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CLASE 1 El-Sentido-De-La-Vida-Humana PDF
CLASE 1 El-Sentido-De-La-Vida-Humana PDF
Mónica Cavallé
1. Introducción
1
Eight Upanishads. With the Commentary of Sankarâcârya, Vol. I. Transl. by Swami Gambhirananda.
Calcutta: Advaita Ashrama, 19892, p. 391.
1
propósito inequívocos. Buena parte de la filosofía de esos siglos, en su condición de
sierva de la teología, sostuvo y buscó justificar racionalmente dicha visión del mundo a
la que remitía en su pregunta por el sentido de la existencia humana.
Esta visión, mayoritariamente asumida en Occidente durante siglos, comenzó a
quebrarse coincidiendo con la consolidación y el triunfo de la ciencia moderna. Esta
última no negaba necesariamente la existencia de Dios, como muestra el auge del
Deísmo entre muchos filósofos y científicos de la Ilustración, para quienes el orden del
mundo revelado por la Nueva Ciencia evidenciaba al Eterno Geómetra2. Para el deísta,
Dios es el creador del universo, pero no interfiere arbitrariamente en los detalles de su
obra, en la vida de los humanos ni en las leyes del universo, a través de las cuales se
revela. Aún está implícita en esta cosmovisión la confianza en el orden del mundo, en la
bondad de su origen o fundamento, y en la razón humana, que es capaz de desentrañar
dicho orden. Pero el paso siguiente ya estaba servido: si hay un orden inteligente
implícito en la naturaleza, ¿por qué recurrir a Dios? ¿No cabe explicar el mundo sin la
necesidad de una hipótesis divina? El mismo orden del mundo que a los ojos del deísta
evidenciaba la existencia de Dios, para muchos revelaba un mundo autosuficiente que
abocaba a la negación del principio divino. De aquí que el deísmo conviviera con un
ateísmo creciente que alcanzaría un auge significativo en el siglo XIX.
La crítica a la cosmovisión cristiana —y, por tanto, a las premisas asumidas
durante siglos en Occidente sobre el sentido de la vida— ha tenido, desde el siglo XVII
hasta el presente, diversos frentes e hitos en el ámbito de la filosofía. Enumeramos
algunos de ellos: la crítica empirista a la posibilidad de conocimiento de Dios; la crítica
ilustrada a la religión revelada en Occidente; los positivismos, alentados por el
desarrollo de la ciencia natural, y los materialismos antimetafísicos y antiteológicos; el
utilitarismo y su intento de fundar una moral ajena a la sustentada en las fuentes
reveladas; las actitudes nihilistas y su negación de todo aquello que predique una
finalidad superior y objetiva impuesta a la vida desde más allá de ella; el marxismo; los
existencialismos ateos, para los que el ser humano no es nada más que lo que éste hace
de sí mismo; el positivismo lógico y la filosofía analítica y su afirmación de que toda
pregunta de naturaleza trans-empírica, como la pregunta por el sentido de la vida,
pertenece a la larga lista de preguntas metafísicas mal planteadas que han estructurado
la historia de la filosofía; los naturalismos cientificistas, que sostienen que la
explicación científica del cosmos (como la teoría de la selección natural y similares) ha
hecho superfluas y revelado falaces la “hipótesis” de Dios y de un diseño inteligente del
universo y para los que el ser humano es, por tanto, un efecto accidental y aleatorio, no
sujeto a previsión, plan, intención o propósito3. Mencionaremos, por último, la
2
Ramón Alcoberro resume así la definición que el deísta Voltaire nos da de “ateísmo” en su Diccionario
Filosófico: “Error de razonamiento que surge por una mala comprensión del principio de causalidad. Para
Voltaire, la existencia de Dios —que se identifica con la Razón— es evidente por sí misma.”. “Voltaire:
una mirada alfabética”, artículo publicado en “La Vanguardia”, Barcelona, 22 nov. 1994, p. 41.
“Cuando contemplamos una obra notabilísima de pintura, de escultura, de poesía o de
elocuencia; cuando oímos una música que encanta los oídos y el alma, la admiramos y la queremos. Sin
que la admiración ni el amor nos proporcionen la menor ventaja, experimentamos un pensamiento puro,
que algunas veces llega hasta la veneración. Éste es, poco más o menos, el único modo de explicar la
profunda admiración y el entusiasmo que nos produce el Eterno Arquitecto del mundo. Contemplamos la
obra con un asombro mezclado de respeto y de anonadamiento, porque el corazón se eleva hasta donde
puede y se acerca cuanto le es posible al artista. Pero ¿qué sentimiento es ése? Un no sé qué vago e
indeterminado, un pasmo que no se parece a nuestras afecciones ordinarias”. Voltaire. “Amour de Dieu”.
Dictionnaire Philosophique. Voltaire Intégral en Ligne <http://www.voltaire-integral.com>
3
“El único relojero en la naturaleza son las fuerzas ciegas de la física, aun cuando puestas en acción de
una manera muy especial. Un verdadero relojero prevé: diseña los dientes de sus piñones y sus resortes, y
planea sus interconexiones, con un propósito futuro en su imaginación. La selección natural, el ciego,
2
sensibilidad postmoderna en la que estamos insertos, su desconfianza en los meta-
relatos y su negación paralela de las cosmovisiones globales totalizantes supuestamente
portadoras de sentido, una sensibilidad que ha llegado a negar uno de los supuestos
básicos de la modernidad –ejemplificado paradigmáticamente en la física clásica, tan
distinta a la física contraintuitiva del siglo XX—: hay un orden intrínseco al cosmos y la
razón humana puede desvelarlo.
A la luz de la sensibilidad filosófica contemporánea predominante, algunos de
cuyos antecedentes hemos descrito, muchas de las preguntas que formulábamos al
inicio adquieren un inusitado nuevo aspecto: de ser las preguntas básicas e ineludibles
de la existencia, las propias del ser humano en cuanto tal, pasan a considerarse
malentendidos, modos de hablar sin referente real, o bien invenciones pueriles propias
de una mente mítica que proyecta, antropomórficamente, causas finales, intenciones y
significados ocultos en la realidad.
Las interpretaciones escépticas, ateas y/o materialistas del mundo no son
exclusivas de la modernidad occidental; están ya esporádicamente presentes desde la
antigüedad, tanto en Occidente como en Oriente; pero era así en sociedades
estructuradas a las que el individuo se sentía vinculado íntimamente, al igual que se
sentía integrado en el cosmos y, aún más allá, en la raíz o fundamento de la existencia.
Esta confianza implícita en el fondo de la realidad, este sentido básico de pertenencia a
la matriz de la vida, se quiebra a gran escala con el avance de la modernidad occidental,
lo que propició que la angustia existencial y las crisis de sentido hayan sido en nuestro
contexto cultural particularmente agudas y epidémicas. Y es que cuando se considera el
ámbito de lo sobrenatural el único capaz de dotar de fundamento, significado y
propósito a la vida humana, una vez cuestionado y negado, el mundo queda privado de
sentido y de dirección últimas, ya no posee de manera objetiva ningún valor esencial y
superior, y la vida queda dejada a sí misma. De aquí la angustia ontológica, tan propia
del siglo XX, el convencimiento intelectual y la vivencia subjetiva de que la existencia
humana es absurda, superflua y sin sentido, “una pasión inútil” (Jean-Paul Sartre)4.
Ahora bien, esta aguda conciencia de futilidad y los tonos nihilistas o dramáticos
asociados al cuestionamiento del ámbito de lo sobrenatural sólo parecen haber estado
presentes allí donde previamente se había confiado en la existencia de valores absolutos
que podían orientar la vida humana desde más allá de ella, y allí donde se había
supuesto que sólo desde dicha referencia ésta podía obtener su sentido. Donde nunca
existió esta expectativa y se ha convivido aproblemáticamente con la carencia de un
referente sobrenatural, es decir, para buena parte de las posiciones ateas, naturalistas,
positivistas o agnósticas contemporáneas, dicho vacío no es connotado ni vivenciado
negativamente. De aquí la insistencia de estas posiciones en que el hecho de que la vida
no tenga un sentido objetivo y absoluto no implica que ésta carezca de sentido, pues el
sentido puede ser creado, construido por el propio individuo; más aún, frente al tópico
del ateo pesimista y amoral, enfatizan que estos sentidos atribuidos creativamente son
suficientes para dotar a la propia vida de significado y plenitud, para que el ser humano
sea feliz, equilibrado y lleve una vida altamente moral5. En otras palabras, para estas
inconsciente y automático proceso que descubrió Darwin, y que sabemos ahora que es la explicación de la
existencia y, aparentemente con propósito, forma de toda vida, no tiene propósitos en mente. No tiene
mente ni imaginación. No planea para el futuro. No tiene visión, no prevé, no tiene vista. Si se puede
decir que hay un papel de relojero en la naturaleza, es el de un relojero ciego". Richard Dawkins. The
Blind Watchmaker. London and New York: W.W. Norton & Co., 1986, p. 5.
