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Personas

normales: tríptico de documentales mexicanos



Hipatia Argüero Mendoza

El documental suele ser difícil de abordar. De entrada porque la definición misma se ha puesto,
constantemente, en tela de juicio. ¿Cómo se define un documental? ¿Es algo más que una
forma, un estilo, una manera de contar una historia que tiene su fuente en la realidad? En su
texto “Cuándo es un documental: el documental como un modo de recepción” 1, el académico
Dirk Eitzen hace una breve lista y posterior crítica de algunas de las definiciones más comunes:
“presentación dramatizada del hombre en relación con su vida institucional”; “una película con
un mensaje”; “la comunicación, no de cosas imaginadas, sino sólo de cosas reales”; “películas
que no tienen el control sobre los sucesos filmados”, y la famosa definición de John Grierson,
reconocido como el “padre” del cine documental –al menos como se entendió en sus inicios–
“tratamiento creativo de la realidad” (Eitzen 81-82). Pero todas estas definiciones parecen estar
incompletas o intentar constreñir al documental dentro del reino de lo estrictamente real,
cuando, muchas veces, lo que se retrata no es sino una realidad imposible de compartir, un
mundo interior al que espectadores apenas pueden asomarse temporalmente, o una manera
de evocar emociones que nos son ajenas, un camino que permite entrar a ellas, aunque sea por
un momento, y considerar cómo es estar en esos zapatos. Pero sobre todo, a estas definiciones
les falta incluir el punto de vista de quien narra, la inevitable subjetividad de las personas detrás
de la cámara, el sujeto que elige el sujeto del documental y que decide una realidad particular o
una verdad que no puede ser más que suya.

Para este análisis, parto de la idea de que hacer/ver documental, así como hacer/ver cine en
general, es un acto político (todo, incluso aquel que pretende alejarse de cualquier postura
argumentando estar hecho con fines de entretenimiento puro y vacuo, desde los superhéroes
hasta los monstruillos amarillos animados, cargan una serie de ideologías o posturas políticas


1
Eitzen, Dirk. “When is a Docuementary: Documentary as a Mode of Reception”. Cinema Journal 35, No. 1, Fall
1995.
que se reproducen y asimilan a nivel consciente o inconsciente). El documental siempre se ha
asociado con el cambio social y la denuncia. Pero definirlo de esa manera parece limitarlo a
desempeñar cierta función y alejarlo de la creación artística o de ser un vehículo para transmitir
emociones y generar empatía.

Tres documentales presentados en la más reciente edición del Festival Internacional de Cine en
Guadalajara me hicieron cuestionar cómo se entiende el documental actualmente y cuáles son
los recursos que utiliza para presentar realidades, situaciones, ideas o experiencias que van más
allá de lo que podemos conocer en carne propia. Se trata de tres documentales realizados por
mujeres sobre temas muy cercanos a ellas y contados a través de una subjetividad asumida y
presente en todo momento y que, al mismo tiempo, presentan un mundo desconocido para
ellas a través de una serie de recursos estéticos y narrativos con los que generan una gran
empatía por los personajes cuyas vidas, presentes o pasadas, narran. Me refiero a The Best
Thing You Can Do With Your Life, de Zita Erffa, Donde se quedan las cosas de Daniela Silva y
Lejos del sentido de Olivia Luengas, todos parte de la competencia del Premio Mezcal del FICG
2018.
Para la realización de este artículo las tres directoras respondieron algunas preguntas que
integro al cuerpo del artículo a modo de conversaciones imaginadas.

