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06 de enero de 2019

La red neoliberal
Lejos de los sueños de una red de iguales donde ni Estado ni empresas
podrían someter a las mayorías, Internet comenzó su adaptación hacia un
mundo neoliberal perfecto. Se desarrolla con la captura de trabajo no
remunerado, flexibilización laboral y control monopólico de nichos del
mercado con promesa de ganancias rápidas y muy por encima de las
inversiones. Existen pocos grandes ganadores en esta suerte de utopía
neoliberal desregulada.
Por Esteban Magnani

Durante los 90, cuando internet llegó al gran público no pocos vieron
en ella la solución a casi todos los problemas sociales. Gracias a su
arquitectura descentralizada nadie estaría en condiciones de
concentrar poder: internet facilitaría una gigantesca e igualitaria
asamblea global. El investigador Evgeny Morozov resume la posición
de estos “internet-centristas” en tres frases: la descentralización
derrota a la centralización, las redes son mejores que las jerarquías
y las audiencias superan a los expertos.
Estos tres principios parecieron funcionar por un tiempo, sobre todo
en los comienzos de la web, cuando miles de actores explotaron la
apertura para experimentar y sumarse a la red de redes. Sin
embargo, a fines del siglo XX, al igual que con otros medios de
comunicación masiva, el mundo de los negocios buscó formas de
hacer dinero en esa suerte de ágora hiperdemocrática de la manera
que suele hacerlo: concentrando poder tecnológico, económico y
político. Así fue cómo, lejos de los sueños de una red de iguales
donde ni Estado ni empresas podrían someter a las mayorías,
internet comenzó su adaptación hacia un mundo neoliberal perfecto
de captura de trabajo no remunerado, flexibilización laboral, control
monopólico de nichos del mercado con promesa de ganancias
rápidas y muy por encima de las inversiones. La arquitectura del
sistema no alcanzaría para detener este proceso.

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Capitalismo de plataformas

Internet es permanentemente escrutada para dar con un análisis


acabado de su inmensidad. La oferta es variada, pero en los últimos
años el tono general ha derivado desde una mirada tecnoutópica
hacia otra más apocalítptica que intenta responder la ya una
pregunta aplicable a tantas cosas: “¿cuándo se estropeó Internet?”.
En su indagación incluso periodistas e investigadores del Primer
Mundo se atreven a mencionar que la raíz del problema puede
ubicarse no tanto en cuestiones técnicas o en una humanidad
hedonista, si no en la dinámica del capitalismo, una palabra que a
veces parecen pronunciar incómodos, como si se estuviera
cuestionando la ley de gravitación universal.
Es allí donde se para el canadiense Nick Srnicek en su libro
Capitalismo de plataformas, traducido y publicado en 2018 en
Argentina por Caja Negra. En lugar de entregarse a complejos
análisis sobre las múltiples facetas de Internet, el autor toma
distancia de su objeto de estudio para ubicar a las grandes
plataformas en el horizonte neoliberal y sus crisis de
sobreacumulación. En esos momentos se visualizan más claros las
contradicciones y los hilos del sistema, como ocurrió durante el
“boom de las puntocom” como se llamó la repentina caída en la
bolsa de las empresas tecnológicas a partir del año 2000. Según
Srnicek, en los 90’, en un contexto de crisis industrial y poco
crecimiento de la economía general, el sector más dinámico y
atractivo eran las telecomunicaciones. Hacia allí corrieron los
capitales de riesgo en busca de ganancias como en una suerte de
conquista del oeste pero del ciberespacio. Estaba todo por hacer y
se debía correr para alambrar una parcela: entre 1997 y 2000 las
acciones de las empresas tecnológicas crecieron cerca de 300 por
ciento.

El resultado fue una burbuja sobredimensionada para lo incierto del


negocio en ciernes. Cuando algunos se retiraron con la sospecha de
que no recuperarían su inversión contagiaron a otros actores
iniciando una corrida que quebró miles de empresas y desvaneció
miles de millones de dólares en menos de tres años.
Paradójicamente, como suele ocurrir en las crisis, los sobrevivientes
se quedaron con el campo libre y la experiencia de los fracasos
ajenos para hacer un negocio más acorde con lo real.

El otro gran legado que dejó la crisis fue una infraestructura ya


instalada y ociosa que permitía transmitir, almacenar y procesar
datos como nunca antes. Los Facebook, Google o Amazon
comprendieron que debían encontrar un modelo de negocios
sustentable.

Las primeras respuestas vinieron de la publicidad, la venta de


productos y otros modelos existentes, ahora recargados
digitalmente. Es que pronto encontraron una gran ventaja respecto
de sus competidores analógicos: como efecto colateral de su trabajo
acumulaban datos para mejorar sus servicios y expandir esa
recolección a territorios inimaginados.

Tras la crisis de 2008 se produce un proceso similar al de los ‘90: en


un contexto de escaso crecimiento y tasas de interés bajas, los
capitales acumulados, para encontrar “réditos más elevados han
tenido que dirigirse a hacia activos más riesgosos invirtiendo, por
ejemplo, en compañías tecnológicas no rentables y que todavía no
han sido puestas a prueba”, sintetiza el autor de Capitalismo de
plataformas. Esto explica que empresas que trabajan a pérdida
valgan miles de millones de dólares. “El boom de los noventa se
parece a gran parte de la fascinación actual por la economía del
compartir, la Internet de las cosas y demás negocios habilitados por
la tecnología”.