4
El Ser y la nada. Buenos Aires: Editorial Losada, 1968, p. 747.
5
“Los ateos pueden ser felices, equilibrados, morales e intelectualmente satisfechos”. Según Richard
Dawkins, este es uno de los cuatro mensajes “aumentadores de conciencia” de su libro The God Delusión.
London: Bantam Press, 2006.
3
posiciones, la vivencia de la carencia de sentido existencial no se da en quienes no creen
en sentidos y propósitos objetivos y absolutos, sino entre quienes sienten que no tienen
metas por las que vivir, entre aquellos a los que su vida personal no les resulta
subjetivamente significativa pues no han sabido, o no han podido, investirla
creativamente de valor y de propósito.
6
David Loy. “La religión del Mercado”. Revista Zendodigital, Nueva época, nº 12, Octubre-
Diciembre, 2006.
7
Ibid.
8
Ibid.
4
2. Dos acepciones del término “sentido” en la expresión “sentido de la vida”
Este tipo de discurso en torno al sentido de la vida, que he resumido en pinceladas muy
gruesas, nos resulta sobradamente familiar pues ha sido hegemónico en nuestra cultura.
Pero no es mi intención, en las siguientes páginas, ahondar en él, sino mostrar que no es
el único posible y que parte, de hecho, de premisas culturalmente condicionadas de las
que pocas veces somos conscientes. En concreto, parte de la falsa alternativa entre un
universo creado deliberadamente con un propósito y un universo producto de fuerzas
ciegas, entre un sentido objetivo impuesto por un principio superior al mundo desde
más allá de él y un sentido construido exclusivamente por la subjetividad humana.
Asocia, además, la experiencia del sentido al futuro —en o más allá de la vida
presente— y/o a propuestas explicativas —con pretensión de universalidad o sin ella—
que desvelan una hilazón razonable con una orientación teleológica tras los hechos
inciertos y erráticos que parecen componer la vida humana. Incluso allí donde, en
nuestro contexto cultural, la búsqueda del sentido de la vida se manifiesta en sus formas
más banales, se mantienen, si bien de forma inconsciente, algunos de los elementos
señalados, como la creencia secularizada de que la salvación exige ineludiblemente una
orientación hacia el futuro.
Trataré de ilustrar la relatividad de este discurso exponiendo otra aproximación
muy diferente al sentido filosófico de la vida, que ha estado presente de forma
privilegiada, aunque no exclusiva, en lo que en otros escritos he denominado filosofías
sapienciales: aquellas filosofías que son indisociablemente vías de conocimiento de la
Realidad y disciplinas de liberación, y en las que el saber sobre la Realidad no incumbe
a la filosofía en su contenido conceptual, sino que equivale a una metanoia del ser total
de la persona, al alumbramiento de un nuevo modo de ser y de estar en el mundo y de
una nueva visión. Aludo a disciplinas orientales como el taoísmo, el budismo o el
vedânta —no en sus derivaciones populares, sino en sus versiones más depuradas y
estrictamente metafísicas— y a numerosas filosofías occidentales antiguas y posteriores
—de algunas dejaremos constancia en las siguientes páginas— que se han concebido
eminentemente como prácticas filosóficas orientadas a propiciar dicha metanoia en la
que consideran que radica la esencia del conocimiento metafísico. La expresión
“filosofía sapiencial” tiene un valor arquetípico y, si bien hay enseñanzas que responden
a ella de forma nítida, como las mencionadas doctrinas orientales, tiene, sobre todo al
aplicarlo a nuestra tradición filosófica, un valor fundamentalmente orientativo o
aproximativo. Esta expresión en absoluto pretende establecer una equivalencia entre los
contenidos y afirmaciones de las filosofías que se ajustan o aproximan a su perfil, pero
sí reconoce en ellas significativas semejanzas estructurales; por ejemplo, y en lo que
respecta a la cuestión del sentido de la vida, son muchas las que consideran que, en la
misma medida en que conocer la Realidad es real-izarse, tornarse conscientemente uno
con ella, lo relevante no son las opiniones referentes a cuál sea el sentido de la vida,
sino la praxis existencial y metafísica que permite encarnar en el presente dicho sentido
y ser uno con él.
La filosofía occidental reciente suele pasar por alto en su discurso habitual sobre
el sentido de la vida este último enfoque, un olvido significativo teniendo en cuenta que
la propuesta al respecto de las filosofías sapienciales es, con mucho, la más
intercultural, la más capacitada para aunar tradiciones diversas en el espacio y en el
tiempo.
5
Sugiero que la diferencia entre estas dos perspectivas puede iluminarse
atendiendo a dos de las acepciones fundamentales del término “sentido”9:
9
La distinción entre el sentido entendido como dirección y como significado, a la hora de abordar la
cuestión del sentido vida, la debo al escritor Benigno Morilla.
10
Aunque su realidad histórica es controvertida, tradicionalmente se sitúa la vida de Lao Tse en el siglo
VI-V a. C., si bien estudiosos recientes tienden a ubicarla en el siglo IV a. C.
11
Insistimos en que no pretenderemos establecer una plena equivalencia entre ambas nociones y
filosofías, sino sólo desvelar analogías estructurales significativas.
6
3.1 El sentido invisible
La metafísica de Lao Tse y Chuang Tzu orbita en torno a una intuición conceptualmente
inaprensible que es simbolizada con el término Tao. Esta noción tiene diversos
significados, entre ellos, el de sentido, camino, sendero, vía o dirección. El Tao es el
Sentido de la vida, el gran Camino. Es la Inteligencia que da forma y dirección al
proceso de la vida, sin confundirse con él pero sin ser otra cosa que él. Es la fuente, el
cauce, el curso y el fluir de la vida.
Para el taoísmo sapiencial, el Tao no es una hipótesis especulativa. Es evidente.
Su evidencia es el mundo. Se trata, pues, de un Sentido visible y directamente
experimentable, pues es la inteligencia creativa que se expresa en el cosmos y en
nuestra propia interioridad. Pero el Tao es, a su vez, oculto, inmanifiesto, incognoscible
e inasible. Acudamos para iluminar esta última afirmación a una analogía: nuestros
procesos y contenidos psíquicos evidencian la realidad de nuestra conciencia, pero ésta,
a su vez, no es un objeto cognoscible, un contenido de conciencia más, sino lo que estos
últimos siempre presuponen como su condición inobjetivable de posibilidad. La
conciencia, a su vez, es la realidad íntima y última de los contenidos de conciencia
cambiantes, siendo a su vez totalmente independiente de ellos e inafectada por ellos. De
un modo análogo, el Tao es “lo que hace las cosas sin hacerse cosa con las cosas”13. Es
el fundamento y la raíz atemporal de lo existente, el Vacío creativo que sostiene el
mundo; no pertenece al plano de lo existente, no es un ente, ni siquiera un Ente
Supremo, y no puede ser objeto de nuestra representación. Pero si bien es irreductible al
mundo, el mundo no es otra cosa que el Tao, pues “el ser de las cosas no descansa en sí
mismas” (Chuang Tzu)14. El Tao es, con respecto al mundo manifiesto, plenamente
trascendente e inmanente. El taoísmo no es, por tanto, un panteísmo ni un naturalismo.
Nuestro contexto cultural, con sus arraigadas categorías dualistas y su tendencia
a objetivar y entificar toda realidad, incluso la realidad del Ser, tiene una particular
dificultad para advertir que es falaz la alternativa metafísica entre trascendencia e
inmanencia. Este aparente dilema ha conducido a que parezca ineludible la opción entre
la creencia en un Ente supremo distinto del mundo o bien los inmanentismos o
naturalismos, una falacia que tiene consecuencias directas en la comprensión del sentido
de la vida humana y que ha abocado a que el cuestionamiento de lo trascendente haya
parecido revelar un mundo chato y desalmado, carente de todo sentido intrínseco15.
