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K o m u Co h o

Fundam entos
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FEMINISMOS
Rosa Cobo

Fundamentos del patriarcado moderno.


Jean Jacques Rousseau

EDICIONES CÁTEDRA
UNIVERSITAT DE VALENCIA
INSTITUTO DE LA MUJER
Consejo asesor:

Giulia Colaizzi: Universidad de Minnesota / Universitat de Valencia


María Teresa Gallego: Universidad Autónoma de Madrid
Isabel Martínez Benlloch: Universitat de Valencia
Mercedes Roig: Instituto de la Mujer de Madrid
Mary Nash: Universidad Central de Barcelona
Verena Stolcke: Universidad Autónoma de Barcelona
Amelia Valcárcel: Universidad de Oviedo
Olga Quiñones: Instituto de la Mujer de Madrid

Dirección y coordinación: Isabel Morant Deusa: Universitat de Valencia

Diseño de cubierta: Carlos Pérez-Bermúdez

Documentación gráfica de cubierta: Gema Alvarez

Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto


en el art. 534-bis del Código Penal vigente, podrán ser castigados
con penas de multa y privación de libertad quienes reprodujeren
o plagiaren, en todo o en parte, una obra literaria, artística
o científica fijada en cualquier tipo de soporte
sin la preceptiva autorización.

© Rosa Cobo
Ediciones Cátedra, S. A., 1995
Juan Ignacio Luca de Tena, 15. 28027 Madrid
Depósito legal: M. 8.978-1995
I.S.B.N.: 84-376-1325-6
Printed in Spain
Impreso en Gráficas Rogar, S. A.
Pol. Ind. Cobo Calleja. Fuenlabrada (Madrid)
Para Celia Amorós
Prólogo

Cuando conocí a Rosa Cobo —fue en el 85, ¡hace ya


una década!— era una ferviente rousseauniana. Desde ahí,
se acercaba al feminismo con la curiosidad intelectual y la
pasión militante que la caracterizan. Que Rousseau era un
misógino, ya lo sabía cuando se unió a nuestro Seminario
«Feminismo e Ilustración» en el año 87. Pero sus exigencias
teóricas le impedían —no así a muchos otros sesudos estu­
diosos del ginebrino, que bien podrían tomar nota— despa­
char el asunto con tan sumaria constatación de un antipático
rasgo de carácter de un pensador tan genial. En el Semina­
rio estudiábamos —y Rosa lo ha hecho con particular inten­
sidad— a Poulain de la Barre, el filósofo cartesiano que es­
cribió en 1673 De l ’Égalité des deux sexes y que en otra de
sus obras, De l ’Excellence des hommes diseñó un estado de
naturaleza en el que los y las salvajes, portadores del bon
sens cartesiano antes de que la fuerza se impusiera a la ra­
zón, eran libres, iguales y nada sabían de lo que se ha dado
en llamar «la división sexual del trabajo». De acuerdo con
Poulain, la desigualdad de la mujer «se basa en prejuicios y
no en la razón»; Rousseau — ¡oh casualidad!— en el libro V
de Emilio dedicado a la educación de «Sofía» afirma que la
sujeción de la mujer «no se basa en prejuicios, sino en la ra­
zón», en contra de «la manera de argumentar de los galan­
tes partidarios del bello sexo». No parece, pues, que valga
como explicación de recibo del hecho de que Rousseau ex­
cluyera de la ciudadanía a la mitad de la población el fácil
recurso a: «es que en aquella época...». En aquella época,
justamente, había una viva polémica sobre la igualdad o de­
sigualdad de los sexos. Luego no es que Rousseau en este
punto «la reflejara» —como un historicismo trivial se atre­
ve, con el atrevimiento de la ignorancia, a sostener— sino
que tomó partido en ella silenciando, según todos los indi­
cios —que, pese a sus esfuerzos, no consiguió borrar— sus
referentes polémicos.

Así pues, como Rosa Cobo lo vio muy pronto, ni los


rasgos de carácter ni «la época» explican adecuadamente el
peculiar discurso sobre la feminidad que sirve de base a
Jean Jacques Rousseau para vetarles a las mujeres el acceso
al espacio público, al ámbito de la política que, como es sa­
bido, para el autor de El contrato social se identifica con el
de la autonomía y la «vida buena» en el sentido griego, dig­
na de ser vivida por quien ejerce «la métier d'homme». Ha­
bía que hacer, pues, un ajuste de cuentas en profundidad con
las claves que, dentro del propio discurso rousseauniano,
explicaran la dicotomía de los espacios público y privado,
rígidamente encabalgada sobre una llamativa conceptuali-
zación diferencial de los sexos. Un ajuste de cuentas tal,
para quien partía de un conocimiento de Rousseau como de
una arraigada querencia teórica, no se podía hacer sin unas
dosis de honestidad intelectual, de profundo sentido de la
universalidad en la pasión por los ideales emancipatorios
tan arraigados al menos como la querencia rousseauniana.
Brote, en definitiva, procedente de las mismas raíces, pero,
como los caminos de la emancipación humana son sinuosos
y no hay armonías preestablecidas, son tensiones agudas y
hasta dramáticas, diré, si me es permitido hacer un fácil jue­
go de palabras, que el camino de Rosa no ha sido precisa­
mente un camino de rosas.

En primer lugar, nuestra autora tuvo que profundizar en


la lógica del contractualismo desde la perspectiva teórica fe­
minista. Esta tarea la realizó de la mano de Carol Paternan,
la autora de The sexual contract (1988), introducida en Es­
paña y trabajada por María Xosé Agrá. El concepto patema-
niano de patriarcado fraterno o pacto.entre los hermanos
como característica del patriarcado moderno ha sido para
Rosa Cobo un sugerente hilo conductor. Ahora bien, nues­
tra autora pone un énfasis muy pertinente en el estado rous-
seauniano de naturaleza como instancia de legitimidad de la
sociedad regenerada mediante el contrato —desde este pun­
to de vista el contrato no es sino una forma de «renaturali­
zación», entendida como recuperación en el estado social
por parte del hombre rousseauniano de lo que fuera su no
sujeción en el estado natural. De este modo, al modelo de la
renaturalización del varón en el espacio público, que es el
estado de naturaleza «tout court», ha de corresponder algo
que cumpla la función de su «pendant» legitimador en rela­
ción con la re-generación de «la mujer natural» en el espa­
cio privado. Así, al contrato social y al contrato sexual debe­
rán corresponderles, como sus respectivos paradigmas de
legitimación, dos estados de naturaleza distintos o, mejor
dicho, dos fases diferentes del estado de naturaleza. La re­
construcción del espacio privado de Sofía toma de este
modo su referente, de acuerdo con Rosa Cobo, de la mujer
que viene descrita por Rousseau en esa nueva fase del esta­
do de naturaleza, denominado «estado presocial», en el que
las mujeres «se volvieron más sedentarias y se acostumbra­
ron a guardar la cabaña y los hijos, mientras que el hombre
iba a buscar la susbsistencia común». Aquí estaría la piedra
de toque de la legitimidad del contrato sexual —origen se­
gún Pateman de la esfera privada— como pactum subjectio-
nis en el que las mujeres habrían intercambiado con los va­
rones servidumbre por protección. Y aquí también el punto
más escandaloso de la construcción rousseauniana para
Rosa Cobo: el pensador ginebrino, cuya radicalidad con res­
pecto a los demás contractualistas consiste en haber elimi­
nado el pactum subjectionis del ámbito de la legimidad, po­
lemizando a la vez con el contractualismo medieval y con
los nuevos pactos inicuos generados por la desigualdad de
las riquezas y el poder, lo reintroduce como de recibo en el
espacio privado al que es adscrita la mitad de la especie.
Y es que lo que es inicuo, si se produce entre varones, entre
iguales, deja de serlo y se torna la adecuada forma de pactar
dos seres que «no deben asemejarse más en la mente de lo
que se asemejan en el rostro».
Las virtualidades universalizadoras del pensamiento
ilustrado hacen posible, como en varias ocasiones lo hemos
puesto de manifiesto, la irracionalización de la feminidad
como construcción normativa y del doble código de morali­
dad. Sin embargo, cuando desde una radicalización de esas
mismas virtualidades universalizadoras se irracionalizan las
desigualdades en la propiedad, la idea misma de igualdad
viene a solaparse con el propio genérico masculino consti­
tuido en fratría: el ámbito de la igualdad se superpone al de
la fraternidad. La masculinidad misma que qua tale asume
entonces paradigmáticamente los atributos de lo humano
neutro, constituye el espacio mismo de la universalidad* En­
tonces, y justamente entonces, se hace necesario generar un
discurso que justifique la exclusión de las mujeres de ese
ámbito de los iguales que lo es de los hermanos juramenta­
dos. Jean Paul Sartre ha descrito con pregnancia la vivencia
emancipatoria que embarga a los cofrades en su constitu­
ción como grupo juramentado tal como se expresa en el
mito iniciático del nuevo nacimiento: «Este comienzo, al
volverse para cada cual naturaleza imperativa... remite ...el
reconocimiento a la afirmación recíproca de estas dos ca-
racterísticias comunes: somos los mismos porque hemos
surgido del barro en la misma fecha, el uno por el otro a tra­
vés de todos los demás; luego somos, si se quiere, una espe­
cie singular, aparecida por mutación brusca en determinado
momento; ahora bien, nuestra naturaleza específica nos une
en tanto que es libertad. Dicho de otro modo, nuestro ser co­
mún nó es en cada cual naturaleza idéntica; es, por el con­
trario, la reciprocidad mediada de nuestros condicionamien­
tos: al acercarme a un tercero, yo no reconozco mi esencia
inerte en tanto que ésta se pondría de manifiesto en otro
ejemplar, sino que reconozco al cómplice necesario del acto
que nos arranca de la gleba.» La igualdad no es, en el con­
texto juramentado, un atributo que se tiene, sino algo que se
construye en la tensión de la reciprocidad de las libertades
mediada y sellada por el testimonio de un tercero que a la
vez es miembro de otra relación recíproca y así, sucesiva y
giratoriamente, se constituye la textura praxeológica del
pacto juramentado mediante la articulación de tales retícu­
las ternarias. La voluntad general rousseauniana no es
—Rosa Cobo lo ha asumido— sino un constructo praxeoló-
gico que responde a la descripción sartriana del grupo jura­
mentado: significativamente, Sartre temía la Revolución
francesa y el momento jacobino, con su doble faz de Frater­
nidad-Terror —pues una contextura tal sólo puede mante­
nerse sobre la base de libertades juramentadas que puedan
«obligar al otro a ser libre»— como el trasfondo y el refe­
rente de sus análisis. En el grupo juramentado, pues, somos
iguales porque somos hermanos —y no al revés—, y somos
hermanos no en la sangre, sino por la palabra sellada, dada
al otro y devuelta por el otro a mí como exigencia bajo pena
de muerte física o al menos de muerte para el grupo. A su
vez, somos de esta guisa hermanos de promoción iniciática
poque es ése el único modo como podemos ser libres: la li­
bertad, sitiada por el reino de la necesidad —la sociedad ci­
vil en Rousseau, atomizada por los intereses particulares so­
bre cuya base no se pueden tejer sino pactos inicuos— sólo
puede existir en su modalidad juramentada, es decir, como
fraternidad, si nos hacemos los unos a los otros ser herma­
nos en la tensión permanente que nos constituye como un
solo cuerpo, cuerpo cívico, esfera de nuestra emancipa­
ción1. Es en esta tensión como los varones generan vida po­
lítica asegurándose, los unos a los otros y por los otros, de la
autenticidad de los productos de este paroxístico esfuerzo
de parto permanente. Sólo la libertad juramentada asegura
que el sujeto no recibe como norma sino la que él se ha dado

1 «Somos hermanos, dice Sartre, en tanto que después del acto


creador del juramento somos nuestros propios hijos, nuestra invención
común».
a sí mismo, la que ha emanado de sí mismo sin alteración.
Conjurar toda posible alteración de lo que él mismo produ­
ce es una preocupación obsesiva del hombre rousseauniano:
le horroriza tanto verse vinculado por algo cuya proceden­
cia no controla al cien por cien como que le hagan padre de
hijos ajenos. Grandeza y miseria de este sujeto moderno que
no quería el mundo sino como su objetivación.
Ni el mundo ni, por supuesto, a la mujer. En un escrito
juvenil sobre Pigmalión y Galatea, glosado por Starobinski,
Galatea aparece como una estatua velada bajo la cual se en­
cuentra un cuerpo perfecto que Pigmalión esculpió a ima­
gen de su deseo: «En lo que hice, me adoro a mí mismo».
Pero la obra de arte, como cosa sin vida, le produce un ex­
trañamiento que no acepta: «El frío de la muerte sigue es­
tando en este mármol; perezco por el exceso de vida que le
falta». Quiere ser reconocido y amado por la estatua, es de­
cir, quiere la perfecta reflexión de su deseo pero devuelta
por un espejo viviente. Pigmalión descubre la estatua, Gala-
tea se toca y dice «Yo». Toca luego un trozo de mármol:
«Esto ya no soy yo». Toca a Pigmalión «¡ah, de nuevo yo!».
La mujer «diferente», una vez más, resulta ser la que ha he­
cho al hombre a su imagen y semejanza. Se produce así la
reunión de las dos partes de un mismo yo en la unidad de un
yo amante. El unum ansiosamente buscado y nunca del todo
logrado por el sujeto en la voluntad general se podrá recom­
poner así en la «unidad moral» de la pareja humana. Unidad
en la que es la mujer, obviamente, quien pierde el principio
de individuación. Como se lo dirá Rousseau a Sofía: «Lle­
gad a ser totalmente su mitad, que él ya no pueda pasarse sin
vos, y que tan pronto como os abandone se sienta lejos de sí
mismo».
Hemos podido ver el mecanismo por el que la fraterni­
dad e igualdad se solapan, así como hemos sugerido que es
en el límite del ámbito mismo constituido por este solapa-
miento donde se genera un discurso muy elaborado sobre lo
femenino. Significativamente, en otros contractualistas
como Locke o Hobbes apenas hay «teoría» sobre la femini­
dad, pues la exclusión de las mujeres como sujetos del con­
trato social no es, a su vez, exclusiva: se diluye entre quie­
nes no tienen la condición de propietarios o están previa­
mente vinculados por un contrato de servidumbre. Para
Rousseau, la mujer no debe participar en el espacio público
en tanto que mujer y sólo en tanto que tal: hay que habilitar,
pues, una argumentación específica que justifique su margi-
nación y lo haga según una concienzuda conceptualización
de la naturaleza de la feminidad. Por otra parte, la emergen­
cia del discurso de una nueva feminidad normativa cuando
los límites de la democracia se hacen coincidir con los del
genérico masculino es recurrente: Geneviéve Fraisse, en su
libro Muse de la Raison (Musa de la razón), ha analizado
brillantemente las razones por las que, en 1801, un proyecto
de ley según el cual se prohibía a las mujeres aprender a leer
se generó precisamente en las filas de esa radicalización del
jacobinismo —cuya filiación rousseauniana ha sido rastrea­
da tantas veces— que vino a ser el Club de los Iguales de
Babeuf. Pues la potencia de la idea de igualdad producía
centros hemorrágicos en las apretadas mallas de los varones
instituidos en cofrades, lo cual volvía apremiante el conjuro
de ese caballo de Troya mediante un recordatorio, que raya
ya en la caricatura y en lo esperpéntico, de las virtudes do­
mésticas de Sofía. Si tenemos en cuenta todo esto —y Rosa
Cobo lo ha tenido en cuenta muy especialmente—, ya no
deberá extrañamos —Rosa partió del extrañamiento, como
siempre que se hace filosofía genuina— que el teórico de la
democracia radical, en cuanto que es el teórico del patriar­
cado fraterno como nuevo grupo juramentado emergente,
sea al mismo tiempo el teórico de la nueva feminidad nor­
mativa.
Rosa Cobo ha reconstruido magistralmente una de las
modalidades de la feminidad normativa: la que ésta reviste
como correlato de un nuevo pacto patriarcal en un momen­
to histórico de ascensión. Pues parece ser que la feminidad
normativa asume diferentes figuras según responda al ima­
ginario de los varones de una clase o raza emergentes o a las
nostalgias y proyecciones de quienes pertenecen a un grupo
decadente. La constitución por parte de los varones de un
grupo juramentado emergente se produce en relación polé­
mica con respecto a otra u otras agrupaciones de varones
—en el caso de Rousseau, contra los nobles de l'Anden Ré-
gime así como los de la nueva alta burguesía. Como, por
otra parte, las mujeres funcionan como objeto transaccional
simbólico de los pactos entre los varones —así lo cree, y pa­
rece por desgracia tener razón, ese etnólogo por otra parte
tan rousseauniano que es Claude Lévi-Strauss—, los grupos
juramentados emergentes rubrican sus pactos tomando
como referente simbólico a las mujeres, a modo de cemen­
to ontológico de esa unidad que el grupo nunca logra sino
como desiderátum. De este modo, las pueden exhibir em­
blemáticamente ante el grupo enemigo como «la verdadera
mujer», a la vez que se dedican a demostrar a las mujeres de
los otros como indeseables mujeres, es decir, las que mere­
cen la insuficiente hombría de los varones de la clase o es­
tamento denostados: en este caso, las damas de los salones
serán objeto predilecto de los ataques de Rousseau, encar­
nación misma de la máscara y la artificiosidad, malas ma­
dres que, contra «la naturaleza», abdican en las nodrizas...
Sofía versus Ninon de Léñelos. Significativamente, como lo
puso de manifiesto Sulamith Firestone en La dialéctica del
sexo, en el seno del movimiento negro pro derechos civiles
se generó una literatura de idealización de la mujer negra
doméstica, madre venerada y esposa fielmente apegada a su
«hombre», presentándola como «la verdadera mujer». (En­
tre paréntesis, recordemos que este imaginario de los hom­
bres de color peijudicó la imagen de Anita Hill, como mu­
jer enfrentada al varón de su propia raza). Se trataba de una
literatura reactiva y polémica con respecto a la humillante
imagen de la familia negra como casa de prostitución de la
casta familia blanca antes de que los negros se juramentaran
en su movimiento reivindicativo: hasta entonces, la «verda­
dera mujer» era la blanca, es decir, la que tiene el otro, el
blanco, que es, por ello mismo, el verdadero hombre. Para
Rousseau, el noble de los salones de VAnden Régime es
«afeminado» en tanto que no tiene a «la verdadera mujer»;
las cortesanas escapan a su control por sus costumbres disi­
padas. A su vez, el noble codicia a la campesina por esa lla­
neza y «naturalidad» que le da una especial «frescura en las
cosas del amor», como se pone de manifiesto en comedias
como La doble inconstancia de Marivaux: en contraposi­
ción con nuestra decadencia y artificiosidad, «mujer» es lo
que tiene el otro en este caso, el palurdo Arlequín, hombre
del pueblo.
Así pues, parece suceder como si, en momentos deca­
dentes, cuando los varones tienen conciencia de su disper­
sión y su impotencia porque su mundo simbólico está en
crisis, desarrollaran actitudes nostálgicas y proyectaran el
ideal de «la verdadera mujer» en el en-otra-parte: en el lími­
te, en «lo bárbaro» o en «lo exótico». En su artículo sobre
«El genio de las mujeres», Amelia Valcárcel expone las des­
cripciones del historiador romano Tácito sobre las mujeres
de los germanos como cargadas de connotaciones altamen­
te valorativas, frente a la liviandad de las matronas romanas,
en consonancia con la falta de virtud de los romanos de su
época. En el mismo sentido, la sensibilidad romántica de
Schopenhauer, denostadora del espíritu ilustrado, se ceba en
ese monstruo que es «La Dama» europea y exalta como el
adecuado ideal de feminidad a la mujer oriental del harén,
producto de la sabiduría milenaria de estos pueblos. Tam­
bién podríamos recordar cómo para Platón, conciencia críti­
ca aristocratizante de la sociedad ateniense, el modelo de­
seable de mujer eran las espartanas. No así para Rousseau,
aunque admire a Platón y lo tome como referente en otros
aspectos. Platón no tuvo en cuenta que «para formar los la­
zos de convención» hacía falta un «asidero natural»: la fa­
milia como escuela de ciudadanía. Rousseau sin embargo,
ciudadano de una república donde el filósofo rey se ha vuel­
to la voluntad general como constructo juramentado forma­
do por participación de todos los varones, define a la mujer
como lo que nosotros tenemos., en casa, en ese «asidero na­
tural» que nos hace posible soportar el vértigo del despegue
iniciático hacia esa fratría que sólo se autolegitima como tal
por estar en perpetuo proceso constituyente. La «ficción do­
méstica», en expresión de Nancy Armstrong, es así la otra
cara de la retórica del contrato social. Para los demócratas
radicales, los virtuosos Emilios, así como más tarde para los
jacobinos, la verdadera mujer es Cordelia, la madre de los
gracos, la matrona romana que, sin embargo, Tácito despre­
ciaba, si bien es verdad que en otra etapa de su evolución:
no en la Roma republicana de energías ascendentes, sino en
la decadencia del Imperio —cuando empezó a ser algo más
libre, justamente. En los casos en que la mujer es emblema
de lo que se vive como un pacto regenerador, se convierte en
esa madre cívica que hay que tener en casa, en la «pequeña
patria», para formar, con sus virtudes domésticas, a los bue­
nos ciudadanos de la patria no eufemística.
Rosa Cobo nos explica la funcionalidad de la feminidad
normativa de Rousseau en su modelo de sociedad. Explica,
además, cómo este modelo no se entiende adecuadamente si
se hace abstracción de esa funcionalidad. El modelo rous-
seauniano no se deja unlversalizar tout court, pues no se
puede unlversalizar lo que Seyla Benhabib llama una «uni­
versalidad sustitutoria» sin redefinir los términos mismos
que se pretenderán unlversalizar. Si no queremos ser Sofías,
tendremos que domar, nosotras en este caso, el narcisismo
de Emilio, el de Pigmalión, el del ciudadano del contrato so­
cial, en definitiva, que no concibe ninguna relación real sin
alteración de la propia autonomía. La tarea feminista de re-
conceptualizar teóricamente y renegociar prácticamente la
articulación de los espacios público y privado es ineludible
si queremos ser seres humanos verosímiles y no autenticida­
des de ficción. Agradezcámosle a Rosa la forma como se ha
enfrentado con el problema y el valioso trabajo que, como
consecuencia de ello, nos ofrece.

C e l ia A morós
Agradecimientos

Este libro es el resultado de una investigación iniciada


en el año 1987 y dirigida por la profesora Celia Amorós. Sin
su paciencia, dedicación y apremio no hubiera sido posible
este trabajo. Asimismo quiero manifestar mi deuda y reco­
nocimiento a todas las amigas que participaron en el semi­
nario Feminismo e Ilustración, en especial a Ana de Miguel,
Luisa Posada Kubissa, Raquel Osbome, María Luisa Pérez
Cavana, Tere López Pardinas, Amalia González, Cristina
Molina, María Luisa Femenías, Neus Campillo, Marita San­
ta Cruz, Ángeles Jiménez Perona y Alicia H. Puleo. Todas
ellas, con sus críticas, discusiones y humor, han mejorado
este trabajo. Mención especial merece Alicia H. Puleo por
la dedicación y el esfuerzo que ha puesto en pulir el estilo de
este texto.
Esta investigación es una reelaboración de mi tesis doc­
toral, presentada en 1991 en la Faculdad de Ciencias Políti­
cas y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid.
El tribunal formado por los profesores Javier Muguerza,
Amelia Valcárcel, María Xosé Agrá, Enrique Martín López
y José María Ordóñez hicieron sugerencias y críticas a mi
tesis. Deseo agradecerles a todos ellos el interés, en algunos
casos muy generoso, que mostraron hacia mi trabajo.
También quiero manifestar mi absoluto reconocimiento
y afecto a Juan Blanco no sólo por haberme enseñado mu­
cho de lo que está presente en el libro sino también por ha­
berme contagiado su pasión por el conocimiento.
Asimismo quisiera mostrar mi gratitud a algunas perso­
nas que han estado relacionadas de diversas formas con la
publicación de este libro: Amelia Valcárcel, Maite Gallego,
Matilde Vázquez, Mercedes Roig y Maribel Morant han he­
cho posible su publicación. Un reconocimiento muy espe­
cial debo a Francisco J. Morales y Marian Alonso por su in­
terés en este libro y por su gran apoyo moral. Sin ellos mi
vinculación a la vida académica no hubiese sido la misma.
Introducción

«El testigo... de nuestros defectos y de nuestros vicios:


el extranjero que se pasea por las calles de nuestras ciuda­
des, observando y criticando; el personaje que divierte y
molesta a la vez, encargado de recordar a una nación oigu-
llosa de sí misma que no tiene toda la verdad ni toda la per­
fección...»1. Ésta es, sin duda, la mejor definición del Rous­
seau ilustrado. Pero también es incompleta e insuficiente.
Para entender a este personaje en toda su complejidad ten­
dríamos que situarle en su lugar, si no fuera porque Rous­
seau careció de lugar y de espacio social. Fue toda su vida,
como él mismo se definió, un extranjero. Criticó agriamen­
te el Antiguo Régimen, pero también los principios más sa­
grados del que después le sustituiría. Rousseau arremetió
contra algunas ideas centrales de la Ilustración, como la de
progreso o la de razón, pero no lo hizo en nombre de las del
Antiguo Régimen. Pretendió añadir moral donde sólo había
ciencia, y sentimiento donde sólo había razón. Hasta ahí, su
carrera de escritor y de hombre de los salones funcionó flui­

1 Podría decirse que este texto de Paul Hazard (La crisis de la con­
ciencia europea, Madrid, Pegaso, 1975, pág. 15), a pesar de no tener
ninguna relación con un retrato de Rousseau, le define con bastante
exactitud.
damente. Pero llegó un momento en que, en su afán de co­
rregir, decidió poner igualdad donde había desigualdad.
Y ahí comenzaron sus infortunios, primero en forma de si­
lencio —donde antes hubo alabanza— y después de críticas
y persecuciones.
El pensamiento de Rousseau es uno de los más contro­
vertidos y fundamentales que ha producido el siglo xvm
francés. La clave nos la proporciona Paul Hazard, quien, re­
firiéndose a Locke, señala: «No veo otro hombre que, como
él, no haya escrito nada que no pareciera esencial, sino Jean-
Jacques Rousseau; el cual, hablando de religión, de política
o de pedagogía, siempre provocaba incendios»2. Rousseau
reflexionó y escribió acerca de los grandes temas de la Ilus­
tración. Desde una posición única: fue un ilustrado que cri­
ticó a la Ilustración por sus insuficiencias. Si Madame de
Staél señalaba que las Luces sólo se curan con más Luces,
Rousseau nos dirá que las Luces sólo se curan con virtud y
moral. Para el ginebrino, la razón no es un fin en sí mismo,
sino un medio para alcanzar la virtud. La razón no puede
agotarse en el descubrimiento de leyes físicas o en la inven­
ción de nuevas máquinas. El problema que plantea Rous­
seau es otro: ¿de qué nos sirve el progreso si no somos per­
sonas virtuosas? Rousseau se convierte así en uno de los
grandes críticos de una de las ideas centrales del siglo de las
Luces: la idea de progreso. Su interés no se centra en el pro­
greso científico, sino en el progreso moral. El ginebrino in­
vestiga la relación entre razón y moral y encuentra la clave
de esa relación en el sentimiento. En el sentimiento natural
de cada individuo, en su subjetividad, se encuentra el
germen de la razón y la moral. Por eso, nuestro ilustrado
apelará a una razón moral que regule la vida del individuo y
de la sociedad. De esta forma, en Rousseau convergerán las
dos grandes corrientes que atraviesan el siglo xviii: la racio­
nalista y la sentimental.
El pensamiento de Rousseau ha sido objeto de muchas y
variadas interpretaciones. Desde la consideración de que

2 Ibídem, pág. 220.


políticamente es un reaccionario, o la que le presenta como
uno de los orígenes del pensamiento marxista hasta la de
quien le atribuye la paternidad del Terror, existe una gama
notable de investigaciones. Esta interpretación de Rousseau
en clave de hermenéutica feminista pretende ser una aporta­
ción más a la ingente cantidad de estudios que se han reali­
zado sobre Rousseau.
La obra de este autor se puede abordar desde muy dife­
rentes disciplinas teóricas y de ella se pueden hacer múlti­
ples lecturas. Sin embargo, casi todas las interpretaciones
tienen un mínimo en común: el reconocimiento de que los
dos grandes problemas que recorren el discurso de Rous­
seau son el de la moral y el de la igualdad. Ambos insepara­
bles para el ginebrino. Y ambos esenciales para el pensa­
miento ilustrado, pero desde un punto de vista muy diferen­
te al de Rousseau. La gestación de su pensamiento, así
como el de otros filósofos ilustrados, coincide con el proce­
so de descomposición del cuerpo político y social del Anti­
guo Régimen. La obra del ginebrino no es ajena a este pro­
ceso. Testigo de esa descomposición, trata de descubrir su
génesis y de reconstruir ese cuerpo social y político desde
otras bases. Será tarea de la Ilustración pensar un sistema
político y social nuevo fundado en la legitimidad. Por eso la
obra rousseauniana aparece primero como diagnóstico y
después como remedio y reconstrucción. En el primero está
inscrito el problema moral y en el segundo el problema po­
lítico, que no es otro que el de la desigualdad.
Estos dos grandes temas apuntan a la idea de individuo
como sujeto moral y político. El individuo que Rousseau in­
vestiga está, como él confiesa de sí mismo, dualizado, des­
garrado, escindido entre su naturaleza original y su natura­
leza social, entre sus sentimientos y su razón, entre la auten­
ticidad de su ser y las apariencias que enmascaran ese ser.
Este individuo, debido a su propia dualidad interna, no pue­
de constituirse en sujeto moral, puesto que la moralidad no
es otra cosa que la unicidad, la unidad del individuo consigo
mismo. Un individuo dualizado no es dueño de sí mismo,
por lo que no puede transformarse en un sujeto moral. Y la
autonomía moral, como nos dirá otro gran ilustrado, Kant,
es la condición de posibilidad de constituirse en sujeto.
¿Dónde buscar entonces las causas que impiden a los hom­
bres ser ellos mismos? La solución aparece en el prólogo a
su obra de teatro Narciso: el problema del mal no es del in­
dividuo en sí mismo, sino del individuo «mal gobernado».
Dicho de otra forma: la alienación no es tanto antropológi­
ca como social y política. El diagnóstico ya está hecho. Vea­
mos ahora el remedio.
El remedio apunta a la constitución del sujeto político.
La crítica de Rousseau al Antiguo Régimen y su polémica
con el contractualismo medieval se fundamenta en la incapa­
cidad de ese esquema político para asumir los derechos «na­
turales» de los individuos. El contractualismo medieval limi­
ta los derechos de la mayoría de la población: sólo los padres
de familia son portadores de algunos derechos. La impugna­
ción de este modelo por parte de Rousseau es radical. En pri­
mer lugar, porque cree que los derechos deben extenderse a
todos los individuos; y en segundo lugar, porque cuestiona la
noción misma de «los derechos» del modelo político medie­
val. Sólo el contrato social puede restablecer la igualdad po­
lítica que el sistema político medieval negaba a los indivi­
duos. Esta crítica se radicaliza cuando Rousseau señala que
la igualdad política es inviable si no va acompañada de la eli­
minación de las desigualdades económicas. Sólo la desapari­
ción de estas dos desigualdades garantiza la libertad.
Los grandes conceptos políticos y éticos de la Ilus­
tración —universalidad, razón, derecho natural, contrato
social— y la reelaboración de los mismos por parte de
Rousseau investigados desde la hermenéutica de género,
muestran: 1) que los derechos establecidos por la Ilustración
no incluyen a las mujeres; 2) esos conceptos políticos y
éticos surgen de una estructura social dividida por género-
sexo. Una gran parte del pensamiento ilustrado, cuyo
representante más sólido es Rousseau, argumenta la nece­
sidad de la exclusión de las mujeres de la vida pública,
poniendo así las bases del patriarcado moderno.
Esta es, pues, una lectura en clave feminista de la obra de
Rousseau. Este análisis nace de dos constataciones 110 exen­
tas de perplejidad. La primera surgió al comprobar que exce­
lentes estudiosos del pensamiento rousseauniano obviaban,
bien porque no los consideraban relevantes o bien porque
simplemente no los percibían, textos y problemas que son
significativos para la comprensión de su pensamiento.
A modo de ejemplo, puede citarse el capítulo V de Emilio. En
este texto puede observarse el contraste entre su propuesta de
educación liberadora para Emilio y autoritaria y represiva
para Sofía. La segunda constatación se produjo al leer algu­
nas interpretaciones no muy rigurosas de su pensamiento
social y político desde la hermenéutica feminista. Si en el pri­
mer caso no se ponía de manifiesto el problema de la sujeción
de las mujeres, en el segundo se enfatizaba este último aspec­
to sin comprender la complejidad de su pensamiento.
Si el objeto de la teoría feminista es la elaboración de un
discurso autónomo y, como señala Celia Amorós, debe diri­
girse a la investigación y a la crítica epistemológica y ética
de las construcciones teóricas y prácticas del sistema de do­
minación patriarcal, entonces el estudio de Rousseau y, por
ende, el de la relación entre feminismo e Ilustración será
muy fecundo y clarificador no sólo para la teoría feminista,
sino también para la teoría política. Si el estudio de la Ilus­
tración es clave para el feminismo, puesto que ahí germina
el discurso de la igualdad, no lo es menos el estudio de
Rousseau, ya que es el principal teórico ilustrado del moder­
no concepto de feminidad.
En esta dirección, este libro se apoya sobre tres premisas
fundamentales. La primera de ellas es que «el discurso filo­
sófico es un discurso patriarcal, elaborado desde la pers­
pectiva privilegiada a la vez que distorsionada del varón, y
que toma al varón como su destinatario en la medida en que
es identificado como el género en su capacidad de elevarse
a la autoconciencia»3. La segunda premisa arranca de la

3 C. Amorós, Hacia una crítica de la razón patriarcalr Barcelona,


Anthropos, 1985, pág. 27 (el subrayado es nuestro).
constatación de que ha sido desde la Ilustración como ha
podido descubrirse el sexo como construcción normativa4.
Y la tercera consiste en que el feminismo se construye des­
de la idea esencial de que el sistema género-sexo «es el
modo esencial, que no contingente, en que la realidad social
se organiza, se divide simbólicamente y se vive experimen­
talmente»5. Las ideas de que todo discurso político y filosó­
fico tiene rasgos patriarcales, de que la noción de género es
descubierta por la Ilustración y, por tanto, cualquier discur­
so teórico debe ser analizado desde la perspectiva de los gé­
neros como construcciones sociales constituyen las pre­
misas de este libro.
El telón de fondo de esta investigación es el punto de
confluencia entre Rousseau, como uno de los representantes
más relevantes, y a la vez más peculiares, de la Ilustración,
y el feminismo, como discurso emancipatorio que encuen­
tra sus raíces más poderosas en la propia Ilustración. La re­
lación entre el discurso feminista y el discurso ilustrado es
una relación profunda y compleja, ambivalente y llena de
tensiones en el ámbito teórico y en el práctico. La obra de
Rousseau, en este sentido, constituye un objeto de estudio
privilegiado porque en él coexisten, paradójicamente, un de­
sarrollo radicalizado de los ideales ilustrados (apelación a la
libertad y a la igualdad) a la vez que una inflexión muy sig­
nificativa de su pensamiento social y político en un sentido
claramente patriarcal.
La investigación de estos problemas se articula en este
trabajo en cuatro capítulos. El punto de arranque del prime­
ro de ellos —«Los límites de la razón»— coincide con el
punto de partida de la propia reflexión de Rousseau: la exis­
tencia de un individuo desgarrado. Jean-Jacques analiza las

4 A. Valcárcel, Sexo y filosofía. Sobre mujer y poder, Barcelona,


Anthropos, 1991, pág. 9.
5 S. Benhabib, «El otro generalizado y el otro concreto: la con­
troversia Kohlberg-Gilligan y la teoría feminista», en S. Benhabib y
D. Cornelia, Teoría feminista y teoría crítica, Valencia, Alfons el Mag-
nánim, pág. 125, trad. de Ana Sánchez.
causas de este desgarramiento y llega a la conclusión de que
es efecto de la desigualdad social y de la mala constitución
política. Ante esta situación, el ginebrino se pregunta por la
existencia de una razón que no nos ha hecho éticamente me­
jores. En este contexto de infelicidad y de corrupción moral
y política, Rousseau impugna la razón ilustrada —y a los fi­
lósofos que la difunden— por sus propios límites para des­
cubrir la realidad y por el mal uso histórico que de ella se ha
hecho. Sus reflexiones apuntan, sin duda, a la frustración
moral de la razón.
La Ilustración concebía la razón como un instrumento
de transformación social y de reforma de las mentes. El
mundo debía progresar y la cultura debía constituirse en
motor de ese progreso. En este sentido, la razón se configu­
ra como el paradigma desde el que se valora la emancipa­
ción de la humanidad. Sin embargo, Rousseau percibe una
razón impotente para realizar los ideales ilustrados. La ra­
zón, a su juicio, debe explicar la génesis de las desigualda­
des y sujeciones sociales, incluso de aquellas que tienen la
apariencia de ser naturales; debe descubrir los mecanismos
más ocultos de las opresiones, denunciar las sujeciones, po­
ner al descubierto lo que se esconde tras las apariencias y
desarticular los prejuicios que nos hacen ver como naturales
situaciones que son sólo sociales. La razón, por tanto, debe
orientarse a mejorar éticamente al individuo y a la sociedad
desde la superación de su dualidad y de su desigualdad, res­
pectivamente.
El análisis de Rousseau, sin embargo, ofrece una quie­
bra profunda en la medida en que desde su ejercicio de la
crítica racional no se impugnan todas las sujeciones. La des­
igualdad sexual, por concebirla como natural, no se denun­
ciaba. Rousseau se ve atrapado en su propia impugnación
de la razón ilustrada. La presunta moralidad de su razón se
rompe al analizar la sujeción de las mujeres como un hecho
natural. Rousseau critica la nueva subjetividad que propone
la razón ilustrada por considerar que es sólo la razón de una
minoría privilegiada y, en su lugar, propone la construcción
de una subjetividad que sea verdaderamente universal, pero
cuya universalidad extiende sólo al conjunto de los va­
rones.
El objeto del segundo capítulo —«El estado de natura­
leza y los límites de la igualdad»— la noción de estado de
naturaleza rousseauniana. La pretensión de Rousseau es en­
contrar las bases verdaderas del hombre y demostrar que la
igualdad y la autosuficiencia son los rasgos definitorios de
dicho estado. Sin embargo, la igualdad sólo se mantiene en
el estado de pura naturaleza. Poco después se inicia el pro­
ceso de socialización de nuestra especie y surge la familia y
la división sexual del trabajo. Además, esta división sexual
del trabajo se ve sustentada por dos concepciones de la na­
turaleza humana, una para cada sexo. Esta doble concepción
de la naturaleza humana encuentra su origen en estadios dis­
tintos del estado natural. Este hecho apunta a la existencia
de dos estados de naturaleza: uno para el género masculino
y otro para el femenino. Ambos estados de naturaleza se
constituirán respectivamente en los fundamentos de los es­
pacios público y privado de la sociedad de El contrato so­
cial. La clave de este capítulo es que existe sujeción de la
mujer en una fase del estado de naturaleza y que a dicha su­
jeción Rousseau le confiere el carácter de natural. Las quie­
bras lógicas y morales se van acentuando a medida que
avanza el relato del estado de naturaleza.
En el tercer capítulo —«Los límites de la democracia»,
se describe el pensamiento político de Rousseau. En él se
analiza el origen del contrato social y la gran aportación del
ginebrino: el rechazo del pactum subjectionis en la funda-
mentación del contrato. Asimismo, se estudia toda la técni­
ca de su concepción del Estado. La noción de voluntad ge­
neral como la mediación política más importante entre los
individuos y su crítica radical a la idea de representación de­
sembocan en su afirmación de la democracia directa y del
poder de la asamblea.
No obstante, los aspectos esenciales en la teoría política
rousseauniana gravitan alrededor de la exclusión del pacto
de sujeción en la formación del Estado y en tomo a la re­
construcción del sujeto político. El problema se centra en el
establecimiento de nuevos fundamentos políticos de legiti­
mación como respuesta a una crisis de legitimación política.
Sin embargo, la hipótesis de la que aquí se parte es que el
surgimiento de este nuevo esquema político no emerge úni­
camente como respuesta a una crisis de legitimación políti­
ca, sino también a una crisis de legitimación política patriar­
cal. Dicho de otro modo, las transformaciones que necesita
el nuevo orden político incluyen una transformación pro­
funda del patriarcado.
El objeto del capítulo cuarto —«El nuevo ideal de la fe­
minidad y la familia patriarcal»— es el estudio de la con­
cepción pedagógica de Rousseau a través de sus dos mode­
los ideales de educación: Emilio y Sofía. Cada modelo
educativo está sustentado en una noción diferente de natura­
leza humana. Ambas concepciones de la naturaleza encuen­
tran su fundamento básico en dos estadios diferentes del es­
tado de naturaleza. El modelo de Emilio surge del estado de
pura naturaleza, es decir, de ese estado en que la semejanza
y la independencia entre los salvajes son los rasgos caracte­
rísticos que serán traspasados al estado social bajo la defini­
ción de igualdad y libertad. El modelo de Sofía también re­
mite a una fase del estado natural, al estado presocial, en el
que emerge la familia y, con ésta, la división sexual del tra­
bajo y la dedicación de las mujeres a la domesticidad.
El aspecto que más nos interesa subrayar de este trabajo
apunta a la unidad del pensamiento de Rousseau, aún te­
niendo en cuenta la existencia de tensiones internas muy
significativas que hemos tratado de mostrar. La coherencia
de su reflexión teórica, en lo que concierne a nuestra inves­
tigación, tiene su punto de partida en la relevante división
que realiza de su noción de estado de naturaleza en dos fa­
ses: el estado de pura naturaleza y el estado presocial. Nues­
tra hipótesis es que los rasgos característicos de ambos esta­
dos son proyectados a la sociedad: el primer estadio (estado
de pura naturaleza) proporciona los ejes vertebrados del es­
pacio público y el segundo (estado presocial) los del priva­
do. En la misma dirección, su concepción pedagógica repo­
sa sobre la construcción de dos naturalezas, la masculina y
la femenina, que también tienen su primer fundamento en
los dos estadios mencionados. De esta forma, el pensamien­
to de nuestro filósofo se edifica sobre un encadenamiento
de dualidades: dos estados de naturaleza, dos espacios, dos
nociones de naturaleza humana y dos concepciones educa­
tivas.
Para concluir, queremos señalar que las hipótesis sobre
las que reposa este libro son las siguientes: 1) La razón mo­
ral que propone Rousseau, en cuanto razón universal, con­
tiene en su mismo fundamento su propia irracionalidad, en
la medida en que las mujeres no son sujetos de razón. 2) El
estado de naturaleza rousseauniano esconde otro estado de
naturaleza en el que aparece la sujeción de las mujeres a tra­
vés de la familia. 3) El contrato social no es posible si pre­
viamente las mujeres no han sido sujetadas mediante el con­
trato sexual. 4) El espacio público, como espacio de la liber­
tad y de la autonomía moral, no puede existir sin el espacio
privado, como lugar de reproducción de lo público y de su­
jeción de las mujeres mediante el contrato de matrimonio.
Los límites de la razón

Una de las aportaciones de la Ilustración respecto a


otros movimientos filosóficos históricamente anteriores ra­
dica en su nueva concepción del saber. El saber en el si­
glo xvm es concebido como una función social cuyo objeto
prioritario debe ser la regeneración de la existencia moral y
política a partir de la expansión ilimitada de la cultura. La
Ilustración reclama un nuevo orden político y considera que
el instrumento apropiado de tal transformación debe ser la
razón. De esta forma, el progreso de la cultura se configura
como la fuerza motriz de renovación social y política.
«La confianza en la razón considerada como un instru­
mento de conocimiento cierto»6 es el legado de Descartes a
la Ilustración. Con este filósofo, la razón no reconoce ni tra­
dición ni autoridad. Preconizará el examen y la crítica. Exi­
girá la evidencia. Destruirá errores. El siglo xvm será racio­
nalista por esencia. No obstante, tomará distancia con Des­
cartes en algunos aspectos. La razón cartesiana apunta hacia
el establecimiento de reglas de un método que puede ser
aplicado al mundo físico. El álgebra o la geometría son los
espacios sobre los que opera la razón teórica de Descartes.
Este filósofo, que se erige en cierto modo en «anticipador»
de la razón ilustrada, somete a crítica cualquier prejuicio
que pueda existir en el ámbito de la ciencia, de modo que su
noción de racionalidad apunta hacia la teoría: sus ámbitos
de aplicación son las ciencias físico-matemáticas.
6 P. Hazard, op. cit., pág. 119.
Analizaremos algunos aspectos del pensamiento carte­
siano. En primer lugar, la idea cartesiana de bon sens como
facultad perteneciente a la especie y, consecuentemente,
como principio de igualdad básico entre todos los seres hu­
manos. En segundo lugar, la noción de idea clara y distinta
como instrumento esencial para el establecimiento de los
fundamentos de la ciencia y la destrucción de los prejuicios
que han impedido el acceso a ella. En tercer lugar, la exclu­
sión de la moral de su discurso metódico, como aparece ex­
plícito primeramente en la mal llamada moral provisional7 y
ulteriormente en sus cartas a la princesa Isabel del Palatina-
do. Como señala Celia Amorós refiriéndose a Descartes,
«la lucha contra el prejuicio y la articulación del nuevo mé­
todo de conocimiento para la fundamentación de la ciencia
encuentran en él su momento fundacional. Sin embargo, en
lo concerniente a la acción, el cartesianismo fue mucho más
ambiguo»8.
La Ilustración se construirá críticamente en una de sus
vetas desde la noción cartesiana de razón, si bien pondrá de
manifiesto múltiples reticencias respecto a las limitaciones
del método de Descartes. Una de las objeciones más fuertes,

7 C. Amorós, «El feminismo como exis emancipatoria», ponencia


presentada en el Congreso de Ética sobre «Los sentimientos morales»,
Oviedo, abril de 1990: «Michéle le Doeuffha puesto de manifiesto con
contundencia el malentendido de la moral «par provisión» cartesiana,
traducido inadecuadamente por “moral provisional”, con lo que se su­
giere algo así como que podía esperar de Descartes la fundamentación
de un amoral definitiva desde los cimientos de su sistema ya formal­
mente asentados. Ahora bien, en primer lugar, desde un punto de vista
filológico «par provisión» no significa «provisoire»; es, aclara nuestra
autora, según un diccionario del siglo xvn, un término jurídico que sig­
nifica “aquello que se adjudica por adelantado a una parte”, algo así
como “lo que va por delante” a título de abastecimiento necesario y
que, en cualquier caso, puede “ser completado”, incrementado, pero no
retirado.»
8 C. Amorós, «Cartesianismo y feminismo. Olvidos de la razón.
Razones de los olvidos», actas del seminario permanente Feminismo e
Ilustración 1988-1922, Instituto de Investigaciones Feministas, Univer­
sidad Complutense de Madrid, 1992.
como se ha señalado, se refiere a la insuficiencia y ambi­
güedad de su concepto de razón en lo que se refiere a la mo­
ral y al prejuicio. La Ilustración intentará establecer víncu­
los entre la ciencia y la moral.
El Siglo de las Luces da un paso adelante sobre Descar­
tes: va más allá de la razón cartesiana al reivindicar una ra­
zón que opere en el ámbito de la praxis. No sólo la mente
del individuo sino también la sociedad se constituyen ahora
en espacio de aplicación de la razón. El progreso científico
será insuficiente si no va acompañado de progreso moral.
De este modo, la principal aportación de la Ilustración con­
sistirá en señalar la necesidad de unir ciencia y sociedad. En
este debate, Rousseau subrayará la dificultad de esa unión.
En esta perspectiva, Ripalda apunta el fracaso de una razón,
la ilustrada, incapaz de hablar un lenguaje verdaderamente
universal debido al desgarramiento social e interior sobre el
que reposa la propia conciencia ilustrada9. La Ilustración no
es sólo un proyecto de emancipación; también es la consoli­
dación de una nueva clase dominante.
La contradicción entre una burguesía emergente y las
apelaciones a la idea de igualdad dan como resultado las re­
flexiones de Rousseau sobre la insuficiencia de la razón y la
crítica a la desigualdad.
En 1750, Rousseau escribe el Discurso sobre el origen
de las ciencias, las artes y las letras. En este Primer
Discurso denuncia el fracaso de la relación entre razón y
moral. Critica la noción de razón ilustrada desde dos direc­
ciones: en primer lugar, denuncia su excesivo optimismo al
mostrarse incapaz de reconocer sus propios límites; en se­
gundo lugar, impugna a la razón por su impotencia para des­
montar prejuicios y apariencias. En su Segundo Discurso
—Discurso sobre el origen y fundamento de la desigualdad
entre los hombres— y en el prólogo a Narciso reflexiona
extensamente sobre estos problemas. Rousseau postula una
razón cuyo fundamento repose sobre el reconocimiento de

9 Cfr. J. M. Ripalda, La nación dividida, Madrid, F. C. E., pági­


nas 36-37.
su insuficiencia para iluminar toda la realidad y cuya
finalidad sea hacemos éticamente mejores.
La idea central sobre la que Rousseau critica la razón
ilustrada e intenta reconstruir una nueva noción de razón
moral es la de naturaleza. Rousseau no cree, como una par­
te del movimiento ilustrado, que la naturaleza deba ser do­
minada y sobre dicha dominación se deba construir la cultu­
ra. El concepto de naturaleza rousseauniano opera como pa­
radigma legitimador. La naturaleza es el bien que ha sido
ocultado para la historia humana y la cultura es el reino del
mal, al haber enmascarado la auténtica naturaleza del indi­
viduo.
Rousseau habla de una razón más extensa que la de los
ilustrados, en la medida en que su finalidad consiste en irra-
cionalizar los mecanismos de poder más ocultos y aparente­
mente más «naturales». El origen de la desigualdad será uno
de ellos. La denuncia de Rousseau se extiende a todas las
genealogías. Su objetivo es la impugnación y desenmasca­
ramiento de cualquier poder ilegítimo, es decir, no basado
explícitamente en el consentimiento. Asimismo, la Ilustra­
ción denuncia la no extensión de la crítica cartesiana del
prejuicio a la sociedad. Su énfasis se centra en una razón
emancipadora que opera en el individuo y en la sociedad.
Por su parte, Rousseau denuncia la razón ilustrada, primera­
mente, por su insuficiencia para esclarecer la realidad, des­
pués, por el mal uso social que de ella se hace y, finalmen­
te, por su incapacidad para resolver los problemas ético-po-
líticos.
A partir de esas premisas sería lógico que la razón rous­
seauniana, concebida como crítica de la razón ilustrada, pa­
sase por el tamiz de su impugnación todos los prejuicios so­
ciales sin exclusión; también sería lógico que quien denun­
cia una razón incapaz de desvelar los mecanismos de
sujeción y quien apela a una razón esencialmente moral fue­
se capaz de percibir la sujeción de la mitad de la especie. Sin
embargo, la razón rousseauniana no sólo es incapaz de im­
pugnar la razón patriarcal, sino que, muy al contrario, la re­
fuerza ideológicamente cuando no ha podido ocultarla. Su
concepto de estado de naturaleza oculta la génesis de la su­
jeción de las mujeres al mostrarla como un hecho natural.
Por otra parte, su tratado de educación, Emilio, concep-
tualiza la familia, la mujer y el ámbito privado en una direc­
ción militantemente patriarcal. Asimismo, como se podrá
ver más adelante, su modelo político está construido desde
la no consideración de la mujer como sujeto político.
Si Rousseau cuestiona la razón ilustrada por su imposi­
bilidad para hablar un lenguaje universal, es legítimo poner
en entredicho la razón rousseauniana por definir una nueva
universalidad de la que está excluida la mitad de la especie.
La impugnación de todos los poderes no basados en el con­
sentimiento no tiene en cuenta la sujeción de las mujeres; no
deconstruye esa irracionalidad, por el contrario, la refuerza
teorizando el nuevo modelo de familia burguesa moderna.
La crítica del ginebrino a todas las sujeciones, en el caso de
la sujeción de las mujeres, no sólo es inexistente, sino que la
transforma en una ley de la naturaleza. La razón moral rous­
seauniana se perfila como un discurso patriarcal, de forma
que su presunta capacidad emancipadora queda en entredi­
cho. Este hecho, sin embargo, no implica la impugnación de
la universalidad sobre la que reposa la razón ilustrada. El
ideal de emancipación surgido en la Ilustración ha legi­
timado las vindicaciones de las mujeres. Si bien han podido
observarse —y la lucha feminista es un claro ejemplo de
ello— límites importantes del ímpetu liberador de la razón
ilustrada, si bien la Ilustración no fue capaz de percibir que
su sociedad «racional» se constituía irracionalmente10, tam­
bién es cierto que sólo la Ilustración habló de igualdad. El
principio ético-político ilustrado de igualdad ha permitido
que la razón patriarcal haya podido ser impugnada legítima­
mente. Como señala Celia Amorós: «El discurso ilustrado
de la igualdad tiene la ventaja indudable de librarse de las
ambigüedades, de ser directamente incisivo e irrenunciable-
mente reivindicativo, de tener un punto de referencia polé­

10 Cfr. J. M. Ripalda, op. cit., pág. 73.


mico claro al manejar en la discusión términos precisos
como los de superioridad e inferioridad para establecer las
impugnaciones de las definiciones patriarcales»11. La uni­
versalidad de la razón ilustrada, pese a sus múltiples insufi­
ciencias e «irracionalidades», es necesaria para la emanci­
pación de las mujeres en cuanto ideal regulador, y en cuan­
to imperativo ético. El discurso político feminista debe
reclamar la radicalización de la universalidad ilustrada para
construir desde ahí un nuevo concepto de universalidad12.
Y si hablamos de las impugnaciones de la razón, debe­
mos hablar necesariamente de Poulain de la Barre, filósofo
del siglo xvii, cuyo libro Sobre la igualdad de los dos sexos,
partiendo de las premisas metodológicas cartesianas, im­
pugna la razón patriarcal desde una noción de estado de na­
turaleza prerrousseauniana. Poulain de la Barre lleva hasta
sus últimas consecuencias la idea de universalidad de la ra­
zón que Rousseau había extendido sólo a los varones.

El o r ig e n d e l c o n o c im ie n t o e n R o u ssea u

«Antes de pensar, sentí: tal es el común destino de la hu­


manidad»13. Este texto autobiográfico de Rousseau es el
fundamento de su teoría del conocimiento. En efecto, entre
la obra y la vida del ginebrino hay una relación tan intensa
y tan clara que difícilmente pueden explicarse la una sin la
otra. A las causas obvias, hay que añadir la indomable vo­
luntad de Rousseau de fundir ambas, como forma de com­
batir la impostura.
El punto de arranque de la teoría del conocimiento de
Rousseau es la sensibilidad: «Las primeras facultades que

11 C. Amorós, Hacia una critica de la razón patriarcal, pági­


nas 140-141.
12 Ibídem, pág. 116.
13 J. J. Rousseau, Las confesiones, Madrid, Espasa-Calpe, 1979,
pág. 29, trad. de Lorenzo Oliveras.
se forman y se perfeccionan en nosotros son los sentidos»14.
El hombre natural rousseauniano es pasivo. Sensibilidad y
pasividad son los elementos primeros de la antropología
rousseauniana. María Zambrano señala la pasividad como
la primera propiedad del hombre natural: «Y el corazón en
su pasión será a la vez pasivo y original. Pasivo al ser origi­
nal porque cuanto más se ahinque en ella o cuanto más
abandonado se encuentre, más reducido se verá a aquello
que es su dote, a su única propiedad: la pasividad»15. El
hombre rousseauniano simplemente siente su existencia;
vive consigo mismo; se siente uno. Sin escisión, sin desga­
rramiento. La sensación cobra un lugar prominente en la
teoría del conocimiento de muchos autores ilustrados: «El
espíritu es una tabla lisa que espera caracteres que se graben
sobre ella; una cámara oscura que aguarda la llegada de los
rayos del sol. Para reconstruirlo todo existe y basta un ele­
mento positivo: la sensación. Viene de fuera, hiere el espíri­
tu, lo despierta y pronto lo llena. Por yuxtaposición y por
combinación, proporciona esas ideas cada vez más comple­
jas, cada vez más abstractas, que resultan del trabajo del
alma sobre sus propios datos. Con la sensación nada es más
fácil que construir una teoría del conocimiento, sea intuiti­
va, sea demostrativa, que procura una certeza inquebranta­
ble»16. El universo del hombre natural se reduce a sus instin­
tos. El instinto es el motor primero de su existencia y el ori­
gen de su conocimiento: «El hombre salvaje, confiado por
la naturaleza tan sólo al instinto, o, más bien, compensado
del que acaso le falte por unas facultades capaces de suplir
primero a ese instinto y de elevarle después muy por encima
de él, empezará, pues, por las funciones puramente anima­
les: percibir y sentir será su primer estado, compartido y co­
mún con todos los brutos. Querer y no querer, desear y te­

14 J. J. Rousseau, Emilio, Madrid, Edaf, 1982, pág. 148, trad. de


Luis Aguirre Prado (ed. francesa, pág. 380, 1982).
15 M. Zambrano, La Confesión: Género literario, Madrid, Monda-
dori, 1988, pág. 53.
16 P. Hazard, op. cit., págs. 223-224.
mer, serán las primeras y casi las únicas operaciones de su
alma, hasta que nuevas circunstancias determinen en ella
nuevos procesos»17.
Las pasiones, los instintos tienen como objeto satisfacer
las necesidades naturales del individuo: «Y el hombre salva­
je, privado de toda clase de luces, no experimenta más que
pasiones [...]; sus deseos no van más allá de sus necesidades
físicas»18. El hombre original de Rousseau posee principios
innatos anteriores a toda razón. Principios de importancia
decisiva porque sobre ellos se construye el derecho natural
y sobre ellos debe fundarse la sociedad. Estos principios,
que constituyen el germen y el fundamento de su concep­
ción moral, son la piedad y el amor de sí: «Creo advertir en
ella —el alma humana— dos principios anteriores a la ra­
zón, uno de los cuales nos interesa vivamente en nuestro
bienestar y nuestra conservación, y el otro nos inspira una
repugnancia natural a ver perecer o sufrir a cualquier otro
ser sensible y principalmente a nuestros semejantes»19.
Cada principio tiene una función y una finalidad específica.
Sin embargo, el amor a sí mismo tiene más potencia que la
piedad. De hecho, para Rousseau, la piedad ha desapareci­
do en muchos momentos de la historia del individuo y de la
especie. Para el filósofo ginebrino: «La fuente de nuestras
pasiones, el origen y el principio de todas las demás, la úni­
ca que nace con el hombre y jamás le abandona, en tanto
que él vive, es la propia estimación; pasión primitiva, inna­
ta, anterior a cualquier otra [..,]»20. Este principio, que ini­
cialmente no debe valorarse de forma negativa, si se desa­
rrolla en detrimento de la piedad, y así ha sucedido a lo lar­
go de la historia en opinión del ginebrino, sólo genera
sentimientos negativos: egoísmo, competitividad, ambi­

17 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos de la


desigualdad entre los hombres, en Escritos de combate, Alfaguara,
pág. 160, trad. de Salustiano Masó (ed. francesa, págs. 142-143).
18 J. J. Rousseau, op. cit., pág. 161 (ed. francesa, pág. 143).
19 Ibídem, pág. 144 (ed. francesa, pág. 125).
20 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 242 (ed. francesa, pág. 491).
ción... El desarrollo histórico de este principio conduce a un
individualismo egoísta, «posesivo» dirá Macpherson, a la
defensa exclusiva del interés personal, a la exaltación del in­
dividuo en detrimento de la colectividad. Pero afortunada­
mente para la especie humana hay otro principio innato:
«La piedad es un sentimiento natural que, al moderar en
cada individuo la actividad al amor a sí mimo, contribuye a
la conservación mutua de toda la especie»21.
Rousseau concibe esta facultad como la única virtud na­
tural innata, que, además, fúnda la moral: «No creo que ten­
ga ninguna contradicción que temer si concedo al hombre la
única virtud natural que se ha visto obligado a reconocer el
más exagerado detractor de las virtudes humanas. Me refie­
ro a la piedad, disposición conveniente para unos seres tan
débiles y sujetos a tantos males como somos nosotros; vir­
tud tanto más universal y tanto más útil al hombre cuanto
que precede en él al uso de toda reflexión y tan natural que
hasta los animales dan a veces muestras evidentes de ella»22.
Sobre esta virtud natural deben asentarse las virtudes socia­
les: «Bien observó Mandeville que los hombres, con toda su
moral, no habrían sido nunca más que monstruos si la natu­
raleza no les hubiera dado la piedad en apoyo de la razón;
pero no vio que de esta sola cualidad dimanan todas las vir­
tudes sociales que quiere disputar a los hombres»23. La au­
tenticidad del hombre rousseauniano reposa sobre este sen­
timiento natural. El individuo, construyendo la historia des­
de el amor a sí mismo, ha tratado de ocultar este sen­
timiento. La piedad actúa como un dique que impide el de­
sarrollo y la expansión del mal. Sin embargo, la sociedad ha
ocultado lo más irreductiblemente bueno del ser humano, la
piedad, y el mal se ha constituido en elemento fúndante de
la historia: «Es, en suma, en este sentimiento natural, más
que en sutiles argumentaciones, donde hay que buscar la

21 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen de la desigualdad...,


pág. 173 (ed. francesa: pág. 156).
22 Ibídem, pág. 171 (ed. francesa: pág. 154).
23 Ibídem, pág. 172 (ed. francesa: pág. 155).
causa de la repugnancia que todo hombre experimenta en
hacer el mal, aun con independencia de las máximas de la
educación»24.
En opinión de Lévi-Strauss, la piedad es la facultad en
la que se dan desde un principio una serie de atributos con­
tradictorios, aunque reunidos en ella no lo sean precisamen­
te; es una facultad natural y cultural, afectiva y racional, ani­
mal y humana; y que sólo a condición de llegar a ser cons­
ciente puede saltar de una esfera a otra25. La piedad y el
amor de sí son los principios fundamentales de una concep­
ción del hombre, en la cual el «otro» es anterior al «yo»26.
La piedad es una facultad humana por la cual nos identifi­
camos con el «otro». Sobre esta facultad está configurada la
noción de identidad rousseauniana. La unicidad del salvaje
es posible porque yo no existo sin el «otro». Existe el «yo»
porque antes ha existido el «otro»27: «El pensamiento de
Rousseau se desenvuelve, pues, partiendo de un doble prin­
cipio: el de la identificación con los otros, incluso con el
más “otro” de todos, aunque sea un animal; y el de la nega­
ción a identificarse consigo mismo, es decir, el rechazo de
todo lo que puede convertir el yo en “aceptable”. Ambas ac­
titudes son completamentarias, y la segunda sirve incluso de
base a la primera...»28.
El estado de naturaleza rousseauniano contiene una
idea-fantasía sobre la que edificará Rousseau su concepción
del individuo —Emilio— y de la sociedad —El contrato so­
cial. Esta idea consiste en hacer compatible la absoluta au­
tosuficiencia del individuo con la presencia, aunque sea le­

24 Ibídem, pág. 173 (ed. francesa: pág. 156).


25 Cl. Levi-Strauss, «Jean Jacques Rousseau, fundador de las cien­
cias del hombre», en Presencia de Rousseau, Buenos Aires, Nueva Vi­
sión, 1972, pág. 13, trad. de Jorge Pérez.
26 Ibídem, pág. 13.
27 El concepto de piedad, tal y como es formulado por Rousseau,
pone de manifiesto su profundo rechazo a la filosofía cartesiana, a pe­
sar de que su punto de partida sea el de la dualidad mente-cuerpo de
Descartes.
28 Cl. Levi-Strauss, op. cit., pág. 15.
jana, de los otros. Por su parte, Las confesiones están llenas
de alusiones a los otros más como fuente de turbación o de­
sasosiego que de alegría: «Me hacían compañía mis gratas
quimeras... Cuando me ofrecían algún asiento que hubiese
vacío en los coches, o se me acercaba alguien por el cami­
no, me airaba viendo desbaratarse la fortuna cuyo edificio
construía mientras iba marchando»29. El «otro» es en Jean
Jacques fuente de angustia y desasosiego; como veremos
posteriormente, es, incluso, el primer origen del mal. Al
mismo tiempo, el otro es el supremo bien, por cuanto se
constituye en fúndamento de nuestra propia identidad psico­
lógica y moral. En Rousseau, existir es ser visto por los
otros. Resolver la ambivalencia de que el otro sea el bien y
el mal al mismo tiempo no parece tarea fácil. La solución
consistirá en la completa regulación de la vida colectiva,
hasta el extremo de limitar poderosamente las relaciones so­
ciales a través de la voluntad general.
Rousseau polemiza con las consecuencias epistemoló­
gicas de la dualidad antropológica cartesiana mente-cuerpo
para inscribirse «resueltamente en la corriente sensualista
por lo que respecta a la teoría del conocimiento»30. En efec­
to, la epistemología rousseauniana parte del problema carte­
siano de las dos sustancias. Nuestro filósofo toma de Des­
cartes las ideas de sustancia pensante y sustancia extensa,
pero, mientras que la resolución de la dualidad en Descartes
viene a través de una tercera sustancia, es decir, de Dios, en
Rousseau se produce a través de una nueva instancia, la del
sentimiento de la propia existencia, como mediación de la
dualidad mente-cuerpo31. Rousseau, por tanto, sustituye en
su epistemología la mediación de Dios por la del sentimien­
to de la existencia. La operación que realiza consiste en to-
29 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 149.
30 M. C. Iglesias, «Las pasiones y el origen del conocimiento», en
M. C. Iglesias y L. Rodríguez Zúñiga, Homenaje a José Antonio Mara-
gall II, Madrid, C.I.S., 1985, pág. 334.
31 J. M. Ordóñez Rovina, Seminario: «Razón y voluntad en Jean
Jacques Rousseau», Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, Uni­
versidad Complutense de Madrid, 1980-81,1981-82.
mar prestada una parte de la metodología cartesiana para
negarla continuamente. «Descartes cree pasar directamente
de la interioridad de un hombre a la exterioridad del mundo
sin ver que entre ambos extremos hay sociedades y civiliza­
ciones, vale decir, mundo de hombre»32. Es decir, formas de
existencia concretas dentro de la historia. Rousseau no pue­
de aceptar ningún tipo de dualidad, ni siquiera la cartesiana.
No acepta más dualidades que aquellas que pueden ser re­
sueltas. Niega la separación entre materia y espíritu en el
propio individuo introduciendo una nueva categoría: la sen­
sación, el sentimiento de la propia existencia; niega la dua­
lidad del individuo en la sociedad introduciendo otra cate­
goría: la voluntad general; y, tras comprobar el fracaso de la
solución política, introduce una fórmula muy fecunda para
el Romanticismo: el ensueño. Sentimiento de la propia exis­
tencia, voluntad general y ensueño son conceptos que sólo
muestran la no aceptación de dualidades fundantes en el in­
dividuo33.
Dualidad cartesiana y sensualismo constituyen los pun­
tos de partida de las concepciones antropológica y episte­
mológica de Rousseau. Sin embargo, a medida que desarro­
llemos su concepto de naturaleza humana observaremos
que su epistemología se vuelve más compleja. Después de
afirmar que el amor a sí mismo y la piedad son dos faculta­
des innatas y anteriores al estado de reflexión y, más aún,
comunes con otras especies animales, Rousseau introduce
una nueva facultad, aunque ésta exclusiva de la especie hu­
mana: «Hay otra cualidad muy específica que los distingue
y sobre la cual no cabe discrepancia alguna, y es lafacultad
de perfeccionarse; facultad que, con ayuda de las circuns­
tancias, desarrolla sucesivamente todas las demás y reside
en nosotros tanto en la especie como en el individuo»34.

