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Anatema. Palabra que denota todo aquello consagrado a la destrucción (cf. Lv. 27:28, 29; Jos. 6:17; 7:1).

Se relaciona con
la noción de «guerra sagrada» (cf. Lv. 27: 28-29; Dt. 7:26; etc.), e indica que algo es objeto de maldición, que queda
excluido de la comunión con Dios; implica la destrucción total de los enemigos de Dios y de sus bienes. El heb. hérem se
deriva de un verbo cuyo significado primario es «encerrar», y de ahí «consagrar» o «dedicar» y «exterminar». Cualquier
objeto consagrado a Dios carecía de redención; si se trataba de un objeto inanimado se daba a los sacerdotes (Nm.
18:14); si una criatura viviente, incluso un ser humano, había de ser matado (Lv. 27:28, 29); de aquí procede la idea de
«exterminación» asociada a «consagración» (cf. Nm. 21:2; Jos. 6:17; Jue. 11:31). La idea principal es que una cosa o
persona consagrada a Dios había de ser destruída como algo maldito. Así las ciudades cananeas fueron anatematizadas
(Nm. 21:2, 3). La ciudad de Jericó fue hecha anathema por el Señor (Jos. 6:17); donde todos, menos Rahab y familia,
fueron entregados a la muerte (v. 24). Posteriormente, el hérem fue entendido por los rabinos como excomunión o
exclusión de la asamblea santa de Israel, acompañado de juicios severos y maldiciones. Los apóstoles utilizan el término
anatema para referirse a la exclusión de la comunión de los santos, con la idea implicada de caer en la ira de Dios, o ser
entregado al castigo divino (1 Co. 16:22).

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