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É
r as e una vez, un pobr e escl avo ll amado Andr ocl es, de l a anti gua Roma, que en un
descui do de su amo, se escapó y se i nt ernó en un bos que.
Buscando refugi o segur o, encontró una cueva. A l a débil l uz que ll egaba del ext eri or, el
muchacho descubri ó un sober bi o l eón. Se l amí a la pat a der echa y rugí a de vez en cuando.
An dr ocl es, si n sentir t emor, se dij o:
Pas ados unos dí as, fue s acado de su pestil ent e maz morr a. El reci nt o est aba ll eno a rebos ar
de gent e ansi os a de contempl ar l a l ucha.
An dr ocl es se apr est ó a y comenzó a restregar escl avo, pues ha
l uchar con el l eón que cari ños ament e su soj uzgado a l a fi er a! -
se di ri gí a haci a él. De cabezot a contr a el grit ar on l os
pr ont o, con un cuer po del escl avo. - es pect ador es.
es pant os o rugi do, l a ¡ Subli me! ¡ Es subli me!
fi er a se det uvo en seco ¡ Cés ar, per dona al
El emper ador or denó que el escl avo fuer a puesto en li bert ad. Lo que t odos i gnor ar on fue
que Andr ocl es no pos eí a ni ngún poder es peci al y que l o ocurri do no er a si no l a demostr aci ón
de l a gr atitud del ani mal .