el piso y ahí estaban las cuatro
tablas marrón claro bañadas de sangre. Las reemplazó rápidamente y
empezó a sacar toda la ropa de los cajones: polleras, chompas, blusa,
camisones, medias, mantas; decenas de prendas iban volando fuera
de la cómoda.
Don Alejandro colocó toda la ropa en la cama, sacó su celu-
lar y marcó el número de Valdemar, su hijo, que con 20 años de edad,
ya empezaba a heredar el cansancio del rostro de su padre.
—¿Aló hijo?, ¿dónde estás hijo? —preguntó Alejandro.
—Aquí trabajando —respondió Valdemar.
—Ven-acompáñame, el alma no me deja dormir —dijo don
Alejandro, sentado al pie de la pila de ropa, y luego colgó.
¿El rostro de Alejandro Herrera siempre se ha visto así de
cansado durante sus 49 años o es debido al mal sueño que padece?
Sus ojos se ven muy empujados dentro de sus cuencas hacia su crá-
neo, y por eso sus cejas parecen sobresalidas; sus orejas también pa-
recen haberse alejado con vergüenza, como si repudiaran su rostro
y quisieran alejarse más de este: casi ni se notan si se le ve de frente.
Solo su nariz parece mostrarse con orgullo frente a su rostro, punti-
aguda como un cuchillo.
Solo han pasado tres meses desde que se acostumbra a su
vida fuera de la cárcel. Estuvo cinco años durmiendo en una celda
sucia en el penal de Huacariz en Cajamarca, y los cuarenta y cuatro
años anteriores olvidados, tal vez porque culminaron aquella vez que
violó a su sobrina de 16 años.
Y ahora desvela sus noches por Edita, su nuera. Era la única
persona que él tenía, puesto que su familia lo había abandonado.
¿Había matado Alejandro Herrera, el hombre avergonzado,

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a Edita Cueva y sus dos hijos? En ese momento, solo se sabía que
el suegro quería deshacerse de la ropa de su nuera y sus nietos. Su
compadre, Vicente “el tigre” Castrejón, un hombre alrededor de sus
40 años, de rostro grueso y de barba recortada, que siempre viste un
gorro, lo iba a apoyar en todo. Le tenía que llevar, primero, los cos-
tales de ropa para que los oculte.
Don Alejandro estaba sentado al lado de la pila de ropa, cu-
ando el timbre sonó. Bajó a atender la puerta y dejó pasar a Valdemar,
quien entró desgarbandose con desconfianza, y sus ojos parecían ver
lo que había pasado en esa casa.
—¿Dónde está la Edita?
Y los ojos de don Alejandro se hunden aún más y podrían
formar un cuartito muy oscuro dentro de su cráneo, tan oscuro
como una cárcel.
—No hay. Se fue a otro mundo.
Frente a esos ojos cobardes, Valdemar teme preguntar. Pero
piensa en los pequeños, en sus ruidos por la casa, en sus cachetes
chaposos, en sus gorritos de lana, y en sus llantos y lágrimas que
poco a poco se apoderan de sus propios ojos.
—¿Y mis sobrinitos?
Los ojos se siguen hundiendo, y ahora no son comparables
a una cárcel, sino un cilindro de metal, con los interiores chamusca-
dos, y donde solo se ve una mata negra que alguna vez fue cabello.
—También se fueron.
—¿En qué parte están?
Apretando la mandíbula, y reteniendo las lágrimas, Valde-
mar pregunta una vez más; su padre, sin embargo, ya no responde.

El avance de las rondas campesinas

Luego de que Juana Cueva pidiera ayuda a los ronderos de Caja-


marca, el 1 de diciembre de 2017, se armó una delegación de rondas

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campesinas de Bambamarca, junto a las rondas urbana de Cajamar-
ca, y a las rondas del Centro poblado Tual.
Esa mañana detuvieron a los dos hijos de Alejandro Herrera,
para poder investigar si alguno de ellos había tenido contacto con su
padre. Valdemar, que vestía una camiseta de un morado chillante con
el logo del Fútbol Club Barcelona, y su hermano solo tenía un polo
con cuello de camisa percudida hermano, se encontraron pronto fr-
ente a los ronderos y el muchacho de 20 años no pudo sino ignorar
las amenazas que su padre le había dicho: “si tú le mencionas a al-
guien de esto, te voy a pegar, o sino algo te haré”.
Su hermano nunca dijo nada, solo miraba al piso, con una
cara que parecía perturbada por el sol. Valdemar decidió responder a
cada pregunta de las rondas campesinas.
Decenas de ronderos lo observan como si sus grandes sombre-
ros del color del queso cajamarquino brillaran como luces. Se man-
tienen parados como faros que juzgan y sus chicotes caídos en sus
manos se balancean con el rumor del viento, aquel rumor que estos
días ha llevado los gritos y llantos de los ronderos que sienten la de-
saparición de Edita como la de su propia hermana.
—¿De su casa de quién has recogido la ropa? —le preguntó
Nilton Cruzado Ramos, vicepresidente rondero de Bambamarca, que
llevaba un gorro blanco y una camiseta blanca del equipo argentino
River Plate que tenía una franja roja diagonal.
—Del señor Vicente Castrejón —respondió Valdemar, con el
rostro avergonzado.
—¿Del tal “tigre”?
“El tigre” llamó a Valdemar para que recogiera los sacos de
ropa de su casa. “La puerta no está echada llave. Están en la cocina”,
le había dicho.
En la casa de el Tigre, Valdelomar encontró varios costales en-
cima de la mesa. “Vas a quemar la ropa”, le había dicho su padre, pero
él no estaba aún seguro de qué hacer; no quería quemar la ropa.

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—Entonces en mis pensamientos me dije, esto lo voy a llevar
para abajo en la casa de mi abuelita mejor —dijo Valdemar, quien
mientras no habla no cierra la boca nunca, sino que la mantiene
como entreabierta mostrando los dientes.
Su padre le había ordenado que quemar la ropa.
—¿Tus abuelitos supieron algo de las prendas que ocultaste en
su casa?
—No, nada. Calladito lo puse arriba en un cuarto, luego me
persigné y me dieron mi merienda mis abuelitos —
—¿Tú sabías que tu padre tenía una relación con su nuera?
Valdemar lo había escuchado. Cuando iba en la combi, los
pasajeros bajaban y subían, y escuchaba algunos rumores de la re-
lación de su padre y Edita. Pero cuando se lo increpó a don Alejan-
dro, este lo negó.
Las rondas campesinas del distrito de Tual estuvieron siguien-
do la desaparición de Edita Cuevas y sus dos hijos, y nunca descan-
saron de buscar sus restos. Valdemar los llevó a la casa donde había
dejado los sacos de ropa de Edita y sus hijos para que las rondas
campesinas siguieran investigando el caso: cinco bases ronderas, de
Quilish 38, de La Ramada, de Yun Yun, de Tual, de Pacopampa; y
las rondas urbanas de Cajamarca estuvieron siguiendo en conjunto
el caso. Mientras iban revisando la ropa de los sacos, lo primero que
encontraron fueron los zapatos de los niños, sus sandalias, y una gor-
rita verde con una mancha de sangre.
Más tarde, a aquella caminata de ronderos en búsqueda de la
verdad, se uniría Juana Cueva, cuya trenza negra ahora solo era una
simple cola sin mucho arreglo. Un periodista de el diario La Prensa
que ha estado grabando toda la reunión la entrevista.
—A estas alturas, doña Juanita, ¿qué cree que ha pasado con
su hermana?
—Con todo el dolor en el alma y en el corazón que siento en
este momento, pienso que mi hermana ya no está con vida —respon-

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de Juana Cueva, arrugando el rostro, mientras suspira, y aguanta un
sollozo más fuerte.

Las palabras del monstruo de Tual

—Al día siguiente que vino la señora Juana Cueva, capturamos al


asesino Alejandro Herrera. Lo tuvimos dos días en la ronda y con-
fiesa —dijo Fernando Chuquilin, presidente de las rondas urbanas,
que suelen trabajar con las rondas campesinas.
Chuquilin ha adaptado algunas costumbres de las rondas
campesinas, como el chicote, pero no el sombrero. Él y sus ronde-
ros visten siempre un chaleco mitad superior negra, y mitad inferior
roja, que se han mandado a hacer, donde en la parte del pecho, en-
cima del corazón, dice “rondas”.
Don Fernando tiene un rostro grueso y lleva lentes que se
sostienen seguros en su amplia nariz. Es una persona de contextura
gruesa y casi ni se le nota el cuello.
—¿Cómo supieron que don Alejandro era el asesino? —pre-
gunté.
—Porque era obvio. La víctima vivía con él, él solo podía ser el
único responsable. Y el día que se perdió él y Edita pelearon por los
celos. Ellos tenían una relación sentimental y vivían peleando. Ese
siete de agosto fueron las rondas —mencionó Chuquilin.
“El tigre” había llamado a las rondas aquel día porque los celos
tenían que ver con Paulino Pérez, el vicepresidente de las rondas del
lugar. Don Alejandro Herrera dijo que lo vio salir de su casa. En pa-
labras de Fernando Chuquilin, la historia dice que él la violó una vez
y luego tuvo una relación con ella.
Cuando, a eso de las seis de la tarde, Paulino Pérez dejó la casa
de Alejandro Herrera, este se decidió alejar hacia abajo, a su otra
casa, porque no quería estar cerca de Paulino, quien imaginaba es-
taría molesto. Pero decidió volver luego de una hora.

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—Habrá pensado que me iba a quedar a dormir en mi otra
casa —declaró Alejandro Herrera a La Prensa de Cajamarca, mien-
tras estaba en custodia de las rondas campesinas.
Cuando volvió, escuchó rumores y por la cocina vio que salía
una sombra. Prendió la luz, pero la persona ya no estaba.
—Dime quién ha sido —le había increpado a Edita. Ella no
dijo nada—. Ahora sí te mato —había sentenciado el ahora “mon-
struo de Tual”.
—Era Paulino Pérez.
—¿Qué estaban haciendo?
—Estábamos teniendo relaciones sexuales.
Y ahí la agarró a patadas y puñetes hasta matarla. Luego hizo
lo mismo con sus hijos, pero él no quiere dar detalles.
Luego compró aceite y consiguió dos cilindros. Subió todo a
su camioneta gris y fue hasta el kilómetro 6 de la carretera Cajamar-
ca-Bambamarca. Ahí, en los dos cilindros llenos de aceite, metió los
cuerpos.
Y luego los quemó.
Desde las diez de la noche, aquel 7 de agosto, estuvo cuatro
horas mirando el fuego ardiendo, y cómo las cenizas de Edita se iban
uniendo al negro del cielo, a la oscuridad del final del día. Ese día
fue cuando la voz de Edita desapareció, pero más tarde volvería en
la boca de las ronderos que la buscaban. Y ese día fue cuando don
Alejandro Herrera se convirtió en el monstruo de Tual.

El olor de los restos

–¿Fue el asesino el que los llevó a los cuerpos? –pregunté.


–Sí, luego de que confesó, el nos enseñó dónde los había bota-
do –explicó el líder de las rondas urbanas, el grueso Chuquilin–.
En el kilómetro 6 de la carretera Cajamarca-Bambamarca, a la
altura del cerro Coñor, en el distrito de Tual, hay una curva de donde

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cae un prado verde opaco. Cuando Nilton Cruzado Ramos, vicepres-
idente de las rondas campesinas de Bambamarca, acudió al llamado
de su compañero rondero, abajo de la curva, pudo ver un desfile de
prendas con un olor y color de carbón que contaminaba todo el aire.
Paso a paso dentro de aquel prado descuidado, se adentró en aquel
cementerio negro. Estos debían ser Edita y sus hijos. Nilton frunció
el ceño y todo su rostro se arrugó.
En frente del aquel grito silencioso de los restos, los campesi-
nos finalmente descansan su búsqueda. Se habían unido los ronderos
de Tual, los de Bambamarca y otros caseríos. Las mujeres ronderas
habían caminado de caserío en caserío, abrigadas con sus chompas y
polleras coloridas de infinitas capas, cargando a sus niños, y llevando
cartulinas con el rostro rosado de Edita; los ronderos habían hecho
todo el trabajo de investigación y dieron con los familiares del mon-
struo de Tual, quienes les confirmaron sus sospechas. Pero antes
habían gastado sus fuerzas en rondar, la marcha de los grandes som-
breros beige nunca había parado. Mañana tras mañana, grupos de
ronderos campesinos habían salido a buscar los cuerpos: alrededor
de los caseríos, dentro de los montes, por los cerros, por las quebra-
das, y no encontraban ninguna huella, ni un aviso.
Pero finalmente los ronderos dieron con los restos, los huesos,
la grasa humana y el polvo que quedó de Edita Cueva y sus hijos;
y en grupo reunieron a los fiscales y a la Policía, y ahí hicieron el
levantamiento y estos agradecieron a las rondas campesinas y urba-
nas su trabajo, porque hasta hace unas semanas el Coronel Raúl del
Pozo Guillén, jefe de la División de investigación criminal y apoyo a
la justicia (DIRINCRI), solo tenía hipótesis sobre la desaparición de
Edita Cuevas. “Podría haber sido asesinada, podría haberse ido de
Cajamarca”, decía; pero su hermana había dicho que no contaba con
dinero para salir de la ciudad, que Alejandro Herrera era sospechoso,
que tenía antecedentes.
Los campesinos no creían en los fiscales, ni en los medios

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forenses, hombres de guantes y tapabocas celestes, vestidos de uni-
forme blanco. Ahí, mientras ellos hacían su trabajo, los rodeaban de-
cenas de campesinos. El rumor de voces se expandía: rumor de som-
breros, rumor de lamentos, las mujeres hablan más que los hombres,
justicia-para-Edita y puños levantados, niños en brazos y madres
que los abrazan más cerca a su pecho. “Por mí lo colgaría también,
pero lamentablemente como autoridad no podemos hacer eso, como
autoridades estamos buscando las pruebas”, decía el Coronel Raúl
del Pozo.
Y mientras la Policía y la Fiscalía encontraban pedazos de hue-
sos entre las prendas y la tierra, los ronderos observaban y pedían
¡justicia-para-Edita!, le gritaban a la Policía que no se venda, porque
las ronderas decían que habían visto a los oficiales comiendo ceviche
con “el Tigre”. Y luego más gritos, y esa pequeña colina retumba-
ba, y luego de tanto gritar, las voces se cansaban y solo una señora
hablaba, pero solo se oía como un murmullo y su voz se convertía en
lamentos con palabras indistinguibles excepto justicia, niños y cevi-
che. Pero poco a poco las voces se empezaron a sumar y volvían los
pedidos de justicia, y luego puños al aire y palmas, y ¡justicia-para-
Edita! Y luego un campesino solo: “a ese asesino hay que quemarlo”.
Y todos juntos, ¡hayquequemarlo!
Pero ese día no lo quemaron. Y luego, cuando lo llevaron
marchando por la plaza de Cajamarca para entregarlo a la autori-
dades del Estado, nadie llevaba gasolina. Los ronderos no le pusieron
un dedo encima a Alejandro Herrera, ¿o debería decir al “monstruo
de Tual”? No es fácil que un hombre pierda su nombre, pero esta
persona lo merecía.

El monstruo frente a la plaza

A La Prensa, el monstruo de Tual había declarado que en las rondas


no lo estaban tratando mal, que lo estaban alimentando. A su lado,

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“el tigre” se dirige a la cámara y hace un llamado a su familia, que no
se preocupen, que no los están castigando ni haciendo rondar, que
están bien.
–¿Por qué las rondas no quisieron aplicar su propia justicia?
¿Cómo así es que deciden entregarlo a la Policía? –pregunté, teniendo
conocimiento lo mucho que las rondas campesinas valoran aplicar su
propia justicia y resolver sus casos sin la Policía o el Poder Judicial.
–Porque cuando es muertes y violaciones siempre ponemos a
los detenidos a disposición de la Policía –contesta Chuquilin, líder de
las rondas urbanas, una organización que responde más a la Policía y
prefiere no juzgar casos tan graves.
El piso de la plaza de armas de Bambamarca tiene losetas grises
con blanco que repiten dos motivos: una es una especie de trébol de
cuatro hojas, la otra parece una cruz con las esquinas sobresalientes.
Esta plaza es el doble del tamaño del Parque ecológico de Cajamarca.
Aquí entrarían como cinco mil ronderos.
Desde la iglesia de Bambamarca, una de color mostaza, hecha
de dos torres unidas por una especie de arco, en el centro de la plaza
se ve una pileta en medio de un aspa. A un lado de esta, hay una
estructura con un techo, a la cual se sube con unas pocas escaleras,
donde los ronderos suelen reunirse.
Pero los ronderos, el 3 de diciembre, estarían ocupando la plaza
entera. Con toda la muchedumbre de gente que ha salido a marchar,
con las justas se puede ver. Los ronderos están marchando hacia el
centro, con el monstruo de Tual y “el tigre” como protagonistas.
Parecen marearse un poco, pero no dejan de caminar, porque
los ronderos los llevan de los brazos. Lo obligan y si para, la muche-
dumbre lo empujara mientras ellos avanzan, porque los ronderos no
se van a detener nunca, para ellos no va a haber impunidad. Lo han
sacado para que todo Bambamarca los vea, para que todos lo conoz-
can, para que sepan lo quién es el monstruo de Tual, y para que sepan
que ya no va a amenazar la vida de nadie.

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Encima de los hombros avergonzados de don Alejandro Her-
rera, los ronderos han colocado las ropa que pudieron recuperar de
Edita y sus niños; toda esta hecha una especie de soga, una chalina,
que pesa en el monstruo de Tual. Se ve pesada, y los ojos de don
Alejandro se ven cansados y mareados, pero los ronderos gritan más
y sus pasos en conjunto se siente como la corriente del río cuando
golpea las piedras.
Todo parece pasar muy lento, y en el rostro del monstruo, sus
ojos parecen querer cerrarse, querer ver para otro lado, donde no
haya ronderos, pero no hay donde escapar: aún así don Alejandro
trate de esconder sus ojos en la oscuridad, no podrá olvidar todo lo
que hizo: ni la violación de su sobrina de 16 años, ni la suciedad de
las celdas de Huacariz, ni la soledad cuando su familia lo dejo, ni los
cilindros donde quemó a Edita y a sus niños.
Los ronderos, además de la ropa, le hacen llevar un cartel en
sus manos. No es un acto de crueldad, sino de justicia: todos deben
saber lo que hizo. El cartel dice “yo maté a mi nuera, mis 2 nietos y
los he quemado”. Y no dudo de que el cartel de cartulina le pese como
los tres cuerpos, y lo haga tropezar y se vuelva a marear.
Y mientras avanza, mientras lo hacen avanzar, el monstruo
de Tual puede ver el rostro de Edita, pero no lo imagina. Ahí afuera
está el rostro de Edita; y ahí también; y son varias Editas, pero es su
rostro en pancartas que los ronderos llevan mientras piden justicia
para ella, pero tal vez el mareado monstruo de Tual no se de cuenta, y
piense que puede verla regresar para atormentarlo, como en sueños.
¿Habrá chicote hoy, o lo golpearán y patearán como él hizo
con Edita? Hasta ahora los ronderos no le habían hecho nada. Todas
las patatas que le diste en el estómago, y ¡monstruo! le gritan con
razón. La agarraste a puñetes, la mataste, ¡bestia feroz!, gritan los
ronderos, y la dejaste sangrando en las malditas tablas, y tuviste que
cambiarlas. Y las ronderas lloran por Edita, y cargan cruces con el
nombre Edita Cueva en vez de INRI, y llorando por los niños y car-

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gan cruces talladas.
Entre la muchedumbre, Alejandro y Vicente se adentran en
una caminata infinita hacia el fondo de ese río de sombreros; tal vez
sienta que se ahoga, o tal vez esto sea parte de ese proceso de limpia y
regeneración que hacen las rondas campesinas. Pero el monstruo de
Tual no sabe que él no merece reinsertarse con los campesinos, que
lo que hizo destruyó las esperanzas de los ronderos en un mundo
donde los errores no se compongan con la cárcel.
Muchas marchas como esta se hicieron, y no fue hasta el 27 de
diciembre, día en que el Poder Judicial había dictado ya nueve meses
de prisión preventiva contra Alejandro Herrera por el asesinato de
Edita Cueva y sus dos hijos, que los ronderos fueron a entregarlos a
la ciudad de Cajamarca.

