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Eran tres alpinos


de Julio Ordano

Es la medianoche. Una estación de tren suburbana. Hay tanto silencio y


soledad que ese pequeño trozo de construcción edilicia se recorta en la oscuridad
por efecto de algún farol, escaso y chirriante, como si fuera lo único que existe
sobre la tierra.
Un hombre, sentado en un banco, se hamaca sobre sí mismo esperando. El
otro recorre el andén, mirando a uno y otro lado. La luz tenebrosa va entrando y
produce el efecto de una lenta aproximación a primerísimo primer plano.
El viento se hace oír suavemente entre las casuarinas.

Bobo: ¿Cuánto falta para el de las 23.45?

Russo: (Consultando su viejo reloj de chaleco) Treinta y cinco minutos . (Pausa)

Ya te dije que no me hagas ir más a lo de ese gallego de mierda, ¿entendiste?

Bobo: Está bien... Está bien...

Russo: No. “Está bien... Está bien”... no. Porque al final siempre me hacés ir de

nuevo. Ya te dije que no quiero pisar más allá. Y cuando digo que no quiero pisar,

quiere decir que no quiero pisar.

Bobo: Está bien... Está bien...


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Russo: Está bien, esta bien... (Pausa) ¿Cuántas veces te lo voy a tener que decir?

Cuando te digo que no quiero pisar quiere decir que no quiero pisar...

Bobo: Ya me lo dijiste recién.

Russo: Ya me lo dijiste recién... Ya sé que te lo dije recién. (Pausa) ¿Cómo está

refrescando, eh?

Bobo: Ujumm... (Pausa. Señalando hacia el cielo) Eso que se ve por encima de la

copa de los árboles, ¿todavía es resplandor?

Russo: (Fijándose atentamente) No, no lo creo...(Con dudas) Da la impresión de

que fuera luminosidad, pero ya es casi medianoche...

Bobo: En el sur la noche es de día hasta más allá de las diez.

Russo: ¿Qué estás diciendo? (Va a sentarse al banco)

Bobo: ¿Eh?

Russo: Que ¿qué estás diciendo? ¿Qué es de noche y es de día hasta más allá de

las diez? ¿En qué quedamos?

Bobo: Que allá, en el sur...

Russo: (Tajante) Ya sé que en el sur. Pero en el sur, qué: ¿es de noche o es de día?

Bobo: Es de día.(Tratando de explicarse) El día se prolonga. A la hora que debería

ser de noche, el cielo está todavía iluminado.

Russo: ¿En el sur?

Bobo: Si, en el sur.

Russo: (Triunfante) ¿Y entonces por qué iba ser luminosidad aquello? No estamos

en el sur.
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Bobo: Cierto.

Russo: Y, aparte, en el verano. Estamos en invierno.

Bobo: (Tratando de cortar una discusión inútil) Cierto. ¿Cuánto falta?

Russo: (Consultando su reloj) Treinta y tres minutos. (Se levanta. Luego de una

pausa) Vos no sabés qué modos los del gallego ese. “Nada, viejo..! ¡Nada, viejo..!”

Pero, ¿será posible? ¿Quién se figurará que es? Y, aparte, a los gritos.... Y todo el

mundo se pone a mirar... (Pausa) ¿Yo le hablo a los gritos, acaso? Por eso que

cuando te digo que no quiero ir más, quiere decir que no quiero ir más. No me

vuelvas a pedir que vaya.

Bobo: (Le alcanza un vasito con mate) Tomá.

Russo: Gracias. (Pausa) Al fin y al cabo ¿qué le pedí? Un poco de agua caliente.

Eso fue todo. Te contesta como si le pidieras la caja registradora.

Bobo: ¿Por qué no te sentás?

Russo: ¿Qué?

Bobo: (Levantando ostensiblemente la voz) Que ¿ por qué no te sentás?

Russo: Quiero ver se viene el tren.

Bobo: ¿Falta mucho?

Russo: (Sacando una vez más su reloj) Treinta y dos minutos. (Escucha el sonido)

¿Vos le sentís el tic-tac? (Se lo acerca al oído de Bobo)

Bobo: (Escucha) Si.

Russo: (Escucha) ¡Ah, la pucha..! Creí que se me había parado.


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Bobo: No te hagas ilusiones... (Cuando Russo entiende la broma de doble sentido,

Bobo se ríe, Russo no) Hoy me pasé todo el día pensando en esa historia del lugar

donde mueren los mamíferos... ¿Será cierta?

Russo: ¿Qué lugar?

Bobo: Ese lugar que usan todos de cementerio, y que está lleno de sus colmillos...

Russo: ¿Mamíferos..? ¿De dónde sacaste esa manía de no llamar a las cosas por su

nombre? Sabés perfectamente que se llaman elefantes, ¿para qué les decís

mamíferos?

Bobo: Porque me gusta más mamíferos.

Russo: ¡Mamíferos... ¡Pero, qué maniático! (Pausa) Si sabés perfectamente que se

llaman elefantes, ¿para qué les decís mamíferos?

Bobo: Me pasé todo el día pensando. No me los podía sacar de la cabeza.

Russo: El otro día también se te dio por otra. ¿Cuál fue la que se te ocurrió el otro

día..?

Bobo: ¿Qué cosa?

Russo: La que se te ocurrió el otro día. Que también llamabas a una cosa con un

nombre diferente... ¿Cuál era? (Bobo hace un gesto de no recordar) ¡Pero, si..! Que

me acuerdo que estábamos en un banco del parque Lezama. (Pausa) No me puedo

acordar.

Bobo: ¡Escuchá..!

Russo: (Sacando precipitadamente su reloj) ¿Viene?

Bobo: No. (Pausa) Alguien canta.


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Russo: (Orienta sus oídos hacia un lado y hacia otro. De pronto, como si hubiera

recibido un golpe) ¡Ay..!

Bobo: ¿Qué te pasa?

Russo: (Tocándose el cuello) ¿No la vas a terminar nunca con tus chistes viejos?

¿Con qué me pegaste?

Bobo: ¿Escuchás..?

Russo: (Que ha encontrado algo en su cuello) ¿Me escupiste con arroz..?

Bobo: ¿De qué estás hablando?

Russo: ¡De esto estoy hablando, asqueroso! De este grano de arroz inmundo que

me escupiste en el cuello.

Bobo: Yo no he sido.

Russo: “Yo no he sido...” El señor “no ha sido”... Que lenguaje tan delicado...

(Señalándole el pecho) Pero vos también tenés un grano de arroz, ¿ves? (Cuando

Bobo mira, le golpea la nariz) ¡Chinche poroto!

Joven: (Va entrando de a poco. Al principio solo se oye su canto, luego aparece)

“Eran tres alpinos que venían de la guerra, eran tres alpinos que venían de la

guerra, orí airá rataplán, que venían de la guerra. El más chiquitito traía un ramo

de flores, el más chiquitito traía un ramo de flores, orí airá rataplán, traía un ramo

de flores...” (Pausa. Los mira) Hola.

Russo y Bobo: (Ambigua y elusivamente) Hola...

Joven: (Señalando el cielo) Eso que se ve allá, por encima de la copa de los

árboles, es efectivamente luminosidad. Pero no los restos de un sereno y dilatado


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atardecer, sino de las prosaicas y mercuriosas lámparas de neón: creo que se trata

de la populosa localidad de Moreno. (Pausa) Lamento comunicarle, por otra parte,

que nadie se puso a mirar lo que estaba sucediendo entre usted y “ese gallego de

mierda”. En realidad sería más justo decir que hubo solamente una persona que

deslizó una mirada superficial sobre lo que pasaba, y al ver que no era nada

interesante, volvió a desviarla. Eso fue todo. El resto son excusas, amplificaciones,

producto de... Pronto yo voy a tener la culpa de todo. (Acercándose a ellos y

extendiendo una mano herida) Yo soy Pedro.

Bobo: Bueno.

Joven: Es notable la ventaja que tienen los perros de olerse el culo. Nosotros, en

cambio, estamos irremediablemente condenados a decir pavadas. (Mostrando su

mano con dos dedos vendados desprolijamente) No tenían que tener miedo de

lastimarme, ya no me duele. Además, me las aguanto. Me lo hice contra la cara de

alguien que quiso pasarse de vivo. Yo respeto, quiero que se me respete.

(Cambiando abruptamente de tema y de clima) ¿Puedo fumar un cigarrillo? Digo,

si no hay inconveniente... (Russo y Bobo hacen un difuso gesto de aceptación) Me

lo tendrían que dar... No me quedó ninguno.

Russo: Nosotros no fumamos.

Joven: Ah.., eso complica las cosas.(Cambio al optimismo) Claro que cuando hay

buena voluntad.., siempre se encuentra solución. (Busca en el suelo algún resto

fumable y no lo encuentra)... O no se fuma. (Pausa) ¿Un poquito de té?

Russo: (Luego de mirar a Bobo, sin entender) ¿Qué?