12
Tao Te King. Traducido y comentado por Richard Wilhem, Málaga: Sirio, 1995 3, XXV.
13
Chuang-Tzu. Trad. de Carmelo Elorduy S. J. Caracas: Monte Ávila Editores, 1991, c. 20, 1, p. 138.
14
Ibid., c. 17, 7, p. 118.
15
En el ámbito católico se afirma que Dios es trascendente e inmanente, pero la inmanencia del Dios
cristiano está lejos de ser una inmanencia plena. La Iglesia ha negado insistentemente la identificación de
la naturaleza última de la criatura con la divina, y de aquí, por ejemplo, la condena eclesiástica de algunas
sentencias del Maestro Eckhart, en las que sí se apunta a dicha inmanencia plena: “Todas las criaturas son
una pura nada: yo no digo que sean poco, o algo, sino que son una pura nada” (artículo 26 de la Bula de
Juan XXII “In agro dominico” en la que se condenan 28 artículos del Maestro Eckhart; Maestro Eckhart.
El fruto de la nada. Ed. y trad. de Amador Vega Ezquerra. Madrid: Ediciones Siruela, 1998, p. 178); son
una pura nada pues, como nos decía Chuang Tzu, su ser no descansa en ellas mismas.
7
El término heracliteano Lógos tiene igualmente diversos significados, siendo
uno de ellos el de sentido16. El Lógos es el Sentido de la existencia, la Inteligencia que
origina y armoniza el devenir y la dirección y el orden que sigue la existencia en su
desenvolvimiento. El Lógos es el fundamento del mundo manifestado y su principio
ordenador, y es tanto trascendente como inmanente con relación al mundo: “No hay
sino una sola sabiduría: conocer la Inteligencia que gobierna todo penetrando en todo”
(Heráclito, fr. 41)17.
El término Lógos, al igual que el de Tao —un vocablo que algunos han
traducido por Lógos—, apunta a la constatación de que la vida es intrínsecamente
inteligente. Esta constatación tampoco tenía, para buena parte de la filosofía griega
antigua, carácter de hipótesis, sino que se consideraba evidente, pues, siendo oculto e
inasible —“la verdadera Naturaleza gusta de ocultarse” (fr. 123)—, el Lógos se
patentiza en nuestra interioridad, en la presencia inteligente en nosotros, que no es obra
nuestra sino que nos ha sido dada, en el orden cósmico y en la belleza del mundo.
“Vislumbre de las cosas ocultas son las que se muestran” (Anaxágoras, fr. 21a)18.
Tanto para Lao Tse como para Heráclito la manifestación es cambio, flujo
constante del ser al no ser, de lo posible a lo real, un flujo en el que todos los fenómenos
son interdependientes y en el que tiene lugar el juego permanente de los opuestos, del
yin y del yang. De aquí su común metáfora del fluir del agua. La única constante en el
cosmos es el cambio —“No es posible descender dos veces al mismo río (fr. 91)—.
Todo es, por tanto, impermanente, y lo único permanente en este proceso —una
permanencia que no ha de entenderse desde parámetros temporales ni como la
permanencia de “algo” existente— es el Tao. La realidad última e íntima del cambio, de
la multiplicidad y de la guerra de los opuestos —“todo se engendra por vía de contraste”
(fr. 8)—, es la unidad, la identidad y la permanencia del Lógos. Esta “armonía oculta
que es mejor que la aparente” (fr. 54) posibilita una instalación y una confianza básicas
en el fondo de la realidad que explica que la transitoriedad y la fugacidad de lo existente
y la ineludible alternancia de los opuestos no sean vivenciadas por estas cosmovisiones
de forma dramática sino extática.
La vida es flujo, movimiento; pero un movimiento que acontece en el seno de un
no tiempo, de un eterno ahora. “[El sabio] junta todos los tiempos en la pureza de la
Unidad” (Chuang Tzu)19. El ahora eterno no es la eternidad del Ser enfrentado
dualmente al devenir, no es lo eterno opuesto a lo temporal, sino el vacío originario y
atemporal en el que el tiempo es y acontece. Esta intuición es común a las tradiciones
sapienciales y místicas: “El ahora o el presente incluye todo tiempo. (Ita nunc sive
praesentia complicat tempus). El pasado fue presente. El futuro será presente. Luego,
no hay nada en el tiempo excepto lo dispuesto en el presente” (Nicolás de Cusa) 20. El
pasado es sólo nuestro recuerdo del mismo, el futuro es sólo nuestra anticipación del
mismo; y este recuerdo y esta anticipación tienen lugar siempre ahora, en un ahora, por
tanto, intemporal, no limitado por el antes y el después. La realidad es siempre y
16
Lógos también significa Razón, Habla, Discurso (deriva del verbo λέγω, legō: decir, hablar). Tao
también puede significar Razón, Palabra y, como verbo, hablar, decir, conducir.
17
Rodolfo Mondolfo. Heráclito. Textos y problemas de su interpretación, prólogo de Risieri Frondizi,
traducción de Oberdan Caletti, Siglo XXI editores, México, 1981 6. Los fragmentos (fr.) que a
continuación se citan sin especificar su autor son de Heráclito.
18
Fragmentos presocráticos. De Tales a Demócrito. Introd., trad. y notas de Alberto Bernabé. Madrid:
Alianza Editorial, 20083, p. 257.
19
Chuang-Tzu, c. 2, 11, p. 21.
20
La Docta Ignorancia. Trad., prólogo y notas de Manuel Fuentes Benot. Madrid: Aguilar, 1981, 2. 3.
8
únicamente ahora. El seno del tiempo es la eternidad —entendida no como un tiempo
ilimitado sino en el sentido metafísico de atemporalidad— del Lógos, del Tao21.
“Para la mentalidad taoísta una vida vacía y sin finalidad no sugiere nada deprimente.
Insinúa la libertad de las nubes y de los arroyos, que vagan sin rumbo, y de las flores en
21
“Hay, en verdad, dos formas de Brahman: el tiempo y la atemporalidad”. (Maitrî Upanishad VI, 14,
15). El Lógos y el Tao son atemporalidad invisible y temporalidad visible por igual. Esta comprensión no-
dualista supera la ingenua interpretación del pensamiento de Heráclito según la cual éste sostiene que el
Lógos, puro devenir, es ajeno a la atemporalidad, lo que supuestamente lo enfrentaría al eternalismo del
Ser de Parménides.
22
Tao Te King, XXXIV.
23
Nisargadatta Maharaj. I Am That. Talks with Sri Nisargadatta Maharaj. Translated by Maurice
Frydman, edited by Sudhakar S. Dikshit. Bombay: Chetana, 1981 3, p. 39.
24
Nisargadatta, I Am That, p. 228.
25
Chuang-Tzu, c. 22, 10, p. 158.
9
desfiladeros impenetrables, hermosas sin que nadie las vea, y de la marea del océano,
que siempre baña la arena sin objeto.”26
26
Alan Watts. El camino del zen. Trad. de Juan Adolfo Vázquez. Barcelona: Edhasa, 2006, p. 170.
27
“Tú puedes hacer lo que quieras, pero tú puedes, en cada instante de tu vida, querer tan sólo algo
determinado y lamentablemente ninguna otra cosa que esto”. Schopenhauer, Los dos problemas
fundamentales de la Ética. Trad. e introd. de Pilar López de Santa María. Madrid: Ed. Siglo XXI, 2002, p.
56.
“Queda claro, en virtud de todo esto, que nosotros no intentamos, queremos, apetecemos ni
deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo
intentamos, queremos, apetecemos y deseamos”. Spinoza. Ética. Introd, trad. y notas de Vidal Peña.
Madrid: Alianza Editorial, 1999, III, Prop. IX, p. 206.
28
Chuang-Tzu, c. 23, 15, p. 171.
29
El término phýsis también alude a las propiedades activas de las cosas, a la naturaleza particular de
cada una y a su virtualidad propia. Análogamente, en el taoísmo el término te equivale a la naturaleza
particular de cada cosa y a su fuerza y virtualidades propias, las cuales la reciben del Tao. Te es fuerza,
poder, vitalidad y virtud.
30
Tomás Calvo Martínez. “La noción de Phýsis en los orígenes de la filosofía griega”. Daimon: Revista
de filosofía, nº 21, 2000, 21-38, p. 37.