En búsqueda del sentido
The Best Thing You Can Do With Your Life, documental de Zita Erffa

László Erffa, hermano de la directora del documental irónicamente titulado The Best Thing You
Can Do with Your Life, lleva ocho años en la orden de los Legionarios de Cristo, una de las sectas
(¿cómo más llamarla?) católicas más infames de la historia reciente por su complicidad en los
crímenes de su fundador, Marcial Maciel, conocido pederasta, abusador y violador que en su
vida no fue condenado a nada más que a rezar por sus pecados, como si los crímenes que
cometió pudieran borrarse con aves marías. Pero la historia turbia de los Legionarios no se
limita a esa persona de la cual, al igual que la directora de esta cinta, prefiero no profundizar
ahora (pero invito a quienes desconozcan esta historia a enterarse), sino que –a pesar de todo–
hoy son parte importante de las esferas de poder, principalmente en México, y tienen una gran
influencia en la vida política y social del país. Pero este documental no es sobre los Legionarios
como tal ni sobre Maciel: es sobre una decisión tomada por una persona que creías conocer y
que simplemente no puedes comprender. Lo planteo así, en segunda persona, porque así es el
efecto del viaje que Erffa retrata en esta película/ensayo personal: ¿qué harías si fuera tu
hermano? ¿Cómo entender una decisión que no has podido perdonar, que te has rehusado a
siquiera reconocer en los ocho años que llevas sin hablar con él? No es fácil. Esta película
tampoco.
“Mucha gente ni sabía que tenía un hermano”, comenta la directora. “Yo trataba de no pensar
en eso porque era muy doloroso. Un gran nudo en mi estómago, o más bien en mi pecho. Pero
la cosas empiezan a perseguirte. Hasta que tienes que voltear y enfrentarlo.” The Best Thing
You Can Do With Your Life es esta confrontación, y una muy directa. “Al principio no quería
hacer la película sobre mi hermano, sino sobre otro Legionario. Pero me di cuenta de que no
quería saber sobre otros Legionarios, quería saber por qué mí hermano estaba allí y por qué
desapareció de esa manera. Pero sobre todo me preguntaba: ¿estará feliz en ese lugar? Mi
mayor miedo era que no fuera feliz”. La directora y su fotógrafo, Bruno Santamaría (cuyo
documental Margarita también fue parte de la selección del Premio Mezcal en su momento),
emprendieron un viaje a las entrañas del seminario ubicado en Cheshire en Connecticut sin
saber qué encontrarían. “La gente oye 'Legionarios' y piensa '¡Ah, Maciel! Es el demonio'. Y lo
es, sin duda. Pero mi peli no trata de Maciel. Maciel era algo que hacía mucho peor que mi
hermano estuviera allí. Pero yo no estaba haciendo una peli investigativa sobre sus crímenes,
sino buscando a mi hermano”, comenta la directora. “Claro que Maciel construyó una
estructura, una manera de vida muy obediente que permite que esos crímenes sucedan. Y
aunque seguro cambiaron mucho esa estructura –porque tuvieron que cambiar– creo que hay
algunas que no considero tan sanas… Reglas de control que siguen estando, y eso lo veo fatal.”
El documental, narrado con voz en off en primera persona, muestra las posturas de la directora
en todo momento. Cuando llega al seminario es evidente que su discurso está lleno de un odio
ciego, generalizador, una descalificación casi total de lo que allí sucede. Sin embargo, existe una
pequeña ventana en su criterio, pues el sujeto de su obra no es un desconocido, sino alguien a
quien ama y extraña profundamente. En una de las escenas iniciales, con tintes de humor que
contrasta con la voz aparentemente neutra que pronuncia las palabras, Erffa muestra una
fotografía de grupo con la orden completa: “Lo odio a él, lo odio a él, lo odio a él”, repite la
directora sin ningún reparo. La directora está presente en su documental de varias maneras. La
voz en off, su propia voz, es el hilo conductor que lleva al espectador al interior de esta vida de
tareas de limpieza, clases y rezos, así como la que narra los antecedentes familiares y anécdotas
que la llevaron a hacer esta pieza. La directora también aparece en momentos de testimonio en
los que explica sus emociones a lo largo del día desde su cuarto de hotel. La ausencia
prolongada de su hermano y su encuentro so pretexto del documental tuvo un fuerte impacto
emocional que la directora no oculta, sino que documenta como parte fundamental de una