32 Cl. Levi-Strauss, op. cit., pág. 12.


33 J. M. Ordóñez Rovina, op. cit.
34 IJ. Rousseau, Discurso sobre el origen y fundamento..., pág. 159
(ed. francesa, pág. 142).
Esta cualidad humana es la que separa la especie humana
del mundo animal y, por tanto, la que proporciona al indivi­
duo los instrumentos necesarios para su desarrollo cultural.
Es, por tanto, la facultad responsable de colocar a nuestra
especie en la senda de la historia: «Sería triste para nosotros
vemos obligados a reconocer que esta facultad distintiva y
punto menos que ilimitada es la fuente de todas las desgra­
cias del hombre; que es la que saca, a fuerza de tiempo, de
esa condición originaria en la que pasaría los días de su
existencia tranquilos o inocentes; que es asimismo esa fa­
cultad la que, haciendo despuntar con los siglos sus conoci­
mientos y sus errores, sus vicios y sus virtudes, le convierte
a la larga en tirano de sí mismo y de la naturaleza»35. La per­
fectibilidad se encuentra en el origen de la historia y por ello
en la de la corrupción: «[...] el origen de nuestra decadencia
es explicada por razones meramente humanas. Como el
hombre es perfectible no ha dejado de añadir sus invencio­
nes a los dones de la naturaleza. Y a partir de entonces, la
historia universal, sobrecargada por el peso cada vez mayor
de nuestros artificios y de nuestro orgullo, toma el aspecto
de una caída acelerada en la corrupción»36. Podría decirse a
este respecto que Rousseau asume el presupuesto ilustrado
de la perfectibilidad para invertir su valoración.
El amor a sí mismo, la piedad y la perfectibilidad son las
tres facultades que definen al salvaje rousseauniano. Los
dos primeros rasgos le son innatos en cuanto especie animal
y el tercero en cuanto especie humana. La perfectibilidad
permite al hombre natural salir del reino de la necesidad y
entrar en el de la libertad: «En todo animal no veo más que
una máquina ingeniosa a la que ha dotado la naturaleza de
sentidos para fortalecerse ella misma y para asegurarse, has­
ta cierto punto, contra aquello que tiende a destruirla o a
trastornarla. Las mismas cosas advierto precisamente en la

35 Ibídem, pág. 160 (ed. francesa, pág. 142).


36 J. Starobinski, Jean Jacques Rousseau. La transparencia y el
obstáculo, Madrid, Taurus. 1983, pág. 22, trad. de Santiago González
Noriega.
máquina humana con la diferencia de que en las operacio­
nes del animal lo hace todo la naturaleza por sí sola, mien­
tras que el hombre contribuye a las suyas en calidad de
agente libre»37. La perfectibilidad es el atributo que permite
al individuo transitar desde una situación de pasividad a una
posición de actividad. Cuando el salvaje encuentra obstácu­
los en el transcurso de su vida que deben ser resueltos es
cuando toma conciencia de su capacidad de perfección y
cuando dicha capacidad se pone a funcionar. Esta cualidad
hace posible que el hombre rousseauniano pase de la inte­
rioridad a la exterioridad, del yo al mundo de los objetos. La
perfectibilidad pone de manifiesto la plasticidad y malea­
bilidad del individuo rousseauniano.
Cuando la perfectibilidad actúa el sujeto se vuelve acti­
vo y el espacio de las sensaciones es sustituido por un ám­
bito de operaciones más complejo, resultado de la suma de
sensaciones y de ideas simples: «De este modo, lo que yo
llamaba razón sensitiva o pueril consiste en formar ideas
sencillas por el concurso de varias sensaciones»38. Las sen­
saciones son operaciones internas causadas por la aparición
de algún objeto sensible que el salvaje recibe pasivamente.
Sin embargo, en la formación de las ideas simples la activi­
dad del sujeto es esencial. La formación de ideas, aunque
sean ideas simples, supone una posición activa frente a la
exterioridad. El pensamiento va ganando terreno lentamen­
te a las sensaciones. Este concepto rousseauniano, la razón
sensitiva, permite al individuo algo más que «sentir» el
mundo exterior, le permite descubrirlo: «Pero “esta razón
sensitiva”, ese sentimiento interior coincide con la misma
estructura de la realidad, desvela la verdad esencial de la
misma»39. Esta razón primera de la que nos habla el ginebri-
no es la mediación entre la realidad y el pensamiento com­

37 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen y fundamento..., pági­


nas 158-159 (ed. francesa, pág. 141).
38 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 180 (ed. francesa, pág. 417).
39 M. C. Iglesias, op. cit., pág. 335.
piejo del individuo. Sin embargo, aún no ha abierto ninguna
fisura entre individuo y realidad. Mientras la razón siga
siendo sensible, el equilibrio del individuo permanece:
«Transformemos nuestras sensaciones en ideas, pero no sal­
temos de golpe de los objetos sensibles a los objetos intelec­
tuales. Mediante los primeros debemos llegar a los otros»40.
La razón sensitiva es el fundamento de todo conocimiento
verdadero y sobre ella se asentará la otra razón, la que se
forme cuando el individuo se encuentre inmerso en la histo­
ria41. Esta razón sensible tiene dos puntos de apoyo, el amor
de sí y la piedad, y un motor, la perfectibilidad. Por tanto,
hasta este momento la estructura de la razón es moral, en la
medida en que la piedad y el amor de sí proporcionan las
bases necesarias de toda moralidad.
Pero, tras la aparición de la razón sensitiva, es decir, tras
la elaboración de ideas simples como suma de muchas sen­
saciones, aparece una operación lógica más compleja, apa­
rece un nuevo concepto de razón que ahora es efecto de la
combinación de varias ideas simples: «Y lo que yo llamo in­
telectual o humana consiste en formar ideas complejas por
el concurso de varias ideas simples»42. Efectivamente, la ra­
zón intelectual implica una operación lógica más compleja
que la mera razón sensitiva. Tanto la sensación, como la ra­
zón sensitiva y la razón intelectual son operaciones que rea­
liza el hombre natural u hombre biológico. A este respecto
habría que señalar la coincidencia entre salvaje, hombre na­
tural y hombre biológico. Estos tres términos expresan la
misma realidad. En definitiva, el sujeto de esta razón es un
hombre no social. Este proceso lógico-humano está impues­
to por la naturaleza, no por la historia. Este mismo proceso
es el que sigue Emilio y sabemos que Emilio es un hombre
natural: «Si [...] os aplicaseis a mantenerle siempre en sí
mismo y atento a cuanto le afecta inmediatamente, entonces

40 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 190 (ed. francesa, pág. 430).


41 Ibídem, pág. 140 (ed. francesa, pág. 140).
42 Ibídem, pág. 189 (ed. francesa, pág. 417).
le hallaríais capaz de percepción, de memoria e incluso de
razonamiento; éste es el orden de la naturaleza»43. Esta
construcción de la razón es «natural». Es la razón en estado
puro, sin la contaminación que ha supuesto su ulterior desa­
rrollo histórico. Es una razón originaria, antropológica, des­
provista de cualquier añadido histórico, consecuencia de la
relación que se establece entre el hombre biológico y la na­
turaleza. A este respecto escribe Rousseau, refiriéndose al
salvaje: «No estando adscrito a ningún lugar, no teniendo ta­
rea prescrita, no obedeciendo a nadie, sin otra luz que su vo­
luntad, está formado a razonar cada acción de su vida; no
realiza un movimiento, no da un paso, sin haber considera­
do de antemano las consecuencias. Así, cuanto más se ejer-
citá su cuerpo, más se ilumina su espíritu; su fuerza y su ra­
zón crecen a la vez y se extienden la una mediante la otra»44.
En un principio, pueden distinguirse dos fases en la teo­
ría del conocimiento rousseauniana. En la primera fase apa­
rece el binomio sensación-pasividad y en la segunda el bi­
nomio razón-actividad. Entre una y otra surge una facultad
esencial: la perfectibilidad. La primera fase se rige por la
necesidad. La segunda por la libertad: «Si, indudablemente,
el hombre es parte del mundo material y físico, no se agota
en él, ni es pura pasividad frente al universo. Este se presen­
ta ante los sentidos disperso, fragmentado, multívoco; es el
hombre el que le da unicidad. Le es preciso, pues, un prin­
cipio activo, que únicamente puede provenir del espíritu, de
la actividad del juicio. Este no sólo realiza una “aprehen­
sión” también pasiva, como defendía el materialismo fran­
cés, sino que implica comparación y ordenación, y éstas son
irreductibles a la sensación. Conocimiento activo se diferen­
cia claramente, pues, de la sensación pasiva»45. Esta opera­
ción lógica, sin embargo, no implica la ruptura de la unidad
del individuo. Aún no se ha producido la escisión entre pen­
samiento y realidad. De momento, la interioridad del indivi­

43 Ibídem, pág. 131 (ed. francesa, pág. 359).


44 Ibídem, pág. 132 (ed. francesa, pág. 132).
45 M. C. Iglesias, op. cit., pág. 334.
dúo y la exterioridad del mundo conciden; reina entre am­
bos una perfecta armonía. La razón natural rousseauniana
funciona a pleno rendimiento sin producir desgarraduras
inútiles en el hombre natural; su objetivo no es otro que la
satisfacción de las necesidades naturales.
Entre las necesidades del espíritu y las necesidades del
cuerpo se da el suficiente equilibrio para que el hombre na­
tural esté «entero y verdadero consigo mismo»46. Los pro­
gresos que hacía el espíritu iban a la par con los de su cuer­
po, porque «el único instrumento que conoce el hombre na­
tural es su cuerpo»47. Las auténticas necesidades en
Rousseau son, pues, las puramente biológicas. Su entendi­
miento está al servicio de sus auténticas necesidades. En
este sentido, como veremos ulteriormente, sería necesario
hablar de un tercer aspecto en su teoría del conocimiento; al
polémico dualismo cartesiano y al sensualismo debe añadír­
sele ahora su posición materialista. Este planteamiento ma­
terialista se pone de manifiesto en la necesidad de fundar el
conocimiento en lo que él denomina auténticas necesidades,
es decir, en las necesidades del cuerpo: «Concluyamos,
pues, que el hombre salvaje, errante por los bosques, sin in­
dustria, sin habla, sin domicilio, sin guerra, sin relaciones,
sin necesidad alguna de sus semejantes, sin el menor deseo
por lo demás de hacerles daño, quizá incluso sin reconocer
nunca a ninguno de ellos individualmente, sujeto a pocas
pasiones y bastándose a sí mismo, no tenía más que los sen­
timientos y las luces propios de dicho estado, no sentía más
que sus auténticas necesidades, no miraba más que lo que
creía le interesaba ver y su inteligencia no hacía más progre­
sos que su vanidad»48.
El problema para Rousseau sobrevendrá después, cuan­
do el hombre natural se relacione con los otros, adquiera el
lenguaje y adquiera otras necesidades que desborden las de

46 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen y fundamento..., pág. 154


(ed. francesa, pág. 136).
47 Ibídem, pág. 153 (ed. francesa, pág. 135).
48 Ibídem, pág. 177 (ed. francesa, págs. 159-160).
la mera subsistencia. Incipientes formas de cooperación con
los otros, la aparición del lenguaje, la adquisición de necesi­
dades falsas... colocan a la especie en el umbral de la histo­
ria. El individuo, poco a poco, en un lento proceso cuyas
causas son producto del azar, va entrando en la historia. El
salvaje va desapareciendo a medida que se va construyendo
el hombre social. La armonía del estado natural desaparece.
La razón sensitiva se ve sustituida por un mal uso de la ra­
zón intelectual. Las auténticas necesidades son reemplaza­
das por falsas necesidades y el aislamiento por la vida en so­
ciedad.
La sensibilidad es el reino de la inmediatez y de la trans­
parencia. Por el contrario, la razón es mediación y opacidad.
El propio Rousseau sentía en sí mismo el ejercicio de la ra­
zón como una actividad que le alejaba de la pasividad origi­
nal, como una cadena de mediaciones entre él y sus emocio­
nes, como una sucesión de obstáculos entre él y el mundo.
Sin embargo, al mismo tiempo, la actividad del juicio orde­
na sensaciones y despeja el caos que es el mundo exterior e
interior: «Esta lentitud de pensamiento y esta viveza de sen­
sibilidad, no sólo me domina en la conversación, sino hasta
cuando trabajo solo. En mi cerebro las ideas se ordenan con
una dificultad increíble: circulan confusamente, crecen y se
agitan hasta convencerme, enardecerme, ponerme en estado
febril; y en medio de esta emoción nada veo distintamente,
no sabría escribir una palabra; es necesario que aguarde. In­
sensiblemente va cesando ese gran movimiento, se desem­
brolla el caos, y cada cosa viene a colocarse en su lugar,
pero lentamente, y después de una agitación confusa y pro­
longada»49.
En el estado de naturaleza la razón sensitiva era el ins­
trumento de mediación entre el individuo y la naturaleza.
Esta razón natural coincidía con la naturaleza. Sin embargo,
cuando la especie humana comienza a construir la historia,
la razón deja de ser un instrumento de conocimiento verda­
dero. La causa radica en que el desarrollo de la razón y de la

49 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 113.


historia se ha producido por falsas necesidades. Se ha pro­
vocado una quiebra entre la razón del individuo y la estruc­
tura de la realidad. La armonía anterior entre razón sensible
y hombre natural desaparece. En consecuencia, la razón se
vuelve impotente para descubrir y conocer la realidad. Este
es uno de los puntos esenciales del Primer discurso. La ra­
zón, ahora, no sólo no coincide con la naturaleza, sino que,
por el contrario, la oculta. La entrada del hombre en el pro­
ceso social ha quebrado el equilibrio entre pensamiento y
realidad.

Ra z ó n m oral « versus» r a z ó n il u s t r a d a

En 1750, momento avanzado de la modernidad y de


exaltación de las Luces, la Academia de Dijon convoca un
concurso para la concesión del Premio Moral: «Diderot [...]
me exhortó a dar libre vuelo a mis ideas y a concurrir al cer­
tamen. Así lo hice, y desde este momento estuve perdido.
Todo el resto de mi vida y de mis desdichas fue inevitable
efecto de este instante de extravío. Mis sentimientos se aco­
modaron con una rapidez inconcebible al tono de mis ideas.
El entusiasmo por la verdad, la libertad y la virtud, ahogó to­
das mis pequeñas pasiones; y lo más sorprendente es que
esta efervescencia subsistió en mi corazón durante más de
cuatro o cinco años, llegando a tan alto grado como jamás
haya estado en otro corazón humano»50. El tema propuesto
es el siguiente: Si el restablecimiento de las ciencias y las
artes ha contribuido a depurar las costumbres. El premio le
es concedido a Rousseau por su Discurso sobre las ciencias,
las artes y las letras. Este Primer discurso, crítico con el
pensamiento ilustrado, ha sido sometido a interpretaciones
distintas entonces y ahora. Impugnar el discurso ilustrado le
supuso ser acusado de irracionalista y de antiilustrado. La
polémica que se desató inmediatamente después de ganar el

50 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 303.


premio de Dijon da buena prueba de ello. La reacción de
Voltaire a este respecto es ilustrativa51.
El tema esencial que subyace en este discurso es la con­
traposición entre razón y moral, entre verdad y costumbres.
El problema que plantea nuestro autor no es el de la capaci­
dad de conocer del inidividuo, sino el del uso social de esa
capacidad. Rousseau no impugna en este discurso la activi­
dad de la razón, sino su existencia social. En otras palabras:
el problema no es antropológico, sino político. La razón
como facultad de conocimiento no es cuestionada por el fi­
lósofo ginebrino. La génesis del problema arranca de que la
razón se ha desarrollado en respuesta a falsas necesidades.
Como explica Léo Strauss refiriéndose a esta cuestión que
plantea Rousseau52, el mal no es producto de la razón, sino
de la relación que se produce entre razón y sociedad.
La cuestión central que plantea Rousseau es la del límite
del conocimiento. En Descartes no hay límite en el conoci­
miento debido a su propia inmanencia. El conocimiento, al no
salir de la subjetividad, necesita en mucha menor medida la
contestación con la realidad. Hume, pese a ser también inma-
nentista, niega las ideas innatas y afirma que el conocimiento
se crea desde la experiencia. Este filósofo es el que plantea el
conocimiento. Para Hume, la realidad no puede ser conocida
por el individuo. El individuo no puede hacer otra cosa que
operar con la realidad estableciendo reglas no necesarias que,
a su vez, producen un conocimiento no necesario. Por tanto, el

51 Fragmentos de la carta de Voltaire a J. J. Rousseau: «He recibido,


señor, vuestro nuevo libro contra el género humano; muchas gracias;
daréis gusto a los hombres, a quienes decís sus verdades, pero no los co­
rregiréis. No puede pintarse con colores más vivos los horrores de la so­
ciedad humana, de la que nuestra ignorancia y nuestra debilidad se pro­
meten tantas delicias. Jamás ha puesto nadie tanto ingenio en querer
volvemos animales. Leyendo vuestra obra dan ganas de ponerse a an­
dar a cuatro patas...». Notas al Discurso sobre el origen y losfundamen­
tos de la desigualdad entre los hombres, en Escritos de combate, pági­
nas 636 (ed. francesa, pág. 1379).
52 L. Strauss, «L’intention de Rousseau», en Pensée de Rousseau,
París, Seuil, 1984.
conocimiento en Descartes es verdadero y en Hume es proba­
ble. Como señala Celia Amorós, la razón humearía «lo único
que puede certificar, paradójicamente, es su propia impoten­
cia como instancia legitimadora»53. Hume parte de la acepta­
ción del límite del conocimiento para construir su teoría del
conocimiento, y es éste el aspecto que toma Kant del autor del
Treatise. Kant acepta igualmente este límite del conocimien­
to, pero desde otros presupuestos y con otro sentido: acepta
que el conocimiento se debe construir desde un sujeto trascen­
dental que no puede conocer el «en sí» de la cosa.
Entre Hume y Rousseau existe una coincidencia: ambos
creen que la realidad no es cognoscible. Y también una di­
ferencia: Hume acepta el límite del conocimiento y opera a
partir de dicho límite, mientras que Rousseau ve con clari­
dad ese límite, pero no lo acepta. Por tanto, el problema deja
de ser antropológico y deviene político. Dicho de otro
modo: su no aceptación de dicho límite se relaciona con su
creencia de que tiene causas sociales. Para Rousseau, la
causa del límite del conocimiento está en el proñmdo desga­
rramiento del hombre social. Esta es la razón de su intento
de recomposición de la unidad del individuo. La reconstruc­
ción de dicha unidad dará una nueva dimensión al conoci­
miento. Lógicamente, la única forma de recomponer dicha
unidad es desde la política, puesto que la dualidad tiene un
origen histórico-social. Como subraya 'José María Ordóñez
Rovina54, ésta es la razón por la cual «la teoría del conoci­
miento de Rousseau viene siempre de la mano del Estado».

L ím it e s y f r u s t r a c ió n m o r a l d e l a r a z ó n il u s t r a d a

En el Discurso sobre las ciencias, las artes y las letras


aparecen planteados dos de los problemas fundamentales
que recorren la obra de Rousseau. El primer problema es el

53 C. Amorós, «El filósofo y la covada epistemológica», en Muje­


res y hombres en la formación del pensamiento occidental, vol. I, Ma­
drid, Ed. de la Universidad Autónoma, 1989, pág. 7.
54 J. M. Ordóñez Rovina, op. cit.
del límite del conocimiento; el segundo, el de la moralidad.
El primero es el de la impotencia de la razón para descubrir
la realidad; el segundo es el de la virtud. Insuficiencia del
conocimiento y, como consecuencia, imposibilidad de la
virtud. Límite de la razón y frustración moral de la razón:
«Si nuestras ciencias son vanas en cuanto al objeto que se
proponen, todavía son más peligrosas por los efectos que
producen»55. ¿No puede el individuo conocer la realidad
porque posee algún tipo de insuficiencia en tanto individuo
biológico, o acaso no puede descubrirla y alcanzar la verdad
en tanto individuo social? La respuesta es inequívoca: «El
alma, alterada en el seno de la sociedad por mil causas per­
petuamente renovadas, por la adquisición de un sinfín de co­
nocimientos y de errores, por los cambios sobrevenidos en
la constitución de los cuerpos y por el conflicto constante de
las pasiones, ha cambiado, por así decirlo, de apariencia
hasta el punto de resultar casi irreconocible, y en vez de un
ser que obra siempre conforme a principios ciertos e inva­
riables, en vez de aquella celeste y majestuosa simplicidad
que su autor imprimió en ella, sólo encontramos ya el dis­
forme contraste de la pasión que cree razonar y del entendi­
miento que delira»56. Este texto de Rousseau nos plantea en
sus justos términos el primer problema enunciado más arri­
ba, el de la impotencia o límite del conocimiento: «Lo que
Rousseau está apuntando [...] es la necesidad de reconocer
el carácter específico de los problemas morales y políticos;
es decir, su dinámica no reducible al progreso de las cien­
cias de la naturaleza»57.
El problema del conocimiento no debe situarse, pues, en
el hombre biológico, sino en el hombre social. Ni el indivi­

55 J. J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias, las artes y las letras,


en Escritos de combate, pág. 20 (ed. francesa, pág. 18).
56 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos...,
pág. 141 (ed. francesa, pág. 122).
57 S. Sevilla, Introducción y comentarios al Discurso sobre las
ciencias y las artes y al Discurso sobre el origen y los fundamentos de
la desigualdad entre los hombres, Valencia, Universitat de Valencia,
1990, pág. 15.
dúo en sí mismo está incapacitado para conocer ni la cien­
cia en sí misma es perniciosa: «Resulta progresivamente
claro que la preocupación de Rousseau se refiere, más que a
la validez teórica del conocimiento alcanzado, al uso social
que de él se hace»58. El problema debe contemplarse desde
el uso que se hace del conocimiento: «Pero ¿cómo es posi­
ble que las ciencias, cuya fuente es tan pura y cuyo fin es tan
loable, engendren tantas impiedades, tantas herejías, tantos
errores, tantos sistemas absurdos, tantas contradicciones,
tantas inepcias, tantas sátiras despiadadas, tantas novelas la­
mentables, tantos versos licenciosos, tantos libros obscenos
y, en los que las cultivan, tanto orgullo, tanta avaricia, tanta
malignidad, tantas intrigas, tantas envidias, tantas mentiras,
tantas iniquidades, tantas calumnias, tantas adulaciones ver­
gonzosas y cobardes? Decía que esto se debe a que la cien­
cia, por hermosa y sublime que sea, no está hecha para el
hombre; que tiene éste el espíritu demasiado limitado para
hacer en ella grandes progresos y demasiadas pasiones en el
corazón para que no haga de ella un mal empleo»59. La ex­
traña y perniciosa relación que se ha producido entre indivi­
duo y sociedad sólo da como resultado la corrupción moral
del individuo y la imposibilidad de comprender la realidad.
A estas consecuencias debe añadirse otra no menos relevan­
te: la infelicidad.
Si se pudiese representar la Ilustración con unas cuantas
palabras, una de ellas sería, sin duda, la de felicidad. El Si­
glo de las Luces concibe la felicidad como una consecuen­
cia de la expansión de la razón: «La felicidad es la expan­
sión de una fuerza que se encuentra espontáneamente en no­
sotros y que basta dirigir»60. Para el ginebrino, la felicidad
es la más legítima aspiración del individuo. Es su destino
natural. Pero la felicidad nada tiene que ver con esa perni­
ciosa exaltación de la razón que impera por todos los sitios.

58 Ibídem, pág. 16.


59 J. J. Rousseau, Respuesta al rey de Polonia, Duque de Lorena, en
Escritos de combate, pág. 50 (ed. francesa, pág. 36).
60 P. Hazard, op. c i t pág. 276.
Por eso, precisamente, es tan difícil acceder a ella: «Es muy
extraño que nunca se remonta mi imaginación tan alegre­
mente como cuando mi estado es aflictivo; y al contrario,
cuando todo ríe en derredor mío, entonces es menos risueña
mi fantasía»61. Rousseau invierte la valoración de la Ilustra­
ción sobre la felicidad. El conocimiento al uso no propicia
la felicidad: «La ciencia no está hecha para el hombre en ge­
neral. Al ir en pos de ella, constantemente se extravía, y si
alguna vez la alcanza, no suele ser más que en su propio
perjuicio. Ha nacido para actuar y pensar, no para reflexio­
nar. La reflexión le hace infeliz, sin hacerle mejor ni más sa­
bio; le hace lamentar los bienes pasados y le impide gozar
del presente; le presenta un porvenir feliz para reducir su ima­
ginación y atormentar sus deseos y un porvenir infeliz para
hacérselo sentir por anticipado. El estudio corrompe sus cos­
tumbres, trastorna su salud, destruye su temperamento y a
menudo echa a perder su razón; si algo le enseña, aun consi­
dero que queda muy mal resarcido»62. La escisión entre suje­
to y objeto, entre pensamiento y realidad, pone de manifiesto
la enajenación y dualidad del ser social. Por el contrario, en el
hombre natural esa escisión se transforma en armonía. La
ciencia se interpone entre el yo social y el yo natural del indi­
viduo. Esta desgarradura en la identidad es la causante de la
infelicidad. La causa radica en que el desarrollo histórico de
la razón se ha fundado en falsas necesidades. La propuesta de
Rousseau es volver a soldar la dualidad del yo para así recu­
perar la unicidad originaria. El único método posible es fun­
dar nuevamente el conocimiento en las necesidades del cuer­
po: «Un ternero no tiene necesidad de estudiar botánica para
aprender a escoger el heno, y el lobo devora su presa sin pen­
sar en la indigestión. Para responder a esto ¿nos atreveremos
a tomar el partido del instinto contra la razón?»63.

61 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 160.


62 J. J. Rousseau, «Prólogo» a Narciso (la traducción es nuestra)
(ed. francesa, pág. 970).
63 J. J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias..., pág. 96. (ed. fran­
cesa, pág. 92).
Ser y parecer

«En la empresa a que me he lanzado de mostrarme en­


teramente al público es preciso que no quede nada mío os­
curo u oculto; es necesario que me ofrezca constantemente
a sus ojos, que me siga en todas las vicisitudes de mi cora­
zón, por todos los recovecos de mi vida; que ni un sólo ins­
tante me pierda de vista, y ello por temor de que, al hallar en
mi relato la menor laguna, el menor vacío, y al preguntarse:
¿qué hizo en este tiempo?, me acuse de no haber deseado
decirlo todo. Ya doy bastante materia de crítica a la maligni­
dad de los hombres con lo que refiero, para darle más aún
con mi silencio»64. En efecto, uno de los temas más impor­
tantes del Primer discurso y que se repetirá en toda la obra
del ginebrino es la oposición entre el ser y el parecer. Esta
dualidad es uno de los productos más siniestros de la razón.
La escisión entre el ser y la apariencia del ser es un eslabón
de la cadena que separa al hombre social del hombre natu­
ral. Es causa y efecto. Es efecto de esa facultad humana que
nuestro autor denomina perfectibilidad65 y es causa de mu­
chos de los vicios sociales: «Ser y parecer llegaron a ser dos
cosas totalmente distintas, y de esa distinción salieron el
fausto imponente y todos los vicios que los acompañan»66.
No obstante, hay que señalar que el problema de la dualidad
ser/parecer no es un tema exclusivo de Rousseau. Por el
contrario, es muy común en el Siglo de las Luces. Sin em­

64 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 70.


65 Sin este atributo humano que el hombre natural posee en poten­
cia no es posible ni la razón ni la historia. En este sentido, la perfectibi­
lidad se encuentra en le origen de todas las desgracias del hombre so­
cial. La perfectibilidad, usada de otra forma, habría producido una his­
toria diferente; el significado último de esta facultad no nos habla de
otra cosa más que de la maleabilidad del hombre rousseauniano.
66 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen y los fundamentos...,
pág. 190 (ed. francesa, pág. 174).
bargo, Rousseau lo articula de una forma nueva y lo integra
en su sistema de pensamiento como punta de lanza de su
crítica moral: «Si hay un tema recurrente en el siglo xvm es
el viejo tema moralista del ser y del parecer; el del enfrenta­
miento entre mentira y verdad; el de la dicotomía entre la
opacidad de lo real y la transparencia ideal. La máscara so­
cial y externa como ocultación de la verdad natural e inter­
na es el leit motiv de la predicación moralista de Rousseau,
quien denuncia cáusticamente tal dicotomía»67. El ser y el
parecer, la verdad y la mentira, la máscara y lo auténtico,
forman parte del concepto de identidad en el siglo xvm. La
máscara es un tema central en la noción de identidad que se
atribuye al hombre del Antiguo Régimen.
En el caso del filósofo ginebrino, su filosofía social y
política se configura como una impugnación del sistema
moral y político del Antiguo Régimen, por lo que denuncia
la existencia de las apariencias como parte sustancial de la
identidad social y apuesta por un individuo cuya identidad
se fundamente en la autenticidad. La apuesta rousseauniana
es una apuesta por el ser, por la verdad y por la transparen­
cia. El individuo que postula Rousseau es el que rechaza la
convención, la comedia..., es el que se busca a sí mismo de­
safiando la mentira de las convenciones sociales. En este
desafío, en esta búsqueda de la verdad y la autenticidad, fun­
damenta Rousseau su noción de virtud: «¡Qué grato sería
vivir entre nosotros si la compostura exterior fuera siempre
la imagen de las disposiciones del corazón, si la decencia
fuera la virtud, si nuestras máximas nos sirvieran de reglas,
si la verdadera filosofía fuera inseparable del título de filó­
sofo! Pero tantas cualidades van raras veces juntas y la vir­
tud casi nunca ostenta pompa tan grande [...]. El hombre de
bien es un atleta que se place en combatir desnudo: desdeña
todos esos viles ornamentos que entorpecerían el empleo de

67 M. C. Iglesias, «La máscara y el signo: modelos ilustrados», en


C. Castilla del Pino, El discurso de la mentira, Madrid, Alianza Univer­
sidad, 1988.
sus fuerzas y que en su mayor parte no se han inventado más
que para ocultar alguna deformidad»68.
Rousseau reconoce que la razón en su desarrollo social
ha proporcionado, sin duda, elementos positivos a la especie
humana, pero al mismo tiempo estos elementos casi han
sido anulados por los vicios inherentes a tal desarrollo. La
escisión entre ser y apariencia del ser es uno de los males
que nos ha legado el desarrollo de la razón: «Los beneficios
de las Luces se encuentran compensados y casi anulados
por los innumerables vicios que se desprenden de la false­
dad de las apariencias [...]. El espíritu humano triunfa, pero
el hombre se ha perdido [...] el parecer y el mal no son sino
la misma cosa [...]. La oposición del ser y el parecer se ani­
ma patéticamente y confiere al discurso su tensión dramáti­
ca [...] se propaga un sentimiento real de escisión. La ruptu­
ra entre el ser y el parecer engendra otros castigos, como
una serie de ecos amplificados: ruptura entre el bien y el
mal..., ruptura entre la naturaleza y la sociedad, entre el
hombre y sus dioses, entre el hombre y él mismo»69. Las
apariencias no sólo muestran un yo dividido, sino que aún
ahondan más esta división. Si hay un tema recurrente en los
escritos autibiográficos de Rousseau es éste: «Me juzgaba
menos por lo que yo era que bajo el aspecto de lo que ella
me había hecho ser, y a fuerza de ver en mí no más que un
lacayo, no pude parecerle ya otra cosa. Creo que desde en­
tonces experimenté este juego maligno de las miras ocultas
que me ha atajado toda mi vida y me ha dado una aversión
muy natural por el orden aparente que los produce»70. En
efecto, Rousseau observa que los auténticos sentimientos de
los individuos difícilmente pueden alzarse por encima del
velo de las apariencias. La razón, lejos de iluminar lo que
está bajo las máscaras, multiplica estas últimas. El ginebri-

68 J. J. Rousseau, Discurso sobre las c i e n c i a s págs. 10-11 (ed.


francesa, págs. 7-8).
69 J. Starobinski, op. cit, pág. 12.
70 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 85.
no pone de manifiesto la estrecha relación entre el progreso
histórico de la razón y el aumento de las apariencias.

Los males de la razón

El desarrollo de las ciencias, las artes (entendidas éstas


como técnica) y las letras han causado un grave daño a la es­
pecie humana por su responsabilidad en la fragmentación
de la identidad y porque han propiciado el nacimiento del
lujo y la desigualdad y han actuado como disolventes de la
virtud: «Mientras que las comodidades de la vida se multi­
plican, las artes se perfeccionan y el lujo se extiende, el ver­
dadero valor desmaya, las virtudes militares se desvanecen
y también esto es obra de las ciencias y de todas esas artes
que se cultivan en la sombra de los trascuartos [...]. Si el cul­
tivo de las ciencias es nocivo para las cualidades bélicas, lo
es todavía más para las cualidades morales. Ya desde nues­
tros primeros años una educación insensata orna nuestro in­
genio y corrompe nuestro juicio»71.
Pese a que el Primer discurso ofrece toda la apariencia
de ser un elogio a la ignorancia es en realidad una crítica a
unas estructuras políticas y económicas que consagran la
desigualdad. La denuncia del Primer discurso no se dirige
tanto a la ciencia en sí misma como a los efectos que se de­
rivan de la relación entre ciencia y sociedad. Rousseau arre­
mete contra una razón que no fundamenta la reconstrucción
del ideal de autonomía individual. La razón debe apuntar a
la ética. Debe ofrecer unos principios universales sobre los
cuales pueda edificarse un sistema de comportamiento indi­
vidual —Emilio— y social —El contrato social. Sin embar­
go, la percepción de Rousseau es que el deseo de salir de la
ignorancia ha producido en todas las sociedades en que se
ha dado ese proceso el lujo y la esclavitud. El razonamiento
que hace nuestro filósofo es el siguiente: si las conquistas

71 J. J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias..., págs. 24-25


(ed. francesa, págs. 22-24).
técnicas propician el lujo, la esclavitud y la desigualdad es
mejor olvidarse de ellas. En la naturaleza del hombre no
está escrito que nadie deba ser esclavo o inferior a otros
hombres. Este es uno de los temas que vertebran el Primer
discurso: «He ahí cómo el lujo, la disolución y la esclavitud
han sido siempre el castigo de los orgullosos esfuerzos que
hemos hecho para salir de la venturosa ignorancia en que
nos había puesto la eterna sabiduría. [...] Pueblos, sabed,
pues, de una vez que la naturaleza ha querido preservamos
de la ciencia, lo mismo que una madre arranca un arma pe­
ligrosa de manos de su hijo; que todos los secretos que os
oculta son otros tantos males de que os protege, y que la
pena que halláis en instruiros no es el menor de sus benefi­
cios»72.
El lujo fue el centro de un debate en el que se discutió
sobre su moralidad o inmoralidad. Su conveniencia o su ca­
rácter perjudicial. Si en el siglo xvii los moralistas postulan
el ideal de felicidad en la frugalidad, los filósofos del si­
glo xvm sueñan con la felicidad en la abundancia. Esta idea
está situada en el contexto del optimismo histórico y antro­
pológico de una buena parte de la Ilustración, al tiempo que
es paralela a la recuperación económica, a la subida del pre­
cio del grano y al auge del comercio colonial73. La postura
de Rousseau respecto al lujo es inequívoca: «¿Y no sería
chocante que yo, cajero de un recaudador general de rentas,
predicara el desinterés y la pobreza? Estas ideas fermenta­
ron en mi cabeza [...], se combinaron con tanta fuerza, que
desde entonces nada ha sido capaz de arrancármelas [...].
Renuncié para siempre a todo proyecto de fortuna y prospe­
ridad. Resuelto a pasar en la independencia y la pobreza el
poco tiempo que me restaba de vida, empleé todas las fuer­
zas de mi alma en romper las cadenas de la opinión...»74.
El lujo se opone y excluye a la virtud. Es el efecto más

72 Ibídem, pág. 18 (ed. francesa, pág. 15).


73 Cfr. A. Soboul, G. Lemarchend y M. Fogel, Le siécle des Lu-
miéres. L’essor 1715-1750, tomo I, volumen I, París, P.U.F., 1977.
74 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 311.
siniestro de la desigualdad económica. El lujo, la desigual­
dad económica y la cultura tienen la misma génesis, la vani­
dad humana: «Ya es daño grande el mal uso del tiempo.
Pero de las letras y las artes resultan daños todavía peores.
Tal es el lujo, fruto como ellas de la ociosidad y de la vani­
dad de los hombres. Raramente va el lujo sin las ciencias y
las artes, y jamás van éstas sin él...»75. Todos estos elemen­
tos juntos destruyen la virtud y propician la decadencia de
las costumbres.

L as ir r a c io n a l id a d e s d e la r a z ó n

En un momento histórico de exaltación apasionada de


las Luces resulta congruente que el Discurso sobre las cien­
cias... no fuese entendido en Francia. Su publicación desató
una lluvia de acusaciones y refutaciones entre las que pri­
maba la de irracionalista y antiilustrado. La más generaliza­
da de ellas hacía referencia al aspecto civilizador de la cul­
tura. La hipótesis que sostenían quienes refutaron al ginebri­
no es que la cultura moraliza a la humanidad. La noción
ilustrada de progreso chocaba con la condena sistemática
que realizaba Rousseau de las ciencias y las artes. En este
contexto era difícil que fuese comprendido este discurso. La
incomprensión que suscitaba un discurso que iba a contra­
corriente se acentuaba a medida que las ideas que subyacían
en ese hermoso texto se evidenciaban. La crítica a la razón
en el Siglo de las Luces podría considerarse la ocurrencia de
un personaje excéntrico, pero la denuncia del mercantilismo
capitalista no hacía más que enturbiar esta disputa. Las crí­
ticas rousseaunianas que inicialmente se dirigían al Antiguo
Régimen se desbordaban peligrosamente hacia el presente y
hacia el futuro.
De esta forma, Rousseau se colocó en una posición muy
difícil. Más aún, en una tierra de nadie: «En el abismo de

75 Ibídem, pág. 21 (ed. francesa, pág. 19).


males en que me hallo sumergido siento las heridas de los
golpes que me asestan; vislumbro el instrumento inmediato,
pero no puedo ver la mano que lo dirige ni los medios que
pone en juego. El oprobio y las desgracias caen sobre mí
como por sí mismos y sin dejar rastro. Cuando mi corazón
desgarrado deja escapar algún gemido parezco un hombre
que se queja sin motivo; y los autores de mi ruina han en­
contrado el inconcebible arte de hacer al público cómplice
de sus maquinaciones, sin que lo sospeche ni descubra el
efecto»76. Su crítica al Antiguo Régimen y a la burguesía
emergente le privó de espacio social. La disputa desatada a
raíz del Primer discurso facilitó la definición de sus posi­
ciones. En sus respuestas se manifiesta la insalvable contra­
posición entre razón y moral, entre conquistas técnicas y
conductas éticas, entre verdad y costumbres. En la última de
ellas plantea una parte del problema: «Las ciencias son la
obra maestra del genio y de la razón. El espíritu de imita­
ción ha producido las bellas artes y la experiencia las ha per­
feccionado. Debemos a las artes mecánicas gran número de
invenciones útiles que han aumentado los atractivos y las
comodidades de la vida. Todas esas son verdades que yo ad­
mito gustoso, desde luego. Pero consideremos ahora todos
esos conocimientos con relación a las costumbres»77. Como
ya se ha subrayado, el planteamiento del problema no se si­
túa en las ciencias en sí mismas, sino en su relación con la
moralidad. La crítica rousseauniana se dirige al uso históri-
co-social de la razón. Rousseau plantea la relación entre ra­
zón —instrumental avant la lettre— y virtud como un com­
bate en el que siempre sale perdiendo la virtud. La dicoto­
mía entre progreso técnico-cultural y decadencia moral es
puesta de manifiesto sistemáticamente por el ginebrino:
«Donde no hay ningún efecto, no hay causa que buscar:
pero aquí el efecto es cierto, la depravación efectiva, y nues­
tras almas se han corrompido a medida que nuestras cien­

76 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 495.


77 J. J. Rousseau, Última respuesta de Jean Jacques Rousseau, en
Escritos de combate, pág. 76 (ed. francesa, pág. 72).
cias y nuestras artes se han acercado a la perfección. ¿Se
dirá que es éste un infortunio peculiar de nuestra época? No,
señores míos; los males causados por nuestra vana curiosi­
dad son tan viejos como el mundo [...]. Hemos visto desva­
necerse la virtud a medida que la luz de artes y ciencias se
alzaba sobre nuestro horizonte, y el mismo fenómeno se ha
observado en todos los tiempos y en todos los lugares»78.

Crítica a la noción de progreso

El Primer discurso contiene también una poderosa críti­


ca a la idea ilustrada de progreso. Este concepto contiene
una visión esencialmente optimista de la historia. El progre­
so de la razón no sólo ha de iluminar la realidad, sino que
también ha de mejorar la especie humana, así como propor­
cionar felicidad al individuo. Frente a esta concepción opti­
mista del progreso, la posición de Rousseau ha sido consi­
derada por algunos estudiosos de su obra antiilustrada e in­
cluso irracionalista. Sin embargo, su crítica al progreso
tiene un carácter específicamente político y sólo puede ser
entendida desde la idea de estado de naturaleza: «Si enten­
demos que la crítica de Rousseau al progreso se hace en
nombre de una idea de libertad, cuya lógica se articula en la
noción “hombre de naturaleza”, podremos entender no sólo
la coherencia ilustrada de su crítica a una ilustración parcial
—la que representan los cientifistas—, sino también su vo­
luntad de ofrecer un apoyo teórico a una crítica más radical
de la sociedad, que alcanzará forma de propuesta programá­
tica en Emilio y en El contrato social»19.
Hay que buscar la clave de la crítica al progreso en el
concepto de piedad del hombre de naturaleza. La noción
rousseauniana de piedad nos remite a la colectividad, frente
al amor de sí, que habla exclusivamente del yo. «El “noso­

78 J. J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias..., págs. 12-13


(ed. francesa, págs. 9-10).
79 S. Sevilla, op. cit., pág. 18.
tros” moral rousseauniano, básicamente la piedad, es el que
debe aportar la infraestructura moral a la sociedad»80. Para
Rousseau, existe un innatismo moral (el «nosotros») en
cada individuo que el desarrollo social ha intentado ahogar.
Este innatismo moral debe constituir el germen de la virtud
individual y de la virtud social: «Toda moral se funda en la
piedad, que es anterior a la aparición del pensamiento refle­
xivo... Al escribir el Segundo discurso, había visto ya el ori­
gen de la moral en la piedad natural»81. La piedad, que es un
principio moral fundante, es decir, universal, y que apela a
la idea de humanidad, debe manifestarse en la virtud del in­
dividuo. De ahí su crítica al progreso: el desarrollo de la cul­
tura aniquila la piedad natural. «El interés por las letras, la
filosofía y las bellas artes aniquila el amor hacia nuestros
deberes primordiales y la gloria verdadera. Una vez que los
talentos han invadido los honores debidos a la virtud cada
uno aspira a ser un hombre agradable y nadie se preocupa
por ser un hombre de bien. De ahí nace, a su vez, esta otra
inconsecuencia: que en los hombres sólo se recompensa las
cualidades que no dependen de ellos, ya que nuestros talen­
tos no nacen junto con nosotros y sólo las virtudes nos per­
tenecen»82.

Fracaso moral de la razón

El Primer discurso, como se ha señalado anteriormente,


gira en tomo a la idea del fracaso moral de la razón. La ra­
zón tiene su parte de responsabilidad en todos los males que
asolan al individuo. La responsabilidad de la razón es doble:
primeramente, es responsable de ocultar y velar los senti­
mientos naturales del individuo, y en segundo lugar, lo es de
impedir aniquilar lo corrompido. Dicho de otro modo: el
desarrollo histórico de la razón ha roto el equilibrio entre in­

80 J. M. Ordóñez Rovina, op. cit.


81 J. Starobinski, op. cit., pág. 259.
82 J. J. Rousseau, «Prólogo» a Narciso (ed. francesa, pág. 966).
dividuo y realidad y este hecho ha producido una distorsión
en la capacidad analítica de nuestra especie. Al mismo tiem­
po, todo el aparato lingüístico y conceptual de la razón no
sólo no sirve para desenmascarar este hecho, sino que, por
el contrario, lo oscurece aún más. En este sentido, debe se­
ñalarse en el pensamiento de Rousseau una crítica nomina­
lista al concepto: «Su estructura —se refiere al lenguaje—,
dominada por las convenciones de la escritura, ya no expre­
sa la presencia viva del sentimiento. Se abandona la verdad
particular (la autenticidad) para adquirir la claridad imper­
sonal de los conceptos generales»83.
La razón tiene en su cuenta grandes aciertos históricos,
pero también grandes fracasos, y el mayor de ellos es el de
intentar destruir la moralidad natural del individuo, entendi­
da ésta como epicentro sobre el que debería construirse y
desarrollarse la historia de la especie humana. La razón
debe asumir la culpa de su intento de aniquilación de una
sociedad que se fundase en el «nosotros» moral de la espe­
cie. Asimismo, las conquistas culturales y técnicas deben
asumir la responsabilidad de haber impedido el triunfo de la
virtud, tanto en su vertiente individual como social. Por otra
parte, esto no quiere decir que Rousseau descarte la existen­
cia de individuos virtuosos. Existe la posibilidad de ser vir­
tuoso en medio de la corrupción: es el caso del propio Rous­
seau. Todo dependerá del uso que se haga de las ciencias:
«Me he atrevido a sostener que el cultivo de las ciencias co­
rrompe las costumbres de una nación y me atrevo a creer
que lo he demostrado. Pero ¿cómo hubiera podido decir que
la ciencia y la virtud son incompatibles en cada hombre en
particular, yo que he exhortado a los príncipes a llamar a los
verdaderos sabios a su corte y a poner en ellos su confianza,
á fin de que se vea de una vez lo que la virtud y la ciencia
juntas pueden hacer por la felicidad del género humano?
Esos sabios verdaderos son muy escasos, lo reconozco;
pues para hacer buen uso de la ciencia es menester reunir

83 J. Starobinski, op. cit., pág. 183.


gran talento y grandes virtudes. Y eso es precisamente lo
que puede esperarse de unas pocas almas privilegiadas, pero
no de todo un pueblo. No cabe concluir, pues, de mis prin­
cipios que un hombre no puede ser docto y virtuoso a la
vez»84. Léo Strauss se pregunta cómo pueden conciliarse
ciencia y virtud en los espíritus superiores y, por el contra­
rio, no ser compatibles en los pueblos. La respuesta de
Strauss a este problema, aún insuficiente a su juicio, es que
podría resolverse a través de la violencia85. En mi opinión,
la compatibilidad o coincidencia entre ciencia y virtud o so­
ciedad y virtud sólo puede resolverse desde las mediacio­
nes. En este sentido, la Voluntad General es la mediación
entre sociedad y moralidad. Sólo la Voluntad General puede
hacer que coincida la colectividad y la moralidad.
Pero queda el otro elemento: cómo hacer coincidir en un
mismo individuo razón y virtud. ¿Puede un individuo hacer
un uso moral de la razón? La respuesta de Rousseau es que
en una sociedad corrupta todo individuo aislado puede ser
virtuoso. En la sociedad de El contrato social el individuo
es virtuoso cuando obedece las leyes que él mismo se ha
dado y que para ser legítimas deben hablar con la voz de la
naturaleza. En consecuencia, el respeto a la Voluntad Gene­
ral constituye la esencia de la virtud. Pero al mismo tiempo
hay que señalar que esta virtud es de carácter político. Sin
embargo, el acceso individual a la virtud es marcadamente
diferente al social: «No es cierto que para aprender a obrar
bien sea indispensable saber de cuántas maneras se puede

84 J. J. Rousseau, Respuesta al rey de Polonia, Duque de Lorena, en


Escritos de combate, págs. 52-53 (ed. francesa, pág. 39).
85 «Se puede y de hecho se debe responder que el antagonismo na­
tural entre la ciencia y la sociedad, o entre la ciencia y la virtud, no ex­
cluye la posibilidad de que la ciencia y la sociedad puedan concordar de
alguna manera por la violencia, la posibilidad, en otros términos, de que
el filósofo pueda ser forzado por la sociedad a poner su talento al ser­
vicio de la sociedad enseñando a los pueblos sus deberes, pero abste­
niéndose de enseñarles filosofía o ciencia. Rousseau no se limitó a
enseñar a los pueblos sus deberes: más bien les enseñó sus derechos»
(L. Strauss, op. cit., pág. 86. La traducción es nuestra).
obrar mal. Tenemos una guía interior mucho más infalible
que todos los libros y que no nos abandona nunca en la ne­
cesidad. Con ella bastaría para que nuestra conducta fuese
intachable si accediésemos siempre a escucharla»86. En el
Primer discurso dice explícitamente que la verdadera filo­
sofía consiste en saber escuchar la voz de la Naturaleza.
Por tanto, el núcleo esencial de la virtud debe buscarse en
la naturaleza original del individuo. El individuo que se
quiera virtuoso debe mirar hacia sí mismo, a su propio co­
razón. Si sabe mirar y escuchar a su corazón encontrará el
germen fecundo de la virtud: la piedad. La luz interior se
constituirá en criterio de acceso a la virtud. Pero las dificul­
tades para ser virtuoso son innumerables. Las ciencias
constituyen el obstáculo más importante, que junto a otros
que emergen con ellas, más los que las propias ciencias
producen, hacen muy difícil su conquista. La expansión de
la razón no sólo distorsiona la autenticidad de los indivi­
duos, sino que les crea una falsa identidad: «Hoy, cuando
rebuscamientos más sutiles y un gusto más refinado han re­
ducido a principios el arte de agradar, reina en nuestras cos­
tumbres una vil y engañosa uniformidad y todos los espíri­
tus parecen haber sido fundidos en un mismo molde: la ur­
banidad exige siempre, la conveniencia manda; se siguen
siempre usos establecidos, jamás la personal inspiración.
Ya no se atreve nadie a parecer lo que es; y en ese perpetuo
cohibirse, los hombres que forman ese rebaño llamado so­
ciedad, puesto en las mismas circunstancias, harán todos
las mismas cosas si no hay motivos más poderosos que de
ello les retraigan»87.
El desarrollo social de la razón culmina de la peor for­
ma que podría hacerlo: instaurando la uniformidad de las
costumbres y de los valores morales en todos los espacios

86 J. J. Rousseau, Respuesta al rey de Polonia..., pág. 56 (ed. fran­


cesa, pág. 42) (el subrayado es mío).
87 J. J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias..., pág. 11 (ed. france­
sa, pág. 8).
de la vida individual y social; ahogando cualquier posibili­
dad de creencia o comportamiento autónomo; invadiendo
las conciencias a base de restablecer una falsa igualdad —la
uniformidad— producto del enmascaramiento de la autenti­
cidad del individuo. El cuadro que pinta Rousseau es abso­
lutamente pesimista. La razón se ha convertido en ideología,
ha falseado la realidad y ha construido una falsa identidad
sobre el hombre biológico natural. La última fase de la ra­
zón —su conversión en ideología— ha configurado un sis­
tema de creencias y valores completamente desvinculados
del núcleo moral innato del individuo. La razón, ahora, se
opone radicalmente al individuo; más aún, lo despersonali­
za y le priva de cualquier tipo de autonomía moral. Su inser­
ción en el reino de las apariencias le aleja más que nunca de
la libertad y de la autonomía moral.
Para Rousseau, el triunfo social de las ciencias, las artes
y las letras tiene una génesis concreta que se localiza en ese
momento de desarrollo de la especie humana en que ésta
aún no ha entrado en la historia, pero ya ha comenzado a
cultivar facultades que le conducen directamente a ella. El
problema, como ya se ha señalado, reside en que la especie
humana ha fundado el proceso histórico-social sobre nece­
sidades falsas. Se premian discursos, fórmulas químicas,
poesías, cuadros... Se premia aquello que nos hace progre­
sar técnica o estéticamente, pero no se premian —en ocasio­
nes incluso se castigan—, las acciones morales positivas. La
razón social ha impuesto su propia cadena de valores, pero
invertida. Se premia lo que se debe censurar y se castiga lo
que se debe premiar. La inversión de los valores es el pro­
ducto más acabado de una razón que deviene irracional:
«He ahí el efecto más evidente de todos nuestros estudios y
la más peligrosa de todas sus consecuencias [...]. Hay mil
premios para los buenos discursos, ninguno para las buenas
acciones [...]. Tenemos físicos, geómetras, químicos, astró­
nomos, poetas, músicos, pintores; no tenemos ya ciudada­
nos, o si todavía nos quedan, dispersos por nuestras campi­
ñas abandonadas, perecen en ellas indigentes y desprecia­
dos. Tal es el estado a que se ven reducidos, tales los
sentimientos que de nosotros obtienen aquellos que nos dan
el pan y que dan leche a nuestros hijos»88.
La dualidad espíritu/cuerpo y las necesidades derivadas
de ambas realidades están presente polémicamente dando
coherencia y sentido al pensamiento rousseauniano. Las ne­
cesidades del espíritu, como falsas necesidades, son impug­
nadas por Rousseau por distorsionar la auténtica naturaleza
humana. En La respuesta al señor Gautier, Jean Jacques
vuelve a repetir la misma idea: «El señor Gautier no ha pen­
sado que con un poco de trabajo siempre cabe la seguridad
de hacer pan mientras que el mucho estudio es muy dudoso
que consiga hacer un hombre razonable»89. Este es uno de
los aspectos que permite hablar del materialismo como uno
de los componentes de la antropología de conocimiento
rousseauniana. Fundar la sociedad sobre una nueva relación
entre el hombre y la naturaleza es una de las pretensiones
del ginebrino. Hacer de esta relación el epicentro de la his­
toria es lo que hace que Rousseau se aproxime a una con­
cepción materialista de la misma: «El espíritu tiene sus ne­
cesidades, lo mismo que el cuerpo. Estas son los fundamen­
tos de la sociedad, las otras son un atavío. Mientras que el
gobierno y las leyes provean a la seguridad y al bienestar de
los hombres mancomunados, las ciencias, las letras y las ar­
tes, menos despóticas y más poderosas quizá, tienden guir­
naldas de flores sobre las cadenas de hierro de que están
cargados, ahogan en ellos el sentimiento de esa libertad ori­
ginal para la que parecían haber nacido, les hacen amar su
esclavitud y forman así lo que se llaman pueblos civilizados.
La necesidad elevó los tronos; las ciencias y las artes los han
consolidado»90.

88 Ibídem, pág. 27 (ed. francesa, págs. 25-26).


89 Carta de Jean Jacques Rousseau, sobre la refutación de su dis­
curso por M. Gautier, profesor de matemáticas y de historia, y miembro
de la Real Academia de Bellas Artes de Nancy..., pág. 9 (ed. francesa,
pág. 63).
90 J. J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias..., pág. 10 (ed. france­
sa, pág. 7).
Cualquier sociedad que pretenda edificarse sobre la
base de principios morales universales debe buscar el fun­
damento de su constitución en las necesidades del cuerpo.
Para eso es necesario recordar las necesidades del hombre
natural. Detrás de la idea de las necesidades del cuerpo sub-
yace nos sólo una crítica a la sociedad de su tiempo, sino
también la firme creencia en la posibilidad de una nueva re­
lación entre hombre y naturaleza. Frente a una sociedad ar­
ticulada sobre la alteración de valores (se premia lo malo y
se castiga lo bueno), la respuesta de la razón es inequívoca:
la producción de discursos legitimadores de la situación so­
cial y política existente. La razón se ha convertido en la
ideología social dominante, cuyo sentido último es velarnos
la constitución real de la sociedad. La razón, lejos de cum­
plir el papel moral que le correspondía, ha quedado reduci­
da a la miserable tarea de racionalizar lo existente.
Pero no puede impugnarse radicalmente la razón ilustra­
da sin responsabilizar a los intelectuales que la producen y
la divulgan. Los filósofos ilustrados —«los racionales» se­
rán llamados por Hazard— ocupan un lugar preeminente y
privilegiado en la sociedad francesa del siglo x v iii . Para
Rousseau, su posición social constituye, en sí misma, un in­
sulto al pueblo. Hablan de extender la cultura en medio de la
miseria: «La constatación favorita de los ilustrados es... la
división “natural” entre cultos e incultos, sabios e ignoran­
tes, los dedicados al cultivo del espíritu y los absorbidos por
las necesidades inmediatas de la vida. A los primeros co­
rresponde mandar, sólo ellos son propiamente hombres»91.
La acusación de Rousseau a los filósofos tiene el significa­
do de una denuncia del sistema social y político que Tos pro­
duce. La crítica rousseauniana a los intelectuales que viven
al abrigo del poder es ilustrada con su propio alejamiento de
los salones parisienses y con otra concepción del escritor:
«Hubiera podido emprender otro camino más lucrativo, y
en vez de sujetar mi pluma a copiar, dedicarla enteramente

91 J. M. Ripalda, op. cit., págs. 65-66.


a escritos que con el vuelo que había tomado y me sentía ca­
paz de sostener podrían proporcionarme la abundancia y
hasta la opulencia [...]. Pero conocí que el escribir para ga­
nar dinero pronto hubiera ahogado mi ingenio y muerto mi
talento que estaba menos en mi pluma que en mi corazón, y
que era hijo de un modo de pensar elevado y altivo [...]
siempre he creído que la condición de autor no podía ser
ilustre y respetable, sino estando lejos de ser un oficio»92. El
intelectual que se nutre del poder ha de defenderlo y elogiar­
lo para sobrevivir, por lo menos simbólicamente: «Todos los
príncipes, buenos y malos, serán siempre vil e indistinta­
mente alabados mientras haya cortesanos y hombres de le­
tras [...]. El único elogio digno de un rey es el que llega a sus
oídos no de la boca mercenaria de un orador, sino en la voz
de un pueblo libre»93.
La poderosa crítica de Rousseau a la razón ilustrada se
perfila siguiendo un orden no casual. El planteamiento del
problema es coherente y sólido, pese a que la retórica de su
prosa y la dificultad de conceptualización de su crítica oscu­
rezca el hilo argumental. El problema se abre en el Primer
discurso, pasando por todas las respuestas a las refutaciones
que le son dirigidas, y se cierra momentáneamente con el
prólogo a Narciso94: «En el prefacio, que es uno de mis me­
jores escritos, empecé a descubrir mis principios algo más
de lo que había hecho hasta entonces»95.

La razón de los filósofos

En el contexto de la crítica a la razón ilustrada, la filoso­


fía aparece como un elemento disolvente de las relaciones
sociales, desatando los lazos de estima existentes entre los

92 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 344.


93 J. J. Rousseau, Respuesta al rey ele Polonia, Duque de Lorena,
pág. 51 (ed. francesa, págs. 37-38).
94 J. M. Ordóñez Rovina, op. cit.
95 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 332.
hombres. ¿Qué hacen los filósofos? Yacían de contenido
moral la filosofía y en su lugar producen «vanas especula­
ciones». No miran el corazón humano, sino la máscara so­
cial que lo encubre. Imaginan hombres naturales malvados,
atribuyen al hombre originario derechos naturales que son
históricos, dicen que buscan la verdad y luego escriben in­
ventos, se colocan bajo la protección de reyes y poderosos a
los que alaban para gozar de sus favores, al amparo de reyes
se creen superiores a los demás, la vanidad los alimenta, la
mentira sustituye a la verdad y la virtud es condenada: «Y,
entre nosotros, los Hobbes, los Mandeville y otros mil, han
afectado distinguirse de la misma manera, fructificando en
tal medida su peligrosa doctrina que, aunque nos queden to­
davía filósofos verdaderos llenos de ardor por hacer recor­
dar a nuestros corazones las leyes de la humanidad y la vir­
tud, espanta el ver hasta qué punto nuestro siglo razonador
ha acentuado en sus normas el desprecio hacia los deberes
del hombre y del ciudadano»96.
Para Rousseau, los discursos de los filósofos ilustrados
no tienen más que dos funciones: o bien legitiman con sus
discursos pseudofilosóficos los sistemas políticos existen­
tes, o bien teorizan otros venideros que, casi siempre, son
peores que los vigentes. Los filósofos se olvidan de su ver­
dadera condición de hombres de naturaleza, y se construyen
una identidad social que les separa de sus congéneres. Final­
mente, desaparece el hombre y el ciudadano para quedar so­
lamente el filósofo que inocula en la comunidad el despre­
cio de unos hombres hacia otros, de los superiores hacia los
inferiores, al tiempo que crece en ellos el orgullo y la supe­
rioridad. La desigualdad económica se desarrolla paralela­
mente con la desigualdad de los talentos. Pero el peor de to­
dos los males achacables al filósofo es precisamente el de
juzgar a los hombres por lo que históricamente son, sin per­
cibir que originariamente eran bien distintos: «El interés por
la filosofía desata todos los lazos de estima y benevolencia
que unen a los hombres con la sociedad, y quizá sea éste el
96 J. J. Rousseau, «Prólogo» a Narci.so (ed. francesa, págs. 965-966).
más peligroso de los males que engendra. El encanto del es­
tudio pronto convierte en insípida a cualquier otra adhesión.
Además, a fuerza de reflexionar sobre la humanidad, a fuer­
za de observar a los hombres, el filósofo aprende a apreciar­
los en lo que valen y es difícil sentir afecto por lo que se des­
precia. Pronto congrega en su persona todo el interés que los
hombres virtuosos comparten con sus semejantes; su des­
precio por lo demás redunda en beneficio de su propio or­
gullo; su amor propio aumenta en la misma proporción que
su indiferencia por el resto del universo. La familia y la pa­
tria se toman para él en palabras vaciadas de sentido; no es
ni pariente, ni ciudadano, ni hombre: es filósofo»97. Ade­
más, añadirá, el interés por las ciencias y las letras engendra
ociosidad y deseo de distinguirse, es decir, introduce una
nueva desigualdad98. Rousseau nos dirá que los filósofos
construyen en el mejor de los casos sistemas vacíos o dis­
cursos inesenciales, y en el peor, sus especulaciones tratarán
de confundir y mezclar lo natural con lo social, la verdad
con la mentira y la virtud con la conveniencia. Sólo él apar­
tará de su lado lo vacío y lo inútil y proporcionará a la filo­
sofía y al conocimiento el elemento moral y político del que
hasta entonces había carecido. Ese componente no será otro
que el de la denuncia de la desigualdad: «Mi talento consis­
tía en saber decir a los hombres verdades útiles, pero duras,
con bastante valor y energía; fuerza era atenerse a esto. Yo no
había nacido para decir lisonjas, ni aun siquiera para cantar
alabanzas. El poco acierto de las que he querido formular me
ha causado más daño que la acritud de mis censuras»99.

Razón y unidad social


Los discursos sociales dominantes aflojan los lazos en­
tre los individuos por las razones ya señaladas, pero, para­
dójicamente, constituyen un instrumento eficaz de unidad

97 Ibídem (ed. francesa, pág. 967).


98 Ibídem (ed. francesa, pág. 967).
99 J. J. Rousseau, Confesiones..., pág. 466.
social. Rousseau pone de manifiesto que la cultura tiene una
función doble: por una parte actúa como el elemento de di­
solución social y, por otra, como elemento de unidad: «Me
quejo de que la filosofía afloja los vínculos de la sociedad
foqados por la estima y la benevolencia mutuas y me quejo
de que las ciencias, las artes y todos los demás objetos de
comercio estrechan los vínculos de la sociedad por el inte­
rés personal. Es que, en realidad, no puede estrecharse uno
de esos vínculos sin aflojar el otro en igual medida. No hay,
pues, contradicción en esto»100. Pese a este texto, las dos
funciones sociales de la razón son criticadas por el filósofo
ginebrino. Por una parte, la actividad de la razón como tarea
solitaria e intransferible (en la medida en que permite ver a
los individuos tal y como son y, en consecuencia, despre­
ciarlos), y como fomento de la vanidad (problema de la
competencia de los talentos) afloja los vínculos sociales; y
por otra, como ideología, uniformiza y estrecha las rela­
ciones.
Rousseau es, sin duda, un teórico de la unidad social.
El contrato social es la prueba de ello; al mismo tiempo ve
con gran claridad que la unidad social no debe tener más
fundamento que la moral. El ginebrino percibe la contradic­
ción que existe en estrechar los lazos sociales sobre la base
del interés personal. Este es uno de los aspectos que diferen­
cian a Rousseau del pensamiento político liberal: «Todos
nuestros escritores consideran como la obra maestra de la
política de nuestro siglo a las ciencias, las artes, el lujo, el
comercio, las leyes y los demás vínculos que estrechan en­
tre los hombres los lazos de la sociedad por el interés perso­
nal, los colocan a todos en una dependencia mutua, les atri­
buyen necesidades recíprocas e intereses comunes y obligan
a cada uno a colaborar en la felicidad común para poder la­
brarse la propia. Se trata de ideas hermosas, sin duda, y son
presentadas bajo una luz favorable. Pero examinadas atenta­
mente y sin parcialidad, se encuentra mucho que rebajar en

100 Ibídem (ed. francesa, pág. 968).


los beneficios que al principio parecen hacer»101. No es di­
fícil observar en este texto una condena del laissez-faire y
de cualquier unidad social basada en el interés. Dicho de
otro modo, la unidad social fundada en la competencia de
intereses esconde una contradicción esencial imposible de
resolver. El soporte que reclama Rousseau para la unidad
social es de índole moral. La voluntad y la convicción mo­
ral de los individuos son los únicos fundamentos legítimos
que pueden garantizar la unidad social.
La idea de unidad social rousseauniana contiene una
apelación a la moralidad innata del individuo y un rechazo a
criterios de utilidad. En el prólogo a Narciso, Rousseau da
un paso adelante en su argumentación y culpa a la propie­
dad y al interés personal de los males que asolan a la socie­
dad. A partir de aquí comienza a verse nítidamente que el
mal tiene un origen político y que la inmoralidad social pue­
de ser corregida. De este modo, el individuo es responsable
del mal social y, en consecuencia, también de la transforma­
ción de su propio destino histórico: «En Europa, el gobier­
no, las leyes, las costumbres, el interés, todo, pone a los par­
ticulares en la necesidad de engañarse mutuamente y sin ce­
sar, todo hace que el vicio sea para ellos un deber; es preciso
que sean malvados para ser prudentes [...]. Entre los salva­
jes el interés personal habla con la misma fuerza que entre
nosotros, pero no dice lo mismo: el amor por la sociedad y
el cuidado de su defensa común son los únicos nexos que
les unen; la palabra propiedad, que tantos crímenes acarrea
a nuestras personas honradas, casi no significa nada entre
ellos; no tienen ninguna discusión de intereses que les divi­
da; nada les impulsa a engañarse los unos a los otros; la es­
timación pública es el único bien a que cada uno aspira y
que todos merecen [...]. Lamento decirlo, pero el hombre de
bien es el que no precisa engañar a nadie y ese hombre es el
salvaje»102.