Justicia para Edita

—Se ha hecho un trabajo bueno con las rondas campesinas y


las rondas urbanas. Invito al pueblo de Cajamarca mañana a la Plaza
de armas porque ahí se le va a entregar a este asesino y a su cóm-
plice al Poder Judicial. Fueron cuatro meses arduos —dijo Fernando
Chuquilin, presidente del comité de rondas urbanas, ante el medio
Portafolio Periodístico de Cajamarca. Luego, pidió al Poder Judicial
que no apresen a los ronderos por secuestro, porque esto se suele
hacer cuando las rondas retienen a un sospechoso para investigarlo,
y el delincuente siempre denuncia ante el Poder Judicial que lo están
reteniendo contra su voluntad.
Rodeados de policías uniformados, las autoridades ronderas
campesinas y urbanas llevaron al Monstruo de Tual a la Plaza de Ar-
mas de Cajamarca el 27 de diciembre de 2017. La marcha no fue pací-
fica. Hubo enfrentamientos entre campesinos y la Policía. Las bar-
reras de policías resguardaron el Complejo Policial 15 de setiembre,
donde Alejandro Herrera fue encarcelado. Entre empujones de la

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policía, una rondera golpeaba con su chicote a la barrera de unifor-
mados negros con sus escudos, y a un rondero otro policía le rompió
la cabeza. Los ronderos les lanzaban insultos y objetos: unas botellas
quebraban su vidrio en el suelo, y los ronderos agitaban sus chicotes.
Los campesinos pedían cadena perpetua para el monstruo
—El señor dice que la mató a golpes. Igual que a sus hijos, y
que luego quemó los cuerpos y los restos los botó por Coñor. La ropa
que mandó a desaparecer era la que había dejado Edita en su casa,
para que todos creyeran que ella se había ido por su cuenta —con-
taba el jefe de la Policía ante las cámaras.
El día siguiente, el 28 de diciembre, se trasladó al monstruo al
penal de Huacariz, donde pasaría la prisión preventiva. En el trasla-
do, los periodistas lo siguieron junto a Vicente Castrejón “el Tigre”,
quien ante cámaras clamaba ser inocente y quien luego sería liberado
debido a que no habría denuncia contra él.
Alejandro, por su parte, no miraba a los periodistas.
—¿Te arrepentías? —le increpaba un periodista mientras lo
jalaban hacia adentro.
¿Servía pedir disculpas a la familia como le decía este insis-
tente periodista?
—Responde, ¡di algo! —le replicó el periodista, y solo enton-
ces Alejandro lo miró a los ojos y sus pupilas ardían con el color
del fuego de los cilindros aquella noche: una llama en la completa
oscuridad de su ser. Bajó la cabeza, se ocultó bajo su gorro y dentro
de aquellos hundidos ojos, no había más una cárcel, sino un cuarto
de una casa, donde cuatro tablas del piso de madera desentonaban
con las demás.

28
II

Entonces ¿qué quieres?, ¿qué quieres que haga?


Que me ponga alegre como día de fiesta
Mientras mis hermanos doblan las espaldas
Por cuatro centavos que el patrón les paga

“Cholo soy” de Luis Abanto Morales

Vigilantes, salvajes o eficaces

Una de las descripciones de las rondas campesinas que considero


fácil de entender es la que escribe el sociólogo y profesor asociado
de Ciencias Políticas en Purchase College de la Universidad Estatal
de Nueva York, John S. Gitlitz, quien ha pasado más de treinta años
estudiando el fenómeno de las rondas campesinas en Cajamarca.
Gitlitz llama a las rondas campesinas “comités vigilantes a nivel de
pueblo quienes patrullan caminos, senderos, pastizales y campos”.
Pero las palabras que Marcos Díaz, presidente de la Central
única nacional de rondas campesinas del Perú, usa para describir a
las rondas son mucho más extensas. El presidente de la CUNARC-P
es un rondero que nació en 1970 en el departamento de Amazonas,
en Perú. Tiene 48 años, no mide más de un metro sesenta, y se ve
encogido como si fuera un topo de pie, con una nariz aguileña y de

29
cabello recortado que nunca deja colgar ni un pelo. Su mirada, sin
embargo, me emite un halo sereno, mientras sus expresiones resalta-
das por sus cejas parecen irónicas. Como si todo lo que dijera Mar-
cos fuera crítico, a la vez de divertido.
Marcos es un rondero que no suele llevar sombrero, pues este
es un detalle tradicional más de Cajamarca. Pero para los eventos y
reuniones que organiza y a las que asiste como invitado, siempre se
coloca un poncho morado, con rayas en degradado, decorado con
algunos diseños geométricos muy conocidos de la ropa de la sier-
ra. Este poncho ha viajado con él a toda reunión que ha tenido, no
solo en las bases ronderas de Amazonas, sino cuando es invitado
al Congreso para debatir sobre una ley que perjudique a las rondas
campesinas, y de igual modo, en las sesiones de la Comisión Inte-
ramericana de Derechos Humanos (CIDH) en las que han hablado
sobre la situación de violación de derechos humanos de los pueblos
indígenas del Perú.
En esta ocasión, viernes 15 de setiembre de 2017, Marcos no
lleva el poncho, pero lo tiene preparado para el encuentro que se dará
entre varios delegados de rondas campesinas del Perú junto al Presi-
dente del Poder Judicial, Duberlí Rodríguez, quien en ocasiones se
ha denominado a sí mismo “rondero”, pero Marcos no es tan crédulo,
pues por su experiencia me hace saber que siempre es decepcionado
por aquellos que se jactan de ayudar a las rondas campesinas. Este
evento tendrá lugar el 22 de setiembre, la próxima semana.
Cada vez que Marcos viene a Lima, siempre hay alguna
pequeña controversia con algún video que haya circulado en redes
sociales y que los medios limeños han recogido donde se hablen de
los “abusos” de las rondas campesinas.
—Los medios de Lima siempre nos tratan de salvajes —dice y
ahí está esa voz: una mezcla entre dejo de Cajamarca y de Amazonas,
una especie de canto en un tono grave—. Siempre hemos mandado
nuestras convocatorias a las asambleas, nuestras notas de prensa so-

30
bre los problemas que resolvemos, y no nos hacen caso, pero cuando
hay una noticia de que las rondas castigan con el chicote, ahí sí nos
sacan —reniega.
Las noticias a las que Marcos se refiere suelen tener distintos
tonos: está la vez en que un pueblo linchó a un par de delincuen-
tes encontrados in fraganti, o la vez en que las rondas castigaron a
un muchacho que escuchaba reggaeton a bailar huayno, o la vez en
que ronderos usaron sus “látigos” contra trabajadoras sexuales. No
es increíble que dada la composición de los grandes medios en Lima:
donde tenemos diarios chicha con sus titulares en grandes letras am-
arillas, a Phillip Butters aún en la radio dando, el único periodista al
que no le interesa la razones por que la gente protesta, sino el solo
hecho de aclarar que lo que hacen es violar la ley, o los medios digi-
tales recopilando videos virales como noticias, donde, por ejemplo,
se ven a ronderos usando látigos contra una mujer infiel. Para algu-
nos comentarios de la opinión pública en redes sociales, los ronde-
ros son eficaces y deberíamos traerlos a Lima, pero para otros, son
unos trogloditas a los que deberían tratar igual que a los delincuentes
que juzgan. Para Marcos, estos casos mencionados ni siquiera son
de su competencia. Ellos son rondas campesinas, y esos actos se los
atribuye a las rondas urbanas.
Los ronderos han sido convertidos en una amenaza latente, un
enemigo creado para asustar: si usted es infiel con su esposo, tenga
cuidado que los ronderos van a enseñarle a ser una buena esposa
a golpes, si usted roba un par de gallinas por hambre, los ronderos
van a pasearlo por el pueblo y a prenderle fuego, y, señor alcalde,
mire cómo los ronderos linchan a este alcalde por no cumplir sus
promesas electorales en una provincia del Perú que seguramente no
resaltaríamos a menos que algo malo haya pasado ahí; cuidado que
le pase a usted.
Marcos ha estado viendo un video detenidamente en el ce-
lular: son unas personas que llevan sombreros, grandes como los

31
que se visten en Cajamarca, alrededor de una mujer a la que están a
punto de castigar con un látigo por haber sido infiel.
—Estos ni siquiera son de las rondas campesinas —me señala
al hombre que lleva el látigo—. En las rondas campesinas las rondas
femeninas se encargan de dar los castigos a las mujeres. Un hombre
no castiga nunca a una mujer.
En muchos casos, Marcos adjudica a las rondas urbanas estos
casos de justicia que no pasan por el estatuto de las rondas campesi-
nas. Estas otras rondas nacen de las zonas urbanas de las provincias
y a pesar de rondar con el fin de acabar con la delincuencia, tienen
diferentes orígenes que las campesinas; en algunas provincias, sin
embargo, las rondas campesinas trabajan en conjunto con ellas. Las
reglas de las rondas campesinas han sido escritas pensando en el bi-
enestar del pueblo, y en una filosofía de ayudar al prójimo. Este es-
tatuto no resalta la gravedad de las condenas que aplican, pues estas
varían de base en base y no son fijas; normalmente, se decien por la
asamblea de ronderos que la vean.
Las rondas campesinas tienen también sus mandamientos,
que figuran en el estatuto. El primero resume un poco sus ideales:
“Continuar la obra liberadora de Cristo, Tupac Amaru, Micaela Bas-
tidas y de José Carlos Mariátegui para hacer de nuestro Perú una
sociedad para las mayorías, donde el pueblo se autogobierne y ga-
rantice la paz, como fruto de la justicia social, democracia, progreso,
soberanía nacional e integridad territorial.”
Además del desconocimiento sobre la labor de las ron-
das campesinas de parte de los “grandes medios del Perú”, Marcos
reconoce a otro actor, un actor político, que hizo daño a las rondas
campesinas y avivó conflictos alrededor de comunidades campesi-
nas cuando fue presidente; esta persona es reconocida también por
ser el 7mo presidente de los más corruptos del mundo según Forbes.
En la actualidad, goza del indulto del ex Presidente Pedro Pablo Kuc-
zynski, y su hija Keiko se mantiene activa en la política peruana.

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—Alberto Fujimori, con el decreto 77, en 1992, cambió el
nombre de las rondas campesinas a comités de autodefensa. En un
plazo de 30 días, debían las rondas adecuarse; este decreto las obli-
gaba a unirse a los comités de defensa creados por el gobierno. De
este modo, las rondas perdían su función jurisdiccional de autoridad
comunal para estar subordinadas al Estado. La mayoría de ronde-
ros no se adecuaron —rememora Marcos con su mirada irónica—.
Y quien no se adecuaba a los comités automáticamente era denomi-
nado como terrorista. Nosotros no los éramos, pero nos negábamos
a adecuarnos.
Marcos explica que en los informes de la Comisión de la Ver-
dad y la Reconciliación (CVR) se ha recogido que sus hermanos
campesinos, sus compañeros ronderos, fueron asesinados por los
terroristas de Sendero Luminoso. Por eso su rostro conserva esa mi-
rada entre irónica y triste, porque ha pasado años escuchando a los
policías con los que tienen que lidiar las rondas campesinas en las
regiones, a los enemigos políticos de las rondas, y a empresarios con
poder en el Perú, decir que ellos, los campesinos, son terroristas.
—Sendero Luminoso y el MRTA tenía en su discurso que ellos
hacían lo que el pueblo mandaba. ¿Pero cuál pueblo? ¿Ese pueblo de
campesinos que ellos mismos sacaban fuera de sus casas a punta de
balas para que miren como mataban a sus seres queridos? —senten-
cia Marcos casi gritando.

El incendio de las rondas campesinas

Hay una comunidad importante para las rondas campesinas


en Cajamarca. Dentro de esta región se encuentra la provincia de
Chota, y dentro de esta está el distrito llamado también Chota. Den-
tro de este más profundo Chota, las comunidades tienen nombres
que terminan en pampa, Shitapampa, Rojaspampa, Progresopampa;
otra solo se llama El Mirador, o tienen la terminación pata, como

33
Choctapata. Y también está la comunidad que vio nacer a las rondas
campesinas: Cuyumalca.
En esa comunidad, rodeada de más cielo que montañas, las
nubes se sienten más cerca de uno. Los árboles no son muy pobla-
dos, pero son altos, de troncos delgados y hay carreteras blancas que
irrumpen solo un poco la calma de los prados verdes. Los niños se
la pasan afuera de sus casas jugando con sus mascotas, los escolares
de uniformes blancos y negros con chompas rojas caminan al menos
un kilómetro hasta el colegio, mientras los padres se quedan con
sus vacas, sus ovejas y sus caballos. En el centro de esta comunidad,
aparece la Iglesia del Nazareno.
—Las rondas campesinas surgen para combatir no solo el ab-
igeato, el robo de ganado, sino también como una respuesta al abuso
de los grandes adinerados —recuerda Marcos.
El patriarca de las rondas campesinas, uno de sus fundadores,
Régulo Oblitas, recuerda que en 1976, en Cuyumalca, se vivía el ter-
ror. En “Willaqniki: informe de diferencias, controversias y conflic-
tos sociales”, informe elaborado por la Presidencia del Consejo de
Ministros (PCM) y la Oficina Nacional de Diálogo y Sostenibilidad
(de mayo de 2014), Oblitas, que parece en fotos con un poncho rojo y
un sombrero que no parece entrarle totalmente en la cabeza, cuenta
lo siguiente.
“Nadie dormía de noche, la pasábamos despiertos con peligro
de muerte porque había delincuentes que se llevaban los ganados,
sembríos, saqueaban las viviendas, violaban a personas indefensas
y mataban a las personas que se oponían. Además, si algún vecino
salía a defender a las personas agredidas, al día siguiente regresaban
a vengarse. Prácticamente no había justicia, en Chota sólo se tenía
ocho policías y algunas malas autoridades”.
Cuando los problemas de abigeato se acrecentaron, la comu-
nidad de Cuyumalca se reunió el 29 de diciembre de 1976 para pla-
near la creación de las rondas campesinas. El siguiente año, en que el

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militar Francisco Morales Bermúdez gobernaba el Perú, año en que
se planeaba la Asamblea para la nueva Constitución peruana, año
en que a causa de la devaluación de la moneda y el alza del costo de
vida, la Confederación General de Trabajadores del perú (CGTP)
organizaba su huelga general; aquel año, que terminó con la muerte
del general Juan Velasco Alvarado, el 29 de enero surgieron oficial-
mente las rondas campesinas como sistema de seguridad ciudadana
y se difundieron en el norte del país. “En 15 días Cuyumalca estaba
organizado, pasamos a Chaupelanche, Negro Pampa, Alto Perú y a
Bambamarca. Fue como un “incendio”, en 1978 todo Cajamarca es-
taba organizado”, cuenta Régulo Oblitas en el informe de la PCM.
Mientras Cajamarca sentía que las rondas campesinas se prop-
agaban como el fuego, Marcos Díaz pasaba por su niñez. El hombre
que sería presidente de la Central nacional de rondas aún no conocía
lo que sería el patrullaje. Su primer contacto con las rondas campe-
sina fue cuando unos “dirigentes campesinos” iban a presentarse en
la provincia de Jaén, cuando él tenía 6 años.
Un par de horas luego, Marcos se encontraba sentado encima
de un costal, viendo a dos dirigentes frente a un mesa adelantes de
un grupo de ronderos en Jaén, Cajamarca. Uno era un hombre de
rostro flácido que tamborileaba la mesa con las manos, se veía fuerte
como un gorila, y hablaba con una pausada voz ronca. A Marcos le
parecía un bloque de concreto, ahí en su silla sin pararse, a pesar de
que el otro dirigente se paseaba por el estrado al declamar. “No se
para porque es cojo”, le dijeron.
Pedro “el cojo” Risco era el líder del partido aprista en Chota
y se encargaba de administrar un tienda rústica que hacía a su vez
de sede del partido de la estrella. El cojo se encargaba de proveer de
dinero a los pueblos que apoyaran al APRA y de cortar, no literal-
mente, a quien se opusiera al partido: el cojo era una caja fuerte de
cemento. Al otro lado de la mesa estaba la antítesis del Cojo: Daniel
Idrogo Benavides, un delgado muchacho, con ojos achinados, con

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corte de lado en su cabello negro, de 22 años, originario de Cuyum-
alca, criado en una familia pobre de once hijos. Daniel era líder de la
Federación de Estudiantes Revolucionarios (FER) una organización
maoísta, enemiga natural del anti-comunista APRA. Si El cojo Risco
era una caja fuerte impenetrable; Daniel Idrogo era una servicial es-
coba cuyo palo serviría para izar banderas.
—Entre esos dos líderes, las rondas eligieron a Daniel —recu-
erda Marcos con anhelo—. El cojo Risco entonces viajó a otras partes
del norte de los Andes para organizar sus propias rondas a las que
llamó, por despecho, “rondas pacíficas”.
El actual presidente de la CUNARC-P ve ahora aquel intento
de intromisión del APRA en el proceso de creación de las rondas
campesinas sin sorpresa. Marcos ha vivido y visto todas esas inter-
venciones de poderes del Estado con intenciones de dividir y desa-
parecer a las rondas innumerables veces.
—Ellos mismos crean y financian sus propios dirigentes. Y eso
que cuando el APRA fue gobierno hay documentos donde el regla-
mento decía Maldito el policía que capture a un rondero. Ah, pero
esos eran para las rondas que ellos crearon. No para nosotros.
En aquella reunión de rondas campesinas, la Asamblea gen-
eral, con el voto de mayoría de los ronderos, eligió a Daniel Idrogo
como presidente provincial de rondas campesinas de Chota. Aquel
hombre delgado como un palo de escoba, sería uno de los líderes de
este grupo que barrería con la delincuencia en Cajamarca y hasta
ahora dejaría las calles limpias. Aquella escoba aún es recordada
como una figura importante, —el profesor Daniel Idrogo, el com-
pañero, rememora Marcos— por los ronderos. El cojo Risco ya lleva
años muerto y no se ha escrito mucho más sobre él.