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Joven: El agua caliente que le pidió al gallego, era para hacer té, ¿no?

Bobo: Mate cocido...

Joven: ¡Ah, bueno..! Es lo mismo. Con tal de tomar algo caliente... Está fresca la

noche.(Cambio) Si escuchan con atención, casi conteniendo el aliento... Si van

más allá de los grillos.., del ladrido de los perros.., y aún del murmullo del viento

restregando las hojas de los árboles, van a escuchar las voces y las risas de la gente

en el cobijo de sus casas. ¿Lo oyen? (Pausa) Hasta el ruido de los cubiertos al

golpear sobre los platos.., o los vasos, al apilárselos cuando se los lleva a lavar...

(Imitando una voz lejana) “Tonino... No te demores que se enfría la comida”...

“Vamos chicos... Rápido a la cama... Que no lo tenga que volver a repetir...”

(Pausa) No hay nada más lindo que tener un techo seguro a estas horas de la

noche. (A Bobo, que le alcanza el mate) Gracias. (Larga pausa, incómoda, durante

la cual el joven toma mate. Los tres miran el piso, el cielo o la distancia). Pero eso

se paga. No hay sorpresas, no hay variación; demasiado seguro y protegido todo.

Casi como haberse muerto. (Acercándoles un viejo bolso) Esto es para ustedes.

Russo: (Deteniendo a Bobo que está a punto de tomarlo) Gracias, no queremos

nada.

Joven: “Nada, viejo... Nada, viejo... “Casi las mismas palabras que decía el

“gallego de mierda” ese, cuando le pidió el agua caliente... ¿Saben por qué los

perros fruncen el morro, descubren sus dientes y gruñen? Porque tienen miedo.

Cuanto más miedo tienen, mas se erizan y ladran. No son bravos: están asustados
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Pero el perro gruñe, amenazador, y uno no sabe lo que pasa por la cabeza del

animal... (Actuándolo) Quieto, quieto, perro... Quieto. Entonces lentamente, muy

lentamente para que el bicho no se asuste más y ataque, uno busca algo en alguna

parte... (Mete su mano adentro del bolso y saca una gran llave inglesa) Algo con

qué defenderse. Y lo encuentra. (Vuelve a actuar) Tranquilo, perro... Shhh..

Tranquilo. Y lo encuentra. (Pausa) Ahora si. Ahora los dos están armados, listos y

aterrados... (Lentamente) Nadie sabe lo que pasa en la mente del otro, y han

preferido imaginarse cosas. La lucha puede y está a punto de empezar...Alguien va

a salir lastimado. (Guardando su llave en el bolso y recuperando su mate). Por eso

yo no uso armas. Nunca . En ninguna circunstancia. (Cambio) ¿Sabían que el

origen del saludo dándose la mano, también es una forma de lucha? Se daban la

mano así los combatientes, para estar seguros de que el otro no pudiera sacar su

arma... ¿Entienden? Le tenían la mano agarrada parque no pudiera atacar primero,

como garantía. (Pausa) Está muy rico su mate...

Bobo: Gracias.

Joven: ¿Viajan lejos?

Russo: Hasta la terminal...

Joven: Entonces toman el que viene del otro lado.

Russo: (Molesto) Hasta la terminal del que viene por esta vía.

Joven: (Insistente)¿Y hasta dónde va?

Russo: (Eludiendo) El que pasa por esta estación a la 23.45.


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Joven: No sé cual es. No conozco los recorridos. Preguntaba por preguntar. Para

entablar conversación...

Russo: ¿Y usted, hasta dónde viaja?

Joven: No viajo. Estaba aburrido y salí a dar una vuelta.

Bobo: ¿Con este frío..?

Joven: Con este frío, si. El aburrimiento no sabe de temperaturas, ni de informes

meteorológicos.

Bobo: Si, claro.

Joven: Fue una ocurrencia. No lo dije en serio.

Bobo: Si, ya me había dado cuenta.

Joven: (A Russo, que se levanta y se aleja) ¿Lo molesté?

Russo: ¿Cómo?

Joven: Digo, si lo molesté... con la broma que hice...

Russo: (Negando) Voy a ver si viene el tren.

Joven: (A Bobo) A veces digo cosas, y la gente se molesta.

Bobo: No. Va a ver si ve venir el tren. (Justificándolo) Es muy nervioso. No le

gusta estar demasiado tiempo sentado.

Russo: (Que escuchó) No soy nervioso. Me gusta estar atento. Faltan veinticinco

minutos todavía. (Pausa) No soy nervioso. Estoy atento y evito las sorpresas.

Joven: ¿No le gustan?

Russo: ¿El qué?

Joven: Digo, las sorpresas.


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Russo: No sé si me gustan, pero prefiero evitarlas.

Joven: Por eso no quiso aceptar el bolso...

Russo: (Tozudo) Prefiero evitarlas.

Joven: No es posible hacerlo. Es inútil. Las sorpresas llegan, tarde o temprano. Es

mejor buscarlas, disfrutarlas, divertirse con ellas.

Russo: Para todo hay dos caminos...

Joven: Cierto. Por lo menos. Por eso lo de las encrucijadas.

Russo: Algunos toman el de buscarlas, otros el de evitarlas.

Joven: Claro. Sólo que algunos están señalizados...

Russo: ¿El qué?

Joven: Digo. Los caminos. (Pausita) Algunos están señalizados. Iluminados,

asfaltados... ¿A dónde llevan? Al centro. ¿Usted quería ir al centro? Lo lamento, ya

está en esa ruta. Al centro. ¿Me comprende?

Bobo: No...

Russo: (Tratando de frenarlo) Dame un poco más de ,mate, ¿querés?

Joven: Por ejemplo,(saca un sorbete) ¿qué es esto?

Bobo: Un sorbete...

Russo: Una pajita de Coca Cola...

Joven: Ese es un camino... Señalizado. (Didáctico) Le mostraron para qué

sirve...Le explicaron y le enseñaron.: una pajita de Coca Cola. (Misterioso) Hay

otro camino. Hay que descubrirlo. (Pausita) No se lo enseñaron. No está

señalizado. Yo lo uso como cerbatana, para tirar arroz... (Lo hace)


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Russo: ¿Entonces fue usted el que...

Joven: Y así me salgo del camino. Voy por un atajo, descubro otros paisajes, y me

asombro. Me asombro de lo que veo, me asombro de que la gente no se dé cuenta.

(Sugerente) Y descubro porqué sólo ciertos caminos están señalizados.

Bobo: ¿Por qué?

Joven: (Haciéndose desear) Hay que descubrirlo de a poco... Caminando y

haciéndose pequeñas preguntas... Por ejemplo: ¿por qué están cuidadas e

iluminadas las calles que acercan al centro?

Bobo: Porque es la parte más poblada...

Joven: ¡Bien! ¡Buena respuesta! Bien pensada... Pero totalmente errónea. No hay

porqué sentirse molesto: (Canturrea) “Estercita , las luces te hicieron mal, hoy te

llaman Milonguita”... Hay muchos que dan pistas. (Pausa) ¿No dicen que las luces

del centro atraen? Uno busca alejarse de las tinieblas, y va siendo conducido hacia

la claridad, cada vez más claridad... ¿Y lo más claro de todo? El centro.

Russo: Hay gente a la que le gusta la oscuridad.

Joven: Los menos. Un pequeñísimo porcentaje. Los que quieren esconderse.

¿Ustedes quieren esconderse? (Casi policial) ¿De qué? (Larga pausa. Russo

molesto, y Bobo incómodo, no contestan. Por fin: )

Bobo: ¿Otro mate?

Joven: No. (Levantándose) Voy a estirar un poco las piernas. Las tengo

entumecidas.
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Russo: (Cuando se alejó el joven, desconfiado e irritado) No me gusta. Habla y

habla, sin que nadie le pregunte nada. ¿Qué querrá? (A Bobo, molesto) ¿Y qué

tenés que andar ofreciéndole mate, ni nada?¿Justo a esta hora te tenés que poner

tan obsequioso?

Bobo: Para que no te molestara...

Russo: Yo sé cuidarme solo.(Pausa) Si te mostrás tan atento, no nos lo vamos a

poder sacar de encima.

Bobo: No le ofrezco más.

Russo: Ni le llevés el apunte. Así se va a cansar de hablar solo y nos va a dejar en

paz.

Bobo: Hace frío.

Russo: Si, hace frío... (Casi cálido dentro de su humor cortante) No pensés en eso:

sacudí un poco los piés.

Bobo: ¿Así?

Russo: Si, así. O mejor sin levantar las puntas. Te vas a cansar menos.

Bobo: ¿Así?

Russo: Sin levantar las puntas.(Para ejemplo, él también lo hace) Golpeando los

talones solamente. ¿No te cansa menos?

Bobo: Cierto.

Russo: (Lo están haciendo en conjunto) Y aunque sea un ritmo más lento, igual te

activa la circulación.
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Bobo: Cierto. (Pausa) Parece que estuviéramos andando en bicicleta...(Luego de

una pausa, como recordando) Cuando era chico fui a un lugar que se llamaba

Juárez.