101 Ibídem (ed. francesa, pág. 968).


102 Ibídem (ed. francesa, págs. 969-970).
Rousseau concluye relacionando la razón, y el conoci­
miento en general, con la desigualdad. Como se ha señala­
do anteriormente, los términos de este problema son los de
razón y sociedad. Puntualizará nuestro filósofo que la ra­
zón, en sus diversos desarrollos (ciencias, letras, artes en
cuanto técnica...) no es la causa de todos los males ni tampo­
co el mal en sí misma. La razón forma parte de una genealo­
gía cuyo origen primero debe situarse en la desigualdad: «Yo
no he dicho tampoco que el lujo nazca de las ciencias, sino
que nacen juntos y que rara vez se ve el uno sin el otro. Voy
a tratar de ordenar esta genealogía. La primera causa del mal
es la desigualdad; de la desigualdad proceden las riquezas,
pues los conceptos de pobre y de rico son relativos, y donde­
quiera que los hombres son iguales no habrá ni ricos ni po­
bres. De las riquezas nacen el lujo y el ocio; del lujo provie­
nen las bellas artes y el ocio da origen a las ciencias»103.
La frustración moral de la razón ante la disolución de la
virtud tiene una causa material muy concreta que es la des­
igualdad. En esto Rousseau es claro y explícito. El mal no se
encuentra en el hombre de naturaleza, sino en el hombre
que vive en sociedad. El mal no se encuentra en la razón en
sí misma, sino en un uso histórico erróneo. El ginebrino nos
señala el lugar exacto en que hay que situar el mal: «¡Extra­
ña y funesta constitución en la cual las riquezas acumuladas
facilitan siempre los medios de acumularlas en mayor medi­
da, y en la cual le es imposible al que nada posee adquirir
algo; en la que el hombre de bien no cuenta con medio algu­
no para salir de la miseria; en la que los más bribones son
los más enaltecidos y en la que necesariamente hay que re­
nunciar a la virtud para hacerse hombre honrado! Ya sé que
los declamadores han repetido esto cien veces, pero ellos lo

103 J. J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias..., pág. 63 (ed. fran­


cesa, págs. 49-50).
decían declamando mientras que yo lo fundamento en razo­
nes; ellos advirtieron el mal y yo descubro sus causas, y so­
bre todo hago ver algo muy consolador y útil, al demostrar
que todos esos vicios no son tanto propios del hombre, sino
del hombre mal gobernado» 104
Por fin ya se han localizado las causas del mal. Su ori­
gen no está en el hombre de naturaleza ni en la propia razón.
El mal tiene una génesis histórica, la desigualdad, y una tra­
ducción social y política concreta, que es el hombre mal go­
bernado. El mal, pues, se concreta en la desigualdad econó­
mica y en las mediaciones de carácter político. Así, puede
observarse la legitimidad de la crítica rousseauniana a la ra­
zón en cuanto ésta, al devenir ideología, ahonda la desigual­
dad y destruye la moralidad del individuo. Si el mal se sitúa
en la historia, su resolución también está en la historia. Por
tanto, Rousseau coloca al individuo en posición de sujeto.
A partir de ahora, como señala Cassirer, ya no será posible
situar el origen del mal fuera del sujeto humano. El proble­
ma, por tanto, es económico y político, es decir, histórico.
El mal uso de la razón ha profundizado los males socia­
les. Por ello, un uso ético de la razón podría ayudar a repa­
rar los graves problemas sociales. Pero las buenas intencio­
nes no son suficientes, aunque contasen con la ayuda de to­
dos los filósofos ilustrados. El problema de fondo es
político. Y la razón sólo puede superarse a sí misma con
ayuda de la política. El Segundo discurso, El contrato social
y otros escritos políticos se orientan en esa dirección: «Para
que todo se ponga en orden no basta con propagar las luces,
así fuese entre los gobernantes o entre los gobernados o in­
cluso entre los unos y los otros. El problema político es un
problema de organización. Es un problema que excede, por
decirlo así, a los hombres considerados como individuos y
que se vincula a las instituciones. En política, el gran pro­
blema es poner la ley por encima de los hombres, hacer rei­
nar la justicia en la organización social, y no tratar de des­

104 J. J. Rousseau, «Prólogo» a Narciso (ed. francesa, pág. 969).


pertar sentimientos de justicia entre los hombres recordán­
doles sus verdaderos intereses, destruyendo prejuicios e ilu­
minándolos con razonamientos filosóficos o de otro género.
Tales sentimientos serán siempre precarios, y la razón es un
mal fundamento en política; es preciso organizar la justicia
y someter a los hombres a las leyes de la organización, ya
sean, individualmente considerados, buenos o malos»105.
En todo caso, el filósofo ginebrino, dando muestras evi­
dentes de realismo político, pese a las múltiples acusaciones
que se le han hecho de lo contrario, contempla la posibilidad
de que la historia no sea transformada o de que llegue a
transformarse sólo a largo plazo. Rousseau reflexiona con
amargura sobre este periodo incierto que se avecina hasta
que se acceda al modelo político deseado. Y nos advierte,
por contradictorio que pueda parecer, que en ese tiempo ne­
cesitaremos de la razón, de esa razón desarrollada por falsas
necesidades que él mismo tanto ha criticado: «Las mismas
causas que han corrompido a un pueblo sirven a veces para
prevenir una corrupción mayor, y así es como aquel que se
ha echado a perder el temperamento por el abuso de la me­
dicina se ve obligado a seguir recurriendo a los médicos
para conservar la vida; y así es también como las artes y las
ciencias, después de haber hecho surgir los vicios, son nece­
sarias para impedir que éstos se conviertan en crímenes: por
lo menos los cubren de un barniz que no permite que el ve­
neno se exhale muy libremente. Ellas destruyen la virtud,
pero dejan el simulacro público, que siempre es algo bello.
En lugar de aquella introducen la urbanidad y los buenos
modales y el temor de parecer malvado lo reemplazan por el
de parecer ridículo»106.
Pese a que el desarrollo de la razón no se apoya en pre­
misas éticas, pero su virtualidad civilizatoria no es puesta en
duda por Rousseau. Aunque razón no desempeña una fun­
ción positiva en lo relativo a la virtud, deberíamos usarla

105 B. Groethuysen, J J. Rousseau, México, F. C. E., 1985, pági­


na 269.
106 J. J. Rousseau, «Prólogo» a Narciso (ed. francesa, pág. 972).
como si la desempeñase. En última instancia, el ginebrino
reconoce que la razón contiene elementos positivos que de­
ben ser ampliados y aprovechados. Los males que produce
la razón deben constituirse en remedio: «Confieso, sin em­
bargo, que el mal no es tan grande como habría podido lle­
gar a ser. La previsión eterna, poniendo al lado de diversas
plantas nocivas elementos saludables, y en la sustancia de
varios animales dañinos el remedio contra sus heridas, ha
enseñado a los soberanos que son sus ministros a imitar su
sabiduría»107.
La posición teórica y política de Rousseau respecto a la
razón es muy compleja, y no es suficiente la lectura del Pri­
mer discurso para concluir sobre la misma. Sin embargo, la
defensa de la cultura y sus instituciones es inequívoca y
aprovecha a este respecto todas las polémicas que mantuvo
tras la publicación del Primer Discurso para hacerla explíci­
ta: «Mi opinión es, pues, y ya la ha expresado más de una
vez, dejar subsistir, y aun sostener con dedicación, las aca­
demias, los colegios, las universidades, las bibliotecas, los
espectáculos y todas las demás diversiones que puedan de
alguna manera desviar la maldad de los hombres e impedir­
les ocupar su ocio en cosas más peligrosas»108. Léo Strauss
dice que el Discurso sobre las ciencias, las artes y las letras
contiene dos discursos paralelos y contradictorios entre sí.
El primer discurso sería el del prefacio, en el que se dirige a
los verdaderos sabios de su tiempo y en el que defiende las
ciencias; el segundo discurso, el de la conclusión, se dirige
a los hombres vulgares y ahí es donde condena las ciencias.
En este doble discurso Rousseau estaría expresando la con­
tradicción entre su papel de filósofo y su papel de ciudada­
no. Sin embargo, quizá Strauss no contempla todos los tex­
tos decisivos de Rousseau en los que éste hace explícita,
aclara y amplía su postura. El «Prólogo» a Narciso, que cié-

107 J. J. Rousseau, Discurso sobre las ciencias..., págs. 27-28


(ed. francesa, pág. 972).
108 J. J. Rousseau, «Prólogo» &Narciso (ed. francesa, pág. 972).
rra todo el problema de la razón, no es utilizado en ningún
momento de su argumentación.
En nuestra opinión, no se puede dudar del racionalismo
rousseauniano, aunque el suyo no sea el racionalismo meca-
nicista ilustrado. Rousseau acusa y condena a los filósofos
y a la filosofía de su tiempo. Eso es cierto. Pero su acusa­
ción no se hace desde posturas irracionalistas, sino desde la
propia insuficiencia de la razón, por un lado, y desde su
frustración moral por otro. Condena la razón de los filóso­
fos en nombre de otra concepción de la razón. Como expli­
ca Eric Weil, Rousseau descubre el concepto moderno de
razón como unidad de teoría y acción, de pensamiento y
moral, de conciencia individual y ley universal109. La razón
rousseauniana es una razón moral («razón del corazón»)
que trata de reconciliar y unir la existencia del hombre con
la de la sociedad. Su concepción de la razón tiene más po­
tencia y extensión que la razón mecanicista ilustrada: no es
explicación teórica únicamente, sino también acción moral.
Por eso, cualquier individuo puede participar de la razón,
acceder a ella y ser libre110.

Razón y sujeción

Parafraseando a Celia Amorós cuando se refiere a la ra­


zón en Hume, podríamos aplicar el mismo juicio a la razón
rousseauniana: «Con una razón tan autocrítica, podríamos
pensar que nos encontramos lejos de la razón patriar­
cal...»111. En efecto, si hacemos abstracción del resto de la
obra de Rousseau y consideramos sólo el Primer discurso,
sus respuestas a las refutaciones que suscitó el mismo y el
«Prólogo» a Narciso, podríamos hablar de la razón rous­
seauniana como de una razón no patriarcal. Sin embargo, ya

109 E. Weil, «Rousseau et sa politique», en Pensée de Rousseau,


págs. 10-11.
110 Ibídem, págs. 17-18.
111 C. Amorós, «El filósofo y la covada epistemológica», pág. 7.
el Segundo discurso nos despeja cualquier duda que pudié­
semos tener. El resto del pensamiento de Rousseau no hace
más que reforzar el Discurso sobre el origen y los funda­
mentos de la desigualdad entre los hombres.
Se ha observado que razón rousseauniana contiene una
poderosa crítica a la razón ilustrada. Las causas de dicha crí­
tica ya han sido señaladas. Sin embargo, podemos detener­
nos en la más central de todas ellas: la impotencia de la ra­
zón para poner al descubierto opresiones y sujeciones que,
teniendo una génesis histórica, han sido teorizadas como
naturales. La crítica de Rousseau se dirige precisamente a
esa ceguera de la razón ilustrada. Por tanto, la denuncia que
subyace es la absoluta desvinculación entre razón práctica y
razón teórica. La razón se hace moral al denunciar las domi­
naciones (como se pone de manifiesto en su crítica a la de­
sigualdad) y al poner al descubierto los prejuicios que las le­
gitiman.
Sin embargo, la más antigua de las sujeciones, la de las
mujeres, no es impugnada por Rousseau. ¿Quizá Rousseau
no reflexionó acerca de la opresión de las mujeres? ¿Quizá
el tiempo en que vivió no permitía tal reflexión? Como se
irá viendo más adelante, Rousseau era conocedor de una po­
lémica sobre los sexos desarrollada en la Ilustración.
D’Alembert, Holbach, Madame d’Epinay y Condorcet, en­
tre otros, consideraban que debía mejorarse la situación de
las mujeres112. Por su parte, el ginebrino se mostró contrario
siempre a la emancipación de las mujeres, contrariando de
esa forma los principios que él consideraba universales. Las
nociones de libertad e igualdad cuando se aplicaban a las
mujeres sufrían tal transformación que perdían el contenido
liberador que tenía para los varones y adquirían uno nuevo
de opresión.
El caso de Poulain de la Barre, que pasaremos a analizar

112 Cfr. Condorcet y otros, La Ilustración olvidada. La polémica de


los sexos en el siglo XVIII, edición de Alicia H. Puleo, Barcelona, An-
thropos, 1993.
brevemente, nos muestra la posibilidad de un enfoque muy
diferente.

POULAIN DE LA BARRE O LA RAZÓN ANTIPATRIARCAL

Poulain de la Barre es un pensador del siglo x v ii cuya


obra ha permanecido oculta y silenciada hasta mediados del
siglo xx, pese a ser un referente teórico muy relevante tanto
de pensadores como de teorías. J. J. Rousseau, J. Stuart Mili,
Simone de Beauvoir o las teorías del derecho natural son
deudores de diversos aspectos de su pensamiento. Por otra
parte, las reflexiones de este autor sobre la sociedad le con­
vierten en uno de los fundadores de la sociología. Poulain
toma la inferioridad de las mujeres como «el» indicador so­
cial más eficaz y determinante para analizar la sociedad.
Christine Fauré subrayará que, para nuestro autor, la cues­
tión de las mujeres es un «analizador» —analyseur— de la
sociedad. Por su parte, Celia Amorós destacará que «el
planteamiento de Poulain es cartesianamente nítido y podría
resumirse así: el prejuicio relacionado con la desigualdad de
los sexos es el más obstinado y ancestral, ergo si podemos
refutarlo [...], afortiori lo podemos hacer con los demás»113.
Para Poulain de la Barre, el estatuto real de las mujeres en la
sociedad constituye un poderoso instrumento que nos ilumi­
na sobre la génesis, estructura y porvenir de la sociedad.
Con este objeto revisa conceptos filosóficos —el concepto
de razón cartesiana—, propone nuevos esquemas políticos
—contrato social—, critica avant la lettre valores que pos­
teriormente serán exaltados y asumidos colectivamente
—noción de progreso—, elabora un modelo de estado de
naturaleza igualitario —único relato no patriarcal del estado
natural—, rompe con el modelo pedagógico medieval, fun­
da las técnicas de investigación social... La modernidad del
pensamiento de Poulain se inscribe en la corriente de pensa­

113 C. Amorós, «Cartesianismo y feminismo. Olvidos de la razón.


Razones de los olvidos», op. cit., pág. 99.
dores que batallaron incansablemente contra los prejuicios
que constreñían o ahogaban la libertad de los individuos.
Poulain de la Barre, siendo un joven cura de veintiséis
años, publica en el año 1673 un libro polémico y radical­
mente moderno titulado De l ’égalité des deux sexes. Este
cura, convertido más tarde al calvinismo, nacido en París y
muerto en Ginebra, no escribió únicamente este texto, sino
que, además, publicó otros dos sobre el mismo tema en los
dos años siguientes. En efecto, De l ’Éducation des dames
pour la conduite de l ’esprit dans les sciences et dans les
moeurs y De l ’Excellence des hommes contre l ’égalité des
sexes fueron publicados en 1674 y 1675, respectivamente.
El propósito evidente de De l ’égalité... es demostrar la
igualdad natural entre varones y mujeres por encima de las
costumbres y los prejuicios vigentes en nuestra sociedad. La
intención de De l ’Éducation des dames... es mostrar cómo
se puede combatir la desigualdad sexual a través de un mé­
todo reformador, la educación. Finalmente, De l ’Excellen­
ce... es un discurso cuyo objeto es desmontar, desde la asun­
ción irónica de la irracionalidad, los argumentos que legiti­
man la inferioridad natural de las mujeres.
Apelar a la igualdad natural entre los sexos, constatar la
desigualdad social e histórica entre varones y mujeres y
combatirla son los ejes sobre los cuales articula Poulain un
discurso en favor de la emancipación de las mujeres. Pero
además, hay que señalar que estos propósitos son minucio­
samente fundados y estructurados sobre la base de la filoso­
fía cartesiana. En efecto, el primer aspecto que se debe se­
ñalar en la obra de Poulain es el de su adscripción al racio­
nalismo cartesiano. No solamente el título de su primer
libro, De l ’Egalité des deux sexes, discours physique et mo­
ral oü l ’on voit l ’importance de se défaire des préjugés (So­
bre la igualdad de los dos sexos, discurso físico y moral
donde se ve la importancia de deshacerse de los prejuicios),
es suficientemente expresivo, sino que, además, sus obras
están llenas de referencias a conceptos cartesianos. La ape­
lación a la duda como el método necesario para descubrir la
verdad y la renuncia al prejuicio para acceder a conocimien-
tos claros y distintos constituyen el soporte de sus discur­
sos114.
Poulain de la Barre asume el concepto cartesiano de bon
sens tal y como lo define Descartes: «La facultad de juzgar
y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo
que llamamos buen sentido o razón es naturalmente igual en
todos los hombres»115. Poulain asume, pues, el concepto de
bons sens en su doble vertiente, como razón originaria y
como perteneciente a toda la especie, es decir, a varones y
mujeres indistintamente. La tarea que emprende Poulain
consiste en deslegitimizar las opiniones e ideas tanto de las
Escrituras como de las autoridades científicas y filosóficas
en lo que a la creencia de la desigualdad entre los sexos se
refiere, advirtiendo desde el primer momento que no reco­
nocerá otra autoridad que no sea la de la razón: «Las más
fuertes objeciones que se nos pueden hacer se extraen de la
Autoridad de los grandes hombres y de las Sagradas Escri­
turas. Con respecto a las primeras, creemos responder de
manera suficiente al decir que no reconocemos aquí otra au­
toridad que no sea la de la Razón y el “buen sentido”»116.
Sin embargo, este concepto —bons sens— utilizado por
Descartes para desmontar prejuicios en el ámbito puramen­
te epistemológico sufre una transformación en Poulain al
usarlo éste como desarticulador de prejuicios sociales, en
este caso sexistas. La operación que realiza Poulain consis­
te en trasladar el arsenal lógico cartesiano al terreno social
o, en palabras de H. Pieron, en pragmatizar el cogito. En De
l ’Égalité... puede observarse cómo la lógica cartesiana en
manos de Poulain es un instrumento para desarticular la ar­
gumentación tradicional de los discursos antifeministas117y,

114 Poulain de la Barre, De l ’Égalité des deux sexes, discours physi-


que et moral oü l ’on voit l ’importance de se défaire des préjugés, París,
Fayard, 1984, pág. 9.
115 R. Descartes, Discurso del método, México, Espasa-Calpe,
1982, pág. 35.
116 P. de la Barre, DeVÉgalité..., pág. 7 (la traducción es nuestra).
117 D. Armogathe, «De l’égalité des deux sexes, “la belle ques-
tion”», Revue de Philosophie, Corpus, núm. 1, París, 1985, pág. 19.
en general, de todos los discursos antiigualitaristas: «Pou­
lain se separa de Descartes en un punto importante y signi­
ficativo. Si el autor del Discurso del método se limitaba a la
crítica del prejuicio en el ámbito de la ciencia, como condi­
ción sine qua non para intuir su nuevo método y su progra­
ma de reforma de la mente, Poulain se aplica a la impugna­
ción racional del prejuicio “dans les moeurs”; terreno en el
que Descartes se mostraba mucho más conformista»118.
La tarea de Poulain se configura, pues, como la prolon­
gación, extensión y radicalización del racionalismo carte­
siano. Extiende el cogito hasta los mismos fundamentos de
la sociedad y de la historia. De esta forma, nuestro filósofo
se separa de la «moral par provisión» de Descartes. Si Des­
cartes elegía «entre varias opiniones»... «las más modera­
das» y «las más cómodas para la prática»119 y prefería «al­
terar (sus) deseos antes que el orden del mundo»120, Poulain,
por el contrario, afirma en sus discursos no sólo la necesi­
dad de elegir opiniones minoritarias, sino también la de
transformar el mundo. Como señala Celia Amorós: «La lu­
cha contra el prejuicio ha de tener profundas virtualidades
reformadoras no sólo en las ciencias, sino en las costum­
bres»121.
El «pienso, luego existo» de Descartes se transforma en
Poulain en «existo, yo que pienso, porque actúo». La acción
es, por tanto, el espacio sobre el que opera la razón. Poulain
concibe en este sentido la razón como un instrumento que
desenmascara y desmonta prejuicios. De esta forma, la con­
cepción de la razón en Poulain de la Barre se refiere a la
virtud: «La ciencia debe referirse únicamente a la vir­
tud»122. Como podemos observar, la razón de Poulain tiene
evidente similitud con la razón moral que propugna Rous­

118 C. Amorós, «Patriarcalismo y Razón ilustrada», en Razón y Fe,


núm. 1113-1114, julio-agosto de 1991, Madrid, pág. 69.
119 R. Descartes, op. cit., pág. 54.
120 Ibídem, pág. 55.
121 C. Amorós, Poder y Libertad, núm. 9.
122 P. de la Barre, De l ’Égalité..., pág. 38.
seau en el Primer discurso. Para este último, como para
Poulain, el objeto de las ciencias debe ser desenmascarar las
apariencias123 para, así, acceder a la verdad. Pero, si en
Rousseau la razón y la virtud sólo pertenecen a los varones,
como veremos a lo largo de este estudio, en el caso de Pou­
lain ambas pertenecen por igual a ambos sexos: «Pues, tan­
to si consideramos a las ciencias en sí mismas como si aten­
demos al órgano que sirve para adquirirlas, encontramos
que los dos sexos están igualmente dispuestos para ello. No
hay más que un solo método y una sola vía para introducir
la verdad en el espíritu»124.
La razón en Poulain se actualiza al operar en el espacio
social y político. Sólo entonces se convierte en virtud. Esta
pragmatización del cogito que realiza Poulain de la Barre le
convierte, tanto a juicio de Daniel Armogathe como de
Christine Fauré, en fundador de la sociología, aunque para
Armogathe, ello se traduzca en cierta pérdida de rigor teóri­
co125.
Si antes señalábamos la práctica sistemática de la duda,
la necesidad de llegar a ideas claras y distintas, la necesidad
del libre examen y el olvido necesario de los argumentos de
autoridad para alcanzar la verdad, también recurre Poulain a
otra idea cartesiana para mostrar la igualdad entre los sexos.
En efecto, la distinción entre el alma y el cuerpo, entre la
sustancia extensa y la sustancia pensante, es la otra noción
que fundamenta la igualdad entre varones y mujeres. En la
tradición platónica y en la Edad Media, en general, se con­
cibió el cuerpo como imperfección, y las particularidades
del cuerpo femenino —órganos sexuales y reproducción—
como un nuevo añadido a la imperfección inicial. Sin em­
bargo, al separar Descartes el alma y el cuerpo, permite la
afirmación de la igualdad entre el varón y la mujer126, pues

123 Ibídem, pág. 57.


124 Ibídem, pág. 71.
125 D. Armogathe, op. cit., pág. 18.
126 G. Fraisse, «Poulain de la Barre, ou le procés des préjugés», Re-
vue de Philosophie, Corpus, núm. 1, París, 1985, pág. 32.
funda dicha igualdad en el alma. El yo cartesiano, al no con­
siderar ni tener en cuenta los fenómenos orgánicos, permite
fundar la igualdad del hombre y de la mujer por encima de
su destino histórico127. En este sentido, para Poulain, el inte­
lecto no tiene sexo, es común a toda la especie, por lo que
las diferencias del cuerpo no pueden legitimar ningún tipo
de desigualdad.
Poulain de la Barre llega al lugar al que Rousseau no se
atreverá a llegar. La razón de Poulain critica la sujeción que
Rousseau no querrá criticar. El racionalismo de Poulain, al
hundir sus raíces en la universalidad moral, debe ser califi­
cado de antipatriarcal.
Poulain, por su noción de razón moral, por sus «reservas
prerrousseaunianas ante el presunto carácter liberador del
progreso técnico»128, por su reconstrucción de un estado de
naturaleza en el que encuentra la génesis de la sujeción fe­
menina y por su concepción reformadora de la educación, a
través de la cual pretende corregir la desigualdad sexual, se
configura como un pensador ilustrado, al que Celia Amorós
califica de bisagra entre Descartes y Rousseau: «Esta bisa­
gra (tan curiosa como lógica desde el punto de vista de una
reconstrucción estructural de las posibilidades combinato­
rias susceptibles de ser explotadas desde la matriz del com­
plejo ideológico de la Ilustración) entre Descartes y Rous­
seau, como el eslabón débil y precario en los procesos evo­
lutivos, que se sitúa en las encrucijadas mismas de las
bifurcaciones de las líneas que llegan a estabilizarse es pre­
cisamente la que se pierde y se olvida»129. Aunque: «Quizás
todavía estemos a tiempo de hacemos eco de su potencial de
sugerencia [...]»13°.

127 Faure, Cr., «Poulain de la Barre, sociologue et libre penseur»,


Revue de Philosophie, Corpus, núm. 1, París, 1985, pág. 44.
128 C. Amorós, «Cartesianismo y feminismo. Olvido de la razón.
Razones de los olvidos», op. cit., pág. 98.
129 Ibídem, pág. 98.
130 Ibídem, pág. 98.
El estado de naturaleza
y los límites de la igualdad

«Emprendo una tarea sin ejemplo y que no tendrá segura­


mente imitadores. Quiero descubrir ante mis semejantes a un
hombre con toda la verdad de la naturaleza»131. Así comien­
za Rousseau el relato de su vida y de sí mismo en Las confe­
siones. Todas las grandes palabras que aparecen en la obra de
Rousseau se remiten a la naturaleza. Ni la virtud, ni la moral,
ni la verdad, ni la razón, ni la igualdad, ni la libertad, entre
otras, tienen sentido si no es en referencia a la naturaleza. El
propio Rousseau, cuando habla de sí mismo, cuando se con­
fiesa, lo hace desde este concepto, que no es otra cosa que el
bien y lo bueno. La naturaleza en Rousseau lo es todo.
La noción de naturaleza se configura como uno de los
nudos esenciales de su obra. Más aún, podría decirse que es
el objeto de todo su pensamiento. Pero habría que pregun­
tarse de qué naturaleza habla Rousseau a la vista de la poli­
semia de este concepto. La respuesta invariablemente nos
remite al hombre, a la naturaleza humana. Derathé señala
que: «Toda la obra de Rousseau está articulada sobre el co­
nocimiento del hombre. Rousseau traslada al estudio del
hombre todos los problemas que se plantea»132. En efecto, el
estado de naturaleza del Segundo discurso nos remite a la
génesis del individuo; las técnicas pedagógicas de Emilio
nos muestran al hombre natural en cuanto hombre renatura-

131 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 27.


132 R. Derathé, «L’homme selon Rousseau», en Pensée de Rous­
seau, París, Seuil, 1984, pág. 109 (la traducción en nuestra).
lizado; El contrato social nos muestra una organización so­
cial que ha conseguido restablecer la continuidad con el es­
tado de naturaleza; asimismo, Las confesiones nos presen­
tan a un hombre natural, en toda su singularidad, que es el
propio Jean Jacques.
El concepto de naturaleza, como concepto matriz que
aparece en todas y cada una de las obras de Rousseau, se
abre en varias direcciones. La delimitación y distinción de
todos estos subconceptos es necesaria para entender el pen­
samiento rousseauniano en toda su complejidad. La prime­
ra definición de «natural» la vamos a situar en el estado de
naturaleza, entendido éste como «grado cero». En el Segun­
do discurso Rousseau usa el concepto de hombre natural
como hombre original o biológico. La segunda definición
de hombre natural como hombre auténtico y renaturalizado
la encontramos en Emilio. Entre ambas definiciones de
hombre natural existe una diferencia: el hombre original es
el que habita en el estado de naturaleza, mientras que el
hombre auténtico debe vivir en sociedad. La naturaleza del
hombre original es dada, mientras que la del hombre renatu­
ralizado es conquistada. Finalmente, una tercera noción de
hombre natural subyace bajo las nociones mencionadas y
puede encontrarse en toda la obra autobiográfica de Rous­
seau: en la subjetividad de Jean Jacques y, por extensión, en
las subjetividades de todos los seres humanos puede descu­
brirse la naturaleza verdadera. Las confesiones nos mues­
tran una naturaleza humana que brota entre las múltiples
máscaras sociales. Pero si no pudiésemos desprendemos de
las máscaras, tal vez fuera viable encontrar otro camino para
vemos tal y como somos: el ensueño. La verdad y la auten­
ticidad de Las confesiones y de Las ensoñaciones del pa­
seante solitario aparecen como un proceso de interioriza­
ción de la subjetividad. Esta tercera noción de naturaleza,
este proceso de autodescubrimiento, pone de manifiesto la
influencia de Platón en el pensamiento rousseauniano133.

133 La idea de naturaleza como conocimiento verdadero que Rous-


Así pues, natural (hombre que vive en el estado de natu­
raleza) y auténtico (hombre que vive en sociedad o bien está
destinado a vivir en ella, como es el caso de Emilio) no tie­
nen el mismo significado para Rousseau, aunque ambos nos
remiten, en última instancia, a un problema político y moral.
En este capítulo nos ocuparemos sobre todo del primer sig­
nificado de los tres que hemos mencionado, sin poder eludir
por completo el tercero que opera de modo subyacente a lo
largo de su pensamiento. El hombre natural y el estado de
naturaleza serán, pues, el primer problema que se tratará en
este apartado.
El estado de naturaleza como reconstrucción conjetural
del origen de la humanidad es relatado en sus distintos esta­
dios con detenimiento por Rousseau, apareciendo entreve­
rado en su descripción con disputas y acusaciones a otros
pensadores de la época. Sin embargo, el núcleo del Segundo
discurso es la crítica moral y política. El estado de naturale­
za es una noción que el ginebrino utiliza para desmitificar y
criticar no sólo todas las instituciones sociales, sino, inclu­
so, la misma idea de sociabilidad. Rousseau arremete contra
las instituciones o formas asociativas desde el primer mo­
mento en que surgen en el estado natural. En este sentido,
legitima o deslegitima hábitos, valores morales e institucio­
nes atendiendo al criterio de si son naturales o no lo son.
Esta metodología le permite ejercer una crítica radical con­
tra casi todas las instituciones sociales. Pero, para sorpresa
nuestra, nos encontramos con que Rousseau quiebra su mé­

seau expresa con los conceptos de luz interior, ley de la conciencia o


guía interior, muestra la influencia del concepto de anamnesis de Pla­
tón. El verdadero conocimiento moral rousseauniano, como la noción
platónica de anamnesis, es recuerdo, reconocimiento. La verdad apare­
ce como dada: la tarea del individuo es descubrirla. En ambos, la virtud
es anamnesis. Sin embargo, la influencia de Platón en Rousseau se ex­
tiende más allá de este concepto. Como han puesto de manifiesto Celia
Amorós y Amalia González (esta última en su tesis inédita: La concep-
tualización de lo femenino en Platón), ambos filósofos privan a las mu­
jeres de individualidad y en ambos las mujeres aparecen como el ámbi­
to de lo indiferenciado: su identidad es defectiva y meramente genérica.
todo al excluir de la crítica instituciones que poseen los
mismos elementos de «mal» que otras instituciones a las
que impugna. La perplejidad aumenta al observar que, jus­
tamente, los valores y las instituciones que se ven libres de
su crítica son aquellas que dan origen a una sociedad pa­
triarcal.
En todo caso, escribir sobre la misoginia rousseauniana
no es nada nuevo ni original. Es ya sabido que Rousseau
constituye un eslabón significativo en la larga tradición
cultural patriarcal. Lo que nos interesa destacar en este capí­
tulo es que Rousseau, en lo que respecta a las mujeres, quie­
bra los principios metodológicos y morales sobre los que re­
posa su pensamiento. Nuestra tarea, por tanto, será analizar
esos momentos de ruptura. Ciertamente, en una primera
lectura del Segundo discurso se puede interpretar en clave
acrítica el papel que asigna a las mujeres en su hipótesis del
estado natural. En una segunda lectura se perciben ya deter­
minadas e importantes quiebras lógicas y, finalmente, en el
contexto de toda su obra se comprueba que el problema no
es de acriticismo ni de olvido, sino de intencionalidad y ne­
cesidad política.
El Segundo discurso es, sin duda, el soporte y el funda­
mento teórico y político de El contrato social y de Emilio134.

134 «La interpretación de Engels unifica el Contrato y el Segundo


discurso a través de la idea de revolución (la «negación de la nega­
ción»), Igualmente Kant, y más recientemente Cassirer, consideran el
pensamiento teórico de Rousseau como un todo coherente [...]. El mo­
mento final es el mismo, es la reconciliación de la naturaleza y de la
cultura, en una sociedad que reencuentra la naturaleza y supera las in­
justicias de la civilización [...]. Engels toma partido por pasar por las dos
o tres últimas páginas del Segundo discurso, en las que Rousseau evoca
el retomo a la igualdad y la rebelión de los esclavos. Kant y Cassirer
prefieren intercalar el Emilio y las teorías pedagógicas de Rousseau, a
fin de establecer el vínculo necesario entre los análisis del Segundo dis­
curso y la construcción positiva del Contrato. Revolución o educación:
es el punto capital en el que se oponen esta lectura «marxista» y esta
lectura «idealista» de Rousseau, una vez establecido que se han puesto
de acuerdo sobre la necesidad de una interpretación global de su pensa­
miento» (J. Starobinski, op. cit., págs. 44-45).
Por este motivo, la naturaleza que Rousseau atribuye a las
mujeres y a los varones en el estado de naturaleza o, dicho
de otra forma, el «descubrimiento» sesgado que realiza
Rousseau de las naturalezas femenina y masculina, es sus­
tancial para el ulterior papel que les otorga en la sociedad a
que da lugar el contrato. Este problema se desdobla en dos
sentidos: por una parte, trataremos de analizar las quiebras
lógicas que se producen en la concepción del estado natural
en lo que respecta a la mujer y, por otra, observaremos cómo
atribuye naturalezas distintas a varones y mujeres y cómo la
asignación respectiva de estas dos naturalezas encuentra su
origen en un estadio diferenciado del estado natural. Com­
probación que nos lleva a plantear la hipótesis de la exis­
tencia de dos estados de naturaleza, uno para el género
masculino y otro para el femenino. A lo largo de este libro
se intentará mostrar cómo los dos estados de naturaleza
fundamentan espacios sociales diferentes. El estado de na­
turaleza masculino se constituirá en soporte del espacio pú­
blico y el femenino en fundamento del privado. En el origen
del origen —estado de pura naturaleza— está el varón y en
el comienzo posterior al origen está la mujer. Como en la
Biblia, primero fue Adán y después Eva. También observa­
remos que los dos estados de naturaleza se corresponden
con nociones diferentes de razón.

Id e a s e n t o r n o a l c o n c e p t o d e e st a d o d e n a t u r a l e z a

Como ya hemos señalado, la idea de estado de naturale­


za es un concepto no sólo importante, sino central en el pen­
samiento rousseauniano. El estado de naturaleza como ori­
gen histórico, idea regulativa o «grado cero» es una idea re­
currente en el pensamiento ilustrado. Rousseau es uno más
entre los filósofos del siglo x v iii que utilizan esta noción
como concepto fundante de su teoría moral y política. Sin
embargo, no todos los filósofos manejan este paradigma de
la misma forma ni le asignan el mismo significado.
El elemento común que subyace en los desarrollos de
esta noción en todos los autores es el método. Lo común no
es tanto el objeto —la naturaleza— como la forma de tratar­
lo —la razón—; lo que caracteriza a los filósofos del
derecho natural «no es un principio ontológico (que supon­
dría una metafísica común que, de hecho, jamás existió),
sino un principio metodológico»135. El método que une a es­
tos filósofos es el deductivo. El objeto de este método con­
siste en reducir el derecho, la ética y la política a ciencias
demostrativas. La construcción de una moral racional, defi­
nitivamente separada de la teología, capaz de garantizar la
universalidad de los principios de la conducta humana es el
objetivo de los iusnaturalistas. La unidad de éstos se basa en
la idea de que es posible una auténtica ciencia de la moral en
el sentido de las ciencias que comenzaron a aplicar con éxi­
to el método matemático. La pretensión del iusnaturalismo
es refutar la opinión de Aristóteles de que en el conocimien­
to de lo justo y lo injusto no se alcanza la certeza del razo­
namiento matemático, sino que lo único que puede conse­
guirse es un conocimiento probable. Estos filósofos sostie­
nen que la tarea del jurista no es la de interpretar reglas
dadas, hipotecadas de antemano por las condiciones históri­
cas en que fueron producidas, sino que su misión consiste
en descubrir las reglas universales de la conducta a través
del estudio de la naturaleza del hombre136. La tarea históri­
ca del filósofo iusnaturalista, pues, no es la de interpretar,
sino la de descubrir. El «descubrimiento» de la naturaleza
humana está en la base de las teorías del derecho natural.
Esta doctrina, cuyo topos propio es el estado de naturaleza,
enfatiza los derechos del hombre sobre los deberes y su for­
mulación se realiza fuera del marco de la teología o del de­
recho positivo137. El iusnaturalismo representa la reivindica­

135 N. Bobbio, «El modelo iusnaturalista», en N. Bobbio y M. Bo­


bera, Sociedad y Estado en la filosofía moderna. El modelo iusnatura­
lista y el modelo hegeliano-marxiano, México, F. C. E., 1986, pág. 19,
trad. de J. Florencio Fernández Santillán.
136 Ibídem, pág. 30.
137 Cfr. L. Strauss, «Derecho Natural», en Enciclopedia Internacio­
nal de las Ciencias Sociales, Madrid, Aguilar, 1974, págs. 572-575.
ción en el campo moral y político de la autonomía de la ra­
zón que el cartesianismo afirmó en el campo filosófico y
científico138. Sin embargo, aun siendo el derecho natural
una sola doctrina, ésta reviste matices diferentes depen­
diendo de la concepción del estado de naturaleza de cada
filósofo.
Todos estos filósofos se empeñan en descubrir la verda­
dera naturaleza del individuo social. Desde Pufendorf hasta
Rousseau hay una gran variedad de teorías. Sin embargo, el
camino por recorrer —del hombre social al hombre natu­
ral— no es seguido metodológicamente de la misma forma
por todos ellos. Hay tantas nociones de estado de naturaleza
y de hombre natural como filósofos que han escrito sobre la
cuestión. Rousseau relata con minuciosidad el estado natu­
ral y describe al salvaje que habita en ese estado. La con­
quista de las lenguas, de la razón o de las instituciones for­
ma parte del proceso de desarrollo del estado de naturaleza.
Asimismo, debe señalarse que existen diversas interpreta­
ciones sobre este concepto rousseauniano. Desde interpreta­
ciones históricas, en tanto proceso histórico concreto o en
tanto proceso histórico real de carácter general, hasta la con­
sideración de que es una ficción jurídico-política o un dis­
curso utópico-revolucionario139.
Veamos qué dice Rousseau acerca del estado de natura­
leza y cuál es el método que sigue para conocer al hombre
natural. Primeramente, hay que señalar que el ginebrino nie­
ga la historicidad del estado natural, asignándole el papel de
una hipótesis: «Las investigaciones que pueda uno acometer
a este respecto no hay que tomarlas por verdades históricas,
sino únicamente por razonamientos hipotéticos y condicio­
nales más a propósito para dilucidar la naturaleza de las

138 Cfr. N. Abbagnano, Diccionario de Filosofía, México, F. C. E.,


1963, págs. 705-706.
139 Cfr. E. Martín López, «Del egocentrismo originaric^ la comu­
nidad contractual. Análisis de una quiebra lógica en Rousseau», Revis­
ta de Estudios Políticos, núm. 8, Madrid, 1979, pág. 119.
cosas que para revelar su verdadero origen»140. Esta inter­
pretación del estado de naturaleza y su transformación en
estado social es relatada de una forma conjetural. Debe re­
construirse conjeturalmente con los datos de que se dispone.
Los puntos sobre los que apoya esta reconstrucción son los
relatos de los viajeros que han visto cómo viven los salvajes.
Los viajes y los relatos de los viajeros forman parte de la
cultura del Siglo de las Luces y su influencia se despliega en
muchas direcciones. No sólo proporcionan material para las
narraciones de los distintos estados de naturaleza, sino que
también encauzan a la cultura ilustrada por el camino de lo
relativo. Como señalara Paul Hazard, viajar significa com­
parar las costumbres, los principios, las filosofías, las reli­
giones. Implica oponer, dudar: «Leer los relatos de viajes
fiie evadirse; fue pasar de la estabilidad del espíritu al movi­
miento»141. Sin embargo, para Rousseau, los hechos etno­
gráficos, siendo necesarios, no son suficientes. Hay un fun­
damento aún más decisivo, su propia subjetividad: «El ori­
gen, que es el punto más alejado en el pasado, es también,
por suerte, el punto más profündo en la subjetividad de Jean
Jacques. Donde otros filósofos se contentarían con una seca
especulación, Rousseau se apoya en la intuición íntima y
poética. Lo originario, para él, no es el punto de partida de
un juego intelectual; es una imagen reencontrada en la mis­
ma fuente de la existencia consciente; el estado natural es,
en primer lugar, una experiencia vivida, un fantasma de la
infancia perpetuada [,..]»142.
No obstante, la no existencia histórica del estado de na­
turaleza no obstaculiza la intención que subyace a lo largo
del Segundo discurso. Encontrar al hombre original que
subsiste en todo hombre social significa, sobre todo, cono­

140 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 151 (ed. france­


sa, pág. 133).
141 P. Hazard, op. cit., pág. 24.
142 J. Starobinski, «Prólogo» al Discurso sobre el origen y los fun­
damentos de la desigualdad entre los hombres, de J. J. Rousseau, Ma­
drid, Aguilar, 1973, pág. XXVII, trad. de José López y López.
cer un estado que, aunque históricamente no haya existido,
nos permitirá enjuiciar a la sociedad y a las instituciones po­
líticas. A este respecto hay que señalar con Seyla Benhabib
que: «El estado de naturaleza es el espejo de aquellos pri­
meros pensadores burgueses en el que ellos y sus socieda­
des son magnificados, purificados y reflejados en su verdad
original y desnuda. El estado de naturaleza es a la vez pesa­
dilla (Hobbes) y utopía (Rousseau). En él, el varón burgués
reconoce sus defectos, temores y ansiedades, así como sus
sueños»143. La noción de estado de naturaleza rousseaunia-
na es en primer lugar condena de la sociedad del momento
y en segundo lugar la posibilidad, desde su formulación, de
pensar y articular otro tipo de sociedad y de política. Esta ta­
rea metodológica y política, advierte Rousseau, no es fácil,
pero, en todo caso, es necesaria: «Pues no es empresa livia­
na el deslindar lo que hay de originario y de artificial en la
naturaleza actual del hombre, y conocer bien un estado que
ya no existe, que tal vez nunca ha existido, que probable­
mente no existirá jamás y del que no obstante es necesario
tener nociones precisas para juzgar bien sobre nuestro esta­
do presente»144. La noción de estado natural es, pues, una
hipótesis necesaria, «ya que en historia no se pueden medir
la distancias más que a condición de haber determinado pre­
viamente un “grado cero”»145. Al mismo tiempo, y siguien­
do a Starobinski, hay que señalar que esta noción funciona
en la obra rousseauniana sobre todo como un postulado teó­
rico146. El estado de naturaleza no aparece en Rousseau

143 S. Benhabib, op. cit, pág. 311.


144 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 142 (ed. france­
sa, pág. 123).
145 J. Starobinski, «Prólogo» al Discurso sobre el origen..., pági­
na XXXII.
146 No obstante, el estado de naturaleza, en contra de la opinión de
Starobinski, es algo más que un postulado teórico. En cierto modo tam­
bién es un postulado moral puesto que en dicho estado se encuentra el
núcleo moral básico (piedad) que debe articular el modelo de hombre
natural (Emilio) y el nuevo modelo de sociedad (El contrato social).
como un modelo al que debemos retomar, puesto que reco­
noce la imposibilidad de la vuelta atrás en múltiples ocasio­
nes a lo largo de su obra, sino como la referencia ineludible
que nos hace ver amargamente lo que hemos perdido y la
dirección equivocada que hemos seguido.
La construcción interna del Segundo discurso sigue los
caminos de la filosofía iusnaturalista. No se trata de cons­
truir ni de interpretar, sino de descubrir. La labor del iusna­
turalista consiste en descubrir el origen del individuo y a
partir del mismo construir una explicación causal: «[...] el
estado de naturaleza no es más que un postulado especulati­
vo que se da a sí mismo una “historia hipotética”: un princi­
pio sobre el que la deducción podrá apoyarse en su búsque­
da de una serie de causas y efectos bien encadenados a fin
de construir la explicación genética del mundo tal y como se
ofrece a nuestros ojos. Así proceden casi todos los hombres
de ciencia y los filósofos de la época, quienes creen no ha­
ber demostrado nada si no se han remontado a las fuentes
simples y necesarias de todos los fenómenos»147. El método
a seguir para encontrar al verdadero hombre natural es com­
plejo porque entre el hombre natural y la experiencia perso­
nal de Rousseau se producen múltiples interferencias. La
aspiración de Rousseau a la unidad se proyecta en el hom­
bre del estado de naturaleza. Por eso, como señala Groe-
thuyssen, «la idea de hombre natural no puede ser fijada de
una vez para siempre. Nacida de un juego continuo entre lo
general y lo particular, reviste aspectos cambiantes según se
acerque a lo uno y a lo otro. Tiene la movilidad del pensa­
miento que la ha creado. Unas veces es el espíritu construc­
tivo el que prevalece y entonces la idea se acerca a la abs­
tracción, la vida se retira de ella y el sistema tiende a reem­
plazar la experiencia interior. El hombre natural, al que no
alimenta ya la substancia de Rousseau no es más que un es­
quema. Otras veces, por el contrario, es la individualidad de
Jean Jacques la que vuelve a prevalecer... Se diría que Jean

147 J. Starobinski, La transparencia y el..., pág. 24.


Jacques y el hombre natural se buscan sin lograr encontrar­
se, que la visión ora se aleja, ora se acerca a su alma»148.
Hemos destacado ya la dificultad de separar la vida y la
obra de cualquier autor; dificultad que en el caso de Rous­
seau es casi irresoluble. La obra biográfica y la obra teórica
de Jean Jacques se explican recíprocamente. Las obsesiones
personales de Rousseau se expresan en claves teóricas. Sin
embargo, esta mezcla continua entre biografía y teoría y en­
tre sentimientos y conceptos, que posiblemente en Rous­
seau aparezca con más evidencia que en otros autores, no
sólo no despoja de rigor ni veracidad a sus planteamientos
teóricos o morales, sino que los enriquece a partir de claves
psicológicas y literarias.
La primera dificultad que plantea Rousseau en el Se­
gundo discurso es de carácter metodológico. Vislumbrar,
encontrar y definir al hombre natural no es una tarea fácil:
«¿Y cómo conseguirá el hombre verse tal y como le formó
la naturaleza, a través de todos los cambios que la sucesión
de los tiempos y de las cosas ha debido de producir en su
constitución original y discernir lo que hay en él de primige­
nio de lo que las circunstancias y sus propios progresos han
añadido o cambiado en su estado primitivo?»149. El conoci­
miento del estado de naturaleza y del hombre natural tienen
como finalidad, como se ha dicho, el estudio de los funda­
mentos de la sociedad humana. El estado de naturaleza
rousseauniano opera como un paradigma de impugnación y
de legitimación al mismo tiempo: tiene función impugnado­
ra cuando se investiga el orden social y político de su tiem­
po y legitimadora cuando postula un nuevo orden social y
político. En esta dirección, la desigualdad social sólo es le­
gítima si se funda en la desigualdad natural. Reconstruir el
hilo de la igualdad/desigualdad desde el estado natural has­
ta el estado social es una tarea necesaria para la construc­
ción de una nueva sociedad desde la legitimidad. Por ello,

148 B. Groethuysen, op. cit., pág. 16.


149 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 141 (ed. france­
sa, pág. 122).
no está de más recordar la unidad que subyace a los dos pri­
meros discursos, a El contrato social y a Emilio: «Este mis­
mo estudio del hombre originario, de sus auténticas necesi­
dades y de los principios fundamentales de sus deberes si­
gue siendo el único medio adecuado que puede emplearse
para vencer ese sinfín de dificultades que se presentan sobre
el origen de la desigualdad moral, sobre los verdaderos fun­
damentos del cuerpo político, sobre los derechos recíprocos
de sus miembros y sobre otras mil cuestiones semejantes,
tan importantes como mal esclarecidas»150.
La operación metodológica de Rousseau respecto al
hombre natural tiene dos momentos: el primero es deducti­
vo y el segundo inductivo. En este capítulo sólo estudiare­
mos el proceso deductivo, utilizado por Rousseau para defi­
nir al hombre biológico. Consistirá en descubrir al hombre
natural que subsiste en todo hombre social. El hombre so­
cial será sometido a un proceso de desposesión de todos los
atributos sociales. Al final del mismo, hallaremos un cons-
tructo: el hombre del estado de naturaleza. El hallazgo de
todas las atribuciones sociales que envuelven al hombre so­
cial constituirán los fundamentos de la crítica ética y políti­
ca a la sociedad de su tiempo. La segunda fase, la inductiva,
gravitará alrededor de la idea de recontrucción de un nuevo
modelo de individuo (Emilio) y de sociedad (El contrato so­
cial) sobre la base del hombre natural o biológico que pre­
viamente se encontró. Dicho de otro modo: después del es­
tado de naturaleza sobreviene la corrupción moral y política
y tras ésta un proceso individual y colectivo de renaturaliza­
ción. Como se verá posteriormente, el estado de naturaleza
debe mostrar los ejes articuladores del nuevo proyecto de in­
dividuo y de sociedad.
Rousseau investiga al hombre biológico; para eso inicia
una operación de desenmascaramiento del hombre social.
Le despoja de todos los atributos y propiedades sociales
hasta hallar un ser puramente biológico; le desposee de la

150 Ibídem, pág. 145 (ed. francesa, pág. 126).


razón y se encuentra con el instinto; le despoja del lenguaje
y se encuentra con un individuo que no necesita comunicar­
se; le quita las necesidades culturales y sólo encuentra nece­
sidades biológicas; le priva del contacto con sus semejantes
y se topa con un individuo aislado que no se duele de su so­
ledad; le roba la capacidad de soñar y se halla con un indi­
viduo sin imaginación; le desposee de la ambición y apare­
ce un individuo pasivo... Al cabo, sólo descubre hombres
iguales entre sí: «El hombre desnudo, despojado de todos
los adornos de que lo ha revestido la cultura es el ser bioló­
gico. El hombre sería, pues, un animal o casi un animal. La
humanidad es una especie. Tal es el punto de vista zoológi­
co, el cual bajo cualquier forma que sea, tiende a reducir al
hombre a una expresión genérica»151. El hombre natural
rousseauniano es, pues, el hombre biológico despojado de
todas las propiedades adquiridas en el proceso social. Es el
hombre sin atributos.
Por otra parte, el descubrimiento de la auténtica natura­
leza del hombre es necesario, además, para fundar el dere­
cho natural. En el siglo xvm existe una compleja polémica
sobre la definición del derecho natural. El derecho natural
niega lo sobrenatural y lo divino; sustituye a Dios por la na­
turaleza; asigna facultades a cada ser humano que deben ser
ejercidas; y la autoridad del príncipe debe ser sustituida por
un derecho nuevo del que quizá saldrá la felicidad152. Des­
pués, cada filósofo maneja una idea distinta del derecho na­
tural, que se corresponde con una determinada noción de la
naturaleza humana: «Esta ignorancia de la naturaleza del
hombre es la que arroja tanta incertidumbre y oscuridad so­
bre la verdadera definición del derecho natural. Pues la idea
del derecho [...] y aún más la del derecho natural, son evi­
dentemente ideas relativas a la naturaleza del hombre. Así
pues, [...] es de esta misma naturaleza del hombre, de su
constitución y de su estado de donde hay que deducir los

151 B. Groethuysen, op. cit., pág. 36.


152 Cfr. P. Hazard, op. cit., pág. 247.
principios de dicha ciencia»153. Rousseau polemiza con los
filósofos que desarrollan teorías acerca del derecho natural
porque considera que no lo fundan en la auténtica naturale­
za humana, sino en principios de utilidad. La ley natural no
debe basarse en normas de utilidad común para que obligue
a todos los individuos, sino que debe surgir de la propia na­
turaleza humana. La tarea que se propone Rousseau es la de
descubrir dicha ley, por lo que arremete contra quienes, a su
juicio, construyen una falsa ley natural: «Se empieza por
buscar aquellas normas que, en pro de la utilidad común,
convendría que los hombres aceptasen de buen grado y con­
formidad; y luego se da el nombre de ley natural a la com­
pilación de esas normas, sin otra prueba que el bien que se
piensa que resultaría de su práctica universal. He aquí una
manera bien cómoda de amañar definiciones, por cierto, y
de explicar la naturaleza de las cosas mediante convenien­
cias casi arbitrarias. Pero mientras no conozcamos al hom­
bre natural, en vano es que queramos determinar la ley que
le fue dada o la que mejor conviene a su constitución. Lo
único que podemos ver clarísimamente con respecto a esta
ley es que sólo, para que sea ley, se requiere que la voluntad
del que ha de acatarla pueda someterse a ella con conoci­
miento, sino que, además, para que sea natural, es preciso
que hable directamente con la voz de la naturaleza»154.
Los teóricos más relevantes del derecho natural moder­
no son Hobbes, Locke y Rousseau. El origen de estas teo­
rías debe situarse en Hobbes y su culminación en Locke.
Los tres filósofos parten de la misma premisa: el derecho
del individuo a la autoconservación y, consecuentemente, el
derecho de todos a juzgar sobre los medios adecuados para
autoconservarse. Pero tras esta premisa común, cada uno de
ellos elabora una antropología específica que le separa par­
cialmente de los otros dos. Ni Hobbes ni Locke creen que la
ley natural esté impresa en el corazón del hombre. Al mis­

153 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 143 (ed. france­


sa, pág. 124).
154 Ibídem, pág. 144 (ed. francesa, pág. 125).
mo tiempo, Hobbes considera al hombre un animal racio­
nal, pero niega la sociabilidad natural. El destino natural del
hombre no es la sociedad, pero se dirige a ella movido por el
cálculo. Locke, a diferencia de Hobbes, cree que la conse­
cuencia del derecho natural a la conservación es el derecho
natural de propiedad. El derecho natural de Rousseau es una
modificación sustancial del de Hobbes y su concepto clave
es la piedad155.
El reproche de Rousseau a los teóricos del derecho na­
tural, especialmente a Hobbes, Grocio y PufFendorf, es que
ninguno de ellos ha sabido remontarse hasta el verdadero
estado de naturaleza, razón por la cual transfieren al estado
natural ideas del estado social; asignan al salvaje comporta­
mientos, valores y hábitos que son propios del hombre so­
cial: «Los filósofos que han estudiado los fundamentos de
la sociedad han sentido todos la necesidad de remontarse
hasta el estado de naturaleza, pero ninguno ha logrado al­
canzarlo [...] Finalmente, hablando todos sin cesar de nece­
sidad, codicia, opresión, deseos y orgullo, transfieren al es­
tado de naturaleza unas ideas que habían tomado en la so­
ciedad. Hablaban del hombre salvaje y describían al hombre
social»156.
De acuerdo con Rousseau, para los filósofos ilustrados
las facultades humanas no pueden separarse de la historia.
Reconocen al individuo una naturaleza constituida según
ciertas reglas, le confieren a veces determinados valores in­
natos y determinadas cualidades, pero cuando hablan de
cómo debe ser dicho individuo le imponen normas del esta­
do social. Todos los filósofos reconocen implícita o explíci­
tamente la perfectibilidad del individuo, pero quieren per­
feccionarle según valores sociales. Rousseau, por el contra­
rio, afirma la necesidad de descubrir la naturaleza humana
que no ha sido contaminada por la cultura. La naturaleza
por sí misma indica al hombre su destino. Lo que el proce­

155 Cfr. L. Strauss, Enciclopedia Internacional..., págs. 572-575.


156 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 150 (ed. france­
sa, pág. 132).
so histórico le ha añadido sólo ayuda a desfigurar la natura­
leza humana157. El hombre natural de Rousseau es, en un
primer momento, a-sociable y a-racional. El hombre natural
rousseaunino es el ser humano restablecido en sus operacio­
nes más primarias. «Rousseau, al mostrar su hombre natu­
ral, les lanza un desafío [...] Para aprehender a este hombre­
en-si, este hombre-idea en toda su fuerza y en toda su inte­
gridad, se le aísla de sus semejantes, se le remonta a su
condición primitiva [,..]»158.
La idea de hombre natural rousseauniana tiene multitud
de contenidos; casi todos los conceptos de nuestro autor tie­
nen diversos niveles de significación que se mezclan, se
unen o se superponen en función de intereses políticos, mo­
rales o, simplemente, de obsesiones personales. El salvaje
de Rousseau es mucho más que una pieza esencial de su
discurso político; tan pronto es el recuerdo de la infancia
como la nostalgia de su pasado; tan pronto apela a la unidad
como es una crítica radical a la fragmentación del hombre
social; unas veces aparece como aquello que somos en
nuestra subjetividad y otras como aquello que debemos ser;
tan pronto es condena de la sociedad como nostalgia de lo
que sin existir, deseó que existiera. El hombre natural rous­
seauniano oscila entre una hipótesis especulativa y «un sue­
ño en el que se refugia un alma inquieta»159. Esta proyec­
ción de Rousseau en sus conceptos de estado de naturaleza
y de hombre natural distingue al filósofo ginebrino del res­
to de los filósofos ilustrados: «El ser imaginario sale enton­
ces de las manos en que le había encerrado la lógica; al con­
tacto de las angustias y de las tribulaciones de Jean Jacques,
sus rasgos se animan, reflejan algo del alma humana, de sus
sufrimientos, de sus esperanzas. Y a esto se debe que el
hombre natural de Rousseau tenga lo que les falta a otros
hombres naturales; tiene una alma. Aunque ocupe su lugar

157 B. Groethuysen, op. cit., págs. 50-51.


158 Ibídem, págs. 8-9.
159 Ibídem, pág. 12.
en un sistema es refractario en sí mismo a todo espíritu de
sistema, desafía toda definición. Si quisiéramos reducirlo a
fórmulas, nos quedaríamos sólo con la sombra»160. También
Starobinski interpreta en este sentido las nociones de estado
de naturaleza y de hombre natural. El Segundo discurso co­
mienza planteando el estado de naturaleza como una hipó­
tesis, pero, a medida que avanza en su descripción, el texto
cobra tal fiierza que la hipótesis desaparece para dejar lugar
a una evocación de un lugar para vivir. La descripción del
estado natural no parece otra cosa en algunos momentos
que la excusa perfecta para la recreación nostálgica161.
Pero ¿qué es el estado de naturaleza y el hombre natural
para Rousseau? En primer lugar, es indudablemente un re­
curso metodológico útil para conocer los fundamentos de la
sociedad humana. En segundo lugar, se configura como el
instrumento adecuado de impugnación del poder político
del momento. En tercer lugar, expresa la aspiración más re­
currente en Jean Jacques: la idea del hombre no dualizado,
no fragmentado, la idea del hombre en sí mismo, en su uni­
cidad. En cuarto lugar, y en consonancia con el punto ante­
rior, representa una crítica del modelo de individuo del An­
tiguo Régimen, que, a su juicio, vive en un permanente es­
tado de representación. En esta dirección, el hombre natural
roousseauniano emerge como una denuncia obstinada del
parecer, de la máscara, de la apariencia, de las mentiras so­
ciales. En quinto lugar, significa la reivindicación del senti­
miento como expresión de la propia singularidad frente a
una razón concebida como falsa uniformización. En sexto
lugar, es una evocación del pasado, una nostalgia de lo que
pudo haber sido y no fue. En séptimo lugar, el estado de na­
turaleza es la parte más profunda de nosotros mismos: en
nuestra propia subjetividad habita la naturaleza como una
impronta, como una sensibilidad y casi como un instinto.

160 Ibídem, pág. 14.


161 Cfr. J. Starobinski, «Prólogo» al Discurso sobre el origen...,
págs. XXIV-XXV
Y en octavo lugar, como pone de manifiesto en Emilio, el
hombre natural se encuentra en cada niño: respetando la ley
interior del niño, la naturaleza se realiza en él.

O tras n o c io n e s a n t r o p o l ó g ic a s a c e r c a
DEL ESTADO de NATURALEZA

Todos los filósofos del derecho natural han constituido


un estado de naturaleza y a todos les une el método deduc­
tivo a la hora de abordar esta cuestión. En este sentido,
Rousseau polemiza a menudo con aquellos filósofos que
tienen concepciones antropológicas diferentes de la suya. El
Segundo discurso está lleno de referencias polémicas cuyo
primer destinatario suele ser Hobbes. El primer reproche
que Rousseau lanza a los filósofos «consiste en haber pro­
yectado sobre el “hombre salvaje” la imagen deformadora
del hombre que vive en sociedad o [...] haber hecho de la so­
ciabilidad y del lenguaje criterios de humanidad y haber fi­
jado, de tal modo, “límites” a la naturaleza»162.
En el contexto de esta crítica general, Rousseau recrimi­
na a Hobbes dos ideas fundamentales de su antropología. La
primera es que su estado de naturaleza es un estado de gue­
rra: «Es por ello manifiesto que durante el tiempo en que los
hombres viven sin un poder común que les obligue a todos
al respeto, están en aquella condición que se llama guerra; y
una guerra de todo hombre contra todo hombre»163. Más
aún, existe en los hombres una predisposición a la guerra164.
El segundo reproche a Hobbes es que éste considera que el
estado natural no puede ser un estado de aislamiento porque
existen ciertas tendencias hacia la sociabilidad en el hombre

162 M. Duchet, Antropología e historia en el Siglo de las Luces,


Madrid, Siglo XXI, 1985, pág. 291, trad. de Francisco González Aram-
buru.
163 T. Hobbes, Leviatán, edición de C. Moya y A. Escohotado, Ma­
drid, Editora Nacional, 1979, pág. 224.
164 Ibídem, pág. 225.
natural165. Rousseau, por el contrario, no cree que el hombre
sea por naturaleza agresivo y malvado: «Pretende Hobbes
que el hombre es, por naturaleza, intrépido y ni busca otra
cosa que atacar y combatir. Un filósofo ilustre [se refiere a
Montesquieu] opina, por el contrario, y Cumberland y Puf-
fendorf lo aseguran también, que no hay otro ser más tími­
do que el hombre en el estado de naturaleza, que está siem­
pre temblando, y dispuesto a huir al menor ruido que le so­
bresalta, al menor movimiento que advierte»166. Para
Rousseau, no se puede concluir con Hobbes que el salvaje
sea malo por no tener ninguna idea de la virtud. El estado de
naturaleza no puede ser un estado de guerra que ponga en
peligro la conservación de la especie, a no ser que atribuya­
mos al hombre natural «la necesidad de satisfacer un sinfín
de pasiones que son obra de la sociedad y que las leyes han
hecho necesarias»167. Finalmente, Rousseau acusa a Hobbes
de no ver «que la misma causa que impide a los salvajes
usar de su razón... les impide también abusar de sus faculta­
des [,..]»168. Rousseau hace del estado de naturaleza un esta­
do de no violencia y de aislamiento, frente a Hobbes que
concibe el estado natural como un estado de guerra y, a cau­
sa de este hecho, con una clara tendencia hacia la sociabi­
lidad.
Asimismo Buffon, Diderot y Helvecio son objeto de crí­
tica por parte del ginebrino. Estos tres filósofos conciben el
estado de naturaleza como un estado próximo a la animali­
dad en el que los hombres viven en un estado de rebaño
como ocurre en ciertas especies —por ejemplo, monos o

165 Como ya tuvimos ocasión de exponer, Hobbes considera al


hombre natural un animal racional, pero niega su sociabilidad natural.
No cree que exista una inclinación innata en el individuo que le conduz­
ca naturalmente a la sociedad, sino que los hombres se dirigen siempre
a ella movidos por el cálculo (cfr. L. Strauss, Enciclopedia Internacio­
nal de las Ciencias Sociales, Madrid, Aguilar, 1974, págs. 572-575).
166 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 154 (ed. france­
sa, pág. 136).
167 Ibídem, pág. 170 (ed. francesa, pág. 153).
168 Ibídem, pág. 171 (ed. francesa, pág. 154).
ciervos. Rousseau, sin embargo, aun reconociendo el paren­
tesco entre el animal humano y otras especies, sostiene que
el hombre se distingue de todos los demás en que no vive
naturalmente en manada169. El retrato del hombre salvaje di­
bujado por Rousseau se opone por completo al de Buffon y
Diderot en cuanto que el salvaje que imagina nuestro autor
no tiene ninguna necesidad de sus semejantes. Rousseau se
muestra de acuerdo con Buffon respecto a la idea de que el
hombre es el animal más ventajosamente organizado; sin
embargo, esta idea le sirve para «mostrar que, gracias a esta
superioridad natural, no está de ninguna manera obligado,
para asegurarse su subsistencia, a asociarse con un semejan­
te»170. Esta comparación que lleva a cabo Rousseau entre las
especies animales y la especie humana le es útil para oponer
mejor el hombre al resto de las especies. El salvaje rous-
seauniano se encuentra bajo el signo de la libertad y no bajo
el de la necesidad. Esta distinción le hace apartarse de los fi­
lósofos que consideraban al salvaje como un ser próximo al
animal. Es importante señalar que uno de los aspectos más
significativos de la concepción antropológica rousseauniana
consiste en que el hombre natural no es definido como un
animal racional, sino a-racional. En este aspecto, Rousseau
cuestiona la concepción tradicional que considera al indivi­
duo humano un animal racional. La racionalidad del hom­
bre del estado de naturaleza surge cuando comienza a fun­
cionar otro atributo: la perfectibilidad. Las ideas de Buffon
sobre la debilidad del hombre primitivo que se encuentra
abandonado a sus propias fuerzas es refutada por Rousseau
en el Segundo discurso con el argumento de la autosuficien­
cia: mientras que cada especie sólo tiene su instinto, el sal­
vaje se apropia de todos171.
La antropología de muchos filósofos ilustrados se ar­
ticula sobre la idea de la sociabilidad natural como expre­

169 Cfr. M. Duchet, op. cit., pág. 285.


170 Ibídem, pág. 285.
171 Ibídem, pág. 286.
sión de un instinto superior del animal humano. Rousseau,
por el contrario, se separa de Buffon y Diderot cuando defi­
ne al hombre por su calidad de agente libre, y no por esa fa­
cultad razonable ni por ese orden de conocimiento y de
ideas particulares que emanarían de su dignidad y constitui­
rían a la especie humana de la que hablaba Diderot. El sal­
vaje rousseauniano no posee las propiedades que le atribuye
Diderot al hombre. Sólo posee la facultad de perfeccionar­
se, facultad que le convierte en un agente libre y le excluye
del reino de la necesidad. El hombre natural, como señala
Derathé172, tiene en potencia todas las facultades que se de­
rivan de la perfectibilidad. Existe una estrecha relación cau­
sal entre la noción de perfectibilidad y la de hombre social,
en la medida en que la perfectibilidad, como pone de mani­
fiesto Strauss, significa sobre todo maleabilidad, plastici­
dad. El hombre natural rousseauniano puede proyectarse so­
cialmente en función de su propia voluntad. El estado social
actualiza y potencia sus facultades: «Para que la perfectibi­
lidad deje de ser una facultad virtual, para que el hombre co­
mience a usar el entendimiento y adquiera algunas “luces”
es preciso que una serie de acontecimientos le arranque in­
sensiblemente a este puro sentimiento de la existencia, a
este reposo “narcisista”, que constituye la dicha del hombre
salvaje y parecen alejar de él, para siempre jamás, “la ten­
tación y los medios para dejar de serlo”. Mientras que el
hombre de Buffon está inmerso en la historia desde el ori­
gen de los tiempos, el hombre de Rousseau es, primero, un
ser sin historia, hombre entre los animales y no entre los
hombres, para sí y no para otro, sin conciencia y sin memo­
ria. El estado de naturaleza excluye lo accidental, lo histó­
rico [...]»173.