Un episodio contra un comandante

Luego de la inundación de 1979 en Chirimoto, lo que sucedía usu-

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almente en toda la provincia rural de Rodríguez de Mendoza, en
Amazonas, aquellos jóvenes cansados del clima y empobrecimiento
que estas causaban en las tierras decidieron dejar el Viejo Chirimo-
to reconstruido allá en las faldas del cerro de Lombros. Así, en la
zona llamada Laurel, perteneciente a San Martín, formaron el Nuevo
Chirimoto.
Ahí, en sus bosques, donde los árboles son como brócolis gi-
gantes, una mañana de otoño parió una máquina. Y encima de ella,
un hombre esclavo de ella. Aquel, de hombros anchos que parecían
forzarse en un polo blanco con difusas rayas celestes, de gorro negro
que le tapaba el rostro, usaba sus brazos para manejar las palancas y
botones del pequeño tractor que miraba amenazante los bosques de
Nuevo Chirimoto.
—Decía que era un comandante o ex comandante.
El ruido que hacían los árboles que el comandante sin cara
arrancaba asustaba cada mañana de los que habitaban las casas más
cercanas. Los campesinos escuchaban los gritos de los árboles y se
acercaban a ver, pero no podían ayudar al bosque porque el coman-
dante no les hacía caso.
—Su plan era exterminar los bosques y vender la madera —
cuenta Marcos, quien está almorzando en el receso del Congreso Na-
cional de la Red Latinoamericana de Antropología Jurídica (RELA-
JU) que se está realizando en el complejo McGregor de la Pontificia
Universidad Católica del Perú, en Lima. Fue invitado como ponente
para hablar sobre la justicia de las rondas campesinas, donde, por
supuesto, viste su poncho morado, pero ahora lo tiene guardado.
A pesar de que cada mañana los ronderos de Nuevo Chiri-
moto, luego de rondar en la noche, le recordaban al comandante que
no podía hacer eso, que no vuelva a entrar, aquella máquina seguía
arrancando árboles como si fueran ramas.
—A mí no me pueden negar la entrada ustedes —una voz fría
salía desde el esclavo de la máquina—. Yo soy una autoridad. Ustedes

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no me pueden decir lo que se puede o no se puede hacer.
—Mire, comandante, está bien, puede sacar madera para ust-
ed. Pero no a esta escala, con esta maquinaria tan grande… ¡cuántos
árboles va a talar!
—Las rondas de Nuevo Chirimoto eran nuevas y yo como
presidente regional de rondas de Amazonas, en ese tiempo, tenía que
orientarlos —recuerda Marcos, y a junto a él, Sabino Sonco Mamani,
consultor nacional de las rondas campesinas, que ronda los cuarenta
años, recibe ya su plato y se pone a comer sin quitarse su sombrero
negro, característico de los campesinos de Puno.
Entonces, cansados del comandante, los ronderos deciden
convocar a un asamblea general en Nuevo Chirimoto.
—Él no quiere irse, compañero Marcos. Quiere seguir talan-
do, llevándose las maderas y hasta dice que nos va a denunciar —le
avisó el representante de la ronda de Nuevo Chirimoto a Marcos.
—Entonces que se le capture —dictó el poncho morado.
Con la misma fuerza de los árboles, arrancaron al esclavo de la
máquina y lo llevaron ante una nueva asamblea de rondas campesi-
nas, donde lo sentenciaron a 20 días de cadena rondera —una sen-
tencia que se calculó en el momento, dada la gravedad del agravio—
y lo echaron en el piso para aplicarle cinco chicotazos en el trasero.
Así, el comandante se convertía en esclavo de las rondas
campesinas de Nuevo Chirimoto. En el día, tenía que hacer tra-
bajo comunal, como limpiar los caminos comunales o ayudar en la
construcción de una nueva casa de un habitante; y en la noche, el
comandante debía rondar con el grupo de rondas para asegurar la
seguridad del pueblo.
Pero no pasó mucho hasta que, enterado de lo que le sucedía a
su compañero, otro comandante apareció ante las rondas exigiendo
que liberaran a su amigo.
—Y como no cedimos, nos denunció, como es usual, por se-
cuestro y terrorismo —acota Marcos, y mientras recibe su plato, Sa-

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bino toma una pausa del suyo para secuestrar la conversación.
Con el rostro de Sabino Soncco Mamani no hay medios gestos:
o está feliz o está serio. Si está feliz se nota porque se ríe, pero cuando
se molesta, su rostro liso y marrón se cierra como una fortaleza en-
cima de su chalina mostaza.
—Esas autoridades creen que en el Perú hay una sola justicia,
una sola forma de resolver los problemas que existen. Y que eso le
compete solo a la Policía, la Fiscalía y el Poder Judicial. Los demás
no existimos —explica Sabino dejando su tenedor al lado del plato.
De pronto, las puertas del rostro de Sabino se cierran y sus ojos
se abren como ventanas.
—Cuando los policías o comandantes ven que las rondas están
resolviendo problemas, o si acaso se lo mencionan, siempre tienen los
mismos comentarios —se acomoda en su silla, su espalda se endereza
y el sombrero negro se convierte en un quepi—. Están locos, ¡si son
campesinos que ni han estudiado! —el improvisado policía se lleva la
mano al pecho— No como nosotros, que además la ley nos valida y
a ellos no. Ellos deben estar sujetos a nosotros, ya que no conocen las
leyes —imita Sabino con voz marcial exasperado—.
Sabino vuelve a su cuerpo y saca un objeto largo de su maletín
que yacía en el piso.
—No entienden qué significa esto —y lo agita encima de la
mesa.
El objeto que Sabino tiene en la mano es un símbolo de la jus-
ticia de los ronderos: es un trenzado de tres puntas, hecho con cuero
de vaca, con el que también se hacen las ojotas. Las familias en la sier-
ra suelen guardarlos para corregir el comportamiento de los niños y
los ronderos lo adoptaron para hacer lo mismo con los delincuentes.
El chicote, también llamado San Martín, se hace cortando
varios hilos del cuero de la vaca. Se toma un punto apoyo para el
medio de los hilos y desde los extremos se hacen tres trenzados. Los
campesinos que hacen los trenzados suelen escupir al cuero si se

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seca. Si el cuero no cede así, se le salpica agua. Cuando se ha ter-
minado las puntas de cada trenzado, se le chanca con un martillo.
Si el chicote se seca sin haber hecho esto, quedará áspero y no bien
acabado. Finalmente, se pasa le pasa grasa al chicote y quedará suave
y listo para usar.
Esta pieza es como un regalo divino. Los ronderos lo usan
como un símbolo, pero su magia influye mucho más: la furia y ra-
bia es canalizada en cada chicotazo que purifican al criminal. Luego
del chicote, nadie más habla del crimen; luego del chicote, ya no se
echan culpas; luego del chicote, ya no hay un criminal ahí donde los
campesinos ven ahora a alguien como ellos.
Pero los policías no entienden eso, dice Sabino. Los policías
ven a los criminales como escorias, como humanos sin posibilidad
de redimirse, como bestias que acabarán sus días en el infierno,
como lacras de la sociedad que fueron muy débiles para vivir en el
capitalismo. Pero cuando una asamblea rondera se ha convocado
y en el centro un criminal está siendo juzgado, el público no pide
más sangre, ni tampoco reafirma sus insultos contra este; acaso no
se verán apenados porque uno de los suyos, otra persona como ellos,
haya llegado hasta ese punto; y luego del chicote, solo calma en sus
rostros, porque en el del criminal solo hay comprensión. Al menos,
en los casos menos graves.
—Cuando se enteran que castigamos con esto, nos tratan de
salvajes —recalca Sabino—.
Para los policías el uso del chicote y los castigos físicos de los
ronderos les dan la excusa perfecta para tratarlos como delincuentes,
y hasta terroristas, a pesar de que no manchen los campos de sangre.
—Pero nunca lo han probado. No hay un solo rondero proc-
esado por terrorismo —Marcos retoma la palabra, y Sabino continúa
con su plato—. En todas las manifestaciones a las vamos apoyando,
siempre hay algún policía que dice que seguro nos financian fuerzas
radicales—Marcos coge el tenedor y toma un bocado—. Nos han

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dicho que somos financiado hasta por Hugo Chávez desde Venezu-
ela —dice mientras mastica su almuerzo.
De repente, Marcos deja el tenedor de nuevo. Termina de
masticar mientras mira a un punto fijo en el aire.
—Como esa vez —recuerda—. Esa vez en que se encendió el
Baguazo.

Chispas del Baguazo

En el 2009, cuando Marcos era Presidente regional de las rondas de


Amazonas, se dio uno de los sucesos más escabrosos para el Estado
peruano, de los más sangrientos para los pueblos indígenas, y de lo
más vergonzoso para los derechos humanos.
El Tratado de Libre Comercio entre Perú y Estados Unidos,
firmado el 12 de abril del 2006, fue aprobado para su implement-
ación por George W. Bush y Alan García en el 2009, y finalmente
implementado el 1 de febrero de ese año.
Con aquel TLC se promulgaron decretos legislativos, entre los
cuales se regulaba la explotación de los recursos forestales e hídri-
cos de la Amazonía: el debate sobre los decretos como el 1090, la
Ley forestal y de fauna silvestre, se había postergado en diferentes
ocasiones. Los medios peruanos anotan el 9 de abril como el inicio
de las protestas contra estos decretos, que se dieron por el atentado
contra el derecho a la consulta previa. “Ya está bueno. Estas perso-
nas no tienen corona, no son ciudadanos de primera clase. 400 mil
nativos no pueden decirnos a 28 millones de peruanos: tú no tienes
derecho de venir por aquí”, declaró el 5 de junio de 2009 el entonces
Presidente del Perú, Alan García.
—No hicieron caso a los pedidos del Baguazo y la lucha se
radicalizó. En mayo tomamos el puente de Corral Quemado y a los
dos meses tomamos la marginal Belaunde Terry —rememora Mar-
cos.

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Corral Quemado es un pueblito que no abarca más que un
par de kilómetros de carretera. Este lugar está al pie de una montaña
y al lado del río Marañón. El pueblo tiene un par de restaurantes
familiares, como el Imperial, el Anita o el Valladares; algunas casas
con pintas de las elecciones, como PPK Presidente o Julio Sagástegui
al Congreso, y antenas de cable satelital Claro y Movistar. Hay algu-
nas motos y mototaxis aparcados en la puerta de las casas y cerca a
un puente clausurado, está el local de la Policía Nacional del Perú,
Comisaria de Corral Quemado, que iza la bandera del Perú en su en-
trada y sostiene una antena de cable satelital de Directv en su techo.
En medio del pueblito, se levanta un humilde cartel verde, del
tamaño de un mesa que dice en letras blancas “protejamos nuestro
medio ambiente”. Está casi al centro del pueblo, donde desde las casa
y los restaurantes salen mesas al borde de la pista, para vender cocos
y sandías pues este lugar está en el límite de la provincia de Jaén y
la provincia de Utcubamba; es decir, entre Cajamarca y Amazonas.
Y si acaso aquel corral fuese el destino de algún pasajero, las
casas también se convierten en paraderos para tomar una moto o un
mototaxi, si hay que llevar alguna encomienda. Y para eso está el pu-
ente 24 de julio, inaugurado en la década de 1980, pero no en la fecha
de su nombre. Al lado de este puente, subyace el 24 de julio original,
que fue inaugurado en 1956, y que ahora solo sirve como pase pea-
tonal. El “nuevo” puente, de un naranja ceniciento, puede soportar
hasta 60 toneladas y cruza el Río Marañón. Este puente es parte de
la red vial que une la costa del Perú con la carretera Marginal de la
Selva. Es un punto decisivo de la ruta Interoceánica Perú-Brasil, que
inicia en el puerto de Paita, luego de llegar a Yurimaguas y proseguir
por el río Huallaga, Marañon y luego Amazonas. De ahí, la ruta cam-
bia del español al portugués.
—Estuvimos ahí dos meses —continúa Marcos Díaz—.
Las rondas campesinas acordaron apoyar a las comunidades
nativas, awajún y wampis, que empezaron la protesta. Cada día ba-

42
jaba una sectorial —así llaman a un grupo rondero más grande que
una base de una comunidad, pero más pequeño que el de un dis-
trito— a la zona.
—Llevábamos alimentos de nuestras chacras: menestras,
plátanos, yucas; los más cercanos a la playa llevaban arroz y todos
los días había movimiento de gente. Nosotros podíamos estar así
más de un año y no nos habríamos cansado, pues cada día iba un
grupo diferente. Los policías no entendían con qué plata estábamos
ahí asistiendo. Pero nadie pagaba a las rondas por estar ahí. Tampoco
hay infiltrados. Mucho menos terroristas.
El conflicto de Bagua acabó con 33 muertos, entre nativos y
policías. Para Alan García, entonces Presidente, detrás de las pro-
testas habían intereses que querían impedir el desarrollo económico
del país. Para Duberlí Rodríguez Tineo, actual Presidente del Poder
Judicial, el Baguazo se dio por no respetar los derechos indígenas:
el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, rati-
ficado por el Perú, resalta que el derecho de los pueblos indígenas
sobre su territorio.
“Al aplicar las disposiciones de esta parte del Convenio, los
gobiernos deberán respetar la importancia especial que para las cul-
turas y valores espirituales de los pueblos interesados reviste su rel-
ación con las tierras o territorios, o con ambos, según los casos, que
ocupan o utilizan de alguna u otra manera, y en particular los aspec-
tos colectivos de esa relación.”
—¿Y qué sucedió con el comandante que los intentó denun-
ciar por terrorismo?
—Por terrorismo y secuestro —resalta Sabino.
—El comandante no ganó nada. Denunció a las rondas de
Nuevo Chirimoto y la Corte Suprema lo desestimó —recuenta Mar-
cos.
Marcos hace como que lee un documento: “las autoridades del
Poder Judicial, la Policía, la Subprefectura y la Fiscalía se condujeron

43
al lugar de Nuevo Chirimoto para persuadir a los ronderos para que
entreguen al excomandante retenido y que lo pongan a disposición
de la autoridad competente”.
—Los ronderos les contestaron que no lo iban a entregar
porque lo tenían investigado. Entonces salió una resolución hermo-
sísima para nosotros —Marcos levanta el dedo índice de su mano
derecha que parece tener la fuerza para jalar el brazo entero—. La
resolución decía que las rondas de Nuevo Chirimoto no podían ser
secuestradores ni terroristas, porque habían investigado. Y eso los
hacía equiparables a una autoridad.

El golpe instantáneo y la caminata eterna

El organismo de las rondas campesinas no es tan complicado como


suena. Sus bases, como se le suele llamar a los grupos que forman
las rondas campesinas, pueden darse en diferentes niveles. Las bases
más pequeñas se forman en los caseríos y en los centros poblados; un
poco más grandes son las que abarcan un distrito. Luego hay bases
provinciales o regionales. Esto quiere decir que hasta en un caserío
puede haber un grupo de rondas campesinas que ejerza la autoridad
en el lugar para poder juzgar cualquier delito. Estas bases no deben
entenderse como una de mayor rango que otra. Cada ronda es inde-
pendiente.
En el caso de las rondas campesinas, el mismo Presidente de la
Central de rondas asegura, no es el pueblo el que toma las decisiones,
sino la Asamblea general de autoridades comunales “debidamente
empadronadas”.
—El pueblo toma decisiones en la calle o en la plaza; los ron-
deros tienen sus propios locales.
La Asamblea general, un organismo que se crea en el mo-
mento, no solo tiene un local, sino que además establece una junta
directiva, una mesa y las actas que se escribirán y firmarán (que nor-

44
malmente quedan escritas en un cuaderno que guarda el secretario):
en estas se establece todo lo sucedido en tales reuniones, ya sea si se
ha penqueado, como le dicen a aplicar el chicote, a alguien, o si se ha
acordado alguna marcha.
—Pero cómo deciden cuántas penqueadas según el delito.
—Si nosotros fuéramos el Poder Judicial yo te respondería con
años exactos. Pero esto lo decide la Asamblea general en el momento.
Se pone a voto con las manos levantadas.
—¿Y cuál es la condena más grande que se le concedería, por
ejemplo, a un asesino de un rondero?
—Serían...—casi sin estar seguro, sin definir el número, y alar-
ga la voz como si fuera a decir una cifra mayor o menor, Marcos
contesta—... 120 bases.
Condenar a una base quiere decir que el castigo para el delito
es ir a una base rondera, hacer trabajos comunales y patrullar por
las noches con las rondas para seguridad del pueblo por no más de
24 horas. Este castigo en la base se llama cadena rondera o ronderil.
A veces es difícil cumplir una condena de más de 10 bases,
porque estas pueden estar alejadas entre ellas. A veces, Marcos lo
reconoce, puede ser cruel.
—Imagínate, pueden llegar a ser meses que va a estar uno de-
tenido en la ronda y caminando de base a base, y uno ya caminando
se cansa, y a veces se han muerto los detenidos por el cansancio.
En el momento de que existe una denuncia contra una per-
sona, la ronda decide capturarlo, presentarlo antes la Asamblea, per-
mitir que de su versión e investigar. Si se le encuentra culpable, cada
base tiene su propio criterio para aplicar una cadena rondera leve o
larga.
Si se condena, por ejemplo, a 10 bases a un sentenciado. Prim-
ero se evalúa en qué nivel está el grupo de rondas que llevó el caso:
regional, provincial, distrital. Si la condena se da en una distrital, y
ese distrito solo tiene 8 bases (es decir, que solo hay ocho centros

45
poblados con rondas campesinas), se puede solicitar que el resto de
bases se cumplan en otra provincia.
—Al detenido se le lleve de base a base caminando. Esto tam-
bién es parte de la sentencia—.
Un criminal es pasado de base en base, amarrado, caminando
a través de cerros, bordeando lagunas, añadiendo kilómetros a la
condena del criminal. Cuando se llega una base, los recibe la junta
directiva de rondas campesinas de esa base y ellos primero lo re-
visan. El criminal es desatado y desvestido, y se suma la vergüenza
a su condena. Se le toma foto y se levantan un acta: cuántos golpes
tiene, en dónde los tiene, una especie de mugshot se agrega a la ficha
del criminal. Si es de día, el criminal debe estar listo para los traba-
jos, y si es de noche, se añade el desvelo a la condena, porque le toca
cuidar el pueblo junto a las rondas campesinas.
—La mayoría del tiempo los ronderos armamos un círculo y
al detenido lo tenemos al medio para que no se le ocurra escapar—.
Las sanciones, además de rondar, se aplican de acuerdo al
derecho consuetudinario de cada base (el derecho que se origina en
las tradiciones de las rondas campesinas). En algunos lados le meten
baño con agua fría; en otros ejercicios o carreras. Otras veces la san-
ción será solo cantar canciones. Y también está el chicote o penca.
Depende de cada base, también, la posición del detenido cuando es
penqueado. Han habido ocasiones en las que el látigo —el cajamar-
quino tienen un acero de rienda de caballo en la punta— da la vuelta
luego de golpear el trasero de un detenido que está de pie y golpea
en la barriga o los genitales. En Cajamarca tienen la costumbre de
echarlo en una banca. Lo acuestan al detenido de barriga con las
dos manos recogidas en la espalda. Todo plano para que la barriga
esté en la banca y el poto esté arriba. Y cuando le dan con la penca,
¡prum!, la punta del chicote no le salpica en los genitales.
—Usamos el chicote en las nalgas porque este no se hincha
por más que pegues —dice Marcos entre resoplidos de risa—.

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Pero las rondas no necesariamente castigan con látigo o penca
o chicote a los delincuentes: donde alguna base tenga un río cerca,
amarra al detenido con una soga y lo obligará a entrar; y donde hayan
chorros de agua que caigan, lo harán bañarse debajo de estos. El agua
es una de las formas más sencillas que tienen los ronderos para casti-
gar, además de ser uno de los elementos que más valoran.
—Cuando cumples tu sentencia, sales regenerado —dice Mar-
cos—. Termina la cadena rondera y vuelves al lugar donde te dieron
la sentencia. Ahí tienes que pedir disculpas. Por ejemplo, como se
suele decir: “yo pido disculpas, a quien le he ofendido, a su familia y a
la comunidad y me comprometo en adelante a ser un buen ciudada-
no y, bueno, hermanos, yo ya no voy a vivir acá, yo me voy retirar a
vivir lejos un tiempo”.
El celular en el bolsillo de Marcos Díaz suena con el tono de
timbre preseleccionado. Marcos deja su tenedor a un lado, hace pasar
su lengua por su boca cerrada, se levanta de la mesa y contesta con un
hola, compañero, sí, aquí Marcos Díaz Presidente de la Central única
de rondas campesinas.
A Marcos lo suelen llamar de radios de provincias para de-
clarar sobre sucesos referentes a las rondas campesinas. En este caso,
su llamada se está transmitiendo por radio San Martín, en la región
del mismo nombre, y está advirtiendo sobre un proyecto de ley pre-
sentado por Gino Costa, congresista que solía integrar la bancada de
Peruanos Por el Kambio.
—Este proyecto de ley va a limitar las materias que las rondas
campesinas podemos juzgar. Las rondas siguen siendo perseguidas,
y de aprobarse el proyecto de ley del congresista Gino Costa le van a
dar sustento legal para condenarnos.
El proyecto de ley 773 que presentó Gino Costa es una ley de
coordinación —“o al menos, eso dice ser”, se le escucha a Marcos—.
En el convenio 169 de la OIT y la Constitución peruana se le recon-
oce a las rondas campesinas el derecho a su propia justicia. Esta juris-

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dicción especial no está subordinada a la ordinaria: es decir, las ron-
das no juzgan para que el Poder Judicial juzgue de nuevo, tampoco
este poder puede ordenar a las rondas. Los ronderos tampoco estan
limitada en materias que puedan juzgar: si el proyecto de ley se llega
a aprobar (este viene desde 2016) las rondas campesinas no podrían
resolver casos ni de homicidio o violación sexual —para mencionar
dos materias que se adjudican a la exclusividad de la jurisdicción
estatal en este proyecto de ley— y podrían ser denunciados por usur-
par funciones.
Además de Gino Costa, en el proyecto de ley se encuentran
las firmas de congresistas del Frente Amplio como Tania Pariona y
Marco Arana. En la asamblea de rondas campesinas de Puno, se de-
clararon personas no gratas a los congresistas firmantes del proyecto
y se les instó a quitar sus firmas de este. Sin embargo, Gino Costa ha
mencionado que está decidido a aprobar su proyecto de ley.