narrativa que se centra en la relación fracturada de una hermana con su hermano. Su postura
ético-política también está presente en esta voz, pero no sólo ahí, sino en los momentos y
escenarios que decide narrar con un ojo crítico sin manipular a quienes entrevista ni cambiar el
sentido de sus palabras. El ambiente de encierro y sumisión es evidente a lo largo del
documental sin necesidad de decirlo de manera explícita: “Yo lo que hice es contar –desde mi
punto de vista– lo que me encontré allí. Seguro otra gente tuvo otras experiencias. En mi peli yo
no los critico directamente, sino que enseño cómo viven. Ya el espectador tiene que formar su
opinión. Hubo un espectador que decía que la peli era propaganda para los Legios. Pero yo no
lo veo así. Para poner un ejemplo: hay un chico que está hablando sobre la obediencia. Está
recitando un párrafo que se aprendió de memoria. Y falla, no se lo sabe bien. Una de los
principios más importantes para los Legionarios es la obediencia y él no la pudo explicar bien.
Eso para mí dice mucho, sin que yo tenga que criticar. Ya el hecho que se lo tenga que aprender
de memoria. Y luego dice que para él la obediencia es la libertad. Y dices '¿qué?'. Lo bueno es
que no tengo que ser yo diciendo: 'los Legionarios son muy obedientes, y eso puede ser un
problema por...' sino que tú como espectador te construyes tu mirada, tu opinión desde tu
punto de vista.” Así, poco a poco entramos en un mundo estéril, simétrico, perfecto, de
obediencia total y palabras aprendidas de memoria, de chistes infantiles y breves asomos de
personalidad en un grupo más bien homogeneizado, integrado por jóvenes que han aprendido
a anularse en pos de un discurso común que algunos asumen con mayor entendimiento que
otros (los que repiten, entre risas y titubeos, una definición de obediencia mal recordada).
La crítica en el documental es sutil y empática. “No soy gran fan de la obediencia”, explica Erffa.
“Puede ser muy peligrosa. Obviamente puede ser agradable que te digan exactamente qué es
tienes que hacer, pero también puede causar muchas cosas terribles. Los chavos que entran a
las escuelas apostólicas a los 12 años, además de que son demasiado manipulables, no conocen
qué es una vida normal”. Tocar un tema como éste implica una gran responsabilidad, pues
además de la expectativas de un público con opiniones formadas, está el tema de la recepción.
¿Cómo un documental influye en la percepción de un espacio que solemos imaginarnos desde
nuestra propia concepción ética y moral de algún suceso? La realidad es que el documental de
Erffa no muestra monstruos pederastas en potencia, sino jóvenes sensibles, por momentos
tristes en su aislamiento y poco entendimiento de la convivencia y tolerancia (¿qué hacer
cuando un hermano llora, por ejemplo, pregunta que en los labios de un joven legionario
parece revelar una cosa de todos los días), aunque en otros momentos parecen francamente
contentos con su decisión y convencidos de que en verdad están haciendo lo mejor que pueden
hacer con sus vidas. Se trata de una experiencia que no podríamos vivir sin un documental
como éste que más que condenar presenta y abre las puertas de la interpretación sin cerrarlas
al diálogo. ¿Cómo viven las personas que deciden unirse a una organización como esa? Pues,
así.
Sobre esto último Erffa concluye: “Tienes muchas responsabilidades en general como cineasta.
No solo como documentalista. Creas una ventana en un mundo que el espectador nunca podría
acceder sin ti. El ejemplo más fácil: no puedes entrar a la recamara de otras personas y verlas
en situaciones íntimas. El cine muestra eso. Y con eso creas una cierta normatividad. 'Lo vi en la
tele – así es'. Eso es mucha responsabilidad. Tal vez en el documental es un poco diferente que
en la ficción, porque en la ficción te puedes inventar todo. Pero al mismo tiempo, en el
documental tú escoges la perspectiva en la que narras. Tienes todo el mundo, ¿pero hacia
dónde miras? ¿En que te enfocas? Con la gente con la que estás trabajando, a los que estás
retratando, es muy difícil. Porque te abrieron la puerta a su casa, te invitaron a sus vidas,
muchas veces a su corazón. Si viven en un entorno que tú ves con ojos críticos es complicado.
No los quieres lastimar, pero no debes perder tu mirada, tu posición.”