31
Cit. en Ibid., p. 22.
10
arché ingenerada y eterna”32— como la naturaleza naturada o kósmos —la totalidad
ordenada de la existencia, que incluye los reinos físicos, psíquicos y espirituales— y la
fuerza dinámica que permite su emergencia. Era una noción máximamente general,
equivalente a la noción de ser —el término que se irá imponiendo a partir de
Parménides33—, que abarcaba todo lo real en cuanto tal. Ahora bien, esta noción irá
perdiendo progresivamente en el mundo griego antiguo su universalidad, su alcance
metafísico. Esto se evidencia ya en el pensamiento de Platón, para quien el término
phýsis tiene un alcance meramente cosmológico, entendiendo por cosmos la realidad
físico-natural, y deja, por tanto, al margen la subjetividad humana y sus frutos, lo que
explica el desinterés socrático por la “indagación acerca del phýsis”, acerca del mundo
natural y sus causas, frente al conocimiento de sí mismo, el único que permite alcanzar
verdades íntimamente ciertas y universales.
Quizá ciertos elementos presentes ya en los filósofos presocráticos con menos
acento metafísico, aquellos que primaban en la búsqueda de la arché la observación del
mundo exterior sobre la auto-indagación, preludiaran este reduccionismo. Erwin
Schrödinger, en su ensayo “La naturaleza y los griegos”, sostiene en esta línea que
desde sus mismos inicios la filosofía griega tendió a la objetivación del mundo, una
tendencia que ha perdurado hasta el presente en Occidente. Describe del siguiente modo
este rasgo peculiar de nuestra imagen científica del mundo, rara vez advertido y que,
según él, tiene su origen en Grecia:
En nuestra visión habitual del mundo, aquello que en el hombre conoce sin ser
nunca objeto de su conocimiento queda excluido, y el cosmos, objetivado. No es de
extrañar que, como ya señalamos, el entronizamiento de la visión científica, hermanada
con esta visión del cosmos, haya sido el caldo de cultivo en Occidente de naturalismos,
32
Ibid., p. 25.
33
Cfr. Ibid., 37.
34
La naturaleza y los griegos. Trad. y prólogo de Víctor Gómez Pin. Barcelona: Tusquets Editores,
20062, pp. 121-127. Aunque Schrödinger sostiene que Heráclito recae en este error, el de hipostasiar el
mundo como un objeto, considero que, lejos de ser así, es un ejemplo de todo lo contrario.
11
nihilismos y ateísmos antimetafísicos, y que haya propiciado, con demasiada frecuencia,
una visión chata del cosmos, la de un cosmos carente de valores intrínsecos, cualidad y
sentido objetivos. Pero el Lógos, al igual que el Tao, es tanto el fondo último de todo lo
existente como el fondo último de nuestra subjetividad. “Quizá nunca logres hallar los
límites del alma, cualquiera sea el camino que recorras: tan profundo es su lógos” (fr.
45). El Lógos es tan autoevidente como lo es nuestra propia conciencia para sí misma.
Somos conscientes y hayamos en nuestro fondo —insistía Sócrates— el sentido de la
verdad, de la belleza, del bien; por eso, el fondo de la realidad, que es nuestro propio
fondo, no puede ser una energía inconsciente y ciega. La Inteligencia y la Conciencia no
son, por tanto, una manifestación particular dentro del cosmos cuya “sede” sea el ser
humano, sino el entramado y la sustancia misma del universo. No son un producto
tardío de la evolución del cosmos —aunque sí lo sean la inteligencia y auto-conciencia
específicas del homo sapiens— sino su mismo origen, naturaleza y sustrato. “Común a
todos es la inteligencia” (fr. 113). Pero “(...) aun siendo el Lógos general a todos, la
mayoría vive como si tuviera una inteligencia propia particular” (fr. 2). El Tao o el
Lógos no son, pues, principios cosmológicos sino metafísicos, que abarcan por igual la
dimensión subjetiva y objetiva de la realidad, revelando su unidad (no-dualidad)
esencial. Por eso el camino del conocimiento del Lógos o del Tao es, eminentemente, el
auto-conocimiento metafísico —“Me he investigado a mí mismo” (fr. 101)—.
35
Chung-Yung o Doctrina del Medio. Cit. por Alan Watts. El camino del Tao. Barcelona: Kairós, 19915,
p. 85.
36
Tractatus logico-philosophicus, 6.521.
12
de un ternero recién nacido y no tratarás de indagar el porqué, las razones de las cosas”
(Chuang Tzu)37. Pues se comprende íntimamente que la genuina experiencia del sentido
de la vida nunca es el fruto de la indagación en los porqués y en los “paraqués” —sin
que ésta quede necesariamente excluida—; y se comprende igualmente que la carencia
de sentido está enraizada en la creencia, y en la consiguiente sensación ilusoria, de ser
un individuo separado de la realidad, de la totalidad y del fondo de la vida, y que, desde
esta vivencia, es decir, tras haber objetivado la realidad y habernos situado como un
extraño ante ella, la búsqueda de explicaciones, como camino hacia la experiencia del
sentido, es sólo un sustituto vicario y estéril de la confianza básica perdida —una
búsqueda que, en el mejor de los casos, puede proporcionar pasajeramente seguridad
mental, pero nunca confianza metafísica real—.
“No tengo ese sentido de inseguridad que le hace a usted ansiar el conocimiento. Yo soy
curioso, como un niño es curioso. Pero no hay ansiedad que me haga buscar refugio en
el conocimiento. Por lo tanto, no es de mi incumbencia si renaceré o cuánto durará el
mundo. Estas son preguntas que nacen del temor.” (Nisargadatta)38
Quizá tras lo dicho se entienda mejor por qué las siguientes palabras, que,
elegidas aleatoriamente entre un sinnúmero de referencias posibles, resumen una de las
posiciones típicas en nuestra cultura en torno al sentido de la vida, están lejos de reflejar
un sentir universal y están más condicionadas por categorías culturales de lo que de
entrada quizá podríamos advertir:
"No hay misterio en la felicidad. (...) El hombre feliz no mira hacia atrás. Vive el
presente. Y ahí está el problema. El presente nunca puede darnos una cosa: sentido. Los
caminos de la felicidad y del sentido no son los mismos. Para encontrar la felicidad, un
hombre sólo necesita vivir en el instante; sólo necesita vivir para el instante. Pero si
quiere sentido —el sentido de sus sueños, de sus secretos, de su vida—, deberá rehabitar
el pasado, por oscuro que fuere, y vivir para el futuro, por incierto que sea. Así, la
naturaleza pone a bailar delante de nuestros ojos la felicidad y el sentido, y se limita a
urgirnos a que elijamos una de las dos cosas."39
37
Chuang-tzu, c. 22, p. 105.
38
I Am That, p. 427.
39
Jeb Rubenfeld. La interpretación del asesinato. Barcelona: Anagrama, 20062, p. 13.
13
“Toda la naturaleza es artística, porque tiene como un camino y
un sendero para seguir.” (Cicerón)40
Todo lo dicho podría parecer una teoría más sobre el sentido de la vida que, como tal,
puede ser aceptada y rechazada. Y, en efecto, así es. Como afirma el Tao Te King: “El
Tao que puede ser enunciado no es el verdadero Tao” (I). Estas palabras reflejan un
rasgo característico de las filosofías sapienciales, y muy en particular de las filosofías
sapienciales de Oriente: su relativización de las doctrinas teóricas. Para estas
disciplinas, la filosofía en su contenido conceptual no tiene valor en sí misma; su valor
radica en su capacidad para constituirse como un conjunto de sugerencias, instrucciones
o indicaciones que se orientan a posibilitar que cada cual verifique, mediante la
experiencia directa y a través de cierta praxis existencial, la verdad transformadora de
una enseñanza. Para las filosofías sapienciales, sólo donde hay esta experiencia íntima y
directa cabe hablar de conocimiento filosófico real. Es desde esta vivencia desde donde
las palabras sobre el Sentido se iluminan, nunca a la inversa. De hecho, consideradas en
sí mismas constituyen sólo una teoría más, y tan relativa e inadecuada para apresar la
realidad como cualquier otra. Las disciplinas que tienen conciencia de esto último no se
constituyen como sistemas teóricos sobre la realidad última con valor autónomo, sino
ante todo como prácticas filosóficas.