De la cárcel hasta la Presidencia (de las rondas campesi-


nas)

Marcos trata a todos de profe, compañero, y siempre está “coordi-


nando”; usa la palabra para, en efecto, coordinar eventos de las ron-
das campesinas, o la salida de una nota de prensa sobre un hecho
relevante, pero además como una despedida: “estamos coordinando”
es también “estamos en contacto”.
Marcos tuvo su primer cargo en las rondas cuanto tuvo 16
años, en 1986. A partir de entonces fue secretario de actas de su base
rondera. En las rondas campesinas, siempre suelen elegir a los más
jóvenes de secretarios.
—La labor de un secretario de actas es escribir en un cuaderno
grande de tapa dura los acuerdos que tiene la asamblea de rondas: ya
sea el hecho de sacar un pronunciamiento contra alguna medida del
Estado o colocar la conclusión de algún caso que haya sido juzgado

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en la misma asamblea —explica Marcos—.
Luego de ser secretario de actas, Marcos llegó a ser presidente
sectorial de su base, lo cual no duró mucho debido a que la Policía
lo metió a la cárcel. Esto sucedió en el 2002, aunque él no recuerda
bien por qué fue. Asume que fue por retener a un denunciado que ya
no recuerda.
—Me metieron por “secuestro”. Estuve tres meses dentro —re-
cuerda—. Yo era un ronderito de una comunidad chiquita. Nadie me
conocía. En las marchas que se tenían las rondas campesinas, habían
algunos que gritaban “¡liberen a Marcos Díaz!”. “¿Quién es Marcos
Díaz?”, preguntaban. Es mi estadía en la cárcel lo que me hace cono-
cido luego.
En la cárcel de Amazonas, Marcos conoció el sistema desde
adentro. Marcos comprobó en su propia piel todas las cosas que se
dicen sobre las cárceles: el tráfico de alcohol, la venta de drogas, el
maltrato de los carceleros.
—Una botella de yonke pasaba por el policía de turno que hace
servicio en la puerta y el te la ofrecía a 15 soles adentro; un puñado de
coca, cinco soles —recuerda ofendido Marcos.
Para no despertar sospechas, los presos fumaban en los galones
donde les traían el agua. Cuando era hora de echar el humo, lo hacían
dentro del galón y lo tapaban. A las seis de la mañana, cuando salía
a la cancha de fútbol, lo abrían de nuevo y dejaban que su humo es-
capara hacia el pueblo.
En esos tres meses, lo que hizo Marcos además de participar
en aquel bajo mundo, fue leer. Cada cuadra de la cárcel tenía su pro-
pia biblioteca: nada grande, solo un lugar donde se podían encontrar
algunos libros. Marcos recuerda ver varias novelas y libros de cuen-
tos, pero lo que le llamó la atención más fueron los libros de leyes: la
Constitución política del Perú y el Código penal.
—Por eso es que dicen que en las cárceles el ladrón chico sale
experto —menciona casi gritando, como si declamara.

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Marcos sacó provecho de las bibliotecas y luego de analizarlo
bien, y dado cuenta de que creía en su inocencia, decidió protestar
para exigir su libertad.
Un domingo, día de visitas, Marcos se colocó en el patio de la
cárcel y empezó a llamar a los presos, y a toda vez les dijo su plan. Si
realmente eran inocentes, que se unieran a Marcos, que hicieran una
fila detrás suyo, porque iban a empezar una huelga de hambre.
—Luego de eso, como treinta personas estaban detrás mío.
Pero la otra parte del plan no solo era hacer huelga de hambre,
sino que Marcos motivó a todos a que sus familias aceleraran sus
procesos judiciales; empezaron pidiendo sus expedientes, hicieron
que sus familiares les trajeran dinero, y Marcos ayudó a todos a re-
visar sus casos, con ayuda de los presos más viejos.
—Esos son mejor que abogados.
Ni Marcos ni los otros treinta presos “inocentes” comieron
nada durante treinta días. Pero su falta de comida no les evitó jun-
tar botellas de plástico, llenarlas con piedrecillas y convertirlas en
sonajas para hacer bulla en la cárcel. Al lunes siguiente de los treintas
días, a finales de noviembre de 2002, la mayoría de presos es liberado.
Marcos, sin embargo, se quedó nueve días más, junto a un
preso que tenía una celda al lado. Marcos vio como aquella persona
hasta se cosió la boca, un punto a cada lado del labio, y solo tomaba
agua por una cañita en medio de los puntos.
Al décimo día, a mediados de diciembre de 2002, Marcos
Díaz, quien sobrevivía tirado en el suelo de su cuadra, flaco y en-
fermo, es botado de la cárcel.
—Salí desnutrido. Y enfermo, no solo por no comer. Sino por
las condiciones que hay en el penal. Ese ambiente, entre drogas, al-
cohol, y bandas de delincuentes, es dañino para nuestra cultura. Las
palabras que se decían dentro, el lenguaje era irreproducible —recu-
erda Marcos, a quien el recuerdo ha hecho que su rostro se contraiga
al centro de su cara—. Estuve en recuperación como 15 días en su

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casa sin salir —rememora.
—Pero eso te hizo campaña —resalta Sabino, quien, junto a
Marcos, se encuentra haciendo sobremesa—. Eso te hizo conocido.
Todos sabían tu nombre —voltea su cabeza para dirigirse a mí—. Cu-
ando a la autoridad comunal más la reprimen, más crecen las ganas
de trabajar. Y de paso que te hacen propaganda.
Después de haber sido metido a la cárcel, luego de la huelga de
hambre y los quince días en que Marcos Díaz se recuperaba del trato
de los delincuentes, sus palabras y la forma de vivir dentro, pasados
de esos tres meses de lucha, Marcos salió de la cárcel como un mártir.
Con esa imagen hace campaña para la siguiente elección de presi-
dente de las rondas de la provincia de Amazonas y es elegido.
—En diciembre del 2003, como presidente provincial me toca
ir como delegado al aniversario nacional de las rondas campesinas
en Cuyumalca, donde surgieron. Ese día se elige la comisión orga-
nizadora para el primer congreso nacional de rondas campesinas del
Perú, lo que más tarde sería conocido como la CUNARC-P.
Marcos se levanta de la mesa, pues se ha pasado diez minutos
del receso para regresar a la PUCP y participar en otras ponencias
del Congreso Nacional del RELAJU. Saca su poncho morado de su
mochila y se lo coloca. Aquellos colores resaltan entre el gris del trá-
fico limeño en la avenida universitaria. Hoy, 9 de noviembre de 2017,
acaban las ponencias, pero ni Marcos ni el poncho se irán de Lima.
Aún les faltan más reuniones a las cuales asistir.

Una sociedad espontánea

Jesús María es el distrito de las oenegés. Sus edificios altos se cobijan


con árboles y se adornan con áreas verdes y parques, en los cuales
hay monumentos como, por ejemplo, cerca a las líneas de la avenida
Nazca, el que se erige al difunto congresista de izquierda Javier Diez
Canseco o, hecho con piedra trágica, el llamado Ojo que llora.

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En la avenida Nazca, a espaldas del Campo de Marte, se en-
cuentra el Instituto Internacional de Derecho y Sociedad, que suele
denominarse como IIDS, a pesar de que no sea la más sencilla sigla.
El IIDS tiene su sede en una oficina en uno de los grandes edificios
de esta avenida. Esta es una organización que se encarga de pro-
mover cursos de derechos de pueblos indígenas, con una línea clara
en contra de la colonización: esto es, que las estructuras en nuestra
sociedad peruana sea cada vez más diversa y no entremos en el fas-
cismo del modelo occidental.
Una de las funciones de este instituto también es ayudar a ca-
sos de pueblos indígenas: su abogados, practicantes y profesionales,
ayudan a diferentes organizaciones de pueblos con la asesoría legal
de sus casos. Entre estos, están la comunidad nativa Tres islas, que
en 2017 ganó una medida cautelar de la Comisión Interamericana de
Derechos Humanos; el pueblo achuar del Pastaza, quienes intentan
liberar su territorio en la selva de la empresa petrolera Geopark y
en el 2018 han sido reconocidos con su personalidad jurídica como
Pueblo Originario; y las rondas campesinas: en este caso, el IIDS ase-
sora a un grupo de ronderos afectados por el megaproyecto minero
Conga, quienes también tienen una medida cautelar de la CIDH.
El instituto tiene dos fundadores principales: dos hermanas,
hijas de un funcionario que participó en el Ministerio de Agricultura
durante la Reforma Agraria del expresidente Juan Velasco Alvarado
y una educadora que cree en una reforma educativa que deje de ver
a los alumnos como vasos vacíos y a profesores como agua que debe
llenarlos.
La casa de Soraya Yrigoyen Fajardo, la Presidenta de este insti-
tuto, está también en Jesús María: ella vive con su esposo y su hija de
siete años. Las paredes de su departamento están decoradas como la
oficina del instituto, con cuadros: en su lugar de trabajo, a la entrada,
hay uno con una mujer que da la bienvenida con su cuerpo desnudo,
con un hilar en la mano y un manto de rajas gruesas negras y rojas

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intercaladas. En su casa, solo hay dos desnudos, los que parecen ser
hombres de espaldas, pero se ven difuminados; en el piso, su gato,
que tiene problemas de para respirar pasa encima del piano con el su
hija practica sus clases de música.
—Yo soy un personaje secundario —dice Soraya, quien en su
cuarta década, aún sonríe constantemente a la vida. Tiene el cabello
recogido con una cola y muestra una frente orgullosa.
Su compromiso con las rondas campesinas viene de familia.
Su padre nació en Aija, un pueblito de Huaraz, donde se educó hasta
ser “el primero de su clase”, lo que lo llevó a ser becado en Lima. En
su pueblo, su padre se encargaba de defender a los pueblos. Cuando
ocurrió el terremoto en la región, el 31 de mayo de 1970, un sismo de
magnitud 7.9 que sepultó la ciudad de Yungay, la familia de Soraya y
Raquel fueron a Lima, donde su padre, por ser abogado, saber que-
chua y castellano, consiguió un trabajo en el Ministerio de Agricul-
tura. “Él estuvo cuando se dieron las expropiaciones del Ministerios,
estuvo en las zonas de campesinos”, comenta su hija.
Su madre, por su parte, tuvo el rol de insertarse en la reforma
educativa de los setentas, la cual planteaba una nueva forma de en-
tender la educación que se quería para el país: la intención era incluir
elementos democráticos para lograr una sociedad igualitaria.
—En mi familia ha habido esa línea de crítica de la sociedad,
la justicia, el mundo y cómo transformarlos —dice mientras recibe
al gato anaranjado y de ojos siempre abiertos en su regazo—. Yo no
creo que vengamos al mundo para vivir felices y ya —dice con la
sonrisa de quien ya ha conseguido la felicidad.
Soraya se preguntaba constantemente si era cómplice de las
injusticias que suceden en su país solo por ser ajena e ignorarlas.
¿Existe la complicidad por omisión? Su familia la cultivó a tener ese
pensamiento crítico, además de creer en un trato igual entre todas
las personas.
Su vida luego de la caída del gobierno de Fujimori, en el 2000,

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cuando regresó de hacer su doctorado, luego de estar 7 años fuera en
Madrid, tuvo como fin volver a reencontrarse con su país: trabajó en
la Defensoría del Pueblo, como comisionada de los pueblos indíge-
nas, para el pueblo awajún wampis y vivía en Chachapoyas; fue jefa
de la Oficina de Defensoría de Huánuco y supervisaba que todas las
instituciones del Estado cumplan sus funciones: en ese tiempo, en
pleno auge de internet, una de sus labores era notificar a las institu-
ciones sobre sus portales de transparencia; o acelerar casos judiciales
que se demoraban; o resolver casos de profesores que no iban al co-
legio o postas médicas sin medicinas.
Cuando Raquel, su hermana, hizo su tesis sobre las rondas,
Soraya a veces se encargaba de desgrabar las entrevistas: la primera
aproximación que tuvo hacia las rondas campesinas, y a su sistema
de justicia y sentencias, fue por medio de las voces de los ronderos: el
dejo, las voces roncas, el sonido de las montañas y el de los pencazos.
Luego, aprendiendo del trabajo de su hermana, entendió la justicia
de las rondas campesinas: un sistema de organización que se dio
orgánicamente y que, a diferencia de la cárcel, probaba ser eficiente.
—Ellos tienen un procedimiento y normas. No son los lin-
chamientos como los medios lo pintan. Si son capaces de resolver sus
conflictos, ¿por qué tendrían que ser penalizados por esto?
Ella conoció a las rondas esos 2000, luego de hacer su docto-
rado en Cajamarca: Soraya fue profesora en la Universidad Nacional
de Cajamarca en la facultad de Sociología. Ahí es donde conoce a
la masa de las rondas. Aún recuerda a los ronderos reunidos en los
pampones de las afueras de Cajamarca, formando sus asambleas.
Recuerda a los ronderos, que siendo campesinos y no recibiendo
dinero de nadie más, hacían ollas comunales, donde podían ahorrar
dinero, y solventar los gastos de su organización.
Para una mujer que había estado estudiando en Europa, y que
al volvera Perú decidió hacer una pasantía en Cajamarca, ver una re-
alidad tan diferente la motivó. Ella recién los conocía en carne, hueso

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y sombreros. Hablaba con ellos y escuchaba sus problemas. Para ella
era un desafío académico: ¿cómo es que la sociedad no podía ver
igual de válida esta forma de justicia?
En la Constitución de 1993, las rondas ya habían asegurado el
reconocimiento del “pluralismo jurídico”, la teoría del derecho que
sostiene que dentro de un Estado coexisten de diversos conjuntos de
normas jurídicas en igualdad, respeto y coordinación. Es decir, que
la forma en que los ronderos ejercen el derecho (con un conjunto de
leyes y procesos) es igual de válida que el sistema del Estado, que se
encarga de seguir procesos, que a veces durante más de 10 años, y de
dar penas donde los culpables tienen que mantenerse encerrados, sin
ver a sus familiares y conviviendo con guardias que mantienen las
cárceles cerradas y delincuentes que, debido al encierro, cada vez más
van perdiendo el trato humano.
La presidenta del IIDS menciona el uso de la penca: en la co-
munidad de los palenques, un pueblo indígena de Colombia, usan
un castigo similar, que es el fuete (un látigo), pero su uso lo ven puri-
ficador. Luego del fuete, y si la persona ha reconocido su falta, no ha
pasado nada. El fuete lo ha limpiado de todo mal.
—Desde fuera se puede ver como tortura, pero un par de lati-
gazos no marcan a nadie.
En cambio, estar largas temporadas encerrado en una cárcel,
tras barrotes, con miedo a que uno pueda ser golpeado, con la delin-
cuencia que crece dentro, la corrupción de los policías y la posibilidad
de que uno en cualquier momento pueda ser violado sexualmente, es
suficiente para que uno no pueda ser una persona fácilmente rein-
sertable en la sociedad, si ese sigue siendo, claro, el fin de las cárceles.
—Si hay algo que sí me parecería una tortura de las rondas
campesinas es que te hagan rondar de noche y no poder dormir —
bromea.
Pero para Soraya la cuestión del látigo no debería verse fuera
del sistema. Se queja de que en los medios masivos el centro de at-

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ención este en la sentencia, en ese acto crudo, cuya imagen se puede
entender que sea fuerte, en el que un grupo de ronderos reunidos
dictan que un hombre se eche con el trasero arriba y sea latigado
repetidas veces.
Uno puede ver el símil en algunas películas: las más cerca-
nas, las católicas, donde Jesús, con el torso desnudo es golpeado con
látigos hasta sacar sangre. Sin embargo, los ronderos dan los látigos
encima de la ropa, solo en el trasero y no hay nada personal en este
acto. Cualquier otro acto de linchamiento, quema de delincuentes
o amarrarlos desnudos a un poste, no es de las rondas campesinas.
—Sociológicamente, existen las sociedades anónimas y socie-
dades cara a cara (face to face). En las sociedad pequeñas la gente se
conoce: una comunidad, por ejemplo, donde las familias se saludan
porque se conocen, donde todos saben qué tipo de conflictos hay en-
tre sus integrantes. Por eso las rondas logran hacer ellos una justicia
eficaz. Saben quién es quién y pueden identificar fácilmente si hay un
abigeo. En cambio, en sociedad grandes, resulta difícil el funciona-
miento eficaz: en la anónima Lima, por ejemplo.
Lo que explica Soraya es fácil de entender y da luz sobre la
forma en que los grupos se organizan: para un Estado, que pretende
tener soberanía de todo un territorio con gente que no se conoce
entre ellos, es mucho más difícil que para las rondas campesinas el
ejercer justicia. Soraya se queda en un monólogo largo cuando habla
de su sorpresa acerca de las rondas: es fascinante cómo un grupo que
no ha estudiado derecho logra armar un sistema ordenado donde
pueden asegurar la seguridad de sus miembros. Esta organización
es orgánica: debido a que el Estado no aseguraba justicia en Chota
las rondas campesinas, orgánicamente, lograron idear una forma de
ordenarse. No es el milagro de la vida, sino el del derecho.
—Pero aún hay jueces y fiscales que no entienden este “plural-
ismo”. A pesar de eso, en las comunidades, la Policía va a las rondas
campesinas para que los ayuden identificar a los ladrones, porque

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los ronderos saben reconocer a los abigeos y seguir el rastro de sus
huellas.
Pero así como el hablar de las rondas hace que Soraya pueda
explayarse acerca de cómo su organización le parece formidable,
también le hace bajar la cabeza y los ojos se empiezan a caer por los
lados. Recuerda que cuando llegó a Cajamarca en el 2000, la minera
Yanacocha ya tenía seis años ahí.
En la laguna conocida como Yanacocha había una impostora:
una empresa que tomó su nombre y logró desaparecer tres cerros
alrededor y vaciar la laguna hasta lograr que “Yanacocha” resuene
más con imágenes de minerales y concreto que con agua y vida. Ac-
tualmente, el territorio de la minera Yanacocha es más grande que el
departamento de Lima.
—La relación entre la ciudad de Cajamarca y Yanacocha es
paradójica: hay mucha conciencia, pero también cierta permisividad;
hay marchas contra la minera y a favor de la defensa del agua. Pero
debido a que la minera, a través de sus fundaciones, aporta dinero
para actividades de la ciudad, hay un sentimiento de aprecio —dice
perdiendo un poco la sonrisa—. A la minera la odian y la aman.
Yanacocha es la causante de aquellos cortes en los cerros de
Cajamarca, “Yanacocha los rociaba de cianuro, bajaban los cerros,
sacaban los minerales, y los volvían a montar pretendiendo que no
había cambiado nada”, dice.
—Una vez me contaron que hubo un grupo de teatro contesta-
tario que habían hecho una obra contra Yanacocha. Pero la empresa
se ofreció a comprar todas las entradas y las funciones; y los mucha-
chos aceptaron. Ellos odiaban la mina, pero no el dinero que esta les
podía dar. Toda la ciudad dependía de las fundaciones de la mina
para hacer actividades, le pedían dinero. Pero sentían que la odiaban
porque les había contaminado el agua —dice Soraya con una mueca
entre risa y tristeza, una especie de indignación por el absurdo.
Por cada tonelada de material que la minera Yanacocha proc-

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esa, necesitan tres toneladas de agua. Actualmente, el agua de Caja-
marca, es agua usada primero por Yanacocha. Ellos la toman para
su proyecto minero, la usan, la limpian y dejan que siga su curso a la
ciudad. Y cada vez necesitan más agua.
Hay mucha gente que odia a Yanacocha, sobre todo luego del
derrame de Choropampa. En la tarde del viernes 2 de junio de 2000,
un camión que iba en dirección a la minera se desbarrancó en la
pista y la contaminó de mercurio líquido. Para Yanacocha, la forma
de limpiar el desastre, los dos kilómetros de pista tapizada con el
mineral, fue ofrecer dinero a los pobladores para que recojan el mer-
curio sin saber qué era. No solo era un líquido que se partía en dece-
nas de bolitas brillantes, sino un mineral que los intoxicaría y dejaría
secuelas que afectarían su salud.
A pesar de todo esto, la relación entre cajamarquinos y la
mina, los derrames que han habido y la amenaza que puede suponer
Yanacocha para las rondas campesinas, Soraya no ve la ve como una
enemiga. Ella cree que la solución está en el Estado. Que este pueda
reconocer la justicia de las rondas campesinas, y que deje de dar con-
cesiones a empresas mineras, petroleras y gasíferas en todo el país;
que reconozca las decisiones de los pueblos indígenas en contra de
estas empresas. Porque si la justicia estatal es pasada por alto por
las empresas mineras (que sabiendo que hay estándares nacionales
e internacionales, no les hace caso), las rondas campesinas y otros
pueblos no tienen otra opción que botar a las empresas con sus pro-
pias notificaciones y defender su territorio de la contaminación y las
consecuencias de los intereses de grupos económicos.
—Yanacocha, en su estudio ambiental, anota que no hay pueb-
los indígenas alrededor del territorio donde trabaja. ¡Pero sí hay! Y
si los pusieran no los dejarían trabajar ahí sin consulta, porque está
en el pacto global. Es una combinación de intereses: el Estado quiere
dinero para sus programas y las empresas que maximizan beneficios
sin cumplir estándares y les ofrecen este capital al Estado.

