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CARLOS ROBLES PIQUER LA MONARQUIA Y LAS ESPANAS* ‘como bastantes de mis compaiieros en la Escuela Diplomitica, no ol- vido aquella definicién que de cualquiera de los monarcas medie- vales nos daba uno de nuestros profesores: el Rey era “aquel jefe militar, valiente entre los valientes, al que sus conmilitones reconocfan como el mejor entre ellos alzdndolo sobre el pavés”. Por supuesto, no siem- pre los monarcas que cifieron sus sienes con la Corona espafiola, seres hu- manos al fin y al cabo, han sido personalidades de primera clase. Recordemos, por ejemplo, cmo sintetiza el doctor Gregorio Marafi6n su juicio sobre los Monarcas espafioles de la Casa de Austria, en su biografia del Conde-Duque de Olivares que fue el valido del pentiltimo de ellos. Dice asi: “De los cinco Austrias, Carlos V inspira entusiasmo; Felipe II, respeto: Felipe III, indiferencia; Felipe IV, simpatia, y Carlos II, listima”. Lo que sen- cillamente quiere decir que los méritos de la Instituci6n han sido a veces superiores a los de sus titulares. Como explica una buena “Enciclopedia de la cultura espafiola” con cuya edicién tuve ~aiios atrés~ algo que ver, debemos a los godos que invadie- Carlos Robles Piquer, ex ministro y embajador de Espafia. Del Patronato de la Fundacion. * Texto editado de las palabras pronunciadas por el autor en la Clausura de la Asamblea Anual de los Graduados espafioles por Georgetown en la sede del |CADE. Madrid, 9 de diciembre de 2010. <<» faes Apa / Junio 2011 189 CUADERNOS ee pensamiento politico ron nuestra Peninsula un legado fundamental, la institucién mondrquica. Es decir, ellos lograron que aquella Monarqufa guerrera, la de don Pelayo y sus sucesores, se estabilizara al transformarse en “una estirpe, una dinastia” (en valabras de la mencionada Enciclopedia), dinastfa que se consolidé cuando Recaredo se convirtié al catolicismo. Los Reyes de Castilla y Le6n con los de Aragén, los de la Casa de Austria y luego los Borbones, continuaron su obra hist6rica con los interregnos causados por las dos Reptblicas y por a guerra civil seguida del largo periodo franquista. Desde finales de 1975 ha vuelto Espaifa a ser una Monarquia consolidada por la Constitucién de 1978 que esté, felizmente, en su pleno vigor aunque a nuestra vida piiblica Je falten todavia “anclajes culturales, intelectuales y morales”, segtin acaba de afirmar el presidente Aznar al ser investido Doctor Honoris Causa en la Universidad Catélica San Antonio de Murcia y pronunciar allf un bien me- ditado “Discurso sobre la Nacién Espafiola’. Como es natural, la recuperaci6n de nuestra Monarqufa ha ocasionado numerosos comentarios que no cabe recoger aquf y ahora. Mencionaré so- Jamente uno, por su cardicter monogréfico: el libro La Monarguéa y el pais del profesor (porque como tal lo escribi6) Manuel Fraga Iribarne!, editado en abril de 1977, cuando daba sus segundos pasos la Espafia post-franquista con el primer Gobierno que presidié Adolfo Suarez y en el que Fraga no habia querido participar. Este Gltimo dato afiade valor, creo, a la bien ra- zonada profesin de fe en la Monarquia que el libro contiene. Por ejemplo, uno de sus pfirrafos comienza enumerando ciertas condiciones previas y necesarias que conciernen a la propia Corona asf como a las Fuerzas Ar- madas, a la Iglesia, a los grupos intelectuales y a la juventud; y lo hace con estas palabras: “Entonces serd posible lo que es necesario: un rey més amado que temido, con més autoridad que fuerza, no prisionero de nadie, apoyado en la ley, respaldado por el Bjército, con proyecci6n de futuro y presidiendo un juego politico de amplia base”, EI objetivo sefialado en la frase literal que acabo de citar se ha cum- plido, por fortuna para Espafia y los espajioles. Y es mérito de todos, pero + Manuel Fraga lnibarne (1977) 190 Asa/suwo 2023 <<» faes La Monarguia ¥ Las ESPARAS / CARLOS ROBLES PIQUER sobre todo del Rey. No es menos itil, a estos efectos, que se trate de una Monarqufa constitucional. En los afios en los que recuperibamos la nues- tra, lef una atinada descripcién de las nuevas Monarquias constitucionales en una gran obra a la que muchos de nosotros, seguramente, hemos recu- rrido a menudo. Se trata de un tomo, en este caso el décimo-cuarto, de la Macropaedia de la “Encyclopaedia Britanica’”, edicién de 1974, y, por tanto, anterior a nuestra Restauracién. Citando los ejemplos de Reino Unido, Holanda y Dinamarea, dice esta respetada fuente que, en dichos tres paises, “the monarch is the ceremonial head of state, an indispensable figure in all great official occasions and a symbol of national unity and of the author- ity of the state; but he is almost entirely lacking in power’. Tal como pu- dimos comprobar en una ocasi6n hist6rica que enseguida citaré, no parece que éste sea enteramente nuestro caso, gracias a Dios. Conocemos Ia proximidad en el significado de los conceptos de valor y de valfa, Por fortuna, ninguna coyuntura bélica o ninguna grave tragedia nacional nos han permitido enjuiciar ante ellas el valor y la valfa de nues- tro Rey, pero hemos visto de cerca el uno y la otra al tratar de esos mo- mentos dolorosos y dificiles que todo pueblo atraviesa; y ello se ha reflejado en sus mensajes navidefios, en sus pocas pero oportunas apariciones e in- tervenciones ptiblicas y en sus viajes fuera de Espafia donde siempre es nuestro mejor embajador. También, por fortuna, pudimos apreciar su ser- vicio a los dos altos conceptos citados a través de su certera conducta en una fecha que pudo ser dramitica pero que quiz4 se qued6 en tragicmica, el 23-F mas conocido de nuestra historia. Quienes, por cualquier motivo, vivimos de cerca aquella larga noche, recordamos muy bien la combina- ci6n de firmeza, habilidad, calma y fuerza persuasiva con la que Su Majes- tad don Juan Carlos I de Borb6n goberné la imprevista tormenta hasta un final feliz, devolviendo a los espaiioles la seguridad y la confianza que du- rante algunas horas, tensas y dificiles, no pocos habjan perdido. El dato adicional de que el Rey tuviera entonces a su lado, con Su Majestad la Reina y las Infantas, al Principe que algtin dia ~que Dios quiera lejano- de- bera sucederle en el trono, no es menos revelador de un sentido histérico de lo que la Corona significa para los espafioles en general pero, sobre todo, para los pertenecientes a la generacién de don Felipe de Borbon y Grecia. <<» faes Aoa/ uno 2011 194.

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