172 R. Derathé, «L’homme selon Rousseau», en Pensée de Rous­


seau..., págs. 112-113.
173 M. Duchet, op. cit., pág. 288.
La igualdad natural

El estado de naturaleza en Rousseau es un proceso muy


largo, una duración casi indefinida. Existen dos obras del fi­
lósofo ginebrino en las que aparece desarrollada esta hipó­
tesis especulativa. Primero en el Segundo discurso, en sus
dos partes, y después en el Ensayo sobre el origen de las
lenguas. En ambos escritos se habla del origen de los tiem­
pos y del inicio de nuestra especie. Sin embargo, hay que se­
ñalar que el Ensayo... no sólo es posterior cronológicamen­
te al Segundo discurso, sino que además se exponen en él
aspectos del estado de naturaleza distintos de los que apare­
cen en el Discurso sobre el origen y los fundamentos de la
desigualdad entre los hombres. Ajuicio de Michéle Duchet,
en la primera parte del Segundo discurso se relata el puro
estado de naturaleza, y en la segunda, se habla del estado
presocial y el surgimiento de la propiedad privada, mientras
que en el Ensayo sobre el origen de las lenguas se estudia el
origen de las instituciones humanas, fundamentalmente el
lenguaje y la escritura.
Si en el inicio de este capítulo se señalaba la necesidad
de precisar los diferentes significados del concepto de natu­
raleza, ahora se debe realizar otra distinción metodológica
en lo que se refiere a este concepto. Señala Michéle Du­
chet174 la necesidad de distinguir entre el «estado de pura
naturaleza» y el «estado de naturaleza» al objeto de enten­
der uno de los usos del adjetivo «natural». Pero no es sola­
mente Duchet quien subraya esta diferencia que se escapa a
muchos estudiosos de Rousseau: también Moller Okin des­
taca esta fase primera del estado de naturaleza que tan nece­
saria es para la investigación que estamos realizando. Co­
mencemos por la definición que hace Rousseau del salvaje
que habita en el estado de pura naturaleza «... el hombre sal-

174 M. Duchet, op. cit., pág. 297.


vaje, errante por los bosques, sin industria, sin habla, sin do­
micilio, sin guerra, sin relaciones, sin necesidad alguna de
sus semejantes, sin el menor deseo por lo demás de hacerles
daño, quizá incluso sin reconocer nunca a ninguno de ellos
individualmente, sujeto a pocas pasiones y bastándose a sí
mismo, no tenía más que los sentimientos y las luces pro­
pios de dicho estado, no sentía más que sus auténticas nece­
sidades, no miraba más que lo que le interesaba ver y su in­
teligencia no hacía más progresos que su vanidad»175.
El hombre natural rousseauniano que habita en el estado
de pura naturaleza vive, pues, en una situación de absoluto
aislamiento. No posee ningún elemento de sociabilidad176.
Su comportamiento está dirigido por el instinto177. La satis­
facción de sus auténticas necesidades178 constituye la mate­
ria de sus instintos: «... considerándole, en una palabra, tal
como debió de salir de las manos de la naturaleza, veo un
animal menos fuerte que unos, menos ágil que otros, pero,
mirándole bien, el más ventajosamente organizado de todos.
Lo veo saciando su hambre debajo de una encina, apagando
su sed en el primer arroyo, disponiendo su lecho al pie del
mismo árbol que le proporcionó su yantar: he ahí sus nece­
sidades satisfechas»179. El salvaje vive entregado al senti­

175 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., págs. 176-177 (ed.


francesa, pág. 159-160).
176 Cfr. Discurso sobre el origen..., pág. 169 (ed. francesa, pági­
na 152).
177 Cfr. Discurso sobre el origen..., pág. 170 (ed. francesa, pági­
na 153).
178 Rousseau es un eslabón más de una larga cadena de filósofos
que han escrito sobre la distinción entre auténticas y falsas necesidades
del individuo. Desde los cínicos hasta Agnes Heller, pasando por el
mismo Rousseau, Freud o Marcuse, cada uno de ellos ha matizado este
problema con los instrumentos teóricos propios de su momento históri­
co, pero todos expresan el malestar que produce la cultura. Uno de los
elementos centrales de impugnación de la idea de progreso por parte de
Rousseau es, precisamente, el de las falsas necesidades del hombre so­
cial frente a las auténticas del hombre natural.
179 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., págs. 152-153 (ed.
francesa, págs. 134-135).
miento de su existencia actual, sin proyectos ni ideas de fu­
turo180. No es ni bueno ni malo porque no puede serlo. Su
estado de aislamiento le impide mantener relaciones con los
otros salvajes.
En la medida en que no existen relaciones con los otros,
no puede hablarse de moralidad. Por tanto, estos conceptos
no pueden ser aplicados al hombre natural. Incluso, aunque
en alguna circunstancia mantenga una relación agresiva con
otro salvaje, la violencia desatada no tiene consecuencias
que vayan más allá de dicho acto181. Además, posee un sen­
timiento natural, la piedad, a la que ya nos hemos referido,
que corrige en cada individuo el amor a sí mismo, contribu­
yendo a la conservación de la especie. La piedad es la que
hace acudir al salvaje instintivamente en auxilio de aquellos
a quienes ve sufrir182. Entre los salvajes ni siquiera hay lu­
cha por la conquista de la mujer: «De los combates de cier­
tos animales por la posesión de las hembras no se puede, por
tanto, concluir que lo mismo le sucedería al hombre en el
estado de naturaleza»183. Al hombre salvaje «cualquier mu­
jer le parece buena»184.
Así, puede decirse que en el estado de pura naturaleza
no existen formas asociativas ni instituciones de ninguna
clase. Polemizando con Locke, que sostenía que la familia
era una institución natural, Rousseau le reprocha que trasla­
de a ese estado ideas adquiridas en la sociedad: «Podría yo
decir, como tantos otros, que las lenguas se originaron con
el trato doméstico de los padres, las madres y los hijos; pero
además de que esto no resolvería en absoluto las objeciones,
sería incurrir en el mismo error de quienes al razonar sobre
el estado de naturaleza trasladan a éste las ideas adquiridas
en la sociedad, ven siempre a la familia reunida en una mis­

180 Cfr. J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 161 (ed.


francesa, pág. 144).
181 Ibídem, pág. 174 (ed. francesa, pág. 157).
182 Cfr. J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 173 (ed.
francesa, pág. 156).
183 Ibídem, pág. 176 (ed. francesa, pág. 159).
184 Ibídem, pág. 175 (ed. francesa, pág. 158).
ma habitación, manteniendo sus miembros entre sí una
unión tan íntima y tan permanente como entre nosotros,
donde tantos intereses comunes les reúnen; cuando en aquel
estado primitivo, al no tener ni casas ni cabañas, ni propie­
dad de ningún género, cada cual se albergaba a la buena
ventura, y a menudo para una sola noche; varones y hem­
bras uníanse fortuitamente, según lo deparase la ocasión o
el deseo [,..]»185. Ni la familia, ni la propiedad, ni el lengua­
je, ni la escritura pueden existir en un estado de total aisla­
miento. Un individuo aislado, autosuficiente y entregado
exclusivamente al sentimiento de su propia existencia, en el
que coexisten armoniosamente necesidades y satisfacciones
de las mismas, es un hombre sin pasiones. La ausencia de
pasiones y de relaciones con los otros impiden la emergen­
cia de cualquier tipo de moralidad que no sea la moralidad
natural basada en el derecho de autoconservación y en la
piedad. Por tanto, la autosuficiencia es, quizá, el rasgo más
acusado del hombre natural rousseauniano. No hay en él
ningún deseo que le sea imposible de satisfacer. El deseo del
salvaje siempre tiene como correlato la satisfacción. Vive en
sí mismo, sin las dualidades propias de la vida social. La in­
mediatez excluye la noción de tiempo y el presente la idea
de futuro. En Rousseau existe una estrecha relación entre
autosuficiencia y felicidad, entendiendo que autosuficiencia
es sinónimo de independencia y/o soledad. Ambas, unas ve­
ces juntas y otras por separado, forman parte del ideal de
vida rousseauniano. El problema a dilucidar es dónde se an­
cla este ideal de vida, si en la naturaleza: «Yo había nacido
para amar la independencia y no abusar nunca de ella»186, o
en la sociedad: «A mí me gustaría la sociedad tanto como al
primero si no estuviese seguro de aparecer en ella no sólo
con desventaja, sino hasta enteramente distinto de lo que
soy en realidad. El partido que he tomado de ocultarme y es­
cribir es precisamente el que me convenía»187.

185 Ibídem, pág. 164 (ed. francesa, págs. 146-147).


186 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 119.
187 Ibídem, pág. 115.
La uniformidad en la vida natural implica la inexistencia
de cualquier tipo de desigualdad que no sea física. La dico­
tomía fuerza/debilidad física es la que señala las diferencias
entre los salvajes. La desigualdad, en fin, «no se nota apenas
en el estado de naturaleza»188. Como se podrá observar en el
siguiente capítulo, la fuerza carece de legitimidad para
Rousseau. En ningún caso, en principio (después veremos
la excepción), puede constituirse en fundamento del dere­
cho. Por otra parte, la vida del hombre natural discurre en
medio de la abundancia. En el estado natural rousseauniano
no cabe la idea de la lucha tenaz y desmedida por la satis­
facción de las necesidades. Todo se le ofrece al salvaje fácil­
mente. No tiene que luchar, sino tomar. No existen obstácu­
los o esfuerzos que vayan más allá de estirar la mano o in­
clinarse para coger comida o dormir. En este estado está
excluida la escasez: «La tierra, abandonada a su fertilidad
natural y poblada de selvas inmensas que jamás mutiló el
hacha, ofrece por doquier provisión y cobijo a los animales
de toda especie»189. Concluyamos, pues, la descripción del
estado de pura naturaleza con un fragmento del Segundo
discurso en el que Rousseau expresa la forma de vida del
hombre natural: «El primer sentimiento del hombre fue el
de su existencia; su primer cuidado, el de su conservación.
Los productos de la tierra le proporcionaban todos los recur­
sos necesarios, y el instinto le movió a utilizarlos. El hambre
y otros apetitos le hacían experimentar alternativamente di­
versas maneras de existir, entre las cuales hubo una que le
invitaba a perpetuar su especie; y esta inclinación ciega,
desprovista de todo sentimiento del corazón, daba lugar a un
acto puramente animal. Satisfecha la necesidad, los dos se­
xos no volvían ya a reconocerse, y el hijo mismo no era
nada para la madre tan pronto como podía pasarse sin ella.
Tal fue la condición del hombre en sus orígenes; tal fue la

188 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 179 (ed. france­


sa, pág. 162).
189 Ibídem, pág. 153 (ed. francesa, pág. 135).
vida de un animal limitado al principio a las puras sensacio­
nes y que se aprovechaba apenas de los dones que la natura­
leza le ofrecía, lejos de pensar en arrancarle cosa alguna;
pero muy pronto se presentaron dificultades, y hubo que
aprender a vencerlas»190.
En el estado de pura naturaleza no aparecen entre los
miembros de la especie humana más elementos de desigual­
dad que los que se refieren a la fuerza. El sexo no constitu­
ye unfactor de desigualdad en este estadio del estado natu­
ral. Rousseau señala que las mujeres tienen una propiedad
añadida, la procreación, respecto a los varones, pero dicha
especificidad no es un hecho que produzca desigualdad. In­
cluso apunta que las hembras de la especie humana tienen
más facilidades en el proceso de alimentación del hijo que
las de otras especies: «Y aun observo, con respecto a la in­
fancia, que por llevar la madre a su hijo a todas partes con­
sigo, tiene mucha más facilidad para alimentarlo que las
hembras de otros varios animales, los cuales se ven obliga­
dos a ir y venir sin tregua con mucha fatiga, por un lado en
busca de su pasto y por otro a dar de comer o amamantar a
sus pequeños»191.
El rasgo predominante en el estado de pura naturaleza es
el de la uniformidad y la igualdad. Las diferencias se deri­
van en mayor medida de la fuerza que del sexo. Rousseau
no constata diferencia entre la naturaleza femenina y la
masculina más allá del hecho biológico de la procreación.
Tampoco atribuye Rousseau a las mujeres instinto maternal.
Ni siquiera aparecen las mujeres en este estadio como obje­
to de lucha entre los varones. Susan Moller Okin también
opina que en este primer momento del estado de naturaleza
el sexo no constituye un factor de desigualdad: «... conside­
rando que la mujer natural y aislada es considerada capaz de
alimentarse a sí misma y a sus crías mientras que el hombre
sólo tiene que cuidarse de sí mismo, sería difícil de sostener

190 Ibídem, págs. 180-181 (ed. francesa, págs. 164-165).


191 Ibídem, pág. 155 (ed. francesa, pág. 137).
que ella es distinta de un varón»192. El hecho clave del esta­
do de pura naturaleza es que entre varones y mujeres existe
una diferencia biológica que en ningún caso se traduce en
diferencia social ni política porque la propia definición de
este estado lo impide.
En lo relativo a la familia, hay que señalar que Rousseau
niega explícitamente su existencia en el estado de pura natu­
raleza. Polemiza con Locke cuando éste sostiene el origen
natural de la familia. La respuesta de Rousseau es que si los
individuos se encuentran aislados, si no se conocen entre sí
y, por tanto, no puede surgir afecto entre ellos ¿cómo po­
drían continuar juntos un hombre y una mujer por un largo
periodo de tiempo?: «Satisfecho el apetito, el hombre no tie­
ne ya necesidad de tal mujer, ni la mujer de tal hombre. Éste
no se preocupa lo más mínimo de las consecuencias de su
acción, de las que tal vez no tiene siquiera la menor idea.
Uno se va por un lado y otro por otro y no parece verosímil
que al cabo de nueve meses se acuerden de haberse conoci­
do [,..]»193.
Sin embargo, habría que hacer una observación crítica a
la descripción del estado de pura naturaleza de Rousseau.
Aunque, efectivamente, no puedan detectarse diferencias
por género en este estadio, aunque reconozca explícitamen­
te «grandes dosis» de igualdad natural no sólo entre los va­
rones y las mujeres, sino también entre todos los componen­
tes de la especie humana, Rousseau aborda el relato desde la
asunción acrítica del sistema de género-sexo194. Este hecho,

192 S. Moller Okin, Women in Estern Political Thought, Nueva Jer­


sey, Princeston University Press, 1979, pág. 111, traducción inédita de
María Luisa Femenías.
193 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 251 (ed. france­
sa, pág. 217).
194 «Para la teoría feminista, el sistema género-sexo es el modelo
esencial, que no contingente, en que la realidad social se organiza, se di­
vide simbólicamente y se vive experimentalmente. Entiendo por siste­
ma de “género-sexo” la constitución simbólica e interpretación socio-
histórica de las diferencias anatómicas entre los sexos» (S. Benhabib,
op. cit., pág. 125).
que aquí es un dato apenas perceptible, nos preparará el te­
rreno para las fases siguientes del estado de naturaleza. La
crítica radical de Rousseau a las instituciones y a determina­
das formas de socialización, como tendremos ocasión de
ver a continuación, no se extiende a la noción de género.
En esta dirección, habría que criticar a Rousseau en lo
concerniente al estado de pura naturaleza que, a pesar de se­
ñalar la escasa diferencia entre varones y mujeres, esa dife­
rencia se configura desde la idea de que las mujeres y los
varones constituyen géneros. En este sentido, Rousseau co­
mete el mismo error que reprocha a los filósofos de su épo­
ca: trasladar ideas del estado social al natural. No habla de
sexos, sino de géneros. Los varones hablan en posición de
sujetos, mientras que las mujeres salvajes aparecen como lo
otro. La descripción del hombre natural se refiere siempre al
varón. Las salvajes son definidas sistemáticamente respecto
a los varones o respecto a las hembras de otras especies. El
esfuerzo del ginebrino por relatar el inicio del estado de na­
turaleza a salvo de cualquier contaminación social no puede
narrar ese estadio desde una perspectiva no androcéntrica.

La era patriarcal

En la segunda parte del Discurso sobre el origen de la


desigualdad entre los hombres continúa el relato del estado
de naturaleza, una vez que ha finalizado el estado de pura
naturaleza. Se describe en esta parte del Segundo discurso
lo que Michéle Duchet denomina «las posiciones interme­
dias»195. Mientras que en el estado de pura naturaleza «el
tiempo se prolonga en una duración que no parece que ha­
bía de terminar jamás, los puntos de referencia temporales
se multiplican en la segunda parte: a la plenitud de la dicha
primitiva se opone una historia humana invadida por el
acontecimiento»196.

195 M. Duchet, op. cit., pág. 281.


No se puede comenzar la descripción de este segundo
momento del estado de naturaleza sin señalar la importancia
decisiva de la «perfectibilidad» en la transición entre los dos
momentos. Asimismo hay que destacar la influencia deter­
minante de las circunstancias exteriores en este proceso.
Pérfectibilidad o, en otras palabras, libertad, y circunstan­
cias externas se erigen en causas principales de la entrada de
los individuos en la historia. En efecto, «esta facultad suple­
mentaria es lo que hace posible todos los desarrollos supe­
riores, pero, al mismo tiempo, subordina los progresos del
espíritu a circunstancias exteriores que bien podrían no ha­
berse presentado. El juego de las necesidades y de las pasio­
nes no basta para arrancar al hombre a su estado de inercia
feliz»197.
El estado de pura naturaleza tiene un final concreto: la
desaparición del aislamiento como forma de vida de los sal­
vajes y el inicio de formas elementales de cooperación:
«Instruido por la experiencia de que el amor al bienestar es
el único móvil de las acciones humanas, se halló en condi­
ciones de disfrutar las raras ocasiones en que el interés co­
mún debía hacerle contar con la ayuda de sus semejantes y
aquellas otras más raras todavía en que la competencia de­
bía hacerle desconfiar de ellos»198. Pero la cooperación sig­
nifica para Rousseau formas de relacionarse y las relaciones
humanas, si no están absolutamente reguladas, degeneran
en relaciones de competencia. El hombre primitivo pierde el
mundo de la pura sensibilidad de una forma progresiva e
irreversible. Los obstáculos naturales a los que se enfrenta
activan su perfectibilidad: el trabajo y la reflexión son sus
frutos más notables. Este enfrentamiento entre hombre y na­
turaleza origina el progreso técnico y el progreso intelectual
y moral. La separación entre hombre y naturaleza se va
agrandando y la causa de tal distancia es el artificio. Su pro­
pia descripción del estado de naturaleza ya sugiere la crítica

197 Ibídem, pág. 288.


198 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 182 (ed. france­
sa, pág. 166).
moral a la noción de progreso. El artificio, que primero se
interpone entre el hombre y la naturaleza, posteriormente
fagocita lenta e irremesiblemente al individuo hasta hacer
de él mismo también un artificio y un medio.
Este estadio se caracteriza, sobre todo, por dos hechos:
en primer lugar, por la aparición de formas de organización
social y, en segundo lugar, por una mayor complejidad psi­
cológica de los individuos. El fin de la a-sociabilidád y el
comienzo de la cooperación para resolver problemas con­
cretos de subsistencia no fueron hechos aislados, sino que se
integraron en un proceso dinámico que generó formas cada
vez más sofisticadas de organización social: «Aquellos pri­
meros progresos pusieron finalmente al hombre en disposi­
ción de efectuar otros más rápidos. Cuanto más se ilustraba
el entendimiento más se perfeccionaba la industria [...]. Fue
la época de una primera revolución que tuvo por efecto la
instauración y la diferenciación de las familias, y que intro­
dujo cierta especie de propiedad, de donde acaso se origina­
ron ya bastantes querellas y combates»199.
En efecto, en esta época no sólo surge la familia como
organización social, sino que también se inicia la diferencia­
ción en la manera de vivir de los sexos: «Cada familia vino
a ser una pequeña sociedad tanto más unida cuanto que el
afecto recíproco y la libertad eran süs únicos lazos; y fue en­
tonces cuando se estableció la primera diferencia en la ma­
nera de vivir de los sexos, que hasta ese momento sólo ha­
bían tenido una»200. Dicha diferenciación entre la manera de
vivir de los hombres y las mujeres naturales se expresa a tra­
vés de la división sexual del trabajo: «Las mujeres luciéron­
se más sedentarias y se acostumbraron a guardar la choza y
los hijos, mientras que el hombre iba en busca de la subsis­
tencia común»201. El hecho de vivir en una misma habita­
ción común maridos y mujeres, padres e hijos «dio origen a

199 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 183 (ed. france­


sa, pág. 167).
200 Ibídem, pág. 184 (ed. francesa, pág. 168).
201 Ibídem, pág. 184 (ed. francesa, pág. 168).
los más tiernos sentimientos que se conocen entre los hom­
bres: el amor conyugal y el amor paternal»202. El asenta­
miento de las familias engendra relaciones entre ellas y con­
secuentemente entre jóvenes de ambos sexos de familias ve­
cinas. La costumbre hace el resto: «Un sentimiento tierno y
dulce se insinúa en el alma, y a la menor oposición tómase
en un furor impetuoso: con el amor se despiertan los celos,
triunfa la discordia y la más dulce de las pasiones obtiene
sacrificios de sangre humana»203. Todavía estamos en ese
momento primero de la socialización en que ésta aún no es
abiertamente perniciosa. Las emergentes formas de sociali­
zación no han opuesto en exceso al hombre a la naturaleza
ni al hombre respecto a sí mismo.
La diferenciación en la manera de vivir de los sexos, el
establecimiento de la familia y de la división sexual del tra­
bajo, el surgimiento del amor conyugal, paternal y filial, de
los celos y de la discordia subsiguiente constituyen pasos
muy importantes en el proceso de socialización de la espe­
cie. En todo caso, estas formas de socialización han surgido
como respuesta a la aparición de factores externos; hay que
señalar que si estos elementos externos no hubiesen surgido
a través de procesos azarosos, estas instituciones no existi­
rían. Rousseau es muy explícito en esto: el rumbo que ha to­
mado la especie es producto del azar. Si otros hubiesen sido
los obstáculos que se hubiesen presentado a los individuos y
otra la respuesta de éstos, la dirección tomada por la especie
humana hubiese sido otra. Este dato es tanto más importan­
te cuanto que pone de manifiesto la enorme maleabilidad y
plasticidad del ser humano para Rousseau. Como se ha se­
ñalado anteriormente, la clave de dicha plasticidad se en­
cuentra en la perfectibilidad. La asunción de este carácter
azaroso no le impide, por su parte, condenar el camino se­
guido por los hombres. Rousseau postula otra forma de so­
cialización diferente a la realizada. Puesto que la perfectibi­
lidad conduce a la socialización, habría sido deseable que

202 Ibídem, pág. 184 (ed. francesa, pág. 168).


203 Ibídem, pág. 185 (ed. francesa, pág. 169).
ésta se hubiera producido sin violentar a la naturaleza. En
este punto debe situarse la acusación del ginebrino: estas
instituciones que, debido a su escaso desarrollo, aún no han
violentado a la naturaleza, están en vías de hacerlo. Poner
esto de manifiesto es, presuntamente, uno de sus objetivos
en la descripción del estado de naturaleza.
El establecimiento de las relaciones de cooperación y su
consiguiente resultado, la dependencia, no tiene más objeto
que servir a la realización de trabajos concretos necesarios
para la subsistencia. Inicialmente, la cooperación acaba al
finalizar el trabajo emprendido. Pero los participantes de es­
tos trabajos perciben los beneficios que les reporta dicha
cooperación, por lo que la prolongan hasta convertirla en
una forma definitiva de organización social: «Pero desde el
momento en que un hombre hubo menester la ayuda de
otro, no bien se dieron cuenta de que era provechoso que
uno sólo tuviera provisiones para dos, la igualdad desapare­
ció, se introdujo la propiedad, hízose necesario el trabajo y
los inmensos bosques se transformaron en rientes campiñas
que hubo que regar con el sudor de los hombres y en las que
pronto se vio a la esclavitud y la miseria germinar y crecer
con las mieses»204. El surgimiento de todas las instituciones
domestica al género humano, extiende las relaciones y es­
trecha los lazos entre los hombres205. Esta nueva forma de
vida tuvo como consecuencia la aparición del tiempo libre.
La cooperación para la conquista de la comida y el vestido,
con el consiguiente ahorro de tiempo, se tradujo en ocio.
Pero nunca pudo imaginarse el hombre natural que ese
tiempo libre se constituiría poco a poco en fuente de sus
desdichass: «En este nuevo estado, con una vida sencilla y
solitaria, necesidades muy limitadas y los instrumentos que
habían inventado para satisfacerlas, gozaban los hombres de
un ocio extraordinario, y lo empleaban en procurarse diver­
sas clases de comodidades desconocidas para sus padres.

204 Ibídem, pág. 187 (ed. francesa, pág. 171).


205 Cfr. J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 185 (ed.
francesa, pág. 169).
Este fue el primer yugo que se impusieron sin pensarlo, y la
primera fuente de males que prepararon a sus descendien­
tes»206.
' Tan vastos progresos transforman psicológica e intelec­
tualmente al hombre natural. Su entendimiento y sus senti­
mientos se vuelven más complejos. Las necesidades au­
mentan y los medios para satisfacerlas también. Así, se ini­
cia una lucha entre el hombre y el medio que lo transforma
en la dirección de la superioridad respecto a otras especies
animales. El entendimiento y la imaginación pasan a ser
elementos constitutivos de su nueva conciencia. De esta ma­
nera, el hombre se separa y se distancia de la naturaleza. La
semilla del mal ya está plantada. Con todo, aún faltará tiem­
po para que germine. La historia acaba de comenzar: «Pero
es preciso señalar que una vez implantada la sociedad y ya
establecidas las relaciones entre los hombres exigían en
ellos unas cualidades distintas de las que tenían por su cons­
titución primitiva; que como empezara a introducirse la mo­
ralidad en las acciones humanas, y antes de que las leyes
existiesen fuera cada cual único juez y vindicador de las
ofensas recibidas, la bondad conveniente en el puro estado
de naturaleza no era ya la que convenía a la sociedad na­
ciente; que era preciso que los castigos se hiciesen más se­
veros a medida que las ocasiones de ofender se hacían más
frecuentes, y que el terror de las venganzas era el llamado a
suplir al freno de la ley. Así, aunque los hombres se hubie­
ran vuelto menos sufridos, y la piedad natural hubiera expe­
rimentado ya alguna alteración, este periodo del desarrollo
de las facultades humanas, mantenido en un justo medio en­
tre la indolencia del estado primitivo y la impetuosa activi­
dad de nuestro amor propio, debió de ser la época más feliz
y la más duradera. Cuanto mejor se mira, más claro resulta
que aquel estado era el menos propicio a las revoluciones, el
mejor para el hombre, y que sólo debió de salir de él por
causa de algún funesto azar que, para bien de todos, jamás
debiera haber sobrevenido. El ejemplo de los salvajes, que
han sido hallados casi todos en ese punto, parece confirmar
que el género humano estaba hecho para permanecer siem­
pre en él, que tal estado es la verdadera juventud del mundo,
y que todos los progresos ulteriores han sido en apariencia
otros tantos pasos hacia la perfección del individuo, y en
realidad hacia la decrepitud de la especie»207.
Las características más notables de esta fase del estado
de naturaleza son la instauración de la familia y la implanta­
ción de ciertas formas de desigualdad social. Rousseau, sin
embargo, no hace resaltar el elemento principal de la desi­
gualdad que comienza a brotar en este «momento» del esta­
do de naturaleza. En efecto, el ginebrino hace surgir una fa­
milia cuya columna vertebral es la división sexual dél traba­
jo. Por ello se le puede reprochar el haber trasladado una
institución básica de la sociedad (la familia patriarcal nu­
clear) al estado de naturaleza y haber instituido como natu­
ral una forma específica de desigualdad: la sexual. Si las
instituciones o las formas de socialización significan la pri­
mera introducción del mal por no ser propias del estado de
pura naturaleza, no podemos dejar de preguntamos el por­
qué de la complacencia de Rousseau con una institución
—la familia— fundada sobre la sujeción de las mujeres.
En el Ensayo sobre..., Rousseau habla de las causas por
las cuales la especie humana ha llegado a este tipo de esta­
do presocial que califica como la edad de oro de la humani­
dad: ese justo medio en el que el hombre ha salido del esta­
do de naturaleza, pero aún no ha llegado al estado de guerra
que dará origen a un pacto ilegítimo. Rousseau se pregunta
por el origen de la sociabilidad, tras haber asegurado que
ésta no es algo innato al hombre natural o, mejor dicho, al
hombre que vive en el estado de pura naturaleza. El filóso­
fo ginebrino fija el origen de la sociabilidad en circunstan­
cias exteriores. A pesar de que su teoría de la naturaleza hu­
mana deja entrever que la sociabilidad se origina a partir de
la perfectibilidad, de una forma sistemática, establece sus
causas en la necesidad, originada por motivos climáticos,
geográficos, etc. En efecto, el rigor de las estaciones climá­
ticas fuerza a los hombres a abastecerse para el invierno, y
este hecho los empuja a unirse208. En los países fríos, el fue-
go, necesario para cocer la carne y calentarse, deviene cen­
tro de reunión; en los países cálidos, las fuentes y los ríos
son otros tantos puntos de reunión, sobre todo en el caso de
los bárbaros, que viven de sus rebaños y necesitan abrevade­
ros comunes; en los países áridos se impone la cooperación
para cavar pozos y trazar canales para abrevar el gana­
do [...]209. Estas necesidades, cree Rousseau, están en el ori­
gen de las sociedades y de las lenguas. Pero estos hechos no
acabaron ahí, sino que trajeron consigo otros: «Allí se for­
maron los primeros lazos de las familias; allí fueron las pri­
meras citas de los dos sexos. Las muchachas venían a bus­
car agua para los quehaceres domésticos, los jóvenes venían
a abrevar sus rebaños. Allí los ojos, acostumbrados a los
mismos objetos desde la infancia, comenzaron a ver otros
más dulcemente. El corazón se conmovió ante aquellos nue­
vos objetos, un atractivo desconocido lo hizo menos salvaje,
sintió el placer de no estar solo [...]. En esta edad feliz [...]
bajo viejos robles vencedores de los años, una ardiente ju­
ventud olvidaba gradualmente su ferocidad, se familiarizan
poco a poco unos con otros [...]. Allí se hicieron las prime­
ras fiestas, los pies saltaban de alegría [...]. Allí estuvo, en
fin, la verdadera cuna de los pueblos, y del puro cristal de
las fontanas salieron los primeros juegos del amor»210.

Quiebras lógicas: el otro estado de naturaleza


o la desigualdad invisible
Estudiar profundamente la génesis de la familia en el es­
tado presocial es muy importante a fin de localizar esas
quiebras que se subrayaban en la introducción de este capí­

208 Cfr. J. J. Rousseau, Ensayo sobre el origen de las lenguas, Ma­


drid, Akal, 1980, pág. 71.
209 Ibídem, pág. 72.
210 Ibídem, págs. 75-76.
tulo. En el comienzo de este estado no existían relaciones de
preferencia ni de amor entre los sexos. El instinto y el hábi­
to constituían el núcleo de las relaciones: «Cada familia se
bastaba a sí misma y se perpetuaba sólo por su sangre. Los
hijos nacidos de los primeros padres crecían juntos y halla­
ban poco a poco las maneras de explicarse entre ellos; los
sexos se distinguían con la edad, la inclinación natural bas­
taba para unirlos, el instinto ocupaba el lugar de la pasión, el
hábito ocupaba el de la preferencia, se convertían en mari­
dos y mujeres sin haber dejado de ser hermano y herma­
na»211. La familia en el estado de naturaleza se organiza es­
pontáneamente por razones de supervivencia; es decir, sur­
ge espontáneamente, pero no es una institución natural.
Tampoco la diferenciación entre los sexos, ni el amor en
sus diferentes expresiones —conyugal, paternal y filial— ni
los celos son sentimientos naturales. La génesis de estos
sentimientos se produce al mismo tiempo que la familia.
Existe cierta confusión cronológica sobre la aparición de los
primeros sentimientos. Pero lo que sin duda es evidente es
que el marco de desarrollo de aquéllos es la familia. En todo
caso, el aspecto más importante de esta cuestión es dilucidar
si la familia es o no una institución natural. Respecto a la
génesis de la familia, existen en Rousseau dos posiciones
teóricas distintas. En El contrato social dice que: «La más
antigua de todas las sociedades y la única natural es la fami­
lia»212. Por el contrario, en el Segundo discurso se observa
que la familia surge espontáneamente en la era patriarcal del
estado de naturaleza, pero no puede decirse, siguiendo el
sistema de argumentación de Rousseau, que sea natural. En
la polémica que mantiene con Locke, Rousseau señala ex­
plícitamente el origen convencional de la familia. Esta con­
fusión de Rousseau sobre el origen natural o convencional
de la familia pone de manifiesto la dificultad de encontrar
una explicación convincente acerca de cómo se lleva a cabo

211 Ibídem, pág. 77.


212 J. J. Rousseau, El contrato social, en Escritos de combate, pági­
na 402 (ed. francesa, pág. 352).
la transformación de la vida natural animal a la vida social
humana, al tiempo que deja claro que el comienzo de la vida
soqial se inicia con la familia patriarcal213: «Toda la cuestión
de si la familia patriarcal es natural o convencional es, por
tanto, de importancia crítica para el tratamiento que Rous­
seau hace de la mujer»214.
La familia^ a pesar de no ser una forma de relación na­
tural (ninguna forma de relación duradera puede serlo si­
guiendo el razonamiento del Segundo discurso), articula lo
que podríamos denominar el estado presocial. Todos los
sentimientos que aparecen en un primer momento conver­
gen en la familia. Ésta aparece, sin duda, como el primer
elemento potente de socialización. La clave de la confusión
de Rousseau acerca del origen de la familia puede resolver­
se si se llega a la conclusión de que el problema no es tanto
la socialización como la mala socialización. En este sentido,
originalmente la familia es un instrumento de la buena so­
cialización. Debido a este núcleo «espontáneo» surgen los
sentimientos de amor y afecto. Asimismo, en el marco de
esta institución, aparecen los géneros masculino y femenino
como construcciones sociales. Y finalmente, en el seno de
esta forma de convivencia emerge la división sexual del tra­
bajo: «las mujeres hiciéronse más sedentarias y se acostum­
braron a guardar la choza y los hijos, mientras que el hom­
bre iba en busca de la subsistencia común»215. La familia,
pues, genera nuevas formas de relación social, pero, al mis­
mo tiempo, acaba con otras formas primitivas y naturales
como el incesto. La prohibición del incesto es una norma
tan poco natural como la familia, pero, sin embargo, igual
de necesaria. A pesar de que el tabú del incesto es una crea­
ción social, «la ley que lo prohíbe no es menos sagrada por
ser institución humana»216. Ninguna de las dos instituciones
son naturales, pero su legitimidad no es cuestionable para

213 Cfr. C. Pateman, op. cit., pág. 97.


214 S. Moller Okin, op. cit., pág. 120.
215 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 184.
216 J. J. Rousseau, Ensayo sobre el origen..., pág. 77.
Rousseau. La actitud ante la prohibición del incesto y la
complacencia en la existencia de la familia pone de mani­
fiesto lo paradójico de la argumentación de Rousseau. Nin­
guna de las dos instituciones son naturales, pero ambas son
necesarias. La paradoja surge porque la concepción del es­
tado de naturaleza está pensada desde su modelo de socie­
dad. Finalmente, la valoración de los hechos del estado na­
tural no depende tanto de sus principios teóricos como de
las necesidades de su estado social.
La familia es, pues, la condición de posibilidad de la
existencia de los géneros, del amor, de los celos y de la di­
visión sexual del trabajo. No deja de sorprender la sensibili­
dad de Rousseau para detectar cualquier rasgo de desigual­
dad y el hecho de que considere natural la desigualdad entre
los sexos. La división del trabajo entre hombres y mujeres
—las mujeres cuidarán la choza y los hijos varones se
ocuparán de la subsistencia familiar—Junto a la institucio-
nalización de la paternidad, confiere a la familia un carácter
claramente patriarcal, al tiempo que sienta las bases de la
asignación a las mujeres de un papel subordinado respecto
de los varones. El desarrollo dialéctico de la razón y de las
formas de socialización es simultáneo a la creación y al de­
sarrollo de la diferencia sexual; diferencia que lleva irremi­
siblemente a la mujer a una situación de dependencia del va­
rón217.
Las primeras quiebras lógicas en el pensamiento rous­
seauniano se perciben en el tránsito entre el estado de pura
naturaleza y el estado presocial. La primera quiebra aparece
cuando Rousseau, quien sostiene que «lo natural» es el cri­
terio adecuado de legitimación, considera la familia como
natural, siendo, sin embargo, convencional. De esta forma,
rompe su primer principio metodológico. Además, dado
que considera la igualdad como el elemento esencial del es­
tado de naturaleza, quiebra su segundo principio al dar por
sentado la subordinación de la mujer en el seno de la fami­
lia patriarcal. Por otro lado, se produce otra quiebra en la no­

217 Cfr. C. Pateman, op. cit., pág. 97.


ción de derecho natural al considerar natural la sujeción de
la mujer y, en consonancia con este supuesto, establecer dos
códigos de moralidad distintos. Finalmente, la quiebra más
profunda se produce cuando esta sujeción se produce al pa­
recer sin el consentimiento explícito de las mujeres.
Es necesario señalar que el carácter patriarcal del estado
presocial no ha sido destacado únicamente por el análisis fe­
minista. También Starobinski establece una cronología del
estado de naturaleza denominando a esta época «era patriar­
cal»218. El mismo Rousseau, al afirmar que la familia no es
una institución natural, dice: «La edad patriarcal que noso­
tros conocemos [se refiere al estado al que hacemos men­
ción] está muy lejos de la primera edad»219.
Las quiebras lógicas tienen unas raíces muy profundas
en el discurso de Rousseau. Como se ha apuntado en el ca­
pítulo anterior, la genealogía del mal es muy compleja en el
sistema de pensamiento del ginebrino. La construcción de
dicha genealogía debe realizarse a la luz de todos sus textos,
porque, de otro modo, corremos el peligro de estar en un
proceso permanente de rectificación y reconstrucción. En el
pensamiento de Rousseau está presente un problema impor­
tante: la especie humana está condenada a la sociabilidad y,
al mismo tiempo, la sociabilidad es la primera fuente de
mal. Razones personales y teóricas confluyen en este pro­
blema: «Tan poco dueño de mí mismo estando solo, júzgue-
se cómo debo hallarme en conversación, donde, para hablar
a propósito, es preciso pensar en mil cosas a un tiempo, y rá­
pidamente. Solamente la idea de tantas condiciones, con la
seguridad de faltar a alguna de ellas, basta para intimidar­
me. Ni siquiera comprendo cómo hay quien se atreve a ha­
blar en una reunión de diversas personas [...]»220. La elec­
ción de la soledad en tantos momentos de su vida quizá ex­
plique en una pequeña parte esta cuestión. La idea de «el

218 J. Starobinski, «Prólogo» al Discurso sobre el origen..., pági­


na XL.
219 J. J. Rousseau, Ensayo sobre el origen..., pág. 65.
220 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 114.
otro» como fuente de distorsión es un dato recurrente en su
obra. Sin embargo, por ser irreversible e inevitable este he­
cho, traslada la solución a otros espacios: la política y la
educación. Puesto que la sociabilidad es inevitable y su pro­
greso ha producido todos los males existentes, conijamos la
dirección de la socialización. Los instrumentos adecuados
serán la política y la educación y su objetivo más claro la re­
construcción de un sujeto (varón) responsable de su destino
histórico: «Quien quiso que el hombre fuera sociable tocó
con el dedo el eje del globo y lo inclinó sobre el eje del uni­
verso. A este ligero movimiento veo cambiar la faz de la tie­
rra y decidir la vocación del género humano; oigo a lo lejos
los gritos de alegría de una multitud insensata; veo edificar
los palacios y las villas; veo nacer las artes, las leyes, el co­
mercio; veo a los pueblos formarse, extenderse, disolverse,
sucederse como las olas del mar: veo a los hombres reuni­
dos en algunos puntos de su morada para devorarse mutua­
mente y hacer del resto del mundo un horrososo desierto,
digno monumento de la unión social y de la utilidad de las
artes»221.
La sociabilidad como génesis del mal es una explica­
ción recurrente en el Ensayo sobre el origen de las lenguas.
La sociabilidad es el elemento responsable de los males que
asolan al hombre social. Sin embargo, habría que hacer a
este respecto el mismo análisis que se hacía respecto a la ra­
zón. El problema no pertenecía tanto a la razón en sí misma
como a su uso social. De la misma forma, la solución al pro­
blema de la sociabilidad, dado su carácter inevitable
—puesto que no podemos suprimirlas—, debe consistir en
cambiar su dirección, es decir, en reconstruir no sólo al in­
dividuo, sino también sus formas y modos de relación con
los otros.
El problema de la familia es, pues, el siguiente: en la
medida en que su origen no es natural, constituye uno de los
eslabones en la cadena del mal; pero al mismo tiempo, pue­
de constituir un elemento positivo de socialización si se la

221 J. J. Rousseau, Ensayo sobre el origen..., pág. 69.


usa adecuadamente; de esta forma se configuraría como
una de las formas de neutralizar el mal. Esto tal vez expli­
que la paradójica explicación de Rousseau acerca de esta
institución. En todo caso, parecen incomprensibles, a pri­
mera vista, las rupturas que hemos señalado anteriormente.
Resultan incomprensibles los lapsus o los olvidos metodo­
lógicos que le llevan a realizar una selección bastarda en el
enjuiciamiento de las instituciones sociales. Preguntarse
acerca de qué operación selectiva realiza para valorar nega­
tivamente la propiedad, el comercio, el arte, las ciencias o el
lujo y, por el contrario, complacerse en la existencia de la fa­
milia patriarcal es imprescindible en esta investigación.
Estas quiebras lógicas que rompen la unidad de sus
principios metodológicos y éticos deben ser interpretadas a
la luz de una concepción total y unitaria, más aún, orgánica
de su pensamiento. La selección intencionada que realiza
Rousseau a la hora de enjuiciar las instituciones sociales,
cuyo resultado más visible es la exclusión de la crítica de la
familia patriarcal, sirve a dos finalidades: en primer lugar,
su concepción de la familia, como se observará posterior­
mente, será el instrumento adecuado de la sujeción de la
mujer; en la familia patriarcal, se les asignará a las mujeres
exclusivamente la tarea de la reproducción. Todas las vías
de acceso al exterior, a lo público, se le cerrarán. El mal que
es la mujer, (como se verá su propio cuerpo es subversivo),
se contendrá y neutralizará a través de los estrechos márge­
nes de esta institución. En segundo lugar, la familia será un
elemento imprescindible en el modelo de sociedad diseñado
en El contrarío social. Estas reflexiones deben mostrar la
existencia de dos estados de naturaleza en Rousseau. Esta
distinción metodológica es tanto más relevante cuanto que
debe ayudamos a descubrir las conexiones que existen entre
los diversos estadios del estado de naturaleza y la estructura
del sistema social. Las formas en que están tramadas las co­
nexiones entre el estado natural y el social nos señalarán asi­
mismo cuáles son las vías de legitimación.
La noción de estado de naturaleza es muy relevante
porque los elementos que lo conforman sirven de puntos de
referencia en la formación del estado social. De hecho,
como se verá más adelante, las grandes aportaciones del
modelo político rousseauniano hacen referencia al rechazo
inequívoco de toda sujeción y al establecimiento de criterios
de legitimidad como fundamento de su sistema político.
Rousseau establece dos condiciones para que un poder polí­
tico pueda considerarse legítimo. La primera de ellas es el
consentimiento de cada uno de los individuos que formen
parte de esa sociedad; y la segunda, que la ley del estado so­
cial hable con la voz de la naturaleza222.
Esto significa que la legitimidad del estado social debe
hundir sus raíces en el estado natural y que las característi­
cas del estado de pura naturaleza deben ser, en cierto modo,
convenientemente traspasadas al estado social. En el si­
guiente capítulo analizaremos más extensamente este punto.
Pero ahora debemos poner de manifiesto la relación entre la
autosuficiencia e independencia del hombre natural y la au­
tonomía y libertad del hombre social por una parte, y la
igualdad natural imperante entre los salvajes y la igualdad
convencional del hombre social por otra. Es decir, el estado
de naturaleza y el estado social son las dos caras de la mis­
ma moneda, y la legitimidad del segundo arranca del iso-
morfismo con el primero. Los elementos constitutivos fun­
damentales del hombre natural deben reproducirse en el
hombre social.
Esta reflexión tiene por objeto mostrar que el estado de
pura naturaleza es el referente del sujeto político de El con­
trato social, mientras que el estado presocial (desde la era
patriarcal hasta el fin del estado de naturaleza) es el referen­
te de la mujer de la sociedad de El contrato social Si se
avanza en el desarrollo del estado de naturaleza y nos situa­
mos en el estado presocial, es decir, en esa edad de oro en la
que los hombres seguían siendo libres mientras que se había
iniciado la dependencia de las mujeres en la familia con la
división sexual del trabajo, y saltamos al modelo de mujer

222 Cfr. J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 144 (ed.


francesa, pág. 125).
natural que describe Rousseau en Emilio, es decir, a Sofía,
nos encontramos con que ésta tiene todas las características
de la mujer del estado presocial. La mujer del estado preso­
cial ha sido introducida ya de una forma absolutamente na­
tural en un espacio cerrado y privado. Su inserción en la pri­
vacidad (ocuparse de la choza y cuidar de los hijos) prefigu­
ra a una Sofía cuya finalidad es casarse y cuidar de su casa
y de su familia.
Si el estado natural remite a la naturaleza de los indivi­
duos, que después han de ser proyectados socialmente, no
queda ninguna duda de que en Rousseau existen dos estados
de naturaleza. El primer estado de naturaleza —el estado de
pura naturaleza— contiene los elementos que articularán el
espacio público del estado social y cuyo sujeto es el varón.
A continuación, se puede observar un segundo estado de na­
turaleza —el estado presocial— que articula el espacio pri­
vado del estado social cuya destinataria es la mujer. Así,
puede hablarse de dos estados de naturaleza, en la medida
en que en cada uno de ellos se construye una naturaleza (la
masculina en uno y la femenina en el otro) que debe servir
de referente respectivo de los dos espacios del estado social:
el público y el privado.
La existencia de dos estados de naturaleza es explica­
da por Starobinski en el «Prólogo» al Segundo discurso.
Sin embargo, lo que no nos dice Starobinski es que el pri­
mero sirve de referente al varón como sujeto político del
estado social y el segundo a la mujer en el marco
doméstico. Si se arranca de la existencia de relaciones en­
tre el estado de naturaleza y el estado social, de igual ma­
nera se debe buscar en el estado de naturaleza los elemen­
tos explicativos de la composición del estado social en lo
que se refiere a los géneros. El estado de naturaleza no ex­
plica sólo la construcción del sujeto político varón, sino
también la de un modelo de mujer reducida a la privaci­
dad. Esta explicación no implica de ninguna manera que
Rousseau propugne la vuelta al estado natural, pero en
cambio busca en el estado de naturaleza los fundamentos
de la sociedad civil. Esos fundamentos son: autonomía e
igualdad para los varones y sujeción para las mujeres. Es­
tas dos caras de la sociedad civil tienen sus raíces últimas
en el estado de pura naturaleza y en el presocial, respecti­
vamente. La mujer —dependiente y subordinada— está
definida, como señala Moller Okin, desde el estado preso­
cial mientras que el varón —libre e igual— está definido
desde el estado de pura naturaleza. Cada sexo posee una
naturaleza cultural específica, surgida en diferentes mo­
mentos del estado de naturaleza y cada naturaleza sirve de
soporte respectivo a los dos espacios que forman el mode­
lo político rousseauniano.
En este punto se debe reflexionar sobre la sujeción de
las mujeres en el estado presocial. La historia de esta suje­
ción, tal y como es relatada por Rousseau, se ha realizado
sin oposición de las propias mujeres. El ginebrino, obvia­
mente, no puede decir si ha existido o no violencia contra
las mujeres a la hora de establecer su sujeción, porque para
eso habría tenido que reconocer previamente la existencia
de la misma. En cualquier caso, podemos afirmar que a
medida que transcurren las fases del estado de naturaleza
van estrechándose las parcelas de autonomía de las muje­
res, hasta perder, incluso, la capacidad de firmar el contra­
to. El proceso de individuación que culmina con la firma
del pacto social sólo incluye a los varones. Pateman lanza
una hipótesis: el contrato social está precedido por un con­
trato sexual que establecería la sujeción de las mujeres.
Este pacto sexual se habría desarrollado en los mismos
términos que el pacto original rousseauniano. El pacto ori­
ginal de Rousseau establece una sociedad de amos y escla­
vos, en la que el fuerte en razón de sus intereses vence
(guerra) y convence (derecho) al débil. Sin embargo, el
convencimiento tiene como contrapartida que el fuerte
proporcione subsistencia y protección al débil. Este con­
trato originario que Rousseau califica de inicuo es el mo­
delo del contrato sexual.
Las mujeres serían vencidas y convencidas para pactar
su sujeción al varón a cambio de la subsistencia y de la pro­
tección. Este es el contenido del contrato sexual. A propó­
sito de esta cuestión deben hacerse algunas observaciones.
¿Por qué la crítica de Rousseau al pacto original no se ex­
tiende a este pacto de características tan similares? Si Rous­
seau no creía legítimo que un individuo, se supone que va­
rón, pactase la propiedad de su propio cuerpo, es decir, si
para Rousseau la idea de propiedad no puede extenderse a la
persona ¿por qué en su hipótesis de estado de naturaleza la
mujer aparece ya pactada? Quizá una de las respuestas deba
buscarse en la dedicatoria a la república de Ginebra que pre­
cede al Segundo discurso, donde dice explícitamente que un
individuo puede ser inferior a otro si esa subordinación se
hace por propia voluntad223. La respuesta podría estar aquí
si tenemos en cuenta que el contrato sexual se proyecta en el
estado social a través del contrato de matrimonio y, como ya
sabemos, Rousseau fue el introductor de la idea de consen­
timiento (también de la mujer) en el matrimonio a través del
amor.
A todo esto se deben añadir otras dos consideraciones
más: en primer lugar, el contrato sexual separa a la mujer de
la pura naturaleza, pero su incorporación a la sociedad no es
la suficiente como para llegar a ser un individuo. Esta
consideración debe ser relacionada con la hipótesis de los
dos estados de naturaleza: en tanto que la naturaleza mascu­
lina del estado de pura naturaleza funda el espacio público
del estado social, la naturaleza femenina del estado preso­
cial funda el espacio privado. En segundo lugar, el contrato
original genera un derecho político que Rousseau invalida
debido a su propia génesis —un individuo no puede pactar
su propia esclavitud—, mientras que el contrato sexual da
origen al derecho patriarcal que Rousseau no sólo no cues­
tiona sino que, por el contrario, traslada al estado social con
la excusa de su supuesto origen natural.

223 Cfr. J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 136 (ed.


francesa, pág. 118).
Tras «el establecimiento y la distinción de las “familias”
[que] caracteriza a la época de la primera revolución»224, co­
mienza un nuevo «momento» cuyas invenciones más rele­
vantes son la metalurgia y la agricultura. Esta segunda revo­
lución rompe el estado de equilibrio y de autosuficiencia de
la sociedad natural. Las necesidades aumentan, el entendi­
miento humano se hace paulatinamente más complejo, las
posibilidades de elegir se multiplican, el amor de sí se trans­
forma en amor propio225, las relaciones se extienden e inten­
sifican. El paso de la economía de subsistencia a la econo­
mía de producción significa la pérdida definitiva de la uni­
dad del hombre natural. Para Starobinski, esta pérdida de la
integridad del ser lanza al hombre natural a la posesión de
cosas como compensación por la pérdida de la unidad origi­
nal: «Pero esta compensación no restablece el equilibrio; lo
compromete aún más»226. El deseo de dominar y poseer,
que sólo finalizará con el contrato original, es la contrapar-
tida a esa pérdida de la unidad que ha originado la contras-
tación con el otro.
Con la agricultura aparece la división del trabajo y con
esta última aparece la propiedad: «Desde que hicieron falta
hombres para fundir y foijar el hierro, fueron menester otros
que alimentasen a los primeros. Cuanto más se multiplicó el
número de artesanos, menos brazos hubo dedicados a sumi­
nistrar la común subsistencia [...]. Del cultivo de las tierras
resultó necesariamente su reparto, y una vez reconocida la
propiedad, surgieron las primeras norma de justicia [...] el
reparto de las tierras había creado una nueva especie de de­

224 M. Duchet, op. cit., pág. 309.


225 El amor de sí, que no es otra cosa que el principio de autocon-
servación, se transforma en amor propio merced al proceso de sociali­
zación, constituyéndose en el germen del egoísmo y de la competencia
entre los individuos.
226 J. Starobinski, «Prólogo» al Discurso sobre el origen..., pági­
na XXXIX.
recho; es decir, el derecho de propiedad diferente del que re­
sulta de la ley natural»227. La propiedad, pues, es la conse­
cuencia lógica de la invención de la agricultura y el inicio de
los males que asolarán a partir de entonces al género huma­
no. «El primero a quien, tras haber cercado un terreno se le
ocurrió decir: esto es mío y encontró personas lo bastante
simples para creerle, fue el verdadero fimdador de la socie­
dad civil»228. Esta siniestra institución que es la propiedad
privada y las subsiguientes normas de justicia legitimadoras
de la propiedad se constituirán en el verdadero fimdamento
del orden social.
Esta segunda revolución y tercera etapa en el estado de
naturaleza consagra el derecho de propiedad e inaugura una
modalidad de desigualdad, la económica, que pone fin defi­
nitivo al estado presocial. La mala socialización ha conclui­
do y el camino hacia la guerra hobbesiana está abierto: el
hombre ya está definitivamente desnaturalizado. La guerra
no hará sino exasperar la desnaturalización del individuo.

El estado de guerra

El establecimiento de la propiedad, «compañía insepara­


ble de la desigualdad incipiente»229, introdujo la competen­
cia, la oposición de intereses y el deseo de lucro. El placer
de dominar que experimentan los ricos sólo les conduce a
sojuzgar y avasallar a sus vecinos230. En este momento de
desarrollo del estado de naturaleza se produce, en un enca­
denamiento causal, la quiebra definitiva de la igualdad y la
expansión del desorden: «Las usurpaciones de los ricos, los
bandidajes de los pobres y las pasiones desenfrenadas de to­
dos ahogaron la piedad natural y la voz todavía débil de la

227 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 189 (ed. france­


sa, págs. 173-174).
228 Ibídem, pág. 180 (ed. francesa, pág. 164).
229 Ibídem, pág. 191 (ed. francesa, pág. 175).
230 Ibídem, pág. 191 (ed. francesa, pág. 175).
justicia, e hicieron a los hombres avaros, ambiciosos y mal­
vados. Entre el derecho del más fuerte y el del primer ocu­
pante cerníase un conflicto perpetuo que sólo en combates y
en homicidios se resolvía. La sociedad naciente dio paso al
más horrible estado de guerra: envilecido y desolado el gé­
nero humano, sin poder volver ya sobre sus pasos ni renun­
ciar a las desdichadas adquisiciones que había hecho, y no
trabajando nada más que para vergüenza suya por el abuso
de las facultades que le honran, se puso él mismo al borde
de su ruina»231. El primitivo sentimiento de autoconserva-
ción (amor de sí) se ve sustituido por sentimientos de domi­
nio y de poder. La piedad queda ahogada y el hombre natu­
ral definitivamente sepultado. La expansión ilimitada del
desorden conduce a los individuos (varones) a la guerra. El
estado de guerra se produce cuando un grupo de individuos
se proclama propietario del suelo sin estar sancionado por el
derecho tal propiedad232. La guerra que dibuja Rousseau es,
pues, resultado de una usurpación económica. Sin embargo,
el estado de guerra y la destrucción del derecho natural233
no favorecían a nadie y en menor medida al rico, el cual,
«apremiado por la necesidad, concibió finalmente el pro­
yecto más meditado que jamás haya cabido en mente huma­
na: el de emplear en su favor las fuerzas mismas de los que
le atacaban, trocar en defensores a sus adversarios, inspirar­
les otras máximas y darles otras instituciones que le fuesen
tan favorables como el derecho natural le era contrario»234.

231 Ibídem, pág. 192 (ed. francesa, pág. 176).


232 J. Starobinski, «Prólogo» al Discurso sobre el origen..., pági­
na XL.
233 El derecho natural de Rousseau, como el de todos los teóricos
del derecho natural, reposa sobre la idea de estado de naturaleza. Pero
el aspecto más relevante de la noción de derecho natural rousseauniano
radica en la idea de piedad, en tanto sentimiento natural moderador del
amor de sí. En definitiva, la piedad, en tanto «nosotros», frente al amor
de sí, en tanto «yo», es la que articula la noción rousseauniana de dere­
cho natural.
234 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 193 (ed. france­
sa, pág. 177).
Rousseau sitúa en este punto el origen de la creación del
contrato y del derecho. Sin embargo, este pacto instituye bá­
sicamente la desigualdad, a pesar de ofrecer la apariencia de
ser un contrato libremente firmado. Como señala Starobins­
ki235, este pacto hace posible que la usurpación económica
se convierta en poder político. Este pacto inicuo tiene la
apariencia de ser fruto de las voluntades libres, pero consa­
gra la esclavitud: «Todos corrieron hacia sus prisiones cre­
yendo asegurar su libertad [...]. Tal fue o debió ser el origen
de la sociedad y de las leyes, que pusieron nuevas trabas al
débil y dieron nuevas fuerzas al rico, destruyeron para siem­
pre la libertad natural, establecieron definitivamente la ley
de la propiedad y de la desigualdad, hicieron un derecho
irrevocable de una hábil usurpación y en provecho de unos
cuantos ambiciosos sometieron a todo el género humano al
trabajo, a la servidumbre y a la miseria»236.
El contrato, inicialmente, se traducía en unas cuantas
convenciones generales que cada individuo se comprometía
a cumplir; pero los desórdenes y las múltiples formas de
eludir las convenciones hicieron que se confiara a «particu­
lares el peligroso depósito de la autoridad pública y se asig­
nase a magistrados la misión de hacer cumplir las delibera­
ciones del pueblo»237. Pero, como el contrato es insuficien­
te para contener los múltiples desórdenes derivados de una
institucionalización del poder abiertamente ilegítima, es ne­
cesario reforzar su poder con la creación de otras institucio­
nes. La desigualdad que se inicia en el estado presocial es
un proceso creciente cuyo progreso atraviesa distintas fases:
la primera de ellas es la instauración de la ley y el derecho
de propiedad; la segunda es la instauración de la magistratu­
ra; y la tercera y última es la transformación del poder legí­
timo en poder arbitrario: «De suerte que la condición de rico

235 J. Starobinski, «Prólogo» al Discurso sobre el origen..., pági­


na XLV
236 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., págs. 193-194 (ed.
francesa, págs. 177-178).
237 Ibídem, pág. 195 (ed. francesa, pág. 180).
y de pobre fue autorizada por la primera época, la de pode­
roso y débil por la segunda, y la tercera autorizó la de amo
y esclavo, que es el último grado de la desigualdad y el tér­
mino al que vienen a parar finalmente todos los demás, has­
ta que nuevas revoluciones disuelven totalmente el gobierno
o lo aproximan a la institución legítima»238. Este proceso de
degradación y corrupción que se inicia en el estado preso­
cial se constituye en modelo de todos los procesos políticos
que no están fondados en un contrato libremente pactado
por todos los individuos.
La respuesta inicial del pueblo a este estado de cosas es
la preferencia del orden a la violencia: «El pueblo, acostum­
brado ya a la dependencia, al descanso y a las comodidades
de la vida, e incapaz ya de romper sus cadenas, consintió
que se aumentara su servidumbre para consolidar su tran­
quilidad...»239. Sin embargo, la servidumbre de los súbditos
sometidos al imperio del más fuerte induce al pueblo a un
nuevo estado de naturaleza, esta vez por exceso de corrup­
ción: «Llegamos aquí al último límite de la desigualdad y al
punto extremo que cierra el círculo y toca el punto de don­
de hemos partido. Aquí todos los individuos vuelven a ser
iguales, puesto que no son nada y como los súbditos no tie­
nen ya otra ley que la voluntad del amo, ni el amo otra nor­
ma que sus pasiones, las nociones del bien y los principios
de la justicia desvanécense de nuevo. Todo retoma en este
punto a la sola ley del más fuerte, y por consiguiente, a un
nuevo estado de naturaleza que difiere de aquel por el que
comenzamos en que uno era el estado natural en su pureza,
mientras que este último es el fruto de un exceso de corrup­
ción»240. La rebelión es, pues, a juicio de Rousseau, la res­
puesta de todos los individuos esclavizados. Dicha rebelión
debe poner al descubierto la impostura de los poderosos.
Por otra parte, la ruptura de un contrato ilegítimo abre la po­
sibilidad de un nuevo pacto que Rousseau definirá en El

238 Ibídem, pág. 203 (ed. francesa, pág. 187).


239 Ibídem, pág. 203 (ed. francesa, pág. 187).
240 Ibídem, pág. 207 (ed. francesa, pág. 191).
contrato social. En este texto, el ginebrino fijará las condi­
ciones necesarias de un pacto legítimo.
Pero debemos hacer otra reflexión: la no participación
de las mujeres en la guerra no sólo refuerza su situación de
reclusión en el ámbito privado, sino que consagra definiti­
vamente su exclusión de la categoría de sujeto político,
puesto que este hecho las aparta definitivamente del pacto.
En el contrato legítimo no sólo pactarán los varones su pro­
pia libertad y su autonomía sino que, además, las mujeres
serán uno de los objetos del pacto. El núcleo esencial del pa­
triarcado ya está, por fin, configurado.