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No son enemigos. Soraya escoge no verlo así, sino como un
sistema donde se permite que empresas como Yanacocha expolien
territorios. Un sistema que necesita cambiar.
—¿Cómo así expolian territorios?
—¿Conoces el caso de la comunidad Negritos?
Negritos es una comunidad peruana ubicada en Piura, en la
provincia de Talara. Es la capital del distrito de La Brea, donde solo
hay casitas chatas y pocos edificios, donde los habitantes se movili-
zan poco en carro y más en mototaxis. Una comunidad que demandó
a Yanacocha ante un tribunal peruano porque la empresa expropió
ilegalmente 600 hectáreas. Según Convoca, “la demanda acusaba a
las personas que se atribuían la representación de la comunidad de
Negritos de no tener autoridad para negociar y de vender las tierras
comunales sin tener derecho a ello por un precio injusto”.
—600 hectáreas por la cuales Yanacocha les pagó 30 mil
dólares y luego hipotecó en 85 millones. Eso es expolio.
Pero este caso no era ajeno a la Presidenta del IIDS. En Caja-
marca, su sonrisa se esfumaba cada vez que sucedía. Y no eran pocas
veces: comunidades que se le acercaban y le decían que Yanacocha ya
les había informado que tenían que desalojar. “Tiene diez días para
irse”, le contaba a Soraya que les decían.
—¿Te imaginas que mañana alguien vaya a tu casa y te digan
que ya la han concedido y tienes que irte?

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III

Solo con la finalidad de controlar los continuos robos


de ganado, sembríos, saqueos y escalamientos de casas,
asaltos y abusos que vienen cometiendo
con nuestras indefensas esposas
por individuos que andan bien armados durante las noches.
Para darnos tranquilidad,
para poder dedicarnos a la cría de ganado y sembríos.
Del “Acta de Instalación
de la Junta Directiva de las Rondas Nocturnas
de la Comunidad de Yaravilca Baja,
Distrito de Chota, Departamento de Cajamarca,
2 de diciembre de 1978.

Ronderos frente al Estado

La Confederación Nacional Agraria tiene su ubicación geográfica


entre jirón Lampa y jirón Azángaro, en el 327 del jirón Santa Rosa —
que recuperó su nombre original de jirón Antonio Miró Quesada—;
su ubicación ideológica, sin embargo, puede verse en los cuadros y
pinturas de tres personajes a los que se mira con respeto en sus sa-
lones: Túpac Amaru II, Micaela Bastidas y Juan Velasco Alvarado.

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En la fachada de la CNA, cuyo nombre está pintado en verde,
donde las ventanas reflejan el color también verde de las cortinas in-
teriores, se juntan todas las sangres. El local, expropiado y donado
a la CNA por parte del presidente Velasco, es un edificio ancho de
diez pisos, de espíritu rebelde, pero que emana un aire pacífico. Su
entrada, una ancha acera con estacionamiento, cobija con la misma
humildad tanto a un vendedor de emoliente en un quiosco blanco, a
una vendedora de productos naturales, a un quiosco de madera que
vende jugos frozen y emparedados, como a camionetas mitsubishi,
carros toyota y taxis amarillos.
La CNA es una organización gremial de campesinos que con
sus 19 federaciones en todas las regiones del Perú se encarga de de-
fender los intereses y derechos de los pueblos campesinos. En su local
del Centro de Lima, por eso, además de albergar el taller de guitarra
de Manuelcha Prado, el Saqra de la guitarra, da apoyo a organizacio-
nes indígenas como la Organización Nacional de Mujeres Indígenas,
Andinas y Amazónicas del Perú (ONAMIAP), o la Central Única
Nacional de Rondas Campesinas del Perú (CUNARC-P), la cual está
celebrando, a las diez de la mañana en el piso 9, este 22 de setiembre
de 2017, el Segundo encuentro entre la jurisdicción ordinaria y la
jurisdicción especial (a la que pertenecen las rondas campesinas).
En esta ocasión, el encuentro convocado por la CUNARC-P,
cuenta con los congresistas que han firmado el proyecto de ley 773 —
Gino Costa, el promotor del proyecto, y Marco Arana del Frente Am-
plio—, además de delegados ronderos de todas las regiones que luego
del encuentro con las autoridades del Estado, se quedaran en el local
para tratar sus propios temas. También se encuentra acompañando
a las rondas, el Presidente de la Confederación Nacional Agraria, un
hombre grueso que se ha puesto un chal marrón alrededor del cuello,
Antolín Huáscar.
El salón está lleno de sillas, y la pared lateral son grandes ven-
tanas que dan a la calle Miro Quesada y desde donde se puede ver

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los techos de las casas del Centro de Lima: el clima no es cálido, y
Marcos Díaz, quien ya tiene su poncho morado puesto, está al centro
de la mesa junto a su secretario que ha alistado su cuaderno para
apuntar todo lo que se diga y acuerde, y están preparados para re-
cibir a las autoridades. Por su parte, los ronderos ya han discutido y
acordado su rechazo al proyecto de ley 773, que fue impulsado por el
congresista del pelo blanco y labios gruesos, Gino Costa, y validado
por quien está a su lado, el ex-sacerdote y ahora congresista, Marco
Arana.

Los inicios revolucionarios de Duberlí Rodríguez

Debido a que los dos ascensores de la CNA están malogrados, los


asistentes deben subir ocho pisos para llegar a la reunión a la hora
pactada. Para los ronderos que van anotando su asistencia en la
puerta del salón donde se celebra el evento ha sido como subir tan
solo un par de pisos; a Duberlí Rodríguez, Presidente del Poder Judi-
cial, a pesar de cumplir hoy 68 años, al llegar al piso nueve no se le ve
problemas al sostener su peso, ni si quiera se apoya en la pared para
descansar un rato. Se presenta ante la mesa de recepción, donde los
ronderos han situado a unos muchachos para apuntar a los que van
llegando. El doctor Duberlí, cómo lo saludan algunos ronderos que
también llegan, no está con su atuendo usual de saco y corbata, sino
con una camisa sport azul, y unos pantalones grises como su bigote.
Este hombre delgado y menudo fue elegido Presidente del
Poder Judicial para el período 2017-2018. En las redes sociales, hay
quienes lo acusan de ser proterrorista y comunista, así como traidor
a sus compañeros de izquierda. Duberlí Rodríguez, a quien le lla-
maban Pajarito en la época en que era dirigente de izquierda en la
universidad Pedro Ruiz Gallo de Chiclayo, posiblemente, por su apa-
riencia pequeña, era, en palabras de Miguel Wong Giraldo en su artí-
culo “Los que entonces jugábamos a la guerra de guerillas”, el mejor

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político, ideólogo y orador de esa generación. Duberlí tenía el don
de captar a las masas con discursos llenos de ideales revolucionarios.
Era el centro de los eventos llamados Fiestas de la revolución. En
ese tiempo Duberlí era parte del Frente Estudiantil Revolucionario,
parte del partido Patria Roja.
“Duberli Rodríguez se graduó de abogado al poco tiempo que
llegue a la Facultad de Derecho. Estuve en su examen de grado y lu-
ego de su aprobación vitoreamos el nombre de FER y dimos vivas a
ese organismo. Luego, por algún buen tiempo, desapareció. Y me pa-
rece que había ascendido hasta el buro político. Al poco tiempo fue
detenido por actividades contra el Régimen Militar”, escribe Wong
Giraldo. Luego cuenta cómo se formaron las primeras crisis del par-
tido Patria Roja, lo que más tarde se vería reflejado en sectores como
“Camarilla Pasache” que anunciaba en panfletos que la guerra popu-
lar ya había comenzado. Del mismo modo se creaba un plan feto,
una propuesta inicial, en el mismo FER, con el nombre “Por el lumi-
noso sendero de Mariátegui”, que no tenía una presencia relevante
en la universidad, pero que anunciaba que las condiciones para la
revolución popular ya se habían dado. “La verdad para la mayoría
de militantes sujetados a las normas del partido [Patria Roja] esto
no era creíble, puesto que estábamos trabajando recién para crear las
condiciones de la revolución”, reflexiona el autor.
Aquel es el contexto en que Duberlí Apolinar Rodríguez Tineo
sale de la Universidad Pedro Gallo Ruiz. Más tarde también par-
ticiparía en la huelga policial de 1975, durante el gobierno de Juan
Velasco Alvarado. La mañana del 5 de febrero estalló una protesta
popular, según el libro de José del Busto, Historia cronológica del
Perú, azuzada por el APRA, la CIA y la extrema izquierda. “El saldo
oficial fue de 86 muertos, 155 heridos, 1.012 detenidos y 53 policías
enjuiciados”, como recuerda El Comercio, cuando alertaba sobre una
nueva huelga para la misma fecha, en una nota del 2016.
“Los que hemos estado en las luchas sociales hemos sido pre-

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miados con detenciones. Me procesaron en los dos fueros, civil y
militar. Por uno estuve un mes en Lurigancho; luego 6 meses en la
cárcel del Callao con presos políticos”, cuenta Pajarito al periodista
Fernando Vivas en una entrevista.
Pero mientras algunos lo ven como una figura de la revolu-
ción, otros, como un comunista aliado al sistema opresor. Por ejemp-
lo, César Vásquez Bazán, el último Ministro de Economía y Finanzas
del primer gobierno de Alan García. El Ministro Batibazán, como
fue bautizado gracias a la parodia que hizo el cómico Jorge Bena-
vides durante sus inicios en Risas y Salsas —ese 1989 que fue elegido
Ministro, se estrenó la películas Batman de Tim Burton, lo que im-
pulsó cierta batimanía y, casi sin un sentido exacto, se le puso aquel
sobrenombre a Bazán— no se encuentra políticamente activo ahora
en el 2018, pero sí se dedica a revisar históricamente algunos eventos
en un blog de internet que maneja.
En 1985, Pajarito fue diputado en el Congreso por Patria
Roja, donde junto a Yehude Simon y Manuel Dammert presentó un
proyecto de ley para, en palabras que usa Perú21 para sus titulares,
amnistiar terroristas. “Se estaba procesando a personas de la izqui-
erda democrática acusados falsamente de terroristas. La policía no
sabía distinguirlos bien, el proyecto buscaba amnistiar a los que no
estuvieran comprometidos en hechos de sangre”, aclaró el hoy Presi-
dente del Poder Judicial cuando Fernando Vivas le sacó el tema.
Sin embargo, Batibazán lo considera un “comunista arrepen-
tido”: “en 1990 [Duberlí Rodríguez] fue nombrado juez sin rostro y
fue uno de los encargados de juzgar a los acusados de terrorismo.
Desde ese paradójico puesto, y en aplicación de la tesis dialéctica
de la negación de la negación, no tuvo ningún problema en meter
presos a varios ex-correligionarios”, escribe.
Acaso estos sucesos solo nos hagan ver a Duberlí Pajarito Ro-
dríguez, como una persona compleja, no pegada a una defensa ir-
restricta de la ideología en que se formó, y con una apertura para

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trabajar y apoyar cambios graduales dentro del Estado. Su actual
posición en el Poder Judicial es fascinante: Duberlí estuvo dos veces
en la carceleta del Poder Judicial, pero el 1 de enero del 2017 las pasó
de largo para ir al despacho presidencial. Como anota el periodista
Vivas, es un Presidente que conoce el lugar a dónde manda a los que
condena.
Acaso tenga en común aquella particularidad con el Presi-
dente del poncho morado, Marcos Díaz, quien resalta en la mesa que
él ha sido juzgado también por las rondas campesinas, que él como
rondero también ha recibido pencazos (aunque solo quiera contar
los que le dan por llegar tarde a reuniones). La justicia del Poder
Judicial y las justicia rondera ha logrado “corregir” a dos hombres
hasta el punto de hacerlos merecedores de su liderazgo, y estos dos
hombres, hoy frente a la imagen de Juan Velasco Alvarado en un
cuadro, encima de un cartel que dice “zona segura en caso de sismo”,
intercambiaran ideales, con el fin de llegar a un acuerdo con respecto
al modo en cómo las justicias que representan deben coordinar. La
discusión recién empieza.

Los dos cumpleaños de Duberlí Rodríguez

El 22 de setiembre de 2017, se celebra el primero de dos cumpleaños


que tiene Duberlí Rodríguez. El doctor Duberlí, como le llaman al-
gunos ronderos, pasa a un lado de las sillas, mientras recibe manos
y saludos de antebrazos de los ronderos que le tienen respeto. Antes
de empezar la reunión, y viendo que el delgado Presidente del Poder
Judicial está ya sentado en la mesa con el Presidente del poncho mo-
rado y el congresista Gino Costa, los ronderos hacen pasar una torta
hacia adelante.
—Hoy, doctor Duberlí, le hemos traído una sorpresa por ser
su cumpleaños —dice una voz que sale de los parlantes.
En el salón del piso 9, el más alto en el local de la CNA, los

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ronderos han llenado las sillas, y hay cámaras de diferente tamaño
apuntando hacia al frente: además de varios ronderos usando sus ce-
lulares para capturar el momento, en la reunión está presente el canal
del Poder Judicial, Justicia.tv: un camarógrafo, tapado por la gran
videocámara que usa, y una periodista alta y blanca, de cabello rubio
que tiende al castaño, que acaso solo aparenta una edad avanzada en
sus limitadas arrugas del rostro, llamada Mariela Egúsquiza.
La mujer casi rubia le lanza unas señas a su camarógrafo y este
empieza a grabar. De inmediato, la mujer se acerca a la mesa, donde
la torta de Duberlí ya ha llegado, y se une a las palmas de celebración.
Su rostro suele emitir una mirada que mezcla la comprensión y la
maquinación, pero ahora tiene calculada una sonrisa, pues las cá-
maras andan tomando fotos y el camarógrafo está grabando el mo-
mento en que todos cantan el happy birthday con Duberlí.
—¿Saben qué? Cantar el cumpleaños feliz en inglés es muy
alienado. Deberíamos cantarlo solo en español, o en quechua —co-
menta el Pajarito delgado, luego de soplar las velas de la torta.
El segundo cumpleaños de Duberlí es el que aparece en su
DNI. Pajarito nació el 22 de setiembre de 1949, pero su padre, debido
a que vivía en un caserío alejado, demoró hasta el 1 de octubre para
inscribir su acta de nacimiento.
A pesar de nacer en Rodeopampa, un lugarcito del distrito de
Huarmaca, en la provincia de Huancabamba en la región de Piura,
el Presidente del Poder Judicial del Perú no sabe hablar quechua.
Pero lo lamenta. Le encanta la canción Coca Quintucha, un huaynito
puquiano, sobre todo la versión más reciente de Magaly Solier, y an-
hela poder, algún día, entenderlo.
—Ya lo he pensado. Voy a acumular vacaciones e irme a
una comunidad ayacuchana y a la mala voy a tener que aprender a
hablarlo —dice Duberlí acomodando su camisa azul, la cual parece
estar muy metida dentro de su pantalón gris.
Mientras Pajarito, frente a decenas de ronderos que escuchan

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y sonríen, así como otros cuantos que no se ven entretenidos, cuenta
que su segunda fecha de nacimiento coincide con la fecha en que
Mao Tse Tung proclamó en la plaza de Tiananmen la República
Popular China, a un lado de la mesa Marcos Díaz, el Presidente del
poncho morado, le hace señas a un rondero de al lado, y este saca un
chicote, y lo pasa a la mesa.
—Tenemos un regalo para el doctor Duberlí —dice el rondero
que hace de anfitrión en el micrófono.
Luego de recibir aquel trenzado suave en sus manos, el Presi-
dente del Poder Judicial lo levanta, como si le pesara mucho, a la
altura de sus hombros y, con poca decisión, lo muestra; las cámaras
una vez más disparan y algunos ronderos se acercan a la mesa, junto
a los congresistas, para inmortalizarse en aquella imagen, sonríen fr-
ente a los flashes mientras el símbolo de su lucha es levantado por el
doctor Duberlí.
Pasada el pequeño momento, habiendo cada uno vuelto a su
asiento, el Presidente rondero, Marcos Díaz, se sirve el agua mineral
de una de las botellas de que se han colocado. Coge el vaso, toma un
sorbo, y prepara la garganta para hablar. La videograbadora de Justi-
cia.tv sigue rodando.
—Cuántas veces sin dormir —empieza a hablar Marcos, luego
de que Duberlí se sienta, pues es el rondero quien tiene que dar las
palabras iniciales del evento— encima del barro, bajo la lluvia y el
sol; cuántos turnos de rondas hemos hecho —Marcos eleva la voz y
mueve la mano, como tratando de abrazar a todo el público—. ¡Son
incalculables! El Estado nos tiene una deuda impagable por ejercer
nuestra justicia comunal, por lograr la paz social en los pueblos, y
todo eso, sin generarle un costo—.
Frente a los sombreros, los chullos, los chalecos, las chompas,
los rostros pálidos, rosáceos y de rosa oscuro, las pencas; frente a los
ronderos, Marcos pide a las “autoridades ordinarias”, el Estado, que
coordinen con ellos, que no se reúnan con ronderos expulsados por

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traidores o corruptos, “falsos ronderos”, como los llama.
—Es nuestra preocupación la seguridad y la corrupción tam-
bién aquí en Lima, porque somos hermanos. Nuestros hijos e hijas
vienen a estudiar a las universidades aquí. No hace falta estarnos
peleando; no hace falta proyectos que no sean consultados con las
rondas campesinas —clama Marcos, haciendo claro que el proyecto
de Gino Costa debió consultarse con ellos primero.
Los rondas campesinas creen en la justicia reeducadora: luego
de aplicar la cadena rondera y haber corregido al delincuente, no ven
la necesidad de entregarlo a la Policía.