Russo: ¿Y?

Bobo: Que fue allí dónde aprendí a andar en bicicleta. Era la casa de una señora

amiga de mi abuela. En el campo. Y era una tarde fría, de otoño, en que se estaba

levantando una tormenta. Anduvimos, con las tres chicas de la casa, hasta que la

oscuridad y la lluvia nos impidieron seguir. La más joven de las hermanas se

llamaba Carmen. Era rubiecita y muy delgada. Tenía doce años. ¿Te acordás del

olor a kerosene que tenían las estufas de antes?

Russo: Si. Esas que se bombeaban...

Bobo: Esas. Es el olor que había en la casa cuando volvimos, todos empapados. Ni

siquiera recuerdo si nos retaron demasiado, pero después de comer, la chiquita,

Carmen, dijo que se sentía muy cansada y que se iba a acostar. (Asombrado) Raro,

porque después de la cena venía la parte más divertida, que era jugar a las cartas. A

la escoba de quince, o al culo sucio... A la mañana siguiente Carmen no se levantó.

(Breve pausa) Había muerto durante la noche.

Russo: ¿En serio?

Bobo: En serio.

Russo: Qué feo...

Bobo: Si.

Russo: Es divertido esto de inventar historias. Entretiene.


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Bobo: No lo estoy inventando...

Russo: ¿Ah, no? (Suspicaz) ¿Y como puede ser que a alguien le hayan pasado

todas las cosas que me venís contando desde que nos conocimos? Cada vez que

hablamos de algo, a vos te hace acordar a una historia de tu vida.

Bobo: Habré vivido mucho.

Russo: Ni aunque hubieras vivido las siete vidas de siete gatos, habría lugar para

todo lo que inventás.

Bobo: No invento nada.

Russo: Está bien, como quieras. Hacé de cuenta que me lo creí.

Bobo: A lo mejor adorno...

Russo: Eso suena un poco mejor: adornás, y adornás bastante. Casi como si

inventaras. (Ahora más conforme) ¿Se te pasó un poco el frío, por lo menos?

Bobo: Un poco.

Russo: Entonces es un buen remedio. Podés inventar todo lo que quieras. A ver,

dame las manos.

Bobo: (Mientras Russo le toma las manos y se las friega para hacérselas entrar en

calor) Inventar es crear de la nada. Mis historias tienen una base real.

Russo: Ya están mucho mejor. (Buscando acuerdo) ¿Las sentís mejor?

Bobo: (Sigue con su tema) Puede ser que, con el tiempo, se hayan desdibujado un

poco. Por eso te digo que adorno: las retoco para poder contarlas enteras.

Russo: Deberías haberte dedicado a la literatura: hubieras ganado plata, y al

menos comeríamos.
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Bobo: No cuento historias para ganar plata, sino para recordar que estoy vivo.

Russo: No hace falta que te tomes tanto trabajo. Te lo digo yo: estás vivo y con las

manos frías. Tomá, seguítelas fregando. (Abruptamente) ¿A dónde habrá ido?

Bobo: ¿Quién?

Russo: (Mira por los alrededores) Por el andén no se lo ve.

Bobo: (Por decir algo) No debe haber ido muy lejos...

Russo: ¿Por qué no?

Bobo: (Improvisando una respuesta) Porque ahí dejó su bolsa.

Russo: Nunca se sabe. A lo mejor está llena de papeles, o de trapos viejos... Viste

que nos la quiso regalar.

Bobo: Una llave inglesa, por lo menos, tenía...

Russo: (Desacreditando) ¿Funcionaría?

Bobo: No lo sé.

Russo: No lo creo. Si tuviese cosas de valor no iba a dejarlo todo ahí, tirado, y se

iba a ir a dar una vuelta. ¿Qué sabe quienes somos nosotros?

Bobo: Revisásela.

Russo: ¿El qué?

Bobo: La bolsa. Revisásela.

Russo: (Significativo) ¿Te das cuenta que no sabe quienes somos nosotros?

Bobo: (Justificándose) Por curiosidad. Dijo que era para nosotros.

Russo: Y le dijimos que no. (Dando por terminada la cuestión) Mejor ocupate de

tus manos.
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Bobo: Ya no están frías. (Pausa) ¿Falta mucho?

Russo: Veinticinco minutos.

Bobo: Falta...

Russo: (Sentándose junto a él y palmeándolo y abrazándolo afectuosamente)

¡Falta, viejo amigo! ¡Falta! Va a haber que esperar. (Cambio) Contame lo del

teléfono a manija...

Bobo: ¿Vos escuchás lo de los cubiertos contra los platos?

Russo: ¿Qué cubiertos?

Bobo: O ese sonido de los vasos que se apilan cuando se los lleva a lavar..

Russo: Ah...! A ver, callate. (Los dos escuchan atentamente). Oigo los grillos... Y

un poco de viento...(Sigue intentando) Y oigo como un zumbido...

Bobo: Si...

Russo: Mirá...(Por el cielo, donde quedó enganchada su mirada) Se está

nublando.

Bobo: Si... (Como eligiendo) Te cuento lo de los renacuajos.

Russo: Bueno. ¿Queda otro poco de mate?

Bobo: (Mientras le sirve) Estaban en una plaza., en medio de la ciudad, cerca de

una iglesia: Santa Elisa. Así creo que se llamaba. Íbamos los domingos a la tarde,

porque daban cine, y después te convidaban chocolate caliente. También había un

puente de hierro muy grande, que atravesaba varias vías de ferrocarril...Estaban en

la fuente de la plaza, de a cientos, de a miles quizás... Negritos, aterciopelados...

Terminaban en una colita y tenían dos ojos enormes y fosforescentes. Metíamos la


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mano en el agua helada, pegada a la pared que estaba viscosa de plantas y

humedad. Y así, con la mano dura y quieta para que se fueran acostumbrando,

permanecíamos algunos minutos con los ojos cerrados y casi sin respirar...(Pausa,

como si lo estuviera reviviendo) Y, de pronto, empezabas a sentir que se

acercaban, atravesaban tus dedos, cosquilleaban.... Toda esa enorme cantidad de

pequeñas vidas que buscaban el calor de tu cobijo... Después se dispersaban otra

vez, igual que como habían venido, invisibles bajo el verde manto de moho...

Russo: Qué lindo...

Bobo: Si...

Russo: ¿Cómo sabías que el manto de moho era verde?

Bobo: Porque me parece que era verde.

Russo: Es muy posible. Como se pone el cielo cuando está a punto de llover.

Bobo: (Desconcertado) ¿El cielo se pone verde?

Russo: Verdoso.

Bobo: No me había dado cuenta.

Russo: Porque no sos observador. Verdoso con algunos listones de color plateado

que se deshacen cuando empieza a caer el agua...

Bobo: (Asombrado) ¿Cuando viste eso?

Russo: Y no solamente eso, sino que, cuando empieza a caer el agua, el aire se

llena de un montón de lucesitas amarillas, rojas y azules, que al mezclarse forman

la palabra “MENTIROSO”...

Bobo: ¿Yo?
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Russo: Si, vos... inventor... ¡Moho verde..! ¡Ojos fosforescentes..! (Triunfante)

¿Ves como yo también sé inventar?

Bobo: (Resentido) Podrías dedicarte a la literatura entonces. Ganarías plata y por

lo menos comeríamos...

Russo: Si, si, si.., cambiemos de tema. (Breve pausa) ¿Sabés por qué me di

cuenta?

Bobo: No, no sé.

Russo: Porque dijiste que estaban “casi sin respirar y con los ojos cerrados”.

¿Cómo podías ver el color del moho?

Bobo: Perspicaz...

Russo: Bueno, es lo mismo, moho o perspicaz. ¿Cómo podías verlo?

Bobo: (Ahora es su turno de vengarse) Me atrapaste.

Russo: ¿Inventabas?

Bobo: Totalmente. Ni una sola palabra de lo que te conté era cierta.

Russo: ¿Y eso de que te hacían cosquillas entre los dedos?

Bobo: Lo más falso de todo. Ni una sola palabra.

Russo: (Desilusionado) Lástima. Era muy lindo.

(Aparece el joven, Pedro, sorpresivamente, con un cartón haciendo de bandeja,

una bolsa de nylon encima y un pañuelo o trapo colgado del brazo.)

El joven: ¡Señores, la mesa está servida! (Pirueta) ¡Mesas por acá, por acá, por

allá..! ¡Mesas y mesas tendidas con manteles blancos que llegan hasta el suelo y

cuelgan, cuelgan en elegantes y pesados pliegues..! Y lámparas, colgantes también.