40
En “Sobre la naturaleza de los dioses”, hablando de Zenón. Los estoicos antiguos. Introd., trad. y notas
de Ángel J. Cappeletti. Madrid: Gredos, 1996, p. 113.
14
con que cada cosa intenta perseverar en su ser no es nada distinto de la esencia actual de
la cosa misma”41. Spinoza denomina a este esfuerzo, que no es otra cosa que la potencia
de obrar que define la esencia de cada realidad, conatus. Los estoicos la denominan
hormé: la fuerza que lleva a los seres vivos a conservarse y a perfeccionar su propia
esencia. El conatus es la dirección visible de la vida. Hablamos, por tanto, no de una
hipótesis teórica, sino de algo directamente experimentable.
“El fin de la vida es el pleno desenvolvimiento. Estamos aquí para realizar nuestra
naturaleza perfectamente.” (Oscar Wilde)42
“El gran principio, el principio dominante (…) es la importancia esencial y absoluta del
desenvolvimiento humano, en su más rica diversidad.” (Wilhelm von Humboldt)43
41
Ética, III, Prop. VI y VII, pp. 203 y 204.
42
El retrato de Dorian Gray. Madrid: Biblioteca Nueva, 1941, pp. 129 y 130.
43
“De la esfera y de los deberes del Gobierno”. Citado por John Stuart Mill al inicio de su obra Sobre la
libertad. Trad. de Pablo de Azcárate y prólogo de Isaiah Berlin, Madrid. Alianza Editorial, 2005, p. 55.
44
Meditaciones. Introd., trad. y notas de Bartolomé Segura Ramos. Madrid: Alianza editorial, 1999, libro
X, 28, p. 143.
45
Cfr. Ser. Curso de psicología de la autorrealización. Barcelona: Indigo, 1992, cap. 1.
46
Cfr. Ibid. Desde esta perspectiva, sólo tienen sustancialidad las cualidades y los denominados
“defectos” no son más que cualidades deficientemente desarrolladas o cualidades filtradas por ideas
15
tanto, un cauce específico definido por las respuestas que le son propias, es decir, por
sus posibilidades y potencias específicas —poderes cognitivos, afectivos y activos—. A
su vez, la actualización de su potencial va acompañada necesariamente por una
conciencia subjetiva de satisfacción, de serena plenitud.
“La alegría es el paso del hombre de una menor a una mayor perfección.”
(Spinoza)47
El término actualización significa que nuestro crecimiento (y la plenitud
subjetiva consiguiente) sigue una dirección muy concreta: de dentro hacia fuera.
Nuestro crecimiento no viene dado por lo que nos pasa, sino por las respuestas activas
que damos ante lo que nos pasa. Significa que nuestra plenitud específica no procede de
lo que tenemos o adquirimos, sino de lo que actualizamos, de lo que somos y
expresamos. Crece nuestra potencia de obrar cuando la ejercitamos de forma activa
situando dentro de nosotros el origen y la meta de nuestros movimientos, cuando
actuamos en lugar de reaccionar. Nuestra comprensión no aumenta porque
incorporemos toda la erudición posible, sino cuando asimilamos dicha información
activamente, cuando ejercitamos nuestra capacidad de ver, de penetrar en el sentido de
las cosas, de pensar por nosotros mismos, de tomar conciencia. Crece y madura nuestra
afectividad no en virtud del amor que recibimos, sino del que damos y expresamos.
Somos activos y dueños de nuestras respuestas cuando tenemos la actitud de
movilizar lo mejor de nosotros mismos, de vivir en acto el potencial que somos, aunque
el exterior no lo justifique ni lo provoque, porque hacerlo es nuestra naturaleza. Sólo
entonces dejamos de ser un eco pasivo del exterior y comenzamos a estar vivos,
despiertos, presentes. La única plenitud existencial real y permanente —la que puede
estar presente incluso en situaciones y circunstancias difíciles y dolorosas— procede de
la conciencia de estar creciendo, afirmando lo que íntimamente somos, de estar
actualizando nuestro potencial. Esta conciencia equivale a la experiencia del sentido de
la vida en el plano existencial.
Para la filosofía estoica, si bien los bienes exteriores y los bienes del cuerpo no
siempre dependen de nosotros, sí dependen en toda circunstancia de nosotros las
respuestas que damos ante las situaciones externas o internas. Esta capacidad de
sobreponernos a lo dado y de ser dueños de las respuestas activas que damos ante ello
está garantizada por la presencia del Lógos en nosotros, por nuestra prohaíresis
(albedrío) o hegemonikon (principio rector), aquello “que se despierta a sí mismo, se
encauza y se hace a sí mismo como quiere ser; el que hace que todo lo que acontece le
aparezca como él quiere” (Marco Aurelio)48. Incluso en medio de las situaciones
objetivamente más difíciles y limitadas siempre podemos hallar en nuestro más íntimo
centro un espacio de libertad y de poder incoercibles que nos permite ser dueños de la
actitud que adoptamos ante dichas situaciones y que nos permite dar ante las mismas
una respuesta actualizadora y creadora.
“¿Se puede, entonces, sacar provecho de esto? De todo. ¿Y también del que insulta? Sí.
¿Cuánto aprovecha el entrenador al atleta? Muchísimo. Pues el que me insulta se vuelve
entrenador mío; entrena mi capacidad de aguante, mi docilidad, mi mansedumbre. (...)
Si alguien me entrena en la docilidad, ¿no me aprovecha? (...)
inadecuadas. Por ejemplo, “el odio es una inclinación a desechar algo que nos ha causado un mal”
(Spinoza. Tratado breve. Trad., prólogo y notas de Atilano Domínguez. Madrid: Alianza Editorial, p.
113). Es una cualidad —el impulso autoafirmativo de nuestro conatus, que nos conduce a buscar nuestro
bien— expresada como odio a causa de los juicios erróneos, pues, como sostiene Spinoza, tal odio jamás
hubiera surgido si se conociera la naturaleza del verdadero bien.
47
Ética, III, Prop. LIX, p. 263.
48
Meditaciones, libro VI, 8, p. 78.
16
¿Un mal vecino? Para sí mismo, pero para mí bueno. Entrena mis buenos
sentimientos, mi ecuanimidad. ¿Un mal padre? Para sí, pero para mí bueno. Esto es la
varita de Hermes: ‘Toca lo que quieres —dice— y se convertirá en oro”. No, sino:
‘Venga lo que quieras y yo lo convertiré en un bien.’” (Epicteto)49
“Si alguien durante mil años preguntara a la vida: “¿Por qué vives?”... ésta, si fuera
capaz de contestar, no diría sino: “Vivo porque vivo”. Esto se debe a que la vida vive de
su propio fondo y brota de lo suyo; por ello, vive sin porqué, justamente porque vive para
sí misma. Si alguien preguntara entonces a un hombre veraz, uno que obra desde su
propio fondo: “¿Por qué obras tus obras?”... él, si contestara bien, no diría sino: “Obro
porque obro.” (Maestro Eckhart)53
49
Disertaciones por Arriano. Trad., introd. y notas de Paloma Ortiz García. Madrid: Gredos, 1995, Libro
III, XX, pp. 314-315.
50
Ética, IV, Prop. XXI, p. 310.
51
Spinoza. Ética, III, Prop. III, p. 202.
52
“Nadie se esfuerza por conservar su ser a causa de otra cosa”. Spinoza. Ética, IV, Prop. XXV, p. 312.
53
Tratados y Sermones. Trad., introd. y notas de Ilse M. De Brugger, Barcelona: Edhasa, 1983, pp. 307 y
308.
54
Ética, IV, Prop. XXXVI, p. 323.
17
El sentido de la vida y la dinámica real de la vida son idénticos. Por eso sólo
cuando nos alineamos con la dinámica de la vida tenemos la experiencia positiva de
dicho sentido. Ahora bien, dado que este sentido está siempre presente, puesto que
“aquello de lo que uno puede desviarse no es el Tao” (Chung Yung), también la
experiencia del sinsentido ha de ser necesariamente una manifestación del sentido de la
vida. Y así es. La propia insatisfacción y el sufrimiento humanos son una constatación
de que hay en nosotros una suerte de movimiento inteligente que avanza en una
determinada dirección, que nos orienta hacia nuestra plenitud y que se expresa en el
lenguaje de la insatisfacción o del sufrimiento cuando ese avance se frena. La
experiencia dolorosa del sinsentido es, paradójicamente, una experiencia del sentido,
pues es un signo de que la demanda de este último es intrínseca a nuestra constitución.