Los enemigos imaginarios

Al lado de Marcos, en la mesa Duberlí Rodríguez escucha con los


ojos puestos en el público rondero, sujeta su cabeza desde la man-
díbula con el codo apoyado en el reposabrazos de la silla.
—En la cárcel jamás se regenera un ciudadano —dice Marcos,
acaso con aquellos recuerdos de suciedad, alcohol y drogas, de cu-
ando estuvo en la cárcel—.
Cuando Marcos termina, Duberlí se levanta de su asiento, se
acomoda una vez más la camisa y prepara el brazo que no coge el
micrófono para dar fuerza a su discurso.
Como un pajarito, Duberlí da algunos pedacitos de infor-
mación: que el Poder Judicial ha impulsado un “paquete intercultur-
al”, que lamenta que Marisol Pérez Tello haya salido del Ministerio
de Justicia —se fue con el cambio de gabinete del Primer Ministro
del ex Presidente PPK, Fernando Zavala, a quien el Congreso may-
oritariamente fujimorista no le otorgó el voto de confianza—, y dice
que ahora para que nombren un juez en Puno le exigen que hable
quechua o aimara.
El artículo 149 de la Constitución del Perú, promulgada
en 1993, reconoce facultades jurisdiccionales a las comunidades

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campesinas, nativas y agrega “con el apoyo de las Rondas Campesi-
nas”: Duberlí lo conoce y lo celebra.
—La Constitución —continúa como si la leyera frente suyo—
regulará la coordinación entre las dos jurisdicciones.
Sin embargo, han pasado 25 años y no ha habido ninguna ley a
la que se pueda atenerse uno para el modo en que la justicia ordinaria
y la especial —la justicia de los ronderos— deban coordinan: esto es,
apoyarse mutuamente en algunos delitos, o tan solo que exista una
relación, a modo de base de datos, de los procesos que la justicia es-
pecial haya resuelto en la justicia estatal. Duberlí considera que existe
un vacío y que la ley de coordinación debería existir.
—El debate de si es necesaria o no esa ley puede darse. Pero no
vamos a poner a descalificar al otro por pensar diferente —sentencia
el Presidente de camisa azul mientras, a su lado, Gino Costa, promo-
tor del proyecto de ley, se acomoda los lentes y luego entrelaza sus
dedos con una sonrisa calmada—. Nosotros estamos pensando en
favor de ustedes —trata de conciliar Duberlí—.
El 14 y 15 de julio de 2017, se celebró en Puno, el XVII En-
cuentro Regional de Rondas Campesinas en Macusani, en la provin-
cia Carabaya de Puno. Cerca de 2 000 ronderos asistieron al evento,
donde en agenda no solo estaba la propuesta de cambiar la Consti-
tución, sino también la discusión del proyecto de ley de Gino Costa.
El proyecto de ley 00773, llamado “Ley de desarrollo del artí-
culo 149 de la Constitución Política del Perú, que regula la coordi-
nación intercultural de la justicia”, fue presentado el 14 de diciembre
de 2016 por Gino Costa, quien pertenecía a la bancada parlamentaria
Peruanos Por El Kambio. Gracias al artículo 149 de la Constitución
del Perú, los ronderos han podido acabar con la delincuencia en
Cajamarca. Sin embargo, este proyecto de ley anota que limitará los
casos de delitos ambientales, homicidio y violación solo a la justicia
ordinaria; así, los ronderos estarían en contra de la ley si intentan
resolver estos casos.

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A los únicos que no se les declaró personas no gratas fueron
a los congresistas Tania Pariona y Oracio Pacori. Este último envió
una carta al Encuentro que se realiza en Lima: “en atención a las de-
mandas y preocupaciones expresadas la congresista Tania Pariona y
yo hemos retirado nuestras firmas del Proyecto de Ley 773”, señala
esta carta.
Cuando Duberlí Rodríguez fue diputado en el Congreso de
la República, de 1985 a 1990, junto a Daniel Idrogo, logró sacar la
primera ley de reconocimiento de rondas campesinas. “Con limita-
ciones, pero se dió”, reconoce frente a los ronderos.
—De todos modos, fue un paso adelante. Es como tener par-
tida de nacimiento —menciona Duberlí.
Pero Marcos sigue sosteniendo que las rondas ya coordinan y
la ley que pretenden imponerles no es necesaria.
—Para qué uno necesita partida de nacimiento si uno ya ha
nacido y es un ser humano —agrega el Presidente de las rondas.
—Eso es correcto, pero no tienes nombre pues —responde
Duberlí.
Las rondas campesinas tienen una posición bastante crítica
con respecto al proyecto de ley que Duberlí defiende: si esta ley se
pasa, eso signicaría que las rondas no podrían juzgar los asesinatos,
ni las violaciones.
—Yo respeto su posición, pero no es correcto tomar de enemi-
go a quien es amigo —sugiere Duberlí, detiene su prédica y toma un
sorbo de aire—. Si pensamos que los que no piensan como nosotros
son nuestros enemigos, entonces estamos en el camino del violentis-
mo —denuncia—, del senderismo —alerta—, de las posiciones fun-
damentalistas y extremas —predica con un brazo extendido, como
si pretendiera marcar el camino que deben seguir los ronderos si no
quieren ser tomados como terroristas.
Los ronderos no han dejado de verlo. La cámara de Justicia.tv
ha estado grabando todo para poder conseguir las mejores declara-

70
ciones y mostrarlas en el informe diario en su canal. Ningún ron-
dero se queja, a pesar de que ellos mismos sostenían que tenían que
contestar a las autoridades estatales, mostrar su desacuerdo, porque
ellos creen que los congresistas saben que pasará si se aprueba esta
ley, porque creen que ellos no ignoran eso, por eso no los consideran
sus amigos.
—Eso solo nos lleva a tener enemigos imaginarios —reflex-
iona el Presidente del Poder Judicial.
Esta reunión servirá para discutir el proyecto de ley. Pueden
aquí cambiar cualquier detalle que quieran, y si están en desacuerdo
enteramente con este, también pueden expresarlo. Pero Duberlí toma
su atención, y con su mano derecha, levantada encima de la altura de
su cabeza les dice fuerte: “no confundan atribuciones y poderes”. La
voz de Duberlí pierde sus picos agudos y dice: “los campesinos no
tienen el poder en el Perú”. Con el torso inclinado hacia adelante y la
mano mostrando la palma abierta Duberlí Rodríguez, Presidente del
Poder Judicial, en una voz grave, pero como si diera una confesión
dice: “ustedes no son gobierno”.
Los ronderos escuchan el monólogo de Duberlí: sobre cómo
él quisiera para el Poder Judicial tantas reformas, pero no puede
porque eso depende del Ejecutivo. “Pero ellos también tienen limi-
taciones”, dice añadiendo más agudos a su tono de voz. “Uno tiene
que ser responsable en lo que uno pide”, sugiere. “Pero no agudicen
contradicciones”, aconseja. “Sepan tener aliados”, recomienda.
—Porque si las rondas campesinas no tienen aliados, les digo,
van a tener enemigos. Y no son pocos los que tienen. No les voy a
decir quiénes son, porque sería muy irresponsable de mi parte —
pero Duberlí sigue hablando—. Les digo, la mayoría de jueces del
Perú no están de acuerdo con las rondas campesinas; la absoluta
mayoría de fiscales tampoco; la policía, menos —entonces, levanta la
voz—. ¡Cómo ustedes quieren quedarse sin amigos!
En la región Piura, la jueza María Soledad Chuquillanqui Ch-

71
inguel, de Ayabaca, tramitó un habeas corpus a favor de grupo de
delincuentes que habían sido capturados por las rondas campesinas
del distrito de Sapillica por haber, presuntamente —Duberlí abre
bien los ojos y levanta el dedo mientras lo dice— robado 80 mil soles
de los campesinos.
—Esta jueza, equivocadamente, fue a interferir cuando las
rondas estaban investigando. Pero las rondas la cogieron y le tiraron
dos chicotazos en el rostro —dice apenado—. Y qué, ¿yo voy a salir
a defender eso? Imposible.
La primera fila de ronderos sentados escuchan sin cambiar
la expresión, pero más atrás, algunos sombreros se inclinan, como
si las cabezas empezaran a mirar un poco más al piso. “Entonces,
tengamos más cuidado”, sigue Duberlí. “Porque ustedes tienen un
prestigio ganado, su justicia está más legitimada por la población que
la nuestra. Mientras la aceptación ciudadana está, más o menos, al
25%; si ustedes en sus comunidades hacen sus encuestas”, Duberlí
intenta terminar con elogios, “seguramente es más del 90%”.
—Pero intentemos una convivencia armónica, sino volvemos
a cada uno por su lado y enfrentados —aconseja Duberlí—. Y en
ese enfrentamiento, por más de que ustedes tengan bases en todo el
Perú, hay un Estado —y señala con el dedo índice hacia arriba con
más fuerza, como si el Estado estuviera en el cielo, por sobre todo—.
Hay un Estado que tiene cárcel, que tiene jueces, que tiene policías,
y que podría reaccionar con fuerza —y ahora el mismo dedo señala
hacia el público rondero.
En silencio, con expresiones quietas en el rostro, los integran-
tes ronderos de la mesa no dicen nada. Duberlí, quien alguna vez fue
un revolucionario de izquierda, pide no poner en riesgo lo que se ha
avanzado.
—No tomen lo dicho como una amenaza. Solo les he dicho lo
que pasaría si nos vamos a un camino confrontacional. ¿Me entien-
den qué pasaría?

72
Una ventana de oportunidad

El congresista Gino Costa es el hombre más grande de la mesa de


ponentes; de la mano que sostiene el micrófono, sin embargo, se saca
el reloj que lleva puesto; planea resaltar con fuerza algunos puntos
que hizo el Presidente de la Corte Suprema de Justicia y no quiere
que aquel accesorio le pses. Gino Costa, congresista de la bancada
Peruanos Por El Kambio (lo que cambiará en el futuro), tiene labios
gruesos y dientes grandes. Tiene el cabello blanco, bien recortado (a
diferencia del cabello largo con el que se presentó a las elecciones),
y nunca se lo toca o acomoda. El congresista mantiene casi pegada a
su torso la parte superior de su brazo; la mano y la parte inferior del
brazo, que se mueve en el eje del codo inmóvil, son la fuerza añadida
a su discurso
El 2011, la Corte Suprema de Justicia presentó un proyecto de
ley para la coordinación entre las dos jurisdicciones, tal como señala
la Constitución del Perú. Aquel proyecto fue discutido durante dos
años, fue consultado con la CUNARC-P, la Confederación Nacional
Agraria, la Comunidad Campesina del Perú, otras instituciones in-
dígenas y otras públicas; Gino Costa apunta que ese proyecto había
logrado el consenso y unanimidad en la Comisión del Congreso de
Pueblos Indígenas. “Por razones que desconozco, aquel proyecto
nunca se discutió en el pleno y, por ende, nunca fue aprobado”, men-
ciona con una sonrisa segura Gino Costa.
—Como aquel proyecto de ley tenía el visto bueno de las or-
ganizaciones ronderas e indígenas más importantes del país, decidí
rescatarlo —Gino Costa se junto con Marco Arana; César Vásquez,
congresista rondero de Chota de Alianza para el Progreso; Armando
Villanueva, congresista del Cusco por Acción Popular; y Tania Pario-
na y Oracio Pacori, que inicialmente aprobaron el proyecto—. Segu-
ramente, aquel proyecto se atracó, como dice el Presidente Duberlí,

73
por los enemigos de las rondas. Al Ministerio Público no le gustaba
ese proyecto; a los mineros tampoco —informa Costa como quien
busca aprobación.
Este nuevo proyecto de ley puede llegar a ser uno multiparti-
dario. Solo le falta contar con el APRA y Fuerza Popular. Pero aún
así nada asegura que sea aprobado. Por eso el congresista de ca-
bello blanco, cree que deberían unirse para asegurar que esta ley se
apruebe.
Mientras la CUNARC-P sostiene que las rondas no necesitan
una ley, el congresista hace mención al hecho de que los dirigen-
tes ronderos son perseguidos. “Una ley que permite establecer en
qué consisten las funciones de cada una de las jurisdicciones y hasta
donde llegan va a servir en su relación con la Policía, la Fiscalía y el
Poder Judicial”, recomienda.
El cabello blanco se mantiene inmóvil mientras Gino levanta
la hoja de su proyecto de ley y dice: “y lo más importante que dice
esta ley”, se humedece los labios, “es que la justicia ordinaria tiene
que reconocer que si interviene la justicia rondero y comunitaria, la
decisión de ellos es cosa juzgada”.
El público rondero levanta un poco más la cabeza, hay una
mirada de disgusto debajo de un sombrero y Gino se empuja los len-
tes para que no se caigan.
—A mí en las anteriores reuniones que tuvimos con las ron-
das, me amenazaron —confiesa—. No estamos para engañarnos, me
amenazaron con llevar al Estado peruano al Sistema Interamericano
si nosotros sacábamos adelante este proyecto de ley —dice entre
ofendido y molesto—. Nosotros tenemos la mejor intención, ¡no lo
hacemos para perjudicarlos! ¡No tenemos una agenda oculta para
someterlos! —dice Gino ordenando sus canas por primera vez.
Para el congresista, este es el momento perfecto para el
proyecto de ley. En ningún momento menciona que la ley limita a
los ronderos a algunos delitos nada más. Tampoco ningún rondero

74
sale a mencionarlo, ni Marcos en la mesa.
—Aquí hay una ventana de oportunidad. Duberlí no va a ser
Presidente de la Corte Suprema toda la vida. Lo han elegido por dos
años y le quedan quince meses. No sabemos quién venga después
y si lo avanzado va a mantenerse o retroceder. Aprovechemos este
momento —anima el congresista—. No vaya a ser que nos pasemos
los próximos meses discutiendo sin llegar a nada. De repente las es-
trellas pueden cambiar de sitio y perdemos esta pequeña ventana que
tuvimos.

Traidor en las redes

Como si estuviera orando, Marco Arana agarra el micrófono


con sus dos manos pegadas al pecho, con una palma encima del puño
de la otra. El ex-cura Arana es un hombre de cabello gris con ojeras
muy oscuras, como si su vida se dedicara al trabajo. “Este tema del
proyecto de ley 773 no hay que mirarlo con sospecha”, pide el ex-
cura. “El congresista Gino Costa ha manifestado su preocupación
cuando fue Ministro de Interior, los esfuerzo previamente hechos; el
Presidente de la Corte, su identificación, con su trayectoria personal
y familiar”, menciona Arana evocando un halo encima de sus com-
pañeros de la mesa.
—El punto de partida no puede ser que esta ley es para conver-
tir a las rondas en chulillos de la Policía. O decir que esta ley es una
trampa para someter y poner de rodillas a las rondas —Marco Arana
empieza su monólogo frente a los ronderos, mientras algunos en sus
rostros entrecierran los ojos.
En Facebook, donde los dirigentes de las rondas campesinas
comparten sus notas de prensa, fotos, y hasta dan mensajes sobre su
lucha, se han mencionado a los congresistas como traidores: “Abajo
congresistas traidores Gino Costa, Marco Arana, Oracio Pacori. Per-
sona no gratas”, menciona una publicación de un dirigente rondero

75
de Puno, llamado Edgar Huacca. El ex-cura Arana sugiere fijar un
espacio para el diálogo y el debate de la ley. Pero, sobre todo, pide
respeto, “porque respeto guardan respetos, porque cuando a uno le
declaran en las redes enemigo de las rondas campesinas, tengo que
salir a decir no mientan”, reclama.
—Se ha señalado que el proyecto no ha sido discutido; mis
colegas, mis paisanos de Cajamarca, ustedes me conocen, hemos
luchado juntos. No me gusta hablar a media voz. “No se ha con-
versado con la gente”, se dice; “no se ha ido a las bases”, se afirma
—contesta molesto Arana—. Yo les entregué este proyecto de ley en
el Congreso Regional de Rondas en Chota. Fui de manera personal y
estuve ahí con mis asesores. Les deje el proyecto para que lo discutan.
El anterior dictamen, del 2011, que señaló el congresista Gino
Costa, contaba con las opiniones favorables de la CUNARC-P, cuan-
do el Presidente de la CUNARC-P era Daniel Idrogo. “Este dirigente
ha sido desconocido por las rondas. Varias veces sucede que, luego,
algunos dirigentes de la CUNARC-P son vistos como traidores. Se-
guramente los que son actuales dirigentes algún día, si no siguen
rectos, vayan a ser catalogados igual”, menciona como curiosidad el
congresista ojeroso.
—¿Quién se opuso a este primer proyecto de ley, del 2011?
El 6 de febrero del 2014, fecha del anterior dictamen se opuso la
CONFIEP (Confederación Nacional de Instituciones Empresariales
Privadas). ¿Y por qué se opusieron? Porque pensaban que le esta-
ban dando demasiado poder a las rondas. Cuando uno lee que este
proyecto de ley 773 le quiere quitar poder a las rondas y la CONFIEP
en la práctica se opone, hermanos, entonces uno empieza a pregun-
tarse quiénes no quieren el desarrollo de la norma de pluriculturali-
dad. No lo quiere la CONFIEP, ¡¿y no lo quieren ustedes?! Algo está
mal. O coinciden demasiado con la CONFIEP y no lo saben, ¿no?
De repente hay una mano oscura detrás de esto —sugiere—. Porque
lo que dicen en redes, hermanos, es que este proyecto de ley es in-

76
trínsecamente malo y el traidor Marco Arana lo ha firmado junto a
Gino Costa, que es el socio de las empresas mineras para imponer
este proyecto.
El ex cura Arana abre sus brazos y como si fuera un predica-
dor, marca dos caminos. El primer camino es el de ninguna ley.
—Hay quienes no quieren ninguna ley, hermanos, y me lo han
dicho en Chugur. El hecho de que no se quiera no parte del conteni-
do de la ley, sino de un análisis político. El rondero Ydelso Hernández
me decía, “¿tú crees que de ese Congreso de mayoría fujimorista va a
salir algo a favor de las rondas? Estás loco, pues, Marco” —sostiene.
Entonces, antes de pasar al siguiente camino, y echar su luz
sobre este, Arana cambia de su pose. Ahora no es un enviado de
Dios, sino un actor. “Este es un gobierno neoliberal traidor de las
rondas: no hay ley”, parodia Arana. “Digámoslo: queremos destrozar
el Estado burgués y los jueces son unos corruptos. Queremos vivir al
margen de la ley”, dice Arana mientras sus ojos se abren al punto de
ocultar sus ojeras unos breves segundos. “Estee el primer camino”,
dice volviendo a la luz.
El segundo camino, según Arana, es debatir si la ley puede ser
mejorada o no. Él ha escuchado a ronderos decir que la ley puede
serlo. “Nos quitan lo posibilidad de investigar casos de violación, ca-
sos de narcotráfico y de homicidio. Y nosotros sí los estamos investi-
gando”, Arana emula el discurso de ronderos y luego dice “hermanos,
entonces mejoremos esa parte de la ley. Veámos que las pruebas que
recogen las rondas en sus investigaciones sean tenidas en cuenta por
lo jueces y fiscales. Podemos hacer que la ley diga que tienen, si pasan
las pericias adecuadas, un carácter vinculante”, aconseja el ex-cura.
Marco Arana cree en la conquista de derechos y no acepta de
que el Estado sea ajeno a los campesinos.
—Este, hermanos, es el mejor camino —Arana es la luz y cae
sobre este sendero, el que según él es el correcto para los ronderos—.
Yo siempre voy a estar del lado de que se reconozca y se respete el

77
derecho consuetudinario, que se le vean como autoridades, que no se
les persiga —termina mientras sus brazos se abren a los lados, como
si todo su cuerpo formara una cruza.

