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Su lugar en el mundo

La todopoderosa presidente que se comía a los chicos crudos en medio de la bonanza de


cifras despilfarradas ha desaparecido. Igual que lo hizo con su esposo cuando la fatalidad
mató a 135 chicos en Cromañón hace exactamente nueve años, se refugió en Calafate, lejos
de los incendios de la Capital y del Gran Buenos Aires que, como todo el norte del país, arde
bajo una bola de fuego.

Miles de usuarios sin luz ni agua, en medio de una ola de calor persistente, igual que otros
millones de testigos alarmados, se sienten desamparados: la vocación paternalista de los
argentinos levanta la vista mira hacia donde debería estar quien dijo ser la encarnación misma
del Estado, y no encuentra nada; no hay nadie allí. La altanería en la bonanza ha sido
reemplazada por la ausencia en la adversidad. Los malos momentos y los Kirchner no van de
la mano; ellos solo aparecen cuando no pueden recibir otra cosa que no sean vítores.

Pero ¿había razones fundadas para la altanería? Aunque esa soberbia nunca corresponda
¿existían al menos las condiciones materiales para, aunque más no fuera, entenderla? La
respuesta es obviamente no. Ninguna de aquellas fantasías que estallaban en miles de
sarcasmos en interminables discursos tenían más fundamento que esos rencores de los atriles.
Lo único que las sostenía era esa imperiosa necesidad de enrostrar una superioridad de la que
en realidad se carecía por completo.

Aquellos números inventados que escondían la verdadera realidad (que la Argentina se estaba
comiendo su capital a tarascones) están estallando ahora en la miseria de la oscuridad y en el
peligro de la gente sin agua, sin hospitales, sin alimentos seguros, sin resguardos, sin nada.

En estas horas de desesperación para gente que hace más de una semana que no tiene luz ha
desaparecido el liderazgo egocéntrico, la palabra que todo lo sabe, la numen que resume todo
el conocimiento.

Sin abandonar el poder (porque nada se hace sin su anuencia) la presidente ha decidido
exiliarse en “su lugar en el mundo” y dejar a la buena de Dios a los argentinos que decía
proteger. Luego de arrogarse la titularidad de la solidaridad y de la supremacía moral del
Estado, arrojó a la selva del “salvate como puedas” a los destinatarios de su demagogia.

¿Qué ha pasado con “la política”, como le gusta decir a la señora de Kirchner para referirse al
sector público y al Estado?, ¿dónde ha quedado el planeamiento de la infraestructura para
que todo esto no ocurra?, ¿qué se ha hecho con los 900 mil millones de dólares que entraron a
la Argentina en la década ganada? (dicho sea de paso, dinero que entró exclusivamente por los
mayores precios internacionales de lo que vendemos -precios que probablemente no se
repitan- porque no hemos atraído un céntimo de inversión, al contrario, expulsamos la que
había).

¿Qué ha ocurrido con la superioridad organizativa y moral del Estado?, ¿qué pasó con su
“eficiencia”? ¿qué pasó, en fin, con todo aquello que la presidente propagandeaba en medio
de indirectas intragables?
Pasó que todo era una gran mentira. El Estado, como siempre, no sirve para otra cosa más
que para arruinar, para corromper, para descomponer, para trabar, para entorpecer.

Las políticas implementadas desde 2003, especialmente en materia energética, son las que
han hecho que la presidente deba refugiarse, muda, en el Sur, bien lejos de los problemas que
la concepción que representa le ha ocasionado a la Argentina durante estos años de dispendio
y despilfarro. Es lo que sucede cuando la demagogia suplanta la política responsable.

Nadie se hace cargo ahora.

El jefe de Gabinete intenta repartir las culpas fuera del Estado como si ese Aquelarre pudiera
reclamar la propiedad y la administración de todo pero luego mirar para otro lado cuando
aparecen las desastrosas consecuencias de sus manejos.

Las compañías de distribución eléctrica están técnicamente intervenidas por el Estado desde
hace mucho tiempo. Edesur funciona ya como una empresa pública. Edenor tiene cinco
directores del Estado. ¿Qué hizo esa gente todo este tiempo?, ¿dónde se manifestó, allí, “la
superioridad” de “la política”?

Si hacía falta algo para confirmar que nada que tenga que ver con la entrega eficiente de un
servicio puede pasar por las manos del Estado, lo estamos viviendo en estos días de infierno.

¿Cuál será la imagen presidencial actual, cuando las estrategias para enfrentar los problemas
se limitan a la fuga? Cristina Kirchner ha defraudado algo más importante —para ella— que la
confianza de los que depositaron su fe en ella: ha defraudado su ego. En las malas se ha
escondido en la caparazón de la Patagonia. Al fresco, representa la síntesis final de una idea (si
es que se la puede llamar así) que se caracteriza por fabricar una casta privilegiada que vive de
una sociedad esclava cuyos oídos endulza mientras puede financiar su demagogia y de la que
se desentiende y pasa a no existir cuando todos esos disimulos se acaban.

¿Tendrá la presidente, en medio de su placidez, tiempo para mensurar el enorme choque


entre las mentiras que encarnó y la realidad que ha decidido ignorar? La señora de Kirchner
pudo cumplir su sueño de tener “su lugar en el mundo”, ¿tendrá conciencia de los millones de
sueños truncados que ha producido tanto empecinamiento?

Carlos Mira

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