La novedad austera

Srnicek analiza un tipo novedoso de plataformas a las que llama


“austeras” porque tercerizan hasta el corazón de sus negocios, y que
se ubican como intermediarias entre negocios ya existentes y sus
clientes. El ejemplo paradigmático es Uber, que piensa lanzarse a la
bolsa este año con una tasación total de 120.000 millones de
dólares.
¿Cómo es posible ese valor de mercado para una empresa que casi
no tiene infraestructura propia ni da ganancias? Es que el capital
financiero ha vuelto a la política (riesgosa) de “crecimiento primero,
ganancias después”.

El resultado pueden ser guerras comerciales titánicas financiadas


por miles de millones de dólares, capaces de trabajar a pérdida
durante largo tiempo. Travis Kalanick, el anterior CEO de Uber,
contó en una entrevista en 2016 que perdían cerca de 1000 millones
de dólares por año para competir con otra empresa no rentable en
China. Las esquirlas de esa batalla entre colosos seguramente
desangra también a los pequeños y medianos jugadores con menos
recursos para resistir.

El objetivo es picar en punta y crecer lo más rápido posible. En el


caso de Uber, por ejemplo, como terceriza hasta la parte esencial de
su negocio (el transporte), puede escalar alquilando servidores a
terceros. Allí se acumulan datos que permiten avanzar hasta
alcanzar el ansiado control del mercado de transporte.

Srnicek encuentra una tendencia natural al monopolio en este tipo


de compañías, debido a que las personas van a las plataformas
donde están los amigos, donde haya más choferes, más
habitaciones libres, más cadetes. Además los datos acumulados
hacen muy difícil el surgimiento de eventuales competidores que
carecen de ellos.

Por otro lado las empresas tecnológicas más consolidadas guardan


buena parte de sus ganancias en el exterior. En casos como el de
Apple, Microsoft, Cisco y Oracle, en 2016 las reservas en el
extranjero superaban el 90 por ciento del total; en el de Google
llegaban a casi el 60 por ciento. Esta proporción es consecuencia de
estrategias de evasión que los lleva a localizarse en paraísos
fiscales. El dinero queda así disponible para comprar a cualquier
potencial competidor o desarrollar un producto que compita
directamente con éste. Aquellas empresas que ya tienen un modelo
de negocios rentable pueden proteger su negocio central y subsidiar
a aquellas ramas que aún necesitan tiempo para madurar y
demostrar su verdadero potencial.

Si bien estas plataformas representan una parte menor de la


economía se exhiben como modelo deseable y los que quieren
sobrevivir a la digitalización de la producción intentan imitarlos
aumentando aún más la demanda de servicios en la nube que
ofrecen los grandes jugadores.

¿Qué hay de nuevo, viejo?

En un contexto de aumento de la desocupación, la promesa de


generar nuevos trabajos hace que se reduzcan los controles del
Estado. Las empresas austeras para reducir costos llaman
“microemprendedores” a sus empleados y reduce al mínimo el costo
laboral. Ejemplos paradigmáticos en el mundo son, una vez más,
Uber o Airbnb, y en el ámbito local los recién llegados como Glovo o
Rappi. Aunque desde una posición de debilidad muchos de estos
trabajadores se organizan alrededor del mundo para reclamar
condiciones de contratación más justas mientras del otro lado se
pagan costosos abogados y lobistas.

De alguna manera, parte del boom tecnológico global se sustenta en


la vieja y conocida sobreexplotación del trabajo. Srnicek cita a The
Economist, una revista internacional insospechada de
“izquierdismos” que admitía ya en 2008: “Si el porcentaje de
ganancia bruta interna pagado en salarios subiera a los niveles
promedio de los noventa, el rendimiento de las compañías
estadounidenses caería un quinto”. Más que creadoras de
crecimientos, estas empresas parecen ser concentradoras de los
recursos existentes.

Lógicas parasitarias

Entre las plataformas más exitosas en términos económicos reales


(no potenciales), se destacan las “plataformas de publicidad”, como
las llama Srnicek: es de allí de dónde Facebook y Google obtienen
más del 90 por ciento de sus ganancias. Las plataformas
publicitarias en particular tienen dos grandes ventajas: los
contenidos que generan la atención que permite exhibir la publicidad
están “subsidiados” por la gentileza de sus (supuestos) usuarios; la
otra es que cuentan con los datos necesarios para exhibirla solo a
aquellos que sus algoritmos dicen que pueden estar interesados.

Paradójicamente, sostiene Srnicek, el mercado publicitario está


atado al gasto económico total: si a las empresas no les va bien, no
pueden invertir en publicidad, por lo que en el largo plazo este
mercado también se ve condicionado por la falta de crecimiento
global. Así es que estas plataformas invierten en abaratar aún más el
“costo” de la publicidad para competir, lo que, a su vez, impacta en
medios tradicionales sustentados por la publicidad.

Las redacciones se vacían, los canales pierden audiencia al igual


que las radios por cambios en las formas de consumo, pero también
porque estos medios no cuentan con el dinero necesario para
adaptarse (un efecto colateral es la reducción en la diversidad de
voces y el consiguiente impacto que esto tiene en la democracia).
Así el precio de la publicidad se devalúa constantemente. Srnicek se
pregunta retórico: “Hay que preguntarse si financiar una carrera
armamentística en el área de la publicidad es la mejor maneja de
invertir la riqueza de la sociedad”.

Lejos de la utopía anarco tecnológica, Internet se ha transformado


en una suerte de utopía neoliberal desregulada y con pocos grandes
ganadores que, paradójicamente, deben encontrar nuevos nichos
para ubicar el excedente generado. Como dice Snricek, “en lugar de
un boom financiero o inmobiliario, el capital excedente hoy en día
parece estar armando un boom tecnológico”.

La utopía tecnológica se parece cada vez más a la distopía de la


economía neoliberal que suele explotar sus burbujas con regularidad

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