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(Rimbombante) ¡Todo, absolutamente todo iluminado por gigantescas arañas de

bronce, y cristales multicolores..! Y gente. Gente almidonada. Con hermosos trajes

oscuros, o con vestidos blancos, o verdes, o rosas... Y ventanas, ventanales de una

amplitud y transparencia desmesuradas... En un altísimo piso, muy cercano a las

nubes, desde el cual puede verse toda la magnificencia de la portentosa ciudad.

(Una pequeña pausa en la que, después de la farragosa y veloz pirueta, parece

reparar en sus dos amigos). ¡Señores, sepan disculparme por tan imperfecta

atención! (Sacude con su pañuelo los alrededores de los dos hombres y coloca

firmemente la bandeja frente a ellos): ¡La mesa está servida..!

(Luego de una especie de lucha que se expresa en el silencio del asombro, el

desconcierto y la quietud, Russo abre la bolsa y saca una empanada. Luego le hace

un gesto a Bobo para que se sirva).

Russo: Gracias.

Bobo: Bueno, gracias.

Joven: Ya se las acabo de hacer. Hace un instante. (Transición) Y traje ,además,

esto para que podamos tomar. (Saca una botella de cerveza) Y esto, para que

podamos fumar. (Abre un paquete de cigarrillos y enciende uno.)

Russo: (Al ver que el muchacho, después de la primera pitada se queda como

encogido) ¿Pasa algo?

Joven: (Irguiéndose veloz) No, nada. Nada que les pueda interesar a ustedes. Sólo

una garza veloz en vuelo hacia otro continente. (Los mira fijamente) Son todos

obsequios de su amigo, el gallego. El “gallego de mierda” ese.


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Bobo: Ya le dije que no lo voy a mandar más.

Russo: No, no me lo dijiste. En ningún momento me dijiste que no me ibas a

mandar más. No digas que lo dijiste, cuando en ningún momento lo dijiste. ¿Me lo

dijiste? (Bobo no contesta) No contestás, eh? Sabés perfectamente que no me lo

dijiste. Por eso no contestás. (Un instante) Contestame: ¿Me lo dijiste..? (Otro

instante) ¿Me lo dijiste?

Bobo: No.

Russo: Ah..! Ya me parecía... Tomá. (Le pasa la cerveza). Siempre te gusta decir

que dijiste cosas que no dijiste. ¿Por qué tendrás esa manía?

Bobo: Porque soy un mentiroso.

Russo: ¡ Ah, si, ya sé! Ahora te hacés el ofendido...

Joven: Centro, concentrado, centralizar, poder central, justo centro, Correo

Central, casa central, microcentro, banco central, sucursal centro... Nos llevan de

la nariz, y ni siquiera hay que pensar. Mucho menos inventar, ni revisar. Miedo, si.

Miedo y reglas. ¿Y qué es lo peor? Ser tomado por un descentrado. Un loco. Nos

conforman para agentes de la represión.

Russo: Siempre tiene esa manía.

Joven: Le dije al gallego: hay dos hombres en el andén, esperando. Esperando.

Hace frío y el tren tarda. Necesitamos comida, cerveza y cigarrillos, para poder

seguir. Me miraba como si estuviera delirando. ¿Qué hacemos? (Imitando) “No es

problema mío”, me dice. ¿De quien es el problema?, le pregunto. “No sé, pero mío

no es”. Entonces se lo arrebaté.


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Russo: ¿Quiere un trago?

Joven: (Toma) Lo entregó con todo gusto. Ahora el problema, también es de él.

De él, y de toda la larga cadena de pequeños eslabones bien educados que se

pierden en el todo circular. Hasta volver a empezar. Todo por el mismo caminito,

bien asfaltado y bien iluminado, que conduce a donde quieren que vayamos.

(Prolijamente enumerativo) Este por aceptar, éste por concordar, éste “porque no

queda otro remedio”, éste por las presiones, éste por las coyunturas... Todos al

centro. Todos obedientes. Ninguno a la periferia, ninguno a la oscuridad.

(Dirigiéndose a Bobo), ¿O no es así?

Bobo: (Tomado en frío) Tal cual.

Joven: Este hombre si que sabe entender. Y yo digo: me las aguanto. Yo me las

aguanto. Pero a disgusto. No tengo por qué, y no voy a aceptar. (A Bobo) ¿O no?

Bobo: Tal cual.

Russo: ¿Otro trago?

Joven: Otro trago. Para brindar. (Levanta el vaso) Como si estuviéramos en una

hermosa fiesta de gala (Una lejana música de vals va creciendo), rodeados por

dulces mujeres perfumadas, cuyos ojos oscuros y afiebrados, nos persiguen, y con

el corazón conmovido por nuestro propio bienestar y falta de necesidades,

brindáramos: “¡por nosotros!”. (Mientras beben, la música se va disipando).

Bobo: ¿Cuánto falta?

Russo: (Casi sin prestarle atención) Falta.


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Joven: (Como recogido en sí mismo) Si, todavía falta... (Cobrando nuevas

energías) Así que a la terminal...Del que viene por este lado...

Russo: Así parece...

Joven: ¿Van para sus casas, o van para el trabajo?

Bobo: Para el trabajo.

Joven: ¿De qué trabajan?

Russo: Recolección de residuos. Cartoneros.

Joven: Muy de moda.

Bobo: Somos muchos en el gremio.

Joven: ¿Y en qué zona trabajan?

Russo: Para el lado de Moreno.

Joven: ¿Y hay trabajo allí? Digo, porque se supone que hay más basura en la

ciudad...

Russo: Por supuesto, pero hay mucha competencia.

Joven: Eso es cierto.

Russo: ¿Y usted?

Joven: ¿Yo qué?

Russo: ¿De qué trabaja? ¿De policía..? (Harto) ¡Viejo, preguntas y más

preguntas..! ¿Nosotros le preguntamos algo a usted? Estaba aburrido, salió de

paseo, suficiente. Ni una palabra más. Eso si, pasear no paseó. Está aquí, con

nosotros, preguntando. Preguntando. ¿Por qué no se pregunta si no querremos

estar solos, por ejemplo?


23

Bobo: Russo...

Russo: (Levantándose y paseando de un lado para otro) ¡Es que me cansa, viejo..!

Me gustaría poder concentrarme en esa palabra rara que dijiste el otro día en el

parque Lezama. Pero no. Aquí estamos. Haciendo sociales. ¿Con qué necesidad?

(Arrinconándolo a Bobo) ¿Vos querés conversar con él? Te pregunto: ¿vos querés

conversar con él?

Bobo: No necesariamente.

Russo: Bueno, entonces no te metas. (Un instante) ¡Sos siempre tan apático..!

Entendela: a mí me pica y me rasco. Si vos tenés otra idea, arreglate. Contale, en

todo caso, alguna de tus historias. Yo soy así: yo paso. (Se aleja un poco)

Joven: (A Bobo) No se le puede quitar razón.

Bobo: (Justificándolo) Le dije que era nervioso.

Russo: (De lejos) No soy nervioso.

Joven: (A Bobo) ¿Russo, se llama?

Bobo: Si, Russo.

Joven: Oiga, Russo. Venga, siéntese tranquilo. Yo ya me voy. (Breve pausa) En

serio, no quise molestarlos. Lo que pasa es que, a veces... Bueno, no importa. Se

acabaron las preguntas. En serio. Voy a seguir mi paseo. (Tratando de atraer la

atención de Russo que no contesta) Chau, Russo. (A Bobo). Chau. (Se marcha)

Russo: (Luego de unos instantes en que espía la ida y alejamiento del joven) Ya lo

sé. Soy un bruto, un animal, un desconsiderado. Me voy a morir solo, como un

perro, y no va a haber un alma que me llore... Pero ya soy muy grande, y a esta
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altura de mi vida es muy difícil que pueda cambiar... (Pausa) Ahora viene el largo

calvario de silencios, de miradas desviadas, y de cabeceos significativos... Estoy

preparado para resistirlos... (Pausa) ¿Por qué siempre que hay que optar, aunque se

trate de un perfecto desconocido y, supuestamente al menos, te tenga que importar

un comino, optás en contra mío..? (Pausa) ¿No pensás hablar? Te pregunto, ¿no

pensás hablar? Soy un ridículo. No sé para qué me gasto en preguntarte, si sé

perfectamente que no. ¡Pero es que no puedo resignarme! No importa. Supongo

que voy a sobrevivir. (Mira hacia un lado y hacia otro de las vías). Nada por aquí.

Nada por allá. Todo oscuro como boca de lobo. En el cielo: ya está todo cubierto.

No queda ni una estrella. Señores, ese ha sido el informe meteorológico. Muchas

gracias. Buenas noches. (Pausita) Y ahora, un momento de meditación: somos

iguales, exactamente iguales para toda la vida. Puede parecer que cambiamos, pero

no es así. Permanecemos esencialmente idénticos siempre, por siempre y para

siempre. Cambia el envoltorio, que se aja, se deteriora y se rompe, pero no el

contenido. “Si dudas, hermano, no tienes más que acercarte a un semejante y

mirarle los ojos, adentro, muy adentro: desde allí, muy sonriente y divertido, te

saludará un pequeño niñito”. (Canta un viejo charleston) ) “Ay, papá, que te pasa

con mamá, que se pasan todo el día charles viene, y charles va. Ay papá, que te

pasa con mamá, que se pasan todo el día charles viene y charles....

