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El Juicio de La Historia
El Juicio de La Historia
El interés suscitado por la guerra de las Comunidades fue decayendo con el paso del
tiempo y durante más de dos siglos ese conflicto se convirtió en un recuerdo incómodo
para los Austrias o en un precedente peligroso contra el poder absoluto que pretendían
los Borbones.
2. Liberalismo frente a la idea imperial
Con la difusión de las ideas liberales en España a comienzos del siglo XIX se impone
una consideración romántica y exaltada del movimiento comunero: Padilla y sus
compañeros murieron por la libertad; su lucha fue la lucha del pueblo contra la
monarquía, de la libertad contra el absolutismo. Los liberales españoles trasladaban al
pasado su visión política y consideraban a los comuneros precursores de sus ideales. De
este modo, entroncaban con una gran tradición y unas teorías políticas ahogadas por tres
siglos de despotismo.
En poemas, novelas, obras dramáticas, pinturas y estatuas se recrea a los líderes
comuneros como mártires de las libertades y los derechos de Castilla. A partir de
entonces, en la dialéctica de las dos Españas, que caracteriza nuestra historia
contemporánea, los gobiernos progresistas se distinguían por el recuerdo de aquella
revolución y la mitificación de sus protagonistas1.
Frente a la visión liberal del movimiento comunero, Ángel Ganivet propuso otra
contrapuesta, claramente negativa (Idearium español, 1897), al presentar a los
comuneros como castellanos rígidos, exclusivistas, defensores de una política
tradicional y nacional contra la innovadora y europea de Carlos V. Esa idea, que
predominó en los sectores conservadores durante la primera mitad del siglo XX, fue
actualizada por Gregorio Marañón que definió a los comuneros como “una masa inerte
conducida por nobles e hidalgos apegados a la una tradición feudal que les daba
evidente poder contra el monarca, al mismo tiempo que sobre el pueblo esclavizado”.
Nos encontramos, pues, ante dos perspectivas contrarias del movimiento comunero, más
fundadas en la ideología y la postura política que en un estudio de las fuentes
documentales, a pesar de las pretensiones científicas de sus autores2.
Un aspecto poco desarrollado por los autores anteriores fue el contenido central de la
obra de J.L. Gutiérrez Nieto, Las Comunidades como movimiento antiseñorial. La
formación del bando realista en la guerra civil castellana (1973), donde analiza con
detalle y documentación el carácter antiseñorial del conflicto, que tuvo gran repercusión
en el medio rural, así como el papel jugado por los conversos. El análisis de nuevos
documentos, como el proceso contra Bernardino de Valbuena, y los numerosos estudios
dedicados a otros líderes comuneros o a los aspectos territoriales del conflicto
confirman su planteamiento.
Como punto final, resulta esclarecedor el juicio que el movimiento comunero merece al
citado Josef Pérez al resumir las aportaciones de este apartado: “esta interpretación
puede resumirse así: estamos frente a un movimiento fundamentalmente castellano, más
concretamente centro-castellano, y quedan excluidas las tierras burgalesas y las situadas
al sur de Sierra Morena. Este movimiento nace y se desarrolla en las ciudades, pero
encuentra pronto muy fuertes ecos en el campo, escenario de una poderosa explosión
antiseñorial. El movimiento elabora un programa de reorganización política de signo
moderno, caracterizado por la preocupación de limitar la arbitrariedad de la corona. Su
derrota se debe a la alianza de la nobleza y de la monarquía y viene así a reforzar las
tendencias absolutistas de la corona”3.
1
Así ocurrió también en Villalpando. Como recoge Agapito Modroño (La otra historia de la villa. Años
1904 a 1939, pág. 96), en la sesión del día 21 de abril de 1936 y a propuesta de dos vecinos, la Junta
Gestora de Izquierdas, que gobernaba el ayuntamiento, acordó dedicar sendas calles a dos comuneros,
hijos ilustres de la villa: la calle del Olivo a Diego de Valbuena y la de Altasangre a Hernando de
Villalpando. Ciertamente ambos desempeñaron un papel importante durante el gobierno comunero de
Villalpando entre diciembre de 1520 y abril de 1521, sobre todo el primero que fue gobernador de la
villa y alcaide de su castillo, si bien su nombre era Bernardino de Valbuena según documentos
recientemente publicados.
2
Sobre Marañón y los defensores de su postura, concluye Josef Pérez, quizá el historiador más
documentado sobre la guerra de las Comunidades: “Estamos ante un caso inaudito: ¡historiadores serios
que se refieren a textos publicados que no han leído!” (Los comuneros, pág. 244)
3
Los Comuneros, cit., págs. 265-266.