El retrato en ausencia
Donde se quedan las cosas, documental de Daniela Silva

¿Qué queda cuando un ser querido se va? En la mayoría de los casos una serie de objetos cuyo
significado se escapa de quienes permanecen. Pero hay casos extraordinarios en los que una
persona permanece viva en sus objetos, en lo que significaron para la gente que los recuerda
como parte de algo más, de la fascinación que despertaba en su dueño y que luego contagiaba
a otros, o como una construcción inerte de la vida en una comunidad, una colección de
momentos y de historia, de una pasión por lo desconocido, eso que se esconde en un conjunto
de rocas o en un montón de dientes viejos fosilizados, en frascos de conchas de lago, de seres
que alguna vez estuvieron vivos.
En su documental, Daniela Silva retrata a su abuelo, Federico Solórzano, paleontólogo y
coleccionista de Guadalajara, a quien ella misma reconoce haber conocido de manera
medianamente superficial en vida. En un afán coleccionista similar al de su abuelo, la directora
coleccionó los últimos momentos y se dedicó a grabar todo lo que pudo sin saber muy bien cuál
sería la forma final de este impulso registrador: “Empecé la película al darme cuenta de que mi
abuelo era increíble (me cayó el veinte después de llevar a unos amigos a su casa, quienes
vieron la cantidad de objetos curiosos que tenía) y de pensar que era un viejito de 90 años que
podía irse en cualquier momento”, explica Silva. La urgencia de realizar un retrato ante la
certeza de la muerte hizo que la directora comenzara a conocer a su abuelo a través de sus
testimonios, pero sobre todo de sus colecciones: “Sabía que con su muerte la casa iba a
cambiar, al igual que mi vida como la conocía, las comidas familiares, que todos todos sus
objetos –más de 500 mil– se iban a repartir y nadie nunca más los iba a ver”.
El descubrimiento de la directora con respecto a quién era su abuelo y por qué coleccionaba
tantos objetos sucede a la par que Silva se consolida como cineasta, conoce sus intereses y las
maneras de narrar ese universo de objetos y anécdotas que se desplegaba a su alrededor: “Sin
saber bien cómo grabar, grabé, llevé a mis amigos y filmé todo lo que encontré, lo filmé a él
hasta el día de su muerte. Después de eso también filmé todo lo que pude, la repartición de
cosas y cómo la casa se fue vaciando. Así me encontré en un mundo de objetos y de tiempos
distintos en los materiales, fotos y videos de archivo que me fascinaron y que no sabía cómo y
qué contar”.
La narrativa documental permite un acercamiento en varios tiempos a una vida llena de
curiosidad a través de una edición que mezcla la investigación de la directora misma y la de
otros miembros de su familia que ya habían intentado llevar un registro de la colección con la
evidente preocupación de que la pérdida de una persona implicaba una pérdida enorme de
patrimonio y memoria para la comunidad inmediata que habitaban y para su familia: “La
narrativa me permitió mezclar esos tiempos y esos espacios, esas historias que me fui
encontrando”, explica Silva. “Para mí la película es mi propia colección de los elementos que
forman a mi abuelo y mi vida encontrándolo. Quise también retratar algunas cosas, como la