Bobo: ¿Le diste las gracias por las empanadas..?

Russo: (Mirándolo extrañado, como si no lo pudiera creer) ¿A mí? ¿Me hablaste a

mí?
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Bobo: ¿Le diste las gracias?

Russo: Creo que si...

Bobo: Quería que lo supieses: así como fuiste de efusivo para ser agresivo y

echarlo, me hubiese gustado que lo fueses para ser afectuoso y reconocido. Eso es

todo.

Russo: ¡Esperá, esperá, esperá! No te vuelvas a meter tan pronto en esa enorme y

pétrea caparazón de tortuga que te alberga y de la que me va a costar tanto trabajo

sacarte. Por el amor de Dios, dame tiempo. Dame tiempo para poder pensar, para

poder reubicarme, hasta arrepentirme si es necesario... No me dejes solo.

Bobo: No seas tan patético, que no estamos en la ópera.

Russo: No soy patético.

Bobo: Si, lo sos. Y si en lugar de un ataque de patetismo, simplemente escucharas

lo que dije, a lo mejor te serviría de algo.

Russo: (Empezando a entender) ¿Estuve muy mal?

Bobo: Brusco, violento y fuera de lugar.

Russo: No fue mi intención.

Bobo: A veces pasa.

Russo: ¿Y ahora que hago?

Bobo: Nada. ¿Qué vas a hacer? Se fue, ¿no?

Russo: Soy una bestia. Y encima me tomé hasta la última gota de cerveza. ¿Vos

tomaste?

Bobo: Un poco. No me gusta demasiado.


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Russo: A lo mejor tuve miedo, como los perros...

Bobo: Es posible.

Russo: ¡Pobre! A lo mejor no tenía mala intención. (Pausa). Si querías hacerme

sentir mal, lo conseguiste.

Bobo: Así la próxima vez pensás mejor lo que hacés.

Russo: La próxima vez si, pero es ésta la que no tiene remedio. (Pausa) ¿No se

habrá ido a lo del gallego?

Bobo: Ya pasó. No le sigas dando vueltas.

Russo: ¡Escuchá!

Bobo: (Alerta) ¿Qué pasa?

Russo: Alguien canta.

Bobo: No Russo. Te habrá parecido.

Russo: ¿Te acordabas de esa canción? “Eran tres alpinos que venían de la

guerra...” (Al verlo entornar los ojos) ¿Tenés sueño?

Bobo: No.

Russo: No te vayas a dormir.

Bobo: Estaba pensando.

Russo: ¿En qué?

Bobo: Lo de los mamíferos. No me lo puedo sacar de la cabeza.

Russo: (Canturrea) “Eran tres alpinos que venían de la guerra...”

Bobo: Darse cuenta a tiempo y elegir el lugar donde van a morir... Qué cosa tan

rara.
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Russo: “Que venían de la guerra orí, airá rataplan...”

Bobo: Nosotros no funcionamos así.

Russo: Debe ser una guerra alemana.

Bobo: ¿Cuál?

Russo: La de la canción. Por lo de los tres alpinos, digo.

Bobo: Es muy posible.

Russo: ¿Seguro que no escuchás cantar?

Bobo: Casi seguro... Me pasé todo el día pensando en lo de los elefantes...

Russo: (Tratando de dejar de pensar) Contame, contame...

Bobo: No me los pude sacar de la cabeza. ¿Por qué habrá sido?

Russo: No sé...

Bobo: Aparecían de todas clases y tamaños. Viejos, jóvenes, grises, azules...

Russo: ¿Azules?

Bobo: Si, azules. (Explicándose) Los pensaba. Era como un sueño...

Russo: Seguí, seguí.

Bobo: Era como un sueño. Caminaban por la tierra, por el barro, por el desierto...

Había uno que tenía una montura con un toldito, como las que se usan en Asia...

Russo: Me parece que en el desierto no hay elefantes. Hay camellos...

Bobo: Y se sumaban. Se sumaban. Algunos salían de atrás de los árboles, de a uno,

o familias enteras. O aparecían en lo alto de una colina: observaban un momento la

columna, husmeaban el aire un instante, levantando la enorme trompa, y se

sumaban. (Pausa) Pero no tenían caras expresivas, ojos de alegría o de tristeza... Se


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sumaban. De un modo indiferente. (Pausa) Y después se detenían en un claro del

bosque, que estaba lleno de huesos y de colmillos. ¿Será cierto que existen lugares

como ese?

Russo: Yo creo que en el desierto no hay elefantes. Hay camellos.

Bobo: Todo el santo día.

Russo: (Conciliador) Pero es muy posible que haya también elefantes, y bosques...

E incluso claros en el bosque... Porque al fin y al cabo, es como un sueño...

Bobo: Todo el santo día.

Russo: ¡No puede haberse ido!

Bobo: ¿Cómo?

Russo: (Feliz por el descubrimiento) ¡Que no puede haberse ido! Ahí está todavía

la bolsa.

Bobo: Pero antes...

Russo: (Atajándolo) ¡Ya sé, no me lo digas! ¡Ya sé lo que dije antes! (Se levanta y

camina por el borde del andén) Hablar, hablar, hablar... Toda la gente habla. Antes

porque tenían miedo, para aturdirse. Ahora porque creen saber. ¡Por supuesto que

sé lo que dije antes! Dije cualquier cosa, porque especulaba. ¿Qué sé yo si dejó la

bolsa porque pensaba volver, porque la había olvidado, o porque no valía nada?

Uno siempre dice cualquier cosa porque dice lo que desea. ¡Quiere construir un

mundo con las palabras! ¿No quiero que vuelva? En esa bolsa debe haber basura y

trapos viejos... ¿Quiero que vuelva? En esa bolsa debe estar encerrada su alma...
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Palabras... Así de confiables son las palabras... Elefantes azules, elefantes en el

desierto, incluso bosques, y claros en los bosques... Y yo te digo que si, que es

posible, porque al fin y al cabo es como un sueño. No lo hago por mal; y sin

embargo te miento. Porque en el fondo no importa lo que yo crea, ni siquiera lo

que sea cierto. Lo que verdaderamente importa... (Repara en que Bobo está

demasiado abstraído) ¿Te dormiste? (Se sienta a su lado para confirmarlo) ¿Estás

dormido..? (Pausa) Mejor. ¿Para qué escuchar? Hay que decir algo más que

palabras. Escuchar algo más que palabras...(Arrebujándose y mirando el

firmamento) Además hace frío... Y el cielo está cubierto del todo. ¿Estás bien así?

(Pausa) Ojalá no se le dé por llover. Elefantes azules... ¡Me encantan tus historias!

Tus mentiras, tu silencio... Y las extrañas palabras que a veces sacás a pasear por el

mundo. Y el croar de las ranas... Y el silencio de tu inmovilidad. (Empieza a silbar

o a tararear algo)

Bobo: Parece una declaración de amor. (Como si continuase dormido)

Russo: Es una declaración de amor. Que no estoy dispuesto a hacer cuando tengas

los ojos abiertos, ni cuando me discutas, ni cuando estés armado para la lucha, ni

cuando tengas tus propias ideas. Y defiendas tu propia opinión. Sino cuando

riéndote de vos y de mí, todo te dé exactamente igual, y estés dispuesto a

recibirme.

Bobo: Eso ya parece una propuesta sexual.

Russo: No es una propuesta sexual. Pero cada uno puede tener su opinión.

Bobo: Esa palabra no te gusta.


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Russo: Cierto: no me gusta.

Bobo: (Imitándolo) “Porque todos creen tener derecho a emitir su opinión, pero

nadie se siente obligado a mejorar su opinión. Porque no todas las opiniones valen

lo mismo, sino exactamente el valor de quien las emite...” ¿Te cité bien?

Russo: Perfectamente. (Junto con Bobo que lo imita como repitiendo algo que ha

oído miles de veces) Algo has aprendido. (Se levanta, va hacia el borde del anden.)

Bobo: ¿Cuanto falta?

Russo: ¡Soledoso!

Bobo: ¿Qué..?

Russo: ¡La palabra del Parque Lezama! Decías “soledoso” en lugar de decir

solitario...

Bobo: Se puede decir soledoso...

Russo: ¿Soledoso..?

Bobo: Soledoso o solitario. Cualquiera de los dos modos está bien.

Russo: ¿Soledoso..? ¿El Llanero Soledoso..?

Bobo: Tenés razón, es un poco rebuscado.

Russo: (Ganador) Ah... (Pausa) Rebuscado, pero no un poco. Muy rebuscado. Y

eso en el caso de que exista...

Bobo: Existe.

Russo: ¡Alcanzame las cartas que voy a hacer un soledoso!