La tristeza, la insatisfacción y carencia de sentido, lejos de ser expresión del sinsentido
de la vida, son una manifestación de la dirección inteligente que hay en ella, de nuestro
impulso hacia la felicidad. El anhelo de sentido es la expresión del Sentido. El
sufrimiento es un eco en nuestra vida psíquica de la voz del Lógos, del Sentido de la
vida, una manifestación inequívoca de su inteligencia. Este sentido, de nuevo, no es
algo abstracto, una mera hipótesis teórica, sino una vivencia concreta y sentida —
aunque con frecuencia no reconocida— con la que estamos en contacto directo de
continuo.
Hemos visto que el sentido de la vida coincide con la dirección que define la tendencia
al crecimiento intrínseca a toda realidad, y que, dado que la vida ya tiene un sentido, es
cuando sintonizamos con el movimiento de la vida en nosotros y coincidimos con él
cuando tenemos la experiencia positiva de dicho sentido.
Apuntamos también cómo las tradiciones sapienciales comparten con buena
parte de la sensibilidad contemporánea que los significados y propósitos pertenecen a la
esfera subjetiva.
“Para Zeus todo es bello, bueno y justo; los hombres, por el contrario, tienen unas cosas
por justas y otras por injustas.” (Heráclito, fr. 102)
“Si se las ve desde el punto de vista del Tao, en las cosas no existe la diferencia entre lo
precioso y lo vil; mirándolas desde el punto de vista de las mismas cosas, cada cosa se
tiene a sí por preciosa y a las demás por viles; mirándolas desde el punto de vista del
sentir mundano, lo precioso y lo vil no están en las cosas mismas [están en la valoración
que se hace de ellas].” (Chuang Tzu)56
18
a —y se encarna en— nuestro modo de vivir y de ver, la que explica por qué hacemos
unas cosas y no otras, por qué buscamos unas situaciones y huimos o pasamos por alto
las contrarias, por qué nos motivamos, nos desmotivamos, nos alegramos, nos
entristecemos o experimentamos frustración, por qué algo nos atrae o nos contraría, etc.
Esta filosofía operativa, latente en nuestro modo de interpretar y de valorar cada acto y
cada situación, y que se evidencia en nuestras conductas y emociones habituales, no
siempre coincide con nuestra filosofía teórica, con lo que creemos pensar sobre esto o lo
otro o con los valores que decimos sostener.
Desde este supuesto, cabe denominar sentido subjetivo de la vida a la dirección
concreta que sigue la vida de cada cual en función de los significados que atribuye a los
distintos hechos, situaciones y experiencias. Esta dirección se descubre al observarnos
vivir y al advertir que suelen ser siempre las mismas las cosas que nos ilusionan y
desilusionan, las que nos dan energía o nos la quitan, las que nos llevan a hacer o a no
hacer; al advertir en nuestro modo de tratar a los demás, en nuestros anhelos y temores,
esquemas recurrentes. Cada cual otorga, por tanto, una dirección o un sentido particular
a su vida, un perfil singular, en el que se dibujan patrones y consignas reconocibles
(intentar demostrar que soy o que no soy algo, conseguir esto o lo otro, evitar el
esfuerzo o el conflicto, etc.).
De esta filosofía latente y encarnada en nuestro funcionamiento cotidiano, de
nuestras interpretaciones y atribuciones de significados —señalábamos—, depende en
buena medida el que juzguemos algo como positivo o negativo, como valioso y
significativo o como carente de valor. De esto se deriva, a su vez, que con frecuencia
vivenciamos algo como negativo o carente de sentido únicamente debido a nuestro
empeño en que las cosas sean como queremos que sean, y no como son; lo juzgado
como negativo no lo es en sí, sino sólo en función de nuestra forma particular de
interpretar y significar la realidad.
Y es que si bien otorgamos una dirección concreta a nuestra vida, esta última,
como hemos venido viendo, tiene ya un sentido y unos ritmos propios, de modo que si
el sentido particular que pretendemos asignarle no respeta ni se ajusta a su sentido
objetivo, habrá sufrimiento, frustración y un sentimiento de falta de realización. Dicho
de otro modo, si nuestra visión de las cosas y nuestras concepciones sobre lo que sea
aceptable o inaceptable son inapropiadas, nos eludirá la experiencia efectiva del sentido,
del ajuste con lo que es. Sentiremos que la vida es absurda o nos maltrata, cuando lo
único errado es nuestra propia visión, nuestras propias concepciones sobre lo bueno y lo
malo, lo razonable o lo irracional:
“Lo único insoportable para el ser racional es lo irracional, pero lo razonable se puede
soportar: los golpes no son insoportables por naturaleza. ¿De qué manera? Mira cómo:
los lacedemonios son azotados porque han aprendido que es razonable. ¿No es
insoportable ahorcarse? Pero cuando alguien siente que es razonable, va y se ahorca.
Sencillamente, si nos fijamos, hallaremos que nada abruma tanto al ser racional como lo
irracional y, a la vez, nada le atrae tanto como lo razonable. Mas cada uno experimenta
de modo distinto lo razonable y lo irracional, igual que lo bueno y lo malo y que lo
conveniente y lo inconveniente. Ésa es la razón principal de que necesitemos la
educación, que aprendamos a adaptar de modo acorde con la naturaleza el concepto de
razonable e irracional a los casos particulares.” (Epicteto)57
Nuestros anhelos nos vienen dados, nuestras demandas profundas nos vienen
dadas. Tenemos necesidades —inclinaciones afectivas, una necesidad de comprender y
57
Disertaciones por Arriano, I, II, pp. 60 y 61.
19
de saber a qué atenernos, de autoexpresión creativa, etc.— que no hemos elegido. Todo
ello es un reflejo de la dirección de la vida en nosotros. No somos, por tanto, libres de
querer cualquier cosa ni de que nos haga feliz cualquier cosa. Y el empeño en ser felices
de modos no acordes a nuestras exigencias profundas —por ejemplo, eludiendo una
vida interiormente activa y esperando que sea lo externo (cosas, personas y situaciones)
lo que nos otorgue nuestra plenitud—, tarde o temprano trae consigo insatisfacción o
sufrimiento. Esto implica poner límites al constructivismo extremo postmoderno. Los
significados son construidos, sí, pero la realidad tiene sus exigencias. Y si bien hay un
margen inagotable para la creatividad, para la creación de un modo propio de vivir
acorde a nuestra singularidad y a nuestras preferencias, esta creación tiene sus límites.
Esto último es algo difícil de advertir cuando se ha eliminado de la realidad todo sentido
intrínseco (al hacer equivaler sentido con significado), y cuando nos creemos separados
de ella y de otra naturaleza que ella.
Los filosóficos estoicos ofrecen con este fin una pauta tan sencilla como práctica.
Establecen, como ya mencionamos, una diferencia decisiva entre “lo que depende de
nosotros” —lo que depende del Principio rector, es decir, aquello que en ningún caso
nos puede ser arrebatado y que se resume en el uso correcto de las representaciones, en
nuestra capacidad de interpretar y significar la realidad de un modo u otro, en nuestros
juicios sobre el bien y sobre el mal59— y “lo que no depende de nosotros” —todo lo
58
Ibid, IV, 1, p. 49.
59
Matizo en este punto que me aparto de las interpretaciones habituales de la filosofía estoica que la
consideran una filosofía voluntarista e individualista. Considero, de hecho, que en la línea de tantas otras
filosofías sapienciales, cuestiona la concepción convencional del libre arbitrio. Para los estoicos, la
libertad del Principio rector es pura y exclusivamente la libertad del Lógos, su irreductibilidad a lo dado.
