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Polisemia sistemática

Maia Sherwood

Todos sabemos lo que es la “polisemia”. Vamos, hagan memoria de sus clases de


español… ¡Efectivamente! La polisemia es el fenómeno por el cual una palabra puede tener dos
o más significados. Su etimología es transparente: “poli’” significa ‘mucho’ y “semia” se refiere
al significado. Una palabra que tiene múltiples significados se llama “polisémica”.
Veamos algunos ejemplos de palabras polisémicas: “sierra” puede ser ‘herramienta para
cortar madera’ o ‘parte de una cordillera’; “falda” puede ser ‘pieza de vestir’ o ‘parte baja de un
monte’; “barra” puede ser ‘pieza cilíndrica de metal’ o ‘mostrador de un bar’ o, en Puerto Rico,
el bar mismo.
La polisemia no es la excepción, sino la norma: la mayoría de las palabras son
polisémicas. Lo comprobamos en el diccionario, donde bajo cada palabra se registran,
usualmente, múltiples sentidos. Las relaciones entre los sentidos a veces se dejan entrever, por
ejemplo, “letra” puede ser ‘unidad del alfabeto’ (“la letra A”), ‘caligrafía’ (“tiene buena letra”) o
‘texto de una canción’ (“qué romántica es esa letra”). Podemos imaginar cómo un sentido da pie
al otro y al otro.
Ahora bien, hoy no escribo de la polisemia conocida, sino de otra que los lingüistas
llaman “polisemia sistemática” o “regular” o “lógica” y que ha cobrado interés en las últimas
décadas. Esta polisemia se manifiesta en palabras cuyos sentidos varían de maneras
sistemáticas. Aunque normalmente esos sentidos no se registran en los diccionarios, los
hablantes los percibimos perfectamente.
Un primer ejemplo son las palabras que pueden designar un contenedor, pero también lo
contenido, por ejemplo, “vaso”. Cuando digo “compré seis vasos”, me refiero a los
contenedores. Pero cuando digo “me tomé el vaso de agua”, me refiero al contenido. Y, si
hilamos más fino, también podría significar la cantidad contenida: “debes tomar cuatro vasos de
leche fresca al día”.
La variación de contenedor a contenido ocurre del mismo modo con otras palabras, como
“tanque”, “jarra”, “copa”, “maleta”, “cubo”, “canasta”, etc. Veamos los dos sentidos con
“tanque”: “Echa la gasolina en el tanque” (contenedor), “Al carro le queda medio tanque de
gasolina” (contenido).
Un segundo caso lo ilustran palabras como “puerta” y “ventana”, que pueden significar el
‘objeto físico’ (“La puerta tiene polilla”, “La ventana es de cristal”) o la ‘apertura’ (“La puerta
está cerrada”, “Juan escapó por la ventana”).
Las palabras “banco”, “escuela”, “universidad”, etc. ejemplifican otro caso de polisemia
sistemática. Pueden nombrar un edificio concreto (“Están pintando la escuela”), un tipo de
institución (“La universidad se establece en la Edad Media”) o una institución específica (“El
banco se fue a la quiebra”).
Palabras como “periódico” pueden designar el objeto físico (“Se mojó el periódico”) o la
institución editorial (“El periódico condenó la nueva ley”). Otras, como “libro”, pueden nombrar
el objeto físico (“¡Me cayó el libro en el juanete!”) o lo contenido en él (“Este libro es
fascinante”).
¿Cómo es que estas palabras, a simple vista tan sencillas (“vaso”, “puerta”, “escuela”), se
desdoblan en múltiples sentidos? La magia ocurre a través de las combinaciones en que
participa la palabra: los contextos activan un sentido u otro. Por ejemplo, el verbo “mojarse” solo
aplica a objetos físicos; así que cuando el periódico se moja, hablamos del objeto de papel. Pero
“fascinante” aplica más bien a un contenido, así que “un libro fascinante” se referirá a lo escrito
en él. Una frase como “Su último libro es precioso” es ambiguo; necesitaríamos el contexto
mayor para saber si se habla del encuadernado o del contenido.
La magia mayor es que toda esta variación semántica tan sutil está contenida en el
idioma, y en nuestras cabezas, y no necesitamos ningún diccionario para reconocerla. Mientras
los lingüistas se rompen la cabeza estudiando la polisemia sistemática, los hablantes siguen,
simplemente, manifestándola.

(Publicado en El Nuevo Día el 13 de marzo de 2011)

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