Bobo: (Un tanto exaltado) ¡Existe! Nadie te prohibe que sigas diciendo solitario,

¡pero existe! Podés burlarte todo lo que quieras, pero existe... Como la enorme
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cantidad de cosas con las que no te cruzarás en tu vida, pero eso no les quita su

existencia.

Russo: No te lo tomes de ese modo. Era una broma. No te quise molestar.

Bobo: No me molestaste.

Russo: ¿ De veras?

Bobo: De veras. ¿Cuánto falta?

Russo: Diez y nueve minutos. ¿Tenés frío?

Bobo: Un poco.

Russo: No te quise molestar.

Bobo: Ya lo sé.

Russo: Tomá mi abrigo. (Le da un trozo de frazada raída y deshilachada, con la

que cubría sus hombros como un poncho)

Bobo: No, tenela vos.

Russo: (Caminando y golpeando los piés contra el suelo) Yo no tengo frío. Tengo

calor.

Bobo: Tomá tu frazada...

Russo: Soy un elefante azul que vengo de Asia: tengo calor.

Bobo: Si no usás tu frazada...

Russo: Y me encanta ser un elefante azul, porque es como decir “una mosca

blanca”; algo especial, algo único. Y aunque la noche se haya cerrado, y el viento

ulule por todos los rincones arrasando los plateados envoltorios de las golosinas, y

levantando una niebla londinense con el fino polvillo del cemento de los andenes,
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voy a seguir teniendo calor y siendo un elefante asiático. Primero: porque estoy

encaprichado, y segundo: porque me encanta usar la trompa como una manguera y

darme un buen baño. ¡Uuhh..! ¡Uuuhh..!

Bobo: ...que falta te hace...

Russo: (Interrumpiendo su accionar) ¿Qué..?

Bobo: (Cambiando el rumbo de sus palabras) ¡Qué falta te hace actualizar algunas

cosas..! ¿Cuánto tiempo hace que los envoltorios de caramelos han dejado de ser

de papel metálico? Ahora sólo se ven rodar pedazos de plástico... o bolsas enteras.

(Russo lo mira escrutándolo) ¿No..? A lo sumo cartones...

Russo: (Pausa. Evaluando, a ver si entendió mal) Plástico.., cartones, bolsas

enteras... Estás hablando de mis recuerdos. Son mis recuerdos, son mis

pensamientos... No tengo porqué “actualizarlos”. Suficiente con que se “actualice”

el mundo en que vivimos y nos despoje.

Bobo: Perdoname. No quise molestarte.

Russo: ¿Por qué molestarme?

Bobo: No sé, me pareció...

Russo: ¿Por qué molestarme..? No, no me molestaste. Ni lo sueñes. No me

molestaste. (Pausita) Pero prefiero que me devuelvas la frazada. (Bobo se la da)

Quiero, se me antoja aferrarme con uñas y dientes a cada recuerdo que me

pertenezca, a cada pensamiento, a cada idea que tenga, a cada cosa que esté dentro

mío desde los tiempos más inmemoriales... Porque si llegara a perderlas, a


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renunciar a ellas, a dejar que me las quiten, estaría cometiendo suicidio.

(Subrayándolo) No asesinato, sino suicidio.

Bobo: Está bien, Russo, ya entendí...

Russo: Porque cada una de ellas soy yo, son pedacitos míos que se fueron

pegando, uno al lado del otro, hasta construirme. Y si no puedo impedir que nos

roben, que nos saqueen, que nos despojen de las cosas reales que nos rodean... al

menos voy a impedir que me vacíen, que me succionen, que me desintegren por

dentro.

Bobo: (Resignado) Ya entendí.

Russo: ¿Qué quedaría si dejara que me arrancaran esas cosas que fueron

sedimentando en alguna parte mía, y poblándome el cerebro? Me desinflaría. Me

desinflaría y también yo sería otra bolsa de plástico arrastrada por el viento.

Bobo: Ya lo entendí, Russo. No tenés porqué insistir. No tuve la intención de

contrariarte. Solo de cambiar ideas...

Russo: ¿Cambiar ideas?

Bobo: Si, cambiar ideas.

Russo: ¿Cambiar ideas?

Bobo: ¿Qué dije ahora? ¿Qué fue lo que dije? Supongo que no estoy a tiempo de

detener la siguiente catarata...

Russo: Me ha costado demasiado esfuerzo, demasiado dolor, demasiado tiempo,

ser dueño de unas escasas, de unas ínfimas ideas para caer en la frivolidad de

aceptar cambiarlas, como si fueran figuritas...


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Bobo: No las cambiemos entonces.

Russo: ¡Por supuesto que no! ¡Quiero conservarlas..! Puedo aceptar revisarlas,

cultivarlas, hasta modificarlas, aún desecharlas. Y si tuvieran algún valor las legaré

a la posteridad. ¿Por qué habría de cambiarlas por las tuyas? ¿O por las de

cualquier otro? ¿Quién me garantiza que esas tengan algún valor? ¿Son

verdaderamente tuyas? ¿O son prestadas, impuestas, copiadas, o quizás compradas

en el hipermercado de la trivialidad? (Pequeña pausa) ¡Cambiar ideas! Justo en

este momento en que abundan tanto... Sobre todo las originales. ¡No! ¡No quiero

cambiar ideas! ¡No acepto cambiarlas tan fácilmente, como si fueran mercadería

de segunda mano! Buenas o malas son mías, y las aprecio por ello. Y si quisiera

otras mejores... porque ya las mías no me sirven, porque no me iluminan, porque

ya me estoy enredando en ellas, o aburriendo... puedo robarlas.

Bobo: Para eso haría falta que escucharas.

Russo: Puedo robarlas.

Bobo: Y no suele ser tu costumbre.

Russo: Robarlas.

Bobo: Salvo para escucharte a vos mismo.

Russo: Ro-barlas.

Bobo: Que estarás lleno de ideas, pero que no entendés nada.

Russo: Ro-bar-las.

Bobo: Robarlas.

Russo: Exacto, robarlas.


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Bobo: ¿Ya está?

Russo: (Asintiendo, se sienta a su lado) Robarlas.

Bobo: Ya está. (Pausa) Tomá, tené la frazada.

Bobo: Tenela vos. Hace frío. Necesitás abrigo.( El diálogo toma una extraña

cadencia)

Russo: Necesitás abrigo, hace frío. Estás temblando.

Bobo: Estás temblando. Compartámosla. Hace mucho frío.

Russo: Hace mucho frío. Compartámosla.

Bobo: Así está bien.

Russo: Si, se está bien así. Mirá el cielo.

Bobo: Cubierto. Ya ni siquiera se ve el resplandor por encima de los árboles.

Russo: Ya no. Ya no hay resplandor.

Bobo: Ni se oyen los platos, ni los vasos, ni las voces lejanas.

Russo: Ya no. Ni platos, ni vasos, ni voces lejanas. Ni siquiera los grillos, ni ranas,

ni ladridos de perros.

Bobo: Ya no. Ha llegado la noche.

Russo: Ha llegado la noche. La media noche.(La extraña cadencia termina)

Bobo: ¡Pero se oye un piano..!(Y efectivamente, muy de fondo, se lo empieza a

oir)

Russo: Ujummm...

Bobo: Un piano a lo lejos...

Russo: Ujumm...
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Bobo: Jura Margulis... De las “Fantasías” de Schuman, opus 12... “Des abends”...

Russo: Estás inventando...

Bobo: Estoy inventando...

Russo: Estás inventando.., pero yo te creo.

Bobo: Ujumm...

Russo: Y te escucho. Necesito tus historias...

Bobo: Son como el papel plateado de las golosinas...

Russo: Como el papel plateado...

Bobo: Para mí también.

Russo: ¡Jura Margulis..!

Bobo: Lo conocí.

Russo: (Se suma a la construcción o rememoración de la historia) Lo conocimos...

Bobo: Hace treinta años...

Russo: ¿Treinta años, ya..?

Bobo: Era uno de los pianistas más famosos del mundo, y estaba haciendo la que

sería su última gira americana.

Russo: (Calculando) Estaríamos en el sesenta y pico...

Bobo: Septiembre del sesenta y pico. Pero tuvo un accidente menor durante una

caminata, una mañana de sol, por los nevados caminos del sur... donde están las

montañas... (Pausita) Una pierna.

Russo: Una pierna. Le quedó fracturada.


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Bobo: Le quedó fracturada. Le hicieron las primeras curaciones. Pero como era

una personalidad muy importante, prefirieron traerlo a una ciudad. Ahí lo conocí.

Russo: Lo conocimos.

Bobo: No era nada grave. A pesar de sus ochenta y tantos años, no había que

preocuparse por nada. Lo enyesaron... pasaron cuarenta y cinco días... Y se lo

quitaron.. Pero, ¿qué había pasado?

Russo: Mucho tiempo acostado...

Bobo: Mucho tiempo de espaldas, acostado. Una infección en los riñones...,

problemas en las vías urinarias... Bajó veinte kilos en unos pocos días. Desvariaba.