La n o c ió n d e e st a d o d e n a t u r a l e z a e n P o u l a in de la B arre

Pese a que, como señala C. Fauré241, existen sólidos in­


dicios de que Rousseau conoció la obra de Poulain de la Ba­
rre, veremos las grandes diferencias que separan sus cón-
ceptualizaciones del estado de naturaleza. Poulain relata un
estado de naturaleza que muestra evidentes analogías con el
estado natural rousseauniano. La relevancia de Poulain de la
Barre se extiende más allá de su potente crítica al prejuicio
o de su defensa de la igualdad sexual. Señala Chnstine
Fauré que la principal aportación filosófica de Poulain se si­
túa en el campo del derecho natural242.
El estado de naturaleza de nuestro filósofo está habitado
por individuos naturalmente buenos. La bondad natural, la
inocencia y el buen sentido —bon sens— son los rasgos ar-
ticuladores del hombre y de la mujer243 naturales de

241 La posible influencia de Poulain sobre Rousseau es subrayada


asimismo por Daniel Armogathe y por Geneviéve Fraisse. Esta última
señala la posibilidad de que los libros de Poulain llegasen a conoci­
miento de Rousseau a través de Madame Dupin, en cuya casa trabajó
nuestro filósofo como preceptor de sus hijos.
242 Ch. Fauré, «Poulain de la Barre, sociologue et libre penseur»,
Revue de Philosophie 1, París, 1985, pág. 45.
243 Poulain pone al individuo del estado de naturaleza en boca de
una mujer, la borne sauvage, por poseer por excelencia el bon sens.
Poulain: «En la primera edad del mundo, de la que aún nos
queda algún vestigio en los amores inocentes de los pasto­
res y de las pastoras y en los placeres de la vida rústica,
cuando no se hallan alterados por el temor a los poderes y a
los enemigos, todos los hombres eran iguales, justos y sin­
ceros, ya que sólo tenían por regla y por ley el buen senti­
do»244.
La igualdad original es uno de los rasgos definitorios
del estado natural. Como en Rousseau, las únicas diferen­
cias existentes entre los individuos se refieren a la fuerza.
La igualdad entre los sexos es total. La única diferencia «co­
mienza y cesa con la fecundidad»245. La reproducción cons­
tituye el punto de inflexión más alto en la diferencia entre
los sexos, pero en ningún momento dicha diferencia se tra­
duce en dependencia, porque la dependencia «puesto que es
una relación puramente corporal y civil, no debe ser consi­
derada más que como un efecto del azar, de la violencia o de
la costumbre»246. La misma razón que impide que exista de­
pendencia en el estado de naturaleza impide la existencia de
la división sexual del trabajo. Los trabajos se reparten entre
los salvajes de una forma aleatoria en lo que se refiere al
sexo: «Los hombres y las mujeres, que entonces eran libres
e inocentes, trabajaban por igual en la tierra o en la caza
como hacen aún los salvajes. El hombre iba por su lado y la
mujer iba por el suyo. El que más aportaba era el más esti­
mado»247.
Para Poulain, la desigualdad no se inicia a causa de la re­
producción, sino de la extensión de la familia. Para Poulain
la familia nuclear es de origen natural. La introducción de
nuevos miembros en la familia primitiva es lo que provoca
la dependencia de las mujeres: «La dependencia se extendió

244 P. de la Barre, De l ’excellence des hommes contre l ’égalité des


sexes, París, Jean du Puis, 1675, págs. 323-324.
245 E. Badinter, «Ne portons pas trop loin la différence des sexes»,
Revue de Philosophie..., pág. 14.
246 P. de la Barre, De l ’égalité des deux sexes; discoursphysique et
moral..., pág. 54.
247 Ibídem, pág. 21.
y se volvió más evidente. Se vio a la mujer someterse al ma­
rido, a los hijos honrar al padre y a éste gobernar sobre sus
hijos»248.
La extensión de la familia está, pues, en el origen de la
división sexual y funcional del trabajo. Las mujeres cuidan
de la casa y de su familia y los varones se ocupan de la sub­
sistencia familiar. Los hijos, por su parte, deben reproducir
las tareas de los padres, y las hijas las de las madres. Al mis­
mo tiempo, todo este proceso se ve acompañado de la inte­
riorización de las nuevas normas y costumbres por parte de
todos.
En todo caso, la extensión de la familia pone fin al esta­
do de naturaleza. El estado natural de Poulain culmina asi­
mismo con la guerra. Sin embargo, las causas de la guerra,
aunque ligadas a la propiedad, tienen otro escenario distinto
al de Rousseau. La guerra comienza dentro de la propia fa­
milia, al rebelarse los hijos pequeños contra la propiedad y
autoridad del primogénito. La desposesión de la propiedad
de los hermanos de los primogénitos hace que aquéllos se
unan entre sí. En este punto comienza la guerra249.
Pero ¿cuál es la situación de las mujeres en la guerra?
Para Poulain, la guerra es el inicio de la verdadera sujeción
de las mujeres, en la medida en que éstas ya aparecen como
parte del botín. En la guerra no sólo se roban bienes, sino
también mujeres. Pero cuando las mujeres son conquistadas
como parte del botín —dado que la guerra consagra la fuer­
za como valor—, ya son contempladas por los usurpadores
como inferiores a los hombres a causa de las funciones
—funciones que requerían menos fuerza— que desempeña­
ban en el interior de la familia.
Ajuicio de Poulain, una de las claves de la desigualdad
sexual se encuentra en la no participación de las mujeres en
la guerra250. La guerra consolidó la sujeción de las mujeres

248 Ibídem, pág. 22.


249 Ibídem, pág. 22.
250 En este punto cabe destacar la influencia de Poulain en Le Deu-
xiéme sexe, de Simone de Beauvoir.
al desempeñar el papel de conquistadas en lugar del de con­
quistadoras. Poulain cree que el asentamiento de las mujeres
en la familia ha sido el que le ha separado de las guerras
(y viceversa).
A causa de la guerra, se formaron los primeros estados
de los que las mujeres quedaron excluidas, debido a su au­
sencia de la misma. A partir de entonces, en opinión de
Poulain, el desarrollo de la historia no ha significado otra
cosa que el agravamiento de su dependencia y sujeción.
El estado de naturaleza de Poulain no tiene, desde luego,
el mismo grado de complejidad teórica que tiene el de
Rousseau, como tampoco su calidad literaria. Sin embargo,
desarrolla otros aspectos relevantes que Rousseau oculta. Si
la hipótesis del estado de naturaleza sirve para establecer
criterios de racionalidad y, por tanto, de legitimidad, no que­
da ninguna duda que la potencia de irracionalizar poderes y
desigualdad es mayor en Poulain que en Rousseau. En lo
que respecta a nuestra investigación, el aspecto que nos in­
teresa subrayar de la hipótesis de Poulain acerca del estado
de naturaleza es que la existencia social de la desigualdad
entre los sexos al no tener un origen natural, es decir, al ca­
recer de base racional, carece de legitimidad.
Los límites de la democracia

En la obra de Rousseau existen dos tipos fundamentales


de escritos: los críticos y los normativos. Los primeros, en­
tre los que se encuentran el Primer discurso y el Segundo
discurso, contienen críticas a distintos ámbitos y espacios
de la sociedad y los segundos, entre los que se encuentran El
contrato social, Emilio y otros textos de carácter político,
son estrictamente normativos. Esta distinción es probable­
mente la que ha llevado a diversos intérpretes del ginebrino
a hablar de dos «Rousseau», el bueno y el malo. Sin embar­
go, su obra debe ser analizada desde una perspectiva unita­
ria, lo que, obviamente, no impide que entre estas dos clases
de textos exista cierta tensión.
Diversos autores, entre ellos Cotta, Cassirer o Derathé,
han estudiado su pensamiento atribuyendo a la política un
espacio central y fundamental, de forma tal que el resto de
su obra deba ser leído desde sus escritos políticos. El propio
Rousseau confirma esta tesis en sus Confesiones: «Había
visto que todo dependía radicalmente de la política, y que,
de cualquier modo que se obrase, ningún pueblo sería otra
cosa que lo que le hiciera ser la naturaleza de su gobierno;
así, la gran cuestión del mejor gobierno posible me parecía
reducirse a lo siguiente: ¿Cuál es la forma de gobierno pro­
pia para formar el pueblo más virtuoso, más ilustrado, más
prudente, mejor, en fin, tomando esta palabra en su sentido
más lato?»251. Desde esta lectura, la política constituiría la
251 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 346.
respuesta a los múltiples problemas que plantea en los escri­
tos morales, al tiempo que haría posible una lectura unitaria
de su obra y evitaría dividirla en dos tipos de escritos inco­
nexos entre sí. El mismo Rousseau es explícito a este res­
pecto: «Cuantos quieran tratar separadamente la política y
la moral jamás comprenderán ninguna de las dos»252. La po­
lítica debe ser contemplada como uno de los dos instrumen­
tos necesarios (el otro es la educación) para conseguir la re­
naturalización de la sociedad. A través de la política puede
conseguirse la unidad social, y, a través de una pedagogía
adecuada puede lograrse la unidad individual. Sus escritos
políticos, especialmente El contrato social, tampoco pueden
ser desligados de sus primeros textos, especialmente del Se­
gundo discurso; ambos se insertan en el modelo dicotómico
del iusnaturalismo. La noción de estado de naturaleza y la
de contrato social son nociones que van unidas; ambas
constituyen el haz y el envés del mismo problema o, en
otros términos, una plantea el problema y la otra le da la so­
lución.
El modelo político contractualista que se inicia en el si­
glo xvii y que se perfila en varias direcciones en el siglo xvin
surge de un doble movimiento: como negación del pensa­
miento político medieval y, al mismo tiempo, como produc­
to de la reflexión filosófico-política de los siglos preceden­
tes, especialmene de Scotto y Occam. Este modelo político
surge, como sucede con todos los nuevos esquemas políti­
cos, como respuesta a una crisis de legitimación política.
Sin embargo, la hipótesis que aquí se maneja es que el sur­
gimiento de este nuevo esquema no se debe únicamente
como respuesta a una crisis de legitimación política, sino
también a una crisis de legitimación política patriarcal.
Nuestra hipótesis es que las transformaciones políticas que
necesita el nuevo orden político implican también una trans­
formación profunda del patriarcado. El problema se centra,
pues, en el establecimiento de nuevos fundamentos políticos
de legitimación y en la reconstrucción de un nuevo sujeto

252 J. J. Rousseau, Emilio, pág. 270 (ed. francesa, pág. 524).


político. Aun así, hay que señalar que, tanto en la teoría po­
lítica medieval, como en el contractualismo moderno, el su­
jeto político es un varón.
El sujeto político de la teoría política medieval es un va­
rón padre de familia, mientras que el sujeto político del con­
tractualismo es todo individuo varón, independientemente
de que sea padre de familia, o no lo sea. Sin embargo, el
propio contractualismo, a partir de la idea de que todos los
individuos son iguales por naturaleza, está estableciendo
nuevas premisas para la construcción de un nuevo sujeto po­
lítico. La polémica que mantienen Locke y Rousseau con
Filmer muestra que el problema que se discute no es sola­
mente el de una crisis política de legitimación, sino que en
dicha crisis también está presente, de una forma subyacen­
te, una crisis de legitimación patriarcal.
Cualquier reajuste social o político, en este caso la cons­
trucción de un modelo político desde un nuevo pacto social,
implica necesariamente, como señala Celia Amorós, una
nueva reordenación y recodificación del espacio de las mu­
jeres. En Rousseau podemos encontrar ambas cosas: por
una parte, la elaboración de un modelo político y, por otra,
una nueva conceptualización de la mujer en sintonía con la
especificidad de su propio pacto social patriarcal.
Si en el capítulo anterior —«El estado de naturaleza y el
surgimiento de las desigualdades»— se señalaba la noción
de estado de naturaleza como una hipótesis o como un pos­
tulado teórico, en este capítulo que trata fundamentalmente
de la noción de contrato social en Rousseau, también debe­
mos comenzar con la misma precisión metodológica. La
idea de contrato social funciona en el contractualismo como
un postulado teórico. Como señala Javier Muguerza, ambos
conceptos, el de estado de naturaleza y el de contrato social,
no son más que suposiciones o hipótesis253. Cuando Rous­
seau investiga el origen del contrato no confunde el proble­
ma histórico del origen del Estado con el problema ético de

253 J. Muguerza, Desde la perplejidad, Madrid, F. C. E., 1990, pági­


na 264.
su posible legitimación. Respecto al primer problema, care­
ce de respuesta, pero concentra todo su arsenal teórico para
resolver el segundo254. Poco importa, señalará Rousseau, si
existió o no existió el estado de naturaleza y poco importa
también la historicidad del contrato social. Lo verdadera­
mente importante es cómo debe constituirse el Estado. El
problema fundamental de la filosofía política rousseauniana
se resuelve en el campo del deber ser, es decir, en el espacio
normativo. A este respecto Charles Eisenman, para mostrar
que El Contrato Social es un texto normativo, señala el títu­
lo completo del libro: El contrato social o Principios de de­
recho político255.
El contrato social, como apunta Carole Pateman, no es
un acontecimiento de carácter histórico, sino una ficción
política. A finales del siglo xvm se produce una polémica
acerca de si el contrato social es una hipótesis especulativa
o una realidad histórica: «El debate, pues, está abierto sobre
la cuestión de saber si el contrato social es una idea de la ra­
zón o una realidad de hecho»256. En cualquiera de los casos,
es indiscutible que la noción de contrato social tiene el valor
de una idée-force para una burguesía que desea traducir al
espacio político sus conquistas económicas. Esta ficción,
que Charles Eisenmann denomina «ficción consciente», es
útil, en primer lugar, para explicamos cómo debe constituir­
se una sociedad política legítima y, en segundo lugar, por­
qué la sociedad debe ser explicada y comprendida como si
se originase en un contrato257. La noción de contrato social
es, pues, una hipótesis de gran capacidad explicativa.

254 Ibídem, pág. 264.


255 Cfr. Eisenmann, «La cité de Rousseau», en Pensée de Rousseau,
París, Seuil, 1984, 95-108.
256 S. Goyard-Fabre, L'interminable querelle du contrat social,
Ottawa, Éditions de l’Université d’Ottawa, pág. 201. La traducción es
nuestra.
257 Cfr. C. Pateman, op. cit., pág. 102.
El contractualismo medieval parte de la existencia de un
pueblo ya constituido —populus— y de un príncipe con au­
toridad para hacer leyes «según el cual lo que el príncipe de­
libera tiene fuerza de ley porque el populus le ha conferido
el poder del que originalmente solamente él es el titulan)258.
En esta variante contractual, entre el pueblo y el príncipe
existe un pacto mediante el cual una parte hace las leyes y la
otra las acata. Por el contrario, para los contractualistas mo­
dernos, este pacto de sujeción (pactum subjectionis) escon­
de el problema fundamental: la génesis de la formación del
populus (pactum societatis). Explica Bobbio que del pacto
de sujeción se desprenden «dos interpretaciones opuestas
del contenido de esta relación, ya fuera que conferir la auto­
ridad al príncipe fuese interpretado como una alienación to­
tal, consecuentemente no sólo del ejercicio, sino también de
la titularidad del poder (o translatio impertí), o bien fuese
interpretado como una concesión limitada en el tiempo o
también en el objeto, de donde el príncipe recibía del pueblo
el ejercicio, pero no la titularidad del poder (o concessio im­
pertí)»259. Contra esta unilateralidad del pacto o, mejor di­
cho, contra el pacto concebido únicamente como sujeción
se construyó el contractualismo moderno. No obstante, esto
no significa que el nuevo contractualismo descartase el pac­
to de sujeción como fundamento del nuevo orden político,
sino que más bien éste debía ir acompañado de un pacto de
asociación: «Según una opinión de los escritores de derecho
público, son necesarias dos convenciones sucesivas para dar
origen a un estado: “el pactum societatis”, en la que un cier­

258 N. Bobbio, «El modelo iusnaturalista», en N. Bobbio y M. Bo­


yero, Sociedad y Estado en la filosofía moderna, México, F. C. E., pági­
na 7-145, cita en pág. 90. En este texto, Bobbio se refiere al fragmento
de Ulpiano sobre la lex de imperio.
259 Ibídem, págs. 90-91.
to número de individuos deciden de común acuerdo vivir en
sociedad, y el pactum subjectionis, en la que los individuos
reunidos de tal manera se someten a un poder común»260.
La polémica que mantienen Locke y Rousseau contra Fil-
mer se centra, precisamente, en la sujeción como elemento
fundante del Estado.
El pacto de sujeción se conceptualizó en la Edad Media
como fundamento legitimador de todas las sujeciones: la de
los hijos y la madre por el padre, la de los esclavos por los
amos y la de los súbditos por los gobernantes. Rousseau es
más explícito y habla de la de los pobres por los ricos. Los
contractualistas modernos, sin embargo, no critican todas
las sujeciones, ya que consideran naturales las dos primeras;
su objeto de crítica es la sujeción no voluntaria, es decir, no
legítima, de los gobernados por parte de los gobernantes.
Esta distinción entre la sociedad doméstica, la «sociedad
patronal» y la sociedad política es fundamental, como pos­
teriormente veremos, para mostrar que la crítica contractua-
lista a la sujeción se centra básicamente en la sujeción que
padecen los varones. Por otra parte, esta aclaración no debe
ocultar que el pacto de sujeción coexiste junto al pacto de
asociación de maneras diversas en todos los contractualistas
a excepción de Rousseau (no obstante, habría que adelantar
que el pacto de sujeción en Rousseau tiene existencia, pero
deslizado al espacio de lo femenino). En todo caso, es nece­
sario poner de manifiesto la especificidad del pensamiento
de Rousseau frente a los otros teóricos contractualistas que
inician la reflexión social y política del liberalismo261. La
conceptualización de la soberanía y la alienación marcan la
diferencia entre el ginebrino y los otros filósofos, puesto
que excluye el pacto de sujeción de la soberanía. La lucha
—aunque sesgada— contra la sujeción es el aspecto más
central no sólo del pensamiento político rousseauniano, sino

260 Ibídem, pág. 94.


261 Cfr. A. de Muralt, «La structure de la philosophie politique mo-
deme. D ’Occam á Rousseau», Cahiers de la Revue de Théologie et de
Philosophie, Ginebra, 1978, págs. 3-84.
también de su carácter: «Estas lecturas interesantes y las
charlas a que dieran lugar entre mi padre y yo engendraron
en mí este espíritu republicano y libre, este indomable y or­
gulloso carácter, enemigo de todo yugo y servidumbre, que
me ha torturado de continuo en las circunstancias menos
oportunas por dejarle volar a su antojo»262.
En el siglo xvii se inicia una polémica entre patriarcalis-
tas y contractualistas. El poder absoluto de origen divino y
el poder limitado que resulta de un contrato pactado volun­
taria y libremente están en el centro de esta polémica. El
problema esencial es, pues, dónde se origina el derecho po­
lítico. Para Filmer263, el derecho político se deriva del dere­
cho paternal y monárquico que Dios entregó a Adán264. Ro-
bert Filmer predicaba la sumisión y la obediencia, así como
la necesidad del poder absoluto de los reyes. Este autor cree
que el poder paternal y el poder político son idénticos. Los
hijos nacen bajo la sujeción del padre y, por tanto, bajo su­
jeción política. «Patriarcha probaba que la autoridad de los
reyes es la prolongación de la autoridad paterna: contra su
propio padre, ningún hijo, temeroso de Dios y de los hom­
bres, se atrevería a rebelarse»265. La concepción de que el
poder familiar y conyugal constituía la génesis del poder
político fue duramente combatida por los contractualistas,
especialmente por Locke. Esta teoría, cuyo origen se en­
cuentra en el poder generativo del padre, excluía por com­
pleto la idea de consentimiento, que, por otra parte, era la
piedra angular sobre la que descansaba la idea de contrato.
Frente a la justificación genética natural del poder, los con­
tractualistas afirman que todos los individuos nacen libres e
iguales y que las relaciones de subordinación no son natura­

262 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 30.


263 Filmer, escritor político inglés, fue autor de una obra titulada
Patriarcha, or the natural power ofkings, en la que defendió el absolu­
tismo y el derecho divino de los reyes.
264 Cfr. C. Pateman, op. cit., pág. 82.
265 P. Hazard, op. cit., pág. 254.
les. Para que tales relaciones sean legítimas deben fundarse
en el libre consentimiento.

«E l c o n t r a t o s o c ia l »

Entre el Segundo discurso y El contrato social existe


una relación de continuidad en el sentido de que donde ter­
mina el primer texto comienza el segundo. En el Discurso
sobre el origen... se describe un hipotético estado de natu­
raleza en el que aparecen de forma subyacente los ejes ar-
ticuladores de El contrato social. La línea seguida sería
ésta: estado de pura naturaleza - estado presocial (propie­
dad) - estado de guerra - contrato original - estado de co­
rrupción - disolución de los lazos sociales - necesidad de un
nuevo contrato.
El problema sería el siguiente: el estado presocial finali­
za en una guerra generalizada a causa de lo que Rousseau
denomina «las cosas», es decir, a causa del control de la
propiedad. La guerra se origina cuando ciertos individuos se
apropian de animales y tierras que, al no pertenecer a nadie,
pertenecían a todos. A partir de ese momento se abre un es­
pacio de desorden y caos en el que aparece el temor a la des­
trucción de la especie: «No es la relación de los hombres,
sino la de las cosas la que constituye la guerra, y como el es­
tado de guerra no puede surgir de las simples relaciones per­
sonales, sino de las patrimoniales, la guerra privada o de
hombre a hombre no puede darse, ni en el estado de natura­
leza, en que no existe ninguna propiedad constante, ni en el
estado social en que todo está bajo la autoridad de las le­
yes»266. Este estado de cosas finaliza cuando los usurpado­
res, mediante engaños, convencen a quienes de nada se
apropiaron de la necesidad de pactar: los ricos ofrecerían
protección a los pobres a cambio de su sumisión. Este pac­

266 J. J. Rousseau, El contrato social, en Escritos de combate, Ma­


drid, Alfaguara, 1979, pág. 407 (ed. francesa, pág. 357).
to viene, pues, marcado por el hecho de haberse realizado
en una situación de violencia y de fuerza. Se pactó en con­
diciones límite ante el miedo de que la especie se autodes-
truyese y prevaleció el derecho del más fuerte. Este hecho
invalida el pacto. Pero, además, hay otro elemento que
colabora en la deslegitimación del el pacto y es que las par­
tes contratadas pactan cosas desiguales. Un individuo no
puede pactar su libertad, es decir, no puede abdicar de su vo­
luntad y transferírsela a otros individuos.
Este problema conduce a Rousseau a reflexionar sobre
la formación de un nuevo pacto: ¿puede existir un gobierno
legítimo?, ¿se puede conciliar el derecho y el interés?, ¿la
justicia y la utilidad?, ¿el hombre y la ley?267. Si se han de
conciliar tantas cosas, desde luego, deberá hacerse teniendo
presente que, una vez que el hombre ha sido socializado, no
puede ya regresar al estado de naturaleza, por ser éste un es­
tadio asocial. Por tanto, la sociedad que se establezca a par­
tir del contrato debe tener en cuenta que: «Este tránsito del
estado natural al civil produce en el hombre un cambio muy
notable, sustituyendo en su comportamiento el instinto por
la justicia y dando a sus acciones la moralidad que antes le
faltaba. Sólo en ese momento en que la voz del deber ocupa
el lugar del impulso físico y el derecho el del apetito, el
hombre, que hasta entonces no había mirado más que a sí
mismo, se ve obligado a obrar conforme a otros principios y
a consultar su razón antes de atender a sus caprichos»268. La
diferencia entre el estado de naturaleza y el estado social es
que este último se fundamenta en convenciones: «... el or­
den social es un derecho sacrosanto que sirve de base a to­
dos los demás. Este derecho no proviene, sin embargo, de la
naturaleza; se funda en convenciones. La cuestión es saber
qué convenciones son esas»269.
Como se señalaba anteriormente, Rousseau descarta la

267 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 401 (ed. francesa, pági­


na 351).
268 Ibídem, pág. 414 (ed. francesa, pág. 364).
269 Ibídem, pág. 402 (ed. francesa, pág. 352).
violencia y el derecho del más fuerte como condición del
pacto social270, por eso la primera condición de estableci­
miento del pacto no es la de elegir un jefe o un rey, sino la
de la propia constitución del conjunto de los individuos en
un pueblo: «Antes de examinar el acto en virtud del cual un
pueblo elige a un rey, sería oportuno examinar el acto en vir­
tud del cual un pueblo es tal pueblo. Pues al ser este acto ne­
cesariamente anterior al otro, es el verdadero fundamento
de la sociedad»271. El pacto de asociación (pactum societa-
tis) precede al contrato social, que el ginebrino define de
esta forma: «Encontrar una forma de asociación que defien­
da y proteja de toda la fuerza común la persona y los bienes
de cada asociado, y en virtud de la cual cada uno, uniéndo­
se a todos, no obedezca, empero, más que a sí mismo y que­
de tan libre como antes. Tal es el problema fundamental al
que da solución el contrato social»272.
El pacto social de Rousseau parte de la libertad absolu­
ta de cada asociado, incluido el derecho a la propiedad que
se poseía antes de pactar, pero con la condición inexcusable
de: «la enajenación total de cada asociado con todos sus de­
rechos a la comunidad»273. Es condición necesaria que esta
enajenación se efectúe sin reservas, sin que ningún cuidada-
no se guarde para sí ningún derecho. Los contratantes, al
asociarse de esta forma, se convierten inmediatamente en
un cuerpo moral con una voluntad general: «Este acto de
asociación produce inmediatamente, en lugar de la persona
particular de cada contratante, un cuerpo moral y colectivo
compuesto de tantos miembros como votos tiene la asam­
blea, el cual recibe de este mismo acto su unidad, su yo co­
mún, su voluntad y su vida»274. ¿Qué es, pues, el pacto so­
cial?: «Cada uno de nosotros pone en común su persona y

270 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 404 (ed. francesa, pági­


na 354).
271 Ibídem, pág. 409 (ed. francesa, pág. 359).
272 Ibídem, pág. 410 (ed. francesa, pág. 360).
273 Ibídem, pág. 411 (ed. francesa, pág. 360).
274 Ibídem, pág. 411 (ed. francesa, pág. 361).
todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad ge­
neral, y nosotros recibimos corporativamente a cada miem­
bro como parte indivisible del todo»275. El resultado del pac­
to social es la creación de un cuerpo político o soberano276.
Los individuos que contraten se convierten instantánea­
mente en ciudadanos. Sin embargo, un ciudadano es tam­
bién un hombre, un individuo particular. El pacto de asocia­
ción crea una voluntad general, pero junto a esta voluntad
general subsisten o coexisten voluntades particulares. El
contratante es individuo y ciudadano. Pero el imperativo
moral para Rousseau es que el derecho de la comunidad
esté por encima del derecho del individuo particular: «El
que en el orden civil quiera conservar la primacía a los efec­
tos naturales, no sabe lo que quiere. Siempre en contradic­
ción consigo mismo, fluctuando siempre entre sus inclina­
ciones y sus obligaciones, nunca será hombre ni ciudadano,
nunca útil, ni para sí ni para los demás»277. El ciudadano, y
no el hombre, es el sujeto del contrato. Con otras palabras:
la ciudadanía surge del espacio público. Por el contrario, el
espacio privado no es creador de derechos políticos. El con­
flicto entre el ciudadano y el hombre, entre los intereses par­
ticulares y los generales (en términos kantianos el problema
de la sociable insociabilidad), expresa en última instancia la
antinomia entre naturaleza y sociedad, al tiempo que consti­
tuye uno de los grandes problemas de la teoría política rous­
seauniana.
Este problema de la teoría rousseauniana tiene su expre­
sión en la vida de Jean Jacques. El deseo exasperado de fun­
dir en sí mismo el deber y el interés, de recomponer las fi­
suras de su «yo», le conducen a adoptar conductas que no
acaban de ser comprendidas en su entorno: «Debemos evi­
tar ocasiones que colocan a nuestros deberes en contraposi­
ción con nuestros intereses [...]. Profundamente impresa en

275 Ibídem, pág. 411 (ed. francesa, pág. 361).


276 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 413 (ed. francesa, pági­
na 363).
277 J. J. Rousseau, Emilio, pág. 39 (ed. francesa, pág. 249).
mi mente esta máxima, y aunque algo tarde llevada a la
práctica, es una de las cosas que me han hecho ser conside­
rado por el público, y sobre todo por mis conocidos, como
extravagante y loco. Han dicho de mí que pretendía ser ori­
ginal y proceder de distinto modo que los demás, cuando en
el fondo no pensaba hacer lo que ellos ni tampoco lo contra­
rio. Deseaba sinceramente hacer lo que estuviese bien. Huía
con todas mis fuerzas de todas aquellas situaciones en las
que mi interés hallárase en oposición con el de otra persona
y debido a ello pudiera secretamente impelirme o desearle
un mal»278.
El primer gran problema que se deriva de su concepto
de pacto social es que, pese a que postula la unidad social
como fin primordial, el sujeto del pacto no sólo es ciudada­
no, sino que también es hombre. De esta forma, la dualidad
que tanto teme el ginebrino condiciona la sociedad rous­
seauniana al tiempo que abre la primera fisura en su mode­
lo político-social. Toda la técnica política de El contrato so­
cial está organizada a partir del intento de eliminar este con­
flicto. La filosofía política de Rousseau descansa sobre el
intento de construcción de un sujeto social que no padezca
esta dualidad. Sin embargo, el contrato social por sí solo no
es suficiente para resolver esa escisión. La política es uno
de los dos instrumentos necesarios para la reconstrucción
del individuo. El otro instrumento es la educación. La rena­
turalización del individuo sólo es posible a través de una so­
cialización adecuada y de una organización política dirigida
a ese objeto.

Concepto de soberanía

Anteriormente señalábamos el concepto de soberanía.


Ahora se tratará de precisarlo y concretarlo. Se señalaba,
primeramente, que la soberanía surge del pacto social en
forma de voluntad común, formando un cuerpo moral y po­

278 J. J. Rousseau, Las confesiones..., págs. 67-68.

154
lítico. Y, en segundo lugar, decíamos que en esta modalidad
contractual no tiene cabida el pacto de sujeción. La teoría de
la soberanía popular se apoya sobre dos pivotes: 1) la inalie-
nabilidad; y 2) la indivisibilidad. La soberanía cobra exis­
tencia cuando se ejercita la voluntad general: «Digo, pues,
que al no ser la soberanía otra cosa que el ejercicio de la vo­
luntad general, no puede enajenarse jamás, y que el sobera­
no, que sólo es un ente colectivo, no puede ser representado
más que por mí mismo: el poder puede transmitirse, pero no
la voluntad»279. La soberanía, al no ser más que la expresión
de la voluntad general, no puede enajenarse porque si se
enajena, el cuerpo moral y político que se ha creado a partir
del pacto, se disuelve. Los ciudadanos no pueden obedecer
más que a la voluntad general, es decir, a ellos mismos. Si
obedecen a alguien ajeno a sí mismo pierden su cualidad de
pueblo: «Si el pueblo promete simplemente obedecer, con
este acto se disuelve, pierde su cualidad de pueblo; desde el
momento en que hay un señor ya no hay soberano, y con
ello el cuerpo político queda destruido»280.
Pero si la soberanía no puede enajenarse porque enton­
ces deja de existir, por el mismo motivo no puede dividirse.
Si la voluntad general no es de todo el pueblo es porque sólo
lo es de una parte; y si lo es de una parte, deja de ser sobe­
ranía para convertirse en la expresión de una voluntad parti­
cular. La soberanía, para Rousseau, es indivisible porque la
voluntad o es general o es particular. Si es particular ya no
es expresión de todo el pueblo281. La soberanía no establece
relaciones entre superiores e inferiores, sino entre el cuerpo
moral y político y cada uno de sus miembros. La soberanía
es legítima porque todos los individuos contrataron, es equi­
tativa porque a todos pertenece y útil porque su objeto es el
bien general282.

279 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 421 (ed. francesa, pági­


na 368).
280 Ibídem, pág. 422 (ed. francesa, pág. 369).
281 Ibídem, pág. 422 (ed. francesa, pág. 369).
282 Ibídem, pág. 427 (ed. francesa, pág. 374).
Sin embargo, la soberanía, a pesar de su carácter total y
absoluto, tiene unos límites precisos que no puede traspasar.
El espacio que queda fuera del alcance de lo pactado no
puede ser regulado, en ningún caso, por ningún acto de so­
beranía: «El poder soberano, por muy absoluto, sagrado e
inviolable que sea, no traspasa ni puede traspasar los límites
de las convenciones generales y [...] todo hombre puede dis­
poner plenamente de aquella parte de su libertad y de sus
bienes que en virtud de tales convenciones se le ha deja­
do...»283. Es necesario hacer algunas precisiones en tomo al
carácter absoluto de la soberanía y a su indivisibilidad, en la
medida en que estos conceptos influyen en la noción de so­
ciedad civil.
Desde luego, en Rousseau, así como en Hobbes y Spi-
noza, el poder del soberano puede considerarse absoluto
siempre y cuando esto no signifique que ese poder carece de
límites. Como hemos visto anteriormente, el poder del so­
berano no puede traspasar los límites de las covenciones que
constituyen la materia del pacto. La indivisibilidad del po­
der soberano —según Hobbes y Rousseau— no contradice
la idea de la división de poderes que defienden Locke o
Montesquieu284. Rousseau defiende la indivisibilidad de la
soberanía y propugna la división del poder legislativo y del
poder ejecutivo con la subsiguiente subordinación del se­
gundo al primero: «De ninguna manera son incompatibles
la indivisibilidad del poder soberano, por la que se entiende
que aquel o aquellos que detentan el poder soberano no pue­
den dividirlo en partes diferentes e independientes, y la di­
visión del poder legislativo del ejecutivo, por la cual se con­
sidera deseable que las dos funciones sean ejercidas de ma­
nera y por órganos diversos [...]. Como ha sido observado
en diversas ocasiones [...], la paradoja de Rousseau consis­
te en el hecho de que con su teoría del contrato social ha
creado una fórmula con la que tiende a salvar al mismo

283 Ibídem, pág. 428 (ed. francesa, pág. 375).


284 Cfr. M. Bobbio, op. cit, pág. 113.
tiempo la unidad del Estado (por la que se declara admira­
dor de Hobbes) y la libertad de los individuos (por la que
ciertamente es un seguidor de Locke)»285.
El tercer aspecto que debe ser tenido en cuenta por sus
repercusiones en la sociedad civil, siguiendo el esquema de
Bobbio, es el de la irresistibilidad o resistibilidad del poder
soberano, es decir, la obediencia y la resistencia al poder.
Hay que señalar que Rousseau defiende la obediencia abso­
luta al poder del soberano: «Así pues, a fin de que el pacto
social no sea una vana fórmula, entraña tácitamente el com­
promiso único que puede dar fuerza a los demás, de que
quienquiera se niegue a obedecer a la voluntad general, será
obligado a ello por el cuerpo entero, lo cual no significa otra
cosa sino que se le obligará a ser libre»286. La idea de obe­
diencia absoluta a la voluntad general se apoya sobre dos
supuestos: en primer lugar, en la noción de consentimiento
que sustenta el contrato. Y, en segundo lugar, en la identifi­
cación que establece entre el derecho del ciudadano y el de­
recho emanado de la voluntad general. Cuando un ciudada­
no vulnera las leyes que él mismo se ha dado, rompe el
cuerpo moral y político. Entonces comienza el tan temido
«mal» rousseauniano de la ruptura de la unidad política y
del comienzo de la degradación del sistema político. La di­
sidencia es formulada en términos de traición: «Todo mal­
hechor que vulnera el derecho social se hace con sus fecho­
rías rebelde y traidor a la patria, deja de ser miembro suyo al
violar sus leyes, e incluso puede decirse que le hace la gue­
rra. Entonces la conservación del estado es incompatible
con la suya, es preciso que uno de los dos perezca, y cuan­
do se da muerte al culpable es menos como a ciudadano que
como a enemigo»287.
El pacto social se basa en relaciones de reciprocidad; y
dentro del espacio que regula el pacto social la reciprocidad

285 Ibídem, págs. 114-115.


286 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 414 (ed. francesa, pági­
na 364).
287 Ibídem, pág. 429 (ed. francesa, pág. 376).
no tiene limites. Si el Estado garantiza al ciudadano la con­
servación de la vida, el ciudadano debe corresponder al Es­
tado con la misma moneda: «El contrato social tiene como
fin la conservación de los contratantes. Quien desee el fin
quiere también los medios, y estos medios son inseparables
de ciertos riesgos y aun de algunas pérdidas. Aquel que
quiere conservar su vida a expensas de los demás debe dar­
la también por ellos cuando hace falta. Ahora bien, el ciuda­
dano no es ya juez del peligro al que la ley quiere que se ex­
ponga y cuando el príncipe le dice: “Es conveniente para el
Estado que mueras” debe morir, puesto que sólo con esta
condición ha vivido seguro hasta entonces, y puesto que su
vida no es ya únicamente un bien recibido de la naturaleza,
sino un don condicional del Estado»288.
Colletti enuncia la aportación más importante de la teo­
ría de la soberanía rousseauniana289 en el mismo sentido en
que se subrayaba al principio: Rousseau acaba con la duali­
dad contractualista pacto de asociación/pacto de sujeción, al
atribuir la soberanía en su totalidad al pueblo. La desapari­
ción del pacto de sujeción hace posible la existencia de un
concepto unitario de soberanía. Rousseau, y en sentido
opuesto Hobbes, se desmarca del pensamiento contractua­
lista tradicional, en el que pueblo y soberano están separa­
dos —el poder es del pueblo y la decisión es del soberano.
En efecto, la teoría de la soberanía de Rousseau ofrece un
aspecto absolutamente insólito: si los contractualistas ha­
bían dicho que el origen de la soberanía se encuentra en el
pueblo, sólo Rousseau sostiene que el pueblo debe conser­
var para sí mismo el ejercicio de la soberanía290.
Esta definición de la soberanía tiene gran trascendencia,
puesto que conduce a una concepción del gobierno como ór­

288 Ibídem, pág. 429 (ed. francesa, pág. 376).


289 Cfr. L. Colletti, Ideología y sociedad, Barcelona, Fontanella,
1975, pág. 261.
290 Cfr. R. Derathé, «Souveraineté et liberté dans la doctrine politi-
que de Jean Jacques Rousseau», Cahiers de la Revue de Théologie et de
Philosophie, Ginebra, 1978, pág. 117.
gano meramente ejecutivo carente de soberanía. La elimina­
ción del pacto de sujeción impide que la soberanía pueda ser
transmitida al gobierno. Esta forma de concebir la soberanía
popular «[...] firnda en Rousseau la democracia más radical,
en la que se reabsorbe todo principio político, toda autoridad,
toda jurisdicción y toda moral pública y privada»291. Esta
construcción de la soberanía implica un rechazo y una críti­
ca radical de la noción de representatividad en nombre de la
democracia directa y del predominio de la asamblea. Como
se verá, el poder ejecutivo y el poder de los «representantes»
se convierten en la teoría política rousseauniana en meras co­
misiones de trabajo o funciones bajo el control del soberano
—léase de la asamblea— que puede revocarlos en el mo­
mento en que no cumplan la función encomendada.
La eliminación del pacto de sujeción en la teoría políti­
ca del ginebrino no afecta sólo a la constitución misma de la
comunidad, sino a todo el sistema político. Toda la técnica
política de El contrato social se ve condicionada por este
hecho. Con esta conceptualización de la soberanía se separa
de todos los escritores políticos de su tiempo, y aun de mu­
chos del nuestro, al tiempo que se convierte en referente de
las ideologías revolucionarias que consideran que el poder
debe estar en las manos del pueblo.

La voluntad general

La teoría de la soberanía es una noción inseparable de la


de voluntad general. Este último concepto es, sin duda, la
categoría política más importante de la teoría política rous-

291 Cfr. A. Miralt, pág. 80. Ajuicio de Miralt, con esta conceptuali­
zación de la política, Rousseau cierra la teoría política moderna, como
Kant cierra la filosofía teórica moderna. Muralt establece una estrecha
conexión entre la metodología escotista de la distinción formal y la no­
ción de pueblo en Rousseau, en la que la unidad de aquél constituye la
soberanía: «... el pueblo es pueblo por sí mismo antes de toda constitu­
ción política, como para Escoto la materia es una identidad actual antes
de toda determinación por la forma».
seauniana en la medida en que se constituye en la voluntad
del cuerpo moral resultante del pacto de asociación. Antes
del pacto de asociación sólo existían voluntades individua­
les. Pero el acto asociativo tiene un carácter sintético por el
cual todas las voluntades se transforman en una sola volun­
tad general. De este modo, la soberanía y la voluntad gene­
ral son conceptos inseparables: no sólo porque afirman el
exclusivo protagonismo del pueblo en la formación de la so­
ciedad y del Estado, sino también porque la soberanía es el
ejercicio de la voluntad general. Pero, ¿qué es la voluntad
general?: «La voluntad general, para ser verdaderamente
tal, debe serlo en su objeto tanto como en su esencia y...
pierde su rectitud natural cuando tiende a algún objeto indi­
vidual y determinado [,..]»292. Más aún,«[...] la voluntad ge­
neral [...] cambia de naturaleza cuando apunta a un objeto
particular [...]»293. Para que la voluntad general tenga una
existencia completa y absoluta es requisito imprescindible
«que no haya ninguna sociedad parcial en el Estado y que
cada ciudadano opine sólo con arreglo a su propio sen­
tir»294. Hay que señalar que el ginebrino no teme los intere­
ses de índole puramente individual, ya que no cree que és­
tos puedan quebrar la unidad de la voluntad general; su te­
mor se dirige a los intereses colectivos o corporativos, ya
que, a su juicio, éstos pueden no ser subsumidos por el inte­
rés común y, por tanto, podrían destruir la unidad de la vo­
luntad general.
La doctrina de Rousseau acerca de la soberanía y de la
voluntad es impecable desde la perspectiva de la defensa de
la libertad y la igualdad del individuo. Sin embargo, estas
garantías son más evidentes y claras en la teoría que en la
práctica. El primer problema de tipo práctico hace referen­
cia a la disolución entre la voluntad general y el cuerpo de
los votantes. Rousseau reconoce que la voluntad general

292 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 426 (ed. francesa, pági­


na 373).
293 Ibídem, pág. 427 (ed. francesa, pág. 374).
294 Ibídem, pág. 425 (ed. francesa, pág. 372).
puede no coincidir con la voluntad de todos y lo más com­
plejo es que cuando se materializa esta disociación entre
ambas voluntades, la primera, es decir, la general, sigue
subsistiendo a pesar de que un grupo de individuos no la
asuman: «Suele haber harta diferencia entre voluntad de to­
dos y voluntad general; ésta no tiene en cuenta más que el
interés común, la otra contempla el interés privado, y no es
más que una suma de voluntades particulares»295. La esen­
cia de la voluntad general no está, pues, en el número de su­
fragios, sino en la defensa del interés común296. Desde un
punto de vista práctico: «En las deliberaciones públicas, la
voluntad general entra en conflicto con las voluntades parti­
culares, cuya influencia no puede ser totalmente elimina­
da»297. El conficto surge, pues, cuando algunos ciudadanos
eligen y defienden el interés privado sobre el público. En
opinón de Derathé, este conflicto necesita para su resolu­
ción de la educación pública, puesto que sólo ésta puede
formar ciudadanos. Este es uno de los puntos de unión de El
contrato social y de Emilio, o, dicho en otros términos: la
educación del sujeto político de El contrato social está ex­
puesta en Emilio.
El segundo problema práctico que presenta la doctrina
rousseauniana concierne a la igualdad que establece la ley
entre todos los ciudadanos. La igualdad derivada del pacto
social es una igualdad de derechos. Pero Rousseau tiene la
convicción de que la igualdad política no puede existir si no
se apoya sobre cierta igualdad económica. La forma en que
resuelve este problema se verá después. En cualquier caso,
el concepto de voluntad general constituye la mediación po­
lítica más importante para devolver la unidad al individuo a
través de la política. Sin embargo, éste es un constructo pro­
blemático, una categoría política que, contrastada con la
realidad, no puede resistir sus embates: «De todo lo anterior
se sigue que la voluntad general es siempre recta y tiende

295 Ibídem, pág. 424 (ed. francesa, pág. 371).


296 Ibídem, pág. 427 (ed. francesa, pág. 374).
297 R. Derathé, «Souveraineté et liberté...», pág. 122.
siempre a la utilidad pública; pero no que las deliberaciones
del pueblo tengan siempre la misma rectitud»298.
No obstante, la voluntad general debe ser contemplada
desde otro ángulo distinto al de su eficacia política: su pro­
fundo contenido moral es su mayor virtualidad. Este cons-
tructo político tiene como objeto constituirse en mediación
de la dualidad que padece el individuo y de las desigualda­
des de la sociedad a fin de devolver la unidad perdida a am­
bos. La voluntad general como instrumento de unidad polí­
tica sustituye la labor de unidad que proporciona el mercan­
tilismo a la sociedad liberal. Si para los liberales el principio
de unidad social se encuentra en la sociedad mercantil, en
Rousseau, que no acepta esta unidad, el principio de unidad
es la voluntad general. De este modo, la voluntad general se
constituye en el instrumento mediador adecuado para la re­
naturalización del individuo y de la sociedad.

Noción de ley

Las leyes son las formas en que se expresa la soberanía.


Según Derathé299, la legislación constituye la esencia de la
soberanía. Las leyes son actos de la voluntad general, repre­
sentan la forma en que se materializa en el estado la volun­
tad general. La existencia de la ley presupone dos condicio­
nes: la universalidad de la voluntad y la universalidad del
objeto300. En otras palabras, la voluntad que dirige la ley
debe ser general y la materia sobre la que estatuye también
debe ser general. Sólo existe ley cuando todo el pueblo esta­
tuye para todo el pueblo. La ley debe considerar a los ciuda­
danos colectivamente y las acciones como abstractas301. La

298 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 424 (ed. francesa, pági­


na 371).
299 Cfr. R. Derathé, «Souveraineté et liberté...», pág. 118.
300 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 432 (ed. francesa, pági­
na 379).
301 Cfr. ibídem, págs. 431-432 (ed. francesa, pág. 379).
importancia de las leyes es máxima en la medida en que se
constituyen en condiciones imprescindibles de la asociación
civil302. Existen tres clases de leyes según la materia que re­
gulen: 1) Leyes políticas: regulan la relación del soberano
con el Estado o del todo con el todo. 2) Leyes civiles: esta­
tuyen las relaciones de los ciudadanos entre sí o con el cuer­
po entero. 3) Leyes penales: juzgan la desobediencia a lo
prescrito303. Pero, además: «a estas tres clases de leyes vie­
ne a añadirse una cuarta, la más importante de todas, que no
se graba en mármol ni en bronce, sino en los corazones de
los ciudadanos, que entraña la verdadera constitución del
Estado, que adquiere todos los días nuevas fuerzas, que
cuando las otras leyes envejecen o decaen, las reaniman o
las suplen, mantiene a un pueblo en el espíritu de su institu­
ción y sustituye insensiblemente como la fuerza del hábito
la fuerza de la autoridad. Me refiero a las costumbres, a los
usos y, sobre todo, a la opinión»304. En efecto, esta cuarta
ley es, en realidad, la más importante porque es el
fundamento de todas las demás. Esta «ley» tiene gran valor
explicativo en la filosofía que subyace a la teoría del estado
rousseauniana: la permanencia y legitimación de un estado
sólo es posible si los ciudadanos interiorizan la coacción. Si
todo ciudadano no asume internamente la coacción de la
ley, la legitimación del Estado queda en entredicho.
El problema de la ley, en la misma medida que todos los
problemas que trata Rousseau, remite a la dualidad natura­
leza/sociedad. El pacto social inventa una forma de vida co­
lectiva radicalmente distinta a la imperante en el estado de
naturaleza. En este sentido, el legislador debe percibir la di­
ferencia y, también, las similitudes entre las leyes naturales
y las sociales305. También hay que señalar que por muy dis­
tintas que sean, las leyes sociales no deben contrariar nunca
o dominar a las leyes de la naturaleza. Rousseau no cree que

302 Cfr. ibídem, pág. 432 (ed. francesa, 380).


303 Cfr. ibídem, pág. 446 (ed. francesa, 393-394).
304 Ibídem, págs. 446-447 (ed. francesa, pág. 394).
305 Cfr. ibídem, págs. 430-431 (ed. francesa, pág. 378).
la creación de la sociedad deba fundarse sobre la domina­
ción de la naturaleza. Más bien parece que la garantía de un
buen modelo político, en este caso de una buena ley, se debe
a una cierta relación con la ley natural. Entre ambas debe
existir un hilo conductor basado en la negación del dominio
sobre la naturaleza humana. A este respecto, hay que recor­
dar que la noción rousseauniana de razón incluye la denun­
cia de la idea ilustrada de progreso como expresión del so­
metimiento de la naturaleza a la cultura. La garantía de legi­
timidad del Estado y de la ley es que éstos no se edifiquen
sobre la base de su oposición a las leyes que rigen la natura­
leza: «Lo que hace la constitución de un estado verdadera­
mente sólida y duradera es que las conveniencias sean de tal
modo observadas que los aspectos naturales y las leyes
coincidan siempre en los mismos puntos, y que éstas no ha­
gan, por decirlo así, más que garantizar, acompañar y recti­
ficar a los otros»306.
Rousseau establece dos requisitos imprescindibles de le­
gitimidad de la ley: en primer término, el consentimiento
del que ha de acatarla y, en segundo, que la ley permita la
expresión de la naturaleza: «Los único que podemos ver
clarísimamente con respecto a esta ley es que no sólo, para
que sea ley, se requiere que la voluntad del que ha de acatar­
la pueda someterse a ella con conocimiento, sino que, ade­
más para que sea natural, es preciso que hable directamente
con la voz de la naturaleza»307. Rousseau rechaza el criterio
de utilidad en la formación de las leyes y reclama su funda­
mento en principios morales universales. El amor de sí y la
piedad son los principios universales sobre los que deben re­
posar las leyes y los que permiten que éstas no nieguen ni
contraríen a la naturaleza.
Retomando nuevamente el problema de la ley y su cone­
xión con la voluntad general, surgen algunas preguntas:
¿quién hace las leyes?, ¿cómo sabemos que una ley no trai­

306 Ibídem, págs. 445-446 (ed. francesa, pág. 393).


307 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 144 (ed. france­
sa, pág. 125).
ciona la voluntad general? Y, finalmente, ¿cómo desligarse
de las voluntades particulares a la hora de hacer las leyes?
En este punto aparece la figura del legislador308 como una
mediación entre el cuerpo social y el individuo, entre la vo­
luntad general y la ley. Rousseau plantea el problema en es­
tos términos: «La voluntad general es siempre recta, pero el
juicio que la guía no siempre es lúcido. Es preciso hacerle
ver los objetos tal como son, y algunas veces tal como de­
ben parecerle; mostrarle el buen camino que buscan; librar­
le de la seducción de las voluntades particulares; acercar a
sus ojos tiempos y lugares; contrarrestar el incentivo de las
ventajas presentes y sensibles con el peligro de los males le­
janos y ocultos. Los particulares ven el bien que rechazan;
el público quiere el bien que no se ve. Tanto aquéllos como
éste tienen necesidad de guías. A unos es preciso obligarlos
a concertar sus voluntades con su razón; al otro hay que en­
señarle a conocer lo que quiere. Entonces de la ilustración
pública resulta la unión del entendimiento y de la voluntad
en el cuerpo social: de ahí el exacto concurso de las partes,
y en definitiva la mayor fuerza del todo. En esto tiene su ori­
gen la necesidad de un legislador»309.
Lo primero que deberá tener en cuenta el legislador, el
primer fin que debe perseguir a la hora de elaborar las leyes,
es el de hacerlas coincidir con las fuerzas de la naturaleza.
En la razón del hombre natural se encuentra la génesis de la
razón social. Rousseau parte de la idea de que: «Sin duda
existe una justicia universal que emana exclusivamente de la
razón»310. Por ese motivo esa razón debe hacerse explícita
en la vida social en forma de leyes. El legislador, por tanto,

308 La figura del legislador es en El contrato social lo que la figura


del preceptor es en el Emilio. Ambas figuras mediadoras tienen enco­
mendadas el mismo papel: dirigir hacia un fin adecuado a la sociedad y
al individuo. El legislador en el Estado y el preceptor en la educación
representan la metáfora de la razón en constante diálogo con la natura­
leza. Ambos deben impedir que la sociedad y la historia nieguen a la
naturaleza.
309 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 433 (ed. francesa, 380).
310 Ibídem, pág. 431 (ed. francesa, pág. 378).
debe partir de ese principio, pero sin olvidar otros anteriores
a él. El primero de ellos consiste en que el legislador, antes
de instituir las leyes, debe examinar al pueblo para ver si es
apto para ellas311. El segundo de ellos tiene como objeto la
realización de un tipo de leyes que respondan a la verdade­
ra naturaleza del pueblo al que se debe dar una legislación.
La tercera condición necesaria para instituir un pueblo debe
ser que dicho pueblo disfrute de paz y abundancia312. La
función del legislador, y esto debe ser subrayado, no es de
magistratura ni tampoco de soberanía: el legislador debe
mandar en las leyes, pero no en los hombres. El que legisla
no debe ejecutar lo legislado. En este sentido, se hace notar
la influencia de Montesquieu. Las funciones del Estado de­
ben estar separadas entre sí a fin de que el interés particular
no se mezcle con el interés común313.

El gobierno
El poder legislativo corresponde a la totalidad del pue­
blo, mientras que el poder ejecutivo sólo corresponde a unos
pocos miembros del mismo. Los actos del soberano se ex­
presan mediante leyes, mientras que los actos del gobierno
son meros actos particulares314. El gobierno, en la técnica

311 Cfr. ibídem, pág. 437 (ed. francesa, págs. 384-385).


312 Cfr. ibídem, pág. 442 (ed. francesa, págs. 389-390). En mi opi­
nión, el concepto de abundancia es común al estado de naturaleza y al
estado social. Rousseau se imagina un estado natural en el que impera
la abundancia: de esta forma los salvajes no deben luchar entre sí para
sobrevivir. Este concepto es trasladado por Rousseau al estado social y
tiene, sin duda, su utilidad a fin de eliminar los conflictos que puedan
derivarse de la escasez.
313 La idea de Montesquieu de que «el poder debe parar al poder»,
es decir, de que «no se puede confiar en un hombre, y menos en un dés­
pota, porque todo hombre tiene ese apetito de poder que le lleva siem­
pre al abuso» (C. Iglesias, El pensamiento político de Montesquieu,
Madrid, Alianza, 1984, pág. 318) ha influenciado notablemente el pen­
samiento político rousseauniano.
314 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 451 (ed. francesa, pági­
na 395).
política de Rousseau es «un cuerpo intermediario estableci­
do entre los eruditos y el soberano para su mutua correspon­
dencia, encargado de la ejecución de las leyes y del mante­
nimiento de la libertad, tanto civil como política»315. La
comprensión de esta institución precisa, sin embargo, el
examen de su génesis. Primeramente, el pueblo, mediante
una ley, estatuye la existencia del gobierno y, luego, nombra
a los magistrados que se encargarán del gobierno creado;
este segundo paso, no obstante, no es una ley, sino un efec­
to de la ley316. Para Rousseau, esta cuestión plantea dos pro­
blemas. El primero de ellos es cómo puede darse un acto de
gobierno (el nombramiento de los magistrados) antes de
que el gobierno exista y cómo el pueblo puede convertirse
en magistrado en determinadas circunstancias. Rousseau
responde así: «Nuevamente se descubre aquí una de esas
sorprendentes propiedades del cuerpo político merced a las
cuales concilia operaciones en apariencia contradictorias.
Porque esto se hace mediante una conversión súbita de la
soberanía en democracia, de modo que sin ningún cambio
sensible, y sólo por una nueva relación de todos a todos, los
ciudadanos convertidos, en magistrados, pasan de los actos
generales a los particulares, y de la ley a la ejecución»317.
Rousseau muestra especial cuidado en que la creación del
gobierno no se convierta, al fin, en un contrato de sujeción
para el pueblo: «[...] el acto que instituye el gobierno no es
un contrato, sino una ley, los depositarios del poder ejecuti­
vo no son los amos del pueblo, sino sus empleados..., puede
el pueblo nombrarlos y destituirlos cuando le plazca, lo
suyo no es contratar, sino obedecer, y... al asumir las funcio­
nes que el Estado les impone no hacen más que cumplir su
deber de ciudadanos, sin que les asista derecho alguno a dis­
cutir las condiciones»318.
En efecto, el gobierno es un cuerpo artificial dentro del

315 Ibídem, pág. 452 (ed. francesa, pág. 396).


316 Cfr. ibídem, pág. 488 (ed. francesa, pág. 433).
317 Ibídem, pág. 488 (ed. francesa, pág. 433-434).
318 Ibídem, pág. 489 (ed. francesa, pág. 434).
Estado y posee una naturaleza específica y subalterna. La
idea de gobierno es utilizada, una vez más, por Rousseau
para reafirmar el pacto de asociación, como hecho fundan­
te y constitutivo, y excluir el de sujeción en la relación entre
pueblo y soberano. Más aún, si el gobierno tratase de su­
plantar la voluntad del soberano, es decir, si el pacto de su­
jeción usurpase el de asociación, el cuerpo político quedaría
instantáneamente disuelto319. Sin embargo, esto no obsta
para que Rousseau crea que el gobierno deba tener una exis­
tencia propia que tienda a su conservación: «Esta existencia
particular supone asambleas, consejos, una facultad de deli­
berar y de resolver, títulos, privilegios que corresponden al
príncipe (sinónimo de gobierno) exclusivamente y que ha­
cen la condición de magistrado más honorable cuanto más
penosa. Las dificultades están en la manera de ordenar den­
tro del todo este todo subalterno, de suerte que no altere la
constitución general al afirmar la suya [...]»32°. El gobierno
es un cuerpo artificial, es decir, una nueva mediación políti­
ca, entre el soberano y el Estado321 y su creación y forma­
ción se encuentra en las manos del soberano. No obstante,
Rousseau insiste en que este cuerpo no es un contrato a tra­
vés del cual el pueblo se somete a unos jefes: «Es tan sólo
una comisión, un empleo en el cual, como simples funcio­
narios del soberano ejercen en su nombre el poder de que
les ha hecho depositario, y que él puede limitar, modificar y
volver a tomar cuando le plazca, siendo como es la enajena­
ción de tal derecho incompatible con la naturaleza del cuer­
po social y contrario a los fines de la asociación»322.
A través de esta concepción del gobierno, como señala
Muralt323, Rousseau rechaza emprender el camino que per­
mite a la filosofía política moderna afirmar la soberanía ab­
soluta del príncipe sin renunciar a la soberanía del principio

319 Cfr. ibídem, págs. 454-455 (ed. francesa, pág. 398-399).


320 Ibídem, pág. 455 (ed. francesa, pág. 399).
321 Cfr. ibídem, pág. 452 (ed. francesa, pág. 396).
322 Ibídem, pág. 452. El subrayado es mío (ed. francesa, pág. 396).
323 Cfr. A. Muralt. «La structure politique...», pág. 93.
del cuerpo social. En la distinción que hace entre soberanía
y gobierno y en el rechazo a cualquier forma de alienación
política es donde radica la verdadera aportación de Rous­
seau a la teoría política324. La idea de que la voluntad no
puede transmitirse es la que le sirve de fundamento para ne­
gar cualquier tipo de soberanía al gobierno.
No obstante, la labor ejecutiva de la magistratura puede
desempeñarse mejor o peor dependiendo de determinadas
cuestiones. Para nuestro filósofo, algunas circunstancias fa­
cilitarían enormemente la eficacia y el buen funcionamien­
to del ejecutivo. Un buen gobierno requiere: «Un estado
muy pequeño donde el pueblo sea fácil de congregar [...],
una gran sencillez de costumbres [...] igualdad en los rangos
y las fortunas [...] poco o nada de lujo [...]»325. No es difícil
observar que estos requisitos son, en realidad, las condicio­
nes de posibilidad de la democracia directa: posibilidad de
congregación de la asamblea, igualdad económica, ausencia
de corrupción... Estas múltiples condiciones, sin embargo,
para alcanzar su plenitud, deben integrarse en una condición
superior de carácter moral: la virtud326. Cualquier conquista
política o económica es insuficiente para Rousseau si no
está sustentada en la convicción moral. La virtud es un atri­
buto específico del estado social y sustituye, en cierto
modo, al concepto de bondad del estado natural: «El atribu­
to moral en sentido estricto del hombre evolucionado es la
vertu; al salvaje [...] le corresponde, por el contrario, la
bonté naturelle»2,21. Si la bondad natural (concebida como
ausencia de moralidad, es decir, como ignorancia del bien y
del mal) es el rasgo sobre el que se construye el estado de
naturaleza, la virtud (concebida como moral) es el rasgo ar-

324 Cfr. L. Colletti, op. cit., pág. 263.


325 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 460 (ed. francesa, pági­
na 405).
326 Ibídem, pág. 461 (ed. francesa, pág. 405).
327 I. Fetscher, «Filosofía moral y política en Jean Jacques Rous­
seau», Revista de Estudios Políticos, Madrid, 1979, pág. 10.
ticulador del estado social328. No puede haber pacto ni so­
ciedad que no esté basado en la virtud. La virtud es la socia­
lización en el interés general.
La teoría política de Rousseau expresa, de diversos mo­
dos, pero continuamente, la preocupación y el temor de que
el poder del pueblo sea constreñido o usurpado. En este sen­
tido, el magistrado, como individuo ejecutor de las funcio­
nes del gobierno, puede convertirse en un obstáculo para el
Estado. Veamos las razones: «Podemos distinguir en la per­
sona del magistrado tres voluntades esencialmente distintas.
Primero, la voluntad propia del individuo, que sólo tiende a
su proyecto particular; segundo, la voluntad común de los
magistrados, que se refiere únicamente al provecho del
príncipe y que puede llamarse voluntad de cuerpo... En ter­
cer lugar, la voluntad del pueblo o voluntad soberana, que es
general tanto con respecto al Estado considerado como un
todo como con respecto al gobierno considerado como par­
te del todo»329. Si el magistrado no quiere romper el buen
funcionamiento del Estado debe regular las voluntades que
coexisten en su persona de forma tal que «[...] la voluntad
particular o individual debe ser nula; la voluntad del cuerpo
propia del gobierno debe estar muy subordinada y, por con­
siguiente, la voluntad general o soberana ha de dominar
siempre y ser la regla única de todas las demás»330. Sin em­
bargo, el orden «natural» es el inverso, lo que significa que
existe una tendencia inevitable a que el interés particular se
despegue del interés general. Una vez más, vuelve el con­
flicto hombre-ciudadano. El reconocimiento doloroso de
este hecho es el que obliga al filósofo ginebrino a concebir

328 «La virtud consiste, por tanto, en el dominio que [...] ejerce el
individuo sobre sus pasiones, desarrolladas por medio de la sociedad.
Este dominio representa, al propio tiempo, su “libertad moral”, por me­
dio de la cual el individuo se emancipa de la determinación exterior de
las pasiones. El “yo” que aquí se libera no es el yo físicoy material, sino
el yo" moral que se hace visible (y se constituye) en, y a través de este
acto» (I. Fetscher, op. cit., pág. 19).
329 Ibídem, pág. 465 (ed. francesa, págs. 400-401).
330 Ibídem, pág. 457 (ed. francesa, pág. 401).
el poder distribuido en partes iguales entre todos los ciuda­
danos, con la convicción de que sólo la máxima distribución
del poder y la creación de mecanismos de control sobre las
instituciones políticas pueden frenar las tiranías.
Para Rousseau es una ley inexorable que la voluntad
particular obra constantemente contra la voluntad general y
que, debido a la misma ley, el gobierno obra contra la sobe­
ranía. Esta inexorabilidad consiste en que tarde o temprano
el gobierno oprimirá al soberano, es decir, se instaurará la
sujeción del pueblo y, por tanto, se destruirá el pacto social.
Cuando este hecho se produzca, la resistencia al poder y la
revolución contra la sujeción serán legítimas. El pesimismo
de Rousseau en lo que concierne a la salud y duración del
cuerpo político se apoya en la idea de que la voluntad par­
ticular tiende a destruir la voluntad general y, por tanto, al
cuerpo político: «Este es el vicio inherente e inevitable que
desde el nacimiento del cuerpo político tiende sin tregua a
destruirlo, lo mismo que la vejez y la muerte destruyen el
cuerpo del hombre»331. El cuerpo político, igual que el del
ser humano, «comienza a morir desde su nacimiento y lleva
en sí mismo las causas de su destrucción»332. Este pesimis­
mo le hace concebir la historia como oscurecimiento y, con­
secuentemente, como corrupción. El transcurrir de la histo­
ria pervierte al hombre no sólo en su apariencia, sino tam­
bién en su esencia. Esta concepción de la historia que puede
llevarle a calificar un cambio político como una decadencia
ha dado lugar a interpretaciones conservadoras de la obra
del ginebrino333. En cualquier caso, si bien la destrucción

331 Ibídem, pág. 476 (ed. francesa, pág. 421).


332 Ibídem, pág. 479 (ed. francesa, pág. 424).
333 «Rousseau no cree en el infierno, pero, en cambio, cree que la
pérdida de parecido es una desgracia esencial, mientras que permane­
cer semejante a sí mismo es una manera de salvar la vida, o al menos
una promesa de salvación. El tiempo histórico, que para Rousseau no
excluye la idea del desarrollo orgánico, queda cargado de culpabilidad;
el movimiento de la historia es un oscurecimiento, esresponsable de
una deformación más que de un progreso cualitativo. Rousseau entien­
de el cambio como una corrupción: en el curso del tiempo, el hombre
del cuerpo político es una ley inexorable, ello no obsta para
que se deba robustecer ese cuerpo y se intente frenar su ine-
evitable corrupción. De hecho, el modelo político rousseau­
niano contiene mecanismos orientados a retrasar ese proce­
so. La concepción de la historia en Rousseau, desde este
punto de vista, es cíclica. El transcurso de la historia apare­
ce como un continuo empezar. La corrupción sobreviene
cuando el gobierno usurpa la soberanía y, por tanto, el Esta­
do se queda reducido a los estrictos límites del gobierno. Si
este hecho se produce: [...] el pacto social queda roto, y to­
dos los simples ciudadanos, devueltos por derecho a su li­
bertad natural, no están ya obligados a obedecer y sólo lo
hacen por la ftierza»334. Por tanto, la sujeción quiebra la le­
gitimidad del sistema político, y la resistencia al poder del
tirano se convierte en la nueva legitimidad.

Representación y diputados

La concepción de Rousseau respecto a la representación


y a los diputados está en consonancia con el resto de su teo­
ría política. Nuevamente el rechazo a la sujeción es la posi­
ción que marca su noción de representación. Como señala
Hanna F. Pitkin, la posición de un autor en todas estas cues­
tiones está estrechamente vinculada con su concepción de la
vida política, es decir, con la metapolítica335. Para Rousseau,
el papel de los diputados sólo puede definirse desde la abso­
luta reafirmación del poder del pueblo y, por tanto, de la so­
beranía: «La soberanía no puede ser representada, por la
misma razón que no puede ser enajenada; consiste esencial­
mente en la voluntad general, y la voluntad no se représen­

se desfigura y se pervierte. No es solamente su apariencia, sino su mis­


ma esencia lo que se hace irreconcible» (J. Starobinski, La transparen­
cia y el obstáculo, pág. 27).
334 J. J. Rousseau, El contrato social, págs. 477-478 (ed. francesa,
pág. 423).
335 Cfr. H. F. Pitkin, El concepto de representación, Madrid, Centro
de Estudios Constitucionales, 1985, pág. 159.
ta: o es ella misma o es otra; en esto no hay término medio.
Los diputados del pueblo no son, pues, ni pueden ser sus re­
presentantes; son tan sólo sus delegados; no pueden con­
cluir nada definitivamente»336.
Como se señalaba anteriormente, siguiendo a Hanna
F. Pitkin, la noción de representación no puede ser desliga­
da de la metapolítica, es decir, de la cosmovisión de cada
autor. En este sentido, la representación no solamente es cri­
ticada por lo que supone de sujeción en el contexto estricta­
mente político, sino también por otro aspecto esencial del
pensamiento rousseauniano: la noción de apariencia. Si la
apariencia se puede definir como una cosa que parece y no
es, y la representación «significa hacer presente algo que,
sin embargo, no está presente en el sentido literal»337, es cla­
ro que entre ambos conceptos existe cierta relación; la críti­
ca a las apariencias tiene el mismo fundamento que la crí­
tica a la representación. La apuesta del ginebrino es por la
verdad, la autenticidad y la transparencia. En esta dirección,
la representación no es más que un simulacro con el objeti­
vo de esconder lo auténtico. La idea de representación, en
consecuencia, se constituye en máscara de la voluntad del
pueblo y, por tanto, no tiene más valor que el de ocultar la
voluntad general y sustituirla por otra voluntad que posee la
apariencia de ser legítima aun cuando lo único que hace es
obstaculizar el ejercicio de la auténtica voluntad. La crítica
a la idea de representación, al igual que a la de apariencia,
tiene un único móvil: el rechazo inequívoco a la hete-
ronomía. Todo poder político legítimo debe estar sometido
al pueblo, a la voluntad general. La representación política
priva de libertad a los ciudadanos: «Sea lo que quiera, des­
de el instante mismo en que el pueblo nombra representan­
tes, deja de ser libre, deja de ser tal pueblo»338.

336 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 484 (ed. francesa, 429-


430).
337 H. F. Pitkin, op. cit., pág. 157.
338 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 486 (ed. francesa, pági­
na 431).
Rousseau no puede contemplar la representación sino
como una forma política del sistema feudal: «La idea de los
representantes no es moderna; procede del gobierno feudal,
de ese inicuo y absurdo gobierno en que se degradó la espe­
cie humana y el título de hombre se deshonró»339. La crítica
a la representación es asimismo una acusación moral a la
sociedad de su tiempo. Rousseau cree en la necesidad de
que los individuos se movilicen para constituirse en sujetos
morales y políticos. La representación es una dejación del
deber moral del sujeto. En este sentido, sus escritos políticos
constituyen una apelación a la responsabilidad, al ejercicio
constante de la voluntad política y moral. El hombre civil
rousseauniano debe vivir en una especie de revolución per­
manente, su voluntad debe ejercerse continuamente y sin
descanso, con el único fin de servir a la voluntad general, es
decir, a sí mismo: «El enfriamiento del amor a la patria, la
actividad del interés privado, la inmensidad de los Estados,
las conquistas, el abuso del gobierno han hecho concebir la
solución de los diputados o representantes del pueblo en las
asambleas de la nación. Es lo que en algunos países se lla­
ma el tercer estado»340. El modelo político rousseauniano se
fundamenta en la absoluta dedicación de los ciudadanos a la
vida pública. Rousseau opone lo privado a lo público: lo pú­
blico es el espacio del bien. La buena constitución del Esta­
do requiere la primacía de lo público sobre lo privado y del
ciudadano sobre el hombre: «Cuanto mejor constituido se
halla el Estado, más prevalecen los asuntos públicos sobre
los privados»341.
En la política rousseauniana hay oposición entre demo­
cracia y representación: ambos términos se excluyen. La se­
gunda niega a la primera. Sin embargo, hay que tener en
cuenta «[...] que el concepto de representatividad, tal como
se utiliza en el estado contemporáneo, no había sido descu­
bierto en tiempos de Rousseau, por más que la práctica in­

339 Ibídem, pág. 485 (ed. francesa, pág. 430).


340 Ibídem, pág. 484 (ed. francesa, pág. 429).
341 Ibídem, pág. 484 (ed. francesa, pág. 429).
glesa le asemejase»342. La teoría política de Rousseau está
dominada por la idea de que la soberanía no puede transfe­
rirse. El rechazo a la enajenación de la voluntad, el someti­
miento radical de todos los poderes al pueblo, la absoluta
negación de «toda» sujeción, domina su teoría política.
Rousseau no cree en la representación legislativa, en la me­
dida en que ésta significa «querer por otros» y, obviamente,
ninguna persona puede querer algo por otra. No existe ga­
rantía alguna para suponer que deban coincidir la voluntad
del representante y la voluntad del representado. Dado que
esta coincidencia no existe, entonces no hay representación,
sino dominio343.