A su vez, el Principio rector es fuente de discernimiento y capacidad de asentir o no a las
representaciones, pero en un mismo acto, y no como si el entendimiento y la voluntad fueran dos
facultades distintas, es decir, como si fuera posible comprender bien y actuar mal. Spinoza sostiene, en
esta línea, que “en el alma no se da ninguna volición, en el sentido de afirmación o negación, aparte de
20
demás: la fama, la aprobación ajena, la salud, la riqueza, la suerte de nuestros seres
queridos, etc.—. Y es que si bien los hechos y situaciones de nuestra vida dependen de
nosotros en grado variable, lo que siempre está en nuestra mano es cómo interpretemos
y signifiquemos esos hechos y situaciones y, por tanto, el tipo de relación que
establezcamos con ellos, la actitud con que los afrontemos. Según Epicteto, aquello que
no depende de nosotros es, desde un punto de vista ético, indiferente, no merece ser
calificado de bien o de mal; abarca, sin duda, hechos o estados preferibles o indeseables,
pero que no tienen la capacidad de afectar a nuestro Principio rector, que no son capaces
de tornarnos mejores o peores seres humanos, y sólo aquello que puede incumbir a la
parte más noble del ser humano merece el calificativo de verdadero bien o de verdadero
mal.
“(...) la divinidad hizo a todos los hombres para ser felices, para vivir con equilibrio.
Para eso nos dio recursos, entregando a cada uno unos como propios y otros como ajenos.
Los que pueden ser impedidos y arrebatados y los coercibles no son propios, y son
propios los libres de impedimentos. Pero la esencia del bien y del mal, como convenía que
lo hiciera quien se preocupa de nosotros y nos guarda paternalmente, reside en los
propios.” (Epicteto)60
aquella que está implícita en la idea en cuanto que es idea” (Ética, II, Prop. XLIX, p. 177). Es decir, no
hay tal cosa como una voluntad autónoma que niegue o afirme lo verdadero y lo falso, sino que la
naturaleza de la idea (que sea clara y distinta, confusa, etc.) determina necesariamente nuestra afirmación
(en la forma de certeza o de carencia de duda sin certeza), nuestra negación o nuestra abstención de
juicio. Por eso afirma Spinoza más adelante que: “La voluntad y el entendimiento son uno y lo mismo”
(Ética, II, Prop. XLIX, p. 179). La voluntad es la facultad de afirmar o negar, de asentir o no a una idea,
un asentimiento que está implícito en la idea en cuanto tal. Ésta es también la base del mal llamado
“intelectualismo socrático”: el mal es, en último término, ignorancia.
60
Disertaciones por Arriano, III, XXIV, p. 343.
61
Disertaciones por Arriano, I, XII, p. 97.
21
entre ellos, el pasado y el presente tal y como se está manifestando— alumbran la
experiencia positiva del sentido de la vida. La aceptación así entendida no equivale a la
resignación, a dejar de intentar cambiar lo que puede ser cambiado; no requiere que nos
guste lo aceptado, ni exige la renuncia a nuestras preferencias por ciertas condiciones
frente a otras ni al esfuerzo por hacerlas prevalecer; equivale, eso sí, al abandono de la
creencia de que sólo una de esas condiciones debería existir, al abandono de la
exigencia de que la realidad sea de una determinada manera, la que se corresponde con
nuestras ideas sobre cómo deberían ser las cosas. El sufrimiento psicológico y la
experiencia del sinsentido no radican en el dolor físico o anímico, que es un aspecto
ineludible de la existencia; se sostienen en la creencia “esto no debería ser como es”, en
la lucha con la realidad, la única batalla que siempre está perdida de antemano.
“No pretendas que los sucesos sucedan como quieres, sino que quiere los sucesos como
suceden y vivirás sereno.” (Epicteto)62
“La esencia de la sabiduría es la total aceptación del momento presente, la armonía con
las cosas en el modo en que suceden. Un sabio no quiere que las cosas sean distintas de
como son; él sabe que, considerando todos los factores, las cosas son inevitables. Es
amigo de lo inevitable y, por lo tanto, no sufre. Puede que conozca el dolor, pero éste no
lo alterará. Si puede, hará lo necesario para restablecer el equilibrio perdido, o dejará
que las cosas sigan su curso.” (Nisargadatta)63
“A la Naturaleza, que da y que quita todo, el que está instruido y es discreto dice: ‘Dame
todo lo que quieras; quítame lo que quieras’. Esto lo dice sin animosidad contra ella, sino
sólo obedeciéndola y teniéndole buena fe.” (Marco Aurelio)64
“No tenemos la potestad absoluta de amoldar según nuestra conveniencia las cosas
exteriores a nosotros. Sin embargo, sobrellevaremos con serenidad los acontecimientos
contrarios a las exigencias de nuestra utilidad, si somos conscientes de haber cumplido
con nuestro deber, y de que nuestra potencia no ha sido lo bastante fuerte como para
evitarlos, y de que somos una parte de la naturaleza total, cuyo orden seguimos. Si
entendemos eso con claridad y distinción, aquella parte nuestra que se define por el
conocimiento, es decir, nuestra mejor parte, se contentará por completo con ello,
esforzándose por perseverar en ese contento. Pues en la medida en que conocemos, no
podemos apetecer sino lo que es necesario, ni, en términos absolutos, podemos sentir
contento si no es ante la verdad. De esta suerte, en la medida en que entendemos eso
rectamente, el esfuerzo (conatus) de lo que es en nosotros la mejor parte concuerda con el
orden de la naturaleza entera.” (Spinoza)65
62
Manual, en Tabla de Cebes. Musonio Rufo: Disertaciones, Framentos menores. Epicteto: Manual,
Fragmentos. Trad., introd. y notas de Paloma Ortiz García. Madrid: Gredos, 1995, 8, p. 187.
63
I Am That, p. 270.
64
Ibid, X, 14, p. 140.
65
Ética, IV, c. XXXII, p. 379.
22
“Todo se me acomoda lo que a ti se acomoda. ¡Oh, Cosmos!
Nada me llega tarde, nada demasiado pronto, si llega a punto
para ti.” (Marco Aurelio)66
66
Meditaciones, IV, 23, p. p. 54.
67
Dharma es un término sánscrito que significa “orden natural”, “orden eterno” o ‘realidad’, aquello que,
oculto, sostiene todo. Su raíz significa ajustar, sostener, soportar, mantener unido. El dharma es lo que
sostiene y mantiene unido el cosmos, lo que posibilita la armonía cósmica. El término dharma también
alude al modo de obrar de cada ser prescrito por su naturaleza, y a la rectitud y virtud, que es la
colaboración humana activa en el mantenimiento del orden cósmico.
68
Diálogos I. Edición bilingüe. Introd., trad y notas de Antonio Cursi. Buenos Aires: Losada, 2007, p.
215.
23
“El ánimo no puede estar nunca en el destierro, pues es libre y pariente de los dioses
(…) Este pequeño cuerpo (…) es zarandeado de una lado a otro; en él aparecen las
torturas, los hurtos, las enfermedades. En lo que respecta al ánimo en sí, es inviolable y
eterno, y no existe mano que pueda golpearlo.” (Séneca)69
6. Conclusión
24
puntos de vista, lejos de ser contrarios, son los dos rostros, invisible e visible, de un
único sabor, el del sentido de la vida, allí donde se comprende vivencialmente que la
sede del devenir es la plenitud del ser, que la sede del tiempo es la atemporalidad, que
podemos, por tanto, estar en el devenir sin ser de él. Sólo así la existencia deja de
percibirse como un proceso enajenado que busca su sentido en un futuro siempre
elusivo, para pasar a constituir la expresión de la plenitud que en nuestro más íntimo
fondo ya somos.
Precisamente en la síntesis de ambos puntos de vista, no procesual y procesual,
radica la esencia de todo proceso creativo: cada instante del mismo es un fin en sí,
perfectamente satisfactorio y total, que no se subordina ni adquiere sentido en función
del resultado final, aunque la mirada no creadora circunscrita al espacio y al tiempo sólo
advierta ahí una actividad procesual e intencional que busca su fin fuera de sí, sin
sospechar que la plenitud buscada es ya y lo es en cada instante de la misma.
Se puede entender ahora por qué buena parte de las metafísicas y cosmologías
tradicionales coinciden en afirmar que la acción creativa por excelencia es la acción
misma de lo real. La acción del Ser, del Fundamento de lo existente, no busca fuera de
sí su plenitud —pues nada queda fuera del Ser—; es la expresión de su incontenible
autosuficiencia. Es una acción, por lo tanto, “sin porqué”, como afirma el Maestro
Eckhart y Angelo Silesio; o, como sostiene Sânkara, sin referencia a ningún propósito.