La última vez que lo vi lo cuidaba un enfermero. Casi no hablaba. Estaba sentado

en un sillón, a contraluz de una ventana, y había envejecido muchísimo. Era muy

coqueto. No me dejó acercar. Le hizo una débil seña al enfermero, y murmuró algo

a su oído. No me di cuenta de lo que pasaba hasta ver que el enfermero le

alcanzaba algo y Jura hacía un furtivo y disimulado movimiento. ¡No quería que lo

viera sin sus dientes postizos!

Russo: Pobre...

Bobo: Estuve hablando un buen rato con él, que no contestaba una sola palabra.

Sólo miraba el vacío. Y cuando decidí irme, para animarlo, le dije: “Vamos, Jura,

se lo ve muy bien. Fuerza, va a ver como mejora...” Y fue entonces que me miró a

los ojos por primer vez, y me dijo lenta, pero definitivamente: “Si quiero...(Pausa)

Y no quiero.”

Russo: “...y no quiero”... Murió dos días después.


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Bobo: No quiso... Dos días después.

Russo: Había decidido que debía morir.

Bobo: Dos días después. Lo había sentido. Como en el claro del bosque...

Russo: Las manadas de elefantes... (Pausa)

Bobo: Mirá...

Russo: Garúa.

Bobo: Está lloviendo. (Pausita) Seguí mirando el cielo.

Russo: Si. ¿Qué pasa?

Bobo: Que lo sigas mirando.

Russo: Lo miro...

Bobo: Y mostrate interesado... Y conversemos sobre ello. Sobre lo mal que está el

tiempo. (En un susurro) El muchacho nos está mirando...(A partir de ahora los

personajes miran hacia las tinieblas, en un lugar a fijar, pero al Joven no se lo ve

en ningún momento, hasta que ingrese en escena)

Russo: (Trata de ver) ¿A dónde?

Bobo: Seguí mirando el cielo. ¿Cuánto falta? Sacá tu reloj...

Russo: (Lo hace) Todavía falta. ¿A dónde?

Bobo: Guardá tu reloj. Enfrente. En la parte baja del andén. Prácticamente en las

vías.

Russo: No veo nada. Está todo oscuro.

Bobo: Tranquilo. Para el lado del farol. Dónde se proyecta la sombra del tanque de

agua.
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Russo: ¿Para la izquierda..?

Bobo: Para la izquierda. A unos quince metros.

Russo: (Lo intenta pero se impacienta) No veo. No veo. No veo nada.

Bobo: (Mira disimuladamente) Mirá de nuevo al cielo.

Russo: ¿Para qué?

Bobo: Hacé lo que te digo. Mirá de nuevo al cielo.

Russo: Ya está.

Bobo: ¿Ves la torre de cemento que tiene el tanque de agua en lo alto?

Russo: Si

Bobo: Seguí hacia la izquierda, hasta el primer ciprés.

Russo: Ya está.

Bobo: En la base, frente al andén. Prácticamente en las vías.

Russo: ¿Acuclillado?

Bobo: Ese.

Russo: Parece un perro.

Bobo: Mirá el cielo.

Russo: Nos mira como un perro.

Bobo: Ese.

Russo: Como un perro apaleado...

Bobo: Ese.

Russo: ¿Qué hacemos?


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Bobo: No sé. (Russo se levanta y camina por el andén. Mirando como garúa, y ve

si viene algún tren.) ¿No querías que volviera?

Russo: Solamente pregunté por él. (Intempestivamente) ¡Oiga!

Joven: (Se oye su voz a lo lejos) ¿A mi?

Russo: No, al ciprés... Por qué no viene? ¿No ve que está lloviendo?

Joven: No quiero molestar.

Russo: Se está mojando, hombre...

Joven: No quiero molestar. Estoy bien aquí.

Russo: ¿En el medio de las vías? Se está mojando. Hace frío y llueve.

Joven: Está todo bien, no se preocupe. Tengo con qué taparme...

Russo: (Hace un gesto de resignación y vuelve hacia el banco). No quiere venir.

(Pausa) ¿Sigue mirando?

Bobo: Sigue. Como un perro apaleado.

Russo: Debe estar loco. ¿Sigue?

Bobo: Sigue.

Russo: ¿Qué hacemos?

Bobo: No sé. Si no quiere venir...

Russo: Me está volviendo loco. ¿Qué puede estar haciendo ahí, quieto,

acuclillado, con un diario en la cabeza?

Bobo: No sé. Esperando.

Russo: ¡Tus respuestas son tan orientadoras..! (Rápida transición) ¡Oiga!

Joven: ¿A mi..?
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Russo: Si, a usted... Se va a pasar toda la noche acampado debajo de la lluvia?

Joven: Estoy bien.

Russo: No puede estar bien. Se está mojando.

Joven: No quiero molestar. Estoy acostumbrado.

Russo: ¿Acostumbrado a qué..? No sea cabeza dura.

Joven: Tengo con qué taparme. Estoy acostumbrado.

Russo: ¡No se da cuenta de que está ridículo, ahí, acuclillado y con un pedazo de

diario en la cabeza..?

Joven: (Obstinado) No quiero molestar...

Russo: ¡Entonces venga! Si de veras no quiere molestar no sigamos teniendo esta

conversación absurda, y venga.(Pausa. A Bobo, como para confirmar) ¿No viene?

Bobo: No, no viene.

Russo: ¡No tendría que haberlo llamado! ¿Ves lo que me pasa por bocón? No lo

hubiera llamado y en este momento ya estaría aquí. Cada vez que lo echaba

reaparecía. Basta que le pida que venga para que se resista.

Bobo: No le estás pidiendo que venga.

Russo: ¿Ah, no?

Bobo: No.

Russo: ¿Y qué estoy haciendo, entonces?

Bobo: Podría decirse que le estás ladrando.

Russo: ¿Yo?

Bobo: Que es un cabeza dura..., que está ridículo.., que está molestando...
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Russo: ¡En ningún momento le dije eso!

Bobo: ¡Pero tampoco digas que le estás pidiendo, entonces..!

Russo: ¿Y vos? ¿Cómo podés hablar tanto, si ni siquiera ladrándole estás?

Bobo: Es verdad.

Russo: Entonces no te atrevas a criticarme...

Bobo: Es verdad. Pero el caso es que yo no me animo a hacerlo. (Pausa) Hay

muchas cosas que quisiera y que pienso. Pero no me animo. Quisiera, y de todo

corazón, pero no tengo la fuerza necesaria para eso... Es una enfermedad... Te

aseguro que no me vanaglorio. Sufro. Sufro por eso. (Firmemente) Así que no me

hables como si estuviera aquí, sentado, disfrutando, mientras vos, supuestamente,

te ocupás del trabajo sucio. Yo quiero que venga. A vos te lo puedo decir.

Exactamente igual que me lo confieso a mí mismo. ¡Y se lo pediría! Pero no tengo

el coraje para hacerlo.

Russo: ¿Querés que venga?

Bobo: Igual que vos. Porque vos también querés, aunque no te lo confieses.

Porque lo estuviste esperando. Porque cruzó... Porque no pasó de largo... Porque el

encuentro adquirió una voz, y una cara...

Russo: Intentalo.

Bobo: (Aterrado) ¿Qué cosa?

Russo: Llamarlo.

Bobo: No me lo pidas. No me enfrentes con ese vacío que te acabo de entregar. Es

una maldad de tu parte.


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Russo: (Poniéndose de rodillas) ¡Oiga! ¡Venga..! ¡Mire, mire como lo estoy

llamando..!

Joven: (Siempre se oye su voz desde lejos) ¿Voy?

Russo: Venga.

Joven: ¿Y no los voy a molestar?

Russo: ¡Venga de una santísima vez, hombre..! No nos va a molestar. Se lo

prometo.

Joven: (Apareciendo) Permiso...

Russo: (El joven se sacude las gotas que tiene sobre la cabeza y en la ropa) Usted

está mal de la cabeza, ¿no?

Joven: Es muy posible... ¿Por qué lo dice?

Russo: (Casi furioso) ¡Por empaparse, hombre! Y con el frío que hace...

Joven: Ah, por eso... No es nada. Salvo por la lluvia todo sigue igual. (Luego de

un instante) Escuche, es cierto lo que le digo. No los quiero molestar, de modo que

si estoy demás...

Russo: (La conducta del joven es distinta, como cautelosa. Mira. Mira a otra parte.

Hace pequeñas reverencias. Da la impresión de querer ocupar el mínimo lugar.)

¿Qué le pasa?

Joven: Nada. Llueve. Todo sigue igual, salvo que llueve. (Se acuclilla, como

encogiéndose)

Russo: A usted. Qué le pasa a usted...

Joven: (Se incorpora, como con respeto) Nada. Escuche, ¿es verdad?
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Russo: ¿Qué cosa?

Joven: Que no los molesto.