forma en la que la curiosidad nace, o crece, como de un elemento o de un momento a otro
puedes ir avanzando en la vida, queriendo saber cosas o teniendo curiosidad, y eso te va
llevando a más momentos. Así la vida empieza a tener sentido. Por eso en mi película la
narrativa, o la forma es fundamental e imita un poco lo que yo me imagino que mi abuelo se
imaginaba.”
En este sentido, el trabajo de Silva se puede entender como una apropiación de un sinfín de
cosas ajenas, un ejercicio similar al que realizó su abuelo mientras conformaba su colección. Sin
embargo, no se trata únicamente de registrar, sino también de introducir al espectador a este
nido de recuerdos y cosas que sin una persona que les diera un sentido, una narrativa, hubieran
quedado olvidados. Silva apunta: “Creo que mi responsabilidad es conmigo, con mi familia, y
con la realidad que quiero retratar. Siempre busqué la honestidad en la película, que fuera
honesta con el mundo que rodeaba al personaje, con lo que yo me imaginaba que se
imaginaba, y con las sensaciones que yo tenía al encontrarme lo que me encontré. Sin buscar
exactamente la ‘verdad’ pero si ‘mi verdad’”. Al igual que en el documental descrito
anteriormente, existe una subjetividad evidente en la manera en la que la directora se
posiciona dentro de su obra, la cual arranca con una canción que ella misma grabó en su
infancia, parte de ese archivo familiar que rescata para construir este túnel de permanencia
que es este filme.
Las sensaciones generadas también están al centro de esta película, la cual evoca texturas y
genera preguntas imposibles de responder: ¿qué son esas monedas plateadas como aplastadas
que vemos desplegadas junto a una caja? ¿De dónde salieron esos dientes, esas mancuernillas?
¿Dónde acabarán ahora? Pero la película no se trata de explicar el origen de los objetos, sino de
despertar una fascinación por los mismos y por el afán de descubrir al mundo a partir de las
huellas que podemos encontrar en él. “No quería hacer un documental que "ensalzara" a mi
abuelo. Mi rumbo para avanzar en el proceso de hacer la peli fue siempre seguir esa sensación
que yo sentía de "magia" y "maravilla" al encontrarme con sus cosas, con mi familia, con todo
eso que estaba a punto de desaparecer y que si yo no retrataba, ya nadie más iba a vivirlas”.
Quizá esta necesidad de preservar el tiempo a través del cine nunca haya estado tan presente
como ahora que, con la digitalización y la creciente facilidad de recuperar formatos anteriores,
ha llevado a una mayor consciencia de lo importante que resulta ver las historias que hemos
filmado.
Donde se quedan las cosas no pertenece exactamente al universo del found footage, pues todo
lo que vemos a lo largo del documental fue encontrado en los confines de la casa que lo
albergaba todo. Pero sí transmite ese deseo de encontrar los misterios de intenciones pasadas,
de alguien que levantó una cámara un día para grabar a una niña o a una anciana cantar. “Creo
que el cómo narrarlo tenía que ver directamente con lo que sentía, por eso mi proceso fue
largo y difícil porque no sabía bien lo que buscaba. Pero en el montaje si supe cuando lo
encontré”, concluye Silva.