La flor blanca de la paz

“Sumaq punchaucachu”, saluda en quechua Tania Pariona,


quien ha llegado al Encuentro luego de que Gino Costa, Marco Ara-
na y Duberlí Rodríguez se hayan retirado. Lleva una blusa blanca,
cubierta de un saco marrón que combina con la falda con motivos
incaicos que hacen recordar a corazones, y en la cinta del sombrero
pequeño que siempre lleva, esta vez, la planta que ha adjuntado a la
cinta es de unas ramitas de flores blancas.
La congresista Pariona abre su monólogo con una agenda
diferente y una fuerza corporal menos intensa que sus compañeros
congresista. Su brazo se levanta apenas de la mesa. A esta hora, casi
la una de la tarde, los ronderos están impacientes por ir a almorzar.
—Hay unos aspectos a tener en cuenta y hay que hacer una
análisis de contexto: cómo está nuestro país, qué hechos políticos
están suscitando y cómo debemos enfrentarlos —empieza la con-
gresista que ahora se encuentra en la escisión del Frente Amplio
llamada Nuevo Perú. Sostiene que lo que viene ocurriendo con la
política económica en la que este gobierno ha hecho hincapié está
ligado con los derechos territoriales, con los recursos, la reactivación
económica a partir de proyectos de inversión en el país.
La pregunta siempre ha sido, y Pariona se la hace, “¿dónde
están los pueblos originarios en ese desarrollo al que nuestro país
aspira?”. Para muchos gobiernos, como el de Alan García en el 2011,
los pueblos indígenas son trabas para el desarrollo. “Nos llaman anti-
mineros, nos pintan de anti-todo”, dice Pariona. “Pero son los pueb-
los los que han contribuido a que siempre tengamos algo que comer
en las ciudades”, reflexiona.

78
La congresista está en el Congreso gracias a la confianza de sus
hermanos ayacuchanos. Se debe a las organizaciones que la escogi-
eron. Junto a Oracio Pacori, ella decidió retirar su firma del proyecto
de ley cuando vio que las rondas no estaba de acuerdo (y cuando
vio que la consideraron por un breve período persona no grata).
Pero ella quiere hacer mucho más. Ha venido al encuentro porque
se está celebrando el desafío de construir una propuesta significativa
tomando en cuenta las voces de todos y todas. “En esta misma mesa,
deberíamos tener una rondera sentada”, dice y las ronderas en el pú-
blico la llenan de palmas.
No hay más que la congresista sienta que debe decir y se retira.
Luego de escuchar los ronderos al Estado se ponen a discutir en-
tre ellos. Algunos creen que debieron contestarles a los congresistas,
otros dicen que deberían cambiar la ley entonces, y no va a faltar
algunos representantes que vaya por la espalda de la Asamblea a pre-
starse a dar su validez a la ley como si estuvieran en la capacidad de
decidir por todos los campesinos. Los ronderos no se van a poner de
acuerdo entre todos, pero la mayoría con las manos levantadas de-
cidirá. Marcos, quien aun lleva su poncho morado puesto, no cree en
las autoridades, pero llama a votación para reafirmar el rechazo a la
ley. Cuentan las manos y parece que ese proyecto va a seguir vetado.

Un castigo al final de la reunión

Las cámaras del Justicia.tv, delante de la periodista rubia, aún seguían


grabando toda la reunión. Y se mantuvieron así hasta luego del al-
muerzo, cuando los ronderos anunciaron que tenían que corregir a
uno de los asistentes.
Al hombre lo han llamado al medio de la habitación, en medio
de los asistentes de la Asamblea, y mientras este mira a todo al que el
moderador le pasa el micrófono, su expresión en el rostro no cambia.
Tiene una mirada serena que parece contener la pena. Puede ver el

79
presente y también el futuro: sin embargo, ve el futuro con dolor
mientras sus ojos notan que los chicotes aparecen cerca a él. Lejos de
angustiarse, parece intentar aceptar aquel dolor por adelantado. En
el micrófono, mencionan que este señor ha estado usurpando fun-
ciones de ronderos dirigentes.
—Jamás la base de nuestra región lo nombró al compañero a
que venga a representar —menciona una rondera de la Bambamarca
en el micrófono y lo pasa.
—Compañeros, ya no perdamos el tiempo con este tipo de
traidores. Disciplina y que se largue —grita el rondero que recibió
el micrófono.
—Hermanos, si lo vamos a disciplinar, tiene que irse. Cada
región debe darle un chicotazo. Si somos trece regiones, trece chi-
cotazos —sentencia el anfitrión rondero luego de recobrar el micró-
fono.
El rostro del hombre sin expresión perdura. No hay un salto
en él, ni un abrir de ojos más extenso. Él es el traidor del que hablan,
y mientras la periodista de Justicia.tv le dice a su camarógrafo que se
asegure de grabar todo esto bien, los ronderos empiezan a calentar
el chicote.
—Debe hacer la promesa de no coordinar como si tuviera un
cargo en las rondas campesinas. Solo es un rondero más —dicta el
poncho morado.
—Este es nuestro trabajo de disciplina. Ninguna cámara, por
favor —menciona el rondero moderador.
Todos bajan sus celulares, nadie querría ser castigado. La pe-
riodista deja la suya, pero una rondera la puede ver prendida. “Que
apaguen las cámaras”, dice, y medio molesta la periodista rubia hace
caso. El hombre del rostro sin expresión entrega su morral naranja
a un encargado que se la pide, para que no interrumpa el castigo. El
hombre se intenta arrodillar en el piso, pero con un poco de fuerza lo
obligan a echar el cuerpo entero al suelo. El hombre cede.

80
Casi la mitad de los ronderos en la reunión tenían chicote.
Ellos lo llaman penca. La penca pasa a la mano de un dirigente: los
pencazos irán a dar al trasero. Se acerca un primer rondero con la
penca en la mano.
—Nadie te reconoce como dirigente —dice.
—Compañero, un momentito —trata de pararlo otro ronde-
ro, pero el pencazo suena contra los glúteos del condenado como si
fuera un soplido del viento.
La penca pasa a otra mano.
—No lo queremos ver en Lambayeque, compañero —dice una
rondera y suena el pencazo.
—¡Región Junín! —llaman y,
—Nunca más con lo traidores —suena otro pencazo,
—¡Cajamarca!—convocan y,
— Usted no es dirigente —cuarto pencazo— y no debe traicio-
nar a las rondas —añade,
—En Puno no permiten divisionismos —y le aplican el quinto
pencazo ya,
—En Ucayali, igual —y sexto pencazo,
—En Lima, necesitamos orden —suena un séptimo pencazo,
—La Libertad —llama—, ¡La Libertad! —de nuevo— ¡La Li
—y otro interrumpe,
—Compañero, no hay nadie proveniente de La Libertad.
—Ahora, compañero, vas a pedir disculpas y te vas a retirar
— le informa el poncho morado al hombre sin expresión mientras
este, luego de levantarse del suelo, se limpia sin esfuerzo el polvo de
su pantalón.

81
IV

“La hija de Goyo”

“El señor Alejandro Herrera, quien ha sido su suegro, declaró que


sí fue el quien los ha matado, e indica que los ha matado a patadas
y los ha puesto en dos costales, uno negro y uno blanco, a la altura
del kilómetro 6 de la carretera Cajamarca-Bambamarca”, menciona
el locutor de Radio Moderna el 12 de diciembre de 2017.
—Este es el crimen que ahorita últimito ha remecido todo
Cajamarca. Qué salvaje ese hombre— dice Lourdes, mientras viaja-
mos en carro hacia Chota, distrito de Cajamarca. Son cerca de las 10
de la mañana y las ventanas del carro están heladas.
El rostro de Lourdes Chuan Banda es trigueño y debido al
frío ha perdido su rojizo en las mejillas; tiene el cabello recogido en
una cola y lleva una mochila negra en su espalda. Ella se considera
activista ambiental y es presidenta de la Asociación de Mujeres en
Defensa de la Vida de Cajamarca; en su labor ha ayudado a Máxima
Acuña, símbolo de la lucha contra la minería, informando sobre los
abusos que sufría por parte de la minera Yanacocha.
Hasta hace poco estaba estudiando ingeniería ambiental en la
Universidad Privada Antonio Guillermo Urrelo en Cajamarca, pero
debido a que tiene que dedicarse a su bebé que tiene un problema en
sus piernas, por lo cual tiene que usar unos fierros para poder apre-
nder a caminar, la ha dejado.

82
—Cada dos meses tengo que llevarla a Lima a graduar sus fier-
ritos. Pero ahí está, pese a los fierritos, dando unos pasitos. A veces
cuando se cae me da pena, no sé qué hacer. Pero cuando veo que está
jugando y que baila… Hasta las dos años tiene que tenerlos me ha
dicho el doctor.
En la universidad no le ofrecían ayuda para poder recuperar
exámenes cuando tenía que viajar. Lo mismo le pasó cuando quiso
tomar sus evaluaciones a destiempo cuando estuvo embarazada.
En las clases de la UPAGU, le solían mandar a ir a conferencias
de la minera Yanacocha.
—Si usted quiere, decían, pero muy bien era obligatorio —
dice Lourdes—. Una vez me dijo un profe que si no voy, voy a salir
jalada. Jáleme le dije.
Alguna vez fue a una de las charlas, y se puso a discrepar de
lo que sostenían. En la universidad la conocían como anti-minera,
la abucheaban y hasta le pusieron como apodo “la hija de Goyo”, en
referencia al antiminero Gregorio Santos.
Pero ella recuerda que no era la única: en una ocasión, habló
un señor estudiante de derecho que había sido trabajador de Yanaco-
cha. Dijo que estaba contaminado y que había puesto una denuncia
en la Corte Interamericana.
—La empresa trata de decir que él no se contaminó ahí sino
en otra parte —.
Lourdes jura que se morirá en esta lucha. El día en que un
amigo suyo que trabaja para Yanacocha le dijo que por qué seguía en
la lucha, y si no pensaba en su hija.
—En mi hija pienso pues, le digo. Me hace mi convicción más
fuerte. Imagina si me muero, a mi hija la voy a dejar contaminada —.
“Yo veo a tu hija y veo que tiene mirada de capitalista. Cuando
crezca te va a decir, mamá, qué vas a estar ya en las movilizaciones,
piensa en el dinero, en el capital. Es lo mejor”, le contestó su amigo.
El viaje en carro de Cajamarca a Chota, en Bambamarca, dura

83
unas dos horas. La carretera es de tierra blanca y se pasa entre pam-
pas de verdes vivo, con árboles como esqueletos marrones de pocas
ramas, llamados eucaliptos, así como casas de adobe con tejas mar-
rones.
“Han sacado medios locales, que hace unos días ha caído bas-
tante granizo. Y algunas casa han quedado completamente cubier-
tas del intenso granizo que ha caído por esta parte de La Coipa. En
cualquier momento también el clima puede cambiar y caer alguna
granizada por esta parte de Jaén. Muchos dirán qué rico, para hacer
raspadilla”, dice riéndose el locutor de Radio Moderna.
Cerca a las 7 de la noche, llegamos a Chota. A esa hora, se
pueden ver deambulando a varias personas con sombreros. Aquí hay
calles empinadas, mototaxis que se deslizan en las pistas mojadas
por una lluvia que se despide que en cualquier momento saluda de
nuevo. Dan la bienvenida niños cachetones y mujeres con mejillas
rojas, como si fuera calor que mantiene dentro de sus bocas. Los ros-
tros de los cajamarquinos pueden ser tanto blancos como marrones.
En uno de los restaurantes abiertos, Lourdes cena un pollo
a la plancha con papas fritas, e intenta recordar un episodio donde
presenció un juicio ronderil de las rondas campesinas cuando tenía
8 años, a pesar de la música alta y la conversación de las otras mesas.
La madre de Lourdes trabajaba como profesora en un colegio
en una región que llamaban El Tambo. En esa escuela, solían trabajar
con niños de edades mezcladas. El hijo del director, un chico de 14
o 15 años, había robado una donación de dinero para la escuela, un
monto que Lourdes no recuerdas.
Cuando la ronda investigó y dio con el muchacho, él confesó
que lo había robado.
—A la ronda no le importo que fuera un niño. Llamaron a
Asamblea y evitaron que se escapara. Ahí decidieron: al día siguiente
lo sacaron a las 5 de la mañana, lo desnudaron, le pegaron con el
chicote y lo metieron en agua fría. Desde ahí hicieron que hiciera

84
trabajo para la comunidad durante un año. Algunos dicen que está
mal, pero el miedo de que te castiguen hace que ya no cometas delito
—recuerda Lourdes mientras mastica su pollo—. Yo también quedé
traumada con eso.

Los ronderos de “El tambo”

El tambo, a unas cuatro horas de Chota, es un Centro poblado que


se encuentra haciendo sus trámite para ser reconocido como dis-
trito. Desde aquí se puede tomar el camino más cercano a la laguna
Mamacocha a 18 kilómetros, la cual da la espalda a una montaña
que los ronderos del lugar llaman “cocodrilo” por su forma. Atrás de
esta montaña, se encuentra la carretera que la empresa minera Yana-
cocha ha construído para su proyecto aurífero Conga. La minera ha
asegurado que la Mamacocha está fuera de los límites del proyecto y
que no será tocada.
La plaza de El tambo es del doble de tamaño que la plaza de
Bambamarca y aún más deslumbrante. Tiene una pileta con una
escultura como una torre chata en medio, está rodeada un camino
en forma de círculo del que salen seis entradas que invitan a entrar
a la plaza. Las partes que unen los caminos de las entradas tienen
un pasto bien cuidado. Otras estructuras dentro son algunas bancas
circulares de concreto, varias torres celestes que dan color a toda la
plaza y una estructura como una choza, donde, en las noches, los
ronderos de El tambo la emplean para descansar y conversar entre
sus sesiones de rondas.
Es 13 de diciembre, la noche antes de la diligencia a la laguna
Mamacocha y la montaña cocodrilo, los dirigentes ronderos Ydelso
Hernández, ex Presidente de la CUNARC-P y Manuel Ramos, di-
rigente rondero de Hualgayoc, me acompañan para familiarizarme
con las rondas del lugar. Ambos están abrigados hasta las orejas,
con sus sombreros y unos ponchos marrones, que parecen ocultar

85
al menos dos chompas más debajo. La única diferencia que encuen-
tro entre ellos es que la raya de los ojos de Manuel Ramos Campos
parecería extenderse mucho, como si fuera una sola pata de gallo,
mientras que Ydelso Hernández suele vestir un polo rojo y con sus
gestos faciales su ceja derecha suele separarse un dedo gordo de dis-
tancia de su ojo, mientras la izquierda siempre va pegada al suyo. En-
tre estos dos, diría que Manuel Ramos tiene un rostro más amigable,
y suele vestir de blanco, razón por la que suelen llamarlo Manuelito.
Uno puede tener la imagen de bondadoso y el otro la de un diablo.
A pesar de ser solo una imagen, sí se podría decir que Ydelso es un
rondero más radical, en contra de la minería, de Yanacocha, y del
modelo de Estado neoliberal; además de pertenecer al Movimiento
de Afirmación Social (MAS) liderado por Gregorio Santos, partido
socialista que gobernó Cajamarca en el período 2011-2014.
Junto a ellos dos ingresó a la ahora oscura plaza de armas de El
tambo, en la cual los focos de las decenas de postes que tiene no sir-
ven. El grupo de campesinos que hoy miércoles les toca salir a ron-
dar está preparándose para la vigilia en aquella estructura a modo de
pequeña choza. Son unos diez ronderos, que se encuentran apoya-
dos en la pequeña pared que rodea la choza hasta la mitad de altura,
algunos tienen ponchos; otro viste un pantalón de bombero y casaca,
pero todos llevan el rostro oscurecido por la noche. Desde aquí están
vigilando la plaza a punto de marcar el inicio de un nuevo día.
El presidente de estas rondas, un hombre de cabeza larga que
no lleva sombrero, y tan largo que el poncho le llega a la cintura, dice
con orgullo que este es el pueblo que le abrió los ojos y enseñó a todo
el mundo a cuidar sus aguas. Al frente del Presidente, un rondero
sentado en el piso saca una bolsa verde transparente llena de hojas de
coca, las empieza a sacar a puñados y las coloca en bolsas más peque-
ñas, mientras otro, impaciente, golpea un bordón de madera contra
el piso. Ambos hacen un ruido que acompaña toda la conversación.
—Desde el año 2011 aquí tenemos rondas campesinas y nos

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cuidamos entre nosotros. Rondamos aquí y recorremos todo lo
que pertenece al pueblo. Así como nosotros, en cada caserío están
nuestros compañeros haciendo su servicio de rondas —dice el Presi-
dente rondero mientras sus compañeros con los rostros ocultos por
la oscuridad escuchan sin decir ninguna palabra.
Las rondas de “El tambo” funcionan como cualquier otra en
la noche. Aquí no hay Policía, ni serenazgo. Pero por eso están ellos:
luego de que da las doce marcan otra fecha, intervienen a las per-
sonas sospechosas que encuentren merodeando. Les piden que se
identifiquen con sus nombres completos. Y si es alguien extraño al
pueblo lo vigilan de cerca.
—En la actualidad ya no hay robos, porque como entre todos
nos conocemos —cuenta.
Una camioneta roja pasa al lado de la plaza llamando la aten-
ción de los ronderos con el ruido de su tubo de escape. El ruido de
la bolsa de plástico verde se detiene y el bordón se queda quieto. El
presidente les grita desde la chozita: “identifíquense”. Pero la camio-
neta no para y se pierde en la noche.
—Antes hacíamos eso —continúa El presidente sin inmu-
tarse—. Solíamos castigar a las personas de mal vivir. De repente
talaban los árboles del vecino, se robaban sus gallinitas, las vaquitas.
Pero ahora nos dedicamos más a cuidar nuestras aguas, nuestros col-
chones acuíferos —dice, mientras el bordón retoma su golpe contra
el piso y de la bolsa de hojas de coca se continua la distribución.
El agua de las lagunas de Cajamarca, como la Mamacocha,
mantiene a toda la población. Por eso los ronderos se han empezado
a organizar contra los proyectos mineros; sobre todo contra el mega-
proyecto Conga de la minera Yanacocha.
—Han querido quitarnos la vida a toda la población, a toda
nuestra agricultura y nuestra ganadería —dice El Presidente. ¿Cómo?
Amenazando nuestra agua, porque de eso nos sostenemos.
El compromiso de cuidar su forma de vida lleva a los ronde-

87
ros y ronderas de El tambo a hacer cada mes caminatas largas hacia
sus lagunas, hacia las montañas, para verificar que siguen ahí, que
los mineros no las han destruído. Desde setiembre de 2011, cuan-
do Marco Arana denunció que existía un “convenio secreto” entre
Yanacocha y SEDACAJ (la empresa prestadora de Servicio de Agua
Potable y Alcantarillado Sanitario de Cajamarca), los ronderos de El
tambo, “desde el niño hasta el anciano” sostuvieron que Conga “no
va ni hoy ni nunca”.
—Cuando salíamos a protestar por la minería, hasta huevos
nos tiraban, algunos que trabajaban para la minera. Hoy estamos
tranquilos, porque no hay maquinarias por aquí, nada, porque el
proyecto está paralizado.
El rondero en el piso termina su distribución de hojas de coca,
y agarra la bolsa grande y haciendo un ruido que se escucha en toda
la desierta plaza, la guarda en su bolsilla. Al lado del Presidente,
Ydelso Hernández, el rondero del MAS, pide la palabra.
—Nuestra historia no es muy antigua —clama—. En 1532,
ocho o nueve generaciones atrás, en 1532, los españoles invadieron
Cajamarca. Vinieron de mala fe. Aquí habían conflictos entre pueb-
los, una disputa de poderes. Si bien es cierto el Inca Atahualpa ven-
ció en la confrontación, pero muchos indígenas quedaron resenti-
dos con él. Ellos se volvieron aliados de los españoles y así empezó
la guerra interna —Ydelso habla más fuerte que El presidente de El
tambo y hace ver su preparación política para dar discursos.
La lucha infinita, la llama: los pueblos originarios, campesi-
nos, ronderos e indígenas, han estado en permanente resistencia. En
el Perú, ellos se consideran como el pueblo que no renunció a su
identidad.
—Los ronderos somos muy diferentes a este sistema que nos
gobierna. Hay dos sistemas aquí en el Perú, y eso no lo entienden
los invasores, los neoliberales, los neocoloniales, ni las multinacio-
nales. Hoy gobiernan ellos. Tienen la Constitución y las normas a