Esta acción “sin porqué”, si hubiera que expresarla mediante algunas analogías de
nuestro mundo relativo, éstas sólo podrían ser las de la “creación artística” y el “juego”,
en tanto que actividades absolutamente gratuitas y autojustificadas. De aquí que ambas
metáforas hayan sido utilizadas en numerosas tradiciones metafísicas de Oriente y
Occidente para aludir a la actividad propia del Ser, la que compete a su naturaleza. En la
tradición vedânta de la India, por ejemplo, se describe metafóricamente la acción de lo
Supremo como mero deporte, juego o expresión dramática: Brahma crea, conserva y
destruye los mundos como expresión y goce de su propia naturaleza creativa, sin
referencia a ningún propósito, y de forma tan natural como el hombre espira e inspira.
El mundo es, para esta tradición, la interminable expresión del artista embriagado por el
éxtasis de su propia creatividad sin fin. Por eso, el secreto del Universo —dirá
Aurobindo— es la alegría pura del Niño que juega. Ya en nuestra tradición afirmaba
Heráclito —con unas palabras que retomará Heidegger—: el Ser es un niño que juega.
De aquí que, también para estas tradiciones metafísicas, la plenitud subjetiva del
ser humano coincida con su capacidad de reconocer dentro de sí, y de encauzar, esta
actividad de auto-expresión que no tiene más meta que sí misma. La actitud que
posibilita la íntima realización metafísica coincide, por lo tanto, con la del artista puro:
aquel que, cuando crea, es uno con su obra y para el que cada instante del proceso
creador es un fin en sí mismo, plenamente satisfactorio y total, que en ningún caso se
subordina o adquiere sentido en su referencia al producto final. Para el genuino artista,
la técnica ha de culminar en el olvido de dicha técnica, y en el olvido, por consiguiente,
de sí mismo en tanto que “hacedor” de la obra. Sólo entonces —cuando la persona se
hace transparente en cuanto tal— es cuando, en expresión de Whistler, “Arts happen”
(el arte sucede); y sucede como parte del mismo “acontecer” de lo existente, es decir,
como co-creación metafísica que encauza el Sentido de la vida, la acción creadora del
Ser. Si, como afirmaba Simone Weil, “el genio real no es otra cosa que la virtud
sobrenatural de la humildad en el dominio del pensamiento”73, cabría decir que el genio
en el vivir coincide con la máxima expresión de la humildad en el dominio del
pensamiento y de la acción.
73
“La persona y lo sagrado”, Revista Archipiélago: cuaderno de crítica de la cultura, nº 43, p. 92.
25
“Se actúa lo que se ve y se siente, se pone en práctica no el capricho de una voluntad
autónoma, sino la inspiración que surge de las entrañas mismas del Ser cuando el
hombre obedece, esto es, oye los latidos puros de su corazón. Y es actuando, como él
mismo se sorprende creando, co-creando, puesto que él no sabe qué hay en el Abismo,
quién habita en las profundidades del Ser. La creación es tan de la Nada que no hay
telos, no hay modelo, ni siquiera ideal, no hay causa final. “Die Rose ist ohne Warum!”.
Este sería el sentido profundo de la contemplación: se escucha, se actúa y se crea al
mismo tiempo y en un solo acto.”74
Esta visión está muy alejada de la que propicia nuestro contexto cultural. Éste
nos ha habituado a asociar la experiencia del sentido de la vida a la consecución de una
misión especial asociada a la importancia individual y a la orientación hacia el logro
futuro. Propicia el apego a metas, ideales y esperanzas, a las que se subordina buena
parte de la acción presente. Se exalta la esperanza y las religiones ofrecen un consuelo
sustentado en ella. Para muchos, el sentido de la existencia sólo se alumbra en la
orientación a un telos futuro; un telos que, ante el colapso de la muerte, se proyecta en
un más allá histórico o supraterrenal.
Las filosofías sapienciales no niegan lo evidente: que la existencia humana en el
tiempo se proyecta estructuralmente hacia el futuro o, como sostenía Ortega, que “la
vida es futurición”75. Pero nos recuerdan que esta proyección y el devenir en su
conjunto descansan en el seno de un eterno presente, en el presente de nuestra Presencia
consciente, intocada por el movimiento mental de la rememoración y la anticipación;
nos recuerdan que es propio del ser humano estar en el devenir sin ser de él, actuar
teniendo en cuenta el pasado y el futuro sin por ello instrumentalizar el momento
presente, sabiendo que el ahora eterno es la sustancia del tiempo, y la libertad creativa,
la fuente y matriz de todo devenir causal. Tampoco niegan la conveniencia psicológica
de proyectarse alentadoramente en el futuro, pero advierten que la vivencia del sentido
que esta orientación propicia no equivale a la experiencia más originaria del sentido de
la vida. Las metas individuales y colectivas son indispensables, estructuran nuestra
acción, proporcionan orientación y energía y permiten soportar las adversidades, pues
“quien posee su propio porqué de la vida soporta casi todo cómo”76. Pero esas mismas
metas, cuando se erigen en fuente exclusiva de sentido, distraen de un presente que no
agrada, agudizan la distancia entre lo que es y nuestras creencias sobre lo que debería
ser, nos dividen, por tanto, psicológicamente e imposibilitan la unificación y el ajuste
con el corazón del presente que sólo la aceptación plena hace posible. La motivación y
la energía que surgen de la esperanza son falaces cuando condicionan la mente a mirar
hacia el futuro para saborear algo parecido al sentido y a la realización77.
Las tradiciones filosóficas que he denominado sapienciales coinciden al apuntar
que la genuina experiencia del sentido es la experiencia del Lógos entendido como
fuente y dinámica misma de la vida, en la que de hecho ya estamos insertos, y que, por
tanto, sólo el ajuste con dicha dinámica permite al ser humano alcanzar la experiencia
incondicional del sentido de la vida, la que es independiente de los avatares biográficos
de cada cual.
74
Raimon Panikkar. La experiencia filosófica de la India. Madrid: Trotta, 1997, p. 66.
75
Ortega y Gasset. ¿Qué es filosofía? Madrid: Revista de Occidente en Alianza Editorial, 2001 17, p. 191.
76
Nietzsche, El Ocaso de los ídolos. Cómo se filosofa a martillazos, p. 41.
77
Spinoza es contundente a este respecto: “Los afectos de la esperanza y el miedo no pueden ser buenos
(…) cuanto más nos esforzamos en vivir según la guía de la razón, tanto más nos esforzamos en no
depender de la esperanza”. Ética, IV, Prop. XLVII, pp. 339 y 340.
26
Este abordaje trasciende la especulación acerca de cuál sea el sentido-significado
de la vida como un todo, y no aporta argumentos teóricos que puedan acallar
superficialmente la sed de sentido, pero que son en realidad meros sucedáneos del
mismo. Tampoco proporciona creencias que la mente pueda utilizar como “trucos” para
propiciar la “aceptación” (por ejemplo, la de que los actos malos se castigarán y los
buenos se premiarán a la medida de nuestras exigencias humanas de justicia, etc.). De
aquí el interés de esta perspectiva para el momento actual, pues confluye con un aspecto
paradigmático del mismo. El relativismo contemporáneo y la crisis de los grandes
sistemas ideológicos y de las tradiciones religiosas han propiciado que ya no haya
sistemas de creencias, instituciones sociales o cosmovisiones incuestionables. El
individuo medio carece de referencias indiscutibles sobre qué sea la realidad y, en
general, de referentes sólidos en los que apoyarse. Pero ya no quiere sucedáneos; ya no
puede dar marcha atrás para retornar al calor de una seguridad que ahora, con la nueva
perspectiva lograda, resultaría ficticia. Y lo que las tradiciones sapienciales ofrecen
como respuesta a la pregunta por el sentido de la vida no es un sistema de creencias
más, ni más promesas de futuro, sino algo que, para la mente que aferra en su búsqueda
de seguridad, resulta muy parecido al vacío. Pues son muchos los que, insatisfechos con
la especulación filosófica sustentada en la opinión y desenraizada de la praxis cotidiana,
con las respuestas de las religiones tradicionales y con sus sustitutos banales, como la
religión del consumo, no han caído en las garras del cinismo y aún mantienen una
confianza inarticulada en el fondo misterioso de la vida, una confianza que no necesita
creencias relativas al más allá ni construcciones teóricas siempre inciertas acerca de los
porqués y los “paraqués”. Son estas personas las que están redescubriendo las
intuiciones perennes de las grandes tradiciones sapienciales.
Cuando lo considero oportuno, modifico las traducciones citadas.
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