Yo tampoco soy una persona normal
Lejos del sentido, documental de Olivia Luengas

“Una persona normal debe ser alguien que se sepa comportar delante de la gente. Que no
beba, que no fume en exceso. Que no se duerma muy tarde ni muy temprano. Que hable claro
y no mienta. Que saque lo mejor de quienes le aman. Y que nunca desee morir”, dice Liliana
Luengas, protagonista de Lejos del sentido, quien ha vivido un largo camino hacia el diagnóstico
y tratamiento de una enfermedad mental que parece invisible por ser silenciosa, pero que ha
tenido un profundo impacto en su vida y la de su familia. La definición de normalidad de Liliana
resulta estremecedora en el contexto del documental, el cual poco a poco nos invita a conocer
los procesos por los que ha pasado para llegar a un presente incierto en el que la normalidad se
le ha negado por los estigmas que acompañan a su condición.
El documental arranca de manera poderosa con una recreación audiovisual de las alucinaciones
que Liliana experimenta. Por un momento estamos dentro de una cabeza ajena que vive la
realidad de una manera completamente distinta a lo que conocemos como normal. Resulta
impactante, extraño, aterrador. Y sólo lo vivimos unos segundos. Más adelante en el
documental Liliana explica que vive con Trastorno Límite de Personalidad. Qué es exactamente
y cómo se vive con él es algo que no podemos sino preguntarnos. Esa primera secuencia es
apenas un signo de interrogación que abre una serie de preguntas con respecto al tema
tratado. La directora dice: “Yo creo que el documental no debería esperarse para responder
preguntas, sino para hacerlas. No me gustan los documentales que me resuelven los
cuestionamientos, sino más bien los que los hacen más complejos”.
Tras ese primer momento, el documental muestra imágenes de belleza absoluta, un contraste
notorio con la estática en pantalla y la representación sonora que abre la película: el volcán
Popocatépetl en todo su esplendor visto desde la ciudad de Puebla donde las hermanas
Luengas crecieron. El volcán, por supuesto, es una metáfora de una explosión latente e
inesperada: “Durante nuestra adolescencia, el Popocatépetl comenzó a tener más actividad y el
gobierno lanzó una campaña que se llamó ‘Aprendamos a vivir con el volcán’, en ella explicaban
que era imposible predecir sus explosiones, así que debíamos acostumbrarnos, no entrar en
pánico y estar preparados para cualquier eventualidad. Para mi él volcán es la perfecta
metáfora de cómo es vivir con un ser querido que tiene un problema de salud mental. Y por
otra parte, las imágenes de la naturaleza pretenden representar los diferentes estados
mentales y anímicos que recorre Liliana durante una crisis.”
Olivia Luengas utiliza una narrativa poética a través de la voz de su protagonista, quien relata su
historia desde su comienzo tras una encefalitis viral que casi le cuesta la vida y que quince años
después parece manifestarse en secuelas de inestabilidad emocional e intentos de suicidio. El
relato abarca años de tratamientos, diagnósticos incompletos, internamientos ambulatorios,
pasos por hospitales y múltiples medicamentos con efectos cuestionables. Los sucesos que
Liliana describe son dolorosos y difíciles de imaginar, pero el tono es franco, lleno de humor y
simpatía, lejos de la victimización, con un lenguaje lúdico y lleno de imágenes para explicar su
su supuesta anormalidad.
Para la directora, el documental surgió cuando Liliana y Carlos, un amigo de la familia con
esquizofrenia, tuvieron que abandonar dos hospitales que cerraron entre 2010 y 2013, el
primero era donde Liliana pasaba sus crisis y en el segundo Carlos vivió más de 20 años. La
pregunta inevitable era: ¿qué pasaría con todas las personas que estaban ahí y cuáles eran
ahora sus opciones? La idea inicial era, comenta la directora, hacer una historia sobre la
amistad entre Carlos y Liliana. “Cuando Liliana se volvió mi personaje principal, me di cuenta de
que no podía contar su historia sin hablar de mis papás. Fue muy difícil aceptar que el
documental tenía que ser ahora sobre Liliana y mi familia y consideré claudicar, pero lo que me
hizo seguir fue un día platicando con mi papá sobre esta inquietud, él me dijo que no tenía
ningún problema en que lo grabara, si con la película y a través nuestra experiencia con el tema
de la salud mental podíamos ayudar a otras familias y así fue como el proyecto tomó todo el
sentido para mí”.
La realidad es que sabemos muy poco sobre las enfermedades mentales en México y
desconocemos el impacto que el cierre de un hospital, por ejemplo, puede tener sobre las
personas que dependen de él. Un documental como el de Olivia Luengas no sólo retrata la