Russo: No. No nos molesta. Ya se lo dije antes.

Joven: Antes. Si, antes. Antes dijimos muchas cosas. (Se da golpecitos en el

cuerpo, a los costados).

Russo: ¿Qué estaba haciendo? Allí, agachado en los durmientes...

Joven: Conozco a alguien que me echó por hacer tantas preguntas, don Russo...

Russo: ¿Qué estaba haciendo?

Joven: ¿De veras que lo quiere saber?

Russo: ¿Qué estaba haciendo?

Joven: ¿Quiere saber la verdad o algo que lo tranquilice? Lo que espera que le

diga...

Russo: ¿Qué estaba haciendo?

Joven: Esperemos que no trabaje de policía... Estaba buscando... Durante quince

minutos estuve buscando...

Russo: ¿Buscando?

Joven: Llamarles la atención.

Russo: (Pausa. Le ofrece un trapo que le alcanza Bobo de entre sus bolsas) Tome,

séquese...

Joven: Siempre quise ser centro.

Russo: Séquese bien, está empapado...

Joven: Centro, central, centrípeto, centrífugo...


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Russo: Si seguía en los durmientes iba a ser papilla.

Joven: (Dobla prolijamente el trapo, casi hasta lo obsequioso) Tome, Russo. Y

gracias.

Russo: No hay porqué. (Se da vuelta hacia Bobo, para devolver el trapo)

Joven: Por preocuparse por mí. (Se oye el sonido de una lluvia recia que hace

crujir los yuyos del campo) Parece el fin del mundo... Cada vez que hay lluvia,

parece que llegara el final. Había una canción que se llamaba: “Donde va la gente

cuando llueve”. (Canturrea la canción de Pedro y Pablo) ¿Dónde va la gente

cuando llueve? La gente... La gente, los pájaros, los animales, todos... Es el peor

momento. El momento de máxima desprotección.

Russo: Para el que vive a la intemperie.

Joven: Todos vivimos a la intemperie.

Russo: No, todos no...

Joven: No hay peor cosa que el agua. Es imparable. Imparable. ¿Cuánto falta?

Russo: (Consulta su reloj) Once minutos.

Joven: Ya no falta tanto. Está llegando el momento. Afortunadamente. ¿De qué

hablábamos..?

Bobo: De la lluvia.

Russo: Del agua.

Joven: Exacto. Siempre quise ser centro. Llamar la atención... Por eso estaba

sobre los durmientes... Acuclillado. Todo. Todo es como un enorme camino


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señalizado. Un inmenso camino que no lleva a ninguna parte. Como un gigantesco

farol.., y las mariposas girando alrededor...

Russo: No son mariposas, son bichos de la luz.

Joven: (Habla como en una especie de ensoñación) El campo, las zonas

suburbanas... el centro. Todo como un gran farol. Las mariposas del campo se

hacinan en los suburbios. Las de los suburbios mueren por llegar al asfalto. Barrio,

Barrio Norte, Barrio Norte, Libertador...

Russo: (A Bobo) La avenida Libertador, en la ciudad.

Joven: ¿Y allí? ¿Se acaba el camino? ¿Toda esa gente apelotonada se desbarranca

irremediablemente en el río? No. Las mariposas, las más bellas mariposas, las de

mejores colores, las más grandes, tenues y traslúcidas... deciden emigrar... Al

campo. Otra vez al principio: al campo. Huyendo de lo que ellos mismos

construyeron... O atraídos por un nuevo centro, con una nueva y mejor luz. De

nuevo a caminar. Un camino que no lleva a ninguna parte. Circular... ¡Circule!

Circulen, señores... ¡Circular, carajo! Ni detenerse, ni apartarse, ni hacer

preguntas... Circular. (Pausa) Necesitaría tomar un poco de agua. Me arde la

garganta.

Bobo: (Busca una de sus botellas. Russo lo ayuda a sentarse) Eso es por haberse

empapado.

Russo: ¿No se siente bien?

Joven: Un poco cansado, nada más. (Toma el agua) Gracias.(Pausa) No hay nada

que pueda preverse, Russo. Uno sabe como son las cosas pero se equivoca,
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siempre. Como la memoria, ¿eh, muchachos?, se olvida para poder seguir. Uno

ahoga los momentos pasados, los dolores, las traiciones, porque de lo contrario se

ahogaría en ellos. Yo, por ejemplo, no tengo pasado. Apenas tengo presente. Y,

según lo que vengo escuchando, ni siquiera tengo futuro.

Bobo: (Alentador) Futuro tenemos todos...

Joven: No. No es lo que me dijeron a mí, al menos. “Vos no tenés futuro...” Y no

puedo decir que se hayan equivocado. (Pausa) Así que a la terminal... (Se ríe) Creo

que voy para el mismo lado. (Canturrea) “Eran tres alpinos que venían de la

guerra...” La vida es una guerra. Y como en toda guerra hay muertos, hay

sobrevivientes y... hay heridos. (Se abre el saco, y tiene el pecho tapizado de

papeles de diario embebidos en sangre) Lamento darles esta sorpresa. Sobretodo a

usted, amigo Russo, porque sé que no le gustan. Les estuve mintiendo. (Tiene un

acceso de tos y de sangre que le sale por la boca. Russo lo sostiene y lo ayuda con

su propio pañuelo.

Russo: Tranquilo, tranquilo.., quédese tranquilo... ( El joven se calma y se limpia,

en parte, la sangre de la boca)

Joven: No es verdad que esté de paseo... (Tose)

Russo: Quédese tranquilo y no siga hablando.

Joven: ¿Qué clase de elefante soy, Bobo? (Pausita) ¿Un pequeño elefante de circo

que harto de que le clavaran el trinchante decidió de una vez y para siempre

alejarse de las pistas? (Tose)

Bobo: Tome, (le ofrece algo que saca de entre las ropas), tome un sorbo de esto.
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Russo: (Asombrado) ¿Alcohol?

Bobo: Siempre guardo una gota para las emergencias. (Le ayuda a tomar)

Joven: Porque soy un elefante, Russo. (Tose)

Bobo: No siga hablando...

Joven: ¿Será cierto? (Larga pausa)

Russo: ¿Cómo fue?

Joven: En la bolsa está el fruto de mi última hazaña. (Tose) Estéreos.

Russo: Y la herida...

Joven: La condecoración a los elefantes que no aceptan vivir cien años...

Russo: (Levantándose decidido) Voy hasta la pizzería.

Joven: ¡Nada, viejo, nada...!(Tose) No quiero estar solo...y para cuando usted

vuelva...ya me habré ido...

Russo: (A Bobo) Dame tu manta... (Bobo se la pasa sobre los hombros al jóven, y

lo sostienen en el medio de ambos)

Joven: “Eran tres alpinos... que venían de la guerra...” Este fue un buen lugar para

llegar....

Bobo: ¿Cuánto falta?

Russo: Cinco minutos...

Joven: (Canturrea) “Eran tres alpinos, que venían de la guerra... ori, airá,

rataplan...”

Bobo: “que venían de la guerra...”(Pausa)


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Russo: “El más chiquitito.., traía un ramo de flores”...(Se suman los otros) “...el

más chiquitito, traía un ramo de flores, orí, airá, rataplan, traía un ramo de

flores...”(Pausa) ¿Estás seguro de que Jura Margulis dijo: “...si quiero, y no

quiero”

Bobo: ...”y no quiero.”

Russo: ...” y no quiero...”. (Pausa) ¿No quiero qué?

Bobo: Entregarse.

Russo: ¿Ves?

Bobo: ¿Qué?

Russo: Ya está más tranquilo.

Bobo: Si, ahora descansa.

Russo: Andá pensando historias para contar, porque ahora somos tres.

Bobo: ¿La del teléfono a manija te la conté?

Russo: Tantas veces...

Bobo: Para él va a ser como si fuera nueva. (Russo se levanta) ¿A dónde vas?

Russo: (No contesta y va hasta el borde del andén) ¿Escuchás..? Allá viene...

(Se escucha el silbato, luego el tren al acercarse y detenerse. Russo vuelve al

asiento. Miran al tren y a los supuestos pasajeros como si fueran niños, azorados,

felices, alegres. Los comentarios que siguen son hechos en privado, en voz baja,

apenas audibles)

Bobo: ¡Mirá esa como está vestida..! (Risas)

Russo: ¡Parece una cacatúa con diarrea...!


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Bobo: ¡Y aquel, aquel que parece que se tragó un palo...!

Russo: ¡No se lo tragó, se lo metieron por el cu...! (Las risotadas los tapan)

Bobo: ¿Y la de la pluma? Tiene cara de... (Se lo dice al oído. Más risas)

(El tren empieza a andar. Ceden las risas. Pausa. Sus rostros siguen la

marcha del tren al alejarse. Pausa. Han perdido expresión, son casi dos máscaras

apenas doloridas. Unos instantes después:)

Bobo: ¿Cuánto falta para el de las tres y veinticinco?

FINAL

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