88
su favor. Y quieren seguir pasando normas contra nosotros, como
son el proyecto de ley 773. Pero Nosotros buscamos ser una Nación
plurinacional y no monista, donde nos respetemos todos por igual.
Hay diferentes naciones, los achuar, los quechua, los wampis, entre
otros. Nosotros formamos el Perú, pero no somos tratados por igual
por el Estado.
Ydelso recuerda las palabras su abuelo y cree que no mucho
ha cambiado: “hijo, antes, en las haciendas, el hacendado, conforme
compraba la tierra también compraba la gente y la controlaba. Si
queríamos salir a trabajar afuera, tenías que salir callado y no volver,
sino el capataz nos hacía trabajar días gratis para el hacendado”. Esas
palabras han vivido con Ydelso hasta ahora.
—Los campesinos hemos sido abandonas por el Estado —
continúa, como si diera un mitin desde esa choza pequeña a toda
la plaza llena de ausencia—. Pero ahora la institución más fuerte en
los pueblos es las rondas campesinas. Nosotros hacemos justicia y
sin cobrar un sol. Los ronderos actuamos mejor que la Fiscalía o los
jueces. Si se hace una denuncia a la Fiscalía, se hace juicio y el que
tiene dinero es el que gana, porque es el que se va con cuatro o cinco
abogados.
Cuando uno visita el El tambo siente que las palabras de Ydel-
so son verdaderas. No porque uno pueda ver que los ronderos cogan
a un maleante, lo juzguen y lo azoten; sino porque todos ellos se
conocen. Y si se hace amigo de uno, ya es conocido de los demás.
El grupo de ronderos de este miércoles, que está a punto de
volverse jueves, tiene que ir a hacer su trabajo. Pero antes, un profe-
sor de escuela, de cara blanca, de unos 30 años, vestido con pantalón
de terno, una camisa blanca desarreglada, como si saliera del fin de
una larga fiesta, quiere decir algunas palabras frente a todos.
—Nosotros, yo creo, solo buscamos un minuto más en esta
vida —dice y tambalea mientras entra en la gran choza.
Mientras sus pies tantean el piso, y su cuerpo se apoya contra

89
la pared, intenta sostener el saco que lleva en los brazos. Su voz se
entrecorta en medio de las frases. Es como si pensara por mucho
tiempo cómo terminarlas, como un peruano hablando un idioma
extranjero.
—En este pueblo buscamos personas que nos apoyen por
convicción. Pueden venir profesionales de la universidad de Har-
vard, pero ellos a qué aspiran, ¿a ser parte de un país con mejores
oportunidades? Lamentablemente, nuestra educación es pobre, muy
pobre, porque solo copiamos —y empieza a elevar la voz—. Porque
no tenemos políticos que puedan darnos una buena educación en
nuestro país —y su voz empieza a entrecortarse menos— para poder
implantar nuestra visión a ellos, para que ellos no nos implanten a
nosotros. —dice casi a gritos—. Eso es lo que me indigna aquí en
este país —llorando, grita, llevando su cuerpo hacia adelante y hacia
atrás, sosteniendo una caída inminente—. No falta la coima —agre-
ga—. Yo tengo dignidad, tengo valores, principios —se enfurece—.
Pero no como el huevón de miércoles que venga a mandar en este
país y me mande a la cárcel.
Algunos ronderos lo tratan de calmar, pero el dice “compañe-
ros ronderos” mientras aleja las manos que se posan sobre él, dice
“déjenme hablar”.
—Nosotros no nos dejamos progresar entre nosotros, porque
nos dejamos mandar. ¿Por qué no podemos? porque siempre hemos
sabido callar. Nosotros tenemos valores. Nosotros estamos para
gobernar el mundo. No para que nos impongan leyes. Eso me in-
digna, como rondero, como profesional —ya nadie intenta parar sus
gritos, y el joven rondero, toma aire y eleva la voz para dar su final—.
Por Dios y por mi padre, conchasumare.
El grupo de ronderos finalmente salen a rondar las calles, y al
frente de la plaza, en una casa de tejas azules, la dueña, Dora Lisa,
ofrece comida a los que se quieran quedar en alguno de sus cuartos.
—¿Quiere matecito?

90
Dora Lisa es una rondera de 70 años y las líneas de su rostro,
que salen de sus ojos, de los lados de su nariz, todas están marcadas y
se encorvan hacia abajo. Menos la de su sonrisa, que mantiene levan-
tada con ánimo. Sonríe y la luz del foco que cuelga en el cuarto re-
bota en dos de sus dientes plateados. Lleva un plato grande de queso
que ha hecho con la leche de su vaca, es un queso que no tiene sal,
y una cesta de panes serranos, que son planos y parecen quemados.
Junto a esta merienda nocturna, ofrece un mate de hojas de coca.
Todo el que venga a El tambo a conocer la experiencia de las rondas
campesinas será bienvenido en su casa, pero ella no aceptará ningún
dinero que se le quiera dar a cambio. Siempre, sin embargo, se le
puede dejar un regalo.
Cuando es hora de dormir, la gran casa no cierra su puerta
principal. Pero eso no hace sentir inseguros a los que duermen ad-
entro. En el día uno puede conocer a la mayoría del pueblo y darse
cuenta de que aún así no hubieran rondas campesinas, nadie podría
tener miedo a la noche.

91
Manankanchu,
no más diálogo,
como engañaron a Atahualpa,
que no se repita la historia.
El oro de mis lagunas (bis),
ya lo quieren explotar. (bis)
Nosotros cajamarquinos (bis),
no lo vamos a dejar. (bis)
Los andes de Cajamarca (bis),
amenazados están. (bis)
Empresas transnacionales (bis),
ya lo quieren derribar, la vida quieren matar.
“Agua sí, oro no” del grupo Tinkari

La laguna Mamacocha

“Agua: sí; oro: no. Agua: sí; oro: no”, decía el pegajoso coro de una
canción desde la Municipalidad de El Tambo. La canción sonó toda
la mañana de aquel jueves 14 de diciembre de 2017, sonó miles de
veces, mientras alrededor de la plaza se estacionaban unas camio-
netas. Decenas de ronderos se reunieron al medio de un lado de la
plaza, se reconocieron, se saludaron, y conversaron sobre la ruta que
van iban a tomar ir a la laguna Mamacocha. Uno llegó con una moto
llevando detrás suyo a otro rondero pasajero con una bandera del
Perú. Hacen esta diligencia todos los meses.
“Seamos libres como el agua, como el viento”, decía la canción
en toda la plaza: la voz que cantaba era de una mujer y un hombre,
sonaba una guitarra, un bajo, un tamborcito, una quena y un clarín
cajamarquino. El clarín es un instrumento de viento: es de madera,
largo como una lanza del tamaño de dos hombres y suena como el
sonido de una mosca gigante. Se sopla por una boquilla y el aire llega

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hasta el otro extremo, donde una copa reproduce el sonido.
El camino en carro hacia la laguna Mamacocha duró una hora,
y como una parte de la carretera estaba bloqueada con una tranquera
que ha colocó Yanacocha, los ronderos no pudieron pasar más allá
de ella. Su solución era pasar por una montaña del lado, para llegar a
la carretera blanca que construyó Yanacocha detrás.
La diligencia de los ronderos incluía rondar por las montañas,
ver lo que están haciendo dentro la minera en las montañas y otras
lagunas, tomar fotos, y volver por detrás de la montaña cocodrilo
para pasar por un lado de la laguna Mamacocha.
—Quiero que todos sean responsables. Hoy no vamos a ir a
provocar —decía Manuelito.
El sol irradiaba fuerte ese día, pero hacía un viento frío fuerte.
Habían mujeres ronderas, con sus chompas de colores chillones que
brillaban con el sol, con sus polleras encima de sus pantalones de
lana, con sus sombreros grandes cubriendo su rostro, y sus espaldas
llevando en sus atados comida para el almuerzo. Los ronderos iban
como siempre. Abrigados con sus ponchos, algunos con casacas de
capucha o otros con chullos. Subieron en fila una primera montaña,
conversando, haciéndose bromas entre ellos, tomándose fotos con
sus celulares táctiles algunos.
—Nosotros teníamos un compañero al que le decían gato. An-
tes era porque le gustaba comer carne de gato, pero ahora le dicen
gato porque le gusta la rata —decía Manuelito haciendo reír a los
ronderos.
—Mira la pantalla de este celular. Calidad HD. Buena calidad
tiene —mostraba Ydelso las fotos que había tomado en alguna re-
unión rondera.
Bajaron la montaña todos juntos y llegaron a la carretera blan-
ca que encerraba una gran abertura, donde más abajo se podía ver
una laguna casi seca. Empezaron la caminata en grupo, y sacaron
una tela larga roja, bordada de amarillo, que agarraron mientras iban

93
en grupo, la tela decía “Rondas campesinas base centro poblado”, y
al centro más abajo “El tambo”. Antes de que pudieran seguir avan-
zando, una camioneta de la Policía se detuvo frente a ellos, y de ella
bajaron dos policías y un fiscal. Ante él, Manuelito entregó un doc-
umento que los ronderos enviaron al Ministro del Interior de ese
entonces, Carlos Basombrío, donde se aprobaba su diligencia y su
entrada a esa carretera. Viendo que estaba todo correcto, el fiscal
expresó su apoyo a los ronderos y ofreció que los podían llevar a al-
gunos ronderos en su camioneta para que lleguen más rápido hacia
el final de la carretera, pero las rondas no aceptaron.
Mientras caminaban por aquella carretera los ronderos en-
contraron que las montañas estaban cubiertas con una especie de
frazada de color óxido y unas telas negras, así como notaban tubos
gruesos que salían de las montañas. Cuando, en un pedazo elevado
de montaña, vieron que caía agua, se subieron como pudieron y se
tomaron foto con el chorrito y su tela roja; Ydelso se saco el sombrero
y dejó caer agua dentro de él. “Esta es agua de manantial”, dijo.
A lo lejos, al final de lo visible de la carretera blanca, podían
ver unas camionetas blancas, “de la mina serán”, decían, y algunas
personas “mineros serán”, decían, que salían de estas y le tomaban
fotos. Los ronderos los ignoraron y eventualmente desaparecieron.
Siguieron caminando hasta llegar detrás de la gran montaña en for-
ma de cocodrilo, que tiene un color verde oscuro y está adornada
con millones de rocas blancas y musgo.
El cocodrilo, desde lejos, no parece tan empinado como para
caminar de frente hasta su cumbre, pero debe medir como un edifi-
cio de cincuenta pisos. Para los ronderos, que hacen esto cada mes,
no es difícil subirla, tiene técnicas, ir de costado, usar sogas, chacchar
su amarga hoja de coca; pero para alguien de Lima, subiendo solo
la mitad de un lado, es suficiente para estar al borde del desmayo.
Cuando los ronderos llegan a la punta, se ponen a almorzar; algunos
sacan su plato de arroz con huevo, una cachanga que tenían guar-

94
dada, una botella de jugo Cifrut, o una bolsa llena de mote. Desde
ahí se puede ver la laguna Mamacocha (que significa Madre de las
aguas), que tiene la extensión de uno de esos centros comerciales en
Lima, solo que esta laguna reluce con su azul verdoso, prestado de
la montaña y del cielo, con vida. Al medio, hay una estructura de la
que se pueden sacar truchas, de donde la familia Marchena saca y
vende 15 soles el kilo. Esa vez una rondera mencionó que la laguna
se comía gente, que está encantada, que no había que subestimarla.
—Un pata había estado bañandose en la laguna y vio que había
salido un caballito de la laguna, todo bacán. El pata se lo quiso llevar:
el caballito se dejó coger, poner soga y ¡pa! se metió pa la laguna con
todo y patita.
Para los ronderos la Mamacocha es como una diosa cristiana.
Les da la vida, el agua, pero es de temer. Pero también la Mamacocha
incita a la ambición. Las ronderas dicen que esconde oro, que aquí
Atahualpa escondió el oro de los Incas.
Bajar la montaña cocodrilo es más fácil, cansa menos, pero
puede con un paso en falso puede la caída puede causar la muerte.
Pero si uno va con los ronderos, ellos lo llevaron de los brazos; si uno
se ha lastimado la pierna, lo llevan cargado; pero al mismo tiempo
los ronderos harán bromas y se reirán burlonamente de uno, un
limeño al que le cuesta. En ocasiones los ronderos iban en la noche,
y escuchaban que les disparaban, y tenían que bajar corriendo por
estas caídas mortales.
La caminata ha durado desde las diez de la mañana hasta las
cuatro de la tarde. Ningún ronderos se hizo daño serio, solo una mu-
jer se cayó unos metros hacia abajo y un rondero la llevo cargando
cruzando el pantano, mojándose los pues. Luego de la larga cami-
nata, buscan una pampa plana, para poder conversar: arman una
Asamblea para conversar otros temas. Siempre hay de qué hablar:
de convocar más pueblos de alrededor, de unirse, de criticar a al-
gún rondero que dio declaraciones en la radio; y siempre pueden

95
reafirmar su lucha actual. “Sostengamos nuestra lucha”, dice uno. “Es
una que tal vez ahora no se va a haber, pero nuestros hijos, nuestros
nietos, van a ver el agua. Si no hubiera esta lucha social. Esto todo no
existiría ya”, grita.
Antes de volver al centro de El Tambo, algunas mujeres ron-
deras jóvenes se ponen a buscar y arrancar hierbas en la pampa para
llevarse. Una coge una plantita de tallo angosto del cual salen varios
tallos con hojas gigantes verdes. Si uno intenta doblar sus hojas, estas
no se quiebran y mantienen sus consistencia.
—Esta es plantita Para Para —menciona sonrojándose una jo-
ven rondera.
—Para para, piri piri —le sigue el juego riéndose una a su lado.
—¿No me la puedo llevar para Lima?

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Apéndice Fotográfico

97
Marco Díaz Delgado, Presidente de la CUNARC-P, en reunión con au-
toridades del Estado peruano / Propiedad del Instituto Internacional de
Derecho y Sociedad (IIDS)

Duberlí Rodríguez, Presidente del Poder Judicial, y Gino Costa, congre-


sista, en reunión con autoridades ronderas / Propiedad del IIDS

98
Sabino Sonco, consultor de rondas campesinas, en reunión con autori-
dades del Estado peruano / Propiedad del IIDS

Ronderas de El tambo repartiendo almuerzo en el receso de una asamblea


/ Propiedad de Edwin Montesinos

99
Rondas campesinas de El tambo en diligencia hacia laguna Mamacocha /
Propiedad de IIDS, Autor: Edwin Montesinos

Rondero Ydelso Hernández en diligencia hacia laguna Mamacocha /


Propiedad de IIDS, Autor: Edwin Montesinos

100
Ronderos de El tambo cruzando al lado de la laguna Mamacocha / Propie-
dad de IIDS, Autor: Edwin Montesinos

Ronderos de El tambo descansando luego de diligencia / Propiedad de


Edwin Montesinos

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Línea de tiempo

22 de setiembre de 1949: nace Duberlí Rodríguez


1970: nace Marcos Díaz Delgado
29 de diciembre de 1976: fundación de las rondas campesinas
en Cajamarca
14 de enero de 1992: se constituye la empresa Yanacocha en
Perú
octubre de 1992: Alberto Fujimori expide el decreto supremo
77, con el cual da creación a los comités de autodefensa
26 de abril de 1993: Yanacocha expropia la Comunidad Ne-
gritos
2 de junio de 2000: se da el derrame de Choropampa de Ya-
nacocha en Cajamarca
3 de diciembre de 2006: Fundación de la Central única nacio-
nal de rondas campesinas del Perú
1 de febrero de 2009: se implementa el TLC con Estados Uni-
dos durante el gobierno de Alan García
5 de junio de 2009: se lleva a cabo la masacre de Bagua, “el
Baguazo”
14 de diciembre de 2016: se presenta el proyecto de ley 773,
por Gino Costa, entonces en la bancada Peruanos por el Kambio
1 de enero de 2017: Duberlí Rodríguez entra al cargo de Pres-
idente del Poder Judicial
7 de agosto de 2017: Alejandro Herrera asesina a su nuera
Edita Cueva y sus hijos y quema los cuerpos

103
22 de setiembre de 2017: se lleva a cabo la reunión entre las
rondas campesinas y el Presidente del Poder Judicial, así como los
congresistas que suscribieron el proyecto de ley 773
10 de octubre de 2017: Juana Cueva acude a Cajamarca en
busca de su hermana.
1 de diciembre de 2017: Juana Cueva acude a las rondas de
Cajamarca para pedir ayuda
2 de diciembre de 2017: las rondas campesinas de Cajamarca
capturan a Alejandro Herrera, sospechoso en el caso de Edita Cueva
3 de diciembre de 2017: los ronderos sacan a Alejandro Her-
rera a laplaza de Bambamarca
14 de diciembre de 2017: las rondas campesinas de El tambo
hacen su diligencia a la laguna Mamacocha
27 de diciembre de 2017: Alejandro Herrera es entregado por
las rondas campesinas a la Policía de Cajamarca

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Relación de fuentes
Chuan Banda, Lourdes. Activista ambiental. Diciembre 2017
Chuquilin, Fernando. Rondero urbano. Mayo 2018
Díaz Delgado, Marcos. Presidente de la Central única nacio-
nal de rondas campesinas del Perú. Setiembre y Noviembre 2017
Delegación de ronderos de El Tambo. Diciembre 2017
Dora Lisa. Rondera. Diciembre 2017
Hernández, Ydelso. Rondero. Diciembre 2017
Presidente de las rondas campesinas de El Tambo. Diciembre
2017
Ramos, Manuel. Rondero. Diciembre 2017
Sonco Mamani, Sabino. Consultor de rondas campesinas.
Noviembre 2017
Yrigoyen Fajardo, Soraya. Antropóloga. Noviembre 2017

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Bibliografía
Gitlitz, John y Telmo Rojas (1985) Las Rondas Campesinas en
Cajamarca-Perú. Apuntes, 16: 115-141
Starn, Orin (1999) Nightwatch: the politics of protest in the
Andes
Oficina Nacional de Diálogo y Sostenibilidad (2014) Wil-
laqniki: Informe de diferencias, controversias y conflictos sociales
Poder Judicial (2003) Ley de rondas. Recuperado de http://
www.acnur.org/fileadmin/Documentos/BDL/2008/6750.pdf
Rondas campesinas y urbanas de Jaen. Estatuto y reglamento.
Recuperado de https://rondascampesinasperu.es.tl/ESTATUTOS-Y-
REGLAMENTO.htm
Mundaca, José Pérez (1996) Rondas campesinas Poder, vio-
lencia y autodefensa en Cajamarca.
Vásquez Bazán, César (2 de febrero 2018) Los comunis-
tas arrepentidos del Perú. Recuperado de https://cavb.blogspot.
com/2018/02/los-comunistas-arrepentidos-del-peru.html.
Wong Giraldo, Miguel. Los que entonces jugábamos a
la guerra de guerillas. Recuperado de https://es.calameo.com/
read/000850398d8dfc03afc04

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Agradecimientos
Agradezco al apoyo a las rondas campesinas de El tambo,
tanto como a sus dirigentes y ronderos por la hospitalidad y el cuida-
do. Agradezco al Presidente de la Central única nacional de rondas
campesinas del Perú, Marcos Diaz Delgado, y a todos los ronderos
que me dieron sus testimonios. De igual manera agradezco al Insti-
tuto Internacional de Derecho y Sociedad, donde conocí a las rondas
campesinas.

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