La democracia directa
Tanto el gobierno como los representantes deben estar
sometidos al soberano y a la voluntad general; pero como se
ha visto anteriormente, tras la soberanía y la voluntad gene­
ral está únicamente el pueblo y sólo éste es el sujeto del sis­
tema político rousseauniano. El único poder legítimo es,
pues, el del pueblo que, al autodotarse de un yo común, se
convierte en un todo soberano. Sus actos se expresan a tra­
vés de la voluntad general. Pero, ¿cuál es el modo de expre­
sión de la voluntad general? ¿Cuál es el instrumento que le
permite al pueblo expresarse y legislar sobre sí mismo?:
«No teniendo el soberano más fuerza que el poder legislati­
vo, sólo obra por medio de leyes, y no siendo las leyes sino
actos auténticos de la voluntad general, sólo puede actuar el
soberano cuando el pueblo está reunido. ¡El pueblo reuni­
do!, se dirá. ¡Qué quimera! Es una quimera hoy día, pero no
lo era hace dos mil años. ¿Han cambiado los hombres de na­
turaleza?»344. La democracia directa es, pues, el régimen

342 M. Tuñón de Lara, «Prólogo» al Contrato Social, Madrid, Espa-


sa-Calpe, 1991, págs. 11-33, cita en pág. 19.
343 Cfr. H. F. Pitkins, op. cit., págs. 229-230.
344 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 480 (ed. francesa, pági­
na 425).
político bueno para Rousseau. «Idealmente un solo régimen
político es defendible y bueno, en términos modernos: la
democracia directa. Es decir, un régimen donde el poder so­
berano es ejercido por el pueblo345. La idea central es que el
soberano sólo puede actuar cuando el pueblo está reunido.
Sin embargo, los problemas comienzan a aparecer cuan­
do se pasa del espacio normativo al espacio práctico, del te­
rreno del deber ser al ser. En otras palabras: ¿cuándo debe
reunirse el pueblo? La primera puntualización de Rousseau
es la siguiente: el ejercicio de la voluntad política del ciuda­
dano no cesa cuando se ha establecido la constitución del
Estado y cuando se ha designado el gobierno. Estos aconte­
cimientos políticos extraordinarios no sólo no agotan la vida
pública, sino que son únicamente su inicio. En efecto: «No
basta que el pueblo reunido haya dejado establecida la cons­
titución del Estado sancionando un cuerpo de leyes. No bas­
ta que haya designado un gobierno perpetuo ni que haya
atendido de una vez por todas a la elección de los magistra­
dos. Además de las asambleas extraordinarias que casos im­
previstos puedan exigir, es preciso que haya otras fijas y pe­
riódicas [,..]»346. Es decir, no es condición suficiente el pac­
to de asociación como fundamento absoluto del modelo
político rousseauniano; como se ha dicho, es sólo su co­
mienzo. Después los ciudadanos deben revalidar el sistema
político periódicamente. Tiene que haber una estrecha cone­
xión entre la fundación del régimen político y su manteni­
miento. Ese es el papel de la asamblea.
Cuando el pueblo está reunido el poder del gobierno
cesa. En ese momento, el ciudadano alcanza su mayor ple­
nitud. Se convierte en sujeto absoluto de su destino históri­
co. La idea de sujeto alcanza su mayor apogeo. Para Rous­
seau, las asambleas del pueblo son la columna del Estado y

345 Ch. Eisenmann, «La cité de Rousseau», en Pensée de Rousseau,


París, Seuil, 1984, págs. 95-107, cita en pág. 95 (la traducción es nues­
tra).
346 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 481 (ed. francesa, pági­
na 426).
el espacio privilegiado del ciudadano. ¡Qué terror experi­
mentan los jefes disfrazados de magistrados cuando se reú­
ne la asamblea!: «Estos intervalos de suspensión en que el
príncipe reconoce o debe reconocer un superior actual han
sido siempre temibles para él, y las asambleas del pueblo,
que son la égida del cuerpo político y el freno del gobierno,
han sido en todo tiempo el terror de los jefes [...]»347. Pero,
¿cuál debe ser la frecuencia con que debe reunirse el pue­
blo? Rousseau señala que no existen reglas concretas al res­
pecto, salvo una: la frecuencia de las asambleas debe au­
mentar proporcionalmente al aumento de fuerza del gobier­
no348. Toda la estructura política del Estado tiene como
finalidad evitar la debilidad del pueblo frente a las institu­
ciones.
Rousseau, que en este asunto de la democracia directa,
no elude los problemas, se pregunta cómo puede reunirse
todo un pueblo en una sola asamblea. La respuesta es que la
autoridad soberana no puede dividirse entre varias ciudades
ni tampoco concentrarse siempre en la misma349. El pueblo
debe reunirse a la vez, como condición inexcusable de su le­
gitimidad como soberano. Lo ideal sería que los estados
fiiesen pequeños. Su modelo, sin duda, es Ginebra. Pero los
estados grandes existen y, pese a ello, también la democra­
cia directa es el modelo. La solución es ésta: «si no puede
reducirse el Estado a justos límites, queda todavía un recur­
so, y es no consentir que tenga capital, hacer que resida el
gobierno por tumo en cada una de sus ciudades y reunir en
ellas también alternativamente a los Estados del país»350.
Esta sería la solución ideal, aunque, dado el problema de es­
pacio y de número, existe una solución no deseada, pero, en
algunos casos, necesaria y que se ha señalado anteriormen­
te: los delegados: «Pero entre la autoridad soberana y el go-

347 Ibídem, pág. 483 (ed. francesa, pág. 428).


348 Cfr. ibídem, pág. 481 (ed. francesa, pág. 426).
349 Cfr. ibídem, págs. 481-482 (ed. francesa, págs. 426-427).
350 Ibídem, pág. 482 (ed. francesa, pág. 427).
biemo arbitrario se introduce a veces un poder intermedio
del que es menester hablan)351.
Se ponía de manifiesto al inicio de este apartado que la
democracia directa es el mejor sistema político para Rous­
seau. La razón radica en que éste es el único sistema que
salvaguarda la libertad del ciudadano. Es la única forma en
que la voluntad general puede ser expresada. Sin asamblea
no hay soberanía ni voluntad general. La asamblea tiene una
cualidad: la de aunar las voluntades particulares; para Rous­
seau, las voluntades se hacen «más activas a medida que se
concentran»352. En la asamblea se logra que la suma de las
voluntades se exprese como una sola, es decir, la asamblea
es el nexo directo entre las voluntades individuales y la vo­
luntad general. Pero ¿cómo saber que las voluntades parti­
culares están conforme con la voluntad general? La única
forma de saberlo es a través de los libres sufragios del pue­
blo353. El pueblo debe expresarse libremente sin mediacio­
nes de grupos políticos, económicos ni de cualquier otro
tipo. El Estado rousseauniano tiene una vocación evidente
de integración del pueblo y de igualdad.
En definitiva, debe señalarse que todas las formas polí­
ticas del Estado rousseauniano apuntan hacia la unidad so­
cial. La primacía de los intereses particulares, de las clases
sociales o de grupos guiados por intereses no generales
quiebran su modelo de Estado y de sociedad. No obstante,
hay que subrayar que su sistema político no se quiebra por­
que existan intereses particulares en la asamblea, siempre
que dichos intereses sean individuales. La existencia de in­
tereses particulares individuales no constituyen un peligro
grave para el Estado, puesto que pueden neutralizarse entre
sí. La amenaza para la unidad del Estado surge cuando los
intereses particulares se estructuran en un grupo: «Después
de haber temido a los jesuítas, temí a los jansenistas y a los
filósofos. Enemigo de todo cuanto lleva el nombre de parti­

351 Ibídem, pág. 483 (ed. francesa, pág. 428).


352 Ibídem, pág. 457 (ed. francesa, pág. 401).
353 Cfr. ibídem, pág. 495 (ed. francesa, pág. 439).
do, facción o cábala, jamás he esperado nada bueno de las
personas que a ellos pertenecen»354. En este sentido, la exis­
tencia de las clases sociales destruye el cuerpo político.
Cuando la asamblea expresa intereses contrapuestos co­
mienza el declive del Estado: «Cuanto más reina el concier­
to en las asambleas, es decir, cuanto más se acercan las opi­
niones a la unanimidad, más predominio tiene la voluntad
general; pero los largos debates, las disensiones, el tumulto,
anuncian el ascendiente de los intereses particulares y la de­
cadencia del Estado [...]. Esto parece menos evidente cuan­
do entran dos o más clases en su constitución [...]; pero esta
excepción es más aparente que real, porque entonces, a cau­
sa del vicio inherente al cuerpo político, hay, por decirlo así,
dos estados en uno; lo que no es verdad de los dos juntos lo
es de cada uno por separado»355.
Rousseau reconoce que la voluntad general puede no ser
aceptada por la totalidad de la asamblea e, incluso, que la
voluntad general puede no coincidir con los sufragios de
una asamblea. El reconocimiento de que incluso todos los
ciudadanos pueden equivocarse abre el paso a la posible di­
sociación entre voluntad general y voto. Este hecho político
constituye, sin duda, una fisura dentro del sistema democrá­
tico rousseauniano, puesto que ni todo el voluntarismo polí­
tico puede evitar la aparición de esta amenazadora dualidad.
La fisura aparece cuando los resultados de los sufragios
contradicen el voto concreto de determinados ciudadanos.
Formulado de otra forma: cuando los votos de ciertos ciuda­
danos son contrarios a la mayoría ¿conservan éstos su liber­
tad?: «¿Cómo puede ser un hombre libre y estar obligado a
conformarse con voluntades que no son las suyas? Si los
que se oponen son libres ¿cómo pueden verse sometidos a
las leyes a las cuales no han dado su consentimiento? [...].
El ciudadano consiente en todas las leyes, aun en aquellas
que se han aprobado a pesar suyo, e incluso en las que le

354 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 480.


355 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 495 (ed. francesa, pági­
na 439).
castigan si osa violar alguna. La voluntad constante de todos
los miembros del Estado es la voluntad general, ya que por
ella son ciudadanos y libres. Cuando se propone una ley en
la asamblea del pueblo, lo que se les pregunta no es precisa­
mente si aprueban la proposición o si la rechazan, sino si es
conforme o no a la voluntad general que es la suya; cada
uno, al emitir su voto, expone su parecer sobre el particular
y del posterior escrutinio se deduce la declaración de la vo­
luntad general. Así pues, cuando es la opinión contraria a la
mía la que prevalece, eso no demuestra otra cosa sino que
yo estaba equivocado y que lo que tenía por voluntad ge­
neral no lo era»356. La no aceptación de quiebras en su es­
quema político, concebido éste como instrumento de rena­
turalización, conduce a Rousseau a posturas un tanto tota­
litarias. La afirmación de que un individuo es libre aun
cuando no da su consentimiento a leyes que después legis­
larán sobre sí mismo expresa la no aceptación por parte de
Rousseau de dualidades en el espacio político.
Pero ¿qué ocurre cuando un grupo de individuos se se­
para de la voluntad de la mayoría?: «todo cuanto define la
voluntad general sigue estando en la mayoría; cuando deja
de estar en ella, se tome el partido que se tome ya no hay li­
bertad»357. La defensa de la ley de la mayoría como expre­
sión de la voluntad general profundiza la fisura que se aca­
ba de señalar y, además, contradice el principio ético que
subyace a la elección de la democracia directa como sistema
político ideal. La tesis normativa de Rousseau de que la de­
mocracia directa debe asegurar la libertad y la autonomía de
los miembros de la sociedad entra en evidente conflicto con
la ley de la mayoría, puesto que esta ley arruina la tesis de la
total libertad del individuo y significa, en cierto modo, la
exclusión de la soberanía total del individuo358. Como seña­
la Eisenmann, Rousseau abandona la idea de la universali­
dad de la ley y se contenta con la ley de la mayoría.

356 Ibídem, págs. 496-497 (ed. francesa, págs. 440-441).


357 Ibídem, pág. 497 (ed. francesa, pág. 441).
358 Ch. Eisenmann, op. cit., pág. 99.
Esta aceptación de la ley de la mayoría quiebra el ideal
de unidad del modelo político rousseauniano constituye su
primera gran fisura; la segunda, la exclusión de la mujer
como sujeto político, constituirá la quiebra definitiva de su
concepción democrática. La idea de que el Estado puede le­
gislar legítimamente, por un lado, sin el consentimiento de
una parte de los ciudadanos y, por otro, excluyendo del es­
tatuto de ciudadanía a la mitad de los individuos de la socie­
dad rompe la universalidad no sólo de la ley, sino también
de su sistema político.

La ig u a l d a d

La subsunción de la teoría política rousseauniana en lo


que se ha llamado corriente democrática se debe no sólo a
su rechazo del pactum subjectionis en la formación del con­
trato, sino también a dos aspectos de su teoría. En primer lu­
gar, a su definición de la libertad del individuo como auto­
nomía total, no meramente formal, y, en segundo lugar, a su
conceptualización de la igualdad política y a su crítica de la
desigualdad económica. El modelo contractual rousseaunia­
no tiene su propia especificidad al considerar que la propie­
dad debe tener unos límites concretos: ésta no debe exten­
derse a la persona del individuo. La noción de consenti­
miento no puede servir para que un individuo se convierta
en esclavo. Un individuo no es libre para decretar su propia
esclavitud. De esta forma, Rousseau se aparta de los pensa­
dores liberales y queda fuera de lo que Macpherson359 deno­
mina el «individualismo posesivo». La primera reflexión
útil para situar el problema de la igualdad y también de la li­
bertad en Rousseau viene marcada por el hecho que acaba­
mos de mencionar360. La segunda está relacionada con su

359 Cfr. C. B. Macpherson, La teoría política del individualismo po­


sesivo. De Hobbes a Locke, Barcelona, Fontanella, 1970.
360 Si Rousseau no considera legítimas todas las formas de propie­
dad, pues, como es sabido, la posesión de grandes propiedades o gran­
forma de concebir la política. Los mecanismos de articula­
ción de la sociedad no son sólo jurídicamente formales, sino
que también, y sobre todo, son mediaciones de la voluntad.
La unidad social del modelo rousseauniano no viene a tra­
vés del mercado, sino a través del Estado. De ahí surgen las
mediaciones que articulan la unidad social.
El problema de la dicotomía igualdad/desigualdad en
Rousseau debe ser abordado desde ámbitos muy diversos
porque éste es uno de sus temas de reflexión central. Inclu­
so me atrevería a decir que todos convergen en él. Desde sus
reflexiones antropológicas hasta las económicas hay un lar­
go recorrido, en el que no está excluido su propio problema
personal: «Conocí más que nunca, y por una experiencia
constante, que toda asociación desigual es siempre desfavo­
rable a la parte débil»361. Sin embargo, en este apartado, nos
centraremos en dos desarrollos de esa noción: el político y
el económico.
La idea de igualdad como una de las expresiones políti­
cas y económicas del concepto de razón está en el centro de
la Ilustración. La gran aportación del Siglo de las Luces es
la universalización de la razón —cada individuo es un suje­
to de razón. Todos los individuos, como sujetos de razón,
tienen los mismos derechos y las mismas obligaciones. En
este sentido, la génesis de igualdad reposa en las teorías ius-
naturalistas. No obstante, la noción abstracta de igualdad
puede definirse desde ámbitos diversos: igualdad política,
igualdad económica, igualdad entre razas, igualdad entre los
géneros [...] La Revolución Francesa nos hablará de todas
esas igualdades o, mejor dicho, de todos esos combates por
la igualdad. Pero la realización práctica de este presupuesto
ético es reclamada desde presupuestos teóricos, políticos y
vitales muy distintos. El problema de la realización de la
igualdad se plantea con toda tensión a la hora de fijar los li­

des fortunas, a su juicio, apunta a la disolución del Estado, en menor


medida tampoco puede considerar legítimo que un individuo sea pro­
pietario de una persona.
361 J. J. Rousseau, Las confesiones, pág. 434.
mites. Dicho de otra forma, la cuestión radica en saber so­
bre qué espacios debe operar la igualdad ya a quienes debe
alcanzar.
Parece que los límites que fijó buena parte del pensa­
miento ilustrado no fueron excesivamente amplios. De he­
cho, la frialdad y el encono subyacente con que fue recibido
el Segundo discurso de Rousseau expresan con cierta apro­
ximación cuál era la situación: «De esta meditación resultó
el Discurso sobre la desigualdad, obra que agradó mucho a
Diderot más que todos mis demás escritos, y para la cual me
sirvieron de mucho sus consejos, pero que halló muy pocos
lectores que lo entendiesen en toda Europa, y ninguno que
quisiera hablar de ella. Había sido escrito para optar al pre­
mio; así, pues, lo remití, aunque estaba seguro de antemano
de que no lo obtendría, y sabía muy bien que los premios de
las Academias no fueron fundados para obras de este géne­
ro»362. A la vista, desde luego, de lo que ocurrió no sólo en
la Revolución Francesa, sino también en los siglos xixyxx
es fácil asentir con Amelia Valcárcel en que «da la impre­
sión de que la parte no asumida, inasible del proyecto ilus­
trado es la igualdad»363. El problema es antiguo y no tiene
visos de resolverse. Rousseau extendió la igualdad mucho
más allá de lo que lo hicieron los pensadores liberales, pero
con un límite específico: la igualdad sólo alcanzará a «los
iguales». La apelación a la igualdad es una de las ideas fuer­
tes de Rousseau. Sin embargo, su espacio de aplicación sólo
se extiende a quienes participaron en el pactum societatis,
es decir, a los varones. Propugnó, indudablemente, una so­
ciedad de individuos iguales, pero con una pequeña salve­
dad que se analizará más adelante: la mitad de la especie no
formaba parte de la categoría de los iguales. La igualdad
sólo alzanzaba a los sujetos del pacto, a los individuos.
Desde un punto de vista político, la igualdad suige tras
el establecimiento del pacto social: «El pacto social estable­

362 J. J. Rousseau, Las confesiones, pág. 33.


363 A. Varcárcel, «Del miedo a la igualdad». Ponencia inédita pre­
sentada al Congreso de Filósofos Jóvenes.
ce entre los ciudadanos una igualdad de tal naturaleza que
todos se comprometen bajo las mismas condiciones y deben
disfrutar de los mismos derechos. Así, en virtud de la natu­
raleza del pacto, todo acto de soberanía, es decir, todo acto
auténtico de la voluntad general, obliga o favorece por igual
a todos los ciudadanos, de suerte que el soberano conoce
sólo el cuerpo de la nación y no distingue a ninguno de los
que le componen»364. El pacto social crea un cuerpo único
de ciudadanos iguales, crea una fraternidad: «[...] el sobera­
no jamás tiene derecho a exigir de un súbdito más que de
otro, porque entonces, al tomar el asunto carácter particular,
su poder deja de ser competente»365. En el Proyecto de
Constitución para Córcega, Rousseau habla de la igualdad
como de una ley fundamental del Estado y funda su legiti­
midad en su misma génesis: «La ley fundamental de vues­
tra Constitución debe ser la igualdad...; todo debe ser igual
por nacimiento»366. El propósito rousseauniano de no con­
trariar a la naturaleza es el argumento que sirve una vez
más para buscar la justificación de su demanda política: la
naturaleza nos hizo iguales y el Estado debe recuperar esa
igualdad, aunque sea desde presupuestos radicalmente dis­
tintos. Tras esta argumentación se encuentra asimismo una
crítica radical a los privilegios de la aristocracia del Anti­
guo Régimen.
La igualdad es un elemento tan importante y decisivo
dentro del modelo político rousseauniano que se erige en
condición de posibilidad de la existencia de la libertad: «Si
se inquiere en qué consiste exactamente el mayor bien de to­
dos, que debe ser el fin de todo sistema de legislación, se
hallará que se reduce a dos objetos principales: la libertad y
la igualdad. La libertad, porque toda dependencia particular

364 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 427 (ed. francesa, pági­


na 374).
365 Ibídem, pág. 428 (ed. francesa, pág. 375).
366 J. J. Rousseau, Proyecto de Constitución para Córcega. Consi­
deraciones sobre el Gobierno de Polonia y su proyecto de reforma, Ma­
drid, Tecnos, 1988, pág. 13 (ed. francesa, págs. 909-910).
es fuerza que se quita al cuerpo del Estado; la igualdad, por­
que la libertad no puede subsistir sin ella»367. La noción de
igualdad, entendida ésta como igualdad social que no se rea­
liza en la libertad individual, sino en la libertad colectiva es
el valor primario que concede toda su significación ideoló­
gica a la teoría política rousseauniana368.
Recapitulando, podemos decir que la libertad y la igual­
dad política aparecen con y por el pacto social y que la legi­
timidad de tal acontecimiento político radica en la idea de
igualdad natural. Este es, pues, uno de los hilos conducto­
res, sino el principal, entre el estado de naturaleza y el esta­
do social. Al mismo tiempo, la igualdad no puede expresar­
se con plenitud si no va acompañada de la libertad. Rous­
seau identifica la soberanía con la libertad. En efecto, el
pacto de asociación hace libres a los varones de una forma
inmediata. Pero la soberanía se expresa a través de las leyes,
cuya finalidad debe ser la de establecer la igualdad: «Por
una parte, el soberano sólo actúa por leyes, pero, por otra
parte, la legislación tiene por objeto mantener la igualdad,
contra la fuerza de las cosas sin lo cual ya no tendría liber­
tad»369. De esta forma, la libertad es una quimera para
Rousseau si no va acompañada de la igualdad. Sin duda,
para el ginebrino, la otra cara de la libertad es la igualdad.
Sin embargo, es conveniente precisar más el término de
igualdad en su vertiente económica: «[...] respecto a la
igualdad, no hay que entender por esta palabra que los gra­
dos de poder y riqueza sean absolutamente los mismos, sino
que, tocante al poder, se mantenga al margen de toda violen­
cia y no se ejerza nunca más que en virtud de la jerarquía y
de las leyes; y en cuanto a la riqueza, que ningún ciudadano
sea bastante opulento para poder comprar a otro, y ninguno
tan pobre como para verse obligado a venderse. Lo cual su­
pone, por parte de los grandes, moderación de bienes y de

367 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 444 (ed. francesa, pági­


na 391).
368 N. Bobbio, op. cit., pág. 126.
369 R. Derathé, «Souveraineté...», pág. 119.
crédito, y por parte de los pequeños, moderación de ansia y
codicia»370. Este texto es revelador porque vincula la
violencia a la igualdad. Rousseau, como ya se subrayó ante­
riormente, sitúa la violencia entre el estado de naturaleza y
el estado social, más concretamente en el último estadio del
estado de naturaleza y señala que el pacto que se estableció
al final de ese proceso se hizo sobre la violencia, es decir,
los poderosos establecieron su poder sobre los débiles trans­
formando dicha violencia en derecho. Las raíces de la desi­
gualdad, por tanto son tan antiguas como la misma socie­
dad. Por este motivo, no pactar desde la violencia presupo­
ne que la desigualdad está excluida inicialmente de la vida
social.
Pero la igualdad deseada por Rousseau no se reduce úni­
camente al espacio político, sino que debe ser ampliada, en
la medida de lo posible, al espacio económico. En el Pro­
yecto de Constitución para Córcega, Rousseau hace una crí­
tica moral al dinero y al comercio. Esta crítica aparece tam­
bién en las Consideraciones sobre el Gobierno de Polonia y
su proyecto de reforma y es matizada en el Discurso sobre
la economía política. Pero donde, probablemente, esta críti­
ca alcanza mayor virulencia es el famoso prólogo a Narciso.
Para Rousseau, la idea de desigualdad tiene una génesis his­
tórica evidente: la igualdad era uno de los rasgos del estado
de naturaleza. De esto se desprende que la desigualdad es
un hecho social. Pero, además de la igualdad, existía otro
rasgo que definía el estado natural: la unidad del individuo
consigo mismo, la ausencia de alienación. En este último
sentido, el desarrollo de la desigualdad ha significado el de­
sarrollo de la alienación del individuo. La alienación no es
solamente el imperio de la sujeción política, sino también el
de la sujeción económica. La igualdad rousseauniana des­
borda los límites de la formalidad para adentrarse en una
crítica de la sociedad mercantil. Sin embargo, el problema
de la igualdad/desigualdad, como se ha señalado, tiene mu­

370 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 444 (ed. francesa, pági­


nas 391-392).
cho que ver con el problema de la unidad. La desigualdad
social profundiza y exaspera la dualidad íntima que padece
el ser humano a causa de la socialización y se convierte en
la causa más importante de dicha dualidad. Rousseau ve
necesario recomponer a un sujeto dual y a una sociedad de­
sigual. Pero ¿cuál será el sistema de recomposición? En este
punto se produce una agria disputa con toda la reflexión li­
beral contemporánea de Rousseau. Los pensadores liberales
encuentran que la unidad social sólo tiene un camino: el de­
sarrollo del interés y, consecuentemente, de la competencia.
Es decir, el mercantilismo es lo que proporciona unidad a la
sociedad. Rousseau, por el contrario, rechaza la competen­
cia, como elemento fundante de la sociedad, y el progreso.
El interés es percibido por nuestro filósofo como un cáncer
que destruye la verdadera unidad social. La unidad que pro­
porciona el mercantilismo a la sociedad es analizada por
Rousseau como una falsa unidad. ¿Cómo es posible la con­
secución de la unidad a través de la oposición de intereses?
El dinero y el comercio generan desigualdad y constitu­
yen un germen de disolución del Estado. La necesidad de
dinero y la circulación de mercancías impide «... la consti­
tución de un Estado sólido y permanente»371. La unidad del
Estado peligra cuando el dinero y el comercio circulan li­
bremente porque sólo introducen desigualdad y pobreza372.
El dinero simboliza en la obra de Rousseau la expresión ex­
terna más siniestra del orden económico. Si la acumulación
del dinero desemboca siempre en la desigualdad económica
y mina los fundamentos morales de la sociedad, la relación
de Rousseau con el dinero es ambivalente. El dinero es bue­
no sólo si se tiene en cantidades moderadas y, por el contra­
rio, es malo cuando, sin tenerlo, hay que buscarlo. En este
último sentido, Rousseau critica la dependencia económica
al mecenas de tumo: «Tan convencido estoy de que el dine­

371 J. J. Rousseau, Proyecto de Constitución para Córcega, pág. 26


(ed. francesa, pág. 920).
372 Cfr. J. J. Rousseau, Proyecto de Constitución..., pág. 21 (ed.
francesa, pág. 916).
ro no se ha hecho para mí, que me avergüenza poseerlo y
mucho más servirme de él... pero mi situación precaria me
atemoriza. Amo la libertad y odio las molestias, fatigas y
embarazos. En tanto me queda algún dinero se halla a salvo
mi independencia y me evita tener que dedicarme a procu­
rármelo, necesidad que siempre tuve por horrible, y de aquí
que como tema quedarme sin él, lo oculte. El dinero que se
tiene es un instrumento de libertad, y de esclavitud el que se
busca»373. Por otra parte, el poco apego que dice tener Rous­
seau por el dinero quizá se deba a «que ninguno de mis gus­
tos dominantes puede adquirirse con dinero. Necesito goces
puros y el oro los envenena todos»374. Estos textos ponen de
manifiesto el ideal de austeridad en el esquema de vida
rousseauniano, aunque hay que señalar que la austeridad no
es sinónimo de escasez. En Rousseau el ideal es la austeri­
dad en medio de una abundancia moderada. El ideal de aus­
teridad aparece en múltiples ocasiones a lo largo de la obra
de Rousseau: la casa de Julia, la casa de los padres de Sofía
y, sobre todo, la casa de Madame de Warens. Nancy Arm-
strong llamará casa solariega al lugar en el que se desarrolla
el nuevo ideal de feminidad y el ideal económico de autoa-
bastecimiento375. La mujer que exalta Rousseau, la mujer
doméstica, tiene como función primordial moderar los ex­
cesos suntuarios de la aristoacracia y rechazar la cultura del
dinero a través de la austeridad y la frugalidad. Si en el esta­
do de naturaleza la edad de oro está representada por el es­
tado patriarcal, tiene lugar en la casa de Madame de Wa­
rens: «En casa de la señora de Warens no había la magnifi­
cencia que ya había visto en Turín; pero sí mucho aseo y una
abundancia patriarcal, que nunca se aviene con el faus­
to»376. El dinero enturbia la relación entre el sujeto y el ob­
jeto, rompe la inmediatez, introduce un elemento distorsio-

373 J. J., Rousseau, Las confesiones..., pág. 53.


374 Ibídem, pág. 51.
375 N. Armstrong, Deseo y ficción doméstica, Madrid, Cátedra,
1991, pág. 95.
376 J. J. Rousseau, Las confesiones..., 106, (el subrayado es mío).
nador en el deseo del individuo, trastoca el orden natural de
las cosas: «Menos me importa el dinero que los objetos,
porque entre aquél y la cosa deseada siempre se halla un in­
termediario; mientras que entre el objeto y el deseo que lo
desea no existe nada. Veo el objeto y me tienta; pero si no
veo más que el medio de poseerlo, ya no lo deseo»377.
El comercio, la industria, el lujo [...] son contemplados
por Rousseau como elementos fundamentales del mal378:
«[...] se apercibieron de que para mejor dominar al pueblo
era necesario darle gustos más independientes. De ahí la in­
troducción del comercio, la industria y el lujo [...]»379. Fren­
te a las teorías fisiócratas, Rousseau apuesta por una con­
cepción económica anacrónica: desea el fin de la economía
desarrollada de mercado y el regreso a una economía auto-
suficiente de pequeñas explotaciones agrícolas380. El autoa-
bastecimiento es el ideal económico rousseauniano: «Es ne­
cesario que todos vivan y que ninguno se enriquezca. Tal es
el principio fundamental de la propiedad de la nación [...].
Cada uno se esforzará por poseer en especie y mediante su
propio cultivo todas las cosas que le son necesarias en vez
de obtenerlas mediante intercambios [...]. Entre todos estos
movimientos de tráfico y de intercambios resulta imposible
que los vicios destructores no se deslicen en una nación»381.
Rousseau ve con claridad que la dependencia económica y
la carencia de recursos constituyen obstáculos en la conse­
cución de la libertad382.
Como señala Derathé, «Rouseeau se pronuncia por la
clase media»383. El ginebrino desea una sociedad compues­

377 Ibídem, pág. 52.


378 El mal en Rousseau siempre tiene la connotación de quiebra de
la unidad, tanto se refiera al individuo como a la sociedad.
379 J. J. Rousseau, Proyecto de Constitución..., pág. 21 (ed. france­
sa, pág. 916).
380 Cfr. L. Colletti, op. cit., pág. 227.
381 J. J. Rousseau, Proyecto de Constitución para Córcega..., pági­
na 31 (ed. francesa, 924-925).
382 Ibídem, pág. 5 (ed. francesa, pág. 903).
383 Cfr. R. Derathé, «Souveraineté...», pág. 123.
ta de pequeños artesanos o pequeños propietarios rurales, es
decir, una sociedad en la que no hay ni individuos muy ricos
ni muy pobres: postula una sociedad en la que no existan di­
ferencias materiales. Este ideal de «clase media» lo expresa
Rousseau en Las confesiones: «Nada más conforme a mi
carácter ni más propio para hacerme dichoso que la oscura
y tranquila posición de un buen artesano, sobre todo la de
ciertas clases, como la del grabador de Ginebra. Bastante
lucrativo para proporcionar una subsistencia cómoda, y
poco a propósito para con él enriquecerse [,..]»384.
La apelación constante a la igualdad y la crítica al dine­
ro y al comercio no le impiden, sin embargo, hacer una de­
fensa de la propiedad privada. En el Discurso sobre la eco­
nomía política no sólo dice con gran claridad que el funda­
mento del pacto social es la propiedad385, sino «que el
derecho de propiedad es el más sagrado de todos los dere­
chos de los ciudadanos, y es más importante, en ciertos as­
pectos, que la misma libertad [,..]»386. La defensa de la pro­
piedad, a ser posible la pequeña propiedad de la tierra, coe­
xiste en Rousseau con una crítica radical al desarrollo
económico capitalista: «¡Extraña y funesta constitución, en
la cual las riquezas acumuladas facilitan siempre los medios
de acumularlas en mayor medida, y en la cual le es imposi­
ble, al que nada posee, adquirir algo; en la que el hombre de
bien no cuenta con medio alguno para salir de la miseria; en
la que los más bribones son los más enaltecidos, y en la que
necesariamente hay que renunciar a la virtud para hacerse
hombre honrado!»387.
El pensamiento político de Rousseau es complejo por­
que se dirige críticamente en dos direcciones: por una parte,
al Antiguo Régimen y, por otra, a la sociedad capitalista. Al
mismo tiempo, esta doble crítica nos remite al punto más re-

384 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 57.


385 Cfr. J. J. Rousseau, Discurso sobre la economía política, Ma­
drid, Tecnos, 1985, pág. 45 (ed. francesa, págs. 270-271).
386 Ibídem, pág. 34 (ed. francesa, pág. 263).
387 J. J. Rousseau, «Prólogo» al Narciso (ed. francesa, pág. 969).
cúrrente de Rousseau: la unidad social. Todos sus textos
acerca de la desigualdad vuelven al mismo tema: la necesi­
dad de unidad social y el rechazo a que dicha unidad venga
de la sociedad mercantil. Ambas críticas convergen en una
única solución: la unidad no puede venir de ningún otro
lado que no sea el Estado. Estas dos críticas le colocan en
una situación de soledad y, en cierto modo, le privan de es­
pacio social. Situarse críticamente frente al Antiguo Régi­
men y al mismo tiempo frente a las comentes del progreso
económico significó para Rousseau quedarse sin lugar so­
cial. En su última parte, Las confesiones se vuelven tenebro­
sas y trágicas. Perseguido, viejo, rotos casi todos los lazos
de amistad, poseído de males inaginarios, Rousseau se que­
ja amargamente de no tener ni siquiera un lugar físico en el
que esconderse de sus enemigos. Pese a todo, la convicción
de que sus escritos pasarán a la posteridad no le abandonó ni
en sus peores momentos: «Hoy mismo que veo desarrollar­
se sin obstáculo la más negra, la más horrenda trama que ja­
más se ha formado contra la memoria de un hombre, mori­
ré mucho más tranquilo, seguro de dejar en mis escritos un
testimonio que triunfará, tarde o temprano, de las maquina­
ciones de los hombres»388.

El su je t o p o l ít ic o

Hasta ahora hemos señalado de qué modo la política se


configura como la alternativa global a los problemas que
padecen el hombre y la sociedad. Asimismo, hemos desta­
cado que el contrato social, siguiendo el esquema contrac-
tualista, constituye el fundamento del nuevo modelo
político rousseauniano en el sentido de la renaturalización.
También hemos subrayado la exclusión del pacto de suje­
ción en su teoría del Estado. Al mismo tiempo hemos anali­
zado la técnica política de El contrato social y, finalmente,

388 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 478.


observado que la democracia directa es el sistema político
ideal. La noción de democracia en Rousseau, es, sin duda,
compleja y, a veces, paradójica; debe sustentarse en la auto­
nomía individual y en la igualdad al mismo tiempo. Sin em­
bargo, hay elementos —ya nos hemos referido a algunos—
que no encajan, a primera vista, en el modelo político rous­
seauniano. ¿Quién es el sujeto político del sistema democrá­
tico? Aun en el supuesto de que la conclusión sea que su
modelo político carece de sujeto, ¿quién es el individuo que
pacta el contrato social?
La respuesta a estas cuestiones nos obligan a regresar al
capítulo II —«El estado de naturaleza y los límites de la
igualdad»— y recordar que el estado de naturaleza rousseau­
niano tiene diversos estadios: el estado de pura naturaleza es
un estado en el que no existe diferencia entre los sexos; sin
embargo, a partir de ese estadio comienza un proceso de
construcción social de los géneros masculinos y femenino.
Desde la era patriarcal hasta el estado de guerra tiene lugar
un proceso paulatino y creciente de asignación a la mujer
del espacio doméstico y de exclusión del espacio público. El
dato final que corona este recorrido es la no participación de
las mujeres en la guerra, que tiene lugar al final del estado
presocial y que inducirá a los hombres a realizar un pacto
desigual.
No hay que olvidar, como señala Bobbio, que el iusna­
turalismo es un modelo dicotómico en el que, entre el esta­
do de naturaleza y el estado social, debe haber una relación
lógica. La construcción del estado social ha de tener como
fundamento un modelo de estado natural y entre ellos debe
haber coherencia. La noción de estado de naturaleza de
Rousseau, leído en clave feminista, significa para las muje­
res un proceso creciente de dedicación a las tareas domésti­
cas. Más aún, las instituciones políticas que surgen al final
del estado de naturaleza son de uso exclusivo de los varo­
nes. En este estado ya se ponen las bases de lo que después
será la sociedad civil patriarcal, al dividirse éste en dos ám­
bitos diferenciados según géneros. A lo largo del estado de
naturaleza van formándose los géneros en función de una
diferencia sexual que, a partir del establecimiento del con­
trato social, se traducirá en diferencia política, diferencia
política que, en realidad, es diferencia entre libertad y suje­
ción389.
El sujeto del contrato social es el individuo que fue
emergiendo a lo largo del estado presocial. No obstante, hay
que señalar que aunque la categoría de individuo ofrece la
apariencia de ser sexualmente neutra, detrás se encuentra
siempre un varón. Pero esta aparente neutralidad no es patri­
monio exclusivo de Rousseau, sino de todos los contractua­
listas. Todos los teóricos del contrato subsumen a las muje­
res bajo la aparente universalidad sexualmente neutra de la
categoría de individuo390. Y ésta es la razón de que los con­
tractualistas no especifiquen el sexo del sujeto que pacta.
Sin duda, la construcción política contractualista tiene voca­
ción de universalidad como condición inexcusable de su le­
gitimidad. Esta vocación de universalidad es la que hace
que sus construcciones políticas funden un nuevo orden
para todos los individuos: un orden de libertad y de igual­
dad, especialmente en el caso de Rousseau.
Sin embargo, cuando la noción de ciudadanía ha de ser
concretada y especificada políticamente, ya no es tan fácil
esconder el sexo. En el Proyecto de Constitución para Cór­
cega aparecen tres clases de ciudadanía y en las tres clases
el sujeto siempre es explícitamente un varón. El primer acto
de la institución de la nación corsa «[...] debe ser un jura­
mento solemne prestado por todos los corsos de veinte años
o más, y todos los que presten tal juramento deben ser ins­
critos sin distinción en el número de los ciudadanos»391. Un
día después de realizado este juramento, todos los nacidos
en la isla que no tengan veinte años entrarán en la clase de
los aspirantes; pero «todo aspirante casado según la ley, que
posea algún bien independiente de la dote de su mujer, será

389 Cfr. C. Pateman, op. cit., pág. 19.


390 Ibídem, pág. 42.
391 J. J. Rousseau, Proyecto de Constitución para Córcega, pág. 25
(ed. francesa, pág. 919).
inscrito en la clase de los patriotas»2,92', ahora bien, «todo
patriota casado o viudo, que tenga dos hijos vivos, habita­
ción propia y un fundo de tierra suficiente para su subsisten­
cia, será inscrito en la clase de los ciudadanos»393. Este tex­
to clarifica aún más, si cabe, el sexo del individuo que pac­
ta; sin embargo, no se requieren grandes esfuerzos de
investigación para demostrar este hecho. El problema surge
cuando han de ser desvelados los mecanismos teóricos de
ocultación y legitimación del sesgo genérico en la determi­
nación del sujeto político.

La f r a t e r n id a d

El pensamiento contractualista, en cierta medida, se va


construyendo en abierta oposición a la teoría política medie­
val. Filmer es el representante utilizado por Locke y Rous­
seau para poner en tela de juicio la concepción del poder ab­
soluto de origen divino y el gobierno paternal. La teoría de
Filmer según la cual los hijos nacen bajo sujeción del padre
y, por tanto, bajo sujeción política, es decir, la idea de que el
derecho político se deriva del derecho paternal, es criticado
por Rousseau: «La más antigua de todas las sociedades y la
única natural es la familia. Así y todo, los hijos no permane­
cen vinculados al padre más que el tiempo en que precisan
de él para subsistir. En cuanto esta necesidad cesa, el lazo
natural se deshace. Una vez libres los hijos de la obediencia
que deben al padre, y exento el padre de los cuidados que
debe a los hijos, recobran todos igualmente su independen­
cia. Si luego continúan unidos, no es ya natural, sino volun­
tariamente, y la familia misma se mantiene sólo por conven­
ción»394.
Pero no sólo Rousseau, sino todo el contractualismo se

392 Ibídem, pág. 25 (ed. francesa, pág. 919).


393 Ibídem, pág. 25 (ed. francesa, pág. 919).
394 J. J. Rousseau, El contrato social..., pág. 402 (ed. francesa, pági­
na 352).
rebela contra el poder político patriarcal como fuente de le­
gitimación política y fundan el nuevo poder político sobre la
libertad e igualdad de cada individuo en relación con los de­
más. Los padres dejan de ser los creadores del poder políti­
co, que es trasladado a todos los individuos de la comuni­
dad. Como señala Pateman, el padre es metafóricamente
asesinado y todos sus hijos heredan la capacidad política del
padre asesinado. La sociedad de padres es sustituida por la
sociedad de los hermanos. En este sentido, el contrato es un
pacto fraternal en su origen395. Los hijos, que han despojado
del poder político a los padres, pactan como hermanos y se
constituyen en una fraternidad civil396. La comunidad frater­
nal de iguales que surge del pacto social da lugar, por una
parte, a una comunidad política nueva en la que la igualdad
y la libertad constituyen los primeros sustentos de la con­
cepción democrática de la vida política y, por otra, la conce­
sión con carácter de universalidad de los derechos políticos
a todos los varones supone una nueva forma histórica de pa­
triarcado. En este sentido, el pacto político que da lugar a la
comunidad fraternal es, sobre todo, el pacto patriarcal por
excelencia. Democracia y patriarcado son las dos nociones
entre las que transita el pensamiento político de Rousseau.
Sin embargo, el pensamiento político de Rousseau tiene
connotaciones específicas en lo que se refiere al patriarca­
do. El pacto político patriarcal no tiene el fundamento único
de la exclusión de las mujeres de la vida política, sino que,
además, dicha exclusión está apoyada por una concepción
abiertamente misógina de las mujeres. El poder político
debe pertenecer exclusivamente a los varones, pues las mu­
jeres, lo femenino, aparece en su pensamiento como el mal.
Esta conceptualización del poder y de lo femenino debe ser
insertada en el contexto histórico en el que escribió Rous­
seau. Celia Amorós ha distinguido, basándose en la teoría
de Sartre acerca de «los conjuntos políticos», diferentes mo­
dalidades de pactos patriarcales: «Los pactos patriarcales

395 Cfr. C. Pateman, op. cit., pág. 77.


396 Ibídem, pág. 78.
pueden tener, pues, diferentes grados de tensión sintética.
Desde este punto de vista, lo que hemos llamado “pactos se­
riales” corresponderían al grado de tensión sintética menor;
son los más laxos y la misoginia que les es correlativa se ex­
presa como violencia en forma de exclusión de las mujeres
no especialmente represiva: es más bien, [...] un “no tener
en cuenta”, constituyendo el topos de lo “no-pensado”.
Pero, en determinadas circunstancias —relacionadas, sobre
todo, con relevos históricos del poder patriarcal: conflictos
generacionales fuertes (situaciones revolucionarias)— estos
pactos pueden perder fluidez y estrechar sus mallas: nos en­
contramos, entonces, ante lo que Sartre ha llamado “el gru­
po juramentado”. Este tipo de grupo es un constructo prác­
tico que responde a una situación reflexiva del grupo en re­
lación con su propia constitución; la situación reflexiva se
produce a su vez bajo la presión de una amenaza exterior de
que el grupo se disuelva o se diluya como tal, de manera
que el propio grupo es percibido como condición sine qua
non del mantenimiento de la identidad, los intereses y los
objetivos de todos sus miembros»397.
El pensamiento político patriarcal de Rousseau se pro­
duce, precisamente, en un contexto histórico, de conflicto
generacional fuerte, desde el punto de vista de la polémica
con Filmer y su concepción del poder paternal. Su teoría
política es fuertemente crítica con el esquema político-
social de las monarquías absolutas. Rousseau, sin duda,
tomó parte importante, junto a los otros contractualistas, en
el relevo teórico del poder patriarcal y, posteriormente, su
pensamiento ofreció elementos importantes para la transfor­
mación política y patriarcal que tuvo lugar en la Revolución
Francesa.
Desde este punto de vista se podría decir que la comuni­
dad de iguales que genera el pacto social es un «grupo jura­
mentado» en sentido sartreano. En el Proyecto de Constitu­

397 C. Amorós, «Violencia contras las mujeres y pactos patriarca­


les», en V Maquieira y S. Sánchez (comp.), Violencia y sociedad pa­
triarcal, Madrid, Pablo Iglesias, 1990, págs. 39-53, cita en pág. 49.
ción para Córcega, la ciudadanía surge de un juramento
realizado por los varones que tienen más de veinte años398.
«El grupo juramentado, en la medida en que debe su consis­
tencia a la tensión práctica de todos y cada uno de los indi­
viduos que lo componen, no puede establecerse sino sobre
la base de la relación de “reciprocidad mediada”, como lo
diría Sartre, es decir, del libre pacto de fidelidad a la causa
común de cada cual en el que se ponen por testigos a todos
los demás [...]»399. En efecto, el pacto social patriarcal im­
plica que: «Cada uno de nosotros pone en común su perso­
na y todo su poder bajo la suprema dirección de la voluntad
general, y nosotros recibimos corporativamente a cada
miembro como parte indivisible del todo»400. La comunidad
de ciudadanos resultante del pacto social actúa como un
grupo juramentado cuya mediación es la voluntad general;
el grupo juramentado es, pues, una fraternidad de indivi­
duos iguales unidos entre sí: «Cada uno garantiza a cada
uno de los demás ante todos los otros su carácter [...] de ser­
vidor incondicional e insobornable de la causa común, y
que el grupo, por lo que a él concierne, quedará inmuniza­
do de toda posible traición en la misma medida en que él así
lo exige antes de los demás como de sí mismo, así como
exige a los otros que se lo exijan [...]. El juramento, pues,
tiene una estructura bifronte denominada por Sartre “Frater­
nidad-Terror”, haz y envés del compromiso contraído según
se mire desde el punto de vista de la libertad o de la necesi­
dad. La libertad de cada cual en tanto que entregada libre­
mente a todos los otros es la fraternidad; esta misma liber­
tad, en cuanto se ha negado a sí misma, bajo el control y la
coacción de todos los otros, la posibilidad de que el indivi­
duo “se vuelva otro” para el grupo es el Terror. Dicho de

398 J. J. Rousseau, Proyecto de Constitución para Córcega, pág. 25


(ed. francesa, pág. 919).
399 C. Amorós, «Violencia contra las mujeres y pactos patriarca­
les», pág. 51.
400 J. J. Rousseau, El contrato social, pág. 411 (ed. francesa, pági­
na 361).
otro modo: es la necesidad de ser lo que libremente se ha
querido ser bajo la amenaza de ser tratado por los proios
hermanos como enemigo»401. Esta estructura bifronte Fra-
temidad-Terror define el pacto social patriarcal rousseau­
niano. La voluntad general constituye la esencia de la frater­
nidad como máxima mediación entre los iguales mientras
que la censura constituye el principio del terror402. Pero
cuando la censura no es suficiente para neutralizar al disi­
dente, entonces sobreviene, sin más, el terror: «[...] todo
malhechor que vulnera el derecho social se hace con sus fe­
chorías rebelde y traidor a la patria, deja de ser miembro
suyo al violar sus leyes, e incluso puede decirse que le hace
la guerra. Entonces la conservación del Estado es incompa­
tible con la suya, es preciso que uno de los dos perezca, y
cuando se da muerte al culpable es menos como a un ciuda­
dano que como a un enemigo»403.
La noción de patriarcado rousseauniano no se agota en
el supremo pacto social patriarcal, sino que, además, este
pacto va unido a una concepción específica de lo femenino.
Si todo pacto patriarcal, como señala Celia Amorós, lleva
consigo correlativamente la reubicación y la recodificación
de las mujeres en un nuevo espacio, el pacto social patriar­
cal de Rousseau, debido a su propia estructuración interna
en forma de Fraternidad-Terror, ubicará a las mujeres en un
espacio de límites muy constreñidos y muy precisos y pro­
yectará en ese nuevo espacio femenino la estructura Frater­
nidad-Terror, exaltando, por una parte, la figura de la madre
y, por otra, la de la bruja, esta última en un sentido metafó­
rico: «El Terror es [...] la otra cara siniestra de la Fraternidad
y, estructuralmente, cabe por tanto esperar que le correspon­
derá una figura de lo femenino correlativa a la de la madre
de la Fratría. Pues bien: del mismo modo que se proyectaba
en un lugar simbólico la unidad práctica del grupo en cuan­

401 C. Amorós, op. cit., pág. 51.


402 I J. Rousseau, El contrato social pág. 515 (ed. francesa, pági­
na 459).
403 Ibídem, pág. 429 (ed. francesa, pág. 376).
to esquema regulador, tenderá a proyectarse asimismo la
precariedad e inconsistencia ontológica de esa misma uni­
dad práctica en algún ubi imaginario. Y si en la madre se
proyectaba la unidad como sello del pacto [...] el escurridi­
zo centro hemorrágico [...] se fijará de forma privilegiada
en un punto que pueda ser percibido como la encamación
misma de la Traición: en la Bruja. Si en los grupos jura­
mentados, en virtud de la dinámica infernal del Terror, se
desencadena de forma característica la “caza de brujas” en
sentido metafórico, lo es precisamente en la medida en
que existe la Bruja como analogado supremo planeando
constitutivamente sobre el pacto mismo en tanto que ame­
nazado»404.
El pensamiento político de Rousseau plantea sin duda
problemas graves no sólo desde sus propios planteamientos
teóricos, sino también en el terreno práctico. Sus principios
políticos y morales de autonomía total del individuo, de dis­
tribución igualitaria del poder del Estado entre todos y cada
uno de ellos, de crítica a la desigualdad económica y a la
idea de representación política; en definitiva, su apelación a
la democracia directa proporciona a los individuos todas las
garantías necesarias para la salvaguardia de su libertad e
igualdad. Sin embargo, estos principios morales y políticos,
trasladados a la práctica, presentan quiebras evidentes, de
las que hemos señalado algunas. De ellas, dos son relevan­
tes por cuanto ponen en entredicho su teoría política.
La primera de ellas es la exclusión de las mujeres del es­
pacio público. Bien es cierto que todos los contractualistas
no definieron a la mujer como sujeto político; pero también
es cierto que ninguno de ellos hizo una defensa tan apasio­
nada de las ideas de libertad e igualdad ni tampoco ninguno
de ellos excluyó el pactum subjectionis en la fundamenta­
ción del Estado como hizo Rousseau. La apelación a la
igualdad y a la libertad y la crítica a toda sujeción por parte
del ginebrino habría hecho necesario que otorgase a las mu­
jeres el estatuto de sujeto político. Su tiempo histórico se lo
permitía. Condorcet405, por poner un ejemplo, reclamó el
estatuto de ciudadanía para las mujeres. La segunda quiebra
relevante tiene que ver con la idea de individuo como suje­
to político. El pensamiento político de Rousseau apunta, en
último término, a la reconstrucción del sujeto político. En
efecto, la necesidad de que la voluntad general se exprese en
cada uno de los individuos y que el interés común esté por
encima del privado, hace que el individuo se deba convertir
en un ciudadano cada día de su vida. Así, debe interpretarse
su concepción de la educación. Emilio y algunos fragmen­
tos del Discurso sobre la economía política y de las Consi­
deraciones del Gobierno de Polonia no hacen más que po­
ner de manifiesto una educación destinada a formar ciuda­
danos. Las aspiración de Rousseau de que el individuo se
convierta en ciudadano «es finalmente integrarlo y abordar­
lo en el Estado»406. Por tanto, la segunda gran quiebra de su
teoría política consiste en que el sujeto político se diluye en
el poder del Estado.
En un modelo político de este tipo, en el que la unidad
social se extrae del propio Estado, la supervivencia del sis­
tema político depende, en última instancia, de la vigilancia
constante del propio poder. Una unidad política tan precaria,
cuya supervivencia dependa del poder del Estado, debe pre­
venir represivamente cualquier posible intento de ruptura de
esa unidad política. Si un componente de la fraternidad pue­
de convertirse en traidor, las mujeres que se sitúan fuera de
la fraternidad aparecen como un lugar simbólico de proyec­
ción de la traición. Por eso, Rousseau elabora una construc­
ción psicológica de las mujeres en la que se les atribuye una
naturaleza específica cuya esencia es desorden y subver­

405 A. Jiménez Perona, «Las conceptualizaciones de la ciudadanía y


la polémica en tomo a la admisión de las mujeres en las asambleas», ac­
tas del seminario permanente Feminismo e Ilustración 1989-1992»,
Instituto de Investigaciones Feministas, Universidad Complutense de
Madrid, 1992.
406 Cfr. R. Derathé, «La souveraineté...», pág. 122.
sión, deseo ilimitado y caos. En este sentido, la familia pa­
triarcal debe contener y encauzar esa naturaleza ontológica-
mente diferente a la masculina. Trataremos este punto en el
siguiente capítulo.

C ontrato s o c ia l y su je c ió n

La historia conjetural de Rousseau relata el largo proce­


so de salida del hombre del estado de naturaleza. En este re­
lato aparece minuciosamente la génesis de «toda» opresión.
Sin embargo, esta conjetura no cuenta o, mejor dicho, ocul­
ta la génesis de la sujeción femenina. En Rousseau, esta su­
jeción es natural porque la mujer es definida como desorden
y subversión. En este sentido, como se selañaba en el capí­
tulo II, haría falta un nuevo relato del estado de naturaleza
en donde se explicase cómo las mujeres fueron reducidas a
un estado de sometimiento. De esta forma, todos los teóri­
cos clásicos del contrato hacen una narración patriarcal
—excepto Poulain de la Barre— de sus descripciones del
estado de naturaleza407.
Las investigaciones de Pateman sobre contractualismo
introducen el concepto de contrato sexual como una dimen­
sión reprimida de la teoría del contrario original. La hipóte­
sis de Pateman es que todas las descripciones del estado de
naturaleza omiten «hechos sustanciales», es decir, dejan sin
relatar la mitad de la historia. Todas las historias contractua­
listas ocultan lo que Pateman denomina «la escena primige­
nia»408. Tener en cuenta o desvelar esta ocultación, que ella
considera decisiva, nos obligaría a reinterpretar la génesis
del derecho político409 y del contrato social.
La reflexión de Pateman es la siguiente: el contrato so­
cial no explica todo, sino sólo aquello que quiere explicar.
El contrato establece una comunidad de hombres libres e

407 Cfr. C. Pateman, op. cit., pág. 40.


408 Cfr. ibídem, pág. 105.
409 Ibídem, pág. 108.
iguales: pero para que hombres libres e iguales puedan
construir un orden social nuevo debe haberse producido
previamente un contrato sexual a partir del cual los varones
hayan regulado el acceso sexual al cuerpo de las mujeres. El
contrato sexual crea una relación de subordinación de las
mujeres respecto de los varones, de forma tal que, cuando se
llega al contrato social, las mujeres están excluidas de él
como posibles sujetos del pacto. El contrato sexual es, pues,
un pacto entre varones y mujeres a partir del cual las muje­
res aceptan la sujeción a cambio de protección. Este contra­
to se configura como un instrumento a partir del cual el de­
recho «natural» que los varones poseen sobre las mujeres se
transforma en derecho civil patriarcal410. Los contractualis­
tas, sin embargo, enmascaran este contrato con el contrato
de matrimonio; es decir, ocultan ese contrato sexual inicuo
que se produjo en el estado de naturaleza y lo recuperan le­
gítimamente en el estado social a través del contrato de ma­
trimonio. El contrato sexual se pacta partiendo de que el va­
rón y la mujer han sido construidos socialmente como géne­
ros sobre la base de su diferencia sexual.
Una de las conclusiones interesantes de Pateman es que
el contrato social funda el espacio público mientras que el
contrato sexual funda el espacio privado; aunque hay que
señalar que ni ambos espacios ni ambos contratos pueden
separarse. En cualquier caso, la pregunta que se hace Pate­
man, así como toda la teoría crítica feminista, gira en tomo
al origen del poder patriarcal. ¿Sobre qué supuestos se ha
construido y legitimado el patiarcado? Una parte de la filo­
sofía política feminista explica el poder patriarcal desde las
nociones de maternidad y paternidad.
En efecto, mientras que la maternidad es un hecho natu­
ral evidente, la paternidad aparece como un hecho mucho
más oscuro. Entre el coito y el alumbramiento del hijo trans­
curre el suficiente tiempo como para que la noción de pater­
nidad no sea tan evidente. Socialmente, la paternidad se ha
considerado y se considera como un hecho esencial y crea­
tivo. El argumento patriarcal es que los varones no son sólo
los motores en la génesis de la nueva vida física, sino que,
además, son los procreadores de la vida política y social411.
Este razonamiento rechaza cualquier capacidad creativa ex­
clusiva de la mujer. El poder generativo del varón se extien­
de a otros espacios. Los varones trasladan su capacidad
creativa para alumbrar el derecho político412. En este senti­
do, el contrato originario significa el nacimiento político
masculino. Los hombres dan a luz también un cuerpo artifi­
cial: el cuerpo político413. Esta interpretación acerca del ori­
gen del poder patriarcal le hace pensar a Patemam que todas
las descripciones contractualistas comienzan con varones
que son padres y, sin embargo, para que un hombre sea pa­
dre, una mujer tiene que ser madre, es decir, el derecho se­
xual o conyugal precede necesariamente al derecho a la pa­
ternidad414.
Para concluir, y como se ha dicho varias veces en este
capítulo, la aportación más importante de la teoría política
de Rousseau consiste en la exclusión del pactum subjectio-
nis en su concepción del contrato social. Su concepción del
poder como democracia directa y su crítica y rechazo radi­
cal a la representación y a toda forma de enajenación está
sustentada en la no aceptación de ninguna sujeción política
y, al mismo tiempo, en la afirmación del poder soberano de
la asamblea. Sin embargo, la hipótesis que sostenemos es
que existe pacto de sujeción en Rousseau en forma de pac­
to patriarcal. El pacto patriarcal o la democracia patriarcal
no sólo excluye a las mujeres de la ciudadanía, sino que,
además, su propia génesis y mantenimiento necesita de la
sujeción de las mujeres para conseguir la plenitud de la vida
democrática. El pacto de sujeción es, subyacentemente, des­

411 Cfr. ibídem, pág. 36.


412 Ibídem, pág. 88.
413 Ibídem, pág. 102.
414 Ibídem, pág. 87.
lizado desde el espacio público al espacio privado. Si acep­
tamos las tesis de Pateman, habría que decir que el pacto
de sujeción rousseauniano se origina en el contrato sexual.
La sujeción de las mujeres es así la condición de posibilidad
de la vida política democrática rousseauniana.
El nuevo ideal de feminidad
y la familia patriarcal

Rousseau construye dos modelos «ideales» de educa­


ción; uno de los modelos está representado por Emilio, y el
otro por Sofía. Cada modelo tiene como soporte un concep­
to específico de naturaleza humana. El objeto de este capí­
tulo es el de poner de manifiesto la forma en que Rousseau
relaciona y articula los dos conceptos de naturaleza, el mas­
culino y el femenino (podemos suponer, razonablemente,
que Emilio y Sofía, en cuanto modelos ideales de hombre y
mujer naturales, representan a los géneros masculinos y fe­
menino) con las dos formas de educación que asigna a cada
sexo.
Al mismo tiempo, los dos conceptos de naturaleza y de
educación deben relacionarse con los dos espacios sociales,
público y privado, en los que está dividida la sociedad. Hay
que señalar la existencia de una concepción esencialista de
la naturaleza humana en el pensamiento de Rousseau. Para
este autor, las diferencias sociales entre varones y mujeres
se deben a distintas formas de subjetividad que a su vez es­
tán ancladas en las diferencias sexuales. La creencia en ras­
gos esenciales para cada sexo proporciona la idea de que la
naturaleza femenina tiene un rango inferior a la masculina.
Las ideas educativas de Rousseau pueden ser investiga­
das desde perspectivas diversas. Emilio puede ser estudiado
aisladamente (así lo hacen los estudiosos de la pedagogía:
este libro, por sí solo, tiene un lugar preferente entre los tra­
tados educativos), o como una pieza importante de su pen-
sarmentó. La idea que se va a sostener aquí es que la peda­
gogía rousseauniana sólo se entiende desde una interpreta­
ción unitaria y global de su pensamiento. Los escritos mora­
les, políticos y pedagógicos están perfectamente ensambla­
dos en la obra de Rousseau. Este análisis de su pensamiento
en clave feminista descubre relaciones que habitalmente
permanecen ocultas. Más aún, sólo el análisis de género
puede desvelar algunas articulaciones del discurso rous­
seauniano.
Cualquier aspecto de la obra de Rousseau, como se ha
puesto de manifiesto anteriormente, nos remite a la noción
de estado de naturaleza y a los diversos significados de ese
concepto. La idea que unifica todos sus textos es, sin duda,
la de naturaleza. Todos sus escritos biográficos, políticos o
pedagógicos nos conducen de una u otra forma a esa no­
ción. La pedagogía rousseauniana no puede entenderse en
su complejidad si antes no se ha estudiado exhaustivamente
la hipótesis del estado natural. Y en el mismo sentido, la crí­
tica feminista sería insuficiente si no tuviese en cuenta los
diversos estadios de esa hipótesis.
Del mismo modo que la construcción del modelo políti­
co encontraba su referente legitimador en el estado de natu­
raleza (la igualdad y la libertad del estado natural eran recu­
peradas como los soportes de la legitimidad del sistema po­
lítico), la construcción del varón y de la mujer naturales (a
pesar de que vivan en sociedad) también necesita, para su
definitiva legitimación como modelos individuales, el refe­
rente de estado de naturaleza. Emilio y Sofía están construi­
dos en la obra rousseauniana como modelos de renaturaliza­
ción. Ambos modelos encuentran los referentes de su iden­
tidad en el estado de naturaleza. Emilio y Sofía serán
respectivamente el hombre y la mujer de naturaleza en el es­
tado social. La existencia de estos modelos será la prueba
que permita a Rousseau demostrar que la naturaleza puede
ser recuperada para la sociedad y que el varón puede cons­
truirse como sujeto a pesar de la uniformidad impuesta por
el proceso histórico-social. Por eso, Emilio constituye un
acto de optimismo antropológico en la obra rousseauniana.
No obstante, hay que señalar que «Emilio, más que un trata­
do educativo, es, sobre todo, una crítica radical a la cultura
contemporánea y a lo que sus técnicas socializadoras han
hecho con el hombre natural415. A partir de esta crítica se
construye el postulado moral que alienta su pensamiento. El
mismo Rousseau, en las Cartas desde la montaña, explica
que Emilio no es un método pedagógico para uso de los pa­
dres y de las madres, es decir, no es un libro para el pueblo,
sino un nuevo sistema de educación dirigido a los sabios416.
Asimismo, hay que añadir que a finales del siglo x v ii y
durante todo el siglo xvm surgieron un gran número de li­
bros de conducta y de tratados de educación. Hacia media­
dos de siglo x v iii los libros de conducta femeninos sobrepa­
san a los masculinos. Emilio se inscribe en esta prolífica tra­
dición. Este texto es un tratado de educación para varones y
un conjunto de normas de conducta para mujeres. El capítu­
lo V de Emilio, titulado «Sofía», tiene por objeto el retrato
de la mujer ideal: «En su esfuerzo por hacer a las mujeres
jóvenes deseables a los ojos de los hombres de buena posi­
ción social,, innumerables libros de conducta y obras de ins­
trucción para mujeres, representaron una configuración es­
pecífica de los rasgos sexuales como aquéllos de la única
mujer apropiada que los hombres de todos los niveles de la
sociedad querrían como esposa [...] Estos escritos asumían
que la educación idealmente haría a una mujer desear ser lo
que un hombre próspero desea, que es sobre todo una mu­
jer. Por lo tanto, ella debía carecer de los deseos competiti­
vos y ambiciones mundanas que consecuentemente perte­
necían —como por algún principio natural— al hombre»417.
Si en el capítulo anterior se ponía de manifiesto que El
contrato social es una ficción política, aquí se debe subrayar
que Emilio y Sofía también constituyen una ficción. Todo-

415 Cfr. D. Moller Okin, op. cit., pág. 125.


416 Cfr. J. J. Rousseau, Cartas desde la montaña, Sevilla, Ed. Uni­
versidad de Sevilla, 1989, pág. 140 (ed. francesa, pág. 783), trad. de
Antonio Hermosa Andújar.
417 N. Armstrong, Deseo y ficción doméstica, pág. 80.
rov, asimismo, señala este aspecto de Emilio: Emilio es un
trabajo mixto, a la vez personal e impersonal, de ficción y
de reflexión. Es un tratado de formación del hombre ideal
[...] dentro de la sociedad»418. Todorov, como otros muchos
intérpretes de la obra pedagógica de Rousseau, olvida que
Emilio también es un tratado de formación de la mujer ideal.
Si se observa al hombre natural que es Emilio y a la mu­
jer natural que es Sofía percibimos la gran distancia que se­
para ambos modelos. Su naturaleza y su ulterior proyección
social son radicalmente distintas. La diferencia es la sufi­
ciente como para que Emilio reciba una educación para la
autonomía moral y la de Sofía se oriente hacia la dependen­
cia y la sujeción a Emilio. La diferencia entre Emilio y So­
fía es la diferencia que existe entre la libertad y la sujeción.
La clave de la diferencia entre los dos modelos sólo puede
explicarse inicialmente desde la noción de estado de natura­
leza. Para ello, debemos realizar una operación de regreso a
ese concepto. De esa forma, no será difícil observar cómo
Emilio surge del estado de pura naturaleza, es decir, de ese
estadio en que la semejanza y la independencia entre los sal­
vajes, incluidas en este término las mujeres, son los rasgos
característicos que serán traspasados al estado social bajo la
definición de igualdad y libertad. La igualdad y la libertad
son los rasgos sobre los que se construye el modelo político
rousseauniano, y Emilio, moralmente autónomo, es el suje- ,
to de ese modelo. La educación de Emilio tiene por objeto
la construcción de la subjetividad del ciudadano de El con­
trato social.
Sofía también tiene un lugar en el estado de naturaleza,
concretamente en el estado presocial. Ese lugar es el ámbi­
to de la domesticidad. Recordemos que en esa edad de oro
del género humano que es el estado presocial, el salvaje
caza y la mujer tiene hijos y cuida de la choza: «Las muje­
res hiciéronse más sedentarias y se acostumbraron a guardar
la choza y los hijos, mientras que el hombre iba en busca de

418 T. Todorov, Frágilfelicidad. Un ensayo sobre Rousseau, Barce­


lona. Gedisa, 1987, pág. 88, trad. de María Renata Segura.
la subsistencia común»419 (este texto lo citamos en el capí­
tulo II y volvemos a repetirlo debido a su relevancia). Esa
función que tiene atribuida la mujer en el estado de natura­
leza es la que Rousseau proyecta en el estado social. Si Emi­
lio representa la subjetividad del modelo político, Sofía en­
cama el ascenso de la mujer doméstica y el nuevo ideal fe­
menino. Emilio es el relato de un proceso de individuali­
zación, la expansión de la subjetividad, el reino de la auto­
nomía moral. Por el contrario, en el capítulo V de ese libro,
el dedicado a Sofía, no sólo se narran las nuevas cualidades
de la naturaleza femenina, sino también las técnicas de re­
gulación de sus deseos. El nuevo ideal femenino de la do-
mesticidad gana autoridad sólo a condición de reprimir sus
deseos. El dominio doméstico priva a la mujer de autonomía
y constriñe su subjetividad. De esta forma, como señala Ce­
lia Amorós, el varón es concebido, no sólo en la obra de
Rousseau, sino también en toda la cultura patriarcal, como
un elemento sustantivo, mientras que Sofía es caracterizada
como un elemento adjetivo en relación a Emilio420. El pro­
pio Rousseau reafirma esa opinión al contar el significado
que atribuyó a Teresa, la compañera que compartió la mayor
parte de su vida: «En Teresa hallé el suplemento que nece­
sitaba; gracias a ella viví feliz en cuanto podía serlo atendi-
, do el curso de los acontecimientos»421.
Así pues, la hipótesis que sostenemos es que existen dos
estados de naturaleza, dos contratos y dos espacios sociales.
El objeto de esta investigación debe dirigirse, precisamente,
a articular el estado presocial, el contrato sexual y el matri­
monio como los lugares rousseaunianos, simbólicos y reales
a la vez, patriarcalmente asignados a las mujeres.
La construcción teórica rousseauniana descansa sobre
una cadena de dualidades: naturaleza-cultura, ser-aparien-

419 J. J. Rousseau, Discurso sobre el origen..., pág. 184 (ed. france­


sa, pág. 168).
420 C. Amorós, seminario Feminismo e Ilustración, Madrid, Uni­
versidad Complutense, 1991.
421 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 285.
cia, instinto-razón... Rousseau concibe, como se ha observa­
do a lo largo de este trabajo, la dualidad como el mal supre­
mo. Eliminar cualquier tipo de dualidad es el sentido último
de su obra. Por ello, la unidad es el máximo bien. Recuperar
la unidad del individuo y la unidad social es resolver el pro­
blema que plantea desde el Primer discurso. Es, precisa­
mente, en este sentido en el que tanto el estado de naturale­
za como la sociedad posterior al contrato social son el bien:
ambos modelos están construidos desde la unidad. Por eso,
Emilio y El contrato social constituyen modelos de renatu­
ralización.
Sin embargo, es necesario poner de relieve que estas
construcciones teóricas no reposan sobre la unidad más qüe
en apariencia. El estado de naturaleza de Rousseau esconde
otro estado de naturaleza en el que aparece la sujeción de las
mujeres. El contrato social no es posible si previamente las
mujeres no han sido sujetadas mediante el contrato sexual.
Y el espacio público, en tanto espacio de la libertad y de la
autonomía moral, no puede existir sin el espacio privado, en
cuanto lugar de reproducción de lo público y de sujeción de
las mujeres mediante el contrato de matrimonio.
Todas las nociones teóricas rousseaunianas apuntan,
inexcusablemente, a la unidad. El hombre natural está «con­
sigo mismo», el individuo de El contrato social ha sido ca­
paz de subsumir su interés particular en el interés general y ,
Emilio se ha convertido en un individuo moralmente autó­
nomo. La unidad, es decir, la reconstrucción del sujeto, es el
objetivo último del pensamiento rousseauniano. No obstan­
te, su deseo de reconstrucción del sujeto sólo es viable si se
ocultan todos los mecanismos de sujeción de las mujeres,
puesto que toda sujeción crea dependencia y, por tanto, dua­
lidad. El varón rousseauniano sólo puede ejercer sus funcio­
nes públicas, de la forma tan intensa en que las ejerce, a
condición de que las mujeres se ocupen de las tareas de re­
producción propias del espacio privado. Igualmente, el
equilibrio psíquico del varón depende de que las mujeres in­
terioricen la coacción que padecen por parte de los varones.
Asimismo, la garantía de la transmisión de la propiedad
sólo es posible si la maternidad está controlada por los varo­
nes. Habría que preguntarse cómo habría reconstruido
Rousseau al individuo si no hubiese concebido a las muje­
res sujetas material y psicológicamente a los varones. En
otros términos: ¿hubiese podido ser autónomo el individuo
rousseauniano si las mujeres no hubiesen sido definidas
desde la heteronomía? Desde esta reflexión se cuestiona la
idea de subjetividad rousseauniana. Por tanto, la solución
que proporciona Rousseau al problema de la unidad indivi­
dual y social se quiebra no sólo desde una perspectiva ética,
sino también teórica.
El otro aspecto importante para este capítulo atañe a la
articulación entre la parte política y la parte pedagógica de
la obra de Rousseau422. Ambos modelos tienen un objetivo:
la renaturalización, pero el político y el educativo tienen di­
recciones diferentes. El primero tiene como objeto la socie­
dad y el segundo el individuo. Uno se dirige hacia lo públi­
co y el otro hacia lo privado. Ahora bien: ¿son modelos
opuestos?, ¿son complementarios?, ¿están pensados para si­
tuaciones sociales distintas?, ¿cada uno de ambos modelos,
por separado, significa el fracaso del otro? o, quizá, ¿forman
parte los dos del mismo proceso en momentos distintos?