lucha diaria de una persona que ha vivido una larga lucha, sino que también crea una gran
intimidad con el personaje, un camino para entrar a una manera distinta de experimentar el
mundo. Luengas comenta: “en esta primera experiencia que tuve dirigiendo un largometraje
documental, sí sentía que tenía que tener cuidado con lo que mostraba para que no se prestara
a malas interpretaciones, no por el juicio que pudieran hacer hacia mí, sino por la confusión que
pudiera generar al espectador. Que de repente cuando vemos documental uno cree que está
viendo al verdad absoluta y pues no, son interpretaciones del autor”.
En Lejos del sentido conocemos a una familia en varios momentos. Al igual que en Donde se
quedan las cosas, Luengas introduce material del archivo familiar, recuerdos de vacaciones y
cumpleaños, para plantear la permanencia y latencia silenciosa de este volcán que siempre ha
estado y siempre estará ahí. Aprender a vivir con él no es fácil, pero tampoco es una condena.
Escenas de mar y diversión infantil en viejos formatos de video casero se yuxtaponen de vez en
cuando con la narración en off del pasado y las escenas de cotidianeidad presente en las que
Liliana busca la normalidad a través de la independencia económica con emprendimientos
casuales pero monumentales que surgen de sus propios amores y odios: lo dulce, los insectos.
Así, Olivia Luengas construye un vínculo entre espectadores y las personas que vemos en
pantallas, quienes resultan familiares en sus discusiones diarias, sus batallas con la tecnología
(¿quién se acuerda de su contraseña de Skype?), sus risas incómodas, sus chistes y discusiones.
“Mi postura es que la gente sea feliz”, dice Luengas. “Estoy en contra de la perfección. Me
causa mucha desconfianza lo que es perfecto. Creo que en la medida en la que uno sea y deje
ser a los demás vamos a estar más cerca de la felicidad”. Quizá una de las cosas más bonitas del
pasado FICG fue ver a un montón de personas con pines y etiquetas con las palabras “Yo
tampoco soy una persona normal” para promocionar esta película. Además de una estrategia
de publicidad efectiva, esta frase representa la solidaridad que la película pretende crear al
plantear que el concepto de normalidad es absurdo en un mundo diverso y lleno de contrastes.
Si alguien cumple al pie de la letra con la definición que la misma Liliana ofrece de normalidad,
que levante la mano.
Lejos del sentido no sólo es una película conmovedora y estremecedora, sino realmente
importante. “El camino recorrido por la familia de Liliana, mi familia, para encontrar, primero el
diagnóstico y más tarde el tratamiento, fue largo, caro, sinuoso, y aún no
concluye. La intención de hacer este documental es generar una discusión alrededor del tema
de la prevención de las enfermedades mentales, la discriminación y falta de atención a las
personas con problemas de salud mental; así como la importancia del apoyo de la familia y la
sociedad. Nuestro propósito es hacer un circuito de exhibición, no sólo en festivales, sino
también en universidades, hospitales, congresos, escuelas, etcétera. Es necesario hablar
abiertamente y sin censura de la salud mental, es importante hablar del apoyo de la familia, la
sociedad y las alternativas en el tratamiento de las enfermedades mentales que no se limiten
sólo a la hospitalización, sino la reinserción social, por ejemplo: a través de la inclusión laboral”,
concluye Luengas.

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Los tres documentales aquí mencionados tienen algunas cosas en común: son óperas primas,
dirigidas por mujeres, sobre una inquietud personal con relevancia universal. Pero la más
importante es que a través de ellos podemos vivir una experiencia ajena, entender otros modos
de pensamiento con los que quizá no estamos de acuerdo, en el caso del documental de Erffa,
que han quedado enterrados en un pasado indescifrable, en el caso del de Silva, o que conviven
con el mundo desde un trastorno que no entendemos, en el caso del de Luengas.
En “La declaración de Minnesota: verdad y hecho en el cine documental”, Werner Herzog
escribió: “En el cine hay niveles más profundos de verdad y hay una suerte de verdad poética,
extática. Es misteriosa e intangible, y se le puede alcanzar sólo a través de la invención, la
imaginación y la estilización”. Estas tres cineastas jóvenes utilizan recursos imaginativos, saltos
temporales, material de archivo, y su presencia dentro de su obra, para generar una empatía
profunda que lleva el mensaje más allá de un contenido y lo transforma en una emoción que el
espectador puede vivir y asimilar a su manera.

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