E m il io o el id e a l d e l a c iu d a d a n ía

La concepción educativa de Rousseau apunta hacia la


formación del hombre natural, pero teniendo en cuenta que
esta formulación no supone una vuelta al estado de natura­
leza. Por el contrario, se orienta hacia la constitución de

422 El pensamiento de Rousseau es tan complejo y plantea tantos


problemas, muchos de los cuales están hoy aún por resolver, que es ló­
gico que se hayan realizado interpretaciones de todo tipo sobre su obra.
Sin embargo, la lectura que hacemos parte de la idea de que su pensa­
miento es un todo coherente y articulado, aunque no exento de tensio­
nes y contradicciones. En este sentido, estamos de acuerdo con Staro­
binski, Derathé y otros que interpretan a Rousseau a partir de las cohe­
rencias entre sus textos políticos y pedagógicos.
un individuo libre y autónomo en el seno de la socie­
dad: «Existe mucha diferencia entre el hombre natural vi­
viendo en el estado de la naturaleza, y el hombre natural
viviendo en el estado de la sociedad. Emilio no es un salva­
je a quien relegar a los desiertos; es un salvaje hecho para
habitar en las ciudades»423. La cuestión de que Emilio deba
ser educado como un hombre natural que vive en sociedad
le sirve a Rousseau para reafirmar una vez más la irreversi-
bilidad del hombre social424. En efecto, en el pensamiento
rousseauniano la única posibilidad de existencia para el in­
dividuo es la social, aunque todos los esquemas de indivi­
duo que aparecen en su obra están marcados por el signo de
una sociabilidad limitada: el salvaje rousseauniano vive en
una soledad poblada de encuentros fortuitos; Emilio está su­
jeto a un proceso educativo con un solo interlocutor, su pre­
ceptor; y por fin, los encuentros del individuo de El contra­
to social están completamente regulados por la voluntad ge­
neral. Asimismo, el propio Rousseau reclama una soledad
que le proteja de los otros: «Parecíame poder estar en esta
isla más separado de los hombres, más al abrigo de sus in­
jurias, más olvidado [...] Yo hubiera querido verme de tal
modo en esta isla que no hubiese tenido en adelante trato al­
guno con los mortales»425.
Educar según la naturaleza no significa privar al niño de
reglas e indicaciones desde que nace. La educación natural
reside en la conservación de los rasgos naturales: «Si que­
réis, pues, que conserve su forma original, conservádsela
desde el instante que viene al mundo»426. La educación es
un proceso teleológico y para que se entienda de este modo
Rousseau utiliza la metáfora de la jardinería. El niño es una
planta y el preceptor es el jardinero que hace que se desarro­
lle adecuadamente: «Se forman las plantas por el cultivo y

423 J. J. Rousseau, Emilio..., págs. 235-236 (ed. francesa, págs. 483-


484).
424 Cfr. T. Todorov, op. cit., pág. 87.
425 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 534.
426 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 49 (ed. francesa, pág. 261).
los hombres mediante la educación»427. Sin embargo, como
señala Burgelin, es conveniente tener presente que el pro­
blema pedagógico no interesa a Rousseau más que en fun­
ción de un problema mucho más general428. Este problema,
como se ha puesto de manifiesto, apunta hacia la recons­
trucción de un sujeto fragmentado. La educación de Emilio
arranca de una situación paradójica, puesto que debe ser
educado en el aislamiento para, posteriormente, vivir en so­
ciedad como un hombre natural: el preceptor sustituirá tan­
to a las escuelas públicas como al padre; los castigos serán
desterrados y las coacciones limitadas a los primeros años;
las argumentaciones y razonamientos ocuparán el lugar de
las órdenes. «En esta educación, que se cree sencillísima y
que es en el fondo complicadísima y muy orgullosa; que
quiere ser estoica hasta la dureza, en ciertos momentos,
cuando la mayoría de las veces pide todo y permite todo a la
sensibilidad; que habla sin cesar de realidades y está llena
de sueños; en esa educación que es a la vez el programa re­
servado a un alumno y la novela en que el maestro ha inscri­
to sus rebeldías, sus pesares, sus nostalgias, sus deseos
[.,.]»429.
El único libro que puede y debe leer Emilio es Robinson
Crusoe. Este texto es, para el ginebrino, «el más logrado tra­
tado de educación natural»430. Robinson Crusoe, como
Emilio, sólo entabla relaciones con las cosas y sólo juzga
sobre cosas. La pertinencia del modelo de Robinson reside
en que en su universo no tienen existencia las palabras. En­
tre Robinson y las cosas no existe la mediación de los dis­
cursos, de las palabras, de las máscaras, de las opiniones y
de las pasiones sociales. Del universo de Robinson y de
Emilio está excluido «el otro»; los dos modelos tienen en
común la negación de la alteridad, que para Rousseau es, en

427 Ibídem, pág. 36 (ed. francesa, pág. 246).


428 P. Burgelin, La philosophie de l ’existence, París, Vrin, 1973,
pág. 476.
429 P. Hazard, op. cit., pág. 376.
430 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 211 (ed. francesa, pág. 454).
última instancia, el origen del mal. Emilio carece de historia
en tanto que está excluida de su vida la presencia de los
otros (excepto la figura del preceptor): la suya es una exis­
tencia sin encuentros ni confrontaciones. Burgelin ha pues­
to de manifiesto con gran claridad esta idea: «Le faltan esos
conflictos con el mundo, esas confrontaciones con otras ex­
periencias que forman la trama de una vida. Es una existen­
cia sin encuentros. Para él, como para el primitivo, el en­
cuentro es corruptor»431.
La apelación a la naturaleza es la idea explícita que arti­
cula Emilio: «¿Qué otro bien puede esperar un ser excelen­
te que existir según su naturaleza?»432. La obediencia a la
naturaleza es necesaria porque en ella reside el fundamento
de nuestra identidad. A pesar de la polisemia del concepto
de naturaleza, hay que señalar que el significado fundante
está relacionado con la unicidad del ser humano. Por ello, la
educación natural tiene como objeto el restablecimiento de
la unidad original humana. El temor a la dualidad y a la
fragmentación de la identidad humana impulsa a Rousseau
hacia la idea de la reconstrucción del individuo: «¡Oh hom­
bre!, concentra tu existencia en tu interior, y no serás ya mi­
serable. Permanece en el lugar que la naturaleza te asigna en
la cadena de los seres»433.
La educación natural apunta esencialmente hacia la uni­
dad del sujeto. El objeto de su pedagogía es la formación de
un individuo que no está fuera de sí. La educación debe per­
seguir que el niño no salga fuera de sus límites434. Estas
ideas nos remiten al concepto de alteridad: es la presencia del
«otro» quien nos induce a salir de nuestro límite. Emilio y el
ciudadano de El contrato social están construidos sobre la
base de relacionarse consigo mismo435 sin la mediación del

431 P. Burgelin, op. cit., pág. 477 (la traducción es nuestra).


432 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 327 (ed. francesa, pág. 591).
433 Ibídem, pág. 89 (ed. francesa, pág. 308).
434 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 88 (ed. francesa, pág. 307).
435 El ciudadano de El contrato social se relaciona consigo mismo
en la medida en que obedece la ley que él se ha dado a sí mismo.
otro436. Al mismo tiempo, esta característica de la noción de
sujeto rousseauniano descansa sobre una profunda exalta­
ción de la humanidad como lo común a nuestra especie:
«Hombres, sed humanos; este es vuestro primer deber, sed-
lo para todos los estados, para todas las edades, para todo
cuanto no es extraño al hombre»437.
Cuando Rousseau señala al hombre natural (Emilio) o al
hombre civil (ciudadano de El contrato social) está ponien­
do de manifiesto la realización del principio de indivi­
duación en ambos modelos. Emilio representa la máxima
individuación posible: «El hombre natural es todo para sí; él
es la unidad numérica, el entero absoluto, que no tiene otra
relación que consigo mismo o con su semejante. El hombre
civil sólo es una unidad fraccionaria que posee un denomi­
nador y cuyo valor está en relación con el entero, que es el
cuerpo social»438. Ambos modelos, que en realidad no son
más que uno solo, forman parte del mismo proceso: Emilio
está educándose para ser el futuro ciudadano de El contrato
social.
La educación natural transcurre por la senda de la auto­
nomía moral, que es la condición necesaria para ser sujeto.
El rechazo a todo tipo de dependencia guía la educación de
Emilio: «Pero considerad primeramente que, queriendo for­
mar al hombre de la naturaleza, no se trata de hacerle un sal­
vaje y de relegarle al fondo de los bosques; sino procyrar
que al encerrarse en el torbellino social no se deje arrastrar
ni por las pasiones ni por las opiniones de los hombres; que
él vea con sus ojos, que sienta con su corazón; que ninguna
autoridad le gobierne fuera de su propia razón»439. De la
misma forma que el ciudadano de El contrato social no
aceptaba ninguna autoridad que no fuese la que él se daba a
sí mismo mediante la voluntad general, Emilio no debe
aceptar ninguna autoridad que no se origine en su propia ra­

436 C. Amorós, seminario Feminismo e Ilustración.


437 J. J. Rousseau, Emilio..., págs. 83-84 (ed. francesa, pág. 302).
438 Ibídem, pág. 38 (ed. francesa, pág. 249).
439 Ibídem, pág. 293 (ed. francesa, págs. 550-551).
zón. No obstante, todas estas normas pedagógicas deben
matizarse a la luz de la rousseauniana figura del preceptor.
La propuesta de Rousseau de la unidad como condición de
posibilidad del sujeto y la exclusión de toda mediación en la
relación del individuo consigo mismo no es tan clara como
parece, ya que la autonomía de Emilio está mediada por la
figura del preceptor y en el contrato social e, incluso, en los
proyectos de constitución de Córcega y de Polonia aparece
la figura del legislador como elemento mediador entre los
ciudadanos y la voluntad general.
La relación entre Emilio y su preceptor esconde otra re­
lación más poderosa: la de la Naturaleza con la Razón. Si se
relee el Primer discurso desde Emilio, se podrá observar
que los problemas que aparecen planteados en el primero,
reaparecen resueltos en el segundo. Si en el Discurso sobre
las ciencias... se plantea el abismo existente entre la razón y
la moral, en Emilio ambos conceptos se han fundido en uno
sólo: la razón o será moral o será sinrazón. En la educación
de Emilio, Rousseau se arroga el papel de naturalista aun
cuando su función440 parece tener un carácter menos neutro
y aséptico del que a primera vista parece: «Vuestros filóso­
fos del arroyo estudian la historia natural en los gabinetes;
poseen baratijas, conocen los nombres y no tienen idea al­
guna de la naturaleza. Pero el gabinete de Emilio es más rico
que el de los reyes; este gabinete es la tierra entera. Cada
cosa está allí en su lugar: el naturalista que de ello se ha ocu­
pado, ha colocado todo en un orden maravilloso»441. Como
señala Burgelin, la Naturaleza está sujeta a ciclos y leyes in-

440 El presunto aislamiento de Emilio se encuentra muy matizado


por la figura del preceptor, así como el cuerpo moral resultante del con­
trato social necesita de la figura del legislador para alcanzar una consti­
tución política adecuada. La presencia del preceptor significa a fin de
cuentas que la naturaleza humana debe ser educada en el sentido desea­
do. El educador es algo más que un simple jardinero. Su presencia sig­
nifica que Rousseau concibe la naturaleza humana como plasticidad. El
preceptor es una especie de escultor: su papel es dar forma a la materia
que es el alumno.
441 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 476 (ed. francesa, pág. 772).
temas que la Razón debe orientar y, virtualmente, corre­
gir442. El niño nace con una naturaleza física y psicológica
que constituye la condición y el límite permanente de su
unidad y felicidad443. La educación de Emilio no tiene como
única finalidad la libertad y la felicidad, más bien habría que
decir que está dirigida al ejercicio de la función de ciudada­
no. A través de esa función se realiza su autonomía. Al mis­
mo tiempo, hay que señalar que el ideal rousseauniano de
autonomía es la garantía de toda felicidad. En este sentido,
y como se verá posteriormente, se puede hablar de dos mo­
delos educativos diferentes en función del género, de forma
que el modelo educativo de Emilio sería «de crecimiento» y
el de Sofía «de producción». Sin embargo, Jane Roland
Martin cree que en Rousseau hay un único modelo educati­
vo para los dos géneros: el «de producción»: «La interpreta­
ción unificada que propongo es que el modelo educativo de
producción presupuesto por Rousseau en sus escritos sobre
la educación de Sofía se encuentra también en sus escritos
sobre la educación de Emilio»444. En efecto, en nuestra opi­
nión, tanto Sofía como Emilio son educados ideológica­
mente a fin de desempeñar las funciones sociales necesarias
para la reproducción de la sociedad patriarcal. La función de
Emilio será económica y política y la de Sofía será domés­
tica. De esta forma, las dos funciones sociales se constitu­
yen en los ejes fundamentales de los dos espacios de dicha
sociedad: el público y el privado. El discurso de Rousseau,
junto al de otros muchos ilustrados «crea un individuo ca­
paz de transformar sus propias circunstancias históricas por
medio de la producción de leyes que son a un tiempo la ex­
tensión y la contención de sus deseos»445. No obstante, la

442 Cfr. P. Burgelin, op. cit., pág. 481.


443 Cfr. P. Burgelin, op. cit., pág. 482.
444 J. Roland Martin, «Sophie y Émile: Estudio de un caso de pre­
juicio sexista en la historia del pensamiento educativo», Coloquio pre­
sentado en el Mary Ingraham Bunting Institute, del Radcliffe College,
marzo de 1981.
445 N. Armstrong, Deseo y ficción doméstica..., pág. 51.
extensión y la contención de la subjetividad no se produce
de igual modo en los dos sexos. Las doctrinas iusnaturalis-
tas y contractualistas amplían los márgenes de la subjetivi­
dad masculina, mientras que la subjetividad femenina será
sometida a un proceso de contención cuyos límites estarán
señalados por el nuevo ideal de feminidad y por la nueva fa­
milia nuclear patriarcal.
Los significados más utilizados hasta aquí del concepto
de naturaleza aluden a la misma como paradigma legitima­
dor de sus modelos político y pedagógico y como sinónimo
de unidad. Sin embargo, es necesario precisar aún más el
significado de este concepto. La idea de naturaleza, en sus
escritos pedagógicos, remite recurrentemente a la sensibili­
dad: «Pues está en el corazón del hombre lo que constituye
la vida del espectáculo de la naturaleza; para verlo, es preci­
so sentirlo»446. En efecto, la naturaleza, más que una reali­
dad histórica, es un sentimiento. En la «Profesión de fe del
vicario saboyano», Rousseau identifica la naturaleza con la
voz interior: «Contemplad el espectáculo de la naturaleza,
escuchad la voz interior»447. La sensibilidad, el sentimiento
interno, la luz interior o la conciencia son términos usados
indistintamente por Rousseau para referirse a la auténtica
naturaleza del individuo. La sensibilidad448 es la fuente de
todo conocimiento y el principio de toda subjetividad. Esta
cualidad es, además, la que une al individuo con la sociedad,
ya que esta última debe estructurarse a partir de una moral
fundada en la sensibilidad. A este respecto, se debe recordar
que las dos facultades innatas en el ser humano son la pie­
dad y el amor de sí y que ambas constituyen la base de toda

446 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 191 (ed. francesa, pág. 431).


447 Ibídem, pág. 340 (ed. francesa, pág. 607).
448 La sensibilidad es la primera fuente de conocimiento del hom­
bre natural. A medida que el individuo se socializa, ésta es ocultada por
todo lo que adquieren los individuos en su transcurrir histórico. Sin em­
bargo, la socialización, aunque ha intentado enmascarar esa cualidad
original, no ha podido destruirla por completo. La tarea del preceptor es
descubrir ese atributo esencial que posee el individuo de forma que se
convierta en principio y motor de sus acciones.
moralidad. Por otra parte, la sensibilidad, por ser una cuali­
dad común a todos los individuos, es el principio sustantivo
sobre el que se construye la primera noción de igualdad. La
naturaleza humana, pues, contiene los principios de libertad
y de igualdad. Estos principios son los que deben ser pro­
yectados en la sociedad como formas políticas y morales.
Actuar de acuerdo con los dictados del sentimiento in­
terno, o en otros términos, abandonarse a la subjetividad, sin
tener en cuenta el mundo exterior expresado en términos de
opinión pública, es decir, de ideología, significa la consecu­
ción de la unidad del individuo. En este sentido, unidad del
individuo es lo mismo que individuación; ambos conceptos,
de una u otra forma, implican la negación de los otros. El re­
chazo a la alteridad y la afirmación del sujeto se realizan de
dos formas: o bien sumergiéndose mediante reglas (vía pre­
ceptor) en la subjetividad o bien construyendo una subjeti­
vidad colectiva a partir de esa subjetividad individual. En
ambos casos, sólo obedecemos y sólo nos relacionamos con
nosotros mismos.
Pero sólo desde la construcción de la subjetividad indi­
vidual (Emilio) puede construirse la de la colectividad en
forma de voluntad general. En este sentido es en el que debe
hablarse de dos momentos del mismo proceso. Ambos pro­
cesos, el político y el pedagógico, son absolutamente nece­
sarios para resolver el conflicto que se plantea entre el hom­
bre y el ciudadano. La unidad del individuo sólo puede rea­
lizarse a través de estas dos vías. El problema es simple­
mente de prioridad y ésta debe establecerse atendiendo a
criterios de estabilidad o inestabilidad social y política. Am­
bas, pese a ser distintas, culminan en la reconstrucción de
un sujeto que encuentra su plenitud en el ejercicio de la res­
ponsabilidad política, es decir, de la ciudadanía. La transfor­
mación puede empezarse vía socialización o vía cambio po­
lítico, pero el sujeto de ambos procesos es siempre un ciu­
dadano varón. Por tanto, hegemonía cultural o revolución
política. El proceso de cambio social puede comenzar indis­
tintamente por uno o por otro, pero su plena culminación es
irrealizable si falla uno de los dos. Siguiendo esta reflexión,
puede decirse que cada individuo social esconde otro, bioló­
gico, verdadero, cuya biología y cuya verdad residen en su
sensibilidad. Esta convicción hace que Rousseau rechace el
conocimiento, entendido como ideología y como falsa uni­
formidad, y la sociedad, concebida como corrupción. Para
Rousseau, «el hombre es el mismo en todos los estados»449.
La concepción pedagógica de Rousseau se expresa en el
uso de la libertad como preparación y ejercicio de la ciuda­
danía. Pero el ginebrino da un paso más al señalar que en
este ejercicio se cifra la felicidad: «Antes que los prejuicios
y las instituciones humanas hayan alterado nuestras natura­
les inclinaciones, la felicidad de los niños, así como la de los.
hombres, consiste en el uso de su libertad»450. El hombre
consigo mismo, el hombre en su unicidad, por el hecho de
serlo, es libre, y en su libertad radica su felicidad: «¿Conce­
bís alguna verdadera felicidad posible para ningún ser fuera
de su constitución»?451.
Si recordamos al hombre natural, no podemos dejar de
observar la gran semejanza que tiene con Emilio. Los atri­
butos que definen al uno también caracterizan al otro. La vi­
sión ideal que ofrece Rousseau del mundo de los niños es
semejante a la imagen de los individuos en el estado de pura
naturaleza: aislados, sin conflictos internos y regulando ar­
moniosamente sus deseos y sus satisfacciones... La unidad
del hombre rousseauniano radica en el equilibrio entre de­
seos y satisfacciones. La ruptura de este equilibrio nos de­
vuelve a la dualidad y, por tanto, a la infelicidad. Sin embar­
go, uno de los soportes de la concepción antropológica
rousseauniana reside, precisamente, en su creencia de que el
hombre es el único animal que posee necesidades que van
más allá de su propia autoconservación: Todos los animales
tienen exactamente las facultades necesarias para conser­
varse. Sólo el hombre las tiene superfluas. ¿No es extraño

449 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 222 (ed. francesa, pág. 468).


450 Cfr. ibídem, págs. 90-91 (ed. francesa, pág. 310).
451 Ibídem, pág. 93 (ed. francesa, pág. 313).
que esta superficialidad sea el instrumento de su mise­
ria?452.
Libertad y felicidad son términos equivalentes en la
obra de Rousseau. La infelicidad no se origina a partir de la
privación de las cosas, sino al vivir éstas como carencia. En
esta concepción de la felicidad, como en otros aspectos de
su pensamiento, se puede percibir la influencia nada desde­
ñable del estoicismo. Como señala Starobinski, el pensa­
miento estoico es un componente de cierta relevancia en las
reflexiones de Rousseau, lo cual, a mi juicio, tiene relación
con ese deseo recurrente de armonía interna. También To-
dorov pone de manifiesto la influencia de la tradición estoi­
ca en lo que se refiere a las ideas de autosuficiencia y de li­
bertad como sentimientos subjetivos453. Una de las constan­
tes de la obra biográfica del ginebrino es, precisamente, el
deseo de armonía, equilibrio y autosuficiencia; cuando la
realidad se obstina en seguir un curso distinto al de la felici­
dad del individuo, Rousseau responde de dos formas: la pri­
mera de ellas se orienta hacia la transformación de la reali­
dad. Sus escritos políticos expresan este hecho. Pero cuando
esta vía se agota o fracasa, aparece la segunda: Rousseau
vuelve los ojos hacia sí mismo; esta vía apunta hacia la
transformación interna. En Emilio hay un énfasis en ese de­
seo de autotransformación. Finalmente, surge el ensueño
como testimonio vital y literario del fracaso de las dos vías
mencionadas. Esta noción está ampliamente desarrollada en
las Ensoñaciones del paseante solitario. En Emilio también
se encuentran elementos aislados de la filosofía estoica,
pero de forma mucho más matizada, ya que la socialización
de Emilio acaba en el ejercicio de la ciudadanía, que final­
mente implica el cambio de la realidad social.
Unidad y felicidad son realidades inseparables en el
planteamiento de Rousseau. Las dos realidades no pueden
existir por separado plenamente, porque la existencia de
cada una de ellas requiere la de la otra. Cuando estas reali­

452 Ibídem, pág. 86 (ed. francesa, pág. 305).


453 Cfr. T. Todorov, op. cit., pág. 56.
dades emergen poderosamente en su obra es cuando puede
percibirse con más nitidez la influencia estoica: «Aspiro al
momento en que libre de las trabas del cuerpo, seré yo sin
contradicción, sin división, y sólo tendré necesidad de mí
para ser feliz; en la espera, yo lo soy desde esta vida, porque
yo tengo en poco todos los males, y la considero casi extra­
ña a mi ser y dado que todo el verdadero bien que puede re­
tirar depende de mí»454.
La dualidad del individuo es para Rousseau una realidad
social y política. El salvaje no es un individuo desgarrado
entre sus instintos y su razón, entre las necesidades auténti­
cas y las artificiales; el salvaje no es esclavo de deseos que
no pueda satisfacer; la ansiedad es un estado anímico que
desconoce. Sin embargo, uno de los elementos de la antro­
pología rousseauniana es la perfectibilidad: atributo que se
pone en funcionamiento en el preciso momento en que apa­
rece ante los ojos del salvaje otro individuo. El fin de la vida
autosuficiente trae consigo el nacimiento de necesidades,
deseos y pasiones sociales. La emergencia de estas realida­
des es posible porque el individuo tiene facultades innatas
que le hacen ir más allá de sus necesidades biológicas.
Cuando estas realidades «artificiales» comienzan a desarro­
llarse, la identidad del individuo se fragmenta, hasta que, fi­
nalmente, en el estado social su ser aparece dividido. La
desigualdad exaspera y profundiza esta división hasta ha­
cerla casi irresoluble. Rousseau describe la historia del va­
rón desde el estado de naturaleza hasta el contrato social
como la historia de una pérdida irreversible producida por la
contrastación con el otro. La guerra, el sometimiento o la
ansiedad no tienen más significado que el de actualizar y
exasperar esa herida narcisista original455. Puesto que los
otros no pueden ser olvidados ni tampoco aniquilados (su
aniquilación puede traer consigo la nuestra), la mejor solu­
ción es regular las relaciones. El contrato social o fmilio

454 Ibídem, pág. 338 (ed. francesa, págs. 604-605).


455 Seyla Benhabib, op. cit., pág. 132.
constituyen, desde esta perspectiva, remedios desesperados
por restablecer el narcisismo destruido por la presencia del
otro. En esta dirección, puede observarse que la minuciosa
regulación y reglamentación de la técnica política de El con­
trato social o el relativo aislamiento socializador de Emilio
no tienen otro objeto que el de evitar los conflictos que crea
la relación con el otro.
En este sentido, la concepción del hombre rousseaunia­
no no puede separarse de la forma en que se vive y se perci-
ne a sí mismo Jean Jacques. Un tema muy recurrente en la
historia del pensamiento filosófico moderno (Kant es un
buen ejemplo) es la definición antropológica del individuo
escindido entre sus instintos y su razón. Pero a esta concep­
ción del hombre, Rousseau le añade el sentimiento exaspe­
rado de su propio desgarramiento personal. Este hecho es
convertido por Rousseau en uno de sus temas centrales de
reflexión. A lo largo de Las confesiones encontramos dise­
minadas reflexiones en este sentido: «Yo creo haber hecho
notar que hay ocasiones en que me parezco tan poco a mí
mismo, que cualquiera me tomaría por otro enteramente
distinto»456. Pero Rousseau no se limita a investigar ese pro­
blema inicial de la dualidad; ése es sólo el punto de partida
inevitable. El problema que le preocupa es cómo desde esa
dualidad se ha construido una sociedad que la exaspera has­
ta el punto de ocultar al hombre biológico natural que lleva­
mos dentro. En esta reflexión está inscrita la crítica rous-
seauniana a las apariencias y a la máscara. Uno de los as­
pectos fundamentales de la educación de Emilio debe tener
como objetivo la necesidad de que su identidad no esté des­
garrada entre sus instintos y su razón, ni entre su opinión y
la opinión pública. La conducta de Emilio debe tener sus re­
sortes en la conciencia. La inclusión de cualquier tipo de
comportamiento ajeno a sí mismo; el dominio de normas o
convencionalismos sociales introduciría una fisura difícil de
cerrar en su identidad.

456 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 124.


Éste es el motivo de que su crítica se dirija al corazón de
una sociedad que no sólo ahonda cada vez más esa escisión
primera del ser humano, sino que la extiende a la misma es­
tructura de la sociedad y de la política: «Que él sepa que el
hombre es naturalmente bueno, que comprenda, que juzgue
a su prójimo por sí mismo; pero que vea cómo la sociedad
deprava y pervierte a hombres [...] que vea que todos los
hombres llevan casi la misma máscara, pero que sepa tam­
bién que existen rostros más bellos que la máscara que los
cubre»457.
La idea de máscara y de apariencia es un tema muy re­
currente en el siglo xvm. El mundo como un gran teatro es
una metáfora muy repetida en el Siglo de las Luces. Para
Rousseau, el mundo de las apariencias, el mundo del artifi­
cio, como poníamos de manifiesto en el primer capítulo, es
uno de los efectos de la razón458 y, por tanto, uno de los obs­
táculos que impide a los individuos mostrar su autenticidad.
La apariencia es el polo opuesto a la transparencia, es el re­
verso de la espontaneidad y de la inmediatez; expresa la di­
ficultad que tiene el hombre para ser él mismo. La existen­
cia social de las apariencias nos señala un hombre dividido,
dualizado, enajenado, extraño... Como nos ha repetido per­
sistentemente el ginebrino, las apariencias muestran la per­
versidad de la vida social: «El hombre de mundo está todo
entero en su máscara. No estando casi nunca en sí, él está
siempre extraño y a disgusto cuando se ve forzado a entrar

457 J. J. Rousseau, Emilio..., págs. 271-272 (ed. francesa, pág. 525).


458 «La cultura establecida niega la naturaleza, tal es la afirmación
patética de los dos Discursos y de Emilio. Las “falsas luces” de la civi­
lización, lejos de iluminar el mundo humano, velan la transparencia na­
tural, separan a los hombres unos de los otros, particularizan los intere­
ses, destruyen toda posibilidad de confianza recíproca y reemplazan la
comunicación esencial de las almas por un trato artificial y desprovisto
de sinceridad; así se constituye una sociedad en la que cada uno se aís­
la en su amor propio, y se protege tras una apariencia engañosa» (J. Sta­
robinski, Jean Jacques Rousseau. La transparencia y el obstáculo...,
pág. 35).
en sí mismo. Aquello que nada es, es lo que parece ser todo
para él»459.
Las apariencias están excluidas de la educación del
hombre de naturaleza. En este sentido, la formación de
Emilio debe estar orientada a que sea él mismo, a que no de­
see ser otro, a afirmar su identidad frente a la sociedad. Lo­
grar que no se sienta extraño a sí mismo significa que la so­
cialización se ha realizado siguiendo las indicaciones de la
naturaleza: «Yo veo, en la manera en que se hace leer la his­
toria a los jóvenes, que se les transforma por decirlo así en
todos los personajes que ellos ven, que se les empuja a que
sean ya un Cicerón, ya un Trajano, ya Alejandro; de desa­
lentarlos cuando ellos vuelven a sí mismos; de dar a cada
uno el pesar de no ser sino él. Este método posee ciertas
ventajas que yo no discuto; pero [...] aquel que comienza
por hacerse extraño a sí mismo, no tarda en olvidarse de
todo»460.
Concluyendo, puede decirse que la educación de Emilio
debe seguir fielmente las pautas que la propia naturaleza
marca. Estas pautas deben ser: la realización de la autono­
mía moral, es decir, el completo ejercicio de la libertad y de
la independencia, la convicción de que los otros son sus
iguales, la lucha contra la opinión pública y la transforma­
ción de su propia identidad, la búsqueda de la virtud y el
afianzamiento de la sensibilidad frente a otras formas de co­
nocimiento. Todo ello, finalmente, se resume en un solo
postulado: la necesidad de ser él mismo, es decir, la necesi­
dad de ser uno.

S o f ía o e l id e a l d e l a d o m e s t ic id a d

El objeto de este apartado es poner al descubierto la


vinculación entre la naturaleza de Sofía y el tratamiento pe­
dagógico que le asigna Rousseau. Esta relación encuentra

459 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 263 (ed. francesa, pág. 515).


460 Ibídem, pág. 280 (ed. francesa, págs. 534-535).
su sentido último en el lugar que les atribuye el ginebrino en
su modelo de sociedad. Emilio es un texto que tiene aspec­
tos que van más allá de lo puramente normativo o de la crí­
tica moral, puesto que en él se mezcla el ser con el deber ser.
El problema es que ambos aspectos dan como resultado una
perfecta coherencia en el caso de Emilio, mientras que en el
de Sofía esta coherencia se resquebraja. A la perfecta armo­
nía analítica entre la naturaleza y la educación masculina le
corresponde grandes quiebras en la femenina. La diferencia
que existe entre las nociones de naturaleza y educación
masculina y femenina respectivamente es que en el primer
caso (Emilio) se produce una transición del es al debe y en
el segundo (Sofía) se produce a la inversa, es decir, del debe
al es. En el caso de Emilio, lo determinante es la naturaleza
y en el de Sofía la educación. La razón de esta disimetría en­
tre el modelo masculino y el femenino debe buscarse en
que, aun siendo definidos ambos teleológicamente, el pri­
mero se basa en la autonomía moral y el segundo en la suje­
ción.
Como hemos destacado anteriormente, Emilio es una
ficción igual que lo es El contrato social. Mientras que el
segundo nos cuenta cómo debe organizarse una sociedad
ideal, el primero relata la formación del hombre ideal. La
formación del hombre natural ideal, que es Emilio, necesita
para su total perfección y plenitud la presencia de una mu­
jer a su lado, de una compañera, de una esposa: «Después
de haber trabajado en formar al hombre natural, para no de­
jar imperfecta nuestra obra, veamos cómo debe formarse
también la mujer que conviene a este hombre»461. En efec­
to, la educación de Emilio tiene dos direcciones finales: por
una parte, como lo prueban las últimas páginas de Emilio,
éste ha de ser educado para ser un buen ciudadano, para ser
el sujeto político de El contrato social; por otra parte, como
lo demuestra el libro V —Sofía— de Emilio, también ha de
ser socializado para ejercer el papel de esposo y padre; en
definitiva, se le adjudica un papel específico en el ámbito
doméstico como vínculo entre lo público y lo privado:
«Toda la quinta parte nos propone la iniciación a la vida
completa y disciplinada, el descenso del filósofo hacia el
matrimonio y la vida civil, si se sigue el esquema platónico
que puede advertirse tras el movimiento de la educación. La
ambición de hacer un hombre se completa haciendo un ciu­
dadano por el libre progreso de la reflexión. Pero la obra ter­
mina con la familia»462.
El hecho primordial, pues, es la formación del hombre
natural. Pero el hombre de naturaleza no tendría ningún ob­
jetivo si la educación que se le ha dado no pudiese plasmar­
se de algún modo y en algún lugar. Las fomas en que se
ejerce son las de ciudadano y las de esposo y padre y los lu­
gares son el espacio público y el privado. El libro V de Emi­
lio consta de dos partes: en la primera se relata cómo debe
ser la esposa y compañera de Emilio y cuál debe ser el pa­
pel de ambos en el espacio privado. El papel de los sexos, el
amor, la familia y el resto de los elementos que intervinen
en el ámbito doméstico son las cuestiones que aparecen en
la primera parte de este texto. En la segunda parte del mis­
mo libro (denominado significativamente «De los viajes»),
Emilio es preparado para su completa inserción, en calidad
de ciudadano, en el espacio público.
Desde esta pesrpectiva, las páginas dedicadas a Sofía
significan una nueva forma de definir la esfera privada y,
consecuentemente, la familia y los géneros. Esa redefini­
ción responde a la emergencia del nuevo tipo de mujer bur­
guesa que trabaja para obtener un salario no indispensable
para la subsistencia familiar. Como se ha apuntado anterior­
mente, la reflexión de Rousseau se produce en un momento
histórico de transición política y económica. Las mujeres de
los trabajadores agrícolas debían trabajar necesariamente
porque su trabajo marcaba la diferencia, para la economía
familiar, entre la subsistencia y la indigencia. Pero no eran
éstas las mujeres que preocupaban a Rousseau. Quien ver­
daderamente constituía una preocupación para nuestro filó­

462 P. Burgelin, op. cit., pág. 488.


sofo era la nueva mujer de la burguesía, es decir, las muje­
res que más tarde formarían parte de las clases medias.
A ese colectivo de mujeres de clase media querrá imponer
Rousseau, junto con otros moralistas, un nuevo ideal do­
méstico. El ginebrino ni acepta ni cree conveniente que la
energía y el trabajo de las mujeres deban dirigirse a su pro­
pia autonomía: «Cree que necesitan invertir su energía y ac­
tividad en una empresa útil»463.
Este hecho no puede ser desligado de la nueva defini­
ción que Rousseau hace de la política. Anteriormente subra­
yábamos que la reconstrucción de su modelo de sujeto re­
quería la propuesta de un nuevo modelo de mujer. Dicho de
otra forma: todo relevo del poder político y sus correspon­
dientes replanteamientos teóricos llevan consigo un reajuste
del patriarcado y, por tanto, del papel de las mujeres en el
nuevo modelo político y teórico. Rousseau no sólo postula
la estructuración de la sociedad en un ámbito público y otro
privado, sino que también sabe que la transformación de
uno de los dos espacios implica la transformación del otro.
La parte final de Emilio postula la necesidad de reajustar los
dos ámbitos, a fin de que ambos constituyan una simbiosis
perfecta. De igual modo que conceptualiza las dos naturale­
zas, la femenina y la masculina, como complementarias, la
nueva definición del ideal de mujer y de familia responde a
ese interés.
Analizando la naturaleza de Sofía, como antes se hizo
con Emilio, se observará que las dos naturalezas nos remi­
ten a los dos espacios sobre los que se estructura la socie­
dad. En lo que concierne a la biología, Rousseau pondrá de
manifiesto que los hombres y las mujeres son iguales. Sólo
el sexo marca la diferencia entre ambos: «En todo cuanto no
corresponde al sexo, la mujer es hombre; ella posee los mis­
mos órganos, las mismas necesidades, las mismas faculta­
des; la máquina está construida de la misma manera, lás pie­

463 Z. R. Eisenstein, The Radical Future o f Liberal Feminism, Nue­


va York, Longman, 1981, pág. 57, trad. inédita de Juan Rojo.
zas son las mismas, el juego de la una es el del otro, la cara
semejante; y en cualquier relación en que se les considere,
no difieren entre sí en nada importante»464. Órganos, nece­
sidades y facultades son comunes en ambos sexos. Sólo una
diferencia existe: el sexo. Sin embargo, tanto lo común
como lo diferente deben influir en lo moral465. Pronto nos
detendremos sobre esta diferencia en la que reposa, formal­
mente, la desigualdad entre los géneros. Como señala Ro-
land Martin «[...] el sexo es la única diferencia que marca la
diferencia»466.
Una vez sentado que la biología no establece más dife­
rencia que la que concierne al sexo, hay que subrayar que el
soporte fundamental de la razón —el bon sens— pertenece
a hombres y mujeres por igual: «el buen sentido pertenece
por igual a los dos sexos»467. Sin embargo a partir de aquí
Rouseeau pasa del es al debe con una facilidad cuanto me­
nos sospechosa. Sofía es un texto modélico que pone de ma­
nifiesto lo que se ha denominado falacia naturalista: «La fa­
lacia naturalista consiste en el intento de derivar conclusio­
nes expresadas en un lenguaje evaluativo (el lenguaje de los
juicios de valor o de las normas) a partir de premisas expre­
sadas en un lenguaje descriptivo (el lenguaje de los juicios
de hecho)»468. El tránsito de la naturaleza a la educación fe­
menina es realizado por Rousseau con una falta de rigor
considerable. En efecto, primero dice que lo único que dife­
rencia a los sexos es la diferencia sexual, con el sobreenten­
dido de que la diferencia sólo afecta a la mujer, pero a con­
tinuación se contradice al afirmar que: «Una mujer perfecta
y un hombre perfecto no deben asemejarse más en el espíri­
tu que en el rostro»469. Estos textos nos indican que la natu­

464 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 411 (ed. francesa, pág. 692).


465 Ibídem, pág. 412 (ed. francesa, pág. 693).
466 J. Roland Martin, op. cit., pág. 135.
467 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 424 (ed. francesa, pág. 708).
468 J. Muguerza, La razón sin esperanza, Madrid, Taurus, 1977,
pág. 66.
raleza de la mujer será definida por Rousseau en términos
de su función sexual y procreativa.
Rousseau extiende la diferencia sexual a todos los terri­
torios del conocimiento, de la moral y de la política. El co­
nocimiento debe ser dividido en dos espacios distintos; cada
espacio corresponderá a un género y la pertinencia de este
hecho viene marcada por la propia naturaleza: «Lo esencial
es estar como nos hizo la naturaleza [...] La investigación de
las verdades abstractas y especulativas de los principios, de
los axiomas en las ciencias, todo cuanto tiende a generalizar
las ideas no es de la pertenencia de las mujeres, cuyos estu­
dios deben todos relacionarse con la práctica [...] Todas las
reflexiones de las mujeres, en cuanto inciden inmediata­
mente en sus deberes, deben tender al estudio de los hom­
bres o a los conocimientos agradables que sólo tienen el
gusto por objeto»470. Pese a que el bon sens es común a am­
bos géneros: «La razón de las mujeres es una razón práctica
que las lleva a encontrar muy hábilmente los medios de lle­
gar a un fin conocido, pero que no les hace hallar este
fin»471. Las mujeres tienen una ciencia específica que las di­
ferencia de los varones: observación y sutileza; pero, al mis­
mo tiempo, poseen un talento específico: la habilidad para
usar las cualidades que acabamos de mencionar472.
En definitiva, puede decirse que Rousseau divide la ra­
zón y el conocimiento en función de los géneros: el colecti­
vo masculino tiene asignadas la abstracción y la especula­
ción; su espacio es el de los fines. Al colectivo femenino,
por el contrario, le es atribuida la razón pragmática (instru­
mental, dirían los frankfurtianos), es decir, el espacio de los
medios473. La ciencia y el conocimiento no pueden alcanzar
la perfección necesaria si hombres y mujeres no aportan la
razón específica que tienen en virtud de su sexo. Llegados a
este punto no estaría de más preguntarse qué sucede con la

470 Ibídem, pág. 446 (ed. francesa, págs. 736-737).


471 Ibídem, pág. 434 (ed. francesa, pág. 720).
472 Ibídem, pág. 444 (ed. francesa, pág. 734).
razón en lo que respecta a la educación de Sofía. Si el papel
de la razón, a través del preceptor, es la de reorientar, dirigir
o corregir las fuerzas innatas de la naturaleza de Emilio, en
el caso de Sofía el papel de la razón perderá su carácter
creativo y liberador para convertirse en instrumento de suje­
ción. A este respecto, deberíamos recordar el Primer discur­
so y la apelación a una razón moral que hemos examinado
en el primer capítulo.
Rousseau explicará que la naturaleza proporcionará a
las mujeres una inteligencia agradable y delicada cuyo obje­
to debe ser cultivar su entendimiento y su figura. Esto no
quiere decir, sin embargo, que se las deba educar en la igno­
rancia y se las convierta en sirvientas de sus maridos: «Ellas
deben aprender muchas cosas, mas solamente aquellas que
les conviene saber»474. Rousseau no cree que la función de
la esposa deba ser la de criada del esposo. El modelo de mu­
jer que propone nuestro filósofo sería el de una criada ex­
clusivamente si no introdujese en su concepción de la pare­
ja y de la familia las nociones de amor y de virtud. La espo­
sa y la madre rousseauniana no deben estar sujetas al varón
por la fuerza, sino por el consentimiento. Este último se
consigue a través de las nociones de amor y virtud. La espo­
sa obedece al marido y cuida a sus hijos porque les ama y
porque así se convierte en una mujer virtuosa. Lo primero
que debe aprender es a estudiar profundamente el espíritu
del varón, pero no desde un punto de vista general o abstrac­
to, sino observando a los varones próximos a ella, aquellos
precisamente a quienes está sujeta o bien por ley, o bien por
opinión475. Toda la educación de las mujeres debe orientar­
se, sin duda, a los hombres. Los hijos y el marido son los
objetos fundamentales sobre los que debe girar el aprendi­
zaje femenino: «De la buena constitución de las madres de­
pende en principio la de los hijos; de la preocupación de las
mujeres depende la primera educación de los hombres; de
las mujeres dependen también sus costumbres, sus pasio­

474 Ibídem, pág. 419 (ed. francesa, pág. 702).


475 Ibídem, pág. 447 (ed. francesa, pág. 737).
nes, sus gustos, sus placeres, su misma felicidad. Teniendo
esto presente toda la educación de las mujeres debe ser rela­
tiva a los hombres»476.
Formulando una primera conclusión, debe señalarse que
la única diferencia que existe entre hombres y mujeres ata­
ñe exclusivamente a su diferencia sexual; incluso, la razón
primera, el bon sens, es común a ambos sexos. A este res­
pecto, habría que recordar que, en un primer momento, para
Rousseau, las dos naturalezas, la masculina y la femenina,
son iguales: la única diferencia es la que se refiere al sexo y
a la procreación. Toda la subordinación deriva de este he­
cho; y sobre él se construye la socialización femenina.
Como se ha observado, Rousseau comienza su construcción
de la noción de género a partir de la diferencia sexual. El
primer paso consiste en atribuir a la mujer un tipo de razón
diferente a la masculina. El segundo en otorgarle un objeto
educativo preciso: los varones. El siguiente es proceder a
una interpretación de su biología acorde con las funciones
sociales que debe desempeñar en el ámbito que le ha asig­
nado. La premisa fundamental para definir al varón rous­
seauniano es su humanidad, mientras que la de la mujer es
su sexualidad. El hombre antes de ser varón como construc­
ción social es un individuo perteneciente a la especie; la mu­
jer, por el contrario, no tiene existencia fuera de su genérico.
Dos elementos caracterizan la naturaleza femenina: el
primero de ellos es la maternidad y el segundo la sujeción al
esposo. La maternidad, más allá de ser un componente deci­
sivo en la naturaleza de la mujer, puede decirse que consti­
tuye su destino: «Diréis que las mujeres no tienen siempre
hijos. No, pero su destino es tenerlos»477. En efecto, la exal­
tación de la maternidad es una de las ideas recurrentes en
sus escritos cuando se refiere a las funciones sociales de las
mujeres. Además, de la maternidad saca conclusiones que
desbordan el hecho biológico para convertirse en meras pre­
suposiciones que no tienen otro valor que el del puro prejui-

476 Ibídem, pág. 420 (ed. francesa, pág. 703).


477 Ibídem, pág. 416 (ed. francesa, pág. 698).
ció. A sí, Rousseau considera que la falta de valor de las mu­
jeres es un instinto de la naturaleza contra los peligros que
corren durante su embarazo. La exaltación de la maternidad
va acompañada de una feroz crítica contra las madres que
dan sus hijos a las nodrizas478.
La segunda cuestión que determina la naturaleza de las
mujeres es, como se ha subrayado, la dependencia del espo­
so. Esta dependencia significa su obediencia y su falta de li­
bertad: «Porque la dependencia, siendo un estado natural
para las mujeres, hace que las hijas se sientan hechas para
obedecer. Por la misma razón de que ellas tienen o deben te­
ner poca libertad, llevan hasta el exceso aquella que les de­
jemos, extremadas en todo, ellas se entregan a sus juegos
con más arrebato todavía que los muchachos: éste es el se­
gundo de los inconvenientes de que acabo de hablar. Este
arrebato debe ser moderado, pues es la causa de varios vi­
cios particulares de las mujeres, como, entre otros, el capri­
cho de la manía, por cuyo influjo una mujer se transporta
hoy por un objeto que mañana no considerará»479. Para
Rousseau, según se desprende de las apariencias, no hay
ninguna duda de que la naturaleza otorga la primacía al va­
rón sobre la mujer480. La primacía del varón va acompaña­
da, por otra parte, de la necesidad de que Sofía aprenda a
padecer y a soportar la injusticia y los agravios del marido:
«Formada para obedecer a un ser tan imperfecto como el
hombre, con frecuencia tan lleno de vicios y siempre tan lle­
no de defectos, debe aprender con anticipación a sufrir in­
cluso la injusticia y a soportar las sinrazones de un marido
sin quejarse»481.
En este punto, es obligado preguntarse cuáles son las ra­
zones de fondo de Rousseau para otorgar un poder casi ili­
mitado al varón en el marco doméstico y familiar. El funda­
mento de la primacía del varón sobre la mujer es obviamen­

478 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 43 (ed. francesa, pág. 255).


479 Ibídem, pág. 426 (ed. francesa, pág. 710).
480 Ibídem, págs. 440-441 (ed. francesa, págs. 730-731).
481 Ibídem, pág. 426 (ed. francesa, págs. 710-711).
te el derecho del más fuerte. A este respecto, Rousseau es
explícito. Las razones del dominio del varón son varias y to­
das tienen la misma dirección: el reforzamiento de la fami­
lia patriarcal. En primer lugar, pueden encontrarse razones
económicas: el esposo precisa el control sobre la indepen­
dencia sexual de la esposa a fin de afirmar su dominio so­
bre los hijos. En este sentido, Rousseau refuerza el énfasis
del siglo xvin sobre la castidad y monogamia femenina482.
En segundo término, pueden observarse razones de índole
política. El ciudadano de El contrato social, tal y como es
concebido por Rousseau, es decir, dedicado por completo a
lo público, requiere todo el tiempo para el ejercicio de la
cuidadanía. Esto sólo es posible si las tareas domésticas son
realizadas por las mujeres. La autonomía del sujeto político
de El contrato social hace necesario que las mujeres liberen
a los varones de las tareas de reproducción y mantenimien­
to de la familia. Esta división de la sociedad en la mujer do­
méstica y el hombre político y económico y este nuevo ide­
al de familia patriarcal servirán de poderoso elemento de
cohesión social a grupos sociales con intereses económicos
divergentes. Serán precisamente el nuevo esquema domésti­
co y el nuevo ideal de feminidad el referente unificador de
los diversos colectivos situados entre la aristocracia y el
pueblo llano: «En su esfuerzo por hacer las mujeres jóvenes
deseables a los ojos de hombres de buena posición social,
imnumerables libros de conducta y obras de instrucción
para mujeres representaron una configuración específica de
los rasgos sexuales como aquellos de la única mujer apro­
piada que los hombres de todos los niveles de la sociedad
querrían como esposa. Al mismo tiempo, tales escritos pro­
porcionaron a gente de diversos grupos sociales una base
para imaginar intereses económicos en común»483. En últi­
mo lugar, pueden aducirse razones psicológicas. El varón

482 Cfr. Z. R. Eisenstein, The RadicalFuture..., cap. IV: «J. J. Rous­


seau and Patriarchal Ideology: Liberal Individualism and Motherhood».
483 N. Armstrong, Deseo y ficción doméstica..., pág. 79.
rousseauniano se protege de la mujer reprimiendo su sexua­
lidad. Para ello, las convierte en esposas y madres.
El desarrollo teórico de Rousseau presenta grandes con­
tradicciones en su sistema de argumentación. Finalmente no
se sabe si Sofía debe obedecer al marido porque así lo man­
da la naturaleza, o porque es el que la mantiene económica­
mente, aunque más bien parece que las dos razones conflu­
yen hacia el mismo objetivo: «Mujer, honra a tu jefe, él es
quien trabaja para ti, quien gana tu pan, quien te alimenta:
he aquí el hombre»484. En este salto en el vacío que es el re­
lato acerca de Sofía, Rousseau pasa continuamente y sin
mediación de ningún tipo del es al debe; la falacia naturalis­
ta, que consiste precisamente en la realización de ese paso,
alcanza aquí dimensiones de escándalo. Como sostiene
Okin, la mujer está definida por nuestro filósofo de un
modo teleológico, en la medida en que su educación está
dictada por su función485. No obstante, habría que añadir
que con la educación de Emilio sucede lo mismo, puesto
que está dirigida al ejercicio de la ciudadanía. A mi juicio,
ambos están definidos teleológicamente, de acuerdo con las
funciones sociales que deben desempeñar, pero pese a que
ambos modelos se definen teleológicamente, no son en ab­
soluto simétricos, puesto que ser ciudadano es un fin en sí
mismo mientras que el ejercicio de esposa y madre aparece
como un medio para el ejercicio de la ciudadanía del varón.
Ahora bien, es necesario poner de manifiesto ciertas in­
congruencias metodológicas en el sistema de argumenta­
ción del misógimo. Si la naturaleza de la mujer está dirigida
al sometimiento al marido, no parece lógico que su sociali­
zación deba fundarse en la interiorización de la coacción,
puesto que ya estaría implícita en su naturaleza. El tipo de
educación que imagina Rousseau para Sofía no parece que
tenga por objeto reforzar su naturaleza, sino más bien vio­
lentarla. El ginebrino se esfuerza por mostrar que entre na­
turaleza y educación existe, en el caso de Emilio, una rela­

484 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 506 (ed. francesa, pág. 808).


485 S. Moller Okin, op. cit., pág. 135.
ción compleja en la que la naturaleza no es violentada, sino,
como mucho, reorientada. La naturaleza de Sofía, por el
contrario, aparece permanentemente violentada: «Justificad
siempre las preocupaciones que les dais a las muchachas,
pero imponédselas siempre. La ociosidad y la indocilidad
son los dos defectos más peligrosos para ellas, y de los que
menos se curan cuando los han contraído»486.
En la educación de Sofía se produce una extraña coinci­
dencia que Rousseau es incapaz de explicar: la naturaleza
femenina coincide con las convenciones sociales. En efecto,
Rousseau «selecciona el papel femenino tradicional de una
sociedad patriarcal, imponiendo a la naturaleza de la mujer
los rasgos y habilidades que conlleva esa función»487. Pero
si hay una continuidad tan fácil y fluida entre la naturaleza
de la mujer y las exigencias sociales, más aún si se refuer­
zan mutuamente, Rousseau no parece capaz de explicar por­
qué la educación de Sofía está basada en la autoridad y el
castigo. La concepción pedagógica que el misógeno propo­
ne para las mujeres desmiente que su naturaleza sea estar
sometidas a los varones. Si la naturaleza de la mujer consis­
te en la sujeción al varón, la educación que le corresponde
no puede fundarse, como de hecho sucede en su pedagogía,
en el quebrantamiento de su naturaleza. La socialización a
la que se somete a Sofía es fundamentalmente coactiva en el
fondo y en la forma. Parecen existir algunas quiebras analí­
ticas en la argumentación de Rousseau en lo que concierne
a la naturaleza de las mujeres y al consiguiente sistema pe­
dagógico, por no hablar de las flagrantes contradicciones
entre los principios morales que alientan su pensamiento y
el destino que ofrece a las mujeres. No obstante, se observa­
rá más adelante cómo estas contradicciones se reabsorben
cuando se analiza unitariamente el modelo de sociedad
rousseauniano.
Hasta ahora hemos visto cómo Rousseau predica (¡por
naturaleza, claro!) la superioridad natural y moral del varón

m J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 425 (ed. francesa, pág. 709).


487 J. Roland Martin, op. cit., pág. 135.
y la consiguiente sujeción y dependencia de la mujer. La su­
perioridad masculina se basa en su poder: «Su mérito está
en su potencia (el del varón) [...]. Convengo en que ésta no
es la ley del amor; pero es la de la naturaleza»488. Recordar
a este respecto que la fuerza no es condición de legitimidad
para Rousseau es importante a fin de ver cómo los grandes
principios morales y políticos que sostienen su pensamiento
no se extienden a las mujeres: «Convengamos, pues, que la
fuerza no constituye derecho, y que no se está obligado a
obedecer más que a los poderes legítimos»489. Sin embargo,
otorga también a la mujer cierto poder sobre los varones; el
poder femenino radica, precisamente, en su debilidad: el po­
der de la mujer «es un dominio de dulzura, de habilidad y de
complacencia; sus órdenes son las caricias, sus amenazas
las lágrimas. Ella debe reinar en la casa como un ministro
en el Estado, procurando que le manden lo que ella quiere
hacer»490.
Así pues, el varón manda y la mujer gobierna. Esta idea
debe ser relacionada con el pacto de asociación y la magis­
tratura. El pacto de asociación es al varón lo que la magis­
tratura o gobierno es a la mujer. La ley surge del cuerpo po­
lítico que se forma tras el pactum societatis y el gobierno es
un cuerpo artificial sujeto a la voluntad general. De igual
modo que el gobierno debe estar sujeto a la voluntad gene­
ral, la mujer debe estar sujeta al varón. Así como la volun­
tad general ordena y el gobierno ejecuta lo ordenado, el va­
rón manda y la mujer ejecuta lo mandado. De la misma for­
ma que el gobierno debe querer que le manden lo que quiere
la voluntad general, la mujer debe desear hacer aquello que
quiere el varón. Si en el ámbito público la legitimidad del
poder descansa en el cuerpo soberano, en el ámbito privado
descansa en el varón. La mujer, en ningún caso, crea la ley.
Su legitimidad reposa en la sujeción al varón. Si la mujer
conquista parcelas de poder atribuidas al varón, la sociedad

488 J.J. Rousseau, Emilio..., pág. 412 (ed. francesa, pág. 693).
489 J.J. Rousseau, El contrato social, pág. 405.
490 J.J. Rousseau, Emilio..., pág. 471 (ed. francesa, pág. 766).
rousseauniana se quiebra, de la misma forma que se quiebra
su sistema político si el gobierno usurpa el poder del cuerpo
político. Por tanto, podría decirse que los varones constitu­
yen la voluntad general de las mujeres de dos formas dife­
rentes: primero, en el sentido de que cada varón lleva al ám­
bito privado la voluntad general y, segundo, en el de que el
conjunto de los varones constituye la voluntad general para
las mujeres como genérico.
Siguiendo este esquema, la mujer puede, a través de ese
poder que le concedió la naturaleza, esclavizar al hombre.
Las mujeres pueden utilizar de una forma perversa los llan­
tos, la falsa dulzura, los falsos halagos y otras cualidades
«femeninas». Cuando esto sucede las mujeres se convierten
en el mal. Rousseau encuentra el remedio a este mal en la
familia, como veremos un poco más adelante.
Cuando se estudiaba la educación de Emilio nos refería­
mos, inevitablemente, al problema de las apariencias. Este
problema trasciende Emilio y se convierte en uno de los te­
mas centrales de su pensamiento. La unidad del individuo
es el punto de partida (estado de naturaleza) y también el
punto de llegada (El contrato social y Emilio) de la refle­
xión rousseauniana. La máscara y las apariencias son vistas
por nuestro filósofo como uno de lo obstáculos principales
que se interponen entre el individuo social y su auténtico yo
natural. El rechazo a las apariencias y la defensa de la auten­
ticidad tienen un lugar relevante en su pensamiento, como
ya tuvimos ocasión de señalar. Sim embargo, el problema
de las apariencias es planteado de una forma radicalmente
opuesta cuando se refiere a Sofía en concreto y a las muje­
res en general. El criterio que debe guiar la conducta de
Emilio surge de él mismo, en su conciencia o, en palabras
de Rousseau, en su sentimiento interno. Sin embargo, el cri­
terio que debe guiar a Sofía, como señala Diana H. Coole491,
es el siguiente: ¿qué pensarán los otros de mí? La vida de

491 Cfr. D. H. Coole, Women in Political Theory, Wheatsheaf


Books, 1988, cap. 5: «Rousseau and Wollstonecraft: Female Virtue and
Civic Virtue in the Liberal State», págs. 103-132.
Emilio es una lucha constante contra la opinión pública y
una defensa pertinaz de su conciencia como guía de con­
ducta pública y privada: «Existe para todo el género huma­
no una regla anterior a la opinión [...]. Esta regla es el senti­
miento interior»492. La existencia social de las apariencias
forma parte de la genealogía rousseauniana del mal siempre
y cuando tengan relación con los varones. Sin embargo, la
idea de apariencia se transforma en un fin en la vida de las
mujeres.
Rousseau plantea la oposición entre sentimiento interno
y opinión pública, de tal forma que la opinión pública care­
ce de validez y legitimidad cuando se contradice con el sen­
timiento interno. Sin embargo, la opinión pública cobra una
relevancia inusitada cuando lo qué está en cuestión es la vir­
tud de las mujeres: «Importa, pues, no solamente que la mu­
jer sea fiel, sino que sea considerada como tal por su mari­
do, por sus familiares, por todo el mundo; importa que sea
modesta, atenta, reservada, que lleve a los ojos de los de­
más, como a su propia conciencia, el testimonio de su vir­
tud. Importa, en fin, que un padre ame a sus hijos, que él es­
time a su madre. Tales son las razones que colocan la mis­
ma apariencia en el número de los deberes de las
mujeres»493. En efecto, no es condición suficiente para
Rousseau que las mujeres sean virtuosas si, además, no son
capaces de aparentarlo. La vida entera de las mujeres debe
transitar por la senda de la apariencia: «[...] todo lo que hace
Sofía, y es estimulada a hacer, es en aras de la aparien­
cia»494.
Hemos visto más arriba en qué consistía para Rousseau
el sentido interno: la producción de opiniones y conductas
autónomas debe situarse en la base de la socialización de
Emilio. Sin embargo, una vez más Rousseau divide los con­
ceptos en función del género al que deban ser destinados. El
sentido interno de las mujeres no tiene, en cualquier caso,

492 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 440 (ed. francesa, pág. 730).


493 Ibídem, pág. 416 (ed. francesa, pág. 698).
494 S. Moller Okin, op. cit., pág. 163.
nada que ver con la autonomía de opinión; muy al contrario,
tiene más bien que ver con la heteronomía: «La razón que
conduce al hombre al conocimiento de sus deberes no se ha­
lla muy compuesta; la razón que conduce a la mujer al co­
nocimiento de los suyos es más sencilla todavía. La obe­
diencia y la fidelidad que ella debe a su marido, la ternura y
los cuidados que ella debe a sus hijos, son consecuencias tan
naturales y tan sensibles de su condición, que ella no puede,
sin mala fe, negar su consentimiento al sentimiento interior
que la guía, ni desconocer el deber [,..]»495. La educación de
Sofía se articula sobre tres ejes. El primero de ellos es la
castidad y la modestia; el segundo, la domesticidad; y el ter­
cero, la sujeción a la opinión496. Una mujer casta y modesta,
pronta a tener en cuenta las opiniones de los demás y dedi­
cada por completo a su familia y a su casa es el prototipo
ideal de la mujer natural. Un sistema de valores que propor­
cione legitimidad, un marco doméstico con funciones eco­
nómicas y una opinión pública que cumpla el papel de co­
hesión social son las funciones que atribuirá Rousseau a la
mujer doméstica y a la familia patriarcal: «Debe haber sido
un momento memorable el que corresponde al estableci­
miento de esta forma de representación de las relaciones de
parentesco. Por primera vez en la historia se expuso una opi­
nión [...] que llamó la atención de gente de orígenes radical­
mente distintos con ingresos sustancialmente diferentes y
con puestos en diversas cadenas de relaciones sociales.
Cualquier persona perteneciente a la categoría media podía
así creer que estaba a su alcance el mismo ideal de vida do­
méstica»497. Dado que el voluntarismo político implícito en
la voluntad general rousseauniana no podía garantizar la
unidad social, el nuevo modelo doméstico y el ideal de fe­
minidad proporcionaba unidad allá donde la voluntad polí­
tica flaqueaba.

495 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 441 (ed. francesa, pág. 731).


496 S. Moller Okin, op. cit., pág. 134.
497 N. Armstrong, Deseo y ficción doméstica..., pág. 106.
En Rousséau, la familia es la institución que, por una
parte, vertebra el ámbito privado y, en este sentido, se con­
vierte no sólo en base, sustento y soporte del ámbito públi­
co, sino también en referente de unidad social, y, por otra, es
el espacio capaz de controlar, neutralizar y, en algunos ca­
sos, transformar el siempre potencial y peligroso mal que de
una forma subrepticia se encuentra en la naturaleza femeni­
na. El mal consiste en la posibilidad siempre latente de que
las mujeres se rebelen contra una sujeción éticamente ilegí­
tima aunque necesaria en el esquema social de Rousseau.
La posibilidad de que las propias mujeres pongan fin a su
sujeción es fuente de preocupación para el misógino. En el
conjunto de su obra, de forma diseminada, puede observar­
se que nuestro autor polemiza con autores e ideas que pos­
tulan la igualdad entre los géneros. Las teorías de Rousseau
son tan marcadamente misóginas que ilustrados notables
como D’Alembert han polemizado con él. En el año 1759
D’Alembert le envía una carta en la que desautoriza sus
concepciones pedagógicas desde argumentaciones ilustra­
das sosteniendo que los defectos femeninos provienen de:
«La esclavitud y degradación a que hemos reducido a las
mujeres, las trabas que ponemos a su intelecto y a su cora­
zón, la jerga fútil y humillante para ellas y para nosotros [...]
Finalmente, la educación funesta, yo diría casi homicida,
que les prescribimos, sin permitirles tener otra; educación
en la que aprenden casi únicamente a fingir sin cesar, a aho­
gar todos los sentimientos, a ocultar todas sus opiniones y
disfrazar todos sus pensamientos [,..]»498.
La familia es, para el ginebrino, una institución esencial
desde el punto de vista de su función social. El ciudadano
rousseauniano no puede ser concebido sin la familia patriar­

498 Condorcet, De Geuges, De Lambert y otros, La Ilustración olvi­


dada..., pág. 74.
cal. La diversidad de funciones que se realizan en el marco
familiar y doméstico permite no sólo liberar al ciudadano de
las tareas ingratas y pesadas que le restarían tiempo para el
ejercicio de lo público, sino que, además, de esta institución
depende la socialización de los futuros ciudadanos. La fa­
milia, además, tiene otra dimensión muy importante en el
pensamiento rousseauniano: existe imperfección en cada
sexo por separado; sólo los dos sexos juntos y unidos a tra­
vés del matrimonio adquieren la perfección moral y se con­
vierten en otra unidad: «Es admirable la relación social de
los sexos. De esta sociedad resulta una persona moral en la
que la mujer es el ojo y el hombre el brazo; pero con una de­
pendencia tal del uno a la otra, que es del hombre del que
aprende la mujer cuanto es necesario ver, y es de la mujer de
la que aprende el hombre lo que es necesario hacer»499.
Rousseau cree en la complementariedad de los sexos como
la condición de posibilidad de la existencia del matrimonio.
Si entre los dos sexos, en lugar de complementariedad, hu­
biese igualdad se producirían conflictos que pondrían en
cuestión la supervivencia del esquema doméstico y político
patriarcal.
La teoría de la complementariedad de los sexos en
Rousseau se corresponde a su vez con la complementarie­
dad de la familia y del Estado. La unión de los dos sexos se
superpone con la unión de las dos esferas (pública y priva­
da) en una unidad moral superior. Del mismo modo que la
familia es el soporte estructural del Estado500, la mujer cons­
tituye el fundamento de la autonomía moral del varón. Sin
embargo, la complementariedad de los sexos, por una parte,
y de la familia y el Estado, por otra, no están ni concebidas
ni organizadas simétricamente. Del mismo modo que los se­
xos no concurren a esa unidad moral desde la igualdad, sino
desde la autonomía del varón y la sujeción de la mujer, la fa­
milia y el estado tampoco reposan sobre los mismos valores
y normas. La teoría del Estado de Rousseau se organiza en

499 J. J. Rousseau, Emilio..., págs. 434-435 (ed. francesa, pág. 720).


500 Z. R. Eisenstein, The Future Radical..., cap. 4.
tomo a la defensa y salvaguardia de la libertad y de la igual­
dad de los ciudadanos (varones) y la familia en la concen­
tración de la autoridad del esposo y en la completa sujeción
de la mujer501.
La plenitud moral se alcanza, pues, sólo a través del ma­
trimonio: no es concebible Emilio sin Sofía y viceversa. La
familia es un referente necesario dentro del pensamiento de
Rousseau, hasta el extremo de que puede considerarse a este
autor como el creador del ideal moderno de familia patriar­
cal. El sujeto político es, sin duda, el varón, pero el varón no
es concebible sin una esposa. Este hecho no contradice la
idea contractualista de que el nuevo sujeto político no es el
padre de familia, en tanto padre de familia, sino todo varón,
en tanto varón. (A este respecto debe recordarse la polémi­
ca de Locke y Rousseau con las teorías de Filmer.) Sin em­
bargo, Rousseau no concibe que haya varones que no for­
men una familia. De la misma forma que el varón debe par­
ticipar plenamente en la vida política, también debe hacerlo
en la privada en calidad de esposo y padre.
No obstante, los miembros del matrimonio no acceden a
éste, como ya se ha visto, desde la igualdad. Cada miembro
del matrimonio aporta su naturaleza específica y las obliga­
ciones morales y materiales que se derivan de su naturaleza:
«En la unión de los sexos cada uno concurre igualmente al
objetivo común, pero no de la misma manera. De esta diver­
sidad nace la primera diferencia asignable entre las relacio­
nes morales del uno y del otro. El uno debe ser activo y fuer­
te, el otro pasivo y débil: es preciso necesariamente que el
uno quiera y pueda, basta que el otro resista algo»502. La
moralidad impuesta por las pautas que rigen el matrimonio
nace, pues, de la naturaleza específica de cada miembro de
la pareja. Sin embargo, al hablar de las naturalezas de los se­
xos, utiliza nuevamente el verbo «deber» («El uno debe ser
activo y fuerte...»), cuando el que debería utilizar es el
«ser». Esta observación tiene por objeto poner de manifies­

501 Cfr. Z. R. Eisenstein, The Future Radical..., cap. 4.


502 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 412 (ed. francesa, pág. 693).
to que ni el mismo Rousseau creía que la auténtica naturale­
za de la mujer fuese estar sometida al hombre. La sujeción
de la mujer tiene una función en su esquema social, pero ca­
rece de justificación antropológica y epistemológica, como
se desprende con claridad del Segundo discurso.
Más allá de esta observación, sin embargo, habría que
ver sobre qué soportes se funda el matrimonio rousseaunia­
no. El amor, la ternura y la felicidad de este matrimonio tie­
nen bases un tanto extrañas para la plena realización de ta­
les conceptos. Rousseau no se cansa de anhelar la unidad
del individuo (aunque después comprobemos que el indivi­
duo es del sexo masculino). Rechaza la idea de un individuo
desgarrado y escindido; la ansiedad e inseguridad del hom­
bre que está saliendo del estado de naturaleza porque ha
descubierto deseos que no pueden ser colmados le sirve a
Rousseau de contrapunto adecuado para justificar la vuelta
del hombre a sí mismo. En este sentido, la familia es para el
hombre social y varón un instrumento adecuado para volver
a encontrar la unidad perdida. El afecto de la familia y la to­
tal sujeción de la mujer dulcifican los posibles conflictos
que fragmentan al individuo: «Era preciso que la dulzura de
la vida privada y doméstica me indemnizasen del brillante
porvenir a que renunciaba. Cuando vivía enteramente solo
sentía mi corazón vacío; pero sólo necesitaba otro corazón
para llenarlo»503. Así se cierra la cadena de dualidades que
desgarran al individuo: la política, la familia y la socializa­
ción sueldan definitivamente la unidad del hombre rous­
seauniano.
Todas estas soldaduras, sin embargo, no resuelven defi­
nitivamente ni evitan siempre ese desasosiego del hombre
dividido. Pese a que la familia debe proporcionar reposo y
evitar conflictos al varón, no siempre cumple la función de­
seada. La violencia, soterrada y subyacente, puede emerger
en cualquier momento y devolver el conflicto al varón: «Si
la mujer está hecha para complacer y para ser subyugada,

503 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 84.

244
debe hacerse agradable al hombre en lugar de provocarlo; su
violencia está en sus encantos; mediante ellos debe constre­
ñirla a hallar su fuerza y a utilizarla. El arte más seguro de
animar esta fuerza es hacerla necesaria por la resistencia.
Entonces el amor propio se junta al deseo, el uno triunfa de
la victoria que el otro le hace conseguir»504.
Así como El contrato social y Emilio son apelaciones
radicales a la razón, en la medida en que la organización po-
lítico-social y la educación del individuo, respectivamente,
son pensados por Rousseau desde presupuestos morales
—libertad e igualdad—, las mujeres también son concebi­
das en términos de virtud, pese a que su concepción de la
virtud femenina consiste en la sujeción al varón. Rousseau
cree que las mujeres son la fuente de la pasión sexual, o di­
cho de otra forma, cree que su naturaleza es profundamente
irracional. La creencia en una naturaleza femenina irracio­
nal constituye un obstáculo importante en el desarrollo de la
racionalidad por parte del varón. Para que los varones sean
libres han de ser más racionales que apasionados. Por tanto,
para que los varones sean racionales, las mujeres han de es­
tar patriarcalmente controladas505. Éste es uno de los proble­
mas clave que plantea Rousseau en La nueva Eloísa506. Di­
cho control sólo puede realizarse a través del matrimonio.
Tanto Sofía como Julia deben ser educadas en el amor a la
virtud; y la mujer virtuosa es aquella que puede controlar
sus pasiones sexuales. La virtud de Julia triunfa cuando es
capaz de identificarse como esposa y como madre y cuando
reprime su amor por Saint-Preux. Como pone de manifies­
to Nancy Armstrong, en el intercambio sexual, la mujer sólo
gana autoridad a través de la redención del esposo, y no per­
siguiendo sus propios deseos. El deseo femenino debe ser
capaz de transformar en el seno familiar a un varón compe­
titivo en un padre benevolente507.

504 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 412 (ed. francesa, págs. 693-694).


505 Cfr. Z. R. Eisenstein, The Future Radical..., cap. 4.
506 Cfr. J. J. Rousseau, La nouvelle Héloise, edición francesa.
507 N. Armstrong, op. cit., pág. 76.
La pasión sexual de las mujeres es contemplada por
Rousseau como una poderosa fuerza difícilmente controla­
ble. La regulación de ese deseo ilimitado se realiza en el
marco familiar patriarcal y su objetivo es la producción de
formas de comportamiento que normalicen el deseo sexual
femenino a fin de que el varón pueda ejercer plenamente su
ciudadanía y alcance definitivamente su unidad psíquica.
Pese a toda la retórica sentimental y la apelación a senti­
mientos y afectos, Rousseau contempla la relación de la pa­
reja en el matrimonio como una relación, en cierto modo,
sadomasoquista. Como se ha visto en el texto de Rousseau
anteriormente citado, la relación entre el varón y la mujer en
el matrimonio es concebida por Rousseau como una perma­
nente lucha; aparece como un combate, apoyado en el bino­
mio fuerza-resistencia. La obligación de la esposa es mos­
trar una resistencia que no tenga más valor que estimular al
marido para que alcance una victoria total. La repetición de
estas victorias del varón en la relación matrimonial refuerza
su papel de sujeto de poder al tiempo que trata de combatir
su inseguridad y ansiedad. Podría pensarse que este comba­
te del que siempre sale victorioso el varón no sólo es un in­
tento de cerrar esa herida narcisista original de la que hemos
hablado anteriormente, sino que también puede ser interpre­
tada en clave de compensación al tipo de relación afectivo-
sexual de la que el mismo Rousseau no podía escapar: «El
cariño que la señorita Lambercier nos profesaba, cariño pro­
pio de la madre, revestíala de la autoridad materna y de ella
usaba a veces para imponemos el castigo que se les daba a
los niños cuando lo habíamos merecido. Durante mucho
tiempo limitóse a la amenaza, antojándose espantosa la pena
prometida, nueva completamente para mí; pero, una vez su­
frida, me pareció mucho menos horrible de lo que imagina­
ra [...]; porque había sentido en el dolor y aun en la vergüen­
za como una mezcla de sensualidad que más me hacía desear
que temer el castigo de su mano. Cierto que había en ello una
como instintiva precocidad sexual [...]. Pero esta extraña afi­
ción, siempre latente, llevada hasta la locura, incluso después
de la pubertad [...]. No atreviéndome a declarar mi afición,
entreteníala por medio de conexiones que despertaran su re­
cuerdo en mi imaginación. Hallarme a los pies de una mujer
imperiosa, cumplir sus mandatos y verme en trance de pedir­
le mil perdones eran placeres inefables para mí [..,]»508.
La retórica sentimental rousseauniana esconde una lu­
cha de poder soterrada entre los mismos miembros del ma­
trimonio. Desde el momento en que hay sujeción de una de
las partes, hay violencia por la otra. Sujeción y violencia son
realidades correlativas. Si, por una parte, la existencia de la
familia tal y como es definida por Rousseau libera al varón
de muchas energías que serán dedicadas al ejercicio del es­
pacio público, por otra la sujeción de la mujer provoca un
problema de violencia latente imposible de resolver.
Se ha señalado que la sujeción y el control de la mujer
por parte del varón en el matrimonio conduce a la mujer a la
virtud. Pero la virtud sólo se realiza si existe consentimien­
to por parte de la mujer. ¿Cómo se consigue este consenti­
miento? En primer lugar, la mujer debe interiorizar su suje­
ción al varón; y, en segundo, dicha coacción y sujeción debe
tener la apariencia de ser un pacto voluntario. Esta modali­
dad de pacto que Rousseau critica y considera ilegítimo es
el que ofrece a las mujeres: «No existe sujeción tan perfec­
ta como la que conserva la apariencia de la libertad; se cau­
tiva así la voluntad»509. Su fundamento reside en la enajena­
ción de la voluntad: «El contrato sexual ya no pretende ha­
cer deseable a la mujer agresiva o recompensar el deseo
femenino, sino más bien ofrecer a las mujeres seguridad a
cambio de su sumisión a un papel tradicional»510.
El ejercicio de la virtud de la mujer rousseauniana cul­
mina con la maternidad. La madre debe derramar ternura y
solicitud hacia sus hijos. Su afecto es la garantía de la uni­
dad familiar511. Como señala Zillah Eisenstein512, las ma­

508 J. J. Rousseau, Las confesiones..., págs. 35-37.


509 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 134 (ed. francesa, pág. 362).
510 N. Armstrong, op. cit., pág. 74.
511 Ibídem, pág. 414 (ed. francesa, pág. 696).
512 Cfr. Z. R. Eisenstein, op. cit., cap. 4.
dres transforman la sociedad civil en un orden moral. Sin un
hogar con cariño, las personas aprenden a pensar sólo en
ellas mismas. La mujer como madre y arquitecto de la vida
emocional de la familia comienza cuidando a sus propios
hijos. Así, vemos que las mujeres de Rousseau, a través del
ejercicio de su papel de madres, representan la moralidad
esencial del hombre del estado de naturaleza. A través del
ejercicio de la maternidad, están recuperando la piedad513
del hombre natural. La madre proyecta en el orden social el
«nosotros» que fundamentaba la noción de piedad. La mu­
jer que desempeña esta función abandona la idea de «amor
de sí» y toda idea de desarrollo y conservación de su indivi­
dualidad, para cultivar y exaltar el «nosotros» a través de sus
hijos. De esta forma, la mujer se vuelve naturaleza: se rena-
turaliza. Rousseau nos confirma esta idea en Las confesio­
nes: «Siempre he hallado en el sexo femenino una virtud
extraordinaria para proporcionar algún consuelo; y nada
colma tanto mi aflicción en mis quebrantos como ver que
una persona amable se interesa por mí»514.
¿Qué ocurre cuando una mujer se niega a ejercer el pa­
pel —esposa y madre— que tiene asignado?: «la mujer in­
fiel hace más, disuelve la familia y rompe todos los lazos de
la naturaleza»515. La mujer que es infiel al marido y que no
vela adecuadamente por su familia comete la misma trai­
ción que el ciudadano que no respeta la voluntad general. El
varón tiene una función —ser ciudadano— y la mujer otra
—esposa y madre—; si ambos no cumplen con la función
encomendada, cometen el crimen de la traición.
Rousseau teoriza el modelo de familia burguesa: el
amor entre los miembros de la pareja, la exaltación de la
maternidad y del amamantamiento por parte de la madre, la
familia como instrumento de transmisión de la propiedad y
como instrumento de socialización. El misógino, al postular
un concepto de familia patriarcal que grupos económicos y

513 Cfr. D. H. Coole, Women in Political..., cap. 5.


514 J. J. Rousseau, Las confesiones..., pág. 143.
515 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 416 (ed. francesa, págs. 697-698).
políticamente divergentes podían tomar como referente,
ayudó a producir la ficción de las afiliaciones horizontales,
aun cuando ésta no se materializó como realidad hasta el si­
glo siguiente516.
Esta concepción de la familia le conduce a hacer una de­
fensa apasionada de la privacidad, pero no en oposición a la
sociedad, sino como su complemento indispensable y nece­
sario. De la misma forma que cree firmemente en la com­
plementariedad de los sexos, así cree en la de los ámbitos
público y privado. Ambos espacios se necesitan mutuamen­
te, siendo su nexo de unión el cabeza de familia que, al mis­
mo tiempo, es el ciudadano: «como la familia sólo se enla­
za a la sociedad mediante su jefe, es la condición de este jefe
la que regula la de toda la familia»517. Rousseau no deja lu­
gar a dudas sobre la denominación del varón en el seno de
la familia. El varón no sólo es sujeto político, sino que tam­
bién es sujeto en el espacio privado. En ambos espacios, la
legitimidad del poder reposa sobre su calidad de sujeto.
Ambos, el varón como sujeto político y la mujer como ele­
mento central de la familia, son esenciales en la creación de
la sociedad moral de El contrato social y de Emilio. La so­
ciedad rousseauniana reposa sobre el concepto de virtud. El
problema es que la virtud reviste significados radicalmente
diferentes para cada género. El varón alcanza la virtud al
ejercer la ciudadanía, mientras que la mujer deviene virtuo­
sa al desempeñar las funciones de esposa y madre.
Asimismo, la familia se convierte en el instrumento más
adecuado para la transmisión de los valores políticos. El ob­
jetivo de la socialización primera es la formación de ciuda­
danos. En este sentido, Rousseau señala la semejanza exis­
tente entre la familia y el Estado: «Como si el amor que sen­
timos por nuestro prójimo no fuese el principio de aquel que
debemos al Estado; ¡como si no fuese por la pequeña patria,
que es la familia, por lo que el corazón se aficiona a la gran­
de!; ¡como si no fiiese el buen hijo, el buen marido, el buen

516 N. Armstrong, Deseo y ficción doméstica..., pág. 91.


517 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 470 (ed. francesa, pág. 766).
padre, los que forman al buen ciudadano!»518. Pero la seme­
janza entre el espacio privado y el público tiene unos límites
muy precisos. El espacio público, tanto en su vertiente polí­
tica como económica, puede ser representada como una
fuerza centrífuga; mientras que el espacio privado aparece
como una fuerza centrípeta519. Por eso, la familia se convier­
te en el nuevo referente de moralidad y de unidad social.
La familia rousseauniana actúa como el soporte mate­
rial e ideológico básico del Estado. El sujeto de la familia
es, sin duda, el varón, pero la familia es el ámbito femenino
por excelencia: «Facilitad sin escrúpulos una educación de
mujer a las mujeres, haced que ellas estimen los cuidados de
su sexo, que tengan modestia, que sepan velar por su hogar
y ocuparse de su casa, la gran “toilette” caerá por sí misma
y ellas aparecerán con mejor gusto»520.
La función de las mujeres como transmisoras de los va­
lores políticos y morales es un rasgo fundamental de este
ideal familiar patriarcal. La asignación a las mujeres de la
tarea de educar a los hijos para ejercer en el futuro la ciuda­
danía reposa en la idea de que la mujer es la portadora de la
piedad. Las mujeres, a través del ejercicio de la maternidad
hacen posible que los niños recuperen ese sentimiento del
estado de naturaleza. Una vez interiorizada, la piedad será
transportada al espacio público cuando los hijos de la fami­
lia patriarcal se conviertan en ciudadanos. La educación pú­
blica completará la tarea de la madre.

L a c r í t i c a i l u s t r a d a a J. J. R o u s s e a u

El sesgo patriarcal de las teorías de Rousseau fue adver­


tido en su época. Como ya señalamos, D’Alembert lo criti­
có en una carta. Pero una ilustrada inglesa se referirá expre-

518 Ibídem, pág. 418 (ed. francesa, pág. 700).


519 N. Armstrong, Deseo y ficción doméstica..., pág. 120.
520 J. J. Rousseau, Emilio..., pág. 430 (ed. francesa, pág. 715).
sámente al modelo de mujer de Emilio para señalar las con­
tradicciones del filósofo.
Mary Wollstonecraft nace en 1759 en Inglaterra. Prime­
ro desde una escuela de Londres y después escribiendo unas
Reflexiones sobre la educación de las niñas en 1787 comba­
te a favor de un tipo de enseñanza en el que no se produzcan
discriminaciones con las niñas. Una apología de Catherine
Macaulay, titulada Cartas sobre la educación, le sirve para
denunciar la distinta educación que se imparte a los niños
según su sexo. Un aspecto importante de esta crítica está
centrado no sólo en la orientación moral que se da a las ni­
ñas para dirigirlas hacia el matrimonio, sino también en el
escaso aprecio que tiene de sus facultades intelectuales. En
estos textos sobre educación se encuentra el germen de las
ideas que después aparecerán en Vindicación de los dere­
chos de la mujer.
Cuando en 1789 estalla la Revolución en Francia, Mary
y todo el círculo de los radicales la apoyan y asumen con la
convicción de que dicho suceso pondría fin a la opresión.
Burke, de opinión contraria, publica en 1790 sus Reflexio­
nes sobre la Revolución Francesa, en donde muestra el ho­
rror y desagrado que le produjo la violencia revolucionaria.
Wollstonecraft le contesta de una forma inmediata con un
panfleto llamado Defensa de los derechos del hombre en el
que destaca que los derechos del individuo son sagrados.
Asimismo, señala que la libertad civil y religiosa son dere­
chos fundamentales, al tiempo que defiende la igualdad y
condena la discriminación de que eran objeto las mujeres.
Animada por Thomas Payne y tras publicar Condorcet
en 1787 las Cartas de un burgués de Newhaven y Sobre la
admisión de las mujeres al derecho de ciudadanía en los
que postula la igualdad política entre los sexos, Mary redac­
ta en seis semanas, en 1792, Vindicación de los derechos de
la mujer. Pese a que Vindicación puede ser acusado de un
estilo literario poco cuidado, su sólida argumentación se
abre en diferentes direcciones: la defensa de la unidad de la
especie y, como consecuencia, de la igualdad entre los géne­
ros, la lucha radical contra los prejuicos, la exigencia de una
educación no discriminitaroria con las niñas, la reclamación
de la ciudadanía para la mujer... El tono apasionado y la
convicción con que está concebido y escrito no deja impasi­
ble a ningún lector ni, sobre todo, lectora. Se trata de uno de
los textos fundacionales del femenismo a partir del cual este
último no podrá desvincularse de la Ilustración.
En 1797, tras una estancia en Francia, después de haber
estudiado la Revolución y haber tomado contacto con los
revolucionarios —sobre todo girondinos—, y haber escrito,
a consecuencia de ello, un Análisis histórico y moral de la
Revolución Francesa, muere en Londres. Si habitualmente
se habla de la estrecha relación entre la vida y la obra de
cualquier autor, en el caso de Mary Wollstonecraft, como en
el caso de Rousseau, ambas están unidas por propia volun­
tad. En esa dirección señalaba Brailsford refiriéndose a
Wollstonecraft que «la vitalidad de sus ideas provenía de sus
experiencias personales»521. En efecto, la preocupación por
la opresión de las mujeres estaba firmemente arraigada en
su propia vida, en la que su condición de mujer fue un gran
obstáculo para su desarrollo vital y profesional. Asimismo,
salta a la vista la vinculación entre sus preocupaciones edu­
cativas y sus anteriores trabajos como institutriz y profeso­
ra. La vida y obra de Wollstonecraft se explican mutuamen­
te. En este contexto debe situarse la crítica que Mary Woll­
stonecraft hizo a Rousseau. Este no es un filósofo elegido al
azar por Wollstonecraft, al contrario, la causa de esa elec­
ción reside en la relevancia del pensamiento rousseauniano
con respecto a la definición del nuevo ideal de feminidad y
de la nueva familia patriarcal.
No obstante, la autora inglesa no critica exclusivamente
a Rousseau, sino también a cuantos escritores habían con-
ceptualizado un modelo de mujer que contradecía a la natu­
raleza mostrándola como un ser artificial, débil e inferior al
varón. La crítica de Mary Wollstonecraft se dirige al capítu­

521 H. N., Brailsford, Shelley, Godwinysu círculo, México, F. C. E.,


1986, pág. 149.
lo V de Emilio522 en el que Rouseau teoriza el nuevo para­
digma de mujer. Como se ha señalado, la mujer de naturale­
za, es decir Sofía, expresa con gran exactitud el contenido
de dicho paradigma. La impugnación de Wollstonecraft se
realiza desde el mismo sistema discursivo rousseauniano,
utilizando las mismas nociones e incluso los mismos para­
digmas que utiliza Rousseau, pero dándoles la vuelta, mos­
trando sus propias contradicciones, oponiendo continuamen­
te al deber ser de Rousseau un es concreto y real. Mary
Wollstonecraft, conocedora de la Ilustración y ferviente par­
tidaria de las Luces, toma nociones de Rousseau para darles
un contenido diferente e, incluso, contrario. Estado de natu­
raleza, virtud, máscara, educación... son conceptos utilizados
por la autora inglesa en un sentido radicalmente ilustrado.
La primera observación de Mary Wollstonecraft consis­
te en explicar que Sofía es un esquema ideal de mujer que
habita en la imaginación de Rousseau, pero que carece de
realidad histórica. Sofía no representa a las mujeres ni las

522 Asimismo hay que señalar que M. Wollstonecraft no ha estudia­


do sólo Emilio: conoce toda la obra de Rousseau. Entre sus múltiples y
apasionados escritos, encontramos una crítica a Las confesiones de Jean
Jacques. De la minuciosa lectura crítica de este texto concluyó que «to­
dos los errores del razonamiento roussoniano surgen de la sensibilidad
y las mujeres siempre están dispuestas a perdonarla si se dirige hacia
sus encantos. Cuando debía razonar se apasionaba y la reflexión infla­
maba su imaginación en lugar de iluminar su entendimiento. Hasta sus
propias virtudes le descarriaron, ya que por su natural ardiente y su viva
imaginación, la naturaleza le llevó hacia el otro sexo con una inclina­
ción tan ávida que pronto se volvió un lascivo. Si hubiera dado vía a
esos deseos, el fuego se habría extinguido de modo natural, pero la vir­
tud y una especie de delicadeza romántica le hicieron practicar el re­
nunciamiento; [...] Entonces buscó la soledad, no para dormir con el
hombre de la naturaleza o investigar con calma las causas de las cosas
bajo la sombra donde sir Isaac Newton se entregaba a la contemplación,
sino simplemente para entregarse a sus sentimientos. Y ha pintado tan
ardientemente lo que sentía con tanta fuerza, que al interesar los corazo­
nes e inflamar la imaginación de sus lectores según la fuerza de la suya,
éstos se imaginan que convence a sus entendimientos cuando sólo sien­
ten afinidad con un escritor poético» (cfr. M. Wollstonecraft, Vindica­
ción de los derechos de la mujer, Madrid, Cátedra, 1994, pág. 235).
mujeres se comportan como Sofía. La artificialidad del es­
quema femenino es una de las reiteradas críticas de Woll­
stonecraft: «[...] pero se ha erigido la estructura artificial
con tanta habilidad, que parece necesario atacarla de modo
más detallado y aplicarme a ello yo misma»523.
El argumento del misógino respecto a que la superiori­
dad del varón descansa en su mayor fuerza física en tanto
que ley inmutable de la naturaleza es respondido por Woll­
stonecraft como una alucinación de la razón rousseauniana.
La autora inglesa razona de la siguiente manera: si todos so­
mos hijos de Dios no es razonable pensar que la mitad de
los hijos esté sometido y oprimido por la otra mitad. Este ar­
gumento es criticado por Wollstonecraft por su irracionali­
dad. Para ella, las mujeres, al igual que los hombres, son
iguales en tanto que pertenecen al genérico humano. Sin
embargo, para entender en toda su extensión Vindicación y
para comprender con precisión la refutación a las teorías de
Rousseau es necesario explicar el concepto de razón de
Wollstonecraft. Su noción de razón es similar al bon sens
cartesiano, pero con la virtualidad añadida que ya le había
aportado Poulain de la Barre: el buen sentido opera en el es­
pacio social como desenmascaramiento de prejuicios. La ra­
zón de Wollstonecraft es una razón completamente ilustra­
da, concebida como un instrumento de desenmascaramien­
to de las tradiciones.
Los prejuicios son, precisamente, uno de los objetos
susceptibles de ser desmontados por la razón, sobre todo
cuando dichos prejuicios legitiman prerrogativas injustas o
despotismos inmorales. Mary Wollstonecraft pone la razón
al servicio de la crítica de los prejuicios que impiden la
emancipación de la mujer: «[...] sino atacar la tan alardeada
prerrogativa del hombre; la prerrogativa que con énfasis se
llamaría el férreo cetro de la tiranía, el pecado original de
los tiranos. Me declaro en contra de todo poder cimentado
en prejuicios, aunque sean antiguos [...]. Si el sometimiento
demanda que se fundamente en la justicia, no existe apela­

523 M. Wollstonecraft, op. cit., pág. 215.


ción a un poder mayor, porque Dios es la misma justicia.
Luego, como hijos de los mismos padres, si no se nos con­
fiere la condición de bastardas por haber nacido después, ra­
zonemos juntos y aprendamos a sometemos a la autoridad
de la Razón, cuando su voz se oiga claramente. Pero si se
prueba que este trono de prerrogativas descansa sólo en una
masa caótica de prejuicios sin principios de orden inheren­
tes que los mantenga juntos [...] o sobre un elefante, una tor­
tuga o incluso los poderosos hombros de un hijo de la tierra,
se pueden eludir [...] sin quebrantar el deber, sin pecar con­
tra el orden de las cosas»524. Y continúa más adelante: «La
mujer, en particular, cuya virtud se cimienta sobre prejui­
cios mutables, rara vez alcanza esta grandeza mental; por
ello, al convertirse en la esclava de sus propios sentimientos,
es sojuzgada con facilidad por los de los otros. Degradada
de este modo, emplea su razón, ¡su confusa razón!, para lus­
trar sus cadenas en lugar de partirlas»525.
Para Mary Wollstonecratf, el principal error de Rous­
seau radica en que analiza las costumbres y los hábitos de
las mujeres como si fuesen rasgos innatos o facultades natu­
rales. El misógino no tiene en cuenta que desde que nace­
mos nuestros gustos están socialmente dirigidos y que esta
socialización orienta a las niñas hacia la coquetería y el arti­
ficio: «En resumen, se las trataba como mujeres, casi desde
su mismo nacimiento, y oían halagos en lugar de instruccio­
nes. Con este debilitamiento mental, se suponía que la Na­
turaleza había actuado como una madrastra cuando formó
esta idea tardía de la creación»526. En el capítulo III de Vin­
dicación, Wollstonecraft pone de manifiesto que la educa­
ción de las niñas consiste en hacerlas dependientes y que
cuando ello se ha conseguido se decreta que la dependencia
es natural. En el mismo sentido, critica la opinión de Rous­
seau, quien dice que los gustos en el juego de los niños y las
niñas demuestran su naturaleza diferente. A este respecto

524 Ibídem, págs. 249-250.


525 Ibídem, pág. 250.
526 Ibídem, pág. 221.
señala Wollstonecraft que los niños y las niñas jugarían jun­
tos los mismo juegos si la distinción de los sexos no se les
inculcara antes de que la naturaleza hubiese marcado las di­
ferencias.
El concepto de naturaleza aparece en la obra de M. Woll­
stonecraft como una idea regulativa. El individuo, en su ori­
gen, no es una tabla rasa, como pretendía Locke, sino que es
portador de unos derechos naturales que tienen su génesis
en la razón. En este sentido, Wollstonecraft se acoge al de­
recho natural que le sirve para afirmar la unidad de la espe­
cie: si ambos sexos tienen los mismos derechos naturales,
ambos deberán tener los mismos derechos sociales. Al pos­
tular la unidad de la especie, está reclamando la superación
de los géneros como construcciones sociales. La principal
crítica de Wollstonecraft a Rousseau consiste en poner de
manifiesto que la mujer natural rousseauniana es, en reali­
dad, la mujer social. La operación de Rousseau, ajuicio de
la autora inglesa, es la siguiente: primero establece los debe­
res de cada sexo y, después, sobre dichos deberes construye
las inclinaciones naturales. Para Wollstonecraft, el someti­
miento a causa de las costumbres y los hábitos sociales ha
construido una segunda naturaleza que Rousseau confunde
con la verdadera naturaleza de las mujeres.
Por otra parte, una de las cualidades más importantes
que el ginebrino atribuye a las mujeres, la docilidad y el so­
metimiento al varón o a las ideas de la humanidad, es con­
testada por Mary Wollstonecraft con un argumento muy
ilustrado: los derechos de la humanidad se violan al insistir
en la obediencia ciega, y puntualiza después, a no ser que
los derechos más sagrados de la humanidad sólo pertenez­
can al hombre527. Si Rousseau, por una parte, reclama la
obediencia de la mujer al varón, por otra parte, opina que no
le disgustaría «que se le permitiera utilizar ciertas artes, no
para eludir el castigo en caso de desobediencia, sino para
eximirse de la necesidad de obedecer»528. La contestación

527 Cfr. ibídem, pág. 223.


528 Ibídem, pág, 225.
de Wollstonecraft ataca directamente el concepto de virtud
rousseauniano, mostrando la contradicción entre ese con­
cepto y su aplicación concreta a las mujeres: «No me inti­
midarán las palabras cuando su significado directo es la fal­
sedad o la falta de sinceridad, sino que me contentaré con
observar que si alguna clase de humanidad fue creada de tal
modo que sea necesario educarla mediante reglas que no se
deduzcan directamente de la verdad, la virtud no es más que
una convención»529.
Al concepto rousseauniano de virtud, M. Wollstonecraft
opone una noción de virtud racional en un sentido ilustrado.
Si la razón es universal, la virtud que es su expresión moral,
también será universal. Mary Wollstonecraft concibe la vir­
tud en un sentido kantiano como autonomía de la razón530.
La virtud alcanza a cualquier individuo que quiera practi­
carla; no se funda en intereses particulares o en utilidades
sociales, sino en la misma razón. Razón y virtud constituyen
los dos polos sobre los que se asienta Vindicación: «Situé­
monos por encima de esos prejuicios estrechos, queridos
contemporáneos. Si la sabiduría es deseable por sí misma, si
para que la virtud merezca ese nombre debe fundamentarse
en el conocimiento, esforcémonos por fortalecer nuestras
mentes mediante la reflexión hasta que nuestras cabezas
sean el fiel de nuestros corazones»531.
Con respecto a la distinción de dos espacios de conoci­
miento que establece Rousseau en Emilio (uno para el va­
rón, donde se halla situada la abstracción, la especulación y
la facultad de crear sistemas, y otro para la mujer que con­
tiene las facultades de observación, penetración de espíritu
y sutileza, recordemos que el objeto propio de conocimien­
to de las mujeres es el hombre), Mary Wollstonecraft no
sólo critica a Rousseau, sino que también extiende lúcida­
mente esa crítica a la apropiación histórica de la razón por

529 Ibídem, pág. 226.


530 C. Amorós, seminario Feminismo e Ilustración, op. cit.
531 M. Wollstonecraft, op. cit., pág. 236.
parte de los varones. Wollstonecraft propone una compara­
ción: los varones se comportan con las mujeres como la
aristocracia respecto al pueblo oprimido. Desde esta compa­
ración arremete radicalmente contra esa especie de aristo­
cracia masculina que ha condenado a las mujeres a la igno­
rancia532.
Mary Wollstonecraft detecta una contradicción esen­
cial en el elogio rousseauniano a la ignorancia de las mu­
jeres. Si la mujer en la obra de Rousseau es la encargada
de transmitir los valores de la virtud y de la ciudadanía a
los niños que más tarde se convertirán en sujetos políticos
del contrato social«[...] ¿cómo puede una mujer falta de re­
flexión educar a sus hijos? ¿Cómo puede inclinarlos hacia
las virtudes que desconoce o hacia el mérito del que no tie­
ne idea? [...] Realmente, cómo podría cuando su marido no
está siempre a mano para conducirla con su razón»533.
La reflexión que hace Wollstonecraft es la siguiente: si
la mujer es por naturaleza más débil que el hombre ¿de dón­
de se desprendería que es bueno para ella intentar ser aún
más débil de lo que la naturaleza quiso?534. La autora ingle­
sa pone en cuestión, desde una perspectiva moral, toda la
obra rousseauniana en tomo a la mujer. Si la igualdad es el
rasgo fundamental del estado de naturaleza, ¿por qué la mu­
jer debe estar socialmente sometida al varón? Si el modelo
político esbozado en El contrato social pretende restablecer
la igualdad del estado natural ¿por qué las mujeres deben ser
excluidas de la Voluntad General, que es quien convierte a los
individuos en libres e iguales? Y si, contrariando la noción de
estado de naturaleza rousseauniana, se decide que las mujeres
naturalmente son más débiles e inferiores que los hombres,
¿por qué no establecer mecanismos de carácter social o polí­
tico para compensar su supuesta inferioridad natural?
Pero, se pregunta Mary Wollstonecraft, ¿cómo puede

532 Cfr. ibídem, pág. 230.


533 M. Wollstonecraft, op. cit., pág. 232.
534 Cfr. ibídem, véase cap. III.
desmontarse toda una concepción pedagógica que aspira a
formar personas virtuosas y sólo alcanza a construir seres
artificiales y corrompidos? Sólo el buen sentido puede
transformar las concepciones educativas de su siglo. Sólo el
buen sentido de la humanidad puede poner fin a la situación
de sujeción de las mujeres: «Ahora apelo al buen sentido de
la humanidad, desde las ensoñaciones de la imaginación y el
libertinaje refinado: si el objetivo de la educación es prepa­
rar a las mujeres para convertirse en esposas castas y madres
juiciosas, el método recomendado de manera tan'verosímil
en el esbozo anterior es el mejor calculado para producir es­
tos fines?»535.

A MODO DE CONCLUSIÓN

Estas conclusiones enlazan con las preguntas que nos


hacíamos en la introducción: ¿el modelo político de socie­
dad y de individuo que postula Rousseau podría, con las
adecuadas readaptaciones, incluir a las mujeres en calidad
de sujetos de razón y, en consecuencia, de sujetos políticos?
Dicho de otro modo: ¿el pensamiento del ginebrino puede
ser aprovechado por y para el feminismo?
La respuesta no puede desligarse de la inserción de
Rousseau en el contexto de la Ilustración. Nuestro filósofo
inicia su andadura intelectual con un texto, Discurso sobre
las ciencias, las artes y las letras, en el que, precisamente,
cuestiona la concepción de la razón ilustrada. La idea cen­
tral sobre la que Rousseau criticará la razón ilustrada e in­
tentará reconstruir una nueva noción de razón moral será la
de naturaleza. Rousseau no cree, como una buena parte de
la Ilustración, que la naturaleza deba ser dominada y sobre
dicha dominación se deba construir la cultura. El concepto
de naturaleza rousseauniano opera como un paradigma legi­
timador: la naturaleza es el bien que ha sido ocultado por la
historia humana y la cultura es el reino del mal, por corrom­
per la auténtica naturaleza del individuo.
La Ilustración denuncia la no extensión de la crítica car­
tesiana del prejuicio a la sociedad. Su énfasis se centra en
una razón emancipadora que opera en el individuo y en la
sociedad. Rousseau, por su parte, denuncia a la razón ilus­
trada primeramente por su insuficiencia para esclarecer la
realidad y después por el mal uso que de ella se ha hecho.
Ambas críticas apuntan, en definitiva, a la incapacidad de la
razón para resolver los problemas ético-políticos.
Rousseau postula una razón mucho más extensa que la
de los ilustrados, cuya finalidad sea la de irracionalizar los
mecanismos de poder más ocultos y aparentemente más
«naturales». El origen de la desigualdad será uno de ellos.
La denuncia de Rousseau se extiende a las genealogías de
todo tipo de poder. Su pretensión es la impugnación y el de­
senmascaramiento de cualquier poder ilegítimo, es decir, no
basado explícitamente en el consentimiento.
En este contexto de denuncia de la razón, parecería lógi­
co que la razón rousseauniana, concebida como crítica de la
razón ilustrada, pasase por el tamiz de su impugnación to­
dos los prejuicios sociales ancestrales. Parecería lógico que
el filósofo que denuncia una razón incapaz de descubrir los
mecanismos de sujeción y que apela a una razón esencial­
mente moral, fuese capaz de criticar la sujeción de la mitad
de la especie. Sin embargo, el uso crítico de la razón rous­
seauniana no sólo es incapaz de impugnar la razón patriar­
cal, sino que, muy al contrario, la refuerza ideológicamente
cuando no ha podido ocultarla.
Así pues, la razón rousseauniana, como crítica de las su­
jeciones, se detiene ante el patriarcado de dos maneras dis­
tintas: en algunos escritos lo elude; y en otros lo legitima éti­
ca y políticamente. En ningún caso analiza ni reconoce el
patriarcado como un sistema de dominación. Sus nociones
políticas más emancipadoras se disuelven cuando han de ser
aplicadas al genérico de las mujeres. La operación de de­
construcción de todas las desigualdades y opresiones no
sólo no alcanza a las mujeres, sino que, por el contrario, re­
fuerza el sistema patriarcal construyendo el nuevo modelo
de familia moderna y el nuevo ideal de feminidad.
Este hecho, sin embargo, no tiene porqué llevar implíci­
ta la impugnación de la universalidad sobre la que reposa la
razón ilustrada. El ideal de emancipación surgido en la Ilus­
tración ha proporcionado los elementos de legitimación en
todas las vindicaciones de las mujeres. Si bien han podido
observarse —y la lucha femenina es un claro ejemplo de
ello— límites importantes de la razón ilustrada, también es
cierto que sólo la Ilustración habló de igualdad. El principio
ético-político de igualdad ha permitido que la razón patriar­
cal haya podido ser impugnada legítimamente.
En este contexto es necesario señalar que en el siglo xvii
surge un pensador, Poullain de la Barre, que partiendo de las
premisas metodológicas cartesianas impugnará la razón pa­
triarcal desde una definición del estado de naturaleza muy
similar a la de Rousseau. Este autor, casi un siglo antes que
el ginebrino, llevará hasta sus últimas consecuencias la idea
de universalidad de la razón que el misógino había extendi­
do sólo a los varones.
Anteriormente señalábamos que el concepto de natura­
leza operaba como paradigma legitimador en la obra del gi­
nebrino. Al margen de la polisemia de este concepto en su
obra, es muy importante para nuestra investigación la no­
ción de naturaleza tal y como se desprende de su relato de
estado de naturaleza y de hombre natural.
El estado de naturaleza como reconstrucción conjetural
del origen de la humanidad es narrado en sus distintos esta­
dios con detenimiento por Rousseau, apareciendo entreve­
rada la descripción con polémicas y refutaciones a otros
pensadores de su época. El aspecto más notable de El dis­
curso sobre el origen y fundamento de la desigualdad entre
los hombres es la crítica moral y política. El estado de natu­
raleza es una noción utilizada por Rousseau para desmitifi­
car y criticar no sólo todas las instituciones sociales, sino,
incluso, la misma sociabilidad. Rousseau arremete contra
las instituciones desde el primer momento en que surgen en
el estado natural. El único criterio de legitimación lo esta­
blece la propia naturaleza. Esta metodología le permite ejer­
cer una crítica radical contra casi todas las instituciones so­
ciales. Sin embargo, nos encontramos con que Rousseau no
es coherente con su método al excluir de la crítica institucio­
nes que poseen los mismos elementos de «mal» que otras
instituciones a las que impugna. En efecto, los valores y las
instituciones libres de su crítica son aquellas que justamen­
te dan origen a una sociedad patriarcal. Así, debe subrayar­
se que en su relato del estado de naturaleza, en lo que res­
pecta a las mujeres, quiebra los principios metodológicos y
políticos sobre los que reposa su pensamiento.
El relato del estado de naturaleza rousseauniano está
formado por diversos «momentos». El primero de ellos, el
estado de pura naturaleza, se caracteriza por la igualdad, de
forma tal que el sexo no constituye un elemento de des­
igualdad. Sin embargo, tras este «momento» vendrán otros,
marcados por el signo de la socialización. Las formas de so­
cialización que en un principio son incipientes, posterior­
mente se intensificarán y todas ellas formarán lo que llama­
remos el estado presocial. Pues bien, es en el tránsito entre
el estado de pura naturaleza y el estado presocial donde se
perciben las primeras quiebras lógicas del pensamiento
rousseauniano. La primera quiebra aparece cuando Rous­
seau sostiene que «lo natural» es el criterio adecuado de le­
gitimación. En efecto, al considerar la familia como una
construcción social está rompiendo su primer principio me­
todológico. En segundo lugar, puesto que considera la igual­
dad como el elemento esencial del estado de naturaleza,
quiebra su segundo principio al dar por sentado la subordi­
nación de la mujer en el seno de la familia patriarcal. En ter­
cer lugar, se produce otra quiebra en la noción de derecho
natural al considerar natural la sujeción de la mujer cuando
por naturaleza todos los individuos son libres e iguales. En
último lugar, la quiebra más profunda se produce cuando
esta sujeción tiene lugar sin el consentimiento, al menos ex­
plícito, de las mujeres.
Estas fisuras pondrán al descubierto dos cuestiones
esenciales del pensamiento rousseauniano: en primer lugar,
su noción de familia se configura como el instrumento cen­
tral de sujeción de la mujer; y, en segundo lugar, esta insti­
tución es el fundamento imprescindible del modelo de so­
ciedad que muestra en El contrato social.
La noción de estado de naturaleza es muy relevante,
puesto que los elementos que lo forman contienen los pun­
tos de referencia del estado social. En este sentido, debemos
señalar que la legitimidad del estado social debe hundir sus
raíces en el estado natural. La noción de estado natural de
Rousseau contiene dos estados de naturaleza. El primero de
ellos —el estado de pura naturaleza— contiene los elemen­
tos que articularán el espacio público del estado social y
cuyo sujeto será el varón. A continuación, podemos obser­
var un segundo estado de naturaleza —el estado presocial—
que vertebrará el espacio privado del estado social. En el es­
tado presocial tiene lugar el surgimiento de la desigualdad
sexual y de la familia. En el origen de estos hechos sociales
se localiza la sujeción de la mujer. En el estado de pura na­
turaleza se construye la naturaleza masculina, como refe­
rente del espacio público, mientras que en el estado preso­
cial se forma la naturaleza femenina que, a su vez, será el re­
ferente del espacio privado del estado social.
Si partimos de la existencia de relaciones entre el estado
de naturaleza y el estado social, de igual manera debemos
buscar en el estado de naturaleza los elementos explicativos
de la composición del estado social. El estado de naturaleza
no explica sólo la construcción del sujeto político varón,
sino también la de un modelo de feminidad que se desen­
vuelve en la privacidad.
La mujer —dependiente y subordinada— está definida
desde el estado presocial, mientras que el varón —libre e
igual— está definido desde el estado de pura naturaleza.
Cada sexo posee una naturaleza específica, surgida en dife­
rentes momentos del estado de naturaleza y cada naturaleza
sirve de soporte respectivo a los dos espacios que forman el
modelo político anhelado por Rousseau.
La historia de la sujeción de las mujeres en el estado
presocial, tal y como es relatada por Rousseau, parece que
se ha realizado sin oposición de las mujeres. En todo caso,
lo que sí podemos afirmar es que a medida que transcurren
las fases del estado de naturaleza van estrechándose las par­
celas de autonomía de las mujeres, hasta perder, incluso, la
capacidad de firmar el contrato. El contrato social, siguien­
do las hipótesis de Pateman, está precedido por un contrato
sexual que consagra la sujeción de las mujeres respecto de
los varones. Este pacto sexual se ha desarrollado de la mis­
ma forma que el pacto original rousseauniano. El pacto
original de Rousseau establece una sociedad de amos y es­
clavos, en la que el fuerte, en razón de sus intereses, vence
(guerra) y convence (derecho) al débil. Sin embargo, el con­
vencimiento tiene una contrapartida que consiste en que el
fuerte proporcionará subsistencia y protección al débil. Este
contrato originario que Rousseau califica de inicuo, cuando
tiene lugar entre varones, es el modelo del contrato sexual
que se realiza entre varones y mujeres en el estado presocial.
El contrato sexual separa, pues, a la mujer del estado de
pura naturaleza, y, por ello, su incorporación a la sociedad
no es la suficiente como para llegar a convertirla en indivi­
duo. Por otra parte, este contrato da origen al derecho pa­
triarcal, que Rousseau traslada al estado social con la excu­
sa de su supuesto origen natural.
El estado de naturaleza constituye, sin duda, en el pensa­
miento de Rousseau el referente simbólico del estado social.
Desde esta perspectiva, el estado social debe encontrar sus re­
ferentes esenciales en el estado natural. El desarrollo de estas
dos nociones, el estado natural y el estado social —entendido
éste como el estado que srnge a partir del contrato social—
debe su génesis al intento de construir un modelo político al­
ternativo al que propone la filosofía política medieval.
El modelo político de Rousseau se centra en dos aspec­
tos: primero, en el establecimiento de nuevos fundamentos
políticos de legitimación y, segundo, en la reconstrucción de
un nuevo sujeto político. Ambas cuestiones, la de la legiti­
mación y la de la reconstrucción del sujeto, se sustentan en
el rechazo al pactum subjectionis en la formación del con­
trato social.
Puede decirse que la exclusión del pacto de sujeción en
la fundación es el elemento central de la filosofía rousseau­
niana. Todo su sistema político se ve determinado por este
hecho. En efecto, no sólo su noción de democracia directa y
su crítica radical a la representación son efectos de esa ex­
clusión, sino que tampoco sus conceptos de libertad e igual­
dad pueden entenderse sin el rechazo al pactum subjec-
tionis.
El modelo político que muestra Rousseau en El contra­
to social, como el surgimiento de todos los nuevos modelos
políticos, emerge como respuesta a una crisis de legitima­
ción política. Sin embargo, nuestra hipótesis es que el surgi­
miento de este nuevo esquema político no emerge única­
mente como respuesta a una crisis de legitimación política,
sino también a una crisis de legitimación política patriarcal.
En este sentido, cabría decir que la respuesta rousseauniana
a esta crisis se produce cuando el pacto de sujeción es, sub­
yacentemente, deslizado desde el espacio público al espacio
privado.
El pacto que propone Rousseau es un pacto patriarcal y
su modelo de democracia es asimismo patriarcal, puesto
que no sólo excluye a las mujeres de la ciudadanía, sino que,
además, la propia génesis y mantenimiento de su modelo
democrático necesita de la sujeción de las mujeres para con­
seguir la plenitud de la vida democrática.
El modelo político que diseña Rousseau tiene una géne­
sis patriarcal, como la de todos los contractualistas. En este
modelo las mujeres son dominadas mediante un contrato se­
xual que, a su vez, les impide la participación en la forma­
ción del contrato social. Este hecho les impide constituirse
en sujetos políticos. El sujeto político de este modelo, más
que el varón, es la fraternidad de los varones que se consti­
tuye como tal a través de la voluntad general. Las mujeres
deben desempeñar las funciones relacionadas con la priva­
cidad. La maternidad es su función social principal y el
marco doméstico su ámbito.
Sólo desde esta concepción dual de la sociedad (dos es­
pacios: público y privado) y desde el doble pacto (sexual y
social) se explica su concepción educativa y la construcción
de dos naturalezas, una para el género masculino y otra para
el femenino, respectivamente.
Así como la construcción del modelo político encontra­
ba su referente legitimador en el estado de naturaleza (la
igualdad y la libertad del estado natural eran recuperados
como los soportes de la legitimidad del sistema político), la
construcción del varón y de la mujer naturales (a pesar de
que vivan en sociedad) también necesita, para su definitiva
legitimación como modelos individuales, el referente del es­
tado de naturaleza. Emilio y Sofía están construidos en la
obra rousseauniana como modelos de renaturalización. Am­
bos modelos encuentran los referentes articuladores de su
identidad en los dos estados de naturaleza mencionados.
Por otra parte, si observamos al hombre natural que es
Emilio y a la mujer natural que es Sofía percibimos las
enormes diferencias que existen entre ambos modelos. Su
naturaleza y su posterior proyección social son esencial­
mente distintas. La diferencia es la suficiente como para que
Emilio reciba una educación encaminada a la autonomía
moral, mientras que el proceso educativo de Sofía se orien­
ta a la dependencia y la sujeción respecto de Emilio.
La diferencia entre Emilio y Sofía es la diferencia que
existe entre la libertad y la sujeción. La clave de esa diferen­
cia sólo puede ser explicada desde la noción de estado de
naturaleza. Así, puede observarse cómo Emilio surge del es­
tado de pura naturaleza, es decir, de ese estadio en que la se­
mejanza y la independencia entre los salvajes, incluidas en
este término las mujeres, son los rasgos característicos que
serán traspasados al estado social bajo la definición de
igualdad y libertad. La igualdad y la libertad son los rasgos
sobre los que se construye el modelo político rousseauniano
y Emilio, moralmente autónomo, es el sujeto de ese mode­
lo. La educación de Emilio se orienta hacia la construcción
de la subjetividad del ciudadano de El contrato social.
Sofía también tiene un lugar en el estado de naturaleza,
concretamente en el estado presocial. Las funciones que tie­
ne atribuida la mujer en el estado presocial son las que
Rousseau proyecta en el estado social. Si Emilio es la subje­
tividad del modelo político, Sofía está determinada a ocupar
y a ocuparse del marco doméstico. Emilio es un texto para­
digmático en el sentido de que muestra el despliegue de la
subjetividad y el desarrollo del principio de individuación
para los varones, al tiempo que Rousseau hace explícita la
imperiosa necesidad de que la subjetividad femenina sea es­
trictamente constreñida y la individuación negada.
Finalmente, debemos decir que la hipótesis que se ha
utilizado en este trabajo es que existen dos estados de natu­
raleza, dos contratos (sexual y social), dos espacios (público
y privado), dos concepciones educativas y dos nociones de
naturaleza humana.
Tras la exposición de estas conclusiones, volvemos a la
pregunta inicial, pero esta vez formulada de otra forma:
¿podría extenderse la noción de sujeto político a las mujeres
readaptando el modelo político rousseauniano? Creemos
que la respuesta es negativa. El individuo de El contrato so­
cial se caracteriza por su absoluta dedicación a la vida pú­
blica. La vida política en Rousseau no sólo no se agota con
la firma del contrato social, sino que más bien ésta constitu­
ye su comienzo. El ciudadano rousseauniano debe vivir en
un permanente proceso de autovigilancia y de vigilancia de
los otros. Su voluntad y su energía están dirigidas a la reali­
zación de la voluntad general. Cada ciudadano debe tener
una parcela de poder exactamente igual que los otros ciuda­
danos. Su obligación es que los demás individuos no tengan
ni más ni menos poder que el que él mismo tiene. Diferen­
ciar el interés particular del general cada vez que sea nece­
sario, convencer a la asamblea de cuál es el interés general,
impedir que otros ciudadanos suplanten la voluntad gene­
ral... es una tarea que requiere voluntades muy activas. ¿Qué
ocurriría si no existiese el espacio privado y las mujeres no
se dedicasen por completo a las tareas que tienen asignadas:
cuidado de la casa, de los hijos, del esposo...? Desde luego,
la energía y el tiempo necesario para el ejercicio de la vida
pública del varón quedaría muy mermado.
La noción rousseauniana de sujeto político está cons­
truida sobre el establecimiento del espacio privado y sobre
la sujeción de las mujeres. La autonomía del varón reposa
sobre el sometimiento de las mujeres. Su libertad está edifi­
cada sobre la división sexual del trabajo. Su seguridad psi­
cológica depende, en buena medida, de la sumisión de una
esposa encadenada a él. Si la mujer no está sujeta al varón:
¿puede éste tener la seguridad de que sus propiedades no
irán a parar fuera de sus auténticos descendientes? La suje­
ción de la mujer en el ámbito de la familia protege la propie­
dad del varón. La vida pública, como espacio de la libertad
de los varones, constituye un proceso dinámico. Está per­
manentemente sujeto a posibles cambios. Las voluntades
pueden cambiar de opinión. Frente al cambio y dinamismo
del ámbito público, con las inseguridades y ansiedades que
pueden proporcionar al ciudadano, el espacio privado se
configura como lo fijo, lo inmóvil, lo estático. Frente al
siempre posible caos de lo público, la familia constituye el
orden y el resposo. El ciudadano rousseauniano repone
fuerzas y energía en el seno de la familia. La igualdad de la
vida pública está construida desde la profunda desigualdad
de los sexos en la vida privada.
Ejercer la ciudadanía requiere una gran inversión de
energía y de tiempo, además de un considerable desgaste
psicológico. En la familia patriarcal, el varón recompone su
maltrecho «yo». Es el espacio del descanso físico: el del
tiempo detenido. En el espacio público el poder está repar­
tido entre todos los varones. El desgaste que le produce al
varón compartir el poder se ve compensado en el espacio
privado. Ahí todo el poder y toda la autoridad está concen­
trada en su persona.
¿Y la primera educación de los niños? Si las madres vir­
tuosas no hacen posible que los hijos e hijas interioricen los
valores necesarios para reproducir los espacios sobre los
que está constituida la sociedad, ¿quién lo hará? Si lo hacen
los virtuosos padres, el tiempo y la energía necesaria para el
ejercicio de la vida pública disminuirá aún más.
A nuestro juicio, no cabe duda de que el modelo políti­
co rousseauniano, así como el individuo que habita en él
como sujeto, tiene existencia porque el espacio privado está
concebido como ámbito de reproducción del público. Si la
noción de sujeto político se extendiese a las mujeres, la pro­
pia idea de sujeto se vaciaría de contenido. Implicaría un re­
planteamiento de su teoría del poder y una profunda trans­
formación de las nociones de lo público y lo privado. Las
fuertes contradicciones existentes entre la concepción pa­
triarcal de la mujer y la democrática para los varones, entre
la mujer sujeta y el varón autónomo, se ahogan en las ten­
siones que crean.
Sin embargo, aunque la emancipación de las mujeres no
sea compatible con la concepción de sociedad y de Estado
de Rousseau, ciertos principios éticos y políticos que alien­
tan su pensamiento pueden y deben ser útiles para el proyec­
to emancipador que es el feminismo. Su apelación a la liber­
tad y a la igualdad, su postulado de hacer un uso crítico de
la razón, la idea de distribuir el poder igualitariamente entre
todos los individuos, la crítica a la desigualdad... forman
parte del bagaje moral de cualquier proyecto liberador.
Rousseau es un hijo peculiar y radical de la Ilustración: no
concedió a la mujer el estatuto de sujeto político, pero apun­
tó a la idea de construir un sujeto político responsable de su
destino histórico. Elaboró una concepción de la mujer suje­
ta al varón, pero privó de legitimidad a la sujeción no basa­
da en el consentimiento. A su pesar, el aparato conceptual y
político rousseauniano pudo ser apropiado por las mujeres
para defender su emancipación. La universalización de sus
principios éticos hacía fácil impugnar la exclusión de las
mujeres. El caso de Mary Wollstonecraft da testimonio de
ello.
Bibliografía

En primer lugar se ofrece la lista completa de los volúmenes


publicados hasta ahora de las obras completas de Jean Jacques
Rousseau. Bajo la dirección de Bemard Gagnebin y Marcel Ray-
mond, están editadas por Éditions Gallimard desde 1959.
En segundo lugar, por orden alfabético y en francés, se citan
las obras de Rousseau utilizadas en este trabajo, y en su caso, las
correspondientes traducciones al castellano. Finalmente, la bi­
bliografía secundaria.

Jean Jacques R ousseau


O bras completas - B ibliothéque de la P léiade

Vol. I: Les confesssions. Autres textes autobiographiques, 1959.


Vol. II: La nouvelle Héloise.rThéátre. Essais littéraires, 1964.
Vol. III: Du contrat social. Écrits politiques, 1964.
Vol. IV: Entile. Education, Morale. Botanique, 1969.
En preparación: Vol. V

O bras de Jean Jacques R ousseau


utilizadas en este trabajo

Considerations sur le Gouvemement de Pologne, vol. III, introd.


de Jean Fabre.
Proyecto de Constitución para Córcega. Consideraciones sobre
el Gobierno de Polonia y su proyecto de reforma, introd. y
trad. de Antonio Hermosa Andújar, Madrid, Tecnos, 1988.
Discours sur l ’économiepolitique, vol. III, introd. de Robert Dé-
rathé.
Discurso sobre la economía política, introd. y trad. de José E.
Candela, Madrid, Tecnos, 1955.
Discours sur les sciences et les arts, vol. III, introd. de Frangois
Bouchardy.
Discurso sobre las ciencias y las artes, en Escritos de combate,
trad. de Salustiano Masó, Madrid, Alfaguara, 1979.
Discours sur l 'origine et lesfondements de l ’inégalité, vol. III, in­
trod. de Jean Starobinski.
Discurso sobre el origen y losfundamentos de la desigualdad en­
tre los hombres, en Escritos de combate, trad. de Salustiano
Masó, Madrid, Alfaguara, 1979.
Discurso sobre el origen de la desigualdad entre los hombres, in­
trod. de Jean Starobinski; trad. de José López y López, Ma­
drid, Aguilar, 1973.
Du contrat social, vol. III, introd. de Robert Derathé.
El contrato social, en Escritos de combate, trad. de Salustiano
Masó, Madrid, Alfaguara, 1979.
Écrits sur l ’abbé de Saint-Pierre, vol. III, introd. de Sven Ste-
lling-Michaud.
Escritos sobre la paz y la guerra, prólogo de Antonio Truyol y
Serra; trad. de Margarita Morán, Madrid, Centro de Estudios
Constitucionales, 1982.
Émile ou de leducation, vol. iy introd. de Pierre Burgelin.
La nouvelle Héloise, vol. II, introd. de Henry Coulet y Bemard
Guyon.
Lettres écrits de la montagne, vol. III, introd. de Jean-Daniel Can-
daux.
Cartas desde la montaña, introd. y trad. de Antonio Hermosa
Andújar, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1989.
Lettre á Christophe de Beaumont, vol. iy introd. de Henry Gout-
hier.
Carta a Christophe de Beaumont, en Escritos de combate, trad.
de Salustiano Masó, Madrid, Alfaguara, 1979.
Les confessions, vol. I, introd. de Bemard Gagnebin y Marcel
Raymond.
Las confesiones, introd. de Carlos Pujol, trad. de Lorenzo Olive­
ras, Madrid, Planeta, 1993.
Les reverles dupromeneur solitaire, vol. I, introd. de Marcel Ray­
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Las ensoñaciones del paseante solitario, prólogo y trad. de Mau­
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Narcisse ou l ’amant de lui-méme, vol. II, introd. de Jacques Sche-
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índice

Prólogo...................................................................................................... 9
A gradecimientos ..................................................................................... 19
Introducción ............................................................................................ 21
C apítulo primero. Los límites de la r a z ó n ........................................ 31
El origen del conocimiento en R o u ssea u .................................... 36
Razón moral versus razón ilustrada ............................................. 49
Límites y frustración moral de la razón ilustrada..................... 51
Ser y parecer................................................................................ 55
Los males de la razón ............................................................... 58
Las irracionalidades de la r a z ó n .................................................... 60
Crítica a la noción de p rogreso............................................... 62
Fracaso moral de la ra z ó n ........................................................ 63
La razón de los filósofos ......................................................... 70
Razón y unidad s o c ia l............................................................... 72
Razón y desigualdad................................................................. 75
Razón y su jeció n ........................................................................ 79
Poulain de la Barre o la razón antipatriarcal.............................. 81
C apítulo II. El estado de la naturaleza y los límites de
la igualdad .......................................................................................... 87
Ideas en tom o al concepto de estado de la naturaleza............. 91
Otras nociones antropológicas acerca del estado de
naturaleza .................................................................................... 104
El estado de naturaleza ................................................................... 108
La igualdad natural ................................................................... 108
La era patriarcal ......................................................................... 115
Quiebras lógicas: el otro estado de la naturaleza o la
desigualdad in v isib le.......................................................... 122
La desigualdad visible .............................................................. 133
El estado de guerra ................................................................... 134
La noción de estado de la naturaleza en Poulain de la Barre ... 138
Capítulo III. Los límites de la dem ocracia....................................... 143
El contractualismo m ed ieval........................................................... 147
El contrato s o c ia l .............................................................................. 150
Concepto de soberanía.............................................................. 154
La voluntad general .................................................................. 159
N o c ió n d e le y .............................................................................. 162
El gob iern o .................................................................................. 166
Representación y diputados..................................................... 172
La democracia directa............................................................... 175
La igualdad......................................................................................... 181
El sujeto político ............................................... ............................... 191
L afratem idad.................................................................................... 194
Contrato social y su jeción ............................................................... 201
Capítulo IV El nuevo ideal de feminidad y la
familia patriarcal ............................................................................... 205
Emilio o el ideal de la ciudadanía ................................................ 211
Sofía o el ideal de la dom esticidad............................................... 225
Feminidad y familia patriarcal....................................................... 241
La crítica ilustrada a J. J. R o u sse a u .............................................. 250
A modo de co n clu sió n ..................................................................... 259
B ibliografía.............................................................................................. 271

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